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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior


Universidad del Zulia
Facultad Experimental De Artes
Escuela de Teatro
Cátedra: Lenguaje y Comunicación.
Profesor: José Millan

Discurs
o

Estudiante:

Ziury Laguna

C.I: V- 26.317.800
Es difícil comenzar a escribir luego de que se tiene aproximadamente 4
años, quizás más, sin hacerlo. Sobre todo, cuando te dan un espacio abierto para
hablar de cualquier tema que sea de tu interés y es ahí donde está el problema.
Es que hay muchas cosas que me resultan interesantes. Me considero una
persona que puede mantener una conversación desde lo más simple y trivial,
hasta lo más denso, polémico e intelectual, y en aquel tema que desconozca
puedo prestar mis oídos y llenarme de humildad para nutrirme de ese
conocimiento que otro me brinda. Así que, para comenzar a escribir este discurso
el cual pasé días y horas pensando de qué tema hablar, he decido hacerlo de lo
que me apasiona… de todo un poco.

Soy venezolana de nacimiento, psicóloga de profesión y artista de vocación.


Esos dos mundos y en este país que me han permitido conocer, aprender,
escuchar, leer, callar, y también hablar. He conocido a muchas personas gracias a
lo que ofrece el teatro, su gente extrovertida y amable, seres que pueden
comprender el cómo te sientes al escuchar o leer una poesía, al ver los colores de
un atardecer, gente que cuenta con cierta fama en su localidad y que tiene una
capacidad de análisis de tiempo y espacio que pueden hacer con solo ver una
obra, y que entienden cómo o por qué se te eriza la piel con solo escuchar una
canción. Simplemente son personas que ven más allá de lo que hay a simple
vista.

También he aprendido a escuchar, callar y leer gestos, miradas, conductas


y comportamientos. La psicología me dio la dicha de no sólo encontrarme con
personas sabias y profesionales, sino que también me ha dado la capacidad de
ver la otra cara de la moneda, de empatizar con otro ser humano, hablar y
retroalimentar cuando es necesario y hacer silencio cuando no. Por medio de la
práctica profesional comprendí el dolor y sufrimiento que un ser humano puede
sentir, los distintos enfoques y teorías para ejercer, la subjetividad de las
emociones y las circunstancias en la vida de otro. Que no existe nadie
completamente “malo” y tampoco nadie completamente “bueno”. Simplemente se
necesita ver más allá de lo que hay a simple vista.
Cuando me refiero a “la otra cara de la moneda” nos pueden llegar muchas
ideas con respecto a eso, así que profundicemos un poco más. El mundo artístico
sí que es emocionante, lleno de tantas personas, risas y lágrimas, meses y horas
de ensayos, caídas, equivocaciones, regaños, cansancio, responsabilidades,
moretones, ejercicios, fotos, videos, capacidad de improvisación y de hacer varias
cosas al mismo tiempo, subirte a un escenario, presentar una puesta en escena
de 5, 10 o 15 minutos, para recibir algunos segundos de aplausos al finalizar. Es
algo que sólo lo entiende un artista.

Aun así, la actualidad nos ha premiado y al mismo tiempo castigado con


una tecnología muy avanzada que en manos equivocadas y sin un buen
conocimiento ético y responsable puede convertirse en un arma de doble filo. ¿Por
qué toco ese tema? Gracias a mi profesión y a mi vocación he tenido la
oportunidad de encontrarme con personas con diferentes personalidades,
historias, heridas emocionales, pasiones, crianzas, motivaciones, y una gran
mayoría tiene algo en común: La autoestima y su relación con las redes sociales.

Las redes sociales son estructuras formadas en Internet por personas u


organizaciones que se conectan a partir de intereses o valores comunes. A través
de ellas, se crean relaciones entre individuos o empresas de forma rápida, sin
jerarquía o límites físicos. Mientras que la autoestima es la valoración que una
persona tiene de sí misma y que puede ser positiva o negativa. Es un concepto
psicológico que se elabora en base a las emociones y no sobre cuestiones
racionales. La construcción de la autoestima se relaciona con la aceptación o no
del propio individuo, su manera de ser, su carácter, sus rasgos físicos y su estilo
de vida.

Ahora ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Muchas veces me hice la
misma pregunta hasta que al escuchar a pacientes, amigos, colegas y
compañeros de clases me di cuenta que el discurso es similar, distintas palabras,
pero mismo sentimiento. Me parecía curioso sus conductas, palabras y
comportamientos que usaban cuando están frente a alguien de confianza y
cuando están en público, porque no encontraba coherencia entre lo que decían y
hacían, y en mi mente sólo surgía una pregunta “¿Con quién te comparas?”.

Esa pregunta me retumbo la cabeza y luego de escuchar una canción de


una de mis bandas favoritas traje a conciencia algo que ya todos sabemos. “Todos
tenemos varias cicatrices, y aunque no ganamos nada con contarlas nos
desvivimos para camuflarlas.” ¿Por qué esconderlas? Cuando en la Facultad
Experimental de Artes de la ilustre Universidad del Zulia los profesores nos
enseñan y piden ser nosotros mismos, auténticos, perfeccionar y explotar nuestras
habilidades y fortalezas, a trabajar, mejorar y aceptar nuestras debilidades. ¿Por
qué ocultarlas y usar a nuestras heridas, malos hábitos, e inseguridades como
método de burla o autobullying? ¿Por qué ver de manera anticuada o
desactualizada el conocimiento que puede brindar un profesor, un amigo, o un
compañero de clases?, ¿por qué competir con ese mismo conocimiento y justificar
la conducta con un “yo soy así” “quién hace eso” “yo cuando pasa esto” “si soy” y
pare de contar, ¿por qué ver de manera absurda el tema de conversación de
alguien que comparte mi misma pasión por las artes?

Pues simple, el venezolano en general tiene baja autoestima. Tal como lo


expone Manuel Barroso en su libro “Autoestima del Venezolano. Democracia o
Marginalidad”, el venezolano necesita quien lo escuche. Desde pequeño no ha
tenido quien lo escuche. “estas no son conversaciones para niños” “cuando los
mayores hablan, los pequeños callan”, “vete a tu cuarto” “cállate” “no fastidies” Al
adolescente: “¿cómo te atreves a hablarle así a tu mamá?” “Si abres la boca te…”
al joven: “estás loco” “no digas tonterías” “¿qué habláis?”. En la escuela: “silencio”.
El malandro: “quédate callado” “ni te muevas”. Todos quieren ser escuchados y
nadie quiere escuchar.

Las redes sociales afectan a nuestra autoestima y bienestar, así lo


demuestran numerosos estudios psicológicos que ven a las redes sociales como
un factor de riesgo para la autoestima de las personas. Las publicaciones
mostradas en las redes sociales afectan a la percepción de la autoimagen propia,
perjudicando nuestro nivel de autoestima. Un factor importante es la frecuencia y
tiempo que las personas usan las redes sociales, a mayor uso más influencia
tienen.

La utilización de las nuevas tecnologías parece idealizar un patrón de mujer


y hombre perfectos, una vida perfecta, creada en un perfil social. No muestran una
realidad, sólo una apariencia idealizada. Se ha visto que las mujeres presentan
mayor afectación, pero también los hombres reaccionan ante publicaciones de
cuerpos musculosos y esbeltos, llevándolos a visualizarse con ese cuerpo
idealizado, y por ello las redes sociales afectan a nuestra autoestima y bienestar,
porque modifican nuestra conducta para conseguirlo.

Es habitual seguir en redes sociales a influencers, marcas o revistas cuyas


publicaciones se asemejan más a anuncios publicitarios que al día a día de las
personas en general, cuyo fin es la venta de un producto, llegando a nosotros
imágenes poco realistas de cómo deberíamos ser nosotros y cómo debería ser
nuestro día a día. Un estereotipo de belleza y de estilo de vida que no es
fácilmente alcanzable. Esta comparación puede incidir en la aparición de
consecuencias emocionales, ya que genera frustración, desmotivación, vacío,
tristeza e, incluso, rabia, y una baja autoestima. Así mismo, en los casos en los
que se vea afectada la percepción de la autoimagen, comienza la aparición de
ansiedad, trastornos depresivos y alimenticios y lo peor, el suicidio.

Por otra parte, cuando somos nosotros los que realizamos publicaciones, ya
sean fotos, videos o pensamientos y recibimos “likes” o comentarios en nuestro
perfil, nos provoca una gratificación inmediata, ya que estamos siendo aprobados
por los demás, y estamos siendo aceptados ¿Aceptados por quién? Todos
tenemos la necesidad de encajar y de ser queridos y cuidados por los demás, y
esta sensación de placer, generada por una aprobación externa, provoca que
cada vez queramos más, como una especie de adicción. Por lo tanto, las redes
sociales están provocando que nuestro bienestar o placer dependa de un agente
externo, es decir, nuestra felicidad empieza a no depender de nosotros mismos, si
no, de nuestra red social. Entregamos nuestra felicidad a personas que ni siquiera
forman parte de nuestro día a día.
Este uso indebido de las redes sociales también tiene consecuencias a
nivel cognitivo, ya que varios estudios demuestran cómo nuestra capacidad de
atención y concentración está disminuyendo desde que el uso de la tecnología se
ha instalado tantas horas a lo largo de nuestro día a día. Así mismo, nuestro nivel
de paciencia también ha decaído: necesitamos más estímulos, pero más
pequeños y rápidos, para no “cansarnos” o aburrirnos y una vez más al
sumergirnos nuevamente al internet nos olvidamos del mundo real, nuestra
capacidad de sostener una conversación en persona se vuelve más inestable,
socializar se vuelve la tarea más difícil y fastidiosa de todas, mi estabilidad
emocional depende de un teléfono y al colocar de nuevo los ojos en esa pantalla,
otra vez se deja de escuchar.

El venezolano ignorado, se ignora para que alguien lo tome en cuenta. Por


no ser escuchado, y por no escucharse a sí mismo, el país va a la deriva y la
crisis. Empresas cierran y abren, aumentos de sueldos, familiares y amigos vienen
y van, y el gobierno que ya no sabe qué impuesto poner. El individuo, la pareja, la
familia, la empresa, la comunidad, la iglesia, la educación, están en crisis porque
nadie escucha. Y lo peor es que aún no existe una solución solidaria de todos para
salir de una crisis que hemos fabricado todos.

Sólo cuando podemos prestar nuestros oídos a la escucha y a la


compresión nos damos cuenta de que simplemente lo que está en esa pantalla es
falso, pero si para escribir estas líneas se necesita valentía, pues para hacer
conciencia de esto se necesita aún más, se necesita aún más para salir del
empaque, salir del engaño de que una foto muestra la verdad, para dejar de
compararnos con extraños y recordar que nadie es totalmente perfecto, para
apagar el noticiero y ver que no todo esta tan mal como parece, que hay personas
que si ayudan al otro, que si escuchan, que pueden dar una mano, que te regalan
5Bs para el pasaje, o te comparten de su desayuno, hay quienes pueden
empatizar y entender tu vida sin juzgar, hay quienes saben y recuerdan que hay
cosas que valen más.
Manuel barroso dijo también: creo que podemos corregir el camino, aunque
todavía estemos lejos de soluciones claras, y pues, al igual que él, jamás podré
convencer al político, ni al académico, ni al ideólogo, ni al filósofo. Mi fuerte no son
los modelos matemáticos ni análisis económicos, sino la experiencia de una
venezolana, de una mujer conectada con su sentir que cree y confía en los
cambios, de una artista que desea darse a conocer, de una psicóloga que se
mantiene en actualización para el desarrollo, bienestar, conocimiento y
crecimiento del ser humano, y de una persona que, al tener años sin escribir
habiendo olvidado cómo se sentía, el día de hoy lo ha vuelto hacer… gracias
profesor José Millán. Gracias.

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