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p3 DAVID F.

BURT

Comentario Expositivo del Nuevo Testamento

— 136 —

LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE

COLOSENSES 1:1–23

p 4 Editan y distribuyen:
PUBLICACIONES TIMOTEO* Y PUBLICACIONES ANDAMIO ®
C/ Alts Forns n° 68, sót. 1°,
08038 Barcelona.
Tel-Fax: 93 / 432 25 23

LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE


DAVID-FRANCISCO BURT STOCKWELL

Copyright © 2004 por David F. Burt.

* P. TIMOTEO es la sección editorial de la ASOCIACIÓN TIMOTEO

Burt, David F.

Colosenses : - : La Imagen del Dios Invisible. Barcelona: Publicaciones Andamio.

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1a edición, 2004.

Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.

Diseño gráfico y maquetación: Fernando Caballero

Portada: Carro en Ordal (provincia de Barcelona). Foto del autor (19.06.03).

PUBLICACIONES ANDAMIO es la sección editorial de los Grupos Bíblicos Universitarios de España (G.B.U.).

Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS, COPYRIGHT © 1986, 1995, 1997 by e
Lockman Foundation. Usadas con permiso. www.LBLA.com

Depósito Legal: SE-4899-2004 en España


ISBN: 84-87940-77-3

p5 ÍNDICE

1. Pablo y sus circunstancias (1:1)

2. Colosas y la iglesia de los colosenses (1:2)

3. Acción de gracias (1:3–5a)

4. La palabra de verdad (1:5b–6)

5. Epafras (1:7–8)

6. Conocimiento, sabiduría, comprensión y conducta (1:9–10a)

7. La vida que agrada al Señor (1:10b–12a)

8. Capacitados por el Padre (1:12)

9. Nuestra nueva ciudadanía (1:13)

10. Redención y perdón (1:14)

11. ¿Quién es Jesucristo? (1:15a)

12. El primogénito de toda creación (1:15b–16)

13. El Hijo eterno (1:17)

14. Cabeza de la Iglesia (1:18)

15. La plenitud de Cristo (1:19)

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16. La obra reconciliadora de Cristo (1:20)

17. El hombre sin Dios (1:21)

18. La reconciliación en la experiencia del creyente (1:22)

19. La perseverancia en la fe (1:23)

Bibliogra a

p7 RECONOCIMIENTOS

A mi amada esposa, Margarita, sin cuyo estímulo, apoyo y ejemplo de fe la redacción de este
libro habría sido imposible.

A Marc Fargas, por su fiel labor de grabación de los estudios que dieron origen a este libro.

A Elena Flores, por su perseverancia en la lectura y corrección del texto y por sus valiosas
sugerencias en cuanto a su contenido.

A Francisco Mira, por sus constantes palabras de ánimo y apoyo en la publicación de esta serie
de comentarios.

Y a todos aquellos hermanos en la fe cuya asistencia fiel a los estudios originales me dieron los
ánimos de seguir adelante con este proyecto.

Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, … [por] vuestra fe en Cristo Jesús
y [por] el amor que tenéis por todos los santos (Colosenses 1:3–4).

p9 CAPÍTULO 1

PABLO Y SUS CIRCUNSTANCIAS


COLOSENSES 1:1

Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo …

LA PATERNIDAD LITERARIA DE COLOSENSES

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Al suroeste de lo que hoy es la Turquía asiática, los romanos crearon la provincia de Asia, con
capital en Éfeso. En su tercer viaje misionero, Pablo pasó una larga estancia en la provincia. Gracias
a sus labores evangelísticas y a las de su equipo de colaboradores —y gracias también a las
importantes comunidades hebreas de la provincia, algunos de cuyos miembros habían escuchado
el evangelio desde los principios de la predicación apostólica (Hechos 2:9–10)—, a mediados del
siglo primero, Asia había llegado a ser una de las regiones más evangelizadas del Imperio romano.
Siete de las iglesias cristianas de la provincia iban a recibir mensajes de parte del Señor
Jesucristo a través del apóstol Juan: las «siete cartas a las iglesias de Asia» de Apocalipsis 2:1–3:22.
Pero éstas no fueron las primeras cartas enviadas a aquella provincia por inspiración del Espíritu.
Muchos años antes de que Juan escribiera el Apocalipsis, el apóstol Pablo había dirigido tres
epístolas suyas a la región, las que conocemos como las p 10 epístolas a los Efesios, a los
Colosenses y a Filemón. Así pues, ¡nada menos que diez cartas del Nuevo Testamento fueron
destinadas a la provincia de Asia!
Es motivo de reflexión el hecho de que en la actualidad quede muy poco testimonio cristiano
en aquella región de Turquía. Todavía en el siglo IV, el empuje del cristianismo de Asia hizo que se
celebrara en Laodicea uno de los grandes concilios de la Iglesia (367 d.C.). Pero el testimonio
cristiano ya estaba en declive y continuó en decadencia hasta que, al fin, los musulmanes
destruyeron las iglesias de la comarca, incluyendo la de Colosas, en el siglo XII. Lo cierto es que la
vitalidad de las iglesias de un lugar determinado en una generación no garantiza la permanencia
del testimonio en siglos posteriores. Durante muchas generaciones, por ejemplo, las iglesias del
norte de África destacaron por su vigor espiritual. Luego desaparecieron y el testigo pasó a Europa.
Hoy, los que vivimos en Europa Occidental tememos que, a causa de nuestra apatía e infidelidad, el
Señor esté retirando el candelero de nuestro lugar (Apocalipsis 2:5). El vigor espiritual de las
iglesias de Europa parece tocar a su fin y el empuje del testimonio está pasando a ciertos países de
América Latina, África y Asia.
Pero volvamos a Pablo y a las epístolas que dirigió a las iglesias de Asia.

Antes de considerar cuáles fueron las circunstancias que condujeron a la redacción de Efesios,
Colosenses y Filemón, tenemos que abordar, lamentablemente, la cuestión de su paternidad
literaria. «Lamentablemente», porque sería de esperar que, a estas alturas, después de largas
décadas de debate, la autoría del apóstol Pablo estuviera firmemente establecida y aceptada en
todo el mundo cristiano. Sin embargo, no es así.
A lo largo de casi 1800 años, nadie dudó de que Pablo fuera el autor de estas epístolas. Pero en el
año 1838, Mayerhoff p 11 publicó una obra1 que puso en tela de juicio la autoría paulina de
Colosenses. Este autor observó (correctamente) que ciertos pasajes de Colosenses se parecen
mucho a ciertos pasajes de Efesios y sacó la conclusión (altamente dudosa) de que, por tanto,
Colosenses era una imitación de Efesios hecha por un autor anónimo. El escrito de Mayerhoff

1 E. T. Mayerhoff: Der Brief an die Colosser mit vornehmlichter Berücksichtigung der drei Pastoralbriefe

kritisch geprüʸ, 1838, Berlín.

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abrió la puerta a una serie de publicaciones de la llamada «alta crítica» que, nutridas por
presupuestos hegelianos de la interpretación de la historia, iban cuestionando cada vez más la
paternidad literaria de las epístolas paulinas. Mayerhoff aún había sostenido que Pablo era el autor
de Efesios, pero F. C. Baur y sus seguidores de la escuela de Tubinga llegaron a cuestionar la autoría
paulina de todas sus epístolas excepto Gálatas, 1 y 2 Corintios y la mayor parte de Romanos 2. Otros
autores no fueron tan lejos en el rechazo de la autenticidad de Colosenses, y propusieron que la
actual epístola es obra de un seguidor de Pablo que añadió interpolaciones procedentes de Efesios
al texto original (y paulino) de Colosenses3.
¿Con qué argumentos sostienen estos autores la tesis de que Colosenses no procede de la pluma
de Pablo (o sólo procede parcialmente de ella)?
En general es de observar que sus argumentos dan protagonismo a consideraciones filosóficas,
teológicas y lingüísticas, y en cambio desprecian consideraciones históricas y textuales. Tratan a la
ligera la evidencia proporcionada por el propio texto de la epístola y por los escritores de los
primeros siglos de la p 12 Iglesia, y en cambio dan mucho peso a lo que perciben como
importantes diferencias estilísticas entre Colosenses y las epístolas «genuinamente paulinas», sin
tomar en consideración que estas diferencias, de existir realmente, podrían deberse sencillamente
a la natural evolución del estilo del escritor con el paso del tiempo o al hecho de dirigirse a una
diversidad de situaciones eclesiales. En cuanto a los argumentos más concretos aducidos en contra
de la autoría paulina de Colosenses, se pueden resumir en torno a seis temas 4:

1. La similitud de Colosenses y Efesios


Como acabamos de decir, Mayerhoff rechazó la autenticidad de Colosenses por considerarla
una imitación de Efesios. Ahora bien, se supone normalmente que el parecido entre dos textos nos
conduce a creer que salen de la misma pluma, no de dos plumas diferentes. El hecho de que las dos
epístolas contengan algunos párrafos muy similares, lejos de poner en tela de juicio la autoría de
una de las dos, constituye, en principio, un argumento a favor de ella. Cualquier pensador,
predicador o teólogo sabe que, en momentos determinados de su trayectoria, vuelve vez tras vez
sobre los mismos temas. A nuestro juicio, el parecido de estas dos epístolas viene a confirmar que
fueron redactadas por el mismo autor en el mismo momento.

2. La falta de énfasis «antijudaizante»


Baur hizo su selección de las «auténticas epístolas paulinas» basándose principalmente en el
carácter antijudaizante de las mismas. Si una epístola tiene un tono claramente antijudaizante, es
de Pablo; si no, no. Este argumento se expresa en un lenguaje altamente sofisticado y se apoya en

2 Ver Hendriksen, pág. 40.


3 Por ejemplo, H. J. Holtzmann: Kritik der Epheser—und Kolosserbriefe, 1872; Charles Masson: L’Epître de Saint
Paul aux Colossiens, 1950. La opinión de Peake (1, pág. 52) sobre esta teoría sigue siendo válida: La complejidad
de esta hipótesis habla fatalmente en contra de ella misma. Cf. Bruce, pág. 734: Esta teoría … está condenada por su
misma complejidad. Guthrie (2), pág. 552, afirma que toda teoría de partición está condenada al fracaso a causa de
la manifiesta unidad de la epístola canónica.
4 En estas consideraciones sigo de cerca la argumentación de Hendriksen, págs. 40–49.

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abundancia de detalles textuales que pueden deslumbrar al lector inocente; pero, cuando se reduce
a sus esquemas más elementales, resulta p 13 que la premisa sobre la cual se funda es muy dudosa,
por no decir claramente errónea. ¿Porque desde cuándo ha de circunscribirse un autor siempre a la
misma temática o al mismo estilo literario? Al dirigirse a las iglesias de Galacia, donde los
maestros judaizantes campeaban a sus anchas, era necesario escribir una epístola antijudaizante.
Pero sería absurdo escribir de esta manera a una iglesia como la de Colosas, en la que no existía ese
problema. Esto resulta tan obvio que el argumento de Baur casi da vergüenza ajena5.

3. El lenguaje de Colosenses
Según algunos autores, ciertas palabras típicamente paulinas —justicia, salvación, revelación,
etc.— no aparecen en Colosenses, mientras que sí aparecen nada menos que 48 palabras que no se
hallan en el resto de los escritos paulinos6. Para ellos, estas omisiones y novedades son suficientes
para sugerir que el autor de Colosenses no es Pablo.
Pero el vocabulario empleado por un autor se determina no sólo por su propio gusto y estilo
personales, sino también por la temática tratada en cada escrito suyo y por las necesidades
específicas de sus lectores. Si Pablo omite ciertos vocablos, es sencillamente porque su tema es otro
y no necesita referirse a ellos. Y, en cuanto a las palabras «nuevas», 48 no es un número
excesivamente elevado en un escrito de este tamaño, sino comparable a lo que encontramos en
otros escritos de Pablo y de otros autores. Además, muchas de estas palabras aparecen en la sección
de la epístola en la que el apóstol hace frente a la herejía colosense, razón por la cual emplea la
terminología especializada de los herejes. Vienen determinadas, pues, por las necesidades de la
argumentación7 . Como consecuencia, puede afirmarse con toda p 14 seguridad que del aspecto
lexicográfico ningún argumento serio puede presentarse en contra del carácter genuino de esta epístola8 .

4. El estilo literario de Colosenses


En cuarto lugar se aducen razones de estilo. Aquí, los argumentos son variados. Entre ellos:

• Algunas de las oraciones de Colosenses son excepcionalmente largas. Por ejemplo, en el texto
original, Colosenses 1:9–20 es una sola oración sin pausa y contiene 218 palabras. Pablo
—dicen— no acostumbraba a emplear oraciones tan largas.
• Colosenses contiene una gran cantidad de sinónimos. Limitándonos al capítulo 1, nos
encontramos con los siguientes: orar y rogar (1:9); perseverancia y paciencia (1:11); santos, sin

5 A este respecto, Hendriksen, pág. 40, dice: De esta manera, [Baur] canaliza todo el pensamiento de Pablo en una
sola dirección. Esto es manifiestamente injusto.
6 Abbo , pág, lii. Según Carballosa, pág. 20, son 53 palabras.
7 Cf. Hendriksen, pág. 41: Un tema diferente requiere palabras diferentes; Gutiérrez, pág. 808: La elección de estos

términos nuevos se explica bien por razón del argumento y por haber empleado el apóstol los mismos términos que
usaban los pseudo-doctores colosenses; Collantes, pág. 1350: Los críticos han notado algunas diferencias de estilo
con las cartas anteriores y también diferencias de vocabulario … pero el estilo es susceptible de modalidades
diferentes que se acomodan a circunstancias de tiempo, de edad y de materia que se trata; y en cuanto al vocabulario,
diǐcilmente podrá señalarse ninguna carta de San Pablo que no tenga un buen número de palabras exclusivas.
8 E. Percy: Die Problem der Kolosser—und Epheserbriefe (1946. Lund), pág. 18. Citado por Hendriksen, pág. 41.

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mancha e irreprensibles (1:22); cimentados y constantes (1:23); siglos y generaciones (1:26). Es cierto
—dicen— que Pablo solía emplear parejas de palabras, pero nunca parejas tan redundantes.
• En el estilo habitual de Pablo —dicen— aparecen con frecuencia ciertas partículas (gar, oun,
dioti, ara, dio) que no aparecen (o aparecen poco) en Colosenses.

Pero ninguno de estos argumentos es capaz de sostenerse en realidad:

• Es cierto que Colosenses 1:9–20 es la oración más larga de las epístolas paulinas; pero no es
cierto que Pablo no acostumbrara p 15 a emplear oraciones largas9. De hecho, éstas
constituyen uno de los rasgos característicos de su estilo.
• Las parejas de palabras (o frases) prácticamente sinónimas abundan en otras epístolas paulinas.
Para poner un solo caso, tomemos el primer capítulo de Romanos. Allí encontramos los
siguientes ejemplos: impiedad e injusticia (1:18); su eterno poder y divinidad (1:20); no le honraron
ni le dieron gracias (1:21); se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue
entenebrecido (1:21); adoraron y sirvieron (1:25); injusticia, maldad, malicia, malignidad (1:29). Es
cierto que, en todos estos casos, la duplicación de palabras o frases no indica redundancia,
porque las repeticiones no son totalmente sinónimas. Pero lo mismo se puede decir acerca de
los ejemplos procedentes de Colosenses10.
• En cuanto a la ausencia de ciertas partículas de Colosenses, el estudio cuidadoso de las epístolas
paulinas cuya autenticidad nunca ha sido cuestionada sólo sirve para demostrar ¡que esta
ausencia no demuestra nada! Ara («pues») sólo aparece una vez en Efesios y tres veces en la
larga segunda epístola a los Corintios; dio («por tanto») sólo aparece una vez en Gálatas y dos
veces en 2 Corintios; dioti («porque») sólo una vez en 1 Corintios y nunca en 2 Corintios11.
Sencillamente, no hay ninguna constancia en el uso de esta clase de partículas en los escritos de
Pablo, porque dependen de la naturaleza y el fluir del discurso en cuestión.

Así pues, no hay nada en el estilo literario de Colosenses que pueda servir como razón de
p 16
peso para hacernos cuestionar la autoría de Pablo12 .

9 Hendriksen, pág. 42, señala que Romanos 1:1–7 tiene 93 palabras en el original; Romanos 2:5–10 tiene 87; y
Filipenses 3:8–11 tiene 78; cf. Abbo , pág. liii. Tanto estos textos como Colosenses 1:9–20 suelen ser divididos
en diversas oraciones en las versiones modernas.
10 Cf. Abbo , pág. liv: Muchas de los llamados sinónimos no lo son; y, aun en aquellos casos en los que se llaman así

correctamente, las demás epístolas paulinas suplen ejemplos paralelos.


11 Para mayores explicaciones y abundantes ejemplos de estas ideas, ver Hendriksen, págs. 42–43.
12 Cf. Hendriksen, pág. 43: Cuando todos los hechos son examinados, queda claro que nada que está en el lenguaje o

estilo de Colosenses puede ser usado como un argumento en contra de su autenticidad; Carballosa, pág. 20: Una de
las más reiteradas objeciones de la crítica en contra de la autenticidad de Colosenses se relaciona con el estilo y el
vocabulario de la epístola … Sin embargo, dicha objeción es extremadamente subjetiva y arbitraria. ¿Es que acaso el
apóstol Pablo tenía por fuerza que limitarse sólo al uso de ciertas palabras? ¿No tiene todo escritor el privilegio de
cambiar su estilo y vocabulario según lo demanden las circunstancias?; Barclay, pág. 129: Nadie escribe siempre de
la misma manera y con el mismo vocabulario … En Colosenses, Pablo tenía nuevas cosas que decir y encontró
nuevas maneras de decirlas.

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5. La herejía colosense
Examinaremos la naturaleza de esta herejía más adelante. Por el momento, basta con decir que
algunos ven en ella los rasgos del gnosticismo propugnado por Cerinto y por Valentino en el siglo
II. Por lo tanto, deducen que Colosenses fue escrita para combatir a los gnósticos y que el auténtico
Pablo, el del siglo I, no pudo ser su autor.
Pero conocemos demasiado poco acerca de los orígenes del gnosticismo como para aseverar
que la herejía descrita en Colosenses no podía existir en el siglo I. Más bien, todo parece indicar
que, ya en aquel entonces, existían formas incipientes de gnosticismo13. Y además, este argumento
tiene un «efecto bumerang»; porque, si bien desconocemos los posibles antecedentes del siglo I, sí
sabemos que los gnósticos del siglo II, lejos de considerar que la Epístola a los Colosenses se dirigía
contra ellos, la citaban con aprobación14. Di cilmente lo habrían hecho si se tratara de un p
17documento contemporáneo escrito explícitamente contra ellos. Sin duda lo hicieron por creer
que era un escrito auténtico de Pablo que llevaba el sello de la autoridad apostólica.

6. La cristología de Colosenses
Nadie duda de que ciertas afirmaciones cristológicas de Colosenses constituyan algunas de las
declaraciones más amplias de todo el Nuevo Testamento en cuanto a la divinidad y grandeza de
Cristo. Pero los que niegan la autoría paulina de la epístola sostienen que tales afirmaciones son
más dignas de la teología de Juan que de la de Pablo. Con ello dan a entender que la cristología de
Colosenses es un anacronismo: ideas tan «avanzadas» sólo pueden corresponder a una datación
más tardía15.
Pero esto es no tomar en consideración de una manera objetiva las evidencias que proceden del
Nuevo Testamento, sino hacerlas encajar dentro de los esquemas filosóficos o históricos creados
por los propios teólogos. En realidad, la cristología de Colosenses es la que Pablo sostuvo siempre.
Antes había escrito textos como Romanos 9:5, 1 Corintios 8:6 o 2 Corintios 4:4; y después iba a
escribir textos como 1 Timoteo 3:16 y Tito 2:13. Sólo una persona que busca tres pies al gato es
capaz de encontrar serias discrepancias entre estos textos16. Pero, en todo caso, la exposición más
amplia de conceptos cristológicos en el caso de Colosenses se explica perfectamente por el carácter
de la herejía contra la cual Pablo tiene que arremeter17 .

13 Cf. Bruce, pág. 734: El tipo de herejía atacado en la epístola no es el gnosticismo plenamente desarrollado del siglo
II, sino un gnosticismo incipiente tal y como solía producirse en el siglo I y aun antes en regiones donde el judaísmo
de la diáspora se exponía a las modas dominantes en el pensamiento helenístico y oriental. Y puntualiza Abbo ,
pág. liv: No basta con señalar que ciertos errores análogos existían a mediados del siglo II; es necesario demostrar
que no podían haber existido en tiempos de San Pablo.
14 Ver Hendriksen, pág. 44.
15 MacDonald, pág. 946, puntualiza al respecto: Sólo los que quieren hacer de la deidad de Cristo un desarrollo del

paganismo surgido en el siglo II pueden tener problemas con esta doctrina.


16 Cf. Buffard, pág. 8: Las ideas acerca de Cristo están más desarrolladas que en ninguna otra epistola de Pablo, pero

las encontramos en germen en otros escritos suyos, de modo que no hay nada contradictorio.
17 Cf. Hendriksen, pág. 44: ¿No es del todo probable que este énfasis en la singularidad de Cristo, en su supremacía

sobre todo, surge de la negación expresa o implícita de la misma por parte de los herejes de Colosas? Para una

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p 18Sobre cimientos tan endebles como éstos, los opositores de la autoría paulina construyen
sus argumentos. No obstante, aún hay comentaristas que los siguen 18. En realidad son argumentos
frágiles19 que han sido contestados eficazmente vez tras vez por los que defienden la autoría de
Pablo.
Además, contra los razonamientos insustanciales que hemos visto hasta aquí, debemos oponer
las siguientes evidencias que, a mi juicio, tienen un peso abrumador y nos conducen
inexorablemente a la conclusión de que el autor de Colosenses fue quien pretende ser: el apóstol
Pablo20. Estas evidencias pueden clasificarse en dos grupos: evidencias externas al texto y
evidencias internas que surgen del texto mismo.

1. El testimonio de la iglesia primitiva


p 19
La principal evidencia externa es el testimonio unánime de los escritos procedentes de los
primeros siglos de la Iglesia. Veamos algunos ejemplos21:

• Está claro que el Canon de Marción (h.140–150 d.C.) aceptaba la autoría paulina de Colosenses.
• El Fragmento Muratoriano, escrito alrededor de los años 180–200, afirma que Pablo es el autor
de Colosenses.
• Ireneo (h.125–h.202 d.C.) no sólo cita textos procedentes de cada capítulo de Colosenses, sino

excelente réplica a las ideas de Mayerhoff, Baur y Holtzmann acerca de la herejía colosense, ver Abbo , págs.
liv–lvii.
18 Por ejemplo, Pérez, pág. 56: Pensamos que la carta no fue elaborada por Pablo mismo, sino por un discípulo

cercano a él en el tiempo; Margaret MacDonald (Las comunidades paulinas, 1994, Ediciones Sígueme,
Salamanca, págs. 135–136): Es posible que la carta fuera escrita por un colaborador de Pablo durante la prisión de
éste. Bornkamm, pág. 226, considera Colosenses una carta postpaulina. Otros autores contemporáneos que
niegan la autoría paulina son: E. Lohse: Colossians and Philemon, 1971, Filadelfia; E. Schweizer: La Carta a los
Colosenses, 1987, Salamanca; E. P. Sanders: Literary Dependence in Colossians, 1966; W. Meeks: Los primeros
cristianos urbanos, 1988, Salamanca. Dato curioso: en 1965, el jesuita Gutiérrez (pág. 807) pudo aseverar que
los exegetas católicos y la mayor parte de los acatólicos moderados rechazan [los argumentos de los antipaulinos]
como carentes de verdadero valor científico. ¡Cómo cambian las cosas! Hoy, casi todas las obras en castellano que
niegan la autoría paulina proceden de editoriales católicas. Se presentan las ideas antipaulinas como
novedosas y progresistas, cuando en realidad son ya viejas y retrógradas y fueron contestadas
satisfactoriamente hace muchas décadas.
19 Cf. Wickham, pág. 115: Algunos eruditos modernos han impugnado la creencia tradicional acerca de la autoría

del escrito, pero las objeciones tienen poco peso, siendo decisivos los argumentos a favor, tanto de la evidencia externa
como de la interna; Bruce, pág. 734: Los argumentos empleados en contra de la autenticidad de Colosenses no
pueden soportar un examen serio; Hendriksen, pág. 44: Los argumentos en contra de la paternidad literaria de
Pablo … son más bien superficiales; Carson, pág. 12: Los argumentos en contra de la autoría paulina no convencen.
20 Cf. Hendriksen, pág. 49: El testimonio a favor de la paternidad literaria de Pablo es abrumador. El testimonio,

tanto interno como externo, sólo permite una conclusión, a saber, que fue Pablo el que escribió Colosenses; Guthrie
(1), pág. 119: No hay nada en Colosenses que no pudiera haber sido escrito por el apóstol.
21 Ver Abbo , págs. l–li; Collantes, pág. 1350; Jamieson, págs. 508–509; y Gutiérrez, págs. 807–808, para

relaciones más amplias.

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que, al citar Colosenses 4:14 —Sólo Lucas está conmigo—, atribuye estas palabras a Pablo 22.
• Clemente de Alejandría (h.150–h.215 d.C.) cita de cada capítulo de Colosenses y afirma que el
autor de la epístola es el apóstol.
• Tertuliano (h.160–h.220 d.C.) también atribuye «al apóstol» las palabras de Colosenses 2:8 y
cita la epístola una y otra vez en sus escritos, especialmente los pasajes cristológicos.
• Orígenes (h.185–h.254 d.C.) dice en su obra Contra Celso: En los escritos de Pablo … las
siguientes palabras pueden leerse en la Epístola a los Colosenses …; y procede a citar Colosenses
2:18–19.
• A partir de tiempos de Orígenes, las citas de la «Epístola de Pablo a los Colosenses» son
innumerables.

Así pues, las tradiciones que sostienen la autoría del apóstol se remontan a mediados del siglo II
y no hay ni el más mínimo p 20 asomo de discrepancia en cuanto a esta atribución. Tal
unanimidad, de por sí, hace poco creíbles las especulaciones de los teólogos antipaulinos de los
siglos XIX y XX.

2. El carácter del autor


En cuanto a evidencias internas, empecemos considerando los rasgos de personalidad que se
desprenden del texto y que reflejan las prioridades del autor en el ministerio pastoral. Vez tras vez
se manifiestan características «típicamente paulinas», de modo que resulta muy di cil pensar que
estamos leyendo palabras de otro autor. Algunos ejemplos23:

• No cesa de orar por sus lectores y demuestra un profundo interés en su bienestar espiritual
hasta el punto de «luchar» por ellos (Colosenses 1:3, 9; 2:1). Lo mismo hacía Pablo (por ejemplo,
en Romanos 1:8–9 o en Gálatas 4:19).
• Alaba a sus lectores a causa de las cosas buenas que sabe de ellos (Colosenses 1:4–6; 2:5; cf.
Romanos 1:8; 15:14; 16:19; 1 Corintios 1:4–7; 2 Corintios 8:7).
• Sin embargo, atribuye a Dios las virtudes que ve en ellos y le da a él toda la gloria (Colosenses
1:12, 29; cf. 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 1:3–4; 2:14).
• Asimismo, reconoce que el ministerio que ejerce le fue concedido por la gracia de Dios
(Colosenses 1:23, 25; cf. 1 Corintios 15:9–10; 2 Corintios 11:16–12:13; Gálatas 1:15–16).
• Por tanto, no teme afirmar su autoridad apostólica (Colosenses 1:1; 2:8, 16, etc.; cf. 2 Corintios
11:5; Gálatas 1:1).
• Le gusta hacer listas de virtudes y vicios (Colosenses 3:5, 8, 12; cf. 1 Corintios 6:9–10; Gálatas
5:19–21, 22–23).
• Y, en cuanto a las virtudes, para él el amor es preeminente (Colosenses 3:14; cf. 1 Corintios 13:4–

22 Ireneo: Contra Herejías III.xiv.1. Comenta Hendriksen, págs. 48–49: Cuando Ireneo atribuye Colosenses a
Pablo, su testimonio debe de tener mucho peso. Él había viajado extensamente, estaba íntimamente relacionado con
la casi totalidad de la iglesia, y vivía en una época en que las más antiguas tradiciones apostólicas todavía estaban
latentes.
23 Hendriksen, págs. 44–46, dedica largas páginas a este tema.

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8, 13; Gálatas 5:13–14, 22).

Leyendo cuidadosamente textos como éstos, resulta casi impensable que el autor de
p 21
Colosenses y el autor de Romanos, Corintios y Gálatas sean dos personas diferentes24 . La
personalidad del apóstol resplandece en toda la carta25.

3. Características paulinas de la epístola


Luego es bastante obvio que el argumento de la carta sigue una línea de desarrollo frecuente en
las epístolas de Pablo. Naturalmente, esto podría sólo demostrar la calidad de la falsificación; pero,
si aceptamos esta clase de argumento, por definición no puede existir ninguna manera de
demostrar la autenticidad de Colosenses, ¡porque cuanto más destacamos rasgos paulinos en la
epístola, tanto más demostraremos la destreza del imitador!
Pongamos un par de ejemplos. Pablo empieza orando por sus lectores (1:9–12). Ésta es una
característica común de la correspondencia del siglo I, incluso en las cartas de los incrédulos. Lo
que no es tan frecuente —pero sí lo es en la correspondencia de Pablo— es que la oración empiece
con acción de gracias (1:3–8).
Después observamos que la epístola se divide claramente en dos secciones principales, al estilo
de muchas de las cartas del apóstol: la primera sección es de carácter doctrinal y la segunda de
carácter ético26.
p 22 Veremos otras facetas paulinas de la epístola al entrar en la exposición del texto.

4. La relación entre Colosenses y Filemón


Está claro que existe una estrecha relación entre Colosenses y la epístola a Filemón, porque:

• Ambas epístolas hacen referencia a Onésimo, el esclavo fugitivo, a quien Pablo devuelve a su
amo en compañía de Tíquico (Colosenses 4:9; Filemón 10–16).
• Igualmente, las dos cartas envían saludos a Arquipo (Colosenses 4:17; Filemón 2) y a todos los
lectores de parte de Epafras, Marcos, Aristarco, Demas y Lucas (Colosenses 4:10–14; Filemón
23–24), los cuales estaban evidentemente presentes con el autor en el momento de redactar las
cartas.
• Las dos cartas fueron escritas desde la cárcel (Colosenses 4:3, 18; Filemón 1, 9) y llevan la firma

24 Abbo (págs. lviii–lix) y Hendriksen (págs. 45–48) dedican amplias secciones de sus comentarios a
establecer la estrecha relación entre Colosenses y Filipenses, para demostrar así que tenían necesariamente el
mismo autor. No repetimos aquí sus argumentos porque, desgraciadamente, muchos de los autores que
cuestionan la autoría paulina de Colosenses también cuestionan la de Filipenses.
25 Guthrie (1), pág. 113.
26 A estas consideraciones, Gutiérrez (págs. 808–809) añade frases que se encuentran igualmente en

Colosenses y en Romanos o Gálatas, y concluye: Las semejanzas son tantas que corroboran la autenticidad de la
carta. Cf. Collantes, pág. 1350: Aun cuando la crítica liberal rechazó la autenticidad de la presente carta, hoy día se
nota una positiva reacción hacia la postura tradicional … Un estudio más sereno y minucioso de la teología de esta
carta … ha dado por resultado que el contenido de ella es tan paulino que diǐcilmente hubiera podido haber sido
expresado por otro que no fuera el mismo Pablo.

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de Timoteo como coautor (Colosenses 1:1; Filemón 1).
• Y las dos cartas abordan cuestiones relacionadas con la esclavitud (Colosenses 3:22–4:1;
Filemón 10–21).

Ahora bien, no existe prácticamente nadie que dude de la autoría paulina de Filemón; puesto
que es una epístola que no contiene doctrinas polémicas, no existe motivo alguno por el que
alguien habría deseado fabricarla. Pero si la carta a Filemón es genuina, resulta poco probable que
Colosenses sea una falsificación27 . Es una cuestión de coherencia histórica y literaria. Si p 23 el
autor de Colosenses es Pablo, todos los detalles circunstanciales y personales registrados en las dos
cartas encajan perfectamente. Si no lo es, la fabricación viene a ser de una complejidad tal que
acaba resultando inverosímil.

5. La firma de la carta
Pero la evidencia interna más obvia es, por supuesto, que el texto de Colosenses declara que el
autor es Pablo. De hecho, el apóstol estampa su firma —por así decirlo— nada menos que tres
veces: al principio, en medio y al final. Escuchemos sus palabras: Pablo, apóstol de Jesucristo por la
voluntad de Dios … Del [evangelio] yo, Pablo, fui hecho ministro … Yo, Pablo, escribo este saludo con mi
propia mano. Acordaos de mis cadenas (1:1; 1:23; 4:18).
Estas palabras son muy solemnes y contundentes. Sin embargo, los que se oponen a la autoría
paulina pretenden decirnos que se trata de una falsificación pero, no obstante, de una falsificación
«bien intencionada»; el autor anónimo sólo se apropió la firma de Pablo con la finalidad noble de
aumentar la autoridad de sus propias ideas, que en sí son buenas. Así, habiendo negado la
autoridad apostólica de Colosenses, quieren retener algo de su utilidad espiritual. Pero esto,
sencillamente, no puede ser. El autor afirma que es Pablo. Reclama para sí autoridad apostólica.
Sostiene que ha sido comisionado y autorizado nada menos que por Dios, por aquel Dios que nunca
engaña ni miente (Números 23:19; 1 Samuel 15:29; Tito 1:2). Afirma que ha sido enviado por aquel
mismo Jesucristo que exigió que el «sí» de sus discípulos fuera un «sí» sincero y sin
encubrimientos, y su «no», un «no» de verdad (Mateo 5:37). Por si todo esto fuera poco, afirma que
su letra es la de Pablo y que está escribiendo desde la cárcel.
Una de dos: o Pablo es verdaderamente el autor, en cuyo caso Colosenses tiene una autoridad
incuestionable en nuestras vidas; o estamos ante un documento fraudulento, una obra maestra del
engaño y de la mentira, en cuyo caso su autoridad y su vigencia actual son nulas. Esto es lo que está
realmente en p 24 juego detrás del debate sobre la autoría de Colosenses. No es un debate árido,
que no tiene por qué afectar nuestra apreciación del texto. Es un debate de todo o nada, de vida o
muerte, en el que se decide si vamos a someter nuestras vidas a la autoridad del texto o si

27 Cf. Moule, pág. 13: Parecería … imposible dudar de que Filemón fue escrita por San Pablo, o dudar de la íntima
conexión entre Filemón y Colosenses; Guthrie (1), pág. 1139: La conclusión ineludible es que ambas cartas fueron
escritas en el mismo momento; pero la autenticidad de Filemón no es cuestionada y así provee una fuerte
probabilidad de que Colosenses también sea genuina; Guthrie (2), pág. 554: A la luz de estos datos es imposible
pensar que las dos epístolas fueron enviadas en momentos diferentes; y, puesto que la aceptación de la autenticidad
de Filemón es universal, conlleva la certeza de que Colosenses es una obra genuina de Pablo.

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someteremos el texto al arbitrio de nuestros propios razonamientos28. Finalmente, es cuestión de
si la Epístola a los Colosenses es Palabra de Dios o no. Si fue escrita por Pablo y Pablo es «apóstol de
Jesucristo por la voluntad de Dios», entonces nos llega con plena autoridad divina, bajo la
inspiración del Espíritu Santo y con el sello de la aprobación de Dios, en cuyo caso sus enseñanzas
deben ser acatadas por todo aquel que teme al Señor. Si, en cambio, fue escrita por un autor
anónimo que fingió ser el apóstol Pablo, no tiene autoridad divina alguna y podemos descuidar
impunemente sus enseñanzas —de hecho, debemos eliminarla del canon de la Biblia—; porque
Dios no suele emplear como portavoces suyos a embusteros fraudulentos, por muy buenas que
sean sus intenciones. Hayan entendido esto o no, los seguidores de Mayerhoff y Baur son culpables
de haber cometido un atrevimiento con consecuencias sacrílegas: sus argumentos, además de
pobres, han servido para socavar la confianza de muchos en la fiabilidad del mensaje divino y, así,
justificar el descuido de la autoridad de esta porción de la Palabra de Dios.

A la luz de todos estos argumentos, pues, nos acercamos a Colosenses con confianza y con
temor de Dios, reconociendo que fue escrita por Pablo29 , que lleva el sello de la autoridad
apostólica y que constituye una parte intrínseca de la revelación normativa de la voluntad de Dios
para nosotros. Nos acercamos p 25 tratándola con reverencia y con disposición a someternos
gozosamente a sus enseñanzas.

LAS CIRCUNSTANCIAS DE PABLO


La datación de Colosenses depende en gran medida de su lugar de origen. Y sobre éste, lo único
que sabemos a ciencia cierta es que Pablo se encontraba en la prisión al escribir la epístola: en el 1:24
se alegra de sus sufrimientos, porque éstos son el resultado de su participación en la edificación de
la Iglesia; en el 4:3 dice que ha sido encarcelado a causa de su predicación del evangelio; en el 4:10
llama a Aristarco mi compañero de prisión; y en el 4:18 pide a los colosenses que se acuerden de sus
cadenas (cf. también Filemón 1, 9, 23).
¿Pero en qué lugar está encarcelado? En 2 Corintios, Pablo mismo se refiere a los «muchos
encarcelamientos» que ha padecido (11:23). De hecho, aquella carta nos hace comprender que los
datos de la vida del apóstol registrados en el Libro de los Hechos distan mucho de ser una relación
completa de todas sus confrontaciones y aflicciones (ver 2 Corintios 11:23–33). Los comentaristas
debaten entre sí acerca de la ciudad en la que se encontraba Pablo al escribir Colosenses, pero en
todo caso conviene recordar que sus deliberaciones se basan en una información incompleta.
Dicho esto, podemos añadir que suelen proponer tres posibles lugares de origen: Éfeso, Cesarea o
Roma30.

28 Cf.Buffard, pág. 9: No venimos para juzgar el libro, sino para que el libro nos juzgue a nosotros.
29 Cf.Guthrie (1), pág. 1139: Así pues, aceptamos confiadamente como genuina la adscripción de la epístola
al apóstol.
30 Los méritos de cada una de estas ciudades son evaluados en gran detalle y con gran agudeza por Guthrie (2),

págs. 555–558. Él elimina la posibilidad de que la epístola fuera escrita desde Cesarea y, en cuanto a las

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Los que abogan a favor de Éfeso piensan que así se explica más fácilmente la presencia de
Epafras y Onésimo con Pablo. p 26 Aparentemente, Epafras se ha trasladado al lugar donde se
encuentra el apóstol a fin de comunicarle noticias acerca de los colosenses (1:7–8; 4:12–13). Éfeso,
al estar a sólo 160 kilómetros de Colosas, es de fácil acceso. En cambio, otros posibles lugares de
origen están mucho más lejos y hacen que el traslado de Epafras sea más complicado. De igual
manera, es más probable que Onésimo huyera a la cercana Éfeso que a la lejana Roma31. El
problema principal de esta teoría es, sencillamente, que el Libro de Hechos, aunque contiene una
larga narración sobre la estancia de Pablo en Éfeso (Hechos 19:1–20:1), no nos habla de ningún
encarcelamiento suyo32.
En cambio, sabemos que Pablo pasó dos años de prisiones en Cesarea Marítima (Hechos
23:23–26:32). Sin embargo, en aquel momento parece no haber disfrutado de mucha libertad para
recibir a la gente y proseguir con sus labores pastorales y evangelísticas, lo cual no cuadra con la
situación de relativa libertad descrita en la epístola (4:3–4; cf. Efesios 6:19–20). Además, es poco
probable que Onésimo, el esclavo fugitivo de Filemón, huyera a Cesarea33, y menos aún que
tuviera acceso a Pablo y se convirtiera.
Esto hace que la gran mayoría de comentaristas abogue a favor de un origen romano. Según
Hechos 28:30–31, Pablo pasó allí sus «prisiones» en una casa alquilada en la que tenía libertad p
27 para atender a sus visitas, por lo cual pudo dedicarse a predicar y enseñar con toda libertad, sin
estorbo. Esto concuerda con la clase de situación reflejada en Colosenses. Además, sabemos que dos
de los compañeros mencionados en la carta, Lucas y Aristarco, viajaron con Pablo a Roma (Hechos
27:1–2)34.
Si la carta fue escrita desde Éfeso, su fecha de redacción sería aproximadamente entre los años
54 y 56 d.C. Si fue escrita desde Cesarea, entre el 58 y el 60. Y si lo fue desde Roma, entre el 61 y el
63. Según el criterio mayoritario, lo más probable es que hayan pasado unos cinco o seis años
desde la estancia de Pablo en Éfeso; ahora estamos aproximadamente en el año 61 d.C. y el apóstol
se encuentra en la cárcel en Roma35.

candidaturas de Éfeso y Roma, concluye: La hipótesis de Éfeso no puede ser descartada como imposible, pero el
criterio tradicional [de Roma] ofrece las mejores probabilidades.
31 En contra de esta idea están las palabras de C. H. Dodd (citadas por Guthrie [2], pág. 556): Puestos a especular,

resulta tan probable que el esclavo fugitivo, los bolsillos llenos de dinero robado a su amo, se dirigiera a Roma porque
estaba distante, como a Éfeso porque estaba cerca.
32 También milita en contra de un origen efesio el hecho de que Lucas, quien está con Pablo al escribir la carta

(4:14), parece no haberle acompañado a Éfeso (la narración de Hechos 19 está en tercera persona; Lucas suele
emplear la primera persona—nosotros—cuando describe episodios en los que él mismo ha estado presente).
33 Existen otros argumentos en contra de este origen. Cuando Pablo estaba en Cesarea, deseaba visitar Roma

(Hechos 23:11), no Colosas (Filemón 22). Entre los compañeros de Pablo en Cesarea se encontraba, sin duda,
Felipe el evangelista, en cuya casa Pablo se había alojado poco antes de su encarcelamiento (Hechos 21:8); nos
extraña que Pablo no envíe saludos de su parte.
34 Cf. Guthrie (1), pág. 1141: De aquellos encarcelamientos de los cuales nos habla el Libro de los Hechos, Roma

parece la única opción razonable … Al sopesar las evidencias, éstas se decantan a favor de un origen romano;
Collantes, pág. 1349: Todos los indicios apuntan más bien a la prisión romana.

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Con él, en Roma, están también Tíquico y Onésimo. El apóstol ha decidido devolver a éste a su
amo en Colosas. Seguramente, Tíquico acompaña a Onésimo con una doble finalidad: por una
parte debe asegurar que éste no cambie de idea y se dé otra vez a la fuga; por otra, debe servirle
como mentor y defensor cuando lleguen a casa de Filemón. Pablo, pues, aprovecha el viaje de
Tíquico y Onésimo para enviar cartas a Éfeso (Efesios 6:21–22), a Colosas (Colosenses 4:7–9) y al
propio Filemón (Filemón 10–12)36.

p 28 PABLO Y TIMOTEO SE PRESENTAN (1:1)


Pablo empieza su carta de la manera convencional de aquella época: en primer lugar, nombra a
los remitentes; en segundo lugar, indica quiénes son los destinatarios; y en tercer lugar, emplea
una frase de saludo 37. Era normal que empezaran así las cartas de aquel entonces. Pero lo que no es
en absoluto convencional es la manera en que Pablo amplía y «santifica» la salutación, haciendo
que cada frase arranque de una relación con Dios: él mismo es apóstol de Jesucristo por la voluntad de
Dios; los destinatarios son santos y fieles hermanos en Cristo; y el saludo se convierte en la
invocación de la gracia y paz de Dios nuestro Padre.
En realidad, cada frase refleja alguna faceta de la obra salvadora de Dios por medio de
Jesucristo: es Cristo quien ha capacitado y comisionado a Pablo como su apóstol, pero siempre en
conformidad con la voluntad de Dios; es «en Cristo» como Dios ha apartado para sí a los creyentes
colosenses y los ha hecho sus santos; y si podemos conocer la gracia y la paz de Dios, es porque
Cristo nos las trae (Juan 1:17; Romanos 5:1).
Así pues, los remitentes, los destinatarios y la salutación tienen esto en común: todos son lo
que son por la voluntad de Dios y por la obra salvadora de Jesucristo. Pero esta obra no sólo ha dado
a todos una nueva identidad y una nueva entidad, sino que ha forjado una nueva vinculación entre
todos. En principio, ¿qué tiene que ver el judío Pablo de Tarso con un grupo de gentiles
procedentes de Colosas? Pues no sólo ha sido el instrumento de Dios para llevarles el mensaje del
evangelio, sino que p 29 ha asumido una nueva relación fraternal con ellos. Pablo, Timoteo y los

35 Cf. Abbo , pág. lix; Buffard, pág. 9; Carballosa, pág. 22; Carson, pág. 15; Erdman, pág. 28; Gutiérrez, pág.
809; Harrison, pág. 10; Nielson, pág. 380; Staab, págs. 104–105. Según McRay, pág. 1049, ha aparecido una
nueva evidencia que quizás modifique estas fechas en lo sucesivo. Se trata de una moneda acuñada en honor
del nuevo procurador de Judea, Festo, y fechada en el año 56. Esto nos obliga a mover el encarcelamiento de
Pablo en Cesarea a los años 54 a 56 (ver Hechos 24:27–25:1), y las prisiones de Roma a los años 57 a 59.
36 Cf. Staab, págs. 100–101: Es indudable que estas tres cartas, despachadas al mismo tiempo, fueron también

escritas a distancia de pocos días … El parentesco entre las cartas a los Colosenses y a los Efesios es aún más estrecho
que entre las cartas a los Romanos y a los Gálatas … En la carta a los Efesios, las exhortaciones son más amplias y
están más fundamentadas en razones doctrinales. Este hecho favorece también la conclusión de que la carta a los
Colosenses fue escrita antes que la carta a los Efesios, porque parece lógico pensar que la simple enunciación de un
tema es anterior a su desarrollo. Es posible que Pablo haya escrito en este momento una cuarta carta dirigida a
los laodicenses. Exploraremos esta posibilidad con más detalle cuando lleguemos al comentario del 4:16.
37 McRay, pág. 1051, indica que esta fórmula aparece constantemente en las cartas contemporáneas

encontradas en el Oriente Medio.

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colosenses tienen esto en común: todos se han convertido a Dios por medio de Jesucristo; y, como
consecuencia, han descubierto que ahora Dios es nuestro Padre. Esta nueva relación «vertical» con
Dios conduce inexorablemente a nuevas relaciones «horizontales» con los demas creyentes.
Cuando Dios llega a ser Padre de todos, entonces todos adquieren un nuevo parentesco entre sí.
Todos pertenecen a la misma familia espiritual. Timoteo y los colosenses son los «hermanos» de
Pablo.
Así, con unas pocas palabras, el apóstol logra expresar las gloriosas realidades que caracterizan
la relación de todos los creyentes con Dios y de todos entre sí.
Sin embargo, aun reconociendo plenamente su relación fraternal con los colosenses, Pablo no
quiere que le miren en estos momentos sólo como su hermano y amigo. Más bien quiere que vean
en él a aquel enviado de Cristo autorizado para hablar en nombre del Señor. Tiene cosas serias que
decirles y no deben tomarlas como las amonestaciones de un hermano o las recomendaciones de
un amigo, como si pudieran aceptarlas o rechazarlas a su antojo. Escribe con autoridad. Sus
palabras exigen obediencia, la misma clase de obediencia que exigirían si Dios mismo las
pronunciara.
Por eso comienza la carta con palabras un tanto formales: Pablo, apóstol de Jesucristo por la
voluntad de Dios (cf. 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1; Efesios 1:1; 2 Timoteo 1:1). Tiempo tendrá para
expresarles su afecto fraternal (2:1, 5, etc.). De momento, lo importante es que los colosenses
comprendan que no les escribe como un hermano más, sino como enviado del Señor, y que se
dispongan a reconocer su autoridad y a acatar sus palabras. La hermandad más entrañable no está
en absoluto reñida con la necesidad de respetar la autoridad que Dios concede a quienes quiere.
En varias ocasiones, mayormente al escribir a los gálatas y a los corintios, Pablo se vio en la
necesidad de defender su apostolado. No lo hizo con afán de protagonismo personal, sino porque
en ello iban la autoridad de su mensaje y, en última instancia, la p 30 autoridad del Señor que le
había enviado a proclamar el mensaje 38. Aquí también defiende su apostolado. No porque los
colosenses lo hubieran cuestionado, sino porque necesitaban conceder la oportuna entidad a sus
palabras39. Sus lectores debían recordar que Pablo había sido comisionado nada menos que por
Jesucristo, y eso conforme a la voluntad de Dios40. Es una manera breve de decir lo que había dicho
más ampliamente a los gálatas: que era apóstol no de parte de hombres ni mediante hombre alguno,
sino por medio de Jesucristo y de Dios el Padre que le resucitó de entre los muertos (Gálatas 1:1)41. Desde

38 El concepto esencial del apostolado reside en que el apóstol se reviste de la autoridad de aquel que le envía y se
le confiere su poder (Carson, pág. 26).
39 Cf. Lightfoot, pág. 131: Aunque no tenemos razones para suponer que se impugnaba su autoridad en la iglesia

colosense, sin embargo Pablo interviene en la iglesia en virtud de su comisión apostólica y, por tanto, emplea el título
que le confiere autoridad.
40 Cf. Erdman, pág. 29: Pablo da por supuesto lo que en otro lugar afirma: que posee todos los requisitos de la

condición de apóstol, a saber, que ha visto al Cristo resucitado, que es testigo inspirado de la resurrección, que en el
don de realizar milagros posee «las señales de un apóstol» … y que la comisión que posee procede de Cristo en forma
directa y personal.
41 Estas palabras de Gálatas indican que la iniciativa para la constitución del apostolado de Pablo no partió de

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el comienzo de su ministerio, Pablo había sido un instrumento escogido por el Señor para llevar [su]
nombre en presencia de los gentiles (Hechos 9:15; cf. Romanos 11:13)42. No hacerle caso a Pablo era no
hacerle caso a Jesucristo, que le había enviado, ni a Dios, bajo cuya voluntad llevaba a cabo su
ministerio43.
Este énfasis sobre su propia autoridad, incuestionable e intransferible, es aún más fuerte si
consideramos el contraste entre la manera en que Pablo se presenta a sí mismo y la manera p 31 en
que presenta a Timoteo. Pablo mismo no es menos que el «apóstol de Jesucristo por la voluntad de
Dios»; Timoteo no es más que «el hermano». Sería fácil —pero absolutamente falso— ver en este
contraste una soberbia por parte del apóstol rayana en la egolatría, o un asombroso desprecio
hacia Timoteo. A fin de cuentas, éste destaca entre todos los compañeros de Pablo como signatario
de la carta. Los demas sólo envían saludos (4:10–14)44. ¡Ni siquiera el evangelista Lucas es invitado
a añadir su firma! Esto sugiere que Timoteo no era ya el joven principiante que había salido como
aprendiz de misionero cuando Pablo partió de Listra (Hechos 16:1–3), sino un consiervo apreciado
cuya firma sirve para reforzar la autoridad de la carta45 . Pero, aun así, no es más que un
«hermano». No tiene autoridad apostólica. Eso sí, puede dar buenos consejos y fieles enseñanzas;
debe ser recibido, pues, con afecto fraternal y respeto. Pero sus dones, aunque notables, no tienen
la autoridad vinculante del apostolado de Pablo46. Pablo mismo lo entiende así. No es p

hombres (no de parte de hombres) y tampoco los hombres fueron los mediadores de la voluntad de Dios en su
llamamiento (ni mediante hombre alguno).
42 Pablo mismo no se cansaba de repetir que había sido escogido y designado por Dios como apóstol a los

gentiles. Ver Hechos 9:5–6, 15–16; 22:10–21; 26:15–18; Romanos 1:1, 5; Gálatas 1:1; 2:9.
43 Cf. MacDonald, pág. 948: Su apostolado … no era una ocupación que hubiese escogido para sí mismo ni había

sido instruido por hombres para la misma. Tampoco le había sido dado el oficio por ordenación humana … No, sino
que todo su ministerio era llevado a cabo bajo el solemne conocimiento de que el mismo Dios lo había escogido como
apóstol; Hendriksen, págs. 55–56: Pablo había alcanzado su alto oficio no por aspiración, ni por usurpación, ni
tampoco por nominación de parte de otros hombres (Gálatas 1:1, 16–17), sino por medio de preparación divina
(Gálatas 1:15–16), habiendo sido apartado y capacitado por la actividad de la voluntad soberana de Dios; Carson,
pág. 27: Este alto llamamiento no se debe a la capacidad intrínseca de Pablo o a sus indudables cualidades
intelectuales; se debe a la gracia y misericordia del Dios que le ha escogido; Gutiérrez, pág. 810: Nadie, bajo ningún
pretexto, podrá disputarle esta misión, que le viene del mismo Dios, mediante la cual puede hacer valer sus plenos
poderes aun sobre las comunidades cristianas que no tuvieron contacto personal con él.
44 Por otro lado, la firma de Timoteo y la ausencia de las firmas de los otros compañeros pueden deberse a que

Timoteo había estado con Pablo en Éfeso (Hechos 19:21–22), lo cual hace posible que conociera personalmente
a los miembros de la congregación de Colosas.
45 Ver también CENT 128, Mucha libertad en Cristo, págs. 24–25. Para más información sobre Timoteo, ver

CENT 140, La conversión auténtica, págs.48–51. Timoteo «firma» también otras cartas de Pablo: 2 Corintios
1:1; Filipenses 1:1; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1; Filemón 1.
46 A este respecto, comenta MacDonald, pág. 948, que es importante observar aquí la total ausencia de

oficialismo en la actitud de Pablo para con Timoteo. Los dos eran miembros de una común hermandad y no había
concepto alguno de una jerarquía de dignatarios eclesiásticos con pomposos títulos y vestiduras distintivas. Cf.
Buffard, pág. 19: La ordenación por una iglesia, si no va acompañada de la ordenación de las manos taladradas de
Cristo, no tiene eficacia alguna.

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32 cuestión de prepotencia personal, ni de desprecio de dones ajenos, ni mucho menos de
menosprecio de la persona de Timoteo; al contrario, existía una entrañable relación de afecto
fraternal entre ellos47. Es sencillamente cuestión de hacer honor a la verdad y a los hechos reales:
Pablo fue comisionado como apóstol por Jesucristo y por Dios Padre; Timoteo fue escogido como
misionero por Pablo y por los ancianos de Listra. Si, pues, Pablo ensalza su propio apostolado, esto
no es evidencia de soberbia y egocentrismo, sino justo lo contrario: se atreve a hacerlo
precisamente porque no ve en su apostolado motivo de jactancia humana, pues todo es de gracia
divina. Su motivación, al expresarse así, no es el orgullo, sino la humildad. Se asombra de la gracia
de Dios en su vida y ministerio48: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Corintios 15:10). Pero, a la
vez, puesto que su apostolado proviene de Dios, se ve en la necesidad de defenderlo a ultranza.
Despreciar a alguien como Timoteo es un asunto serio, porque es despreciar a un fiel siervo del
Señor; pero despreciar a Pablo es mucho más serio: es despreciar al autorizado portavoz de Cristo;
es rechazar al Señor que le envía y al Dios en cuya voluntad ejerce su ministerio apostólico49.
Lo mismo, por supuesto, es cierto para nosotros. Como ya hemos dicho, si leemos Colosenses
como si fuera un texto falsificado o seudoepigráfico, diluimos inevitablemente su autoridad. En tal
caso, el texto en sí es el mismo; los argumentos plasmados p 33 en el texto siguen siendo iguales;
pero la autoridad detrás de ellos cambia radicalmente. La epístola, en vez de ser Palabra de Dios, se
convierte en un compendio de ideas más o menos interesantes que podemos abrazar o descuidar a
nuestro antojo. Lo mismo es cierto si leemos el texto viendo sólo al autor humano y no al
inspirador divino. Si Pablo se presenta como apóstol que actúa por designio de Dios y como
enviado de Jesucristo, es precisamente porque quiere que no leamos sus palabras como si fueran
meras sugerencias humanas, sino como lo que son de verdad: instrucciones que tienen su origen
en Dios.

p 35 CAPÍTULO 2

COLOSAS Y LA IGLESIA DE LOS COLOSENSES


COLOSENSES 1:2

… a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia a vosotros y paz de
Dios nuestro Padre.

47 Cf. Hendriksen, pág. 56: Al llamar a Timoteo «nuestro hermano», Pablo … estaba enfatizando la íntima relación
que había entre él y su compañero. Pablo amaba a Timoteo profunda y tiernamente (Filipenses 2:19–23); Erdman,
págs. 29–30: En ningún otro compañero puso Pablo tanta confianza; a nadie más prodigó tanto amor.
48 Cf. Lightfoot, pág. 131: Esta expresión debe entenderse como la renuncia de toda valía personal y una declaración

de la gracia inmerecida de Dios.


49 Cf. Hendriksen, pág. 55: Es nada menos que Cristo mismo quien habla a su iglesia a través de Pablo.

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COLOSAS
Acompañemos, pues, a Tíquico y a Onésimo en su viaje a Colosas. Nos despedimos de Pablo en
su casa alquilada. Es una despedida muy emotiva. Nos causa impacto dejar al apóstol en cadenas,
sujetado al guardia romano y pendiente del desenlace de su apelación ante el emperador.
Onésimo, especialmente, se derrumba al abrazar al apóstol; porque, como él mismo nos dirá
después, le considera su padre espiritual (Filemón 10), le ama como un hijo y teme no volver a
verlo en esta vida.
Aristarco y Marcos, Jesús el Justo y Epafras, Lucas y Demas nos acompañan hasta Puteoli, el
puerto de Roma. ¡Qué lujo tener en nuestro séquito a dos de los evangelistas! Todos nos piden que
comuniquemos sus saludos afectuosos a los hermanos a los que visitaremos en el camino. Epafras
nos da saludos especiales para muchos hermanos de Hierápolis, Laodicea y Colosas. Oramos
juntos en el muelle, nos despedimos y, entonces, zarpamos en un barco que nos llevará por el
Tirreno, el Adriático y el Egeo hasta Mileto, en la costa occidental de la provincia de Asia.
Después de muchos días de viaje por mar, llegamos a Mileto. Lucas ya nos ha contado la
p 36
escena emocionante que tuvo lugar aquí unos cinco o seis años atrás, cuando Pablo se despidió de
los ancianos de Éfeso. Y, efectivamente, es a Éfeso adonde nos vamos a dirigir ahora. De hecho, el
camino más directo a Colosas sale de Mileto siguiendo el curso del río Meandro (que ha dado su
nombre a cierta clase de sinuosidades en el curso de los ríos). Pero vamos a desviarnos un poco
para llevar la carta de Pablo a los hermanos de Éfeso. Tomamos, pues, la carretera de la izquierda y
nos dirigimos al Norte. En Éfeso, los creyentes nos reciben con mucho gozo. Nuestra intención
había sido pasar sólo una noche en la ciudad y proceder inmediatamente a Colosas. Pero los efesios
nos abruman con su hospitalidad, quieren recabar información acerca de Pablo y del avance del
evangelio en otros lugares e invitan a Tíquico a ministrar la Palabra en reuniones especiales
convocadas para cada noche de nuestra estancia. ¡Total, nos entretenemos en Éfeso durante días!
Finalmente volvemos a emprender nuestro viaje. Nos quedan unos 180 kilómetros hasta llegar
a Colosas. Ahora seguimos la gran carretera que va de Éfeso hacia el Este y lleva a las regiones más
orientales del Asia Menor. Pronto llegamos otra vez al Meandro. El camino sigue al lado del río.
Después de varios días de camino, llegamos a la confluencia del Meandro y uno de sus afluentes, el
Lico. Cruzamos el río y procedemos ahora por el valle del Lico. Hemos llegado al antiguo reino de
Frigia, incorporado en la provincia de Asia desde hace más de un siglo. Lo notamos porque los
habitantes hablan con un marcado acento frigio. El terreno se vuelve cada vez más montañoso, con
paisajes espectaculares. La carretera nos lleva primero a la deslumbrante ciudad de Hierápolis con
sus muchos templos paganos. Nos dirigimos a casa de unos creyentes para trasmitirles los saludos
de Epafras. Ellos, naturalmente, insisten en que pasemos la noche con ellos. Al día siguiente
bajamos nuevamente al valle del río Lico y llegamos a Laodicea, ciudad en la que pernoctamos y
hacemos entrega de la carta que Pablo ha escrito a los laodicenses1. p 37 Nos queda un solo día de
viaje, unos dieciocho kilómetros, para llegar a nuestro destino. Al proseguir nuestro camino, el
valle del Lico es cada vez más estrecho y las montañas cada vez más altas y cercanas. Y, finalmente,

1 Ver el comentario sobre el 4:16.

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llegamos a Colosas.
Por el acento de los habitantes sabemos que hemos dejado atrás las ciudades más helenizadas y
romanizadas y nos encontramos ya en «la Frigia profunda». Delante de nosotros, la carretera sigue
por los puertos de montaña hasta Apamea para descender luego por tierras de Pisidia hasta las
costas del sur de Asia en Panfilia. Pero nosotros, por nuestra parte, dejamos la carretera y nos
dirigimos a casa de Filemón. Onésimo nos enseña el camino. Puesto que la conversación entre
Filemón y Onésimo requiere intimidad, los dejaremos a solas en casa y saldremos para explorar un
poco la ciudad de Colosas.
El valle del Lico era famoso en tiempos antiguos por al menos dos cosas: sus frecuentes
terremotos2; y los pastos fértiles de sus tierras volcánicas. Estos factores, a su vez, habían
contribuido al establecimiento de industrias textiles en la zona, pues las ricas tierras del valle
sostenían grandes rebaños de ovejas cuya lana servía como materia prima para la manufactura de
tejidos, y las aguas cretáceas del valle eran ideales para teñir las telas. Como consecuencia, en las
tres ciudades del valle —Hierápolis, Laodicea y Colosas— se habían establecido muchos tejedores,
tinteros y sastres.
En su día, Colosas había sido una ciudad de gran importancia, mencionada por algunos de los
historiadores más destacados de la antigüedad. Heródoto, en el año 480 a.C., al describir el paso
del ejército del emperador persa Jerjes por el valle del Lico camino al Helesponto, la llama una gran
ciudad de Frigia3. Jenofonte, en el año 401 a.C., al describir la estancia en Colosas p 38 del ejército
de Darío, la llama una ciudad habitada y próspera y grande4 .
La grandeza de Colosas estribaba no sólo en el número de sus habitantes, en la fertilidad de sus
tierras y en la prosperidad de sus industrias textiles, sino en que ocupaba un lugar estratégico de
suma importancia en el camino que unía el oeste de Asia con el este. El viajero procedente, por
ejemplo, de Siria, al dirigirse a Éfeso tenía que pasar por las Puertas Cilicianas, adentrarse en Asia
Menor y cruzar las montañas Tauro hasta llegar al valle del Lico. Allí, la primera ciudad con la que
se topaba era Colosas. Como consecuencia, los colosenses habían conocido muchas invasiones
militares a lo largo de su historia, pero también mucha prosperidad comercial. Al ser punto de
paso obligado para muchos mercaderes, la ciudad había añadido a la agricultura, a la ganadería y a
la industria textil una creciente actividad comercial. Sus habitantes formaban una mezcla de razas.
Además de los indígenas frigios, había colonos griegos, viajeros del este y una importante
comunidad hebrea.
Sin embargo, cuando Pablo escribió su carta a los cristianos colosenses, la ciudad estaba en
declive. Las ciudades vecinas de Laodicea e Hierápolis, mencionadas por Pablo en el 2:1 y el 4:13,
aunque fundadas muchos años después de Colosas, habían ido creciendo en riquezas a expensas de
ella, especialmente desde la creación de la provincia romana de Asia (190 a.C.) 5. Los romanos

2 Estrabón (Geograǐa XII. viii. 16) describe la comarca como sísmica, sujeta a terremotos. Cf. Lightfoot, págs.
2–3, 38–40; Hendriksen, pág. 19.
3 Heródoto: Historia vii.30. Ver Banks, pág. 732; Hendriksen, pág. 20.
4 Jenofonte: Anábasis i.2.6. Ver Banks, pág. 732; Hendriksen, pág. 20.
5 Puesto que Pablo mismo pide que su epístola sea leída también en la iglesia de Laodicea (4:16), casi sería

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construyeron nuevas carreteras en la zona, cuatro de las cuales enlazaban en Laodicea con la
antigua vía del Lico6. Así, la importancia estratégica de Colosas a efectos militares y comerciales se
había desplazado hacia Laodicea7. Además, Laodicea p 39 había adquirido una gran reputación a
causa de la fina lana negra de sus rebaños, por lo cual iban en auge también sus operaciones
comerciales y bancarias. Hierápolis, por su parte, había conseguido mucha fama a causa de las
propiedades curativas de sus aguas termales (recordemos que los romanos apreciaban mucho los
balnearios)8 , había alcanzado la calidad de ciudad sagrada de Frigia a causa de sus muchos templos
y era conocida como la ciudad más bella de Asia, la ciudad dorada9. Colosas podía aún jactarse de la
solera de su historia ancestral, pero no podía competir con la creciente afluencia de sus dos rivales.
El golpe definitivo a su prestigio vino cuando los romanos decidieron convertir a Laodicea en
capital de la comarca:

Colosas ya había perdido la carrera. Si alguien buscaba salud, placer y reposo, iría a
Hierápolis; y si estaba interesado en negocios o política, dirigiría sus pasos a Laodicea10.

Ya en tiempos de Estrabón, que vivía dos generaciones antes de Pablo, la «gran ciudad de
Frigia» mencionada por Heródoto se había convertido un una ciudad pequeña11. Dan fe de ello los
pobres restos arqueológicos que marcan hoy la ubicación de Colosas, en contraste con las soberbias
ruinas de Laodicea y, sobre todo, de Hierápolis12.

p 40 LA IGLESIA DE LOS COLOSENSES


Es posible que el evangelio de Jesucristo llegara a Frigia en primer lugar por medio de judíos
que lo conocieran durante las fiestas anuales en Jerusalén. Ya hemos mencionado la colonia judía
de Colosas. Existían colonias parecidas en todas las ciudades de Frigia. Se habían establecido allí en
tiempos de Antíoco el Grande (223–187 a.C.). Según Josefo, este monarca había deportado a Lidia y
a Frigia dos mil familias procedentes de Mesopotamia y Babilonia13 . Sabemos que, ya en el año 62

exacto decir que se trata de ¡«La Epístola de Pablo a los Colosenses y a los Laodicenses»!
6 Green, págs. 261–262; Hendriksen, pág. 21.
7 Un pequeño botón de muestra de la importancia cultural de Laodicea es que Cicerón pasó años en la ciudad y

desde ella envió algunas de sus cartas más famosas. Ver Erdman, pág. 6.
8 Por supuesto, la riqueza bancaria de Laodicea, su industria textil y las termas medicinales de la comarca

están detrás de las palabras irónicas del Señor al dirigirse a la iglesia de Laodicea: Te aconsejo que de mí compres
oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza
de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver (Apocalipsis 3:18).
9 Erdman, pág. 7.
10 Hendriksen, pág. 22.
11 Estrabón: Geograǐa, XII, viii, 13. Ver Hendriksen, pág. 23.
12 Los restos de Laodicea son menos espléndidos no porque la ciudad fuera menos gloriosa que Hierápolis,

¡sino porque sus ruinas sirvieron de cantera para la construcción del cercano pueblo turco de Denizli! Ver
Lightfoot, págs. 6–7.
13 Flavio Josefo: Antigüedades de los judíos, XII, iii, 4. Ver Abbo , pág. xlviii; Barclay, pág. 121; Buffard, pág. 11;

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a.C., más de 11.000 judíos varones vivían en la comarca de Laodicea14. No nos sorprende, pues,
descubrir que entre la multitud que escuchó el sermón de Pedro en el día de Pentecostés figuraran
judíos procedentes de Frigia (Hechos 2:10). Es posible que algunos de ellos volvieran a casa
llevando consigo la noticia de que Jesús era el Mesías y que había resucitado de entre los muertos.
Sin embargo, es probable que no vieran ninguna necesidad de romper con la sinagoga, sino que
siguieran reuniéndose con los demás judíos.
No sabemos exactamente cómo y cuándo vio la luz la comunidad cristiana de Colosas, pero lo
más probable es que se fundara durante la estancia de Pablo en Éfeso, aproximadamente entre los
años 52 y 56 d.C15. Después de tres meses en los que el apóstol intentaba alcanzar a los judíos con el
evangelio, hablando denodadamente en la sinagoga, discutiendo y persuadiéndoles acerca del reino de
Dios (Hechos 19:8), tuvo que trasladarse a la «escuela de Tirano», donde seguía con la misma labor,
pero p 41 ahora entre judíos y gentiles. Esto continuó por dos años, de manera que todos los que vivían
en Asia oyeron la palabra del Señor, tanto judíos como griegos (Hechos 19:10).
Sin duda, pues, la noticia de estas enseñanzas, confirmadas por los poderosos milagros llevados
a cabo por el apóstol (Hechos 19:11–12), se hizo notoria en toda la provincia y llegaron también a
Colosas. No sabemos si los primeros convertidos entre los colosenses escucharon el evangelio en la
escuela de Tirano o si la ciudad fue evangelizada por Pablo mismo16 o por un equipo de
colaboradores suyos. Esto último es más probable, porque el 2:1 parece indicar que la mayoría de
los creyentes de Colosas y Laodicea estaban entre aquellos que no me han visto en persona17,
mientras que el 1:4 —al oír de vuestra fe en Cristo Jesús— sugiere que el conocimiento que Pablo
tenía acerca de la conversión de esos creyentes no era de primera mano, sino que lo había recibido
a través de la información de terceras personas.
Sea como fuere, Pablo sí conocía personalmente a algunos de los miembros de la congregación:
a Epafras, por ejemplo. Posiblemente fuera éste uno de los primeros conversos de la ciudad (4:12).
Desde luego, tuvo un papel destacado en la formación de aquella congregación y en la edificación
pastoral de los miembros (1:7)18. También es evidente que ejercía estas mismas funciones en las

Hendriksen, pág. 24.


14 Ver Barclay, pág. 122; Abbo , pág. xlviii.
15 Todos los comentaristas sitúan la estancia de Pablo en Éfeso a mediados de los años 50. Pero varían entre sí

en la fecha exacta. Algunos proponen los años 52 a 54; otros, 54 a 56. Es posible que Pablo pasara por Colosas
al comienzo de su tercer viaje misionero, cuando se dirigió desde Antioquía hasta Éfeso, pues la carretera que
pasaba por la ciudad formaba parte de la ruta natural. Ver Hendriksen, págs. 16–18.
16 Los que piensan que la iglesia fue fundada por Pablo mismo se apoyan en las referencias a su obra misionera

en Frigia, en Hechos 16:6 y 18:23.


17 Sin embargo, ese texto admite otras lecturas. Por ejemplo, Pablo podría estar refiriéndose a los que se

habían convertido desde su visita hasta la fecha de escribir. Pero la mayoría de comentaristas estaría de
acuerdo con la conclusión de Wickham, pág. 114: El apóstol pasó la mayor parte de aquella larga temporada
trabajando en la misma capital, pero sus colegas y discípulos llevaron el mensaje por todas partes. Cf. Hendriksen,
pág. 25.
18 Cf. Guthrie (2), pág. 545: Parece razonable suponer que la iglesia tuvo su origen como resultado del ministerio de

Epafras, porque, en el 1:7, Pablo dice: «lo aprendisteis de Epafras, nuestro amado consiervo, quien es fiel servidor de

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iglesias de Laodicea e Hierápolis (4:13). Es posible, pues, que escuchara el evangelio en Éfeso y
volviera con las p 42 buenas nuevas a su casa en Colosas19 . En el momento de la redacción de las
epístolas a los Colosenses y a Filemón, Epafras acompañaba a Pablo en sus prisiones (4:12; Filemón
23).
Sabemos también que Filemón, el ciudadano de Colosas en cuya casa se reunía la iglesia
(Filemón 2), se había convertido a Cristo gracias al ministerio evangelístico de Pablo mismo (éste
parece ser el significado de Filemón 19). Posiblemente lo mismo sea cierto de Arquipo y Apia,
miembros de su casa (Filemón 2)20. Desde luego, el apóstol conoce suficientemente a Arquipo
como para enviarle una exhortación personal en torno a su ministerio en la iglesia (4:17). Incluso
es posible que tuviera que asumir la supervisión de la iglesia de los colosenses durante la ausencia
de Epafras21.
Y, por supuesto, a todos aquellos amigos personales de Pablo tenemos que añadir a Onésimo, el
esclavo que ahora vuelve a casa en compañía de Tíquico. Éstos, pues, eran algunos de los conocidos
y colaboradores de Pablo en la asamblea de Colosas.

LA HEREJÍA COLOSENSE
Por todo lo que hemos visto hasta aquí podemos deducir que, estando Pablo en prisiones,
Epafras, anciano de la iglesia de p 43 Colosas, hizo el largo viaje hasta Roma para consultar con él
acerca de la situación que estaba afrontando la congregación. Emprender un viaje de esta
envergadura —unos 1700 a 2200 kilómetros, según la ruta escogida— y compartir las condiciones
incómodas del apóstol (Filemón 23) sugiere que Epafras estaba alarmado. Aunque trae saludos
afectuosos —Epafras … nos informó de vuestro amor en el Espíritu (1:8)— y aunque puede informar
acerca de la «fe, amor y esperanza» de los colosenses (1:4–5; 2:5), otras noticias que lleva al apóstol
son suficientemente preocupantes como para ocasionar la redacción de nuestra epístola22. La
iglesia estaba bajo la amenaza de enseñanzas erróneas.
No es fácil dilucidar todos los aspectos doctrinales de la «herejía colosense». Disponemos de

Cristo de parte nuestra».


19 Lacueva (Lacueva-Henry, pág. 236) sigue a los comentaristas católicos y da por sentado que Pablo no fundó

la iglesia: La iglesia no fue plantada en Colosas por el ministerio de Pablo, sino por el de Epafras, a quien el apóstol
había delegado para que predicase el evangelio entre los gentiles. Cf. Gutiérrez, págs. 800–801; Pérez, pág. 55;
Staab, pág. 107. Otros autores, en cambio, comparten la opinión de Nielson, pág. 380: Es extraño sostener …
que Pablo nunca visitó las iglesias del valle del Lico, cuando era un viajero incansable y estuvo durante dos años en la
cercana Éfeso.
20 Muchos comentaristas suponen que Apia era la esposa de Filemón, y Arquipo su hijo. Ver Hendriksen, pág.

26; Wiersbe, pág. 3. Desde luego, existía una estrecha relación entre ellos.
21 Ver Guthrie (2), pág. 546.
22 Cf. Guthrie (2), pág. 546: Una de las razones del viaje de Epafras a Roma … fue su deseo de informar a Pablo

acerca del progreso del evangelio en el valle del Lico y, así, consolar el corazón del apóstol. Pero, sin duda, la razón
principal fue recabar consejo en cuanto a una peligrosa herejía que había asomado en Colosas y que amenazaba la
seguridad de la iglesia.

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dos fuentes principales de información al respecto. Por un lado, tenemos los escritos gnósticos del
siglo II y los escritos de cristianos como Ireneo e Hipólito que combatían aquella herejía. Pero esta
es una información que puede confundirnos más que aclarar conceptos, porque es imposible saber
hasta qué punto las ideas del segundo siglo circulaban ya en el primero, ni siquiera si, en el
momento de la redacción de la epístola, existía en Colosas un sistema coherente de pensamiento o
se trataba de ciertas ideas erróneas que procedían de diferentes influencias 23. A ese respecto,
algunos autores suponen que, de hecho, Pablo tuvo que dirigirse en contra de al menos dos
herejías antagónicas que se estaban infiltrando simultáneamente en la iglesia. Por ejemplo, en
ciertos momentos p 44 se arremete contra un ascetismo legalista (2:20–23) y, en otros, contra una
promiscuidad libertina (3:5–11). Parece di cil que ambas tendencias estuvieran presentes en un
mismo sistema ideológico. Más bien parecen proceder, en el primer caso, de influencias
judaizantes y, en el segundo, de influencias paganas.
Por otro lado tenemos la información que se desprende de la misma epístola. Pero, para
recabarla, tenemos que leer entre líneas —¡siempre un ejercicio arriesgado!— e intentar deducir,
por los argumentos empleados por el apóstol, la naturaleza del argumento de los herejes 24.
Finalmente, no es posible hacer una reconstrucción completa de la herejía25. Lo más que podemos
hacer es indicar algunos de sus aparentes énfasis:

1. La cristología
Parece claro que, de alguna manera, ciertos colosenses estaban cuestionando la preeminencia
de Cristo y, por tanto, poniendo en entredicho la total suficiencia de su obra salvadora26. La
cosmogra a del pleno gnosticismo del siglo II dividía el universo en siete esferas, cada una de las
cuales era gobernada p 45 por una categoría diferente de seres espirituales. Más allá de estas

23 Guthrie (2), pág. 550, concluye su discusión de las posibles relaciones entre la herejía colosense y el
gnosticismo con el resumen siguiente: Desde luego, no hay ni rasgo en Colosenses de las doctrinas peculiares de
Cerinto, con su distinción entre el Jesús humano y el Cristo divino. Como mucho, las conexiones con el gnosticismo
son muy difuminadas y señalan hacia un gnosticismo incipiente que aún no ha sido formulado en un sistema fijo.
24 Cf. Guthrie (1), pág. 1140: Siempre resulta diǐcil reconstruir los principios de una herejía cuando los únicos datos

disponibles proceden de la contestación a ella dada por los cristianos.


25 Los diversos comentaristas que han intentado establecer vínculos entre la herejía colosense y las ideologías

dominantes de aquella época proponen influencias tan variadas como: el culto frigio a la luna o a los dioses
frigios Sabazio, Atis y Cibeles; la teoso a egipcia; el mitraísmo; las doctrinas de los esenios; el sincretismo
gnóstico; o la angelología judía. Pero la verdad es que todas estas vinculaciones adolecen de una falta de datos
reales que las apoyen. Ver Guthrie (2), pág. 549. La posible relación entre la herejía colosense y la doctrina de
los esenios es tratada con detalle por Hendriksen, págs. 30–32 y, especialmente, por Lightfoot, págs. 73–113.
Lightfoot establece también la estrecha relación doctrinal entre los esenios y el gnosticismo, de forma que
aquéllos practicaban una especie de «judaismo gnóstico». Carballosa, págs. 24–29, da un interesante resumen
del pensamiento gnóstico.
26 Cf. Collantes, pág. 1349: Sobre los colosenses se ciernen serios peligros de falsear la doctrina cristiana, a causa de

ciertos perturbadores y pseudo doctores que, mezclando concepciones helénicas con interpretaciones judaicas,
desvirtuaban la absoluta supremacía de Cristo.

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esferas estaba Dios. Por tanto, para llegar a Dios, era necesario complacer previamente a los
señores de las esferas, seres angelicales que actuaban como mediadores entre lo humano y lo
divino27. Según los gnósticos, la vida del creyente debía consistir en ir avanzando de esfera en
esfera, aprendiendo los secretos esotéricos de cada una, hasta llegar finalmente a la «plenitud»: el
conocimiento de Dios mismo. La obra salvadora de Jesucristo se insertaba dentro de este sistema
como uno de los muchos medios de avanzar por las esferas —Cristo, por así decirlo, era el último
eslabón en la cadena de intermediarios que conducía a Dios—; pero no se contemplaba como una
obra completa y suficiente para la plena salvación del hombre.
Algunos comentaristas han visto en el vocabulario «especializado» empleado por Pablo en esta
epístola una alusión a esta cosmogra a. Por ejemplo, los tronos, dominios, poderes o autoridades
(1:16; 2:15) serían los títulos de diferentes jerarquías celestiales. Su énfasis sobre la plenitud de
Cristo (1:19; 2:9) y sobre nuestra plenitud en Cristo (2:10)28 sería una manera de contradecir la idea
de que Cristo sólo nos ofrece una salvación parcial que necesita ser complementada por las
doctrinas esotéricas de los falsos maestros29 . Pero —insisto—, aunque estas interpretaciones son
plausibles, carecemos de datos suficientes como para poder establecer finalmente su acierto. Lo
único que p 46 podemos afirmar con confianza es que, de alguna manera, la plena autoridad y
divinidad de Cristo se cuestionaban en Colosas y, como consecuencia, se dudaba de la absoluta
eficacia de su obra salvadora30. Contra esto, el apóstol se arremete con toda su energía,
proclamando la soberana majestad y completa suficiencia de Cristo como el perfecto Salvador y Señor 31.

La epístola contiene una cristología elevada. Cristo es preeminente sobre toda criatura y sobre
la misma creación. De hecho, todo fue creado no sólo por él, sino para él. Él es percibido como el
centro del universo, soberano sobre todos los principados y poderes, es decir, sobre cualquier
agencia que pudiera desafiar su autoridad. No sólo eso, sino que él es la imagen de Dios y el
poseedor de toda la plenitud de Dios. Estas afirmaciones le exaltan forzosamente a una igualdad
con Dios … El pasaje cristológico que expresa estas ideas (1:15–19) introduce una afirmación
acerca de la obra redentora de Cristo (1:20–23), obra matizada también en el 2:14, que enseña que
en la cruz Cristo triunfó sobre todos sus enemigos. Está claro que el propósito de Pablo es
demostrar la inconmensurable superioridad de Cristo, en contraste con la inadecuada doctrina

27 Cf. Ashby, pág. 481–482: Una de las enseñanzas fundamentales del gnosticismo fue que la materia es
intrínsecamente mala. Por tanto, no se podía imaginar que Dios tuviera una intervención directa en la obra de la
creación. Se suponía que existía toda una serie de «emanaciones», poderes intermediarios que debían ser aplacados y
adorados. Asimismo, esta doctrina militaba contra toda creencia en la Encarnación.
28 Según Guthrie (1), pág. 1140, en el gnosticismo del siglo segundo, «la plenitud» era un nombre abstracto

empleado para referirse al dios absoluto, quien no podía tener contacto con la tierra, o sea, con «el vacío».
29 Cf. Hendriksen, págs. 27–28: Es muy posible que … [los falsos maestros dijeran]: «Cristo no os dará la plenitud

de conocimiento, santidad, poder y gozo. Por tanto, para que podáis conseguir esa plenitud, además de creer en Cristo
debéis seguir nuestras ordenanzas y reglas».
30 Cf. Guthrie (2), pág. 546: Está claro que la enseñanza falsa de alguna manera restaba importancia a la persona de

Cristo, porque Pablo enfatiza mucho su preeminencia.


31 Hendriksen, pág. 28.

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cristológica promulgada por los falsos maestros de Colosas32.

En su persona, Cristo es supremo y único. No es una mera «emanación» de Dios, porque en él


habita toda la plenitud de la Deidad. Él es el amado Hijo, imagen del Dios invisible. Así pues, en
virtud de su naturaleza divina, está por encima y más allá de todo poder angelical. Pero su
superioridad se ve también en su obra. Por medio de él, el p 47 orden creado llegó a existir. Él
mismo es el sustentador y la meta de la creación. Su relación no sólo con la tierra, sino también
con los poderes angelicales, es la del creador con sus criaturas33.

Vivimos en una época pluralista en la que la corrección política exige que aceptemos la validez
de toda clase de opiniones. Vivimos también en una época en la que corren muchas ideas acerca de
quién fue Jesucristo34 . Para algunos, no era más que un gran pensador ético. Para otros, era un
revolucionario político que defendía los intereses de los indefensos de la sociedad. Algunos ven en
él al «gran mago», un ser con poderes extraordinarios que concede las mismas fuerzas a sus
elegidos. Otros, en cambio, piensan que no era más que el hijo de un carpintero, pero que sus
seguidores iban inventándose leyendas en torno a su persona, mitificándole y deificándole hasta
convertir el «Jesús de la historia» en el «Cristo de la fe». Pero todas estas versiones son parciales o
pertenecen a la incredulidad. Hay una sola cristología verdaderamente cristiana. Es la que
encontramos en Colosenses. El apóstol Pablo no se pone aquí a inventar nuevas doctrinas
cristológicas, sino que afirma lo que ha llegado a creer, juntamente con los demás apóstoles, desde
el día de su conversión: que Jesús de Nazaret es Dios encarnado, creador del universo y su legítimo
Señor. No se puede jugar con las doctrinas cristológicas. No tenemos derecho a inventarnos
nuevas p 48 interpretaciones acerca de la persona de Jesús. A la larga, sólo hay dos opciones. O
creemos acerca de él lo que Dios ha revelado que es: hijo de David según la carne, pero declarado
inequívocamente Hijo de Dios con poder por su resurrección de entre los muertos (Romanos 1:4).
O negamos el testimonio apostólico, nos inventamos un Cristo de fabricación humana y, con ello,
acabamos desmontando todo el mensaje del evangelio. Lo que creemos acerca de la persona de
Cristo determina lo que creemos acerca de su obra. Su obra no tiene sentido a no ser que él sea
quien dice ser.

2. El culto a los ángeles


La contrapartida de la negación de la suficiencia de Cristo era la necesidad de propiciar a todos
los poderes celestiales, y bien podría ser que esta necesidad hubiera conducido a cierta práctica del

32 Guthrie (2), pág. 551.


33 Carson, pág. 18. Cf. Gutiérrez, pág. 805: El eje doctrinal de la carta es esencialmente cristológico. En la persona
y obra de Cristo presenta San Pablo la refutación contra los innovadores de Colosas y la respuesta al problema de la
mediación, no sólo entre Dios y el hombre, sino entre Dios y la creación. Jesucristo, Hijo de Dios, imagen perfectísima
del Padre, es el único vínculo entre la criatura y el Creador, entre el universo y Dios.
34 A este respecto, puntualiza Harrison, págs. 14–15: Las herejías más peligrosas que la iglesia se ve llamada a

combatir de tiempo en tiempo no son aquellas que abiertamente y de una manera crasa atacan la persona de nuestro
Señor, sino más bien aquellas que sutilmente le roban parte de su dignidad, en tanto que dan apariencia de honrarle.

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culto a los ángeles (2:18)35. Pablo necesita aclarar que, cualesquiera que fueran las diferentes
jerarquías angelicales, todas fueron creadas por Cristo (1:16–17), él es su Señor (2:10), todas tienen
que rendirse ante él y han sido despojadas por él de cualquier ascendencia nociva sobre el ser
humano (2:15). Los colosenses no deben dejarse arrastrar hacia un miedo innecesario ante estos
poderes, ni mucho menos deben rendirles culto36 .
Es posible que las referencias a la falsa humildad (2:18, 23) tengan que ver también con el culto
a los ángeles. Entre los que p 49 sostienen una cosmogra a dominada por seres espirituales, cunde
la idea de que el ser humano no es digno de tener acceso directo a Dios. Es un ser inferior que sólo
puede acercarse gracias a la mediación angelical 37. Tales ideas parecen espirituales, porque
sugieren mucha humildad; pero, de hecho, atentan contra la dignidad del ser humano, creado a la
imagen de Dios, y contra la doctrina del pleno acceso a Dios abierto por Cristo (Hebreos 10:21–22).

3. La dimensión filosófica
Las doctrinas de los herejes se caracterizaban por su filosoǐa y vanas sutilezas (2:8) y Pablo les
dice que no se dejen engañar por ellas. No sabemos exactamente en qué consistía la «filoso a» de
los herejes, pero el solo empleo de esta frase sugiere que algunos de los colosenses estaban
deslumbrados por la aparente sutileza de su dialéctica (2:4). Los falsos maestros hablaban
probablemente en términos de «sabiduría y conocimiento» y «del misterio de Dios» (2:2–3),
envolviendo en un sofisticado lenguaje intelectual sus pobres ideas erróneas38. Se ve que esta
filoso a, además de tener un contenido contrario a la Palabra de Dios, empleaba métodos que no
estaban en consonancia con las Escrituras: se alimentaba de visiones que se anteponían a lo que
Dios había revelado por los apóstoles y profetas (2:18); y se fomentaba mediante la promesa de una
creciente iluminación por el desvelo de secretos esotéricos que estaban en poder de los p
50 maestros herejes únicamente (2:8), pues sólo unos cuantos privilegiados tenían acceso a los

35 Esto encajaría con la idea, prominente entre los rabinos judíos de la época, de que los ángeles tenían una
función mediadora entre Dios y los hombres. Ver Guthrie (2), pág. 548; Abbo , págs. xlix–1.
36 Algunos comentaristas ven en el uso de la palabra «elementos» (2:8, 20) otra referencia al mundo angelical

y proponen que debe ser traducida como «espíritus elementales» (es decir, los poderosos espíritus que
controlaban las fuerzas de la naturaleza, según el pensamiento contemporáneo). Ver Barclay, págs. 124–125;
Guthrie (2), pág. 548. Es de observar también que el autor de la Epístola a los Hebreos tuvo que dedicar los dos
primeros capítulos de su carta al tema de la superioridad de Cristo sobre los ángeles, lo cual sugiere que el
judaismo del siglo I había absorbido ideas helenizantes sobre el dominio angelical. Ver Harrison, pág. 13.
37 Esta idea, a su vez, enlaza con los conceptos astrológicos de la antigüedad. Cf. Barclay, pág. 125: El mundo

antiguo estaba dominado por la idea de la influencia de las estrellas … Se creía que todas las cosas estaban en poder
de un fatalismo férreo que dependía de ellas, y la astrología profesaba proveer a los hombres del conocimiento secreto
que podía liberarlos de la esclavitud a los espíritus elementales. Es muy probable que los falsos maestros colosenses
estuvieran enseñando que se necesitaba algo más que Jesucristo para liberar a las personas de la sujeción a esos
espíritus elementales.
38 Estas frases, juntamente con otras como plenitud, perfecto o trato severo del cuerpo (1:19, 28; 2:23), eran

empleadas tanto por las sectas mistéricas que florecieron en el siglo I como por los gnósticos del siglo II. Ver
Buffard, pág. 15; Carson, pág. 17; Guthrie (2), pág. 547.

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misterios de la religión. En todo caso, Pablo entiende que el afán de los maestros de introducir
nuevas formas de sabiduría, conocimiento, filoso a, misterios y discernimiento no es más que un
atentado contra los derechos de Cristo como la única fuente de toda sabiduría verdadera (1:26–27;
2:2–3, 8) y contra el derecho humano a acercarse a Dios sin estorbos inventados por los hombres.

4. El trasfondo judío
Pero, aunque muchas de estas palabras e ideas provenían de fuentes helenísticas, se ve que iban
acompañadas por tendencias judaizantes. Es posible que debamos entender en este sentido las
referencias a tradiciones de los hombres (2:8), a reglas de comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o
luna nueva, o día de reposo (2:16). Sin embargo, la referencia más clara es a la circuncisión (2:11;
3:11) 39. Pablo se ve en la necesidad de explicar el significado cristiano de este rito, por lo cual
podemos suponer que algunos intentaban imponerlo a los creyentes. Y, en cuanto a todas estas
reglas y exigencias judías, el apóstol afirma que sólo pueden ser sombras de lo que ha de venir y que
deben considerarse como cumplidas en Cristo (2:16–17).

5. El ascetismo
Otra característica propia de ciertas formas de judaismo era la utilización de métodos ascetas
para intentar conseguir niveles superiores de santidad y pureza. Para ello, trataban severamente el
cuerpo40 y practicaban toda clase de austeridad y abstinencia (2:20–23). Sin embargo, para el
apóstol, estos métodos no eran más que otra manera de desviar a los creyentes de p 51 la persona
de Cristo; porque, para él, Cristo mismo es la verdadera respuesta a los problemas de doctrina y de
vida41.

6. La inmoralidad
Como ya hemos indicado, no es fácil ver la relación ideológica entre el ascetismo practicado,
aparentemente, por algunos colosenses y las advertencias de Pablo contra la inmoralidad. Pero el
hecho es que ambas tendencias —la legalista y la libertina— parecen haber estado presentes en la
congregación42.
El texto de Colosenses indica que la inmensa mayoría de los creyentes de la ciudad procedían de
un trasfondo gentil (ver 1:21, 27; 2:11–13; 3:5–7)43. En el pasado habían practicado el culto a
diversos dioses paganos, culto que con frecuencia se asociaba a diferentes formas de desenfreno y

39 Cf. Carson, pág. 16: A la luz de las palabras de Pablo acerca de la circuncisión espiritual de Cristo, es probable que
se enseñara en Colosas el rito de la circuncisión ǐsico como legalismo vinculante.
40 Collantes, pág. 1349, incluso habla de maceraciones corporales.
41 Hendriksen, pág. 29.
42 Curiosamente, estas dos tendencias iban a caracterizar dos formas distintas de enseñanza gnóstica en las

décadas futuras. Puesto que los gnósticos seguían la tendencia helénica a exaltar el espíritu y despreciar el
cuerpo, algunos practicaban un riguroso ascetismo y hasta maltrataban el cuerpo a fin de que no interfiera
con la santificación del espíritu, mientras que otros opinaban que los pecados del cuerpo no importaban. Ver
Barclay, pág. 127; Carson, pág. 16.
43 Abbo , pág. xlviii, va más lejos y propone que, puesto que la iglesia fue fundada por el gentil Epafras y

puesto que los judíos de la ciudad no le habrían prestado atención, la iglesia se componía sólo de gentiles.

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de promiscuidad sexual. Quien ha estado inmerso en estas cosas siempre sufre la tentación de
volver a caer en ellas, especialmente cuando hay familiares y amistades que incitan a esta clase de
comportamiento o cuando toda la presión social va en esta dirección. No es fácil nadar contra
corriente. Cuesta romper con hábitos adquiridos a lo largo de muchos años, como decir mentiras,
practicar la murmuración y la calumnia, abrigar pensamientos impuros, dejarse llevar por
pasiones y apetitos (1:21–23; 2:6; 3:5–11). La carne es débil, el mundo es seductor y el diablo
siempre está acechando para aprovechar al máximo cualquier momento de desidia, cansancio o
desánimo. Parece que algunos miembros de la congregación estaban cediendo ante estas presiones
p 52y se entregaban a sus deseos carnales. Es posible que el ascetismo de otros miembros fuera
una reacción contra el desenfreno de éstos. Por la ley del péndulo, la tendencia de la Iglesia a lo
largo de la historia ha sido oscilar entre el legalismo y el libertinaje, entre el fariseísmo y el
antinomianismo. Quizás en Colosas se diera una polarización de la iglesia entre sectores que se
decantaban por cada uno de estos dos extremos y que, como consecuencia, se miraban con recelo.

Por tanto, la razón principal por la cual Pablo escribe a los colosenses es para refutar estos
errores44. Su epístola se alza como testimonio a la imperiosa necesidad de sostener creencias
correctas. La falsa doctrina no debe ser contemplada nunca como una alternativa viable a la
revelación divina, sino que debe ser denunciada y rechazada como peligrosa y aberrante.
Puesto que estaba en entredicho la persona de Jesucristo, la primera finalidad de Pablo es
ensalzar de tal manera al Señor que los colosenses puedan volver a depositar su plena confianza en
su poder para salvarles por completo. Así pues, la epístola es eminentemente cristológica.
Juntamente con Juan 1 y Hebreos 1, Colosenses 1 constituye una maravillosa exposición de la
persona y divinidad del Señor Jesucristo45 . Y este capítulo condiciona todo el resto de la epístola,
de manera que Cristo viene a ser el centro constante de nuestra atención.
Pero la defensa fiel del evangelio consiste no sólo en exponer la verdad, sino también,
p 53
como acabamos de decir, en delatar el error. Por tanto, una segunda finalidad de la carta es
advertir a los colosenses en cuanto a las falsas doctrinas de los herejes y en cuanto a los peligros del
estilo de vida que promueven y que no hace justicia al evangelio. Los herejes ofrecen una sabiduría
humana y una solución asceta que nada tienen que ver con la auténtica santificación. En cambio
—dice Pablo—, Jesús ofrece revestirnos de una nueva vida que refleja la verdadera santidad de
Dios.
Puesto que es posible que, a causa de la influencia de los herejes, algunos cuestionaran la
validez del ministerio de Epafras, una tercera finalidad podría ser la vindicación de éste como fiel

44 McRay, pág. 1050, resume la herejía colosense con estas palabras: Algunos de los colosenses se habían
enredado en alguna clase de filosoǐa judeo-helenística e intentaban imponer sobre la iglesia ciertas restricciones,
tales como la observancia de sábados, fiestas y lunas nuevas (2:16), el culto a ángeles (2:18), reglamentos ascetas en
torno a la comida y el sexo (2:20–23), la circuncisión (2:11–13), enseñanzas erróneas acerca de Cristo y los poderes
angelicales y acerca de su papel intermediario entre Dios y los hombres (1:15–20; 2:8, 20) y prácticas inmorales
(3:5–11).
45 Cf. Staab, pág. 110: La carta a los Colosenses [es] el documento más importante de la cristología paulina.

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siervo de Jesucristo (1:7; 4:12–13). Y, puesto que Onésimo vuelve a Colosas juntamente con la carta,
otra finalidad podría ser contribuir a su buena integración como hermano en la congregación. Por
eso, Pablo dedica un párrafo a la relación entre esclavos y amos (3:22–4:1) y habla de la necesidad
del perdón y del amor entre los hermanos (3:13–14).

ESTRUCTURA DE LA EPÍSTOLA
A la luz de lo que acabamos de decir, podemos aseverar que Pablo tenía que resolver dos
problemas principales: uno era doctrinal y tenía que ver con la persona de Cristo; el otro era práctico y
tenía que ver con la vida del cristiano46.
Estos dos problemas corresponden a las dos secciones principales de la carta. La primera
(1:13–2:23) es de carácter esencialmente doctrinal. La segunda (3:1–4:1) es práctica y p 54 ética47.
Pero están estrechamente vinculadas entre sí. La enseñanza ética brota directamente de la
enseñanza doctrinal. La primera mitad de la epístola ensalza a Cristo mismo. Demuestra su
absoluta preeminencia frente a los seres celestiales y la completa eficacia de su obra salvadora en
contraste con la inutilidad de los sistemas humanos de mejoría moral propuestos por los herejes.
La segunda mitad nos invita, como consecuencia, a revestirnos de Cristo en nuestro caminar
diario, en nuestras relaciones y en nuestra vida de oración y testimonio. Es decir, aquel Cristo que
es el tema principal de la primera mitad se contempla como la medida y el promotor de la vida del
creyente en la segunda. La vida del cristiano está unida íntimamente a la de Cristo. Ha muerto con
Cristo (3:3) y, por tanto, debe hacer morir lo terrenal en su vida (3:5). Ha resucitado con él (2:12;
3:1–4), por lo cual debe vivir ya una vida consecuente con su resurrección. El viejo hombre en
Adán debe desaparecer (3:9) y el creyente debe ser revestido del nuevo hombre en Cristo (3:10). Los
falsos maestros ofrecían sistemas inútiles para vencer los apetitos de la carne. Pablo enseña la
auténtica manera cristiana de crecer en santidad: venciendo con el bien el mal (Romanos 12:21);
despojándonos del viejo hombre al revestirnos del nuevo (Romanos 13:14); superando la ley del
pecado por medio de la ley del Espíritu (Romanos 7:17–8:4).
Así pues, un posible bosquejo del contenido de la epístola podría ser el siguiente:

P 55 A. INTRODUCCIÓN.

• Salutación inicial (1:1–2).


• Acción de gracias a causa del crecimiento espiritual de los colosenses (1:3–8).
• Pablo intercede por los colosenses (1:9–12): su conducta ante Dios.

B. SECCIÓN DOCTRINAL: LA PERSONA Y OBRA DE CRISTO EN CONTRASTE CON LAS


FALSAS DOCTRINAS (1:13–2:23).

46 Guthrie (2), pág. 551.


47 Cf. Henry, pág. 923: En los dos primeros capítulos, el apóstol dice a los colosenses lo que deben creer; en los dos
últimos, lo que deben hacer.

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Exposición positiva de la persona y obra de Cristo (1:13–2:3):
• Cristo en los designios del Padre (1:13–20).
• Cristo en la vida de los colosenses (1:21–23).
• Cristo en el ministerio de Pablo (1:24–2:3).

Advertencia contra influencias malignas (2:4–19):


• El peligro de los argumentos elocuentes (2:4–7).
• El peligro de la filoso a humana (2:8–15).
• El peligro del legalismo (2:16–17).
• El peligro del ascetismo (2:18–19).

C. SECCIÓN ÉTICA: LA NUEVA VIDA EN CRISTO EN CONTRASTE CON LA VIDA DEL VIEJO
HOMBRE (2:20–4:1).

El nuevo hombre en Cristo (2:20–3:17):


• Muertos con Cristo (2:20–23).
• Resucitados con Cristo (3:1–4).
• Desechando al hombre viejo (3:5–11).
• Vistiéndonos del hombre nuevo (3:12–17).

p 56Deberes domésticos (3:18–4:1):


• Esposas y maridos (3:18–19).
• Hijos y padres (3:20–21).
• Siervos y amos (3:22–4:1).

D. CONCLUSIONES (4:2–18).

• Pablo pide que los colosenses intercedan por él (4:2–6): su conducta ante los incrédulos.

• Asuntos personales de Pablo y su equipo (4:7–17):


• Recomendación de Tíquico y Onésimo (4:7–9).
• Saludos de los compañeros de Pablo (4:10–15).
• Instrucciones sobre la lectura de las epístolas (4:16).
• Mensaje para Arquipo (4:17).

• Salutación final (4:18).

Enseguida queda patente que el apóstol, como es su costumbre, ha concedido a su carta una
estructura simétrica. Esto, a su vez, sugiere que la redacción no ha sido una improvisación, sino el
fruto de una larga reflexión sobre los temas que debían tratarse. Hay un notable equilibrio entre
las dos grandes secciones centrales. Como ya hemos visto, la doctrina cristológica de la primera da
lugar a la ética cristocéntrica de la segunda. Además, cada una de las dos secciones se divide
claramente en dos partes. Igualmente, la salutación y las oraciones de la introducción se

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corresponden con los saludos y los asuntos personales de la conclusión.
Pero esta simetría queda reforzada por otros muchos detalles en el texto, detalles que iremos
señalando al adentrarnos en el comentario textual. Como botones de muestra, observemos que,
tanto en la introducción como en la conclusión, Pablo introduce p 57 palabras de elogio para
Epafras como siervo fiel de Jesucristo (1:7–8; 4:12–13). Luego notemos que la intercesión de Pablo a
favor de los colosenses (1:9–12) tiene su correspondencia simétrica en la petición de Pablo de que
los colosenses intercedan por él (4:2–4). Asimismo, en el mismo contexto viene, por un lado, una
exhortación a andar como es digno del Señor (1:10) y, por otro, una exhortación a andar
sabiamente con los incrédulos (4:5).
La epístola, pues, aunque mantiene las características de una comunicación personal, llena de
referencias entrañables de cariño fraternal, es a la vez una obra literaria conscientemente
elaborada. El apóstol ejerce a conciencia su responsabilidad pastoral. Cada frase es meditada y
redactada cuidadosamente. No sobra nada. Cada palabra cuenta.

LOS DESTINATARIOS (1:2a)


Esta exactitud de lenguaje y esta cuidadosa redacción están presentes desde las primeras
palabras de salutación. Ya lo hemos visto en la manera diferenciada en que Pablo se introduce a sí
mismo y luego presenta a Timoteo (1:1). Pero su manera de describir a los colosenses es igualmente
atinada: a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas; o literalmente: a los en Colosas
[que son] santos y fieles hermanos en Cristo. De entre todos los habitantes de la ciudad, Pablo escribe
sólo a los que «están en Cristo» y, como consecuencia, han sido consagrados a Dios, viven vidas
fieles como creyentes y han asumido la nueva relación fraternal con todos los demás creyentes en
Cristo48.
La palabra santos nos recuerda que Dios había «apartado» a los creyentes colosenses,
p 58
llamándoles a separarse de la sociedad mundana que les rodeaba —no en sentido geográfico, sino
en sentido espiritual y moral— para formar parte de su pueblo consagrado. De la misma manera
que el antiguo Israel era un pueblo apartado, diferente de todas las naciones vecinas (ver, por
ejemplo, Deuteronomio 7:6), ellos, como miembros del verdadero Israel de Dios en Cristo, deben
distinguirse de sus vecinos incrédulos por su estilo de vida, sus prioridades y su manera de hablar y
comportarse. Deben reflejar el carácter santo de Dios y anunciar así las virtudes de aquel que los ha
llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). Son personas escogidas, llamadas,
compradas por precio, justificadas y regeneradas. Deben manifestarlo por medio de sus actitudes,
sus conversaciones y su vivencia recta, honesta, amable. Se espera de ellos que vivan vidas santas49.

48 El hecho de que, en el texto griego, haya un solo artículo indica que los santos y los hermanos no
constituyen dos grupos diferentes, sino uno solo. Todos los verdaderos hermanos son santos, y viceversa.
49 Cf. Buffard, pág. 22: La consagración a Dios es la raíz de la cual procede la flor inmaculada de la pureza. Por eso,

muy pronto la palabra «santo» llegó a adquirir otro significado que implicaba pureza, de tal modo que se llamó al
mismo Dios «el Santo». Se emplea muchas veces … con esta significación moral cuando se trata de los cristianos
(véanse Colosenses 1:22; Efesios 5:27; 1 Pedro 1:15–16) … Todos los verdaderos cristianos gozan de la posición de

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La palabra hermanos nos recuerda lo que ya vimos en el capítulo 1: que el creyente, al
convertirse, adquiere un nuevo parentesco que le une a los demás miembros de la familia de Dios.
Si santos nos habla del carácter alto y noble de nuestro llamamiento, hermanos nos habla de la
calidad entrañable de las relaciones que se forjan en Cristo. Es emocionante escuchar esta palabra
en labios de Pablo, pues los judíos la usaban para referirse a sus correligionarios judíos (Hechos 2:29;
7:23–25), pero un judío nunca se habría referido a un p 59 gentil con este término de afecto50.
Asimismo, Pablo, aunque escribe a los colosenses en virtud de su apostolado y no como un
hermano más (1:1), sin embargo los trata como hermanos. Es un ejemplo más de cómo la
diversidad de dones y ministerios en el cuerpo de Cristo no está reñida con la esencial igualdad de
dignidad y valía de todos y cada uno de sus miembros. A efectos de ministerio, existen diferencias
de función y autoridad, por lo cual los colosenses deben acatar la autoridad apostólica de Pablo;
pero, a efectos de comunión, amor y aceptación mutua, tales categorías no existen: todos son
iguales, todos son hermanos.
La adición de la palabra fieles nos recuerda que el derecho a llamarnos «santos y fieles»
depende de nuestra perseverancia en la fe de Cristo. El «fiel» no es solamente alguien que cree,
sino también alguien que no falta a las obligaciones que proceden de la fe. ¿Acaso la añade el
apóstol porque algunos de los colosenses estaban manifestando síntomas preocupantes de
infidelidad a causa de la influencia de los falsos maestros? ¿Habían algunos abandonado ya la
congregación, de manera que Pablo se dirige ahora a los que, en contraste con ellos, se han
mantenido «fieles»?
La frase en Cristo nos recuerda que sólo hemos sido apartados por Dios como pueblo santo e
incorporados a su familia por cuanto Dios nos ha hecho «aceptos en el Amado» y vivimos en unión
con él (Efesios 1:6, RV60). El que cree en Cristo recibe su Espíritu y, con él, su vida y naturaleza. Es
una nueva creación (2 Corintios 5:17). Pertenece a la nueva humanidad encabezada no por Adán,
sino por Jesús. Está «en Cristo». Esta frase es especialmente significativa tanto en Efesios como en
Colosenses, una evidencia más de que las dos cartas fueron escritas en el mismo momento,
momento en que parece que el apóstol meditaba mucho en las implicaciones de nuestra unión con
Cristo51.
p 60 Las dos frases en Colosas y en Cristo nos recuerdan la «doble ubicación» del creyente. Se
encuentra a la vez en algún lugar geográfico de la tierra y en los lugares espirituales en Cristo Jesús
(Efesios 1:3, 4; 2:6). Es a la vez ciudadano de un país terrenal y de los cielos. Tiene una ubicación

santos en cuanto a su relación con Dios como apartados para su servicio; es decir, que son santos en cuanto a su
estado o categoría. Todos deben serlo también en cuanto a su carácter. Gutiérrez, pág. 810: Son hermanos «santos»,
es decir, dedicados a Dios, consagrados a su servicio y, por consiguiente, apartados de usos profanos. Nelson, pág.
385: La palabra [santos] … tiene un sentido moral. Indica no sólo una posición en Cristo, como algunos quisieran,
sino una condición moral; no una mera dedicación, sino una justicia ética … Pablo no está hablando de «santos»
enclaustrados o designados por los hombres, sino de hombres morales.
50 Songer, pág. 10.
51 Buffard, pág. 24, hace una relación completa de los textos en los que aparece la frase en Cristo en

Colosenses. Los divide en tres grupos: lo que somos en Cristo; lo que tenemos en él; y lo que hacemos en él.

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geográfica y otra espiritual. Debemos recordar siempre nuestra doble posición. Si nos olvidamos
de nuestra «Colosas» nos encerraremos en guetos de superespiritualidad y descuidaremos nuestra
misión cristiana. Pero, peor aún, si nos olvidamos de nuestra posición «en Cristo», sufriremos la
tentación a adaptarnos a este mundo (Romanos 12:2) y anular la eficacia de nuestro testimonio.

EL SALUDO (1:2b)
Es habitual que Pablo empiece sus cartas con la misma salutación: Gracia y paz a vosotros, de
Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.52 Es sorprendente, por tanto, descubrir que las palabras y
del Señor Jesucristo no están presentes en los mejores manuscritos de Colosenses53. Pero,
precisamente porque es sorprendente, la mayoría de traductores y comentaristas suponen que la
omisión se debe a la redacción original de Pablo, no al error de un copista54 .
p 61 Sea como fuere, el hecho es que nadie conoce la gracia y la paz de Dios excepto por medio
de Jesucristo. Si bien la fuente de la cual emanan estas cosas es el Padre, el cauce por el cual llegan
hasta nosotros es Jesucristo. Como dice Juan 1:18, la gracia y la verdad fueron hechas realidad por
medio de Jesucristo; ¿y acaso podemos tener paz para con Dios si no es por medio de nuestro Señor
Jesucristo (Hechos 10:36; Romanos 5:1)?
El hebreo Pablo se dirige a los colosenses, en su mayoría gentiles, con una mezcla de
salutaciones de origen judío y griego55: «gracia» (en griego, charis) es una forma cristianizada de la
salutación convencional griega —«saludos» (charein; ver Hechos 15:23)—, mientras que «paz»
corresponde a la típica salutación hebrea, shalom. Pero no hay nada de convencionalismo en la
salutación del apóstol. La incorporación de esta oración al principio de casi todas sus cartas no
quiere decir que Pablo se caracterizara por la repetición vana. Al contrario, demuestra que ésta era
una petición que llegaba al corazón de su preocupación por sus lectores. Él sabe que lo que más
necesita el creyente en este mundo es que Dios supla los recursos continuos de su gracia y paz. No
hay oración más necesaria que ésta.
La palabra gracia nos habla del amor de Dios manifestado a aquellos que no lo merecemos. Por
gracia hemos sido elegidos (Romanos 11:5–6), llamados (Gálatas 1:6, 15), justificados (Romanos
3:24; 4:16; Tito 3:7), redimidos y perdonados (Efesios 1:7), salvos (Efesios 2:5, 8) y capacitados para
el ministerio (Romanos 12:3, 6; 15:15; Efesios 3:8; 4:7). Toda la obra de nuestra salvación se debe a

52 Ver Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:2; 2 Tesalonicenses 1:2;
Tito 1:4; Filemón 3. Las excepciones son las dos epístolas a Timoteo, que incluyen la misericordia, además de
la gracia y la paz; y 1 Tesalonicenses, que omite de Dios Padre y del Señor Jesucristo, seguramente porque el
apóstol ha empleado estas mismas palabras en la frase anterior.
53 Ver Ashby, pág. 483; Buffard, pág. 27; Carson, pág. 28; Conybeare y Howson, pág. 692; Hendriksen, pág.

57; Lacueva-Henry, pág. 237; Nelson, pág. 386.


54 De las versiones modernas, RV60 y RV95 retienen la frase; LBLA, BJ, BT, CI, DHH, NVL RVA y Lacueva la

omiten. Tanto Orígenes como San Juan Crisóstomo dan fe de que la frase no estaba presente en los
manuscritos que ellos tenían delante. Ver Abbo , pág. 194.
55 Sobre esta salutación, ver CENT 140, La conversión auténtica, págs. 63–67; CENT 156, Por qué necesitamos

pastores, págs. 66–68; y CENT 128, Mucha libertad en Cristo, págs. 47–53.

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la gracia de Dios. Somos salvos por puro amor, sin mérito humano alguno. El creyente afirma con
el apóstol: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Corintios 15:10). Asimismo es por gracia como nos
mantenemos en pie en la vida cristiana p 62 (Romanos 5:2); y es por gracia como tenemos buena
esperanza de cara al día de mañana (2 Tesalonicenses 2:16).
Pero Dios no nos salva por gracia para luego dejarnos solos, caminando por mérito o por ley.
Aquella gracia divina que nos llamó inicialmente a la salvación sigue con nosotros y nos sostiene
de día en día. Si Dios nos tratara según lo que nos merecemos en la carne, nos fulminaría. Pero nos
trata por gracia, según aquella gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado
(Efesios 1:6). En vez de llenar nuestra vida de merecidos juicios y represalias justas, nos mira con
bondad y nos trata con misericordia. Ciertamente, a veces nos castiga; pero lo hace como un padre
corrige a un hijo amado. Por lo demás, Dios llena nuestra vida de experiencias enriquecedoras,
relaciones entrañables, buenas dádivas y dones perfectos (Santiago 1:17). Por su gracia, aun las
experiencias desagradables de nuestra vida se convierten en fuente de bien y sirven para nuestra
santificación y maduración (Romanos 8:28; Hebreos 12:10–11). Con el paso de los años vamos
descubriendo que aun las espinas en la carne llegan a ser soportables a causa de la suficiencia de su
gracia (2 Corintios 12:9).
Así pues, el creyente depende de la gracia de Dios para la provisión diaria de sus necesidades
materiales, emocionales y espirituales. ¡Qué importante, pues, que oremos según la voluntad de
Dios, pidiendo los unos por los otros que la gracia divina nunca nos falte!
De igual manera necesitamos orar por la paz de nuestros hermanos: la paz entendida no tanto
como una ausencia de guerras y conflictos, sino como aquel bienestar en el hombre interior que
puede experimentarse aun en las circunstancias adversas, aquella paz que sobrepasa todo
entendimiento (Filipenses 4:7) porque procede de Dios y es nuestra herencia en Cristo (Juan 14:27;
16:33).
Insistamos en esta última idea. La gracia y la paz que el apóstol desea para sus lectores no son
experiencias dadas por las circunstancias o por las relaciones humanas. Damos gracias p 63 a Dios,
ciertamente, si nos toca vivir sin guerras y con hermosas relaciones humanas. Pero,
desafortunadamente, el Señor mismo nos ha advertido que no siempre será así. En el mundo
tendremos aflicción (Juan 16:33) y nuestra fidelidad a Cristo conducirá muchas veces a relaciones
tensas y deterioradas (Mateo 10:34–37). Más aún, el cristiano se encuentra inevitablemente
enzarzado en el gran conflicto universal entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo. Contra él, las
huestes del mal emplearán toda clase de armas y tácticas. Su situación habitual no es de paz, sino
de guerra. Pero hay una paz y un gozo que brotan de la gracia de Dios y no dependen de factores
sociales, humanos o diabólicos. Hay un consuelo que sólo el Consolador divino puede conceder.
La pena es que muchos creyentes no parecen encontrar su gozo, paz y consuelo en Dios, sino en
la seguridad e mera y quebradiza de los valores humanos y los placeres mundanos. Ellos también
necesitan nuestras oraciones. Si tú, como Pablo, has descubierto la gracia y la paz de Dios, ¡que tu
oración constante sea que el Señor abra los ojos del entendimiento de tus hermanos, para que vean
que la verdadera experiencia de seguridad, bienestar, esperanza y gozo está en Dios y sólo en él!
Por esta misma razón, el orden de la salutación es importante. Pablo no pide que los colosenses

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conozcan la paz y la gracia de Dios, sino su gracia y paz. Mientras el ser humano esté fuera del
ambiente de la gracia de Dios, nunca conocerá la verdadera paz aunque viva libre de guerras y
conflictos externos. La obra de la gracia siempre antecede a la auténtica experiencia de la paz56 .
O, para expresar lo mismo en otros términos, la gracia de Dios nos conduce a una nueva
relación con él por medio de p 64 Jesucristo, relación en la cual somos recibidos en su familia
como hijos amados (Juan 1:12). Entonces descubrimos que él es nuestro Padre y que, desde su
paternidad (de Dios nuestro Padre), nos concede su paz. Con Dios como Padre, nuestra seguridad
presente y nuestro eterno bienestar están asegurados.

p 65 CAPÍTULO 3

ACCIÓN DE GRACIAS
COLOSENSES 1:3–5a

Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por vosotros, al
oír de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis por todos los santos, a causa de la esperanza
reservada para vosotros en los cielos, …

GRATITUD E INTERCESIÓN (1:3)


Siguiendo la costumbre de aquel entonces, Pablo y Timoteo1, después de su saludo inicial,
elevan una oración a favor de los colosenses. Pero, siguiendo el uso habitual del apóstol2, no
empiezan a orar por sus lectores sin antes dar gracias por ellos. La acción de gracias antecede a la
intercesión.
Esto, de por sí, debe enseñarnos una lección importante. A menudo nos acercamos a Dios
como Aladino se acercaba a su lámpara: a ver si el genio concede nuestras peticiones. Tratamos

56 Cf. Buffard, pág. 26: Por la gracia tenemos paz para con Dios y luego tenemos la paz de Dios; MacDonald, pág.
949: Si Dios no hubiese actuado primero en amor y misericordia para con nosotros, estaríamos aún en nuestros
pecados; pero, por cuanto tomó la iniciativa y envió a su Hijo a morir por nosotros, tenemos ahora paz para con Dios,
paz con los hombres y la paz de Dios en nuestras almas. Cf. Harrison, págs. 18–19.
1 Cf. Hendriksen, pág. 58: Dado que Pablo y Timoteo son mencionados en el contexto inmediato (1:1) es natural que

interpretemos el «damos gracias» del versículo 3 como refiriéndose a ellos y no como un plural retórico. Nielsen, pág.
386, propone que el nosotros debe incluir también a Epafras.
2 Esto es cierto de todas las epístolas paulinas con la sola excepción de Gálatas y Tito. Ver Hendriksen, pág. 58.

Además, si unimos la palabra siempre al verbo damos gracias—lo cual es admisible según el texto griego (ver
Hendriksen, págs. 58–59)—, parece que el mismo apóstol desea enfatizar que nunca intercede por los
creyentes sin también dar gracias por ellos. Ver 1 Corintios 1:4; Efesios 1:16; Filipenses 1:3; 1 Tesalonicenses
1:2; 2 Tesalonicenses 1:3; Filemón 4.

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p 66a Dios como si sólo existiera para cumplir nuestros deseos. Sin reflexionar, pasamos
directamente a la enumeración de nuestra lista de peticiones. Nos olvidamos de que estamos
hablando con nuestro Dios, que se merece nuestra adoración, y con nuestro Padre, que desea
nuestra comunión. Así, demostramos nuestra inhumanidad e ingratitud. ¿Cómo podemos venir
con más peticiones cuando no nos paramos a reconocer todas las bendiciones que ya hemos
recibido?
Todos sabemos por experiencia personal que es mucho más fácil ser generoso con una persona
agradecida y comprometida con nosotros que con una persona ingrata que se sirve de nosotros
para sus fines egoístas y luego nos trata con desprecio. ¿Acaso pensamos que no pasa lo mismo con
Dios? Aprendamos la lección del apóstol: demos gracias a Dios por nuestros hermanos antes de
interceder por ellos. Además de manifestarle nuestras necesidades y preocupaciones,
expresémosle nuestra gratitud y nuestro aprecio3.
Asimismo, tiene que haber sido motivo de mucho ánimo para los colosenses saber que el
apóstol da gracias por ellos. Él tiene cosas importantes que comunicarles. Tiene que prevenirles en
cuanto a los peligrosos vientos de doctrina que soplan. Tiene que señalar ciertas debilidades que
están en ellos: están en peligro de sucumbir ante las sutilezas de los herejes (2:4, 8, 16, 18) y las
debilidades de la carne (3:5–11). Los colosenses podrían tomarse a mal estas advertencias si no
fuera por los sentimientos de aprobación implícitos en esta acción de gracias4. Por tanto, antes de
amonestarles y advertirles en cuanto al peligro, les asegura que está convencido de que la obra de
gracia de Dios es evidente en sus vidas5.
El Dios al que Pablo se dirige es Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf. Romanos 15:6;
p 67
2 Corintios 1:3; 11:31; Efesios 1:3; 3:14). Nuevamente, se trata de una frase que nos resulta tan
familiar que podemos perder su verdadero alcance e impacto. Pablo podría haber hablado de «Dios
nuestro Creador», del «Ser supremo del universo», del «Dios que se encarga de nuestra salvación»
o del «Dios que os ha elegido y llamado», etc. En el ámbito socio-religioso de Colosas, todas estas
descripciones habrían resultado interesantes. Pero opta por referirse a Dios en términos de su
relación con Jesucristo. Lo hace, sin duda, porque Jesucristo es la expresión más sublime y perfecta
de Dios. Para los judíos, Dios era el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob o de Moisés, porque había
sido a través de esos patriarcas como Dios se había revelado al pueblo. Para el nuevo Israel de Dios
en Cristo, la revelación de quién y cómo es Dios nos llega supremamente a través de Jesucristo. Sin
él, nuestro conocimiento de Dios sería pobre y parcial. Nuestro acceso a Dios sería imposible. Pero,
con él, Dios se acerca a nosotros. Jesucristo no es otro que «Dios con nosotros» (Mateo 1:23).
Viendo a Jesús, vemos al Padre (Juan 14:9–11). El Dios invisible se hace visible en la faz de Jesucristo
(2 Corintios 4:6). Para nosotros, no hay manera más atinada de definir y describir a Dios que
llamándole el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

3 De hecho, la acción de gracias es un tema que vamos a encontrar a lo largo de la carta: 1:12; 2:7; 3:15, 17; 4:2.
4 Cf. Erdman, pág. 34: Las palabras de aprecio suelen preparar el corazón para que acepte las advertencias

y los consejos.
5 Hendriksen, pág. 59.

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En otras palabras, ya desde las primeras frases de su carta, el apóstol quiere establecer la
verdadera dignidad de Cristo. Para los herejes, él no era más que uno entre muchos mediadores
celestiales. Ellos entendían a lo mejor que nadie podía venir al Padre sino por él (Juan 14:6), pero
habrían añadido que el acceso al Padre pasaba también por otros muchos seres angelicales. No,
dice Pablo. El hombre Jesús no es otro sino el «Cristo» que fue enviado por el Padre desde el cielo
como su Ungido y el «Señor», exaltado por el Padre a su diestra. Tanto en su encarnación como en
su glorificación, el Hijo de Dios franqueó el abismo que existe entre el cielo y la tierra y, así, forjó el
«puente» necesario para que el hombre entrara en comunión con p 68 Dios6. Su mediación no es
una entre muchas posibles. Es única e intransferible. Verdaderamente, nadie tiene acceso al Padre
sino por él; y, teniéndole a él, no hace falta ningún mediador adicional. Si queremos saber cómo es
Dios, basta con mirar a Jesús. Si queremos acercarnos a Dios, Jesús es el único camino y la única
puerta.
En realidad, por supuesto, el Hijo es el Señor eternamente. Ejerce el señorío sobre nosotros
como Dios y Creador. Sin embargo, el Hijo eterno se despojó a sí mismo (Filipenses 2:7), se hizo
hombre y fue hecho un poco menor que los ángeles (Hebreos 2:9) a fin de probar la muerte por
nosotros. Y es a este hombre a quien el Padre ahora ha exaltado. Como dijo Pedro al concluir su
predicación en el día de Pentecostés: A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho
Señor y Cristo (Hechos 2:36). Él es objetivamente el Señor y Rey legítimo del universo.
Sin embargo, pocos reconocen su señorío. La gran mayoría actúa como si él no fuera el Cristo.
En Colosas, sólo los santos y fieles hermanos en Cristo (1:2) tenían ojos para ver a Jesús como quien
realmente es. Viene el día cuando toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor (Filipenses 2:11);
pero, mientras tanto, sólo somos los creyentes quienes doblamos la rodilla ante él. Él es nuestro
Señor Jesucristo.
Éste, pues, es el Dios a quien Pablo expresa gratitud. No es una divinidad cualquiera, sino el
Dios que, habiéndose manifestado en el pasado a través de los patriarcas y profetas del Antiguo
Testamento, ahora se revela perfecta y definitivamente a través del hombre Jesús, el cual, aunque
vivió en plena humanidad entre nosotros, es Dios encarnado y ahora reina exaltado a la diestra del
Padre. Tan lleno está el apóstol de esta visión del Dios verdadero, que vive en constante comunión
con él. A lo largo del día conversa con el Señor. El Dios trascendente, santo y sublime que se nos ha
acercado en Cristo no sólo se ha convertido p 69 para Pablo en el Padre de todos los creyentes (1:2),
sino en el compañero de Pablo en todos los afanes de su ministerio. Por eso, el apóstol concluye
este versículo con la frase orando siempre por vosotros. Si enseña a otros que deben orar sin cesar (1
Tesalonicenses 5:17), es porque él mismo sabe lo grande que es poder pasar el día en viva
comunión con Dios.
De hecho, la frase orando siempre por vosotros admite diferentes lecturas:

• Es posible asociar la palabra siempre a las palabras anteriores y entender que Pablo y Timoteo
dan siempre gracias a Dios7.

6 Cf.MacDonald, pág. 949: Podemos acercarnos a Dios por medio de Cristo. Aquel que es infinitamente
excelso se ha hecho íntimamente cercano.

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• Es posible asociar toda la frase a las palabras del versículo 4 y entender que Pablo y Timoteo
oran por los colosenses cada vez que oyen o recuerdan las buenas noticias acerca de su fe y
amor.
• Es posible tratar el versículo 4 como un paréntesis y asociar la frase al versículo 5: «al oír de
vuestra fe y vuestro amor, oramos siempre por vosotros para que se fortalezca vuestra
esperanza …».
• Pero quizás lo más sencillo sea entender la frase tal y como aparece en nuestra versión: Pablo y
Timoteo practican continuamente la oración y, al hacerlo, recuerdan siempre a los colosenses y
dan gracias por ellos a causa de su fe, amor y esperanza8 . Esto viene a ser aún más sorprendente
y aleccionador cuando recordamos que Pablo no conocía personalmente a la mayoría de los
colosenses.

p 70 FE Y AMOR (1:4)
Como ya hemos visto, el hecho de que Pablo hable de oír de vuestra fe puede significar o bien
que él y Timoteo acaban de recibir noticias (seguramente a través de Epafras, 1:8) acerca de cómo
los colosenses están perseverando en la fe, o bien que el apóstol mismo no ha sido el instrumento
utilizado por Dios para la conversión de los lectores, sino que ha sido informado por terceras
personas acerca de cómo han llegado a creer en Jesucristo9. Todo depende de si Pablo está hablando
de la fe inicial de los colosenses en el momento de la conversión o de la fe que siguen manifestando
posteriormente en su caminar diario.
Sea como fuere, podemos suponer que las dos cosas son ciertas. Por un lado, los colosenses han
escuchado el evangelio de Jesucristo, han comprendido que él es el único mediador entre Dios y los
hombres, han aceptado que es el Hijo de Dios, Rey y Mesías, y han creído en él como su Señor y
Salvador. Por otro, están perseverando en la fe; siguen confiando en Cristo para su salvación y
dependiendo de su dirección y providencia en la vida diaria.
Y, por supuesto, las dos cosas deben ser ciertas en nuestro caso también. Si hemos sido salvos
por la fe, debemos andar en ella. La fe no es sólo algo que hemos profesado en algún momento del
pasado, sino también un camino que seguimos caminando toda la vida (Romanos 4:12, 19–22; 2
Corintios 5:7; Gálatas 2:20). La fe que profesamos en el momento de nuestra conversión debe dar
lugar a una dependencia vital de Cristo p 71 como nuestro Señor. Si nuestra entrega inicial a
Cristo es genuina, conducirá necesariamente a una confianza permanente en él.
El objeto de la fe de los colosenses es Cristo Jesús, pero el objeto de su amor es la iglesia: el amor
que tenéis por todos los santos. Jesús mismo pide que le amemos a él amando a nuestros hermanos

7 Así la interpretan Hendriksen, págs. 58–59 y Buffard, pág. 28 (ver también BJ). Sin embargo, el orden de las
palabras en el texto griego favorece la interpretación de nuestra versión (cf. RV60, RV95, BT, CI, DHH, NVI,
RVA).
8 Cf. Hendriksen, pág. 59: La construcción más sencilla de los versículos 4 a 8 es la de considerar toda esta sección

como dando las razones para la acción de gracias.


9 En Romanos 1:8, Pablo emplea un lenguaje similar acerca de una iglesia que nunca había visitado.

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en la fe (Juan 13:34 y 14:15; 1 Juan 4:20–21). Por supuesto, el creyente ama en primer lugar a Cristo
mismo. Sin embargo, es di cil dar expresión práctica a nuestro amor a alguien ausente e invisible.
Pero, si bien la cabeza del cuerpo está ausente, los miembros del cuerpo están presentes. No
tenemos derecho a afirmar que amamos a Cristo si de alguna manera descuidamos o aborrecemos
los miembros de su cuerpo.
La fe y el amor siempre van cogidos de la mano. Demostramos nuestra fe no por medio de
nuestras palabras ortodoxas o nuestras prácticas piadosas, sino por medio del amor que
mostramos a los hermanos. La fe encuentra su expresión verdadera obrando por amor (Gálatas
5:6)10. La fe que no se expresa por obras de caridad es una fe muerta, una mera profesión de
palabras (Santiago 2:17, 26). Por mucho que declaremos que conocemos a Dios por la fe, si no
amamos no le conocemos de verdad, porque Dios es amor (1 Juan 4:8).
No se nos dice de qué maneras los colosenses daban expresión a su amor fraternal, pero en el
3:12–14 se plasma la clase de actitudes y comportamientos amorosos que inculcaba el apóstol. Lo
que sí se dice, en cambio, es que el amor de los colosenses no era partidista, sino que se extendía a
todos los santos.11 A todos nosotros nos resulta fácil mostrar amor a los miembros de la
congregación que nos caen bien. Pero que seamos capaces de amar a los miembros menos amables
es evidencia de una auténtica obra de la gracia de Dios en nosotros.

p 72 LA ESPERANZA (1:5a)
Después de encomendar a los colosenses a causa de su fe y amor, Pablo procede a hablar de su
esperanza: a causa de la esperanza reservada para vosotros en los cielos. Pero aquí, nuevamente, nos
encontramos con una frase que se presta a diferentes lecturas:

• Algunos comentaristas12 la unen con la primera frase del versículo 3: Damos gracias a Dios … a
causa de la esperanza …; es decir, habiendo oído de vuestra fe y vuestro amor, damos gracias a Dios
por la esperanza que os está guardada. Pero para hacerlo tienen que suponer que los versículos 3b
y 4 forman un paréntesis: orando por vosotros al oír de vuestra fe y vuestro amor. En contra de esta
lectura, podemos aducir que esta construcción da como resultado una idea extraña, a saber, que
después de haber oído acerca de la fe y el amor de los colosenses, Pablo y Timoteo no dan gracias por
esta fe y amor como es de esperarse, sino sólo por la esperanza reservada para los colosenses …13
• Otros la asocian precisamente a la segunda parte del versículo 3 y suponen que el paréntesis se

10 Cf. Harrison, pág. 19: La fe es la raíz de la vida cristiana, y el amor es su fruto; Barclay, pág. 134: Estas son las
dos caras de la vida cristiana. El cristiano debe tener fe; debe saber lo que cree. Pero también debe amar a sus
semejantes: debe convertir esa fe en acción. No basta simplemente con tener fe, porque puede haber una ortodoxia que
no conozca el amor. Y tampoco basta con amar a las personas, porque sin fe real ese amor puede no ser más que
sensiblería.
11 Puntualiza MacDonald, pág. 950: No había nada local ni sectario en su amor. No amaban sólo a los de su propia

comunión local, sino que allí donde encontraban a verdaderos creyentes su amor se derramaba libre y cálidamente.
12 Por ejemplo, Conybeare y Howson, pág. 692; Buffard, pág. 33.
13 Lenski, citado por Hendriksen, pág. 62.

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limita al versículo 4: orando siempre por vosotros … a causa de la esperanza … Si los primeros
entienden que la esperanza es motivo de la acción de gracias de Pablo, éstos suponen que es
motivo de su intercesión. Sobrentienden, pues, que la fe y el amor de los colosenses son
robustos, pero que Pablo ora para que se afirmen en la esperanza.
• Otros14, en cambio, no vinculan en absoluto la esperanza a la oración de Pablo, sino a lo que
dice en el versículo 4 acerca de la fe y el amor: tenéis fe en Cristo y amor por los santos p 73 a
causa de la esperanza. Desde el punto de vista gramatical, ésta parece ser la lectura más correcta,
porque, si no hay razones de peso para indicar lo contrario, una frase subordinada (a causa de la
esperanza) debe acompañar a la frase más cercana (al oír de vuestra fe y de vuestro amor).

De aceptar esta última interpretación, debemos preguntarnos: ¿en qué sentido pueden la fe y el
amor depender de la esperanza? La respuesta consiste en que estas tres virtudes, bien entendidas,
dependen cada una de ellas de las otras dos. Crecer en una de ellas es crecer en las tres. Carecer de
una es, en última instancia, carecer de las tres. En el caso concreto de la esperanza, lo cierto es que
cuanto más viva está nuestra expectación en cuanto a la pronta llegada de Cristo, al
establecimiento completo del reino de Dios y a nuestra perfecta transformación a la imagen del
Señor, tanto más se aviva nuestra fe y, con ella, los vínculos afectivos que nos unen a aquellos que
van a ser conciudadanos nuestros en el reino15.
Pero, esto dicho, tenemos que abordar otra cuestión polémica: ¿se refiere Pablo aquí a la
esperanza objetiva o subjetiva? De la misma manera que hay una fe objetiva (el cuerpo de creencias
que constituye la «fe cristiana») y una fe subjetiva (la confianza del creyente en Cristo y en su obra
salvadora), también la esperanza tiene dos matices similares en el Nuevo Testamento. Por un lado
se puede referir a la expectación en el corazón del creyente (actitud subjetiva); por otro, a las
bendiciones que el creyente aguarda (realidad objetiva). Aquí, claramente, Pablo se p 74 refiere a
la esperanza objetiva, porque habla de la esperanza reservada para vosotros en los cielos,16 es decir, el
galardón, la gloria, la herencia de los santos en luz (1:12) y las muchas bendiciones que los colosenses
recibirán cuando Cristo se manifieste (cf. Gálatas 5:5; Tito 2:13; 1 Pedro 1:4). La cuestión es: ¿se
refiere el apóstol también a la esperanza subjetiva, aquella expectación viva que está en los
colosenses y los sostiene en la lucha de la fe? Parece ser que sí. A fin de cuentas, sería sorprendente
encontrar en un mismo contexto referencias a la fe subjetiva y al amor subjetivo, pero no a la
esperanza subjetiva. Si admitimos este matiz adicional, debemos entender que la palabra se

14 Entre ellos, Bruce; Harrison, pág. 20; Hendriksen, págs. 62–63; Lightfoot, pág. 133; Robertson.
15 Cf. Hendriksen, pág. 62: Las actitudes y actividades mentales y morales del cristiano, tales como el tener fe,
esperanza y amor, siempre reaccionan unas sobre otras … Por tanto, ¿cómo va a ser posible que la esperanza de gloria
… no fortalezca nuestra fe en aquel que ganó para nosotros todas estas bendiciones? ¿Y cómo no va a aumentar
nuestro amor hacia aquellos con los cuales vamos a compartir esta bendición por la eternidad? Harrison, pág. 20:
La esperanza crea una anticipación en el corazón, lo cual tiene un poderoso efecto sobre las actitudes presentes.
Jamieson, pág. 510: La esperanza de la vida eterna nunca será en nosotros un principio inactivo, mas siempre
producirá el amor.
16 Puntualiza Wiersbe, pág. 23: El tiempo del verbo [reservada] indica que esta esperanza ha sido reservada de una

vez y para siempre, de manera que nada puede quitárnosla.

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emplea con doble significado. Entonces la fuerza de lo que el apóstol está diciendo sería: a causa de
vuestra esperanza [subjetiva] depositada en el galardón [esperanza objetiva] reservado para vosotros en
los cielos.
La idea de que la esperanza sea guardada en los cielos corresponde a otras afirmaciones afines.
Pedro habla de una herencia incorruptible, inmaculada y que no se marchitará, reservada en los cielos
para vosotros (1 Pedro 1:4). Y el propio Pablo dice que en el futuro me está reservada la corona de
justicia que el Señor, el juez justo, me entregará en aquel día (2 Timoteo 4:8). En cada caso, la idea es
que nuestra esperanza es completamente segura, porque, si algo está reservado en los cielos, está
guardado y garantizado por Dios mismo.
Así pues, los colosenses, además de dar muestras de una fe viva y un amor entrañable,
mantienen viva aquella esperanza que, a su vez, estimula y hace crecer la fe y el amor. Porque la
esperanza cristiana no es un vago deseo utópico. Es una fuerza viva que participa de muchas de las
cualidades de la fe y el amor. Es el fruto de nuestra regeneración (1 Pedro 1:3) y la fuente de nuestra
purificación (1 Juan 3:3). Esperar ansiosamente la venida de Cristo es, a la vez, consecuencia de
creer en él y un p 75 fuerte estímulo para aquella fe. Asimismo, aguardar con esperanza la parusía
es amar su venida (2 Timoteo 4:8). La fe, el amor y la esperanza van juntos y se apoyan
mutuamente.

Por tanto, los colosenses se caracterizan por la fe, el amor y la esperanza; y Pablo y Timoteo dan
gracias a Dios por ello. Esto nos suena familiar. De hecho, estas virtudes constituyen una trilogía
que encontramos con frecuencia en los escritos de Pablo17 . Pero no por familiares carecen de
importancia. Al contrario, se repiten con frecuencia precisamente porque para Pablo eran de suma
importancia. Con respecto a la doxología del versículo 2, decíamos que la petición de gracia y paz
se repite vez tras vez porque no hay oración más importante que ésa. Ahora podemos decir algo
similar en cuanto a la fe, el amor y la esperanza: si Pablo se fija en estas tres virtudes de los
colosenses, es porque son incuestionablemente las características más importantes del creyente.
En otras palabras, si queremos saber cómo van los hermanos, si están en forma, si hay cosas por las
que dar gracias al Señor en sus vidas, lo primero que debemos considerar es si tienen fe, amor y
esperanza. No es cuestión de enjuiciarlos, sino de dar gracias al Señor con conocimiento de causa.

p 77 CAPÍTULO 4

LA PALABRA DE VERDAD
17Además, se encuentra en otros textos no paulinos. Cf. Hendriksen, pág. 60: En el Nuevo Testamento, esta tríada
no está limitada a los escritos de Pablo … Puede haber sido parte de la terminología común de los primeros
cristianos. Es muy probable que Pablo no la inventara. Ver Romanos 5:1–5; 1 Corintios 13:13; Efesios 4:2–5;
Colosenses 1:4–5; 1 Tesalonicenses 1:3; 5:8; Hebreos 6:10–12; 10:22–24; 1 Pedro 1:3–8, 21–22.

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COLOSENSES 1:5b–6

… de la cual oísteis antes en la palabra de verdad, el evangelio, que ha llegado hasta vosotros,
así como en todo el mundo está dando fruto constantemente y creciendo, así lo ha estado haciendo
también en vosotros, desde el día que oísteis y comprendisteis la gracia de Dios en verdad …

LA ESPERANZA Y EL EVANGELIO (1:5b)


En los versículos 5 a 8, Pablo sigue orando por los colosenses. O, para ser más exactos, sigue
explicándoles en qué sentido ora por ellos. Pero, puesto que no se trata de una oración formal y
puesto que, de todas maneras, Pablo no es un hombre que conciba la oración como algo que tiene
que conformarse a estructuras y formas convencionales, se permite ir «a la deriva» y abordar
consideraciones que no tienen que ver estrictamente con la acción de gracias. Hasta aquí, su
oración se ha centrado en la fe, el amor y la esperanza. Ahora procede a hablar de la fuente de
donde emana la esperanza: el evangelio. De allí, pasa a hablar de cómo los colosenses llegaron a
conocer el evangelio en el pasado. Esto, a su vez, le lleva a decir unas palabras de elogio acerca de
Epafras.
¿A qué se debe esta concatenación de ideas? ¿Acaso se debe a las divagaciones de un pensador
despistado que no sabe mantener una línea recta en el desarrollo de su argumento? Creo que no.
Más bien es con pleno conocimiento de causa como el p 78 apóstol se aleja de su tema inmediato
—la acción de gracias— para meterse en estas otras cuestiones:

• Si aprovecha ahora para abordar el tema de la eficacia del evangelio, probablemente sea porque
éste estaba bajo ataque. Los herejes estaban cuestionando el poder del evangelio. Ponían en tela
de juicio la unicidad de la obra salvadora de Cristo y su capacidad para transformar vidas y
conceder una firme esperanza de cara al futuro.
• Si Pablo procede luego a solidarizarse con Epafras, quizás sea porque los herejes estaban
socavando su autoridad y su ministerio en la iglesia. Le trataban como desfasado, insinuando
que su enseñanza estaba bien hasta donde llegaba, pero que no llegaba muy lejos. Ellos
mismos, en cambio, podían ofrecer conocimientos mucho más profundos y sabios.
• Y, si habla de estas cuestiones ahora en medio de su oración, es porque el contexto de amor
fraternal y gratitud a Dios provee el marco ideal para sus palabras. Aparentemente, la iglesia
todavía no ha sucumbido plenamente ante las presiones de los herejes. Sólo está en peligro de
hacerlo. Sin duda, si la mayoría de los miembros se hubieran desviado ya del evangelio, Pablo
habría empleado un tono de reprensión mucho más enfático, severo y directo (como en el caso
de los gálatas o los corintios). Pero ahora, ante la situación delicada de la iglesia, necesita hablar
con discreción y diplomacia. Se pone a defender el evangelio de una manera indirecta, porque
la reprensión directa podría despertar reacciones de protesta en sus lectores y servir sólo para
alienar aún más a los creyentes tambaleantes. Por eso sitúa sus palabras en el contexto de su
gratitud al Señor y habla positivamente acerca de las bendiciones del evangelio y la fidelidad de
Epafras, permitiendo que sean los propios colosenses quienes saquen la obvia conclusión

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negativa: que cualquier alejamiento del evangelio o cualquier p 79 rechazo del ministerio de
Epafras acarrearía también el alejamiento de estas bendiciones.

La esperanza reservada en los cielos (1:5a) no es una esperanza universal para todo ser humano,
sino sólo para «vosotros», es decir, los santos y fieles hermanos en Cristo (1:2). El que la tengamos
depende de que hayamos sido apartados por Dios (santos), incorporados en la nueva humanidad
«en Cristo» y hechos miembros de la familia de Dios (hermanos). Depende también de que la
profesión de fe que hicimos en el pasado nos haya conducido a una vida de fe perseverante
(fidelidad) en el momento presente. Esta esperanza, pues, pertenece a unos pocos privilegiados. La
inmensa mayoría sigue viviendo sin tener esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:12).
¿Cómo, pues, llegaron los colosenses a ser contados entre los que tienen esta esperanza? Desde
el punto de vista celestial, fue a causa de la elección y del llamamiento de Dios mismo: él los apartó
para ser sus santos; si no fuera por la iniciativa divina en la santificación, nunca habrían llegado a
tener esta esperanza. Sin embargo, desde el punto de vista terrenal, llegaron a obtenerla al oír antes
la palabra de verdad y al creer en Jesucristo como Señor y Salvador1. Pero esto nunca habría
ocurrido si alguien no les hubiera predicado el evangelio. Si Dios no hubiera enviado a sus
mensajeros, no habría habido predicación; si no hubiera habido predicación, los colosenses no
habrían oído el evangelio; sin oírlo, no habrían podido creer en él; sin creer el evangelio, no
habrían podido invocar el nombre del Señor; y sin invocar a Dios, no habría para ellos ni salvación
ni esperanza (Romanos 10:13–15).
Pero el hecho es—dice Pablo—que sí ha habido proclamación del evangelio y vosotros, los
colosenses, sí habéis respondido p 80 con fe. Esta es la razón por la cual tenéis buena esperanza2.
Porque la proclamación de la esperanza reservada en los cielos es una parte intrínseca del mensaje
del evangelio: recibisteis noticia de ella «en el evangelio que ha llegado hasta vosotros» (1:5–6). El
mensaje del evangelio versa no solamente sobre el perdón de pecados y la transformación moral
del ser humano en esta vida, sino también sobre las inimaginables bendiciones que están
reservadas para el creyente en la vida venidera: una patria celestial; una ciudad en la cual mora la
justicia; una ciudadanía en los cielos; relaciones fraternales perfectas, sin sombras ni recelos; la
creación vuelta a su hermosura prístina y liberada de su presente «vanidad»; una vida impecable y
un cuerpo incorruptible; la plena comunión con Dios … Verdaderamente, el evangelio consiste en
«buenas noticias» para todo aquel que cree.
Pero el evangelio no sólo es una «buena noticia» acerca de una gloriosa esperanza. También es
la palabra de verdad. En este mundo hay muchas religiones e ideologías y todas ellas prometen
grandes esperanzas a sus seguidores. La ciudad de Colosas estaba llena de templos, dioses y
promesas religiosas. Pero hay una sola «palabra de verdad»3, un solo mensaje autorizado por el

1 La palabra antes ha recibido muchas interpretaciones: antes, es decir, en el momento de vuestra conversión
(Guthrie, 1, pág. 1142; Erdman, pág. 36); antes de que los falsos maestros introdujeran sus herejías (Carballosa,
pág. 36; cf. Nielsen, pág. 388; Wiersbe, pág. 20); antes de que se escribiera esta carta, etc.
2 Cf. Carson, pág. 32: La esperanza no es el fruto de una imaginación creativa, sino que procede de —y se desarrolla

a través de— la comprensión de la palabra del evangelio.

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Dios vivo y verdadero, con absoluta garantía divina en cuanto a su cumplimiento. Los demás
«evangelios» son falsos. Los dioses que los sustentan son dioses muertos. La palabra de verdad es la
revelación del Dios eterno a los hombres. Es el «evangelio eterno» (Apocalipsis 14:6), la misma
palabra revelada desde el principio hasta el fin, la cual, comunicada paulatina y progresivamente a
los padres por los profetas, llega a su culminación definitiva en el Verbo encarnado, el Señor
Jesucristo.
Así pues, Pablo invita a sus lectores a que recuerden aquel momento en que la palabra de verdad
llegó a su ciudad. Ellos la p 81 creyeron y, a través de ella, entraron en la promesa de una gloriosa
herencia. De momento, siguen creyendo en ella. Pero viven sujetos a las presiones de aquellos que
quieren desviarles de este evangelio hacia otras enseñanzas. ¡Cuidado! —dice el apóstol—; si os
movéis del evangelio de Jesucristo, os alejaréis de la palabra de verdad y de aquella buena noticia de
esperanza eterna.

LA EFICACIA DEL EVANGELIO (1:6a)


El evangelio es «poder de Dios» (Romanos 1:16) y, como tal, actúa eficazmente para la salvación
y transformación de las personas. En este versículo, el apóstol habla como si el evangelio tuviera
vitalidad en sí (cf. Hebreos 4:12: La palabra de Dios es viva y eficaz). De momento, no hace mención
de los mensajeros, sino que atribuye toda la eficacia al mensaje mismo.
El evangelio —dice— ha llegado hasta vosotros; o sea, ha efectuado su entrada en vuestras
mentes, en vuestros corazones y en todo vuestro ser. Ha hecho acto de presencia entre vosotros. La
referencia no es sólo al avance geográfico del evangelio hasta Frigia, sino también a la penetración
espiritual en la vida de los colosenses4. El evangelio avanza tanto extensiva como intensivamente.
Ha sido eficaz en los colosenses por cuanto lo abrazaron de corazón.
Con estas palabras, Pablo sigue recordándoles el momento de su conversión y el impacto
emocionante de aquella primera experiencia del evangelio. Implícitamente, les invita a volver a
saborear la gloria de aquel momento: el alivio de los pecados perdonados y de la mala conciencia
sanada; el gozo de saberse p 82 aceptados por Dios e incorporados en su familia; el asombro ante el
privilegio de poder entrar en la presencia de Dios en oración y disfrutar continuamente de la
comunión con él …
Los seres humanos tenemos la memoria muy corta. Ante el desconcierto que experimentamos
al afrontar nuevas doctrinas, es fácil olvidarnos del glorioso cambio ocurrido cuando la verdad
redentora de Dios hizo su primera aparición en nosotros5. Aunque nuestra experiencia de conversión
fuera abrumadoramente real en aquel momento del pasado, su recuerdo tiende a desvanecerse
ante las tentadoras ofertas de nuevas experiencias suplementarias propuestas por los falsos
maestros. Necesitamos «hacer memoria» de las grandes verdades del evangelio que condujeron a

3 Pablo emplea frases similares en Gálatas 2:5, 14; Efesios 1:13.


4 Según Hendriksen, pág. 63, una traducción más atinada de esta frase sería: el cual ha hecho que su entrada

sea sentida entre vosotros.


5 Hendriksen, pág. 63.

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nuestra conversión y no permitir que seamos «sacudidos fácilmente en nuestro modo de
pensar» (2 Tesalonicenses 2:2). Sólo así evitaremos la tentación de cambiar la poderosa (pero
discreta) obra de Dios por los pobres (pero llamativos) recursos humanos.
Además, debemos abrir los ojos ante la extensión del evangelio en otros lugares del mundo. A
los colosenses puede haberles desconcertado el ver que algunos compañeros suyos, que antes
habían militado en las filas de los «hermanos fieles», dejaban ahora la iglesia para unirse a los
herejes. Sin duda, éstos trataban el evangelio de Jesucristo con cierto desprecio, como una
enseñanza superada por la mayor eficacia de las nuevas doctrinas. Éstas, en cambio, se percibían
como más actuales y novedosas: venían por medio de cosas espectaculares como las visiones y
conducían a mayores dimensiones de espiritualidad y humillación (2:18). «Dejad lo desfasado y
venid a aquello que produce verdaderos resultados» era el mensaje subliminal de los falsos
maestros. Pero —dice Pablo—, si abrís los ojos ante lo que está pasando en otras regiones, veréis
que el mensaje que se extiende con mayor eficacia por el mundo y que produce verdaderos frutos
de santidad y de vidas transformadas es el evangelio p 83 de Jesucristo6. Aunque la frase en todo el
mundo parece hiperbólica, la intención de Pablo es enfatizar la naturaleza universal del evangelio,
en contraste con el carácter local de muchas sectas y herejías.
Lo cierto es que la extensión geográfica del evangelio a mediados del siglo primero fue
asombrosa. Se calcula que, a finales de la era apostólica, el número total de creyentes cristianos
había alcanzado el medio millón7 . Esta expansión inaudita dio pie a que Justino Mártir, el mayor
apologista cristiano del siglo II (100–165 d.C.), pudiera escribir:

No existen pueblos, griegos o bárbaros, o de la raza que sean, no importa por qué apelativo o de
qué manera sean llamados, si moran en tiendas o si vagan en carretas cubiertas, entre quienes no
sean ofrecidas oraciones y acciones de gracias al Padre y Creador de todas las cosas en el nombre
del Jesús crucificado.

Medio siglo después, Tertuliano escribió de una manera similar:

Aparecimos casi ayer y, sin embargo, ya hemos llenado vuestras ciudades e islas, vuestros
campos y palacios, vuestro senado y foro. Solamente os hemos dejado vuestros templos8 .

El Libro de los Hechos narra este crecimiento asombroso. El maligno intentaba por todos
p 84
los medios poner trabas al progreso del evangelio, pero la palabra de verdad siempre las vencía. De
hecho, Lucas jalona su narración con frases como: Asì crecía poderosamente y prevalecía la palabra
del Señor (Hechos 19:20; cf. 2:47; 5:14; 9:31; 12:24; 16:5), indicando con ellas el avance imparable de

6 Cf. Lightfoot, págs. 134–135: Más es lo que se esconde debajo de estas palabras [«así como en todo el mundo»] de lo
que parece en su superficie. El verdadero evangelio, parece decir el apóstol, proclama su verdad por su universalidad.
Los falsos evangelios son el resultado de circunstancias locales, de idiosincrasias especiales; el verdadero evangelio es
el mismo en todas partes. El falso evangelio se dirige a círculos limitados; el verdadero se proclama abiertamente por
todo el mundo.
7 R. H. Glover, ˆe Progress of World-Wide Missions (Nueva York, 1925), pág. 39. Ver Hendriksen, pág. 64.
8 Ambas citas aparecen en Hendriksen, pág. 64.

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la evangelización. Pablo mismo compartía esta visión. Aunque podía haber —y de hecho hubo—
momentos de retroceso y desánimo, sabía que la prosperidad del evangelio estaba garantizada por
Dios mismo. El mensajero puede ser echado a la cárcel, pero la palabra de Dios no está presa (2
Timoteo 2:9). En escaramuzas y batallas puntuales, la iglesia puede ser derrotada; pero la victoria
final está asegurada, pues el enemigo ya ha sufrido la derrota determinante (2:15).
Por tanto, ¡qué necios serán los colosenses si sólo ven el aparente triunfo de los herejes en su
situación inmediata y no son capaces de vislumbrar el avance global del evangelio! La palabra de
verdad tiene poder en sí misma. Ciertamente, Dios ha tenido a bien utilizar a hombres débiles
como nosotros en la extensión y proclamación del evangelio, y podemos estorbar el progreso del
evangelio por nuestra infidelidad, torpeza o apatía. Pero, a la larga, la palabra no volverá a Dios
vacía, sin haber realizado lo que Dios desea, sino que logrará el propósito para el cual fue enviada
(Isaías 55:11)9. El evangelio es como una semilla echada en la tierra: durante un tiempo puede
parecer muerta e infructífera; pero, finalmente, brota, crece y da fruto (cf. Marcos 4:26–29). ¡Qué
pena, pues, si abandonamos nuestra plena confianza en el poder del evangelio y empezamos a
creer que debemos añadirle cosas, cambiarlo o abrazar otro mensaje!
En nuestros días, nosotros, como los colosenses, podemos sentirnos desalentados porque a
nuestro alrededor parece que el evangelio ha perdido su eficacia y que la iglesia está retrocediendo
p 85 ante los embistes de otras ideologías y filosoǐas. En ciertos lugares de Occidente, esto puede
ser cierto. El enemigo ha logrado adormecer a la iglesia y hacer que ella pierda su norte. Muchos
creyentes han dejado su primer amor y su primera fe. Se han vuelto apáticos y carnales. Muchas de
nuestras capillas se están vaciando y muchos de nuestros cultos son rutinarios y pesados. A la vez,
la sociedad en la que vivimos se ha endurecido ante la proclamación del evangelio. Nuestros
vecinos y compañeros no quieren saber de Dios y se vuelven sarcásticos o impacientes ante nuestro
testimonio. Todo esto puede darnos la sensación de que el evangelio ha dejado de ser poder de
Dios. Como consecuencia, algunos van detrás de nuevos vientos de doctrina que parecen ser más
novedosos y emocionantes. Pero necesitamos abrirnos los ojos ante lo que Dios está haciendo en
otros lugares del mundo. El evangelio sigue extendiéndose y produciendo fruto. En el este de
Europa, en Latinoamérica, en África o en diversos países de Asia, la palabra de verdad es escuchada
y abrazada con entusiasmo.

EL EFECTO DEL EVANGELIO EN LA VIDA DE LOS COLOSENSES (1:6b)


El avance del evangelio no es sólo geográfico o numérico, sino también personal e íntimo10. En
el momento en que Pablo escribía, la evangelización se extendía de pueblo en pueblo, de provincia
en provincia, y grandes números de creyentes se añadían a la Iglesia. Pero, por las últimas frases de
este versículo, es obvio que Pablo no está hablando sólo de un crecimiento en p 86 extensión, sino

9 Cf. Hendriksen, pág. 65: El evangelio jamás depende del hombre, ni siquiera de Pablo; es la obra de Dios en la
que le place usar al hombre.
10Muchos comentaristas suponen que crecer se refiere al crecimiento geográfico del evangelio y dar fruto al
crecimiento espiritual. En todo caso, ambos aspectos están presentes en el pensamiento del apóstol.

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también de un crecimiento en maduración en la vida de los creyentes. El evangelio no deja de ser
poder de Dios una vez que hemos creído en él, sino que sigue produciendo fruto constantemente
en la vida de cada hijo de Dios11. Algo de este fruto manifestado en los colosenses lo hemos visto en
los versículos 4 y 5: la fe, el amor y la esperanza. Y algo más lo veremos en la oración de Pablo en
los versículos 9 a 12: la profundización en la voluntad de Dios, la sabiduría, la comprensión
espiritual, el conocimiento de Dios, las buenas obras, la paciencia y la perseverancia, el gozo y la
gratitud. Todas estas cosas son evidencias de la eficacia del evangelio en la vida del creyente
después de su conversión. A los profetas verdaderos y falsos se los reconoce por sus frutos (Mateo
7:15–16). Asimismo, el verdadero evangelio, la palabra de verdad, se reconoce por los resultados
que produce en la vida de aquellos que creen en él. Más adelante (por ejemplo, en el 2:23), Pablo
indicará que las nuevas doctrinas de los herejes se ven como falsas por cuanto no son capaces de
«dar fruto». De momento, se limita a decir positivamente que el evangelio sí produce fruto.
Por su progreso en la vida de fe, pues, los colosenses siguen manifestando el fruto del
evangelio. Por eso Pablo da gracias al Señor. Pero, aunque la nota dominante sigue siendo la acción
de gracias, sin duda el apóstol emplea estas palabras con la intención de dar una suave exhortación
a sus lectores: puesto que el evangelio está dando constante fruto en vuestras vidas desde el día de
vuestra conversión, ¡qué lástima si a estas alturas dejáis de fructificar a causa de las nocivas
influencias de los herejes y del abandono de aquel único mensaje que puede realmente
transformar vidas!12
Quizás lo más sorprendente de estas palabras sea que Pablo no dice ahora que los
p 87
colosenses oyeron «el evangelio», sino que oyeron «la gracia de Dios». Es decir, ya no habla del
mensaje, sino del tema principal del mensaje13 . Las buenas noticias del evangelio derivan de este
asombroso hecho: aunque el hombre pecador sólo se merece la ira y el juicio divino, el Dios de
gracia busca su justificación. Aplaza el ejercicio de su juicio a fin de darnos la oportunidad de
arrepentirnos y creer en Cristo para salvación.
Fue a través de la proclamación del evangelio como los colosenses se enteraron de la gracia de
Dios. Llegaron a conocer la gracia de Dios en verdad; es decir, la gracia de Dios tal y como es
realmente, la gracia en su carácter genuino 14. Todos los errores heréticos tienden a atentar contra
la verdadera naturaleza de la gracia de Dios, algunos por añadir a ella la necesidad del mérito

11 Puntualiza MacDonald, pág. 951: El evangelio hace dos cosas al mismo tiempo: da fruto en la salvación de las
almas y en la edificación de los santos.
12 Cf. Hendriksen, pág. 65: La nota principal todavía es la de acción de gracias, [pero] la inferencia es: así que,

colosenses, no destruyáis el árbol fructífero.


13 Cf. MacDonald, pág. 951: «La gracia de Dios» se emplea aquí como una cautivadora descripción del

mensaje del evangelio.


14 Aunque es posible asociar la frase en verdad al verbo comprender (el día que comprendisteis verdaderamente la

gracia de Dios; cf. CI; RVA), parece más adecuado asociarla al sustantivo gracia. Todo el empeño de Pablo en
esta carta es confirmar la confianza de los colosenses en «la gracia de Dios tal y como es realmente» en
contraste con la falsa interpretación de la gracia propugnada por los herejes. Ver Hendriksen, pág. 66, y las
demás versiones.

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humano, otros por enseñar una «gracia barata» que desmerece las exigencias de la santidad de
Dios. Sólo el evangelio de Jesucristo enseña cómo el Dios de ira y juicio, que de ninguna manera
puede consentir el pecado, ha hecho lo necesario en Cristo para que el pecador pueda llegar a ser
contado por él como justo sin que por ello Dios haga violencia a las demandas de su propia justicia
como Juez.
Así pues, gracias a la proclamación del evangelio, los colosenses llegaron a oír y comprender 15 la
verdadera naturaleza de la p 88 gracia de Dios y cómo ésta trae salvación a los hombres.
Escucharon el mensaje bien explicado y lo reconocieron como cierto. Nadie puede llegar a ser
cristiano sin oír el evangelio; pero nadie es cristiano de verdad por el solo hecho de oírlo. El oír
debe conducir a la comprensión y al reconocimiento de la verdad. Sin duda, estos verbos dan a
entender mucho más que una mera aceptación intelectual del mensaje. La verdadera comprensión
de la gracia implica no solamente un acertado conocimiento mental, sino también una sincera
apropiación personal del mensaje desde el corazón.
Los colosenses, pues, habían abrazado el mensaje con pleno entendimiento y de todo corazón.
Y lo habían hecho por reconocer en él la verdadera revelación de la gracia de Dios. Ahora no deben
alejarse de esa gracia siguiendo el legalismo de los judaizantes o el libertinaje de los paganos 16.
Habiendo conocido los efectos de la gracia de Cristo, a la vez liberadores y santificadores, no deben
ir ahora detrás de sistemas humanos que no liberan ni santifican; no deben someterse otra vez a
yugos de esclavitud (Gálatas 5:1), deslumbrados por la pseudoespiritualidad de los falsos maestros.
Hoy también, las iglesias son zarandeadas por el maligno. Soplan muchos vientos de doctrina.
No perdamos, pues, nuestra estabilidad ni nos movamos fácilmente de nuestra manera de pensar.
Comprometámonos nuevamente con el evangelio eterno. Reafirmemos nuestra confianza en la
palabra de verdad. En medio del desconcierto que nos produce la infidelidad de muchos, estemos
firmes y conservemos las doctrinas que nos fueron enseñadas (2 Tesalonicenses 2:15).

p 89 CAPÍTULO 5

EPAFRAS
COLOSENSES 1:7–8

15 El verbo traducido como comprender (en griego, epignoskein) es enfático. Era una palabra predilecta de los
gnósticos y se puede traducir como conocer, pero siempre tiene la connotación de un conocimiento cabal y
perfecto. Cf. Carson, pág. 34: El uso de este verbo sugiere una asimilación del significado íntimo del evangelio, de
modo que la verdad se transforma en experiencia.
16 Cf. Harrison, pág. 21: Con una sencilla mención de la gracia de Dios al principio de la carta, juntamente con el

recordatorio de que sus lectores habían venido a conocer el significado de la gracia como una realidad en sus vidas,
Pablo está ya poniendo el hacha a la raíz del legalismo que va a desarraigar y echar a un lado más tarde (2:16–23).

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… tal como lo aprendisteis de Epafras, nuestro amado consiervo, quien es fiel servidor de
Cristo de parte nuestra, el cual también nos informó acerca de vuestro amor en el Espíritu.

EPAFRAS Y LA EVANGELIZACIÓN DE LOS COLOSENSES (1:7)


Acerca de Epafras sabemos muy poco. Como ya hemos visto, es posible que Pablo mismo nunca
estuviera en Colosas, sino que la ciudad fuera evangelizada por miembros de su equipo o por
ciudadanos de Colosas que hubieran escuchado el evangelio gracias al ministerio de Pablo en
Éfeso. Aunque no podemos dogmatizar al respecto, es probable que Epafras fuera el misionero que
llevó el evangelio al valle del Lico. Está claro, por el 4:12, que era nativo de Colosas o miembro de la
iglesia colosense, o ambas cosas a la vez. Por el 1:7, es evidente que había llevado a cabo
importantes labores evangelísticas, didácticas1 y pastorales en la ciudad. Y, por el 4:13, también
vemos que sus actividades misioneras no se limitaron a Colosas, sino p 90 que se hicieron
extensivas a Hierápolis y Laodicea. Desde luego, por lo que se desprende de estos versículos,
deducimos que, aunque Epafras no hubiera estado involucrado en los mismos comienzos de la
iglesia, muchos de los miembros actuales de la iglesia habían escuchado el evangelio gracias a su
testimonio. Había sido instrumento de Dios para comunicarles la palabra de verdad y había tenido
una parte importante en su enseñanza y edificación posterior: oísteis la gracia de Dios en verdad, tal
como lo aprendisteis de Epafras.
Su nombre es una contracción de Epafrodito, pero los comentaristas son prácticamente
unánimes en afirmar que no se trata del Epafrodito nombrado por Pablo en Filipenses (2:25–30;
4:18)2. Lo que queda claro es que Epafras gozaba de la estima y del afecto fraternal de Pablo. El
apóstol emplea términos especialmente efusivos al referirse a él. Por ejemplo, la frase siervo de
Jesucristo (4:12) es aplicada frecuentemente por Pablo a sí mismo, pero sólo raras veces a otros3.
Aun cuando sea posible que lo hiciera con la finalidad de contrarrestar las descalificaciones de los
falsos maestros, sabemos que nunca decía nada que no fuera cierto.

CONSIERVO Y SERVIDOR (1:7)


Pablo emplea dos frases para describir el ministerio de Epafras. En primer lugar le llama
nuestro amado consiervo. Es decir, en principio, Epafras no es más que un «esclavo» en el servicio a
Cristo (cf. 4:12). Ha asumido la posición más humilde de la casa de Dios, la de una vida abnegada de
sacrificio y sufrimiento. p 91 No presume de una posición filial. Aunque ciertamente es un hijo del
Padre celestial y digno hermano de los demás miembros de la familia de Dios (1:2), en su
ministerio no toma en consideración sus propios derechos, gustos e intereses, sino que vive sólo
para servir a su amo.

1 El verbo aprender tiene la fuerza deser instruido por … Ver Lightfoot, pág. 136; Songer, pág. 24.
2 Ver Abbo , pág. 199; Coneybeare y Howson, pág. 692; Hunter, pág. 108. Este último autor señala que
Epafrodito («hermoso») era un nombre muy común en aquel entonces.
3 El único caso aparte de esta referencia a Epafras es el de Timoteo, en Filipenses 1:1.

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Sin embargo, su mansedumbre y su espíritu sumiso no deben rebajarle en la estimación de los
colosenses. Al asumir el escalafón humilde de un esclavo, Epafras no ha hecho más de lo que ya
habían hecho Pablo y Timoteo. Ellos también se habían humillado ante el Señor, se habían negado
a sí mismos y habían seguido el ejemplo de Jesús, tomando forma de siervo (Filipenses 2:7). Los tres
tienen el mismo afán de servicio y pertenecen al mismo amo. Por tanto, Epafras es «consiervo»4.
Comparte con Pablo la condición de un esclavo en su labor en la casa de Dios.
Y, como consiervo fiel, Epafras es «amado». Se trata de un vocablo sencillo, ¡pero qué privilegio
saber que eres objeto del amor del apóstol y de sus colaboradores! Pablo ha sido testigo de los
vínculos de sincero afecto fraternal que existen entre los miembros de su equipo y Epafras, y
espera que los mismos vínculos existan en el caso de los colosenses.
En segundo lugar, Pablo describe a Epafras como fiel servidor de Cristo de parte nuestra. Es decir,
afirma que Epafras es un ministro5 en quien se puede tener plena confianza. Hasta aquí, ¡todo
claro! ¿Pero qué quiere decir con la frase adicional: de parte nuestra? Aquí tenemos que abordar una
cuestión textual. Resulta que algunos manuscritos antiguos dicen de parte nuestra; y otros, de parte
vuestra. Entre los comentaristas y traductores no hay consenso en cuanto a cuál de estas dos
lecturas es p 92 preferible6; y, en este caso, la evidencia textual es muy equilibrada y no puede
sacarnos de dudas. Si acaso, los manuscritos apoyan más la primera lectura (nuestra), pues la
defienden testigos antiguos y bien distribuidos7 . Pero, por otro lado, la repetición de una frase
similar en el 4:12 (a favor vuestro) podría decantarnos a preferir la segunda. Además, por si esta
cuestión no fuera di cil en sí, existe una complicación adicional. Si aceptamos la segunda lectura
(literalmente: quien es fiel-en-pro-de-vosotros ministro de Cristo)8 , ésta, a su vez, admite dos
interpretaciones diferentes: o Epafras es fiel en su ministerio pastoral en bien de los colosenses (fiel
ministro a favor vuestro); o es fiel en el servicio que presta a Pablo en nombre de los colosenses (fiel
siervo [mío] de parte vuestra). Así pues, la frase admite tres interpretaciones diferentes:

1. Epafras ha servido fielmente a Cristo como representante de Pablo en Colosas.


2. Epafras ha servido fielmente a Cristo en su ministerio a favor de los colosenses.
3. Epafras ha servido fielmente a Cristo como representante de los colosenses para atender a

4 En los escritos de Pablo, esta palabra sólo aparece aquí y en el 4:7.


5 La palabra empleada por Pablo se puede traducir como diácono, pero es probable que no se trate aquí de un
título oficial referido al cargo que Epafras tenía en la iglesia, sino de una palabra que describe el espíritu con
que desempeñaba sus responsabilidades. Cf. Buffard, pág. 41.
6 La primera lectura (nuestra) es defendida por LBLA (fiel servidor de Cristo de parte nuestra), BJ y CI (fiel

ministro de Cristo en nuestro lugar) y por los siguientes comentaristas: Abbo (págs. 200–201), Ashby (pág.
484), Bruce, Guthrie (1, pág. 1142), Gutiérrez (pág. 815), Harrison (pág. 22), Hendriksen (pág. 66), Lightfoot
(pág. 136), C. F. D. Moule, Songer (pág. 24), Staab (pág. 112); la segunda (vuestra), por RV60, RV95 y BT (fiel
ministro de Cristo para vosotros), RVA (fiel ministro de Cristo a vuestro favor), DHH (en quien ustedes tienen un fiel
servidor de Cristo) y NVI (fiel servidor de Cristo para el bien de ustedes), y por Lacueva (pág. 790) y Pérez (pág.
60), entre otros.
7 C. F. D. Moule; cf. Hendriksen, pág. 66.
8 Ver Lacueva, pág. 790.

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Pablo en sus prisiones (cf. el caso similar de Epafrodito en Filipenses 2:25; 4:18).

Cada una de estas tres ideas puede ser cierta. Por eso es di cil determinar cuál de ellas tenía en
mente el apóstol en este p 93 momento. Por tanto, quizás la solución más sabia y salomónica sea
dar espacio a todas ellas:

1. Es del todo posible que, después de su conversión, Epafras fuera nombrado por Pablo como
delegado suyo en Colosas y como ministro de la naciente comunidad cristiana. Si ésta es la
lectura correcta del texto, Pablo está diciendo que Epafras ha ejercido sus funciones entre los
colosenses bajo la doble autoridad de Cristo como Señor y de Pablo mismo como apóstol. Pero
es de observar que, aun cuando Epafras haya sido designado y enviado por Pablo, no es a Pablo
a quien sirve, sino que es fiel servidor de Cristo.9
2. Es probable que Epafras fuera ministro en la iglesia de los colosenses. Según esta segunda
lectura, el énfasis del texto no recae sobre el hecho de su ministerio pastoral en sí —los
colosenses tenían que conocerlo de sobra y no necesitan ser informados por Pablo—, sino sobre
la fidelidad de aquel ministerio. Ante las insinuaciones de los herejes acerca de la mediocridad
de Epafras, Pablo estaría diciendo que es un siervo fiel y competente y que actúa bajo la
autoridad de Cristo mismo.
3. También es posible que Epafras, con el beneplácito de los colosenses, se hubiera trasladado a
Roma a fin de acompañar a Pablo en sus prisiones (cf. Filemón 23)10 y atender a sus necesidades
materiales. Si ésta es la lectura correcta, Pablo está comunicando a los colosenses que su deseo
de prestarle ayuda en aquellas circunstancias di ciles se ha cumplido ampliamente gracias a la
fidelidad de Epafras. Esta lectura resulta especialmente atractiva, por cuanto p 94 ayuda a
explicar por qué Epafras permaneció en Roma con el apóstol en vez de volver a Colosas con
Onésimo. Además, enlaza bien con la frase siguiente: «Epafras está cumpliendo fielmente el
servicio de apoyo para el cual me lo enviasteis y, asimismo, me ha comunicado vuestro amor».

Lo que todas estas interpretaciones tienen en común es la nota de aprecio y elogio a Epafras. La
gratitud de Pablo es sincera y patente, por lo cual sitúa acertadamente estas palabras en el contexto
de su acción de gracias al Señor. Pero, por otra parte, nos da la impresión de que quiere
solidarizarse con Epafras y defender su ministerio ante las calumnias de sus detractores. Le da a
Epafras su sello de aprobación. Las implicaciones de sus palabras, según las diversas
interpretaciones del texto, son las siguientes:

1. Puesto que Epafras ha ministrado en Colosas como delegado apostólico, quien rechaza su
ministerio rechaza también la autoridad de Pablo y Timoteo (1:1). No ha actuado por iniciativa
propia, sino como ministro autorizado.

9 Cf. Buffard, pág. 41: Todos los oficiales de la Iglesia deben serlo primero de Cristo; si no, su ministerio no
tiene valor alguno.
10 En cuanto a este texto de Filemón, Jamieson (pág. 510) comenta: Es posible que Epafras hubiera sido arrestado
a causa de sus obras entusiastas en Asia Menor; pero es más probable que Pablo le diera este título [mi compañero de
prisión] como de su fiel compañero en su encarcelamiento.

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2. Puesto que a quien sirve Epafras es a Cristo, quien no se somete a su autoridad en la iglesia se
rebela contra Cristo.
3. Puesto que Epafras, en todas las manifestaciones de su servicio, se ha mostrado «fiel» —es
decir, competente, dedicado y abnegado en su entrega, y leal al Señor y al evangelio—,
cuestionar su ministerio es cuestionar el evangelio en el que se funda vuestra esperanza eterna
(1:5) 11.

p 95 EL AMOR DE LOS COLOSENSES (1:8)


Se hará patente en el resto de la Epístola que alguien ha informado a Pablo acerca de la
situación preocupante de la iglesia de Colosas. Sin duda, esta persona fue Epafras. Quizás sea por
proteger la reputación de su amigo por lo que Pablo insiste ahora en que Epafras le ha comunicado
no sólo el peligro que planea sobre la iglesia, sino también el profundo afecto de los colosenses.
Epafras no es un chismoso malintencionado, sino alguien que ama profundamente a los
colosenses y se esfuerza por su edificación y crecimiento en Cristo (4:12). No los ha traicionado,
sino que su informe se ha centrado en el auténtico amor cristiano que los caracteriza: el cual
también nos informó acerca de vuestro amor en el Espíritu.
Pablo ya ha hablado del amor de los colosenses (1:4). Lo ha celebrado como uno de los motivos
principales de su acción de gracias. Si vuelve a mencionarlo ahora, se debe, sin duda, a que, para él,
el amor es supremo entre las virtudes cristianas (3:14; cf. 1 Corintios 13:13)12 , pero también a que
quiere introducir aquí nuevos matices y énfasis.
En primer lugar, la referencia en el 1:4 era a un amor generalizado (el amor que tenéis por todos
los santos), mientras que aquí la referencia parece ser más particular. De hecho, no se menciona el
objeto del amor de los colosenses, así que es posible entender la frase como una nueva referencia a
su amor por todos los santos, como una referencia al amor que tienen los unos por los otros o al
amor que tienen a Dios13 . Pero, puesto que la referencia cae en p 96 medio del contexto del
ministerio de Epafras y de su informe a Pablo, parece correcto entender que el amor en cuestión es
el amor que los colosenses tienen o bien a Epafras o, más probablemente, a Pablo y su equipo de
colaboradores. Esta última idea es especialmente oportuna si el versículo anterior se entiende
como referencia al ministerio de Epafras en Roma atendiendo al apóstol en nombre de los
colosenses. En ese caso, la fuerza de estos versículos sería: «Epafras me sirve fielmente de parte
vuestra y me ha informado de vuestro amor hacia mí y hacia los hermanos que me acompañan».

11 Cf. Harrison, pág. 22: De la boca de este hombre que había fundado la iglesia, nada se oyó excepto el puro
evangelio; los creyentes fueron iniciados por él en el verdadero camino.
12 Cf. Carballosa, pág. 35: La práctica del amor hacia los hermanos es el distintivo más sobresaliente que debe

existir entre los cristianos (Juan 13:34–35; Hebreos 13:1; 1 Juan 3:11, 13–18).
13 En este último sentido lo entiende Hendriksen, pág. 67: Aquel amor que tiene a Dios como su objeto … señala

al deleite inteligente y con propósito que se tiene en el Dios trino, a la entrega espontánea y agradecida de la
personalidad entera a aquel que se ha revelado a sí mismo en Jesucristo, lo cual también resulta en un anhelo
profundo y firme por una verdadera prosperidad para todos sus hijos.

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En segundo lugar, Pablo puntualiza ahora que el amor de los colosenses es amor en el Espíritu, o
amor en espíritu. Ambas ideas son correctas y admisibles. Si la referencia es al Espíritu Santo (cf.
Romanos 15:30), Pablo está diciendo que el amor que manifiestan los colosenses es fruto de la obra
del Espíritu en sus vidas (Gálatas 5:22; Romanos 5:5; Efesios 3:16–17), aquel amor fraternal intenso
que se manifiesta inevitablemente entre dos seres humanos que comparten la misma naturaleza
en Cristo y la misma vida espiritual. Si la referencia es al espíritu humano (y, en defensa de esta
lectura, hay que decir que los colosenses di cilmente podían amar a Pablo excepto en espíritu si
nunca le habían conocido en la carne), el apóstol está diciendo que es consciente del vivo afecto
que los colosenses sienten hacia su persona, además de serlo del amor práctico que le han
mostrado al prescindir de su ministro Epafras a fin de enviárselo para atenderle en sus prisiones.
Y, por supuesto, las dos cosas deben ser ciertas también en nosotros. Somos incapaces de amar
con verdadero amor desinteresado si el Espíritu Santo no nos capacita para ello. Igualmente, el
amor fraternal que practicamos debe ser «espiritual», vivamente sentido en nuestro espíritu. Es
cierto que en el Nuevo Testamento se arremete a veces contra los que dicen que aman pero no lo
demuestran en sus acciones. El verdadero amor no es cuestión de palabras y sentimientos, sino de
hechos. Pero existe también el peligro contrario. Algunas personas practican p 97 muchas obras
de caridad, pero lo hacen motivadas por el afán de ganar méritos personales, por autorrealizarse,
por activismo, por un sentido de deber religioso o por la satisfacción de colocarse medallas.
Aparentemente, tales acciones son actos de amor, pero esta clase de motivación no suele ir
acompañada de un verdadero «amor en espíritu». Tales personas no sienten un vivo afecto hacia
aquellos a los que ayudan. El «amor que tenemos por todos los santos» debe manifestarse tanto de
maneras prácticas como en sentimientos entrañables. El auténtico amor cristiano participa de
ambas cosas.

Así concluye la acción de gracias del apóstol. Ha empezado con referencias al Padre y al Hijo
(1:3) y concluye —posiblemente— con una referencia al Espíritu Santo (1:8) 14. Se centra en la fe, el
amor y la esperanza de los colosenses (1:4), virtudes de las cuales la principal es el amor (1:7). Y se
arraiga en el evangelio sin cuya proclamación fiel y aceptación de corazón no habría ni fe, ni amor,
ni esperanza (1:5–7).
Vale la pena recalcar que estos temas deben constituir también la base de nuestra acción de
gracias cuando pensamos en nuestros hermanos. Está bien que demos gracias a Dios cuando les
concede buena salud sica, excelentes situaciones laborales o abundante prosperidad material.
Pero lo que más debe emocionarnos y estimular en nosotros el gozo y el espíritu de gratitud es oír
que nuestros hermanos andan en la verdad (3 Juan 4), en fe, amor y esperanza.

14 Por cierto, ésta es la única mención explícita del Espíritu Santo en toda la Epístola.

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p 99 CAPÍTULO 6

CONOCIMIENTO, SABIDURÍA, COMPRENSIÓN Y CONDUCTA


COLOSENSES 1:9–10a

Por esta razón, también nosotros, desde el día que lo supimos, no hemos cesado de orar por
vosotros y de rogar que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría y
comprensión espiritual, para que andéis como es digno del Señor …

ACCIÓN DE GRACIAS E INTERCESIÓN (1:9)


Ahora, Pablo acaba su acción de gracias y pasa a interceder por los colosenses. Es decir, después
de decirnos cuáles son las causas por las que expresa su gratitud al Señor (1:3–8), ahora describe los
motivos de su petición (1:9–14)1. Eso está claro. Lo que no lo está tanto es la frase que introduce la
intercesión: por esta razón. Entendemos bien que las buenas noticias impartidas por p 100 Epafras
le conduzcan a expresar su gratitud ante el Señor; pero, según lo que él mismo dice en esta frase,
estas mismas buenas noticias le conducen también a interceder por ellos. En eso, la lógica no es
fácil de dilucidar. No nos habría resultado sorprendente la intercesión si Epafras hubiera dicho que
a los colosenses les faltaba fe y amor; ¿pero cómo entenderla si su fe y amor abundan?
Quizás la lógica sea la siguiente:

• Las buenas noticias acerca de los colosenses se han centrado en su amor: tanto el amor que
tienen para con todos los santos (1:4) como el amor que tienen a Pablo y su equipo (1:8).
• El amor despierta amor. El genuino afecto que Pablo, hasta aquí, ya sentía hacia los colosenses
aumenta considerablemente al saber que su amor es correspondido.
• Ahora bien, la primera manera en que un cristiano como Pablo da expresión a su amor es
llevando a la persona amada ante el trono de la gracia en oración2. Hasta la fecha, había orado
constantemente por los colosenses (1:3); pero ahora que Epafras le ha traído noticias frescas
—desde el día que lo supimos—, su intercesión es aún más intensa y está mejor orientada.

Por otra parte, es posible que la frase desde que lo supimos no se refiera a que Pablo ha sido
informado sólo acerca del amor de los colosenses, sino también acerca del estado de la iglesia. En
general, este informe es positivo y da muchas razones para dar gracias a Dios; pero contiene

1 No es fácil establecer dónde acaba Pablo su intercesión. De hecho, los versículos 9 a 20 constituyen una sola
oración gramatical en la cual el discurso procede de forma paulatina desde la intercesión a la exposición
cristológica. Muchos pondrían la frontera entre ellas al final del versículo 12. Yo prefiero colocarla al final del
14, porque los versículos 13 y 14 están claramente vinculados al 12. Hendriksen (pág. 68), Carballosa (págs.
30–39), Guthrie (I, pág. 1143), Harrison (pág. 23) y Nielsen (pág. 391) son del mismo sentir.
2 Quizás este razonamiento sea la explicación del significado de la palabra también, algo extraña en este lugar

(ver Buffard, pág. 43). Pablo sabe que el amor de los colosenses hacia él (1:8) se ve, entre otras cosas, en que
oran por él (4:3). Quiere que sepan que él «también» ora por ellos.

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además aspectos preocupantes que conducen a la intercesión. Concretamente, tal y como hemos
visto al considerar «la herejía colosense», ciertos señores estaban abogando a favor de
p 101
peligrosos «conocimientos» esotéricos que querían añadir a la fe cristiana. No nos sorprende,
pues, que Pablo centre su intercesión en «el conocimiento, la sabiduría y la comprensión».
Sea cual fuere el matiz exacto de la frase por esta razón, el hecho es que el apóstol no ha cesado
de orar por los colosenses desde el momento de recibir el informe de Epafras. ¿Cuánto tiempo ha
mediado desde entonces? No lo sabemos. Pero Epafras tiene que haber llegado a Roma hace días,
por no decir semanas, para justificar el lenguaje de este versículo: desde el día que lo supimos, no
hemos cesado de orar por vosotros. Si Pablo no ha escrito antes a los colosenses, ha sido
sencillamente por falta de algún «cartero» que llevara la carta a su destino. Pero, ahora que Tíquico
acompaña a Onésimo a Colosas, Pablo aprovecha la ocasión para escribirles.
Notemos bien la perseverancia en oración del apóstol: no hemos cesado de orar (cf. 1
Tesalonicenses 5:17)3. Su intercesión no es sólo una breve reacción puntual ante las noticias de
Epafras; es decir, no ora en aquel primer momento para luego olvidarse de los colosenses o
considerar que «este asunto ya ha sido despachado ante Dios», sino que sigue orando por ellos
constantemente. Pero tampoco amontona oraciones con la idea supersticiosa de torcerle el brazo a
un Dios recalcitrante. Su perseverancia se debe a su amor y su preocupación por los colosenses. Los
lleva en el corazón. Porque los ama, piensa en ellos a lo largo del día. Porque le vienen vez tras vez a
la mente, ora por ellos constantemente. Nosotros, igualmente, si amáramos más, oraríamos con
más constancia.

p 102 LAS PETICIONES DE PABLO (1:9)


Lo que Pablo pide para los colosenses es «plenitud»: no hemos cesado … de rogar que seáis llenos
… Ésta es una de las palabras clave de Colosenses (1:19, 25; 2:2, 9–10; 4:12, 17). Sin duda, era una
palabra que formaba parte del vocabulario característico de los falsos maestros. Ellos ofrecían a
sus seguidores la promesa de «plenitud de conocimientos». Por eso, Pablo enfoca su intercesión en
la misma dirección. Pero, por supuesto, su oración se distingue de las promesas de los herejes en
algunos aspectos importantes:

• En primer lugar, su tema no es el «conocimiento» (gnosis) impartido por los falsos maestros,
sino el «pleno conocimiento» (epignosis) del evangelio4. Las enseñanzas esotéricas de aquéllos
prometían mucho y daban poco. Pretendían ser profundos, pero sólo lograban cambios
cosméticos. Pretendían abrir camino a Dios, pero en realidad colocaban incontables barreras
en el camino a Dios abierto por Jesucristo. En cambio, los conocimientos proporcionados por el

3 Comenta Sturz, pág. 32: ¡Muchos no cesan de orar por la sencilla razón de que nunca han empezado a orar!
4 «Epignosis» es una palabra empleada con frecuencia en el Nuevo Testamento (para limitarnos a los escritos
de Pablo, ver Romanos 1:28; 10:2; Efesios 1:17; 4:13; Filipenses 1:9–10; Colosenses 1:9–10; 2:3; 3:10; 1 Timoteo
2:4; 2 Timoteo 2:25; 3:7; Tito 1:1; Filemón 6) y siempre tiene la connotación de conocimiento pleno o
profundo. Ver Hendriksen, pág. 71.

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evangelio pueden parecer menos vistosos (porque están al alcance de todos); pero penetran al
corazón, a la conciencia y a la voluntad, logran transformar vidas y conducen a un verdadero
conocimiento de Dios.
• En segundo lugar, da a entender que sólo Dios mismo puede proporcionarnos ese
conocimiento. Ésta es la clara implicación de toda la sección introductoria de la Epístola
(1:1–12). Por eso, Pablo dirige su petición al Señor en vez de dirigir una exhortación a los
propios colosenses. Sin la revelación de Dios en Cristo y sin la iluminación de la p 103 mente
humana por obra del Espíritu Santo, no puede haber sabiduría y comprensión. Dios mismo es
quien nos dio a conocer el misterio de su voluntad en toda sabiduría y discernimiento (Efesios 1:8–9)
y quien nos da ahora espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de él (Efesios
1:15–18).
• En tercer lugar, este Dios que nos concede sabiduría se da a conocer como el Padre de nuestro
Señor Jesucristo (1:3). La clara implicación de toda la sección introductoria de la Epístola (1:1–14)
es que la revelación de Dios llega a su culminación perfecta en «su Hijo amado» (1:13), y sólo en
él. Esto llegará a ser explicitado más adelante cuando Pablo afirma que en Cristo están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3).
• Y, en cuarto lugar, lo que Pablo pide no son «nuevos conocimientos», sino que los colosenses
sean llenos del pleno conocimiento ya revelado en Cristo5. El conocimiento de la voluntad de
Dios requiere dos cosas: por un lado, que Dios la revele plenamente; por otro, que los creyentes
seamos capaces de llenarnos de esa revelación. El primer factor es objetivo; el segundo,
subjetivo. Ahora bien, el factor objetivo ya está cumplido: Dios se ha manifestado
perfectamente en aquel que es la imagen del Dios invisible (1:15). Lo que queda aún por
cumplirse es la plenitud del factor subjetivo: los colosenses, como todos los creyentes,
necesitan profundizar más y más en su conocimiento de la revelación de Dios. Por contraste,
los herejes estaban enseñando que la revelación en Cristo era parcial. Su énfasis, por tanto, no
recaía en la necesidad de profundizar en lo ya revelado, sino en la necesidad de adquirir nuevos
conocimientos.

p 104 Veamos, pues, cuáles son las peticiones6 explícitas del apóstol:

Conocimiento de su voluntad
La primera es que los colosenses sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios. De todos los
«conocimientos» disponibles para el ser humano, éste es el fundamental. En contraste, todo el
saber científico, cultural y académico es de relativamente poca importancia. Todo lo que puedes
aprender en la prensa, en los medios de comunicación, en el instituto o en la universidad es trivial

5 Cf. Wiersbe, pág. 28: [Los colosenses] no necesitan una nueva experiencia espiritual … Lo que necesitan es sólo
crecer en la experiencia que ya han tenido. Cuando una persona nace en la familia de Dios a través de la fe en
Jesucristo, nace con todo lo necesario para crecer y madurar.
6 En cuanto a los dos verbos orar y pedir, Hendriksen (pág. 70) puntualiza: El término mas general y comprensivo

es «orar», el cual señala cualquier forma de expresión reverente dirigida a la deidad; … pero «pedir» es mucho mas
específico, pues indica que se está haciendo una petición definida y humilde. Cf. Buffard, pág. 45.

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(Pablo mismo lo llama «pérdida» en Filipenses 3:8) en comparación con el conocimiento de Dios y
de su voluntad. Las disciplinas seculares pueden proporcionarnos información acerca de diversas
facetas de la vida humana; pero sólo entendemos correctamente cómo debemos vivir, por qué
estamos aquí, cuál es nuestro destino y cuál el sentido de la vida si llegamos a conocer bien la
revelación de la voluntad de Dios. La sabiduría del mundo infla el orgullo humano, pero no
ilumina el alma. Dios tiene propósitos para el mundo y para cada ser humano. Él está gobernando
la historia, conduciéndola hasta su desenlace final y cumpliendo en ella sus designios. Desconocer
sus propósitos —o sólo conocerlos superficialmente— es desconocer nuestra razón de ser. Es no
saber vivir.
Puesto que se trata del conocimiento no sólo de la doctrina cristiana, sino de las intenciones de
Dios detrás de esa doctrina, y puesto que este conocimiento tiene que conducir a vidas
transformadas (1:10), es evidente que Pablo no está contemplando aquí un ejercicio solamente
intelectual. Desde luego, si no aplicamos nuestras facultades mentales al estudio de la revelación
divina y no asimilamos con nuestra cabeza sus enseñanzas, nunca llegaremos a este conocimiento.
El estudio, la meditación, p 105 la reflexión y la disciplina mental son indispensables. Pero
también lo son la oración, la obediencia, la entrega y el compromiso. Se trata de un conocimiento
que procede no solamente del estudio académico de la Biblia, sino de la comunión vital con el Dios
que se revela en sus páginas. Se trata de un saber que no debe archivarse sólo en el intelecto, sino
que debe penetrar en todo nuestro ser. No es un conocimiento teórico, sino práctico y
experimental.
Cuando Pablo habla de «ser llenos» de este conocimiento, la idea no es que podamos agotar
todas las dimensiones del conocimiento de Dios. Sus caminos, su persona y sus atributos son
inagotables. Ante ellos, el mismo apóstol exclama: ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y
del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! (Romanos
11:33). Más bien quiere decir que los colosenses necesitan entender plenamente el propósito que
Dios tiene para sus vidas, tanto en el sentido ético revelado universalmente en la Palabra de Dios
como en el sentido vocacional revelado personalmente por la dirección del Espíritu. Para ello,
necesitan conocer todo el propósito de Dios (Hechos 20:27) tal y como se ha revelado en Jesucristo y
por los apóstoles, y necesitan discernir la voz divina guiándoles en su vida diaria. Necesitan la
palabra firme de las Escrituras así como la iluminación del Espíritu. Según la capacidad de cada
uno y según su madurez espiritual, Pablo desea que el Señor les dé todo el conocimiento que les
haga falta para vivir en santidad y para servirle con eficacia.
Y notemos a ese respecto que el conocimiento de su voluntad no es patrimonio exclusivo de los
maestros y líderes de la iglesia7. Los falsos maestros enseñaban que la plenitud de conocimiento
p 106 sólo estaba al alcance de unos pocos (enseñanza que apela al orgullo humano). Pablo, en

7 Es emocionante recordar que, cuando Dios envió a Ananías a hablar con Pablo después de su experiencia
inicial con el Señor en el camino a Damasco, le dijo: El Dios de nuestros padres te ha designado para que
conozcas su voluntad. Es cierto, pues, que Pablo tenía el privilegio de recibir conocimientos velados hasta aquel
momento. Pero no tenía que retenerlos para sí mismo, sino comunicarlos a todos, porque testigo suyo serás a
todos los hombres de lo que has visto y oído (Hechos 22:14–15).

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cambio, pide que esta plenitud sea la experiencia de todos los hermanos sin excepción. Es así
porque no se trata de un conocimiento alcanzable sólo para las mentes privilegiadas. Es
conocimiento para vivir bien (1:10), y todos, aun los más sencillos, necesitamos vivir bien.
Desconocer la voluntad de Dios es comportarnos mal. No es una ignorancia que sufrimos a causa
de una deficiencia intelectual, sino a causa de una deficiencia moral y espiritual.

En toda sabiduría
La sabiduría es esencialmente el conocimiento de la voluntad de Dios aplicado a la vivencia
diaria8. Conforme a las Escrituras, la verdadera sabiduría siempre parte del conocimiento de Dios:
El principio de la sabiduría es el temor del Señor, y el conocimiento del Santo es inteligencia (Proverbios
9:10; cf. Proverbios 1:7; Salmo 25:12–14; 111:10). En cambio, la sabiduría del mundo parte del
egocentrismo humano: se centra en un escrutinio más o menos acertado del mundo creado y de la
experiencia humana; pero, desgraciadamente, suele ignorar la existencia y los designios del
Creador. Aun cuando puede ser brillante en su elaboración y presentación, la sabiduría humana, al
pasar por alto lo más esencial, no es más que necedad. Quien edifica sobre premisas erróneas
levanta una construcción destinada a derrumbarse:

¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el polemista de este siglo? ¿No ha hecho
Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad? Porque ya que en la sabiduría de Dios el mundo
no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la
p 107predicación, salvar a los que creen. Porque … nosotros predicamos a Cristo crucificado,
piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles; mas para los llamados, tanto judíos
como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad de Dios es más sabia
que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres (1 Corintios 1:20–25).

El evangelio no produce —al menos, no debe producir— un pueblo ignorante y oscurantista,


sino un pueblo sabio e inteligente. No debemos ser necios, sino entender cuál es la voluntad del
Señor (Efesios 5:17). Las sectas tienden a inducir en sus seguidores una mentalidad borreguil que
acepta ciegamente todo lo que el líder demagogo decrete; pero el verdadero pueblo de Dios se
puede reconocer por su discreción, discernimiento y comprensión de la vida. Abrazar el evangelio
no es dejar de pensar; de hecho, ¡para muchos es empezar a pensar! Igualmente, el rechazo de la
revelación divina no suele ser consecuencia de tener una inteligencia superior, sino de padecer una
soberbia que incapacita al hombre para afrontar las evidencias, los argumentos y las demandas del
evangelio.
Si, pues, nos falta sabiduría, hagamos dos cosas: por una parte dediquémonos a profundizar en
la revelación de Dios a fin de adquirir aquel conocimiento de su voluntad que conduce a la
sabiduría; por otra, puesto que la verdadera sabiduría tiene más que ver con la revelación divina
que con el esfuerzo humano, pidámosla a Dios (Santiago 1:5).

8 En palabras de Hendriksen (pág. 71), es la habilidad de usar los mejores medios para alcanzar la meta más alta, a
saber, una vida para la gloria de Dios; en las de Buffard (pág. 47) es la inteligencia haciendo uso del conocimiento
adquirido.

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En toda comprensión espiritual
En cierto sentido, la comprensión antecede a la sabiduría. Al llenarnos del conocimiento de la
voluntad de Dios, es de esperar que adquiramos cada vez más comprensión espiritual. Es cierto
que, si nuestro «conocimiento» sólo es intelectual, podemos llenar la cabeza de información, pero
sin adquirir un verdadero entendimiento de la mente y del corazón de Dios. Sin p 108 embargo, si
nuestro conocimiento es vital además de cerebral, conduce a una auténtica «comprensión» o
discernimiento de la voluntad de Dios. Empezamos a pensar los pensamientos de Dios y a sentir
sus sentimientos. Empezamos a ver el mundo, la iglesia y nuestras propias vidas con los ojos de
Dios. Crece no sólo nuestro conocimiento, sino también nuestro entendimiento. Y, cuando
tenemos comprensión espiritual, entonces podemos aplicarla a nuestra vivencia diaria: llegamos a
ser sabios en nuestro comportamiento, en nuestras relaciones, en nuestro discernimiento de la
gente y en nuestros consejos.
En otro sentido, la sabiduría antecede a la comprensión. Cuando adquirimos la sabiduría de
Dios a través del conocimiento de su voluntad, nos encontramos en condiciones de poder afrontar
las situaciones y decisiones de la vida con entendimiento. En este sentido, la comprensión es la
aplicación de la sabiduría a los problemas que se nos presentan cada día9.
Sin embargo, lo importante no es saber matizar correctamente la diferencia entre el
conocimiento, la sabiduría y la comprensión, sino reconocer la importancia de apropiarnos la
plenitud de la revelación de Dios. Dios ha hablado. El conocimiento objetivo ha sido dado. La
palabra de Dios puede ser escuchada y entendida por todo aquel que quiere prestarle atención.
Desafortunadamente, la mayoría sigue la moda intelectual de su época, se hace sabia a sus propios
ojos, se apoya en su propio entendimiento y no teme al Señor (Proverbios 3:5–7). Como
consecuencia, se vuelve necia. Esto es lo que Pablo teme que puede ocurrir en el caso de los
colosenses. Por eso intercede por ellos.
Antes de dejar el versículo 9, tomemos nota de dos cosas más. Por un lado, la
p 109
comprensión que necesitamos es espiritual. Es decir, deriva no de la inteligencia humana, sino de
un discernimiento proporcionado por el Espíritu Santo de Dios (cf. 1 Corintios 2:12–14). El
entendimiento de la revelación divina es conocido solamente por medios espirituales10. Por eso mismo,
no se trata de una comprensión elitista, accesible sólo para las mentes privilegiadas, sino de una
comprensión abierta a todo aquel que camina con Dios con humildad, sencillez y fe.
Por otro lado, todo lo necesario para la vida y la piedad ha sido plenamente revelado en Cristo
(2:3, 9–10; 2 Pedro 1:3–4). Los herejes enseñaban que el evangelio de Cristo estaba bien hasta
donde llegaba, pero que era parcial y necesitaba ser completado por enseñanzas adicionales. En

9 Cf. Erdman, pág. 40: Sabiduría … indica el entendimiento de principios morales, en tanto que comprensión
implica la capacidad de aplicar dichos principios a problemas particulares; Wickham, pág. 119: La sabiduría se basa
en el temor de Dios, el deseo de someterse a él y tener en cuenta lo que él desea; mientras que la comprensión es la
aplicación práctica de ella a todas las distintas situaciones de la vida. Barclay, pág. 138: Cuando Pablo pide que sus
amigos tengan sabiduría y entendimiento, está pidiendo que puedan entender las grandes verdades del evangelio y
puedan ser capaces de aplicarlas a las decisiones y las tareas que les sobrevengan en la vida cotidiana.
10 Nielsen, pág. 391.

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estos versículos, el apóstol enfatiza la «totalidad» de la revelación de Dios en Jesucristo: toda
sabiduría y comprensión, agradándole en todo, toda buena obra, con todo poder, para obtener toda
perseverancia y paciencia. La revelación está completa. Estamos completos en Cristo. No nos hacen
falta nuevas verdades. Nuevamente, este énfasis parece corresponder al deseo por parte del apóstol
de contrastar la accesibilidad de la revelación divina con el esoterismo de los herejes y de
demostrar que no hay nada velado, secreto o escondido en el evangelio de Cristo. La verdad de Dios
no es complicada, retorcida o inalcanzable, sino sencilla, cercana y recta. Se revela a los niños y se
esconde de los perversos.

p 110 LA FINALIDAD DE LA SABIDURÍA: LA CONDUCTA (1:10)


Sin embargo, el verdadero conocimiento no es un fin en sí, sino un medio que conduce a una
meta: la vivencia correcta 11. Dios no nos concede el conocimiento de su voluntad para que
podamos lucir nuestra inteligencia, sino para que nuestra conducta sea recta y hermosa. No es
cuestión de amontonar información en la cabeza, sino de adquirir la mentalidad de Dios y, así,
vivir la vida cotidiana de acuerdo con sus criterios. La voluntad de Dios ha de conocerse, pero más
aún ha de vivirse12 . Es imposible practicar una conducta sana y santa sin conocer la voluntad de
Dios; pero, igualmente, nuestro conocimiento de esa voluntad es defectuoso si no conduce a una
conducta correcta13.
Los conocimientos de los herejes, desde luego, no alcanzaban esta meta. Al contrario, a pesar
de tener apariencia de sabiduría, en realidad carecían de valor alguno contra los apetitos de la carne
(2:23). En cambio, el conocimiento que Pablo desea para los colosenses conduce a la verdadera
sabiduría y comprensión, y éstas, a su vez, producen una vivencia digna.
¡Dignos del Señor! 14 ¡Qué meta más gloriosa! Él se dignó humillarse por nosotros, identificarse
con nosotros y compartir nuestra miseria. Ahora nos pide que nos identifiquemos con él,
renunciando a nuestro egocentrismo, sirviendo a los demás y glorificando a Dios en nuestra
vivencia diaria, aunque tengamos que pagar el precio de compartir su oprobio. Ser dignos de él es
ser p 111 semejantes a él (1 Corintios 11:1). La meta no es otra sino la santidad y el amor del Hijo de
Dios.
La frase como es digno del Señor sugiere no solamente cierto estilo de vida, sino también la

11 Según Sturz, pág. 33, el verbo andar se emplea nada menos que 32 veces en los escritos de Pablo para
referirse a la conducta y el peregrinaje terrenal del cristiano.
12 Esto, por supuesto, fue cierto en el caso de Cristo mismo. Él hizo que el cumplimiento de la voluntad de Dios

fuera su comida diaria (Juan 4:34), su motivación esencial (Juan 5:30) y la misma finalidad de su existencia
(Juan 6:38). Su conocimiento de la voluntad de Dios era eminentemente práctico.
13 Cf. Wiersbe, pág. 31: Todas las verdades bíblicas son prácticas, no teóricas. Si estamos creciendo en conocimiento,

deberíamos también estar creciendo en gracia (2 Pedro 3:18).


14 En 1 Tesalonicenses 2:12, Pablo emplea palabras similares al pedir que andemos como es digno del Dios que

nos ha llamado a su reino y a su gloria. Cf. también Efesios 4:1 (que viváis de una manera digna de vuestra
vocación); Filipenses 1:27 (comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo).

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motivación detrás de ella. Presupone la asimilación de nuestra nueva posición en Cristo. El
creyente dice para sí: «Ahora no pertenezco a este mundo ni comparto sus valores. Soy una nueva
creación en Cristo, miembro de la comunidad de los santos y fieles hermanos en Cristo (1:2). Y
ahora, porque entiendo cuál es mi nueva posición, voy a vivir en consecuencia. Soy príncipe en la
casa de Dios. Debo vivir, pues, con la dignidad de un príncipe y la santidad de un hijo de Dios.» Es
por lo que somos por lo que vivimos de cierta manera. El ser antecede al hacer. Porque estamos en
Cristo y permanecemos en él, andamos como él anduvo (1 Juan 2:6). Habiendo recibido a Cristo
Jesús como Señor y reconociéndonos siervos bajo su señorío, andamos en él (2:6). Ahora
procuramos hacer todo, ya sea de palabra o de hecho, en el nombre del Señor Jesús; es decir, como
siervos fieles que reflejamos el carácter y obedecemos las instrucciones de nuestro amo (3:17, 23).
Nos comportamos en armonía con las responsabilidades que nuestra nueva relación con Dios nos
impone y en armonía con las bendiciones que esta nueva relación proporciona15.

Así pues, Pablo centra su intercesión en el área de amenaza o carencia que ve en los colosenses:
su necesidad de una mayor percepción espiritual ante las enseñanzas peligrosas que se estaban
introduciendo en la iglesia. Si Dios, por su Espíritu, no ilumina sus mentes, no sabrán distinguir
entre la verdad y el error, pues la enseñanza falsa suele presentarse con apariencia de sabiduría y
piedad (2 Timoteo 3:5).
Sin duda, los términos empleados por el apóstol —conocimiento, sabiduría y
p 112
comprensión— formaban parte del vocabulario religioso de los falsos maestros. Pero ellos los
empleaban con matices siniestros que atentaban contra la pura revelación de Dios16. Por un lado,
pretendían ofrecer conocimientos esotéricos accesibles sólo para los iluminados, cuando la
verdadera revelación divina en Cristo ofrece conocimiento, sabiduría y comprensión a todo aquel
que cree. Por otro lado, enseñaban especulaciones humanas que no conducían a una conducta
santa, cuando el propósito principal de la sabiduría divina es producir en nosotros un estilo de vida
digno del Señor17 . Es decir, los colosenses estaban en peligro de desviarse tras unas enseñanzas
elitistas moralmente infructíferas, cuando lo que necesitaban era profundizar en lo que ya habían
recibido: el evangelio de Cristo, cuya sabiduría está al alcance de todos y conduce a vidas
transformadas, rectas y justas.
En este sentido ora el apóstol por ellos. Y es de una manera similar como debemos interceder
los unos por los otros. Está bien llevar ante el trono de la gracia las necesidades ǐsicas y materiales
de nuestros hermanos; pero es aún más necesario interceder por sus carencias espirituales y
morales. Las apariencias engañan. Miramos a nuestros hermanos y sólo tenemos ojos para ver sus
necesidades superficiales. Pero, al ir creciendo en el conocimiento de la voluntad de Dios y al ir

15 Hendriksen, pág. 72.


16 Cf.Wiersbe, pág. 27: Satanás es engañoso. A él le gusta usar el vocabulario cristiano, ¡pero no usa el
diccionario cristiano!
17 Cf. Carson, pág. 35: El judaísmo helénico se conformaba con un crecimiento intelectual en conocimiento religioso

divorciado de la vida real; pero el conocimiento de Dios al que aspira el cristiano se manifiesta en la transformación
de carácter.

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adquiriendo sabiduría y discernimiento espiritual, nuestras oraciones seguirán cada vez más el
modelo de Pablo: nuestras peticiones se centrarán en la urgente necesidad de percepción espiritual
y de una conducta coherente y digna. Pediremos por nuestros hermanos que el Espíritu les
ilumine la mente y los fortalezca en el hombre interior (Efesios 1:17–18; 3:16).

p 113 CAPÍTULO 7

LA VIDA QUE AGRADA AL SEÑOR


COLOSENSES 1:10b–12a

… agradándole en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de


Dios; fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria, para obtener toda perseverancia y
paciencia, con gozo dando gracias al Padre …

VIDAS DIGNAS (1:10)


Nuestro crecimiento en percepción espiritual (1:9) debe dar como resultado una vivencia santa,
digna del Señor (1:10). Éste, pues, ha sido el tema de la intercesión del apóstol hasta aquí. Ahora
Pablo explica brevemente en qué consiste una vida digna del Señor. Lo hace mediante una serie de
seis frases que dependen todas ellas del verbo andar. Son de una importancia extraordinaria. Si
llegamos a entenderlas correctamente, constituirán para nosotros un escueto compendio de todo
lo que implica la vida cristiana consecuente. Gracias a ellas estaremos en condiciones de
emprender el camino de fe con mayor conocimiento de causa. Veamos, pues, cuáles son y
prestémosles la debida atención.

p 1141. Agradándole en todo (1:10)


En primer lugar, un comportamiento digno del Señor es aquel que procura agradarle en todo
(cf. 1 Tesalonicenses 4:1). O, más literalmente, es un comportamiento de su completo agrado.1
Con esta frase, el apóstol nos invita a considerar nuestra motivación en la vida. ¿Qué es lo que
conforma nuestras actitudes y acciones? ¿En qué consisten nuestras prioridades y ambiciones?
¿Cuál es nuestra máxima aspiración? ¿Con qué finalidad vivimos?
Pablo responde a estas preguntas de diversas maneras en diferentes lugares, pero todas vienen
a significar lo mismo:

Ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de

1Hendriksen, pág. 72. La combinación de los verbos andar y agradar a Dios nos recuerda el caso de Enoc,
acerca de quien las Escrituras dicen dos cosas: que anduvo con Dios (Génesis 5:22, 24); y que recibió testimonio
de haber agradado a Dios (Hebreos 11:5).

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Dios (1 Corintios 10:31).

Ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables (2 Corintios 5:9).

Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres
(Colosenses 3:23).

¡Vivir para la gloria de Dios, para servirle y para serle agradables! En todo caso (¡y es de
observar que, en esta frase también, Pablo insiste en la palabra todo!), el Señor mismo debe centrar
nuestra atención. Desde nuestra conversión, él es nuestra principal razón de ser. Su gloria es
nuestra consideración prioritaria. Deseamos ante todo que Cristo sea exaltado por nuestro
testimonio, ya sea por vida o por muerte (Filipenses 1:20). Para él vivimos: Ninguno de nosotros vive
para sí mismo, … pues si vivimos, p 115 para el Señor vivimos (Romanos 14:7–8). Así pues, el gran
afán de nuestra vida debe ser complacerle.2
Ahora bien, nos resultará diǐcil saber cómo complacerle si desconocemos su voluntad. La
secuencia de ideas en la oración de Pablo es lógica: necesitamos crecer en nuestra comprensión de
la voluntad de Dios a fin de conducirnos correctamente; y, una vez que conocemos su voluntad,
necesitamos vivir de tal manera que le agrademos cumpliéndola.3

2. Dando fruto en toda buena obra (1:10)


Para Pablo, no había idea más errónea que la de pensar que el ser humano pecador puede
agradar a Dios por medio de las buenas obras que intenta llevar a cabo en la carne. Entendía muy
bien que, por definición, las obras de la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8:8). Pero,
igualmente, no había para él idea más importante que la de pensar que la regeneración del pecador
por obra del Espíritu Santo debe producir en su vida una abundancia de buenas obras. Éstas nunca
pueden constituir la raíz de nuestra salvación, pero deben constituir su fruto. No podemos ser
salvos por obras, pero sí somos salvos por gracia para obras:

Por gracia habéis sido salvos por medio de la fe, … no por obras, para que nadie se gloríe.
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Efesios 2:8–10).

Y no es cuestión de dar algún que otro fruto de vez en cuando. El fruto esperado debe ser
p 116
abundante y completo: fruto en toda buena obra. La intención del Espíritu Santo no es producir
ciertas virtudes en algunos creyentes y otras en otros, sino producir todas en todos. Igualmente,
este fruto no tiene que manifestarse esporádicamente, sino de una manera constante. La vida
cristiana no es un pasatiempo dominical, sino una vivencia coherente que practicamos las

2 El verbo traducido como agradar tuvo inicialmente connotaciones negativas: adular o «dar coba». Pero
aquella actitud complaciente que, delante de los hombres, es fruto de un servilismo interesado se convierte en
una actitud correcta cuando se manifiesta ante Dios. Debemos vivir para complacerle. Ver Carson, pág. 36.
3 Cf. Erdman, pág. 41: Pablo siempre unía doctrina y deber, conocimiento y acción: del pensar recto

procede la conducta recta.

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veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Debemos ocuparnos en buenas obras (Tito 3:8). Y,
para ello, por supuesto necesitamos permanecer constantemente en Cristo o, lo que es lo mismo,
andar en el Espíritu de Cristo (Gálatas 5:16). Es él quien produce el fruto en nosotros, por lo cual no
tenemos motivo para la jactancia; pero, por otra parte, cuando el fruto no se produce, no es por
culpa suya, sino por culpa nuestra al no permanecer en él (Juan 15:5–8).
Tal y como vimos con respecto al versículo 6 (en todo el mundo [el evangelio] está dando fruto
constantemente), el apóstol no se detiene para enumerar las diversas obras que tiene en mente. Son
tan diversas, complejas y profundas como la misma personalidad de Jesús y, en última instancia,
no permiten una clasificación completa. Pero, sin duda, incluyen todas las cosas que se tratarán en
la sección ética de la epístola (3:5–4:6).4

3. Creciendo en el conocimiento de Dios (1:10)


Llama la atención que el crecimiento y la fructificación, que ya han formado parte de la acción
de gracias de Pablo (1:6), ahora vuelvan a aparecer como motivos de su intercesión. Es así porque,
en muchos sentidos, la vida de fe es cíclica: cuando una virtud arraiga en nosotros por la gracia de
Dios, nos capacita para ir creciendo aún más en ella. El evangelio ha sembrado en los colosenses
aquella semilla que florece en buenas obras y p 117 conocimiento de Dios (1:6). La fe, el amor y la
esperanza que han brotado ya en ellos (1:4–5) constituyen la evidencia fehaciente de que la planta
es robusta. Pero ahora —dice el apóstol— intercedo por vosotros para que el proceso de
crecimiento y florecimiento no se pare aquí, sino que siga adelante hasta dar plenitud de fruto.5
Otro ejemplo del carácter cíclico de la fe se ve en que el conocimiento de Dios y de su voluntad
es tanto el origen como la meta de una vida santa. Cuanto más llegamos a entender la voluntad de
Dios, tanto más viviremos vidas que le agraden (1:10); pero cuanto más le agradamos, tanto
mayores serán la comunión que disfrutamos con él y nuestra comprensión de su voluntad. El
conocimiento verdadero y experimental de Dios produce siempre una creciente medida de esta misma
gracia.6 El conocimiento conduce a la santidad, y la santidad al conocimiento, y así sucesivamente.7
Quiero insistir un poco más en estas últimas ideas: por un lado, que el conocimiento de Dios y
el crecimiento de santidad van cogidos de la mano; por otro que, mientras estemos en esta vida,
nuestro crecimiento en ambas cosas no debe cesar nunca. Podemos adquirir un conocimiento
cerebral acerca de Dios mediante nuestros estudios bíblicos o teológicos. Pero, sin la santidad,
nadie puede ver al Señor (Hebreos 12:14). El verdadero conocimiento de Dios mismo, aunque pasa

4 Comenta Songer, pág. 28: Algunos creyentes parecen creer que «toda buena obra» es casi lo mismo que trabajo en
la iglesia, pero la perspectiva de Pablo es más amplia … Abarca todas las esferas de la vida: iglesia, familia, trabajo
diario, relaciones sociales …
5 De hecho, el texto griego admite otra lectura posible. La relación entre los dos verbos (dando fruto y

creciendo) y los dos modificativos (en toda buena obra y en el conocimiento de Dios) podría ser más flexible, de
forma que los dos últimos se relacionen con los dos primeros (ver Carson, pág. 36; Hendriksen, pág. 72),
dando el sentido: llevando fruto y creciendo en toda obra buena por medio del conocimiento de Dios (Songer, pág.
27). Sin embargo, la gran mayoría de traductores y comentaristas apoya la lectura dada por nuestra versión.
6 Hendriksen, pág. 72.
7 Aquí también, como en el 1:9, se trata de epignosis, conocimiento pleno y cabal.

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por el estudio y la meditación de la Palabra, nunca es solamente académico. Viene como
consecuencia de todo un proceso de abundar en buenas obras y crecer en santidad. En última
instancia es resultado del p 118 arrepentimiento y de la regeneración, de la obediencia y del
servicio fiel:

Venid, volvamos al Señor, …


Nos dará vida … y viviremos delante de él.
Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al Señor.
Su salida es tan cierta como la aurora,
Y él vendrá a nosotros como la lluvia,
Como la lluvia de primavera que riega la tierra
(Oseas 6:1–3).

¡Qué importante es que nunca nos demos por satisfechos con el grado de conocimiento de Dios
que ya hemos adquirido! El mismo apóstol, a pesar de haber conocido a Dios ya desde hacía
muchos años y de haber visto su mano en medio de diversas experiencias, aún proseguía hacia la
meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús y estimaba como pérdida
todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús (Filipenses 3:14, 8). Él no se
conformaba con haber aprendido unas cuantas doctrinas acerca de Dios, sino que entendía que la
verdadera meta de la vida es llegar a conocer a Dios mismo en creciente profundidad, entender su
voluntad y sus designios y disfrutar de la comunión con él. Y tal conocimiento no se aprende de
golpe. Requiere una relación de sumisión y amistad que se va desarrollando paulatinamente a lo
largo de toda la vida: La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va aumentando en
resplandor hasta que es pleno día (Proverbios 4:18). En el camino de la fe, el conocimiento de un día
sólo sirve como peldaño para ayudarnos a subir a nuevos niveles de conocimiento al día siguiente.
Mientras estemos en esta vida, nuestro crecimiento en conocimiento nunca llegará a su fin.
Esto se ve claramente en la experiencia de los colosenses registrada en estos versículos. Ya
habían adquirido cierto grado de comprensión de la gracia de Dios (1:6). Pero ahora p
119 necesitan crecer en el pleno conocimiento de la voluntad de Dios (1:9), y eso con la meta final
de seguir creciendo en el conocimiento perfecto de Dios mismo (1:10) hasta aquel día cuando todos
conoceremos plenamente, como hemos sido conocidos (1 Corintios 13:12).

4. Fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria (1:11)


Sin embargo, nuestra capacidad para fructificar en buenas obras y crecer en el conocimiento de
Dios no depende sólo del esfuerzo humano. De hecho, ninguna de estas cosas sería posible si no
fuera por el poder de Dios que actúa en nosotros.8 Como ya hemos sugerido, para andar
correctamente delante del Señor necesitamos dos cosas: por un lado, que nuestra mente sea
iluminada por el Espíritu Santo, para que podamos entender bien la voluntad de Dios (1:9); por
otro, que nuestro hombre interior sea continuamente potenciado 9 por la fuerza del Espíritu, para

8 Cf. MacDonald, pág. 952: La vida cristiana no puede ser vivida con una energía meramente humana;

precisa de una fortaleza sobrenatural.

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que seamos capaces de vivir en conformidad con esa voluntad (1:11; Efesios 3:16). Así pues, todo lo
que Pablo acaba de pedir a favor de los colosenses sería utópico si no fuera porque cuenta con el
poder de Dios.
No es casual que Pablo coloque su petición de poder a continuación de su petición de
conocimiento. Una cosa suele seguir a la otra. Cuando el creyente, por iluminación del Espíritu a
través de la Palabra, llega a comprender su propia miseria y debilidad en la carne y las altas
demandas de la vida consagrada a Dios, y cuando entiende que sólo por la gracia de Dios puede
aspirar a vivir en santidad, entonces aquel conocimiento conduce a la fe y le lleva a echarse sobre
los recursos de la gracia divina y, a su vez, la fe descansa en la obra santificadora y transformadora
del Espíritu. Entonces, el creyente p 120 empieza a descubrir, con el apóstol, que todo lo puedo en
Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13).
De hecho, el vocabulario de nuestra frase nos da, a primera vista, la impresión de ser
redundante. Es como si Pablo dijera: «hechos poderosos con todo poder según el poderío de su
gloria».11 Es parecido a otro texto suyo (Efesios 1:19: la extraordinaria grandeza de su poder para con
nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de su poder) en el que casi viene a decir:
«¡conforme al poder del poder de su poder!» 12
Pero, en realidad, no hay redundancia alguna. Pablo parte de la premisa de nuestra debilidad
humana. Podemos llegar a entender bien la voluntad de Dios en un asunto determinado de la vida
y a aspirar sinceramente a agradarle en nuestra conducta al respecto; pero el hecho es que luego
vivimos muchas veces en desacuerdo con nuestras buenas intenciones a causa de la flaqueza de
nuestra carne. Está claro, pues, que, para poder vivir vidas dignas, además de ser iluminados,
necesitamos ser potenciados («fortalecidos»). ¿Pero de dónde puede venir el poder capaz de obrar
dentro de nosotros y efectuar nuestra transformación? Por definición, no puede provenir de
nuestras intenciones ni de nuestros esfuerzos humanos en sí. Viene sólo de la acción poderosa
(«poder») del Espíritu Santo en nosotros. ¿Y cómo es de grande este poder? Puesto que el Espíritu
es Dios, su poder no tiene límites («todo poder»). ¿Pero hasta qué punto pone este poder ilimitado
a nuestra disposición? ¿Nos concede sólo pequeñas cantidades de su poder o quiere concedernos
todo el poder necesario para nuestra completa transformación? Pablo nos da una respuesta
contundente a esta pregunta en el texto de Efesios 1:19 que ya hemos citado: el poder del Espíritu
p 121que actúa en los creyentes es extraordinariamente grande. Pero esta misma respuesta está
presente también en nuestro texto. La frase según la potencia de su gloria quiere decir en
conformidad con su poder glorioso. Lo que el apóstol pide no es que Dios conceda a los colosenses un
poquitín de su poder, como si el poder de Dios fuera un inmenso mar del cual Dios nos ofrece sólo
un sorbo; sino que Dios les conceda todo el poder necesario en conformidad con la inmensidad de
sus recursos infinitos.13 El «todo poder» de esta frase corresponde a la «toda buena obra» del

9 El participio fortalecidos está en tiempo presente continuo. Ver Carson, pág. 37.
11 En cuanto a los vocablos empleados aquí, puntualiza Wiersbe, pág. 34, que Pablo usa dos palabras griegas
diferentes para referirse a la energía de Dios: «dunamis» … que significa poder inherente; y «kratos» que significa
poder manifiesto, poder que se exterioriza en acción.
12 Comentan Lacueva-Henry, pág. 240: El apóstol acumula vocablos que significan poder y fuerza.

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versículo anterior: ésta se hace realidad gracias a aquél. Habiéndonos concedido el don de su Hijo
amado a fin de hacernos aptos para su reino eterno, Dios no nos va a escatimar los demás recursos
de su gracia para llevar a cabo nuestra transformación, sino que nos concederá también con él todas
las cosas (Romanos 8:32).
Pablo describe el poder de Dios como el poder de su gloria.14 Sin duda, esta descripción conlleva
muchos matices diferentes. La gloria y el poder de Dios son inseparables (cf. Efesios 3:16): ambos
emanan de su majestad soberana. El poder de Dios siempre se emplea de tal manera que Dios es
glorificado; mientras que la gloria de Dios siempre tiene efectos poderosos. En el caso presente,
por ejemplo, el poder de Dios conducirá a los colosenses a vivir vidas agradables a Dios para la
alabanza de su gloria. Pero en el texto paralelo de Efesios 1:17–21 (texto en el cual Pablo pide que
los efesios «crezcan en el conocimiento de Dios» y sean «fortalecidos con su poder»), la gloria de su
poder se ve en la resurrección y la ascensión de Jesucristo. La suprema manifestación de la gloria y
del poder de Dios no se muestra en p 122 luces deslumbrantes o en cataclismos portentosos, sino
en la persona de nuestro Señor Jesucristo, resucitado y sentado a la diestra del Padre. Y, ahora, la
gloria del poder que fortalece al creyente se ve en esto: el mismo poder que levantó a Cristo de
entre los muertos y lo exaltó a lo sumo (Efesios 1:20–21; cf. Romanos 6:4) opera en nosotros, dando
vida a los que estábamos espiritualmente muertos y sentándonos con él en los lugares celestiales
(Efesios 2:6).
Así pues, Dios pone a nuestra disposición todos los recursos de su poder vivificador a fin de
llevar a cabo en nosotros aquella transformación que resulte en vidas dignas que le agraden.15 En
conformidad con el poder que obra en nosotros, el Señor es poderoso para hacer todo mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efesios 3:20). Así las cosas, la vivencia santa tendría
que ser muy fácil, ¿verdad? A fin de cuentas, si Dios es quien obra en nosotros tanto el querer como el
hacer y si el poder con el que actúa es infinito, tendría que ser un asunto muy fácil ocuparnos en
nuestra salvación (Filipenses 2:12–13). Pero la amarga historia de nuestras caídas e inconsecuencias
demuestra que no es así. ¿Por qué? Por varias razones.
Para empezar, porque vivimos en medio de una generación torcida y perversa. Comportarnos en
ella como hijos de Dios irreprensibles, sencillos y sin tacha (Filipenses 2:15) es nadar contra corriente.
La primera razón por que nos cuesta andar en santidad es que todas las presiones de nuestro

13 Explica Hendriksen, pág. 73: «En conformidad con» es una expresión mucho más fuerte que «de» o «por».
Cuando un multimillonario da algo «de» sus riquezas para una buena causa, bien podría estar dando muy poco; pero
si da «en conformidad con» sus riquezas, la cantidad será cuantiosa.
14 Algunas versiones traducen esta frase como su poder glorioso porque, en el griego del Nuevo Testamento, es

frecuente encontrar una frase adverbial de este tipo empleada en lugar de un adjetivo. Abbo˄, pág. 204,
rechaza esta posibilidad en este caso.
15 Es importante tomar buena nota de estos énfasis. Solemos asociar la palabra poder a las grandes hazañas de

la fe; pero, como dice Wiersbe (págs. 34–35), las victorias internas del alma igualan, si no superan, a las victorias
públicas registradas en los anales de la historia. Y, desde luego, ambas clases de victorias son fruto del poder de
Dios. Cf. Proverbios 16:32: Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma
una ciudad.

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contorno social nos empujan en sentido contrario. Tenemos al mundo, a la carne y al diablo en
contra nuestra.
Una segunda razón es que, si bien Dios cumple fielmente su parte del programa de nuestra
santificación —nos ha concedido p 123 todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el
verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia (2 Pedro 1:3)—, esto no nos
exime a nosotros de responsabilidad. Hace un momento decíamos que no llegamos a ninguna
parte por los esfuerzos de nuestra carne. Pero la verdadera alternativa al esfuerzo carnal no es
cruzar los brazos, darnos por vencidos y esperar que Dios mismo haga nuestra parte. Es vivir por
fe. Es esforzarnos como nunca; pero no en la carne, sino en la gracia de Dios y en dependencia de él
(2 Timoteo 2:1). Es decirle al Señor: Yo, en mi propia fuerza, no puedo vivir de tal manera que te
agrade a ti; pero Jesús en mí por su Espíritu sí puede.
En otras palabras, si no avanzamos en la vida de santidad es porque nuestra fe es débil. No es en
primer lugar porque nos falte disciplina, abnegación o fuerza de carácter (de hecho, partimos de la
base de que estas cosas nos faltan), sino porque nos falta fe; es decir, carecemos de una verdadera
comunión con Dios en la cual caminamos con él y dependemos de su gracia. Cuando
permanecemos firmes en la fe, entonces somos fuertes (ver 1 Corintios 16:13). Y, si nuestra falta de
poder se debe a nuestra falta de fe, quizás sea porque no pasamos suficiente tiempo en oración e
intercesión.16 Al menos, esto es lo que sugiere el ejemplo del apóstol. Él, al comprender la
debilidad de los colosenses y la dificultad del camino, intercede por ellos pidiendo que sean
fortalecidos con todo el poder de Dios.
Así pues, el camino es cuesta arriba, a nuestro alrededor van casi todos en sentido contrario y
nos arrastran hacia atrás y, aunque el poder de Dios es más que suficiente para sostenernos en el
camino, tenemos que apropiárnoslo por fe, caminando con Dios en una relación de sumisión,
comunión y dependencia. Todo lo cual nos conduce a la frase que viene a continuación …

5. Para obtener toda perseverancia y paciencia


p 124
La vivencia santa no se consigue en un momento, sino que requiere un proceso de crecimiento.
Esto ha estado implícito desde el comienzo de la intercesión del apóstol. Si la vida que agrada a
Dios se produjera automáticamente a partir del mismo día de nuestra conversión, no habría
necesidad alguna de interceder los unos por los otros. Ciertamente, como ya hemos dicho, aun el
creyente recién nacido está completo en Cristo. No le faltan miembros ni facultades. Con Cristo ha
recibido todo lo que necesita para la nueva vida. Pero tiene que crecer como crece un niño. Tiene
que alimentarse, madurar y aprender a mantenerse en pie (a permanecer firme en la fe), a andar
(como es digno del Señor), a relacionarse con su Padre, a entender su mentalidad y obedecer su
voluntad. Todo ello requiere un largo proceso en el cual es enseñado y disciplinado por el Señor.17

16 «Suficiente tiempo» no porque Dios sólo conceda poder después de oraciones largas, sino porque sólo
cuando pasamos tiempo en su presencia llegamos a adquirir aquella actitud de dependencia y fe en él que hace
posible nuestro fortalecimiento interior.
17 Cf. Wiersbe, pág. 32: Dios tomó 13 años para preparar a José para su ministerio en Egipto, y 80 años para

preparar a Moisés para ser el líder de Israel.

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Supongo que Dios podría hacernos vivir vidas santas como por arte de magia. Su poder es tal
que podría hacer ciertas manipulaciones en nosotros, tocar ciertas teclas en nuestros resortes
interiores y así obligarnos a caminar rectamente. Pero entonces seríamos unos robots, no seres
humanos. El plan de Dios no contempla nuestra salvación forzada. Él quiere complacerse en la
comunión con verdaderas personas, no con máquinas programadas. Lo que le da auténtica alegría
es encontrar a sus hijos andando en la verdad (2 Juan 4) y siguiendo en este camino por voluntad
propia; es decir, porque su voluntad es hacer voluntariamente la voluntad de Dios. Acabamos de
decir que, aunque el poder es de Dios, hemos de apropiárnoslo por la fe. Dios es quien nos
fortalece, pero nunca de una manera automática o forzada. Siempre respeta nuestra
responsabilidad humana y nos trata con dignidad. Por eso, no nos crea en Cristo como p
125 adultos con todas las facultades bien desarrolladas, sino que nos hace renacer como niños
recién nacidos, con las facultades completas, pero con necesidad de crecimiento y maduración.
Por eso, la vida de fe es un largo viaje, no un momento instantáneo. La santificación es un
proceso en el cual el Espíritu Santo nos transforma de gloria en gloria en la imagen de Cristo (2
Corintios 3:18). Nuestro perfeccionamiento, que es instantáneo a efectos legales a causa de la
expiación en la cruz (Hebreos 10:14), en cambio es lento y paulatino a efectos prácticos. La santidad
es un camino que tenemos que andar (Isaías 35:8), una disciplina en que tenemos que ser
corregidos (Hebreos 12:5–10), un largo y duro aprendizaje en el cual el Señor mismo es nuestro
maestro.
Y, por todo eso, para conseguir vidas que agraden a Dios necesitaremos que, por medio de su
obra de fortalecimiento, Dios nos capacite para toda perseverancia y paciencia.18
Aquí, el apóstol emplea dos sustantivos prácticamente sinónimos que suelen ser traducidos,
ambos, como paciencia. Pero el primero habla más bien de la capacidad de perseverar a pesar de
circunstancias adversas (oposición, tentación, pruebas y aflicciones), mientras que el segundo
indica la capacidad de tolerar a personas di ciles sin perder los estribos ni devolver mal por mal.19
El primero, pues, nos habla de la perseverancia sin quejas; el segundo, de la perseverancia sin
venganza.20 Ambos se manifiestan en las Escrituras como don de Dios y fruto del p 126 Espíritu
(por ejemplo, en Romanos 15:5 y Gálatas 5:22) y, por tanto, son objetos acertados de nuestra
intercesión.
Pablo sabe que, dadas las circunstancias de Colosas, los colosenses tendrán que afrontar mucho

18 Ésta es la fuerza de esta frase: somos fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria hacia toda
perseverancia y paciencia. Es decir, La perseverancia y la paciencia son consecuencias del fortalecimiento.
19 Cf. Hendriksen, pág. 73: La paciencia [perseverancia] … se manifiesta en relación a las cosas, esto es, es relación

a las circunstancias en que una persona se ve envuelta: aflicción, sufrimiento, persecución, etc. La longanimidad
[paciencia] caracteriza a la persona que, en relación con aquellas personas que se le oponen o le afligen, ejercita
paciencia, rehusando rendirse a la pasión o a la explosión de ira. Harrison, págs. 25–26: «Paciencia» significa
aguantar bajo las pruebas, rehusando doblarse bajo la presión; «longanimidad» es el paciente espíritu que acepta
todos los abusos sin estallar. Abbo , pág. 204, considera que paciencia es una traducción muy pobre del primer
vocablo, pues éste incluye siempre la idea de perseverar o continuar firmemente en una línea determinada de acción.
20 Cf. MacDonald, pág. 953.

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contratiempo y a muchas personas conflictivas en su peregrinaje hacia la santidad. El camino no
será fácil. Por eso, además del poder de Dios, necesitarán su perseverancia y paciencia.
Nosotros, igualmente, tendremos que soportar en esta vida muchos motivos de desánimo.
Tanto desde fuera de la iglesia como desde dentro de ella, el creyente fiel se encuentra con toda
clase de escollos y piedras de tropiezo. Nuestra inclinación natural será al desaliento e incluso a la
marcha atrás en el camino de la fe. Debemos orar, pues, los unos por los otros, como Pablo oraba
por los colosenses: para que, en medio de las pruebas, el Señor nos dé aquel fortalecimiento del
hombre interior que nos capacitará para perseverar fielmente en el camino.
El hecho de que pida que los colosenses sean fortalecidos para toda perseverancia y paciencia
indica que, cualesquiera que sean las circunstancias di ciles o las personas insoportables, no hay
nada ni nadie que pueda estorbar nuestro camino si estamos viviendo en plena comunión con el
Señor y si, como consecuencia, conocemos su fortalecimiento. Lo cierto es, sin embargo, que para
tener toda paciencia necesitamos que el Señor nos proporcione todo poder.

6. Con gozo dando gracias al Padre


Según la gramática del texto griego, es tan lícito vincular la frase con gozo a la frase anterior
(toda perseverancia y paciencia) como a la que sigue (dando gracias). Además, ambas lecturas reciben
el apoyo de otros textos bíblicos: la idea de perseverar con paciencia y gozo está presente en textos
como Romanos 5:3 (nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia) o
Santiago 1:2–3 (tened por sumo gozo … el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba
p 127de vuestra fe produce paciencia); y, por otro lado, el gozo y la acción de gracias van juntos en
muchas ocasiones.21
El único argumento de cierto peso que se ha aducido a favor de la primera lectura es que «dar
gracias» ya presupone una actitud gozosa y que, por tanto, la frase con gozo dando gracias resulta
redundante22. Pero, en contra de este argumento, hemos de decir que el gozo no está siempre
implícito en la gratitud (es posible dar gracias con resignación; incluso dar gracias sin sentir
gratitud); que, en todo caso, a veces conviene que un autor haga explícito lo que es sólo implícito; y
que las frases aparentemente redundantes son una característica del estilo de Pablo. 23 A favor de la
segunda lectura24 está, precisamente, el hecho de que la gratitud y el gozo deben ir siempre juntos
en la vida de fe: si el corazón está verdaderamente agradecido, experimentará un profundo gozo.
Además, la estructura literaria de la oración aconseja esta lectura: si la frase con gozo no acompaña

21 Ver, por ejemplo, el Salmo 92:1–4 (Bueno es dar gracias al Señor … cantaré con gozo ante las obras de tus
manos); Salmo 100:2–4 (Servid al Señor con alegría; … entrad por sus puertas con acción de gracias); 1
Tesalonicenses 5:16–18 (Estad siempre gozosos; … dad gracias en todo).
22 Cf. Lightfoot, pág. 140: La acción de gracias es en sí misma un acto de regocijo. CI, Buffard, págs. 53–54;

Carson, pág. 38; Erdman, pág. 42; Gutiérrez, pág. 818; Lacueva-Henry. Pág. 240; Nielson, pág. 393; Songer,
pág. 29; Wiersbe, pág. 37, entre otros, siguen esta lectura (¡o parecen desconocer la alternativa!).
23 Acabamos de ver una en el versículo 11: fortalecidos con todo poder. El poder está tan implícito en el «ser

fortalecidos» como el gozo lo está en el «dar gracias».


24 Apoyada enérgicamente por Abbo , pág. 205, y Hendriksen, pág. 74. Cf. RV60, RV95, RVA, BJ, BT, DHH,

NVI, Pérez, pág. 61; Wickham, pág. 120, entre otros.

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el participio dando gracias, éste es el único de los participios del texto que no lleva una frase
adverbial:

• En toda buena obra dando fruto.


• Creciendo en el conocimiento de Dios.
• Siendo fortalecidos con toda fortaleza.
• Con gozo dando gracias al Padre.

p 128Puesto que al apóstol le gustaba escribir con elegancia y simetría, esta sola cuestión
estilística nos decanta a favor de la segunda lectura. Con todo, no hay gran diferencia entre
«perseverar con paciencia, dando gracias al Padre con gozo» y «perseverar con paciencia y gozo,
dando gracias al Padre». En todo caso, se nos pide (o, mejor dicho, se le pide a Dios que él nos dé)
perseverancia, paciencia, gozo y gratitud.
Según Gálatas 5:22, el gozo es la segunda manifestación del fruto del Espíritu Santo en nuestras
vidas. En otras palabras, allí donde el gozo brilla por su ausencia se hace dudosa la presencia del
Espíritu; y allí donde brilla, especialmente cuando brilla en medio de circunstancias adversas,
constituye una evidencia fehaciente de la presencia del Espíritu. De igual manera, según Efesios
5:18–20, la gratitud es una de las claras manifestaciones de la plenitud del Espíritu. Así pues, tanto
el gozo como la gratitud proceden de la obra del Espíritu en nosotros. Hay ciertas personas que son
de carácter alegre por naturaleza, pero puede ser que no destaquen por su gratitud. Otras personas
conocen mucho gozo cuando las circunstancias les sonríen, pero lo pierden en cuanto las
circunstancias cambian. Otras personas saben expresar gratitud en determinadas ocasiones, pero
no tienen un carácter siempre agradecido ni gozoso. En cambio, la marca de aquel gozo que es
fruto del Espíritu Santo es su permanencia (Juan 16:22) y su carácter agradecido. El gozo se expresa
en la acción de gracias y la gratitud da lugar a una personalidad siempre gozosa.
Por supuesto, es lógico que Pablo espere que los colosenses den gracias al Padre. Aunque los
bienes espirituales descritos por el apóstol nos llegan a través de la obra salvadora de Jesucristo y se
hacen realidad en nuestra experiencia por la acción del Espíritu, es el Padre quien, en última
instancia, nos proporciona estos dones. Él nos concede juntamente con Cristo todas las cosas
(Romanos 8:32). Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre (Santiago
1:17).
Y, de entre las muchas cosas por las cuales debemos serle agradecidos, una de las principales es
precisamente ésta: que p 129 haya tenido a bien adoptarnos como hijos suyos y ser para nosotros
un Padre. Ya hemos visto que Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. La relación que existe
eternamente entre las dos primeras personas de la Trinidad es una relación de Padre e Hijo. Sin
embargo, desde que estamos «en Cristo», la paternidad de Dios se hace extensiva a nosotros
también: somos adoptados como hijos suyos en Cristo (Gálatas 3:26; 4:4–6). Antes, en nuestra
condición de pecadores culpables, el Creador aparecía ante nosotros en su capacidad de Juez;
ahora, en nuestra nueva posición en Cristo, estamos incorporados en la familia de Dios y nos
relacionamos con nuestro Creador como nuestro Padre. 25
Muchas veces, sin embargo, no nos damos cuenta de la procedencia de estos dones. Recibimos

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el regalo sin agradecer al dador.26 Pero, bien entendido, el fin de todo el proceso descrito por Pablo
debe ser un corazón agradecido. Si conocemos de verdad el fortalecimiento que nos capacita para
perseverar en medio de las pruebas y producir fruto en toda buena obra y si, simultáneamente,
estamos creciendo en el conocimiento verdadero de Dios, entonces asociaremos todas las
bendiciones de la vida a aquel que nos las concede y le expresaremos nuestra gratitud.27

Éstas, pues, son las seis características de la vida que, según Pablo, es digna del Señor.
p 130
Como dijimos al principio, es importante meditar mucho en ellas porque juntas forman una
descripción de todos los factores que componen la esencia de la vida cristiana.
Notemos bien dónde no recae el énfasis del apóstol. No dice que una vida digna del Señor
consiste en asistir regularmente a los cultos, en dedicar cierto tiempo diario al estudio bíblico o a la
oración, en asumir diferentes cargos y responsabilidades en la iglesia local, en dar el diezmo, salir a
evangelizar, ejercer determinados dones … Todas estas cosas tienen cierta importancia; pero son
medios más que fines y, si no tenemos cuidado, pueden convertirse en pobres sucedáneos de la
auténtica finalidad de la vida. Lo que realmente agrada a Dios es una vivencia en la que el Espíritu
Santo produce su fruto en abundancia y el creyente hace buenas obras para la gloria de Dios,
avanza siempre en su comunión con el Señor, conoce el fortalecimiento divino en el hombre
interior y, por tanto, soporta todas las circunstancias de la vida con perseverancia, paciencia, gozo
y gratitud.
No hay nada nuevo en todo esto. El profeta Miqueas había dicho esencialmente lo mismo siglos
antes de que escribiera Pablo: ¿Qué es lo que demanda el Señor de ti, sino sólo practicar la justicia,
amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios? (Miqueas 6:8).28 Lo nuevo no es la voluntad
de Dios para nuestras vidas, sino los recursos que el Señor pone a nuestra disposición. Bajo el
antiguo pacto, los hombres tenían conocimiento de la voluntad de Dios, pero ésta llegaba sólo en
forma de ley y mandato. Ahora, tanto el fortalecimiento como el fruto es obra del Espíritu en
nosotros. Por eso mismo, Pablo no se limita a exhortar a los colosenses, sino que pide a Dios por
ellos. Dios es quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer (Filipenses 2:13). p 131 Si
dependiera solamente de nosotros, poca esperanza tendríamos de agradar a Dios. Pero, puesto que
Dios mismo obra en nosotros por su Espíritu, debemos ocuparnos en nuestra salvación no sólo con
temor y temblor, sino también con entusiasmo y confianza (Filipenses 2:12).

25 Cf. Carson, pág. 39: Habíamos estado ante el Juez eterno como reos culpables condenados por la aplicación
inexorable de la ley de santidad; pero, por la gracia de Dios, hemos sido adoptados e incorporados en su familia, por
lo cual podemos llamarle por la fe y con plena confianza «nuestro Padre».
26 Cf. Sturz, pág. 37: Deberíamos avergonzarnos al considerar lo poco que sentimos aprecio y mostramos

gratitud al Señor.
27 Por eso mismo, Pablo nos pide vez tras vez que demos gracias al Señor. Ver, por ejemplo, 2 Corintios 1:11;

Efesios 5:20; Filipenses 4:6; 1 Tesalonicenses 5:18. Pero, de entre todos sus escritos, quizás sea la Epístola a los
Colosenses la que se caracteriza más por su énfasis sobre la acción de gracias (1:3, 12; 2:7; 3:15–17; 4:2).
28 Este versículo fue el texto predilecto y el lema de la vida de mi padre, quien falleció en septiembre de 2001.

Aparece en la lápida de su tumba.

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p 133 CAPÍTULO 8

CAPACITADOS POR EL PADRE


COLOSENSES 1:12

… al Padre que nos ha capacitado para compartir la herencia de los santos en luz.

CAPACITADOS (1:12)
Desde el punto de vista de una interpretación gramatical rigurosa, Pablo no nos dice cuáles son
las razones por las que debemos dar gracias al Padre (1:12a). Si queremos ser quisquillosos,
podemos sostener que la última parte del versículo 12 sólo explica quién es este «Padre» y no
pretende ofrecernos un motivo de gratitud; porque el texto dice: dando gracias al Padre, que …; no:
dando gracias al Padre porque … Pero es del todo probable que, en la mente del apóstol, el «que»
tenga aquí la fuerza de un «porque». 1 De todas maneras, huelga decir que la herencia de los santos
debe ser siempre uno de nuestros motivos principales de gratitud.
De todas las bendiciones que recibimos de lo alto, quizás la mayor sea ésta: que Dios nos ha
«capacitado».2 Es decir, nos ha hecho aptos, suficientes o dignos. Esta pequeña palabra entraña
todo el mensaje esencial del evangelio. Éste parte de la base de nuestra profunda
p 134
incapacitación para poder entrar en el reino de Dios. En la carne, lejos de ser aptos para compartir
la herencia de los santos en luz, éramos hijos de ira y extraños a los pactos de la promesa, y
estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, excluidos de la ciudadanía del pueblo de Dios,
sin esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:1, 3, 12). Todas las lágrimas, penitencias, buenas
obras e intenciones de reformarnos no podían cambiar la triste realidad de nuestra profunda
perdición. Nos esperaba sólo un negro futuro de condenación y castigo eterno, una «horrenda
expectación de juicio» (Hebreos 10:27).3
Así era nuestra situación y no podíamos hacer nada para remediarla. Pero, precisamente sobre
las base de nuestra absoluta miseria y debilidad, el evangelio nos anuncia todo lo que Dios ha
hecho por nosotros en Cristo. Estando nosotros lejos de Dios, hemos sido acercados por la sangre
de Cristo (Efesios 2:13). Siendo nosotros sus enemigos, Cristo nos ha reconciliado con él (Romanos
5:10). Siendo débiles y pecadores, Cristo llevó nuestros pecados y nuestras flaquezas en la cruz y
murió en nuestro lugar para que pudiéramos ser aceptables ante Dios y estar limpios y justificados

1 Cf. Hendriksen, pág. 74: Las razones por las que los colosenses deben dar gracias al Padre se expresan en los
versículos 12b y 13. Ver también Erdman, pág. 42.
2 En los manuscritos antiguos aparecen dos variantes de esta frase: algunos dicen que nos ha capacitado; otros,

que os ha capacitado. Ver Carson, págs. 38–39.


3 Cf. Buffard, pág. 55: Como un mendigo sucio, harapiento, asqueroso, no es digno de presentarse en el palacio del

rey y, si se presenta, no tiene la capacidad para gozarse de la limpieza y hermosura que predominan allí, así nosotros,
en estado natural, cuando nuestros mejores vestidos no son más que trapos de inmundicia, no somos dignos ni
capaces de entrar en el reino puro y majestuoso del Señor Jesucristo.

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(Romanos 5:6–8; Efesios 1:6–7). Estando muertos en nuestros pecados, Dios nos dio vida en Cristo
(Efesios 2:1–6). Siendo huérfanos en el mundo, nos ha adoptado como amados hijos suyos y nos ha
hecho sus herederos (Romanos 8:15–17). Siendo trágicamente ineptos, nos ha hecho aptos. En una
palabra, Dios nos ha «capacitado». En Cristo tenemos una nueva posición.
¡Y notemos bien el tiempo del verbo!4 No dice que Dios tiene la intención de capacitarnos en el
futuro, ni siquiera que p 135 está en vías de capacitarnos en la actualidad, sino que ya nos ha
capacitado. No se trata del crecimiento progresivo mediante el cual somos transformados por el
Espíritu de gloria en gloria hacia la imagen de Cristo (2 Corintios 3:18), sino del cambio repentino
de nuestra posición ante Dios consumado una vez para siempre por Cristo en su obra redentora en
la cruz y confirmado en nosotros por el sello del Espíritu. Desde el día en que clamamos a Cristo,
somos aceptos en el Amado, hechos definitivamente aptos.5
Todo es por gracia. Todo se lo debemos a Dios. Nunca podemos llegar a ser «aptos» por
nuestros propios esfuerzos. Para poder entrar en el reino eterno, Dios tiene que hacernos aptos. Y lo
ha hecho.
Y ahora, ¿cuáles son nuestras expectativas? Pues, juntamente con el perdón de nuestros
pecados y el don de una nueva vida en Cristo, Dios nos ha dado gloriosas promesas de cara al
futuro. Tenemos una «participación»6 en el reino eterno:

Así como el Señor en la antigua dispensación proveyó para Israel una heredad terrenal, la cual
fue distribuida por suerte entre las diversas tribus y unidades más pequeñas de la vida nacional,
… de la misma forma ha provisto para los colosenses una porción o parte en la heredad
[celestial].7

Hay lugar para nosotros. Cada uno de nosotros tiene su porción. Quien se acerca a Dios
p 136
por medio de Jesucristo nunca será echado fuera (Juan 6:37) ni perderá su parte en la herencia.

HERENCIA (1:12)
Acabamos de decir que el concepto de «capacitación» indica que nuestra salvación es por la
gracia de Dios, nunca por mérito humano. Por definición, en nuestro estado de perdición y

4 Se trata del tiempo aoristo que, según la Real Academia Española, denota una acción definitiva, completa y

pasada.
5 Cf. MacDonald, pág. 953: Ni siquiera una larga vida de obediencia en esta tierra hace más apta a una persona
para el cielo de lo que ya lo era el día que fue salvada; nuestro derecho a la gloria se encuentra sólo en la sangre de
Cristo. Jamieson, Fausset y Brown, pág. 511: Los creyentes aquí indicados estaban en diferentes grados de
santificación progresiva; pero en relación con la aptitud aquí especificada, ellos todos por igual la tenían de parte del
Padre en Cristo su Hijo, estando como estaban «completos en él» (2:10).
6 El texto reza literalmente: quien nos hizo aptos para la parte de la herencia de los santos. Ver Lacueva, pág.

790; Abbo , pág. 206.


7 Hendriksen, pág. 74. Cf. Buffard, pág. 56: Como en una herencia común toca una parte a cada uno de los

hermanos, así en el mundo espiritual hay una herencia común en la cual todos tenemos una parte.

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corrupción no podemos capacitarnos a nosotros mismos. Tiene que ser una obra de Dios. Y, ahora,
la misma idea es inherente al concepto de «herencia». En condiciones normales, el hijo recibe la
herencia de su padre como una dádiva. No tiene que ganársela. Así es con Dios. Aquello que nos
espera en el futuro no es un salario que merecemos a causa de nuestros trabajos y esfuerzos, sino
una herencia que nos toca por el solo hecho de haber sido recibido en la familia de Dios como hijos.
Esta herencia pertenece a todos los «santos». Algunos comentaristas han querido ver en esta
palabra una referencia al pueblo hebreo,8 como si Pablo estuviera diciendo que la herencia que
antes fue prometida a los hijos de Israel se hace extensiva ahora a todos los creyentes en Cristo. Sin
embargo, la mención de «los santos» en el 1:4 parece contemplar a todos los creyentes sin
distinción, ya sean de origen judío o gentil; y está aún más claro que la mención de «los santos» en
el 1:2 no se limita a los miembros hebreos de la congregación. Por eso es preferible entender que,
aquí también, Pablo se refiere a la herencia común de todos los creyentes. Éstos incluyen, por
supuesto, a los verdaderos p 137 creyentes judíos, tanto de la antigua dispensación como de la
nueva; pero también a los creyentes gentiles. Tampoco debemos pensar que se refiere sólo a un
grupo selecto de creyentes excepcionales ya fallecidos. En el Nuevo Testamento, «santos» es una
palabra aplicada casi siempre a creyentes aún vivos y se da a entender que todos los miembros del
pueblo de Dios son santos.9
Si los creyentes se llaman «santos», se debe (como ya vimos con respecto al 1:2) a que han sido
convocados por Dios para separarse del mundo a fin de pertenecer al pueblo escogido y vivir vidas
consagradas a Dios. Han sido «apartados» para este fin. ¿Pero de qué se han separado? Pablo está a
punto de decírnoslo: del dominio de las tinieblas (1:13). Y si ya no se encuentran en las tinieblas, no
nos sorprende descubrir que están en luz (1:12; cf. 1 Pedro 2:9).
¿Pero qué quiere decir esto de estar «en luz»? Aquí nos encontramos con una variedad de
opiniones entre los comentaristas:

• Algunos10 asocian la frase al verbo «capacitar» y entienden que el texto debe rezar: … al Padre
que nos ha capacitado en luz para compartir la herencia de los santos. Es decir, suponen que la
«luz» se refiere a la iluminación del evangelio y que la preposición «en» tiene la fuerza de «por
medio de»: lo que nos introduce en nuestra herencia es haber sido iluminados por el evangelio.
Sin embargo, esto sería conceder un significado anormal a la preposición y, además, la
distancia que separa el verbo de la frase adverbial milita poderosamente en contra de esta
lectura. Es mejor asociar la frase al sustantivo «santos».
• p 138 Otros piensan que los santos en luz son los creyentes que han fallecido y han pasado a la

8 Ver, por ejemplo, McRay, pág. 1053. Otros han visto aquí una referencia a los ángeles; pero, como bien dice
Hendriksen, pág. 75, Pablo ama la palabra «santos», y vez tras vez la usa en sus epístolas; [pero] ni una sola vez la
usa para referirse a los ángeles, sino siempre a los redimidos.
9 Ver Sturz, págs. 37–38: La palabra «santos» aparece 59 veces en el Nuevo Testamento … Más del 90 por ciento de

estos pasajes se refieren a creyentes aún vivos sin tomar en consideración su vida o sus milagros. No hay base alguna
en el Nuevo Testamento para la interpretación que el catolicismo romano concede a esta palabra.
10 Ver Buffard, pág. 57.

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presencia del Señor en gloria, en contraste con los que permanecen aún en este mundo de
tinieblas. 11 Pero Pablo no suele utilizar la idea de «luz» con referencia al más allá, sino como
símbolo de todas las bendiciones que el creyente posee en Cristo, tanto aquí y ahora como en el
futuro.
• Por tanto, la mayoría de los comentaristas actuales entienden la frase en el sentido de que los
santos son personas que han sido apartadas por Dios para vivir en la luz, en contraste con
aquellos que, pertenecientes aún al dominio de las tinieblas (1:13), andan en oscuridad. Estar en
luz es una experiencia presente (pero parcial), así como una experiencia futura (y completa):
los santos caminan ya en la luz de Dios y están destinados a vivir en la luz para siempre.

Esta última lectura me parece la más convincente. Está en consonancia con el uso que Pablo
hace de esta frase en otros textos y, lo más importante, enlaza directamente con lo que dirá en el
versículo siguiente.
Entendida así, la frase los santos en luz conlleva muchos matices diferentes. Veamos algunos de
ellos:

• Por supuesto, la propia frase (los santos en luz) nos invita a recordar que, en las Escrituras, la luz
y la santidad van juntas. En el Antiguo Testamento, la santidad de Dios suele revelarse en una
luz deslumbrante. Y, en el Nuevo, la santificación del creyente se expresa en términos de su
traslado de la oscuridad a la luz. Así, Pablo pudo describir su ministerio entre judíos y gentiles
con estas palabras: a ǐn de que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios,
para que reciban … herencia entre los que han sido santificados (Hechos 26:18).
p 139•Evidentemente, en este contexto podemos decir también que «estar en luz» es sinónimo de
la «esperanza reservada para vosotros en los cielos» (1:5) y de «haber sido trasladado al reino de
su amado Hijo» (1:13), lo cual sugiere que nuestra participación en ello tiene dimensiones
presentes y futuras. El reino de Cristo es un reino de luz, en contraste con el dominio de
Satanás (ver Isaías 9:1–7); porque, mientras que Satanás es el príncipe de las tinieblas, Jesús es
la luz del mundo (Juan 8:12) y Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna (1 Juan 1:5). Por eso, Sion
—es decir, la Jerusalén de arriba, la ciudad celestial, el reino eterno— se presenta como una
ciudad de luz:

Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti.
Porque he aquí, tinieblas cubrirán la tierra y densa oscuridad los pueblos; pero sobre ti amanecerá
el Señor, y sobre ti aparecerá su gloria. Y acudirán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor
de tu amanecer (Isaías 60:1–3).

La ciudad santa … tenía la gloria de Dios. Su fulgor era semejante al de una piedra muy
preciosa, como una piedra de jaspe cristalino … La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que
la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera (Apocalipsis
21:10–11, 23).

11 Ver, por ejemplo, Sturz, pág. 38; Staab, pág. 115.

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Y, de la misma manera que las «tinieblas» no se componen solamente del reino de Satanás, sino
de todas las cosas nefastas que caracterizan su reino —pecado, desobediencia, rebelión,
ignorancia, ceguera, falsedad, odio, ira, vergüenza, lucha, carencia, esclavitud y tristeza 12—, así
también la «luz» nos habla de todas las cosas gloriosas que caracterizan el reino de Dios: gracia,
favor divino, armonía, comunión, p 140 respeto, afecto, sinceridad, paciencia, gozo, paz y
muchas cosas más. De entre ellas, destaquemos algunas …

• Frecuentemente, en las Escrituras, la «luz» nos habla del conocimiento de la verdad, de la


revelación divina o de la iluminación de la mente por obra del Espíritu. Ya hemos visto que
estas ideas están presentes en la oración del apóstol (1:9 y 10), por lo cual no debemos excluirlas
de esta frase. Los «santos en luz» son los que han tenido los ojos abiertos gracias al
conocimiento de Dios y de su voluntad. Son personas que «ven» gracias a la iluminación de
Dios (2 Corintios 4:6), en contraste con los demás, que están cegados por la venda colocada
sobre sus ojos por el dios de este mundo (2 Corintios 4:3–4). Los santos son los que «ven la luz a
la luz de Dios» (Salmo 36:9).

• Luego debemos recordar que, en las Escrituras, estar en luz es andar en amor. A este respecto,
las palabras del apóstol Juan son determinantes: El que dice que está en luz, y aborrece a su
hermano, está aún en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de
tropiezo en él. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas y anda en tinieblas y no sabe
adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos (1 Juan 2:9–11). Precisamente, el amor de los
colosenses (1:4, 8) es una de las principales evidencias de que realmente han sido apartados
como santos de Dios. Están «en luz» porque andan en amor.

• Finalmente, de entre los muchos matices que podríamos añadir, debemos señalar la estrecha
relación bíblica entre los conceptos de «luz» y «salvación». De hecho, son prácticamente
sinónimos. De Dios se puede decir: El Señor es mi luz y mi salvación (Salmo 27:1); y, acerca de su
Siervo, Dios mismo dice: Te haré luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los
confines de la tierra (Isaías 49:6). En este sentído, p 141 los «santos en luz» son los creyentes en
Cristo, que han sido apartados como herederos de la salvación.

Todos estos matices, y muchos más, están presentes en la frase compartir la herencia de los
santos en luz. ¡Qué privilegio el de los colosenses! ¡Y qué privilegio el nuestro! El apóstol intercede
por sus lectores para que, teniendo los ojos abiertos ante las gloriosas realidades presentes y
promesas futuras del evangelio, puedan vivir con una actitud constante y desbordante de
agradecimiento al Padre que las ha hecho posibles.

12 Hendriksen, pág. 76.

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p 143 CAPÍTULO 9

NUESTRA NUEVA CIUDADANÍA


COLOSENSES 1:13

Porque él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado …

TINIEBLAS Y LUZ (1:13)


Dios no solamente nos ha hecho sus hijos y herederos (1:12), sino que también nos ha
concedido una nueva ciudadanía (1:13).1 No se ha conformado sólo con apartarnos para que
formemos parte de la comunidad de los santos (1:12), sino que ha llevado a cabo en nosotros todo
un éxodo espiritual, librándonos de nuestra anterior esclavitud en el dominio de las tinieblas y
llevándonos al reino de Cristo (1:13).
Así pues, con estos nuevos matices, el apóstol sigue exponiendo el gran motivo por el que
debemos dar gracias al Padre: nuestra nueva posición en Cristo. En esta vida tenemos sobradas
razones diarias por las que mostrar nuestra gratitud al Señor. Pero la principal de ellas es que nos
ha salvado. Antes p 144 éramos sus enemigos; pero nos ha reconciliado en Cristo y ahora somos
sus hijos. Antes estábamos lejos de la comunión de los santos, pero ahora nos ha acercado y nos ha
integrado en su familia. Antes éramos ciegos, pero él nos ha abierto los ojos. Antes estábamos
destinados a la perdición; ahora, a la gloria.
Es decir, el contraste entre nuestra posición anterior y nuestra posición actual no puede ser más
radical. Es cuestión de tinieblas (1:13) o de luz (1:12); de estar en el primer Adán o en el postrer Adán
(Romanos 5:12–21); de pertenecer a la vieja creación caduca o a la nueva creación en Cristo (2
Corintios 5:17); de sufrir la esclavitud de Egipto o disfrutar de la libertad de los hijos de Dios en la
Tierra Prometida; es decir, de estar bajo el dominio de las tinieblas o ser ciudadanos del reino de su
Hijo amado (1:13).
Es de suma importancia que nos demos cuenta del abismo de diferencia que separa la posición
del creyente de la posición del incrédulo. Según las apariencias externas, esta diferencia es apenas
visible. Si entramos en una sala llena de gente, nos resulta diǐcil discernir quiénes son creyentes y
quiénes no. Incluso resulta diǐcil reconocer a los creyentes por su conversación y su conducta. A
veces observamos más amabilidad y lealtad entre los incrédulos que en la iglesia. Especialmente es
así en una generación como la nuestra en la que muchos cristianos parecen seguir la fe de Lot más
que la de Abraham: intentan vivir lo más cerca posible de Sodoma y Gomorra sin renunciar
totalmente a la fe. Así las cosas, con el paso del tiempo podemos llegar a pensar que no existe
prácticamente ninguna diferencia entre los creyentes y los demás. Pero, según nuestro texto y
según el criterio unánime de los textos del Nuevo Testamento, la diferencia es tan profunda como

1Es de observar que, mientras que los manuscritos antiguos oscilan entre los pronombres «os» y «nos» en el
versículo 12, en el 13 son unánimes al decir «nos». Pablo se incluye a sí mismo entre los que han recibido esta
asombrosa gracia por parte de Dios.

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la que existe entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte, la esclavitud y la libertad, la ceguera y la
vista, la parálisis y la agilidad, el bien y el mal, o Dios y el diablo.
Si no compartimos esta visión de las cosas, menguará nuestro celo por colaborar con Dios en el
rescate de almas de su perdición —las veremos como «casi tan salvas» como
nosotros—,acabaremos p 145 abrazando una forma diluida del evangelio que se aproxima al
universalismo, no veremos la necesidad de una conducta diferente de la de los demás y dejaremos
de darle gracias al Señor por habernos rescatado de una condición miserable y un destino
espantoso. ¿Para qué darle gracias si nuestra presente condición apenas se diferencia de la del
incrédulo?
Tomemos muy en serio, pues, las implicaciones de nuestro texto. Pablo nos recuerda que no
existe en nuestro mundo diferencia mayor que la que separa la posición espiritual de los hijos de
Dios de la de los hijos de ira. Esto debe provocar en nosotros las reacciones que acabamos de ver:
un gran celo evangelístico, un comportamiento santo y una profunda gratitud hacia Dios.

EL DOMINIO DE LAS TINIEBLAS (1:13)


Examinemos, pues, esta profunda diferencia. Y empecemos preguntándonos cuál fue nuestra
posición antes de ser rescatados por Cristo. Pablo la llama el dominio de las tinieblas. Ésta es una
frase llena de resonancias bíblicas. Entre otras cosas nos habla de:

• Tiranía satánica
Satanás es el jefe supremo de los poderes de este mundo de tinieblas (Efesios 6:12), el príncipe de
este mundo (Mateo 4:8–9; Juan 12:31; 14:30; 16:11; 1 Juan 5:19). Antes de nuestra conversión,
pues, nos encontrábamos en la esfera espiritual en la que Satanás ejercía su jurisdicción. Dios
había concedido la mayordomía del mundo al ser humano (Génesis 1:28–30). Pero, desde que la
mujer se dejó engañar por la serpiente (Génesis 3:13) y el hombre atendió a la voz de la mujer
(Génesis 3:17), el orden establecido por Dios se vino abajo y Satanás se convirtió en el príncipe
usurpador de este mundo. Desde entonces, el ser humano anda sujeto p 146 a la voluntad del
maligno, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia (Efesios 2:2). Estar en el dominio de las tinieblas es estar bajo la tiranía de Satanás.

• Esclavitud
Esta tiranía no es benigna. Ciertamente, durante un tiempo, el maligno puede sonreírnos y
ofrecernos promesas seductoras. Sus tentaciones suelen ser sumamente atractivas (¡si no fuera
así, no serían tentaciones!). Pero su intención siempre es la misma: hundirnos en terribles
esclavitudes inquebrantables. Los diversos deleites y placeres que nos ofrece sólo sirven para
esclavizarnos (Tito 3:3).

• Ceguera
Además, el maligno ciega a los que son sus esclavos. Coloca una venda sobre sus ojos para que
no puedan ver la luz del evangelio (2 Corintios 4:4). Quien camina en el dominio de las tinieblas

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anda a tientas, en gran oscuridad. No sabe de dónde viene ni adónde va. Está perdido.

• Enemistad con Dios


Las tinieblas y la luz no pueden convivir. Forzosamente, allí donde reina la oscuridad, la luz
está ausente. Así pues, estar en tinieblas es estar sin Dios (porque Dios es luz y en él no hay
tiniebla alguna; 1 Juan 1:5) y, por tanto, quien anda en tinieblas carece de esperanza (Efesios
2:12).
Pero no debemos pensar que estar bajo el dominio de las tinieblas es ser la pobre víctima
indefensa del maligno. A pesar de su esclavitud, el hombre es un ser responsable y sus actitudes
y obras son reprensibles y culpables. Si persiste en vivir en el mundo de tinieblas aun cuando la
luz del evangelio está brillando, es porque ama las tinieblas más que la luz, y eso porque sus
acciones son malas (Juan 3:19). No es solamente que ha sido llevado cautivo por los p
147poderes del mal, sino que él mismo se ha alzado como enemigo de Dios y amigo del pecado
(Romanos 5:10). Estar en el dominio de las tinieblas es ser enemigo de Dios. 2
Existe un profundo antagonismo entre el dominio de las tinieblas y el reino de la luz. No
puedes pertenecer a ambos a la vez. Desde que Dios nos llamó de las tinieblas a su luz admirable
(1 Pedro 2:9), debemos andar como hijos de luz, porque antes erais tinieblas, pero ahora sois luz
en el Señor (Efesios 5:8). Decir que somos hijos de la luz y, luego, practicar las obras de las
tinieblas es un contrasentido. Es fingir ser amigos de Dios cuando en realidad seguimos siendo
sus enemigos. Juan es contundente al respecto: No améis al mundo ni las cosas que están en el
mundo; si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (1 Juan 2:15).
Algo del carácter absoluto (y absolutamente espantoso) del antagonismo que existe entre la luz
de Dios y la oscuridad del maligno se palpa en las desgarradoras palabras de Jesús en el
momento de su arresto en Getsemaní. Dirigiéndose a los discípulos, dice: No hablaré mucho más
con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo (Juan 14:30); y a los sacerdotes y ancianos les
dice: Esta hora y el poder de las tinieblas son vuestros (Lucas 22:53).

Los maestros gnósticos creían que el mundo estaba controlado por poderes angelicales,
ubicados en diferentes esferas, que iban desde los muy malignos a los casi perfectos: ángeles,
arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominios y tronos.3 Según ellos, para alcanzar la
pureza de Dios, el creyente tenía que progresar de esfera en esfera por medio de diferentes ritos,
enseñanzas y prácticas piadosas en la esperanza de alcanzar un p 148 día la esfera más alta. No
—dice el apóstol—. No hay más que dos opciones: el reino de Satanás o el de Cristo, las tinieblas o
la luz. Y quien está en el reino de Cristo no tiene que propiciar a los señores de las demás esferas: ya
es acepto en el Amado; Dios le ha hecho apto.

EL REINO DE CRISTO (1:13)

2 Cf. Carson, pág. 40: [La palabrai] «tinieblas» implica no solamente ausencia de luz, sino oposición a la luz; no
sólo es una condición en la que estamos sin Dios, sino una en la que estamos contra Dios.
3 Ver Wiersbe, pág. 42.

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Si el «dominio de las tinieblas» fue nuestra morada anterior, ¿cuál es nuestra morada presente?
Según los maestros heréticos de Colosas, sin duda era alguna esfera intermedia entre lo terrenal y
lo celestial: una de las moradas angelicales. Pero, según el evangelio, no es ni más ni menos que el
reino de Dios.
Pablo lo llama el reino de su Hijo amado.4 Evidentemente, no se trata de una residencia sica,
sino de una posición espiritual. La conversión a Cristo no implica necesariamente un cambio de
lugar geográfico. Lo que implica forzosamente es un cambio en el gobierno de nuestras vidas:
antes éramos esclavos bajo la tiranía de Satanás; ahora nuestro rey y señor es Jesucristo. El «reino»
en cuestión no es un territorio determinado, sino una autoridad espiritual y moral. Por tanto, no
es cuestión de preguntar dónde está el reino de Cristo, sino en qué consiste. A p 149 la pregunta de
dónde está, hemos de contestar en palabras del propio Jesús: El reino de Dios no viene con señales
visibles, ni dirán: «¡Mirad, aquí está!» o: «¡Allí está!» Porque he aquí, el reino de Dios entre vosotros está
(Lucas 17:20–21). No está en ningún lugar específico, pero está presente allí donde una persona se
somete a la autoridad de Cristo como Salvador, Señor y Rey.
Por la misma regla de tres, podemos decir que el reino está ya presente con nosotros, pero que
ha de manifestarse todavía en el futuro. El Rey ya ha venido la primera vez, trayendo consigo el
derecho a reinar, pero todavía no ha venido en plena gloria y majestad. ¿Reina Jesucristo en este
momento? Los creyentes afirmamos que sí. Está sentado en el trono. Nada escapa a su control.
¿Pero están manifiestamente visibles su majestad y su reino? Por supuesto que no. La inmensa
mayoría de nuestros vecinos no los ven ni se someten a ellos. El reino de Cristo está presente, pero
no se ha manifestado en plenitud.
Por lo tanto, no nos sorprende saber que los colosenses ya han sido trasladados al reino de
Cristo y, sin embargo, aún están a la espera de la «herencia de los santos en luz» (1:12). Aún no se ha
hecho realidad la «esperanza reservada para ellos en los cielos» (1:5). Para ellos, como para
nosotros, el reino es tanto una realidad presente como una esperanza futura.5 Ya son ciudadanos
del cielo, pero todavía han de esperar ansiosamente la venida del Salvador (Filipenses 3:20).
Lo importante, sin embargo, es que los colosenses ya tienen una nueva posición gloriosa en
Cristo. Habiendo vivido en oscuridad, ahora están en luz (1 Pedro 2:9). Después de años
sumergidos en los engaños y las mentiras de las ideologías mundanas, ahora conocen la verdad de
Dios. Después de haber sido zarandeados por los deseos perversos y apetitos egoístas de la carne,

4 Algunos comentaristas pretenden ver notables diferencias entre el «reino de Dios», el «reino de Cristo», el
«reino de los cielos», etc. Pero estas diferenciaciones se deben más a los esquemas escatológicos
predeterminados de los comentaristas en cuestión que a cualquier enseñanza clara de la Palabra de Dios. Al
contrario, textos como Efesios 5:5 y Apocalipsis 11:15; 12:10 indican que estas frases, lejos de indicar reinos
distintos, son prácticamente sinónimas (ver Hendriksen, pág. 79). Otros comentaristas, en base a 1 Corintios
15:23–28, proponen que el reino de Cristo constituye la primera fase del reino de los cielos, pero que dará
lugar a una segunda fase: el reino de Dios. Sin embargo, textos como Daniel 7:13–14; Lucas 1:32–33; Hebreos
1:8 o 2 Pedro 1:11 indican que el reino de Cristo es tan eterno como el reino de Dios.
5 Cf. Hendriksen, pág. 76: En principio, los colosenses ya están en el reino … La posesión plena, sin

embargo, pertenece al futuro.

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ahora han empezado a conocer los nuevos deseos santos del Espíritu. Habiéndose adiestrado en las
prácticas p 150 oscuras del pecado, ahora andan en el luminoso camino de la santidad. Dios los ha
llevado desde la miserable mazmorra de cadenas intolerables y agudos lamentos6 a la libertad gloriosa
de los hijos de Dios (Romanos 8:21).
Observamos, sin embargo, que Pablo no habla del «reino de Cristo» (del Mesías), sino del
«reino de su Hijo amado» (o, literalmente, «el reino del Hijo de su amor»). Es decir, no centra
nuestra atención en el hecho de que Jesús sea el Rey legítimo, el Ungido de Dios, sino en la relación
amorosa que existe entre el Padre y el Hijo. ¿Por qué lo hace? Él mismo no nos lo dice. Las posibles
explicaciones, pues, son muchas, entre ellas las siguientes:

• Pablo está a punto de hablar implícitamente del alto precio que Cristo tuvo que pagar para
conquistar su reino. Algún lector podría ver en ello las maniobras de un dios empeñado en
llevar a cabo sus designios sin que le importara el coste de la redención. Anticipando este
malentendido, el apóstol enfatiza desde el primer momento que Cristo era el objeto especial
del amor del Padre y, por tanto, que el Padre también sufrió cuando el Hijo pagó aquel precio.
• Si, a pesar de amar tanto a su Hijo, el Padre le entregó a la muerte a fin de hacer posible nuestra
ciudadanía celestial, ¿cómo no nos dará con él todos los demás privilegios del reino (Romanos
8:32)? Nuestra entrada en el reino de Cristo significa nuestro acceso a todas las bendiciones de
Dios.
• Si el Hijo es amado por el Padre, podemos suponer que el reino preparado para él por el Padre
es una expresión de su amor paterno. Cristo reina porque el Padre le ama. El Padre libera y
traslada al reino a los elegidos porque ama al Hijo y quiere proveerle ciudadanos. O, para
cambiar la metáfora, porque el Padre ama al Hijo, busca para él una esposa adecuada.
p 151•Si el reino brota como expresión viva del amor que existe entre el Padre y el Hijo, podemos
suponer que la principal característica del reino es el amor y que todos sus ciudadanos deben
caracterizarse igualmente por amarse los unos a los otros.
• Si Cristo es el amado Hijo del Padre, debe ser también el objeto de nuestra devoción y nuestro
afecto, mayormente porque nosotros somos los beneficiarios de su obra redentora (1:14).
• Cristo es el «Hijo del amor» del Padre no sólo porque el Padre le ama (Mateo 17:5; Lucas 3:22;
Juan 3:35; 5:20), sino también porque el Hijo refleja el carácter del Padre (Juan 17:26). Dios es
amor y el Hijo también lo es.7 Todo el gobierno del reino se ejerce, pues, en un ambiente de
amor (Juan 16:27). La finalidad del reino es que el amor con que me amaste esté en ellos. Nuestro
traslado del dominio de las tinieblas al reino del Hijo nos lleva de la oscuridad de una terrible
carencia de amor a la luz del amor de Dios derramado en nuestros corazones (Romanos 5:5).
• Posiblemente también se trate de una frase empleada por Pablo para contrarrestar las doctrinas
erróneas de los falsos maestros. Ellos rebajaban la suprema dignidad de Cristo, atribuyéndole
la posición de un ser angelical. Pablo reivindica su posición única como Hijo unigénito del

6 Hendriksen, pág. 78.


7 Cf.Carson, pág. 40: El Hijo unigénito del Padre no sólo es el objeto eterno de su amor, sino también la encarnación
y expresión de ese amor en su trato con los hombres.

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Padre y subraya la total identidad e intimidad que disfruta con el Padre llamándole «amado».

p 152 LIBERADOS Y TRASLADADOS (1:13)


¿Y cómo ha llevado Dios a cabo este cambio radical en nuestra posición? En el versículo 13,
Pablo contesta a esta pregunta mediante dos verbos: el Padre nos «liberó» y nos «trasladó». Y en el
versículo 14 nos dirá cómo Dios efectuó nuestra liberación y nuestro traslado.
En su origen etimológico, el verbo «librar» significa «acercar al lado» de alguien8 ; y, aunque en
tiempos de Pablo había adquirido otros matices, puede que retuviera algo del significado original
en este caso: aunque estábamos lejos de Dios, él nos ha hecho cercanos; nos ha atraído a sí mismo.
Nos encontrábamos en medio de una oscuridad impenetrable, andando a tientas intentando
encontrar un camino y un destino en la vida, y Dios nos rescató de aquella situación de miseria
atrayéndonos a sí mismo, alejándonos del peligro y colocándonos a su lado (cf. Juan 12:32). Pero,
sin duda, como ya hemos dicho, el matiz principal del verbo tiene que ver aquí con la «liberación»
o el «rescate». Es decir, nos introduce de lleno en el mundo de la esclavitud. Dios, por medio de la
muerte de Cristo, ha pagado el rescate y, así, nos ha liberado de la esclavitud de las tinieblas.
Puesto que el verbo libró está en tiempo aoristo y debe referirse a un acto definido y completo,
algunos comentaristas suponen que sólo puede aplicarse aquí a un momento determinado (la
muerte de Cristo en la cruz, o el momento de la conversión y el bautismo de los colosenses), no a
todo el proceso de su redención. Sin embargo, a veces el aoristo se emplea precisamente para
resumir una secuencia de episodios bajo un mismo epígrafe.9 Este tiempo puede contemplar un
conjunto de episodios como un solo acto, pero los contempla siempre como un acto ya completado
en el pasado. Así pues, es preferible en este caso entender que Pablo utiliza el verbo liberó para
resumir toda p 153 la amplitud de la obra salvadora de Dios en Cristo: la planificación de la
redención antes de la fundación del mundo, la encarnación de Jesucristo, su muerte en la cruz, su
resurrección y ascensión, el llamamiento de los colosenses, su justificación y su regeneración por
obra del Espíritu. Todo esto pertenece a la iniciativa liberadora de Dios. Todo es necesario para que
esclavos como nosotros podamos llegar a ser hombres libres.
Y, desde luego, en todas estas acciones, la iniciativa parte de Dios, no del hombre. Como ya
hemos dicho, todo es por gracia. Todo es de Dios. Los seres humanos no podemos jactarnos de
nada. Sin embargo, esto no quiere decir que el hombre no tenga responsabilidad. Es aleccionador
comparar este texto con las frases similares empleadas por Pablo en su discurso ante el rey Agripa,
cuando cita las palabras con que fue comisionado por Jesucristo: Te envío [al pueblo judío y a los
gentiles], para que abras sus ojos a fin de que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de
Satanás a Dios, para que reciban, por la fe en mí, el perdón de pecados y herencia entre los que han sido
santificados (Hechos 26:18). Aquí, como en Colosenses, están presentes las tinieblas y la luz, el
dominio de Satanás y el reino de Dios, el perdón de pecados y la herencia de los santos. La
diferencia entre los textos estriba en que, mientras que Colosenses arroja la iniciativa sobre el Dios

8 Ver Buffard, pág. 57.


9 Cf. Hendriksen, pág. 77.

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que libera y traslada, en Hechos destaca la responsabilidad humana de «volverse». El hombre no
puede llevar a cabo su propia liberación. Por tanto, Dios extiende su mano para rescatarnos. Pero el
hombre puede elegir entre aferrarse a la mano de Dios o darle la espalda.
El segundo verbo, trasladó, quizás tenga como su trasfondo una práctica bien conocida por los
colosenses. En aquel entonces, cuando un rey conquistaba una ciudad enemiga, solía llevar
cautivos a los ciudadanos y trasladarlos a otro lugar. Como hemos visto, esto mismo les había
pasado a los judíos de Colosas, cuyos antepasados habían sido trasladados a la ciudad desde
Mesopotamia por Antíoco el Grande. De igual manera, Dios, habiendo saqueado el dominio de
Satanás para liberar a p 154 los cautivos, después los llevó en triunfo a su legítimo destino: el reino
de su Hijo. Pero hay una diferencia notable. Los «trasladados» de la antigüedad solían ser
ciudadanos libres llevados por el vencedor a la esclavitud. En cambio, en nuestro caso, Dios nos ha
trasladado de la esclavitud a la libertad, de la cárcel a nuestro verdadero hogar.10
Nuevamente, hemos de indicar que no se trata de un traslado ǐsico o geográfico, sino de un
cambio espiritual. Ya no pertenecemos al dominio de las tinieblas, sino que hemos sido hechos
ciudadanos de pleno derecho en el reino de Cristo. Estamos bajo otra jurisdicción, otro señorío.
Y notemos otra vez el tiempo aoristo del verbo. No dice que Dios nos trasladará al reino, como
si éste fuera algo celestial y futuro, sino que ya nos trasladó. Tampoco dice que Dios está en medio
del proceso de trasladarnos, como si se tratara de una lenta transformación progresiva.
Ciertamente, nuestra vivencia digna como ciudadanos del reino de Cristo es algo que tenemos que
aprender progresivamente, pero nuestra posición como ciudadanos ya está asegurada.11 Nuestra
ciudadanía ya está en los cielos. Ya hemos sido trasladados por el Padre al reino de su Hijo amado.

p 155 CAPÍTULO 10

REDENCIÓN Y PERDÓN
COLOSENSES 1:14

… su Hijo amado, en quien tenemos redención: el perdón de los pecados.

SALVOS POR EL PADRE POR MEDIO DEL HIJO (1:14)

10 Cf. Wiersbe, pág.42: Los caudillos terrenales transportaban a gente derrotada, pero Cristo Jesús
transporta a vencedores.
11 Cf. Hendriksen, pág. 79: Hemos sido libertados de una vez por todas. No hemos sido trasladados de las tinieblas a

una especie de semitinieblas, sino a la «luz maravillosa». Carballosa (págs. 38–39), en cambio, considera que se
trata de un pretérito profético, con lo cual Pablo da por efectuados actos divinos que aún yacen en el futuro. La
mayoría de comentaristas discrepa de él.

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Nuestra liberación y nuestro traslado al reino de Cristo son, según Pablo, hechos cumplidos.
Dios ya los ha llevado a cabo. ¿Pero cómo lo hizo?
Si fuera cuestión de un cautiverio involuntario nuestro, Dios podría haber enviado legiones de
ángeles a rescatarnos. Si fuera cuestión de un cautiverio ǐsico y terrenal, podría haber enviado a
Moisés y Aarón. Si fuera cuestión de guiarnos a un reino geográfico, podría habernos enviado una
columna de humo y de fuego. Pero, tratándose de una redención espiritual y moral, Dios mismo
tuvo que hacerse hombre a fin de liberarnos y trasladarnos él mismo.
Las frases del versículo 14 podrían no ser más que un «pensamiento adicional» acerca del Hijo
amado ya mencionado en el 13. Pero es mucho más probable que constituyan para Pablo el medio a
través del cual el Padre llevó a cabo nuestra liberación y nuestro traslado. Entendido así, el
versículo 14 viene a explicar el 13: hemos sido liberados del dominio de las p 156 tinieblas y hemos
sido incorporados en el reino eterno gracias a la redención de la cruz y al perdón de pecados obrado
por Cristo.
Así pues, con estas dos pequeñas palabras, Pablo resume la metodología de la gran obra
liberadora de Dios. El Padre nos ha rescatado por medio de su amado Hijo. Es decir, para que
pudiese llevarlo a cabo, era necesario:

1. Que Dios tomara forma humana en la persona de nuestro Señor Jesucristo (1:22; 2:9).
2. Que Jesucristo muriese en la cruz. Por eso necesitó un «cuerpo de carne»: para morir por
nosotros (1:22; 2:14). Se hizo hombre con el fin expreso de ofrecerse en sacrificio en nuestro
lugar.
3. Que resucitase de entre los muertos y ascendiese a la diestra del Padre (3:1), desde donde
derrama su Espíritu sobre los que creen en él para que compartan su vida (2:12–13) como
dignos ciudadanos del reino eterno.

REDENCIÓN (1:14)
Para que pudiéramos ser liberados, tuvimos que ser redimidos. Nuestra salida del dominio de
las tinieblas sólo ha sido posible gracias a nuestra redención; es decir, el pago de nuestro rescate.
Bajo la ley del Antiguo Testamento, en determinadas circunstancias, un reo a muerte podía ser
liberado de la pena capital mediante el pago de un rescate (Éxodo 21:30). En la actualidad, cuando
alguien es secuestrado, sus captores suelen liberarle sólo si se paga un rescate. En el mundo
antiguo, la emancipación de un esclavo exigía el pago de un rescate.
Algo de todas estas ideas está presente en nuestro versículo. La raza humana entera ha sido
secuestrada por el usurpador p 157 y necesita ser rescatada. Nuestro captor es un tirano cruel que
nos somete a severas esclavitudes de las cuales necesitamos ser liberados. Pero, puesto que nuestra
triste condición no es sólo consecuencia de una opresión involuntaria, sino también de una
rebelión culpable, somos reos de muerte cuya sentencia sólo puede ser conmutada por el pago de
un rescate adecuado.
De entre todos estos matices, el que más destaca en las Escrituras es el de la redención de
esclavos. El ser humano está bajo la esclavitud del pecado (Juan 8:34; Romanos 7:14), de los

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placeres mundanos (Tito 3:3), de la voluntad del maligno (Efesios 2:2), de la maldición acusatoria
de la ley (Gálatas 3:13) y del temor a la muerte (Hebreos 2:15). No hay absolutamente nada que
puede hacer para conseguir su propia liberación. El precio de su emancipación es demasiado alto y
su amo es un opresor sin piedad que exige el precio completo. Fuera de una intervención divina, no
hay esperanza posible. Si Dios no interviene para redimirnos, ¿quién lo hará?
Y Dios lo ha hecho en la persona de su Hijo amado. ¿Pero cuál fue el precio pagado por él para
conseguir nuestro rescate? Pablo no lo dice, al menos en este versículo tal y como aparece en los
mejores manuscritos antiguos. Algunos manuscritos tardíos rezan: en quien tenemos redención por
su sangre. Pero la frase adicional es rechazada por prácticamente la totalidad de los traductores y
comentaristas1 actuales y se da casi por sentado que aparece en los manuscritos tardíos sólo por
asimilación al texto paralelo de Efesios 1:7: En él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de
nuestros pecados según las riquezas de su gracia.2 Lo p 158 importante, sin embargo, no es la
presencia o ausencia de esta frase en el presente versículo, sino, por una parte, saber que Pablo
suscribía totalmente la idea de que fue por medio de su sangre como Cristo consiguió nuestra
redención, y aquí la da por entendida3 (de hecho, dirá esencialmente lo mismo en el 1:20); y, por
otra parte, entender que, en este momento, el tema del apóstol no es el precio pagado, sino la
liberación alcanzada.4 A la pregunta: ¿a qué precio ganó Cristo nuestra salvación?, Pablo siempre
contestaba: al precio de su cruz, de su muerte, de su sangre. En eso no hacía más que seguir la
enseñanza unánime de los apóstoles y de Cristo mismo:

El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por
muchos (Mateo 20:28; Marcos 10:45).

No fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir … con cosas perecederas como oro o
plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo (1
Pedro 1:18–19).

Pero no sólo somos redimidos por la sangre de Cristo; también somos redimidos «en él»: en
quien tenemos redención. Cristo mismo es el precio pagado para nuestra redención (cf. 1 Timoteo
2:6) y es por medio de nuestra unión con él como esta redención llega a ser eficaz. La persona que
cree en Cristo se hace uno con él. Al creer que Cristo murió en su lugar y como su sustituto,
considera que ella murió con él (3:5). Pero, habiendo muerto con él, también ha resucitado con él:

1 Entre las versiones consultadas, la frase sólo es retenida por RV60 y RV95. RVA y BT la mencionan en una
nota de pie de página. Ninguno de los comentaristas consultados defiende su retención. Ver Abbo˄, págs.
208–209; Gutiérrez, pág. 820; Lacueva-Henry, pág. 241; MacDonald, pág. 986; Sturz, pág. 40.
2 Es de observar que, de hecho, son dos las frases que están presentes en Efesios, pero que faltan en Colosenses:

mediante su sangre y según las riquezas de su gracia. Lo probable es que Pablo añadiera ambas al redactar Efesios
tanto para redondear las ideas como a efectos de elegancia estilística.
3 Cf. Hendriksen, pág. 80: Las palabras «por su sangre» no deben ser incluidas en el texto de Colosenses 1:14, [pero]

la idea no puede ser excluida.


4 Erdman, pág. 43.

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habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (3:3). Y es esta vida de resurrección la
que se ha emancipado de la esclavitud del maligno.
p 159 Así pues, aunque éramos los pobres esclavos de un amo tirano, ahora hemos sido
comprados con precio (1 Corintios 7:23) por un nuevo amo. Éste no tiene la intención de
someternos otra vez a un pesado yugo de servidumbre, sino de concedernos auténtica libertad
(Juan 8:36; Gálatas 5:1). Su yugo es fácil (Mateo 11:29) y representa un verdadero descanso para
nuestra alma. Nos vio en condiciones pésimas de servidumbre y nos amó tanto que derramó su
sangre para adquirirnos.

PERDÓN (1:14)
Si el pago del rescate consigue nuestra liberación, el perdón de nuestros pecados es lo que nos
capacita para entrar en el reino. Jesucristo ha pagado el precio necesario para que nadie pueda
cuestionar nuestro derecho a salir del dominio de las tinieblas. Pero el mismo pago —el
derramamiento de su sangre— es el que nos limpia y justifica para que podamos ser ciudadanos
dignos en el reino eterno.
De hecho, la relación entre la redención y el perdón es muy estrecha. Lo que Dios perdona son
nuestros pecados, pero éstos son concebidos en las Escrituras como deudas (Mateo 6:12). Para que
una deuda sea condonada, el acreedor tiene que considerarla como pagada. Así pues, tanto en el
caso de la redención como en la de la remisión de pecados, tiene que haber un pago adecuado. Y, en
ambos casos, el precio pagado es la muerte de Cristo.5
Algunos autores han sugerido que la frase el perdón de los pecados fue añadida por Pablo para
contrarrestar ciertas enseñanzas p 160 de los falsos maestros. Desde luego sabemos que en el siglo
II se extendió la idea de que la salvación en Jesucristo tenía dos fases distintas: primero, el hombre
debía conocer la remisión de sus pecados por medio del bautismo en el nombre del Jesús humano;
y luego debía conocer la perfección y la plenitud por medio de la redención llevada a cabo por el
Cristo divino.6 Cabe la posibilidad de que estas ideas circularan ya en tiempos apostólicos. Pablo,
en ese caso, quiere enfatizar que tanto la persona como la obra de Jesucristo es una e indivisible. La
redención y la remisión de pecados, aunque se pueden separar a efectos de estudio y análisis, son
consecuencias indivisibles de una sola obra expiatoria efectuada por una sola persona: el «Dios-
hecho-hombre», el Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo.
En todo caso, lo cierto es que la cruz de Cristo significa nuestra redención y también nuestra
justificación. Jesús murió para expiar nuestros pecados, a fin de que el Juez justo pudiera declarar
inocentes y limpias a personas culpables e inmundas. Ningún inmundo tiene entrada en el reino
de Dios. Cristo, por medio de su sacrificio, ha logrado que todo aquel que cree en él esté limpio

5 Cf. MacDonald, pág. 954: Dios ha cancelado la deuda que habíamos contraído por nuestros pecados. El Señor
Jesucristo pagó la pena en la cruz. No tiene que volver a ser pagada. La cuenta está cancelada y cerrada, y Dios no sólo
ha perdonado, sino que ha quitado nuestros pecados, echándolos tan lejos de sí y de nosotros como el este está lejos del
oeste (Salmo 103:12).
6 Ver Hendriksen, págs. 80–81.

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ante los ojos de Dios, hecho perfecto para siempre (Hebreos 10:14). Así pues, la frase el perdón de los
pecados no es una adición innecesaria, sino una parte intrínseca del medio a través del cual el Padre
nos libera y nos traslada al reino. No hay liberación sin la redención de la cruz; no hay traslado sin la
expiación de la cruz.
Gracias a Dios, la losa de la culpa que pesaba sobre nuestra conciencia ha sido llevada por
Cristo. Él murió para llevar sobre sí el castigo de nuestro pecado. No queda ninguna condenación
para nosotros. Dios nos ve como limpios, exentos de culpa para siempre. En Cristo, tenemos
perdón.
La expresión perdón de los pecados no es frecuente en los escritos de Pablo. Sólo aparece aquí y
en Efesios 1:7. Pero la idea del perdón está constantemente presente, aunque expresada a p
161 menudo en términos de la justificación o reconciliación.7 Sin salir de Colosenses, volveremos a
encontrar referencias a nuestro perdón en el 2:13–14 y en el 3:13. Por así decirlo, la remisión (o el
perdón) de pecados y la justificación son la cara y la cruz de una misma moneda. Ambas son
consecuencias de la obra expiatoria de Cristo: mediante el perdón, es como si Dios nos quitara
nuestros trapos de inmundicia; y, mediante la justificación, nos reviste de la perfecta justicia de
Cristo.

CONCLUSIONES
Así pues, el apóstol llega al final de su intercesión a favor de los colosenses. En ella ha repasado
las necesidades espirituales más importantes del creyente desde el día de su conversión (1:9) hasta
el día de entrar en su herencia (1:12). Ha tocado todas las facetas principales de la vida de fe: la
necesidad de una plena comprensión de todo lo que Dios ha tenido a bien revelarnos acerca de su
voluntad (1:9); la necesidad de una conducta consecuente con el evangelio (1:10a); la necesidad de
crecer en la comunión y el conocimiento de Dios (1:10b); la necesidad de ser fortalecidos en el
hombre interior por el Espíritu Santo (1:11a); la necesidad de perseverar a pesar de todos los
escollos del camino (1:11b); y la necesidad de tener un espíritu agradecido a Dios por todo lo que ha
hecho a nuestro favor en Cristo (1:12). La esencia de lo que ha hecho no es nada menos que un
cambio radical en nuestra posición ante él y en nuestras expectativas de cara al futuro. A causa de
la redención de la cruz, nos ha traslado del poder de Satanás al poder de Cristo, de las tinieblas a la
luz, de la esclavitud a la libertad y de la condenación al perdón.
Y es con una clara referencia a la persona y obra de Cristo, el «Hijo amado» de Dios, como Pablo
concluye su oración. A p 162 través de la muerte expiatoria de Jesucristo, Dios nos ha perdonado y
redimido (1:14) y, en consecuencia, nos ha liberado de las garras del maligno y nos ha llevado a la
jurisdicción del reino eterno (1:13). Así, el apóstol prepara el camino para lo que será el primer
gran tema de su epístola: la persona de Jesucristo y su obra salvadora (1:15–23). Los versículos 13 y
14 llevan a su conclusión la intercesión, pero también constituyen un breve resumen del tema de la
reconciliación en Cristo que Pablo está a punto de exponer con más detalle (1:20–23).

7 Ver, por ejemplo, Romanos 4:3–8; 2 Corintios 5:18–21.

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p 163 CAPÍTULO 11

¿QUIÉN ES JESUCRISTO?
COLOSENSES 1:15a

Él es la imagen del Dios invisible, …

LA PERSONA DE NUESTRO SALVADOR (1:15)


Llegamos ahora a uno de los textos más sublimes de la Biblia (1:15–20), texto que resume y
exalta la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo. La intercesión del apóstol (1:3–14) ha
llegado a su fin. 1 Su oración ha acabado con claras referencias a Jesucristo como el medio
empleado por el Padre para llevar a cabo nuestra «capacitación» (1:12) y hacernos aptos para vivir
en el reino eterno. Mediante la redención y el perdón logrados por Cristo en la cruz (1:14), Dios nos
ha librado de la tiranía de Satanás y nos ha colocado bajo el gobierno de su amado Hijo (1:13).
¿Pero quién, exactamente, es Jesucristo? ¿Qué lugar ocupa en la jerarquía universal? Si esto no
lo tenemos claro, nos resultará diǐcil comprender la naturaleza total y completa de la salvación
que es nuestra en él. Si no entendemos bien su persona, p 164 no alcanzaremos a entender su obra.
Caeremos en la misma clase de errores que los falsos maestros de Colosas.2
Sin duda, fue para contrarrestar las doctrinas de esos falsos maestros por lo que Pablo decidió
dedicar estos hermosos versículos a ensalzar la persona de Jesucristo. Es probable que los maestros
no negaran la importancia de Jesucristo. Sencillamente, le incorporaban dentro sus propios
esquemas cósmicos, concediéndole gran prestigio, pero negándole la soberanía absoluta. Para
ellos, Cristo era un señor, pero no era el Señor. Le daban prominencia, pero no preeminencia.3 Pablo,
pues, se ve en la necesidad de afirmar su absoluta autoridad en todos los órdenes de la vida.
En otras palabras, ¿qué quiere decir Pablo cuando afirma que el Padre ha trasladado a los
colosenses al reino de Cristo? ¿Se encuentran ahora en una de las muchas esferas de autoridad
espiritual postuladas por los falsos maestros? ¿Necesitan ahora avanzar a otras esferas superiores
gracias a las prácticas rituales y enseñanzas esotéricas de aquéllos? De ninguna manera. En Cristo
ya han llegado a la esfera más alta: han sido hechos santos en luz (1:12); no son ciudadanos de un
pequeño territorio dominado por algún ser angelical, sino del reino eterno del mismo Hijo de Dios
(1:13). En Cristo, la salvación es completa. Por supuesto, tienen que avanzar, crecer y profundizar
en aquello que ya han recibido, pero no hay ninguna enseñanza nueva que necesiten descubrir,

1 Como ya hemos dicho al comentar el 1:13–14, no es fácil establecer dónde acaba la intercesión de Pablo y
dónde comienza su exposición doctrinal. Una cosa lleva sin fisuras a la otra. De hecho, en el texto original, el
versículo 15 empieza con un pronombre relativo (el cual) que indica claramente la continuidad del
pensamiento de Pablo. El apóstol procede del hecho de la redención a la gloria del Redentor (Carson, pág. 42).
2 Afirma Nielson, pág. 398: Éste es el campo de batalla de la teología del Nuevo Testamento: la persona, posición,

poder, preeminencia y propósito de Cristo.


3 Wiersbe, pág. 41.

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ningún rito nuevo que necesiten practicar. Son completos en Cristo. Y es así porque Cristo no es
un ser inferior, sino aquel que ostenta en todo la preeminencia.
Así pues, la comprensión de nuestra gloriosa posición ante Dios depende de nuestro adecuado
conocimiento de la voluntad de Dios en el evangelio; y nuestra comprensión del evangelio depende
de una definición correcta de la persona que ocupa p 165 el centro de su mensaje: el Señor
Jesucristo. De ahí que Pablo proceda ahora a hablar de él.

CUESTIONES ESTRUCTURALES (1:15–20)


La sección de la epístola que estamos a punto de estudiar es notable no solamente por ser uno
de los textos cristológicos más sublimes de la Biblia, sino también por su elaborada estructura
literaria. El lenguaje es intenso, exaltado, casi poético. 4 Tanto es así que muchos opinan que se
trata no de un texto redactado por el propio Pablo, sino de un himno de la iglesia primitiva (u otro
texto litúrgico similar) incorporado por él en su carta. De hecho, diversos autores han elaborado
teorías al respecto cuya complejidad se sale del marco de un comentario como éste.5 Pero, con
todo, podemos afirmar dos cosas incuestionables: no hay nada en este texto que Pablo no pudiera
haber escrito; y, aun en el caso de haber tomado prestado un himno compuesto por otros, el
apóstol lo hace suyo. Por tanto, de una manera u otra, tanto directa como indirectamente, hemos
de reconocer que estos versículos proceden de la pluma del apóstol.
En cuanto a la forma literaria de este texto, vemos enseguida que se compone de dos estrofas
bien diferenciadas. La primera (1:15–18a) versa mayormente sobre la preeminencia de Cristo en la
creación; la segunda (1:18b–20), sobre su preeminencia en la redención. No sólo eso, sino que las
dos estrofas p 166 siguen una misma estructura literaria, de forma que existe un notable
paralelismo entre ellas. Podemos observarlo colocando el texto en dos columnas:6

15 El cual es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creación;

16 Pues en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya
sean tronos o dominios o principados o potestades; todas las cosas mediante él y para él han sido creadas;

17 Y él es antes de todas las cosas y todas las cosas en él mantienen su consistencia;

18a Y él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia.

18b El cual es el principio, primogénito de entre los muertos, para ser en todas las cosas el que ocupa el

4 Son varios los comentaristas que señalan que la gloriosa cristología de este texto y el lenguaje poético
empleado por Pablo se parecen a lo que encontramos en el prólogo del Evangelio de Juan. Por ejemplo, Staab,
pág. 117: Es sorprendente la estrecha relación que se observa entre esta doctrina del apóstol y el prólogo de san Juan;
sólo falta el término «logos». Cf. Gutiérrez, pág. 820.
5 Por ejemplo, Hendriksen (págs. 82–85) enumera y da una evaluación crítica de diez de estas teorías. Él

mismo aboga a favor de la idea de que se trata de un himno de la Iglesia (cf. Harrison, pág. 28; Songer, pág.
35).
6 En el texto transcrito a continuación sigo de cerca la traducción literal de Lacueva, pág. 791.

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primer lugar;

19 Pues en él tuvo [Dios] a bien que toda la plenitud habitase;

20 Y mediante él reconciliar todas las cosas consigo, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz,
mediante él, ya sean las cosas de sobre la tierra, ya sean las en los cielos.

Enseguida observamos varias cosas.7 Cada estrofa empieza con las palabras el cual es y sigue
afirmando que Cristo es el primogénito (en la primera estrofa, lo es con respecto a la creación; en la
segunda, con respecto a la redención). A continuación p 167 viene una mayor explicación de las
palabras iniciales, introducida en cada caso por las palabras pues en él. En el resto de cada estrofa
hay más divergencia, pues se trata de dos temas diferentes. Aun así, es de observar la frecuente
repetición de la frase todas las cosas (cuatro veces en la primera estrofa; dos veces en la segunda), la
mención en ambas estrofas de las cosas en los cielos y sobre la tierra, y el hecho de que tanto la
creación como la redención fueron realizadas mediante él (1:16, 20). Es decir, aun tratándose de dos
temas diferenciados, Pablo emplea el mismo vocabulario hasta donde sea posible. Así pues,
tenemos aquí un paralelismo definido de idea y forma: la gloria de Cristo en la creación es igualada por
su majestad en la redención.8

JESUCRISTO, SEÑOR DE LA CREACIÓN Y DE LA IGLESIA (1:15–20)


Antes de entrar en detalle en las frases que configuran esta sección, detengámonos un
momento para considerar algunas de las implicaciones generales de este texto. Pablo afirma con
toda contundencia que Jesucristo es el Señor incuestionable del universo y de la iglesia, autor tanto
de la creación como de la redención, cabeza tanto de la jerarquía universal (todas las cosas que están
en los cielos y sobre la tierra) como del pueblo de Dios. ¿Qué importancia tiene todo esto?

• Significa que, a sólo treinta años después de la muerte de Jesús, la iglesia apostólica proclamaba
lo que Pedro había proclamado desde el primer día (Hechos 2:32–36): que Jesús de Nazaret
había sido exaltado a la diestra de Dios como Señor y Mesías, Rey legítimo del universo entero
y p 168 amada Cabeza de la Iglesia. A pesar de haber sufrido una muerte vergonzosa, recibía
ahora honores divinos. Y eso no porque la Iglesia, decepcionada y desolada por la muerte de su
líder, se hubiera inventado una nueva cristología retrospectiva y hubiera dado una lectura
sesgada e interesada a la triste realidad histórica, sino porque, desde el principio, la Iglesia
entendía que la persona y obra de Jesucristo estaban en perfecta consonancia con lo que Dios
había anunciado de antemano por medio de los profetas y con lo que él mismo había
proclamado y demostrado desde el cielo.
• No es cuestión de ver en el testimonio del Nuevo Testamento una tergiversación de la historia.
Al contrario, la transfiguración, la resurrección y la ascensión de Jesús son hechos históricos

7 Hendriksen, pág. 81, señala acertadamente que, en cuanto a su contenido, el 1:18a pertenece más bien a la
segunda estrofa. Sin embargo, se mantiene mejor la estructura literaria colocándolo al final de la primera.
8 Hendriksen, pág. 82.

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testificados por los apóstoles, hechos que demuestran que él es verdaderamente el amado Hijo
de Dios (Romanos 1:4; 1 Corintios 15:12–20; 2 Pedro 1:16–18). La cristología del Nuevo
Testamento no es un parche, bienintencionado pero equivocado, colocado por la Iglesia sobre
el fracaso y las carencias del Jesús histórico, y del cual debemos desembarazarnos si queremos
ser fieles a la verdad; al contrario, deriva directamente de los mismos hechos históricos y fue
asumida desde el principio por testigos oculares y sus seguidores. Más bien es la cristología de
ciertos teólogos contemporáneos la que no puede sostenerse a la luz de los eventos históricos:
constituye un intento, equivocado y quizás malintencionado, de disminuir la gloria del Jesús
histórico, quitarle los honores divinos que se merece y reducirle a la posición de un líder
religioso entre muchos, un hombre prominente pero no preeminente. Siguen el mismo
camino reduccionista de los gnósticos de Colosas. Contra los tales, precisamente, se dirige el
presente escrito del apóstol.
• Puesto que Jesucristo es Señor tanto del mundo material como del espiritual y tanto de la vieja
creación como de la p 169 nueva, puede poner a disposición de su reino eterno todos los
recursos del universo entero. El Buen Pastor que llama por su nombre a cada una de sus ovejas
(Juan 10:3) reconoce también y guía la estrella más lejana. No solamente dirige el desarrollo de
la iglesia, sino que lleva en sus manos las riendas de la historia universal y las fuerzas de la
naturaleza.9 El creyente debe saber, pues, que Jesucristo manda no sólo en las áreas espirituales
de su vida, sino en absolutamente todas las áreas. Él es poderoso no sólo para guardarnos de
cara al futuro y al más allá, sino en medio de nuestras circunstancias presentes.
• De esto derivan otras muchas bendiciones. Puesto que Jesucristo es Señor de todo, no hay nada
que pueda separarnos de su amor (Romanos 8:35–39). Al contrario, él es poderoso para obrar
todas las cosas para nuestro bien (Romanos 8:28). No sólo es capaz de concedernos todas las
peticiones morales y espirituales mencionadas por Pablo en su oración (1:9–14) —pleno
conocimiento de la voluntad de Dios, toda sabiduría y todo entendimiento, crecimiento en toda
buena obra, toda fuerza espiritual en el hombre interior a fin de capacitarnos para perseverar
en el camino con toda paciencia—, sino que puede concedernos también todos los recursos
materiales que necesitamos a lo largo de nuestro peregrinaje terrenal.

LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE (1:15)


Así pues, en este texto, el apóstol quiere que veamos la absoluta primacía de Jesucristo en todas
las esferas de la vida y, p 170 como consecuencia, la total eficacia de la salvación que nos
proporciona. Él es Señor en los cielos y en la tierra. Él es principio y cabeza de la creación natural y
de la nueva creación.
Para comenzar su definición de la persona de Jesucristo, Pablo emplea dos frases que nos
hablan, respectivamente, de su lugar preeminente en relación con Dios y con el universo: él es (1) la

9 Puntualiza Hendriksen, pág. 86: Las así llamadas «leyes de la naturaleza» no tienen una existencia
independiente. Son la expresión de su voluntad. Y es posible hablar de leyes porque él se deleita en el orden y no en la
confusión.

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imagen del Dios invisible y (2) el primogénito de toda creación. El apóstol elige sus palabras con sumo
cuidado y total exactitud. Para entender bien a la persona de nuestro Señor Jesucristo, necesitamos
prestar mucha atención a estas frases y a las resonancias bíblicas que contienen.
La primera de ellas —la imagen del Dios invisible (cf. 2 Corintios 4:4)—, además de ser una frase
conscientemente contradictoria (normalmente, lo invisible no tiene imagen), nos invita a toda una
serie de reflexiones:

La perfecta «imagen»
En primer lugar, parece que Pablo, al emplear estas frases, esté contestando a los herejes en sus
propios términos. Ellos decían probablemente que, si bien Jesucristo era un mediador válido entre
Dios y los hombres, sólo era uno entre muchos intermediarios; y que, si bien reflejaba algo de la
verdad y la gloria divinas, su revelación de Dios sólo era parcial.
Tanto en el mundo hebreo como en el mundo helénico, se utilizaba la palabra «imagen» (en
griego, eikón) con altas connotaciones filosóficas. El Dios trascendente, inalcanzable por el ser
humano, sólo podía ser conocido a través de su «palabra» (logos) o de su «imagen» (eikón). Lo
importante era determinar cuál era la verdadera imagen y palabra de Dios. Sin duda, por eso
mismo, Juan presenta a Jesucristo como el verdadero Logos de Dios (Juan 1:1) y Pablo le presenta
aquí como el Eikón de Dios. En diferentes escuelas de pensamiento se debatía cuál era el medio a
través del cual el ser humano podía alcanzar las sublimes alturas de Dios: la sabiduría, la razón, la
mente, la palabra …10 Pero todos estos sistemas eran caminos esotéricos de p 171 especulación
humana, abiertos para los intelectuales, pero fuera del alcance de la gente común:

Es como si Pablo les dijera a los griegos: «Los últimos seiscientos años habéis estado soñando
y pensando y escribiendo acerca de la Razón, la Mente, la Palabra, el Logos de Dios; ese Logos ha
venido en Jesucristo para que le podamos ver claramente. Vuestros sueños y vuestras filosoǐas se
han cumplido en Jesucristo.» 11

En otras palabras, el «eikón» que el hombre necesita para poder ver a Dios no es un sistema de
filosoǐa humana. Los herejes ofrecían caminos de conocimiento teórico, pero no conocían a Dios,
porque él sólo se da a conocer en Cristo.

El primer Adán y el postrer Adán


Pero, si bien puede ser importante entender el trasfondo filosófico de nuestra frase, aún más
importante es comprender que el lenguaje de Pablo es eminentemente bíblico. Sus palabras nos
recuerdan enseguida la narración bíblica acerca de la creación del ser humano. Según Génesis 1:27,
el hombre fue creado por Dios «a imagen suya, a imagen de Dios». Además, el texto de Génesis
procede inmediatamente a hablar del señorío del hombre sobre el mundo creado. Nuestro texto,
igualmente, habla acerca de la imagen de Dios y el señorío sobre la creación. Es diǐcil imaginar
que Pablo no fuera consciente de esta similitud de lenguaje. Más bien, con esta frase nos invita a

10 Ver Barclay, págs. 146–149.


11 Barclay, pág. 147.

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reflexionar sobre dónde vemos la perfecta imagen de Dios y el perfecto señorío sobre la naturaleza.
No en Adán y sus descendientes, sino en el postrer Adán, nuestro Señor Jesucristo. Éste, no aquel
primer hombre, es la verdadera imagen del Dios invisible, dueño y heredero de la creación.
p 172 La imagen de Dios en el primer Adán sólo era un «pequeño reflejo» de Dios aun antes de
la caída, y luego quedó distorsionada por el pecado. Era necesario que viniese un «segundo
hombre», un nuevo cabeza de raza, el postrer Adán, que llevase perfectamente aquella imagen
perdida.12
A aquel primer Adán, Dios le concedió la mayordomía sobre la creación, para ejercer un sabio
dominio sobre ella (Génesis 1:28–30). Sin embargo, a partir de la caída, el dominio humano sobre
la naturaleza se desvirtuó también. En vez de cuidarla bien, el hombre la sometió a sus intereses
egocéntricos y cometió toda clase de atropello contra ella. Hizo falta que viniera un segundo
hombre para restaurar todas las cosas. El cumplimiento perfecto de los propósitos de Dios en la
creación se llevará a cabo no gracias a Adán y sus descendientes, sino bajo el señorío de Jesucristo
(Hebreos 2:5–9).
Sin embargo, no debemos pensar que Jesucristo es sólo la imagen de Dios en el mismo sentido
que lo fue Adán. Si bien es cierto que hay una notable similitud de lenguaje entre Génesis 1 y
nuestro texto, también lo es que Pablo mismo está a punto de indicar grandes diferencias entre
Adán y Cristo. Adán fue una parte de la creación; en cambio, Cristo es el Creador (1:16). Adán
empezó a existir cuando fue creado; pero el Hijo es antes de todas las cosas (1:17) y tiene una
«preexistencia». De él se puede decir: Antes que Adán naciera, yo soy (cf. Juan 8:58). Adán fue creado
conforme a la imagen de Dios (Génesis 1:27); Cristo es aquella imagen. Si Cristo es el Creador y
existía desde la eternidad, no puede ser considerado una criatura, sino Dios mismo. En él reside
toda la plenitud de la Deidad (2:9). Y puesto que Cristo es divino, en su caso la imagen no es un
pálido reflejo de la gloria de Dios, como en el caso de Adán, sino el pleno resplandor de p 173 su
gloria (Hebreos 1:3). Adán es como la luz de la luna; Cristo, como la luz del sol.

El que hace visible al Invisible


Pero la idea más esencial de «imagen» tiene que ver con la comunicación. La imagen de un
objeto hace que el objeto sea visible y cognoscible para los demás. Sin imagen, las cosas son
invisibles.
Jesucristo no sólo es divino; es «Dios manifestado» o «Dios revelado». Por eso, Juan le llama «el
Verbo». Él es Dios comunicándose con los hombres. Pero su comunicación consiste no sólo en
palabras, sino en sus acciones y su persona. Todo él es Dios hablando. Todo él manifiesta a Dios. Él
es el Logos, la comunicación audible de Dios; pero también es el Eikón, su comunicación visible. El
Verbo de vida puede ser visto, contemplado, palpado y oído (1 Juan 1:1–3). En todo lo que dice, hace
y es, Jesucristo comunica a Dios, le revela, le manifiesta (Juan 17:6): El Verbo se hizo carne, y habitó
entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad …

12Puntualiza Carson, pág. 42: Es cierto que la frase «la imagen de Dios» no conlleva necesariamente la idea de la
perfección, pues se aplica al ser humano en 1 Corintios 11:7. Pero aquí se debe interpretar sobre la base de todo el
contexto en el cual el carácter único de la revelación de Dios por medio del Hijo se expone clara y plenamente.

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Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer (Juan
1:14, 18; cf. también Juan 1:1; 10:30, 38; 14:9). Por eso también, el autor de la Epístola a los Hebreos
puntualiza que, mientras que Dios hablaba antiguamente en los profetas, ahora nos ha hablado en
Hijo. (Hebreos 1:1–2, traducción literal). Los profetas eran portavoces de Dios, pero Jesucristo es
más que un portavoz: la omisión del artículo sugiere que él es el mismo lenguaje de Dios. Nosotros
hablamos en castellano; Dios habla «en Hijo».
Por eso mismo (porque Jesucristo hace visible lo invisible y audible lo inaudible; porque es el
perfecto reflejo de Dios y su infalible portavoz), el autor de Hebreos sigue llamándole el resplandor
de la gloria de Dios y la expresión exacta de su naturaleza (Hebreos 1:3). Nuevamente nos llama la
atención la exactitud del lenguaje. La «gloria» de Dios y su «naturaleza» sólo pueden ser percibidas
por el ser humano de una manera lejana y sumamente p 174 parcial, porque Dios es invisible (Juan
1:18; 1 Timoteo 1:17). Ningún hombre le ha visto ni le puede ver (1 Timoteo 6:16).13 Pero, en Cristo,
la gloria invisible de Dios —aquella gloria que, si tuviéramos ojos para verla, nos fulminaría—
viene a ser maravillosamente visible.14 La conocemos en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6).
Viéndole a él, vemos la plenitud de Dios porque él es la expresión exacta de su naturaleza.

¿Dios o la imagen de Dios?


Si este texto constituye uno de los principales pasajes bíblicos que versan sobre la divinidad de
Cristo, ¿por qué no dice sencillamente «Él es Dios», en vez de «Él es la imagen del Dios invisible»?
¿Por qué, si Jesucristo es divino, muestran los autores del Nuevo Testamento cierta reticencia en el
momento de afirmar que él es Dios? ¿Por qué prefieren acudir a fórmulas más complejas? ¿Acaso
tienen dudas al respecto?
Por supuesto que no. Lo que ocurre es que la afirmación Jesús es Dios no hace plena justicia a la
persona de nuestro Señor. Dios, por definición, es Dios, no un hombre; y Jesús es
incuestionablemente hombre. Dios es espíritu (Juan 4:24); y Jesús tenía un cuerpo. Dios es
inmortal; pero Jesús murió. Los discípulos llegaron a entender que, en presencia de Jesús, estaban
de alguna manera en presencia de Dios; pero, ante la pregunta ¿es Jesús Dios, sí o no?, sospecho
que habrían contestado: ¡Sí y no! Sí, porque sin duda alguna en él moraba toda la plenitud de la
Deidad (2:9), de manera que quien le ve a él ha visto al Padre (Juan 14:9–11). Sí, porque él es
incuestionablemente «Dios con nosotros» (Mateo 1:23). Pero, por otro lado, ¿se puede llamar
«Dios» a un ser humano? Rizando el rizo, Jesucristo no es tanto Dios como «Dios hecho hombre»,
Dios encarnado o «Dios en forma de hombre» (Filipenses 2:6–8).
Sé que las ilustraciones humanas sirven a veces para confundir más que para aclarar conceptos
y no sé si la que voy a emplear será útil o no para mis lectores, pero a mí personalmente me ha
ayudado. Se trata del cuento de hadas acerca del p 175 príncipe y la rana. ¿Lo conoces? Ya sabes:

13 Erdman, pág. 46, sugiere que el carácter «invisible» de Dios no se refiere solamente a que no sea visible al
ojo humano, sino que no se puede llegar a conocer con la sola razón, el intelecto o la imaginación; Dios no puede ser
conocido si no es en Cristo y por medio de Cristo.
14 Cf. Carson, pág. 42: Los hombres fabrican imágenes de Dios; pero, al hacerlo, desfiguran la gloria del Dios

incorruptible … Mas, en Cristo, la gloria de Dios no se desfigura, sino que se ve en toda su perfección.

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Érase una vez un príncipe apuesto y rico que tenía por delante un futuro espléndido hasta que una
malvada bruja le puso bajo un encantamiento y le transformó en una rana grotesca. La historia
sigue diciendo que la única manera de romper el encantamiento y de que la rana volviera a
convertirse en príncipe era que una hermosa princesa le besara. No me acuerdo bien del resto del
cuento, excepto que todo acabó bien, fueron felices y comieron perdices, gracias a la afortunada
intervención de una princesa besucona.
Pero la razón de referirme a esta historia es plantear unas preguntas. Cuando el príncipe dejó
de existir en forma de hombre y se halló en forma de rana, ¿seguía siendo el príncipe? ¿Y qué
porcentaje del príncipe se hallaba dentro de la rana?
En cuanto a la primera pregunta, sin duda mis lectores se dividirán en dos grupos antagónicos.
Algunos afirmarán: por supuesto, el príncipe es el príncipe aunque tenga forma de rana. Otros
contestarán indignados que una rana no es ni puede ser un príncipe. Yo, en cambio, optaré por una
decisión salomónica: Sí y no. Por un lado, el príncipe está incuestionablemente presente en la rana,
porque toda la plenitud del príncipe reside corporalmente en ella. Pero, por otro lado, puesto que
un príncipe debe ser por definición un ser humano, quizás sea mejor no seguir hablando del
«príncipe», sino del «príncipe hecho rana».
En cuanto a la segunda pregunta, creo que está claro que todo lo que era el príncipe se encuentra
ahora en la rana. Lo que se ha encarnado en ella no es sólo una «parte» del príncipe, sino todo él.
Mientras el príncipe existía en forma de rana, dejó de existir en forma humana.
Y aquí tenemos la gran diferencia entre el cuento de hadas y la historia de Cristo. El príncipe no
puede existir simultáneamente en dos formas diferentes como príncipe y como rana, porque
ambas existencias pertenecen a la misma esfera del tiempo y del espacio. Pero, en el caso de
Jesucristo, la situación es diferente. El tiempo y el espacio constituyen una esfera de existencia
completamente distinta de la esfera de la eternidad. De p 176 hecho, fueron creados desde la
eternidad. Ésta, pues, no está sujeta a ellos, sino que, de alguna manera que no nos es dado
entender, los trasciende. Así pues, cuando el Hijo toma forma humana, no es que una parte de la
Deidad venga a la tierra y otra quede en el cielo. Toda la plenitud estaba en Cristo; pero, puesto que
la eternidad no corre paralela al tiempo, esto no quiere decir que el cielo quedara vacío. Se trata de
dos esferas completamente diferentes.
Pongamos otra ilustración que nos ayude a entendernos. Pensemos en un autor de novelas. Un
buen día, decide introducirse él mismo como personaje en una de sus historias. Así, escribe página
tras página describiendo con mucho realismo su propia participación en diversos episodios de la
narración. Crea un personaje convincente. Los demás personajes de la novela conviven y se
relacionan con él y los lectores disfrutan del ingenio del autor. Ahora bien, al introducirse él
mismo en la novela, el autor no deja de existir en la vida real. Y no es cuestión de decir que el autor
del libro y el personaje de la novela existen simultáneamente. Más bien existen en dos esferas
diferentes de existencia.
¿Y si Dios, el creador y «autor» de este mundo, decide entrar él mismo como personaje en el
mundo y asumir la forma de una criatura? No quiere decir que tenga que «dejar de existir» en la
esfera eterna. De hecho, por definición, no puede dejar de existir.

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p 177Y ahora, después de todas estas ilustraciones, volvamos a la pregunta planteada por
nuestro texto. ¿Quién es Jesucristo? Sin duda, mientras estemos en esta vida, nunca podremos
sondear el misterio de la encarnación, y todo lo que nos atrevemos a decir al respecto tiene la
misma clase de limitación que cuando los personajes de una novela entran en debate acerca del
autor. Todo intento nuestro de explicar la naturaleza de Jesucristo choca con nuestra ignorancia
acerca de cómo es la eternidad. Somos criaturas del tiempo y del espacio y no conocemos otro
sistema de referencia.
Sólo podemos limitarnos a lo que Dios mismo nos revela en su Palabra y defenderlo de los que
se desvían a diestra o siniestra, poniendo en tela de juicio la autenticidad de la humanidad de
Jesucristo o negando la plenitud de su divinidad. En nuestras historias, el príncipe se convirtió
realmente en rana y el autor entró en su novela como verdadero personaje. En cierto sentido, la
rana no es el príncipe y un personaje no es el autor; pero, en otro sentido, el príncipe es la rana y el
personaje es el autor. Toda la plenitud del príncipe mora en la rana y toda la personalidad del autor
está en el personaje.
Y esto es lo que el apóstol desea comunicar a los colosenses. No se trata de una emanación que
sale de Dios y es distinta de él. Quien ve a Jesucristo ha visto a Dios. En él, el Invisible se hace
visible. El inmortal se hace mortal. El infinito se despoja a sí mismo (Filipenses 2:7) a fin de poder
ser conocido por seres finitos. El Dios lejano y trascendente se nos acerca. El eterno se hace
temporal. Se limita al tiempo y al espacio que él mismo ha creado. Pero no deja de ser quien
siempre ha sido y siempre será. De esta manera, Jesucristo viene a ser la fiel imagen y
representación de Dios que nos puede dar a conocer al Desconocido y hacer ver al Invisible. Por
eso, nadie viene al Padre sino por él (Juan 14:6).
Los colosenses, pues, deben abandonar cualquier otro mediador entre Dios y los hombres. Hay
un solo nombre dado a los hombres mediante el cual podemos ser salvos. Y es así porque p
178 Jesucristo no es un mero ángel o una emanación de Dios, sino la perfecta expresión de la
Deidad. Sólo él puede restaurar en nosotros la imagen de Dios que perdimos en la caída, porque él
es la imagen de Dios y nosotros, en él, somos transformados a aquella imagen (3:10; 2 Corintios
3:18). Sólo él puede abrirnos el camino al verdadero conocimiento de Dios: Nadie conoce al Hijo,
sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mateo
11:27).

p 179 CAPÍTULO 12

EL PRIMOGÉNITO DE TODA CREACIÓN


COLOSENSES 1:15b–16

… el primogénito de toda creación; porque en él fueron creadas todas las cosas, tanto en los

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cielos como en la tierra, visibles o invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades;
todo ha sido creado por medio de él y para él.

LA PRIMOGENITURA DE CRISTO (1:15)


Pablo acaba de establecer con la mayor exactitud posible quién es Jesucristo: él es la imagen del
Dios invisible. Ahora procede a explicar cuál es su posición en el universo y su relación con el
mundo creado: él es el primogénito de toda creación.
Parece que el propio apóstol era consciente de que esta última frase se presta a diferentes
interpretaciones, por lo cual la explica más ampliamente en los versículos 16 y 17 para que no haya
confusión alguna en cuanto a su significado.
No obstante, todavía hay personas que interpretan la frase primogénito de toda creación como si
significara que Cristo fue el primer ser creado por Dios. 1 A nuestro juicio, las frases adicionales
p 180 fueron añadidas por Pablo precisamente para descartar este malentendido.2 El creador de
todas las cosas no puede ser él mismo una criatura. Puesto que todas las cosas fueron creadas en él
(1:16), él mismo no puede ser incluido entre todas estas cosas.3 El que es antes de todas las cosas
(1:17) no puede estar él mismo sujeto al tiempo y al espacio como los seres creados. 4 Como
veremos, todo el afán del apóstol es demostrar que Jesucristo no es una mera emanación de Dios
según la enseñanza gnóstica; no es ni siquiera el más exaltado de los seres angelicales; es tan
intrínsecamente divino como el Padre, tan inextricablemente unido a él como la imagen lo es al
objeto, como el resplandor lo es a la gloria o como la palabra lo es a la persona que habla.
Entonces, ¿cómo debemos entender nuestra frase? Nuevamente, se trata de palabras escogidas
cuidadosamente por el apóstol y cuyo significado es amplio y profundo, lleno de resonancias y de
implicaciones:

Engendramiento
Notemos en primer lugar que la palabra primogénito contiene la idea de engendramiento.5 Es
decir, sugiere que entre Dios y Jesucristo existe una relación de paternidad. Pablo acaba de llamar a
Cristo su Hijo amado (1:13). Aunque, como ya hemos dicho, no tenemos derecho a afirmar que el
Hijo fue creado por el Padre, sí hay base bíblica para afirmar que fue engendrado por él. ¿Y esto qué
significa? No lo sabemos. O, mejor dicho, sólo podemos entenderlo en la medida en que Dios ha

1 Según Sturz, pág. 42, y Staab, pág. 118, existía una palabra, protoktistos, empleada frecuentemente por los
filósofos alejandrinos, que significaba «primero de la creación» o «primer ser creado». Si Pablo hubiera
deseado comunicar esta idea, habría empleado este vocablo en vez de «primogénito» (prototokos).
2 Cf. Carson, pág. 42: Según la gramática de esta frase, cabe la posibilidad de entenderla como si significara que

Cristo ocupa la cima de la creación, pero siendo él mismo un ser creado … Sin embargo, el contexto hace que esta
lectura sea imposible.
3 Cf. Guthrie (1), pág. 1144.
4 Cf. Ashby, pág. 485: Cristo está fuera de la creación, es anterior a ella, distinto de ella y soberano sobre ella, porque

ella fue creada por él e incluso para él


5 En el Credo Niceno se habla de Cristo como engendrado del Padre antes de todos los mundos.

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tenido a bien revelárnoslo por medio de ilustraciones humanas, ilustraciones que, naturalmente,
p 181 no pueden hacer justicia a las realidades eternas, sino que son pálidos reflejos temporales de
esas realidades.
Si hablamos de «Padre e Hijo» es por al menos dos razones. En primer lugar, un hijo se parece
siempre a su padre. Son de la misma especie. Un cachorro de perro es perro. Un cordero es oveja.
Un niño es, como su padre, un ser humano. Así, el Hijo es «consustancial» con el Padre. Tiene la
misma naturaleza que él.
En segundo lugar, de alguna manera, Jesucristo «procede» de Dios como un hijo procede de su
padre. Si queremos ahondar más en este concepto, sólo podremos echar mano a la clase de
ilustración que el propio Nuevo Testamento emplea: el Hijo procede del Padre como una imagen
procede de un objeto, como la palabra expresa la mente o como el resplandor sale de la gloria. Más
allá de esto no podemos ir.
¿Y en qué momento empezó el Hijo a proceder del Padre? (Con esta pregunta no estamos
contemplando el momento de la encarnación, sino al Hijo en su relación eterna con el Padre. Al ser
engendrado por el Espíritu Santo en la virgen María, Jesucristo también «salió» del Padre [ver Juan
16:28], pero eso es otra cosa.) No nos es dado entender estas cuestiones, pues pertenecen a la
eternidad, esfera que por definición no podemos entender. Pero hablar de «momentos» cuando se
trata de la eternidad es en sí una torpeza. Más bien tendríamos que decir algo así como que «el Hijo
es eternamente engendrado por el Padre». Una imagen no procede de su objeto sólo en un
momento determinado, sino que procede de él continuamente.
En el caso de la paternidad humana, el padre sólo empieza a existir como padre cuando nace su
primogénito. Un padre humano, como padre, sólo es tan «viejo» como su hijo. Así es también con
Dios. Pero, por supuesto, el padre humano ya existía como ser humano, aunque no en forma de
padre, antes del nacimiento de su primogénito. Sin embargo, no tenemos derecho a pensar que
hubo un «tiempo» en el que el Padre existía a solas y que luego vino un «momento» en que
procedió de él el Hijo. Tal idea, además de no tener en cuenta la realidad de la p 182 eternidad,
carece de apoyo bíblico y tampoco hace justicia a las ilustraciones que hemos mencionado. La
imagen de un objeto empieza a existir en el mismo instante en que empieza a existir el objeto; éste
no existe con anterioridad a la imagen. El resplandor de la gloria tiene la misma duración que la
propia gloria. El Verbo está presente cara a cara con Dios —y, de hecho, es Dios— desde el principio
(Juan 1:1). La existencia del Hijo es tan eterna como la del Padre. Es decir, siempre ha existido. No
tiene principio ni fin (Hebreos 7:3), sino que es el principio y el fin de todo lo demás (1:18;
Apocalipsis 1:8; 21:6; 22:13).
Así pues, Cristo es llamado el «primogénito» por cuanto, como Hijo, procede del Padre y, en
sentido figurado, es engendrado por él. Pero no debemos pensar tampoco que, mediante esta
palabra, Pablo quiere dar a entender que Cristo es el primero de muchos hijos de Dios engendrados
de manera similar. Es cierto que, a través de Cristo, Dios piensa llevar muchos hijos a la gloria
(Hebreos 2:10) y que éstos no son engendrados de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la
voluntad del hombre, sino de Dios (Juan 1:13). Pero el «engendramiento» de Cristo es único e
irrepetible. Por eso, allí donde Pablo habla del primogénito, el apóstol Juan habla del unigénito (Juan

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1:14, 18; 3:16).6 Dios ha engendrado espiritualmente a muchos hijos, pero hay un solo Hijo que sea
«logos y eikón» de Dios.
Si nos preguntamos, entonces, por qué Pablo utiliza la palabra primogénito, la respuesta tiene
que ver, sin duda, con otros matices importantes que esta palabra conlleva …
p 183Hijo amado
Debemos recordar que, en el Antiguo Testamento, Israel era llamado el «primogénito» de Dios.
Cuando Moisés fue enviado por Dios a anunciar la última de las plagas, tuvo que pronunciar la
siguiente sentencia: Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito. Y te he dicho: «Deja ir a mi hijo
para que me sirva», pero te has negado a dejarlo ir. He aquí, mataré a tu hijo, a tu primogénito (Éxodo
4:22–23).
Con estas palabras, Dios indica que Israel es su hijo predilecto y más favorecido, su amado, y
que tiene un puesto distintivo en sus planes y propósitos.7 Si Dios pudo hablar así con referencia a
Israel, ¡cuánto más con referencia a Jesucristo! No olvidemos que Pablo acaba de llamar a Cristo
exactamente eso: el Hijo amado de Dios (1:13).8

Supremacía
En las Escrituras existe una estrecha relación entre la primogenitura y el derecho a gobernar.
Por eso, durante la monarquía de Israel, el heredero legítimo del trono —el que estaba destinado a
reinar— era siempre el primogénito del rey. Por eso también, cuando Jacob le compró a Esaú la
primogenitura, fue en cumplimiento de lo que Dios ya había dicho a su madre Rebeca: El mayor
servirá al menor (Génesis 25:23). También Efraín es llamado «primogénito» (Jeremías 31:9) en
cumplimiento de la bendición de Jacob (Génesis 48:20), aun cuando era el menor de los hijos
gemelos de José. E, igualmente, cuando Dios llama a su Mesías mi primogénito, añade que él será el
más excelso de los reyes de la tierra (Salmo 89:27). Ser primogénito de toda la creación es ejercer el
gobierno supremo sobre ella. En otras palabras, «primogénito» es p 184 un título mesiánico (ver
Hebreos 1:6). Llamar a Cristo el «primogénito» es exaltarlo, concederle honores supremos,
reconocerlo como rey legítimo del universo, colocarlo por encima de todo el mundo creado y
establecer su soberanía y preeminencia (1:18).

Herencia
El primogénito es siempre el principal heredero. De hecho, en el pensamiento hebreo,

6 Nuevamente observamos la estrecha relación entre Juan 1, Hebreos 1 y Colosenses 1. Los tres textos emplean
un vocabulario diferente, distintivo de cada autor, pero los conceptos son los mismos: unigénito, Hijo,
primogénito; todas las cosas fueron hechas por él, en él fueron creadas todas las cosas, por medio de él, Dios hizo el
universo; él le ha dado a conocer a Dios, él es la imagen del Dios invisible, él es la expresión exacta de su naturaleza
… Según Nielson, pág. 399, «primogénito» es equivalente a «unigénito»; es un término judío que significa
«increado».
7 MacDonald, pág. 955.
8 Seguramente, cuando Hebreos 12:23 se refiere a los redimidos como «iglesia de los primogénitos», es porque

éstos son hijos amados de Dios, coherederos con el Hijo. Por cierto, este texto basta por sí solo para demostrar
que la palabra primogénito no siempre lleva el significado literal de hijo que nace primero.

Burt, David F.

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primogénito es prácticamente un sinónimo de heredero y es posible que Pablo emplee aquí la
palabra con este significado. Es de observar que el texto similar de Hebreos 1:2 reza: su Hijo, a quien
constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo también el universo. ¡Di cilmente
podemos encontrar una mejor manera de parafrasear primogénito de toda creación! Esta misma idea
volverá a aparecer al final del versículo 16: todo ha sido creado por medio de él y para él. El Hijo no
sólo es el creador, sino también el heredero.

CRISTO, CREADOR DE TODO (1:16)


Como ya hemos dicho, los versículos 16 y 17 vienen a ser una ampliación y explicación de la
última frase del 15, redondeando el concepto del Hijo como Creador y Señor del universo. La
preeminencia de Cristo por encima de toda criatura sigue siendo el tema de esta sección.
Y aquí, el apóstol amontona frases para dejar totalmente clara la idea de que no existe
absolutamente nada que no haya sido creado por Cristo y que no esté sometido finalmente a su
autoridad soberana. Veamos, pues, estas frases una por una:

En él fueron creadas todas tas cosas


La primera establece que el Hijo es creador de absolutamente todo. Como dice Juan: Todas las
cosas fueron hechas por p 185 medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho (Juan 1:3).
Tanto él como Pablo emplean a este respecto frases tan contundentes que resultan casi
redundantes. Obviamente, su afán es comunicar a sus lectores que no hay ningún ser, por muy
poderoso que sea, que se escape de la autoridad superior de Cristo.
Lo curioso de esta frase es la preposición. No dice que todas las cosas fueron creadas por medio
de él, sino en él. Por supuesto, es cierto que todo fue creado «por medio» de él, y Pablo mismo lo
dirá al final de este mismo versículo. Pero la frase en él es aún más significativa. Cristo no sólo es el
autor de la creación, sino también su sustentador y su heredero. Todo fue creado por él y para él. Él
lo gobierna y lo mantiene en pie. Él es el agente y la meta de la creación. No sólo es aquel a quien
todas las cosas deben su origen, sino también aquel que determina su fin. Las leyes, los principios y
los propósitos que gobiernan la creación brotan de él y culminan en él.9 En todos los sentidos, es
en relación con Cristo como la creación tiene su existencia. Él es su punto de referencia.10
Pero, sin duda, el énfasis de esta primera frase recae sobre la palabra todas. Cristo es el creador
no sólo del mundo material (como quizás hayan opinado los herejes), sino de todo cuanto existe.11

9 Cf. Buffard, pág. 65; Lightfoot, pág. 150.


10 Hendriksen, pág. 89. Carballosa, pág. 49, dice que la expresión «en él» … sugiere que Cristo es el Arquitecto
divino que pensó o diseñó la creación, mientras que «por medio de él» indica que es el agente inmediato de la
creación. Según Wiersbe, pág. 45, por siglos, los filósofos griegos habían enseñado que todas las cosas necesitaban
una causa primaria, una causa instrumental y una causa final. La causa primaria es el plan, la causa instrumental el
poder, y la causa final el propósito. Cuando se trata de la creación, Jesucristo es la causa primaria (él la planeó), la
causa instrumental (él la hizo) y la causa final (él la hizo para sí mismo).
11 Cf. Buffard, pág. 65: Con esta frase, Pablo combatía el error de los falsos maestros de que la materia no tenía

ninguna relación con Dios. La creación entera tuvo su origen en él.

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Y, para que no quepa la menor duda de que todas significa todas, Pablo elabora este concepto en las
frases siguientes.

Tanto en los cielos como en la tierra


p 186
En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Génesis 1:1) y lo hizo en Cristo. Vayamos a donde
vayamos en este universo, y aun, si fuera posible, fuera de él, nunca nos encontraremos en un
espacio no creado por Cristo (cf. Salmo 139:7–8). Estemos en el momento en que estemos, nunca
estaremos en un tiempo no creado por él. Cualesquiera que sean los seres que habiten los cielos o
en los lugares más oscuros de la tierra, todos fueron creados por él.

Visibles o invisibles
Lo visible se refiere seguramente al mundo material y terrenal; lo invisible, al mundo
espiritual y celestial. La absoluta universalidad de la creación de Cristo se extiende al mundo
oculto de espíritus, demonios caídos y ángeles santos. Allí también, todo lo que existe es creación
de Cristo y, por tanto, está sujeto a su autoridad.

Ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades


Con lo que acaba de decir, Pablo ha dejado fuera de toda duda que Cristo es el creador de
absolutamente todo. Pero, para que nadie pretenda que, aun después de lo dicho, podría caber
alguna excepción, el apóstol menciona por nombre las diferentes jerarquías celestiales del mundo
oculto. Todas ellas, sin excepción alguna, son creación suya.12
Enseguida se despierta nuestra curiosidad. Queremos saber más acerca de estas categorías de
seres invisibles. ¿Qué p 187 diferencia existe entre los tronos y los dominios o entre los poderes y
las autoridades? Las palabras empleadas son casi sinónimas. ¿Se trata de diferentes grados de poder
o de las diversas regiones en las que ejercen su influencia? ¿La jerarquía es ascendente o
descendente? Ante todo esto debemos extremar la precaución. Sin duda, Pablo está empleando las
categorías espirituales empleadas por los maestros heréticos. No niega la existencia de estas
categorías (cf. Efesios 1:21), aunque tampoco la afirma taxativamente. 13 Tampoco cuestiona el
poder que ejercen, para bien o para mal, en la vida de los hombres; al contrario, enseña que, en
cuanto al mal, todas estas huestes están alineadas en contra del creyente (cf. Efesios 6:12). Pero no
explica las diferencias entre estas categorías.

12 Puntualiza MacDonald, pág. 956: Los gnósticos enseñaban que había varios rangos y clases de seres espirituales
entre Dios y la materia, y que Cristo pertenecía a una de estas clases. En nuestros tiempos, los espiritistas pretenden
que Jesucristo es un ser avanzado de la sexta esfera. Los Testigos de Jehová enseñan que, antes de que nuestro Señor
entrara en el mundo, era un ángel creado, ¡nada menos que el arcángel Miguel! Aquí, Pablo refuta vigorosamente
estos absurdos conceptos declarando de la forma más clara posible que el Señor Jesucristo es el Creador de los ángeles
y de todos los seres invisibles. Cf. Barclay, pág. 150: Es como si Pablo dijera a los gnósticos: «En vuestro
pensamiento, dais una gran importancia a los ángeles. Contáis a Jesucristo meramente como uno de ellos. Lejos de
eso, él fue quien los creó.»
13 Cf. Erdman, pág. 48: Pablo no se detiene a inquirir en la parte de verdad que puede haber en estas especulaciones

acerca de seres celestiales. Afirma en forma marcada y enfática que todas las potestades, los principados y los seres
del universo, de cualquier índole o clase que sean, son inferiores a Cristo y están sometidos a él.

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Se ha sugerido que los «tronos» son aquellos espíritus (es decir, los serafines y querubines;
Isaías 6:2–3; Apocalipsis 4:6) que ministran en torno al trono de Dios14; que los dominios son seres
que ocupan el espacio intermedio entre los cielos y la tierra; que los poderes (o principados)
ejercen su influencia sobre países enteros (ver Daniel 10:13, 20–21); y que las autoridades son
espíritus territoriales más localizados. Todo esto resulta interesante, pero no entra dentro de la
revelación clara de la Palabra de Dios. No debe ser tratado con desprecio, pero sí con cierta reserva.
Lo claro es que Pablo quiere que entendamos que ninguno de estos seres ocultos tiene poder
aparte de Cristo. A fin de cuentas, todos están sujetos a él porque todos son creación suya.15

Todo ha sido creado por medio de él y para él


p 188
La primera parte de esta frase viene a ser un resumen de lo visto hasta aquí. Lo verdaderamente
novedoso se encuentra en la segunda parte: y para él. Cristo no sólo es el alfa de la creación, sino
también su omega: el principio y el fin, el origen y la meta. La creación no sólo es obra suya, sino
que existe para su gloria y constituye su herencia. Aun los poderes maléficos están bajo su control
y sirven a sus propósitos eternos.

Todo lo dicho tiene grandes implicaciones para la salvación y para la vida de fe. Los ángeles
caídos quieren desviar hacia sí mismos la adoración que sólo se le debe a Dios. Con este fin, quieren
hacerse pasar por otros tantos mediadores entre Dios y los hombres. Pero, aparte del Padre, el
único que se merece nuestra adoración es Dios-hecho-hombre, Jesucristo, y fuera de él no hay
salvación posible. 16
En resumidas cuentas, pues, de él, por él y para él son todas las cosas; a él sea la gloria para siempre.
Amén (Romanos 11:36).

p 189 CAPÍTULO 13

EL HIJO ETERNO
COLOSENSES 1:17

14 Ver Abbo , pág. 216; Lightfoot, pág. 154.


15 Cf. Hendriksen, pág. 90: Los ángeles no tienen ningún poder aparte de Cristo. De hecho, separados de él ni
siquiera podrían existir. No son más que criaturas. En y por sí mismos, nuda pueden contribuir a la salvación o
perfección de los colosenses … Los ángeles buenos nada pueden añadir a la plenitud y los recursos que los creyentes
tienen en Cristo. Los ángeles malos no pueden separarlos de su amor (Romanos 8:35–39).
16 Cf. Hendriksen, pág. 89: No hay razón justificada para confiar en, buscar la ayuda de, o adorar a cualquier

criatura, aunque esta criatura sea un ángel; no importa cuán exaltados sean los ángeles, ellos también son criaturas
y, como tales, están sujetos a Cristo.

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Y él es antes de todas las cosas, y en él todas las cosas permanecen.

LA PREEXISTENCIA DEL HIJO (1:17)


Los seres humanos empezamos a existir cuando nacemos o, más exactamente, cuando somos
engendrados. No existe base bíblica alguna para sostener lo que afirman algunas religiones
orientales: que todos tuvimos otras existencias anteriores en otras formas y volveremos a tener
otras existencias después de morir. La Biblia repudia toda noción de reencarnación y, en cambio,
afirma que está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio (Hebreos
9:27). Sólo vivimos una vez.
Igualmente, Jesucristo, en cuanto ser humano, empezó a existir cuando nació de la descendencia
de David según la carne (Romanos 1:3): fue engendrado en la virgen María por obra del Espíritu
Santo y vio la luz por primera vez en un establo. Pero, ahora, Pablo dice algo asombroso acerca de
él: él mismo es antes de todas las cosas.1 Él, a diferencia de los demás seres humanos, tiene existencia
previa. Su «historia» no comenzó en Nazaret ni p 190 en Belén. Se remonta a la eternidad. Es el ser
más «viejo» del universo.
Naturalmente, si todo ha sido creado por medio de él (1:16), él mismo tiene que haber existido
antes de todas las cosas (1:17). La doctrina de la preexistencia de Cristo está firmemente asentada a
lo largo del Nuevo Testamento. Antes de existir «en forma de hombre», ya existía «en forma de
Dios» (Filipenses 2:6–8). Él es el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin
(Apocalipsis 22:13). Jamás hubo un tiempo en el que él no existiera.2
Y esta doctrina no fue inventada por los autores del Nuevo Testamento, sino que tiene su origen
en las profecías del Antiguo Testamento y fue afirmada por el propio Jesucristo. Por ejemplo, ya a
través del profeta Ezequiel, Dios había dicho: He aquí, yo mismo buscaré mis ovejas y velaré por ellas
… Yo apacentaré mis ovejas y las llevaré a reposar (Ezequiel 34:11–15). Es decir, a la luz del penoso
pastoreo ejercido por los líderes religiosos de Israel, Dios mismo vendrá a pastorear a su pueblo en
persona. El Mesías que viene no es otro sino el Dios que siempre ha existido, el «Dios
eterno» (Isaías 9:6).
Como consecuencia, Jesucristo mismo, consciente de su propia preexistencia, pudo afirmar: En
verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy (Juan 8:58).3 En su oración sacerdotal
pidió al Padre: Y ahora, gloriǐcame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el

1 En el texto griego, el pronombre «él» es enfático y debe ser traducido como «él mismo», en contraste con las
cosas creadas. Ver Abbo , pág. 217.
2 Hendriksen, pág. 91.
3 O, más literalmente, antes que Abraham viniera a ser, yo soy. Hubo un tiempo en que el patriarca no existía; él

tuvo que «llegar a ser»; pero Jesucristo, sencillamente, «es». El uso del tiempo presente, tanto en Juan 8:58
(que no reza: Antes que Abraham naciera, yo fui) como en Colosenses 1:17, sugiere no sólo la preexistencia de
Cristo, sino también su eterna permanencia (su existencia absoluta, en palabras de Lightfoot, pág. 155). Nos
recuerda enseguida el «Yo soy» de Éxodo 3:14 (ver también Juan 8:24, 28, 13:19). Cf. MacDonald, pág. 956: El
tiempo presente se emplea frecuentemente en la Biblia para describir la «atemporalidad» de la Deidad.

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mundo existiera (Juan 17:5).
De hecho, la preexistencia de Cristo constituye una de las mayores evidencias de la magnitud
de la gracia de Dios. Si él no p 191 fuera más que un ser humano sin existencia previa, podríamos
suponer que fue creado expresamente por Dios con el fin de expiar nuestros pecados y llevar a cabo
nuestra redención; pero esto nos llevaría a cuestionar la justicia de un juez que carga sobre una
víctima inocente la culpa de otros y la condena y castiga a causa de pecados ajenos. Pero,
precisamente porque quien paga el precio es el mismo juez, Dios eterno hecho hombre, la lógica de
nuestros pobres razonamientos humanos se pierde y se confunde. En su lugar, despierta en
nosotros el asombro y la más profunda gratitud: Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo,
que siendo rico —en su gloriosa preexistencia—, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre —al
encarnarse—, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos (2 Corintios 8:9).
Y, puesto que Jesucristo está «antes de todas las cosas» en el tiempo y en su preexistencia
eterna, también lo está en su preeminencia y señorío. La «prioridad» conduce a la primacía.4 El
que es antes de todas las cosas y creador de todo se merece la adoración de todos aquellos que le
deben a él su existencia. En realidad, los creyentes le adoramos por dos motivos que reflejan las
dos estrofas de esta sección de Colosenses: por un lado, le rendimos adoración porque él es nuestro
creador (1:15–17); por otro, porque es nuestro redentor (1:18–20):

Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú creaste
todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Apocalipsis 4:11).

Digno eres … porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda
tribu, lengua, pueblo y nación (Apocalipsis 5:9).

p 192 CRISTO EL SUSTENTADOR (1:17)


La última frase de esta primera estrofa del himno —y en él todas las cosas permanecen— no es
fácil de traducir e interpretar.5 En diferentes versiones de la Biblia, esta frase reza: en él todas las
cosas subsisten, permanecen, continúan existiendo, encuentran su cohesión, continúan juntas, tienen su
consistencia, se mantienen en orden, forman un todo coherente, se mantienen unidas … La diversidad
de traducciones se debe a que se trata de una frase que contiene dos ideas esenciales: por un lado, la
de cohesión, unidad, propósito y razón de ser; por otro, la de permanencia, continuidad y
mantenimiento.
Ya hemos hablado de Cristo como el alfa y la omega de la creación, el que le da origen y le pone
fin. ¿Pero qué pasa en el espacio intermedio entre el principio y el fin? ¿Acaso ha puesto Cristo en
marcha la creación para luego dejarla a su suerte? En absoluto. Él no es solamente el creador que

4 Cf. Carballosa, pág. 49: Cristo antecede a todo lo creado en cuanto a tiempo y rango.
5Notemos que, una vez más, el texto dice «en él», no «por él». El mantenimiento del universo no sólo es obra
suya, sino que tiene todo su propósito y punto de cohesión en él. Cf. H. C. G. Moule, pág. 38: Él es no sólo la
causa inicial de todas las cosas; él es para siempre su vínculo, su orden, su ley, el secreto último que hace que todo el
universo, visible e invisible, sea un cosmos, no un caos.

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empieza todo. No sólo es quien determina los límites de su duración. Mientras tanto, en el espacio
intermedio, él es quien determina el desarrollo de todo y quien mantiene en funcionamiento el
universo.
Sin duda, la idea general de esta frase es aproximadamente la que encontramos en el texto
similar de Hebreos 1:3: el Hijo sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. O sea, los principios
que gobiernan el universo y permiten que éste se mantenga en funcionamiento no son unas leyes
impersonales determinadas por el azar, sino que proceden de la poderosa palabra y la suprema
autoridad de nuestro Señor Jesucristo. Sin él, todo se derrumbaría. Él es la fuerza de atracción que lo
mantiene todo en unión y armonía.6
p 193 ¿Y con qué finalidad sostiene Cristo el universo? ¿Cuál es la meta detrás de sus gestiones
soberanas de mantenimiento? Sencillamente ésta: efectuar la reconciliación y la unidad de todas
las cosas (Efesios 1:9–10), poner fin a las enemistades y los conflictos que son fruto del mal,
deshacer las obras nocivas del diablo (1 Juan 3:8) y traer paz y armonía en lugar de conflicto y
discordia (Efesios 2:13–18).
¡Qué importante es esto! Al mirar a nuestro alrededor observamos enseguida dos cosas casi
contradictorias: por un lado, vemos que, en el mundo natural y en el mundo de los hombres, todo
parece tambalearse, degenerar, envejecer y, finalmente, morir; por otro, vemos que el mecanismo
de la naturaleza es inmensamente complejo, que todos los seres vivimos en una intrincada
interdependencia los unos de los otros y que el universo se mantiene en pie gracias a poderosos
principios de cohesión, consistencia y orden. ¿Cómo explicar esta ambivalencia? ¿Cómo explicar
que, a la vez, el universo participa de principios destructivos y de principios conservativos?
Estamos acostumbrados a reconocer que el elemento de corrupción o de «vanidad» que vemos en
la naturaleza es consecuencia del pecado humano y de los estragos del usurpador. Sin embargo,
necesitamos ver también que más allá de la responsabilidad humana y la maldad diabólica está la
soberanía de aquel que sometió la creación a vanidad, pero que lo sometió también en esperanza
(Romanos 8:20–21). Y este alguien no es otro que el que sostiene todas las cosas: nuestro Señor
Jesucristo. En este momento, su intención no es acabar con la usurpación diabólica (porque, en
cuanto acabe con ella, acabará también con todos los que están bajo el poder del diablo). Más bien
está reteniendo el día del juicio a fin de extender el día de la gracia y de la salvación (2 Pedro 3:9).
Pero, mientras tanto, no ha abandonado el universo totalmente a la fuerza destructora de Satanás,
sino que frena sus intenciones perversas (¡a fin de cuentas, Satanás no es más que una creación
suya, un títere en sus manos!; 1:16) y él mismo garantiza el mantenimiento y la coherencia del
universo.
p 194 Ésta es la razón por la que, a pesar del desorden y de las fuerzas catastróficas que se
manifiestan periódicamente en la naturaleza, podemos decir que hay unidad y propósito en la
naturaleza y en la historia; el mundo no es un caos, sino un «cosmos», es decir, un todo armoniosamente
organizado; es un universo ordenado, un «sistema».7 Más allá de la superficie de la vida, caracterizada

6 Buffard, pág. 68.


7 Hendriksen, pág. 91. El mismo autor pone abundantes ejemplos, procedentes tanto de la naturaleza como de

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por muchos desconciertos, aflicciones y síntomas de corrupción y degeneración, la mano del
Señor sigue sujetando las riendas de la creación y de la historia y conduciéndolo todo a su
culminación, dándole a todo propósito y dirección.
Y, en medio de la aparente confusión y el definitivo propósito final del universo, debemos
colocar nuestra propia existencia y razón de ser. Podemos confiar plenamente en el Señor que nos
sostiene. Si concede dirección al mundo entero, ¿acaso no será capaz de proporcionarnos
dirección, significado y propósito a nosotros? Si él es el punto de referencia de toda la creación y el
que obra para mantener su cohesión y unidad (en contraste con las fuerzas destructivas y
disgregantes del diablo), ¿no sabrá proporcionarnos unidad a nosotros también, reconciliándonos
con Dios, con nuestro prójimo y con nosotros mismos, forjando relaciones de amor y comunión
donde antes sólo existían la suspicacia y la rivalidad?8
Es cierto que muchas cosas que pasan en el mundo dejan perplejo al creyente. No nos es dado
entender todos los detalles de la actuación soberana de nuestro Señor. Pero, con los ojos de la fe,
vemos a Jesús, coronado de gloria y honor, sosteniendo todas las cosas por su palabra poderosa
(Hebreos 2:9; 1:3).

Y así termina la primera estrofa de nuestro himno. ¡Qué maravilla! Hemos contemplado
p 195
a aquel que nació indefenso, como niño humano, como lo que realmente es desde la eternidad:
Dios hecho hombre, el Cristo soberano que, aunque empezó su existencia humana al nacer en
Belén, tuvo una «preexistencia» en forma de Dios eterno; el que no fue creado, sino que es
engendrado eternamente por él; el que dio principio al universo y es creador y sustentador de
absolutamente todo lo que existe.
Y ésta sólo ha sido la primera estrofa. Nos queda aún una segunda. Versará sobre Cristo como
principio, origen, sustento y meta final de la nueva creación. En ella contemplaremos a Cristo
como Señor de la Iglesia.

p 197 CAPÍTULO 14

CABEZA DE LA IGLESIA
COLOSENSES 1:18

Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia; y él es el principio, el primogénito de entre


los muertos, a fin de que él tenga en todo la primacía.

la historia, de cómo vemos orden y propósito en el universo a pesar de su aparente confusión.


8 Cf. Buffard, pág. 68: Cuando no damos al Señor el lugar que le corresponde, todo es desorden y confusión; pero

cuando Cristo reina como monarca absoluto, entonces todo está en perfecta armonía.

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CUERPO Y CABEZA (1:18)
Empieza la segunda estrofa del himno, la que versa sobre la relación entre Cristo y la nueva
creación. En ella, vemos a nuestro Señor no ya como el Creador que diseña, forma y sostiene la
naturaleza, sino como el Salvador que muere, resucita y vive para cuidar y gobernar a la Iglesia. La
primera estrofa estableció su preeminencia en la esfera de la creación; la segunda la establecerá en
la esfera de la redención. Procedemos, pues, del universo natural al ámbito espiritual.
Igualmente, pasamos de contemplar al Hijo en su existencia eterna a «él mismo» en su
existencia terrenal y su actual exaltación.1 La obra de la creación nos lleva lógicamente a
contemplarlo antes de la fundación del mundo, pero la obra de la redención p 198 nos invita a
contemplarlo como el humilde Dios-hecho-hombre, nuestro Señor Jesucristo, ahora exaltado en
gloria.2
Referirse a Cristo como cabeza de la Iglesia parece ser una novedad en las epístolas de Pablo.3
En cartas anteriores, el apóstol había hablado de la Iglesia como «cuerpo de Cristo» (ver, por
ejemplo, Romanos 12:5; 1 Corintios 12:12–31), pero es ahora cuando describe a Cristo como
«cabeza del cuerpo». Hasta aquí, Pablo había empleado la metáfora del cuerpo para describir la
interdependencia, el sentido de responsabilidad mutua, la maravillosa diversidad y el armonioso
funcionamiento de los miembros de la Iglesia. Ahora la emplea para señalar la supremacía de
Cristo.
Vivimos en una generación que no soporta el concepto de autoridad y sumisión. Nadie debe
someterse a nadie. Todos debemos hacer prevalecer nuestros propios criterios y derechos. En la
familia, el marido no se considera ya la cabeza. Si acaso, los dos cónyuges lo son en partes iguales.
Y, puesto que es políticamente incorrecto sugerir que una esposa debe someterse a su marido —al
menos, es incorrecto sugerir que debe someterse a él más que él a ella— y, puesto que el Nuevo
Testamento emplea la metáfora de la cabeza para describir al marido (Efesios 5:23–24; 1 Corintios
11:3), se pretende decirnos que la idea de «cabeza» no tiene nada que ver con autoridad o señorío.
El marido sólo es cabeza de su esposa en el sentido de que debe asumir responsabilidad por ella y
velar por su bienestar, pero no en el sentido de tener derecho a mandar, tomar decisiones o ejercer
autoridad en la familia.
Pero es de observar que, tanto en Efesios como en Corintios, el apóstol «mezcla» su enseñanza
acerca del marido como cabeza de su esposa con enseñanzas acerca de Cristo como cabeza de la
Iglesia, por lo cual es altamente sospechosa cualquier p 199 interpretación que haga que los dos
sean «cabezas» en sentidos distintos. Lo que vale para el uno tiene que valer también para el otro.
Si el marido no tiene autoridad en su matrimonio, tampoco Cristo la tiene en la Iglesia. Si la esposa

1 En el texto griego, el pronombre es enfático y podría traducirse como él mismo o él y no otro (Abbo , pág.
217). Es decir, el mismo Hijo que hizo la creación es también el Señor Jesucristo que llevó a cabo la nueva
creación.
2 Cf. Carson, pág. 43: Aquí, Pablo pasa imperceptiblemente de hablar del Hijo en su ser eterno a hablar del

Encarnado en su estado actual de glorificación.


3 Aunque ver 1 Corintios 11:3, donde Cristo es descrito como «cabeza de todo varón».

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no debe someterse a su marido, tampoco la Iglesia necesita someterse a Cristo.4
¿En qué sentidos, pues, es Cristo cabeza de la Iglesia?
Incuestionablemente, a esta pregunta tenemos que contestar tanto en el sentido de que Cristo
asume responsabilidad por ella como en el sentido de que ejerce autoridad sobre ella. No es
cuestión de elegir entre estas dos opciones, sino de dar espacio a ambas.5 Forman las dos caras de
una misma moneda. De hecho, en las Escrituras, la autoridad siempre debe ir acompañada por un
sentido de responsabilidad, y la responsabilidad bien asumida da lugar a la autoridad. La autoridad
ejercida sin amor es una tiranía. Nadie tiene derecho a ejercer autoridad en nombre de Dios si no
ama y cuida sacrificadamente a los que están bajo su señorío. Bien entendidos, el cuidado y el
gobierno son inseparables.
Pablo mismo indicará a continuación algunos de los sentidos en que Cristo es cabeza de la
Iglesia y, aunque tendremos posteriormente ocasión de verlos en más detalle, podemos anticipar
ahora que Cristo es cabeza por cuanto:

• Él da origen a la Iglesia. Él es el «principio» (1:18). No sólo ha creado el universo; también la


nueva creación le debe a él su existencia.6 Él la sustenta, la alimenta y le da el crecimiento (ver
2:19; Efesios 4:15–16). Los miembros comparten la misma vida de la cabeza.
p 200 •Él es el primogénito y, por lo tanto, tiene la preeminencia. La prioridad conduce a la
primacía (1:18).7
• De la misma manera que no sólo es creador de la naturaleza, sino también su sustentador,
asimismo sostiene y cuida la nueva creación. Es cabeza de la Iglesia por cuanto la sustenta y la
cuida.8 Si nos duele un dedo o una muela, nuestra cabeza es la que recibe la información y toma
las medidas necesarias para aliviar el dolor. La cabeza vela constantemente por los intereses y el
bienestar del cuerpo. Así es Cristo con la Iglesia.
• Y, por todas las razones anteriores, Cristo también es cabeza de la Iglesia en el sentido de ser su
Señor y ejercer autoridad sobre ella.9 Dios le ha dado a Cristo autoridad y señorío sobre todas
las cosas (Efesios 1:20–22a) y, concretamente, lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia
(Efesios 1:22b). Esto de «todas las cosas» significa que Cristo manda en todo momento y en
todos los asuntos de la Iglesia. Di cilmente puedes cuidar bien a alguien si no puedes ejercer
autoridad sobre él. Diagnosticarás un problema, pero serás impotente para solucionarlo si él no

4 Y,de hecho, observamos que, hoy en día, ni las esposas suelen someterse de buena gana a sus maridos, ni
muchas iglesias al señorío de Cristo. Las dos cosas siguen vinculadas entre sí. En mi experiencia, allí donde
una iglesia se somete de verdad a la autoridad de Cristo, las esposas se someten a sus maridos.
5 Hendriksen, págs. 93–95, se refiere a estas dos opciones llamando a Cristo cabeza orgánica y cabeza directriz.
6 Para este mismo principio aplicado al matrimonio, ver 1 Corintios 11:8–10.
7 Para este mismo principio aplicado al matrimonio, ver 1 Timoteo 2:13.
8 Esta idea no es explícita en el texto de Colosenses, pero está implícita en la obra de reconciliación y

santificación mencionada en 1:20–22. Pablo la explorará más ampliamente en Efesios 5:25–32, aplicándola
igualmente a Cristo y la Iglesia y a marido y mujer.
9 Cf. Buffard, pág. 69: Esta figura de Cristo como cabeza nos enseña … que Cristo dirige y la Iglesia obedece;

MacDonald, pág. 956: La cabeza habla de guía, dictado, control.

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acata tu autoridad. Cristo es Rey y gobierna con autoridad absoluta en su reino (1:13), tanto
sobre la creación como sobre la Iglesia, precisamente porque es su origen, primogénito y
sustentador; es decir, porque las ama. Consciente de este amor, la Iglesia se somete
gozosamente a su autoridad.10

p 201Nosotros, pues, como miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia, ¿cómo debemos
relacionarnos con nuestra cabeza? Como una esposa con su marido, correspondiendo con amor a
su amor y correspondiendo con sumisión a su cuidado, abnegación y entrega. Le tenemos por
nuestro rey y acatamos su señorío como respuesta voluntaria a lo que hemos visto en él: nos ha
puesto en alto como su «gloria», nos ha tratado como su tesoro especial, nos ha amado hasta
sacrificarse por nosotros y ahora vela por nuestro bienestar y nos cuida. Por tanto hacemos
nuestras las palabras de los ancianos: El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder … Al que
está sentado en el trono, y al Cordero, sea … el dominio por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5:12–13).
Puesto que él es la cabeza que nos ama y nos cuida, reconocemos en él a la cabeza que tiene el
derecho incuestionable de gobernarnos.
Para que el cuerpo pueda funcionar de una manera armoniosa en la que todos los miembros
participen en unidad y colaboren en interdependencia, tiene que haber un solo centro de mando. Y
todos los miembros tienen que estar sujetos a ese mando. De otra manera, el cuerpo sería un caos,
sin alimentación adecuada, sin dirección y sin rumbo.11
Antes de dejar esta primera idea —que Cristo es cabeza del cuerpo—, conviene decir alguna
palabra acerca del cuerpo. Porque, si bien el énfasis de Pablo no recae aquí sobre la naturaleza de la
Iglesia, sino sobre el Señor de la Iglesia, el solo uso de la metáfora del cuerpo nos invita a ciertas
reflexiones. Evidentemente, como acabamos de ver, el cuerpo no puede funcionar si no está
conectado a la cabeza y sometido a ella. Pero, igualmente, la p 202 cabeza no está completa sin el
cuerpo. Pablo está a punto de hablar de la completa «plenitud» de Cristo (1:19; 2:9). En cierto
sentido, pues, Cristo como Hijo de Dios es completo en sí. Pero, porque ama a la Iglesia, es como si
no estuviera completo sin ella. Por eso, Pablo dirá en Efesios 1:23 que la Iglesia es la «plenitud» de
Cristo, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo. ¡Hermosa paradoja! La Iglesia no existiría si
Cristo no la creara y llenara; pero, precisamente porque ella está llena de Cristo, constituye la
plenitud de Cristo.
Y la Iglesia como plenitud de Cristo comporta otras ideas también. De la misma manera que
una cabeza no puede actuar sin cuerpo, así Cristo tiene a bien utilizar a la Iglesia para llevar a cabo

10 Por esa misma razón, en el caso del matrimonio, la contrapartida de la autoridad amante del marido como
cabeza es la sumisión voluntaria de la esposa (3:18; Efesios 5:22, 24; 1 Corintios 14:34–35; Tito 2:5; 1 Pedro 3:1).
11 Cf. Carson, pág. 44: Cristo es el poder director y controlador al cual deben someterse los miembros; más aún, el

control de la Cabeza es el que les concede unidad como cuerpo y permite que funcionen con propósito; Barclay, pág.
151: Jesucristo es el que dirige a la Iglesia; es por su inspiración como la Iglesia actúa y vive; la Iglesia no puede
pensar la verdad sin él, ni actuar correctamente, ni decidir su dirección; Erdman, pág. 50: Cristo es la fuente de la
que la Iglesia extrae su vida, poder y fortaleza; Cristo une a sus miembros en un organismo indivisible; y, sobre todo,
controla y dirige a la Iglesia.

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sus propósitos salvadores en el mundo. La cabeza manda y ella actúa siguiendo sus directrices.
Cuando la cabeza ejerce una autoridad legítima acompañada por un amor entrañable e
incondicional, y cuando el cuerpo obedece gozosamente las instrucciones de la cabeza, entonces
hay testimonio eficaz y extensión poderosa del evangelio.

CRISTO, EL PRINCIPIO (1:18)


Pablo ya ha establecido que Cristo es el «principio» de la creación natural, hacedor de todo y
«antes de todas las cosas» (1:15–17). Si vuelve ahora a insistir en que Cristo es «el principio», es
probable que emplee la palabra con otro matiz diferente, contemplando a Cristo no como origen
de la creación, sino como origen de la nueva creación.
Cristo es el «principio» de la nueva creación en al menos dos sentidos, según el uso habitual de
la palabra griega empleada por el apóstol. Ésta puede significar «el primero de una serie de cosas»;
o puede significar la fuente de la que la serie procede.12 Es p 203 decir, los dos matices de esta palabra
corresponden a la frase anterior y a la que sigue: Cristo es el principio por cuanto es la cabeza que
da origen a la Iglesia (1:18a) y por cuanto es el primogénito, el primero de una serie de hermanos
(1:18c). Por un lado, Cristo es la fuente de poder y vida que lleva a cabo la nueva creación; y, por
otro, es anterior a ella como lo fue también a la creación natural.
Como acabamos de ver, el concepto de Cristo como cabeza de la Iglesia incluye la idea de que él
le dio origen: como el cuerpo no puede existir sin la cabeza, así tampoco la Iglesia tendría
existencia si no fuera por Cristo. Él es fundador y creador de la Iglesia. No sólo diseñó la creación
natural, sino que también trazó desde la eternidad el plan por el cual la creación caída sería
redimida. Pablo acaba de hablarnos implícitamente de la obra salvadora de Cristo al describir
cómo el Padre nos ha rescatado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino del Hijo
(1:12–13); y está a punto de hablarnos explícitamente de la obra redentora de la cruz, mediante la
cual la Iglesia es salvada y constituida como pueblo de Dios. Muriendo en la cruz, Cristo nos
compró con su sangre, nos reconcilió con Dios y nos hizo una familia nueva (1:20–22). Él es quien
da origen a la Iglesia por su obra salvadora.
Pero también es el «principio» por cuanto él mismo es el primer miembro —por así decirlo, el
miembro fundador— de la Iglesia. La Iglesia constituye una nueva humanidad compuesta por
personas «resucitadas», de las cuales Cristo es la primera, el primogénito.
Vimos, en torno a la relación entre Cristo y la creación, que su primada es doble: él es
preeminente tanto a causa de su obra soberana como a causa de su prioridad temporal; es el
primero porque es el creador y porque existe antes de todas las cosas. Ahora vemos que lo mismo
es cierto de su relación con la nueva creación. Él es el primero tanto porque es el creador de la
Iglesia como porque antecede temporalmente a todos los demás creyentes en su resurrección.
El Nuevo Testamento emplea diversas metáforas para expresar esta doble primaría de
p 204
Cristo. Pienso, por ejemplo, en la metáfora de la «piedra angular». Pablo mismo la empleará en el

12 Erdman, pág. 50.

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texto paralelo de Efesios (ver Efesios 2:20–22; cf. 1 Corintios 3:10–11; 1 Pedro 2:4–8). La piedra
angular es el «principio» de un edificio, tanto porque es la primera piedra que se coloca, como
porque sirve de «origen» a las demás piedras. Éstas dependen de ella y son colocadas en relación
con ella.
Sin embargo, aquí Pablo elige otra metáfora. No describe a la Iglesia como un edificio del cual
Cristo es la piedra angular. Tampoco sigue hablando de la Iglesia como cuerpo del cual Cristo es la
cabeza. Cambia la imagen y contempla a la Iglesia como una familia en la cual Cristo es el hermano
mayor, el primogénito. Elige esta metáfora, por supuesto, a fin de mantener el paralelismo con
respecto a la primera estrofa del himno (1:15–17), en la cual ha llamado a Cristo «el primogénito de
toda creación».

EL PRIMOGÉNITO DE ENTRE LOS MUERTOS (1:18)


Ahora Pablo nos dice que es también el primogénito de entre los muertos (cf. Apocalipsis 1:5).
Como «Hijo eterno», antecede al mundo creado, porque es creador suyo y ocupa en él el lugar
preeminente como hermano mayor y heredero; como «Jesucristo hombre», antecede al mundo
regenerado, porque es redentor suyo y ocupa en él el lugar preeminente como hermano mayor y
heredero.13
Jesús es el primer hombre que ha resucitado de verdad; es decir, el primero en resucitar para
nunca más morir. Es cierto p 205 que hubo otras resurrecciones en tiempos de los profetas y
durante el ministerio terrenal del propio Jesús; pero aquellos resucitados sólo volvieron a esta vida
transitoria y mortal y, después de un tiempo, volvieron a morir. En cambio, Jesús resucita a una
vida eterna e inmortal: Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la
muerte no tiene dominio sobre él (Romanos 6:9).14 Él es el primero en resucitar con cuerpo
glorificado (1 Corintios 15:42–49).
Pero su resurrección no sólo tiene grandes implicaciones para él mismo (él vence la muerte y
queda vindicado por Dios en cuanto a su propia integridad y en cuanto a sus pretensiones
mesiánicas), sino que aporta inmensos beneficios para la humanidad redimida. Lo grande de la
palabra primogénito, empleada en el contexto de la relación de Jesucristo con la Iglesia, es que da a
entender que, puesto que Cristo es el principio de una nueva humanidad, habrá otros muchos que
lo seguirán desde la muerte a la vida eterna. Dios tiene la intención de llevar muchos hijos a la
gloria (Hebreos 2:10), hijos de Dios y hermanos del primogénito. Además, si él es el primogénito
de entre los muertos, el texto da a entender que su resurrección es el anticipo, el modelo y la
garantía de la nuestra. Mediante su pasión y resurrección, Jesús no sólo ha ganado una victoria
personal sobre el reino de la muerte, sino que la ha ganado en beneficio de todos los que creen en él.

13 Recordemos que la palabra primogénito indica no sólo prioridad en el tiempo, sino también soberanía.
Cristo no sólo es el primero en resucitar, sino que es Maestro y Señor de los resucitados (Erdman, pág. 50).
14 En torno a la frase primogénito de entre los muertos, puntualiza Wiersbe, pág. 48: La tumba fue la matriz de

donde Cristo salió victorioso, ya que los dolores de la muerte no pudieron sujetarlo … El Hijo fue engendrado en la
resurrección.

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Ciertamente venció a la muerte en sí, pero también lo hizo por nosotros (2 Timoteo 1:10). Como
consecuencia, no sólo es el primogénito de entre los muertos, sino también el primogénito entre
muchos hermanos (Romanos 8:29). Siendo él las primicias de entre los muertos, hay buena
esperanza de una gran cosecha en el gran día de la resurrección. Habiendo vencido a la muerte,
tiene en sus manos las llaves del Hades y ostenta autoridad sobre la vida y p 206 la muerte (Juan
5:24–29; Hebreos 2:14–15; Apocalipsis 1:18). Él forja el camino para los que creen en él. Les abre la
puerta de la vida. Es autor de su salvación.
Cristo resucita no con independencia de nosotros, sino como cabeza de una nueva humanidad.
Resucita como el segundo hombre, el postrer Adán. En Adán, todos morimos; en Cristo,
resucitamos. Nosotros, pues, tenemos una firme esperanza de resurrección gracias a la
resurrección de Jesús (cf. 1 Pedro 1:3). De hecho, como ya hemos sugerido, nuestra esperanza es
doble. Ya en esta vida, el creyente saborea las primicias de la vida resucitada, por cuanto conoce la
nueva vida abundante por la obra regeneradora del Espíritu. Se ha vestido del hombre nuevo y
ahora se encuentra en medio de un proceso constante de crecimiento y renovación (3:10). Por eso,
Pablo se dirige a los colosenses como personas ya resucitadas (3:1–4). Pero, a la vez, el creyente
tiene la firme esperanza de resucitar a vida eterna en el día final. Y la firmeza de esta esperanza
descansa sobre el hecho histórico de la resurrección del primogénito, el precursor Jesucristo. Los
cristianos ya, en esta vida, hemos nacido a una vida nueva por obra del Espíritu de Cristo y, gracias
a la resurrección de Cristo, tenemos la firme esperanza de cara al futuro de no morir eternamente,
sino ser resucitados en el día final (Juan 6:47–51; 11:24–26):

Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron. Porque
ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos.
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno
en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida (1 Corintios
15:20–23).

Porque él, el forjador de la nueva creación, vive, nosotros también vivimos y viviremos (Juan
14:19). Él es el primogénito de entre los muertos y las primicias de la resurrección por cuanto su
p 207 resurrección es el comienzo, principio o causa de la gloriosa resurrección ǐsica de la cual gozarán
los suyos.15

CRISTO, EL PREEMINENTE (1:18)


Todo lo que hemos visto hasta aquí conduce directamente a la idea contenida en la última frase
del versículo: a fin de que él tenga en todo la primacía.16

15 Hendriksen, pág. 95.


16 Literalmente, la frase reza: para llegar a ser en todo el preeminente (ver Lacueva, pág. 791). En cuanto al verbo
«llegar a ser», Lightfoot, pág. 158, puntualiza: De la misma manera que Cristo es el primero con respecto al
universo, Dios ha ordenado que llegue a ser el primero también con respecto a la Iglesia. O, como dice Carson, pág.
44: La intención de Dios es que el Hijo, quien es eternamente supremo, llegue a ser preeminente también en el reino

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No es que Jesucristo se haya sometido a la dura experiencia de la encarnación, muerte y
resurrección con la sola intención de exaltarse a sí mismo. Al contrario, quiso humillarse hasta lo
sumo por amor a nosotros. Su actuación, lejos de ser interesada y egocéntrica, constituye el
máximo ejemplo de abnegación y de renuncia a intereses personales. Por tanto, no es que él mismo
haya buscado tener en todo la primacía, sino que le ha placido al Padre concedérsela (como
veremos enseguida en el 1:19).
Sin embargo, una de las marcas del auténtico creyente es que su voluntad se identifica
plenamente en eso con la voluntad del Padre y desea de corazón que Jesucristo tenga en todo la
preeminenda. Reconocemos que Jesús se la merece a causa de quién es: el Hijo eterno, creador de
todas las cosas, punto de referencia, sustentador y meta del universo (1:15–17). Pero, asimismo,
confesamos que se la merece aún más a causa de lo que ha hecho: quiso tomar forma humana,
conocer en persona nuestra miseria, p 208 sufrir los atropellos de un mundo incrédulo y rebelde y
morir en sacrificio expiatorio con la finalidad de rescatarnos de la tiranía de Satanás y liberarnos
de un negro futuro de perdición.
Así pues, celebremos la suprema autoridad de Cristo y aclamemos el nombre que es sobre todo
nombre (Filipenses 2:9). Los ángeles pueden deslumbrarnos y los demonios aterrarnos. Pero
ninguno es remotamente comparable con nuestro Señor, el primogénito, el principio y el
preeminente. Verdaderamente, Cristo es todo (3:11).

p 209 CAPÍTULO 15

LA PLENITUD DE CRISTO
COLOSENSES 1:19

Porque agradó al Padre que en él habitara toda la plenitud.

EL BENEPLÁCITO DEL PADRE (1:19)


Pablo acaba de establecer la completa preeminencia de Cristo: Él es Señor de la creación
(1:15–17) y cabeza de la Iglesia (1:18). En cuanto a su señorío sobre la creación, es obvio que él lo
ejerce porque es el creador de todo (1:16); ¿pero por qué se le ha concedido el ser cabeza de la
Iglesia? La palabra porque indica que Pablo va a exponer las razones por las que Cristo ostenta esta
primaría. Esencialmente son dos: en primer lugar, porque ésta es la voluntad del Padre; en
segundo lugar, porque Cristo ha sido el instrumento de nuestra reconciliación con Dios. O sea, sin
él la Iglesia no existiría.
Sin embargo, al hablar de «la voluntad del Padre», estamos dando por sentada cierta

del tiempo y la esfera de la revelación.

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interpretación del versículo 19. Literalmente, el texto reza: Porque en él tuvo a bien toda la plenitud
habitase.1 No está del todo claro quién es el sujeto de la frase. p 210 Por ello, algunos comentaristas2
defienden la idea de que el sujeto del verbo es la misma plenitud: Porque la plenitud tuvo a bien
habitar en él, en cuyo caso tenemos que suponer que el apóstol personaliza la plenitud. La principal
objeción a esta lectura es que el sujeto de tener a bien tiene que ser también el sujeto del verbo
reconciliar en la frase siguiente, y es di cil entender que la «plenitud» quisiera «reconciliar consigo
todas las cosas». Es bastante evidente que el sujeto de reconciliar ha de ser el Padre y que, por tanto,
aunque no mencionado explícitamente, éste es también el sujeto de tuvo a bien. No es ni mucho
menos la única ocasión en la que el apóstol supone que sus lectores son capaces de derivar del
contexto el sujeto correcto.3 Suponemos, pues, que Pablo se refiere a la buena voluntad del Padre.
Vez tras vez, las Escrituras nos hablan del agrado del Padre en torno a nuestro Señor Jesucristo.
Enseguida pensamos en la voz del cielo: Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido (Mateo
3:17; 17:5). O en ciertas referencias de Jesucristo acerca de su relación con el Padre: Siempre hago lo
que le agrada (Juan 8:29). O en ciertos comentarios apostólicos: Ni aun Cristo se agradó a sí mismo
(Romanos 15:3). El placer del Hijo fue poner por obra la voluntad del Padre. Como consecuencia, el
placer del Padre fue exaltar al Hijo a lo sumo (Filipenses 2:9), concederle la preeminencia en todo y
hacer que morara en él toda plenitud. Nuevamente, es probable que Pablo esté pensando aquí en
las ideas de los herejes, los cuales habrán creído y enseñado que la «plenitud» había de ser repartida
entre Cristo y otros seres angelicales. No —dice el apóstol—; la gloria del Hijo, como la del Padre,
no puede ser compartida con nadie. Toda plenitud reside en él, y sólo en él.4 Y es así porque ésta es
la voluntad y p 211 el beneplácito del Padre. La posición única de Jesucristo como Señor del
universo y de la Iglesia se debe a que él es el amado Hijo en quien el Padre se complace.
Si, pues, entendemos que el Padre es el sujeto del verbo, cabe preguntar en qué momento le
agradó que en Cristo habitara toda plenitud. Aquí hay dos posibles respuestas (pero insuficientes
indicios en el texto como para saber en cuál de ellas está pensando el apóstol). Por un lado, si Pablo
sigue contemplando al Hijo eterno, debemos entender que la complacencia del Padre es
igualmente eterna: nunca ha habido ningún momento en que al Padre no le haya agradado que el
Hijo tenga esta plenitud.5 Por otro lado, si está contemplando al Hijo hecho hombre, es posible que

1 Ver Lacueva, pág. 791.


2 Entre ellos, Abbo , págs. 218–219; Lenski; C. F. D. Moule; MacDonald, pág. 957; Sturz, págs. 46–47, Cf.
DHH (en Cristo quiso residir todo el poder divino).
3 Para una defensa más amplia de esta lectura, ver Carson, págs. 44–45; Guthrie (1), pág. 1144; Harrison, pág.

34; Hendriksen, pág. 95, nota 55; Jamieson, Fausset y Brown, pág. 513; Lacueva-Henry, pág. 243; Lightfoot,
págs. 158–159; McRay, pág. 1054; Buffard, pág. 72. Cf. también BJ, RV60, RV95, RVA, NVI.
4 Cf. Hendriksen, págs. 96–97: Los poderes y atributos de la deidad no se repartirían entre una multitud de ángeles.

La supremacía o soberanía divina, sea en parte o como un todo, no sería entregada a ellos. Por el contrario, en
conformidad con el beneplácito de Dios, desde toda la eternidad la plenitud de la divinidad … reside en el Hijo de su
amor, en él solo, no en él y en los ángeles … La plenitud de Dios, sobre la que tanto hablaban los maestros del error, se
encuentra en Cristo, y en él solo.
5 Los comentaristas que siguen esta interpretación suelen puntualizar que el verbo traducido como habitar no

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se refiera al momento de la ascensión y exaltación del Cristo resucitado. Y, desde luego, es
probable que lo contemple así, pues en esta segunda estrofa del himno acabamos de ver a Cristo en
su humanidad como el primogénito de entre los muertos (1:18) y estamos a punto de verle
derramando su sangre para hacer las paces con Dios. Desde esta perspectiva, cuando el Hijo de Dios
entró en forma humana en el tiempo y en el espacio, lejos de aferrarse a su plenitud eterna, se
despojó a sí mismo (Filipenses 2:6–7). Se vació a sí mismo al dejar de lado voluntariamente el uso
de aquellas prerrogativas divinas que, de haberse servido de ellas, habrían atentado contra su
perfecta humanidad. En cambio, al ascender a los cielos, fue exaltado por el p 212 Padre hasta lo
sumo y recibió un nombre que es sobre todo nombre (Filipenses 2:9). Se le otorgó toda autoridad
(Mateo 28:18). Se le confirió toda plenitud. Pero, ya se contemple desde la perspectiva de la
eternidad o desde la del tiempo, la primera razón por la que el Hijo goza de toda plenitud es porque
así lo desea el Padre.

TODA PLENITUD (1:19)


¿A qué se refiere Pablo cuando habla de toda plenitud? Probablemente se trate de una expresión
empleada por los falsos maestros y se refiera al conjunto de atributos semi-divinos ostentados por
los seres angelicales. 6 En el contexto inmediato es evidente que debe incluir la «primacía» que
Pablo acaba de mencionar, la supremacía de Cristo en la creación y en la redención. Él es Señor
absoluto del universo y de la Iglesia. Tiene «plenitud» de derechos sobre ellos.
Pero, sin duda, el apóstol contempla también algunos aspectos de la plenitud de Cristo que sólo
se harán explícitos más adelante: en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento (2:3); porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en él (2:9). En otras
palabras, aquí el apóstol contempla no sólo el señorío de Cristo, sino también su plena divinidad y
su absoluta suficiencia salvadora,7 la plenitud de la esencia y gloria divinas, consideradas como la
fuente de interminables p 213 bendiciones para los creyentes.8 No es que Cristo tenga sólo una
medida excepcional del Espíritu de Dios, como si fuera un profeta mayor; no es que tenga algunos
poderes sobrenaturales, como los otros seres cósmicos postulados por los falsos maestros; sino que
toda la plenitud de los atributos divinos tiene su morada en él.
Esta enseñanza, por supuesto, se verá como eminentemente práctica en el resto de la epístola.

indica una residencia provisional o temporal, sino una característica permanente. Cf. Erdman, pág. 52: La
palabra «habitar» indica no una permanencia temporal, sino fija; Wuest, citado por Wiersbe (pág. 50): la plenitud
de Cristo no es algo agregado a su ser que no le fuera natural, sino que era parte de su esencia como parte de su
mismo ser, y eso en forma permanente.
6 La palabra plenitud aparece nada menos que seis veces en Colosenses y Efesios, sin contar palabras similares

como llenar, completar o cumplir. Para una discusión amplia del significado de plenitud, ver Hendriksen (págs.
96–97, nota 56).
7 Carballosa (pág. 51) limita esta frase sólo a la potestad salvadora de Cristo. Esta limitación parece no hacer

justicia a la idea de toda [clase de] plenitud.


8 Hendriksen, pág. 97.

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Pablo no sólo quiere corregir una cristología defectuosa, sino que sabe que, si nuestro concepto de
Cristo no es adecuado, no sabremos acudir a él como única fuente de salvación y santificación. En
cambio, si llegamos a comprender que en él mora toda plenitud, también comprenderemos que
somos completos en él (2:10) y que fuera de él no hay esperanza de plena salvación. Cristo es como
un estanque lleno a tope cuyas aguas nunca se agotan, ni siquiera disminuyen. Tienen reservas
insondables de gracia, de amor, de poder, de sabiduría, de creatividad, de conocimiento …
Cualquiera que sea la virtud o el atributo, Cristo lo tiene en plenitud. De él podemos beber
constantemente y con él podemos encontrar siempre todos aquellos recursos que satisfacen
perfectamente nuestras necesidades.

p 215 CAPÍTULO 16

LA OBRA RECONCILIADORA DE CRISTO


COLOSENSES 1:20

… y por medio de él reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la
sangre de su cruz, por medio de él, repito, ya sean las que están en la tierra o las que están en los
cielos.

LA RECONCILIACIÓN (1:20)
Acabamos de ver que la primera razón por la que Cristo tiene la primacía es porque al Padre le
complace que sea así (1:19). Ahora, la segunda razón es porque fue a través de Jesucristo como el
Padre llevó a cabo nuestra reconciliación consigo (1:20). Cristo murió para que pudiéramos tener
paz con Dios.
Esta segunda razón debe conmovernos profundamente. ¿Estamos de acuerdo con que
Jesucristo tenga en todo la primacía? Como creyentes, afirmamos que sí. ¿Por qué? ¿Por qué
consideramos que él es digno de tanta exaltación? Que contesten los ancianos: Digno eres … porque
tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación …
El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor,
la gloria y la alabanza (Apocalipsis 5:9, 12). Cristo es digno de tener en todo la primacía porque es el
Redentor de todo.

Nuestro Dios es un Dios de paz y reconciliación. Es cierto que respeta nuestra libertad
p 216
humana y no nos obliga a reconciliarnos con él. Como consecuencia, también es cierto que,
finalmente, hará la guerra contra sus enemigos y castigará a todos los que persisten en su rebeldía
contra él. Pero, en principio, lo que desea no es nuestra destrucción, sino nuestra salvación y

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reconciliación (2 Pedro 3:9). Quiere hacer las paces con nosotros, ofrecernos amnistía y
reconciliarnos consigo.
Bien entendido, este deseo de Dios es asombroso. A causa de nuestro pecado, contravenimos
continuamente su ley y su voluntad. A causa de nuestro egocentrismo, atentamos contra sus
derechos legítimos como Dios y creador. Nos alzamos como rebeldes impertinentes, negando su
señorío y proclamando neciamente nuestra autonomía. Lo lógico y lo justo sería que nos
fulminara. Pero, en vez de eso, nos tiende la mano en señal de reconciliación.
¡Qué grande es esto! El Dios eterno quiere reconciliarse con mortales desagradecidos y
desgraciados como nosotros. El Dios de ira, juez del universo, desea mostrar misericordia a sus
enemigos, rebeldes y arrogantes. El Dios santo quiere atraer a sí a pecadores inmundos e ingratos.
Todo el día extiende sus manos a un pueblo rebelde y recalcitrante (Isaías 65:2; Romanos 10:21).
Notemos bien la frase exacta: reconciliar todas las cosas consigo. No dice: reconciliarse con todas
las cosas. La implicación es que la pared de separación que existe entre nosotros y Dios está allí por
culpa nuestra, no por culpa suya. Dios no se ha alejado de nosotros, sino nosotros de él. Dios no ha
abandonado sus obligaciones, sino nosotros las nuestras.1 Se supone que quienes tenemos que
hacer reparaciones y arreglar la situación somos nosotros, no Dios. Sin embargo, en un gesto de
asombrosa gracia, p 217 él es quien toma la iniciativa reconciliadora, no nosotros (cf. 2 Corintios
5:19).2
Esto mismo queda patente también cuando observamos el tiempo de los verbos que Pablo
emplea. Tanto el infinitivo (reconciliar) como el siguiente participio (habiendo hecho la paz) están en
tiempo aoristo, indicando una acción ya completada.3 No es sólo que Dios desea llevar a cabo una
obra reconciliadora con nosotros en el presente o de cara al futuro, sino que ya lo ha hecho en
Cristo. Y lo hizo cuando aún éramos enemigos suyos: Cuando éramos enemigos fuimos reconciliados
con Dios por la muerte de su Hijo (Romanos 5:10; 8:7; Colosenses 1:21). No esperó hasta que
izáramos la bandera blanca de nuestra rendición incondicional. No actuó sólo en respuesta a
nuestra solicitud de paz. De hecho, no esperó ninguna iniciativa nuestra, sino que hizo todo lo
necesario para nuestra reconciliación aun antes de que nosotros diéramos señales de desearla.
Sin embargo, veremos claramente en lo sucesivo que, aunque la obra sobre la cual descansa
nuestra reconciliación está ya cumplida y completa, sus efectos y ramificaciones sólo se ven ahora
en parte. El proceso de la reconciliación sigue avanzando y no será completo antes del retorno de
Cristo.
¿Y cómo consiguió nuestra reconciliación? Enviando al Hijo para que éste hiciera la paz por
medio de la sangre de su cruz. Así pues, la gran obra mediante la cual el Padre nos reconcilió consigo
fue llevada a cabo por Jesucristo. Nos reconcilió por medio de él.4 p 218 Todo el propósito de la

1 Cf. MacDonald, pág. 957: La Biblia nunca dice que Dios necesitase ser reconciliado con el hombre, pero siempre
[habla] de la necesidad del hombre de reconciliarse con Dios.
2 Cf. Barclay, pág. 153.
3 Cf. Carson, pág. 46; Carballosa, pág. 59.
4 La repetición de la frase por medio de él en el versículo 20 es omitida en algunos manuscritos (así como en la

mayoría de versiones modernas: RV60, RV95, RVA, DHH, NVI, BJ, CI, BT), pero la mayoría de comentaristas

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encarnación y de la redención fue remediar la situación de hostilidad y franquear el abismo que
nos separaba de Dios. Cristo se encargó de eliminar todas las barreras que existían en el mundo de
los hombres y en el mundo de la creación, toda forma de alienación y aislamiento, todo conflicto y
enemistad. 5
No solamente nos reconcilió a los que creemos en él. Pablo dice aquí que, por medio de Cristo,
el Padre reconcilió consigo todas las cosas. Y, por si acaso no nos damos cuenta de la inmensidad de
esta afirmación, el apóstol insiste en ella en la última frase de este versículo, como veremos en un
momento.
Digamos por ahora que estas frases se corresponden con lo que vimos en el versículo 16:
mediante la acción creadora de Cristo, todas las cosas fueron hechas por él, tanto en los cielos como
en la tierra; ahora aprendemos que, mediante la acción redentora de Cristo, todas las cosas fueron
reconciliadas y restauradas por él, ya sean las que están en la tierra o las que están en los cielos. En
ambos casos, la frase todas las cosas debe tener el mismo significado: la obra reconciliadora de
Cristo tiene efectos tan universales como su obra creadora.

PAZ CON DIOS (1:20)


Si dos enemigos están en pie de guerra y uno de ellos desea hacer las paces, lo que hace (o, al
menos, lo que se solía hacer antes de la época de las telecomunicaciones) es enviar a un mediador
para negociar los términos del acuerdo de reconciliación. Y esto es precisamente lo que Dios ha
hecho al tomar p 219 la iniciativa para reconciliar consigo todas las cosas: ha enviado a su único
Hijo al mundo (Juan 3:16–17; 5:36–38, etc.; 1 Juan 4:10) con el fin expreso de ser mediador y hacer
las paces con nosotros: Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo
Jesús hombre (1 Timoteo 2:5).
Pero notemos muy bien cuál fue el instrumento de su mediación: Cristo hizo la paz por medio de
la sangre de su cruz.6 No sólo vino diciendo: Mi Padre desea la paz con vosotros; quiere que seáis
reconciliados con él; os ofrece amnistía; os perdona. Dijo todo eso. Pero, además, vino
expresamente para poner su vida para lograr la paz. El tratado de paz había de ser sellado con
sangre. En vísperas de su muerte, instituyó la Mesa del Señor diciendo: Esta copa es el nuevo pacto
en mi sangre (1 Corintios 11:25); es decir, mi sangre, simbolizada en el vino de esta copa, hace
posible y «sella» el pacto de paz que Dios establece con vosotros.

la dan por genuina (y así aparece en Lacueva). Nuestra versión es fiel a esta repetición, así como al orden de las
frases en el texto original. Éste reza literalmente: y por medio de él reconciliar todas las cosas consigo haciendo la
paz mediante la sangre de su cruz por medio de él ya sean las cosas sobre la tierra ya sean las en los cielos. Para
aclarar el significado del texto, los traductores de nuestra versión han añadido la palabra repito. Ver Abbo˄,
pág. 221; Hendriksen, pág. 98.
5 Huelga decir que la frase por medio de él tiene la fuerza de por medio sólo de él. Nuevamente es probable que

Pablo esté pensando en el error de los herejes, que enseñaban que la reconciliación con Dios fue el resultado
de la mediación de toda una serie de seres angelicales. Ver Lightfoot, pág. 159.
6 Para una mayor exposición de esta idea, ver Efesios 2:13–16.

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La palabra sangre, tanto en Corintios como en Colosenses, es prácticamente sinónima de
muerte. Se emplea porque, en las Escrituras y a partir del asesinato de Abel (Génesis 4:10), indica
no una muerte cualquiera, sino una muerte violenta. Más aún, suele referirse a la muerte de una
víctima inmolada en el altar como sacrificio propiciatorio ofrecido a Dios. Y, efectivamente, «la
cruz» es el altar en el cual el Cordero de Dios derramó su sangre en expiación por nuestros pecados
(Juan 1:29; Romanos 3:25; 1 Corintios 5:7; Hebreos 9:13–14).
Queda claro, pues, que Pablo entiende que la cruz de Cristo es el medio a través del cual nuestro
Mediador logra nuestra reconciliación con el Padre. Si gozamos ahora de la paz con Dios, sólo es
gracias a la sangre derramada por Jesús (es decir, su muerte expiatoria) de Jesús. ¿Pero por qué
tiene que ser así? ¿Acaso no es Dios un Dios de amor y misericordia que podría habernos
perdonado sin más? ¿A qué viene la idea de que nuestro tratado de paz tenga que ser sellado con
sangre?
p 220 La cuestión es compleja y larga de explicar. Pero debemos recordar que la guerra entre
dos enemigos es una sola de varias metáforas empleadas para ilustrar la relación entre Dios y los
hombres. Además de ser unos rebeldes que necesitamos reconciliarnos con Dios, somos
delincuentes que debemos dar cuentas ante el juez, esclavos que necesitamos ser redimidos,
cautivos que hemos de ser liberados, enfermos que moriremos si no somos sanados, ciegos que
necesitamos la vista restaurada … Una enemistad puede quizás ser solucionada por la sola
magnanimidad de la parte ofendida. Pero, en nuestro caso, algo hay que hacer para satisfacer las
exigencias de la justicia, para pagar el precio de nuestra redención y para expiar nuestra
culpabilidad. Dios no puede perdonarnos sin más y, a la vez, seguir siendo un juez justo e
imparcial. No puede decretar en un momento leyes morales de causa y efecto (por ejemplo, el alma
que peque, ésa morirá [Ezequiel 18:4]) y luego actuar como si no existieran. El juez del universo tiene
que actuar con equidad y dar a cada uno el pago justo, no encubrir los delitos. Nuestra condición
requiere expiación.7
Por tanto, nuestra reconciliación con Dios sólo es posible en virtud de la muerte redentora de
Cristo. Dios mismo había dedicado muchos siglos a enseñar este principio al pueblo hebreo
mediante los sacrificios del templo: Según la ley, casi todo es purificado con sangre, y sin
derramamiento de sangre no hay perdón (Hebreos 9:22); Es la sangre … la que hace expiación (Levítico
17:11). El Cordero debe ser sacrificado. Nuestra deuda debe ser liquidada. La justicia debe ser
satisfecha. Nuestro rescate debe ser pagado. La maldición que estaba sobre nosotros debe ser
solucionada en el lugar de maldición: la cruz (Gálatas 3:13–14). El mediador no viene sólo para
ofrecernos amnistía, sino para morir a fin de que la amnistía sea posible.8

7 Cf. Wiersbe, pág. 52: Puede haber paz y armonía entre aquellos que están enemistados sólo cuando el

pecado ha sido cancelado.


8 Cf. Carson, pág. 46: Aquí estamos en el mismo corazón del mensaje apostólico de la cruz: que Cristo, al ofrecerse
en sacrificio hasta la muerte, aceptó la maldición que era nuestro merecido; así su muerte constituye el medio por el
cual hombres pecadores pueden ser restaurados a una posición de comunión con Dios.

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p 221 LA RECONCILIACIÓN DE TODAS LAS COSAS (1:20)
Como ya hemos indicado, al final del versículo Pablo repite la frase por medio de él a fin de
enfatizar que la reconciliación afecta no sólo a los seres humanos que creen en él, sino a todas las
cosas. Esto ha dado mucho que hablar a los comentaristas. Incluso hay quienes utilizan esta frase
para sostener ideas universalistas: que, en última instancia, todos los seres humanos y todos los
seres angelicales (¡incluido el mismo diablo!), serán salvos, reconciliados con Dios y reinsertados
en su lugar debido en la armonía universal. Pero esto, por supuesto, es negar muchos textos
bíblicos que indican justo lo contrario y suponer que el propio Pablo era capaz de contradecirse a sí
mismo.9
Más bien debemos entender que el apóstol está indicando que la reconciliación, que comienza
con la restauración de la paz entre Dios y los hombres, se hace extensiva a todos los órdenes del
universo.10 Como ya hemos dicho, la esfera de la obra reconciliadora de Cristo es tan amplia como
la esfera de su obra creadora. Cuando el apóstol habla de todas las cosas, debemos entender no
«todas las cosas sin excepción», sino «todas sin limitación o sin discriminación». El plan de Dios en
Cristo no se limita solamente a la reconciliación consigo de hombres pecadores, sino a la
restauración de una perfecta armonía en todo el universo creado. Así pues, podemos contemplar
dentro de este plan (y dentro de estas todas las cosas) las siguientes enseñanzas bíblicas:

1. En cuanto a los seres humanos, Dios extiende la invitación de reconciliación en Cristo a


absolutamente todos. Esto, p 222 por supuesto, no quiere decir que todos vayan a aceptar la
invitación. Muchos la rechazarán y se perderán.11 Pero las puertas de la salvación están abiertas
de par en par. Ya no se trata de un monopolio de los judíos: la invitación se dirige también a los
gentiles. A las mujeres, además de a los varones. A los niños, además de a los adultos. A los
esclavos, además de a los libres. No hay diferencia de rango, sexo, raza o clase. Todos están
incluidos en la amnistía obrada por Cristo (Gálatas 3:26–28). Todos los sedientos, cualquiera
que sea su condición social, pueden venir a las aguas (Isaías 55:1). Todos pueden ser justificados
en Cristo y tener paz con Dios (Romanos 5:1). No importa la gravedad de sus ofensas contra
Dios; todos los que creen en Cristo pueden conocer la reconciliación (1:21).

2. En cuanto al mundo natural, éste fue sujetado a la vanidad como consecuencia del pecado
humano. Los animales y las plantas enferman y mueren. Toda la tierra sufrió una terrible
maldición a causa de la caída de Adán (Génesis 3:17). Pero, cuando llegue el día de la
manifestación y la plena reconciliación de los hijos de Dios, vendrá también la restauración del
mundo natural. Éste volverá al buen orden y a la armonía. Se acabará el proceso de decadencia
y degeneración, la «esclavitud de corrupción», que ahora lo caracteriza (Romanos 8:19–22).

9 Sin ir más lejos, a continuación, en el 1:21–23, Pablo enseña claramente que quienes son reconciliados con
Dios son los que creen en Cristo y perseveran en esa fe. Sin fe no hay reconciliación.
10 Cf. Carson, págs. 46–47: La frase es indefinida y sugiere el carácter completo del plan de Dios.
11 Cf. MacDonald, pág. 958: Aunque la obra reconciliadora de Cristo es suficiente para toda la humanidad, es sólo

efectiva para los que se acogen a ella.

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3. Hay algunas pistas en el texto bíblico que conducen a la idea de que la maldición de la
naturaleza se extiende no sólo a todas partes en la tierra, sino también al universo entero (ver,
por ejemplo, Job 25:5). Hebreos 9:22–26 nos da a entender incluso que hay un sentido en que,
para que seres pecadores como nosotros podamos tener acceso a la p 223 presencia de Dios, los
mismos lugares celestiales necesitan ser purificados mediante el sacrificio de Cristo. Hasta
aquí llega la obra reconciliadora de su sangre. Desde luego, hay mucho aquí que se escapa a
nuestro entendimiento actual.

4. En cuanto al mundo angelical, es más di cil entender el concepto de reconciliación, porque los
espíritus puros no tienen necesidad de reconciliación y los condenados son incapaces de ella.12 Pero,
de alguna manera, el desorden introducido por la caída humana está íntimamente vinculado al
desorden en el mundo oculto, por lo cual la restauración de aquél implicará también la
restauración de éste.13 Sabemos que algunos ángeles cayeron en algún tiempo del pasado (Job
4:18), aunque Dios no ha tenido a bien revelarnos muchos detalles al respecto. Es de suponer
que el Señor podría haberlos fulminado ya hace tiempo; pero, aunque ganó la batalla decisiva
sobre ellos en la cruz (Colosenses 2:13–15), su castigo eterno queda aún en el futuro (Judas 6),
posiblemente porque el día que Dios los juzgue caerán también todos los seres humanos que
están en su poder. Una vez forjado el camino de salvación de los creyentes, ya no hay nada que
impida que el Señor resucitado y glorificado restaure el orden en las esferas angelicales.14 De
alguna manera que no nos es dado entender, Cristo preparó en la cruz el camino a la
restauración de todas las cosas, p 224 incluido el reestablecimiento final de dominio,
obediencia y armonía en el mundo invisible.15 Recordemos que, en las Escrituras, aun la
destrucción de Satanás es concebida como una acción benéfica del Dios que busca la
reconciliación y restauración de todas las cosas: Y el Dios de paz aplastará pronto a Satanás debajo
de vuestros pies (Romanos 16:20).

Así pues, nuestro texto mira adelante y contempla aquel día cuando todo esté sujeto bajo los

12 Staab, pág. 122; cf. Jamieson, Fausset y Brown, pág. 514.


13 Varios comentaristas (Carson, pág. 47; MacDonald, pág. 958; Nielson, pág. 403) prefieren eludir la
aplicación de esta frase al mundo angelical diciendo que la reconciliación de todas las cosas no puede incluir el
mundo invisible. En apoyo de esto señalan que, mientras Filipenses 2:10 hace mención de las cosas debajo de la
tierra, aquí sólo se mencionan las cosas que están sobre la tierra y en el cielo. Sin embargo, ésta parece una
salida demasiado sencilla, porque no toma en consideración que la misma frase todas las cosas, en el 1:16,
incluye explícitamente todos los poderes angelicales.
14 De alguna manera, la obra redentora de Cristo trajo paz en el cielo (Lucas 19:38) además de paz en la tierra

(Lucas 2:14).
15 Gutiérrez, pág. 832, entiende que el texto se refiere a una reconciliación de ángeles y hombres y de toda la

creación material y puntualiza: entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal
en nuestras relaciones con Dios … Al restablecerse por la muerte de Cristo el recto orden entre las criaturas y el
Creador, los ángeles no permanecen extraños a esta armonía restaurada: entran también ellos a formar parte en este
concierto armónico y universal.

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pies de nuestro Señor, cuando toda rodilla se doble ante él (los creyentes gozosamente, los
incrédulos por obligación), cuando todo enemigo sea conquistado y castigado y reine la paz, la
armonía y el bienestar. Entonces se verá toda la amplitud de la palabra reconciliación. Será abolida
toda clase de enemistad y conflicto entre los hombres, en la naturaleza, en las esferas ocultas y
entre los hombres y Dios. Cristo ocupará visiblemente el trono y gobernará para siempre sobre
nuevos cielos y una nueva tierra en la cual habrá una justicia verdadera y una paz permanente.
Nuestro himno empezó con el Hijo eterno en el momento de la creación (1:15–16) y ahora acaba
contemplando a nuestro Señor Jesucristo en la consumación de las edades (1:20). Así le vemos
como al alfa y la omega, el principio y el fin, el resplandor de la gloria del Padre convertido en
humilde víctima expiatoria para luego ser exaltado por el Padre como el gran restaurador y
reconciliador, Salvador y Señor del universo.

p 225 CAPÍTULO 17

EL HOMBRE SIN DIOS


COLOSENSES 1:21

Y aunque vosotros antes estabais alejados y erais de ánimo hostil, ocupados en malas obras, …

INTRODUCCIÓN
Se ha acabado el himno (1:15–20). El apóstol vuelve de los lugares celestiales a la tierra, del
universo entero a la iglesia local, de la primacía de Cristo a la reconciliación de los colosenses y de
la poesía a la prosa. Deja de contemplar las glorias trascendentes de nuestro Señor desde la amplia
perspectiva de la historia universal, y ahora considera lo que estas glorias significan para los
creyentes de Colosas. El sujeto de los verbos de la cláusula principal (1:22) sigue siendo «él», es
decir, el hijo amado de Dios (1:13),1 pero ahora se sitúa su obra reconciliadora no en el gran
panorama que abarca todos los tiempos y todo el espacio, sino en el limitado contexto particular
de los colosenses. Ya no habla de cómo Cristo reconcilia todas las cosas con Dios, sino p 226 de
cómo os ha reconciliado.2 Las grandes realidades universales expuestas en el himno las aplica ahora

1 Lightfoot, pág. 161 (seguido por Buffard, pág. 77), supone que el sujeto de reconciliar debe ser Dios, como en
el versículo 20. Pero es más probable que sea Cristo (ver Hendriksen, pág. 100). De hecho, estas tres
afirmaciones, por supuesto, son ciertas: 1) Dios nos reconcilia consigo por medio de la muerte de Jesús; 2) la
muerte de Jesús nos reconcilia con Dios; 3) Jesús nos reconcilia con Dios por medio de su muerte.
2 La interpretación exacta de esta frase es muy compleja. Por un lado, el verbo reconciliar tiene nada menos

que cuatro formas diferentes en los manuscritos antiguos (ver Abbo , págs. 224–225) y admite ser entendido
en forma transitiva (él [os] reconcilió) o intransitiva (habéis sido reconciliados). Por otro, el pronombre «os»,

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a la situación personal de sus lectores.
En otras palabras, después de abrirles una ventana a las sublimes verdades eternas acerca del
Señor Jesucristo, verdades que sólo vislumbramos de lejos y cuyo alcance real escapa a nuestras
mentes finitas, el apóstol se vuelve a los colosenses diciendo: Y ahora, ¿dónde os situáis vosotros
dentro de estas grandes verdades? Dios tiene el propósito de restablecer la paz y la armonía
universal por medio de Cristo; ¿pero cómo se hace tangible este propósito de reconciliación en
vuestras vidas? ¿Qué cabida tenéis vosotros en el gran cuadro que acabamos de pintar?
Él contesta a estas preguntas con tres ideas fundamentales:

1. Describe aquella condición lamentable en la que nos encontrábamos antes de nuestra


conversión, condición que hace necesaria nuestra reconciliación con Dios (1:21).
2. Explica cómo se efectuó nuestra reconciliación por medio de la muerte de Cristo (1:22a).
3. Define cuál es la condición final que caracteriza nuestra plena reconciliación y, por tanto, cuál
es la meta hacia la cual nuestras vidas deben apuntar: la plena santidad (1:22b).

p 227 LA CONDICIÓN HUMANA (1:21)


¿Qué relación, pues, tienen los colosenses (y los demás creyentes) con este plan reconciliador
de Dios? Esencialmente ésta: que nosotros, como todas las demás cosas del universo creado, nos
encontramos en un estado de desorden y conflicto del cual necesitamos ser liberados y del cual
nuestra única esperanza de liberación es la obra reconciliadora de Cristo. Así pues, antes de
explicarnos en qué sentido la pacificación llevada a cabo por Cristo se aplica a nosotros, el apóstol
tiene que describir brevemente por qué necesitábamos ser pacificados. Hablar de la reconciliación
con Dios presupone un estado previo de conflicto con él. Si no sabemos identificar correctamente
la lamentable condición en la cual nos encontrábamos antes de nuestra conversión, nunca
apreciaremos debidamente la grandeza de nuestra salvación. Si no identificamos correctamente la
condición de nuestros parientes y amigos perdidos, nunca comprenderemos la urgencia de
cumplir nuestro encargo evangelístico: comunicarles la palabra de reconciliación (2 Corintios 5:19).
Nuestra gratitud, nuestra adoración y nuestra evangelización dependen en gran medida de la
comprensión de la magnitud de nuestro anterior estado de perdición.
Para describir este estado nuestro, Pablo emplea tres frases, las cuales corresponden
aproximadamente a las tres palabras empleadas por Pablo en Romanos 1 para describir la
perdición humana: impiedad, necedad e injusticia. Veamos cuáles son estas frases:

que en el texto griego aparece al principio del versículo 21, puede ser entendido (1) como modificativo del
sustantivo alejados, (2) como objeto directo enfático del verbo presentar, (3) como complemento directo del
infinitivo reconciliar del versículo 20, (4) como «pronombre suspendido», no conectado explícitamente con
ninguno de los verbos del contexto, pero teniendo una relación suelta con todos, o (5) como el complemento
directo del verbo reconcilió del versículo 22 (en RV60, versículo 21). La mayoría de versiones opta por esta
última lectura. En cualquier caso, el sentido general del texto está claro. Para un análisis de todas estas
opciones, ver Hendriksen, págs. 115–116; también Carson, pág. 47; Lightfoot, págs. 161–162.

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1. Estabais alejados
La primera indica lo lejos que estábamos de Dios. Éramos extraños o extranjeros. No
pertenecíamos al pueblo de Dios ni teníamos derecho a llamarle Padre. Es como si habitáramos en
nuestro propio país y consideráramos a Dios como el rey de otro país lejano que no tuviera nada
que ver con nosotros. En vez de vivir de cara a nuestro creador, vivíamos de espaldas a él. Es p
228 decir, practicábamos la «impiedad». No le honrábamos como Dios ni le mostrábamos gratitud
(Romanos 1:21). De hecho, estábamos tan lejos de él que no le conocíamos, ni siquiera sabíamos si
existía o no. Vivíamos separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de
la promesa, sin tener esperanza, y sin Dios en él mundo (Efesios 2:12).3
Pero la impiedad, además de alejarnos de Dios, conduce necesariamente a toda clase de
alienación.4 El hombre separado de Dios levanta toda clase de barreras que le separan de su
prójimo y producen toda clase de conflictos dentro de su ser interior. Quien vive sin Dios intenta
construir su vida sin tener cimientos adecuados, prescindiendo del factor principal de la
construcción. Fundamenta su existencia sobre premisas erróneas. Se entrega a la vivencia diaria
sin tener resueltas las grandes preguntas existenciales: ¿de dónde vengo, adonde voy y cuál es el
propósito de mi vida? Como consecuencia tiene que afrontar momentos terroríficos de perdición.
No sabe hacia dónde va. Ha perdido su norte. No sabe cómo vivir la vida, cuáles deben ser sus
prioridades y metas, por lo cual se limita a copiar a los demás y a seguir las modas de la sociedad,
sin darse cuenta de que ésta es una peligrosa actitud de «lemming» que puede llevarle a la muerte
eterna.5 Desconociendo al Creador que le da razón de ser, el hombre vive una vida sin sentido y sin
futuro. Para encubrir sus carencias, tiene que dedicarse frenéticamente a la búsqueda de placeres,
deberes y causas que le den una pequeña sensación de utilidad y realización; pero, cuando las
actividades cesan, vuelve nuevamente a una sensación de vacío. p 229 Entonces, como el hijo
pródigo, se da cuenta de lo lejos que se encuentra del hogar paterno. Desgraciadamente, son muy
pocos los que, en aquel momento, «vuelven en sí» y deciden regresar arrepentidos al Padre (Lucas
15:17).

2. De ánimo hostil
Por otro lado, puesto que al ser humano le resulta diǐcil vivir en un vacío ideológico que le deja
sin rumbo y significado en la vida, comete la «necedad» de inventarse toda clase de religión,
ideología o filosoǐa para conceder un poco de sentido a su existencia. Éstas son, a la fuerza,
especulativas, producto de la creatividad humana o de la mentira diabólica. Pero no son ideas
superficiales y sin importancia que los hombres van cambiando fácilmente de día en día, como si

3 Como ya hemos indicado, Efesios 2:11–22 viene a ser un comentario ampliado de nuestro texto de

Colosenses.
4 Cf. Songer, págs. 44–45: La palabra [«alejados»] implica aislamiento, soledad y un profundo

sentimiento de no pertenecer al lugar.


5 Los lemming son pequeños roedores de las regiones árticas de Escandinavia que viven y se mueven en

grandes colonias de modo que, en determinadas situaciones, cometen «suicidio en masa»; porque, sí los
líderes se tiran por un precipicio, todos los de la manada los siguen.

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se tratara de un cambio de ropa. Estas necedades se asientan en las profundidades de nuestro
corazón y llegan a determinar y controlar nuestro comportamiento y todo nuestro ser. El hombre
no se encuentra solamente en una situación externa de hostilidad que se ha producido a pesar
suyo, sino en una enemistad contra Dios que arranca desde las profundidades de su fuero interior:
su «mente», su «ánimo» o su disposición. Tiene el entendimiento entenebrecido a causa de la dureza
de su corazón (Efesios 4:18),6 y la mente puesta en la carne es enemiga de Dios (Romanos 8:7).
Así, en nuestra generación, la gente abraza las premisas de la «nueva era» sin prestar atención a
argumentos ni a favor ni en contra, por la sola razón de que necesitan creer en «algo». Y, puesto
que el cristianismo parece desacreditado y el islam asusta a la mayoría, se agarran a ideas eclécticas
que parecen modernas, pero que de hecho son tan viejas como el mismo diablo. Por ejemplo, no
pueden soportar la idea de que la muerte signifique el fin de todo, pero no quieren aceptar la
doctrina cristiana de la p 230 resurrección y el juicio porque les parece anticuada e incómoda, así
que creen en la reencarnación. ¿Con qué fundamento o bajo qué autoridad? Que yo sepa, no hay.
La aceptan «por fe», entendida como un salto ciego sin evidencia alguna ni argumento de peso.
Antes que volver a su Creador y reconocer la autoridad de su palabra, prefieren echar mano a toda
clase de especulaciones humanas.
Pero lo grave es que toda esta variedad de ideas mundanas, inventada y seguida por los
hombres, atenta directamente contra los derechos legítimos de Dios y contra la clara revelación
autorizada del evangelio. Delata una actitud rebelde y culpable de enemistad contra Dios. El ser
humano no quiere reconocer su pecado y rendirse ante su Rey, por lo cual intenta justificar su
existencia con sistemas ideológicos que, en el fondo, no son más que diversas formas de rebeldía
intelectual contra la verdad revelada de Dios.

3. Ocupados en malas obras


El ser humano alejado de Dios y regido por sistemas de pensamientos que se alzan en
enemistad contra Dios practica forzosamente toda clase de injusticia. No es que se ponga a
planificar conscientemente daños y perjuicios contra los demás (salvo en algunos casos extremos
de perversión y malicia), sino que su condición humana le conduce de maneras mucho más sutiles
y, por tanto, desapercibidas y peligrosas, a cometer atropellos contra su prójimo. La lógica de esto
está clara.7 Por un lado, la persona que vive en impiedad no conoce el temor de Dios y, por tanto,
no existe en ella nada que frene su egoísmo y su injusticia. Además suele ser una persona no sólo
sin rumbo ni sentido en la vida, sino también sin valores morales ni buenas costumbres. Y, por otro
lado, la persona que le niega a Dios sus derechos legítimos en su vida, suele alzarse en señor de su
propia vida y árbitro de su propio destino y vive sólo para sí. Al p 231 destronar a Dios, se coloca a
sí mismo en el trono de su vida. Se vuelve profundamente egocéntrico y su egoísmo le lleva a
cometer toda clase de abusos contra su prójimo (Pablo no se detiene a enumerarlos aquí, pero lo
hará en el 3:5–9).8 Si no hay valores absolutos y reina el egocentrismo, ¿por qué no robar a los

6 Puntualiza Hendriksen, pág. 100: Este estado de enajenación no se debe simplemente a ignorancia o inocencia.
¡No existen paganos inocentes! Por el contrario, eran extraños y hostiles en su disposición.
7 Y está claramente expuesta por Pablo en Romanos 1:18–32.

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demás aquello que me interesa a mí? ¿Por qué no pisotear a los demás con tal de salirme con la
mía? ¿Por qué decir la verdad si la mentira sirve mejor a mis intereses?

Así pues, según nuestro texto, antes de nuestra reconciliación con Dios por medio de Jesucristo
éramos personas alienadas, enemigas y malvadas. Alejados de Dios, en nuestra impiedad,
pensábamos y obrábamos como enemigos suyos.
No resulta fácil asimilar este diagnóstico de la condición humana. Nos relacionamos con
nuestros vecinos y los encontramos bastante civilizados y considerados. A veces incluso nos
avergüenzan, porque son más generosos y amables que algunos creyentes. Sin embargo, debemos
recordar que estas tres frases resumen el veredicto del Juez divino sobre la condición humana. Las
apariencias engañan. Durante un tiempo y por razones interesadas, la gente puede parecer amable
y, puesto que la imagen de Dios en el hombre no ha desaparecido del todo, algunas personas son
capaces de gestos puntuales de gran magnanimidad. Pero, detrás de nuestras máscaras de bondad,
todos escondemos un corazón perverso y engañoso (Jeremías 17:9), un egocentrismo enfermizo y
una variedad espeluznante de vicios y pecados. La injusticia, la necedad y la impiedad nos
caracterizan a todos. Como dice Pablo en Romanos 3:10–12, basándose en el p 232 Salmo 14:1–3:
No hay justo, ni aun uno [injusticia]; no hay quien entienda [necedad]; no hay quien busque a Dios
[impiedad]; todos se han desviado, a una se hicieron inútiles [alienación y perdición como
consecuencia lógica e inevitable de tanto desvarío].
Las apariencias —repito— engañan. Pero lo que puede convencernos acerca del acierto del
veredicto divino es el examen de nuestro propio corazón. Nosotros también nos colocamos
máscaras de amabilidad y logramos convencer a otros de que somos buenos. Pero, si el Espíritu
Santo ha comenzado siquiera a revelarnos cómo somos por dentro, habremos visto que el
diagnóstico de Dios es correcto en cuanto a nosotros y, entonces, nos convenceremos de que tiene
que ser correcto en cuanto a los demás.

p 233 CAPÍTULO 18

LA RECONCILIACIÓN EN LA EXPERIENCIA DEL CREYENTE


COLOSENSES 1:22

… sin embargo, ahora él os ha reconciliado en su cuerpo de carne, mediante su muerte, a fin de


presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de él …

8Cf. Hendriksen, pág. 100: La disposición interior de aversión a Dios y de antipatía a la voz de la conciencia … se
manifiesta luego en obras perversas. Es de observar que aquí, como en varios lugares de las Escrituras, las malas
obras se ven como consecuencia de una disposición pervertida, y no como su causa. Las acciones malas son
producto de un corazón malo.

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RECONCILIACIÓN POR LA MUERTE DE JESÚS (1:22a)
Como ya hemos dicho, puesto que éramos enemigos rebeldes y culpables, resulta casi increíble
que Dios haya querido reconciliarnos consigo en Cristo. Algo del asombro del apóstol ante este
hecho se ve en el sin embargo que abre este versículo,1 como si dijera: «a pesar de lo anterior, aun así
… ». Ésta es la gran «buena nueva» del evangelio: Cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo (Romanos 5:10); ahora él os ha reconciliado en su cuerpo de carne,
mediante su muerte (1:22).
Esencialmente, esta afirmación acerca de la muerte de Jesús viene a significar lo mismo que las
frases del versículo anterior: p 234 por medio de [Cristo, Dios reconcilió] todas las cosas consigo,
habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz (1:20). Ahora, pues, no necesitamos repetir
los comentarios que hicimos en torno a ellas, sino solamente señalar algunas cosas adicionales:

• Allí (1:20), la muerte de Jesucristo fue el medio por el cual Dios ha reconciliado consigo «todas
las cosas»; ahora (1:22) su muerte es el medio de reconciliación de los creyentes colosenses.
Pablo, como hemos dicho, deja lo universal y se vuelve a lo particular. El Hijo de Dios no sólo
tiene propósitos universales, sino que me amó y se entregó a la muerte por mí (Gálatas 2:20).
• El uso aquí de la palabra muerte viene a confirmar lo que dijimos con respecto al versículo 20:
sangre, en las Escrituras, es prácticamente un sinónimo de muerte, pero indica una muerte
violenta como víctima expiatoria.
• Esta muerte, Jesús la sufrió en su cuerpo de carne.2 Es decir, el sacrificio reconciliador de Jesús
habría sido imposible sin la encarnación. Él tuvo que hacerse hombre y asumir nuestra
condición mortal para poder padecer en nuestro lugar (cf. Hebreos 2:14–16; 1 Pedro 2:24).
Nuestro Mediador no es como los ángeles: no es un ser espiritual que pudo asumir
temporalmente una apariencia corporal.3 Él es verdadero hombre e hizo su morada entre
nosotros en un p 235 auténtico cuerpo humano de carne (Juan 1:14). Es la muerte ǐsica de
Jesucristo en la cruz la que consiguió nuestra reconciliación.

1 Muchas versiones (RV60, RVA, BJ, CI, DHH, NVI, Lacueva) siguen aquellos manuscritos antiguos que
omiten el sin embargo. Pero los mejores manuscritos apoyan esta última traducción (cf. LBLA, BT). Ver
Carballosa, pág. 60.
2 Cuerpo de carne es un hebraísmo que significa «el cuerpo humano de Cristo» (Hendriksen, pág. 101). El mismo

autor (siguiendo a Lightfoot, pág. 162) señala que, si Pablo no se limita a decir en su cuerpo, sino que añade la
expresión casi redundante de carne, quizás sea porque lo esté contrastando con su cuerpo que es la iglesia, que
acaba de mencionar (1:18).
3 Así enseñaban los gnósticos. Los falsos maestros negaban la encarnación y enseñaban que Jesucristo no tenía un

cuerpo verdaderamente humano; su filosoǐa de que toda la materia es pecaminosa los condujo a esta falsa conclusión
(Wiersbe, pág. 57). Cf. también Carballosa, pág. 60; Conybeare y Howson, pág. 694; Harrison, págs. 35–36;
Hendriksen, pág. 101; Jamieson, Fausset y Brown, págs. 514–515; Lacueva-Henry, págs. 244–245; MacDonald,
pág. 958; Nielson, pág. 404; Wickham, pág. 125. Sin embargo, debemos recordar que otros comentaristas de
peso (entre ellos Lightfoot, pág. 162; Abbo˄, pág. 226) indican que no hay ninguna evidencia independiente
de que esta falsa doctrina circulara ya en tiempos del apóstol.

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• La muerte de Jesucristo es la única base sobre la cual puede descansar nuestra reconciliación
con Dios. No hay otro medio posible. No hay acceso al Lugar Santísimo excepto por la sangre
de Jesús (Hebreos 10:19–20). La ira justa de Dios contra nosotros en nuestra condición rebelde
de impiedad, necedad e injusticia sólo pudo ser aplacada en la cruz de Cristo. Éste es un hecho
doctrinal que debemos defender a ultranza, porque en nuestros días es cuestionado, atacado o
ignorado. Pero también es un hecho histórico que debe conmovernos profundamente: Nunca
olvidemos que lo que le costó a nuestro Señor fue terrible. Sufrió el dolor ǐsico de una muerte
prolongada, la confusión emocional de la vergüenza y de la separación de Dios, y la repugnancia
espiritual hacia el pecado que fue colocado sobre él. ¿Cómo podemos permanecer indiferentes al precio
que él pagó?4
• La idea de reconciliación supone que en Cristo se acaban todas las formas de enemistad
expuestas en el versículo 21. Las implicaciones de la paz con Dios tienen que incluir la
rectificación de las características de nuestra condición previa que Pablo acaba de mencionar.
Si como enemigos estábamos alejados del Padre, ahora, reconciliados con él, llegamos a estar
cercanos (Efesios 2:13), incorporados en su familia (Efesios 2:19) y aceptos en el Amado (Efesios
1:6). Si éramos necios y hostiles en nuestra mente, ahora vamos creciendo en la sabiduría de
Dios (cf. 1:9) y aprendemos a amar la verdad de Dios.5 Si antes hacíamos malas obras, p
236 ahora andamos en las buenas obras que Dios tiene preparadas para nosotros (Efesios 2:10).
• Pero, por encima de todos estos matices, lo más importante que Pablo desea comunicar a los
colosenses es esto: Tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos
5:1). Cristo ha logrado la amnistía. Todo lo necesario para nuestra reconciliación con Dios ya se
ha llevado a cabo en la cruz.6 Al que no conoció pecado, Dios le ha hecho pecado por nosotros y
ha hecho justicia en la persona de nuestro sustituto; ahora sólo hace falta responder
positivamente a la invitación divina: En nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios! (2
Corintios 5:20–21). Los colosenses han respondido así y ahora el apóstol puede asegurarles,
como a todos los verdaderos creyentes: él os ha reconciliado; tenéis paz con Dios; bienvenidos a
la familia, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea
general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos (Hebreos 12:22–23).

LA META DE NUESTRA RECONCILIACIÓN (1:22b)


Nuestra reconciliación con Dios, sin embargo, no se limita al perdón y a la tregua de la cruz. Si
así fuera, seríamos pecadores perdonados y justificados, pero tan propensos a obrar el mal como
antes de nuestra conversión. La finalidad que Cristo perseguía mediante su muerte no es otra que
nuestro perfeccionamiento completo para que podamos disfrutar para siempre de la comunión

4 Sturz, págs. 50–51.


5 Como dice Lightfoot, pág. 161: Es la mente del hombre, no la de Dios, la que requiere una transformación para que
se efectúe la reconciliación.
6 Cf. Nielson, pág. 404: La parte de Dios en la obra reconciliadora de Dios está completa y terminada; nada más

puede agregarse a la expiación.

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con Dios.
Pablo ha empleado tres frases para describir la condición del ser humano pecador (1:21). Ahora
emplea tres más para p 237 describir la condición final del pecador redimido y perfeccionado por
Cristo. Probablemente exista en la mente del apóstol una vinculación entre las dos series de frases:

• Si antes estábamos alejados de Dios, ahora hemos sido hechos sus «santos», apartados por
Cristo para ser la posesión especial de Dios, su pueblo elegido y cercano.
• Antes éramos de ánimo hostil, enemigos de Dios, pero ahora Dios nos ve como «sin mancha»
delante de él.
• Antes nos ocupábamos en malas obras; pero ahora, increíblemente, comparecemos
«irreprensibles» ante Dios.

Ya en el momento presente, estas tres afirmaciones son ciertas con respecto a nuestra
condición «jurídica» ante el juez divino. Gracias a la expiación de Cristo, no hay condenación
posible para los que creemos en él y nos apropiamos los beneficios redentores y reconciliadores de
su muerte. Sugerir otra cosa sería cuestionar la plena eficacia de su sacrificio.
Sin embargo, lo que es cierto en términos jurídicos tiene que llegar a ser cierto en términos
reales y prácticos.7 El juez ya nos ha declarado inocentes y limpios; pero hemos de llegar a ser
inocentes y limpios en nuestra vivencia diaria. Éste será el tema del apóstol en el capítulo 3:
habiendo ya muerto y resucitado con Cristo a efectos legales, debemos aprender a hacer morir los
viejos hábitos del pecado y a andar según la justicia de una vida resucitada. No está absolutamente
claro si, en este versículo, Pablo está contemplando nuestra perfecta justificación presente o
nuestra plena santificación futura. Pero, puesto que la frase mira la «finalidad» de nuestra
reconciliación (a fin de …) y puesto que el verbo presentaros suele emplearse en torno al día final,
parece preferible entender el texto como una referencia a la meta de la vida cristiana que aún no
hemos alcanzado, pero que, por p 238 la gracia de Dios, vamos camino de alcanzar.8 En todo caso,
debemos recordar que lo que hemos de ser un día gracias al poder transformador de Dios no es más
que la culminación de una obra que ya ha comenzado en nosotros. Si esperamos ser santos, sin

7 Cf. Nielson, pág. 404: Lo que Cristo ha hecho decisiva y completamente en el Calvario con respecto a nuestra
salvación debe ahora ser aplicado en la experiencia diaria sobre una base individual.
8 Carballosa, pág. 60, indica que el tiempo aoristo del verbo presentar implica propósito y que la frase entera

anticipa el propósito final de Dios para los redimidos. Y Hendriksen, pág. 102, afirma: La presentación de la que
aquí se habla debe entenderse como definitivamente escatológica, es decir, como refiriéndose a la gran consumación,
cuando Cristo vuelva sobre las nubes en gloria. En cambio, Nielson, pág. 405, opina que la presentación es tanto
presente como futura; mientras que Erdman, pág. 54, dice que este aspecto futuro del propósito divino no se debe
forzar demasiado, pues Pablo tiene en mente tanto una intención como un proceso por el cual la perfección moral,
como resultado de la reconciliación que Cristo realizó, se va consiguiendo en esta vida; y Lightfoot, pág. 162, afirma
que es más probable que Pablo se refiera aquí a la aprobación presente de Dios que a su juicio futuro. Carson,
pág. 48, define bien la relación entre las dimensiones presente y futura de nuestra santificación: Es verdad que
el mismo acto de reconciliación conlleva el comienzo de la transformación que sigue a ella; pero el perfeccionamiento
de aquella obra queda aún en el futuro.

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mancha e irreprensibles en el reino eterno, debemos ir creciendo en una vivencia santa, intachable
e irreprensible en esta vida terrenal.
Veamos en más detalle, pues, las frases que describen lo que hemos de ser y, por consiguiente,
lo que ya estamos llegando a ser. Aunque son prácticamente sinónimas, podemos distinguir
matices de diferencia entre ellas:

A fin de presentaros … delante de él


En todo este pasaje, a partir del versículo 15, Pablo se ha limitado a emplear pronombres en vez
de sustantivos al referirse al Padre y al Hijo. Esto es causa de mucho debate entre los
comentaristas, porque no siempre queda claro si la referencia es al Padre o al Hijo. Hasta aquí
hemos entendido el texto como si los sujetos y objetos de los verbos, que en el texto griego
aparecen sólo como pronombres, fueran los siguientes (las palabras en letra cursiva no aparecen en
el texto griego):

p 239Porque agradó al Padre que en el Hijo habitara toda la plenitud, y por medio del
Hijo quiso el Padre reconciliar todas las cosas consigo (con el Padre), habiendo hecho el Hijo la
paz por medio de su cruz … Y ahora el Hijo os ha reconciliado en su cuerpo de carne,
mediante su muerte, a fin de presentaros (el Hijo) santos, sin mancha e irreprensibles
delante del Padre.

Sin embargo, debemos recordar que todos estos pronombres griegos se prestan a ser
entendidos de otra manera. Es posible entender el versículo 22 como si rezara: Y ahora el Padre os
ha reconciliado en el cuerpo de carne del Hijo y mediante la muerte del Hijo, a fin de presentaros (el
Padre) santos, sin mancha e irreprensibles delante de sí (del Padre).9 También es posible entender la
última frase como si el Hijo os presentara santos … delante de si mismo.10 ¿Cuál es la lectura
correcta de estas frases? La interpretación exacta no puede dilucidarse por consideraciones
gramaticales o textuales. Y tampoco por consideraciones doctrinales, puesto que la idea de nuestra
«presentación» en el día final es a veces delante de Dios Padre (Romanos 14:10; 2 Timoteo 2:15)11 y a
veces delante del Hijo (Efesios 5:27; 2 Corintios 4:14; 11:2).12 Tenemos que depender, pues, de
criterios muy subjetivos: la que nos parece la lectura más llana del texto según el fluir del
argumento del apóstol. En este sentido, a mí me parece preferible entender aquí que es Cristo
quien nos presenta delante del Padre. En todo caso es evidente que, cuando seamos «presentados»
en el día final, será ante el Padre p 240 y el Hijo igualmente, y que una presentación no será posible
sin la otra (Juan 14:9). En última instancia, estas cuestiones de interpretación resultan un tanto
ociosas.
Lo cierto es que el apóstol mira adelante a aquel día glorioso cuando seremos semejantes a Cristo

9 Así lo entiende Carson, pág. 48.


10 Esta lectura es defendida por Hendriksen, pág. 101, basada en la idea parecida de Efesios 5:27.
11 En RV60, RV95, este versículo habla del tribunal de Cristo, pero las demás versiones, siguiendo los mejores
manuscritos, hablan del tribunal de Dios.
12 En otros casos (Colosenses 1:28; 2 Corintios 4:14) la referencia es ambigua.

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(1 Juan 3:2) en perfecta santidad.

Santos
La santidad, como hemos dicho en numerosas ocasiones, conlleva la idea fundamental de
separación. Dios ha «apartado» para sí un pueblo para que le adore y le sirva y para que viva con los
mismos valores (amor, integridad, veracidad …) que le caracterizan a él. Ya somos santos, en el
sentido de apartados para Dios. Aún distamos de serlo en cuanto a nuestra perfecta vivencia según
esos valores. Pero ya estamos en el camino de la santidad (Isaías 35:8–10), en proceso de ser
transformados a la imagen de Cristo (Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18), cada vez más cerca de Dios
(en contraste con lo lejos que antes estábamos).
Nuestro destino glorioso es el de vivir completamente limpios del pecado en perfecta
comunión con Dios. En términos negativos, la santidad significa la ruptura con toda clase de
pecado (1 Tesalonicenses 5:22); en términos positivos, significa la práctica de toda clase de bondad;
esencialmente, significa ser como Cristo y andar como él anduvo.

Sin mancha
Esta frase sigue con la idea de la santidad (cf. Efesios 1:4: santos y sin mancha delante de él). Para
que los animales sacrificados en holocausto en el antiguo pacto pudieran ser considerados santos
para Dios, tenían que ser perfectos, sin mancha ni defecto alguno. Igualmente, Cristo se ofreció en
sacrificio como un cordero sin tacha y sin mancha (1 Pedro 1:19). Aquella muerte suya sirve para
limpiarnos de toda mancha de la culpa del pecado. Dios nos ve en Cristo completamente
purificados, sin defecto alguno.
Pero en nuestro caso, por supuesto, no se refiere a defectos ǐsicos, sino morales y
p 241
espirituales. La frase sin mancha, por tanto, equivale a «sin culpa».13 La sangre de Jesucristo nos
limpia de todo pecado y hace que podamos estar delante de Dios como personas declaradas
jurídicamente inocentes y justas.
Sin embargo, no debemos olvidar las implicaciones vivenciales de esta frase. Gracias a la
muerte de Jesucristo estamos eternamente exentos de culpa. Pero ahora tenemos que vivir de día
en día como hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual
resplandecéis como luminares en el mundo (Filipenses 2:15; cf. 1 Timoteo 6:14). Ninguno de nosotros
puede pretender haber alcanzado ya esta meta, pero todos debemos seguir adelante a fin de poder
alcanzar aquello para lo cual fuimos alcanzados por Cristo (Filipenses 3:12).

Irreprensibles
La idea de ser irreprensibles sugiere que nadie puede acusarnos legítimamente de ningún
pecado, fallo, desliz o incoherencia. Y, nuevamente, hemos de decir que, en el sentido legal
estricto, ya somos irreprensibles. Nadie puede acusarnos ante Dios, porque todos nuestros delitos
ya han sido castigados y expiados en la persona de nuestro sustituto, Jesucristo. ¿Quién acusará a

13Cf. Abbo˄, pág. 227: Es un término jurídico y determina el sentido jurídico de toda la frase. Songer, pág. 46,
añade: El vocablo «presentaros» … era usado para designar la acción de llevar a una persona ante el tribunal
(Hechos 23:33) y denotaba una presentación solemne y significativa.

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los escogidos de Dios? —pregunta el apóstol en Romanos 8:33–34—; porque, lejos de admitir
acusaciones, Dios es el que nos justifica. ¿Quién es el que condena? ¿Acaso Jesucristo, el que tiene en
sus manos el juicio universal (Juan 5:22)? No, porque Cristo Jesús es el que murió para nuestra plena
justificación. No hay acusación posible ante el tribunal de Dios. Somos irreprensibles. Y, sin
embargo, en la práctica estamos muy lejos de vivir vidas irreprensibles y, aunque nadie más nos
señale con el dedo, nuestra propia conciencia p 242 nos acusa con frecuencia. En este sentido
estamos aprendiendo a ser irreprensibles y sencillos (Filipenses 2:15) y a vivir vidas sin reproche (1
Timoteo 6:14),14 aun sabiendo que tenemos un largo camino que recorrer.
Pero nuestra gran esperanza es que, cuando Cristo se manifieste, en aquel día seremos hallados
irreprensibles en santidad delante de él (1 Corintios 1:8; 1 Tesalonicenses 3:13; 5:23). Es una
esperanza bien fundada, porque nuestra plena santificación no es una obra nuestra, sino de Dios en
Jesucristo: él es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros sin mancha en presencia de su
gloria con gran alegría (Judas 24). Ésta es la fuerza de nuestro texto: Cristo es quien nos presentará
irreprensible. Él es quien está obrando para nuestra plena santidad.
Y, sin embargo, esto no nos deja sin responsabilidad. Cristo no obra nuestra santificación al
margen de nuestra voluntad humana. Por eso, el apóstol procede a añadir una calificación (1:23).
Nuestra esperanza es firme y se cumplirá perfectamente con tal de que … Pero la exposición de esta
condición requiere un capítulo aparte.
Mientras tanto, celebremos la grandeza de la obra de Cristo. La reconciliación con Dios que él
ha efectuado en la cruz nos abre la puerta a esta gloriosa esperanza. En vez de ser personas impías,
necias e injustas, en Cristo llegamos a ser personas cercanas a Dios, sin defecto y plenamente
justas. Así de grande es la diferencia entre vivir bajo el dominio de las tinieblas y ser trasladados al
reino de su Hijo amado (1:13).
Sí, nuestro texto es motivo de celebración. Pero también lo es de reflexión personal. Pablo
acaba de hacer unas declaraciones doctrinales que exigen a cada uno de nosotros nuestra
ratificación o nuestro rechazo. Preguntémonos, pues:

p 243•¿Acepto sin reservas el veredicto divino sobre la condición humana: que el hombre no
regenerado es impío, insensato e injusto?
• ¿Acepto sin reservas que la reconciliación con Dios sólo puede ser lograda por medio de la
muerte expiatoria de Cristo y que, por tanto, él no es una entre muchas opciones religiosas
válidas, sino el único mediador entre el hombre pecador y el Dios vivo y verdadero?
• ¿Comprendo que la finalidad de la reconciliación con Dios no es seguir en una vida impía e
injusta, sino vivir una vida santa e irreprensible delante de Dios? ¿Tengo como mi máxima
aspiración ser como Jesucristo, vivir como él vivió y amar como él amó? ¿Estoy creciendo en
amor, en santidad y en el conocimiento de Dios?

14 Y es en este sentido como Pablo exige que los candidatos para el pastoreo de las iglesias sean hombres
«irreprensibles». Ver 1 Timoteo 3:10; Tito 1:6–7.

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p 245 CAPÍTULO 19

LA PERSEVERANCIA EN LA FE
COLOSENSES 1:23

… si en verdad permanecéis en la fe bien cimentados y constantes, sin moveros de la


esperanza del evangelio que habéis oído, que fue proclamado a toda la creación debajo del cielo, y
del cual yo, Pablo, fui hecho ministro.

RECONCILIACIÓN CONDICIONAL (1:23)


Pablo acaba de afirmar con contundencia: Él os ha reconciliado (1:22). Nuestra reconciliación ya
está cumplida, cosa del pasado. Nuestra paz con Dios no depende de ninguna virtud o iniciativa
nuestra, sino de la plena eficacia del sacrificio de Jesucristo por nuestros pecados, hecho una vez
para siempre hace dos mil años (Hebreos 9:12, 26, 28; 10:12, etc.).
Pero, ahora, el apóstol añade una coletilla que hace que la vigencia de esa obra del pasado
dependa de algo que nosotros debemos hacer en el presente y el futuro: permanecer fieles.1 No
es, ni mucho menos, la única ocasión en que los escritores del Nuevo Testamento hablan de
p 246
nuestra salvación como una realidad ya alcanzada en el pasado y, por tanto, segura; y, a la vez,
como algo que depende de nuestra fidelidad actual y futura. Por ejemplo, en Hebreos 3:6, el autor
afirma, como un hecho ya cumplido, que somos casa de Dios; pero luego añade: si retenemos firme
hasta el fin nuestra confianza. Y en Hebreos 4:14 dice que somos hechos partícipes de Cristo (hecho ya
cumplido), si es que retenemos el principio de nuestra seguridad firme hasta el fin (factor
condicionante y futuro). En nuestra experiencia normal de la vida, ¿no es cierto que el futuro
queda condicionado por el pasado?; pero, a efectos de la salvación por la fe, ¡el pasado queda
condicionado por el futuro! La autenticidad de nuestra reconciliación con Dios, basada solamente
en la obra cumplida de Cristo en el pasado, se demuestra en nuestra perseverancia futura.
¿Pero cómo puede ser esto? ¿No atenta esta cláusula condicional contra la seguridad de nuestra
salvación? ¿No hace que la obra de Cristo, que antes parecía firme, completa y suficiente, ahora
resulte una cosa insegura, sujeta a las fluctuaciones del ánimo humano? ¿Acaso no es cierto que la
seguridad eterna del creyente es una bienaventurada verdad que está claramente expuesta en el Nuevo
Testamento?2 Sí, efectivamente, así es. Nadie puede dudar de la absoluta solidez de la salvación que

1 Es posible entender este versículo como dependiente del infinitivo presentar, en vez de serlo del verbo
principal reconcilió (os presentará si permanecéis fieles en vez de os ha reconciliado si permanecéis fieles). Así lo
entiende la mayoría de comentaristas. En ese caso, tanto nuestra presentación ante Dios como nuestra
permanencia en la fe son acciones futuras, lo cual soslaya la dificultad de si una situación establecida en el
pasado puede depender de una acción aún en el futuro. La soslaya en cuanto a consideraciones gramaticales,
pero no en cuanto a la realidad soteriológica; porque nuestra presentación, aunque sea futura, depende
claramente de la acción reconciliadora de Cristo ya cumplida en el pasado.
2 MacDonald, pág. 959.

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Cristo ha conseguido para el creyente. Pero, en cambio, donde sí pueden caber dudas es en cuanto
a si tú y yo somos «creyentes» de verdad. Para la persona que ha creí do de verdad en Jesucristo, su
salvación es segura, eternamente garantizada; pero también es cierto que esta persona, al haber
creído de verdad, perseverará en la fe. Si alguien realmente ha nacido de nuevo, las marcas de la
vida de Dios (entre ellas, la perseverancia) se manifestarán en él. La fe tiene que ser sometida a toda
clase de prueba en la cual el creyente puede sufrir momentos de zozobra o desvanecimiento; pero,
si es fe verdadera, siempre saldrá victoriosa. Así p 247 pues, no somos salvos a causa de nuestra
perseverancia, sino que la permanencia es la consecuencia y la demostración de nuestra auténtica
salvación. No somos salvos porque perseveramos, sino que perseveramos porque somos salvos. Si
hemos creído de verdad, somos reconciliados con Dios desde el día de nuestra confesión de fe; pero
es necesario que la autenticidad de nuestra confesión sea probada mediante nuestra
perseverancia.3
Sin embargo, dejemos de lado estas sutilezas gramaticales y teológicas y volvamos a cosas más
sencillas. Lo cierto es que las Escrituras enseñan simultáneamente dos verdades complementarias:
(1) nuestra salvación no es una cosa insegura que dependa de los vaivenes de nuestro pobre
compromiso humano, sino un hecho ya logrado por nuestro Salvador en el momento de su muerte
y resurrección; (2) no obstante, nos apropiamos la salvación por medio de la fe, y la fe auténtica es
una fe perseverante.
¡Qué importante es que mantengamos en equilibrio estas dos verdades! Un exceso de confianza
superficial en el carácter gratuito y cumplido de la salvación podría conducirnos a una peligrosa
pereza espiritual. En cambio, cualquier duda en cuanto a nuestra salvación perfecta y completa en
Cristo nos conduciría a la desesperación, al pensar que nosotros mismos tenemos que merecernos
la aprobación de Dios. La soberanía divina en la salvación no está reñida con la responsabilidad
humana. El hecho de que la salvación sea por pura gracia no anula la necesidad de perseverar en la
fe. Por un lado, pues, las Escrituras nos aseguran que, si hemos creído en Jesucristo, ya somos
salvos, ya somos hijos engendrados por Dios, ya somos aceptos en el Amado y ya pertenecemos a la
familia de Dios. Por otro, nos exhortan a permanecer en la fe no sea que, apartándonos del camino,
no lleguemos a buen término:

p 248•El que persevere hasta el fin, ése será salvo (Mateo 10:22; cf. 24:13; Marcos 13:13).
• Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; severidad para con los que cayeron, pero para ti, bondad
de Dios si permaneces en su bondad; de lo contrario también tú serás cortado (Romanos 11:22).
• Tened cuidado, hermanos, no sea que en alguno de vosotros haya un corazón malo de incredulidad,
para apartarse del Dios vivo (Hebreos 3:12).
• Esforcémonos por entrar en [el reposo de Dios], no sea que alguno caiga siguiendo el mismo ejemplo
de desobediencia (Hebreos 4:11).
• Tenéis necesidad de paciencia [ fe perseverante], para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios,
obtengáis la promesa … No somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para

3Cf. MacDonald, pág. 959: La permanencia es una prueba de realidad; Hendriksen, pág. 102: La perseverancia
prueba el carácter genuino de la fe y, por lo tanto, es indispensable para la salvación.

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la preservación del alma (Hebreos 10:36–39).
• Salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros,
habrían permanecido con nosotros; pero salieron, a fin de que se manifestara que no todos son de
nosotros … En cuanto a vosotros, que permanezca en vosotros lo que oísteis desde el principio. Si lo
que oísteis desde el principio permanece en vosotros, vosotros también permaneceréis en el Hijo y en
el Padre. Y esta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna (1 Juan 2:19, 24–25).

PERSEVERANCIA (1:23)
1. Perseverantes en la fe
Así pues, habiendo asegurado a los colosenses que ya no son enemigos de Dios, sino que han
sido reconciliados con él por la muerte de Cristo, Pablo procede a darlas una advertencia acerca de
su perseverancia. Esto ya es cierto de vosotros —dice— si p 249 en verdad permanecéis en la fe.
Deben perseverar.4 De no ser así, demostrarán que su confianza en Cristo nunca fue verdadera y
que la reconciliación con Dios que parecían disfrutar nunca fue más que una tregua aparente.
Pero notemos bien en qué tienen que perseverar. Pablo no dice si permanecéis en buenas obras, si
seguís asistiendo a los cultos de la iglesia o si avanzáis siempre en santidad y amor. Estas cosas son los
frutos y los resultados de nuestra salvación, pero no constituyen su raíz. En lo que debemos
perseverar es en la fe.
Jesucristo mismo dijo algo muy parecido cuando empleó el símil de la vid y los sarmientos
(Juan 15:1–8). El resultado final que busca el viñador es, efectivamente, una abundante cosecha de
frutos, de uvas de calidad (buenas obras, santidad, amor …). Pero Jesús no dice a los discípulos:
«Por tanto, esforzaos por producir mucho fruto»; sino: «permaneced en mí». Si la relación con
Cristo es lo que debe ser, si existe entre él y los discípulos una auténtica relación de amor, si su
palabra mora en ellos, entonces el fruto se producirá por sí solo. En cambio, si la relación con él se
debilita, ningún esfuerzo humano dará buen fruto. Y, por supuesto, la relación de los discípulos
con el Señor es esencialmente una relación de fe: Creed en mí; creed y acatad mi palabra; depended
de mi poder salvador; seguid en el camino que os he trazado; reconocedme en todo como vuestro
Señor. En nosotros mismos, no podemos alcanzar las demandas éticas de Dios. Todo esfuerzo al
margen de la fe es inútil. El discípulo debe echarse vez tras vez sobre el poder transformador de
Cristo.
Y ésta, precisamente, es la relación que los falsos maestros querían socavar. Buscaban diluir la
fe de los colosenses en Jesucristo, diciendo que él era sólo uno entre muchos mediadores. Querían
sacudir su fe en la obra propiciatoria de la cruz, diciendo p 250 que sólo era uno de muchos medios
a través de los cuales el hombre necesita ser reconciliado con Dios.

2. Bien cimentados y constantes

4 De hecho, la exhortación a la perseverancia constituye la razón de ser de toda esta epístola. Cf. Nielson, pág.
405: La trágica posibilidad de hacer vana la reconciliación y perder la presentación es la razón básica para haber
escrito esta carta.

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¿Cuál, pues, es el secreto de la permanencia o perseverancia en la fe? Los colosenses necesitan
estar bien cimentados y constantes. Es decir, deben asegurarse de que los fundamentos de su fe estén
bien construidos. Sólo sabrán mantenerse inamovibles en medio de las tormentas de la vida si
están bien asentados sobre la roca. La calidad de los fundamentos determina la firmeza de todo el
edificio.
Enseguida pensamos en la parábola de las dos casas (Mateo 7:24–27). Una de ellas resistió los
embistes de la tormenta porque estaba cimentada en la roca. La otra se desplomó por estar
construida sobre la arena.
Sin duda, el cimiento que Pablo tenía en mente era el evangelio de Jesucristo tal y como lo
predicaban los apóstoles (en contraste con las peligrosas arenas movedizas de la enseñanza
herética), porque para él no existía otro fundamento viable que no fuera Cristo (1 Corintios 3:11;
Efesios 2:20). La persona firmemente asentada sobre el evangelio es aquella que cree en Jesucristo,
abraza de corazón el evangelio y hace que éste subyazca en todas las áreas de su vida. Así, el
evangelio viene a ser su soporte constante. Informa su mente, dirige sus emociones y su voluntad,
le proporciona consuelo en momentos de aflicción y consejo en situaciones de perplejidad.
Meditando diariamente sobre la Palabra de Dios, obedeciendo sus instrucciones y haciendo de ella
su guía infalible, el creyente llega a ser una persona estable en medio de los vendavales y azotes de
la vida. Descubre que Jesucristo es una roca inamovible en medio de todas las adversidades.

3. Sin moveros de la esperanza del evangelio


La tercera frase parece casi una redundancia. Si los colosenses están bien cimentados y
constantes, ¿no cae por su propio peso que no se moverán de la esperanza del evangelio?
Sin embargo, ya hemos tenido ocasión de observar (1:5) que la esperanza quizás haya sido
p 251
el punto débil de la vida espiritual de los colosenses. Seguramente, pues, debemos leer esta frase
poniendo el énfasis en la palabra esperanza. Hay un solo mensaje que puede inspirar una esperanza
firme y bien fundada: el evangelio de Jesucristo. Todos los demás son meras especulaciones
humanas sin garantía alguna. Sólo pueden conducir a esperanzas nebulosas que, en el momento
de la verdad, decepcionarán. Los colosenses están en peligro de dejar la pureza del evangelio para
ir detrás de enseñanzas espurias que defraudan y «avergüenzan» (Romanos 5:5). Si lo hacen,
entonces darán la espalda a las promesas firmes de Dios. La venida de Cristo, la herencia de los
santos en luz (1:12), la gloria venidera (1:27), la redención y reconciliación final de todas las cosas,
la nueva tierra donde mora la justicia, la paz y la armonía … todas estas cosas las perderán. Antes
estaban sin esperanza porque estaban sin Dios en el mundo (Efesios 2:12). ¡Qué trágico sería que,
habiendo abrazado el evangelio de la esperanza y habiendo sido reconciliados con Dios, ahora lo
abandonaran para seguir ilusiones vanas!

Y ahora, después de todos estos matices, centrémonos en el énfasis principal de este versículo:
tú y yo, si queremos hacer efectiva nuestra reconciliación con Dios, vivir en paz y comunión con él
y ser presentados ante él para vivir eternamente en su reino, debemos perseverar en la fe. No basta
con haber creído en algún momento del pasado. La cuestión es si nuestra fe sigue firme y vibrante

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hoy, si perseveramos en el camino de la santidad y vamos creciendo en el conocimiento de Dios.
Es normal que, en la juventud o al principio de la vida cristiana, te vengan muchas preguntas,
dudas y luchas. Es necesario que pases estas cosas, porque, sin ellas, no crecerías en tu fe ni en el
conocimiento de Dios ni alcanzarías la madurez espiritual. p 252 Te traerán mucho desconcierto y
mucha angustia; pero tú, persevera.
Vendrán persecuciones, insultos e injusticias; persiste en las cosas que has aprendido (2
Timoteo 3:12–14), sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo (2 Timoteo 2:3). Serás
sometido a diversas pruebas, tentaciones y seducciones; no permitas que te desvíen del camino,
sino agárrate con aún más fuerza al Señor. Soplarán nuevos vientos de doctrina; te tratarán como
anticuado, desfasado y estrecho de mente; pero no te dejes deslumbrar por las palabras halagüeñas
de los falsos maestros (Gálatas 3:1), ni hagas caso de sus descalificaciones (todos los fieles siervos
de Dios han tenido que soportarlas), ni te dejes mover de la sana doctrina del evangelio. Es posible
que amigos tuyos se vuelvan atrás, que líderes que temas en un pedestal de espiritualidad te
decepcionen o caigan estrepitosamente en pecado, o que tengas que vivir una división de iglesia
con vergonzosas peleas entre hermanos; recuerda con quién te has comprometido y en quién has
creído, y sigue adelante con la mirada puesta en Jesús (Hebreos 12:1–3). Venga lo que venga, contra
viento y marea, avanza hacia el puerto celestial sin deslizarte a diestra o siniestra (Efesios 4:14).
Mantén tu fe en las Escrituras como Palabra de Dios, en Jesucristo como Hijo de Dios y en el
evangelio como poder de Dios.

LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO (1:23)


Mantenernos fieles al evangelio y a la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos
(Judas 3) o ir a la deriva a causa de los vientos de doctrina que nos desvían del camino, ésta es la
cuestión. Después de exhortar a los colosenses en el sentido de permanecer fieles a la fe y la
esperanza del evangelio, Pablo agrega tres frases acerca del evangelio mismo para animarles en su
fidelidad:

p 2531. Fue oído por los colosenses


En primer lugar les recuerda que es el mensaje que ellos mismos «han oído». Oír, en este caso,
es mucho más que escuchar. Sin duda fueron muchos los presentes entre el público cuando Epafras
predicó el evangelio en Colosas, pero sólo los santos y fieles hermanos «oyeron» de verdad; porque
oír es asimilar, entender y abrazar (cf. 1:6–8). Es responder con fe.
La primera razón que debe animarles a la fidelidad, pues, es el hecho de que ellos mismos han
experimentado personalmente el poder del evangelio. Ha llegado a cambiar sus vidas. Conocen
personalmente su eficacia.

2. Es proclamado en toda la creación


Ya en el 1:6, Pablo había hablado del carácter universal del evangelio diciendo que en todo el
mundo está dando fruto constantemente y creciendo. Ahora sus palabras son aún más contundentes y
explícitas: el evangelio … se predica en toda la creación que está debajo del cielo.5

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El solo hecho de haber empleado tiempos continuos en el 1:6 y de hablar allí acerca de la
creciente expansión de la proclamación del evangelio indica que Pablo no está intentando decir
aquí que la extensión del evangelio ya haya alcanzado sus límites, ni mucho menos que
absolutamente todo ser humano haya podido escuchar su mensaje. Ciertamente, la explosión del
testimonio cristiano por todo el mundo conocido del imperio romano era tal que habría
justificado esta clase de hipérbole;6 pero Pablo no quiere decir que el evangelio ya ha sido predicado
a toda criatura, sino que se está predicando en cumplimiento del mandato de Cristo (Marcos 16:15).7
Se trata p 254 de un proceso que ya está en marcha y que seguirá hasta el retorno de Cristo. 8
Por tanto, los colosenses no deben pensar que la actividad de Epafras ha sido propia de una
secta pequeña y extraña sin solvencia ni credibilidad. El evangelio de Jesucristo está siendo
abrazado por seres humanos responsables en el mundo entero.9 Es un mensaje divino de validez
universal, no una idea humana de interés limitado y regional ni tampoco una doctrina esotérica
accesible sólo para una oligarquía de iniciados.10

3. Constituye la base del ministerio de Pablo


Finalmente, Pablo utiliza el tema del evangelio como puente para dar paso a su tema siguiente,
su propio ministerio misionero (1:23b–29): del cual yo, Pablo, fui hecho ministro. No queda claro por
qué quiso hablar de sí mismo en este punto de su carta. Algunos piensan que puede ser porque los
herejes insinuaban que el evangelio predicado por Epafras no era el mismo proclamado por Pablo y
el apóstol desea identificarse con su consiervo. Otros proponen que los colosenses podrían haberse
asustado ante la noticia del encarcelamiento de Pablo (¿puede ser creíble una religión perseguida
por las autoridades?) y que el apóstol, lejos de avergonzarse de sus cadenas, quiere asegurarles su
encarcelamiento es motivo de gozo y honor, no de deshonra y pena.
En todo caso, es significativo cómo habla acerca de sí mismo. Podría haber dicho: del cual fui
hecho apóstol. Podría p 255 haber indicado su propia posición privilegiada dentro de este
movimiento universal. Pero, en vez de esto, habla con toda humildad. El es «ministro» del
evangelio; es decir, siervo o criado.11 Rinde fiel servicio a su amo, Jesucristo, y el instrumento de su

5 Puntualiza Schweizer, pág. 88: La «creación» no significa aquí, como en el himno, todo el universo, sino la
humanidad. Cf. Gutiérrez, pág. 834: En el rabinismo judio, el término «criatura» era sinónimo de «hombre»; San
Pablo se adapta a ese uso del término.
6 Como, por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 1:8.
7 Aunque el tiempo es aoristo, el sentido es indeterminado. Ver nota del traductor, Jamieson, Fausset y Brown,

pág. 515. Cf. Guthrie (1), pág. 1145: Esta frase demuestra que Pablo está contemplando posibilidades más que
realidades.
8 También es posible que Pablo, al hablar de toda la creación, esté pensando en el hecho de que ahora el

evangelio se proclama tanto a judíos como a gentiles; es decir, a toda criatura sin distinción, no sin excepción.
9 Cf. Erdman, pág. 56: Esta universalidad del evangelio la presenta Pablo como garantía de su verdad. El mensaje

que ha satisfecho las necesidades de todas las clases y razas da prueba de ser un mensaje de Dios. La herejía suele ser
local y provincial.
10 La frase es de Carballosa, pág. 61.
11 De hecho, la palabra empleada por Pablo es diáconos. Pero aquí la emplea no como título de un oficio

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servicio es el evangelio.12
Pero notemos bien que Pablo no está diciendo que él mismo haya decidido servir a Cristo
mediante el evangelio, sino que «fue hecho» ministro por Cristo. Los falsos maestros se designan a
sí mismos. En cambio, aquel cuyas glorias trascendentes Pablo acaba de cantar (1:15–20) tuvo a
bien llamar a Pablo a su servicio y encomendarle el inmenso privilegio de administrar el mensaje
para bien de los colosenses.

p 257 BIBLIOGRAFÍA DE OBRAS CONSULTADAS

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12 Pablo indica en este capítulo que el «ministerio» cristiano tiene que ver con el servicio a Cristo (1:7), al

evangelio (1:23) y a la iglesia (1:25).

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