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La Verguenza
La Verguenza
frente al goce
Entonces, lo primero que aprendí fue que, desde el punto de vista de la dirección de la cura, el
momento bulímico es bueno porque el sujeto se presenta dividido por el atracón bulímico y está
en condiciones de hacerse algunas preguntas en cuanto a su sufrimiento: ¿Qué lo angustia?
¿Qué le produce ansiedad? Etc.
En muchos casos esta concepción sigue teniendo su vigencia, no obstante, desde hace ya algunos
años se puede constatar un cambio.
En mi experiencia lo sitúo claramente con una paciente histérica, joven, bulímica, a la que por
primera vez oí decir: "yo como todo lo que quiero, luego vomito y estoy delgada y guapa. No vivo
privándome como las anoréxicas, tengo todo". Su discurso me sorprendió porque, como he
dicho, nunca había oído a una bulímica hablar así.
Esta anécdota nos permite plantearnos una serie de cuestiones en relación al goce y la época. Si
hace 15 años vomitar producía vergüenza, si se trataba de un goce que el sujeto no podía
reconocer como propio, algo de eso ha cambiado. Asistimos a una época donde el empuje al goce
hace que éste gane terreno porque encuentra cada vez menos instancias que lo limiten.
La vergüenza
En el siglo que ha pasado desde que Freud hiciera sus investigaciones, la relación de los sujetos
con la ley y el goce ha cambiado mucho. Podríamos decir que hemos pasado por un momento
histórico de una gran permisividad en relación al goce que nos condujo a nuestra época, en que
la oferta social constituye más que un permitir, un empujar al goce.
Si la vergüenza que suscita la mirada del Otro pone un límite al goce, el empuje al goce pone
fuera de juego a la vergüenza.
Volviendo a las palabras de la joven paciente: "primero hacía dieta, luego comencé a tener
atracones y sufrí un tiempo por los atracones hasta que me di cuenta de que podía disfrutar de
comer todo lo que quería y seguir estando delgada y guapa".
Es decir que lo que cambia es la posición del sujeto en relación al goce. En un primer momento
el goce pulsional que supone el atracón entra en conflicto con su goce anoréxico, podríamos
decir, con sus ideales. Pero el sujeto se resitúa consintiendo al goce y encuentra una posición
donde "siempre gana". Es como si el atracón ya no fuera algo que le sobreviene sino algo que el
sujeto elige para poder seguir gozando.
Como decíamos antes, vemos en Freud, y también en el primer Lacan, la idea de que la ley, lo
simbólico pone freno al goce. La constitución del sujeto es correlativa de una pérdida de goce,
un tachamiento en el lugar del goce que da lugar a la función del deseo. Así, el sujeto resulta
orientado por su deseo en la búsqueda de una satisfacción imposible de alcanzar pero que el
deseo sigue buscando.
En contraste, hemos caracterizado nuestra época como la del Otro que no existe, es decir, una
época donde la garantía simbólica que supone la función del Otro está en decadencia. Si el Otro
no existe es porque su ley no rige. Ya no se trata de la ley normativa del padre sino, más bien, de
la ley insensata y caprichosa del superyó. El superyó no orienta al sujeto hacia el deseo sino
hacia la búsqueda constante de un goce que nunca es suficiente.
Si el Otro no existe, si su ley no rige, el sujeto se encuentra cada vez más alejado de la dimensión
de la alteridad, se encuentra a solas con su goce, que es lo que vale.
J.-A. Miller traduce el "ya no hay vergüenza" (que aparece al final del Seminario El Envés del
Psicoanálisis) en términos de "estamos en una época de eclipse de la mirada del Otro como
portadora de vergüenza".
El Otro que no existe como Otro de la garantía simbólica, que en un momento llamábamos
"desierto de goce", es ahora un lugar desde donde se ve el espectáculo del goce.
Así, el sujeto ya no se ve confrontado con la "obligación" de pasar por el lugar del Otro, cada vez
encuentra más recursos para la satisfacción que él mismo se puede procurar.
Lacan dice en Televisión que "el sujeto siempre es feliz, siempre se satisface". Lo dice
refiriéndose en realidad a la pulsión.
El sujeto que presenta esta posición, no está tanto representado por un S1 para un S2 como
identificado a un S1 del que extrae un goce y que él desconoce.
Dice Lacan que el pudor (la vergüenza) es "amboceptivo de las coyunturas del ser", es decir, que
anuda al sujeto y al Otro, al ser y al Otro. La vergüenza no está vinculada sólo a lo que hace el
sujeto sino que depende también de lo que hace el Otro. La vergüenza puede surgir tanto por el
acto en el que el sujeto es atrapado por la mirada del Otro como frente al acto del Otro. El
impudor de uno constituye la violación del pudor del otro.
Dice J.-A. Miller: "estamos en la época del eclipse de la mirada del Otro como portadora de
vergüenza". Si el Otro que puede mirar produciendo vergüenza se ha desvanecido, estamos
frente a una mirada que también goza en la (sabiamente llamada por G. Debord) "sociedad del
espectáculo", sociedad en la que todo se da a ver y eso constituye una satisfacción, no un límite.
En cambio, cuando prevalece el honor, éste vale más que la vida. La vida sin honor, sin
vergüenza, se orienta hacia el "primum vivere".
(Esto se puede ver en la inversión que produce Lacan en la escritura del discurso del capitalista,
cuyo primer término aparece como $/S1. En este caso el S1 ya no es un referente para el sujeto.)
La cura analítica
En la anorexia y la bulimia la pulsión escópica ocupa un lugar primordial. De hecho, los avances
en la cura, en muchas ocasiones, están vinculados a cierta separación de la mirada del Otro.
Se trata de una mujer joven, bulímica, que depende absolutamente de la mirada aprobatoria del
Otro en relación, fundamentalmente, a su cuerpo y a sus actos. Esto va cambiando en el
transcurso de la cura. Carla comienza a tener cierta vida social y nuevos compañeros de trabajo
con los que va construyendo una relación.
En este contexto se produce un cambio importante en relación con el síntoma bulímico. Para
entretenerse y no estar tantas horas comiendo y vomitando, se le ocurre hacer adornos con
piedras, telas y abalorios. Hace unos broches muy bonitos, sus compañeros de trabajo
comienzan a comprarlos y ella siente que la valoran por lo que hace. La confección de broches,
que introduce una dimensión fálica, marca un antes y un después no sólo en cuanto al aspecto
autista del síntoma bulímico, sino también en su posición con los otros. Comienza a salir con la
gente de su trabajo, a los que les vende los broches. Es un grupo nuevo, en el que ella por
primera vez no está vinculada a ninguna chica "ideal" que la tiranice y la haga sentirse menos,
ahora puede estar con los chicos sin sentirse tonta.
En esos días tiene un sueño: unas mujeres árabes con la cara tapada por un velo arrojan piedras
azules con líquido amarillo. Relaciona las piedras con lo que fabrica y el líquido con el vómito:
en lugar de vomitar ahora hace bisutería, ha cambiado algo asqueroso por algo valioso. Al igual
que esas mujeres que llevan la cara tapada, va tapada por sus temores. Ella, que no puede
mostrarse desnuda, ¿podrá alguna vez destaparse?
(Este sueño, que liga la cuestión pulsional del vómito con lo sexual constituye un punto de
llegada en relación al síntoma bulímico y, a la vez, anticipa algo que comienza en el sentido de la
separación. La pregunta por la posibilidad de quitarse el velo supone algo muy evidente que es
poder estar sin ropa pero, desde un punto de vista más estructural, equivaldría a ser un sujeto
separado, deseante, sexuado. Carla no puede aún interrogarse sobre la sexualidad porque el
deseo del Otro es aún algo que la horroriza, es un deseo devorador frente al cual se esconde,
pero podemos pensar que el germen de esa pregunta ya está en el sueño.)
Carla puede separarse de la presencia absoluta del Otro, porque, evidentemente, el Otro estaba
allí, presente en su síntoma analítico: buscar la aprobación del Otro. Y la transferencia hizo
posible el trabajo analítico y la elaboración.
El caso de la joven "sin vergüenza", aunque nunca habló de la bulimia sino de sus desordenes
sentimentales, también fue exitoso. Después de algún tiempo, como al pasar, mientras hablaba
de otra cosa, dijo "cuando vomitaba...".
No se trataba entonces de un sujeto desenganchado del Otro, pero su bulimia nunca entró
dialécticamente en la cura, si bien ésta, produjo sus efectos.
Más allá de lo exitoso que pudo resultar este caso, la cuestión que introduce vale para nuestra
reflexión porque se trata de lo que encontramos con más frecuencia en nuestra clínica diaria, es
decir, sujetos en una posición más autística, dando la espalda al Otro, con poca disponibilidad
para el diálogo.
Bibliografía
M. Montalbán, M., "Vergüenza ajena", El Buscón Nº2, Boletín (virtual) de las XII Jornadas
de la ELP.
Miller, J.-A., "Nota sobre la vergüenza" , Freudiana 39, ELP, 2004.