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Sabuat Urbina
A mi Esposo.
“Resaltaba en él la sonrisa que tan bien conocía, porque sonreía de ese modo cada
vez que la miraba. Permaneció delante del retrato algunos minutos, contemplándolo
Jane Austen
Orgullo y Prejuicio
I
Las hojas del limonero se mecían lentamente a medida que el viento iba devorando el humo
del cigarrillo. Annie descansaba sobre una tumbona jugando con el cigarrillo entre sus dedos y
admirando las figuras que se formaban con cada bocanada de humo. La brisa de abril era suave y un
poco fría, se notaba que el otoño se estaba acercando. A sus espaldas descansaba la casa donde vivía
desde hacía unos cuantos años. Era una casa antigua, pequeña, pero muy hogareña que contaba con
el espacio necesario para satisfacer sus necesidades. Se la había comprado a una señora que se iba
hacia el este con la idea de finalizar sus días en alguna playa cálida. Cuando vio la casa por primera
vez quedó prendada de aquel pequeño patio cercado por la sombra del limonero. Cada vez que el
clima y su apretado trabajo se lo permitían se quedaba tumbada viendo como las ramas de aquel árbol
danzaba al compás que le marcaba el viento. Era realmente mágico. Más de una vez ella y Fabián
habían pasado horas echados en esa misma tumbona, cobijados con una simple manta y bajo la copa
de aquel árbol haciendo inmensos castillos construidos con hermosas promesas futuras. Pero eso ya
Hacía cinco meses desde que Fabián se había ido a Buenos Aires. La oferta de un mejor trabajo
y la posibilidad de poder empezar a escribir su libro fueron las excusas perfectas para finalizar de un
solo golpe su relación con Annie. Ella trataba de no pensar mucho en el asunto porque la verdad aun
le dolía. Procuraba que su mente flotara y se perdiera en la oscuridad de la noche así como lo hacía
el humo de aquel cigarrillo. Cada día sentía como una verdad tan absoluta le fulminaba su existencia:
Apagó el cigarrillo en un cenicero que tenía a la mano y se levantó de un tirón. Hacía muchos
días que no salía temprano de su trabajo y quería aprovecharlo para darse un buen baño. Entró a la
casa y cerró la puerta corrediza que daba al jardín. La Nena salió corriendo a recibirla y Annie le
devolvió el saludo acariciándola detrás de las orejas. Al menos aún la tenía a ella. La tenía desde hace
dos años al encontrarla cuando regresaba de Bariloche. El pobre animal estaba deshidratado y a punto
de morir de frío. Era irónico como unos años atrás ella le salvó la vida rescatándola de aquella helada
montaña y hoy era su compañía la que le permitía superar esta helada soledad.
Subió las escaleras hacia su recamara. En el camino se tropezó con unas cuantas fotos de su
viaje a Perú con Fabián. Se había olvidado de echarlas a la basura y en el fondo tampoco quería
hacerlo. La verdad es que no todo fueron malos momentos pero le dolía ver aquellas fotografías con
tanta felicidad en sus rostros. Era demasiado para ella. Subió las escaleras de un tirón para no pensar
mucho en el asunto, aunque últimamente era en lo único que solía pensar. Entró al baño, un espacio
acogedor con una pequeña ducha, un lavado, un retrete y su pieza favorita del mobiliario: una bañera
antigua. Le había costado mucho mantenerla en pie y creía firmemente que si por alguna razón había
que derrumbar por completo la casa, ella terminaría encadenada a la bañera. Fabián siempre le decía
que podía jurar que amaba más a la bañera que a él. Sin darse cuenta de nuevo estaba pensando en él
Hacía mucho que no usaba la bañera y sabría Dios cuando la volvería a usar pero optó por la
ducha. Más rápida, más efectiva y menos melancólica. El agua le caía por su espalda como pequeños
besos tibios que le rozaban la piel. La temperatura estaba perfecta. Se dejó golpear por el chorro de
la regadera como quien se deja azotar para cubrir sus pecados, obligándose a sentir los latigazos de
la ducha en lugar de sumergirse en la nostálgica bañera, como si con eso suplantara cualquier acto de
expiación necesario para pagar por sus culpas. Sabía que en el fondo la decisión de Fabián había sido
la mejor. Ella estaba entregada a su trabajo y él estaba entregado a ella. Él soñaba con cosas que a
ella nunca se le hubieran pasado por la mente. Era una relación guiada por el mismo amor pero por
diferentes intereses. Resultaba una relación extraña y perfecta a la vez. En su interior entendía que no
podía castigarse por siempre, pero sabía que aún era muy pronto para levantarse el castigo.
Una vez salió de la ducha se secó rápidamente con una toalla tibia y decidió aplicarse un poco
de crema hidratante en piernas y brazos. Luego de su rápido ritual de hidratación nocturna, tal vez el
único dejo de feminidad que le quedaba, se metió a la cama. Estaba tibia y cómoda, aunque muy vacía
también. Examinó con la palma de la mano como si estuviera en busca de alguna señal de aquel amor
acabado aun a sabiendas de que no lo iba a encontrar, pero era un deseo que muchas veces no podía
contener, un deseo que se encendía como una llama efímera cada noche, un deseo que la hacía
prisionera de sus emociones encontradas y sensaciones extintas. Dio vueltas por un rato mientras su
mirada saltaba de la ventana al techo y del techo a la pared antes de volver a la ventana.
Era extraño estar acostada tan temprano, muchas veces a aquella hora era cuando entregaba
su guardia en el hospital. Su trabajo como enfermera muchas veces resultaba agotador aunque
sumergida de nuevo en los libros devanándose lo poco que le quedaba de sesos para finalizar un
carrera y se esforzaba por estar siempre al día con lo mejor y más novedoso en cuanto al cuidado que
debía darle a sus pacientes. Su madre siempre le reprochaba que había perdido su tiempo al no estudiar
Medicina, pero la verdad es que ella sentía más pasión por ayudar a las personas en su recuperación
que en sentarse día tras día en un escritorio a escribir récipes o señalar cirugías que tal vez ni ella
misma terminaría haciendo. Era una lástima que ninguno de sus estudios le fuesen útiles en aquel
momento para sanar un corazón maltrecho por una ruptura amorosa. Sabía cómo atender una
quemadura de tercer grado, una fractura de clavícula o hasta un caso de hipertensión agudo, pero en
Fabián como si se esforzara por fijárselos permanente y perennemente en la memoria. Ella hacía un
esfuerzo por dormir y su cerebro jugaba en su contra manteniéndola despierta para restregarle en cara
cuanta mala decisión o mal momento se le hubiera atravesado en la vida. Las imágenes divagaban,
saltando de un recuerdo a otro, haciendo que las historias de su amor fallido se arremolinaran en su
cabeza. Casi podía sentir como si otra vez fuera noviembre y estuviese de nuevo allí, impaciente y
nerviosa esperando el bus. Aquella noche de primavera trataba de sumergirse en una lectura sobre las
laceraciones por ácidos cuando su mirada se posó en un chico que recorría la acera de enfrente
envuelto en una bufanda ciruela. El volteó de la nada como si alguien lo hubiera llamado y posó su
mirada sobre aquella chica menuda de cortos cabellos castaños batidos por la brisa fría de aquella
noche primaveral. Ella bajó la mirada ya que sentía que su cara estaba ardiendo, pero no pudo resistir
más de diez segundos antes de echar de nuevo un vistazo en busca de aquel galán. Él estaba parado
en el mismo sitio, esperando que ella lo buscara, como si él estuviese moviendo la piezas en un ficticio
juego de ajedrez de miradas. Ella volvió a sonrojarse. Sus mejillas estaban encendidas en fuego, no
quería levantar la cabeza, se sentía tan apenada que apenas se dio cuenta que su autobús se estaba
aproximando y para cuando quiso abordarlo ya era muy tarde. Levantó de nuevo la vista y su chico
– ¿Te puedo hacer compañía mientras esperas el próximo bus o también lo vas a dejar pasar?
Ella se sobresaltó. Pudo haber sido la cercanía de su cara o sobre todo porque se lo había dicho
– No me di cuenta que era mi autobús – dijo ella firmemente mientras sus mejillas la
traicionaban.
– Ok. Pero aún no sé si te puedo acompañar.
Ella no supo que responder. Un sí habría sido suficiente, pero Annie nunca sabía cómo
reaccionar ante aquellas situaciones. Era muy torpe. Solo se aplaco un poco el lado izquierdo de su
cabello para acomodarlo detrás de su oreja, un tic que siempre la dominaba cuando estaba nerviosa,
un tic que en este caso acompaño con una sonrisa entrecortada, un gesto que le resultó sexy y
encantador.
– Voy a tomar ese silencio como un sí, – le confesó Fabián – aunque al menos vas a tener que
decirme tu nombre o sentiré que te estoy acosando sin sentido y se acabará toda la magia de nuestro
juego.
De su garganta no podían salir ese par de sílabas que le servían de sustantivo. Quería decir su
nombre pero la detenía una fuerza más atronadora que ella misma. Era como un si un par de tenazas
se le cernieran en torno a la garganta. Él la miró por un par de minutos sumida en aquel silencio y no
pudo hacer más que girar sobre sus talones para retroceder en sus pasos hasta el punto donde unos
minutos atrás el destino los había hecho encontrarse. Ella logró ver de soslayo como él le había dado
la espalda, así que tomo coraje y dijo su nombre más fuerte de lo que hubiese querido, llamando la
– ¡Annie!– dijo ella. Él estuvo detenido unos segundos antes de voltear. – Me llamo Annie,
quiero decir.
ella esperaba su siguiente bus, ambos intercambiaron números telefónicos y concertaron una próxima
– Ya llegó tu autobús – señaló Fabián. – Toma – dijo mientras le colocaba su bufanda ciruela
– Bien, no tienes que quedártela. Devuélvemela cuando te vuelva a ver. Así estoy seguro que
ciruela con la mano izquierda. Se vieron de nuevo el siguiente viernes en el sitio acordado y hablaron
durante horas. Él le contaba como quería escribir sobre la identidad musical de la Argentina y ella le
comentaba como se enamoraba cada vez más de sus estudios de enfermería. Él le robó un beso y ella
A las cuatro de la mañana, habiendo dormido poco y recordado mucho se levantó. No podía
seguir dando vueltas en la cama. Duraba horas buscando conciliar el sueño mientras su cabeza se
esforzaba por mostrarle escenas de su relación con Fabián como si de una vieja y repetida película se
tratara. Bajó las escaleras de puntillas para no despertar a la Nena y se fue directo a la cocina.
Necesitaba café. Normalmente se habría antojado de un mate pero por encima de todo debía estar
despierta. Le faltaban dos horas para empezar su guardia y algo le decía que no iba a ser un día fácil.
Usualmente sus desayunos eran un poco apresurados, pero aquel día no llevaba mucha prisa
ya que había dormido poco. Como se había levantado temprano tenía tiempo de sobra. Encendió la
cafetera y mientras esperaba decidió darse una ducha rápida. Siempre salía con el uniforme puesto
pero esperaba que le diera suficiente tiempo como para cambiarse en el trabajo. Se vistió sin prisa
pero sin pausa y bajó a tomarse la primera taza de café del día. La bebida le pareció energizante luego
de otra noche tan mala como las ultimas cien antes de esa. Se preparó unas tostadas con mermelada
de frutilla y queso blanco. Encendió el televisor y se sentó en la barra de la cocina, vio algunas noticias
regionales y luego pasaron a los pronósticos del clima; señalaban vientos fríos y posibles lluvias al
final de la tarde. Decidió abrigarse con un suéter largo vino tinto y alguna bufanda que le hiciera
juego. Encontró la bufanda ciruela. No se detuvo a pensar mucho en el asunto y la agarró, al igual
que un par de guantes de gamuza que le servirían mientras manejaba. Cerró las ventanas, le coloco
comida a la perra y se tomó una segunda taza de café mientras el carro se calentaba en la cochera.
La vía estaba bastante despejada y no hacía tanto frío como esperaba así que paso de usar los
guantes. Mientras manejaba escuchaba una estación de radio donde siempre ponían viejos tangos de
los que escuchaba cuando vivía con su madre. De pronto se vio a sí misma flotando en medio de una
pista de baile con un ceñido vestido negro, su cabello recogido y unos zapatos de tacón rojos. Era el
encuentro anual de tangos de San Telmo y Fabián estaba vestido como los bailarines de la vieja
guardia. Se veía tan varonil con esa barba rala de dos días debajo de aquellos ojos claros. Su cabello
engominado se ajustaba a la forma de su cráneo mientras sus pantalones hacían lo mismo con sus
glúteos. Él se le acercó lentamente mientras ella lo esperaba de pie en la esquina opuesta del salón.
Años atrás ella ni se habría imaginado colocarse un par de zapatos altos para ir a una fiesta y ahora
estaba allí con su feminidad en pleno en medio de una competencia del que ella consideraba el baile
más sensual del planeta. Él la atrajo hacia su pecho colocando su mano abierta en la parte baja de su
espalda y Annie se dejó llevar sin poner ninguna objeción. Fabián olía a una mezcla de pino ahumado,
limón y sudor, un aroma tan fuerte y varonil que aún hoy en día no podía sacarlo de su cerebro. Su
olor la envolvió como un fino manto de tul que no le permitía separarse de él. La música sonaba. Él
le marcaba los pasos con el movimiento de sus caderas mientras sus labios le marcaban las palabras
al borde de su oído.
– Estas realmente radiante – le susurraba con su olorosos labios. Annie se sentía aturdida.
– Solo soy el hombre que tu mereces tener. Salta – le decía indicándole el siguiente
movimiento. Ella le seguía el paso muy bien. – Debes ser más sensual, más hembra – le dijo mientras
Fabián la sujetó por la espalda y sus caderas se unieron a los golpes que marcaba el bandoneón.
– ¿No soy la mujer que esperas?– le dijo una vez que estaban frente a frente.
Ella meditó su respuesta mientras su cuerpo se movía a través del salón en la punta de sus
pies. Él la volvió a aprisionar contra su pecho y ella le susurró con sus labios pintados de rojo.
– Es que yo no malgasto palabras con cualquiera. Reservó mis labios para un hombre de
verdad.
Lo soltó y tongoneó su cuerpo hacia la puerta cuando él dio un par de pasos, la tomó por el
brazo, la hizo dar un par de giros para finalizar el baile con un apasionado beso mientras la sujetaba
por la espalda. El público estalló en aplausos y aunque no ganaron el premio esa noche ella fue la
mujer que él merecía tener. Él le pidió disculpas por aquellas palabras, solo quería molestarla para
tratar de ganar el concurso. Terminaron haciendo el amor en un callejón oscuro matando de lleno la
discusión.
La estación cambio la música para reportar un retraso en el tren que venía del este ya que se
presentaba un problema con la carga, fuentes extraoficiales señalaban que parte de una carga
maderera se había caído del tren en las inmediaciones de un pueblo a algunos kilómetros al sur de
allí. La abrupta interrupción le sirvió a Annie para dejar de soñar y apagar la radio. Manejó por unos
diez minutos más y llegó hasta el lote de aparcamiento del hospital. Desde allí era poco lo que se
podía ver del edificio pero a pesar de todo no se notaba mucha actividad adentro. Gracias a Dios tenía
suficiente tiempo para poder arreglarse y recibir turno tranquilamente, todo esto si no tenía ninguna
emergencia.
Se colocó sus guantes mientras caminaba hacía la sala de urgencias. Para ser sinceros las
instalaciones no eran muy grandes. Era un hospital de cuatro plantas cuyas paredes ya estaban por
cumplir algo más de cincuenta años. Tiempo atrás prestaba sus servicios a tres pequeñas ciudades,
hoy en día apenas se da basto para atender la comunidad del condado. En su pasado el nosocomio
contaba con instalaciones de Psiquiatría y un ala de Maternidad pero como había aumentado la
población local estas especialidades habían dado a parar en hospitales más grandes. Ya tan solo estaba
la Sala de Emergencia con unos seis quirófanos y la Unidad de Cuidados Intensivos, así como un piso
de consultorios y otros dos de hospitalización, muchas veces usados para pacientes postoperatorios o
que requirieran un cuidado especial. Annie decidió acortar el camino ya que el reloj estaba corriendo,
así que en vez de entrar por la puerta principal o atravesar la sala de emergencias entró por la cafetería.
Siempre era cálido entrar por allí ya que Julio, un guapo colombiano con una cabellera
platinada por los años, le regalaba una taza de café o de té negro con leche. En su principio era
evidente que Julio lo hacía como arma de seducción para arrancarle sonrisas a Annie, pero luego de
la ventisca de hacía dos años donde estuvieron encerrados en el hospital por más de 36 horas las cosas
habían cambiado. Aquellos días fue mucho lo que hablaron; compartieron vivencias, sueños,
anécdotas, gustos y demás. Annie le comento del chico que había conocido en un parada de autobús
unas semanas atrás y Julio le habló sobre como el mar se había tragado a su prometida y había
decidido irse lo más lejos posible de aquel lugar. Rieron y lloraron, pero por encima de todo se
volvieron amigos. Con el tiempo seguirían compartiendo buenas charlas acompañadas de algún café.
Annie lo ayudó a adaptarse a aquella fría ciudad del sur y con el tiempo él sería su bastión mientras
– Buenos días Annie – le dijo Julio al verla atravesar el pasillo de la cafetería. – ¿Por qué tan
– Buenos días Julio. – Annie se abalanzó sobre el mostrador para darle un tierno beso en la
– No me esquives la pregunta.
– Ya te sabes la respuesta – contestó Annie en el mismo tono que Julio. Ambos esbozaron
sendas sonrisas.
– Deberías tomar algo, no puedes llegar como un fantasma todos los días. Pensé que este fin
– Yo también anhelaba que así fuese, pero por lo visto no hay medicina para esta enfermedad.
– Te aseguro que esta semana te acepto esa copa de vino. Me voy a cambiar. ¿Qué tal la noche,
mucho movimiento?
Brienna no tenía mejor cara. Esta le comentó que se le descompuso el estómago a mitad de la guardia
tal vez por algún virus que había cogido. Annie la animó dejándole el vaso con café para que se
repusiera un poco y fue a cambiarse rápidamente para tomar el cambio de guardia. La sala de
enfermeras quedaba justo detrás del cuarto de medicamentos y descartables médicos. Al llegar al
cuarto repleto de banquillos y casilleros se encontró con el patán de Eric, un idiota de casi dos metros
que apostaba a sacarla de quicio cada vez que podía motivado por el hecho de que ella nunca había
– ¡Oh por Dios! ¡Estas viva!– exclamó Eric al verla entrar en la habitación y salió corriendo
a abrazarla.
– Pensé que habías muerto – exclamó este con fingido drama mientras la soltaba bruscamente.
Eric se quitó de en medio y se dirigió a su casillero con una sorna sonrisa en la cara. Annie le
dio la espalda y esperó hasta que se fuera para cambiarse. Cuando vio el reloj le faltaban diez minutos
“Cabrón.” pensó.
Se puso el uniforme lo más rápido que pudo y salió para recibirle el turno a Brienna. Esta le
recriminó que se había tardado más de lo debido, que estaba cansada y quería irse a su casa. Annie se
– Eric.
enfermería del hospital se dividía en cuatro servicios rotatorios: Emergencias, Unidad de Cuidados
Emergencias o el Servicio de Cirugías, pero hoy le vendría bien pasearse por los pisos de
hospitalización haciendo rondas tranquilas y sin más que preocuparse que por ayudar a un paciente a
ir al baño o aplicarle sus medicamentos. Para su sorpresa le tocaba la UCI. Su gesto de mala cara fue
evidente para Eric y este le dijo alguna tontería que Annie no alcanzó a escuchar cuando se desvío
por el pasillo que unía el área de quirófanos con la de emergencias. Hizo una pequeña ronda por las
camas de emergencias y luego entró directamente a su turno en la UCI. Realmente no había mucho
trabajo, solo dos pacientes por trasplantes de órganos, un caballero de avanzada edad que había
sufrido una falla coronaría y una chica con fracturas múltiples por causa de un accidente en
motocicleta.
Las emergencias que ingresaron durante la mañana fueron pocas y ninguna requirió atención
en la UCI, al contrario, uno de sus pacientes estaba en quirófano en este momento y uno de los
trasplantes había sido subido a la cuarta planta. Eran casi las diez de la mañana y Annie decidió
tomarse un breve descanso. No le caería nada mal otra taza de café. Fue a la cafetería a saludar a Julio
y consiguió a varias personas paradas frente al televisor, absortos en una noticia sobre un ferrocarril.
– ¿Qué sucede? – le preguntó a Julio quien también miraba la tele desde la barra.
– Se zafaron unos toneles de madera de un tren de carga y cayeron en una carretera aledaña.
– ¿Algún herido?
– Hasta los momentos no, pero los trenes se retrasaron y el tráfico está fatal.
Annie pensó que tal vez aquella era la causa de que su turno estuviese tan tranquilo. Le pidió
un café a Julio y le puso un billete de cinco pesos en el mostrador. Este se negó a aceptarlos pero se
vio forzado a hacerlo luego de que Annie mostrara su enfado. Entró por emergencias para luego ir al
UCI cuando escuchó la sirena de una ambulancia en la puerta que daba hacía la calle de servicio. Se
dirigió hacia allá con la idea de enterarse un poco de que pasaba. Era lo más emocionante que había
pasado en toda la mañana y tal vez la despertara más que el café. Las puertas se abrieron de par en
par para dejar pasar a los médicos de guardias de la sala acompañados por el paramédico que
accidente automovilístico. Herida en cuero cabelludo cubierta con apósito, deformidad en la pierna
izquierda. El ritmo cardíaco está un poco bajo, 100/60. Respuesta negativa ante el dolor aunque las
– Es normal luego de una contusión cerebral – dijo el médico de guardia, la Dra. Pivonnetti.
– Tendría algo más de veinte minutos para cuando nos llamaron, tardamos unos quince en
Annie vio al pobre hombre. Realmente estaba mal. Su rostro estaba cubierto por una rara barba
pero el pegote de sangre y los hematomas no le dejaban apreciar bien el rostro. Debió haber sido un
– ¿Por qué tardaron tanto? – decía el otro doctor, un hombre de algunas canas que acompañaba
a la doctora en su guardia.
– El tráfico estaba terrible con lo del accidente del tren – dijo el paramédico mientras le
El paramédico le señaló a Annie donde debía firmar y esta no tuvo la más mínima oportunidad
de explicarle que no era de esa guardia. Puso el café a un lado para firmar donde le había señalado el
chico flaco con ojos grandes que luego le entregó el maletín. Annie se quedó inmóvil ante el asombro.
No era la primera vez que veía aquel maletín, le había regalado uno idéntico a Fabián en su último
aniversario y pensó en la posibilidad de que fuese este el hombre de barba sucia y rostro
ensangrentado al que Eric preparaba para entrar al quirófano. Ya no iba a necesitar el café.
III
Existen ciclos en la vida que se cumplen cabalmente. Inician y concluyen de una manera tan
perfecta que no da cabida a que ningún suceso aleatorio interfiera con ello. Poco sabía Annie sobre
esa Ley tan fundamental en la vida y de como ella misma se encontraría cara a cara con aquella verdad.
El día que le compró aquel maletín a Fabián era la víspera de su tercer aniversario. Ella lo
había visto hacía un par de semanas atrás mientras miraban vidrieras luego de salir del cine. Para ella
era el regalo perfecto; su precio era accesible y se veía que estaba hecho de un buen material. Algunos
días después salió temprano de su turno y pasó por la tienda para ver el famoso maletín. Le gustaron
las buenas costuras, el calor del cuero con el tacto de su mano y lo amplio que era al abrirlo. Era
perfecto para un profesor de música, le daba un toque vintage a ese aura ingles que rodeaba siempre
a Fabián. Lo apartó con algo de dinero como inicial y dijo que lo buscaría el jueves próximo.
Aquel jueves como de costumbre se levantó antes que él, se pegó un duchazo y se fue a recibir
guardia. En el camino escuchó una conferencia grabada que hablaba sobre la atención en pacientes
con escaras. Llegó al hospital ya empacada en su uniforme e inmediatamente la atrapó Alexia, otra
de sus compañeras enfermeras y una de las pocas amigas que la vida le había regalado.
reservando lo mejor.
Ambas se echaron a reír. La verdad era que hacía mucho que no había intimidad entre ella y
Fabián. La rutina había consumido la pasión de una forma tan abrupta que parecía irreal. Muchas eran
las noches donde se sumergían en libros y conversaciones de respuestas monosílabas que poco a poco
habían enfriado lo que ella creía era el romance más potente y empecinado del mundo. Envidia sentía
de Alexia que no sufría con los grilletes de la rutina. Pero ahora tenía la oportunidad de resarcir sus
fallas, estaba preparando una celebración de aniversario muy íntima, esperando que la intimidad diera
Esa tarde salió temprano y fue a retirar el maletín de cuero que había apartado. Le dieron la
posibilidad de rotularle las iniciales pero tardaría unos días más. Ella se negó. Guardó el maletín en
el carro y lo oculto bajo unas mantas. Al día siguiente tenía planeado envolverlo y entregárselo en
una cena que “prepararía ella solita” en la casa de Alexia, no sin antes pasar por el salón de belleza a
Fabián llegó aquella noche sobre las nueve mientras ella leía un libro de Patologías
Pediátricas sentada en el sofá de la habitación. Él le dio un beso seco en la frente y ella siguió inmersa
en la lectura por unos diez minutos hasta que se dio cuenta que él estaba haciendo una maleta.
– Mañana salgo para Buenos Aires. Hoy me dijeron que me presentara para una entrevista del
Annie le costó un poco entender la situación así que cerró el libro, lo puso a un lado y se
– Yo también me enteré así hace unas horas atrás – le respondió Fabián con un tono de voz
habitación. No sabía que más decir, era su única arma. Ella misma había visto como la apatía se había
convertido en un virus devastador que consumía su relación poco a poco cada día. La intimidad en
aquella alcoba era el miembro gangrenado que estorbaba en la cama. Lo relegaron tantas veces que
– Ah, eso.
“Eso”.
Su relación había quedado relegada a Eso. Tres años juntos que ahora solo eran Eso. Annie
quería llorar pero la rabia era como un torrente de adrenalina que la estaba consumiendo. Quería
gritarle a la cara por darle la espalda en aquel momento, porque él se iba y la dejaba sola. Sentía que
se iba de su vida y la dejaba tirada con las ganas de recuperar algo que ella sabía no podía salvarse,
se iba de su lado y la abandonaba sintiendo como resurgía en su pecho la angustia de verse sola y
perder al único hombre a quien había amado, se iba para siempre y la deponía en aquella habitación
que susurraba su aroma en cada pared, en cada adorno, en cada cuadro, en cada recuerdo. Quería
brincarle encima y abofetearlo hasta que le pidiera disculpas por ser tan poco hombre y no plantarse
de frente a lo que estaba pasando entre los dos, o mejor dicho a lo que no estaba pasando pero sabía
Pero no lo hizo.
Bajó las escaleras y fue al patio, necesitaba un cigarrillo. Dejó la puerta abierta tras de sí y la
Nena salió eufórica a arañarle las piernas como lo hacía siempre que la emoción la desbordaba.
– ¡Entra!– le gritó al pobre animal que salió despavorido a esconderse en su madriguera.
– ¿Y con quién la debo pagar entonces?– le preguntó Annie iracunda mientas el cigarrillo
Annie miró a Fabián buscando en su mirada la luz que en otros días iluminaba su senda pero
solo halló un vacío más brumador que el silencio que los había envuelto en la habitación. Fabián no
entendía que pasaba y en el fondo ella tampoco sabía porque reaccionaba así ante un hecho que ella
– ¿En serio no lo entiendes? ¿Acaso eres tarado? No solo te vas a Buenos Aires a una
entrevista de trabajo de la cual yo no sabía lo más mínimo, sino que me entero de la forma más
absurda en la víspera de nuestro aniversario. ¿Qué va a suceder con nosotros si te aceptan en ese
conservatorio? ¿A dónde va a ir nuestra relación? Dudo que pueda mejorar estando a medio millar de
kilómetros si estando a medio millar de milímetros apenas nos hablamos. Me dejas tirada como si
nada. En estos tres años yo soy para ti lo mismo que un vecino al que de casualidad le comentas que
vas a viajar para que le eche un ojo a tu casa. ¿Eso es lo que soy yo para ti?
Fabián no la veía a la cara. Annie sentía que no podía hacerlo, la vergüenza lo mataba y por
Cuando Fabián subió la mirada no había espacio para la duda, la vergüenza o el dolor. Sus
pupilas susurraban determinación. Determinación a no continuar que aquel parapeto que ellos hacían
llamar amor, determinación a no dejarse morir ahogado en un sitio donde ya no podía ser feliz, pero
todo para ella, eso no lo podía negar. De él había aprendido mucho y era el hombre con el que esperaba
pasar el resto de su vida, pero en el fondo sabía que vivir sin él la libraba de una serie de
responsabilidades que cumplía más por obligación que por deseo. Sin él se podría entregar por
completo a su carrera y cumplir con las metas que se había trazado hacía tanto y que no tomaba por
la duda de seguir poniendo en jaque aquella relación. Ambos tenían culpa de haber creado el sumidero
Fabián aceptó aquel silencio como la confirmación de que él ya no era nada para ella, o al
menos era menos de lo que debía ser. Hacía mucho que solo eran compañeros de cuarto. Ya las
miradas lascivas se habían convertido en miradas compasivas llenas de una amiguismo eterno, de
– Voy a subir a terminar de recoger mis cosas – dijo Fabián mientras le daba un beso en la
– Así que terminaremos de esta manera – señaló Annie luego de que Fabián había dado unos
– No creo que exista una mejor. La verdad no sé cuál es la mejor manera de hacerlo, es otra
– Trataré de hacerlo. Solo te pido que por favor trates de llevarte de una vez todo lo que tengas
acá. No quiero andarme tropezando con tu recuerdo cada vez que volteé la mirada. Tómate el tiempo
que necesites.
Annie sabía que aquellas palabras resultarían fulminantes pero debía que ser valiente en aquel
momento. No podía permitirse ponerse en pie y volver a caer cuando él se apareciese buscando
cualquier tontería. Si él no había tenido el valor para al menos poder decir que aquello había llegado
a su fin entonces lo tendría ella para llevar las riendas de aquel desenlace tan inesperado. Lo hacía
con la única meta de salir bien parada o al menos lo mejor parada que pudiese. Él se volteó y la miró
a los ojos, incrédulo de lo que había escuchado y sus ojos chocaron de frente con la misma
No tardó más de 45 minutos en encerrar lo que había vivido junto a ella en 1.095 días. Bajó
las escaleras pesaroso como si un potente aire lo estuviese retrasando y regalándose una última mirada
de lo que a partir de hoy dejaría de ser su hogar. En el pecho surgía un sentimiento de abandono. Se
sentía tan parte de nada. Tomaba las riendas de lo que era su vida pero ya no sabía hacia donde iba
esta. Era como un expatriado que volvía a su pueblo natal, un desconocido que volvía a esa soltería
de donde Annie lo había sacado. Al pie de las escaleras estaba ella con un maletín en la mano, le dijo
que iba a ser su regalo de aniversario. Él se negó a recibirlo y ella se lo entregó a pesar de las negativas.
Lo había comprado para él así que nada iba a ganar con quedárselo, además era muy bonito como
para arrumarlo en algún closet. No intercambiaron muchas palabras. Él le entregó las llaves
asegurándole que no había conservado ninguna copia y ella le dijo que no lo ponía en duda.
Se fue caminando despacio hacia el taxi que lo esperaba en la puerta, era la primera vez que
se despedía sin besarla y tal vez la última en que se verían por un largo tiempo. Ella no sabía a donde
iba a estar y tampoco le interesaba. Luego de una hora subió las escaleras a regañadientes y se
encontró con que cada rincón de la habitación gritaba su olor. Ella no se pudo contener más y se dejó
caer de rodillas y con el rostro en el suelo lloró hasta que se le secaron las lágrimas, hasta que creía
estar seca por dentro solo para darse cuenta que aún le quedaban más lágrimas que dar.
Al día siguiente se reportó indispuesta en el trabajo y pasó el día buscando hasta la última
evidencia que pudiese quedar en aquella casa sobre el amor que le profesaba a Fabián. Poco sabía
ella misma si era para cerciorarse de que no era una mentira todo lo bello y lo bueno de aquellos tres
años o si era para hacer su propia celebración del Bonfire Night. Recorría las habitaciones como un
alma en pena. El día se le fue en fumar y llorar hasta que se dijo a si misma que no podía seguir así.
Tomó los víveres con los que pretendía preparar la cena, los montó en el carro y sin saber cómo se
apareció en la puerta del piso de Alexia con media botella de Champagne y una bolsa repleta de fresas
y helado. Terminó llorando a moco suelto en las piernas de su amiga quien se terminó tomando lo
que quedaba de champaña para igualarla. Alexia decía que su amiga era la viva imagen de Carrie
Bradshaw en Sex & the City: La Película y no le importaba, allí estaba ella, Samantha Jones para
hacerla entrar en razón. La verdad es que Annie hubiese querido más que fuese una Charlotte quien
arrepentido de todo aquel malentendido y dispuesto a recomponer el daño que había causado, pero
esa no era la realidad y en el fondo agradecía mucho el no estar sola en aquel momento aunque fuese
Pasaron días antes de que pudiese volver a su casa y no sentir que los fantasmas de su relación
estaban deambulando por todos los rincones. Se veía al espejo y muchas veces no se reconocía a sí
misma. Racionalmente sabía que aquello era lo mejor para su carrera pero el dolor y los sentimientos
de culpa eran clavos calientes que le escocían en la piel. Con el tiempo empezó a andar por inercia y
se fue reincorporando a sus actividades manejándose incómodamente por el espacio libre que le había
dejado Fabián. Era como si su propia vida avanzaba a través de un campo minado. Donde menos lo
esperaba estaba un recuerdo dispuesto a hacer detonar un manantial de lágrimas. Cambió sus hábitos,
sus lugares habituales, sus números y hasta las amistades en común para borrar, o al menos intentarlo,
cualquier indicio de que aquel hombre había formado parte de su vida, y ahora que estaba frente a
frente con aquel maletín sentía que el mundo le daba vueltas, que ese mismo maletín que le había
dado unos meses atrás en los pies de una escalera volvía a sus manos como una señal, que Fabián
estaba allí para que ella pudiese finalizar aquel ciclo o tal vez todo aquello estaba pasando por el
simple hecho de que a la vida no le daba la gana de finalizar aún con aquella historia.
IV
Un pitido le taladraba en los oídos mientras que el mundo le daba vueltas. Le parecía increíble
lo que estaba viviendo. Era como una escena de alguna película de mal gusto en donde al protagonista
le dan la noticia de que le quedan dos meses de vida por alguna extraña enfermedad o de que su hija
El paramédico le preguntó tres veces si se sentía bien. Antes de que lo hiciera una cuarta vez
– ¡Dejas tu café aquí! – le señaló el paramédico mientras ella se dirigía hacia la zona opuesta
de la sala. Ella le hizo señas de no quererlo y él caminó de vuelta a la ambulancia soplando el brebaje
Necesitaba salir de allí. Necesitaba estar un momento a solas. Se fue hacia el cuarto de
enfermeras lo más a prisa que pudo y una vez allí se sentó en la banqueta del fondo. Aunque por
dentro sentía un torrente de lágrimas que se arremolinaba en el borde de sus ojos no cedió a estas. Su
mente estaba aún en shock. Solo podía estar allí sentada en medio del silencio y la oscuridad rezando
porque Fabián estuviese bien. De pronto escucho la puerta del cuarto abrirse mientras se colaba un
– ¿Qué te pasa? ¿Estás loca?– señaló Eric con voz en cuello una vez la tuvo en frente – ¿No
Annie sentía como el rostro se le quemaba de ira. No era el momento para soportar las
estupideces de Eric.
– Dame el maletín del paciente – le señaló este mientras le extendía la mano. – Pareces
psicótica.
– ¡Fuera de aquí maldito bastardo antes de que te arranque la garganta y te la meta por el orto!
Eric se quedó paralizado. Nunca la había visto así. Decidió irse, era lo mejor.
Annie continuó en sus pensamientos. Sabía que luego tendría que dar un par de explicaciones
por tal comportamiento pero antes debía enfrentarse a algo mayor. ¿Sería Fabián el mismo paciente
que ahora mismo se debatía entre la vida y la muerte? ¿Lo sería? ¿Por qué había llegado justamente
allí? ¿Qué clase de prueba era aquella que le estaba colocando el destino? No podía hacer más que
aferrarse a aquel maletín y sentir que así se estaba aferrando a Fabián, a la vida de este, a su presencia,
“¿Musgo y vainilla?”.
Caminó hacia la pared y encendió la luz. El maletín no tenía ningún seguro así que podía
echarle un vistazo. Lo abrió y se encontró con dos carpetas; una tenía una serie de documentos sobre
un lote de tierra en Mar de Plata con la permisología de la alcaldía para realizar ciertos levantamientos
topográficos y estudios de tierra para construir en ellas, la otra solo tenía unos bocetos de algunos
planos rudimentarios del posible tipo de vivienda a construir. Todos estaban firmados de un modo
ilegible. En el bolsillo posterior encontró una cartuchera con diferentes tipos de lápices y algunas
Annie soltó un soplido y se dejó caer de nuevo en la banqueta. Estuvo a punto de echarse a
llorar de felicidad, una felicidad extraña de saber que el hombre que le había partido la vida no estaba
en peligro y nada tenía que ver con el pobre diablo que de seguro estaban operando en aquel momento.
Volvió a guardar las cosas en el maletín, apagó la luz y salió del cuarto. Luego de cerrar la puerta se
“Musgo y vainilla.”
Algo dulce para su gusto pero en definitiva muy diferente al pino ahumado y limón que
acostumbra a usar Fabián. Le dolió un poco darse cuenta que volvía a pensar en él, aunque realmente
– Psicho – murmuró Eric por lo bajo una vez que Annie se encontraba lo suficientemente lejos
Haberse encontrado con aquel maletín la hizo sentirse como si hubiese chocado contra una
pared de concreto y resultado completamente ilesa. Desde que había terminado su relación con Fabián
hacía unos meses atrás no se habían visto, pero aquel episodio fue igual de fuerte o peor que si se
hubiesen tropezado en la puerta de algún bar o verlo entrar a la cafetería del hospital. Sus manos
estaban sudorosas y se sentía algo mareada. Decidió volver a la sala de UCI para obcecarse en su
trabajo y así tal vez quitarse de la mente la catarata de recuerdos que le trajo aquel mal habido maletín.
Solo estaba la paciente de fracturas múltiples y otra enfermera de buena edad que estaba siendo
instruida por la Dra. Pivonnetti. Esta última la vio de reojo un par de veces antes de terminar de hablar
Annie bajó la mirada, se estiró un poco el uniforme y luego la vio justo a los ojos para negarle
– ¿Nada? Podrás mentirte a ti pero a mí no. Hablamos en el almuerzo. Vamos a Café Antón,
yo invito.
– No aceptaré un no por respuesta. Además hoy no hay mucho por hacer. El paciente que
viene por el accidente aún le faltan como dos horas antes de salir de quirófano. Vuelvo en diez
minutos.
Annie se vio sin escapatoria así que no le quedó más que prepararse para salir a almorzar con
ese momento y esta le dijo que no había ningún problema. Esperó hasta que Martha la pasara
buscando frente al mostrador de información y se dirigieron hacia la puerta principal del edificio ya
que Martha tenía su coche aparcado en un espacio privilegiado del estacionamiento, casi junto al
hospital. Ambas caminaron hasta el vehículo mientras platicaban muy amenamente sobre los planes
de la doctora de viajar a Barcelona el siguiente mes con la idea de acudir a un encuentro sobre el uso
de piezas de modelado 3D para el reemplazo de estructura óseas con daños severos. Entraron en el
carro y se enfilaron hacia la carretera de una vez. Annie prendió la calefacción. El otoño ya se
El Café Antón era un pequeño local de comida que quedaba a unos pocos kilómetros al oeste
hospital, un sitio sencillo rodeado de unas bellezas naturales donde servían unos fiambres deliciosos
y la atención era muy peculiar. Todo un deleite ya que cerca había un pequeño pueblito que se negaba
a dejarse atropellar por la industrialización y la vista desde allí siempre era hermosa y pintoresca.
El camino estaba bastante libre en virtud del accidente del tren que había congestionado el
lado sur de la ciudad. Annie aún estaba consternada por la escena del maletín y la verdad es que muy
poco podía aparentarlo, pero Martha no se preocupó por aquello, sabía que no era el momento
apropiado para interrogar a Annie. Llegaron al Café Antón en un santiamén y ambas pidieron unos
paninos de pechuga de pavo en salsa Al Pesto. Martha le dijo al dependiente que se los pusiera para
llevar e insistió en pagar ella el almuerzo. Aquello tomó por sorpresa a Annie quien creía que solo
iban a comer en la tranquilidad del restaurante mientras miraban las montañas aunque desde un
principio sospechaba de otro plan ya que conocía más que bien la terquedad de Martha. Salieron del
La verdad era que no le parecía. No le apetecía para nada hablar mucho, o mejor dicho ni
mucho ni nada, y menos aún del tema que le interesaba a Martha pero igual la siguió sin rechistar.
El sendero era fácil de seguir. Seguían la calle hasta la plaza del pueblo y luego a la derecha
por un empedrado que las llevaba por un lado del riachuelo hasta un sendero adornado por una serie
de banquillos en los que apostarse un buen rato. Algunos estaban ocupados por jóvenes parejas o
ávidos lectores que se amparaban bajo la sombra de los árboles para disfrutar de los rayos del sol de
las últimas tardes del verano. Recorrieron todo el sendero en silencio hasta llegar a un semicírculo de
bancos que le daban la espalda al sendero en un hermoso descampado. Annie caminaba despacio, ver
a aquellas parejas demostrándose su amor jurado a los cuatro vientos en público la hacía sentirse un
poco miserable.
– Este está bien – señaló Martha parada junto a un banco. Annie asintió con un breve gesto.
llevaban más de un par de mordiscos Martha le disparó a Annie la pregunta que se estaba reservando
Annie la vio con un cara seria mientras masticaba lo que tenía en la boca señalándole con un
– ¿Estas comiendo? Tranquila, puedo esperar a que termines. Ahora si es que no me quieres
contar nada, no lo hagas, te entiendo, pero una excusa como esa me parece bastante barata. Estamos
bastante lejos del hospital y de todo aquel mundo, así que este me parece el sitio más que perfecto
para hablar. Como te dije, si tú quieres hacerlo – volvió a tomar el panino entre sus manos, le dio un
mordisco y se perdió la vista entre las desnudas copas de los árboles que se resignaban a soltar sus
hojas.
Annie se dejó llevar por sus palabras y decidió hablar. Tenía que hacerlo con alguien y Martha
era una buena amiga, no le caería nada mal hablar con ella y desahogarse un poco. No solo había
tenido una mala noche sino también un pésimo día después de lo que vivió aquella mañana. Dejó su
sándwich a un lado y tomo un sorbo de agua antes de empezar a hablar. No sabía por dónde empezar.
Podía empezar por contarle sobre la avalancha de recuerdos que le empapelaban el insomnio
cotidiano o tal vez le comentara sobre el dolor que le quemaba las entrañas en su soledad diaria. Era
tanto de todo y de nada a la vez. Era demasiado fuerte aquella presión que se le sentaba en el pecho
y que no la dejaba respirar, tan fuerte que ya ni sabía si era la misma que Fabián abandonó en la
víspera de su aniversario o se había convertido en una versión barata y desprovista de calidez de ella
misma.
– Creo que estoy empezando a volverme loca – fue lo único que pudo decir.
Annie afirmó con la cabeza mientras tomaba otro sorbo de agua. El silenció decoró la escena
– Desde que se fue no he podido dormir bien. Solo un par de noches cuando estuve en casa
– ¿No crees que te estas exigiendo mucho a ti misma? Annie las heridas sentimentales no son
iguales a las físicas. No existen suturas para remendar el amor ni analgésicos contra los dolores en el
alma. Recuperarse de un desaire así no es tan fácil como crees. Además tu estas lejos de tu familia y
con una carga de estrés laboral que se añaden a la ecuación y no para balancearla exactamente.
Medicarte te ayudará a encontrarte de nuevo y no debes sentirte que perdiste todo por aceptar algo de
ayuda.
Annie meditaba las palabras de su amiga. Las tomaba una a una como vendas frescas que se
colocaba sobre una herida. No serían la solución a sus dolores pero al menos eran un alivio que le
permitía escaparse de aquel dolor. Miró a Martha a los ojos antes de empezar a hablar.
– No sé porque me está pasando esto. Yo sé que ya no había nada que salvar en esa relación
pero igual me duele demasiado. Siempre puse mi carrera y mi amor propio en una balanza a disputarse
contra mi relación con Fabián, yo lo sé, pero cada vez que pienso en él siento como si alguien se me
parara en el medio del pecho. Me cuesta respirar. Algunas veces solo quiero dormir y llorar, y ya ni
puedo dormir ni tampoco quiero llorar. Solo me siento bien cuando no pienso en él, y cuando me
siento bien empiezo a pensar en él. Es un maldito círculo vicioso. Algunas veces hasta creo que mi
Martha cubrió los hombros de Annie con su brazo como una muestra de comprensión. Le
llevaba apenas unos ocho años y entre ellas había un vínculo increíble. A pesar de la abrupta ruptura
de su matrimonio y ser la madre soltera de dos hermosos niños mantiene un muy buen trato con su
exesposo y hoy en día lleva una relación con un ginecólogo que conoció en un encuentro en Mendoza.
Su amistad nació hace algunos años cuando Annie recién empezaba su carrera de enfermería y estaba
trabajando en un Módulo de Atención Primaria. A Martha le gustó mucho la dedicación que esta
mostraba con los pacientes así que cuando ella tuvo que movilizarse hasta el Hospital Santo Thomas
de Camil, o el STC como se le conocía, le entregó a Annie una carta donde el director del Módulo de
Atención Primaria la recomendaba, por petición de ella, como personal tratante en periodo de
trabajaría en uno de los hospitales de mayor trayectoria en el área mientras finalizaba su carrera. Le
estaría eternamente agradecida a Martha por todo lo que la había ayudado y lo que la seguía ayudando.
Siempre se mostraba interesada en saber cómo estaba desde que Fabián la había dejado. En un
principio vio como Annie se manejaba con normalidad y se mantenía dentro de su rutina, pero al poco
tiempo esta empezó a mostrarse retraída y con los ojos vidriosos cada vez que escuchaba cierta
canción o si estaba ante alguna situación peculiar que le removiera los sentimientos. En una
oportunidad en la que Annie atendía en quirófano a un chico que había sido arrollado por un vehículo
mientras perseguía en bicicleta a su novia para pedirle perdón, esta lloró tanto que tuvieron que
relegarla, se fue a un baño y estuvo tirada en el piso gimoteando durante más de media hora. Desde
hace un par de meses que Annie estaba mejor, y aunque no había recaído tampoco lograba recobrar
– Tienes que ser fuerte Annie – le dijo Martha mientras la recostaba contra su regazo. – No
puedes seguir así. Ya me estoy preocupando en serio. ¿Cómo harás si te lo encuentras de frente algún
día? ¿O no sabes que a la vida le da por hacerse la graciosa de vez en cuando y de seguro los va a
reunir en alguna fiesta de algún amigo en común? Quiero que seas más fuerte. Necesito que seas más
fuerte. Por eso quiero saber qué puedo hacer por ti.
Annie suspiró mirando hacia el cielo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, caían de
abriendo paso a golpes entre las tardes veraniegas. Ya la brisa seca y fría se lo hacía saber porque
cada suspiro se convertía en vapor al chocar con el aire. Era como si su dolor se hiciera más visible,
palpable. Era como ver recuerdos de Fabián escapándose con la brisa. Pensar en ello la hizo llorar un
poco más. Su pecho se cerraba otra vez y todo empezaba a dar vueltas otra vez. Siguió llorando sin
detenerse porque hacerlo significaba seguir sintiendo y llorar era doloroso y sanador, como si las
lágrimas le exorcizaban de aquel lejano amor. Luego de un rato, poco a poco, pudo recuperar la
compostura. No sería la última vez que lloraría por despecho, solo la última que lo haría así por
Fabián.
V
El camino de regreso al hospital fue igual de tranquilo y sereno que el de ida al restaurante.
Annie se sentía reconfortada. No sabía si había sido por aquella charla con Martha o por el mar de
Martha tenía la razón, debía empezar a poner un poco más de sus parte. ¿Cómo haría si se
encontraba de frente con Fabián? La vida es muy rara, por no decir algo peor. Ella no creía mucho en
las casualidades, pero el destino algunas veces se hace el cómico como bien lo supo aquella mañana.
El episodio del maletín le había dejado más que claro lo frágil que estaba en aquel momento. No
– Creo que tal vez estoy así es por Henry – dijo en voz alta, más como un pensamiento que le
confirmaba algo que como una información a compartir con los demás.
demonios es Henry?
– El paciente – le soltó Annie sin pensar mucho en su respuesta. Tal vez ni siquiera sabía que
– ¡Annie! ¿Qué dices? ¿Estas saliendo con alguien más, con un paciente? ¿Por qué no me lo
habías dicho? ¿Es por eso que estas llorando? ¿Cómo es que sales con un paciente?
Annie la miró un poco sorprendida y luego se dio cuenta de que Martha no tenía la más mínima
idea de lo que estaba pasando. De pronto sintió como la presión de nuevo estaba dominando su pecho,
era una presión gigantesca que parecía se le sentaba encima y la ahogaba pero en esta oportunidad la
podía comprender menos lo que pasaba pero sabía que aquella risa era una especie de medicina para
su amiga así que no pudo hacer más que aunarse al concierto de risas mientras Annie se desternillaba
Hacía tanto que no se reía así que la hizo sentirse alegre y libre. Fue tan refrescante sentir que
no había olvidado como hacerlo. Ambas se revolcaron en una risa estúpida y sin sentido por un par
de minutos mientras continuaban camino al hospital. Solo cuando habían aparcado continuaron la
conversación.
– Es el paciente que ingresó hoy temprano, el del accidente en coche con la contusión
craneoencefálica. Tú lo operaste.
– ¿Lo conoces?
– No.
Martha puso cara de entender cada vez menos y la verdad era que Annie no sabía bien por
dónde empezar. Se apretó la nariz justo a la altura de los ojos como tratando de encontrar un punto
de partida para su historia pero ni ella misma sabía de qué iba todo aquello. Trató de recordarlo todo
desde el principio. Ver el cuadro en grande como cuando vas a un museo y debes dar un par de pasos
– Esta mañana cuando el paramédico me entregó las pertenencias del paciente, de Henry,
también me entregó un maletín exactamente igual al que le había regalado a Fabián la última vez que
nos vimos. Él llegó bañado en sangre y no le podía ver el rostro así que no supe que pensar, y
encontrarme así con ese maletín me hizo pensar muchas cosas. Creí que era Fabián el que estaba
tirado en esa camilla bañado en sangre, solo y sin la menor idea de lo que pasaba a su alrededor. Fue
demasiado para mí. Imaginarlo así me trastocó un poco. Es como si me hubiera encontrado de frente
con él.- Annie tuvo que detenerse, respiró profundo y continúo con la historia.- La verdad no supe
reaccionar, me abrumaron las emociones. Me fui al cuarto de enfermería y abracé el maletín con
miedo de descubrir lo que me imaginaba. Cuando estaba sentada allí me di cuenta que el maletín no
olía a Fabián. Lo abrí y me enteré quien era el dueño, el paciente. Hay una tarjeta que dice que es un
Martha la miraba con extrañeza. Dentro de ella pensaba en lo irónico y absurdo de toda aquella
situación. Le dolía no saber cómo ayudar a Annie, lo abrumador que debía ser el dolor que aún la
embargaba, aunque más le dolía ver lo delicada que aún estaba y lo desarmada que se encontraba para
enfrentarse a sus propias emociones. Sin embargo también pensaba que si aquella situación se había
– Pues debe ser cosa del destino, uno nunca sabe lo que este nos quiere decir – le dijo Martha
“¡Destino!”.
Annie pensaba que el destino no existía, o si existía debía estar siendo manipulado por alguien
macabro que le encantaba crear desencuentros, dolores y desilusiones. No se podía discutir sobre el
destino con Martha, no a estas alturas. Con el tiempo había aprendido que nada sucede por casualidad
en esta vida, que de toda experiencia vivida hay una lección que tomar, algo que aprender o que
superar. Tal vez aquel encuentro fortuito con ese maletín solo era una manera del destino decirle a
ella que ya era tiempo de desterrar aquello que sentía por Fabián.
Caminaron de regreso al hospital el cual aún estaba sin mucha actividad debido a la tranca por
el accidente del tren. Al pasar por la cafetería vieron en los televisores que las labores de despeje de
las vías ya estaban finalizando y que dentro de poco se restituiría el tráfico a su normalidad. Martha
le comento a Annie que posiblemente el día finalizara así de tranquilo y que solo las emergencias
nocturnas serían la novedad. Ambas se despidieron, Annie le agradeció la comida y Martha le pidió
que se cuidara. Al ingresar a la UCI echó un vistazo a sus pacientes. El último paciente por trasplante
había sido llevado a la planta de hospitalización y solo quedaba la chica con fracturas múltiples y el
paciente de la falla coronaría que estaba en quirófano. Habló con su compañera de turno, la Sra.
Adriana, una enfermera de algo más de cincuenta años que esperaba poco para jubilarse, aunque aún
tenía mucho que dar de sí. Adriana le comentó las indicaciones de los dos pacientes que quedaban y
que ella se iría a comer. Antes de irse se dio la media vuelta y le recordó que estaban esperando al
trabajar en las curas y administración de medicamentos que requerían sus pacientes y luego se sentó
en el escritorio un buen rato a pensar un poco en todo y en nada a la vez. No había pasado ni media
– Aló. UCI.
– Ah. Eres tú – dijo Erick. – Era para saber si había alguien allí para llevar el paciente al que
le allanaste el maletín.
– ¿Henry?
Antes de colgar Annie escucho el pitido que le decía que Erick había colgado antes que ella.
No le daba gran importancia, en este punto tenía otras cosas que la molestaran aún más.
A los poco minutos ingresó Henry en la UCI. Le habían limpiado el rostro y rapado parte de
la cabeza, la cual estaba por completo envuelta con un grueso vendaje. Annie por primera vez pudo
verle el rostro y a pesar de lo pálido e inmóvil que se encontraba lo vio hermoso con esa tupida barba
café y sus rosados labios escondidos en medio de todo aquel pelaje. Puso a un lado sus pensamientos
y preguntó al camillero por el historial para ver las indicaciones. Sintió lastima por lo que leyó. Henry
estaba en coma.
La operación que le habían realizado a nivel craneoencefálico había sido todo un éxito, o al
menos eso parecía. Le extrajeron la parte destruida del cráneo y le colocaron una prótesis de plástico
para cubrir la parte afectada. Ninguna de las partículas fracturadas habían llegado hasta el cerebro, lo
cual prácticamente era un milagro, pero aun así su respuesta ante el dolor no se había hecho presente.
Respondían las pupilas ante la luz y sus signos vitales estaban normales, pero ya había pasado más
Era la tercera vez que Annie veía un paciente comatoso en su vida. La primera vez fue una
señora que estuvo inconsciente por más de doce horas luego de un accidente de tránsito y el segundo
un joven que se había caído de una segunda planta y aparte de los politraumatismos estuvo
inconsciente por algo más de un mes. Nunca se había encontrado de frente con un caso de coma tan
prolongado, pero sabía de casos donde podía durar meses e inclusive años, y que si el paciente estaba
solo o sus familiares lo deseaban podían escoger retirarle la asistencia necesaria para mantenerlos con
vida. Gracias a Dios este no era el caso de Henry, el no necesitaba asistencia para respirar, solo tenía
Annie estudió la historia médica para verificar las indicaciones. Aparte de los medicamentos
no era necesario limpiar la herida sino de cada 12 a 18 horas, lo cual no sería sino hasta dada la
madrugada o después de entregar su turno. Dejaría que Adriana decidiera eso. El resto de la tarde
pasó con tranquilidad en la UCI, a diferencia de la Sala de Emergencia que con el correr de las horas
fue volviendo a su cotidiana intranquilidad. Adriana decidió que la herida del Sr. Latouff podía
esperar hasta la mañana, así que Annie solo debía administrarle los medicamentos. Ya cerca de la
media noche y con una calma inconstante en el ambiente Annie se acercó a colocarle los
antiinflamatorios y antibióticos correspondientes. La tenue luz proyectaba en el rostro de Henry
sombras que venían de su barba que lo hacían lucir como alguien serio y mucho mayor de lo que
realmente era.
Annie se perdió entre sus labios de una manera imprudente. No entendía porque esos labios
producían aquella sensación en ella. ¿Se parecían a los de Fabián? Para nada. Los de Fabián eran
rectos y menudos, creados más para una palabra sutil que para un beso dulce, por el contrario los de
Henry la hacían pensar en los tangos de la vieja escuela, los que ella escuchaba cantar a su madre
mientras barría el corredor de la casa, esos que hablaban de jugosos labios nectarinos y de besos
escondidos en el rumor de la noche. Así eran los labios de Henry. Unos labios rosados y dulces.
Mientras más los veía más sentía que aquellos labios eran como un mar en el que podía sumergirse
profundamente sin necesidad de salir a tomar aire. Un mar rosado y dulce donde se podía naufragar
Echó un vistazo hacia el escritorio para verificar que Adriana no se hubiera dado cuenta de
aquello pero su compañera no estaba en la sala. Verificó los monitores de los demás pacientes y luego
echo una mirada a su reloj. 2:47 a.m. Faltaban aún poco más de tres horas para finalizar su turno, así
que decidió ir por un café. Julio ya había cerrado la cafetería así que tendría que conformarse con uno
de la máquina expendedora.
Mientras caminaba hacia la maquina su cabeza deambulaba aún en los labios de Henry y de
pronto volvía a caer en la ironía de chocar con el recuerdo de Fabián. Tal vez debía quedarse con el
primero. Es cierto que no eran más que unos labios en los que pensar pero si le servían de excusa para
El café le sentó genial y la ayudo a poder terminar la guardia. Revisó por última vez a sus
pacientes antes de irse a casa y Adriana la acompañaba hasta su carro comentando lo difícil que estaría
el día de hoy en la Sala de Emergencias. Por alguna extraña razón sentía una especie de melancolía
al tener que salir del hospital. Se preguntaba si esta sería por tener que volver sola a su casa a seguir
chocando con sus fantasmas o nacía de esa extraña sensación que tenía de haber dejado a Henry allí
tan solo.
No solo eran sus labios, es que se veía tan solo e indefenso que despertaba ciertas ganas de
cuidarlo. No cuidarlo como un paciente más, atenderlo porque así le salía del alma. Meneó la cara
pensando que aquello era una locura y recordó las palabras de Martha.
“Debe ser cosa del destino, uno nunca sabe lo que este nos quiere decir.”
Annie hacía mucho que dejó de creer en esas tonterías del destino. Debía apegarse a su
cosas irreales e intangibles. Dejó de pensar en esas tonterías y buscó las llaves de su carro para
regresar a casa. Tenía que aprovechar que aún estaba bien despierta para manejar. Decidió encender
la radio para pensar en otras cosas de camino a su casa y de fondo empezó a sonar Cosas del Destino
de Alexandre Pires.
“Que irónico.”
VI
Luego de 24 horas de guardia continua Annie podía disfrutar de un par de días libres para
descansar, recuperar algo de sueño y volver de nuevo a su faena. Era cierto que no deseaba estar sola
en la casa, aún había muchos recuerdos vivos en ella y no estaba dispuesta a iniciar una guerra contra
ellos pero no tenía mucho de donde escoger porque al fin y al cabo necesitaba dormir y allí era dónde
estaba su cama. Al llegar a casa se tumbó en ella y a diferencia de la noche anterior cayó rendida. A
– Aló.
– Ahora lo estoy. Explícame Alexia, ¿por qué me estas llamando a esta hora tan imprudente?
– Si lo sé, y también sé que necesitas salir de esa casa. Vamos, sabes a donde quiero ir.
No le pudo decir que no y tampoco quería hacerlo. Ya se había despertado y lo más seguro es
que pasaría la tarde deambulando como alma en pena hasta que la noche la abrigara de nuevo con su
letargo. Había decidido darse una ducha rápida, pero en virtud del tema de la salida no escatimó en
dedicarle tiempo a depilarse y arreglarse. Luego que salió del baño bajo a la cocina a ver que podía
comer. Su nevera no tenía mucho de dónde coger así que decidió comer en la calle. Escogió un bonito
vestido negro y unas botas de piel que la protegerían del frio. Un abrigo beige y una gorra fueron el
complemento perfecto. Antes de irse se vio en el espejo y se vio algo pálida. Decidió que quería
maquillarse. Se detuvo en los labios para aplicarse lentamente el color rubí sobre ellos. Pensó de
nuevo en los labios de Henry. Meneó la cabeza pensando en cómo todo aquello parecía una tontería.
Por un momento pensó en que le gustaría saber cómo seguía pero se alejó prontamente de aquella
idea.
Salió un poco antes de las seis y se fue a un local cerca del centro, una especie de café antiguo
que le encantaba. Le escribió a Alexia para encontrarse allí y mientras la esperaba ella se comía un
sub de jamón serrano, queso mozzarella, albahaca y aceitunas negras. El primer mordisco fue como
un despertar de diferentes placeres en su boca. Acompañó aquel bocadillo con una botella de agua
gasificada y luego que terminó de comer decidió que no le caería mal una copa de un buen tinto. El
sitio se estaba llenando a medida que corría la tarde y el ambiente se tornaba cada vez más agradable.
Luego de las siete y treinta llegó Alexia con su explosiva personalidad, algo que a Annie no le
terminaba de encajar pero ella era una buena amiga y si algo había aprendido es que las amistades se
toman como a las rosas; con sus pétalos y con sus espinas.
Alexia y Annie tenían turnos un día por medió así que mientras Annie disfrutaría de otro día
– Tranquila Annie no me voy a emborrachar, – comento alegremente Alexia – dos copas y ya.
Además yo sé que tú no aguantas más allá de la media noche y mañana me debes llevar al hospital.
Annie negó con la cabeza. No estaba rechazando de plano el tener que llevarla, era el hecho
de que Alexia siempre le hacía lo mismo, la colocaba en situaciones o posiciones incómodas siempre
dando por sentado que Annie terminaría cediendo, cosa que sucedía de igual manera.
Hablaron largo y tendido mientras se ponían al día con algunos chismes del servicio de
enfermería y urgencias. Se contaron sobre sus próximos planes referentes a la carrera y hasta de cómo
se encontraba su vida familiar. Annie trato en gran manera de hacer lo posible para no tocar el tema
de Fabián durante la conversación pero este siempre se asomaba de una u otra manera, rondando
como lo hacen los cuervos ante cualquier carroña que vean en el suelo y la verdad es que eso era lo
que quedaba de aquella relación, solo un doloroso y putrefacto recuerdo de lo que algún día habían
llamado amor.
En algún momento Annie se levantó para ir al tocador. Cuando salía del cuarto de baño,
camino a la barra, vio como Alexia conversaba cómodamente con un chico alto y guapo con una
melena castaña que alborotadamente caía sobre sus hombros. Alexia aplicaba su sensual técnica de
enrolarse el cabello mientras hacía un leve puchero con los labios, aún más leve que la insinuación
Annie sabía que pasaría lo de siempre. Alexia le saldría con un “Ya vuelvo, solo cinco
minutos” y después de eso ella terminaría pagando la cuenta, montándose en su coche y manejando
sola a casa donde se encontraría frente a frente con su ya buena amiga soledad para seguir sola en la
Dio un suspiro, se encogió de hombros y decidió darle prisa al mal paso, así que se encamino
a la barra mientras notaba como la actitud sexy de Alexia disminuía poco a poco y sus ojos chocaron
de frente con un par de pupilas color ámbar envueltas en aquella melena castaña.
– ¡Mírala, aquí viene!– señaló Alexia mientras se acercaba. Annie no se sorprendió, de seguro
la presentaría como una amiga y diría que no importaría el dejarla sola. – Ella se llama Annie. Annie,
él te quiere conocer.
Annie se detuvo en seco tan bruscamente que casi pudo haber sonado como el frenazo de un
coche antes de estrellarse. ¿Por qué alguien como él estaría interesado en conocer a alguien como
ella? Él estaba de frente con la mano extendida mientras le echaba una mirada de arriba a abajo
– ¡Ah! ¡Ya estás aquí! Un placer, mi nombre es Gabriel, pero me puedes decir Gabo.
trabajar todo el día. No me la trasnoches mucho, debe llevarme temprano al trabajo. Me llevo las
llaves de tu casa nena. – Le señaló el llavero que tenía en sus manos y le estampó un beso en la cara
mientras Annie boquiabierta e inmóvil solo pudo verla caminar hacía la salida.
– Bueno creo que nos dejaron solos a propósito. Siéntate. ¿Quieres algo de tomar nena?
“¿Nena?”
Annie no tenía muchas ganas de hablar con un desconocido y menos aún de pasar la noche
tomando con aquel ángel, sin importar lo bien parecido que fuera, aunque siendo sincera consigo
misma aquello era lo más emocionante que le había pasado desde hacía algún tiempo. Al menos lo
más emocionantemente positivo ya que su encuentro, o desencuentro, con el maletín si bien había
sido emocionante no era el tipo de emociones que ella necesitaba en aquel momento.
– Si, tienes razón. Al parecer nos dejaron solos adrede. Una copa de vino no me caería mal.
La velada se fue haciendo más amena poco a poco y Annie no se resistió mucho a la galantería
de Gabriel, siempre respetuoso pero nunca bajando la guardia en su ataque. Su sonrisa amplia y
cordial era un gancho increíble pero no lo suficiente como para impresionarla. Era la primera vez que
hablaba con alguien después de su decepción con Fabián y no le resultaba fácil escucharlo sin pasar
por un filtro todo lo que le decía. Cada palabra que salía de la boca de Gabriel era medida
minuciosamente, cada gesto que él hacía Annie lo analizaba a la perfección. Era como una policía
encubierta dispuesta a descubrir si la iban a engañar nuevamente. Desde hacía mucho había
sospechado que su corazón no se abriría de nuevo tan fácilmente. Sabía que no sería en la primera
cita con alguien que encontraría su nuevo amor, pero tampoco imaginaba que tomaría aquella actitud
Gabriel hablaba intensamente sobre su trabajo como contador y el problema que ello le había
traído con su primer matrimonio, luego empezó a estudiar derecho y se casó con una de sus
compañeras de curso solo para descubrir, tiempo después, que ella había resultado mejor estudiante
y que al parecer lo de los divorcios se le daba muy bien. Entre su facilidad a la palabra, su buen porte
y su carisma habría resultado el pretendiente perfecto para Annie usarlo durante una noche, pero en
este momento de su vida solo era el chico guapo que le brindaba las copas de vino aquella noche. No
se parecía en nada a Fabián y nadie lo haría. Tal vez todo estaba aún muy reciente. Ya casi habían
pasado algo más de cinco meses y Annie no imaginaba que recuperarse del corazón fuese tan duro.
Esta era su primera ruptura amorosa y su separación la hizo entender que la rutina y la costumbre son
dos eslabones de una misma cadena que al parecer son muy difíciles de romper. Había tanta música,
tantos lugares y tantos recuerdos que le echaban en cara la imagen de Fabián que todo era como un
gran peso que se le ponía sobre el pecho y no la dejaba respirar. De cierta forma estar allí sentada
frente a aquel hombre tan guapo y tan galante le había hecho recordar que no estaba lista para todo
aquello aún. Miro su reloj y notó que ya era un poco más de media noche así que decidió dar por
terminada su cita improvisada. Se despidió de Gabriel quien se ofreció a llevarla a casa pero ella no
solo le aseguró que estaba bien sino que tenía su carro afuera. Le agradeció el vino y la buena charla,
él le entregó su tarjeta de presentación y le dijo que lo llamara cuando quisiera. Ella lo beso en la
mejilla sabiendo que pasaría mucho tiempo antes de volver a verlo. También pensó que tal vez no lo
Al salir del café notó que la noche seguía fría. Se colocó su abrigo y caminó hasta su carro
que estaba a unas pocas cuadras del local. Antes de montarse en él decidió sacar un cigarrillo del
paquete que tenía en el bolsillo del abrigo. Fue reconfortante la primera camada. Sabía que era un
daño autoinfringido pero lo disfrutaba plenamente. El humo recorría sus pulmones clavándose como
pequeños alfileres. Cuando se enamoró de Fabián sentía lo mismo. Aun se veía a sí misma en aquel
autobús con la bufanda color ciruela en su cuello como una cadena que la ataba a aquel hombre que
tempestuosamente había llegado a su vida y tres años después saldría de la misma manera.
El cigarrillo se esfumo rápidamente así como la alegría de la noche. Volver a pensar en Fabián
la había descompuesto un poco. Parecía como si todo aquello de tener que verse a sí misma en esa
situación de conocer gente la llevase a pensar en lo que una vez tuvo y de alguna manera no apreció.
Encendió su carro y se manejó todo el camino a casa sin encender la radio. No era buena idea
escuchar música justamente ahora. Le hubiese encantado también tener un interruptor con el que
apagar su cerebro y así dejar de hacerse el hueco que se hacía en la cabeza de tanto pensar en lo que
Su relación se había terminado y no había punto de retorno, de eso estaba claro, pero de vez
en cuando los malos pensamientos venían a posarse como golondrinas que buscaban hacer nido.
Una relación es de dos y cuando acaba es por culpa de ambos, pero no sabía quién de los dos
tenía mayor grado de culpa. ¿De verdad había dado todo por mantener a Fabián a su lado? ¿Por qué
no salió corriendo a buscarlo cuando él se fue? ¿Habría valido la pena hacerlo? Al parecer a él le
había durado bien poco el rigor del llanto y la melancolía, por no decir que nunca existió. Ella había
fallado y bien lo sabía pero él nunca la sentó para discutir tales fallas, solo cuando se encontró
encerrado en una situación difícil decidió tomar la ruta de salida que se le hacía más cómoda: escapar.
Había sido un cobarde por escapar de aquella manera. Había traicionado el amor que ella le había
ofrecido inmensurablemente. Había violentado todos los juramentos que había hecho. Había dejado
de luchar.
Abrió la puerta de la casa una vez que se había estacionado. Cuando introdujo la llave de la
cerradura se dio cuenta que la casa estaba en silencio. También se dio cuenta que ella no había llegado
sala estaba encendida y Alexia dormía tranquilamente en el sofá. No quiso despertarla así que subió
a su cuarto en silencio. Allí la estaba esperando su cama. Una cama grande, sola y fría.
Se lavó los dientes, se puso el pijama y se acostó a tratar de conciliar el sueño pero vio como
la depresión y la desesperanza estaba abriéndose paso para acompañarla durante la noche. Ambas
empezaron a recordarle todos los bellos momentos que había vivido y que ahora jamás volvería a
tener, le susurraban como de ahora en adelante sus noches serían así por mucho tiempo, largas noches
frías y solitarias. Le decían en la cara que ella era la única culpable de todo aquello por lo que estaba
pasando. Le decían lentamente que nunca sería la misma y que aquel amor que alguna vez inundó su
ese dolor que la mataba poco a poco, lloraba incontrolablemente esperando que el tiempo pasara y la
ayudara a sanar, lloraba sin parar creyendo que con el llanto se lavaría sus culpas, pero nada de eso
pasó, así que siguió llorando. Lloró y lloró por un buen rato haciéndose un millón de veces la misma
pregunta: ¿Por qué? Nadie pudo responderle y nadie nunca se lo respondería. Pero era en lo único
¿Por qué?
Sus ojos inundados de lágrimas miraban al techo de la habitación pero en el fondo trataba de
ver al cielo y decirle a quien quisiera escucharla, a quien pudiera hacerlo, a quien deseara responder
a sus plegarias, a quien fuera, solo quería decirle que ya basta, que ya no podía con tanto dolor, que
se lo borraran de su mente y de sus carnes, que ya basta de sentirse sola, que ya basta de recordar sus
labios besando su vientre y sus dientes mordiendo su espalda, que ya basta de recordar esa barba rala
con la que la despertaba las mañanas de los domingos. No lo podía soportar más. No merecía sufrir
más. Se quedó dormida entre sollozos mientras la depresión y la desesperanza la tapaban con el
El aroma de café recién hecho la hizo saborearse los labios. Por un momento su mente le jugó
una treta de mala manera y creyó que Fabián había vuelto a casa. La realidad le golpeó la cara cuando
se recordó que Alexia había pasado la noche allí. Tres pequeños golpes en la puerta la hicieron
Annie le agradeció la taza de café y se tomó las pastillas de un solo golpe. Le pidió unos diez
minutos para estar lista y se metió de golpe al baño. Al ver su cara en el espejo notó como el maquillaje
se le había corrido de manera lamentable por toda la llorantina de la noche anterior. Sintió un poco
de vergüenza al saber que esa fue la cara con la que recibió a Alexia. Se lavó rápidamente y decidió
solo cambiarse la ropa por algo más cómodo, se ducharía más tarde. Un par de guantes, una bufanda
blanca y un gorro azul fueron los accesorios de aquella fría mañana. Se miró de nuevo al espejo y
notó una mejoría en su semblante, lástima que no fuese lo mismo con sus sentimientos. Bajó las
escaleras y Alexia estaba en la cocina con una taza de café y un croissant con queso crema.
Ambas se quedaron en silencio por unos minutos disfrutando el calor que le brindaban las
bebidas.
– ¿Mala noche? – soltó Alexia sin pensar antes de disparar la pregunta. Annie la observó
fijamente.
– Pensé que estarías mejor después de pasar la noche hablando con el tipo del bar. Era todo
un bombón.
– Te dije que no quiero hablar de eso.
Al salir a la calle se encontró con un clima frío pero no insoportable. La vía estaba despejada
como siempre cuando se dirigía al hospital a aquella hora. Para Alexia era más fácil quedarse en casa
de Annie que volver a la suya. Durante el viaje solo hizo uno que otro comentario suelto sobre los
chismes de la farándula o algún comentario de cultura general. La verdad la cara de Annie le hacía
saber que no tenía muchas ganas de hablar. Aun así Alexia no se había dejado el tema en paz y apenas
pudo lo sacó a relucir y justo de la manera en que estaba acostumbrada, con su toque peculiar de
ironía.
Annie notó la ironía. Era muy temprano y muy poco lo que había dormido para tener que
aguantar sus impertinencias. Sus ideas empezaron a amontonarse para salir atropelladamente por su
boca. Era como una olla de presión que estaba a punto de estallar. Si Alexia quería que le contara
– Si tuve una mala noche. ¿Ya te sientes mejor? Tuve una mala noche y no sé porque demonios
sigo sufriendo por un hombre al que le importó poco darme la espalda e irse de buenas a primeras sin
pensarlo dos veces. No entiendo como mi corazón sigue añorando a un traidor que de seguro más
tardo en llegar a la capital que en meterse en la cama con otra. No entiendo cómo él puede revolcarse
con otra cuando a mí me duele hasta tocarme yo misma. No entiendo nada de esto y tal vez nunca lo
haga. Tal vez nunca tenga una cita de verdad. Tal vez nunca deje de estar pensando en Fabián, tal vez
nunca pueda pensar en lo maravilloso que es Gabriel, Miguel, Rafael o cualquier otro con nombre de
ángel, de santo o de rey. Si, tuve una mala, tuve una maldita mala noche. ¿Quieres preguntar algo
más?
El silencio tomó el vehículo por completo durante un par de minutos. Ambas estaban tensas,
– ¡Demonios Annie, aun no tienes una maldita pista de nada! No tienes nada que entender. –
Alexia se sabía que se había sobresaltado pero necesitaba llamar la atención de su amiga.- Aún lo
amas y el amor no se entiende, se siente – dijo luego suavemente. – No me alegra que tengas una
mala noche ni tampoco una mala cita. Espero que te vengan muchas malas citas hasta que un día
descubras que estás pensando en otra persona, añorando otros mensajes en lugar de los suyos, otras
palabras, otras manos y hasta otros labios y así te puedas olvidar de Fabián de una buena vez.
Annie reflexionó en las palabras de Alexia. Quizás se había alterado mucho por el mar dormir
o quizás quería arrojarle todo aquello a la cara. Es cierto que Alexia podía ser dura pero detrás de esa
capa de ironía estaba su interés por ella. Además esas últimas palabras le llegaron de una manera
especial. Por poco se le había olvidado el sueño con Henry. A su mente llegaron imágenes inconexas
de ella tirada en una cama cubierta apenas por unas sábanas blancas y el cuerpo desnudo de Henry.
A diferencia del inmóvil cuerpo que yacía en el hospital este estaba en completo movimiento con
manos fuertes que se desplazaban por sus caderas y labios que le brindaban un éxtasis totalmente
diferente. Él la besaba con aquellos labios jugosos, gruesos y rosados. Labios hermosos. Silentes.
Perfectos.
Ambas terminaron el camino al hospital en silencio. En algún punto Alexia se cansó del
silencio y encendió el radio. Annie no protestó, la dejó tranquila que disfrutara de la música. El
estacionamiento estaba vacío y el sol empezaba a rayar en el cielo. Alexia estaba llegando justo a
tiempo.
– Gracias– dijo Annie suavemente antes de que Alexia saliera del carro.
– No te me pongas piche a estas alturas. Déjate de boberías que aún te faltan muchas malas
Alexia también sonrío y le dio un pequeño abrazo. Ambas bajaron del carro. Annie le dijo
que quería saludar a sus otras compañeras de trabajo pero la verdad es que recordar el sueño con
Henry le despertó el deseo de saber que había pasado con él. Atravesaron el estacionamiento y
llegaron a la cafetería como era lo usual. Al entrar Julio las recibió con jocosos comentarios sobre la
clase de fiesta que de seguro se habían pegado la noche anterior a juzgar por la pinta que ambas
tenían. Annie le disparó esa mirada de “cállate” que él bien conocía así que dejó de fastidiarlas y le
regaló un par de tazas de café para que cambiaran esa cara, café que fue de buena gana recibido por
Llegaron al cuarto de enfermeras y se pusieron a hablar con las otras chicas que estaban allí.
Los chismes eran comentarios dispersos sobre algunos casos que se habían complicado en la noche y
otros que no. Mientras algunos se cambiaban para entrar a su turno otros se alistaban para volver a
casa y en el ínterin parloteaban sobre algunas cosas de la farándula y otras de la política nacional,
entre ellas lo que había pasado con el accidente del tren y el daño que habían sufrido las vías. Annie
A la enfermera le daba igual. Estaba hablando solo de otro paciente. Uno más de los cientos
que entran, se sanan y se van. También están los que entran, mueren y se van. A la enfermera le daba
igual pero a Annie no. Lo que le dijo le pegó un poco. Trató de no echarle mucha cabeza pero ya tenía
de ese estado no eran muy buenas. No sabía porque se estaba preocupando por él. No podía empezar
a preocuparse con un desconocido solo por el hecho de que tuviera un maletín semejante al de su ex,
o porque sus labios fueran carnosos o por ese estúpido sueño. Sabía que no podía pero aun así sus
ganas de verlo aumentaron significativamente y cayó en cuenta de algo así que continuó la
– Era de esperarse. Ha pasado mucho desde la operación ¿Supongo que ya está su familia con
“¿La policía?”
Annie no entendía que tenía que ver la policía en todo ello. Era cierto que Henry tuvo su
accidente el mismo día que el suceso del tren pero geográficamente no existía conexión alguna ¿O
sí?
Terminaron de hablar y acompañó a Alexia hasta la cartelera para ver donde le tocaba trabajar.
En el fondo deseaba que le tocara turno en piso de hospitalización para poder acompañarla y así ver
a Henry, y afortunadamente así fue. Alexia le tocó piso y Annie le dijo para acompañarla.
– ¿Qué cuál es el problema? ¿En serio? ¿Doña Elvia no te parece suficiente razón?
Alexia no solo tenía razón, tenía “la razón”. Doña Elvia no era realmente la personificación
del amor. Aquella señora alta, delgada, completamente embutida en un traje blanco impecable y
acompañada de un genio totalmente despreciable tenía tantos años de experiencia en su cargo como
tenía el hambre tiene azotando al mundo, y de esos solo un poco menos de encargada de ese
departamento. No existía ni una sola aguja en ese piso que no estuviese en su lugar sin que antes
hubiera pasado por sus manos. Annie bien sabía lo que significaba subir a piso si no tenía asignado
trabajar allí y menos en su día franco. Lo sabía pero igual decidió subir y como vio la mala cara de
– Bueno no sé, prefiero eso a tirarme en la casa y abrirme un hueco en la cabeza pensando en
Alexia la miró de esa manera característica en la que le decía con sus pupilas verde grisáceo
que sabía muy bien que la estaba engañando pero que se lo iba a tragar de todas formas.
– Bueno nena tú eres grande, tú sabes lo que haces. Déjame marcar la tarjeta.
Subieron las escaleras sin mucha prisa porque el ascensor estaba ocupado. Al llegar al cuarto
piso se sentía como si estuviesen entrando en un edificio totalmente ajeno a los tres pisos anteriores.
El orden, el silencio y la tranquilidad que reinaba en aquella ala del hospital daba la sensación de
estar más en los pasillos de un centro de recuperación de un utópico hospital futurista que en el mismo
edificio donde ella había trabajado un par de días atrás. Llegaron al escritorio de información y Alexia
estaba un poco nerviosa sobre qué haría o que tanto duraría la visita de Annie. Esta última se inclinó
sobre la punta de sus pies para ver la distribución de las habitaciones. De las dieciséis que había en el
piso solo siete estaban ocupadas. Al lado del número 407 vio escrito a mano el apellido de Henry.
– Voy a la 407, donde está el paciente comatoso. – Annie no se sentía a gusto describiendo a
Henry de aquella manera – Yo lo recibí en la UCI y no he visto muchos pacientes en ese estado. Creo
Alexia la dejó tranquila y regresó a su trabajo mientras ella se encaminaba hacia la habitación
de Henry. Se limpió las palmas de la mano del pantalón que llevaba puesto ya que había empezado a
cruzado aquella puerta sin la mayor preocupación y hoy estaba allí de pie tomando fuerzas de donde
no tenía para poder entrar. Logró cruzar el umbral de la puerta y la cerró tras de sí. El ambiente estaba
algo frío así que agradeció estar abrigada. Cerró un poco más las persianas de la ventana para no estar
a la vista de las demás enfermeras. Se giró y no hizo nada más, solo se quedó parada a los pies de la
cama viendo a Henry conectado a aquellos aparatos que pitaban diciendo que aún estaba con vida.
La luz de la habitación era tenue lo cual le parecía genial ya que la mantenía en resguardo. Él
estaba sumergido en su letargo sin mayor actividad que su respiración haciendo subir y bajar su pecho.
Al parecer decidieron rasurarle la barba y la verdad es que se veía bastante joven sin todo aquel vello
facial. Era más bello de lo que ella creía. Su piel blanca y lisa se ajustaba a unos pómulos bien
marcados que remataban en una prominente mandíbula. Desde lo lejos veía sus labios. Eran rosados
y provocativos. Necesitaba verlos, acercarse, pero una parte de ella le decía que no podía. No debía.
Sus pies se arrastraron por el costado izquierdo de la cama y logro apreciarlo mejor bajo la
luz blanca de la lámpara que reposaba sobre la cabecera de la cama. El contraste entre la palidez de
su rostro y el rosa de sus labios no solo hacía más provocativa su boca sino más hermosa, casi que le
otorgaba una apariencia angelical. Annie estaba embobada en aquellos labios y por vez primera se
atrevió a apreciar el panorama por entero. Al parecer la mala noche de sueño la llevó a imaginarse a
aquel ser humano inmóvil con el mismo rostro que tenía frente a ella pero lleno de vida y pasión,
pasión que desbordaba hablando de mil cosas, imaginaba las palabras bailando en aquellos hermosos
labios mientras que se aferraba a una mirada segura que le permitiera reflejarse en aquellos ojos
¿Cafés? ¿Grises? ¿Verdes? La verdad no lo sabía. La verdad no sabía muchas cosas. No sabía el tono
de su voz ni si era cálida o fuerte, no sabía si tenía acento o si tan siquiera hablaba español. No sabía
si estaba solo en la vida o existía una comisión nacional buscándolo en algún sitio. Lo único que sabía
perfectamente su piel fría y tersa bajo la yema de sus dedos. Sintió algo de miedo. ¿Por qué estaba
allí tocando esa fría y tersa piel? ¿Por qué se sentía tan bien haciéndolo? Después de Fabián no había
tocado a nadie más. Se decía a si misma que no podía, que no debía, que aún era muy pronto. Y sin
embargo estaba allí con la yema de sus dedos delineando aquellos labios que la habían besado en
sueños. Hacía mucho tiempo que no sentía aquello y ya hasta se le había olvidado lo bien que era. Lo
De pronto se encendió la luz del cuarto. Annie retiró la mano rápidamente y de un golpe subió
la mirada solo para chocar con los ojos pétreos de Doña Elvia que estaba parada bajo el umbral de la
ellos estaban tratando el caso de Henry. ¿Qué había hecho este hombre que yacía junto a ella como
para que necesitara vigilancia policiaca? Peor aún, ¿qué había hecho ella al estar allí a escondidas con
alguien solicitado por la justicia? No dijo nada. Espero a ver qué pasaba.
– Señorita Pastori. Buenos días. – La voz de Doña Elvia era tan cerrada como su oscura
mirada. – Que bueno verla por aquí, el Inspector Cores necesita hablar con usted.
VIII
Las manos de Annie empezaron a temblar. No había hecho nada malo pero sentía la extraña
sensación de que todo aquello no iba por buen camino. La sonrisa sórdida de Doña Elvia acompañada
por la inmutable mirada del agente de policía que estaba detrás de ella no le parecía una buena
combinación de elementos para empezar su mañana. ¿Qué diablos hacía ella donde no debía? Claro
que había razones de sobra para que aquello no tuviera un buen final; desde donde ellos veían estaba
ella sola con un paciente de dudosa reputación en estado de coma en una habitación a oscuras. ¿En
– ¿Conmigo?– fue todo lo que Annie pudo decir en aquel momento mientras se encontraba
– Claro que con usted. En virtud de la situación que aquí se presenta creo que no hay otra
Doña Elvia le sostuvo la mirada fija durante un buen tiempo. Annie estaba resquebrajándose
por dentro. De verdad no entendía nada de lo que allí estaba pasando. Pensó en negarlo todo, en decir
que era un familiar cercano, hasta en decir que trabajaba como un agente de Seguridad Nacional
“Maldito Hollywood”.
Estuvo a punto de empezar a hablar cuando Doña Elvia le quitó la mirada de encima para
– Es lógico que la Señorita Pastori está aún algo perdida por el efecto de la postguardía, pero
de seguro lo atenderá en un minuto. Si desea puede esperarla en la sala de descanso que esta al final
del pasillo, allí encontrará café y alfajores. Sírvase a su gusto, ya la envió con usted.
El inspector Cores asintió y se salió de la habitación. Annie decidió sentarse en la silla que
estaba al lado de la cama. Estaba segura de que lo que le venía no sería fácil y lo mejor sería recibirlo
sentada. Doña Elvia cerró la puerta corrediza y se dirigió hasta el otro extremo de la cama de Henry
por el costado derecho. Allí minuciosamente revisó los aparatos a los que este estaba conectado al
– Annie – el silencio que vino luego de llamarla por su nombre solo estuvo acompañado por
su mirada fuerte y penetrante – dime, ¿qué te hizo creer que podías entrar a una de las habitaciones
Annie se quedó callada. No sabía que decir y tampoco quería decir nada. Quería volver a su
cama y no tener nada que ver con aquel asunto. Luchar contra su falta de razón y atarse a su almohada
– Sé que no vas a responderme eso y que tampoco me vas a explicar que haces aquí pero la
verdad no es de eso que quiero hablar contigo. Al parecer tu eres quien más cerca ha estado de este
paciente y por eso eres tú quien va a hablar con el agente que esta allá afuera. Ya escuchaste donde
te está esperando.
Aquella no era una pregunta ni una opción, era una orden directa. Doña Elvia ni siquiera
determinó si ella quería o podía hacerlo. Annie respiró un poco al saber que no era gran cosa lo que
la jefa de piso le quería decir, sin embargo hubo una parte de la conversación que la dejó perturbada.
– ¿Por qué cree usted que he sido yo quien ha estado más cerca de este paciente?
Ni bien había terminado de estar la pregunta en el aire cuando doña Elvia se volteó y la miró
de esa forma tan particular que ella tiene. Se ajustó la montura de los lentes casi con la misma
precisión con que un francotirador ajusta la mira. Se estaba preparando para disparar y Annie era su
objetivo.
– Tal vez sea por el hecho de que fue usted quien lo atendió primeramente en la UCI o por el
“Maldito Eric.”
– Aunque no voy a negar que el hecho de encontrarla aquí a oscuras en la habitación del
mismo me ha hecho tener un cambio de perspectiva – Doña Elvia se quedó observándola en silencio.
– Todo lo anterior me hace apegarme a la decisión que ya tomé. Luego que hable con el agente pase
por mi oficina y hablaremos de nuevo. Ahora vaya con él, creo que no lo debería hacer esperar más.
Annie ni siquiera lo pensó un poco. Se levantó de la silla y le lanzó una mirada de soslayo a
Henry quien fue testigo impersonal de toda aquella conversación. Salió de la habitación con la
sensación de estar peor que cuando entró. Giró a la izquierda pasando el puesto de información y
viendo a Alexia que con las manos en el aire le hacía gestos de no saber qué estaba pasando
acompañado de un siempre presente “te lo dije”. Al final del pasillo, detrás de una puerta de madera
Abrió la puerta de la habitación y allí estaba él, sentado al lado de una mesa de madera redonda
que centraba la sala. Annie cerró la puerta y se sentó en la silla que estaba justo frente a él. La
habitación no era muy grande y solo contaba con un pequeño refrigerador y una repisa donde reposaba
una cafetera, todo lo necesario para el café y uno que otro bocadillo.
Era extraño que fuese él quien le ofreciera la taza de café cuando era ella quien conocía más
aquella sala. Eso le hizo entender quién llevaría las riendas de aquel encuentro.
que reposaba en la cafetera. Annie no había percibido lo alto que era aquel hombre hasta que se puso
de pie. Viéndolo bien no estaba nada mal. Guapo y alto con el cabello castaño claro bien cortado y
unos ojos ámbar que derretirían a cualquiera. De no ser por la situación incómoda por la que estaba
pasando en aquel momento hasta se habría atrevido a usar las técnicas de seducción de Alexia.
– Aquí tiene – le dijo el agente entregándole el café. – Ya tiene azúcar pero no sé si le gusta
más dulce.
– No se preocupe tampoco es un encuentro tan formal. Imaginó que la señora Elvia Torres le
– Fíjese señorita Pastori, la situación con el paciente de la habitación 407 es bastante delicada.
“¿Casado?”
– El día del accidente en tren su esposa fue la única víctima indirecta de aquel trágico evento.
La señora Latouff se desvió de la carretera para evitar ser aplastada por un tronco maderero y se
impactó contra un árbol. Algo irónico, ¿no? Bueno lo cierto es que desconocemos si el señor Latouff
está al tanto del asunto o no, pero en virtud de que no podemos hablar con él y no podemos esperar a
ver qué pasaba decidimos tener un enlace directo en el hospital, bien sea para que le dé esta
información de la manera más apropiada posible o por el contario para que se ponga en contacto y
Aquello fue como un balde de agua helada. No tenía ninguna expectativa de aquella
conversación pero aun así todo eso le resultaba increíble. Henry era viudo. Bueno lo es, aunque aún
no lo sabe ¿o sí? Que confuso era todo. Tomó la taza de café y le dio un gran sorbo con la efímera
esperanza de que en algún momento de su paso por el esófago se convirtiera en vodka puro ya que
– Una pregunta. Usted mencionó “un enlace directo en el hospital”. ¿Qué quiso decir con eso?
– Que usted es el enlace. Pensé que había quedado tácito al ser usted la enfermera personal
“¿Enfermera Personal?”
– Eso solo se lo podrá responder la señora Torres. Fue ella quien la recomendó. Dijo que usted
estaba muy vinculada con el paciente – Adrián notó la cara de desconcierto de Annie. – La verdad
desconozco cuál es su relación con él pero esa fue la sugerencia que nos dieron y al encontrarla hoy
– La familia de él está fuera del país. Él es de origen francés por lo que pudimos saber. La
familia de ella no está en la ciudad y los pocos que han llegado están en los preparativos del funeral.
Quizás no es fácil lo que se le está pidiendo pero lo hacemos por el bienestar del señor Latouff. Espero
La verdad no tenía mucho de dónde coger. Ella misma de alguna manera se había metido en
aquella situación y Doña Elvia se aprovechó sin miramientos. Tampoco es que se sintiera tan
presionada. De alguna manera algo dentro de ella la había motivado a buscar la forma de ver a Henry
esa mañana así que verlo todos los días que le tocara trabajar no sería mayor sacrificio.
Annie lo miró con cierta incertidumbre. En cierto modo había algo detrás de aquellas palabras
que no lo dejaban todo claro. Tal vez era la mezcla entre esos ojos ámbar y sus labios carnosos lo que
– Gracias– le dijo Adrián. – La verdad para mí no será ningún pesar trabajar con usted.
– En realidad yo también me siento rara con el hecho de que me trate de usted. Creo que tal
vez tenga que ver con la manera como nos conocimos. Quizás deberíamos presentarnos de nuevo.
– Yo me llamó Annie – le dijo tomándole la mano y sonriendo de una manera algo tonta.
Aquel apretón de manos duró un poco más de lo que debía y terminó justo en el momento donde
– Gracias. Bueno si debo hablar con Doñ… con la señora Torres. Estaremos entonces en
contacto.
Ella colocó la taza sobre la mesa mientras ambos sonreían y se salió de la sala. Volvió sus
pasos hasta llegar al puesto de información. Esta vez ninguna de las enfermeras estaban allí, solo
Doña Elvia.
– ¿Ya terminaste de hablar con el agente? – preguntó y Annie asintió algo sería. – Bueno aquí
tienes tu nuevo horario– le dijo extendiéndole una página sobre el mostrador. – Va a trabajar a partir
de mañana durante doce horas en esta planta hasta que las heridas de la operación del paciente estén
sanas. Si llegase a despertar antes de que este más recuperado será necesario ponerlo al tanto de lo
que pasó con él, clínicamente hablando, esto antes de darle la información que el agente te ha
Era cierto que tenía cientos de pregunta pero no las haría ni allí ni a ella porque era evidente
que Doña Elvia estaba disfrutando de toda aquella situación. Negó con la cabeza, tomó la hoja con
Al bajar las escaleras se encontró a Alexia a mitad del camino quien le preguntó de qué iba
todo aquello así que Annie la puso al tanto. Le explicó lo que le habían dicho tanto el agente como
– No sé qué demonios está haciendo ese tal Henry en ti para que te metas en semejante lío,
pero sea lo que sea me encanta– le estampó un beso en la mejilla y siguió su camino de regreso a sus
labores.
Annie salió por la puerta principal del hospital y se dirigió a su vehículo. Una extraña sonrisa
enmarcaba su cara como muestra de una inusitada alegría que se apoderaba de ella. Fue como si aquel
habitación clamando la muerte de sus dolorosos sentimientos y hoy se encontraba ante el hecho de
cuidar a un hombre con el que sueña mientras que un hombre de más de soñado le brindaba un café.
Mayo estaba dando paso a las frías ventiscas de invierno pero Annie sentía un calor interior
que la abrigaba más que su propia ropa. De alguna manera la idea de empezar a trabajar
exclusivamente atendiendo a Henry le daba un soplo de calor en el alma. Aquel día después de salir
del hospital se fue directo a la tienda de víveres que quedaba camino a casa y compró una buena
provisión de quesos, espaguetis, vegetales para ensaladas, empaques de sopas y algunos jugos
envasados. Al llegar a casa acomodó todo en la despensa y se sintió rara después de tanto tiempo de
que estuviesen vacías. Se cambió la ropa para ponerse más cómoda, encendió el calentador y se
preparó para cocinar una Pasta Cuatro Quesos acompañada con una Ensalada Tentación. Ella misma
sabía que no podía cambiar todo lo que estaba sufriendo por el simple hecho de haber salido airosa
de su escapada mañanera o por haberse sentado a compartir un café con un extraño completamente
hermoso. Ni siquiera aquel sueño tan extraño y tan vivido le podía extraer todo aquel dolor pero ayer
antes de dormirse había llorado clamándole a Dios que la ayudara a superar todo aquel dolor y tal vez
el primer paso para salir de aquel atolladero lo debía dar ella y si el primer paso era llenar sus
despensas y prepararse una Pasta Cuatro Quesos con una Ensalada Tentación entonces que así sea.
Aquel era su plato favorito y con el tiempo se había convertido en el plato favorito de ella y
de Fabián. No iba a pensar mucho en eso, aquel día no le importaba si Fabián se paseaba
sorpresivamente en su cabeza, aquel día solo quería consentirse y saborear de nuevo ese suculento
plato que tanto se parecía a lo que ella alguna vez llamó felicidad. Mientras picaba los vegetales pensó
en las tantas veces que lo había hecho de la misma manera para Fabián pero también recordó las
tantas otras que lo había hecho para ella sola antes de que él apareciera en su vida. Pensó que aquella
recorriéndole los dedos mientras las picaba en gajos para agregárselos a la ensalada. Luego que todo
estuvo listo se sentó en la mesa, sola. Ella sabía que estaba sola pero en cierto modo también estaba
tranquila. Tranquila y un poco más feliz. Martha le había dicho luego de su ruptura que aquella era
su nueva vida y que nadie más decidiría que hacer con ella y en aquel momento eso era justamente lo
que estaba haciendo. Estaba decidiendo volver a disfrutar de aquellas pequeñas cosas que la hacían
feliz.
Al día siguiente se levantó muy temprano de nuevo y se preparó un buen termo de café para
el camino. Hacía mucho que no lo hacía, se había acostumbrado al café de Julio. La verdad es que no
era un mal café, ni mucho menos, pero ella prefería su combinación de café bien fuerte especiado con
canela y vainilla. De camino al hospital pasó de poner la radio y empujó en el reproductor uno de sus
viejos compactos de Bossa-nova que ponía de fondo para estudiar. Aún no estaba dispuesta a escuchar
su música de siempre. Había una gran cantidad de esta que le recordaba a Fabián y otra tanta que
aunque no lo hacía era una música tan triste y hablaba tanto del desamor que era mejor no escucharla.
Al llegar al hospital aparcó justo frente a la entrada principal y se dio cuenta al salir del coche de lo
poco abrigada que estaba aquel día. Entró rápidamente al hospital y subió las escaleras de dos en dos
viendo que estaba por llegar tarde su primer día en ese nuevo turno y la verdad es que no quería
Llegó justo a tiempo y Doña Elvia la acompañó directamente a la habitación 407 para recibir
– Debido a las heridas del paciente tanto en la cabeza como por el yeso en su pierna izquierda
es prudente que se mueva lo menos posible. Aunque es necesario, como supongo que sabe, que se le
realicen los masajes propios para evitar las escaras. La limpieza del cuerpo realícela a horas del
mediodía en virtud de que es el momento más cálido debido a la entrada del invierno. Las heridas de
la sutura se limpian a primera hora de la mañana y la dosis de sus medicamentos aparece reflejada en
el historial médico. De todas formas el cirujano tratante pasa todos los días en la mañana y en la tarde
– Creo que sabrá encontrarlo en el historial. Yo me retiro. – Dio la media vuelta y se encaminó
hasta la puerta y justo antes de salir se giró y le dijo – Señorita Pastori, espero que no haga nada más
allá de lo que requiere el paciente – cerró la puerta y se fue a su puesto de trabajo observando la
“Perra”.
Lo primero que hizo fue cerrar las persianas de la habitación y subió un poco la intensidad de
la luz que descansaba en la cabecera de la cama. Con un poco más de luz la belleza de Henry era aún
más etérea. Se veía tan irreal allí tirado en medio de aquella cama que parecía como si no perteneciera
a aquella habitación, como si fuese el único elemento discordante y patético en aquella imagen. Luego
que salió del letargo hipnótico en que caía cada vez que se perdía en aquellos labios rosados empezó
a cumplir con sus labores. Al poco rato entró Alexia que acababa de cumplir con su guardia y la
– Estoy aquí porque me asignaron realizar esta tarea – dijo Annie sin verla a la cara y tratando
– ¿Y ayer entraste a esta habitación contra viento y marea porque te lo habían asignado
también?
– ¿Te gusta?– le pregunto Alexia. Annie se quedó callada. – Tranquila puedes decírmelo, no
– Pero te gusta un paciente que está en coma. Y puedes negarlo todo lo que quieras. Niégatelo
Annie no sabía que responder. La había desarmado. Sí le gustaba y ella misma lo sabía. No
era amor, jamás sería comparable a lo que sintió por Fabián ¿O aún sentía? Estaba segura que no
podía aplacar el dolor pero de alguna rara y extraña manera le gustaba lo que sentía cuando se perdía
Tal vez Alexia tenía razón. Es verdad que es el tiempo el que sana todo pero tampoco se
puede negar que algunas personas sirven de incentivo para poder seguir adelante. Henry en este
– Ayer volví a cocinar. Prepare la Pasta Cuatro Quesos – decir esto la hizo sentirse en cierta
– ¡Qué bueno! Espero me hayas dejado porque hoy voy a dormir en tu casa. Estoy muy
– Eso sí, vas a necesitar algo más que una pasta con queso para superar lo que vas a ver cuándo
te toque bañarlo. Si los labios te tienen desenfocada lo que está allá abajo te va a terminar de
enloquecer.
Annie se sonrojó y le pidió que se saliera. No le pareció para nada gracioso y ya no veía el
medio día tan lejano. Además había otras funciones fisiológicas del paciente que debía atender y eso
Los signos vitales de Henry estaban estables y la herida de su cabeza estaba sanando bien.
Más allá de su estado de coma Henry era un paciente con una buena evolución. Cuando vio que las
agujas del reloj estaban acercándose al medio día se fue al cuarto de descanso para tomar una buena
taza de café y coger fuerza para lo que se le venía encima. Se sentó un momento a meditar en cómo
Al poco tiempo de estar allí se abrió la puerta. Ella se puso de pie por si era Doña Elvia no
– ¿A mí? ¿Y eso?
Tenía toda la lógica del mundo. Martha había recibido a Henry cuando ingreso a la Sala de
Emergencias así que hasta que no estuviesen sanas sus heridas aún era su paciente.
– Las heridas están bien. Se las limpie en la mañana junto con Alexia y no se ve nada extraño
en ellas. Por lo demás le estoy aplicando su dosis de medicamento según las instrucciones. ¿Hay
– No, no hay ninguno – dijo Martha mientras se servía ella también una humeante taza de
café. – Pero siéntate un segundo, la licenciada Torres está pendiente de otras cosas en la
adelante me lo agradezcas.
– Yo fui quien le recomendó a la licenciada Torres que fueses tu quien atendiera a Henry.
– Me pareció que era lo más apropiado. No lo hice por lo que me contaste. Lo hice por lo que
me ocultaste.
No sabía que decir, Annie no le había ocultado nada a Martha. Lo único que había pasado, lo
único que había sucedido era la situación del maletín y eso era agua bajo el río. Si bien la alteró mucho
no significaba que fuese tan relevante como para hacerla la enfermera asignada de Henry.
– Annie tranquila. Aunque creas que no te entiendo yo lo hago. Hace tres días atrás te
encontraste con un evento aislado que te sacudió. El simple hecho de pensar que era Fabián el que
estaba tirado inconsciente en esa camilla te sacudió y fuerte. ¿Qué habría pasado si hubiese sido
realmente él? ¿Cómo habrías reaccionado al ver a Fabián en el mismo estado que está Henry?
Internamente ella se había echó esas mismas preguntas y sabía que la respuesta era tácita: no
podría soportarlo. La simple idea de saber que Fabián estaba sufriendo la hacía temblar.
– Tú al igual que yo sabes muy bien que no lo habrías soportado porque aún lo amas– continuó
Martha hablando con un tono de voz bastante serio. Annie sucumbió ante aquellas palabras y permitió
que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas. – Tranquila amiga. Sé que es duro que te lo diga pero
es la verdad. Mientras tú estás aquí pensando en cómo continuar viviendo él está tranquilo y estoy
más que segura que ni siquiera ha derramado una lágrima al pensar en ti. Cuando hubo el accidente
del tren, ¿Te llamó? ¿Buscó comunicarse contigo para saber de ti? ¿Se habrá preocupado siquiera de
saber que te pasó aquel día? Él ahora le debe estar dedicando sus lunas y sus tazas de café a otra
persona y creo que llegó el momento de que tú hagas lo mismo. Dedícale tus tazas de café a ese
hombre que esta postrado en una cama, no importa que no sepas si lo sabe o no pero al menos es lo
que tienes ahora. Ayúdalo a sanarse y sé que te ayudarás a sanarte a ti misma. Hoy en día te brillan
los ojos y no es exactamente por las lágrimas, hace mucho que no te veías así. Tomate esa taza de
café, tranquilízate y dentro de poco almorzamos y hablamos un poco mejor– se levantó de la mesa,
Martha siempre le lograba sacar las lágrimas de una u otra manera, pero siempre con la verdad.
Todo lo que había dicho era cierto. Muchas eran las lunas que había visto y soñaba con poder
compartirlas con Fabián pero sabía que no podía, que no debía o que, como lo imaginaba Martha, a
él ya no le importaba porque de seguro en aquel mismo instante aquella misma luna la estaba
compartiendo con otra persona. Cuantas tazas de café no lloró pensando en las muchas que había
compartido con él bajo el limonero del patio en las cálidas noches de verano o al lado de la estufa en
las frías tardes de invierno. Ahora de seguro estaría caminando por las calles de Buenos Aires
compartiendo otro café con otro aroma diferente pero sintiéndose más feliz que nunca. Aquellos
sentimientos siempre la herían y mucho, pero eran imposibles de sacar de su mente. Se secó las
lágrimas y esperó un momento antes de regresar a la habitación 407. Ya casi era mediodía.
Al entrar a la habitación sintió que estaba muy fría para aplicar el baño a Henry así que
aumento un poco la temperatura del calefactor y se dispuso a preparar los utensilios para el baño: una
toalla seca, una esponja suave, gasas limpias y una pequeña tina doble donde colocó el agua limpia
en un lado y una ligera solución jabonosa en el otro. Se colocó unos guantes lo mejor que pudo ya
que sus manos temblaban ligeramente. No era ni de cerca la primera vez que le hacía eso a un hombre
pero si la primera que se lo hacía a alguien que le gustasen sus labios. Era algo tonto. No podía
ponerse así por el simple hecho de que los labios de aquel hombre la sacaran de sí pero ella sabía que
más allá de los labios, más allá de la advertencia de Alexia, más allá de lo que encontraría debajo de
las mantas era el hecho de que tenía que tocarlo por completo y hacía mucho que no tocaba a un
Decidió enfocarse de la manera más profesional posible y le bajó la manta hasta la cintura.
Decir que se quedó petrificada sería poco delante de su expresión. Ante ella yacía un hombre
hermosamente desnudo. Tenía el pecho bien formado y poblado por un bello que le sentaba como
una alfombrilla puesta a mano delicadamente. Su piel era blanca y tersa bañada por unas hermosas
pecas que le decoraban los hombros y parte de la espalda. Solo hasta ahora se dio cuenta que no
aparentaba para nada los 36 años que decía la historia clínica. Sus manos eran delicadas, propias de
su profesión. Annie dejó de admirarlo y procedió a empezar por los hombros y el pecho. Gracias a
Dios tenía los guantes puestos o no sabría cuanto más tardaría en cada parte de su cuerpo. Primero le
pasaba la gasa empapada en la solución jabonosa y luego la esponja húmeda para limpiar. Henry no
necesitaba aquel baño, ella sentía que estaba perfecto así tal cual, pero había una gran diferencia entre
lo que ella sentía y lo que debía hacer. Lo giró un poco sobre el lado izquierdo para lavarlo también
en la espalda, una espalda grande y fuerte. Annie no podía contener sus pensamientos. Empezó con
el masaje para evitar las escaras. Lo hizo con la mayor delicadeza y precisión que podía. Repitió el
mismo procedimiento con el lado derecho de la espalda. Lo secó bien con la toalla y volvió a cubrirlo.
Se quedó quieta pensando en su próximo movimiento y decidió continuar con las piernas. Lo
descubrió hasta los muslos y empezó primero por los pies, al menos el que dejaba el yeso al
descubierto. Eran unos blancos y muy bien cuidados pies, para Annie los pies más bellos que había
visto. ¿Sería en serio que eran los más bellos que había visto o solo estaba siendo nublada por la falta
de contacto con un hombre? Lo cierto es que se lo lavó muy bien, se los lavó cual penitente lava los
pies de los justos en Semana Santa, se los lavó entregada a cumplir su misión lo mejor posible. Sus
manos subieron lentamente por su pierna derecha definiendo cada una de las curvas de aquellas
hermosas extremidades. Cuando terminó su labor cubrió ambas piernas y se sentó en la silla con las
manos enguantadas en el aire pensando en cómo seguir el siguiente paso de aquel baño de cama.
Decidió que no podía permitirse aquellas dubitaciones y decidió descubrirlo de una vez por toda.
Allí yacía él, desnudo y vulnerable en aquel extraño cuarto con una enfermera inmóvil que no
sabía por dónde empezar. Comenzó por cambiarle la bolsa recolectora, lo cual a pesar de la delicadeza
que se requiere lo hizo lo más rápido posible. Por pudor y por prudencia decidió no mirar directamente
sus partes mientras lo aseaba, al menos no prolongadamente. Terminó lo más rápido que pudo y luego
se tiró en la silla con las manos enguantadas en el aire. Se sentía extenuada, como si hubiese cumplido
con la labor más ardua del mundo. Estuvo así unos minutos y luego recogió todos los implementos
que había utilizado para el aseo de Henry, llevó los descartables hasta el cuarto de desechos médicos
y los que podía volver a utilizar con él los dejó en un pequeño gabinete del cuarto de baño.
Ya era un poco más de medio día y decidió comer algo aunque fuese más por obligación que
por hambre. Había llevado algo de pasta del día anterior y quería calentarla en el cuarto de descanso
pero estaba repleto, así que en vez de eso se dirigió nuevamente a la habitación y revisó los
sala y sin darse cuenta se dejó arrullar por el cansancio hasta que cayó rendida. De pronto se abrió la
– Lo siento. No quería despertarte– dijo Adrián al entrar en la habitación con dos vasos de
– Discúlpame tú. Se supone que no debería haberme dormido– respondió ella mientras se
desarrugaba el traje de enfermera y se ajustaba el cabello en la cola de caballo que tenía hecha.
– Esta mejor. Recuperándose, aunque aún no ha reaccionado pero sus heridas están
Ella lo miró perpleja con su cabeza levemente ladeada y tratando de interpretar toda aquella
– ¡Qué bueno!– exclamó Adrián con esa sonrisa espontánea y perfecta que ya Annie había
Adrián se echó a reír y se calló de pronto como recordando de repente donde estaba. Annie se
llevó la mano a la boca para reírse calladamente de aquella situación. Hacía mucho que no se sentía
– La primera vez que te vi– empezó a explicar Adrián– tenía una mala impresión de ti, como
de alguien que le gustara inmiscuirse en cosas que no debe, pensé que serías una de esas enfermeras
preguntonas que desean ser policías o algo así. Te traté duramente, bueno espero no haber sido tan
duro.
Annie tomó un sorbo de café y echó la memoria hacía atrás tratando de recordar el encuentro
anterior. Siendo sincera consigo misma ella estaba muy nerviosa y él si estaba un poco serio, pero no
– No fuiste severo, para nada. Esperaba al poli malo porque ese no eras tú.
Ambos se rieron de aquel pequeño chiste y chocaron las miradas extrañamente. Annie se
encontró a sí misma reflejada en aquellos ojos ámbar que estaban abiertos de par en par viéndola
fijamente. Sintió como la sangre se le inyectaba en las mejillas así que decidió dar un largo sorbo del
café que tenía entre las manos mientras desviaba la mirada hacia otro lado.
– No todos, pero tienes que entendernos un poco, nuestro trabajo nos lo exige– hizo una
pequeña pausa mientras la miraba de nuevo a los ojos con sus pupilas ambarinas.– La verdad es que
quería agarrarme de eso para resarcirme contigo y así poder invitarte a salir, pero al parecer voy a
Aquella propuesta le llegó a Annie de sorpresa. Se había imaginado que Adrián estaba
interesado en ella pero nunca imaginó que fuese tanto así como para invitarla a salir. Después del
fiasco que había pasado con Gabriel hacía unas noches en el bar no se sentía muy preparada para
intentar una cita de nuevo. No deseaba terminar otra vez tirada en su cama llorando hasta más no
poder. Por otro lado Adrián era un hombre agradable y ella se sentía cómoda con él, quizás debería
intentarlo.
“No tonta. Te invito solo porque eres la única mujer con dientes del planeta.”
– Si– dijo Adrián entre risas. – Quisiera invitarte a comer a un restaurant nuevo que está cerca
Annie estaba con la mirada perdida pensando en su respuesta. Una cita con aquel hermoso
hombre que deseaba compartir una cena con ella. No era comerse un hot dog en la calle apurados a
mediodía o un sub en un café a las afueras de la ciudad, aquella era una invitación real para una cena
y la verdad es que no sabía qué hacer con eso. Le habría gustado ser tan fría para algunas cosas como
lo era Alexia y así poder decir que sí sin tanto miramientos, pero ella era Annie. Annie la tonta que a
pesar de tener el corazón roto, una parte de ella creía en el amor. Annie la absurda que recordaba las
series que le gustaban a Fabián y de vez en cuando escucha como el viento le susurraba su nombre.
Annie la ingenua que desea en secreto que todo aquello no fuese más que un mal sueño del que no ha
podido despertar aún. Ella era Annie y esa era una realidad.
– Bueno veo que lo debes pensar antes– dijo Adrián ante su silencio.– Igual pasaré pronto, si
no es molestia, para ti.– Después de decir aquello se levantó, le lanzó una mirada repentina que tenía
– Claro que sí– dijo Annie repentinamente con ese tono de voz anormal que le salía cuando
sentía que la situación se le salía de las manos. – Perdón, quiero decir que no tengo ningún problema.
Solo debería saber cuál será mi próximo día franco, recuerda que cambié mi horario.
Adrián la premió con esa mirada encantadora que adornaba su rostro y Annie sintió como ella
mientras Henry siempre omnisciente y distante centraba la escena de la manera más impersonal
posible. Annie lo vio y se sintió mal por un momento, tal vez sin razón aparente pero así se sintió.
La puerta corrediza se abrió repentinamente y Alexia se encontró con aquel oficial bien
vestido con un vaso de café en la mano y Annie en el otro extremo de la habitación con otro igual.
Dejo la puerta abierta tras de sí y decidió apoderarse de la situación como siempre lo hacía.
– Buenas tardes señor oficial– dijo con la voz más sexy que pudo. – No me diga que mi amiga
está en problemas, aunque ella se porta siempre tan bien que lo pongo en duda.
– Buenas tardes señorita– le devolvió el saludo Adrián con una voz seria y respetuosa. – No
se preocupe su amiga no está en problemas. Es solo una visita de rutina y ya estaba por retirarme
cuando usted llego. – Se giró hacia Annie– Gracias por la información suministrada, cuando llegue
entonces el momento previamente discutido hablaremos del tema. Que pase buenas tardes– se
la mano extendida.
Adrián soltó una de esas sonrisas que siempre se guarda bajo la manga mientras aún estaban
saludándose.
– Fortuitamente así fue. Pero gracias por la información. Hasta luego Annie.
Se retiró de la habitación y dejó allí a Annie parada. Estaba un poco de molestia por la siempre
impertinente personalidad de Alexia y apenada al mismo tiempo porque su amiga la hallase en aquella
situación.
– Si tu sentiste lo mismo que sentí yo cuando ese policía disparó esa sonrisa, mami, estas en
problemas.
– No estoy en nada. El solo es el policía del que te hable, el enlace por la situación de Henry.
– Ah, tienes razón. ¿Y qué pasó por fin con la familia de Henry? ¿Ya viene en camino?
Annie estaba desarmada. Algo tan vital como aquella información se le había pasado por alto
porque se dejó hechizar fácilmente por aquellos ojos vidriosos que la sumergían en ese mar azabache.
– No tienes ni remota idea de lo que te estoy hablando– le dijo su amiga mientras le quitaba
el vaso con café de las manos para darle una probada. – Oye, esto está bueno. ¿Sabes algo?
– Bueno, yo entiendo que sus sonrisas son despampanantes y que en este momento de tu vida
sientes que son como rubíes en la arena, pero no creo que debas perderte así como lo estás haciendo.
– Sí. Annie yo te conocí cuando aún estabas en los mejores años de tu relación con Fabián, vi
como entregaste tanto de tu mente y pensamientos en él que no quiero que hagas lo mismo. Ojo, no
te digo que no te comas este chongo de cabellos dorados, pero que no te dejes embobar tan fácilmente,
Alexia no debía juzgarla así, ella no conocía como habían pasado las cosas.
– Nena no quiero que lo tomes a mal, pero a ti aún te faltan ciclos por cerrar. Y no es que no
has sufrido ya bastante ni mucho menos, pero una cosa es sufrir por algo y otra muy diferente es
superar eso que te está haciendo sufrir. Hoy en día estas bien, y sé que hace un par de noches atrás no
fue exactamente el mejor momento de tu vida, pero eso no significa que ya hallas superado todo esto.
Solo te digo que no te exijas a ti misma cosas para las que no estás lista porque puedes terminar peor
que al principio. Es cierto, yo misma he visto cómo has salido de ese agujero poco a poco, pero debes
tener en cuenta donde das tu próximo paso, no sea que vayas a dar un paso en falso y caigas de nuevo.
Annie conocía poco de la vida amorosa de Alexia, pero casi nunca esta estaba alejada de las
realidades de las cosas. Muchas veces era más fría de lo que Annie hubiese querido para dar sus
respuestas con respecto a algunas cosas, pero eso no significaba que estaba en algún desacierto. Ella
era una mujer viva y bastante sexy. Una miniatura de anchas caderas y una maraña de pelo castaño
claro que eran su gancho para atrapar los peces que le daba la gana de pescar. Pero no siempre fue
así, en algún momento también fue una ingenua creyente del amor y una víctima más del desamor,
pero de eso ya hace bastante tiempo y la verdad es que tampoco hablaba mucho de ello.
Alexia se terminó de tomar el café de Annie mientras esta estaba sentada en el sofá con la
mirada perdida en el horizonte. Estaba ausente, meditativa aún en las palabras de su amiga. Alexia le
dio un par de palmadas en la espalda y se dirigió hacia la puerta para abandonar la habitación.
– Annie– dijo justo en el umbral de la puerta. Annie levantó la mirada. – No lo pienses mucho,
ese es un error que muchas cometemos. Apenas puedas comete esos labios que deben saber a
caramelo. Comételos tú que puedes antes de que te lo quitemos de encima. – Alexia le pico un ojo y
que se sentía bien pero también era cierto de que no todo estaba superado y existía una gran diferencia
entre sentirse bien y estar bien. Las últimas palabras de Alexia retumbaban en el aire.
Era cierto, esa boca rosada debía de besar magníficamente y ella estaba dispuesta a sentir los
“¡Adrián!”
“Los besos de caramelos son los de Adrián” pensó mientras miraba fijamente los labios del
Sus manos firmes se deslizaron por la espalda de Annie mientras muy sutilmente le bajaba la
tira del vestido. Sus labios fríos se posaban sobre aquellos omóplatos regalándole besos como quien
regala caramelos en un carnaval. Lentos y firmes se sembraban los besos en su piel. Hacía mucho que
Annie no sentía besos de aquella manera. Besos firmes, besos sinceros, besos que solo pertenecían a
ella y a nadie más. Trato de girarse para sentirlos en sus labios pero las mismas manos que la estaban
desnudando la aprisionaron contra la pared. Sus mejillas descansaban contra una pared cálida, blanca,
sutilmente decorada con unos vaporosos cortinajes del mismo color. Los besos seguían poblando su
espalda en el momento que sintió como su vestido se despedía de ella para descender por sus caderas
dejando su piel expuesta a la fría brisa que filtraba el invierno. Contra su espalda se encontraba toda
aquella humanidad que le sembraba besos en la nuca haciéndole que su cuerpo recibía escalofríos.
Sus manos estaban aprisionadas entre su cuerpo y la pared pero deseaba zafarse y poder tocar el
Aquello era cierto. Eran tantos los besos y tantas las caricias que recibió en su piel que no
había duda de que aquello fuese así. Ahora su cuerpo emanaba aquel aroma dulzón de musgo y
vainilla. Sus poros abiertos sudaban un aceite aromático que embadurnaba la habitación por completo.
Cada espacio, cada esquina, cada trozo de aquel cuarto estaba lleno de aquella fragancia.
Henry la volteó y ella se encontró de frente con unos labios carnoso que se desgastaban
besándole el cuello. Lo sentía a él recorriéndole la piel con sus dientes. Sentía todos aquellos besos
regados por todos lados. Sentía como él buscaba entre su cuello aquel aroma, como buscaba entre su
piel aquella pasión que ella llevaba tanto tiempo reprimiendo por dentro, conteniéndola,
que subía por su flujo sanguíneo. Era como si cada poro de su cuerpo palpitara a ritmos desiguales
impulsándola a flotar por aquel cuarto embadurnado de musgo y vainilla, así que se dejó llevar. Se
dejó llevar y empezó a flotar y flotar hasta que una extraña corriente le explotó por la yema de los
dedos como fuegos artificiales de confeti que se apoderaron ella. Aquella sensación se apoderó de
ella por completo y la hechizó enteramente. De la nada sentía como se desvanecía entre ella misma y
se convertía en un mar húmedo de lujuria y deseo que la hizo sentir más viva que nunca.
Sus sabanas estaban empapadas por completo. Ella misma no reconocía donde estaba. De no
ser por las cortinas y los adornos en las paredes no se hubiese enterado que estaba en su habitación.
Se levantó directo al baño y se pegó un duchazo rápidamente. Por dentro maldecía al invierno por
haber llegado porque en ese momento lo que necesitaba era un duchazo de agua fría. Mientras el agua
caliente caía por sus caderas ella deambulaba por los recuerdos de aquel extraño sueño. Extraño y
agradable.
Junio ya estaba bien entrado y ella llevaba semanas atendiendo a Henry de manera metódica.
Sus manos seguían tallando y secando cada poro, cada peca, cada dedo de los pies de aquel hombre
del cual aún sabía muy poco. Solo unos familiares de su difunta esposa hicieron una rápida y extraña
visita al hospital. Todos estaban muy consternados por todo lo sucedido a Henry aunado al inmenso
dolor que vivían ellos mismos. Ninguno podía hacerse cargo del paciente ya que debían volver a sus
obligaciones. Solo dejaron un poco de información sobre los padres del paciente mencionando que
se encontraban en Europa. Más allá de eso y de lo que Adrián le informaba diariamente no sabía nada
de la vida de Henry.
Adrián.
Aquel hombre guapo había hecho más que rutinarias sus visitas con vasos de café y alfajores
que le llevaba acompañados siempre por su sempiterna sonrisa haciendo evidente su interés en ella.
Annie también se sentía muy cómoda con él. Cada día era una nueva risa que la llevaba hacía otra
faceta de su vida. Era como un nuevo camino que la llevaba a escapar de ese torbellino que había sido
Salió de la ducha y bajó a la cocina. Le dio de comer a Nena mientras en su cabeza hacía peso
la extraña sensación de haberla tenido abandonada aquellos días. No solo era su trabajo y el invierno
lo que la había hecho desatenderla menos sino también aquellas largas charlas en cualquier café del
centro de la ciudad donde habían tenido lugar los primeros encuentros con aquel caballero que se
esmeraba por ser su más ferviente y reciente admirador. Adrián no solo era un excelente profesional,
sino un buen hombre. Al contrario de muchos había huido del desenfreno que representaba la capital
y se había radicado en Rawson hasta que termino sus estudios sobre Seguridad Ciudadana. Ya tenía
varios años en la fuerza y la verdad es que su labor dentro de ella había sido muy sobresaliente, podría
decirse que era tan entregado a su trabajo como lo era Annie con su carrera. Su familia vivía en Merlo
por un lado y Mar de Plata por el otro, así que se dividía los feriados en dos partes para poder
complacerlos a todos. Era un hombre de actitudes sencillas pero placenteras; de vez en cuando un
buen viaje, trotar en las mañanas cuando hacía buen clima, un café por la tarde y de vez en cuando
una buena cena. Hoy precisamente tocaba esa buena cena y Annie era la invitada de honor.
Ya tenían tiempo tratando de cuadrar un buen momento para salir en una cena más formal que
la de comerse cualquier fiambre en un café o una bebida caliente de camino a casa. Annie le había
dado demasiadas largas alegando que tenía mucho trabajo, o que ya se le acercaba algún examen
hasta el día en que se dio cuenta que no podía seguir postergándolo. Que por más que dejara pasar el
tiempo eso no cambiaría su situación sentimental. Ya bastante mal estaba con fantasear sobre los
labios de un paciente como para también ahuyentar al único hombre que la había hecho sentirse bien
luego de tanto dolor. Se miró al espejo, se dijo que ya basta de tanto tango y le plantó la oferta en la
cara a Adrián apenas tuvo la primera oportunidad. El muy contento acepto de primeras así que
buscaron un día que fuese bueno para ambos, que no tuviesen guardias seguidas y planearon su
Annie llevaba días revisando entre su guardarropa y el de Alexia que podía ponerse que la
hiciera verse bonita sin llegar a lo vulgar y elegante sin notarse pretenciosa. Nada elegante estaba en
su closet y nada que no fuese vulgar podía encontrase en el de Alexia. Así que se decidió a comprase
algo de ropa nueva, hacía mucho tiempo que no salía de tiendas. El invierno había llegado a su
máximo apogeo y muchas de sus prendas no la abrigaban correctamente así que el día anterior fue a
una tienda de la zona comercial del este de la ciudad y compro unos guantes granate, un par de
bufandas negras muy sobrias, algunos calcetines, dos jeans y la que sería la estrella la siguiente noche;
un sencillo vestido de coctel color azul celeste con algunas capas de chiffon. Unas sandalias blancas
de tacón y una cartera tipo sobre del mismo color con la que le haría juego. Salió de aquella tienda
sintiéndose como toda una guerrera; afilando sus armas, repasando sus estrategias y preparado su
armadura para ir a una gran batalla. En cierto modo no estaba muy lejos de la realidad.
Comer cualquier cosa en un café camino a casa con Adrián era una cosa, pero una cita más
formal era otra totalmente diferente. No solo llevaba días pensando en que se iba a poner, también se
estaba preparando internamente para lo que iba a pasar. Adrián era todo un caballero y no le iba a
exigir nada para lo cual ella no estuviese preparada. Hasta ahora él había sido muy comprensivo con
su situación.
Hasta el momento todos sus planes para la cita estaban de maravilla, al menos lo estaban hasta
haber soñado justo con un hombre que nunca le había dicho nada, un hombre que no está para ella?
Henry seguía siendo un enigma sin resolver. Cuando la familia de su difunta esposa había ido a
visitarlo luego del sepelio solo algunos pudieron entrar a la habitación y verlo. Otros no soportaron
la idea de encontrarlo en aquella situación con la posibilidad de que no despertara jamás y esta era
una realidad que cada día se hacía más palpable. Ella misma se encontraba de golpe con esa misma
realidad cada día que pasaba a su lado porque cada día allí sentía que era la única conexión que le
quedaba a Henry con el resto del mundo. Podía pasar horas enteras mirando su pecho tranquilo subir
y bajar, como si tan solo durmiera y en algún momento se despertaría atontado a decirle que había
soñado con ella. Era fácil atender sus necesidades, lo difícil era dejar de pensar en él. Por más que
luchaba contra si misma los baños de cama seguían siendo una especie de tortura, un martirio que
tenía que cumplir. Tocar esa piel diariamente, estar tan cerca de aquellos labios y no poder tocarlo
como deseaba ni besarlo como quería. Le habría gustado sentir el mismo impulso de besar a Adrián
que sentía por Henry, pero no era así. Aunque viéndole el lado positivo le alegraba en cierto modo
saber que su lívido no la había abandonado también para irse a la mierda junto con su relación.
hubiese disgustado tenerlo cualquier otro día, pero justamente aquel, justo el día de la cita, era
demasiado para ella. Aquel día debía enfocarse en su cita de las nueve. Casi podía sentir en su piel
las manos de Henry desnudándola, besándola, amándola. Sacudió esos pensamientos de su cabeza así
como en otro tiempo sacudía los recuerdos martirizantes de Fabián. Se colocó unos jeans, un buen
sweater y sus nuevos guantes granate, todo enfundado en un grueso abrigo negro, se despidió de la
Nena y se fue a hacer ciertas diligencias propias del hogar: algunos pagos de servicios, poner al día
cena: un panino de albahaca, tomate, mozzarella y jamón. Lo comió en el sofá de la sala mientras
veía un repetidísimo capítulo de Friends en un canal donde al parecer se negaban a dejar morir la
amistad de aquellos seis neoyorkinos. Subió al cuarto y empezó a ducharse propiamente. Se tomó un
baño de esponja y se dedicó a tallar cada parte de su cuerpo con la parsimonia propia de un
monaguillo. Tenía experiencia de sobra en esto, lo hacía todos los días a su paciente favorito. En el
recuerdo se le antojó ver las pecas de la piel de Henry sobre la suya como si ambas se fundieran en
una sola.
Al salir de la ducha se perfumó con el aroma más regio y sexy que ella misma conocía. Tomó
entre sus manos la pequeña botella de 212 VIP que Alexia le había regalado de navidad y se llenó la
piel del cuello y del pecho con aquella fragancia. Alexia le había dicho que así debía oler una mujer
que estaba segura de sí misma y que sabía que llegaría el día en que ella querría oler así. Annie no
estaba segura de nada aquella tarde, nada más allá del hecho de querer estar segura.
Dedicó su buen tiempo a colocarse un bonito maquillaje y a recogerse un poco el largo cabello
castaño que ya le caía en la espalda. Nada sofisticada, nada sobrecargado. Aplicó en los labios un
brillo de tono rosa que la llevó directamente a pensar en los labios de Henry. Recordó que en el sueño
no los había sentido. Quería saber cómo sabían pero no debía pensar en eso. Se preguntó si Adrián la
Se vio al espejo y le gustó lo que veía. Cuando se colocó el vestido y se enfundó sus sandalias
blancas se sintió como la princesa de un cuento. Se sintió realmente bella por primera vez desde hacía
mucho tiempo. Una pequeña cadena de plata con un elefante colgando de ella y unos brillantes le
complementaron el atuendo.
Al salir de la casa se volvió a colocar el grueso abrigo negro y unos guates del mismo color.
Se vio los pies y pensó que tal vez después de todo no era tan buena idea llevar sandalias con el
invierno tan fuerte pero no le hizo mucha cabeza al asunto así que se preparó a salir. Le colocó más
agua de la normal a su perra previniendo si llegaba tarde aquella noche, o si no llegaba. La sola idea
Manejó lentamente hasta la dirección que Adrián le había dado de un nuevo restaurante de
comida gourmet que recién había abierto sus puertas y estaba siendo muy bien visto por la gente bien
de la ciudad. Al parecer no era muy fácil conseguir reservaciones para comer en él pero Adrián había
hablado con un par de personas y las consiguió más rápido de lo esperado. Al llegar la recibió un
vallet parking a quien le entregó las llaves del coche y le indicó por donde debía acceder al restaurant.
Era una casona antigua hermosamente remodelada. De entrada tenía un corredor lleno de hermosas
plantas que se resistían al paso del invierno y junto a ellas unos mecheros estaban encendidos para
iluminar el camino. El frente de la casona era una mezcla entre cristal y piedra tallada que le daba ese
detalle de colonialismo recién hecho. Al ingresar pudo ver como las mesas estaban hermosamente
iluminadas por lámparas de esferas LED que casi rozaban la cabeza de los comensales. Había
alrededor de una veintena de mesas bien distribuidas alrededor de una barra ovalada que les daba la
posibilidad a los clientes de sentirse cómodos en un espacio amplio y así poder disfrutar de la vista
que los amplios ventanales le daban al lugar. Era un lugar hermoso y agradable. Al entrar una hermosa
– Déjeme ver – le señaló la chica mientras revisaba en su computador. – Sr. Cores, sí. Ya se
encuentra en su mesa. Este chico le tomará el abrigo y le indicará el camino. Pase adelante y disfrute
de la velada – luego la anfitriona se giró hacia su compañero. – John, acompaña a la señorita hasta la
Un joven alto de una veintena de años y con una barba poblada le tomó el abrigo y le dio un
elegante de una manera muy sublime. Se levantó y la recibió con un beso en la mejilla. Le abrió la
silla y luego la ajustó para ella. El aroma a brisa marina que envolvía a Adrián la golpeó desde atrás
dejándola impregnada de él. Annie se sentía como en la escena de alguna de esas películas cliché de
Hollywood. Cuando Adrián se sentó la luz de la lámpara le iluminó la mirada que acompañada de
– Bueno siempre estás hermosa, solo que es extraño verte sin el uniforme y la cola de caballo
– Gracias. Pedí una botella de vino blanco, ese que tanto te gusta.
Adrián levantó la mano y prontamente llegó el garzón con la botella de vino y una hielera de
pedestal para mantenerla a buena temperatura. La descorchó delante de ellos y luego de que Adrián
le diera el visto bueno le sirvió un par de copa. Annie lo veía con una media sonrisa pensando en lo
guapo que estaba y lo elegante de su porte. Él se pavoneaba con cada movimiento como haciendo
Annie sentía que tenía mucho por lo que brindar aquella noche. Se sentía hermosa de pies a
cabeza y estaba en un lugar espectacular con un hombre espléndido. Hacía ya mucho tiempo que no
se sentía de aquella manera, sentir que volvía a ser ella, que volvía a dominar ciertos aspectos de su
vida que daba por perdidos. Se le iluminó la mirada de la sola idea de pensar en que si tenía razones
para celebrar aquella noche, que tal vez si estaba empezando a estar mejor.
– Creo que sí.
“¿Henry?”
Se sintió algo extrañada de aquel brindis tan fuera de contexto pero procuro no demostrarlo.
desconcertada.
– Si. Brindemos por aquel hombre que permitió que estas dos personas se conocieran. Me
– Salud – señaló tímidamente Annie con la copa en el aire y luego le dio un gran sorbo a aquel
buen vino.
Empezaron a charlar sobre lo bello que era aquel lugar y Adrián le comentó un poco sobre la
historia de aquella casona y como la familia que vivía en ella en otros tiempos se vio afectada por la
crisis así que la vendieron a unos inversionistas italianos. Años más tardes volvieron desde la capital
con una cantidad inmensamente grotesca de dinero, recompraron la casa y la convirtieron en aquel
hermoso restaurant.
Vieron el menú por largo rato y se decidieron por un carpacho para la entrada. Él pidió un
asado con ensalada y ella unos ravioles de champiñones y champaña. La botella de vino dio paso a
una conversación más calmada sobre el clima y ciertos aspectos de la política nacional. Al parecer
ambos estaban bastante claros de que a pesar de lo agradables que estaban no era el lugar para hablar
– Con su permiso. Aquí está su carpacho. Que lo disfruten– dijo el mesero al dejarles el platón
personas irrumpieron en la sala con una conversa que señalaba que el grupo estaba en medio de una
celebración. Ambos miraron en aquella dirección para ver el desfile de personas que pasaban de largo
y se dirigían hacia la parte de atrás de la casa donde un hermoso toldo estaba decorado para una
– Debe ser una boda– señaló Adrián. – El sitio es muy bonito. De ser posible yo haría la mía
Annie lo miró a los ojos sin saber que decir pero entendiendo completamente lo que su mirada
ambarina le gritaba. Decidió seguir mirando a la veintena de persona que entraba. Tal vez si era una
boda, aunque no veía a los novios por ningún lado. Seguro serían los últimos en llegar. No vio a los
novios pero si encontró entre la multitud un rostro que le era bastante familiar.
por salir del pecho y arrancar a correr de camino a su casa. Tomó un sorbo de vino pero estaba muy
temblorosa. Intentó notarse serena y relajada pero era obvio que algo la había afectado enormemente.
– ¿Te pasa algo Annie? Discúlpame, no quise ser inapropiado, solo fue un cometario. Lo de
la boda no es justo ahora… perdón, quiero decir que me gusta el lugar pero… – Adrián estaba apenado
y consternado. Se veía que no deseaba hacer sentir a Annie de aquella manera. Él sabía muy bien
todo lo que ella había pasado y sufrido. Se sintió estúpido por haber dicho eso. – ¿Quieres un poco
– Al fondo, tras de ti. ¿Estás segura que estas bien? Podemos irnos si lo deseas.
Al intentar levantase de la silla tiró al suelo los cubiertos que habían puesto a un lado del plato.
El ruido del metal contra las baldosas quedó sofocado solo por el tropel de las personas que estaban
llegando. Llevó sus manos al rostro tratando de tranquilizarse un poco y no romper a llorar como una
Suspiró con las manos entre su rostro y se dispuso a levantar los cubiertos del piso.
El agua fría le apuñalaba cada poro de la cara. El agua que caía por el grifó del lavabo sonaba
como una cascada que trataba de sofocar el ruido que estaba al otro lado de la puerta del baño. Annie
La preocupación cercaba cada una de las palabras de Adrián. Después que aquel desconocido
se había acercado a la mesa vio como Annie no se pudo contener más y arrancó a correr hacia el
tocador al fondo del pasillo. No le costó mucho entender que era lo que estaba pasando en aquel
momento. Aquel era el ex novio de Annie. Se instaló un rato frente a la puerta del baño de damas
– Annie al menos respóndeme. Necesito saber que estás bien– señaló Adrián solícitamente.
Se sentía perdida frente a sí misma. ¿Cómo un día que había empezado con un sueño ardiente
con Henry y una velada romántica con Adrián podría terminar con ella destruida frente al espejo de
un baño por culpa de Fabián? En el fondo pensó que irónicamente tenía lógica. Tomo un par de
servilletas y trato de limpiarse el pegote negro que corría bajo sus ojos. Era definitivo, su maquillaje
Decidió responder a los clamores de Adrián así que le abrió la puerta. La cara de él reflejo el
desconcierto que sintió al verla en aquel estado. Suavemente la metió hacia dentro del cuarto de baño
– Soy policía. Técnicamente si puedo. Además allá afuera más de los comensales ya están
– No te preocupes. No es tu culpa, pero no deberías dejarlo que te vea en ese estado. Aquí está
Ella tomó el bolso en silencio y sacó uno a uno los pocos implementos de maquillaje que se
había llevado para retocarse luego de comer. Poco a poco los colocó en el mesón del baño como quien
prepara los instrumentos antes de realizar una delicada operación. Primero se soltó el cabello y lo
peinó lentamente con las manos para recogérselo a la altura del cuello con un sencillo broche brillante.
En el espejo observó el reflejo de Adrián que la esperaba en silencio como si la observara desde muy
lejos. Annie se esforzó por terminar de quitarse el maquillaje y se aplicó un poco de máscara en las
pestañas y una leve sombra celeste como el vestido. Un poco de brillo y estaba casi nueva. De no ser
por el rojo de sus ojos nadie podría pensar que había pasado recientemente por un ataque de nervios.
– ¿Cómo me veo?
Estaba apenada de encontrase en aquella situación. Frente a ella se hallaba un hombre que se
había esforzado por dar lo mejor de sí para cortejarla y ella solo se esforzaba en mantenerlo a raya.
Era tan caballero y tan perfecto que nunca había mostrado el menor rastro de apatía por la espera a la
que ella lo estaba empujando. ¿Por qué no podía sentir por él una clase de amor semejante al que
sentía por Fabián o el tan sólo el mismo deseo que sentía por Henry?
No pudo seguir hablando. Adrián colocó sus cálidos dedos apenas sobre sus labios para evitar
– No me debes una explicación. Yo sé quién es él. Al menos imagino quién es – le dijo Adrián
suavemente como tratando de consolarla con cada sílaba de sus palabras. – Annie yo sé todo lo que
has sufrido, y también sé que lo que sientes no está enteramente superado – la mirada de Adrián era
cálida y trasparente mientras hablaba con ella. – No es ningún secreto que me gustas y que toda esta
situación no va a cambiar lo que siento por ti, pero también es cierto que debes hablar con él. Ya yo
había escuchado el episodio del maletín de Henry y ahora te veo así. Sé que ha pasado bastante tiempo
desde que se separaron pero creo que nunca es suficiente el tiempo para superar tanto dolor cuando
Annie estaba consternada ante las palabras que le estaba soltando Adrián. Ahora él era uno
más de todos los que le decían como superar el desamor. Sentía que su vida se había convertido en
una especie de intervención en la que cada uno de las personas más allegadas a su vida le daba
consejos para superar ese accidente automovilístico en que se había convertido su despecho por
Fabián. La única diferencia entre Adrián y todos los demás es que él le acababa de confesar que le
gustaba. De pronto sintió como unas lágrimas corrían por sus mejillas
– No llores más, no vale la pena… pero sabes dentro de ti que debes hablar con él.
Aprovecha la ocasión. Estas situaciones no se buscan, llegan solas y ahora es el momento de hacerlo.
Se sentía atrapada en medio de una pesadilla de la cual ya quería salir. ¿Hasta cuándo estará
allí en medio de todo aquel dolor que seguía taladrándole el pecho? Cuando sentía que por fin estaba
a punto de continuar con su vida de manera tranquila, dando pequeños pasos que la hacían sentir
segura se aparece Fabián, como siempre, entrando en su vida de manera intempestiva a revolverle
todo. Más de tres años atrás Fabián llegó a aquella parada de autobuses con su bufanda ciruela para
engancharla a su vida y ahora estaba de nuevo destrozándola en mil pedazos como si no hubiese sido
Adrián tomó su rostro por la barbilla y la subió hasta la altura de sus labios.
– ¿Está todo bien allá adentro?– preguntó una voz femenina que Annie reconoció como la de
la anfitriona de la entrada.
– Si todo bien. Un segundo– dijo Annie desde dentro del tocador. Echó una última mirada a
Adrián para luego zafarse de él y abrir la puerta. – Gracias señorita, disculpe realmente es que me
– Lamentamos oír eso. Desea algún té o que llamemos a alguien por usted.
Annie lanzó una mirada de soslayo a Adrián para ver si este le seguía la jugada pero no fue
necesario ya que le rodeó la cintura con su brazo para luego dirigirse a la anfitriona.
“Acabo de verle la cara al hombre que me destrozó el alma. Si eso no es grave dime tú.”
con completa tranquilidad. Annie se paró junto a su silla esperando que Adrián se la abriera pero este
movió levemente la cabeza en una señal negativa para luego con la mirada señalarle la puerta por
donde había salido Fabián. Ella suspiró, se estiró el vestido y colocó su bolso sobre la mesa mientras
él se sentaba de nuevo en su puesto y tomaba un largo trago de vino. Ella dirigió sus pasos hacia la
puerta y luego se regresó, se inclinó sobre su compañero hasta que sus labios quedaron justo en su
oreja.
– Sé que algún día te agradeceré por todo esto– le susurró para luego darle un tierno beso en
la mejilla.
Adrián pasó sus blancos dedos sobre los rastros de la barba rala que Annie acababa de besar
y con sus ojos siguió aquella figura envuelta en tul que se alejaba de él.
Annie atravesó la puerta que la llevaba hasta la carpa donde estaba la celebración privada. Al
salir la brisa fría que traspasaba los cortavientos le heló la piel. Allí estaba Fabián, al final del pasillo
de mesas adornadas por manteles amarillos e iluminadas con inmensas velas color marfil. Fabián
estaba parado de espaldas a contraluz enjutado en un traje negro y con un trago en la mano. Annie se
encaminó hasta su encuentro y casi como un presentimiento él se giró justo cuando ella estaba
llegando.
– Hola Annie.
hombre que tanto amó y que ahora solo le parecía un desconocido, ese hombre que en otrora era su
norte y que ahora lo veía tan distante, tan lejano, como si un inmenso muro invisible los separase.
anidado entre ellos. Quién diría que después de tantas noches de largas charlas en el sofá de la que
– Discúlpame por importunarte la cena con tú…– Fabián se quedó allí esperando saber con
quién estaba ella compartiendo la mesa pero ella no emitió palabra alguna – bueno, discúlpame. Hubo
un concierto en la ciudad y vinimos a celebrar el inicio de la gira por el sur del país. No imaginé
de su hombro hasta la mesa que estaba compartiendo con Adrián y logró ver como aquel estaba
impaciente tomando de su copa de vino. Ella sabía que la estaba apoyando desde lo lejos.
– No te preocupes – le respondió.
“¿En verdad esperas que este bien? ¿Cómo puedes esperar eso? ¿Cómo puedes pensar que
estoy bien después de todo lo que he sufrido? Tantos meses sin vernos, sin hablarnos, sin un mensaje
o una carta. Nos encontramos así y lo único que puedes decir es que esperas que este bien.”
– Estoy bien.
– Gracias.
“No me parece.”
“¿Por qué justamente ahora que frente a mí se encuentra una nueva posibilidad, una nueva
ventana? ¿Por qué ahora que volvía a sonreír? No creo que debamos hablar. No quiero que
tengamos que hablar. No quiero llorar más por ti ni frente a ti. Quiero olvidarte de una vez por todas
– Si te parece a ti.
Fabián notó como el tiempo y el dolor había dejado rastros en la voz de Annie. Ya las palabras
de ella no se enmarcaban con la ternura de otros años. Ella notó en los ojos de Fabián como ya ambos
sabían que no habría otra conversación o que al menos no sería una mejor que aquella.
Aquel fue un golpe mortal en los sentimientos de Annie. Escuchar esas palabras era como si
nada hubiera pasado. Era estar de nuevo frente a aquel hombre que amo desesperadamente y con
locura, como si volviera a estar frente a ese extraño de bufanda ciruela en aquella lejana parada de
autobuses. Quería asirse a aquellas palabras como quien se aferra a una efímera esperanza, pero solo
– Yo también, pero pasó y no podemos hacer más nada. Creo que el tiempo nunca será
Ella sabía que sus palabras también eran efímeras. Sacó fuerzas de donde no tenía y se acercó
Él también lo sabía.
Se giró y se fue caminando de regreso al salón del restaurant como si estuviese en una
procesión con su corazón en las manos latiendo a contratiempo y en su contra. Por más que luchó por
contener las lágrimas estas se escaparon de su control y empezaron a huir resbalando por sus mejillas.
Una parte de ella estaba contenta de saber que había logrado salir bien de aquella situación y la otra
La noche fría y clara iluminaba el camino de regreso a casa. El silencio que rodeaba la noche
había invadido intempestivamente el interior del vehículo. Adrián no le permitió devolverse sola a su
casa así que para cuando Annie regresó a la mesa terminó su trago de vino y vio cómo su acompañante
había ya solventado el tema de su coche, de la comida y de la cuenta. Ninguno de los dos emitió
palabra alguna. Annie sabía que Adrián no estaba molesto, pero no sentía que hubiera mucho de lo
que podía, o mejor dicho quería, hablar con él. Lo único que deseaba era llegar de nuevo a su casa.
Él la acompañó hasta la puerta, le entregó una bolsa de papel con lo que debió haber sido su
cena y se despidió.
– Mañana a primera hora tendrás un taxi en tu puerta y en transcurso del día te dejarán tu
vehículo en el hospital – fue lo único que dijo Adrián antes de regalarle un beso en la mejilla y
devolverse a su coche. Annie se quedó fuera de su casa observando cómo las luces del coche se
diluían en la carretera. Inmóvil ante la oscuridad de la noche veía como sus pulmones derretían el aire
y lo convertían en vapor, los dedos de los pies se le estaban congelando pero su cerebro estaba
ocupado en algo más importante y más profundo que una posible gangrena.
“Fabián”
Entró y lanzó todo lo que tenía encima en el mesón de la cocina, se echó en el sofá y se dejó
calentar por el calor de Nena. No sabía cuándo volvería a sentir verdadero calor humano, pensó que
tal vez aquella noche estaría lista para ello pero la velada no terminó ni remotamente como se lo había
planteado. Así como se fueron apagando las luces del auto de Adrián así se apagaban dentro de ella
las posibilidades de ser feliz. Llevaba ya más de seis meses adaptándose a la idea de declararse sola,
emocional y personalmente sola, de no renovar ninguna posible esperanza de volver con Fabián.
Había dejado de pasear en la casa, de decir su nombre, de escuchar su música. Había intentado volver
a ser ella, de reír sin culpa, de ser feliz. Había hecho de todo para desterrarlo de su corazón y justo el
día que menos lo necesitaba se le apareció en medio de la nada. Apareció como siempre hermoso y
radiante, lleno de palabras olorosas a pino y limón, envuelto en esa aura musical que siempre lo rodea.
Apareció para perturbarla, para hacerla sentir confundida y sin rumbo. Ella se esforzó por cerrar la
posibilidad de cualquier esperanza y él en dos segundos puso sobre la mesa una carta que le tumbó
toda la partida.
despertarse se dio cuenta de lo poco que faltaba para que llegara el taxi así que solo se lavó la cara y
se colocó el uniforme. Preparó algo de café mientras esperaba su transporte y se estaba tomando una
taza cuando escuchó la corneta. La escarcha adornaba los arboles de la calle que con los primeros
rayos del sol parecía como si el mundo entero hubiera recibido un beso de diamantes.
Durante el camino no pensó mucho en lo ocurrido la noche anterior, por el contrario pensó en
lo que le tocaba hacer. Como ya lo sabía le tocaba trabajar con Henry. Ya llevaba más de diez semanas
con él y este aún no mostraba ningún progreso. Su trabajo se reducía a suministrar los medicamentos,
que cada día eran menos, las labores de higiene y los masajes para evitar las escaras. El único cambio
era la apariencia de Henry quien ahora tenía una hermosa cabellera castaña acompañada por una bien
podada barba del mismo tono, ambas cuidadas con esmero por ella. Annie ponía de su parte y le
hablaba un buen rato en las mañanas además de leerle otro tanto por las tardes.
Llegó al hospital y al intentar pagar el taxi su interlocutor le dijo que todos los cargos habían
sido cubiertos. Al parecer Adrián se había ocupado de todos los detalles. Era un hombre que sabía
irse directo al cuarto de Henry. Empezó por verificar sus signos vitales para luego vigilar los
medicamentos. No había mucho que asear ya que la camarera había hecho muy bien su trabajo así
que solo se sentó en el sofá con esa mirada dubitativa propia de esos momentos en los que se sentía
tan mal. Su mirada bailó durante un rato por diversos puntos de la habitación hasta que llegó a ese
paraíso visual en que sus ojos se deleitaban cada día: los labios de Henry. Estaban tan rosados y
sedientos como siempre. Algunos días cuando había mucho frío le humedecía los labios con una gasa
o hasta se atrevía a untarle un poco de vaselina. Henry llevaba la barba ya un poco larga así que
decidió cortársela antes del baño, igual no tenía mucho por hacer y necesitaba ocuparse en algo que
le quitara bastante tiempo. Se levantó, cerró las persianas y corrió el prestillo de la puerta. Casi nadie
Busco los utensilios que siempre utilizaba para realizar aquella tarea y con la paciencia de
siempre los extendió en una pequeña toalla blanca en la cama al lado de él. Le cubrió bien para que
él no se llenase de pelo y al mejor estilo de peine y tijeras empezó a cortarle la barba. Hacía aquel
trabajo muy cuidadosamente como si estuviese reparando alguna arteria importante en una operación
a corazón abierto o se tratase de la restauración de una obra de arte única e incalculablemente costosa.
En algún momento se detuvo en pleno trabajo. Cada mañana, cada tarde, cada rasurada, cada baño
desde hace semanas han estado rodeados de cientos de palabras y en esta ocasión ella estaba tan mal,
– Disculpa mi silencio. No estoy molesta contigo Henry. Tranquilo, es solo que, – echó un
suspiro al aire antes de continuar. En el fondo era una locura aquello de hablar a solas con alguien
que no conocía y menos aún con alguien que no sabía lo que ella estaba viviendo – es solo que todo
La verdad es que estaba entusiasmada en salir con él. Hacía tiempo que no estaba entusiasmada de
esa forma. Debiste haberme visto. Me maquillé y me vestí para que él me viera… no sé, diferente,
sin esta cola de caballo y sin este uniforme. Qué bueno que tú no puedes verme como ando hoy, creo
que estoy peor que nunca. El restaurante era muy bonito y todo fue perfecto hasta… bueno hasta que
se apareció Fabián.
“Si, Fabián, mi ex. ¿Te lo puedes creer? Ni yo misma lo creo. De todos los restaurantes de la
en cuando se echaba una pausa para admirar su trabajo y cerciorarse que estuviese quedando bien
acicalado. No tenía mucha experiencia las primeras veces pero ya la práctica la había ayudado en
gran manera.
– No, no hablamos. Bueno si hablamos, algo así. La verdad no sé. Todo fue tan raro. De pronto
estaba sentada escuchando como Adrián se debatía entre probar un plato o el otro y al siguiente estaba
en el baño con el maquillaje chorreado. Y no lo puedo negar, la verdad es que Adrián fue todo un
Separó su vista de Henry y colocó sus manos en el regazo mientras perdía su mirada en el
horizonte. Las lágrimas nuevamente se estaban abriendo paso ante sus ojos. Emocionalmente no
estaba bien. Aún tenía por dentro demasiada rabia y demasiado dolor como para superar de la noche
a la mañana lo que había pasado. Si bien era cierto que ya había pasado mucho desde aquella
separación hay heridas que son muy difíciles de sanar, heridas que no curan las palabras sino el
tiempo. El tiempo y la distancia. Empezó a llorar en silencio dándole la espalda a la puerta y a Henry,
tratando de taparse del mundo y de él. Lloraba por todo y por nada al mismo tiempo. Lloraba de saber
que no podía estar bien sin Fabián pero que tampoco lo estaría a su lado, lloraba del dolor que todavía
sentía por cómo había terminado todo, lloraba de tristeza por sentirse tan sola y tan vacía, lloraba de
rabia por no escupirle en la cara todo lo que tenía atravesado entre pecho y espalda, lloraba de pena
por no poder corresponderle a Adrián como se lo merecía, hasta lloraba por Henry por que estuviese
allí sin decirle una palabra. Si tan solo no estuviese así, si hubiese despertado hace mucho ella habría
usado su tiempo y su mente en otra cosa o en otra persona, pero por el contrario él seguía allí
metiéndose en la mente de ella, escavando dentro de su subconsciente hasta empezar a poblarle los
sueños.
Ella se secó las lágrimas con la manga del uniforme y siguió su labor en silencio. Mientras lo
hacía se recordó de aquella húmeda visión con que despertó el día anterior. Su mente empezó a
divagar en diferentes imágenes de ella pegada a una pared blanca mientras sus ropas caían lentamente
por las curvas de su cuerpo. Empezó a recordar como los labios del hombre que tenía en frente se
posaban en su espalada sembrando besos por doquier mientras sus manos la empujaban por los
hombros y la mantenían tácitamente inmóvil en aquella ilusión que era tan vívida e irreal al mismo
tiempo. Se forzaba a sí misma a concentrarse en su labor, a mantener la cordura ya que no era fácil
ver ante ella al hombre que la hizo despertar mojada y temblando, mojada y envuelta en un sueño con
aroma a musgo y vainilla, mojada e inquieta de pensar que aquel hombre había despertado todo eso
Annie termino su trabajo y recogió de nuevo uno a uno sus utensilios. Limpio a Henry y le
hidrató la piel del cuello y del rostro. Vio sus labios resecos y decidió pasar sus dedos húmedos por
encima de ellos. Sintió en la yema de sus dedos como morían esos besos absurdamente negados que
ella en cierto modo deseaba y que estaban allí sin ningún dueño aparente pero que sentía debía
reclamar porque si su espalda los había sentido mientras ella paseaba por los campos de Morfeo ¿por
sus mejillas el tibio y lento respirar de él. Estaba cruzando irremediablemente esa delgada línea
profesional que durante tantos años ha mirado desde lo lejos por respeto a su profesión y que ahora
deja a un lado por un capricho, un divino y absurdo capricho que tiene a unos escasos milímetros de
Posó sus labios sobre los de él. Estaban extrañamente fríos pero poco a poco se fueron
calentando con aquel beso robado que se anidaba entre los dos. Si él estuviese despierto, si estuviese
allí estaría besándola tal vez de una manera un poco más pasional. Pero él no estaba despierto, así
que aquel inerte ósculo sería todo lo que podría robar aquella tarde. Se separó de él con los ojos aun
cerrado tratando de conectar aquel besos con los labios del hombre que ayer en medio de sus sueños
le regalaba besos por toda su espalda, su cuello y su ser. Abrió los ojos y por poco se le detiene el
corazón al chocarse con un par de ojos azul cobalto abiertos como platos que la miraban fijamente.
Incorporó su cuerpo inmediatamente pero justo cuando se iba a separar de la camilla sintió
“No podría decirte que momento, que lugar, que mirada o que palabra sirvieron de
Jane Austen
Orgullo y Prejuicio
XIV
Sus pies estaban sembrados en la fría arena de aquella playa. El cielo pintado por unos
pincelazos rosa estaba invadido por pájaros silentes que deambulaban de un lado a otro como
complemento del paisaje. No estaba en la orilla de ningún mar, solo caminaba en torno a un enorme
lago, enorme y de aguas tranquilas tan infinitas que anegaban su vista. Ya hacía un buen rato que
estaba caminando por aquella orilla. Se detuvo un momento a admirar aquel perfecto paisaje. Aunque
era la misma playa de siempre no podía negar que era una playa hermosa.
Siempre era aquella playa y siempre era el mismo cielo, pero sobre todo siempre era ella. En
el fondo sabía que era ella la razón de que estuviese allí en aquel oasis personal. No sabía cómo ni
Caminó adentrándose en el lago. A diferencia de la arena el agua estaba un poco más cálida,
más agradable, como una extensión de él que se fundía con el horizonte. No era un lago muy
profundo. Sin importar cuanto se adentrara el agua siempre le llagaba a las caderas. Poco a poco, paso
a paso, empezó su procesión hasta su tan acostumbrado punto de encuentro. Le resultaba imposible
recordar cómo había sido la primera vez que lo hizo o cuantas veces había hecho lo mismo, solo
recordaba lo que debía hacer. Era como una especie de instinto, un potente impulso que lo llevaba a
No era una larga ni tediosa espera, era más como una espera ausente, como quien espera sin
esperar, como un deseo de estar allí detenido añorando algo que nunca ha tenido pero que sabe que
le llegará.
concéntricos. Se percibía como algo que deseaba salir, alguna criatura que nacía en medio de la nada
para convertirse en un todo. De aquel torbellino acuoso empezó a emerger una hermosa figura, una
figura femenina. Aquella diosa húmeda estaba completamente desnuda y destilaba una especie de
líquido ambarino que corría por su silueta como un de manto que se fundía en su piel. Aquella mujer
salió del agua y empezó a flotar a unos escasos centímetros. Para cuando ella estaba afuera sus largos
cabellos dorados aun rozaban la superficie. Él podía pensar que no era humana, que quizás aquello
era un ser de otro planeta que había decidido aparecer frente a él, pero él sabía que no era así. Dentro
de sí una fuerza más potente que él mismo lo hacía sentirse confiado porque sabía que ella sería su
salvadora.
Ella empezó a rodearlo como lo hacía usualmente y él se dejó porque no sabía que otra cosa
hacer. Ella giraba en torno a él como lo hace la luna en el cielo, siempre mostrando su cara. Una cara
siempre rígida y siempre radiante ocultando tras de sí algo más que sus espaldas, ocultando secretos
así como la luna oculta su lado oscuro. Mientras ella giraba dejaba tras de sí el rastro de su larga
cabellera sobre el agua que le arrancaba destellos rosados al firmamento en cada movimiento. El la
seguía atraído así como los girasoles se dejan llevar por la luz del sol. Estaba completamente absorto
admirando aquel rostro que había admirado innumerable veces pero que aun así no podía dejar de
ver. Anhelaba estar allí, anhelaba verla rodearlo como quien baila en torno a una fogata. Sabía que
estaba allí por ella y que ella debía estar allí por él.
Sus largos cabellos se convirtieron en tentáculos que empezaron a tocarlo, rozándole la piel
como si le estuviese haciendo un tierno baño de esponja. Él se dejaba tocar tranquilamente, no tenía
miedo de mostrarse desnudo o vulnerable ante aquella mujer que enjugaba sus pálidas carnes. Cada
caricia que recibía, cada caricia que permitía era la certeza de la existencia recíproca. Ella giraba y lo
Así como aquella criatura lo acariciaba muy lentamente así sentía pasar el tiempo. Parecía
como si el universo se hubiese detenido para que ambos se deleitaran de aquella perfecta compañía,
y a pesar de que todo era perfecto él sentía que le faltaba algo. El espacio estaba vacío, extrañaba la
presencia absoluta y mágica de ese algo que lo hacía sentirse plenamente lleno, inmensamente seguro
“Su voz”.
Faltaba su voz. Faltaba esa voz perfecta y suave que retumbaba en el aire. Sabía que algo
pasaba porque nunca le dejaba de hablar. Siempre había algunas palabras flotando en el aire. Era un
cúmulo de palabras diversas pero que lo hacían sentir que eran para él, que les pertenecían. Palabras
que dejaban tras de sí un extraño sentido del amor y un inmenso cariño. Palabras que desconocía que
tanto tenían que ver con él pero que sentía tan suyas como el aire que respiraba o el agua que corría
por su piel. Le faltaban esas palabras y deseaba, anhelaba, que estuviesen allí rodeándolo al igual que
Él sintió como si el corazón se le fuese a salir del pecho. No solo le había hablado, al fin le
había hablado, sino que le expresaba que resistiera ese silencio abrumador que lo envolvía. Sabía que
algo le había sucedido a su hermosa criatura. Algo la había perturbado y no la dejaba hablar como lo
hacía habitualmente.
– Tranquilo.
Se impacientó al escuchar aquello. Ella le pedía tranquilidad pero sabía que no era él quien
necesitaba ayuda. Ella estaba más intranquila y el habría dado lo que fuera para llegar a ella y poder
rodearla con sus brazos, cuidarla y protegerla. Deseaba salir de aquel lago y poder ayudarla. Cada
vez se sentía más impaciente, como si dentro de él una fuerza gigantesca estaba moviéndose
Aquel nombre lo hacía sentirse incómodo. Sabía que no le pertenecía, que nada tenía que ver
con él, pero también sabía que no le gustaba. Aquel nombre lo hacía agitarse aún más. No recordaba
su nombre pero era ese el que quería, el que debía retumbar por todos lados. No lo soportaba más. No
De pronto ella dejó descansar sus cabellos. Se encontraron uno al otro frente a frente sin más
nadas que sus miradas silentes y desnudas para que hablasen por ellos. Ella empezó a descender para
acercarse mientras él se sobresaltaba aún más. Eso nunca antes había pasado, él recordaría algo así.
A pesar de no poder moverse sentía como estaba teniendo lugar una estampida entro de su pecho.
Ella estiró sus manos acunando su rostro. Su piel se le antojó tibia y perfecta. Aquel momento tal vez
duró un minuto o un mes, bien le daba igual ya que para él aquel momento era eterno. Al fin había
Sus labios ardientes empezaron a despertar dentro de él una especie de fuego incontenible que
lo hacía estremecerse por completo. Era como si todas las células de su cuerpo empezaran a chocar
entre sí generando una ola de calor incontenible. Desde la planta de sus pies una especie de choque
eléctrico empezó a ascender y lo hizo estremecerse, pero nada de esto le importaba ya que solo
deseaba continuar unido a aquellos labios que lo hacían sentirse tan vivo. Aquellos labios que
los suyos y lo hacían volar a través de un beso lleno de fuego y pasión. Era un beso apasionado que
decía tanto y tan poco al mismo tiempo, era un beso tímido que daba tan poco y significaba tanto, era
un beso real que lo aceleraba y lo sacaba de su centro de manera irremediable. Era un beso sujeto a
Cuando ella separó sus labios de los suyos él no lo podía creer. No lo quería creer. Deseaba
detener el tiempo y que aquel momento nunca acabase. Ella estaba volviendo sus pasos, volvía a
elevarse sobre las aguas, volvía a ser su diosa coronada de luz y belleza. Ella volvía a ser inalcanzable
y él no lo podía permitir.
Sentía como su pecho estallaba. Ya no era una estampida lo que estaba dentro de él, era una
provocándole esos espasmos que lo sacudían de los pies a la cabeza. Debía controlarse. Quería
controlarse pero no podía hacerlo, todo aquello era una fuerza más grande que él mismo.
El cielo se volvió oscuro, macizo, negro. Todo a su alrededor se había esfumado, todo menos
ella. Ella seguía flotando y brillando en medio de la nada, absorbiendo la nada y convirtiéndose en
todo. Él sentía frío. Frío y desnudez era lo único que tenía, aunque también la tenía a ella, o al menos
De en medio de sus senos una pequeña poluta de luz empezó a flotar como un suspiro corpóreo
que se escapaba de su ser. La luz flotó hasta él y sintió como le atravesó el cuerpo sin ninguna
dificultad. Otra bolita de luz salió de su cabello y una tercera de su mano. Pronto toda ella se estaba
convirtiendo en una constelación de luces flotantes que iluminaban su oscuro vacío. Con cada luz que
se desprendía de su cuerpo ella se iba reduciendo. Era como si le devolviera al universo todo el
esplendor que alguna vez su ser le había robado. Él no quería que se fuera, no quería que
desapareciera, pero no había nada que pudiera hacer. Los espasmos se apoderaban de él como las
sacudidas que se le dan a un borracho que se ha desmallado. La sola idea de quedarse allí en medio
extensión de nada. Todo su ser le impelía a ir tras de ella y salvarla de aquello que la había dañado,
de aquello que la había herido tan profundamente pero ya era tarde, ella había desaparecido. Ahora
su entera presencia era un halo de luz flotando en la fría oscuridad al igual que la luna llena en un
cielo de otoño. Todo empezó a hacerse más claro. La luz tomó la oscuridad así como el sol toma las
tardes de verano. La luz lo enceguecía así que cerró los ojos. De pronto sintió una sacudida muy
fuerte, un tirón que lo impelía a seguir aquella luz impoluta. Vino un segundo tirón y un tercero más
fuerte que todos los anteriores, tan fuerte que lo hizo sentir perdido y mareado al mismo tiempo, tan
fuerte que lo arrastro hacia aquella luz que tenía en frente y que era más potente y atrayente que antes.
No se resistió más así que fue tras la luz porque ella era la luz y deseaba con todo su ser estar con
ella. De haber sabido que luego de atravesar la luz no recordaría nada de aquel lugar con cielos
rosados, que no recordaría que estuvo allí ni la recordaría a ella no habría cruzado aquella luz, pero
lo hizo.
Abrió los ojos y chocó su mirada con una hermosa enfermera que estaba a pocos centímetros
de él. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué estaba en un hospital? ¿Por qué no se podía mover? ¿Qué estaba
Ella trató de alejarse de él. Se sintió tan solo y abandonado que no podía permitirlo. Hizo un
gran esfuerzo por decir algo, por levantarse, por impedir que se fuera. Sólo tuvo fuerzas para tomarla
por la camisa de su uniforme. No podía permitir que se fuera. No quería estar allí solo. Debía
decírselo. Hizo un esfuerzo aun mayor por hablar y sus palabras fueron como cuchilladas clavándose
en su garganta.
– S´il vous plaît, ne me laisse pas seul– dijo casi imperceptiblemente para luego caer
desmallado.
XV
Para cuando Henry volvió en sí ya la sala de recuperación del hospital estaba abarrotada.
Abrió los ojos muy lentamente y se encontró con un montón de gente desconocida para él. Estaba la
enfermera que había visto al despertarse acom|pañado por otra mujer un poco más adulta y una más
algo ya entrada en edad. También estaban tres hombres; uno alto y rubio vestido de policía, uno más
bajo con una barba bien cuidada y el último era un señor con el cabello poblado de canas. Para cuando
tenía los ojos bien abiertos todos dejaron de hablar y lo veían fijamente. Él estaba abiertamente
incómodo. No sabía porque estaba allí ni que le había pasado. A decir verdad era poco lo que
recordaba pero el hecho de estar en un hospital y que tanta gente lo estuviese viendo directamente no
era una buena señal. El señor mayor se acercó a él. Era obvio que era un doctor debido a su vestimenta.
De la solapa de su bata había un broche con el logo del hospital acompañado del apellido del doctor.
Se le acercó suavemente. Era notorio que no deseaba importunarlo. Henry no entendía nada.
– Bonjour. Mon nom est Raul Segovia. Vous êtes dans un hôpital. Voulez–vous me rappeler
“Ya sé que estoy en un hospital y claro que recuerdo mi nombre. Lo que no sé es que hago
No entendía porque estaban hablando en francés. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, casi
unos cinco años atrás desde su luna de miel en Paris. Sintió como las palabras le lastimaban la
garganta pero aun así tenía que hablar. La verdad eran muchas las interrogantes que pasaban por su
Todos lo estaban mirando con cierta incredulidad en sus rostros. La irritación de la garganta
lo hizo empezar a toser bruscamente. Cada tosida era una punzada que se le clavaba en la garganta.
Sentía como todo le daba vueltas. Le acercó un vaso con agua y lo hizo tomarlo lentamente.
“¿Mucho tiempo?”
¿Qué quería decir aquella enfermera con lo de “mucho tiempo”? Trato de hablar nuevamente
pero tuvo que tomarle la palabra a la enfermera. Realmente no podía moverse como deseaba.
– Señorita Pastori atienda las necesidades del paciente por favor. Ya la Dra. Pivonnetti hablará
con él.
La voz de la señora mayor era áspera y altanera. Henry le echó un vistazo y volvió la vista a
la enfermera. Tenía unos ojos cafés muy bonitos. Realmente era toda una hermosura. Tenía la piel
clara y bien cuidada además de una larga cabellera rubia recogida en una perfecta cola de caballo. Le
parecía increíble que alguien tratara tan mal a una joven así de dulce y delicada.
Luego de beber más de la mitad del vaso de agua hizo un pequeño ademán como señal de que
no deseaba más. Hizo un gesto de dolor. Mover la mano le dolía, tragar le dolía, hasta le dolía
inmensamente la cabeza, pero no le importaba, deseaba saber que era lo que estaba pasando.
– Sr. Latouff mi nombre es Martha Pivonnetti y he sido su doctora tratante desde que usted
ingresó en el hospital. Quiero que se mantenga en calma, aunque sé que debe ser algo bastante difícil
se está alterando más allá de lo que su cuerpo puede soportar le aplicaremos un calmante. Por ahora
solo le haré una serie de preguntas y me podrá responder afirmativa o negativamente con la cabeza.
Mover la cabeza era todo un suplicio pero estaba dispuesto a hacerlo con tal de obtener la información
que deseaba. Ya no soportaba más estar tan confundido y desorientado. No sabía qué le había pasado,
qué hacía allí ni quién era toda esa gente. Necesitaba saberlo y necesitaba saberlo ya. Movió la cabeza
afirmativamente con un movimiento un poco fuerte que le hizo acentuar el dolor de cabeza. Cerró los
ojos tratando de soportarlo y lanzó un suave gemido. La enfermera que aún estaba a su lado lo sostuvo
por la espalda.
– No sea tan brusco con sus movimientos. Puede hacerlo más suave, igual le entenderemos.
Henry abrió los ojos y subió la mirada para chocar con aquellos otros que tiernamente lo veían
de frente. Era como si un ángel se estuviese haciendo cargo de él. Afirmó esta vez un poco más suave.
– Mientras Annie vuelve con tu analgésico te presentaré a las personas que nos acompañan
para que sepas porque están cada uno de ellos aquí. La licenciada Elvia Torres es la Jefa de
Enfermeras y ha estado muy pendiente de su situación desde que está en esta habitación, el doctor
Joseph Goitia es especialista en traumatología y ha hecho algunos estudios en Francia. Nos está
acompañando como traductor en virtud de la confusión que tuvimos. A su lado se encuentra el doctor
Gustavo Salcedo. Él es Psicólogo y nos acompaña como observador y orientador. La señorita Annie
Pastori es la enfermera a cargo de sus cuidados personales y mi persona, como le había comentado
he sido su médico tratante desde que ingresó a este centro. ¿Ha entendido lo que le he dicho?
Había comprendido apenas unas pocas palabras de todo lo que la doctora Martha le había
señalado. Le hubiese gustado preguntar por el agente de la policía que se encontraba en la habitación
pero sería un esfuerzo muy grande. Aún le dolía la garganta y la cabeza le daba vueltas. Asintió
lentamente como le había dicho Annie y la doctora Martha le devolvió una sutil sonrisa mientras daba
paso a la enfermera que entraba a la habitación con una pequeña bandeja en donde disponía de los
– Esto va a hacerle efecto en un momento. Tenga algo de paciencia por favor – la voz de
Annie era tan sutil y calmada a la vez que no podía hacer más que dejarse llevar por el siseo de sus
Así como las palabras de Annie navegaban en su mente para colar el sonido de su voz
calmando su ansiedad, así navegaba el calmante dentro de la solución salina que pendía a un lado de
su cama para colarse en su sistema sanguíneo calmando su dolor. Los demás acompañantes de la sala
conferencia sobre la situación del paciente. Henry tenía la vista fija en el cúmulo de personas cuando
– ¿Ya se siente un poco mejor?– le preguntó mientras le hacía un ligero apretón en su mano
izquierda.
Henry sentía a través de aquel apretón todo un torrente cariño en aquel pequeño gesto. Aún
recordaba tenerla tan cerca cuando despertó, lo que recordaba someramente pero de un modo siempre
presente. Latente. No podía recordar que había dicho apenas se despertó ni porque lo dijo en francés
pero de seguro debió haber pasado porque allí estaba el doctor traduciendo. Luego se lo preguntaría
a Annie, ella de seguro sabría responderle ya que fue la primera persona que lo vio al despertarse y
El calmante empezó a surtir efecto y el fuerte dolor de cabezo estaba empezando a mitigarse.
Al disminuir el dolor su cabeza empezó a darle paso a otras sensaciones antes no percibidas. De
pronto se le antojó fría la habitación y sintió como la delgada sábana caía sobre su piel desnuda. El
grupo de doctores continuaron murmullando en la esquina de la habitación por un par de minutos más
para luego rodear la cama de la habitación de manera progresiva. La doctora Martha continuó
liderando el grupo.
Henry afirmó lentamente. Esta vez el dolor no empeoró tras el movimiento. Sintió cierto
alivio. Tal vez ahora si entendiera un poco más lo que le decía la cirujana.
automovilístico del cual resultó gravemente herido. Llegó a esta unidad hospitalaria con una fuerte
contusión en la zona craneoencefálica, la cual está a ubicada a esta altura – dijo la tratante colocando
su mano derecha en la parte posterior de la cabeza justo unos cuatro dedos por encima de la nuca. –
También presentaba un abultamiento a nivel de la pierna izquierda. ¿Me ha entendido hasta ahora?
Por desgracia para él si lo había hecho. Entendía completamente lo que le había pasado y lo
grave que había sido su situación al igual que porque le dolía tanto la cabeza y se le hacía difícil
– Ok. Una vez que llegó con ese cuadro de politraumatismo tuvimos que ingresarlo a
presentaba gran profundidad. Igualmente retiramos la parte del cráneo fuertemente afectada y se te
fue colocada una prótesis de plástico. Con la pierna ha corrido con mayor suerte en virtud de que sólo
tuvimos que llevar el hueso de nuevo al sitio y le aplicamos un yeso. Con todo el tiempo que ha estado
aquí en reposo de seguro ha soldado muy bien pero le hará falta un poco de rehabilitación. Eso lo
evaluaremos luego.
Empezó a inquietarse un poco acerca de todo aquel asunto. La verdad se le estaba haciendo
difícil guardar la calma. ¿Qué tanto tiempo había pasado como para haber soldado una fractura? Nada
de aquello tenía sentido. Quería hablar. Quería saber más y sobre todo quería que lo dejasen de tratar
como a un chiquillo. Trató de mover un poco sus piernas para saber si podía moverlas aún. Alguna
especie de temor lo hizo pensar en una parálisis permanente aunque de ser así la doctora no hubiese
hablado de una rehabilitación. Pudo mover su pie derecho con algo de soltura pero el peso del yeso
sobre su pierna izquierda apenas le permitió mover un poco los dedos, no sin causarle antes una
molestia. Se estaba empezando a fatigar y debía aparentar calma o lo harían dormirse de nuevo. La
enfermera a su lado, al igual que el resto de los presentes, pudo percibir como aquella situación los
estaba alterando.
– Doctora es evidente que el paciente se está alterando – señaló la jefa de enfermería. – Creo
que el factor tiempo que le han mencionado ya dos veces lo ha puesto un poco incómodo, por decirlo
de algún modo.
Aquella mujer ya entrada en años parecía haberle leído la mente. Él no sólo quería saber
cuánto tiempo había pasado desde aquel fulano accidente. También quería saber que más le estaban
ocultando. Quería saber sobre aquello de lo que lo estaban protegiendo. No estaba de ánimo para que
– Debes calmarte Henry. Esto no es bueno en tu estado. Sé que es difícil solo haz un pequeño
esfuerzo. Respira lentamente, vamos, hazlo por mí. No me voy a ir de aquí sin explicarte tu situación
La doctora cambio su tono formal para ayudar a Henry en su situación. Le echó un vistazo y
luego cerró los ojos. Debía guardar la calma. Hizo su mayor esfuerzo por relajarse. A su mente le
llegaron imágenes de una hermosa playa de arenas doradas y cielos pintados de rosa. Era hermoso.
Nunca antes había visto algo así. Al cabo de un par de minutos ya estaba un poco más calmado. Abrió
los ojos y todos estaban allí en torno a él, atentos a cada uno de sus gestos, sus movimientos, su
reacción.
– ¿Ya estas mejor Henry?– preguntó la doctora viendo como Henry asentía calmadamente. –
Ok. Continuemos. Te haré una última pregunta – giró la cabeza para buscar la aprobación del joven
con la barba bien cuidada, él psicólogo. Este asintió. – ¿Recordaras algo del accidente?
La poca calma que había logrado reunir Henry lo ayudó a buscar dentro de sí mismo algún
indicio, alguna imagen dispersa, algún recuerdo, pero la verdad no recordaba nada. Incluso no
recordaba nada antes de estar allí. Recordaba quien era. Él era Henry Latouff y estaba en Argentina,
donde vivía desde hacía más de nueve años luego que se vino de Francia. Se había radicado allí
porque después de sus estudios de arquitectura en Europa se fue a hacer un postgrado en Buenos
muchacha de cabellos dorados y ojos pardos que lo cautivaron por completo. Ni bien se habían
conocido empezaron a salir y para cuando debía volver a su país decidió comprar el único ticket que
matrimonio y se casó. Ahora aquella chica, editora y diseñadora de varias magazines dedicadas al
mundo del diseño de interiores era su adorada esposa. La verdad no recordaba nada del accidente
pero si la recordaba a ella. ¿Por qué no estaba allí a su lado? Era extraño que no estuviese ya que en
aquellas ocasiones solía atarse a su cama y no despegarse sin que al menos tres diferentes doctores
dijesen que ya estaba fuera de peligro. Seguro estaba en casa buscando una nueva muda de ropa o
cualquier otra cosa justo en el instante en que él despertó. No le tenía ninguna respuesta a la cirujana
sobre sus recuerdos del accidente pero si había algo que no había olvidado, el nombre de su esposa.
de la puerta. De pronto Henry comprendió que hacía él allí. Un dolor gigantesco le atravesó la cabeza
La lluvia no paraba desde hacía horas. Sus únicas opciones era seguir en aquella cafetería
esperando que cesara aquel diluvio o caminar bajo aquella lluvia otoñal y pescar un horrible resfriado.
Lo pensó muy bien y la verdad es que se dejó decantar por la primera opción. Ya había tomado una
ensalada por almuerzo y la verdad es no le apetecía mucho del menú, sólo le pidió al joven de la barra
que le llenara nuevamente su taza de café. Era la cuarta que se tomaba y tenía la certeza de que sería
la última. Su cuerpo no podría resistir una dosis mayor de cafeína. Estaba concentrado en su lectura
cuando el tropel de la puerta al abrirse lo hizo girar su cabeza y chocar con la imagen de una joven
empapada de pies a cabeza. A él mismo le pareció imprudente la manera como la estaba viendo pero
era una fuerza gigantesca que lo impelía a seguirla con la mirada hasta que ella tomó el asiento al
– Disculpa que me siente aquí – le señaló la chica con un tono de voz muy sutil – pero está
Henry estaba perdido en aquel par de ojos pardos que se lo tragaban por completo. Rebuscó
entre las cosas de su morral y logró hacerse con una toalla de mano lo bastante limpia como para
ofrecérsela a aquella doncella empapada. Ella se rehusó a aceptarla pero él se esforzó en ofrecérsela
un par de veces más. Le pidió al chico que le diera un par de tazas más de café. La chica le agradeció
– Gracias Henry.
La joven le tomó la cara con su mano para decirle algo a unos escasos centímetros de su cara.
ninguna manera se habría perdonado haber olvidado el rostro de alguien tan hermosa. La chica le dio
un tierno beso en la boca y fue como si alguien le hubiese golpeado en la cabeza con un enorme bate
de beisbol.
Henry despertó. Sudaba de pies a cabeza a pesar de lo fría que estaba aquella habitación.
Logró mover la cabeza a ambos lados solo para cerciorarse que estaba aún en el hospital. Se sintió
algo decepcionado. El sentimiento de aquel sueño lo había hecho sentirse un poco normal, aunque
aquella mezcla entre sueño y recuerdo lo desorientó, ya que así había conocido a Alice hacía ya unos
cuantos años, al menos todo coincidía hasta el punto donde ella lo llamaba por su nombre.
La cabeza le daba vueltas. Quería saber que tanta movilidad tenía. Intentó con los brazos. Los
podía mover sin mucha dificultad pero los sentía algo acalambrados. Se llevó ambas manos a la
cabeza. Tenía el cabello más corto de lo que solía usarlo, de seguro debieron raparle la cabeza para
hacerle la operación. Sus dedos titubearon antes de buscar en la parte posterior de su cráneo la silueta
de la cicatriz que de seguro le había quedado. El miedo y la duda deambularon por su mente unos
– Yo que tú no haría eso aún – le señaló Annie resguardada en la oscuridad que cubría el sofá
de la habitación.
Henry se asustó y levantó las manos de su cabeza de un solo tirón. El sobresalto hizo que le
dejó caer sobre su espalda. No estaba muy adolorido, era más como una especie de entumecimiento
debe abrirse paso para reencontrar su cauce. Bebió todo el líquido con solicitud. Nunca en su vida se
había sentido tan sediento. Annie le acercó otro vaso no sin advertirle que se la tomara pausadamente.
Se llevó la mano al cuello como para cerciorar lo que su mente ya bien conocía. Ya estaba
– Si estoy mejor.
– ¡Qué bueno! – Exclamó Annie. – Voy a buscar a uno de sus doctores. Ya vuelvo.
Annie se giró sobre sus talones y lo miró directamente a los ojos con una mirada llena de
ternura. Era la segunda vez que Henry le decía aquello, aunque en esta ocasión ella si podía entender
lo que le decía. Ella estaba detenida a mitad del camino entre la cama y la puerta. Se decidió por irse
hacia la ventana. Corrió un poco la gruesa cortina y perdió su vista en los carros que entraban y salían
– ¿Qué hora es?– inquirió Henry pensando que era la mejor pregunta que podía hacer sin
incomodar a la enfermera con preguntas técnicas. Quería seguir hablando con ella.
– El invierno ya llego.
Ya había llegado el invierno. Era en serio que había pasado el tiempo. Aún no recordaba nada
de su accidente pero las imágenes que le llegaban a la mente eran las de estar rastrillando las otoñales
hojas de un Tatané que tenía al fondo del patio en su casa a las afueras de la ciudad. Alice de seguro
estaría molestísima de tener que lidiar sola con las labores de aquel enorme patio. Desde un principio
ella se había negado a tener una casa con un jardín tan grande pero él se encargó de convencerla de
que sería hermoso para criar a los hijos y verlos corretear de un lado al otro sin ningún otro límite que
el viento golpeándole en la cara. Lastimosamente hasta ahora no habían podido concebir y la verdad
es que con el ritmo de trabajo que ambos llevaban lidiar con un niño no sería muy fácil en estos
momentos. Por eso pensaba en lo enojada que debía estar Alice en casa, refunfuñando y diciendo que
él de seguro se estaba haciendo el enfermo con la cortadita que tenía en la cabeza para no ir a casa a
– ¿Es grande?– preguntó Henry mientras Annie continuaba absorta en sus pensamientos.
Aquellas pesarosas palabras resultaron estridentes en los oídos de Henry. Era notable que
– Ah, eso. Discúlpeme – le dijo Annie mientras le ajustaba el gotero conectado a la sonda. –
No mucho comparado con otras que he visto. La verdad usted está bastante repuesto y la herida
cicatrizó muy bien. Solo tiene algunas áreas donde ya no le crecerá cabello aunque de la forma como
previa de no hacerlo. Dentro de él no entendía a que se debía aquello si ya estaba más que cicatrizado.
De nuevo el rugido del tiempo le cernía en el cuello como una idea perniciosa que rodaba y crecía
Annie lo vio con aquella tierna mirada con la que parecía acariciar a las personas para calmar
el dolor. Suspiró profundamente como si tratara de armarse de valor para lo que iba a decir o
escogiendo lo que debía decir. Henry se atrevió a extender su mano y asir la muñeca de Annie como
si tratase de trasmitirle sus sentimientos de angustias a través de aquel simple toque. Annie se mostró
un poco esquiva. Henry pensó que de seguro existía alguna barrera profesional que él estaba
– Debería llamar a su doctor – le respondió seriamente. – No soy yo quien debería darte estas
respuestas.
– Ya estoy mejor. Lo prometo – dijo mientras hacía en el aire con la mano derecha la señal de
Henry no podía negar que aquello había sido un golpe bajo. Se sintió mareado nuevamente.
Le habría encantado levantarse e irse de allí pero todo le daba vueltas. Cubrió sus ojos con las manos
“¡Nueve semanas!”.
¿Cómo era que había pasado tanto tiempo? ¿Qué le había pasado realmente? ¿Por qué tanto
misticismo con él y con toda la información que solicitaba? Realmente con lo poco que solicitaba
porque hasta ahora solo había podido mascullar un par de frases completas. Descubrió su cara y se
encontró con los hermosos ojos cafés de Annie abiertos como platos que lo miraban fijamente.
– ¿Cómo es posible que hayan pasado nueve semanas? ¿Qué he hecho en esas nueve semanas?
¿Dormir?
Annie lo continuaba mirando mientras abría la boca como tratando de gesticular alguna
palabra, deseando decir algo que sabía que no debía decir. Él la miraba impaciente. No le cabía en la
mente que había pasado nueve semanas tirado en un hospital durmiendo. ¿Cómo era que había pasado
Annie lo seguía mirando fijamente como incrédula de todo lo que había pasado. Cerró la boca
que tenía entreabierta, bajó la mirada y afirmó suavemente mientras se observaba las manos. Henry
sabía que aquello era más de lo que le podía pedir que le dijese aunque ahora entendía todo mucho
mejor. La cicatrización, los huesos soldados, la rehabilitación muscular, el dolor en los músculos, el
dolor en la garganta, el cansancio, la sed y el hambre. Esta última no lo había fastidiado mucho pero
al pensar en ello despertó una reacción secundaría que hizo rugir su estómago tan fuerte que Annie
levantó la mirada.
– Perdón – exclamó algo apenado mientras se cubría la barriga con ambas manos.
ya puede empezar a consumir sólidos. La mala es que la ronda de las cenas pasó y pensé que dormiría
hasta mañana así que se han saltado su habitación. Pero voy a ver si puedo encontrar algo – dijo
Annie atravesó la puerta y Henry clavó su mirada en el sofá que estaba al final de la habitación.
Le habría gustado no tener que esforzarse tanto por guardar la calma y así poder desmoronarse.
No era una idea fácil de asumir. Quería echarse a llorar y buscar refugio en los brazos de Alice
como siempre lo había hecho en alguna situación semejante. Quería saber porque no estaba allí con
él pero en el fondo tenía miedo de preguntar. Aún la imagen del oficial de policía acercándose a él la
Annie volvió con una pequeña bandeja donde traía una taza mediana de plástico y un vaso
con agua. Le colocó la bandeja entre las piernas para que Henry se pudiera alimentar cómodamente.
Lo ayudó a ponerse un poco más recto, haló la silla para estar más cerca de él y se preparó para
empezar a alimentarlo.
Henry observaba como ella lo miraba con una actitud que afianzaba bastante lo que decía y
– Así está mejor. Aquí va – le dijo mientras le daba el primer bocado. – Solo he podido
encontrar esta crema de apio pero me parece excelente en este momento. No está caliente pero mejor
así, no queremos que se lastimes la garganta y menos ahora que puede hablar mejor.
Henry en silencio saboreaba poco a poco la crema de apio. Nunca había sido muy fanático de
ella pero no podía negar que estaba exquisita sobre todo sabiendo que no era de ningún restaurant en
la Avenida Corrientes de Buenos Aires sino de un hospital bastante más al sur. Annie lo alimentó
lentamente mientras le decía frases aleatorias que no comprometieran su situación emocional aunque
él estaba bastante más concentrado en comer tranquilamente que en cualquier otra cosa. Cuando ya
se dio por satisfecho levantó la mano para indicarle a Annie que ya no deseaba más. Esta le sugirió
– Necesito saber algunos detalles más. ¿Por qué no está mi esposa aquí?
Henry habría seguido insistiendo pero Annie se había levantado de la silla y no solo estaba
– Henry. Me llamo Henry. Puedes decirme así sí te apetece – dijo suavemente mientras
intermediario en todo aquel misticismo. Annie se detuvo con la bandeja en las manos y giró sobre sus
talones. Lo miró directamente a los ojos con aquella mirada que irradiaba una calma absoluta.
– Está bien, Henry – dijo antes de dirigirse a la puerta para luego volver a estacionar su mirada
sobre él. – Lamento no poder darte todas las respuestas pero al menos puedo darte un dato. Mañana
temprano vendrán las personas que podrán ayudarte con eso. Por ahora duerme bien, aún debes
Annie le sonrió desde la puerta antes de irse y él la acompañó con la mirada a través del cristal.
Se acomodó en la cama y dejó que el sueño lo venciera con una sola idea en la mente.
“Mañana”.
XVII
Nunca se imaginó que sus manos fueran tan suaves. El roce de sus dedos en la parte interna
de su brazo le parecía una sutil caricia que lo calmaba y excitaba al mismo tiempo. Ella levantó la
cara y lo besó tiernamente en el mentón haciéndolo llevar su cabeza hacía atrás mientras ella recorría
con sus dientes el borde de su cara para luego sellar con su lengua la demarcación de su territorio.
Aquella mezcla de besos húmedos y mordiscos ansiosos lo estaban llevando al desespero. Tomó el
rostro de ella entre sus manos acunadas y le arrebató un jugoso beso de sus labios. Era como si tomase
la medicina necesitada. El néctar de sus labios despertaba en él un cúmulo de sensaciones que creía
dormidas o que al menos no había sentido tan intensas. Se alejó de sus labios para poder verla mejor.
Necesitaba inundar sus ojos con la imagen de aquellos labios que le sabían tan parecidos a la gloria.
Frente a frente no había mucho que decir ya que sus besos se habían dicho todo lo que necesitaban
decirse. Ella trató de decirle algo pero él no lograba entender que le susurraba. Quiso besarla
nuevamente pero esta vez ella se rehusó. Quería que él escuchara lo que le estaba diciendo pero él no
la lograba responder. De pronto ella se convirtió en un halo de luz que absorbió todo el espacio y él
ya no la podía contener más. De pronto entendió lo que le decía como si aquella luz le hubiese
iluminado el pensamiento. No pudo sostenerla más y despertó con aquella palabra repitiéndose en su
cabeza.
“Alice”.
Henry se despertó algo sobresaltado por aquel extraño sueño. Podría jurar que aquellos besos
eran realmente vívidos y así lo demostraba el notable bulto en su entrepierna. No sabía si le perturbaba
más el hecho de haber soñado que estaba besándose apasionadamente con Annie o que esta le
murmurara el nombre de su esposa en sueños. Se permitió asumir que ambas ideas eran bastante
extrañas aunque haber soñado aquello tenía algo de lógica. Por un lado Annie se ajustaba al clásico
cliché de la enfermera sexy, o al menos enfermera muy bonita, y por el otro su subconsciente
extrañaba en sobremanera a su esposa. Todo aquel autoanálisis le estaba sirviendo bien poco con la
situación que había bajo de las sabanas. La puerta corrediza de la habitación sonó suavemente y él
subió la vista.
– Buenos días señor…, perdón, Henry. Buenos días Henry – dijo Annie al entrar en la
– Buenos días Annie – dijo mientras flexionaba sus rodillas para ocultar un poco su situación
Annie le picó un ojo y él no pudo más que reírse ante lo inverosímil del comentario.
– No creo que te lo pueda permitir Henry. Más de dos meses sin ponerte de pie. De seguro
Lo que era realmente difícil era el hecho de no llevar nada de ropa interior y tener la erección
– ¿Esperar? De ninguna manera. No deberías forzar tu vejiga de esa manera. Ven yo te ayudo.
A Henry no le dio tiempo de sostener la manta antes de que Annie la levantará de un tirón
para luego colocarla nuevamente en su lugar haciendo evidente que había visto lo que Henry trataba
administrado y la presión de la vejiga llena. Es sólo que no esperaba que… nada. Ven te ayudo a ir al
baño. Cúbrete con las manos, digo, si deseas cúbrete un poco para que este más… más cómodo.
Henry se llevó las manos a la entrepierna antes de que Annie lo ayudara a ponerse de pie. La
enfermera tenía razón. Aquello no era algo que podía hacer por sí solo. No solo el hecho de tener la
pierna escayolada sino que el cambio de posición lo hizo marearse un poco. Se sentó por un momento
aun tratando de ocultar inútilmente el bulto en su entrepierna. Dio un par de respiros profundos y
luego se puso de pie. El mareo fue inevitable así que tuvo que sujetarse de Annie con ambas manos
mientras a brincos se dirigían al baño. Ambos miraban hacia el techo o a algún punto fijo en el
horizonte para no ver lo que sabían que también estaba rebotando. Annie lo dejó en el baño de
espaldas al escusado y mirándolo directamente a los ojos le sugirió que se sentara ya que sería más
fácil de usar. Aunque no estaba errada con el comentario concentrarse no fue una tarea sencilla para
él. Luego de unos largos cinco minutos salió del baño pidiéndole nuevamente disculpas a Annie por
todo aquello.
– No te preocupes. Es algo común en este oficio – dijo con un tono de voz bastante fingido.
Regresó a la cama y se pudo sentar más fácilmente de lo que se levantó. Annie lo ayudó a
acomodar sus almohadas y le colocó la bandeja de comida ante él: un tarro de gachas de avena y algo
de fruta picada.
– Creo que hoy si puedes comer por ti mismo. Igual estaré aquí para cualquier cosa.
Henry veía aquellas pálidas gachas con algo de decepción. Le habría encantado cambiar aquel
triste desayuno por una taza de café italiano y un croissant con queso crema. Sabía que aquello no iba
a pasar y además no creía estar en la situación de exigir. Tomó la cuchara con la mano derecha y
plácido sabor a miel y canela que las hacían deliciosas. Estaban tibias y suaves así que no le lastimaron
su garganta en lo absoluto. Annie estaba silenciosamente sentada a su lado observando cómo se
deleitaba con su comida. Cuando quedaba poco menos de medio tarro se dio por satisfecho. Soltó la
cuchara y tomó el tenedor plástico para llevarse a la boca un buen trozo de melocotón.
– Es normal que te duela. Come un poco más. Al menos dos bocados. Necesitas ejercitarla y
Sorber las gachas era una cosa pero masticar era otra totalmente aparte. El movimiento de la
mandíbula le incomodaba bastante y casi que la podía escuchar rechinar en cada mordisco. Después
de una fresa y dos trozos de pera no quiso seguir con aquella tortura.
– Es suficiente – le dijo Annie. – Hoy podrás bañarte por tu cuenta. Yo solo te supervisaré.
Creo que no falta mucho para que vuelvas a casa – le comentó clavando su mirada en el suelo.
– Buenos días Henry. Se ve que ya estas mejor y hasta consumiendo sólidos. ¿Qué tal tu
mañana?
Acceder a contar todos y cada uno de los detalles de lo que le había acontecido aquella mañana
no era una idea placentera. Le pareció más razonable obviar los pormenores y ceñirse a una respuesta
más apropiada.
Annie no pudo hacer más que volver su mirada sobre la ventana. Era evidente que le
desagradaba aquella situación tan embarazosa. La doctora lo miró a él, la miró a ella y luego volvió
la vista a él.
– “Interesante”. Está bien. Eso me sirve. Veo que ya te puedes sentar. ¿Te sentirías más a
Los tres clavaron sus vistas en los pálidos cristales que evidenciaban el frío que reinaba en las
– De seguro. Ya regreso – dijo Annie colocándose de pie y levantando la bandeja de las piernas
La doctora Martha y Henry quedaron a solas con la evidencia de un silencio incómodo entre
ambos.
Henry afirmó y dejó caer sus brazos sobre sus muslos para que la doctora pudiera mirar mejor.
El roce de sus dedos era dócil pero sus manos no eran frágiles, al contrario, evidenciaban la dureza
de la labor en la cual había dedicado largas jornadas y muchas horas de trabajo. No duró más de un
par de minutos haciendo un tacto minucioso por la zona afectada y templando el cuero cabelludo un
– Si. Por lo que se ve todo bien aunque no estaría de más una tomografía para ver más a detalle
como esta todo. Con la pierna igual. Deberán retirarte el yeso en el transcurso del día para realizarte
Henry estaba escuchando atentamente lo que le decía la doctora sobre su salud aunque le
habría gustado que le respondiera otras preguntas. Mientras la oía con la vista clavada en el cristal
del pasillo pudo ver como Annie se encontraba de frente con un hombre bastante atractivo vestido de
jeans y una camisa blanca a rayas. Era rubio y alto. Cualquier mujer de seguro diría que era perfecto.
No sabía porque pero hasta llegó a sentir un poco de celos de aquel hombre que hablaba tan cerca de
ella. Celos tal vez por el hecho de saber que ella no podía ser para él o celos por no poder corroborar
si realmente besaba tan apasionadamente como en su sueño. Miraba de soslayo como Annie seguía
hablando con aquel chico como pidiéndole alguna especie de disculpa y él con una actitud un poco
renuente le hacía una especie de gesto de no querer hablar de aquello y señalaba hacía la habitación
de él.
Henry afirmó de mala gana. Annie entró de pronto en la habitación y a sus espaldas, en el
pasillo, esperaba el hombre con quien hablaba hacía unos segundos. La cara de él se le hizo familiar
a Henry pero había estado tan confundido aquellos días que no le dio la menor importancia.
Henry vio como Annie se alejó del pasillo y se despidió del visitante con un leve roce en el
hombro. Aquella situación se le hacía algo extraña, tanto o más aún que la situación de él en aquel
Henry no aguantó más. No sabía si eran los celos estúpidos que acababa de sentir, el extraño
sueño con el que se había despertado, la rabia contenida y ya a punto de desbordarse o un poco de
La doctora lo miraba un poco sorprendida por aquella respuesta tan grosera de su parte. Se
– Evidentemente está bien. Sus observaciones y análisis están bien, lo demás lo sabrá en el
La pregunta quedó sostenida en el aire dando vueltas entre ellos esperando la respuesta que
– No estoy insinuando nada, solo quiero saber qué demonios le pasó a mi esposa. ¡¿Es tan
Henry estaba obviamente alterado. No alterado de salud, alterado de molestia. Alterado de ver
como seguían jugando con él como a un niño al que no le quieren decir la verdad sobre el ratón de
los dientes. Algo debía de haberle sucedido a Alice porque era ya demasiado extraño que no estuviese
allí a su lado. Ella es del tipo de esposas que se encadenan a la cama de un hospital antes de perder
de vista a su esposo. Cuando él se cayó de una pequeña escalera arreglado una lámpara de la sala
Alice armó todo un drama y casi que exigió que se detuvieran todas las cirugías del hospital para que
los mejores especialistas pudieran ver el hombro dislocado que tenía su esposo. Este accidente era
evidentemente más grave. No entendía por qué su esposa no estaba allí o si lo entendía pero no quería
pensarlo. Si tan siquiera pudiera recordar algo del accidente sabría qué pasaba, hacía donde iba o si
– ¡¿Y quién carajos me puede decir entonces qué le pasó a mi esposa?! ¡¿Quién?!– preguntó
habitación. Se detuvo a los pies de la cama y cuando estaba mirando fijamente a Henry a los ojos
exclamo:
Para ser la primera nevada del año era increíblemente copiosa. La nieve se anidaba en el borde
de la ventana mientras el sol la fundía convirtiéndola en una pasta blanca fría y dura. Los pinos que
bordeaban el camino mostraban su esqueleto pintado de blanco mientras sus hojas en el suelo teñían
el horizonte de manchas café. Era un día claro, calmo y sin brisa. Lo que veía afuera reflejaba el vacío
que lo llenaba por dentro. Era el día más blanco del año, la primera nevada de la temporada y ella no
Habían pasado dos días desde que el oficial de policía había hablado con él y le había contado
todo lo acontecido. A pesar de mostrar cierta delicadeza al principio llegó el momento donde lo
Al parecer el destino tiene maneras raras y retorcidas de hacer las cosas y las posibilidades de
que extraños sucesos formen parte de la vida son más altas de las que realmente se cree. El mismo
día que Henry sufrió su accidente un vagón de un tren se había zafado y toda su carga había dado a
parar en la carretera. Su esposa que estaba pasando por allí trató de esquivar uno de los troncos que
se le atravesó en el camino y se estrelló contra un árbol. Tal vez él no fuese el único en pensar que
era un poco irónico. Lastimosamente no podía recordar nada de aquel día así que no sabe hacía donde
iba él o qué le había sucedido. Según le comentó el oficial su carro se encontró virado en un
descampado pedregoso a unos cien metros de la carretera de donde evidentemente se había salido en
un derrape violento. No podían determinar si fue negligencia de su parte, algún desperfecto del
vehículo u otro percance en la carretera, sólo sabían que aquel día de abril una hora y media después
de ruedas mirando la nieve caer por la ventana. Deseaba que sus pensamientos se convirtieran en
copos de nieves y se desintegraran en el aire o se amalgamaran con el suelo pero hasta mirar la nieve
le causaba dolor porque Alice amaba la nieve y aquel paisaje, aquella primera nevada lo hacía
Alice soñaba cada año con la primera nevada y era capaz de paralizar toda su agenda de aquel
día con tal de quedarse en casa y ver como el enorme patio por el que tanto peleaba durante los otros
364 días del año se alfombraba de un límpido y perfecto color blanco. Algunas veces hasta colocaba
cerca de las ventanas una que otra pequeña decoración de navidad ya que decía que era toda una
lástima que aquel paisaje tan bonito llegara justo a mitad de año cuando las personas estaban más
centradas en exámenes finales o compras de supermercado. Henry reía ante aquellas ocurrencias y
sentía que de alguna manera aquella alma tan risueña era el sol que le llenaba sus amaneceres. No
la nieve. Desde el momento que se enteró de aquella trágica noticia no hacía más que mirar por la
ventana. Annie se aparecía algunas veces para ayudarlo con su baño diario o hacerle algunos
ejercicios de movilización en su pierna derecha que ya estaba sin yeso pero Henry se mostraba tan
huraño y malhumorado que esta prefería acercarse lo menos posible y hasta había cambiado turno
con una enfermera un poco más vivaz con una enorme y dorada cabellera rizada para no tener que
– Buenos días Henry. Veo que estas apreciando la primera nevada – dijo una voz de un hombre
estacionamiento del hospital. No había escuchado mucho aquella voz pero si sabía de quien era. El
doctor Gustavo Salcedo era el psicólogo del hospital y había hablado con él un par de veces después
de que el agente Cores le había notificado su pérdida. No era un hombre muy alto, medía un poco
más de un metros sesenta y tendría un poco más de veinticinco años. Siempre llevaba una barba
poblada bien rasurada tal vez con la idea de hacerse ver un poco más serio o adulto de lo que realmente
era. Sus palabras certeras y bien cuidadas daban buena fe de lo buen profesional que era.
– Las enfermeras me comentaron que no estas comiendo muy bien y la verdad es algo que me
preocupa Henry. No creo que desees volver a alimentarte por vía intravenosa.
Tampoco contestó nada esta vez. Aquello era cierto y no tenía mucho que decir al respecto.
El apetito se le había apagado, por no decir extinguido, desde hacía dos días. Annie siempre veía que
le llegase la comida a tiempo pero de igual manera se llevaba la bandeja intacta y fría un par de horas
después. El día anterior la otra enfermera se le plantó al pie de la ventana hasta que se tragó
regañadientes medio tazón de crema y un poco de agua. Lo había hecho solo para que lo dejase en
El doctor Gustavo haló la silla que estaba contigua a la cama y la puso a su lado. En silencio
ambos admiraban la nevada. Aquella compañía silenciosa era todo lo que Henry podía ofrecer.
Seguiría llorando a destiempo pero había llorado tanto que no creía tener dentro de sí más lágrimas.
Juntos y en silencios, uno al lado del otro, pasaron un buen rato cada quien inmerso en sus
pensamientos.
Inesperadamente sendas lágrimas rodaron por sus mejillas. Sus ojos abiertos y empañados
seguían fijos en el horizonte blanco e inmóvil. Aquella simple presencia a su lado le había hecho abrir
nuevamente el manantial de llanto para expresar su dolor. Cuando ya no pudo más cubrió sus ojos
con sus manos y se entregó a aquel sollozo inclemente que decía todo lo que sus palabras no podían
clamar. Lloró largo y profundo por un buen rato mientras Gustavo en silencio lo acompañaba. Era
todo lo que le podía ofrecer y eso era todo lo que Henry podía aceptar.
Luego de un buen rato Gustavo le ofreció un pañuelo y este lo aceptó de buen agrado. Se secó
las lágrimas estando consciente de que en cualquier momento podían nuevamente aparecer por
sorpresa. No estaba tan seco por dentro como lo había imaginado. Al parecer aún tenía mucho por lo
que llorar. El doctor que estaba calladamente sentado a su lado le había dicho un par de días atrás que
era normal enfrentarse a aquellos sentimientos en un proceso de duelo ya que nunca era fácil la
creación del mismo y en su caso menos aún. Existían muchos factores que lo hacían más difícil y uno
Habían pasado ya nueve semanas desde que todo aquello había pasado y mientras otras
personas habías asistido al funeral y al entierro como parte de aquel proceso de despedida de un ser
querido, él estaba en un hospital yaciendo inconsciente de todo aquello. No tuvo oportunidad de verla
por última vez ni de decirle adiós frente a frente y aquello era aún más duro. Cuando un ser querido
muere se siente que como con esa persona se va una parte de la vida, del amor, de los recuerdos. Para
él la diferencia estaba en que ella no se había ido, se la habían arrancado. Literalmente se la habían
llevado de su lado y él no sabía qué hacer con todo aquel amasijo de dolor y rabia. Su esposa había
muerto y él se quedó sólo con un montón de sueños que quedaron sin cumplir, un montón de besos
que ya no le podría entregar y un montón de palabras que no les podía decir. Su esposa había muerto
y él se quedó sólo.
– Henry, entiendo lo que estás atravesando. Es duro y difícil de asimilar pero también necesito
que entiendas que debemos hablar. Lo que estás pasando no es una situación nada usual y no puedes
con todo eso tú sólo. Gracias a la información que nos distes logramos ponernos en contacto con tus
padres, los cuales esperan estar aquí en un par de días, pero mientras deberíamos poder hablar en
algún momento. No te voy a presionar con ello. Soy fiel creyente de que cada cosa tiene su tiempo y
El silencio fue el punto final de aquellas palabras. Henry secaba sus lágrimas pero estaba
reacio a responderle al doctor. Dudaba inmensamente que él entendiera por lo que estaba pasando y
mucho menos que lo pudiera ayudar. Gustavo se levantó de la silla y la devolvió a su lugar. Le dio
una palmada en la espalda a Henry y se encaminó hacia la puerta de la habitación cuando escuchó el
chirrido de las ruedas contra el suelo pulido. Henry se había girado y estaba de frente a la puerta. Se
miraron durante un instante mientras Gustavo esperaba lo que Henry tenía que decir.
Eso fue todo lo que dijo. Tanto él como el doctor sabían que aquellas sencillas palabras era la
ausente y al mismo tiempo tan presente, un gracias por estar aquí cuando nadie más esta, un gracias
por verme llorar y no pedirme que deje de hacerlo, un gracias por dejarme llevar mi dolor. Un
Henry volvió a girar su silla y perdió su vista en el estacionamiento del hospital. Su mano
derecha apretaba fuertemente el pañuelo mientras admiraba el día más blanco del año.
XIX
Llevaba un buen rato despierto cuando escuchó la puerta de la habitación abrirse. Estaba
arropado de pies a cabeza así que no podía ver quien había entrado pero supuso que era su enfermera.
La escuchó mover un par de cosas del armario y luego se hizo en el sofá. Él decidió seguir tumbado
Reconoció la voz de Annie a través de la colcha que lo cubría. Supuso que hoy también lo
– ¿Qué?
– No es ni el lugar ni el momento.
– Nunca es el lugar ni el momento para ti. Llevas toda la semana evitándome el tema. O hablas
conmigo o voy a tener que decirle a Gustavo que haga un espacio en su consulta.
– ¿Gustavo?
– Adrián.
– No entiendo.
– Vino hace unos cuatro días a hablar con Henry y me lo conseguí en el pasillo mientras traía
la silla de ruedas. Me dijo que hablaríamos luego, que por ahora yo tenía mucho que pensar, que
meditar o qué demonios se yo y que sería mejor esperar a que todo se calme.
– Lamento decirlo pero el poli tiene razón.
Hubo un silencio entre ambas. Henry escuchaba aquella conversación atentamente. Ahora
entendía mejor porque Annie se había quedado afuera unos minutos hablando con el oficial el día que
– Yo no besé a Adrián.
– ¡Alexia!
– ¿Qué?
Ambas salieron de la habitación dejando a Henry sólo. Éste se revolvió bajo las sabanas y
decidió levantarse antes de que llegaran de nuevo. No le hacía mucha gracia seguir espiando aquel
oficial. Se sentó sin mucho trabajo en el borde de la cama y luego de un rato en aquella posición se
puso de pie y se encaminó al baño. Caminar no se le hacía muy difícil aunque no podía negar que le
dolía un poco afincar la pierna derecha. Se lavó los dientes. Le costaba asociarse con la imagen que
tenía de él frente al espejo. Pálido con el cabello corto al estilo militar y la barba desaliñada. No era
una imagen muy alentadora que se diga. Salió del baño y se sorprendió un poco al encontrarse a Annie
– Si. Algo.
No dijo más nada y volvió a sentarse en la silla al pie de la ventana. Ya no estaba nevando
pero el día regalaba un paisaje besado por escarcha mientras el sol empezaba a puntear por el
horizonte. Annie se dispuso a hacer la cama en silencio mientras él seguía con la vista perdida en
– Aquí está tu desayuno. Espero lo disfrutes. Vuelvo más tarde por si necesitas algo más.
Henry vio el desayuno de reojo. No le apetecía para nada volver a desayunar gachas de avena.
Tampoco le apetecía seguir allí y menos seguir sólo en aquella habitación. Giró la silla y se dirigió
Annie se giró y lo miró por unos segundos para luego ayudarlo a acomodarse cerca de la mesa.
Le puso una servilleta en el regazo y tomó la silla que estaba contra la pared para así sentarse a su
lado. Henry empezó a comer con desgana mientras ella miraba por encima de su hombro el paisaje
que estaba más allá de la ventana. El único ruido existente era el del viento que golpeaba el cristal de
la ventana como sí tratase de entrar para alterar aquella silente escena que ambos protagonizaban.
Cuando Henry terminó de comer tomó la servilleta que reposaba sobre sus piernas y luego de
limpiarse la comisura de los labios se levantó de la silla y volvió a la cama. Annie aún seguía ausente
en el paisaje o tal vez un poco más allá, en sus pensamientos, cuando la voz de Henry la sacó de su
trance.
– ¿Ya tú lo sabías?
Annie volteó a verlo y emitió un profundo suspiro como si buscara fuerzas para responder
aquella enigmática pregunta. Obviamente sabía de lo que le hablaba así que le contestó con una sutil
– ¿Todos lo sabían?
Annie volvió su mirada hacia la ventana permitiendo que su inmovilidad silente sirviese de
hospital pero por extraño que pareciera no se imaginaba a Annie escondiéndole tal información. No
sabía porque se sentía así. En el fondo Annie solo era su enfermera, solo se encargaba de cuidarlo.
Tal vez aquel apego era porque fue ella el primer rostro que vio al despertar del coma.
Ella estaba sobre él, lo recordaba claramente, pero no creía que aquello tuviese conexión
alguna con la conversación que había escuchado minutos atrás. Annie se había mostrado muy amable
y muy profesional al respecto así que no podía imaginársela en tal comportamiento, aunque también
le había ocultado información previamente así que no tenía mucho de dónde agarrar. La verdad es
que era una situación bastante incómoda. No sabía a donde lo llevarían aquellas preguntas y en el
situación bastante difícil físicamente como para decirte todo aquello de un solo golpe. Iba a ser muy
fuerte y no sabíamos aún cómo lo asimilaría tu cerebro. Recuerda que despertabas de un coma de
nueve semanas. Aún tenías que comprender y aceptar tus cambios personales.
Él sabía claramente a lo que ella se refería. Luego de la dura noticia sobre la muerte de su
esposa no pudo hacer más que llevarse las manos a la cabeza. Cuando notó las deformaciones que
tenía ahora en el cráneo fue una impresión tan grande que levantó las manos de golpe y se veía la
yema de los dedos como si tratara de ver si estas estaban bien y si era real lo que él había palpado.
Después de algunas horas cuando estaba sólo en su habitación, medio calmado y medio sedado, volvió
a llevarse las manos a la zona donde tenía la cicatriz. Un pequeño conglomerado de abultamientos y
depresiones era lo que ahora recubría su encéfalo. Recorrió con los dedos cada uno de los recovecos
de la prótesis que ahora formaba parte de él como sí sus dedos fueran unos jovenzuelos disfrutando
un paseo en una montaña rusa. Era cómo volver a reconocerse, cómo si se hubiera perdido en algún
momento y ahora esta extraña abolladura fuera una nueva parte de él. Dentro de sí mismo él sabía
que así era. Se perdió por algún momento y regresó con aquella herida de guerra. Se había ido y había
regresado y ella ahora no estaba allí esperándolo como siempre. Alice ya no estaba más para él. Alice
– Era lo mejor para mí – respondió inerte como si se dijera esas palabras más para convencerse
El silencio atravesó la ventana y decidió hallarse de nuevo un espacio entre los dos. Era tan
difícil y tan evidente para ambos el hecho de que no podían proferir más de dos frases continuas sin
– Me hubiese gustado que te enteraras de otra forma pero Adrián era la persona autorizada
para decírtelo.
– ¿Lo conoces de hace mucho? – fue lo primero que se le ocurrió preguntar o tal vez quería
– No mucho – respondió Annie un poco sorprendida por la pregunta que le hacía. – La verdad
lo he visto sólo desde que llegaste al hospital. Siempre ha estado a cargo de tu caso. ¿Por qué lo
preguntas?
Se vio un poco tentado decir que había escuchado algo de la conversación que temprano había
tenido ella y su colega pero sabía que aparte de no llevarlo a ningún lado también podría acabar con
imprudente.
– No. Para nada – dijo seriamente. – Me preocupan un poco mis ronquidos. Debió haber sido
Annie dejó escapar una leve carcajada que acompañaba al sol a iluminar la habitación. Él
también dejó asomar una sonrisa. Se le hizo extraño sonreír con todo lo que estaba pasando. En el
fondo sabía que tendría que empezar a hacerlo de nuevo. Tal vez aquel no era el lugar o el momento
Cuando por fin habían puesto fin al hielo que los rodeaba la puerta corrediza se abrió para
ponerle fin a aquel ameno momento. La doctora Pivonnetti hizo acto de presencia para hacer la ronda
matutina.
Ambos se vieron con un toque de complicidad y respondieron cada uno el saludo de manera
muy amable. Annie se dispuso a levantar los restos del desayuno de Henry para dejar la habitación
mientras la doctora se colocaba al lado de la cama para hablar cómodamente con el paciente.
– Bueno Henry como sabes haz evolucionado muy bien. Tu tomografía no mostró ninguna
anormalidad, por el contrario pudimos cerciorarnos de lo bien que se ha ajustado el biopolímero con
me gustaría que trabajaras un poco con la rehabilitación para despertar algunos músculos que han
estado con muy poco movimiento y también sufrieron con el accidente. ¿Alguna pregunta?
– Nos gustaría mantenerte un poco más en observación al menos hasta que tengas una mejor
movilidad.
“Nos gustaría tenerte aquí hasta que tengas alguien que te acompañe en casa”.
Henry sonrió como si de verdad se tragase aquello y la doctora no pudo hacer más que retirar
La puerta se abrió y Annie volvía a presentarse delante de él con aquella aura tan brillante que
lo hacía algunas veces olvidarse de donde estaba o porque estaba allí. Algo tenía aquella chica que
– ¿Qué paciente?
– El señor Latouff.
Henry no había recibido visita alguna desde que había estado internado más allá de algunos
familiares de Alice. No podía imaginarse quién podía estar allí si no se había comunicado con nadie
en especial. Nadie del trabajo o ningún vecino habían sido notificados de donde estaba él recluido.
– Bueno… no es, son. Se trata de un par de caballeros. Me atrevería a decir que ambos están
Henry sabía lo que iba decir. Llevaba una vida completando esa frase.
Aquel verano en la rivera del sur de Francia el sol colgaba de un manojo de nubes color
vainilla tan cerca de la arena que casi se podían tocar con la mano. Henry comía un cono de helado
de pistacho y menta que se fundía en el calor de aquel día haciendo que un río de colores pasteles
descendiera por el cucurucho de galleta cruzando cada uno de sus dedos hasta hacer un hermoso
reguero en la manga de su nueva camisa. Tenía solo seis años para aquel entonces pero recordaba
Aquella mañana la Hermana Soilé le despertó como siempre con un tierno beso en la frente.
Le hablaba con aquel tierno acento del norte que a él le parecía tan tierno y calmo a la vez. Solo
recordaba ver la silueta de aquella joven mujer empacar en una pequeña maleta de cuero las pocas
cosas que él tenía: algunas prendas de vestir, un par de botas negras y un antiguo libro de historietas
llamado El pitufo número 100. Luego de lavarse bajó a desayunar con los demás niños del orfanato
en las largas mesas de madera que había en el gran comedor. Cuando quiso salir a jugar con los demás
niños en la pileta que habían puesto en el patio la Hermana Soilé le dijo que aquel día no podía salir
a jugar, debía estar limpio y arreglado ya que tendría una visita esa mañana. Estuvo en su habitación
viendo por la ventana hasta que apareció un Peugeot 205 de un color azul claro de dónde bajó un
hombre adulto con el cabello negro como la noche que llevaba una bufanda azul a cuadros y un
hermoso paquete de regalo con un radiante moño amarillo. Cuando bajo las escaleras de su habitación
vio como aquel hombre lo esperaba junto a la Madre Superiora y la Hermana Soilé. Las palabras que
poder verlo a los ojos.– Me llamo Soik Latouff y espero, si todo sale bien, a partir de hoy poder ser
tu papá.
Aquellas palabras abrieron en Henry un torrente de ilusiones que ni él mismo podía creer.
Henry no sabía que decir ante aquello así que solo afirmo muy enérgicamente y aquel hombre,
aquel visitante, aquel papá tomó con mucha firmeza aquella respuesta ya que de la nada emergieron
unas lágrimas por sus mejillas. El pequeñuelo que tenía frente a él estiró la mano y le secó el rostro.
Las risas llenaron el salón así como la alegría llenaría el corazón de Henry. Esperó un rato
fuera, en el jardín, mientras jugaba y se despedía de sus ahora antiguos compañeros. Soik salió al rato
con una carpeta de papeles en la mano y el paquete que aún llevaba con él.
Extendió sus pequeños brazos y rompió el papel brillante. Dentro de la caja descansaba
envuelta en papel de seda una hermosa camisa a cuadros azules y blancos que hacía juego con la
bufanda que llevaba su recién estrenado padre. Este lo ayudó a cambiarse, montaron sus cosas en el
auto y tomaron la carretera que llevaba desde el orfanato hacia las afueras de la cuidad en dirección
a la playa de La Grande Motte cerca de Montpellier. Almorzaron pescado y papas fritas en un pequeño
chiringuito con una hermosa vista al mar mediterráneo. Henry estaba extasiado con aquellas delicias
y Soik lo miraba deleitado, maravillado ante el hecho de que aquel chiquillo de cabellos castaños y
unos sorprendentes ojos azules que sería de ahora en adelante su hijo. Miraba en aquel tierno rostro
bañado de cátsup el futuro que, literalmente, tenía frente a él y sabía que haría lo que fuera por ser el
la vía que los llevaría a casa. Luego de tomar la Rue de Port y la D62 llegaron hasta el centro de la
ciudad. Aunque ambos estaban algo callados y nerviosos por aquella situación Henry no dejo de
deleitarse con la vista llena de pinos que esparcían su aroma bajo el sol inclemente. Al llegar al centro
de la ciudad Henry se quedó maravillado ante la majestuosidad de las edificaciones que conformaban
el casco histórico, aunque pasarían años antes de saber que aquella zona se llamaba así. El color crema
de algunos edificios parecía cobrar vida bajo el sol radiante que brillaba en el firmamento. Soik tomó
una serie de calles y recovecos hasta llegar a la Avenue de Naples, allí el paisaje cambiaba un poco.
Había una serie de casas amplias colocadas una al lado de la otra. También se veían grandes casonas
con hermosas paredes de piedras y portones enrejados que las aislaban de las demás. Al finalizar la
calle estaban en la Rue de Sicile donde las casas no eran tan ostentosas pero si muy bien cuidadas y
genéricas. Más adelante, tan solo a unos cuantos metros colina arriba, el paisaje variaba un tanto y se
llenaba de una serie de casas contiguas pero cada una con un toque muy personal. En toda la esquina
una casita de unos tres pisos con unas ventanas de madera en color ocre estaba la número 174, la casa
Soik bajó del coche ayudando a Henry a entrar en la casa. El pequeño portón de hierro emitía
un chirriante sonido en el movimiento de sus bisagras. Un pequeño jardín lleno de flores de lavanda
lo recibía erguido, orgulloso de su color. Al entrar a la casa su mirada chocó con unas escaleras y
Soik le señaló que en el último piso estaría su habitación. Henry subió corriendo mientras Soik
franqueaba sus pasos. La escalera retumbaba como el tambor que retumba con un canto de alegría, y
es que era aquella alegría la que le faltaba a aquel cúmulo de paredes donde ese restaurador de arte
– ¿También tendré una mamá?– preguntó tímido Henry mientras Soik lo preparaba para ir a
la cama.
– Por ahora solo seremos tú y yo – le dijo su padre.
Tiempo después Henry conocería lo certera de aquellas palabras. Mientras eso pasaba seguían
trabajando por ser una familia feliz o al menos por ser feliz mientras formaban una familia. Soik
trabajaba en su estudio en el centro y Henry empezaba clases en una escuela pública no muy lejos de
allí. Su padre lo buscaba cada tarde y juntos iban a casa conversando sobre lo que había aprendido
aquel día en la escuela. Cuando los domingos eran soleados viajaban a la playa y de regreso hacían
el mismo recorrido de aquel primer día cuando sus vidas colisionaron. Poco a poco Henry se fue
aprendiendo los nombres de aquellos edificios y le señalaba con orgullo a su padre quien y como
habían realizado aquellas construcciones sin saber que estaba fundando las bases de lo que sería la
pasión que lo llevaría a la universidad. Los veranos los pasaban juntos en el taller de Soik o se iban
miércoles en que conmemoraban el día de su ‘segundo cumpleaños’, como ellos decían, mientras la
mayoría de la gente hacía preparativos para ver el partido Dinamarca–Escocia del mundial
México ’86, ellos conversaban sobre lo lindo que sería rentar una película y verla en el jardín bajo la
frescura de aquel verano. Ambos estaban camino al centro de la ciudad cuando se hallaron a orilla de
recalentado. Henry miraba desde el vehículo mientras su padre se bajaba a prestar ayuda a aquel
hombre alto y rubio con un marcado aspecto inglés. Ese día conocieron a Thomas Blunt.
Thomas era un periodista londinense corresponsal de The Sun en Francia y estaba camino a
su hotel para telefonear a la oficina central y dar una información estadística sobre el impacto que
había tenido en el pueblo francés el resultado de la reunión de ‘Los Doce’ sobre el uso de la energía
nuclear en la comunidad europea cuando su vehículo decidió morir. Ni él ni Soik tenían la menor idea
de lo que le pasaba al carro y al parecer aquello no era lo único que tenían en común. Esperaron que
llegara la grúa y Soik le ofreció el teléfono de casa para que llamara a su trabajo. Igual estaba más
cerca que su hotel. Por el camino Thomas hablaba sobre lo nefasto que había sido el incendio que
devoró los almacenes de papel prensa propiedad de su jefe Rupert Murdoch. Soik solía vivir las
noticias al día sin prestarles tanta atención a los titulares de los periódicos siempre y cuando en estos
no apareciese una noticia que le prohibiera seguir sembrando sus violetas. A Henry le hacía un poco
Llegaron a casa y luego de un par de extensas llamadas Thomas quiso pagar por el favor pero
Soik se negó rotundamente diciéndole que por el contrario llamara una tercera vez a una central de
taxis porque ya era un poco tarde y debía hacer algo de comer. Thomas se ofreció a preparar la comida
como muestra de agradecimiento y los tres almorzaron en el patio bajo la sombra de un palio el festín
que preparó Thomas: un muy rico pescado al horno acompañado de patatas bañadas en mantequilla.
Thomas y Soik charlaron amenamente durante el almuerzo sin olvidar la presencia de Henry quien le
contó a Thomas que a pesar de haber nacido el 27 de enero aquel día conmemoraban la adopción que
había hecho Soik hacía ya tres años. Luego de dos botellas de vino tinto y una tarde muy amena
Thomas volvió al hotel. Una velada y una visita al zoológico fueron la antesala a la cena que
acompañó los vítores con los que vieron perder a la selección de Alemania frente a Argentina quien
ganaría su segunda copa mundial bajo la luminosidad de un glorioso Maradona. Aquel partido que
estaba ocurriendo en otra tierra y en otro horario era el sello de conformación de aquella familia que
Dos años después, y luego de muchísimas visitas a Montpellier, Thomas se radicó en la rivera
del sur de Francia y se mudó con Soik para ser el otro padre de Henry. Si bien no estaba acostumbrado
a ver aquella estructura familiar en sus compañeros de colegio para él no eran más que dos personas
que se amaban mucho y deseaban estar juntas. Ambos eran excelentes padres o al menos hacían un
gran esfuerzo por llegar a serlo. Si bien en algunos momentos le hacía falta tener una madre que
complementara algunos de sus cuidados, su papátho y papások se apañaban muy bien para que no le
faltara nada como familia. Tenían noches de juegos y se repartían los quehaceres de la casa. Los
viajes de verano eran maravillosos y Henry siempre podía hablar con uno de algunas cosas que con
él otro evidentemente no podía. Mientras Soik era más delicado, emocional, dado a las artes y a la
cultura Thomas era por su parte más pragmático en los asuntos cívicos además de ser muy ordenado
y estricto con el tiempo y las responsabilidades. Haberlos tenido a ambos como padres fue una
experiencia única.
Sin embargo no todo era siempre color de rosa, algunas veces llovía en el paraíso. La
convivencia de dos hombres adultos y un adolecente en la década de los noventa no era fácil. Además
Henry sufría algunas veces de discriminación por parte de sus compañeros que se enteraban sobre la
familia disfuncional de la que formaba parte, inclusive en ocasiones llegaron a ser tan brutales que le
gritaban ‘enfermo’ a raíz de la epidemia que estaba causando estragos entre los amantes del mismo
sexo. Algunos días eran tan difíciles para él que no quería llegar a casa y enfrentarse a su realidad.
Sus padres siempre se mostraron pacientes ante toda aquella problemática y le mostraron su amor y
cariño incondicional. Thomas fue inclusive tan abrupto en el hecho de luchar por su felicidad que le
ofreció la oportunidad de irse a estudiar a un internado en las afuera de Marsella. Henry le dio muchas
vueltas a la idea y fantaseó mucho con el hecho de alejarse de todo aquel infierno que vivía en la
secundaria, pero imaginarse de nuevo solo y encerrado formando parte de un gran número de nada
no le terminó de apetecer. Marcó una postura bien regia y defendía cada vez que podía a su familia,
la cual disfuncional y todo estaba seguro que era más feliz que la de muchos de los que lo señalaban.
Años después se marchó unos quinientos kilómetros al norte para estudiar la carrera que lo
apasionaría tanto que lo haría dejar aquel hogar lleno de amor y establecerse en otro continente y
aprender otro idioma para estudiar un postgrado en Historia de la Arquitectura Latinoamericana y
terminar casándose con una porteña de ojos grandes que le robaría el corazón.
Hoy como cada vez que los había necesitado cuando se caía o alguien le hería sus
sentimientos, hoy cuando más que nunca quería correr hasta sus brazos y hallar consuelo en ellos,
El sol de la mañana ya estaba más que fijo en el horizonte cuando tras de Annie se aparecieron
dos hombres que, como había señalado, aparentaban unos buenos cincuenta años. El primero alto y
con un cabello dorado bañado en plata tenía un rostro serio y su boca era una línea recta. El otro tenía
algunas canas es su abundante cabellera negra que acompañaba de una barba bien cuidada. El cobalto
de los ojos azules de Henry parecía iluminar la habitación mientras los veía desde la cama con un
– ¡Coquinin!– exclamó Soik con los brazos abiertos mientras entraba a la habitación camino
Martha y Annie miraban aquella escena un poco con incredulidad y otro tanto con orgullo de
– Ya Soik. Déjalo respirar un poco. ¿En serio crees que no se ha visto como esta?
La voz de Thomas era fuerte e imponente haciéndolo ver como alguien marcadamente duro y
serio.
– Hola hijo – respondió este mientras le daba un tierno beso a Henry en la frente.
Todos se quedaron viendo como si alguien debiese tomar la batuta de la conversación y poner
– Buenos días yo soy la doctora Pivonnetti. Soy su médico tratante. Justo en este momento
estaba haciendo la ronda matutina y poniendo a Henry al día sobre su situación. Ella es la señorita
– Su hijo está bien – dijo sonriente la doctora. – Si desea se puede quedar con él mientras yo
– Ok. Así podré terminar mi ronda. La verdad es que no es hora de visita pero en virtud de
– Está bien. La acompaño. Ya vuelvo amours – le dijo Thomas a su familia mientras salía.
último momento y una sonrisa en sus labios fue el sello de aquella despedida. Giró su vista y vio a su
padre de pie a la ventana regalando su mirada al horizonte mientras sendas lágrimas le rodaban por
las mejillas. Thomas de seguro estaba igual de mal pero siempre había sido una estatua de piedra en
Aquellas palabras fueron la vuelta que hacía falta en el grifó para dejar salir todo su torrente
de lágrimas. Soik se le encimó y se puso a llorar desconsoladamente. Henry que había pasado un par
de días llorando no pudo hacer más que acompañar a su padre en aquel lamento. Ambos abrazados y
llorando tal vez por la misma razón o tal vez cada quien por la suya pero juntos en un mismo dolor.
Henry lloró como un niño abrazado al regazo de su padre y Soik como un padre que abre sus brazos
a su pequeño, sin embargo ambos deseaban por dentro cambiar sus posiciones para así Soik recibir
consuelo por no saber qué hacer ante todo por lo que pasaba su hijo y Henry poder consolar a un
hombre que no ha hecho más que darle amor y consuelo durante casi toda su vida.
– Lamento lo que te paso hijo – dijo Soik un poco más calmado secándose las lágrimas de sus
yo con mis restauraciones y nos adentramos tanto en el Nilo que nos desconectamos por completo.
Cuando nos fijamos que no habíamos recibido noticias de ti empezamos a llamar a los contactos en
casa pero nos dijeron que no tenían noticia de ti. Llamamos a tu casa pero al ver que pasaban semanas
y no contestaban supusimos que Alice y tu estaban en algún proyecto semejante al de nosotros. Seis
días después de llegar a casa recibimos la llamada de un agente de la policía, un tal Adrián. Allí me
supuse que se venían muy malas noticias pero nunca nos imaginamos todo lo que les pasó.
Henry miraba atento a su papá mientras hablaba tal como lo escuchaba ansioso cada noche
cuando le contaba las historias antes de dormir. Si tuviese las fuerzas para reír estaría burlándose del
destino y de sus malas pasadas. La ironía parecía un ave que había venido a hacer su nido en el medio
de su vida. La verdad es que aunque sus padres hubiesen estado en casa nada podían hacer estando él
en coma y siendo Alice el único contacto que tenía con ellos. Antes al menos sus compañeros del
despacho de trabajo sabían algunos datos con los que contactar a la Familia Blunt–Latouff, pero ya
no trabajaba allí y nunca se había preocupado por ello. Alice era muy entregada al sentimentalismo y
toda esa parafernalia pero como buena mujer siempre había sido precavida con esas cosas y él nunca
le prestó mucha atención. Cada día se daba más cuenta de cómo la echaría de menos.
– Sí, es cierto. El mismo día de mi accidente. Yo no sé aún más nada. La policía debe saber
más sobre donde debe estar sepultada y todo aquello. La verdad es que el agente Cores me explicó
algunas cosas de más pero luego de escuchar aquella noticia no le presté atención a lo que me decía.
siempre lo haría. Ver a aquel hombre con unos kilitos de más y el cabello ya poblado de canas lo
hacía sentir a él mismo un poco viejo. Viéndolo con una óptica externa, como cualquier transeúnte
que pasara por el pasillo y echara un ojo por encima del hombro mirando más allá del cristal, allí solo
estaban dos hombres en un cuarto que la vida los había reunido para que se brindaran apoyo uno al
otro. Pero el corazón es diferente y trabaja de otra manera que no se puede ver a través de un simple
cristal. El vínculo de amor que unía a aquellos hombres era más fuerte que cualquier casualidad.
Henry nació de una mujer pobre que falleció mutilada por una mina explosiva a mitad del
campo mientras recolectaba leña para vender en el pueblo. Hacía mucho que su padre se había
marchado y los había abandonado. Uno de los vecinos que viajaba a Montpellier por aquel entonces
decidió hacerse cargo de la criatura y dejarlo en el orfanato donde años después se encontraría con
ese hombre que lo trataría toda la vida como un hijo propio, porque realmente así era. Soik sabía que
no engendraría un hijo con una mujer. Siempre se negó a engañarlas con el fin de cubrir las
apariencias o sacar algún provecho. También se negó a yacer con alguna solo para traer a alguien más
al mundo, así que la opción de la adopción le pareció interesante cuando su prima, la Hermana Soilé,
le comento sobre los hermosos niños que llegaban al orfanato donde ella llevaba años trabajando.
Pasaron casi ocho meses desde que Soik visitó por primera vez el orfanato hasta aquel sábado de
junio donde recogió a Henry. Su prima le contó toda la historia de Henry y años después este se la
dijo a su hijo así como también le comentó que algunos fines de semana manejaba hasta la casona de
campo que servía de refugio a los huérfanos para sentarse al pie de las escaleras de la entrada y así
verlo jugar a las carreras con sus demás compañeros. No se atrevía a hablar con él por el temor a
enamorarse de aquel chiquillo y que luego no lo pudiese tener entre sus brazos. Cuando su prima lo
llamó no pudo hacer más que llorar por un buen rato y cuando se calmó encendió el motor de su carro
recién comprado y se fue al centro de la ciudad a comprar un regalo hermoso para aquel pequeñín.
Soik buscaba llenar su vida de amor por temor a no encontrarlo jamás y Henry le proporcionó tanto
que terminó por hallar su alma gemela y completar aquella rara pero hermosa familia.
de la escuela y Henry miraba como algunos padres veían con desgano al ‘amigo de su papá’. Luego
el empezó a notar como el humor de su padre cambiaba cuando su ‘amigo’ no estaba en la ciudad, o
peor, aún en el país. No paso mucho tiempo en que le preguntara si amaba a Thomas y Soik le fue
muy sincero en su respuesta como siempre lo había sido. Henry en un principio se mostró un poco
reacio y no por todo lo que su padre la había aclarado sino por creer que Thomas le robaría el cariño
de la única persona, aparte de su difunta madre, que lo había amado genuinamente en este mundo.
Agradeció mucho para sí mismo cuando se dio cuenta que Thomas no era ningún intruso sino un
integrante más de aquella triada de hombres que no hacían más que compartir el amor que les llenaba
el corazón. Así que a sus diez años Henry tenía un hogar feliz y un par de padres que lo amaban y
cuidaban tanto como él se esforzaba por amarlos y cuidarlos. Y en aquel momento viendo a su ya
adulto padre con la mirada en el suelo caminando en la habitación sin una clara idea de que hacer se
dio cuenta que ya era el momento de que fuese él quien velara por ellos, aunque primero debía poner
– Papások, por favor, sal y busca a la enfermera, Annie, la que estaba aquí antes. Dile que
necesito hablar con ella. De seguro sabrá algo sobre mis pertenencias.
XXII
El frío del consultorio era aún más fuerte que el que llenaba su habitación. Realmente todas
las oficinas de la primera planta del hospital eran un poco más fría. Henry había bajado a una consulta
con el doctor Gustavo Salcedo en el transcurso de la tarde mientras sus padres iban a su casa a buscar
algo de ropa y ponerla en orden ya que tenía más de dos meses sin que alguien pusiera un pie en ella.
Annie se tomó la libertad de conseguirle un mono quirúrgico y un sweater del hospital que le sentaban
mejor que la media bata y el albornoz con que se cubría en la habitación. Ella le sugirió usar la silla
de ruedas pero él prefirió apañarse con un bastón, pensó que no siempre tendría a alguien que lo
empujase y además debía darle uso a su pierna. Bajaron por el ascensor hasta la segunda planta donde
estaban algunos consultorios del hospital, entre ellos el del departamento de psicología. No había
muchos pacientes que requirieran aquellos servicios pero el hospital se encargaba de brindar ayuda a
los pacientes en estados postraumáticos así como ciertas ayudas a la comunidad. Para estudios más
profundos relacionados en el área remitían a los pacientes a Rawson en el centro especializado para
El doctor Gustavo era un hombre joven con una sonrisa afable que a pesar de estar siempre
de buen humor y con alguna palabra de aliento a la mano era muy profesional en su área. Las paredes
materia. Mientras Henry paseaba su mirada por cada uno de los honores exhibidos de su tratante este
estaba al pie de la ventana admirando un paisaje diferente al que mostraba la habitación de su paciente.
Ambos estaban impacientes y nerviosos sobre aquella conversación que no se decidían por iniciar.
Gustavo mientras detallaba las colinas bañadas en nieve que le regalaba el paisaje.
Henry esperó un tanto para dar respuesta a algo que realmente consideraba irrelevante ya que
la edad de su tratante no le iba a cambiar la imagen que ya se había formado de él. Gustavo había sido
gentil y paciente con su situación, inclusive en aquel momento. Había sido el mismo Henry quien le
pidió a Annie que le dijera a Gustavo que podrían hablar en lo que estuviese libre, a lo cual este
contestó que lo vería a las dos de la tarde en su consultorio. Luego de ayudarlo a vestirse Annie los
escoltó hasta la puerta del mismo. Henry le preguntó porque no había subido a hablar con él y esta le
respondió que era mejor hablar en una zona más neutral para Henry. No le importaba la edad que
tuviese, solo era una mera curiosidad, aquello no le cambiaría la visión de alguien tan evidentemente
preparado y perspicaz.
Ambos frente a frente estuvieron en silencio por un rato más. Henry se miraba las manos y
Gustavo anotaba algunas cosas en una pequeña libreta que tenía sobre el escritorio. El silencio seguía
paseándose entre ellos hasta que el doctor decidió iniciar con aquella consulta.
– ¿Alguna vez has perdido un empleo Henry? ¿Uno que realmente te haya gustado?
El interpelado levanto la vista de sus manos para ver de frente a su interlocutor. Los ojos
castaños del doctor chocaban contra sus impactantes ojos azules que detonaban no entender a que
venía aquella pregunta que se le antojaba tan fuera de contexto. Volcó por un momento sus
todavía faltaba un buen trecho para mudarse a Paris a iniciar sus estudios.
– Eeeee…bueno si mal no recuerdo era el verano del 94. Yo recién terminaba la secundaria y
mientras me decidía que iba a estudiar me tomaría un año sabático para mejorar mi inglés, así que
tome un empleo de tiempo completo en la Biblioteca Pública cerca del Centro Histórico – Henry
detuvo su relato y luego de un profundo suspiro continuo con el.– Aquel sitio me encantaba. Los
estantes estaban llenos de libros que me devoraba de una sola tirada. Nunca había leído tanto. Pasé
semanas metido entre libros de Dumas que ya me había devorado y otros tantos de Jules Verne que
me faltaban por leer. Anduve de libros sencillos a otros más profundos paseándome por Maurice
Druon y Émile Zola. Leí un par de libros de Cortázar en francés y terminé aprendiendo español para
comprender mejor sus libros. Me fui enamorando de los extraños relatos de García Márquez al igual
que las mágicas novelas de Isabel Allende, así como de Cervantes a Gallegos. Realmente fue una
experiencia inolvidable, tanto que decidí aplicar por la vacante de medio puesto mientras me
preparaba para ir a la universidad el próximo año, pero el último día del verano me informaron que
Gustavo lo veía con aquella mirada apacible que siempre colgaba de sus ojos mientras
pacientemente escuchaba aquel relato que Henry estaba compartiendo con él. Parecía como si aquella
remembranza hubiese llevado a Henry a revivir momentos que daba por muertos, instantes que había
solapado con otros a los que le daba una mayor importancia pero que hasta ahora recordaba lo
– Me sentí mal, muy mal porque fue perder algo con lo que me sentía muy cómodo.
No fue ni bien terminar de decir aquellas palabras cuando Henry entendió hacia donde lo
dirigía aquella conversación. Empezó a sentirse perturbado. Se remolía en la silla de un lado al otro
como buscando poder acomodarse sobre una plancha ardiendo. Sentía contra la piel sudorosa de sus
muslos la tela del mono quirúrgico que llevaba puesto. De pronto el calor era tan abrumador que
parecía como si el frío del invierno hubiera desaparecido hacía mucho tiempo atrás.
– Sé que esto es incómodo Henry pero no hay una manera de hacerlo fácil y necesitas
enfrentarte a lo que has estado rehusando desde hace ya unos días atrás.
No entendía de qué hablaba Gustavo. Se había entregado al dolor y al llanto sin temor alguno.
No quería hablar del tema porque no deseaba hacerlo. Todo aquello que le había pasado le parecía
irreal. Ya se había enfrentado a muchas cosas a lo largo de su vida, sabía cómo lidiar con situaciones
difíciles, solo no entendía por qué le estaba pasando todo aquello. Él debía superarlo y lo haría tal
El doctor se reclinó sobre su escritorio y cruzó sus manos para poder apoyar su cara. Su barba
castaña se abría paso entre sus blancos dedos de una manera desordenada que nada tenía que ver con
la mirada fija que lanzaba sobre Henry. ¿Tendría razón Henry con lo que pensaba? ¿Sería aquella
situación igual a cualquiera de las otras a las que estaba acostumbrado a enfrentar? Se secó la frente
Ambos sintieron como si el tiempo se hubiera detenido con aquella frase tan corta y tan fuerte
al mismo tiempo. El doctor soltó un suspiro entre sus pálidos dedos. Cruzó los brazos frente a su
pecho y se reclinó en la silla. Henry lo miraba a los ojos como tratando de descubrir lo próximo que
le diría pero sabía que sería completamente inútil, ni él mismo sabía lo siguiente que saldría de su
boca.
– Admitirlo es un paso. Uno muy importante Henry, y aunque no lo creas sé bien lo difícil
que es para ti decir estas palabras. La situación con tu esposa es un proceso que, queramos o no, forma
parte de la vida de todo ser humano por más fuerte o difícil que pueda parecer. ¿Entiendes a qué me
estoy refiriendo?
Entendía perfectamente de lo que le hablaba. Esa comparación que le había hecho al empezar
la conversación lo había puesto en jaque. Gustavo le estaba hablando sobre el vacío que sentía en el
pecho cada vez que entre una respiración y otra se le aparecía algún recuerdo de su esposa, le hablaba
sobre ese dolor irremediable de no volver a tenerla a su lado nunca más, le hablaba sobre aquella
Luego de que Henry afirmara comprender de qué le hablaba el doctor no soportó más el calor
que le embargaba el cuerpo. Era como sí una brasa le oprimiera el pecho y lo dejara sin aliento. Se
levantó de la silla donde estaba y se fue al pie de la ventana. El paisaje era hermoso. A lo lejos un par
de colinas blancas inundaban la vista de un horizonte inmerso en el abrazo del invierno. Alice amaría
Su terapista se acercó arrastrando un par de silla y ambos se sentaron pasiblemente uno al lado
del otro como lo habían hecho el día anterior solo que ante otra ventana con otro paisaje. Ambos
anegaron la vista en aquel esplendido y nostálgico paisaje. Aquella compañía silente parecía ser la
terapia necesaria para Henry aunque ambos sabían que Gustavo tenía razón. Él no podía seguir
– ¿A qué te refieres?
– Las etapas. He escuchado que la gente pasa por etapas cuando esta…
– ¿En duelo?– completó Gustavo para ver como su paciente asentía tímidamente. – Bueno
aunque son varias no todas las personas pasan por las mismas o siquiera cumplen el mismo orden.
Cada proceso de duelo es distinto porque todos somos diferentes y las emociones y situaciones que
nos envuelven en tales situaciones son diferentes también. El duelo es un proceso de pérdida por el
que atraviesan todos los seres humanos. Cuando perdemos un empleo que añoramos, un amigo, nos
arrebatan alguna pertenencia o muere un ser querido, todos esos son diferentes procesos de duelo,
Gustavo se detuvo para que Henry comprendiera lo que le estaba diciendo y la verdad es que
lo necesitaba. Perder aquel empleo de la juventud le dolió en su momento, era cierto, casi podía verse
a sí mismo caminando cabizbajo por la calle camino a su casa en Rue de Sicile. Sus amigos lo
llamaban para ir juntos al cine o salir alguna noche a por unos tragos pero en el fondo no le apetecía
para nada. Papá Soik se sentó un día a su lado en su cuarto luego del tercer día de negarse a comer
toda la cena. Le llevó una taza con café que le dejó en el escritorio y luego se apoyó en el marco de
la puerta para lanzarle una de aquellas frases de aliento que lo hacían meditar en lo que estaba pasando
– En la vida vas a perder muchas cosas Coquinin, lo importante es lo que ganes de esa lección.
Aquello le había servido para recuperarse de la pérdida de su empleo de verano pero dudaba
mucho que le sirviera en aquella situación. No había perdido cualquier cosa, había perdido a su
esposa, su amante, su compañera. No entendía que debía aprender de aquella lección. ¿Qué podía
ganar de todo aquello? Henry miró a su doctor con la intención de poder hacer aquella pregunta pero
al encontrarse con esa mirada tan amable sintió de nuevo el deseo incontrolable de echarse a llorar.
Gustavo colocó una mano sobre su muslo como queriendo decirle que se tomara su tiempo pero esta
vez las lágrimas pudieron más y se abalanzó sobre el hombro de aquel hombre que estaba frente a él
y este lo recibió sin miramientos. Por más que Henry deseaba dejar de llorar era imposible detenerse.
Lloró hasta que pudo recuperar la calma y el doctor fue hasta su escritorio y volvió con una caja de
pañuelos descartables que le entregó en sus manos. Estaba bastante usada lo que agradeció un poco
ya que no sería entonces el único que había estallado en llanto en medio de aquellas cuatro paredes.
para continuar la charla. Henry bien sabía que no estaba ni cerca de terminar aquella consulta.
– Es normal ceder al llanto. Es mi idea que entiendas y aceptes que es normal ceder a las
emociones, en especial estas tan intensas. Como te dije antes, cada persona es diferente y cada proceso
es aceptado de forma diferente por cada persona. Para la madre de Alice el proceso no es igual que el
de sus hermanos o sus tíos aunque estemos hablando de la misma pérdida, sobre todo porque a ti te
Su esposa ya no estaba y eso lo sabía. Lo sabía y lo debía afrontar pero aun así no entendía
como sería peor para él que no tiene en su mente ninguna escena traumática de verla en un saco negro
o dentro de un ataúd. El destino había jugado con él y lo había encerrado con llave dentro de sí mismo
como si quisiera no solo arrancarle lo que más quería sino llevársela sin darle la oportunidad de verle
– Tú me preguntaste sobre las etapas del duelo y una de ellas es la aceptación la cual no es ni
corta ni sencilla porque está compuesta por diferentes niveles Henry. En la pérdida de un ser amado,
a pesar de nuestro dolor, hacemos algunos procesos que nos permiten ir completando esa aceptación
paulatinamente. La asistencia a un funeral y un sepelio son algunos de esos procesos y en parte por
Las diez semanas que llevaba en aquel hospital le habían hecho perder algo de peso. La ropa
que le habían traído sus padres le quedaba muy holgada. Sentía que de nuevo era un adolecente
rebelde que se vestía con pantalones dos tallas por encima solo porque así lo dictaba la moda del
momento en la que él, muy a su posterior pesar, había sucumbido también. Llevaba un bonito sweater
negro con cuello alto y unos jeans oscuros con unas botas negras bien apretadas que hacían juego con
su bastón recién comprado. Estaba recostado al marco de la ventana de su habitación admirando aquel
paisaje que tanto había visto una y otra vez pero que resultaba ser un pequeño escape para todo aquel
embrollo mental que lo embargaba. De cierto modo la veía con un aire nostálgico en su mirada ya
que aquella ventana había sido su compañera durante aquellos duros momentos e iba a extrañar de
cierta manera poder refugiarse en aquel tosco paisaje que le regalaba. Aquella mañana Henry se iría
del hospital.
La doctora Martha lo había chequeado en su ronda diaria y le había comentado que ya estaba
listo para darle de alta, que no había ninguna razón para que continuara en el hospital. Henry sabía
que toda aquella situación había cambiado solo por el hecho de que sus padres habían aparecido, sin
embargo la escuchó atentamente sobe todo las indicaciones que le dio. Debía en un par de semanas
poder manejarse sin el bastón, de no ser así debía buscarla nuevamente para referirlo a un tratamiento
de rehabilitación física. Fuera de eso y de un chequeo cada seis meses no le dijo nada más que desear
que le fuera muy bien en su regreso a casa. Ambos sabían que aquello no era más que simple
Luego de aquella tarde en el consultorio del doctor Salcedo volvieron a reunirse al día
siguiente en el mismo lugar. Aquella conversación no había sido tan dramática como la anterior sin
embargo no había dejado de ser dura para Henry. A medida que avanzaba la consulta Gustavo se
explayaba sobre las dificultades con las que se encontraría en su tan característico duelo y volver a
casa sería una de aquellas dificultades. Mientras él estaba sentado con la mirada fija en los títulos
académicos de su terapista, este le iba comentando como a medida que empezaba a regresar a la
normalidad de su vida más difícil sería afrontar que su esposa ya no estaba a su lado. No solo sería el
hecho de tener que volver a su casa sino reajustar toda su rutina. Existían muchos aspectos de su vida
que compartía con su esposa, tal vez ella se encargara de los víveres o lavar la ropa y todo este proceso
de reajuste aunado al hecho de vivir en una casa que fue diseñada para la vida de ambos iba a ser un
Mientras Henry continuaba junto a la ventana con la vista pérdida en los copos de nieve que
Gustavo. Henry había sufrido un trauma tras otro que iban solapándose inconscientemente de forma
que no había terminado de afrontar uno cuando ya el siguiente le estaba escupiendo la realidad en la
cara. Él había pasado por un accidente que no solo puso su vida en peligro sino que le produjo
alteraciones físicas que no eran sencillas de asumir y esto aunado al hecho de haber pasado en coma
nueve semanas de su vida. Nueve semanas. Cada vez que Henry recordaba aquella cantidad de tiempo
un pequeño escalofrío le subía por la espalda. Al recordar aquello vio que Gustavo no se lo decía en
vano. Luego de enterarse de la muerte de Alice opacó tanto lo otro que le habían dicho que ya casi ni
le parecía relevante. Pocas veces se centraba en pensar en ese periodo de su vida y lo que le había
pasado. Para él era más importante entender porque justo durante ese trance su esposa había muerto.
Muchas veces sucumbió a las lágrimas tratando de recordar cual había sido la última conversación
que había tenido con Alice pero era totalmente inútil. El golpe que recibió en la cabeza había
desaparecido de su mente los sucesos de los últimos dos días antes del accidente. Era tan frustrante
pensar que la postrera imagen que tendría de su esposa era ver su celaje cuando se levantó para
ducharse la mañana que se había ido de viaje para realizar un reportaje especial en las afueras de
Rawson. Con sus buenos treinta y dos años y su cabellera rubia cayéndole por la espalda Alice
resultaba ser enormemente atractiva y sensual. Todo un contraste a él. Si bien era bastante alto y su
cabello castaño hacía un hermoso juego con sus enormes ojos azules siempre tendía a vestir bastante
desprolijo y hasta le daba un aire desgarbado. Nunca había sido un chico de gimnasio pero le
encantaba trotar por las mañanas y comer saludablemente, algo que obviamente había aprendido de
sus padres. No sabía bien cuáles eran sus genes pero de seguro habían de ser muy bueno ya que
siempre estaba en forma y de no haber sido tan tímido en la universidad habría sido todo un Don
Juan.
La nevada pasó y sus padres llegaron para llevárselo a casa. Soik y Thomas lo habían visitado
la tarde anterior para traerle ropa, zapatos y algunos utensilios personales. Recogió todo en un
pequeño bolso gris y con bastón en mano se encaminó hacía el ascensor cuando se tropezó con la
– Hola Alexia, bueno ya un poco mejor. Al menos lo suficiente como para volver a casa.
– Eso me alegra. Uno menos ya solo faltan unos veinte por hoy.
Ambos sonrieron torpemente mientras las puertas del ascensor se abrían y sus padres
esperaban desde adentro. Henry se giró hacia Alexia antes de entrar en él.
– Es su día franco.
– Con gusto.
Henry entró en el ascensor y antes de que se cerraran las puertas oyó como Alexia lo llamaba
la imprudencia de Alexia. Henry sentía que también había sido algo imprudente al preguntar por
Annie. Él sabía que no estaba en el hospital, ella misma se lo había dicho un par de días atrás luego
de que lo buscara en el consultorio de Gustavo. Ambos ingresaron en el ascensor y los rojos ojos de
Henry evidenciaban lo difícil que había sido aquella entrevista. Annie lo dejó en su habitación y luego
– Gracias por el té, y por la paciencia – dijo Henry mientras sostenía la taza en sus manos.
Ambos volvieron al silencio que al parecer era el único lugar seguro que conocían cuando se
encontraban frente a frente. Algo tenía aquella chica que hacía resurgir en él su lado más tímido. Por
su carrera había aprendido a hablar con infinidades de tipos de clientes e inclusive había dado clases
durante un par de semestres en la universidad y nunca se había sentido así de intimidado, bueno, solo
una vez. Alice le había hecho sentir lo mismo cuando estaban apenas conociéndose pero eso ahora le
parecía que había pasado un montón de años atrás. Si Alice estuviera viva aquella sería una situación
bastante incómoda. La verdad es que seguía siendo bastante incómoda porque a pesar de lo que le
hacía sentir Annie, ya tenía bastantes sentimientos encontrados dentro de sí como para lidiar con uno
más.
– No puedo ni remotamente imaginar cómo te sientes pero si sé que el doctor Salcedo es uno
de los mejores tratantes en el área y una de las mejores personas que conozco.
Aquella parecía ser una pregunta que llevó a Annie por recuerdos escabrosos porque se
levantó de pronto de la silla como tratando de encontrar la respuesta en algún lado de la habitación.
– Discúlpeme – dijo Henry notablemente apenado. – No debí haberle preguntado algo tan
personal.
– Una vez me encontró llorando en el ascensor. Era muy tarde y yo imaginé que el edificio
estaba vacío. Mi pareja… mi ex pareja acababa de mudarse a Buenos Aires y yo no lo estaba llevando
muy bien. No podría decir que fue una consulta formal o que se enteró de lo que me estaba pasando
pero sus palabras fueron increíblemente reconfortantes, al menos lo suficiente para ayudarme a
Annie se quedó callada y Henry tenía la mirada fija en ella y la intriga a flor de piel.
– ¿Y…?– Annie lo miró como intentando entender de que le hablaba. Henry se atrevió a
– Ah – dijo añadiendo una pequeña carcajada. – Cierto. Me dijo: “Lo que hoy nos lastima es
lo que nos hace más fuerte. Lo importante no es cuanto te dure este dolor sino lo que hayas aprendido
de él. Si esto por lo que estás pasando te va a hacer mejor persona aprende todo lo que puedas. La
felicidad no tiene precio pero son estos momentos los que le dan valor”. Luego se bajó del ascensor
y me dejó allí. Fue como si me hubiera regalado aquellas palabras para que las hiciera parte de mi
vida. La verdad en su principio no me fue de gran ayuda. Yo deseaba escuchar algo que me quitara
aquel dolor más rápido, alguna receta rápida para levantarme al día siguiente y ver que ya todo había
pasado. Eso era lo que deseaba pero yo sabía que no sería así. Hoy en día comprendo mejor lo que
Henry recordaba aquella conversación mientras admiraba el paisaje desde la ventanilla trasera
del carro. Su papatho había rentado un hermoso Peugeot 307 negro en el cual lo estaba llevando de
regreso a casa. Henry podía disfrutar de todo aquel invernal paisaje tranquilamente ya que su padre
manejaba con cautela debido al estado de las vías por la nieve. Los bosques desnudos y empalidecidos
bordeaban buena parte de la vía que lo llevaba de regreso a su hogar. Mientras sus ojos se perdían en
la nieve que resplandecía con el suave toque de la luz, él pensaba en lo duro que sería llegar a aquel
Entrar en el carro fue difícil. Aunque no recordaba nada sobre el accidente el simple hecho de
saber que estaba pasando por todo aquel infierno por culpa de uno, o mejor dicho de dos, de aquellos
artefactos. Él había perdido a su esposa en uno y él mismo sufrió un grave accidente en otro igual.
Cuando se encontró en el estacionamiento con aquel armatoste que al igual que él estaba enjutado en
negro se sintió intimidado. Ya Gustavo lo había advertido sobre aquellos momentos donde la ansiedad
iba a salir a flote. Si bien era normal que enfrentara sus emociones cuando estas se le plantaran de
frente no debía sucumbir ante estos episodios. La idea de cambiar de la seguridad que le brindaba
aquel hospital por volver a su casa y encontrarse con todas aquellas cosas que le recordarían a su
El paisaje pasó de ser un bosque poblado de pinos esqueléticos que se resistían al pasar del
invierno a una extensión de grava suelta que se perdía en el horizonte. A medida que Henry veía aquel
paisaje sentía como se le entrecortaba la respiración. El carro se fue internando en una amplia curva
que bordeaba todo aquella vista llena de piedras. Henry se llevó las manos a la cara intentando volver
Thomas lo vio por el retrovisor mientras Soik se volvía para ver que le pasaba.
– ¿Henry?
– ¡Puedes detener el auto Thom!
Piloto y copiloto se vieron consternados y decidieron orillarse en la vía. Henry abrió la puerta
a tropezones y se bajó tan pronto del vehículo que olvidó su bastón. Se puso a orilla del paisaje
empedrado y dio unos pasos hasta internarse en él. Allí de pie viendo aquella colina llenas de grava
– ¿Qué sucede Henry?– le dijo Thomas una vez que estuvo a su lado.
Este lo miró con una mirada que le gritaba todo lo que necesitaba saber y Thomas asintió de
pronto.
Sol y frío. Aquellos días le parecían extrañamente raros en un invierno pero siempre culpaba
al calentamiento global. Hacía dos días que no llovía y aquel resultaba ser uno de esos extraños días
llenos de sol que se cuelan en medio del invierno como un niño travieso que se escapa de sus padres
para lanzarse a la pileta. Henry estaba acostumbrado a dar unas largas caminatas durante los meses
invernales pero lastimosamente entre su condición física y la vigilancia de sus padres la posibilidad
de hacerlas lo veía cada vez más lejano. Sin embargo aquel día había podido revelarse un poco, casi
como el niño y la pileta, y tomó una pala para poder limpiar la nieve que se estaba derritiendo antes
de que el sol la solidificara en una panela de hielo. Salió al inmenso patio trasero pero se limitó a
limpiar el área de las jardineras aledañas a su casa aún en contra de todos los refunfuños de Soik,
quien a la final accedió con tal de que Henry se abrigara bien. Henry miraba el cielo despejado
mientras estaba de pie apoyado a la pala. A pesar de que usaba cada vez menos el bastón algunas
Ya llevaba una semana en casa y no sabía que era menos fácil de todo lo que estaba pasando,
si enfrentarse al hecho de vivir chocando con recuerdos dispersos como fantasmas por toda la casa o
soportar a sus padres quienes perdieron la perspectiva de que él ya era un adulto y solo necesitaba
cierto apoyo y no un cuidado excesivo como el que le estaban dando. Soik estaba al pendiente de que
comiera, que se abrigara bien, que se bañase a buena hora y se tomara las vitaminas que necesitaba
porque había perdido mucho peso. Por su parte Thomas se encargaba de llevarlo y traerlo a cualquier
lado que él necesitara, los cuales básicamente se reducían a la farmacia o la tienda de víveres, además
de encargarse él mismo de pagar las cuentas de la casa y ponerse al día con algunas reparaciones de
la misma sin escuchar la menor palabra de Henry. Esto lo frustraba en gran manera, y no solo porque
Aires culminando sus estudios universitarios. Cuando fueron a verlo por primera vez durante alguna
primavera Alice quedó encantada con toda la vegetación que rodeaba la zona aunque no le agradaba
mucho la idea de lidiar con un patio tan grande. Por su parte Henry se enamoró de las vistas y empezó
a recrear el proyecto en su mente imaginándose una casa amplia con ventanales panorámicos y
hermosas líneas rectas que le dieran una forma sobria y moderna a la casa de aquellos dos jóvenes
entregados a la creación y al diseño. Alice era muy ecléctica en sus gustos sin llegar a lo extravagante
y este era un detalle que encajaba perfectamente con la personalidad de Henry. A pesar de haber
crecido en Europa y estar influenciado por una escuela de arquitectura bastante característica, Henry
tenía un gusto bastante sencillo, sin caer en lo parco, y aquella casa era la viva imagen de su concepto
arquitectónico. Tenía dos plantas y al menos unos diez ambiente internos bien diferenciados. Las
áreas sociales se encontraban en la planta de abajo con una cocina que chocaba de frente a un comedor
con vista a las montañas y al lado de un salón social cuya ventana enmarcaba toda la vista del valle.
Junto a este estaba la parte favorita de la casa para él: el cuarto de lectura.
Era un pequeño cuarto de unos diez metros cuadrados con anaqueles repletos de una inmensa
colección de libros apreciados por él y por su esposa. En el centro un escritorio moderno donde
reposaba una laptop y de espalda a este el valle estaba vigilante ante la entrada de cualquier visitante
para engalanar la sala. Henry podía pasar horas tirado en el sofá que descansaba junto a la puerta
ciertos monumentos en una revista francesa que le llegaba por suscripción. La primera noche que
llegó del hospital se encerró en aquel cuarto y no quiso salir de allí hasta el día siguiente. Ni siquiera
quiso comer. Estar en aquella casa diseñada para que Alice estuviese cómoda y viviera en ella por
mucho tiempo era un sentimiento que le estaba matando. Ella no era un fantasma para él, de eso
estaba claro, pero los recuerdos que se le atravesaban eran demonios que lo perseguían por la casa
Hoy tenía su segunda cita con el doctor Salcedo luego de haber regresado a la casa y la verdad
no le apetecía mucho ir. La cita anterior no fue toda una pérdida pero la verdad lo frustró un poco
pasar dos horas de su vida enumerando paso a paso lo que había hecho desde que salió del hospital.
Aquellas palabras molestaron un poco a Henry quien sentía que no había sido así. Si bien era
cierto que aún no retornaba sus actividades por completo y que daba por perdida la primera noche
eso no significaba que no había hecho nada por tratar de regresar a la normalidad.
– ¿Qué quieres decir con eso? – dijo Henry mostrándose bastante serio en su pregunta.
– No estoy tirando por el suelo los esfuerzos que has hecho Henry, pero me parecen bien
poco. No te enfrentas a realidades más duras por no salir de tu zona segura, pero eso no te va a servir
para siempre. Debes esforzarte por encontrarte dentro de esa casa sin Alice.
– ¿Y si no la hay?
Ambos se quedaron en silencio mientras se veían uno al otro dejando que la respuesta evidente
se pusiera en medio de los dos, sin embargo el doctor evidenció con sus palabras lo que su paciente
temía oír.
Mientras aún estaba recostado de la pala observando las grandes nubes que se veían a lo lejos
meditaba en las palabras de Gustavo. La verdad era que no se imaginaba fuera de aquella casa pero
Henry afirmó con la mano y luego de un largo suspiro se echó a andar a la casa. Una vez
estuvo en la segunda planta tomó el teléfono que descansaba en su mesita de noche y marcó el número
– ¿Cómo cree que voy a estar? Vi el número en mi teléfono y no lo podía creer. ¿Cómo ha
estado?
– No se preocupe señor Alberto. La verdad lo llamaba para molestarlo. ¿Usted está libre hoy?
– No es ninguna molestia. Claro que estoy libre. ¿Dígame, a qué hora quiere que lo pase
buscando?
A la una y treinta sonó el timbre de la casa. Soik se levantó de la mesa donde todos estaban
Luego de discutir durante unos diez minutos por qué había decidido ir sólo a su cita médica
– Soik déjalo ir – señaló Thomas. – Ya está bastante grande. Deja de comportarte como si
fuera a irse de nuevo a la universidad. Toma, – dijo extendiendo un teléfono celular en las manos de
Henry se despidió cruzó el umbral de la casa de sus padres con mucha tranquilidad. Entendía
la posición de Soik pero él debía poco a poco recuperar el control de su vida. Aún no se atrevía a
manejar pero no soportaba seguir yendo al hospital en el asiento de atrás del carro recordando las
visitas que hacía al pediatra. Amaba a sus padres, y Dios sabe que es cierto, pero ya necesitaba volver
a sentir lo que era ser adulto aunque fuese un poco, igual no lo dejaron sin vigilancia. Thomas le dio
el aparato que se había comprado para estar en contacto cuando saliera a hacer algunas compras o
para estar en contacto con Soik. Se lo había ofrecido porque el perdió el suyo el día del accidente.
Cuando Annie le regresó su maletín con las pertenencias solo estaban uno permisos sanitarios y
algunos bocetos acompañados de su billetera algo rota, las llaves de su casa y la de su vehículo que
yacía destrozado en algún estacionamiento de la policía de tráfico. Una vez llegó a la casa su padre
se puso en contacto con el agente Cores y este le informó que ya ellos habían dado parte a la
aseguradora sobre la situación de Henry pero que era este quien debía terminar el papeleo para que
Llegó al consultorio poco antes de las tres, ya que a pesar de no haber nevado las vías estaba
húmedas. Como siempre Gustavo lo estaba esperando con una sonrisa cordial y le ofreció que se
– ¿Puedo?
Gustavo risueño le ofreció una taza de la humeante bebida negra que Henry degustó como el
– Lo que no debe ser bueno es vivir con tus padres después de pasar los treinta.
– Vivir con mis padres no es malo. Lo malo es que aun crean que tengo quince.
– ¿Qué tal fue para ti ser criado por una familia homoparental?
No era la primera vez que a Henry le preguntaban aquello. En su escuela secundaria no se
rehusaron a inscribirlo pero si era notorio que la orientadora del instituto le hacía un peculiar
seguimiento para estudiar cualquier cambio en la conducta de este que pudiera ser perjudicial para su
desarrollo a futuro. Después de un tiempo de seguimiento innecesario lo dejaron en paz al notar que
no solo era limpio y educado sino que resultaba ser un muy buen estudiante.
– Es una experiencia que no cambiaría por nada. Crecí en una casa llena de amor y respeto.
Muchos creerían que mi orientación sexual o mi manera de ver a las personas cambiarían por el hecho
de ser criado por dos hombres pero ellos lo único que me ofrecieron fue un hogar, amor y un montón
de valores a seguir. No puedo decir que todo era perfecto pero si nos hemos esforzado por ser siempre
una familia.
Gustavo lo miraba deleitado mientras sostenía su enorme taza de café frente a él. Escuchar a
Henry abrirse sobre sus sentimientos le permitía a él tener una visión más amplia sobre quien era
Henry y cómo lidiar con las situaciones a las que se estaba enfrentado.
Decir que si era mentirse a sí mismo. Cada vez que ofrecía una opinión contraria a lo que ellos
creían se levantaba una hecatombe similar a la que había sucedido un par de horas atrás en su casa.
– No siempre, pero son personas razonables. Creo que siempre pedían las bases sobre las
– ¿Algún ejemplo?
El psicólogo le hizo un gesto para que continuara con aquel relató mientras preparaba dos
– Me fui a estudiar a París cuando tenía dieciocho. Soik, mi padre adoptivo, puso el grito en
el cielo diciéndome que habían muy buenas universidades en Montpellier o Marsella, inclusive Niza,
pero que no entendía la necedad, porque siempre decía que yo era un necio, de irme a quinientos
kilómetros de casa. Thomas, mi otro padre, me preguntó que porque quería estudiar allá. Fue solo
decirle que aquella era una de las escuelas de arquitecturas más importantes del siglo XX y que sería
estúpido no aprovechar la oportunidad de estudiar en ella para que él comprendiera que era una
decisión que hacía mucho ya estaba más que tomada. Él me vio a los ojos y me dijo que no se hablara
más, que debía irme pero solo con la condición de ser un muy buen arquitecto.
– ¿Y les cumpliste?
– No seré el más famoso pero al menos soy bueno en lo que hago y ellos están orgullosos de
– Eso es importante. Ahora, ¿por qué te viniste a la Argentina? ¿Qué les dijiste a tus padres?
Aquella respuesta era bastante sencilla y al mismo tiempo bastante dolorosa. Henry tomó un
largo sorbo de su taza de café. La bebida le quemó la garganta así como la respuesta a aquella pregunta
le quemaba el pecho.
Henry le comentó a su doctor como en una tarde de otoño mientras un diluvio anegaba las
calles de Buenos Aires él conoció a Alice. Después de entrar empapada y sentarse a su lado en un
café de la calle Santa Fe hablaron durante horas del clima, de cómo ambos estudiaban una carrera
similar y de sus vidas en aquella ciudad. Mientras él le conversaba como era crecer a orillas del mar
Mediterráneo francés ella le conversaba sobre haber crecido en el gobierno de transición del último
gobierno de facto de Argentina, y toda la mierda de una democracia más estable con una economía
cada vez más difícil. Intercambiaron números telefónicos y se citaron a una función especial en el
Planetario Galileo Galilei. Después de una salida al cine y una visita al Jardín Japonés Henry había
– Si.
– ¿Completamente feliz?
– Si.
– ¿Siempre?
Henry tomó el último sorbo de su café para luego colocar la taza sobe el escritorio y ponerse
de pie junto a la ventana. El día soleado hacía menos triste el paisaje que se podía apreciar desde allí.
Aquellos recuerdos le hacían sentir que Alice estaba aún a su lado y al darse cuenta de la realidad
chocaba contra una pared que lo volvía tirar al suelo. Era una sensación que lo invadía a ratos. Esa
misma tarde se estaba duchando y se dio cuenta que el jabón líquido se había terminado, iba pegar un
grito llamando a Alice para decirle que había que ponerlo en la lista de compras pero cayó en cuenta
Con la vista perdida en el horizonte soltó un suspiro y miró hacía el escritorio donde se
reclinaba su doctor.
Esperó un momento antes de continuar la conversación. Era evidente que Henry se estaba
alterando y así no llegarían a ningún lado. Luego de unos minutos volvió a hablar con su paciente.
– Decirle adiós es solo permitirle irse de tu vida física pero no de tus recuerdos, es ubicarla
en un espacio diferente al que se encuentra ahora en tu mente. No debes olvidarla, ella era tu esposa
y con ella eras feliz, solo debes permitirle y permitirte vivir con su recuerdo, pero un recuerdo sano
Sus palabras eran reales y Henry lo sabía. Dentro de su corazón guardaba secretamente la
esperanza de que aquello fuera un sueño y que algún día despertaría de él y ella estaría tirada en el
sofá del cuarto de lectura con alguna cursi novela sobre vampiros sudorosos o sexys hombres de
negocios en tórridos romances y le pediría un tierno beso y un fuerte abrazo. Él no la había dejado ir.
Tenía miedo a decirle adiós y jamás recordar su cara, temía no encontrar nunca más la felicidad que
con ella había encontrado o los besos que con ella había probado. Temía no volver a amar de aquella
manera.
– Tengo miedo – confesó con las lágrimas acumulándose en las puertas de sus ojos.
– Es normal tener miedo. Es normal rechazar la idea de decir adiós, pero debes hacerlo. Para
Nunca antes había pensado en la posibilidad de desprenderse de Alice. Aquella idea lo hacía
temblar por completo. No tenía ni una sola pista de por dónde empezar a hacerlo.
Una simple frase y aquellas palabras parecían balas que se le clavaban en el pecho. Nunca se
imaginó que un trozo de papel podía causarle tanto dolor. Fue nada más decirlo y Henry se echó a
sollozar sin control en la ventana. La tarde estaba soltando sus últimos suspiros cuando el salió del
Caminó hasta el ascensor para bajar los dos pisos que lo separaban de la planta baja, no le
apetecía bajar tantas escaleras. Mientras esperaba a que este llegara telefoneó a casa para avisar a sus
padres que recién salía de la consulta y que se iba a tomar un café antes de volver. A pesar de la queja
de Soik no le quedó más que aceptar las palabras de Henry. Al abrirse las puertas del ascensor
– Henry. ¿Cómo estás? Qué bueno verte – comentó Alexia al verlo abrirse la puerta.
– Bien. Bueno creo que mejor que tú al menos. ¿Tuviste otro accidente?
El aspecto de Henry debía de ser fatal. Se miró en el espejo del ascensor y notó lo rojo que
estaban sus ojos y lo mal puesta que estaba su bufanda. Se la soltó y empezó a arreglársela
nuevamente. Lamentó no haber tenido la prudencia de ir al tocador antes de salir del hospital.
– ¿Estas apurado?
Aquella pregunta lo intrigó un poco pero no se le antojaba volver tan pronto a casa a pesar de
que ya el señor Alberto lo debía de estar esperando en las afueras del hospital.
bastante latino que saludo a Alexia con un efusivo beso en la mejilla y le ofreció dos tazas de un café
espumoso.
– Toma. Esta vez invito yo – dijo Alexia dejando las tazas de café en la mesa.
– Gracias.
Ambos empezaron sus lattes acompañado por un suculento trozo de silencio. Henry no había
intimado mucho con ella pero no desaprovecharía la oportunidad de hablar con alguien más sobre
cualquier otra trivialidad que no fuese la muerte de su esposa o como se estaba recuperando de todo
– ¿Entonces Gustavo te hizo llorar? – soltó de pronto aquella chica mientras sacaba su
teléfono celular de la cartera. – Tranquilo. Algunas veces le gusta hincharle las pelotas a la gente.
antemano. La mañana que escuchó secretamente la conversación entre ellas dos pudo notar como
Annie le decía a su compañera que no hablara de más. Nunca lo entendió porque nada de lo que
No le había dado muchas vueltas al asunto porque por aquellos días se había enterado de lo
que le pasó a su esposa pero en algunas ocasiones le llegaba aquella frase a su cabeza como si fuera
un acertijo sin resolver. Tampoco podía negar que le agradaba de vez en cuando pensar en Annie.
Algo tenían aquellos ojos café que le brindaban un aire tranquilizador a su mirada. Le encantaría
hablar con ella. La última charla que tuvieron se compenetró tanto en el tema de las pérdidas amorosas
que sentía que era ella la persona con quien debería estar hablando en aquel momento.
– Realmente no es tan malo como dices. Me ha ayudado mucho. Annie me dijo que le
otra manera de saber acerca de Annie. Alexia era su amiga y de seguro sabría algo de su vida. Su
interpelado lo miró con ojos pícaros mientras ella se tocaba con el dedo índice la punta de la nariz
– ¡Batiste record campeón! Lograste pasar más de cinco minutos sin preguntar por ella.
Henry se sonrojó ante la respuesta que le dio Alexia pero ella no le dio mucha importancia.
– Está bien. De seguro debe estar en casa. Al parecer no es muy amante del invierno. Deberías
visitarla. No creo que un poco de compañía le caiga mal. A ninguno de los dos.
Él estaba mudo ante la irreal sugerencia que le estaba poniendo Alexia en la cara. Era cierto,
le encantaría visitarla, pero le parecía una total imprudencia siquiera el hecho de pensar en hacerlo.
Hablar con ella sería espectacular ya que no le apetecía para nada tomar el camino de regreso a su
casa, así que la oferta que le estaba haciendo Alexia era realmente difícil de evitar.
– La verdad ninguna de mis ideas son buenas pero valen la pena – señaló Alexia mientras
sacaba una pequeña tarjeta y un bolígrafo de su bolso. – Esta es su dirección por si te apetece verla
de cualquier manera. Estoy casi segura de que no le molestará que te la haya dado. Yo
lamentablemente me tengo que marchar porque tengo una cita más tarde.
su costado luego le grabó un sensual beso en la mejilla y sin esperar alguna respuesta de él se fue
Henry le echó un vistazo a la dirección que había puesto en la tarjeta. No quedaba lejos de
allí. Tal vez Alexia no se equivocaba y no era ninguna mala idea saludar a Annie. Ella era una persona
sola, igual que él. No estaba imaginándose ni remotamente iniciar una relación amorosa, estaba a
años luz de empezar a pensar en una, pero quería estar con alguien, alguien con quien pensar otras
cosas. Terminó su café y se levantó de la mesa desechando aquella idea como quien espanta un pájaro
para que no haga nido en un tejado. Al salir al estacionamiento se dio cuenta de que el señor Alberto
ya llevaba un rato esperándolo. Entró en el vehículo sin pensarlo mucho y se puso el cinturón de
seguridad.
Miró la tarjeta que tenía en sus manos. La giró y vio el nombre de un abogado contable. No
El conductor lo miro con cierto desconcierto, hizo un pequeño mapa en su mente sobre que
ruta tomar y puso en marcha el auto. La vía estaba algo más transitable que cuando salieron de su
casa pero las nubes en el cielo amenazaban con traer una fría lluvia nocturna. El camino mostraba
unos hermosos árboles llenos de escarcha que brillaban con los tonos rosa que lanzaba los últimos
bostezos del sol. Su mente divagaba entre una idea y otra para vencer la ansiedad que le provocaba
aquella visita intempestiva. Alberto encendió el radio para llenar el espacio con los suaves acordes
de un bandoneón que remontaba su mente a un pequeño bar de Buenos Aires donde iba algunos
viernes por la noche en su época de soltería. No añoraba aquellos años pero extrañaba la sensación
de libertad que le producía patear los adoquines de los callejones de aquella ciudad que lo había
acogido hacía tanto tiempo. En aquellos momentos desconocía con certeza lo que sería de su vida.
Hoy sentía lo mismo. Hoy sentía que la incertidumbre se le clavaba en la piel cual un tatuaje que no
podría quitarse jamás. Alice le había brindado una estabilidad a su vida que no había hallado jamás
por su propia cuenta y ahora que no estaba a su lado sentía que todo aquel balance, todo aquel
en muy buen estado. Nada más verla regalaba en su imagen la sensación de haber llegado a un hogar.
Se bajó del coche y le dijo al conductor que lo esperara por un momento mientras llamaba a la puerta.
Recorrió la pequeña distancia que lo llevaba de la calle a la casa y notó un Fiat Palio estacionado en
el garaje. Las manos de pronto le empezaron a temblar. Estaba allí de pie rondando la idea de irse.
Podía volverse sobre sus pasos y regresar a su casa. Podía olvidar por completo aquella loca idea de
visitar a alguien que no lo esperaba. Podía volver a su vida o los restos que tenía de ella pero al ver
como se corría una de las cortinas de la sala y mostrar que allí estaba quien buscaba decidió terminar
Él estaba apenado y ella algo nerviosa así que como siempre que se encontraban el silencio
se paró a su lado como un tercer invitado que nadie había llamado pero que aparecía solemnemente.
Henry movió la cabeza como si reaccionara de pronto con todo aquello que estaba haciendo.
– Discúlpame. La verdad no debí haber venido así. Yo… yo solo. Discúlpame – dijo antes
– No… no te preocupes. Pasa. Prepararé café. ¿Te gusta el café? También tengo mate.
Volvió a mirarla y le era irresistible negarse ante aquella invitación que le hacía con su tierna
voz. No quería irse y al parecer ella tampoco quería que él se fuera. Le pidió un segundo y fue al
remís a cancelarle lo que le debía. Le dio las gracias al señor Alberto por sus servicios y este se fue
deseándole muy buena suerte en su velada. Regresó a la casa asiendo fuertemente aquellos buenos
deseos. Al entrar a la cocina se encontró con un ambiente amplio e iluminado con una estufa que
descansaba en una isla con un mesón de mármol negro que hacía juego con los gabinetes. La
decoración de la casa era simple aunque no muy moderna y se notaba que solo Annie vivía en aquel
lugar. Se sentó en un banco alto apoyándose en el mesón sin saber por dónde empezar a romper el
– Tranquilo. Igual ya no eres mi paciente. No podrías traerme ningún problema – dijo Annie
mientras preparaba la cafetera eléctrica para empezar a hacer el café. – ¿Te gusta fuerte el café?
– Si por favor.
Annie terminó de montar el café y sacó unas pastas que tenía en la lacena las cuales dispuso
delicadamente en un plato. Luego tomó otro banco igual y lo colocó frente al de Henry mientras
– Bueno – soltó un suspiro antes de continuar – estaba en el hospital y me encontré con Alexia
quien… – Annie lo detuvo colocando la mano en alto como señal de que dejara de hablar.
– Si. Soy de Montpellier, una ciudad al sur, cerca del Mar Mediterráneo. ¿Conoces Francia?
– No. Aún no. Tal vez pronto.
– Si, tienen lo suyo también – dijo Henry con cierto desdén y ambos se echaron a reír.
Aquella mujer lograba hacerlo reírse como si con su simple presencia pudiera hacerlo olvidar
todo por lo que había pasado. Era como si ella fuera una diosa mágica que lo llevaba a navegar por
extraños parajes mientras su voz lo acariciaba colmándolo de cariños y cuidados. Pero la realidad
regresaba a pegarle en la cara de frente y sentía que era inoportuno volver a sonreír. Annie también
dejó de hacerlo. Un par de ladridos sonaron a lo lejos tal vez por el ruido de sus carcajadas.
– ¿Tienes perro?
– ¿Y está afuera?
– Le agrada el frío – le respondió mientras se levantaba a buscar el plato con pastas que había
dejado al lado de la cafetera y dispuso sacar dos tazas para verter el brebaje una vez sonara la alarma
de la cafetera.
– Que hayas crecido en Francia explica por qué hablaste en francés cuando despertaste.
– Tiene mucha lógica. Tu cerebro estaba empezando a funcionar plenamente y estaba usando
tu lenguaje primal. He visto casos de algunos pacientes en coma que recuerdan habilidades que
– No. Tú eres el tercero. Pero has sido con quien mayor contacto he tenido.
Lo del contacto era cierto. Annie había estado allí cuando él despertó. Aun recordaba aquellos
dependiera la continuidad de su existencia, como si ella le hubiera sacado de aquel estado inerte en
– Cierto. Tú estuviste allí cuando yo desperté. ¿Qué pasó exactamente aquel día?
– Bueno yo… yo solo estaba allí. Fue…, fue muy inesperado. Nadie sabía cuándo ibas a
interpelarla pero si ella tenía algo que ver con su despertar lo quería saber, y lo quería saber ya. Había
– ¿Segura?
– ¿Vienes a mi casa con la excusa de saludar para indagar sobre tu lo que te pasó en el
hospital? – dijo Annie con un tono de molestia poniéndose de pie frente a él. – Yo estaba allí porque
era tu enfermera y te estaba atendiendo. Nada más. Pero no sé qué quieres saber tú. ¿Tal vez hay algo
No lo pensó ni un momento. Era el momento exacto para soltarlo de una vez por todas sin que
una fechoría. Él estaba frente a ella y la veía allí molesta e indefensa a la vez.
No podía luchar más contra aquello que le estaba quemando el pecho. Tomó la cara de Annie
entre sus manos y le plantó un ferviente beso. Uno tan cálido y ferviente como los de su extraño
sueño. Uno potente y vital como el que lo había despertado del coma. Un beso fúrico e indefenso que
mostrara que él también estaba fúrico e indefenso. Ella se dejó llevar por ese beso y le respondió con
futura felicidad, sin tener en cuenta lo que usted o cualquier otra persona igualmente
Jane Austen
Orgullo y Prejuicio
XXVI
El jardín estaba cubierto por una tierna capa de nieve que cubría la grama. Cerca de la casa
había un limonero donde se veía como algunas hojas luchaban por estar presente hasta la primavera.
Él tenía una taza humeante de café en la mano mientras con la otra acariciaba la cabeza del hermoso
animal que Annie tenía como mascota. Ella por otro lado le arrancaba camadas de humo a un cigarrillo
con tanta furia y determinación como el empujón con que Annie se zafó del beso que él le había
robado. Si bien tuvo una torpe idea de poder acercarse a ella con aquel apasionado impulso, solo
había logrado alejarse más de ella. Sirvió dos tazas de café, puso una frente a él y abrió la puerta
corrediza de la cocina dejando que el viento helado entrara en la casa como semblanza del frío trato
que se había ganado de ella. El asunto del ‘beso despertador’ nunca quedó saldado y aún sentía aquel
berrinche como una moneda hipócrita que usaba en su defensa ya que ella lo había besado primero.
Ya era tarde y era evidente que no tenía más que hacer en aquella casa y que solo Nena era la
única que le iba a permitir acercarse. Sus padres ya debían de estar preocupados por él, y aunque no
le habían escrito o llamado de seguro no tardarían en hacerlo. Lo mejor era dejar todo aquello así e
irse. Desde un principio sabía que aquella visita era una mala idea pero ya era tarde para echarse atrás.
Sacó el teléfono celular de su bolsillo solo para darse cuenta que no tenía señal. De seguro sus padres
Annie lo miró desde lo lejos con un buen toque de desdén. Estaba molesta. Él no entendía
bien porque. Se había propasado, lo sabía, pero no sabía si fue lo que dijo, lo que hizo o todo en
– Yo te llevo a casa. Ningún taxi va a querer manejar a estas horas para acá.
– No te preocupes por eso. No deseo causarte más molestias.
– Bueno la verdad es tarde para eso – dijo mientras pagaba con el pie los restos del cigarrillo
– ¿Vas a llevarla?
Entraron a la casa y ella cerró la puerta de la cocina. Encendió la luz del garaje y metió una
frazada en la parte de atrás de su carro para que la perra estuviese más cómoda. Puso el motor del
auto en marcha para que entrara en temperatura mientras los tres esperaban en silencio en el umbral
de su puerta.
Annie no entendió bien lo que le decía así que él le señaló con un dedo el buzón donde la
banderilla roja llena de nieve le señalaba que dentro tenía correspondencia sin recoger.
– ¿Y si es importante?
– Ya ha estado allí un par de días, que este un par de horas más no creo que le haga más daño.
El ofrecimiento a llevarlo a su casa no había hecho desaparecer para nada su mal humor. Ella
abrió la puerta trasera para que su mascota entrara en el carro y él decidió hacer lo mismo por su parte
en silencio y mantenerse así hasta que llegara a su casa. Ya era costumbre en otras ocasiones que
estuviesen sentados frente a frente sin hablarse, así que pensó que le daría igual hacerlo durante una
media hora.
Salieron de la casa de Annie y mientras iban calle abaja saliendo del barrio, Henry veía como
los árboles que unas horas atrás brillaban en destellos rosados ahora se ahogaban en la oscuridad de
la noche sirviendo como telón de fondo a la evidente incomodidad que estaba reinando en el carro.
Al parecer la única que estaba disfrutando el viaje era Nena que tenía la cara apoyada en la ventana,
admirando con gracia como brillaban los postes del camino. Annie encendió la radio y aparecieron
las notas de una balada de Roberto Carlos versionada por Alejandro Fernández, lo que al parecer la
molestó un tanto ya que cambio a otra emisora donde sonaba un suave Jazz. Henry decidió hacer
igual que el animal que estaba tras de él y deleitarse en el paisaje que lo rodeaba. Habrían pasado
alrededor de unos quince minutos cuando Annie rompió la barrera que había puesto entre ambos.
Henry giró la cabeza hasta mirarla fijamente sin tener idea de que decir además de no entender
– ¿Disculpa?
– Lo que dije. No sé qué me molesta, ¿El hecho que me hayas besado o el hecho de que
tengas razón?
“Lo sabía”.
– ¿Entonces si me besaste?
Ella se quedó callada antes de continuar. La pregunta que le acababa de hacer de seguro le
sonaba muy directa y era evidente que también era bastante comprometedora. Él comprendió aquello
Annie le echó un vistazo y estaba evidentemente ruborizada por aquel comentario. Él era su
paciente y para aquel momento aún estaba bajo su cuidado. Al besarlo había cruzado una línea
profesional bastante delicada pero al haberlo hecho también lo despertó de su letargo. Quizás si nunca
hubiera rozado sus labios aun estuviese en aquella cama inerte como un cuadro en una pared.
– No tenía idea de lo que iba a suceder. Creo que tampoco tenía idea de lo que estaba
haciendo.
De pronto Nena se levantó de su asiento y lanzó un par de ladridos al aire. Ambos se
sobresaltaron ante la sorpresiva interrupción del animal. Seguro algún animal en la carretera o el brillo
– No lo sé. Había tenido una noche bastante difícil. Fue más como… no sé… fue… – un
Henry tampoco entendía que le pasaba al animal. Al empezar el viaje estaba tranquila y se
notaba como disfrutaba del paisaje. Ninguno de los dos entendía que le estaba pasando. Se paseaba
de un lado al otro del asiento como si no quisiera estar allí, como si quisiera bajar del auto y salir
corriendo. Henry se volteó para tratar de tranquilizarla pero estaba bastante arisca. Annie le costaba
llevar el vehículo no solo por la inquietud de su mascota sino porque cada aullido le crispaba la piel.
– No te preocupes, yo me encargo. Tu maneja con cuidado, sobre todo en esta parte – le dijo
a Annie al notar que estaban cerca de la pronunciada curva donde él había tenido el accidente.
A medida que se acercaban a la curva Nena estaba más nerviosa, más inquieta. Alternaba
entre aullidos y ladridos, arañaba las ventanas como demostrando que no deseaba estar allí. Annie
estaba más nerviosa y se le hacía más difícil maniobrar. La ansiedad empezó a apropiarse de Henry
y también se inquietaba más a cada momento. Pasar antes por aquel lugar le había hecho sentirse
agobiado y hacerlo ahora en estas condiciones lo hacía sentirse peor. No lo soportó más.
– ¡Detén el auto!
– ¡¿Qué?!
carretera cayendo en la explanada de guijas. Henry sentía que se le iba a salir el corazón. Correr dos
veces con la misma mala suerte sería demasiado abuso de parte del destino. Extendió su brazo
izquierdo para sostener a Annie y cuando el auto se detuvo se dieron cuenta que estaba abrazados uno
Ambos hubieran seguido allí embobados de no ser por los atormentadores quejidos y ladridos
de Nena quien evidentemente ya no soportaba más estar allí. Henry abrió su puerta para liberar al
animal de su tortura pero este no le permitió ni siquiera bajarse del carro, apenas abrió la puerta, se
le echó encima y salió disparada hasta perderse en la oscuridad de la noche tumbando a Henry sobre
el manto de frías piedras que decoraba el suelo. Annie abrió su puerta y corriendo llegó a su lado
dispuesta a ayudarlo.
– Si – respondió mientras se sacudía la nieve del pantalón. – Espero que no pasemos toda la
Ella hizo la mueca de una sonrisa y se giró para ver hacia dónde había cogido su perra. Salió
tan rápido y todo estaba tan oscuro que era imposible saber hacia dónde se había ido. Henry también
trató de echar mano para saber que se había hecho el animal pero tampoco pudo ver nada.
– Para nada – contestó Annie. – Le encantan los paseos en auto. No entiendo que le pasó hoy.
cautelosa cuando estaba en casa, incluso cuando se montó en el carro estaba feliz de salir a pasear.
Tal vez aquella noche no le apetecía pasear por aquellos lados, tal vez algunos animales en el camino
la llevaron a sentirse de esa manera o tal vez ya había estado allí y había algo que la alteraba.
– Debo encontrarla.
– Es más fácil que ella nos encuentre a nosotros. Estoy seguro que se las apañará bien.
Volvamos al auto.
Henry no soportaba la idea de estar más allí. Era un sitio que detestaba. Aquel montón de
piedras le había costado nueve semanas de su vida y un trozo de plástico en la cabeza que lo
Annie lo miró a los ojos con cara de no entender bien de que hablaba. Luego miró las piedras,
el auto salido de la carretera y volvió a ver a Henry. En su rostro mostraba que comprendía sus
palabras.
– Volvamos al auto. No quiero congelarme – le dijo ella mientras le extendía la mano para
que la ayudara a emprender el camino de regreso hacia la carretera. Él la ayudó y levantó la mirada
– ¡Nena! – gritó Annie mientras de rodillas la esperaba con los brazos extendidos.
Al parecer había ido de cacería tras una animal o estaba recogiendo alguna presa porque traía
algo entre sus dientes. Sorpresivamente en lugar de ir corriendo a los brazos de Annie llegó hasta
– ¿Qué sucede? – pregunto Annie aunque no tuvo que preguntar nada más cuando vio lo que
Este se puso de rodillas y con un nudo en la garganta extendió su mano temblorosa para
Annie no creía lo que estaba viendo. De rodillas frente a un destrozado teléfono celular estaba
Henry. Siempre lo había visto tal grande y tan fuerte, incluso cuando estaba en coma tirado en una
camilla bajo su cuidado, así que tenerlo allí como un chiquillo llorando por un juguete roto le parecía
Gracias a su amiga, Henry había aparecido tocando la puerta de su casa de manera sorpresiva
para luego sacarla de sus casillas con una serie de preguntas a las que no tenía la menor disposición
de responder. También estaba el beso, por supuesto, como olvidar aquel beso igual de intempestivo.
De todas las veces en que su cabeza jugó haciéndola alucinar sobre aquel beso aquella era la última
de las maneras en que jamás se lo había imaginado. No podía negarse que estaba deleitada de sentir
aquellos rosados labios sobre los suyos pero fue un beso tan fúrico e hiriente que la hizo echarlo y
salir de allí. ¿Qué tenía ese hombre que la hacía sacar de ella un lado que muchas veces se esforzaba
por ocultar?
Ahora estaba frente a ella recogiendo los restos de un aparato como quien recoge los trozos
de una vida perdida. No sabía a ciencia cierta porque estaba reaccionando así pero realmente la mezcla
del entorno y por lo que él había pasado no era de seguro una experiencia agradable de revivir. Y allí
estaba él, reviviendo cualquier cantidad de recuerdos que le traía estar allí y frente a eso Nena le había
traído una ofrenda y a pesar de lo emotivo que estaba no parecía haberle disgustado. Eso era otra cosa
que le parecía irreal. ¿Su perra se bajó desesperada del auto y regresa con el destrozado teléfono de
su copiloto? ¿Acaso se le podía añadir más a toda aquella locura? Solo deseaba estar echada en su
Henry se puso de pie sujetando el móvil entre las manos. Estaba temblando. Ella no sabía si
era por el frío o por las emociones encontradas. Tal vez eran ambas. Le dijo que fueran hacía el auto
porque estaba helando afuera. Él asintió y los tres fueron hasta la carretera para entrar en el vehículo.
Una vez le abrió la puerta a Nena esta se echó de largo a largo en el asiento trasero sin rechistar, lanzó
un bostezo al aire y cerró los ojos en la comodidad que le brindaba la calidez de aquella manta. Henry
se montó en el coche y ella hizo lo mismo por su parte. Se abrochó el cinturón, encendió la máquina
y luego de un poco de esfuerzo por salir de la grava húmeda se puso en marcha hacia la casa de Henry.
Lo hubiera molestado preguntándole la dirección pero no quería importunarlo. Aún estaba como fuera
de sí con el aparato roto en las manos. Además era un detalle si importancia. Había leído tantas veces
la dirección de Henry en su historial médico que ya se la sabía de memoria. Muchas veces fantaseaba
con la idea de ir hasta esa casa y entrar sigilosamente para conocer detalles del hombre al que le
enjugaba sus carnes diariamente. Mientras iba conduciendo vio cómo su copiloto sacó su otro aparato
del bolsillo de su chaqueta y empezó a desmembrarlo. Luego de un par de minutos había colocado el
chip de su antigua línea en el teléfono funcional y estaba marcado una serie de números para realizar
una llamada.
Ella pensó que aquello tal vez podría calmarlo pero no fue así. Las lágrimas empezaron a
correr por las mejillas de Henry hasta estar inmergido en un llanto incontrolable. Se cubrió las manos
con ambas caras y lloraba como un niño desesperado que nadie puede calmar. Annie no dijo nada.
Lo dejó llorar por un buen rato mientras manejaba de camino a su casa y luego de haber llegado se
detuvo sin apagar el auto. Henry seguía llorando pero no iba a interrumpirlo. Él necesitaba hacerlo y
ella no era quien para detenerlo. Notó como las luces de la sala de la casa se encendieron de pronto
imaginándose que serían sus padres esperándolo. Al cabo de un par de minutos Henry dejó de llorar
y tenía la vista perdida en el horizonte. Después de un largo silencio hablo con él.
– ¿Estás bien?
Al parecer la pregunta iba a seguir surgiendo aquella noche. Era evidente que no estaba bien
pero necesitaba al menos pronunciar las palabras para saber que le sucedía. Lo que sea que haya
– No.
Fue un no tan solemne que parecía hasta ofensivo. Su rostro estaba hinchado y serio y al
– Lo lamento. No… no sé qué fue lo que escuchaste pero si hay algo que pue…
Prácticamente quedó boquiabierta. Ella lo había tratado mal después del beso pero eso no
tenía nada que ver con el estado en que él estaba. No esperaba poder hacer algo literalmente pero le
estaba ofreciendo una mano amiga en la que apoyarse. Ella siempre había estado allí para él aun en
los momentos en los que él no estuvo consiente. Aquella ayuda era genuina como lo era cada uno de
los sentimientos que demostraba hacia él sin importar lo conflictivos que le resultara.
Henry abrió la puerta del auto y sin decir nada más se bajó. Annie lo veía alejarse como
quien se pierde en medio de una tormenta, y resultaba que era así. Henry estaba perdido y ella no
podía permitirse perderlo también. Se bajó del auto y fue corriendo hasta él. Unas pequeñas gotas
– No puedo verte más Annie – dijo él deteniéndose un segundo antes de continuar. – Por
Las palabras salieron lentas pero hirieron rápidamente a Annie. No daba crédito a lo que
escuchaba. La acababa de besar hace una hora atrás y ahora le decía aquello en la cara. Lo que escuchó
– Es lo mejor Annie. Por ti. Por mí. Por ella – dijo mientras señalaba el auto.
Annie se confundió.
– ¿Quién? ¿Nena?
– Alice.
– ¿Alice?
– Mi esposa.
Claro que sabía que Alice era su esposa pero no entendía que tenía ella que ver con todo
aquello. Se rebuscaba en la cabeza para hallar el momento donde todo había cambiado y de la nada
todo se hizo claro así como de la nada llega la mañana y se devora la oscuridad con sus rayos de luz.
Annie no tenía ni la más mínima idea de que decía aquel mensaje en su viejo teléfono pero Henry
tenía toda la razón en estar como estaba. Después de todo el daño y todo el dolor por el que estaba
pasando, escuchar la voz de su difunta esposa de seguro no era un episodio fácil de afrontar. Las
lágrimas rodaban de nuevo por el rostro de Henry mientras la miraba tiernamente con sus
– No entiendo por qué te bese como lo hice. Fue un error, un hermoso error pero uno al fin
y al cabo. Puedo esforzarme por convencerme cada día de que pronto todo sanará y estaré bien pero
ahora mismo es una idea tan lejana como la casa donde pasé mi niñez. Busqué en tus palabras, en tus
ojos y en tus manos un alivio para todo el dolor que estoy pasando pero terminé haciéndome aún más
daño.
Annie no pudo hacer más que sucumbir a las lágrimas de igual manera. La llovizna que
adornaba la noche le helaba el rostro así que cada lágrima que rodaba por su mejilla era como una
gota de dolor que le cercenaba la piel. Allí frente a ella estaba aquel hombre, herido de la única manera
que le resultaba imposible de ayudar porque ninguno de sus estudios médicos servía para un zarpazo
al corazón. Lloraba porque frente a ella se cerraba la oportunidad de despertarse al lado de aquellos
ojos color zafiro cada mañana, lloraba porque de nuevo le estaban rompiendo sin piedad el corazón,
lloraba por el dolor que le causaban aquellas palabras y seguía llorando porque había estado tan mal
– Lo lamento.
– Tranquila, yo lo lamento más. Lamento haberte besado de la manera que lo hice y lamento
que tengas que verme en este estado. Lamento que tengamos que encontrarnos en este momento de
nuestras vidas y que no podamos disfrutarnos uno del otro. Por eso y por lo que te hice discúlpame.
Annie se encogió de hombros encorvando los brazos. No entendía que debía disculparle. No
Aquel si fue un disparo certero en medio del pecho. Había sentido sus labios y había recibido
sus besos pero no le pertenecían a ella. El buscaba a Alice en sus labios y aquello no estaba bien para
pertenece.
Ella se llevó los dedos a la cara como tratando de mantener con eso aquella caricia prohibida
que venía de sus rosados labios. Sus lágrimas fueron haciéndose más fuertes a medida que la lluvia
también arreciaba. Ella lo veía perderse en el camino hacía aquella moderna casa que engalanaba la
colina. Su espalda mojada se desvanecía en la noche y ella veía solo la sombra de un hombre dolido
que se amparaba en su propia oscuridad. Aquella sería la última vez que lo vería.
Se subió al auto temblando de frío y de rabia. Estaba completamente empapada. Dio la vuelta
al final de la calle y se regresó por donde mismo había llegado. Las lágrimas le seguían surcando el
rostro, fieles al dolor que sentía sin saber porque sentía aquel dolor. Sus sentimientos hacia Henry no
eran infundados pero tampoco eran recíprocos. Todo el tiempo que había pasado con él cociendo los
bordes de su piel con caricias llenas de ansiedad la habían llevado a fijarse en un hombre del cual no
conocía nada o peor aún que lo poco que conocía sin duda no era nada bueno, lo único que sabía era
que su vida estaba llena de dolor. No solo estaba inconsciente desde el punto de vista físico sino que
también desconocía lo que estaba pasando a su alrededor. Desconocía que había pasado en su vida,
con su familia y con su esposa. Desconocía que había enviudado y también desconocía que había
estado inconsciente todo aquel tiempo. Ella misma lo vio evolucionar y había decidido apartarse.
Había decidido que no podía verlo sufrir. Había decidido que no quería ella tampoco seguir sufriendo,
que ya basta de enredos amorosos en su vida y que necesitaba un tiempo solo para ella. Así se lo
había dicho a Adrián y ella misma lo había respetado. Aquel día en el hospital habló con Adrián y
ambos decidieron que era lo mejor y ahora tan solo se escribían de vez en cuando más que todo para
no perder la comunicación. Él estaba dispuesto a esperarla y ella sabía que tenía mucho más que una
simple disposición. Adrián le había dicho en una oportunidad que él mismo se desgastaría la vida en
intentar volver a hacerla feliz, pero ella había sufrido tanto que ya no sabía qué o a quién creer.
Llegó a su casa completamente empapada. No sabía si era más por la lluvia o por todo el
llanto que gastó en el camino. Ya había olvidado lo que era manejar y llorar al mismo tiempo y
esperaba poder superarlo por completo esta vez. Abrió la puerta trasera para que se bajara el animal
y se encaminó al umbral de su casa pero Nena se quedó olisqueando y llorando al pie del auto.
– ¿Qué pasa ahora Nena? De verdad estoy demasiado cansada para buscar algo bajo el auto.
El animal le meneaba la cola rondando la puerta del copiloto y lanzando de vez en cuando
La perra le ladró de nuevo y esta vez ella le dijo que la dejara en paz, que no había nada, que
entrara de una vez, pero vio una pequeña luz dentro del auto. Instintivamente se chequeó los bolsillos
Abrió la puerta y vio ambos aparatos tirados en el suelo algo humedecidos por la ropa de
Henry. Tomó el más nuevo y la curiosidad la llevó a llevárselo al oído pero le parecía que no debía
hacerlo. Estaba violando la privacidad de su amigo y ex paciente. Bueno su ex amigo. Los ojos se le
llenaron nuevamente de lágrimas. Decidió entrar y llevar los teléfonos adentros, guardarlos en un
“El correo”.
Dejó que Nena entrara y se aclimatara un poco y fue hasta el buzón deprisa antes que la
lluvia empezara a hacerse más fuerte. Encontró una carta y un par de recibos además de alguna
publicidad. Echó todo en la mesa de la entrada y subió a pegarse un duchazo con agua tibia para
sacarse el frío del cuerpo. Después de estar calentita y bien abrigada bajó para tomarse algo caliente
y recordó que aún quedaba café en la cocina. Recordó a Henry y también recordó sus últimas palabras.
“Adiós”.
Él se había despedido y ya no había vuelta de hoja. Era lo mejor para él, para ella y para su
esposa. Mientras soplaba la taza de café se acercó a la mesa y paseó la vista entre los teléfonos y la
correspondencia. No soportó más la tentación. Se llevó el móvil a la oreja y no escuchó nada. Presionó
alguna tecla mientras aun escuchaba de él y le respondió una voz electrónica diciéndole que era una
auricular al oído escuchó una voz de operadora mencionar una fecha del abril pasado y luego una voz
de mujer bien segura de sí que empezó a hablar. Annie escuchó todo el mensaje y de pronto las
lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Aquellas palabras habían silenciado a Henry, la habían
silenciado a ella y silenciarían a cualquiera que las escuchara. Colgó mientras lloraba
desconsoladamente sin razón alguna o tal vez con todas las razones justas para hacerlo. Henry había
tomado la mejor decisión y ella entre lágrimas se lo agradecía mientras una a una las palabras de
“Hola nene. Seguro aún estás dormido. Te llamaba para decirte que ya voy de
despertarte. Un besote… ah, un momento. ¡Oh!, amor está pasando nuestro tren,
ja ja, bueno el tren donde nos besamos por primera vez en aquel viaje al sur. El 77.
¿Recuerdas? ¡Qué lindo! Bueno igual te… (Se corta la conversación. Solo se
repetía “Oh Dios, Oh Dios” varias veces. Silencio) ¿Aló? ¿Aló? ¿Amor? (Empieza
a llorar) Amor, hubo un accidente, algo se zafó del tren trate de esquivarlo pero…
caer sobre mí (Llora un momento y luego se detiene) Quiero que sepas que la última
persona en quien pensé antes de morir fue en ti. Nunca antes había estado tan
Siempre fuiste mío. Te amo (Se escucha un golpe fuerte. Fin del mensaje)”
Levantó el teléfono del suelo aun sin dar crédito a lo que había escuchado. Si su curiosidad
no la hubiera vencido nunca habría podido entender la magnitud del dolor de Henry. Pasar por lo que
él estaba pasando y escuchar aquellas palabras no debía de ser nada fácil. La lluvia aun repiqueteaba
en las ventanas así que se acercó a ellas para perder su vista en los árboles desnudos que adornaban
la calle. Trataba de no pensar porque por más que pensaba menos entendía todo lo que había pasado
aquella noche. Se enganchó a un hombre por culpa de un maletín y poco a poco sus vidas se fueron
convirtiendo en un amasijo de pesadumbre y dolor. Se colgó de un hombre que sufría por dentro
tratando de encontrar el por qué había salido aquella mañana de su casa tan disparado que terminó
rodando por la carretera y ahora que lo sabía estaba más lleno de dolor que antes. Y lo peor es que
debía seguir viviendo con aquel dolor. Sanar no iba a ser fácil. Cada uno de nosotros trata de vivir
con sus propios pesares siempre tratando de llevar la vida de la mejor manera pero siempre la misma
vida encuentra como dar la vuelta a la derecha y regresar a un punto que uno había creído haber
superado.
Mientras las gotas seguían golpeando el cristal de la ventana una idea golpeaba su cerebro
de la misma forma. Como siempre le decía Martha ‘así juega con nosotros el destino’. Al menos de
todo lo que había atravesado aquel año al menos había en su vida una pequeña luz, una que por muy
pequeña que fuera solo ella podía decidir que tanto podía brillar. Tomó su móvil de la mesa y marcó
el número de Adrián. Mientras el tono sonaba una y otra vez echó ojo a la carta que descansaba en la
“¿Fabián?”
No era posible. Hacía mucho que no sabía de él y no tenía por qué escribirle. Menos luego
de aquel fatídico encuentro. Se vio tentada a abrirla pero una voz del otro lado del auricular la
– ¿Aló?
echado ojo de la hora antes, de haber sido así no lo hubiese llamado. Aquella llamada era más un
impulso que un acto premeditado. Si le había contestado era porque así debía ser.
– ¿Adrián? ¿Aló?
– ¿Por la hora?
Annie:
Perdón.
Odio iniciar esta carta con esta palabra pero estoy seguro de que no existe ninguna otra con la que
empezar a escribir estas líneas. Lamento inmensamente que hayas conocido el peor lado de mi
personalidad, una faceta de mí que ni yo mismo conocía. Si en este punto decides no seguir leyendo
esto, te entiendo plenamente. En estas líneas no voy a explicar los “porqués” ni a desear mágicos
reencuentros, sólo deseo… la verdad ya no sé lo que deseo porque hace tiempo que dejé de
conocerme.
Nunca pensé que un día reaccionaría así. Tal vez terminé perdiendo al amor de mi vida. Me hubiese
gustado ser en verdad más libre y más grande, lograr ser quien deseaba ser por ti. Traté de creerme a
mí mismo que podía llegar a ser eso que deseaba, pero no fue así. Mi corazón de pronto se llenó de
tantos sentimientos confusos y mi mente de tantos pensamientos sin sentido que no sé qué fue de mí,
Siempre mi cabeza tiende en buscar un culpable que apuntar pero el culpable de mucho aquí fui yo,
sobre todo de terminar esto así. No sé cuánto tiempo pasará entre que firme estas líneas y que lleguen
a tus manos. Tal vez nunca suceda, tal vez sea muy pronto y el dolor este latente, tal vez hayan pasado
muchos años y estemos lejos el uno del otro. Tal vez no sea nunca pero cuando llegue quiero que
sepas que es porque aprendí algo de ti. Realmente me enseñaste mucho. Aprendí a apreciar lo que
nos da la vida y no exigir más de ella porque siempre la misma vida nos dará más por el simple hecho
de estar agradecidos. Aprendí a no ser el centro del mundo. Aprendí que no todo es lo que parece y
también aprendí que todo sucede siempre para que podamos adquirir alguna experiencia. Contigo
aprendí…
Hoy puedo decir que te amé, sí, te amé. Te amé limpio, bonito y entregado. Si te celé, de la misma
manera y con la misma intensidad. Si te odié, en algunos momentos, aquellos donde estaba cegado
por la ignorancia y le inexperiencia. Hoy en día aún te amo. No podría decir cómo ni cuanto pero si
Perdón por no ser el hombre que me pediste ser. Perdón por herir tu corazón. Perdón por no ser
valiente ni paciente.
Perdón.
Sinceramente
Fabián.
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