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¿Cómo influye la cultura en la evolución humana? / How does culture


influence human evolution?

Article · September 2020

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Sergio Morales Inga


National University of San Marcos
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¿Cómo in uye la cultura en la evolución humana?
Por Sergio Morales - septiembre 13, 2020

21 min. de lectura

La evolución humana es un área de estudio muy discutida. Decenas de libros y


centenares de artículos han analizado sus aspectos durante poco más de un siglo. La
literatura es abundante, diversa y muy complicada. Sin embargo, recientemente una
nueva propuesta se ha sumado al debate dentro de las llamadas teorías
neodarwinistas.

Mediante el análisis de una insospechada variable, esta nueva mirada apunta a


reescribir la ciencia de la evolución humana. Para los antropólogos, biólogos y
psicólogos que desarrollan este enfoque, la cultura no sería un componente
anecdótico sino esencial del proceso evolutivo humano. ¿Qué evidencias
respaldan sus afirmaciones?

Cultura, esa variable oculta

Si revisamos la literatura clásica sobre evolución humana, hallaremos que la cultura no


fue necesariamente un tópico muy discutido. El énfasis que primero se realizó
sobre lo ecológico y lo biológico, y posteriormente sobre lo genético y lo
neurológico, hizo de la cultura un concepto más bien ignorado, una variable oculta.
En On the origin of species, el naturalista Charles Darwin (1859) utilizó el término
cultura en su definición decimonónica para referirse al cultivo de las plantas. Lo mismo
ocurrió en aquella obra destinada al estudio de la evolución humana, The descent of
man and selection in relation to sex (Darwin, 1871a, 1871b). Sin embargo, ello no
significa que la cultura, como hoy la conocemos, haya sido irrelevante para el
naturalista.

Implícitamente, Darwin consideró muchos aspectos que hoy denominamos culturales:


uso de herramientas, lenguaje articulado, religiosidad, moralidad, percepción estética o
sociabilidad. Para algunos académicos, “previo a Darwin, nadie había discutido la
relación entre factores culturales y evolución física humana con tal amplitud y tanto
convencimiento” (Montagu, 1962, p. viii).

Quizá adelantándose a su época, Darwin (1871a) rotuló al ser humano como un


“animal social”. Según el naturalista, aunque los “instintos sociales” aún impulsan el
comportamiento humano, “sus acciones están determinadas en gran medida por los
deseos y juicios expresos de sus semejantes, y desafortunadamente más a menudo por
sus propios deseos egoístas y fuertes” (Ibíd., p. 86).

Más explícito en sus menciones a la cultura fue otro naturalista. Para Alfred Russel
Wallace, si bien el hombre tiene un origen animal (mamífero), ciertos rasgos que
podemos denominar culturales (facultades matemática, musical, artística o metafísica)
no fueron desarrollados por la selección natural. Según Wallace (1889), “en aquellas
facultades especialmente desarrolladas del hombre civilizado […], el caso es muy
distinto” (p. 470).

A mediados del siglo XX, ciertos estudios mencionaron que la cultura podría contribuir a
la explicación de la evolución humana. No obstante, pese a lo señalado por Darwin y
Wallace, dicho concepto no fue del todo aprehendido. Para el biólogo Richard Alexander
(1979), concebir los cambios y rasgos culturales como independientes de la selección
natural “sería paralelo a suponer que la obesidad es una función del apetito” (p. 73).

Dada la polisemia del término (en 1952, los antropólogos Alfred Kroeber y Clyde
Kluckhohn reunieron más de 160 definiciones) y los avances de la genética, “[l]o que
fue casi completamente pasado por alto es que el principal medio del hombre
para adaptarse al entorno físico es la cultura” (Montagu, 1962, p. ix). En ese
tiempo, pocos científicos se interesaron por dicho concepto (Eckhardt, 1979;
Dobzhansky y Boesiger, 1983).
La antropología y el estudio (evolucionista) de la cultura

Si hablamos de evolución social, veremos que también existieron otros aportes.


Nombres como Herbert Spencer, Lewis Henry Morgan o Edward Burnett Tylor fundaron
los cimientos del evolucionismo social clásico. A ellos, se sumaron los trabajos de
Augustus Pitt Rivers, Henry Proctor, Benjamin Kidd o James Mark Baldwin. Obras cuyos
títulos referían a “evolución cultural” o “evolución social” eran comunes en la época.

No tergiversamos si decimos que la antropología fue la primera disciplina en


comprender la importancia de la cultura para la evolución humana. Mediante
amplios estudios etnográficos (trabajo de campo) realizados en diversas sociedades del
globo, los primeros antropólogos reconocieron que si había algo que le permitía al ser
humano adaptarse a múltiples entornos eso era la cultura.

Las investigaciones de Franz Boas, Alfred Radcliffe-Brown, Melville Herskovits, Alfred


Kroeber, Leslie White o Julian Steward tuvieron por objetivo analizar el rol adaptativo
de la cultura. Para Bronislaw Malinowski (1944), injustamente más conocido por su
etnografía en Nueva Guinea, la “función” de la cultura era satisfacer las necesidades
orgánicas del hombre para adaptarlo a su entorno:

“[E]l hombre tiene […] que satisfacer todas las necesidades de su organismo. Tiene
que crear arreglos y llevar a cabo actividades de alimentación, calefacción, vivienda,
ropa o protección contra el frío, el viento y el clima. Tiene que protegerse y
organizarse para tal protección contra enemigos y peligros externos, físicos,
animales o humanos. Todos estos problemas primarios de los seres humanos se
resuelven para el individuo mediante artefactos, organización en grupos
cooperativos y también mediante el desarrollo del conocimiento, un sentido de valor
y ética.” (pp. 36-37)

Si nos damos cuenta, la antropología siempre fue una ciencia evolucionista. No


obstante, aprehender la complejidad de la cultura requirió un esfuerzo propio asumido
por la antropología social. Aunque ambos campos de la disciplina luzcan diferentes, son
dos caras de una misma moneda: una estudia al humano biológico y otra al humano
social, pero ambas estudian al ser humano y su cultura.

El primero en explicitar el papel adaptativo de la cultura en un lenguaje


evolucionista fue el antropólogo Ashley Montagu. Para Montagu (1951), la cultura
es “la forma particular que caracteriza las actividades sociales aprendidas, compartidas
y transmitidas de un grupo” (p. 5). Asimismo, todas las diferencias conductuales entre
personas de diversas familias, grupos étnicos o naciones, son resultado de diferencias
culturales (Ibíd., p. 361).

En Culture and the evolution of man (1962) y Culture: man’s adaptive dimension
(1968), Montagu (junto con Haldane, Caspari y otros) discutió cómo la cultura influye
en la evolución humana en tópicos como sociabilidad, personalidad, desarrollo
cognitivo e inteligencia. Para Montagu (1962), “hasta hoy, muy recientemente, el
papel desempeñado por los factores culturales en la evolución física del hombre
prácticamente no ha recibido atención” (p. vii).

Sin embargo, los trabajos de Montagu y otros posibilitaron que la cultura fuera visible.
Para el genetista Theodosius Dobzhansky (1959), la evolución humana es solo
inteligible como resultado de la interacción entre aspectos biológicos y
sociológicos. En dicho proceso, la cultura es fundamental al constituir el “medio más
poderoso de adaptación del hombre a sus entornos” (Ibíd., p. 354).

¿Qué es la teoría de la herencia dual?

En Culture and the evolutionary process, el antropólogo Robert Boyd y el biólogo Peter
Richerson (1985) formularon la primera teoría sistemática sobre la influencia de
la cultura en la evolución humana: la teoría de la herencia dual (THD en adelante).
Para la THD, la biología y la conducta humanas dependen de dos sistemas de herencia:
el genético (heredado de nuestros parientes biológicos y común a todas las especies) y
el cultural (heredado de nuestros parientes sociales y único de la especie humana).

Considerando los trabajos de Darwin, así como del genetista Luca Cavalli Sforza y del
matemático Marcus Feldman, Boyd y Richerson (1985), formularon una “teoría
darwiniana” sobre la evolución de organismos culturales. Su propuesta describía cómo
la cultura cumple los criterios para conformar un sistema evolutivo
independiente gracias a mecanismos de variación, transmisión y selección.

¿Qué es la cultura para esta teoría? Para Boyd y Richerson (1985), cultura es “la
transmisión de una generación a la siguiente, vía enseñanza e imitación, de
conocimiento, valores y otros factores que influencian la conducta” (p. 2). Gracias a la
elaboración de modelos matemáticos sobre la transmisión de la cultura entre
generaciones, fue posible estipular las condiciones mediante las cuales la selección
natural favorece las formas actuales de transmisión cultural.
La finalidad de la THD es comprender cómo la transmisión cultural interactúa con las
contingencias ambientales y genera la evolución cultural. En esta teoría, el aprendizaje
social —considerado una forma de plasticidad fenotípica— es clave. Según Boyd y
Richerson (1985), “para comprender la evolución de la conducta humana, debemos
comprender cómo la estructura de transmisión cultural, característica de los humanos,
puede haber evolucionado” (p. 12).

Como tal, la THD es una teoría útil porque vincula ecología y evolución (al
comprender los efectos históricos y ecológicos), relaciona al individuo con la sociedad
(mediante las propiedades de nivel poblacional de la transmisión cultural) y analiza la
función de los símbolos (lenguaje, arte, rituales o religión) en la evolución humana.
Ninguna otra teoría ha logrado tal integración.

Evolución cultural acumulativa y coevolución gen-cultura

En The secret of our success, el antropólogo Joseph Henrich (2016) definió la cultura
como aquel “gran cuerpo de prácticas, técnicas, heurísticas, herramientas,
motivaciones, valores y creencias que adquirimos mientras crecemos, mayormente por
aprendizaje de otras personas” (p. 3). Dicho “aprendizaje cultural” —presente solo en
seres humanos— nos permite adquirir información de otros y copiar sus acciones para
adaptarnos al entorno.

Para Henrich (2016), “[l]a clave para entender cómo evolucionaron los humanos y por
qué somos tan diferentes de otros animales es reconocer que somos una especie
cultural” (p. 3). Admitir ello permite incluir otros tópicos de estudio, tales como normas,
rituales, religión, prestigio, sociabilidad, cooperación o inteligencia. Para este marco de
trabajo, la cultura es fundamental.

Conforme las sociedades se desarrollan, se forma la denominada evolución


cultural acumulativa. Hace aproximadamente 1 millón de años, los humanos antiguos
comenzaron a aprender unos de otros, haciendo que su cultura se acumule. A través
del tiempo, diversas prácticas culturales fueron optimizadas para que las generaciones
sucesoras puedan perfeccionar los conocimientos adquiridos. Según Henrich (2016):

“Los productos recién elaborados de esta evolución cultural, como el fuego, la


cocina, las herramientas de corte, la ropa, los lenguajes gestuales simples, las
lanzas y los contenedores de agua, se convirtieron en las fuentes de las principales
presiones selectivas que moldearon genéticamente nuestras mentes y cuerpos. Esta
interacción entre cultura y genes, o lo que llamaré coevolución gen-cultura, condujo
a nuestra especie por un camino evolutivo novedoso que no se observa en otras
partes de la naturaleza, haciéndonos muy diferentes de otras especies —un nuevo
tipo de animal.” (p. 3)

A mediados del siglo XX, estudios antropológicos habían demostrado que las
evoluciones biológica y cultural no eran procesos mutuamente excluyentes (Montagu,
1962, 1968). La THD recoge esa tradición y construye un “suelo intermedio”
entre biología y cultura (Vauclair y Fischer, 2013). Así como los genes se adaptan al
entorno, la cultura también lo hace; dicha interacción produce la coevolución gen-
cultura. La THD es la única teoría evolucionista que de facto (no solo en el discurso)
integra biología y cultura.

De la selección natural a la selección cultural

Reconocer la influencia de la cultura en la evolución humana invita a reconsiderar parte


del marco evolucionista. La modificación más sagaz es que la selección natural —motor
darwiniano del origen de las especies— obtendría ahora un rol secundario. Para la THD,
mientras el sistema de herencia biológico sigue las leyes de la selección
natural, el sistema cultural obedece los preceptos de la selección cultural (SC
en adelante).

El debate sobre los alcances explicativos de la selección natural no es nuevo; es tan


antiguo como la misma teoría evolucionista. Fueron Darwin y Wallace los primeros en
debatir los “límites” y la “insuficiencia” de la selección natural en torno a rasgos
centrales de la anatomía y psicología humanas (Wallace, 1871). Podría decirse que el
debate nature-nurture fue una constante y no algo reciente.

Si hablamos de evolución, la selección natural es su principal mecanismo. Sin embargo,


la cultura ha demostrado ser capaz de modificar las presiones de la selección natural
para reinfluenciar la evolución humana, incluso a nivel genético. Para Montagu (1962),
“es principalmente mediante presiones culturales que la naturaleza primate, en el caso
del hombre, ha sido cambiada hacia una naturaleza humana” (p. ix).

Este giro no debe hacernos creer que la selección natural ya no tiene función alguna.
Siguiendo a Montagu (1962), “como un refrescante río, su curso simplemente ha sido
redirigido para fluir en canales más profundos y nuevos” (p. xii). La selección natural
ahora opera en nuevas áreas de adaptación que constituyen el nuevo entorno del ser
humano: las diversas culturas.
Para Henrich (2016), la selección natural no ha desaparecido sino favorecido a los
mejores aprendices, es decir, a quienes copian, emplean y transmiten mejor la cultura.
En efecto, reconocer que somos una “especie cultural” implica que la cultura
asuma un rol protagonista y que constituya el “principal conductor de la
evolución genética humana” (p. 315).

Gracias a la primacía de la cultura es que emerge la SC. ¿En qué consiste dicho
mecanismo?

La SC es resultado de nuestra psicología étnica, la cual refleja nuestra capacidad de


identificar grupos, asimilar miembros, obedecer normas y castigar infractores (Russel y
Muthukrishna, 2018). Como tal, refiere a la selección ocurrida entre “grupos culturales”
que comparten un mismo “paquete de rasgos culturales” como dialectos, normas,
valores, creencias o conductas (Ibíd.). Para la THD, determinados rasgos culturales
pueden darle a cierto grupo una ventaja selectiva sobre otros grupos que carezcan de
tales rasgos.

Quizá por destronar a la selección natural, la SC fue un tópico muy resistido. En 2012,
dicho concepto propició un feroz debate en el portal Edge.org, donde múltiples
científicos terminaron divididos en dos bandos rivales: quienes criticaban la SC (Steven
Pinker, Richard Dawkins, Daniel Dennett, John Tooby, Helena Cronin, etc.) versus
quienes la respaldaban (Boyd, Richerson, Henrich, D.S. Wilson, Peter Turchin, Harvey
Whitehouse, Daniel Everett, etc.).

Pese a las críticas, Richerson y compañía (2016) demostraron que la SC jugaba un “rol
esencial” en la cooperación —característica central de la conducta humana y manifiesta
en fenómenos como lenguaje o religión. Mediante una “coevolución gen-cultura
culturalmente liderada”, se demostró que la evidencia es “más que suficiente” para
considerar la SC “una explicación básica de la habilidad altamente inusual de
nuestra especie para crear grandes sociedades con amplia cooperación entre
no-parientes” (p. 16).

De hecho, uno de los tópicos más discutidos por esta nueva perspectiva es la
cooperación. Al considerar que el altruismo y la selección de parentesco son
“insuficientes” para explicar la cooperación en sociedades complejas y de pequeña
escala, la THD “contrasta fuertemente” con la “visión canónica” de Pinker y Dawkins
(Henrich, 2016, p. 142). Y es que para entender la cooperación humana debemos
considerar “cómo nuestros instintos sociales se aprovechan, magnifican y recombinan
dentro de una red entrelazada de normas sociales evolucionadas culturalmente” (Ibíd.,
p. 143).

Evolución culturalmente dirigida y nicho cultural

En su estudio sobre SC, Richerson y compañía (2016) postularon una “coevolución gen-
cultura culturalmente liderada”. Semejante idea se halla en otros estudios que postulan
una “asimilación genética culturalmente dirigida” (Dor y Jablonka, 2000). En efecto, la
lógica de la evolución cultural es que la cultura dirige la evolución humana
(algo impensado para la teoría evolucionista estándar). Dicha lógica rescata un
concepto eje.

Construcción de nicho refiere a cómo los organismos modifican su entorno, alterando


las presiones selectivas e influenciando su propia evolución. Para Kevin Laland y Michael
O’Brien (2011), tal concepto enfatiza en los cambios de los entornos y difiere de la
“visión convencional” al reconocer que los organismos “codirigen su propia
evolución”. Al modificar su proceso evolutivo, los organismos constructores de nichos
ya no son considerados simples “vehículos” de sus genes (como Dawkins solía decir).

Esta interacción organismo-entorno posibilita una “herencia ecológica”, un conjunto de


rasgos heredados de organismos constructores de nichos de generaciones previas que
opera como un tercer sistema de herencia. Para Laland y O’Brien (2011), en seres
humanos la construcción de nichos es “la mayor fuente de funcionalidad en el mundo,
así como el mayor conductor de dinámicas ecológicas y evolutivas” (p. 199). Aquí la
cultura nuevamente cobra importancia.

Un nicho cultural —la alteración del ambiente mediante prácticas culturales— establece
cómo la cultura modifica la selección natural vía interacciones individuo-
entorno causalmente recíprocas. Ello permite comprender la superior adaptabilidad
del ser humano a múltiples geografías. Como tales, “los procesos culturales proveen un
motor particularmente poderoso para la construcción de nichos humanos” (Ibíd., p.
195).

Según Pascale Gerbault y compañía (2017), la tolerancia a la lactosa es “uno de los


ejemplos más claros” de construcción de nicho cultural humano. Para los autores, la
variación genética relacionada a tal rasgo corresponde con los orígenes históricos de la
domesticación de ganado vacuno y el comercio de lácteos. Ambas prácticas,
transmitidas culturalmente, constituyen ejemplos de nicho cultural y, más
generalmente, de cómo la cultura influencia la evolución genética humana.
Entonces, ¿es biología o cultura?

En los debates sobre evolución humana, más famosas que las teorías son los
determinismos y/o reduccionismos que defienden a ultranza que todo es genético o
biológico porque —como dicen sus entusiastas promotores, con sobrado autobombo—
la conducta humana no puede explicarse solo por la cultura. Al respecto, la THD tiene
una postura clara que, si miramos bien, no es nueva.

Para Dobzhansky y Montagu (1962), los cambios evolutivos previos al ser humano son
“procesos familiares a lo largo del mundo viviente” (p. 149). No obstante, aunque
indiscutible en tópicos puramente biológicos, este precepto se vuelve una “falacia” si es
aplicado en evolución humana para defender un “biologicismo estrecho” (Ibíd.). Como
tal, el ser humano es un “producto único de la evolución” porque “ha escapado de la
esclavitud de lo físico y lo biológico hacia un entorno social multiforme” (Ibíd.).

Según Henrich (2016), la THD es “bastante diferente” de la teoría evolucionista


habitual, la cual postula una “vía causal unidireccional” (p. 315). Para estas miradas
“canónicas” —dice Henrich— la cultura y la evolución cultural serían “fenómenos
relativamente recientes” que apenas “rascan la superficie del gran núcleo de la
naturaleza humana surgida mediante procesos evolutivos puramente genéticos” (Ibíd.)
[Figura 1].

Figura 1. Modelo evolucionista obsoleto.

Fuente: Henrich, 2016, p. 315.

Para estos enfoques ciertamente anticuados, lo genético, lo biológico y lo psicológico


son esenciales (y hasta universales), mientras lo conductual y lo cultural son
considerados simples epifenómenos. Sin embargo, si adaptamos el esquema de Henrich
a las contribuciones de la THD, el resultado sería, más o menos, el siguiente [Figura 2]:

Figura 2: Modelo evolucionista actual.


Fuente: elaboración propia.

En este nuevo modelo lo genético no produce unilinealmente la biología y la psicología


ni estos producen unilinealmente la conducta y la cultura. Para la THD, los genes y la
cultura coevolucionan, generando la biología, conducta y psicología humanas.
Es un sutil reordenamiento de términos donde la biología (otrora matriz de todo lo
humano) es divorciada de lo genético y resultado de presiones culturales. Lo que
siempre fue causa, ahora es consecuencia. En palabras de Henrich (2016):

“No se trata solo de que estos enfoques anteriores no tengan en cuenta algunas
influencias menores de la cultura en la biología o algunos bucles recientes y raros de
retroalimentación que muestran cómo las prácticas culturales, como beber leche de
vaca, han moldeado los cambios genéticos; estos puntos de vista evolutivos ahora
obsoletos no reconocen que la fuerza central que impulsa la evolución genética
humana durante cientos de miles de años, o más, ha sido la evolución cultural.” (p.
316)

Para Vauclair y Fischer (2013), los promotores de la THD sostienen que los procesos
biológicos juegan un “rol muy minoritario” en la explicación de la diversidad humana.
Tal cambio ocurre porque diversas variables culturales modifican los procesos de
selección biológica y la probabilidad de que la información genética sea adaptativa
(Ibíd.). En otras palabras, la cultura reemplaza al gen y toma su lugar como principal
factor explicativo de la evolución humana.

Crítica al adaptacionismo

A mediados del siglo XX, los biólogos Stephen Jay Gould y Richard Lewontin (1979)
denominaron “paradigma panglossiano” a esta moda de considerar que
cualquier rasgo es una adaptación. Los llamados adaptacionistas citan a Darwin
para afirmar que asuntos como el lenguaje articulado, la preferencia femenina por
hombres adinerados o hasta el cunnilingus son adaptaciones biológicas posibilitados por
la selección natural.

Por considerar irrelevante a la cultura, las hipótesis adaptacionistas son el principal


blanco de ataque de la THD. La disciplina más acusada de adaptacionista es, sin
duda, la psicología evolucionista (PE en adelante). Aunque las críticas que ha
recibido dan para otro artículo, es pertinente mencionar algunas para comprender este
problema. Aunque la antropología evolucionista (en adelante AE) y la PE tengan un
objetivo común (estudiar la evolución humana), su diferencia más notoria yace en su
concepción de cultura:

“Desde la teoría de la coevolución gen-cultura —disciplina rival y, a la vez,


complementaria de la psicología evolucionista en el estudio del comportamiento y la
cultura humana—, autores como Peter Richerson, Robert Boyd o Joseph Henrich
afirman que las hipótesis de los psicólogos evolucionistas malinterpretan el papel
que desempeña la cultura en la capacidad de adaptación de nuestra especie”.
(Castro y Toro, 2018)

Para la PE, la cultura es producto de la selección natural; en cambio, para la


AE, la cultura es la primera fuerza de la evolución humana. Temprano, Boyd y
Richerson (1985) señalaron algunas dificultades sobre cómo la cultura era concebida en
la teoría evolucionista clásica. Opuesta a la sociobiología, la THD defiende que “los
detalles de la transmisión cultural son esenciales para entender la evolución de la
conducta humana” (p. 14).

Jerome Barkow, Leda Cosmides y John Tooby (1992) —fundadores de la PE—


sostuvieron en The adapted mind que la cultura ha sido generada por “mecanismos de
procesamiento de información situados en las mentes humanas” (p. 3). Por tanto, para
entender la relación entre biología y cultura, primero debemos considerar la
“arquitectura de nuestra psicología evolucionada”. En ese texto, los autores también
afirmaron que la cultura, la mente o la conducta “son todos fenómenos biológicos”
(Ibíd., pp. 20-21).

En una entrevista, Henrich (uno de los principales críticos) sostuvo que en la PE no


hay una consideración a la evolución cultural, ni un esfuerzo por modelar la
generación de adaptaciones culturales, ni una inclusión de diversas
poblaciones humanas (hicieron experimentos con estudiantes universitarios), ni una
teoría de la evolución humana, sino una “teorización de bajo nivel” (Wilson y
Henrich, 2016).

Henrich (2016) también objetó que Pinker y David Buss (principal representante de la
PE) consideren la selección natural como “el único proceso capaz de crear adaptaciones
complejas” (p. 113). Al menos desde el surgimiento de la THD, “la selección natural ha
perdido su estatus como el único ‘tonto’ proceso capaz de crear adaptaciones complejas
bien ajustadas a las circunstancias locales” (Ibíd., p. 114).

¿Qué tan cierto es lo dicho?

Para sustentar su punto, Henrich citó dos ensayos. En el primero (incluido en The
adapted mind), Pinker y Bloom (1990) afirmaron que el lenguaje humano muestra
“signos de diseño complejo”, por tanto, la “única explicación” para tal complejidad sería
la selección natural (p. 726). En el segundo, Buss y compañía (1998) sostuvieron que la
selección natural era el “único proceso causal conocido capaz de producir adaptación”
(p. 542).

El adaptacionismo o la sobreestimación de la selección natural resulta de una


lectura muy optimista (o muy mala) de Darwin. En The adapted mind, Barkow y
compañía (1992) sostuvieron que Darwin brindó una “explicación naturalista” de los
organismos, incluyendo “las propiedades de las mentes de animales, sin exceptuar a los
humanos” (p. 8) [cursivas mías]. Si seguimos leyendo, hallaremos aún más
sobreestimación:

“La teoría de la evolución por selección natural expandió enormemente el rango de


cosas que podrían explicarse, de modo que no solo los fenómenos físicos como
estrellas, cadenas montañosas, cráteres de impacto y abanicos aluviales podrían
localizarse y explicarse causalmente, sino también cosas como ballenas, ojos, hojas,
sistemas nerviosos, expresiones emocionales y la facultad del lenguaje.” (Ibíd., p.
52)

Para Boyd (2018), los psicólogos evolucionistas asumen que la selección natural moldea
la psicología humana para que los individuos se comporten de forma adaptativa; sin
embargo, “no hay razón para que los mecanismos de aprendizaje tengan que favorecer
el comportamiento adaptativo en ningún caso en particular” (p. 60). Si nos referimos a
la conducta humana, es necesario rediscutir los alcances explicativos de la selección
natural. Si vamos a la fuente, veremos que ni el mismo Darwin (1871) creyó que
toda conducta humana pudiera explicarse vía selección natural:

“Importante como la lucha por la existencia ha sido y aún lo es, sin embargo, en lo
que respecta a la parte más alta de la naturaleza del hombre, hay otras agencias
más importantes. Porque las cualidades morales avanzan […] mucho más a través
de los efectos del hábito, los poderes del razonamiento, la instrucción, la religión,
etc., que a través de la selección natural; aunque a esta última agencia se le
pueden atribuir con seguridad los instintos sociales que proporcionaron la base para
el desarrollo del sentido moral.” (pp. 403-404)

Al reflexionar sobre la “parte más alta” del hombre (sus facultades más humanas),
Darwin prefirió basarse en evidencia antropológica (citó a Tylor y John Lubbock). Creer
que Darwin sostuvo que toda conducta humana podía ser explicada vía selección
natural es un error, pues ser adaptacionista implica distorsionar sus argumentos. Por
ello la PE ha recibido críticas que la AE no ha recibido jamás pues, aunque compartan
objetivos, operan de manera distinta. Por reconocer los límites de la selección natural
en la evolución humana, la THD realiza una interpretación más fiel de Darwin que la PE.

Somos animales, pero animales culturales

Últimamente está de moda que algunos opinólogos y divulgadores de YouTube afirmen


que los humanos somos animales porque realizamos las mismas conductas que otras
especies (Morales, 2019). Sin embargo, comparar conductas humanas y animales es
riesgoso porque entre ambas no hay relación causal: que chimpancés, bonobos o aves
de corral hagan ‘n’ cosa no explica por qué los humanos hacemos ‘n’ cosa.

Si bien es cierto que primates y humanos compartimos, por ejemplo, emociones


básicas, también es cierto que compartimos formas de aprendizaje social. Asimismo,
sostener que compartimos casi el 99% de información genética con los
chimpancés no explica por qué, con ese 1% restante, los seres humanos
hemos producido civilizaciones complejas, artes, ciencias y tecnologías. En
genética, un 1% no es insignificante, sino todo lo contrario.

Afirmar que el ser humano es un animal no es del todo errado, pero sí flojo. No
obstante, explicar conductas humanas mediante conductas animales sí es un error
porque implica distorsionar la teoría evolucionista y poner un pie en el biologicismo. Si
alguien dice que la biología es más importante que la cultura y la socialización juntas, y
acompaña su argumento con fotos de chimpancés o pavos reales, ese alguien es
biologicista.

La explicación evolucionista de la conducta humana no yace en los genes, sino


en cómo el entorno la moldea. Incluso si una conducta estuviera genéticamente
determinada, la explicación evolucionista invita a descubrir qué “patrones ambientales”
favorecieron tal transmisión genética (Creanza, Kolodny y Feldman, 2017, p. 7783). Por
ello, acusar a un evolucionista de determinismo ambiental es como acusar a un
científico de cientificismo: puede parecer que lo criticamos, pero en el fondo le estamos
haciendo un favor.

Asimismo, la instancia explicativa de la conducta (lo que metodólogos llamarían unidad


de análisis) no puede ser el individuo mismo, sino las contingencias ambientales en las
que está inserto. Para la THD, la cosa es clara: el ser humano es un animal, pero un
“animal diferente” (Boyd, 2018), una “especie cultural” (Henrich, 2016). En palabras
del antropólogo genetista Robert B. Eckhardt (1979):

“Desde un punto de vista antropológico […] el ser humano es, por definición, un ser
culturado. Los humanos solo pueden desarrollarse dentro de una cultura; no pueden
sobrevivir sin el sistema de creencias e inventos que solo se pueden aprender de
otros humanos. La dependencia de todos los humanos a una cultura elaborada es
una característica distintiva de nuestra especie y es el concepto unificador de la
perspectiva antropológica.” (p. 10)

Para Robert Boyd y Joan B. Silk (2009), un enfoque evolucionista “no implica que la
conducta esté genéticamente determinada o que el aprendizaje y la cultura sean poco
importantes” (p. xxiv). En realidad, es todo lo contrario: “el aprendizaje y la cultura
juegan roles cruciales en la conducta humana” (Ibíd.). Las diferencias cognitivas,
lingüísticas, educativas, políticas o de género entre diversas poblaciones humanas son
resultado de la cultura y no de genes, hormonas o cerebros.

Hacia una teoría de la conducta humana

Gracias a modelos verbales y formales que integran ciencias naturales y sociales, la


THD puede consagrarse como una potencial Teoría de la Conducta Humana
(Russel y Muthukrishna, 2018). Sus densos modelos matemáticos le han valido el
espaldarazo de Peter Turchin, fundador de la cliodinámica (análisis matemático de la
historia). El libro Mathematical models of social evolution (McElreath y Boyd, 2007)
aborda con suficiencia la formalización de las teorías de evolución cultural.

El alcance de la THD es amplio y los temas estudiados por ella son muchos; algunos de
ellos son fundamentales para la explicación de la evolución humana: cognición
(Bender, 2019), desarrollo cerebral (Muthukrishna et al., 2018), religión
(Norenzayan et al., 2016) o lenguaje (Sterelny, 2016). Asimismo, es una de las teorías
evolucionistas que mejor explica la evolución de las culturas animales (Whiten, 2019).
Ninguna teoría ha logrado integrar lo genético y lo cultural con tal rigurosidad como la
THD. Actualmente, la evolución cultural como área científica se ha liberado de la
antropología (también hay biólogos y psicólogos) y ha obtenido mayor visibilidad en la
literatura académica (Mesoudi, 2011; Richerson y Christiansen, 2013; Lewens, 2015;
Tomlison, 2018; Van den Bergh, 2018). Asimismo, por obvias razones, la THD es lejana
de cualquier constructivismo sociocultural.

¿Cuán importante es la cultura para la evolución humana? Según Henrich (2016),


“tratar de comprender la evolución de la anatomía, fisiología y psicología humanas sin
considerar la coevolución gen-cultura sería como estudiar la evolución de los peces sin
considerar el hecho de que estos viven y evolucionan bajo el agua” (p. 317). Como
vemos, hay evidencias que son inescapables.

Los términos cultura, sociedad, socialización o roles no deberían espantar a


quienes dicen conocer de teoría evolucionista. Los estudiantes más jóvenes deben
saber que para explicar evolutivamente la conducta humana no hace falta hablar de
selección natural, predisposición genética, Pleistoceno, testosterona, bonobos o Pinker.
Ellos deben saber que en el espectro académico hay otras y mejores alternativas.

A mediados del siglo XX, Dobzhansky (1973) sostuvo que “nada en la biología tiene
sentido excepto a la luz de la evolución”. Considerando los descubrimientos de la THD y
parafraseando aquel famoso lema, hoy podemos decir que nada en la biología
humana tiene sentido excepto a la luz de la evolución cultural.

Desde hace varios miles de años, los humanos no vivimos en la cruda naturaleza sino
en complejas organizaciones culturales (tribus, clanes, sociedades, ciudades, estados o
imperios) que, moldeando nuestros cuerpos y mentes, nos alejaron de la vida salvaje y
nos hicieron quienes somos. Lo que comanda nuestra conducta no es la biología, sino
nuestra cultura evolucionada. Esto no es reduccionismo, es siglo XXI.

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Sergio Morales
https://cienciasantropologicasblog.wordpress.com/

Sergio Morales Inga es bachiller (licenciado) en antropología por la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, en Perú y maestrante en epistemología por la misma institución académica. Columnista de
antropología, género y epistemología de las ciencias sociales en Ciencia del Sur. También realiza
divulgación de las ciencias humanas a través del blog Ciencias Antropológicas.

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