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El enfoque de la ESI y sus ejes conceptuales

Clase 3: Construcción social de la violencia y violencia de


género en parejas entre adolescentes

La construcción social de la violencia de género


En el marco de reflexión que venimos desarrollando, pensamos la violencia como un fenómeno de
carácter y de construcción social distanciándonos de posturas que la asocian, por ejemplo, con las
adicciones, la pobreza o la falta de instrucción, con las enfermedades o con muchas otras etiologías
restringidas al orden de lo biomédico, lo patológico o de las carencias personales; posturas estas que
no harían más que sugerir tratamientos individuales. La perspectiva social que incorporamos aquí nos
posibilita, por el contrario, pensar este fenómeno como una problemática que puede ser cuestionada y
modificada desde cada sector, rol, pertenencia y contexto social.

La situación de una persona se encuentra condicionada por los diferentes entornos con los cuales esa
persona se relaciona: su entorno familiar y social, las instituciones de las que forma parte, la cultura a
la cual pertenece, los marcos jurídicos y las políticas públicas vigentes, etc.

Esta mirada señala que las formas de organización, las concepciones, nuestras prácticas o
comportamientos y las relaciones sociales incorporan, reproducen y resignifican componentes
culturales que le inscriben socialmente a los distintos ámbitos patrones de características comunes. Así,
por ejemplo, las actitudes sociales hacia la violencia, las creencias estereotipadas con respecto a los
roles y lugares sociales del hombre y de la mujer, las expectativas de los grupos acerca de los métodos
de disciplina y de toma de decisiones en el hogar y en las instituciones, y el nivel general de violencia
en el país y en la propia comunidad conforman matrices sociales que sostienen y perpetuán modelos
jerárquicos y abusivos de vinculación. (Cantón Duarte y Cortés Arboleda, 1997).

Los valores, los sistemas de creencias e ideologías conforman matrices simbólicas que moldean los
distintos contextos de la vida social hasta llegar al nivel más cercano y concreto para un niño o una niña

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como lo es el ámbito de su medio familiar. Es así que, mediante los procesos de socialización durante la
infancia logran articularse el nivel de lo intrafamiliar con el contexto más amplio macrosistémico o
sociocultural. (Misuti, Ochoa y Molpeceres, citados por Bringiotti, 1999).

Cifras de violencia en nuestro país


Las investigaciones en todas partes del mundo demuestran que las mujeres, las niñas y los niños
constituyen la población en riesgo con mayores posibilidades de sufrir tratos abusivos y que es la
población femenina la que realiza el mayor número de consultas legales y de denuncias por sufrir
alguna forma de maltrato; sin dejar de considerar que una gran cantidad de mujeres violentadas en sus
ámbitos domésticos, o fuera de ellos, aún no se atreven a exponer su situación y a pedir ayuda. Las
siguientes cifras nos permiten dimensionar y registrar la cara más cruenta y extrema de la realidad que
estamos abordando:

En el sondeo de la Universidad Abierta Interamericana, el 85 por ciento de las mujeres


respondió que sufrió algún tipo de acoso en la vía pública, un aumento de 27 por ciento
respecto de 2016. Los tipos de acoso incluyeron varias modalidades: si recibieron
silbidos, bocinazos, comentarios acerca de su cuerpo, insultos o gestos vulgares,
comentarios sexuales explícitos, sexistas, si alguien la siguió o le obstruyó el paso
intencionalmente, si le mostró sus partes íntimas, si se masturbó frente a ella, si la
atacó físicamente.

El Ministerio Nacional de las Mujeres, Géneros y Diversidad releva del informe


estadístico de llamados nacionales a la línea 144. De enero a diciembre de 2021, se
recibieron 113.340 comunicaciones en las tres sedes de la Línea 144. 25.301
comunicaciones que fueron derivadas a distintos canales de asistencia para su
seguimiento (intervenciones).

El 98 % de las personas que se comunicaron son mujeres; 64 % tienen entre 15


y 44 años; 463 (2%) se encontraban embarazadas; 565 tenían algún tipo de

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discapacidad.

De los agresores, el 88% son varones; 49 % de los casos involucra a una expareja
como agresor; 3 % de los casos quien agrede es la pareja actual.

El 92% corresponde a la modalidad violencia doméstica, mientras que el 2%


corresponde a violencia institucional y 1% a violencia laboral.

En relación con los tipos de violencia registrados, el 95% manifestó haber


atravesado violencia psicológica, mientras que el 67% refirió el ejercicio de
violencia física y el 14% violencia sexual. En el 13% de los casos se utilizó un
arma (de fuego o punzocortante).

En nuestro país, anualmente, cerca de 3.000 niñas y adolescentes menores de


15 años se convierten en madres. Muchos de esos embarazos, en particular
antes de los 14 años, son producto de violencia sexual ejercida por integrantes
de la familia o del entorno cercano bajo distintas formas de coerción que
abarcan desde la imposición forzada hasta las amenazas, abuso de poder y otras
formas de presión.

Desde la Oficina de la Mujer (OM), que funciona en la Corte Suprema de Justicia


de la Nación, se elaboró la edición 2021 del Informe de Femicidios de la Justicia
Argentina, identificando 251 muertes por violencia de género. De ellos 231
fueron víctimas directas (226 mujeres cis y 5 trans) y 20 femicidios vinculados
(agresión simultánea a una persona cercana a la mujer violentada). El 88%
conocía al agresor y el 62% de los asesinatos fueron cometidos por las parejas o
exparejas de las víctimas. Estas mujeres tenían 182 niños, niñas y adolescentes
a cargo.

Estas cifras son conmocionantes y al mismo tiempo disonantes desde un registro más racional.
Descolocan y perturban arraigadas imágenes culturales instaladas, que asocian fuerte e

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indefectiblemente a la familia con un entorno de afecto, sostén y de cuidado. Sin embargo, la realidad
nos muestra que, en los grupos familiares en los que se viven situaciones de violencia, es posible
encontrar patrones de comportamiento, modos de relación y creencias que perpetúan su
naturalización, reproducción y justificación.

La violencia en el contexto doméstico


Nuestra sociedad actual, aún contenedora de componentes culturales prevalecientes en las sociedades
patriarcales, todavía incluye y transmite concepciones y creencias que, en muchos casos, favorecen la
conformación y organización familiar en torno a estructuras rígidas, verticalistas y autoritarias, o desde
las cuales se genera desigualdad en cuanto a los derechos, desarrollo de capacidades y de poderes
entre sus miembros, de acuerdo al género y también a la edad (esta violencia tiene una
direccionalidad, que va de personas adultas a menores de edad y de varones hacia mujeres, ser varón y
adulto constituye el lugar de mayor poder). Por los procesos de socialización de género, en las familias
en las que hay una adhesión mayor a roles estereotipados, puede tener lugar la reproducción de
posiciones asimétricas en la pareja (como resultante de la distribución cultural de atributos y recursos
simbólicos y materiales entre varones y mujeres y la negación de las disidencias) y creencias en torno a
las exigencias del ¨verdadero amor¨, tales como la entrega incondicional, dar sin pedir nada a cambio,
perdonarlo todo, etc.

Como leíamos en la clase 1, una de las formas que adopta la violencia de género es la que tiene lugar
en el ámbito doméstico. La Ley 26.485 tipifica esta modalidad de violencia entendiéndola como
aquella ejercida contra las mujeres por un integrante del grupo familiar, independientemente del
espacio físico donde ésta ocurra, que dañe la dignidad, el bienestar, la integridad física, psicológica,
sexual, económica o patrimonial, la libertad, comprendiendo la libertad reproductiva y el derecho al
pleno desarrollo de las mujeres. Se entiende por grupo familiar el originado en el parentesco sea por
consanguinidad o por afinidad, el matrimonio, las uniones de hecho y las parejas o noviazgos. Incluye
las relaciones vigentes o finalizadas, no siendo requisito la convivencia.

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En los grupos familiares en los que se viven situaciones de violencia, es posible encontrar patrones de
comportamiento, modos de relación y creencias que favorecen perpetúan su naturalización y
justificación. Estos patrones, pueden ser en muchos casos aprendidos e incorporados fuertemente por
la significación y la dependencia de las relaciones más cercanas. Las historias de vida de los miembros
de la familia constituyen así un condicionante importante en esta problemática.

Así, los antecedentes de quienes están involucrados en relaciones violentas muestran un alto
porcentaje de contextos violentos en las familias de origen. Aunque las incidencias de los mandatos
culturales y familiares tienen una impronta importante en la problemática, no determinan
inexorablemente el futuro en la construcción de los vínculos sexoafectivos. En diversos trabajos
académicos sobre la problemática que abordamos, existen coincidencias en cuanto a que mientras que
retrospectivamente en los estudios de investigación las historias de quienes ejercen maltrato conducen
de forma aparentemente inevitable al maltrato padecido en la niñez, prospectivamente el padecer
maltrato no lleva necesariamente a su reproducción. En este sentido se hacen evidentes las múltiples
posibles trayectorias en el desarrollo. Así, por ejemplo, la disponibilidad de vínculos de apoyo
emocional en la infancia, una experiencia terapéutica profesional en un período determinado de la vida
y la formación de una relación estable donde se construya el respeto en la adultez, pueden ser factores
importantes en la discontinuidad del ciclo del maltrato. (Gracias Fuster, 1995). En este sentido el papel
de la escuela también es clave en estos procesos de desnaturalización y deconstrucción de los
soportes que sostienen cualquier expresión de las violencias.

Por último, a partir de los análisis recogidos por distintos estudios representativos, se ha podido
observar que la violencia de género en el ámbito doméstico es semejante a la violencia en las
relaciones de noviazgo y vínculos sexoafectivos de adolescentes y jóvenes por el hecho de presentar
algunas características comunes como: a) la prolongación en el tiempo; b) las consecuencias
perjudiciales; c) la reincidencia a lo largo del tiempo. En este sentido, algunas/os autoras/es han
planteado la posibilidad de considerar la violencia en los primeros vínculos sexoafectivos como puente
de unión entre la observación de la violencia en las familias de origen y la violencia doméstica
(González Lozano, 2008).

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Lo familiar en una trama social amplia
La familia, entonces, desempeña un papel de vital importancia como agente de socialización y como
transmisor de determinados estilos de vinculación familiar, pero también espacios tales como la
escuela u otras instituciones sociales cumplen efectivamente esa misma función. El microsistema
familiar forma parte de un sistema más amplio compuesto por las instituciones en las que participa,
sus parientes, las personas conocidas, la red social cercana, etcétera. Actores que influyen, a su vez,
en la formación de la trama vincular y socializan transmitiendo determinados patrones culturales y
sociales. En este sentido, muchas prácticas institucionales recurrentes y naturalizadas entre sus actores
tales como el grito, la desvalorización, la discriminación, la humillación, no escuchar y la falta de
compromiso frente a hechos de violencia pueden considerarse como modalidades de actuación que se
suman al conjunto de procesos que reproducen la violencia en los contextos microsociales.

Por otro lado, los medios de comunicación suelen difundir exclusivamente una muestra continua de
historias donde la problemática muestra su cara más cruenta y extrema. No ayuda ello a que
socialmente podamos percibir los hilos más finos que la entretejen en cada contexto ni a que
contemplemos las dimensiones sociales y políticas que garantizan su vigencia. Con relación a ello, y al
decir de Gherardi, las importantes movilizaciones y reclamos sociales no alcanzaron todavía a trazar en
la conciencia colectiva los vínculos profundos entre la violencia que llega a ser feminicida y/o
transfemicida y las desigualdades cotidianas que la enhebran en el día a día (Gherardi, 2017).

La perspectiva de comprensión presentada, como modelo integrador, intenta dar cuenta de la compleja
trama de factores que generan y permiten el sostenimiento y la reproducción de la violencia presente
en cada sociedad hacia sus miembros más vulnerables. A la vez, nos permite visualizar los posibles
ámbitos desde los cuales se requiere pensar y diseñar propuestas para su prevención y abordaje. La
escuela puede jugar aquí un rol preponderante al pensarse y posicionarse como un actor clave en la
destitución de muchos de los basamentos culturales de la problemática. En este sentido, el abordaje
institucional de la Educación Sexual Integral (ESI) tiene mucho para aportar.

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Socialización en las relaciones afectivas
Los modos de concebir y de transitar las relaciones de pareja, incluidas las que transcurren durante la
adolescencia, se encuentran fuertemente ligados a los modelos y a las concepciones transmitidas por la
cultura en cada momento y también por lo vivenciado al interior de los contextos de los que se ha
formado parte. Sin embargo, muchas veces, perdemos de vista que esos modos han sido aprendidos y
que, en ese sentido, pueden ser objeto de análisis y de revisión en aquellos aspectos que resultan poco
saludables.

En consonancia con lo que venimos trabajando en las clases anteriores podemos observar cómo se han
naturalizado maneras diferenciadas de vivir la experiencia amorosa tanto para las masculinidades
como para las feminidades.

En este sentido, coincidimos con Oliva López y Flores Pérez (2017) quienes expresan que el carácter
histórico y socialmente construido de las emociones y de los sentimientos experimentados en una
relación amorosa no se suele visualizar y que más bien aquellos tienden a ser concebidos sólo como
una vivencia íntima, propia de “la naturaleza humana” cuyo éxito o fracaso se adjudica exclusivamente
a la historia y capacidad individual de los sujetos.

El análisis de las emociones pensadas como construcciones culturales y no únicamente como


respuestas biológicas y cognitivas universales, nos ayuda a comprender mejor la vida social y cultural
y cómo las regulaciones que orientan sus modos de expresividad pueden ser revisados y puestos en
cuestión.

Por lo tanto, los modos de concebir las relaciones de pareja o amorosas no son únicamente un hecho
individual, sino que la vivencia del amor se entreteje con la identidad de género, la orientación sexual,
la edad, la clase otras dimensiones sociales, económicas y culturales que requieren ser
problematizadas para comprender nuestra cultura actual.

Las concepciones sobre el amor, en cada momento y geografía, condicionan las relaciones íntimas y
suponen los modos personales de entender el deseo, nuestras representaciones y prácticas en los
vínculos amorosos. A su vez el mercado de consumo, el arte, la literatura y los medios de comunicación
también participan de la construcción del ideal del amor romántico sustentado en el imaginario con

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expresiones tales como “la media naranja” o “el alma gemela” que ha de asegurar la unión esperada y
duradera; en el orden de las prácticas concretas que llevan adelante las personas, estas visiones
esquemáticas, convocan figuras estereotipadas, es decir, hombres fuertes y viriles y mujeres dulces y
discretas (Illouz, 2016).

Un poema:
“Amor”
El amor es la vida, y la vida es amor;
engendra la locura y abre paso al delirio;
purgatorio de goces y cielo de martirio;
su dolor es tan fuerte, que su dicha es dolor.

Va abriendo paraísos y cerrando ataúdes;


con puñales y flores hace ramos dorados...
Es el mayor pecado de todos los pecados,
y la virtud más grande de todas las virtudes.

El amor es el perfume, y el néctar, y es veneno;


es camino de rosas y es camino de cieno;
es un rayo de luna besando un corazón...

Es débil como un niño, como un Hércules fuerte;


el amor es la flecha que nos causa la muerte
y tiene el privilegio de la resurrección.

(Autor: Joaquín Dicenta)

El amor romántico, nacido en la modernidad, pero aggiornado y vigente en los tiempos


contemporáneos, se ha convertido en un modelo cuyos componentes han promovido un orden
emocional en términos complementarios para hombres y mujeres. Y en ese orden no solo se han
habilitado cualidades emocionales diferenciadas por género, sino que, unido a ello, el mundo de lo
sensible se convirtió en un elemento fundante de la identidad femenina mientras que ha ocupado un
lugar tangencial en la masculina. Por ejemplo, emociones tales como el miedo y la empatía aparecen
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más propias del mundo femenino mientras que el enojo, el coraje y los celos se ubican como parte del
masculino. De esta manera, las emociones han servido al orden genérico para etiquetar las diferencias
y sustentar las desigualdades entre varones, mujeres y LGTBIQ.

En el mismo sentido, se puede pensar que, si bien las habilitaciones sexuales en los encuentros
amorosos se han ampliado enormemente en las últimas décadas, esos mayores permisos no han sido
iguales para las masculinidades y las feminidades. Como lo analizamos en la clase anterior, la
acumulación de experiencias sexuales constituye un rasgo de estatus masculino mientras que esta
calificación no opera de igual modo con las mujeres, quienes aún se encuentran fuertemente
condicionadas a ligar los encuentros sexuales al mundo emocional o afectivo, priorizando los vínculos
más íntimos y estables.

Nos interesa ubicar aquí, entonces, a la experiencia amorosa como las formas de sentir socialmente
establecidas y diferenciadas para las masculinidades y las feminidades e identificar las emociones
interiorizadas como parte de una supuesta naturaleza femenina o masculina para explicar el vínculo
amoroso. Pretendemos contribuir, entonces, a la desnaturalización y desencialización de las emociones,
mostrando su variabilidad cultural e histórica. Es necesario, entonces, hacer hincapié en los aspectos
vinculados con su construcción y reproducción que favorecen la desigualdad y la inequidad en las
relaciones de género.

Al igual que el género, las emociones permiten a las personas explorarse y modificarse
a sí mismos como parte de la sociedad. Es decir que la negociación y construcción
personal que cada sujeto logra a partir del cumplimiento de las reglas del sentir,
reflejan también modelos de pertenencia social, cuyo cumplimiento contribuye a la
identificación, pertenencia e inclusión del grupo social de adscripción; por el contrario,
su desobediencia genera la desidentificación y la exclusión social. (Oliva López y Flores
Pérez, p. 194).

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Es así que, si podemos considerar el significado cultural de las emociones, estaremos en mejores
condiciones de cuestionar su acepción universal y aislada de contextos institucionales y sociales. Ana
María Fernández (1993) plantea la existencia de tres mitos asociados al imaginario social de lo
femenino: el de la mujer madre, el de la pasividad erótica y el del amor romántico. Aquí nos
detendremos en este último como una matriz cultural que continúa condicionando la mirada social
sobre los sentimientos en las relaciones sexoafectivas y sus regulaciones.

El modelo sociocultural de amor romántico


El modelo de amor romántico se ha considerado parte de la estructura social del capitalismo como
modelo económico de producción de mercancías aparecido en el siglo XVIII, se extendió a todas las
clases sociales y con él las uniones maritales reemplazaron los cálculos materiales entre consortes por
la esperada “comunidad de almas”. (Oliva López y Flores Pérez, 2017).
El valor simbólico y cultural otorgado al amor se centra en las acciones sociales, institucionales e
individuales, pero también en la socialización y producción de identidades femeninas y masculinas, la
organización y la proyección de la vida cotidiana. Es por la vía de internalización de las normas sociales
y de las pautas establecidas para desempeñar los papeles como hombres y como mujeres –de manera
opuesta, complementaria y excluyente de otras posibilidades- que se mantiene y reproduce
socioculturalmente el imaginario del amor. Más allá del carácter privado y singular de la experiencia,
esta es resultado del modo en que los grupos y las instituciones estructuran la vida emocional.

Los mitos del amor romántico


Podemos considerar que los mitos del amor romántico son el conjunto de creencias socialmente
compartidas sobre la “supuesta verdadera naturaleza del amor”. Resumimos a continuación una
revisión de los principales mitos románticos que se han sustentado en el tiempo y en diferentes
geografías:
Mito de la “media naranja”, o creencia de que elegimos a la pareja que teníamos predestinada de
algún modo y que ha sido la única elección posible.

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Mito del emparejamiento o de la pareja, creencia de que la pareja–heterosexual- es algo natural,
universal y que la monogamia amorosa está presente en todas las épocas y todas las culturas.
Mito de los celos, o creencia de que los celos son un signo de amor, e incluso el requisito indispensable
de un verdadero amor.
Mito de la equivalencia, o creencia en que el “amor” (sentimiento) y el “enamoramiento” (estado más
o menos duradero) son equivalentes y, por tanto, si una persona deja de estar apasionadamente
enamorada ello significa que ya no ama a su pareja.
Mito de la omnipotencia o creencia de que “el amor lo puede todo” y por lo tanto si hay verdadero
amor no deben influir los obstáculos externos o internos sobre la pareja, y es suficiente con el amor
para solucionar todos los problemas.
Mito del libre albedrío, o creencia de que nuestros sentimientos amorosos son absolutamente íntimos
y no están influidos por factores sociobiológico y culturales ajenos a nuestra voluntad y conciencia.
Mito de la pasión eterna o de la perdurabilidad, esto es, creencia de que el amor romántico y pasional
de los primeros meses de una relación puede y debe perdurar. (Bosch Fiol, 2007)

El amor romántico es también una experiencia fuertemente generizada (Burns, 2000; Denmark et al.,
2005; Duncombe y Marsden, 1993; Redman, 2002; Schäefer, 2008. Schäefer, G. (2008). Romantic love

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in heterosexual relationships: women’s experiences. Journal of Social Sciences, 16(3), 187-197.
Redman, P. (2002). Love is in the air: romance and the everyday. En T. Bennett y D. Watson (eds),
Understanding everyday life (pp. 52-91). Open University: Blackwell Publishing. Duncombre, J. y
Marsden, D. (1993).

Si para las mujeres se espera pasividad, cuidado, renuncia, entrega, sacrificio para los hombres tiene
mucho más que ver con ser el héroe y el conquistador, el que logra alcanzar imposibles, seducir,
quebrar las normas y resistencias, el que protege, salva, domina y recibe. Por tanto, se esperará de ellas
que den, que ofrezcan al amor su vida (y que encuentren al amor de su vida), serán para un otro, y se
deberán a ese otro, obedientes y sumisas.

En el siguiente enlace podrán escuchar una canción en la cual se van relatando


sentimientos relacionados por su autora con el enamoramiento. ¿Qué mitos del amor
romántico encuentran en esta canción?

https://youtu.be/8e-dmDnaBRs

Esta concepción del amor suscita desigualdades de género al no reconocer que su práctica se
desarrolla junto a la reproducción de pautas de la cultura patriarcal, donde los roles, entendidos en
clave de complementariedad, favorecen las prerrogativas masculinas.

Desde esta mirada, podemos considerar que en las prácticas del amor romántico se reproducen las
dependencias materiales, afectivas, sociales y subjetivas entre los géneros, por medio de los
mandatos en torno a las vivencias genéricas de las emociones, el deseo, la sexualidad y el cuerpo. Por
lo cual, el amor tiene un papel fundamental en el proceso histórico de subjetivación de las
masculinidades y las feminidades, en la producción de las identidades de género y en las regulaciones
que pautan sus condiciones de relación.

Así, las formas de sentir, socialmente establecidas y diferenciadas de manera jerárquica para hombres
y mujeres desde el modelo tradicional de amor romántico, reproducen la heteronormatividad, la

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subordinación de las mujeres, y, con ello, las posibilidades de prácticas de violencia de género en la
vida íntima.

Asumir este modelo de amor romántico y los mitos que de él se derivan puede dificultar la reacción de
las mujeres que viven en una situación de violencia de género (para ponerle fin, para denunciar o
poner en acto alguna otra estrategia de afrontamiento. La creencia de que el amor todo lo puede
llevaría a considerar (erróneamente) que es posible vencer cualquier dificultad en la relación y/o de
cambiar a su pareja (aunque sea un maltratador) lo que llevaría a perseverar en esa relación violenta;
considerar que la violencia y el amor son compatibles (o que ciertos comportamientos violentos son
una prueba de amor), justificaría los celos, el afán de posesión y/o los comportamientos de control
como muestra de amor, y trasladaría la responsabilidad del maltrato a quien lo padece por no ajustarse
a dichos requerimientos.

Relaciones entre géneros y abusos de poder en parejas adolescentes


Durante la adolescencia suelen ocurrir los primeros ensayos y aprendizajes de la vida en vínculos
sexoafectivos y de pareja, los cuales pasan a acompañar y a formar parte del proceso de construcción
de la propia identidad. En este sentido, las experiencias iniciales van dando pie al desarrollo del
ejercicio de la sexualidad compartida, las primeras vivencias de vínculos amorosos o de búsqueda de
intimidad con el otro.

Entre las y los adolescentes la importancia atribuida a estas primeras experiencias de acercamiento
suele ir de la mano con su ubicación en un lugar central en la propia vida, con la intensificación del
mundo emocional, y con creencias y prácticas que magnifican el lugar otorgado a ese nuevo vínculo. En
este sentido, muchas veces, durante la adolescencia se recrean esas formas del amor totalizantes que
promueven posiciones complementarias y dependientes.

Por otro lado, los/as adolescentes provienen de familias o de hogares con un particular ambiente
interactivo en el que se combinan no sólo las características y componentes de la historia personal de
cada uno/a de los/as cuidadores/as, sino también la de la pareja y la de la familia como grupo. Si en
sus interacciones se generan y reproducen pautas, conductas y actitudes abusivas pueden instalarse

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patrones de vinculación donde el maltrato y la desconsideración pasan a ser el código aceptado como
vía de comunicación y de resolución de los conflictos. En las familias donde priman relaciones signadas
por la violencia, esta última adquiere una dirección que se corresponde con las variables de edad y de
género. Es decir que se orienta desde los adultos a hacia niñas, niños y adolescentes y desde los
miembros masculinos hacia las mujeres y LGBTIQ+. Las historias de vida de los miembros de la familia
constituyen también un condicionante importante en las características que asumirán los vínculos
futuros de los miembros más jóvenes. La violencia vivida cotidianamente puede ser incorporada
como vía habitual de resolución de los problemas y ejercer el efecto de su “naturalización” al pasar a
ser una respuesta practicada y repetida por las figuras más importantes.

Es así como, quienes han vivenciado malos tratos familiares, pueden llegar a tener una percepción
diferente de los mismos en sus nuevas relaciones en comparación con quienes han sido respetados y
valorados desde edades tempranas. En este sentido, es común escuchar relatos de adolescentes que
padecen alguna forma de maltrato por parte de sus parejas, que dan cuenta de la banalización que
otorgan al mismo. Algunos estudios han encontrado también que, en muchos casos, las adolescentes
consideran a las agresiones de sus parejas o compañeros como una broma o como un juego que a
veces puede “irse de las manos” o como respuestas “normales” ante malentendidos, celos o
desacuerdos. (González Lozano, 2008)

Desde este punto de partida, vamos a considerar que existe violencia o maltrato en todas aquellas
modalidades de vinculación dentro de parejas o vínculos sexoafectivos entre adolescentes que, por
acción u omisión, implican abuso de poder, la instalación paulatina de maniobras de dominación y de
control sobre la otra persona y, consecuentemente, la restricción de derechos, así como la producción
de daños para quien los padece. En este sentido, es necesario aclarar que, a los fines prácticos,
adoptaremos una consideración que abarca todas aquellas modalidades de relaciones más o menos
estables o reconocidas como tales. Incluimos los vínculos que, aunque sean más o menos duraderos o
reconocidos, tienen un cierto margen de continuidad.

Según la Organización Mundial de la Salud las mujeres son las víctimas más frecuentes de violencia
dentro de la familia y entre parejas íntimas. Tres de cada diez adolescentes denuncian maltrato en sus
relaciones de pareja. Al mismo tiempo, muchas de las mujeres que han reconocido ser maltratadas por
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sus parejas refieren haber vivido violencia desde las primeras etapas de la relación, ya sea desde el
inicio del vínculo o luego de algunos meses o años y que esta situación continuó durante la convivencia,
aumentando su intensidad.

Algunas señales para la detección


Cuando hablamos de relaciones abusivas, estamos refiriéndonos a aquellas en las cuales las maniobras
interpersonales para ejercer el control sobre la pareja establecen un patrón vincular que se reitera e
instala con el correr del tiempo. Los malos tratos como modo de relación no surgen en forma abrupta,
sino que se van instalando progresivamente desde las primeras actitudes cotidianas de
desconsideración y desvalorización las que, una vez toleradas o pasadas por alto, pueden habilitar
otras conductas de mayor importancia.

En general esta modalidad abusiva de vinculación comienza con reiteradas y diferentes actitudes de
manipulación en el orden de lo emocional, orientadas a ubicar a la pareja en un lugar devaluado, a
controlar sus decisiones y actos y a que aquella responda a los propios reclamos e intereses. En torno al
primer fin podríamos ubicar actitudes tales como la ridiculización, las críticas, no tomar en cuenta sus
opiniones, los insultos, los silencios como respuesta o la negación a entablar un diálogo, etc. El control
para restringir el margen de decisión personal de la pareja puede instalarse a través de la exigencia de
información en cuanto a horarios o personas con las cuales se interactúa, las escenas de celos, etc.,
actitudes que también pueden más tarde convertirse en expresiones amenazantes, en hostigamiento e
invasión progresiva de la intimidad.

El acoso emocional en las parejas entre adolescentes a veces es tal que las jóvenes llegan a cambiar su
comportamiento, limitan sus decisiones o el contacto con amigos, familiares y compañeros de escuela,
con el fin de evitar peleas o que su pareja se moleste. Luego de ello, o a la par, el maltrato puede
tender a lograr que la pareja actúe o se comporte en función de los propios objetivos y decisiones,
aunque ello implique la postergación o desestimación de las necesidades, de los tiempos y de las
decisiones de aquella. Por ejemplo, en este tipo de relación donde se establece un patrón vincular de
dominio el inicio de las relaciones sexuales o muchas de las decisiones que conciernen a su ejercicio (el

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momento, el adoptar o no un método de prevención del embarazo o de las ITS, las prácticas sexuales,
etc.) suelen ser uno más de los terrenos en los cuales el varón es el que define. Es así que, muchas
veces, las jóvenes van generando un proceso de acomodación y de adaptación para evitar nuevas
agresiones, permaneciendo pendientes de los gestos, reclamos y hasta de la forma de pensar de sus
compañeros, aumentando, como consecuencia, su vulnerabilidad y su dependencia.

Algunos indicios y comportamientos de control que pueden ponerse en juego son:

• Querer saber con lujo de detalles adónde va su compañera, dónde estuvo, con quiénes se
encontró o a quiénes va a ver, los horarios y el tiempo que permaneció en cada lugar; cuánto
tiempo estará afuera y el horario de regreso, que comprobará con sucesivos llamados
telefónicos o “pasadas” por la casa de ella.
• De manera permanente vigila, critica o pretende que ella cambie su manera de vestir, de
peinarse o maquillarse, de hablar o de comportarse.
• Formula prohibiciones o amenazas respecto de los estudios, el trabajo, las costumbres, las
actividades o las relaciones que desarrolla la joven.
• Fiscaliza a los parientes, las amistades, los vecinos, los compañeros de estudio o de trabajo,
sospechando, desconfiando o criticándolos luego de querer conocerlos a todos para ver cómo
son.
• A veces da órdenes y otras incómoda con el silencio.
• Demuestra frustración o enojo por todo lo que no resulta como él quiere, sin discriminar lo
importante de lo superfluo.
• Culpa a la pareja de todo lo que sucede y la convence de que es así, dando vuelta las cosas
hasta confundirla o dejarla cansada o impotente.
• Decide por su cuenta, sin consultar ni pedir opinión a su compañera, ni siquiera en cosas que le
atañen a ella sola.
• Exagera los defectos de su pareja para hacerla sentir culpable y descalificada.
• Mezcla el afecto con las discusiones haciendo notar que, si ella no piensa como él, no podrá
seguir queriéndola.
• Impone sus intereses y necesidades como la prioridad en la relación. (Ferreira, 1995).

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Los niveles de aceptación o de minimización de estas conductas pueden variar, llegando en algunos
casos a considerarse como algo “normal”. Otras veces, las adolescentes suelen tolerar estos tipos de
actitudes porque se encuentran ligadas afectivamente a sus parejas, temen que sus marcaciones o
puesta de límites impliquen la ruptura del vínculo, por vergüenza a lo que opinarán otras personas,
porque tienen miedo de lo que pueda ocurrir si son ellas las que toman la iniciativa de terminar la
relación o porque, a pesar de los malos tratos, la relación permite responder a ciertos intereses que se
valoran: tener compañía, explorar el propio desempeño frente al otro sexo, sentirse importante para
alguien o protegida frente a los otros, etcétera.

Dificultades para el reconocimiento


Cuando en una pareja de adolescentes existe el maltrato, es muy difícil que las protagonistas puedan
dar cuenta de la situación que están viviendo. Hay factores de diverso origen a su alrededor que les
impide ver el rumbo que está tomando la relación: el amor romántico con sus componentes de
autorenuncia y sacrificio de la autonomía, la idealización de la pareja, la tolerancia por amor, la
naturalización y minimización de los celos o las actitudes posesivas, el temor a los efectos que puede
causar una denuncia de los hechos, entre otros (Tilli G. y Del Luca C., 2014).

Ante la naturalización de episodios de violencia es común que las adolescentes oculten lo que les
ocurre, lo justifiquen, se sientan responsables por no ser lo suficientemente buenas como para que las
cosas sean diferentes o se consideren llamadas a hacer algo para que su compañero pueda cambiar.
Ello lo podemos asociar con las adjudicaciones culturales hacia el rol femenino en relación con sus
funciones de brindar contención y de responder ante las demandas y carencias ajenas. Por otro lado,
en los noviazgos adolescentes, como ocurre en parejas de personas adultas, los episodios de violencia
suelen tener un carácter cíclico que alterna períodos de calma y de manifestaciones afectivas con otros
de tensión, conflictos y maltrato. En muchos casos suele ocurrir que, luego de un acto abusivo, el joven
pide perdón, promete no volver a comportarse así o tiene gestos de consideración hacia su pareja
como estrategias para mantener la relación. Ello también contribuye a la confusión y al surgimiento
recurrente en ellas de esperanzas en torno a la posibilidad de que las cosas puedan mejorar.

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En este tipo de relaciones subyace el concepto de amor romántico, con su carga de sacrificio,
abnegación y entrega, que se les enseña a las mujeres desde que nacen y en cuyos mandatos se filtra
permanentemente la cultura. El amor romántico implica la entrega total, adaptarse al otro, postergar
lo propio y una importante dependencia emocional que es otro elemento común en las relaciones
abusivas.

Tal como lo abordamos en la segunda clase el modelo masculino tradicional incluye prohibiciones como
no llorar, no expresar los sentimientos, no mostrar debilidad e inseguridad, no fracasar. Mandatos
que llevan a esconder las emociones, tales como el dolor o la tristeza, y a una marcada obsesión por
alcanzar el éxito, lo que le exige estar en un permanente estado de alerta y competencia. Bajo la
construcción de un vínculo de fuerte dependencia muchos varones suelen sentir a menudo celos
intensos, sentimientos posesivos y deseo de exclusividad, viendo a las otras personas como una
amenaza para la relación. En este sentido, la restricción de la posibilidad de simbolizar y de desarrollar
capacidades expresivas saludables de las emociones deja en condiciones de limitación a quienes han
sido educados en un modelo tradicional y machista. Las conductas violentas, en general, constituyen
una actuación o puesta en práctica de aquellas emociones perturbadoras que no se han podido
mediatizar con la reflexión y con palabras contemplativas de un/a otro/a.

Por todas estas características es imperioso construir con las y los jóvenes nuevas significaciones de la
masculinidad en la adolescencia que comprendan el respeto hacia las demás personas, un refuerzo de
la estima personal y la posibilidad de una libre expresión de los sentimientos. Responder a un
estereotipo de género es perjudicial no solo para las mujeres, a los varones también les genera un
costo muy alto en su salud mental y física, que no siempre es visibilizado.

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Por todo lo que venimos desarrollando resulta necesario dejar en claro que atribuir las causas de la
violencia masculina a la socialización y a las expectativas de privilegio y poder impuestos por la cultura,
es insuficiente. No todos los varones y mujeres socializados en la misma cultura son personas
violentas o víctimas de violencia; por eso la importancia de considerar, además de las generalidades,
los recorridos de vida de quienes conforman una relación de intimidad.

Si bien las maniobras y modalidades de interacción abusivas descriptas anteriormente guardan


similitudes entre parejas adultas y jóvenes o adolescentes, en éstas últimas, en general, la problemática
aparece menos reconocible como tal para quienes son sus protagonistas. Por tratarse de sus primeras
relaciones de pareja y encontrarse en una etapa importante de construcción de su subjetividad y de su
ser social muchas veces esos estilos de relación son asociados con juegos descontrolados, con
sentimientos fuertes “difíciles de manejar” o con conductas pasajeras propias de la inexperiencia en
relaciones de intimidad. Sin embargo, el impacto de las interacciones violentas de pareja, en este
momento de la vida, suele adquirir muchas veces una significación intensificada al jugar en la
adolescencia un papel tan preponderante la mirada del otro y la imagen sobre sí mismos/as.

La visibilización temprana de este tipo de interacciones, ya sea por parte de la misma joven, de sus
allegados o de algún referente adulto, y la ayuda a tiempo pueden evitar que prosigan hacia formas
más graves. Por ello es tan importante la sensibilización, el compromiso y la intervención frente a estas
situaciones por parte de quienes trabajan y/o tienen cercanía con población adolescente.
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Concluyendo
Estamos transitando una época de reconfiguración de las formas de pensar y de vivir el amor y la
pareja. Sin embargo, como plantea Elizalde (2015) se trata de un mapa complejo puesto que, con el
cuestionamiento a ciertas prescripciones sobre la heteronormatividad y los mandatos de género, aún
persisten patrones y modelos tradicionales que regulan y condicionan las prácticas afectivas y sexuales.

Poner en cuestión diferentes estilos de vinculación que se hacen presentes en las relaciones de pareja y
los procesos que intervienen en su generación puede ayudar a visualizarlos como modos aprendidos de
interacción, con posibilidad de ser modificados y de constituir una elección en la medida en que se
disponga de recursos para revisarlos. Resultaría una instancia constructiva el generar debate en torno a
las diversas representaciones, expectativas y prácticas presentes en los vínculos de pareja actuales
entre los/as adolescentes. Un aporte podría constituir el hacer visible las pautas de relación que
replican posiciones de inequidad, mutuas dependencias y vulneración de derechos y, simultáneamente,
construir consenso en torno a los estilos de relación que operan en sentido de ampliar los recursos
personales y las vivencias saludables.

Actividades

Foro de la clase 3:

Hola, ¿cómo están? En este foro vamos a recuperar algunos desarrollos conceptuales de
las clases para analizar situaciones escolares o experiencias educativas donde se
reproduzcan inequidades de género o violencias en los vínculos sexoafectivos. Les pedimos
que presten especial atención a seleccionar situaciones o experiencias que resulten
pertinentes a la temática del curso.

La consigna tiene los siguientes pasos:

1- Describir brevemente una situación o experiencia escolar nueva donde se expresen


inequidades y/o violencias por razones de género en las formas de vincularse

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sexo-afectivamente. Para este relato, les pedimos que tomen en cuenta las siguientes
orientaciones:

No superen las diez líneas de extensión (uno o dos párrafos).

La situación debe desarrollarse o relacionarse en forma directa con en el ámbito escolar.

Especificar los roles de las personas que participan (alumnos/as, docentes, preceptores/as,
etc.) y preservar las identidades.

2- Analizar la situación tomando como guía las siguientes preguntas:

¿Qué estereotipos de género y mandatos de la masculinidad hegemónica subyacen en la


situación analizada?

¿Encuentran conductas, comentarios o sanciones que sean ejemplos de la socialización


diferencial según el género? ¿Cómo influyen los modelos tradicionales de socialización
amorosa para cada género?

¿Encuentran elementos o mitos del modelo de amor romántico? ¿Qué conductas de las
personas implicadas están siendo habilitadas u obstaculizadas por este modelo?

¿Encuentran comportamientos que puedan ser señales o indicios de relaciones abusivas?


¿Pueden identificar tipos y modalidades de las violencias según el cuadro que
compartimos en la clase 1?

Les recuerdo que las respuestas deben dar cuenta de los desarrollos conceptuales de las
clases y les cuento que esta actividad será, también, la primera consigna de la actividad
final. Por eso les pido que la elaboren con especial cuidado.

Veamos quién se anima a dar el primer paso…

Material de lectura
Bosch Fiol, E. y Ferrer Pérez, V. “Del amor romántico a la violencia de género. Para una coeducación
emocional en la agenda educativa.” En Profesorado. Revista de currículum y formación del profesorado.
Vol. 17, numero 1, enero-abril de 2013. Universidad de Granada. España, págs. 105-122.

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Bibliografía de referencia
Bosch Fiol, E. (2007). Del mito del amor romántico a la violencia contra las mujeres. Ministerio de
Igualdad y Universidad de Les Illes Balears

Elizalde, S. (2015). Estudios de juventud en el Cono Sur: Epistemologías que persisten, desaprendizajes
pendientes y compromiso intelectual. Una reflexión en clave de género, en Última Década Nro. 42,
Proyecto Juventudes. Centro de Estudios Sociales, Valparaíso, Chile

Fernández, A. M. (1993). La mujer de la ilusión. Buenos Aires: Paidós

Ferreira, G. (1995). Hombres Violentos, Mujeres Maltratadas. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

González Lozano, M. P. (2008): “Violencia en las relaciones de noviazgo entre jóvenes y adolescentes de
la comunidad de Madrid.”. Tesis Doctoral. Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Psicología.
Madrid.

Gracia Fuster, E. (1995). Maltrato emocional. En Maltrato infantil: prevención, diagnóstico e


intervención desde el ámbito sanitario. Documento Técnico nº 22, Capítulo 7. Dirección General de
Prevención y Promoción de la Salud. Comunidad de Madrid.

Illouz, E (2016). Por qué duele el amor. Una explicación sociológica. Buenos Aires: Katz Ediciones y
Capital Intelectual.

López Sánchez O. y Flores Pérez, E. (2017). Capítulo “Reflexiones iniciales para una genealogía del amor
romántico en clave de emociones”. En Abramowski A. y Canevaro S. Compiladores (2017) Pensar los
afectos. Aproximaciones desde las ciencias sociales y las humanidades. Buenos Aires: Universidad
Nacional de General Sarmiento.

Tilli, G. y Del Luca, C. (2010). Relaciones Abusivas en los Noviazgos Adolescentes. Un Proyecto de
Prevención. Buenos Aires, Fundación Dignos de Ser y Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.

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Créditos 
Programa Nacional de Educación Sexual Integral. Dirección de Educación para los Derechos Humanos, Género
y Educación Sexual Integral. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría de Educación. Ministerio
de Educación de la Nación.

Cómo citar este texto:

Programa Nacional de Educación Sexual Integral. Dirección de Educación para los Derechos Humanos,
Género y Educación Sexual Integral. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría de
Educación. Ministerio de Educación de la Nación. (2022). Clase 3: Construcción social de la violencia y
violencia de género en parejas entre adolescentes. La ESI en la escuela: Vínculos saludables para
prevenir la violencia de género. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.

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