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1.

TENGO TIEMPO

Señor, he salido a la puerta y afuera había personas:


Iban, venían, marchaban, corrían.
Las bicicletas corrían, los autos corrían, los camiones corrían, la calle
corría.

Corrían para no perder tiempo, Corrían en persecución del tiempo,


Para atrapar el tiempo, Para ganar tiempo.

Hasta luego, Señor, excúsame, no tengo tiempo.


Volveré a pasar, no puedo esperar, no tengo tiempo.
Termino esta carta porque no tengo tiempo.

Me hubiera gustado ayudarlos, pero no tenía tiempo


No puedo reflexionar, no puedo leer, me veo desbordado, no tengo
tiempo
Me gustaría rezar, pero no tengo tiempo.

Tú comprendes, Señor, no tenemos tiempo.

De niños tienen que jugar y no les sobra tiempo,


Luego, más tarde, tienen que hacer sus tareas, no tienen tiempo;
Luego, en la enseñanza media y en la universidad tienen sus clases y
tantos trabajos, no tienen tiempo…

Más tarde, recién casados tienen su casa, tienen que arreglarla, no


tienen tiempo…
Y más tarde, ya padres de familia, tienen sus hijos y no tienen tiempo…
de mayores enferman y tienen que cuidarse, no tienen tiempo… más
tarde, ya agonizando, no tienen tiempo… ¡Demasiado tarde!
¡Ya nunca tendrán tiempo!

Así las personas corren persiguiendo el tiempo,


Señor… las personas pasan por la tierra corriendo, apresuradas,
atropelladas, sobrecargadas, enloquecidas, desbordadas y no llegan a
nada jamás, les falta tiempo, a pesar de todos sus esfuerzos, les falta
tiempo, les llega incluso a faltar un horror de tiempo.

Oh, Señor, tú has debido equivocarte en tus cálculos, hay un error


general,
Las horas resultan demasiado cortas
Los días se hacen demasiado cortos
Las vidas son demasiado cortas.
Y tú Señor, que estás fuera del tiempo, sonríes al vernos batallar con él.
Tú sabes lo que haces,
Tú no te equivocas cuando distribuyes el tiempo a las personas,
Tú das a cada uno el tiempo justo para hacer lo que quieres que haga.

Pero no conviene perder tiempo, malgastar el tiempo, matar el tiempo,


Pues el tiempo es un regalo que Tú nos haces,
Pero un regalo fugitivo que no se puede meter en una lata de
conservas.

Señor, si…. Tengo tiempo,


Tengo todo el tiempo que Tú me das,
Los años de mi vida,
Los días de mis años,
Las horas de mis días,
Todas enteras y mías…

A mí me toca llenarlas, tranquilamente, con calma,


Pero llenarlas bien enteras, hasta los bordes para luego ofrecértelas
Para que, de su agua desabrida, Tú hagas un vino generoso
Como hiciste en las bodas de Caná.

Por eso esta noche, Señor,


No te pido el tiempo de hacer esto y aquello y de más allá…
Te pido solamente la gracia de hacer bien a conciencia,
Lo que tú quieres que haga en el tiempo que Tú me das.

FIN
2. HABLAR CON EL OTRO ES, ANTE TODO, ESCUCHAR

Las personas necesitan hablar. Su alma, llena de preocupaciones,


molestias o alegrías, aspira a expresarse. Las palabras son vehículos del
alma y permiten que las personas se comuniquen entre sí.

A menudo los introvertidos sufren mucho porque no logran explicarse.


La timidez, el temor de no ser comprendidos, la ausencia de personas
dispuestas a escucharlos, los paralizan. En efecto, pocas personas son
compañeras acogedoras y dispuestas para sus hermanos y hermanas,
pues pocas se olvidan por completo de sí mismos, para escuchar a los
demás.

El ser humano necesita hablar, contar cosas, que lo compadezcan, que


lo alienten, que lo guíen; escuchar a los demás, escucha más, sin
cansarte, con interés. Algunos mueren por no haber encontrado nunca
a alguien que les haya hecho el honor de prestarles atención.

Si quieres resultar agradable a las personas que encuentras, háblales de


los que les interesa y no de lo que te interesa.

Hablar con otro es ante todo escuchar y pocos saben hacerlo, pues
pocos están vacíos de sí mismos y su yo mete ruido.

Mientras el otro habla, solo pensamos en nuestras cosas…

No interrumpas al otro para hablar de ti. Déjalo hablar hasta que


termine. Si te sientes tentado de hacerlo, ¿no es acaso porque piensas
en ti? Y si piensas en ti, no te brindas por entero al otro.

Si hablas de ti, que sea en función del otro, para aclararle algo,
tranquilizarlo; pero nunca para hacerte notar, para eclipsar, para
desanimar, para aplastar.

Si la otra calla en tu presencia, respeta su silencio; luego, con dulzura,


ayúdalo a hablar. Pregúntale por su vida, sus preocupaciones, sus
deseos, sus molestias; pues hablar con otro es también a menudo
preguntar.

Preocúpate para que el otro no se vaya sin haber dicho todo lo que
quería decir. Si murmura: “lo encontré preocupado”, quiere decir que
no estabas disponible. Si suspira: “no insistí, parecía ausente”, quiere
decir que estabas “en otro lado”.

Si estás inquiero, preocupado por muchos problemas y se presenta


alguien que quiere hablarte. Despréndete con dulzura de las
preocupaciones, el mal humor, el nerviosismo, la obsesión y ofrécelos al
Señor. Comienza de nuevo tantas veces como sea necesario; entonces
quedarás libre para escuchar, recibir, comunicar.

Ve al encuentro del otro, tiéndele la mano. Tender la mano es sonreír,


es preguntar: ¿cómo sigue tu hijo…? O ¿se arregló tu problema?

Y en cada una de estas preguntas vuélcate por entero, vuelca todo el


amor del Señor que invita de manera permanente a que te preocupes
del prójimo.

Si sabes escuchar, muchos irán a hablarte. Muéstrate atento,


silencioso, recogido. Tal vez, aún antes de que pronuncies una palabra
constructiva, el otro se habrá ido, feliz, liberado, iluminado.

Pues lo que inconscientemente esperaba no era un consejo, una receta


de vida, sino alguien en quien apoyarse.

Si debes responde, no pienses que decir mientras el otro habla, pues


ante todo necesita atención, luego vendrán las palabras.

Después confía en el Espíritu Santo; lo que llega primero no es el fruto


de un razonamiento, sino el fruto de la Gracia.

Solo se producirá auténtico diálogo si haces en ti un profundo silencio,


un silencio para acoger al otro, pues en él y por él, Dios llega a ti...

FIN
3. ACOGER LA ALEGRÍA

Todas las personas quieren ser felices. La historia de la humanidad es la


larga y penosa aventura de las personas en busca de la felicidad.

Pero ésta no se logra fácilmente… En el instante mismo en que el ser


humano cree haber conquistado la felicidad, ve su término; la ve morir
entre sus manos y ya sueña con poseer otra. El ser humano se halla en
un callejón sin salida:

Si está ciego, busca donde no encontrará nunca lo que busca, y… o se


resigna y decide disfrutar de los placeres del momento, o bien, si está
desanimado, piensa que la felicidad es un espejismo. Sin embargo, la
verdadera felicidad existe. Y tú puedes encontrarla.

Luchas, te afliges, te peleas por alcanzar la felicidad; te pareces al


deportista que quiere ganar la carrera sin conocer la meta… detente y
busca tu camino.

Todo tu ser tiende a la felicidad. Dios ha grabado en el corazón de todo


ser humano esa hambre y esa sed. Estás hecho para la felicidad, y ese
llamado es en ti la invitación de Dios que te llega desde el fondo de la
eternidad. Si quieres, serás feliz, pues Dios no sembraría si no quisiera
cosechar. Escucha y agradece.

El placer y la alegría existen. El placer y la alegría existen. El placer es la


felicidad del cuerpo; la alegría es la felicidad del alma. No te conformes
con los placeres pues no te saciarán jamás.

Te sientes triste cuando el hambre del placer te acosa y, cuanto más


comes, más hambre tienes y más triste estás. Por eso, si corres solo
tras los placeres, te condenas a la tristeza.
El placer vive un instante y muere; de ahí, el gusto pasajero que
experimentas cuando te alimentas de él. La alegría espiritual no puede
morir. Acógela y conocerás el sabor de la eternidad.

Antes las dificultades de la vida, las adversidades, la muerte, tienes


derecho a llorar… pero ni siquiera el llanto tiene derecho a separarte de
la alegría.

El placer, en efecto, no puede existir donde vive el sufrimiento; en


cambio la alegría puede unirse a los dolores más grandes.
El placer no es un mal si no lo buscas como fin. Puedes consumir lo que
Dios te ofrece para alegrar tu camino y ayudarte a caminar; pero si te
detienes para buscarlo tú mismo y para tu exclusivo provecho, en ese
instante la alegría se desvanece.

El camino de tu felicidad no parte de las personas o de las cosas para


llegar a ti, parte siempre de ti para ir a los otros.

¿Estás triste? ¿Por qué? ¿Nadie ha advertido tu trabajo, tu éxito, tus


esfuerzos? Tienes algo que decir y no te escuchan, no te quieren.

Pide perdón a Dios por tu tristeza, luego presta atención a los demás.
Hazles preguntas, escúchalos, interésate por su trabajo, admira sus
cualidades, comprueba sus méritos… y los demás, sin darse cuenta, te
librarán de tu pena.

¿Por qué no estás contento hoy? No lo sabes. Ofrece al Señor tu fatiga,


tu cansancio y esas viejas preocupaciones y luego, sonríe a los demás.
Sonríe a tu marido, a tu pololo, a tu hermano, al vecino, a tu compañera
de estudios y de trabajo, sonríe al chofer, al guardia, a la cajera, sonríe…
y tu sonrisa llamará a la alegría que se había alejado.
La alegría comienza en el momento mismo en que dejas de buscar la
felicidad, para intentar darla a los demás.

Entonces, si estás triste, detente y averigua la causa de tu tristeza,


encontrarás siempre en el fondo de tu corazón la huella de una actitud
egoísta. No la aceptes. Ofrece a Dios lo que guardabas con tanto celo,
luego olvídate de ti mismo y piensa en tu prójimo más cercano.

En el corazón del ser humano inquiero, el hambre de felicidad no es


más que el hambre de Dios, desventurados los satisfechos que,
saturados de placeres, han ahogado lo infinito de sus deseos.
Bienaventurados, por el contrario, los que aún tienen hambre.

La alegría florece cuando hay entrega, pero la entrega exige el olvido de


uno mismo. Por eso la alegría es la vida reencontrada cuando se ha
aceptado perderla.
En Dios solo hay alegría, pues en El solo hay entrega… Dios es alegría, si
te entregas a Dios, te entregas a la alegría.

FIN.
4. AYUDAME A DECIR “SI”

Me da miedo decir “SI”. ¿A dónde me acabarás llevando Señor? Me da


miedo firmar la hoja en blanco, me da miedo decir “SI” que me traerá
consecuencias.

Y con todo no puedo vivir en paz, Tú me sigues Señor y me cercas por


todos lados… y yo busco el ruido porque me da miedo oírte.

Pero Tú te deslizas en silencio… yo cambio de camino cuando te veo


venir, pero también estás al final del nuevo camino que tomé para
evitarte… ¿Dónde me esconderé? En todas partes te encuentro, ¡no
tengo modo de escapar de Ti Señor!

Y yo tengo miedo de decir “SI”, Señor… tengo miedo de darte la mano;


te quedarías con ella. Tengo miedo de cruzarme con tu mirada; eres
seductor… Tengo miedo de tu exigencia; eres un Dios celoso.

Estoy acorralada, y trato de esconderme, y trato de escaparme, y me


justifico con mi “excesivo” trabajo.

Estoy cautiva, pero me debato y lucho sabiéndome vencido. Tu eres


más fuerte, Señor, tu posees el mundo y me lo quitas.

Y no… no es agradable eso de no poder dejarse nada para uno: si corto


una flor se me marchita entre los dedos, si lanzo una carcajada se me
hiela en los labios, si bailo me quedo jadeante y nerviosa. Y todo me
parece vacío, todo se me hace vano…

En torno a mi Tú has hecho el desierto… y tengo hambre y sed y el


mundo no podría alimentarme… ¡pero si yo te amaba, Señor! ¿Qué es,
entonces lo que yo te he hecho? Yo trabajaba por Ti, yo me entregaba.
Oh gran Dios exigente ¿Qué más quieres?
Hija mía, yo quiero más de ti y del mundo. Antes tú me dabas tu acción,
y eso no me sirve para nada; tú me invitabas a bendecirla, me invitabas
a sostenerla, querías interesarme en tu trabajo.

Pero fíjate bien, al hacerlo, hija mía, tú invertías el juego. Yo antes veía
tu buena voluntad, te seguía con los ojos, pero ahora quiero más; no se
trata que tú hagas tu acción, sino la voluntad de tu Padre del Cielo.
Di “SI” hija mía. Necesito tu “SI” como necesité antaño el de María para
venir al mundo.

Pero un “SI” completo, un “SI” total, un “SI” sin reservas, un “SI” ahora,
no un “SI” para más tarde, para cuando te hayas desocupado de tus
amigos, para cuando hayas terminado ese trabajo “tan importante”, no
un “SI” para cuando vuelvas de la playa, de ir al mall, de ir a comer o
bailar.

Porque soy Yo quien debe meterse en tu trabajo, entrar en tu familia, en


tu barrio, Yo y no tú. Porque es mi mirada la que penetra y no la tuya, es
mi palabra la que arrastra y no la tuya, es mi vida la que transforma y
no la tuya.

Dame todo, ponlo todo en mis manos. Yo necesito tu “SI” para aunarme
contigo y descender a la tierra, necesito tú “SI” total para seguir
salvando al mundo.

Oh, Señor, tus exigencias me dan miedo, pero… ¿Quién puede


resistirte?

Para mi Tu Reino llegue y no el mío, para que se cumpla tu voluntad y


no la mía ayúdame Señor a decir “SI”.

FIN
5. GRACIAS

Hay que saber decir Gracias. Nuestros días están atestados de regalos
que Dios nos envió. Si supiéramos verlos y llevar la cuenta de todos,
llegaríamos a la noche, deslumbradas y radiantes ante tantos dones
recibidos. Como niños en día de Navidad.

Y miraríamos agradecidas a Dios. Y fijadas en que Él nos lo da todos,


seríamos felices al saber que todos los días nos dará regalos nuevos y
distintos.

Todo es don de Dios. Aun las cosas más pequeñas. Y don suyo es esta
colección de regalos que es la vida. Vida que será alegre y sombría
según utilicemos estos dones.

Gracias, Señor, gracias. Gracias por todos los regalos que hoy me has
ofrecido, gracias por todo lo que he visto, oído y recibido.

Gracias por el agua que hoy me permitió ducharme, por el jabón que
me permite sentirme limpia y bienoliente, por la pasta de dientes con la
que he podido refrescar mi boca.

Gracias por las ropas que me abrigan y me protegen del frío, por su
color y por su hechura.

Gracias por comprobar que, a pesar de las diferencias, hay quienes


intentan que los asuntos políticos se vayan arreglando. Gracias por
aquella situación en que la justicia se ha visto cumplida.

Gracias también Señor por esa buena nota de mi hijo en el Colegio, por
el cafecito que compartí con mis amigas.

Gracias por el cambión de basura y las personas que en el trabajan, por


sus gritos mañaneros y los ruidos de la calle que hoy me despertaron.

Gracias por mi trabajo, mis esfuerzos… Gracias por la mirada satisfecha


del jefe y la mirada agradecida del empleado. Gracias por aquel que
contestó mi teléfono y tomó el recado, por aquel que me prestó lo que
me faltaba, por aquella que me convidó un puchito, por el que me llevó
en su auto, por el que me abrió la puerta, por el chofer del taxi que me
llevó a mi destino.
Gracias por la comida que pude preparar y que nos ha dado fuerzas
para trabajar, por el vaso de bebida que apagó mi sed; Gracias por
haber sido invitad a ese asado o a ese cumpleaños haciéndome sentir
que soy querida.

Gracias por esas mañanas frescas con sol, por ese viento en las tardes
de primavera, por esas caminatas con mi amiga, gracias por la
naturaleza, por esas puestas de sol frente al mar.

Gracias por los amigos que el Señor y la vida han puesto en mi camino,
gracias por su compañía, por su afecto, por alegrar mis jornadas, por su
apoyo y también por su corrección cuando fue necesaria.

Gracias por los buenos días que la gente me ha dado, por los apretones
de mano que di, por los abrazos recibidos, por las sonrisas que me han
brindado, por la palabra de aliento de ese cura amigo.

Gracias por mi mamá que me recibe en casa, por su cariño discreto, por
su silenciosa presencia.

Gracias por la casa que me cobija, por la luz que me alumbra, por la
televisión que me entretiene y me instruye.

Gracias por la noche apacible, gracias por las estrellas, gracias por el
silencio. Gracias por el tiempo que me diste, gracias por la vida, gracias
por la Gracia.

Gracias por estar conmigo, Señor, gracias por recibir en tus manos este
paquete de mis dones para ofrecerlo al Padre.

Gracias, Señor, Gracias.

FIN
6. NO HAY MAS QUE DOS AMORES

Hemos sido creados por amor y para el amor.

En la tierra aprendemos a amar. Al llegar nuestra muerte se nos


examinará sobre el amor… si estamos ya bien entrenados, entonces nos
iremos a vivir eternamente en el Amor.

Pero cada vez que aquí abajo nos amamos a nosotros mismos,
falseamos el rumbo de nuestro destino y del destino del universo.

No hay más que dos amores: el amor a nosotros mismo y el Amor a Dios
ya los otros.

Vivir es simplemente escoger entre estos dos amores.

No hay más que dos amores, Señor: el amor a mí mismo y el amor a Ti


ya al prójimo.

Y cada vez que yo me amor, es un poco menos de amor para Ti y los


demás, una fuga de amor, una pérdida de amor…

Pues el amor ha sido hecho para salir de mí y volar hacia los otros.

Cada vez que el amor retorna a mí se marchita, se pudre y muere.

El amor propio, Señor, es un veneno que absorbo cada día.


El amor propio, me ofrece un cigarrillo y no lo ofrece a mi vecino.
El amor propio habla mucho de mí y me hace sordo a las palabras de los
demás.
El amor propio me disfraza y quiere hacerme brillar oscureciendo al
prójimo.
El amor propio está lleno de compasión hacia mí y menosprecia el
sufrimiento de los demás.
El amor propio alaba mis ideas e ignora las de los demás.
El amor propio me incita a ganar dinero y a gastarlo a mi gusto
El amor propio me aconseja dar limosna para acallar mi conciencia y
vivir en paz.
Y lo más grave es que el amor a mí mismo es un amor robado; estaba
destinado a los demás; ellos lo necesitaban para vivir, para crecer y yo
lo he desviado y así mi amor va creando el sufrimiento humano, así el
amor de las personas hacia sí mismas crea la miseria humana, todas las
miserias humanas, todos los dolores humanos.

El sufrimiento del pequeño que es castigado y el del ser humano a quien


el jefe reta ante sus compañeros; el sufrimiento de la niña que se siente
fea y el de la esposa a quien el esposo ha dejado de abrazar.

El sufrimiento del abuelo que dejamos en casa porque estorba y del


niño con defectos ante las burlas de sus compañeros de colegio.

El sufrimiento del ser humano ansioso que no ha podido contar su


tristeza, y del adolescente inquieto de cuyo dolor se han reído.

El sufrimiento del desesperado o del condenado; el del cesante que


quisiera trabajar y el del que trabaja por un sueldo irrisorio.

El sufrimiento del padre que amontona su familia en una sola


habitación o el de la madre cuyos hijos pasan hambre mientras tanta
comida se desperdicia; el sufrimiento de quien muere a solas.

Todos los sufrimientos, todas las injusticias, las amarguras, las


humillaciones, las penas, lo odios, las desesperaciones, todos los
sufrimientos son un hambre insatisfecha, un hambre de amor.

Así las personas han ido construyendo lentamente, egoísmos tras


egoísmos, un mundo desnaturalizado que aplasta a sus hermanos y
hermanas

Así las personas sobre la tierra gastan su tiempo en hartarse de su amor


marchito, mientras a su alrededor los demás mueren de hambre de
amor tendiendo hacia ellos sus brazos.

Señor… hemos malgastado el amor y tu amor.

Esta noche te pido que me ayudes a amar, concédeme, Señor, que


reparta el verdadero amor por el mundo.
Haz que a través de mí y de tus hijos, tu Amor penetre un poco en todos
los ambientes, en todas las sociedades, en los sistemas económicos y
políticos, en todas las leyes, en los contratos, en los reglamentos.

Haz que penetre en las oficinas, las fábricas, los barrios, las casas, los
estadios, las discoteques, los estudios de televisión.

Haz que penetre en los corazones de las personas y que yo jamás me


olvide que la lucha por un Mundo Mejor es una lucha de amor, al
servicio del amor.

Ayúdame a amar, Señor, a no malgastar mi torrente de amor, A


amarme cada vez menos para amar cada vez más a los otros; y que en
torno mío nadie sufra o muera por haberle robado yo el amor que a él
le hacía falta para seguir viviendo.

Hijo mío dice el Señor: Jamás llegarás tú a poner bastante amor en el


corazón del ser humano y en el mundo, pues el ser humano y el mundo
tienen hambre de un amor infinito y solo Dios puede amar con un amor
sin límites.

Pero si Tú lo quieres, hijo, yo te daré mi Vida, tómala en ti, te doy mi


corazón.

FIN
7. LAS DOS DIMENSIONES DEL SER HUMANO

La Persona sola, que se basta a sí misma, resulta imposible de imaginar.


Si quiere triunfar, debe abrirse libre y totalmente a Dios que, en su
amor, no se contenta con hacerlo existir, sino que desea unirse a él y
transformarlo en él.

Pero sobre la tierra, el ser humano tampoco está solo sino ligado a
todos los demás y debe unirse libremente a ellos en el amor.

Solo el santo es un ser humano perfecto que ha liberado totalmente de


sí mismo para acoger “en sí” a Dios y a toda la humanidad.

La persona completa es “El hombre y la Mujer de pie” unido a Dios para


ser transformado en El, hasta en lo más íntimo de su ser… ya no vivo yo,
es Cristo que vive en mí. Esta es la dimensión vertical del ser humano:
Hacia Dios.

El ser humano completo es el que se ha unido a todas las personas, sus


hermanos y hermanas de todos los tiempos y de todos los lugares, para
formar con ellos un todo. Es la dimensión horizontal del ser humano:
Hacia los demás.

Quien no ha alcanzado estas dos dimensiones, es una persona


incompleta, truncada, mutilada.

Eres un miembro de la Humanidad y toda persona también forma parte


de ti, porque también pertenece a la Humanidad.

No te conocerás plenamente hasta que no conozcas al prójimo. Solo


alcanzarás la madurez cuando te unas, por el conocimiento y el amor, a
todas las personas, miembros del cuerpo de la humanidad, de la que tú
mismo eres un miembro.

El niño se convierte en adolescente cuando toma conciencia de sí


mismo; el adolescente se hace adulto cuando toma conciencia de toda
la humanidad.

Toma conciencia de ti mismo; reconocerás tus limitaciones y si las


reconoces, estarás dispuesto a acoger a los demás para completarte y
enriquecerte. Nadie puede vivir solo sin empobrecerse.
Sean cuales fueren tus riquezas interiores personales, si te aíslas, no
alcanzarás la plena madurez. Y si quieres enriquecerte con los demás,
debes unirte a ellos, es decir, amarlos.

Cuanto más los ames, tanto más adulto serás.

Debes hacer una cadena. Primero con aquellos a quienes puedas tomar
de la mano. Tus allegados: tu familia, tus vecinos, tus compañeros, si no
vives en comunión con ellos, cuando la humanidad entera esté reunida,
tú permanecerás aislado. Para encontrar a los otros hay que verlos:
¡abre los ojos!

Para poder acoger a los otros hay que tener espacio dentro de sí; un
lugar en tu interior.

La grandeza de un ser humano se mide por su capacidad de comunión


con sus semejantes.

La salvación del ser humano es una salvación personal y colectiva. Dios


hizo una alianza con un “pueblo”, fundó una “iglesia” … la humanidad
en el pensamiento de Dios, es una familia de hijos del mismo Padre.

Algunos piensas: Dios no hace falta, basta con unirse a las personas en
una inmensa fraternidad. Ahora bien, ¿pueden existir hermanos y
hermanas si no existe un padre?, y ¿Quién puede ser el Padre común si
no el creador de la vida?

Abrirse a Dios y abrirse a las personas, hallar a Dios y hallar al ser


humano.

Si aceptas que disminuya el amor que sientes por tu persona para que
aumente tu amor a Dios y tu amor a los hombres y mujeres, solo
entonces aceptas convertirte en mujer.

FIN

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