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Esa Pasion Seguido de Citas Recitadas Re
Esa Pasion Seguido de Citas Recitadas Re
JUNIO 08
7 ESA PASIÓN SEGUIDO DE
CITAS RECITADAS
RENÈ BAEZA
De entre los ensayos publicados en F/M,1 el tercero que se leerá a continuación
ocupa el lugar de mayor desarrollo esquemático: propone una lectura in medias res, regla
de oro de la interpretación que Marchant observa en el análisis de Groddeck. La
observación quiso ponerse a prueba tomando de hilo conductor la composición del
7
capítulo segundo de la segunda parte de SAM (EL SENDERO): de acuerdo a la lógica
dorada, esta capitulación reescribe la medianía nodriza del poema mistraliano.
Con avances y reculadas en torno al eje –no sólo respecto del segundo capítulo
sino del primero (ÁRBOLES) y del tercero (DESOLACIÓN)–, su propósito es seguir –sin
transigir con la disposición secuencial, pero no descuidando la sucesión que orienta el
sentido de los tropos– los alcances deícticos de la cita digresiva, recitada. Los dos ensayos
anteriores indicaban el efecto de citación a través del motivo de la data. La referencia a la
redacción le convino, y se fue imponiendo, por razones de escritura, para señalar la
introducción de una serie de injertos a la espalda: la lectura en su conjunto pretende
cifrar, a tergo, el redacto del don poético.
1
Firmar/Marchant (Excusas de la redacción), Santiago de Chile: Doble Ciencia Editorial, 2016. La presente
edición incorpora nuevos análisis dedicados al Capítulo Tercero de la Segunda Parte de Sobre Árboles y
Madres (Desolación). E incluye otras notas entre las que destacamos –en homenaje a Nicanor Parra– la n° 91.
.
Debido a que la cifra de la redacción es musical, el análisis intenta acompañar los
efectos y las afecciones que suscita la orquestación de la música: las pulsaciones de las
cuerdas (acordes y desacordes), hacen escolta de dos interpretaciones sinfónicas que se
tocan: va de retro. Sobre este doble movimiento acordado, la lectura ha extraído en el
ensayo precedente la conjetura de la corazonada especulativa. Como sucede con el
anterior, el tercer capítulo tañe las teclas (acorazadas, corajudas) del doble valor del
teleuta, de las dos previsiones de la retórica.
Algo parecido ocurre con la interpretación de las dos hileras de árboles: una y
otra cruzan sus raíces de origen divino, en el sendero de lágrimas mistraliano. Este
Schwert-Motiv heroico, retomado del papel que tiene Siegfried en el Anillo de Wagner, es
trasladado al guion que toma la muchacha de la senda adolescente. Replantada en la
raigambre “humana”, a la huella de “infancia” le resta lidiar entre ambos maderos
hyléticos. Según un movimiento en lontananza por el que se recita el florecer de las flores
que entraña el poema del sendero infantil, el escrito intenta leer, de manera general, la
paráfrasis de la cintura ceñida del humanismo escéptico. Esa pasión que lleva, sin descanso, 8
a redactar…
a: Esterlina, Fernando, Magdalena, Donatila
J. D.
Nadia Prado.
¿Alcanzaremos a ensartar las flores graves? ¿Daremos alcance a las hojas secas,
resecas, de la retórica? ¿Cuántos pétalos tiene la flor?... Como sucede a otras secciones
del capítulo; como ocurre a la interpretación general; como pasa a la escritura del libro
entero; la primera sección (I. HACIA EL SABER), ya no se entrega a la glosa: sólo se puede
recitar. De ahí el anuncio del deshilván en cadena: parece darse corte la flor, LA FLOR DE
CUATRO PÉTALOS, y la mujer… Las razones son dichas, dadas. Están escritas, cristalizadas.
Lo veremos, al trecho, después: la mujer tiene que morir, como mujer. Como tiene que
morir el hombre, como hombre. A esas dos muertes, cada vez de dos en dos, la
oportunidad se promete. Y se entretiene... Hay una tercera vez, una tercera ocasión, para
ambas veces de muerte (“Dos veces, y una tercera”). Las veces cuentan. Fechan etapas de
Desolación, datan perversiones de jeune fille en fleurs: cifran cantos jóvenes, diversiones
10
púberes de la vieja. Prosan, versan las veces del retorno de las flores. El florecer de las
flores retorna. Como las fechas... Y quizás ya no se espera sino otro golpe fatal: a la
distancia de un largo stretto, lo más “temprano” de los Sonetos. Quizás ya no se espera la
flor, la mujer, los pétalos... A lo mejor ya no se espera el florecer de las hojas en el
sendero, sino la cita recitada, la fecha refechada final.
2
Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, Santiago de Chile: Lead, 1984, p 170/199. Seguido de una barra,
como aquí, referimos al número de la página de la segunda edición: Sobre Árboles y Madres, Buenos Aires: La
Cebra, 2009. En adelante, SAM.
3
Jacques Derrida, Shibboleth. Para Paul Celan, Madrid: Arena Libros, 2002, p. 64.
¿Repararemos alguna vez en la cita? ¿No está fechado el recitado de las flores?
¿Redatado el tiempo de las rosas? ¿Nos atendremos, acaso, a la redacción? El mes cuenta
un número. Un nombre. Una fecha del año... La lectura juega al rondón de la cita.
Pretende entonar encantos fúnebres, versos adolescentes, de la mujer mistraliana. El
sendero de infancia, es un camino de espinas. Como todo EL SENDERO. No hace más que
diferir, postergar, la realización del goce. Aplazar el disfrute, más o menos prohibido, de la
copla. Parece redatar, hasta decir basta, la fecha recitada del apóstrofe. El goce, el dolor,
difiere el canto. Ciertamente (habría que subrayar). Aun cuando el romance parezca
desvirgar, uno a uno, de dos en dos, dos veces y una tercera, la flor de los pétalos.
¿Cuántos pétalos son? ¿Cuántas hojas hay que deshojar? Atareados de masivos injertos al
dorso, iremos a ensartar, tarde o temprano, la escena de la violación. De camino a la
retórica, trataremos del poema de EL SENDERO. Vamos hablar, en resumen, del encorde
(acorde y desacorde) de ciertos apóstrofes.
11
En un fragmento no exento de apóstrofes, saturado de alambiques y de escrúpulos
como los del pasaje precitado, Marchant hablará de la violación, por vez primera.4 Parece
ser la primavera de las veces, en efecto, en que se usa o menciona, esta palabra tan
fuerte. Tratará del ensarte espinudo, del enclave espinoso, de la flor mistraliana. Es una
trampa ante los ojos, un trompe-l'œil de la perspectiva, por donde se mire: el trampantojo
de una cierta espinación de la mirada. De la contemplación. In acto. En esa enredadera de
espinas, vamos a ensartar la primera paráfrasis... Ya se advertía en la precita: al obliterar
la lectura idealista o idealizante de ÉXTÁSIS (“Olvidándonos del éxtasis espiritual”), se
pretende picar el anzuelo, morder la carnada (“como si cayésemos en la trampa”) del
“éxtasis físico”. La interpretación de este cuarto momento, es la más larga de toda la
sección. Único momento, entre los cinco, en que se cita un poema in extenso. La única
vez en que se recita, uno a uno, párrafo a párrafo. Las notas siguientes encuadran un
marco:
B.- Sin el aparente eufemismo previo, que habla de “relación sexual especial”, de
“relación de un carácter muy especial”, el análisis es taxativo, exigente, apremiante:
“violación o incesto”, serían las únicas experiencias que podrían justificar el discurso de la
primera estrofa del cuarto poema.8 El reddendum comanda toda la primera parte del
capítulo. Es propio de la ruta interrogativa de EL SENDERO en general. Al final de la sección
I, siguiendo similar tipo de raconto, proseguirá la excusa del deseo del hombre. Se
continuará explicando por qué su ambición, inductora de la concesión del ultraje de la
diferencia sexual, toma la via rupta, corruptiva, de “el lecho de vergüenza” (sic): los
desencursos son nuestros:
Pero, si como pensamos, en el poema (ÉXTASIS) se alude a una experiencia sexual real,
¿qué experiencias podrían justificar (desencurso nuestro) este discurso? Sólo éstas:
violación o incesto, enteramente cumplidos o no. Como toda violación, violación querida,
aceptada al menos inconscientemente. Freud y Groddeck: como si (ídem) toda mujer 13
joven violada fuese realmente violada, en su alma, sólo por el exceso de remordimientos
por su aceptación inconsciente o por el exceso de su deseo de repetición…; como si
(ídem) toda mujer no violada jugara –consciente, preconsciente, inconscientemente–a ser
violada, necesidad de felicidad. Pues ¿qué sino el deseo de ser violada se esconde, se
descubre, tan luego, con tan poco trabajo, detrás de todo deseo de amor de una mujer? Y
si, por su parte, todo hombre se sueña amando a su madre, ¿por qué no puede soñar la
mujer con la violación del padre? A padre ausente, el hombre que se encuentra en el
9
SAM, p. 171/200.
similar padrón divertido. Llevada y traída por la seducción, Gabriela Mistral habría sido
violada de acuerdo al patrón del juego. En la edad “infantil”, el abuso se habrá ocasionado
por cierto escozor fervoroso, por una determinada temperatura febril. Consumado el
estupro (léase su anagrama en el término estupor),10 la desazón del deseo incitará, desde
entonces, la composición de un verso maldito. La extraña poiesis habría congelado, desde
la prematuridad de la pasión, el corazón ferviente de la retórica. El giro maldicho,
reversión de la vuelta inexcusable, desvirgaría la poética, ante literam. En el ombligo del
sueño, en la ilusión del omphalos que el poeta desea pero rechaza (“placer de la
imaginación, imaginación del placer”), la violación del corpus indicaría la ruptura del himen
biográfico. Antes de la repetición, de la necesidad de la redacción, no habría deshoje,
desenmascaramiento de la careta, develamiento del prosopon poein.11
12
SAM, p. 170/199.
Traído a correlación después por la conclusión de la sección VIII, de él ya parece haber
solicitud en la lectura que sigue a la interpretación de los dos últimos árboles fálicos.13 A la
salvación por la escritura, la retórica apelará a través de todo el capítulo. Los giros sobre
la redacción goethiana, serían ya expresión del paganismo congenital, no menos que de la
notable sugerencia acerca de los aparentes retrocesos de Mistral hacia el judaísmo de la
letra y el suelo.14 Esta sería la razón, en parte, de que el suicidio se vuelva secreto poético,
de que el reddendum se convierta desde el inicio en cripta literaria esculpida no sólo a
espalda de la institución eclesial. La puesta en forma de la impiedad, que sugiere la retirada
del cristianismo heredado, y que no termina sino que se reinicia con la salvación por la
literatura, introduce la cuestión de los “celos”.15 De la desolación inconsecuente quedaría,
no sólo para poeta sino para sus “torpes lectores” críticos, la sobra abandonada del
reverso del suicidio.
13
Cf. Patricio Marchant,, “El árbol como ‘madre-arcaica’ en la poesía de Gabriela Mistral”, Acta Literaria, n°
7, 1982, Departamento de Español, Facultad de Educación, Humanidades y Arte, Universidad de
Concepción, Chile, p. 68.
14
Cf. Patricio Marchant, Escritura y temblor, Santiago de Chile: Cuarto Propio,, 2000, pp. 357-370. En
adelante ET.
15
Sobre el “celo del Marchant celoso”, véase lo siguiente en Iván Trujillo, “Marchant: tono y traducción.
Sobre filosofía chilena y onto-teología”, Revista Actuel Marx/Intervenciones, n° 14, Santiago de Chile: LOM
Ediciones, 2013: “A propósito de esta relación entre Patricio Marchant y Roberto Torretti, podríamos
extender a ella nuestra hipótesis sobre la precipitación y la confusión y preguntarnos: ¿en qué consiste entre
ellos la relación textual? ¿Cuál es entre ellos el des-acuerdo o su teatralidad? O también así: ¿qué hay del celo
de Marchant? ¿Qué hay del celo cuando se trata de una filiación intelectual (cursiva nuestra)? La filiación,
tremendo tema de y en Marchant. Pero ¿y el celo? El celo del Marchant celoso. Determinemos aquí, muy
esquemáticamente, que el celo y los celos pueden entenderse como una determinada relación con el pasado,
una relación con el pasado como ya pasado. Tal que si algo ya ha pasado, esto mismo debe poder producirse
de nuevo pero originalmente, debe poder crearse ojalá como una primera vez” (pp. 12-13). Agreguemos que los
“celos” dicen relación a la toma de la palabra que supone la decisión de redactar (cf. René Baeza,
Resistencias: economía de la inscripción en Jacques Derrida, Santiago de Chile: ARCIS/Cuarto Propio, 2001, p.
254.), que pretende la “honestidad de escribir” y, como veremos más tarde, la “necesidad” de inserción de
los “plagios de la verdad”, de la inexcusabilidad de la redacción.
16
SAM, p. 173/202.
Notemos que si la lectura de EL SENDERO se propone como una “explicación de la
naturaleza”, luego del fin de la “Primera interpretación” en la que se liquidan “todas las
interpretaciones moralistas del dolor de Dolor”, quedará injustificado aún (“Sin explicación,
todavía”), tras la interpretación de los dos momentos iniciales, “por qué la salida natural al
sendero, se convierte, debe convertirse (cursiva nuestra), en catástrofe”.17 La pregunta por
los “celos”, directamente asociada a la calamidad en la que ya está en juego el motivo de la
salvación literaria, será reexpedida durante el continuo de la franja capitular. Tiene que
retardarse, manteniéndose en espera, en toda la cintura in medias res. La interrogante se
anuncia, prepara y retiene, es notorio, hasta al final de la sección VIII. Se distrae hasta justo
antes de que se inicien las referencias a las vacilaciones de Desolación. Encubierta y
revelada, lo propio que la “escritura de, únicamente, el tercer amado muerto de los
Sonetos”, la respuesta será entretenida hasta el término del capítulo II.
17
SAM, p. 165/194.
18
SAM, p. 233/268.
MIEDO, “inédito” del conjunto de los poemas magallánicos, advertirá no sólo sobre el
retracto de la sucesión natural. Pondrá énfasis dramático en las copias injustificadas (los
calcos de los plagios)19 del redacto “sublime” del suicidio. Teniendo en cuenta la
virtualidad del lapsus calami, del perjurio del don y de la fecha pura o espuria de la traición
de las flores, la pregunta por los “celos” será puesta en devaneo, como hemos advertido,
en la interpretación de los Sonetos de la muerte.20
Esa es la razón de que los injertos de las ediciones tardías vayan a concertar, en los
fines del libro, otra escritura blanca. Invocando una especie de fata morgana, tendrán que
excitar, en el capítulo DESOLACIÓN, una nueva identificación provocada por el juego
“erótico” de la profesión de credulidad.21 La especulación sobre el amor, que en ÉXTASIS
es interpretada como si fuera toque de muerte, parece tiritar de fervor melancólico –por
ejemplo en la excitación del condicional–22 durante la contemplación de los Paisajes de la
Patagonia. La declaración de suicidio se dará otra vez a la razón en la lectura sobre las
visiones de los poemas de la nieve (“Dos veces, y una tercera”). El rostro de la “joven
hermosa”, avizorado a través de la puesta en distancia de la Ent-fernung, sólo puede
contemplarse poniendo entre paréntesis el saber de la conciencia.23 La semblanza atractiva
sólo se expone a la admiración en el movimiento del visaje lapsario: bajo simulacro de una
postura incondicionada, temperada e intemperante, del temple de la Stimmung. Esta es la
causa de que el “aire sereno” parezca enrarecido. Y de que la imagen de la virginidad de la
Pietà patagónica, contemplada al sesgo de la mirada, se transforme ipso facto en la 19
monstruosa figura de la vieja retórica. La imaginación de la diversión poética, que corre el
riesgo constante de repetir la destrucción iconoclasta, tornaría fresca la flor del árbol
añoso. De ahí el trampantojo del erotismo del Eros que incita la reducción del éxtasis
19
“Pero, también, necesariamente, duda sobre la propiedad de la escritura; la escritura puede ser ya no
catástrofe sino traición a la naturaleza, su traición, la escritura como catástrofe injustificada”. SAM, p.
232/267. “Por cierto que un sabio chino –en estos tiempos todos los sabios son chinos y todos los chinos
son sabios…– un sabio chino, digo, declaró que en largos pasajes de mi gran obra yo había vilmente plagiado
al finado Hermann. Factus non negando, due quaestiones juris. Quaestio juris prima: ¿plagiar es acaso un delito?
Quaestio juris secunda: ¿se puede plagiar, en verdad, a la verdad? De ninguna manera! Dicho de otro modo:
¿quién le reprocha a Platón haber plagiado a Sócrates, díganme quién? ¿Por qué se me reprocha a mí plagiar
y se callan los plagios de Platón? ¿Es que acaso alguien intenta establecer una distinción –odiosa como todas
las distinciones– entre Platón y yo? Y, finalmente, ¿acaso plagiándolo no mejoró Platón a Sócrates? Y si no
fuera por mí ¿quién se acordaría de Hermann?”. ET, p. 23.
20
SAM, pp. 232-233/267-268.
21
“Entonces, la naturaleza que parecía mujer [viene entonces el siguiente recitado del ‘primer momento’ del
capítulo anterior, EL SENDERO]: ‘como si (desencurso nuestro) la naturaleza fuera una preparación para la
mujer’, aparece, ahora, como el fin de la mujer, total fin (ídem), Clitemnestra y la muerte de Ifigenia…”. SAM, p.
245/281.
22
“Si nieve, fin de su poema, fin de las flores, de los árboles: mujer con hijos, Dios que acoge; si unidad de una sola
desgracia, la naturaleza que no es naturaleza, la mujer que no es mujer y suspensión de Dios, catástrofe total… ”.
SAM, p. 240/275.
23
“Extraña (La Pietà), entonces, sólo si se sabe, como se sabe, lo que representa. ‘En sí’, como olvido de ese
saber –que María no puede ser tan joven o que esa joven es María: el inconsciente la contempla colocando
entre paréntesis el saber de la conciencia–… ”. SAM, p. 45/66.
ideal (“Olvidándonos del éxtasis espiritual”). Y del ruedo, invertidos los términos, del
éxtasis natural extremo (“como si cayésemos en la trampa de interpretarlo [el éxtasis]
como relación sexual”). ¿No es esta la epokhè apostrófica y catastrófica de los tropos?
Antes de remitir a la nota que llama el pasaje citado sobre la violación, previo a
enzarzarnos en la clavija espinuda injertada al calce, propondremos una comparación 20
identificante: si la Ent-fernung no sólo desaleja sino divierte cualquier hilera temporal, más
allá o acá del espacio de hojas de papel, reiteraremos el abuso insinuando un juego de
equivalencia mínimo. Aunque medie la interface de un par de cuartetos, no estaríamos tan
lejos de otro ensarte de la piedad. Pese a que ahora se trata de un poema de ÁRBOLES,
Marchant injerta, particularmente en el temblor de la tercera estrofa de LA CRUZ DE
BISTOLFI, la aspiración de otra mujer encantada: introduce el respiro de otra aparente
femme fatale. El inserto parece encalar la expiración de otra mujer, tal vez tan ilusionada,
como sucede con la flor del sendero de lágrimas. De ser así, podemos presumir que se la
contempla en una atmósfera enrarecida. Recordemos que entonces se entrecruza,
retorciendo la sintaxis de una frase del segundo verso (sobre ti aspiro las llagas de mi padre),
el deseo (“aspiro”) y la untura extrema del ansia (“me muero”). En una situación de
“normalidad” –Marchant sigue la norma en la que la relación homosexual queda
entredicha o huelga decir el resto–, el clavo (“el sexo masculino”) no podría mellar al
hombre.26 Nombrando la escarpia paterna entremedio de pinos, el poema diría no sólo la
24
SAM, pp. 153/181-182.
25
SAM, p. 167/196.
26
Quizás Marchant olvide aquí el Retablo, tal vez porque lo recuerde demasiado y lo considere un caso de
enclave de un “hombre excepcional” (como el de Lou Andreas-Salomé, “una mujer excepcional”), los clavos
de Cristo en la Cruz: “Y manos de Cristo de este modo: como si (cursiva nuestra) agradecieran a los clavos
no poder descender de la Cruz para abrazar… ¿a quién si no a María Magdalena?”. SAM, p. 10/30.
diversión, las ganas del “padre” que llaga a compás de la rima (“Dos veces, y una tercera”).
Debido a la irrealización del encanto, en el querer-decir del verso ya se advertía, además,
el interés sucesivo “por otros hombres a partir de su padre” (“A padre ausente, el
hombre que se encuentra en el sendero”). La puesta en escena del deseo del padre es
otro trompe-l'œil entre espinos, otro trampantojo de la espinación ante la mirada, otro
ensarte ante la vista.27 Hay que tenerlo en cuenta para estimar el extraño vuelco de la
retórica tras la sección I.
De este modo (desencurso nuestro): “aspiro las llagas de mi padre” quiere decir
(ídem): aspiro a las llagas de mi padre; me muero por tener, por ser, esas llagas, ese
placer (ídem); pero, al mismo tiempo, me muero, es decir, no aspiro a ese placer, ese
21
placer (ídem) lo expiro, lo rechazo. En la Cruz está perdonado, por tanto, el deseo del
poeta; la Cruz es su deseo y la muerte, el fin, de su deseo.28
27
Sobre el trampantojo y el clinamen de la mirada de la cuarta estrofa de EL DIOS TRISTE, Marchant dice:
“El Dios triste, el Dios de corazón herido, Dios sin canto, es decir, ya lo sabemos, Dios sin un poderoso
canto, Dios sólo de rumor –sólo se oye su rumor– se inclina como mirada de lágrimas ante el poeta (‘esa
mirada mustia me inclina la cabeza’): suma tristeza”. SAM, p. 141/169.
28
SAM, p. 147/175.
29
En el apartado titulado “Su secreto”, Ladrón de Guevara dice: “Hoy rememoro su voz monótona parecida
a las quenas araucanas, cuando me contó vivencias y anécdotas, algunas olvidadas o desconocidas aún por las
gentes. Admiré sus etapas en las cuales fue dejando huella íntima. Primero en la infancia, cuando su dulce
madre le permitió crear un mundo de ensueños, de rica imaginación para una niña.
volverá a apostrofar en la nota 12 de “Atópicos”. La certificación ambivalente sobre la
rúbrica “real”, hecha esperar cinco años de escrito a escrito, pasará entonces entre dos
llamados de nota. Hará tránsito entre dos indicaciones referenciales. Tendrá juego entre
dos confesiones de mujeres, las confidencias de dos amigas del poeta: Laura Rodig y
Matilde Ladrón de Guevara. En parte de la nota 12, Marchant asegura haber ignorado,
antes de la reedición del libro de la última escritora –aun cuando ya había citado el
artículo de la primera aludiendo al “choque físico y moral” que Gabriela Mistral tuvo, “más
o menos” (sic), a los “Siete años” de edad– que “ella (Gabriela Mistral) había sido violada
en su juventud”. Lo que da todo el valor tentativo, dubitante, a la nota 9, inscrita durante
el análisis de ÉXTASIS:
En nuestro libro Sobre árboles y madres, pp. 168-175 [pp. 197-204, de la segunda
edición] analizamos el poema “Éxtasis”, de Gabriela Mistral, de manera inversa
(cursiva nuestra) a toda la tradición de su interpretación como “éxtasis espiritual”,
en tanto “éxtasis de violación”, aun cuando ignorábamos que, como Matilde
Ladrón de Guevara, amiga del poeta (ídem, en la nota 9 mencionada había dicho:
“pero ¿cómo entender, referidas [ídem], esta vez a la persona Gabriela Mistral,
estas afirmaciones de su amiga [ídem], la escultora Laura Rodig”: ‘A los siete años,
más o menos [sic, ídem],30 tiene un choque físico y moral que no es posible
describir en pocas líneas… ’?”), lo hizo público sólo en 1986, en la nueva edición
de su libro, Gabriela Mistral, la rebelde magnífica (sic), ella había sido violada en su
juventud. En sus textos en prosa sobre Latinoamérica, el tema está implícito –no
oculto como en el Canto general– en sus consideraciones sobre el mestizaje.31 22
Más o menos explícito en las prosas de Mistral sobre Latinoamérica, “en sus
consideraciones sobre el mestizaje” latinoamericano (claro sin embargo en la poesía);
oculto en los versos de Neruda de Canto general, el acto de ultraje adoptará aquí, como
antes, el papel de la imposición.32 Estructurará la deuda no sólo de la poética sino de la
prosística. Organizará un cierto orden de sucesión testamentario. A partir del testamento
impositivo, de este recurso a la potencia jovial, la inventio cobrará dividendos póstumos.
Única forma en la que la dispositio de saber podría ganar, a la postre, economía
suplemetaria. Remitida al estupro, la firma mistraliana entintará, si puede decirse así, el
Sin embargo, durante su niñez sufrió un quebranto tan rudo, que le provocó un trauma físico y
psíquico para el resto de su vida. Hay constancia en sus cartas de amor. ‘Y pese a los siete años’ –como
afirma Laura Rodig en su escritos– ‘sufre un choque físico y moral que no es posible describir en pocas
líneas (…)’.
Quedó (Gabriela Mistral) pensativa mirando el mar, como indecisa, hasta que retomó la palabra:
–Era un mocetón que visitaba la casa, parece que lo consideraban de la familia y, como yo era una
niña desarrollada, un día me encontró sola, se le desataron instintos bestiales (…). Fue horrible, parece que
lo veo (…) ¿Sé yo misma lo que es o fue aquello? Entonces, Matilde, me pareció todo terminado, la vida
misma, todo”. Cf. Matilde Ladrón de Guevara, Gabriela Mistral, Rebelde Magnífica, Santiago de Chile: Editorial
Emisión Ltda., séptima edición (primera edición 1957), 1989, pp. 97 y 99.
30
SAM, p. 171/200, nota 9.
31
ET, p. 394.
32
Sobre la “violación precoz” de Neruda, véase ET, p. 322.
juego poético porvenir. Enlutará a los poetas que llegaran, post festum, a reescribir la
calamidad. El denominado “gran” poema chileno, la tradición de poetas que se sucede a
partir de Mistral (Neruda, Huidobro, Parra, Zurita…, etc.), esta secuela que toma por
cortejo la precuela del poema mistraliano, sería tributaria del ensueño entretenido de una
mujer. Habrá sido fiduciara de la diversión del don de las flores. En adelante, los “hijos de
la Mistral”, no sólo los críticos sino los poetas y pensadores que vinieran, tendrían que
decidir la doble versión del desencanto ilusionado de la rima. Deberán resolver cómo van
a levantar las cenizas de la vieja retórica de “juventud”. Una vez contactados con los giros
fervorosos de los tropos, necesitarán elevar los reversos a cierta altura. ¿No sería la
violación anasémica de la lengua aquella Forma Inconsciente Generante que, según El árbol
como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral, dará lugar a la larga secuencia del “gran”
poema nacional, ese enorme poema chileno? ¿Fruto más o menos prohibido del disfrute del
secreto, del goce doloroso?
33
Cf. Grínor Rojo, Dirán que está en la gloria (Mistral), Santiago de Chile: F. C. E., , 1997; José Promis, “La
joven Gabriela: Sus textos perdidos (1904-1908)”, Congreso Internacional, Vida y Obra de Gabriela Mistral,
Universidad de La Serena, Abril 1989, p. 190; Jaime Concha, Gabriela Mistral, Madrid: Júcar, 1987, p. 64;
Sobre “Mis libros”, dice en 1995: “‘Tejer’ y ‘destrenzar’ formarán desde ahora un par inseparable, cuyo
acoplamiento va a marcar en profundidad el sistema imaginario de la Mistral. Lejos estamos aquí del gusano de
seda goetheano y romántico (cursiva nuestra) que, desde las hojas de la morera y mediante sus metamorfosis
vitales, producía el hilo precioso del verso y el capullo de la canción”. Cf. “Tejer y trenzar, aspectos del
trabajo en la Mistral”, en Re-leer hoy a Gabriela Mistral, Santiago de Chile: Editorial Universidad de Santiago,
1997, p. 104.
34
Cf. “Pierre Menard como escena” (ET, p. 339, nota 8), sobre la invención filosófica.
35
“(Prevengo una mala interpretación, ‘Vieja’ no como una ‘señora mayor´, ni menos la ‘viejita’, sino como el
impersonal nombre de un –diabólico– dispositivo de saber”. ET, p. 206.
36
“Hay en la poesía de Gabriela Mistral unas cuantas zonas frescas en las cuales es tan grato hundirse como
contemplar el casto paisaje iluminado por la luz lunar, después de unas horas de orgía (cursiva nuestra). Son, por
desdicha, las menos conocidas de todas sus obras, o por lo menos las que más difícilmente recuerdan el
gacetillero y el admirador ingenuo cuando quieren hablarnos de la poetisa. Se trata de unos versos sencillos,
recogidos, en los cuales la adecuación entre el sentimiento de la autora y la forma de su expresión es
interpretación del intertexto erótico-ideal, no sólo la sucesión de la primogenitura literaria,
sino el propio abolengo, la misma ascendencia de la prosapia retórica. A través de esta
suerte de canibalismo vegetal, que se nutre de hojas deshojadas en el preciso instante de
dar floritura, la poética haría borrón y cuenta nueva del parto de la poiesis. Más temprano
que tarde, desde el nacimiento o renacimiento del corpus, llegaría a repartir tanto la unidad
de la mimesis como a dilatar la univocidad de la diegesis. ¿No es esta la comedia, el drama,
la tragedia del don mistraliano?37 ¿Es esta la ilusión del trampantojo de los “celos”? ¿El
calco necesario de las versiones dejadas en los Paisajes de la Patagonia?38 ¿No serían las
variaciones “inéditas”, editadas y publicadas por Scarpa, “hojas” ya ultrajadas del don
indatable, pese a que la violación “real”, si se pudiese contar, dataría de la fechoría que se
comete a la edad, “más o menos [sic], de siete años”? 39
Como sucede con la “desolación del falo”, las referencias aludidas tienden a indicar
que siendo la violación deseada, “al menos inconscientemente”, la mujer no podría ser
asaltada jamás sin su concesión generosa. De no tacharse el borrón, función de tarjado
que señala la diferencia entre la corrupción de la letra y el marcador de anomalía,46 la rosa
sería cortada sin asistir a su propio reparto. Los “celos” se juegan, en gran medida, en
torno al punctum que testimonia la partición impuntual. La atomización ad infinitum de los
pétalos, sólo puede verse venir en la contemplación atractiva de la imaginación variable, de
la especulación versátil. La joven retórica tendría que convenir en el parto, tal es la
convención del contrato. Aun cuando traicione el juramento, al mismo tiempo que rubrica
el deseo del espectro del celo (“Toda pasa como si [cursiva nuestra] el poeta no sólo
supiera el deseo del hombre sino que lo comprendiera, lo aceptara, esto es, lo 25
aprobara”).47 En esta necesidad de “aprobación” radica la virtual impostura del poema
inconsciente frente a la prosopopeya biográfica y al mismo poema retórico-poético. Esta es
la razón para introducir, ante la ilusión del romance, otra profesión de credulidad –la
creencia goethiana– desde los primeros inciertos. ¿No habría que pensar así la violación
segundo (“Poemas”, apartado I), con la sigla M.M.². De ahí sigue con variaciones intercaladas hasta el final del
capítulo, que concluye, en su antepenúltima y penúltima páginas, con las siglas cifradas Cl.5 y M.M.4. La
ausencia de indicación de reparto apostrófico se explica por el estatuto que adquiere, como escena de la
“ilusión” de la “mujer”, la sección primera. La ensoñación interpretada en los “contenidos” de los apóstrofes
de toda la serie de “poemas” mistralianos de esta parte parece transportarse, mutatis mutandis, a las marcas
regulares que encardan el encuadre de la página. La carencia de notaciones de pauta parece insinuar la
escena de “sueño” que adopta miméticamente la lectura. Si toda la sección I es una escena de somnolencia
de la “flor” (“Ella salió–al sendero– porque lo soñó”), la lectura tiene que reiterar, emulando la mímesis
onírica de la diferencia sexual, el pretendido ensueño del “hombre” que la cela.
44
SAM, p. 171/200, nota 9.
45
SAM, p. 228/263.
46
La perversión de la letra, a través de una “Forma Inconsciente Generante que determina un ‘contenido
latente’, estructurado en forma articulada y un muy diferente ‘contenido manifiesto’” (“El árbol como ‘madre
arcaica’ …”), halla un correlato metodológico diferencial en el “marcador de anomalía” supuesto por la
ruptura de la mímesis. Cf. Jorge Guzmán, Contra el secreto profesional. Lectura mestiza de César Vallejo,
Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1991, p. 38.
47
SAM, p. 176/205.
de la lengua, si en el mestizaje se juega el duelo del don de la raza?48 ¿Son espurias las
relaciones entre los poemas poéticos, y los poemas que narran las prosas? ¿Qué motiva la
inclusión de un poema narrativo en la primera tirada de la variación de la sección inicial? 49
¿Qué pasa con los apóstrofes, por último, a los que aquí asignamos tanto valor?
26
48
¡Bendito pecho mío en que a mis gentes hundo / y bendito mi vientre en que mi raza muere! / ¡La cara de mi
madre ya no irá por el mundo / ni su voz sobre el viento, trocada en miserere! (POEMA DEL HIJO).
49
Si los poemas y momentos de la lectura total sostienen, en mayor o menor grado, relaciones de alcance, y
están, en esa medida, en contacto a través de las anticipaciones y los retrasos que suscita el encorde encardado
(véase la importante conexión establecida en la interpretación de los Sonetos entre ÉXTASIS y LA CRUZ DE
BISTOLFI sobre la “comprensión de la escritura” del poeta, no debemos olvidar que el movimiento se
expone al quebranto apostrófico. No obstante que acordes y desacordes exigen ser leídos como simulacros
dispuestos y reajustados in extremis por la versión “final” (esta es perversa o pervertible ya que hace dubitar
entre la postura que se adopta sobre la última y la penúltima de las versiones), el trayecto que lleva a cabo
EL SENDERO es el que quizás mejor pone en escena la resistencia musical. Los fragmentos de anotaciones
de las datas fechadas sugieren que hay un apóstrofe, al menos, que vino imprevistamente a reducir el trazo del
recorrido del EL SENDERO y, de esta forma, que llegó a borrar, con cierta tardía “comprensión”, las marcas
de los calces y descalces del poema general. De aquí que importe indicar el aparente juego de sustituciones
entre el poema poético y el poema en prosa con el que finaliza la primera sección.
Todo se reduce a la fe que se puede conceder a una palabra dada, aunque sea
una palabra de confidencia o confesión.
J. D.
O. P.
G. M.
50
“Este género de interpretación [de ciertos sucesos vetero-testamentarios, R. B.] trae consigo (…), un
elemento completamente nuevo y extraño en la antigua forma de considerar la historia. Por ejemplo, al
interpretar un episodio como el sacrificio de Isaac, en tanto que prefiguración del sacrificio Cristo, de forma
que en el primero está anunciado y prometido el segundo, mientras que éste consuma plenamente el
primero –figuram implere es la expresión–, se establece una conexión entre dos acontecimientos que ni
temporal ni causalmente se hallan enlazados, conexión que, racionalmente y en el curso horizontal, si se me
permite esta expresión de extensión temporal, es imposible establecer. La imposibilidad desaparece tan
pronto como se unen ambos acontecimientos verticalmente con la Providencia Divina, que es la misma que
de este modo puede planear la historia y proporcionar la clave para su comprensión”. Cf. Erich Auerbach,
Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, México: F. C. E., undécima reimpresión,
2011 (primera edición, 1950), p. 76. A pesar de que el estilo de esta figura, analizada por Auerbach, inscribe
el decurso de la “historia” apelando finalmente a la “Providencia Divina”, que posibilita, por ejemplo, que dos
sucesos de la narración separados causal y temporalmente se conecten, la operación de la figuram implere
servirá en varios momentos del siguiente ensayo para aludir al nexo “imposible” de distintos pasajes
fragmentarios.
bien, a la “conversión en triunfo, de lo que fue vivido realmente como una derrota”.51 Esta
es razón de que en el capítulo más extenso (Marchant parece excusarse por la recarga
onerosa),52 la interpretación de los Sonetos se ubique en un lugar de interés tan
importante como el de ÉXTASIS y POEMAS DEL ÉXTASIS. Pues salta a la vista que esta última
navegación del análisis retoca, como sucede ya con la sección V. ( JUDAS), el triple suicidio
del poeta (“Dos veces, y una tercera”).
Padre que le dice [Todos los vientos busco para tener ternura], entonces (cursiva
nuestra aquí y en los otros suplementos de desenlace que siguen), como su amor a
la “prostituta”: de esas perdidas flores, de esas prestadas flores en el sendero quiero ser
yo el viento (ídem). Entonces, poema sobre el poema:53 como madre-muerte del
padre, cópula fatal, su renuncia a ser sólo flor, ella también muere del saber del
padre, ella es el segundo amado-muerto de los Sonetos. Se comprende, entonces,
por qué, otra insistencia de los Sonetos, insistencia en el “florecer”; si ese florecer es
dicho (ídem), como poema, de la juventud del supuesto amado muerto, ese florecer
(ídem), como muerte del florecer como tal, es, como poema, la muerte del poeta.
Pero, por eso mismo, si ella muere como florecer, también muere, con ella, esa
posibilidad (ídem): un amado; así, tercer muerto, tercer amado muerto de los
51
SAM, p. 28/48. Así parecía concluir también el capítulo de ÁRBOLES: “Y como fuego, fuego de amor después
del fuego de dolor, el día los verá (a los tres árboles, R.B.) ‘mudos y ceñidos’, como una derrota; pero, también,
‘mudos y ceñidos’ como un puño en alto, señal que es de lucha, que la marca del inmenso duelo de los árboles y del
poeta, ése su inmenso duelo es también su inmenso, su total desafío”. SAM, p. 161/189.
52
SAM, p. 229/264. Véase además, sobre otra Escena: “¿Era realmente necesario recorrer, trabajar, toda
esta larga Escena (cursiva nuestra)?”. SAM, p. 64/85.
53
“Poema sobre el padre que es suplemento al poema de la muerte de la madre, de la madre como muerte”.
SAM, p. 228/263, nota 48/49.
Sonetos: un posible, un no determinado, hombre muerto; esas tres muertes (ídem)
que hizo posible, que fue la oportunidad de escribirlas, ese inventado suicida (ídem)
–préstamo, que no es “verdadero” préstamo [empréstito de “mentiras de
árboles”, como se dirá luego, R.B.] de ella misma a ella misma, movimiento de su
inconsciente–, esa necesaria (ídem) suerte del poeta.54
54
SAM, p. 229/264.
55
“Entonces, ¿movimiento de Cristo a Dimas o de Dimas a Cristo? ¿O movimiento alternativo? Como quiera que sea,
lo importante es que de este movimiento Gestas queda excluido, si bien los tres árboles están apretados de amor e
igualmente ciegos. Pero si Gestas queda excluido, su abandono es mayor, mayor es su dolor”. SAM, p. 160/188.
56
“En él (capítulo tercero de SAM) no sólo retorna el tema del nombre, del prestado nombre y de los
nombres ‘propios’ M. M. y CL., sino que la misma palabra ‘desolación’ cobra relevancia mayúscula: su
infatigable repetición parece señalar la efectiva desolación del autor (cursiva nuestra) ante la escritura del
referido capítulo (desolación de ‘Desolación’), pero a la vez la disolución de dicha escritura; en todo caso, esa
palabra se propone en definitiva como un enunciado: ‘desolación’ como nombre de la poesía chilena”. Cf.
Vicuña, Miguel: “¿Una autobiografía fantástica?”, en Patricio Marchant, prestados nombres, op.cit., p. 41. En el
mismo sentido, sobre la “desolación del autor”, se puede leer: “En un artículo que tituló ‘Desolación’ –y que
una vez leído, se entiende como la desolación del autor (cursiva nuestra) por no haber podido encontrar la
clave para leerlo todo–… ”. Cf. Susana Münnich, op. cit., p. 10.
Subrayemos que la identificación con el “viento” –afinidad por la cual el “padre”
buscaría hallar el descanso de la consolación– pretende el “frescor” que el canto suscita
desde la partida. La metáfora del “aire”, la trópica de la inspiración, de la respiración y de
la expiración de la palabra, trasunta desde el inicio el nombre de la partitura de la letra de
una frase escrita en recurso digresivo. Más tarde volveremos a la transliteración, durante el
movimiento onírico, de la variante del nombre que hará posible la letra “inicial”. El
simulacro parricida, que reescribe el respiro de los nombres propios de los Sonetos más o
menos los agregados “inéditos”, se puede leer, por de pronto, en la genial comprensión
(fechada el 9/6/83) del “gran” verso mistraliano (“verso atroz, verso espantoso, se me cae
el alma al entenderlo”): tomando el aire por mi selva.57 La data del clinamen patético (“se me
cae el alma”), apunta entre otros injertos al incertus del Epígrafe frontal. Ya en el propileo
del libro, Marchant se acantona blandiendo la desnudez del pretexto de traducción que
exige la desolación necesaria (“¡‘Desolación!, yo te propongo como mi espada’”). 58 No
obstante la lectura diferencial seguirá tramando primero (SEGUNDA ESCENA: LA PIETÁ)59 y,
después (EL SENDERO, sección VIII), el simulacro del abandono de cualquier socaire
predilecto. Proseguirá asegurando que “río”, por ejemplo, rúbrica de la diseminación afín
al motivo goethiano, es el “verdadero camino” del nombre.60
57
SAM, p. 219/253.
58
SAM, p. 5/25.
59
SAM, p. 68-69/90.
60
SAM, p. 234/269.
61
Sobre OBSESIÓN, por ejemplo: “Pero, también, madre que, porque no es verdadera madre, no sabe dar
muerte al florecer: excusa (cursiva nuestra), sólo el deseo de no desear el florecer, excusa (ídem) para
desearlo”. SAM, p. 231/266.
jugar a la conversión de la partitura y del reintegro del “simbolismo asociativo”, tramar la
doble variación del método de la estética psicoanalítica.62
Ahora bien (cursiva nuestra), la razón por la que el poeta pudo cumplir esa
usurpación es clara y conocida: el amado fue suicida; hombre sin Dios, es decir, sin
Madre; la Iglesia, hasta hace tan poco, negándose a acoger a los suicidas, a la letra
(ídem), los abortaba. Entonces (ídem), claro movimiento de los Sonetos. Si del
descuido de los hombres (“Del nicho helado en que los hombres te pusieron”) a
su cuidado (“Te bajaré a la tierra humilde y soleada”), con todo, necesidad (Notung,
ídem) de asegurarse de ser ella dueña de su muerte, de ocultar, de atar, a su
amado muerto: “Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas”; “luego”:
31
entonces cuando (ídem) el reino de la luna, y sus “despojos livianos irán quedando
presos”. Finalmente, cumplida, rematada, al parecer (ídem), su labor, podrá quedar
junto a él, que alejarse cantando sus “venganzas hermosas” es –¡cómo no darse
cuenta de ello!– su forma de permanecer junto a él.64
62
La expresión (“estética psicoanalítica”) parece de escasa recursividad en todo el libro: es empleada
tardíamente en la interpretación de los Sonetos, reenviando su respectiva aclaración, al Capítulo Segundo,
Segunda Parte, aunque allí la expresión que convoca el método, no aparece. En el final de la nota 12, que
concluye la parte II de ese capítulo, se sugiere, a propósito de la Traumdeutung, de Freud, y en un agregado a
la Vida y Obra de Freud, de Jones, que la “estética” es una “poética”: “Pues, pregunta obvia ¿puede
considerarse simplemente (como Jones, R. B.) una obra como la Traumdeutung como una reacción subjetiva
(ante la muerte del padre de Freud, ídem) –su ‘significación subjetiva’– ante la muerte del padre, como lo
son Hamlet o Don Giovanni, obras de arte, ellas? ¿O, no es acaso, la Traumdeutung también una obra de arte,
o, más bien, una poética? ¿Por qué no?”. SAM, p. 122/147, nota 12. En un escrito anterior (Resistencias, pp.
299-300) hacíamos notar que es también una “estética” y una “poética” latentes, las que Derrida deriva del
“psicoanálisis” de Freud y la “fenomenología” de Husserl.
63
Resumiendo la lectura de la primera estrofa de otro “inédito (El que partió tenía un canto / a flor de sus
labios floridos. / Danzar hacía a los animales, / cantar el valle ensombrecido), Marchant decía, esta vez sin
subrayar “cantando”: “padre que, si se fue, así se fue: cantando (cursiva nuestra) por el sendero”. SAM, p.
228/263.
64
SAM, p. 224-225/259.
de otro retraimiento similar, de otra sorprendente puesta en ofrenda del depósito
invertido. Iremos a parar al aire de familia que hermana la tirada de la acogida de la
espada, el Notung, a otra recogida de la retirada del falo, el surtidor: si de las distracciones
surgen todos los pretextos de lectura, y la reiterada excusación del saber, ya no extrañará
tanto que ambos lugares parezcan abrirse con el mismo encadenamiento, iniciarse por
análogo recurso retórico: la puesta en secuencia en torno al remate de una conclusión
(“Ahora bien”). Notemos que al adendar una trama de cardos y desbroces, el fragmento
entabla la discusión, en el sentido plural de la rima, con el “poema del hijo”: la
interpretación del bieldo (“alejarse cantando sus “venganzas hermosas”) señala la
distracción tramada por el estatus del sepulcro y la forma que adquiere, por de pronto, la
mortaja de la cinta. Ambos empolvados desde una edad prematura. El pasaje anuncia, tras
el primer remanso de la retórica, el tempo de la retirada tópica en el que comparece el
verso mortal. A él va a parar el “hijo” endeudado. A partir del topos que sigue, sobre el
que decanta la pregunta por la desafección del ansia, Marchant promete el tercer viraje
(“entonces cuando el reino de la luna”). De darse muerte a la leva –ya que ésta no se
acaba sino que, una vez escrito el poema, cristalizada la versión, adquiriría una dimensión
excusatoria “inaudita”–,65 la prórroga debe atenerse al pretexto literario. La poética de la
literatura es la que provee sobrevida al “amado muerto” de juventud. De no ser así, el
inversado suicida seguiría oficiando, mal que pese hasta el final, de surtidor inerte de la
desolación. Continuaría siendo el factor inerme del poema inventado. No menos preñado
él mismo –eréctil– pero en apariencia vacío –estéril–, como si fuese el regazo, el seno, del
32
florecer entrañable.
El bieldo intenta dar tiempo, en principio, al hecho del juramento literario. Parece
exigir la extensión redactiva de la letra poemática, ya situada con todo rigor por el análisis
crítico. Aparenta reeditar la inversión del crédito: simula reacreditar la prenda fiduciaria.
Pretende pignorar la garantía crediticia, emitiendo otro préstamo de renta si, como se
dice sobre un despojo de OBSESIÓN, la retórica empolvada es la “casa”, el sepulcro de
reposo de la poética.66 Esta es la razón de que se requiera desalejar la primera acogida de
65
“Así, piensa Guzmán, discurso inaudito, abrumadora originalidad, terrible violencia, fuerza de la
originalidad y grandeza escalofriante. Y escribe, más adelante, sobre el mismo poema (CERAS ETERNAS),
sobre la relación de amor de la joven madre-muerte y el amado, el fin de sus celos (cursiva nuestra)…”. SAM,
p. 66/87. Guzmán concluirá lo mismo sobre la primera estrofa del primero de los Sonetos de la Muerte, a la
que agrega la transformación analizada en el poema anterior: “Lo que aquí se agrega a la transformación ya
iniciada en ‘Ceras eternas’ es que la propia enamorada es el agente expreso de la transformación; ella lo
traslada a la tierra y por eso ella se hace madre, él, hijo y la tierra, cuna. Esta solución simbólica permite
superar el nudo neurótico del ‘nunca más’, donde el amor era por un muerto y se tenía la alegría de la
muerte, pero en la misma medida, el dolor por la ausencia. Ahora, en cambio, con el amado transformado
en niño y confiado a la tierra, todo ha cambiado. Purificado el amado, se ha purificado también el amor, que
ahora es maternal, momentáneamente, además, la amenaza de las otras y los celos han desaparecido; y
encima, al entrar la tierra en el juego como madre-cuna, el campo posible de los textos se ha dilatado hasta
cubrir toda la realidad”. Cf. Jorge Guzmán, Diferencias latinoamericanas, op. cit., pp. 23-24.
66
SAM, p. 231/266.
la lettre, de la letra del poema, distraer el abono de la supuesta piedad del primer
abandono del “nicho”. El poema del hijo propone que una vez conseguido el trance entre el
“descuido” artificial (“Del nicho helado”) y el “cuidado” natural (“a la tierra humilde y
soleada”), se recuesta dócil, una vez logrado el rapto, el prurito de seducción fascinante.
Supone que se echa tranquilo a la cama el donjuanismo invertido que todavía zozobra en
la cuna de la tierra piadosa. La fustigación del desenlace, sobre el que no se deja de
exclamar (“–¡cómo no darse cuenta de ello!–”), aventura que el aviento real se provoca, no
obstante (“con todo”), después de finado el invento. Tras refinada la puesta en poema de
la fábula literaria. Marchant sugiere que la mujer simula un segundo aborto malogrado, que
el alumbramiento sólo se haría pasar por desafecto victorioso. Implica que tras la
pretendida mejora del poema filial, la joven retórica se entretiene, distrae, divierte con la
desolación del verso.
De la levedad de las restos, de los así llamados “despojos livianos”, sólo podría
hacerse canto fúnebre, viernes santo, kol nidré, “luego” de la retirada del sol, en la
distracción lunar.67 Cuando quizás ya no se reconozca, atenuado el dar a luz de la luz en
el que se torna indistinta, parda al menos, la camada de la sucesión, al pétalo de la hoja.
Volveremos sobre la escena que blande la prenda desnuda del Notung: no sólo que el hijo
sea el hijo de la hija, sino que no se diferencie, en la “hora” de la luna, a la hija del hijo;
cuando la misma se trastorne, a tergo del abandono, en una especie de hermana-ahijada, en
una suerte de hija-hermanastra. Glosemos, por de pronto, la letra del pasaje. Agreguemos 33
a la lettre: no pasemos por alto esta breve alusión a la letra (“hasta hace tan poco,
negándose a acoger a los suicidas –la ‘Iglesia’–, a la letra [cursiva nuestra], los abortaba”).
Así como después se interrogará el quomodo del bieldo (¿Cómo quedan, Señor, durmiendo
los suicidas?),68 en el pasaje citado retumba la pregunta del Ubi sunt (Dónde reparan los
nuestros). El desbroce del anacoluto, que disimula la desinencia apostrófica, permite
despertar del retraimiento convenido, el “verdadero” desenlace de la frase. Remitido al
lugar de aterimiento (“el nicho helado”) –recordemos que el fin del florecer va a parar a
los poemas de la nieve del capítulo DESOLACIÓN–, el abono deficitario iría a dar lectura a
la letra de la estrofa. Carente de santo campo, debido al suicidio seminal, el pretexto no
podría siquiera hacer germinar el responso del “hombre de bien”. 69 Sería impotente para
hacer florecer, incluso, el canto triste de los “hombres de Iglesia” (“hasta hace tan poco,
negándose a acoger a los suicidas, la Iglesia los abortaba, a la letra [cursiva nuestra]”).70
67
Sobre la “luna” véase la interpretación de la cuarta estrofa de TRES ÁRBOLES: “Callando sobre la luna,
ausencia de la luna en la hora (desencurso nuestro) de mayor dolor”. SAM, p. 161/189.
68
SAM, p. 231/266.
69
SAM, p. 120/145.
70
Véase una distracción análoga de otro “a la “letra”, en el movimiento de otra trama sintáctica: “… no se
trata de dos historias inconexas y tampoco la segunda historia es la continuación simple de la primera,
Como sucede ya en la lectura de Una Palabra (“segundo momento” de la sección III.
EL SABER), el reddendum adeuda la lectura del refrán inaudito de la letra ilegible, de la lettre
iletrada, o súper ilustrada, demasiado lustrada, como si fuese de madera: la ilegibilidad del
dicho coincide, en este punto, con su absoluta ilustración. Necesita aplazar, recitando el
vocativo absuelto de la declaración de muerte, el saldo de las últimas palabras del
inversado suicidio. Tiene que mantear, 71 si puede decirse así, el veredicto inverosímil del
retorno del deudo en la versión de la cifra múltiple, de la carta plural. En su cuerpo
fabuloso, es él quien aparenta preñar las ansias de encarnación. Como se encarna o encara
al “padre”, en el lapso contemplativo de la impiedad de la mirada, es preciso encarnar,
encarar al “hijo”. Como tal. La doble constricción supone la puesta en sucesión de la carne,
pero dejando virginales, sin desvirgar, los pétalos de los versos, manteniendo intactas las
versiones de todas las variaciones del don. En tanto que la entrada en escena abrupta del
pretexto arriesga el desgarro del himen, siendo no obstante la penetración la única forma
de encintar el poema, se entiende por qué se requiere tener una postura condicional
sobre la libertad de palabra, la parrhesia, la honestidad o franqueza del dictamen (“si ese
florecer es dicho [cursiva nuestra], como poema, de la juventud del amado muerto, ese
florecer, como muerte del florecer como tal, es, como poema, la muerte del poeta”).
De aparentar el depósito del hijo en la tierra mortal, la joven retórica tendría que
haber dejado vacante –un estado de vagancia que torna insituable la lápida– la inserción de
la letra literaria. Con pericia o torpeza poética, el incertus de la literatura debería tramar el 34
“lapsus” del amado muerto de juventud. Del poema poético –a quien se endosa el duelo
de la letra triunfante, la victoria que provoca los equívocos astutos de la nueva crítica–
deberían quedar vestigios, residuos o desperdicios incontables. Si en los “despojos
livianos”, densos todavía a causa del retraso que supone la escritura al dorso, se oculta el
suplemento de lectura del bieldo póstumo, restarían aún las sobras de diversas versiones
“inéditas”, otras tantas diversiones divertidas del verso retórico. Ya que es preciso que
una flor germine del abono de la tierra, no es extraño que ronden las moscas en torno a
la letrina de la firma mistraliana.72 Esta es la razón de que se insista tanto en la necesidad
de engavillar el surtidor, de que exista obsesión por “atar”, de una forma aparentemente
“abstrusa”,73 el pretexto de todas las modalizaciones temporales del desenlace. En ello se
juega –ab ovo, in medias e in extrema res– la sobrevida del dictum.
historia ésta que los Gutre estaban en ese momento, aislados, por las aguas, viviendo a la letra (cursiva
nuestra)… ”. SAM, p. 20-21/ 40.
71
Sobre el manteo como castración, véase SAM, p. 296/336 (Apéndice Segundo: El Doble Ritmo).
72
Sobre el “poema-excremento”, véase Jean-Paul Sartre, San Genet. Comediante y mártir, Bs. Aires: Losada,
1967, p. 534.
73
“Sus análisis, frecuentemente abstrusos, constituyen, sobre todo en el cap. Tercero, ‘Desolación’, un
punto de partida para disquisiciones poético/filosóficas que poco tienen que ver con la obra de G.”. Cf.
Patricia Rubio, Gabriela Mistral ante la crítica: bibliografía anotada, Santiago de Chile: Dirección de Bibliotecas
Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1995, p. 15.
Tenemos que notar, al menos de forma genérica, una cierta variación intercapitular: si
en ÁRBOLES la frágil toma de la palabra se había sostenido con incontables precauciones
(con una serie de subrayados, inserciones y preguntas a tergo, con una extrema caución
pedagógica), en EL SENDERO, el mismo patrón retórico de asunción y desdén ya vendría
repitiendo, como sucede con la redacción continúa del “poema del alma” que Marchant
dice haber invertido en “éxtasis de violación”, similares simulacros de reversión divertida.
Esta es la dificultad que trae apareada la redacción del canto: la canción corre el riesgo
inmediato de transformarse en discurso, de reafirmar la discursividad “masculina” inscrita
en el habla oficial.74 La amenaza consiste en recitar, via rupta de un nombre puro o
espurio, la mera acción performativa del “poema del hijo”, ceñido en la partitura del
“instinto filial”, pero ante la ley de la neutralidad discursiva.75 Entre otras, esta es la causa de
que la lectura se encamine, en su etapa intermedia, a la “prostitución” del nombre
poético. Si de él se espera la reconversión simbólica intachable, es preciso que en EL
SENDERO se prostituya.
Peor que “meretriz” (eufemismo quizás demasiado “ideal”); mejor que “ramera”
(insulto tal vez en exceso “natural”); el de “prostituta” sería a lo mejor el epíteto
conveniente para nombrar la procacidad matriz de la gestación poemática. La labilidad de
la retórica supone que el abolengo ahogue la reescritura del poema que pasa por temple
invernal, por temperatura poética sólo de una estadía en el invierno. Por imaginaria que
fuese la especulación de las entrañas, en las orillas del sendero el corazón del nombre 35
tendría que encarnarse: la imaginación debería dar la prueba de un cierto resto de
“materia” sublimada. De ahí el trámite en torno a los clavos pasionales en los que se
ensarta el “cuerpo”. Y el embrollo de la carne en los cardos de la propia rosa. Esta es la
razón, por lo demás, de la misma fustigación de la ilusión suscitada entre María (la
“virgen”) y María Magdalena (la “prostituta”). La virtualidad jovial de la vieja retórica no
sólo debe desvirgar sino a mantener “naturales” los diversos poemas del aliento. Sobre
este encarnizamiento virginal, por ahora, basta el resumen: de la mujer aventada en el
pretexto paterno, levantada por la excusa que desdeña una cierta fronda arcaica (“no hay
74
“Y el poeta, como esa otra fuerza (desencurso nuestro), mujer que toma la palabra, al Dios Triste le dice su
debilidad; tristeza de ese Dios (ídem) que nada tiene que decirla a ella, a ella que es mujer, salvo esto: pedirle
consuelo, perdón. Pero, entonces, ¿el Dios Triste es el Dios de los hombres, de los varones, y, por eso, afirma el
poema, el poema se afirma preguntándolo, por eso es triste? ¿Qué pasa con la mujer? Si la mujer canta, debe existir
un Dios, origen de su canto. ¿Cuál es, cuál puede ser, ese Dios? ¿O en realidad la suma tristeza es, pasa a ser, la
tristeza del poeta –ella, algo de ella, hace temblar, como ella, al Dios mudo– porque el Dios que existe es Dios de
los hombres, porque las mujeres, es decir, las madres, no tienen Dios o Dioses ¿Y si el ser menos de las madres, su
estar regidas por el discurso y el poder de los hombres se fundara en no tener un Dios o Dioses que les fueran
propios, más exactamente, porque su Dios está oculto o, encubierto por la acción, por el discurso de los hombres, de
los varones? Pero, en todo caso, no se trata de que el poeta quiera imponer su Dios; ella sólo está dejando hablar a
su inconsciente, a su Dios. Pero, ¿qué pasaría si el inconsciente, si Dios, fuese primeramente como fuerza, fuerza
primera, mujer, es decir, madre”. SAM, p. 142/170.
75
SAM, p. 143/171.
árboles, sino flores en el sendero”), sólo quedaría, como si fuera la síntesis del tono del
segundo capítulo, la profesión universal del insulto frívolo.76
76
“–Así, también, explicación del universal insulto (cursiva nuestra): ¿por qué se le dice ‘prostituta’ a la otra
‘no-decente’, si ella es amor o cuerpo sin dinero? ¿Por qué sino sólo por esto: saber que toda ‘traición’ es
revelación, cuestión de un cierto saber, un saber, lo veremos, de Judas?”. SAM, p. 178/207.
77
SAM, p. 227/262.
78
“Pero, ¿cómo, entonces, la naturaleza puede ser preparación para el surgimiento de la mujer, si la mujer
se va a perder –dolor, soledad– en el sendero? ¿Ilusión, error, del agua, de las flores, nombres, aquí –¿por
qué ellos, ellos y no el árbol? – de la naturaleza, de la mujer?”. SAM, p. 163/192.
79
Sobre el primer momento de ÍNTIMA: “De este modo, el amor de Dios, esto es, su amor como amor de
Dios, penetrará en ella, acción de Dios como viento de Dios, representación cristiana de la Anunciación de
María; y ella amará al amado, no como amante, lo amará, lo convertirá, como su amor, en su hijo, hijo
divino. Hijo divino, el amado; esto es: ella se ofrece como madre inmortal, árbol sin muerte; al amado ella le
ofrece su mentira (cursiva nuestra): su intimidad aquí descifrada como exterioridad”. SAM, 200/232. Y diez
páginas antes, sobre el primer momento de EL SUPLICIO: “Verso que es verdad absoluta: ‘Con esta pobre
boca que ha mentido / se ha de cantar’, reconocimiento, entonces, que una cierta mentira (ídem) se escribe
en los otros versos, en los otros poemas, del poeta”. SAM, p. 192/223.
80
Sacudida como árbol y en el centro de la tornada, vuelta testimonio. LA BAILARINA. SAM, p. 106/130.
virtud de la mujer, y se ensarta la vacua erección del hombre. Por comprender quedaría
de qué modo se tortura, en los torniquetes encarnizados de la fábula, el florecer o
reflorecer del nombre. Consabido ya (presentido primero y sabido después) que ambos
tienen que morir (“Dos veces, y una tercera”).
81
“Pero ¿cómo podría ser de otra manera, como [sic] podría hablarse de otra manera? Necesidad de recurrir al
sistema que se pretende suplantar; al mismo tiempo, sin duda, peligro que la simple inversión (desencurso
nuestro) de la oposición confirme lo que se intenta impugnar”. SAM, p. 156/184. Ya en el “Árbol como ‘madre
arcaica’ en la poesía de Gabriela Mistral” (p. 71 de Acta Literaria) se había dicho: “Por cierto, este proyecto
de restauración del sentido maternal de las cosas es enteramente ‘loco’, tanto como el proyecto contrario,
el falogocentrismo, del cual representa su simple inversión (cursivas de Marchant), es decir, su crítica, pero, al
mismo tiempo, su reafirmación”.
82
SAM, p. 166/195: “El poema (EL AMOR QUE CALLA), poetizando la separación entre el cuerpo y el alma,
separa el cuerpo y el alma de otra manera que la manera habitual –dice, por ejemplo, que las palabras son
del cuerpo y no del alma. ¿Lo dice con qué saber? ¿Acaso, porque, motivo tradicional, las palabras caen del
alma, se olvidan? Antes que eso, comprensión y repetición abusiva –comprensión y repetición implícitas, por
cierto– del origen y del sentido del lenguaje (Pero no se pasará por alto: distinguiendo, separando de otra
manera el alma y el cuerpo, separa la separación…)”.
83
La siguiente referencia a la mutación (“se transforma el sendero”) parece valer no sólo para POEMAS DEL
ÉXTASIS. SAM, p. 175/204.
espera premeditado luego de obtener la comprensión de la sección I. (HACIA EL SABER),
parece volver entonces a la carga. Aparenta recatetizar el dictum pretextual, que desde
entonces no sólo parece abrirse, de par en par, dos pares de veces (“Dos veces, y una
tercera”) sino de nuevo ocluirse, emulando el movimiento de los pétalos. La rémora
reexpedida anuncia la justificación de la promesa posible, de la ilusión promisoria, del falo
inerme. El levante del Notung supone, bajo el expediente de que el árbol se halle en el
sendero para la siega o la tala final, grandes dotes de poder. La multiplicación de los dones
repartidos y, ciertamente, la acogida del don en la “gran cosecha” del doble universo del
verso,84 va a la par de la esperanza que pretende segar, de un solo golpe de hoz diferido, el
fruto natural. La naturalización de esta excusa se volverá a simular, de modo vergonzoso
como queda sugerido, en los confines de la interpretación de los Sonetos.85
84
“Lectura de cuatro poemas, de este modo: como si (cursiva nuestra) nada supiésemos de la existencia de
otros poemas del poeta… Entonces, unidad de estos poemas, un poema único (ídem. sobre ‘único’). Luego,
en los otros capítulos (El Sendero, Desolación), leeremos los poemas, casi todos los poemas de Desolación y
conjuntos de poemas fundamentales de épocas posteriores. Como esta lectura, esa unidad, el poema único
(ídem) que habremos construido en ÁRBOLES, se verá enfrentado –relaciones, tensiones, oposiciones,
contradicciones– con el movimiento de unidades, de conjuntos de otros poemas. Consecuencia:
desaparición del primer poema único (ídem); sus momentos, esos cuatro poemas, pasarán a integrarse (ídem),
encontrarán su lugar adecuado (ídem) en otro, el segundo poema único (ídem) que construiremos”. SAM, p.
135/163.
85
Sobre la excusa, la vergüenza, la verdad y la represión, véase lo siguiente: “La estructura del deseo como
exposición más que como posesión explica por qué la vergüenza funciona, tal como en este texto (de
Rousseau), como excusa más efectiva, mucho más efectiva que la envidia, la lujuria o el amor. La promesa es
proléptica, pero la excusa es retardada y se manifiesta siempre después del crimen; dado que el crimen es
exposición, la excusa consiste en recapitular la exposición bajo la guisa del engaño. La excusa es una
artimaña que permite la exposición en nombre del hecho de ocultarse, no muy diferente de lo que pasa,
según el Heidegger tardío, con el ser, que se manifiesta a sí mismo ocultándose. O, por decirlo de un modo
diferente, la vergüenza empleada como excusa permite que la repetición funcione como revelación y, de esta
manera, permite que placer y culpa sean intercambiables. La culpa es perdonada porque da lugar al placer de
revelar su represión. Se sigue de ello que la represión es en realidad una excusa (cursiva nuestra), un acto de
habla entre otros”. Cf. Paul de Man, Alegorías de la lectura, Barcelona: Lumen,1990, pp. 324-325.
86
“Si Cristo permanece en la Cruz, si Cristo no ha resucitado, ninguna vez en Vida, en toda Desolación, se
encontrará a Cristo resucitado… ”. SAM, p. 187/218.
el relato no se sucede sin que se intervenga el semillero: la redacción no salva el conducto,
sin este enorme escollo que debe sortear el “instinto filial”. La pérdida sobrevendría, por
cierto, si no se apostara un vástago de la misma camada. Nada acontecería de no reblandir
la excusa fálica. La cuenta no se relata de no levantar, a cierta altura, la prenda que desde
el principio, ya en el nombre de la “inicial”, se simula preferir. La preferencia es otro
modo de suicidarse.
Hemos adelantado que la excusa del “pétalo” se hará pasar, a la espalda del filo, a
través de la prerrogativa de la propia “hoja”. Según el despertar de un sueño al que vamos
a asistir, el pretexto de la sucesión tiene que dar vuelta, de cierto modo entornada, la
propia diferencia sexual supuestamente preferida. Necesita girar los tropos sobre una
distinción genérica ya aparentemente asumida. Advirtamos que a la misma “hermana”
consentida liminarmente en una trama de fragmentos prosopopéyicos, se tendrá que
deponer la preeminencia no sólo de “hija”, sino de –si cupiera el uso del siguiente nombre
alguna vez– “hermanastra” predilecta. En rigor, cualquier consentimiento “inicial” de la
lettre requiere, de poner en forma la doble sucesión del calco, dejarse de lado recortando
los márgenes de la cinta del plagio. Sólo así el prurito de herencia puede reprogramar, al
menos como si fuese el trascendido de la escucha del refrán, la transferencia que cada
cierto tiempo necesita recargar el dictamen. La “primera” gravedad del pretexto sólo sería
un contrabando excusable si se dejara caer el “uso” del nombre destramado por el propio
invento de las hojas: aunque las páginas estuvieran amarillas, ya bastante borroneadas a esa 39
altura, los folios tendrían que aparecer como si fuesen fajos limpios. El portafolio “veraz”
tendría que hacer piruetas orquestadas en pos de la urdimbre que pone en tela de juicio la
diferencia sexual del “hijo” de la otra berma. No se erige un pretexto así, por no dejar,
más que para dejarlo caer. De pasarse por alto la textura “corporal” del incesto, de
cometer la cópula lapsaria ese error fatal, se debería recitar el aforismo de la muerte de
una simiente a través del sobrepeso desmesurado que recatetiza el florecer de otra prole.
Es preciso redactar, a la letra, el acta de nacimiento abortada de la prestación del nombre,
supuesto que la erección de la semilla, el germinar de la excusa enrosada, debe quedar,
aunque parezca ya muerta, todavía pendiente: no resucita si el grano no muere.
La segunda salvedad tiene que ver, por supuesto, con la desmesura de la cinta, con
la anchura o estrechez de la cintura. No hay que olvidar que todo el juego de bordes y
desbordes del análisis sugiere en gran medida la relación inaudita, la coexistencia
inestimable, entre la templanza humana y la devoción divina.87 De manera queda, el dictum
debe decir el imponderable vínculo existente entre el eros de los “hombres” y el amor de
los “Dioses”. El esponsal es posible, en apariencia, por el estado virginal sui generis de la
mujer. De ésta Marchant repite, es cierto que en escasas ocasiones pero por lo mismo de
un modo decisivo, que es gloria coronada, renombre de la naturaleza.88 Suerte de penacho
que ensarta el cielo, que apunta a los confines de la extensión que roza el esplendor de la
divinidad, su injerto estaría ya acoplado, de forma espectral, en la propia esencia de la
“flor”. De ahí que en su copo parezca jugarse, via rupta del lapsus fragmentario de la 40
mirada natural, la vida y la muerte de Dios.89 Y que la inmolación de los pétalos, su corte y
reinjerto, arrastre consigo el suicido y la eventual sobrevida de lo divino. Esta sería la
partitura, la paráfrasis perifrástica de la retórica panteísta.
Podría creerse que luego de la sección I no parece haber sino levante de una cierta
“ilusión” de juventud. No se relevaría sino el eros juvenil, todavía esperanzado (Marchant
recitará la esperanza al menos hasta la lectura de los Sonetos), haciendo remisión del amor
a la instancia de la “vejez” prematura, ya sin anhelo de aspiraciones “románticas”. Ya sin el
ansia de suspiros “eróticos” naturales. Sería preciso retractarse de esta fe, si es esa misma
resolución, entre erotismo y erotismo, la que debe quedar en suspenso. Pero también
tomar por sorpresa a la propia reducción del florecer de las flores. Como ya sucede en el
87
SAM, p. 145/173.
88
SAM, p. 165/194.
89
“Si nieve, fin de su poema, fin de las flores, de los árboles: mujer con hijos, Dios que acoge; si unidad de una sola
desgracia, la naturaleza que no es naturaleza, la mujer que no es mujer y suspensión de Dios, catástrofe total; si
muerte, si madre-muerte el mar, ‘callado y yerto’ –larga lucha del poeta con el mar, con la significación del mar…; si
pérdida del lenguaje, lenguaje familiar, incapacidad de dar un nombre, dar un nombre para descifrar su nombre,
entonces cuando ‘la noche larga’, noche larga que no es la muerte –la muerte no es muerte si María al lado acoge el
alma que muere, y no se introduzca ese tema de un mundo sin Dioses, la muerte de Dios–, sino: silencio de
Dios que es la mirada de Dios (desencurso nuestro), Dios, Dios mismo, como muerte, Dios es la muerte,
entonces, sólo ahí, comprensión, superación, de este modo: de mirada a mirada, identificación; ella, idéntica a Dios,
ella, como mirada de Dios, verá”. SAM, p. 240/275.
caso del “hijo”, el Eros “infantil”, aunque fuese él mismo quien diera cierto realce a la
gloria, no puede sino dejarse caer, entre una y otra eróticas, en la propia recogida del
“falo”. Del mismo modo se podría calificar el movimiento del pretexto en sentido
literario. De ahí que pueda pensarse que el relevo traduciría un despertar que regresa al
dolor pasional de la serie de variaciones de poemas en los que, crucificado en la madera, el
resto parece estar extrañamente enarbolado. La similitud entre los poemas del primer
cuarteto de ÁRBOLES, y los poemas de “Cristo en la Cruz” de EL SENDERO, se expresa en
la obligación de poner límites en ambos a los márgenes del inconsciente cristiano. De
tomar en cuenta el poema con que termina el capítulo primero, a diferencia de los de la
sección de VIDA, los árboles no estarían erguidos sino caídos. Pese a que en los dos, no
obstante, el amor parece quedar librado al azar de la suerte “humana”, abandonado a la
acción del golpe de dedos de un extraño “escepticismo”.
90
Acerca de una estrofa del Poema del Hijo, poema que retorna una y otra vez a través de todo el análisis,
Marchant dice: “¿Cómo explicar estas identificaciones, este deseo, al parecer desorbitado (cursiva nuestra) de
tener un hijo como Cristo o más que Cristo?”; “¿recuerdo –continúa a pie de página– acaso de un Cristo
que la persona Gabriela Mistral poseía y sobre el cual le dice a Magallanes Moure: ‘Tengo un Cristo único
con unos ojos que en vano busqué en otros’?”. SAM, 204/236, y nota 30.
De atenernos al Apéndice Primero (NADIE EN LA POESÍA DE PARRA), en el cual se
mide, a través del cambio de seudónimo,91 la diversión de El Cristo de Elqui parriano, la
cintura podría traducirse por “tiempo de espera”, período de lamento divertido, de
“cálculo económico”, o de interregno penitente a que la cita da lugar, como si fuese la
desistencia que porta el motivo del colgajo del resto.92 Ya que no podemos proseguir con
detalle por este sendero tortuoso, citemos al menos otra referencia al dictum del secreto,
tal como se diría en EL SUPLICIO, “primer momento” de EL SABER, que inicia la segunda
tirada de los poemas del lapsus de remontaje. Discutiendo la interpretación de Guzmán,
que señala la equivalencia “simbólica” pero no “real” de la gestación “poética” del “hijo”,
Marchant conviene en decir que el poema habla, a la chitacallando, de un “verso no
dicho”:
91
Al referirse a los escritos de Blest Gana en El Correo del Domingo, Raúl Silva Castro dice : “En él usó Blest
Gana el seudónimo Nadie que le hemos visto emplear anteriormente y que abandonó en las novelas y demás
escritos literarios para usar su nombre completo”. Cf. Raúl Silva Castro, Alberto Blest Gana, Santiago de
Chile: Zig-Zag, 1955, p. 49. Marchant dice : “Sólo nos interesa señalar aquí, muy rápidamente, cómo la
poesía de Nicanor Parra descubrió y perdió –si lo perdió totalmente– a Nadie, cómo Nadie abandonó –si lo
abandonó totalmente– a Parra”. SAM, p. 285/325.
92
En el análisis del poema Las Tablas, de Parra, Marchant decía: “‘desierto’: momento de la vida adulta que
lo lleva a una escena infantil-juvenil”, precisamente al reencanto de los Sonetos. SAM, p. 11/31, M. M.7. Véase
también la figura de “Moisés”. Además los siguientes pasajes sobre la “teoría y práctica del tiempo de
espera”: “Volvamos al Cristo de Elqui. Examinemos su trabajo, su actuación, su cálculo económico, su
lección de economía. Pues, ¿qué es el Cristo de Elqui sino esto: en tiempos de espera –la realidad nacional–,
teoría y práctica del tiempo de espera? Y si una poesía no puede ser ‘el lenguaje general de la tribu’, contra
el deseo de Parra de instalar a su propia poesía como ese lenguaje (cursiva nuestra) –entre otras cosas,
cambios de lenguaje definen al ‘lenguaje de la tribu’–, sin embargo, cumplimiento de deseos, El Cristo de Elqui
constituye el lenguaje preciso de un cierto momento histórico de la tribu: el lenguaje de la economía, de la
economía vital”. SAM, p. 289/329.
93
SAM, p. 192/223.
(“mentira de árboles”). Como si en este tiempo de diversión, tal cual la mujer que
aparenta entretenerse con la desolación del verso, no se dejase sino aumentar, tras el
aborto malogrado que todavía pretende dar tiempo al florecer de las flores, la gravedad
embarazosa de la preñez. De esta se espera el relumbre en la sección dedicada a los
Sonetos. Esa faja de texto da placer: por elástico o apretado, enhebrado o sujeto a
deshilván que parezca estar el dictamen que se carga en las entrañas, da divertimento y
diversión. La pretensión de escribir otra cosa, profesando la puesta aparte de la mirada, ya
soporta los dolores placenteros de la imaginación del parto. Y el remontaje anasémico,
por ascético que fuese, no dejaría de traer algún mínimo dividendo de alegría. La serie no
sólo incluye el análisis de EL SUPLICIO; además, luego de UNA PALABRA, el tercer
“momento” de la sección incorpora, antes de injertar “la escena que falta” (“Kol Nidré”), el
poema GOTAS DE HIEL. De la paráfrasis del mismo sólo recortamos lo siguiente:
Esto es: no cantes: no podrás –cuerpo– entregar el canto que debes –alma–
entregar. No beses: el beso del labio es sólo signo y no beso del alma. Y si rezas, si
dulzura, dulzura vana, tu cuerpo no dirá el Padre Nuestro que salva, que el Padre
Nuestro es del alma y el alma es de Dios, no como tu cuerpo que será siempre
“lengua avara”. Pues, razón –hiel– final, un jirón de carnes quedará siempre vivo,
sintiendo la piedra que lo ahoga, el dolor del gusano que te destrenza, funesta
inmortalidad. Diciendo esa inmortalidad (cursiva nuestra), sin embargo, es otra cosa lo
que dice (cursiva nuestra) el poema. Discurso a la mujer: siempre, no sólo cuando
muerta, el gusano te destrenzará, muerte de la madre como muerte de su hijo;
pues si la mujer dice saber que su hijo no ha muerto cuando siente intacta su
43
cabellera: “no sé cómo lo amortajaron /si está intacta mi cabellera” (…), ilusión,
ese gusano (ídem) que le destrenza, es el hijo que se le muere, que ya está muerto,
que, destrenzada, la madre ya no es madre, pérdida de su atributo, sus cabellos,
como pérdida de su ser. Madre, entonces, que muere de su morir como madre, el
nombre de la madre como no ser madre, ese (ídem) “verso enorme” de El Suplicio,
aquí dicho claramente, en este poema, como saber horrible, abominable (todo
saber de o en la cripta, dice Abraham, es abominable).94
La lectura del primer verso, que alude a la tara del dictum “poético” (No cantes;
siempre queda / a tu lengua apegado un canto: el que debió ser entregado), parece reiterar el
saber que ya se venía insinuando desde el “cuarto momento” de la sección II (PREGUNTAS).
En lo que atañe a la posibilidad de salvarse “cantando”, VIERNES SANTO dirá algo similar
que GOTAS DE HIEL: allí ya se hablaba de la necesidad de detener el “arado”, recomendado
labrar, sembrar y escribir, sólo cuando “Cristo” dejara de padecer, de sufrir (No remuevas
la tierra. / Deja, mansa / la mano y el arado; echa las mieses cuando ya nos devuelvan la
esperanza… ”).Y se inculpaba, diez páginas antes, al “labrador”, pero no menos al poeta,
por el dolor de “Jesús” (Porque tú, labrador, siembras odiando, / y yo tengo rencor cuando
anochece…).95 El recado en torno al desdén del ósculo (No beses: siempre queda, / por
maldición extraña, / el beso al que no alcanzan las entrañas), preludia el “beso” de Judas:
94
SAM, p. 196/227.
95
SAM, p. 186-187/217.
GOTAS … no sólo aconseja retener el “beso” (que Marchant traduce, como si se esperara
el beso “verdadero”, como si tradujera el beso en otro verso: “No beses: el beso del labio
es sólo signo y no beso del alma”); alerta, además, sobre el deseo fatuo de clamar por la
defunción piadosa (Y no llames la muerte por clemente).
Todo el poema (en especial la primera, la segunda, y la cuarta estrofas) versa sobre
el resto, prosa acerca de lo que sobra, luego de cantar, besar y rezar; habla de lo que
queda (queda… queda… quedará) en la carne blanquecina, inclusive tras invocar, si se
vocara, la compasión del “fin”, del término total. ¿Qué quiere decir, entre otras
variaciones, pues en las carnes de blancura inmensa, /un jirón vivo quedará…? Tal vez no se
esté aquí tan lejos de la flor del rubor, del síntoma de la vergüenza de la que habla la
sección VII, dedicada a “Judas”. 96 Este saber roza lo “abominable”, raya también en el
azoro, en el bochorno que suscita la excusa, la iluminación del poeta, y su “celo por la
verdad”.97 No olvidemos que Porque un amante besa, ese poema “inédito” que Marchant
califica de “imperfecto”, y del que cita la primera estrofa (Porque un amante besa, nace un
hijo divino. / Porque Dios besó al mundo se derramó luz, /Pero ha besado Judas con sus labios
dañinos /y suda sangre y tiene tribulación Jesús), dice además: “Sobre el sitio del beso, creció,
dorado; destiló, pendió como fruto abundante un panal perfumado. Y Judas que aventó la
mariposa blanca, ya no tenía manos para romper la arquitectura leve (cursiva nuestra) que
crecía en su mejilla, para vaciar con ira, con desesperación, aquella dulzura perfumada de
íride en que el beso de Cristo perduraba”.98 En GOTAS…, como en El Beso, se hablará, por 44
supuesto, del sofoco. En el último, en particular, se tratará de la asfixia que provoca el
96
“La vergüenza es un afecto. En tanto tal, se relaciona con el inconsciente-madre. Ahora bien,
opuestamente a todos los demás afectos, la recusación del propio deseo de aferramiento no responde al
propósito de comunicarle algo, de pedirle auxilio, etc., sino de significar a un tercero extrapsíquico la
ruptura con la madre. De hecho, no se trata de un afecto expontáneo, como en el caso de la angustia, que
se desarrolla por la sola acción de la tópica, sino de un afecto impuesto, de alguna manera desde el exterior,
por medios artificiales que apuntan a producir una escisión en el psiquismo. La tópica (ello –yo– superyó),
una vez instalada, excluye las situaciones de vergüenza y las sustituye por situaciones de culpabilidad. Dicho
de otro modo, la vergüenza es propia del niño cuya tópica está en vías de instalación, e implica un
avergonzador, al menos virtual, en el exterior. Aquello por lo que enrojece no está aún reprobado
profundamente, sino sólo sustraído a la vista del tercero. La vergüenza va a la par con el secreto y con la
división del yo. La culpabilidad puede ser expiada, la vergüenza sólo puede ser negada o disimulada”. Cf.
Nicolas Abraham y Maria Torok, La corteza y el núcleo, Bs. Aires: Amorrortu, 2005, pp. 332-333.
97
“Pero si Judas, traicionando a Cristo dice la verdad de los seres que ama, de Cristo y de su madre, si su
traicionar es revelar –revelar la heterocripta universal de la mujer (cursiva nuestra) … y, por eso mismo, si no
hay instinto maternal, sólo instinto filial, como se dijo, la heterocripta universal del hijo (ídem)–, sin embargo,
inmediatamente, arrepentimiento, esto es, iluminación, fuego de su saber. Pues, si su amor le abrió el
conocimiento, ese su celo por la verdad (ídem), no era, no fue, sin embargo, sino el olvido, el rechazo, su
indignidad ante el amor gratuito de Cristo (y de su madre), amor gratuito que Cristo, porque Dios, aunque
Dios vencido –contradicción lógica, tal vez, pero no poética– puede dar y le dio efectivamente a Judas”.
SAM, p. 214-215/246-247.
98
SAM, p. 210/243.
saber ominoso, de la falta de aire en la atmósfera enrarecida de la impiedad de la escena
de “Judas”.99
45
99
“Ahora bien, El Beso, el texto de Gabriela Mistral, ¿cumple con las condiciones que la teoría del fantasma
de Abraham exige? De un modo particular; veámoslo. Cristo se le aparece a Judas en sueño, aparecer en
sueño que, como función, es lo mismo que el aparecer del padre de Hamlet y si Cristo nada enseña a Judas,
lo obliga, sin embargo, a ese supremo conocimiento: del conocimiento, cumplir el reconocimiento de Cristo
–esto es, ‘Judas’, algo, una instancia psíquica en Judas– obliga a Judas a decir lo que Judas sabía, y que sabía
desesperadamente, de ahí su ahogo, de ahí su sudor que señala el poema (cursiva nuestra); esto es, que el beso
traidor se lo había enseñado la prostituta”. SAM, p. 213/246.
100
SAM, p. 211/244.
101
Ibíd.
Como si, para él, se tratase de situarse en esa gran historia genealógica de las
confesiones tituladas Confesiones. Árbol genealógico de un linaje más o menos
literario que comenzaría con el hurto, cada vez en un árbol portador, en sentido
literal o en sentido figurado, de algún fruto prohibido. Un árbol con hojas o un
árbol sin hojas que produjo tantas hojas de papel, de papel manuscrito y de
papel-máquina.
J.D.
“cómodo” localizarlo luego de TRES ÁRBOLES, y pretender así los fines de la primera retórica del árbol. Lo
mismo que dramatizar el lapsus de caída del primer capítulo. Su estatuto, quizás porque se trata de un
“poema en prosa”, es variable, marca el paso, de ser así, del doble éxtasis del conjuntivo: la metáfora del
“éxtasis sexual”, lo diremos de inmediato en el centro, habrá sido observada (marcada sobre todo en la
interpretación de LA CRUZ… ) “por todas partes”. Pero Marchant rezaga el injerto, en apariencia, para
dramatizar el término retórico de la segunda tirada de cuartos, retrasa la variación de la primera serie de la
sección I, que da fin al “poema heroico” de la mujer, al “poema adolescente” de Gabriela Mistral, y
reconvierte la retórica, via rupta del remontaje anasémico de la breve “cintura estrecha”. La inserción de
POEMAS DEL ÉXTASIS, en el quinto momento de la segunda tirada, embrolla también la escena del
despertar de la retórica, lo mismo que (lo vamos a repetir más adelante) la interpolación, entre los dos
análisis de la Cruz, del “poema heroico”: la cópula de la retórica “adolescente” es propicia en tanto que, al
final de la sección I, se tendrá que dar cuenta lábil, de dos despertares conjuntos, pero enrollados, como si
pese a marcarse el fin del capítulo de ÁRBOLES todavía la retórica, ya bastante tarde, tuviera que simular
otra vez la incorporación de los restos, pretender el levante de nuevo. Por último, el status “insituable” del
poema narrativo, y su lugar de “fluctuación” entre uno y otro cuarteto, permite la puesta en enredo, entre
el 8 y el 9, entre las dos sinfonías mahlerianas preferidas.
105
SAM, p. 201/234.
reconocimiento simulado del don repartido, que en adelante surte efectos de desolación
en los poemas de la nieve cadente, ya supone haber logrado la comprensión definitiva
sobre el pansexualismo poético. Ya simula –lo mismo sucede como veremos con la
observación sobre la masiva comparecencia del motivo del árbol en la poética– haber
dado en el clavo, de acuerdo a la ensoñación restringida del segundo capítulo, sobre el
sentido “erótico” que, en el primero, previniendo la virtualidad de la metáfora sexual, ya
había sido insertado al dorso.106
Delimitado en los márgenes contritos pero cada vez transgredidos de las dos
secciones extremas (I-VIII), el resultado virtual del largo bypass adquiere la figura de labios
envainados. Adopta la imago (hasta cierto punto iconoclasta, de algún modo destructiva)
del enroque de tablas. Al traducir el dictamen mistraliano, via crucis del “cuerpo” clavado
en la madera, el lapsus de recodo sería quien aparenta, a expensas de la excedencia del
remontaje, el doble giro de las torres, la tornada de ambos arcos de triunfo.108 En los
intersticios de los frontis, de una y otra fachada del retablo, simularía entredecir la trópica
del tour. Se puede aventurar que la caída madrugada, que pretende el jaque temprano y la
106
SAM, p. 147/175.
107
La lectura injerta a la espalda los tres tipos de dictum: esto ocurre con el dictum de lo real (inconsciente), el
dictum espiritual (consciente) y el dictum sexual (sentimental), ya que hay, como veremos, también un dictum de
la sexualidad, un grito, se diría, de la “naturaleza”.
108
“Como han indicado diversos comentaristas, triumph (‘triunfo’) designa tanto la victoria efectiva como el
trionfo, el desfile que celebra el resultado de la batalla. La lectura de esta escena (de The Triumph of Life, de
Shelley) debiera permitir una interpretación más general de este movimiento contradictorio”. Cf. Paul de
Man, “Shelley desfigurado”, en La retórica del romanticismo, op. cit., p. 194.
puesta en reverso de las columnas, es un cuadro predilecto debido a que, quizás como en
ninguna otra puesta en tablado del teatro, transpone el resbalón a través de una solución
que prolifera en remezclas escénicas. El deshilván en cadena proyecta resolver, de forma
precisa, los impasses suscitados, al final de la primera sección, por la lectura de LA FLOR…
Pero implica –como vamos a ver– repliegues que atañen al capítulo anterior. No cabe
duda que esta extraña resolutoria es producto de la inventiva que mantiene la promesa de
la sucesión de las hojas “puras”, que rubrica el juramento sostenido en torno al presunto
florecer de las rosas “blancas”. No es sino un artificio que reconvierte la herencia
excusando la pérdida fraccionada del pretexto invertido. De ahí todos los plagios
cometidos y vueltos a cometer, a favor de la naturaleza, simulando la transgresión contra
naturam. Razón, por lo demás, de la puesta en forma del clinamen y la recolección de la
cinta, extractada de la propia disculpa compositiva. Extraída de la misma razón de hiel
alegada, como en ninguna otra ocasión, al implantar la resolución del bypass. Puede
suponerse asimismo que el acotador temprano tiene que delatar la aparente
desprevención del propio relato del lapsus calami. Es preciso que dilate la extensión
imprevista, aunque presentida desde la primera emoción conceptual, de la reducción
excedentaria de la puesta en página. A partir de este relato dilatado, que reserva la
consolidación del presagio del concepto, insistiremos en la fábula perversa, en el apólogo
divertido de las hojas políticas.
No debemos pasar por alto que el reddendum explicitaba ya, entre tantas otras
ilusiones fustigadas con rapidez, lo que puede denominarse razón de caderas. Torpe o
perito,109 el clinamen del lapsus se presta, por lo mismo, a un desconcierto evidente. Está
109
“Y ternura que se limitó, contrato, conocimiento de las condiciones del contrato, del tiempo del
contrato; por ello, ajeno al engaño, a lo más vacilaciones, torpezas (cursiva nuestra) –mías”. SAM, p. 287.
Sobre la “torpeza”, véase también Pablo Oyarzun, “Regreso y derrota”, Nomadías, Santiago de Chile:
Editorial Cuarto Propio, Primer semestre, 1998, año 2, número 3: “La Historia es su propia tachadura, su
abolición. Si, en el retorno baldío, balbuceamos, esta torpe hesitación (cursiva nuestra) no hace más que
confesar la falta que somos, la mácula: es pura negatividad, inválida e insignificante” (p. 91).
demás decir que es el de mayor agolpe, de quererse así, de la interpretación entera.
Cuanto más razones se dan, con todo, ninguna de ellas habrá sido suficiente. Por el solo
hecho de volverse razón natural, el mismo raconto la habría tornado deficitaria de
inmediato. Ninguna ratio habrá bastado, por lo demás, si la transliteralidad que dilata la
mascarada del don –lo propio acontece con el trampantojo que pervierte la
contemplación de la madona–, se seguirá justificando, tras una serie de hojas descorridas,
no sólo en la compaginación del centro. Sobran resquicios de razón, restan jirones de hiel,
si el término del desengaño volvería a deletrearse, más tarde, en el “último” pie de página
de la sección VIII.110 Especie de despojo de la desolación “adolescente”, la excusa irá a
parar, más o menos recortada, a las páginas finales de EL SENDERO. Con esta referida
puesta a término, llevada a cabo en apariencia en los márgenes de la lectura de los Sonetos
de la Muerte, parece complotar, de forma hermanada, el inicio de la sección II
(PREGUNTAS).
110
SAM, p. 233/268, nota 54/55.
111
“El árbol no ha de ser solamente el bajo relieve (cursiva nuestra) de la montaña ni el perfume secreto de la
soledad: ha de ser la verde decoración de la casa de los hombres, el amparo de su dicho”. Cf. Gabriela
Mistral, 50 prosas en El Mercurio, 1921 – 1956 (Selección, prólogo y notas de Floridor Pérez), Santiago de
Chile: El Mercurio – Aguilar, 2005, p. 85.
La bifurcación entrañable de senderos era preludiada tempranamente, en efecto,
por el “contenido” de la FLOR… La perversión del clinamen había sido recién anunciada
por la evocación de la “mujer” del poema en prosa. El poema narrativo cuenta la “historia
de una transformación” imponderable. Recuenta incansablemente la rima aritmética de las
encarnaciones fabulosas de una hilera de pretextos, en apariencia todavía solares:
112
SAM, p. 176/205.
venir en lontananza, Marchant va a dejarse caer. La caída pretendida arrastrará, mal que
bien, todo el movimiento de sucesión. Se puede pensar que el auto-consejo dado sobre la
prevención (“leer con cuidado [cursiva nuestra] el poema séptimo de los Poemas del
Éxtasis, La Flor de Cuatro Pétalos”), adelanta la espinación in acto.
La mise en scène espinuda es peculiar, como mínimo, por dos razones. Primera, si el
“cuidado” no se puede desafectar puramente del deseo “curioso” –síntoma de los “celos
terribles” que acompañan la cura–, la experiencia de temor que sugiere la cautela se
entremezcla a la propia expectativa que provoca el movimiento de la enquête. Segunda, el
aviso sobre la interpretación precautoria es divertido, además, por mor de la cita secreta.
La cuota de lágrimas se entretiene con el dolor sabroso de otra cita recitada. Discreta
pero legible, se reconozca o no la fuente de la que proviene la extracción filosófica de la
cifra, la cita parece desbordar, por lo menos esta vez, la referencia al panteísmo de
Goethe. La puesta en alerta sobre el cuidado, previa a la lectura del poema prosaico,
parece retroceder más atrás del panteísmo goethiano: el recaudo críptico reitera, a ojos
vistas, la precaución espinosiana. Itera, justo ahí, la caución (caute) del “filósofo de la rosa y
la espina”. ¿Recita Marchant, antes de la interpretación de LA FLOR…, la precaución de B.
Espinosa?113 ¿No es ésta una exquisita floritura panteísta?114 ¿Se le puede llamar todavía una
cita académica?115
La retrotracción del deíctico mistraliano, repetido a través del simulacro del ensarte
de las hojas pulcras, no dejará de padecer similares estrías. Pasando ahora por el “arbusto 52
retorcido” (“imagen constante”), la paráfrasis intenta seguir la tornada luminosa. Prosigue
113
Sobre otro B. Espinosa (Baltazar) dice Marchant en parte del análisis de El evangelio según Marcos:
“Baltazar Espinosa (otra vez un apellido judío) … ¿Cómo entiende Espinosa su muerte, la razón de su
muerte? Sabemos –cuestión de saber leer a Borges– que la muchacha, ella, la sin nombre, lo hizo aprobar en
la única materia en que no había sido aprobado, ‘la que más lo atraía’; sabemos que Espinosa temió (cursiva
nuestra) que el padre le pidiera cuentas por su noche de amor con la muchacha”. SAM, pp. 19-21/39 y 41
(M. M.7).
114
El editor de Escritos filosóficos y teológicos de G. Ephraim Lessing, Agustín Andreu Rodrigo, dice en parte de
la nota 1 (Datos y notas), de “F. H. Jacobi. Sobre sus conversaciones con Lessing”: “Lessing en efecto estaba
orientado en el sentido de que la inteligencia llegue a comprender la pluralidad divina en la unidad …,
justamente en la unidad; pues que una pluralidad como la de ahora que ‘más bien deja todo en su sitio’, una
unidad como la de ahora no le interesaba. –Elisa dio a conocer a Jacobi las intenciones de Mendelssohn.
Mendelssohn y Jacobi empezaron una correspondencia sobre el particular. Al parecer con sorpresa por
parte de Jacobi, publicó Mendelssohn, en 1785, sus Horas mañaneras, o lecciones sobre la existencia de Dios. A
continuación publicó Jacobi sus conversaciones con Lessing y el epistolario mantenido con Mendelssohn. A
este escrito contestó el bondadoso y amable Mendelssohn con otro: Moisés Mendelssohn a los amigos de
Lessing, en 1786. Poco después murió. Más tarde dirá Goethe que la polémica del panteísmo costó la vida de
esta bellísima persona. Jacobi, por último, contestó con su Contra las acusaciones de Mendelssohn tocantes a las
cartas acerca de la doctrina de Espinosa, Leipzig, 1786. –Estas son, sucintamente, las circunstancias en medio
de las cuales Alemania se asomó a este texto con el que Lessing, sirviéndose del más activo antiespinosiano
de la época, acercaba definitivamente al filósofo de la rosa y la espina (cursiva nuestra) y a la generación de
Goethe”. Cf. G. Ephraim Lessing, Escritos filosóficos y teológicos, Madrid: Editorial Nacional, 1982, p. 375.
115
Cf. Nelly Richard, “La cita académica y sus otros”, en Patricio Marchant, prestados nombres, op. cit. pp. 43-
54.
el tramonte del sol que aún refulge, iluminando la cara, en las “breves lágrimas”, en el
“breve resplandor” del “alma herida”: las exiguas lágrimas iluminadas por la luz solar se
parecen a la “gloria” del agua. En las mejillas humectas de la mujer se delata entonces –
como antes sucedía con las lágrimas del Dios triste (su mirada hacía mí como una lágrima
rueda)–,116 el sufrimiento de corazón. A propósito de las transferencias de la serie
luminosa, que describen los momentos de sujeción a la ley, y la aparente desligadura de la
retórica patrona, el juego acoplado de problema y solución repite el solecismo del
reddendum. Persiste en la pregunta –casi al modo de una petitio principii– por el cambio de
nombre (“Pero ¿por qué ellos son nombres de la flor sino por esto: porque [cursiva
nuestra] no son nombres del árbol?”). Suspendida en la cuestión, la respuesta infiere que el
clinamen simula rodar por el peso de gravedad. Pretende que la decadencia supuesta es
debida a la labilidad, a la extrema fragilidad de la retórica: a esta frágil fracción de la lengua,
le hemos llamado la frivolidad de las flores.
116
SAM, p. 138/166.
117
SAM, p. 178/207.
propósito de la instancia de la actualidad, acerca “del agua, de las flores”, sobre el primer
poema de la sección (“EL ENCUENTRO”). El simulacro de otra interrogante, que atañe al
supuesto “error” conjunto del germinar de los préstamos, preludiaba la ya citada pregunta
retórica posterior (“¿Ilusión, error, del agua, de las flores, nombres, aquí [en el sendero], –
¿por qué ellos, ellos y no el árbol?– de la naturaleza, de la mujer?”).118
Sobre las “preguntas retóricas”, figurae sentenciarum que resolverán luego la via
rupta de los poemas de “Cristo en la Cruz”, retornaremos más tarde. En lo tocante a la
mutación advertida por la lectura del propio POEMAS DEL ÉXTASIS (“se transforma el
sendero”), cabe decir que Marchant retardará –de ahí el simulacro interrogativo sobre la
transferencia nominal– el incierto sobre la dimisión que supone la gran capitulación
primera. De hecho todo sucede, si no el tenor de las preguntas no se explica, como si la
escena de EL SENDERO recién se incorporara del sueño que velaba el nombre capitular
prefirmado con “remordimientos terribles”. Así se prepara, con otro perjurio del
juramento ex post, la renovación de la credulidad que pretende remontar el suicidio del
“alma” (“como si [cursiva nuestra] la naturaleza fuera una preparación para el surgimiento
de la mujer”)119. Mancillada en la ilusión del ombligo, el “alma herida” aparenta entonces,
recién delatado el supuesto malentendido, el levante de una nueva retórica. Asimismo, el
propio Marchant parece integrarse, con cierto estupor más o menos mimado, del breve
sueño del inicio del segundo capítulo. En la faja angosta los poemas mistralianos no rezarían
ya, aun cuando continuarían rigiendo por doquier la poemática extensa, sobre el motivo 54
distractor (“Si, como ya sabemos –cursiva nuestra–, por todas partes árboles, por todas
partes, aquí, en el sendero, flores, flores de la naturaleza, florecer de la mujer…”). 120
118
SAM, p. 163/192.
119
SAM, p. 162/191.
120
SAM, p. 164/193.
exclusivamente patética. De ahí que parezca inverosímil, incluso si la verosimilitud retórica
se repone a través de la cromatura reincidente, el punctum mimético que atestigua efectos
de “color local”, de “emoción romántica”, o de “romance pintoresco”. El raconto travieso
tendría que plagiar, entre otros hurtos de páginas en “blanco”, la rareza de la desolación
castiza. E inadvertir, en el transcurso de la misma digresión que se divierte, el
desvanecimiento de la pintura emotiva del concepto.
Notemos que si, por una parte, POEMAS DEL ÉXTASIS habla de “amor puro”,
depurado al extremo, propone una extremidad radical que afina la distinción con el poema
precedente de la serie, y entabla con el mismo la fractura abismal (“Completa diferencia,
respecto del amor con ÉXTASIS”), por otra parte, aun señalado el diferendo de la raíz
castiza del amor, de la reducción del verbo y de la piedad de la mirada divina (“Dios es
este reposo de tu larga mirada en mi mirada, este comprender sin el ruido intruso de las
palabras”), Marchant dice, aparentando el reparo, no llegar a comprender del todo. Simula
no estar preclaro sobre la razón que podría explicar que el poema hable de la necesidad
del reparto del Eros (“Pero, de todos modos, pese a tanto amor, amor puro, la, al parecer
–cursiva nuestra– incomprensible, ruptura”).121 El recurso del excitativo (“al parecer”),
simulacro del movimiento condicional de la lengua, deja leer la incomprensión de la causa
de la ruptura que anuncia la cesura del sendero. No hay que olvidar, sin embargo, que en
otros casos de incertidumbre similar en los que interviene el término “pese” (“pese a
tanto amor”), expresión que sugiere la irrebatible pureza erótica, Marchant añade una 55
explicación existencial: agrega un reddendum frágil (“pese o porque”). Esto para indicar que
incluso sin entenderse bien la causa, la incomprensión no es óbice del corte irracional del
decir poético. Si en el cisma del amor está en juego la muerte, la misma secesión cabría
explicarse por el propio motivo del eros; sería necesario justificarla, casi como una
tautología, por la desmesura que atañe a la amatoria absoluta.122
La potencia jovial, esta especie de gaya ciencia del dispositivo de saber arcaico, ha
sido reducida entonces a una alternativa exclusiva, a una “única posibilidad”. La misma
supone, con la reducción del stretto del sendero, la interdicción de otras posibilidades
eventuales: la dimisión tanto de la recepción como de la concesión de la piedad del
tiempo, de la hora apuntada por el contrato temperamental del perdón. La presunta
prohibición es provocada, en apariencia, por la propia erección de la excusa del surtidor
(“en el sendero, el hombre, su deseo, búsqueda de árboles, no de flores”); no curado
jamás, el pretexto mismo, de la curiosidad que motiva el retrato de las hojas “blancas”. Lo
mismo que la lettre, de la que se ha dicho que no tiene “contenido” alguno,124 que pasa por
carta blanca pero cuyo tinte patético, por lo menos aquí, simula la coloratura de la letra
escarlata, la distracción que retrae el árbol, hasta la muerte, debe poner en escena el
reiterado reinjerto entre ambos éxtasis genéricos. Requiere insertar la distinción sexual
entre dos simulacros de castidad, dos imaginaciones del amor puro, ambas imágenes del
eros divino. Precisa enraizar –el término es adecuado ya que el injerto es entre árboles– la
doble pretensión de albura. Sería necesario interrogar, si fuese así, hasta qué punto parece
impostarse –aunque la pretensión de blancura fuese la que aparenta la ceniza– el doble 56
“blanco”, los dos blancos o ambos fines del árbol. Esta peligrosa inserción, que con alguna
probabilidad habilita la profesión de credulidad en los bordes del marco entero de la
composición, de ahí la importancia del estrecho de lágrimas como si fuese el simulacro de
la diseminación del injerto más o menos pulcro, dice relación con el añadido del “amor
humano” en el leitmotiv distractor de la erótica de los dioses. A este inserto profesional,
que ha sido puesto en forma a través del rodeo digresivo de las flores, volveremos luego
para insistir en la cuestión de la retórica.
123
SAM, p. 177/206.
124
“Lacan –dice Jean-Michel Rabaté, autor que propone una lectura de la letra en Lacan como discusión al
análisis de Derrida, Nancy y Lacoue-Labarthe– ha enfatizado la curiosa falta de contenido de la ‘carta
robada’, distinguiendo la carta del significante que ella acarrea”. Cf. Jean-Michel Rabaté, Lacan literario. La
experiencia de la letra, México: Siglo XXI, 2007, p. 70.
“blanco” (del color “universal” de la pureza, de la mujer y de la raza: –el robo del éxtasis
tiene que voltear la carta aventada en su lugar como si fuese su propio don regalado–),
serían efectos de la eclosión del germinar, si “El árbol, como quiere Marchant, sólo es
árbol cuando florece”.125 Hemos advertido que tras del fin de la sección I, ya no se hablará
de la flor en lo que resta de EL SENDERO, en lo que queda de Vida de Desolación, hasta el
recitado de los Sonetos. De este bypass retórico, interpuesto entre ambas cruces,
extractamos las siguientes notas de resumen:
A.- El recitado de las hojas blancas de la senda heroica, proseguirá sin descanso la
ruta anasémica del tramonte solar. A través de un doble recorte, continuará la rima de la
variación imaginaria –la excitación de la objeción de pivote y, precisamente, en torno a la
pregunta final de la primera sección sobregirada por la necesidad de dar la prueba–126 en
torno a otro tipo de búsqueda (una indagación antigua, muy similar a la propuesta en
ÁRBOLES, pero de “contenido” invertido) de la nueva serie. Aunque preparada por la racha
de problemas y soluciones que acompasan el stretto de repecho (repeto que enraíza, en
cuerpo propio, el doble socaire de la imaginación especulativa de la corazonada), que
entremezcla en una sola sesión dos sueños fustigados y dos reincorporaciones delatadas
(de inmediato el corte y reinjerto de la flor serán reexpedidos, en esa abertura y clausura
de EL SENDERO mayúsculo, primero, hasta la sección de los Sonetos y, luego, segundo, al
capítulo tres –DESOLACIÓN–), la variación parece abrupta.
57
Por muy premeditada que fuese la simulación, muy bien actuado el “papel”, o
interpretado el “rol” con precisión, requiere siempre un modo de actuación mayor o
menor: ese doblez del rollo de páginas se puede dramatizar, todo lo que se quiera (de ese
acto in acto Marchant hará un drama inigualable), pero necesita un agregado, el añadido o
la adenda de la suerte que no se confunde simplemente con la entrada en escena del azar.
Aquí sólo sabemos de la gracia sorteada a través de quien lo habría experimentado solo,
en la “desolación” más extrema. Un juicio prejuiciado sobre la actio in distans entre los dos
senderos de la “pureza”, entre las dos preguntas “castas” de la imaginación (hemos
sugerido en los capítulos anteriores hasta qué punto impuntual se ha llevado a cabo el
ejercicio de la profesión de la pregunta y la objeción de la enquête), sólo se puede recitar:
125
“Así, el árbol en otoño está herido, pero, punto fundamental, todo el Temblor de esta primera estrofa (de EL
DIOS TRISTE), toda su certeza, de esta primera estrofa, de este poema, pero, al mismo tiempo, de todo poema
que hable verdaderamente de árboles, el árbol sólo es árbol cuando florece, cuando con hojas. El árbol herido, el
árbol de otoño, no es verdadero árbol, árbol pleno. Pero, entonces, igualmente, un Dios herido (un Dios ‘triste’) no es
un ‘verdadero’ Dios; Dios existente, pero no ‘verdadero’, es decir, no poderoso. Los árboles constituyen, así, la
verdadera introducción –ésa que existe en el inconsciente, ésa que es el inconsciente– al tema, a la presencia, de
Dios, de los Dioses”. SAM, p. 139/167.
126
“Pero si en Poemas del Éxtasis se afirma que la mujer sólo es flor y nunca árbol, ¿cómo puede probarse
esta afirmación? Necesidad de seguir leyendo, de plantearse ciertas esenciales preguntas”. SAM, p. 178/207.
Marchant va a redatar entonces de una manera ejemplar. Y, al menos a la parte que toca a
nuestro propio prejuicio, de una forma ingeniosa pero no menos genial.127
No hay que excluir que la aparente entretención del reconocimiento, tenga algo que
ver, por los mismos efectos de luz taciturna, con el trampantojo del color, con la trampa
de la corazonada, de la coloratura
con la que la intemperancia de la
Stimmung distorsiona la pintura de
la misma piedad de las preguntas, de
la compasión del corazón. Y que el
jergón al que va a parar Marchant,
luego de la lectura del poema
narrativo, sea el “lecho” –estirado y
recortado– de Procusto.129
3. La anagnórisis de la
identificación de la mirada parece
rozar la creencia de un saber
anterior, obliterado en la memoria 59
129
También, quizás, de un extraño “Edipo”. André Gide, autor de Pretextos, dice en su Diario (Diario 1889 –
1949, Losada, Buenos Aires, 1963, p. 894 –18 de enero de 1931–): “En la N. R. F., encuentro a Malraux, que
me habla de mi Œdipe. –Sí –me dice riéndose–, su Edipo se libra de la Esfinge, pero es para caer finalmente
en manos de su hija … Debería usted escribir un Edipo en Colonna, en el que Edipo, antes de morir,
rechazara inclusive a Antígona”. Por supuesto, la diferencia es que en este caso no se cae finalmente en las
manos de la “hija”, sino en una serie de “hermanas-ahijadas”. En cuanto a la “teoría procustrea”, que Robert
Liddell recusa en la escritura de Una biografía crítica”, de Kavafis (Kavafis. Una biografía crítica, Madrid:
Ultramar, 1979, p. 49), se puede observar que en ella insiste el narrador de La carta robada, de Poe: “Reí
simplemente, pero él parecía haber dicho aquello muy en serio. –Las medidas, pues –prosiguió-, eran buenas
en su género, y habían sido bien ejecutadas; su defecto estaba en ser inaplicables al caso de ese hombre. Hay
una sede de recursos muy ingeniosos que son para el prefecto una especie de lecho de Procusto (cursiva
nuestra) a la cual adapta al cabo todos sus planes. Pero yerra a todas horas por excesiva profundidad o por
demasiada superficialidad en el caso en cuestión, y muchos colegiales razonan mejor que él”. (Narraciones
Extraordinarias, Centro Gráfico, 2013, p. 46). También –como se sabe– Derrida en la lectura de Lacan:
“Podría creerse, en un momento dado, que Lacan se dispone a tener en cuenta la narración (narrante), la
estructura compleja de la escena de escritura que se juega en ella, del lugar tan curioso del narrador (de La
carta robada). Pero una vez entrevisto ese lugar, el desciframiento analítico lo excluye, lo neutraliza o más
precisamente … se deja dictar por el narrador un efecto de exclusión neutralizante (la ‘narración’ como
‘comentario’) que transforma todo el Seminario en análisis fascinado de un contenido. En lo cual falta una
escena (cursiva nuestra). Cuando ve dos (‘Estas escenas son dos … ’, p. 12 [p.6]), hay tres. Por lo menos. Y
cuando ve una o dos ‘triadas’, hay siempre un suplemento de cuadrado cuya apertura complica el cálculo”.
Cf. Jacques Derrida, La tarjeta postal, México: Siglo XXI, 2001, p. 402. Como hasta cierto punto toda teoría
es procustrea, en su tira y afloja con el “objeto”, se necesitaría precisar en qué medida. La cuestión de la
teoría y, precisamente del uso del concepto (como asimismo del de ciertas palabras) es trabajado en
diferentes interfaces de la lectura mistraliana. En adelante, daremos algunos apuntes sobre la relación entre
pasión y concepto.
del recuerdo por la simulación onírica. La profesión capitula si se toca la tecla de la música
que deja de seguir –o abandona– la clave de pauta. El aparente deponer del acorde
apostrófico, que atañe al enclave de la senda angosta de EL SENDERO, tiene que retumbar,
ya que todos los capítulos se escriben a la vez, en una sola trama de variaciones en serie;
parece atronar en la cámara mortuoria del conjunto diferenciado del reparto general.
Invocará, evocará, y revocará –toda esa hilera sujeta al equívoco de la vocación– el doble
universo del concierto. Expuesta a la desolación, el ansia tendría que reencantar la
ambición del prurito instintivo de la patética conceptual. Debe hacer como si rencarnara,
recitando el antojo, el encanto umbilical del omphalos, del ombligo del sueño, o del
punctum onírico. La puesta en forma del artificio exige redactar, con el mismo levante de
las “hojas” excedentes de la nueva apertura, el “poema” de la inversión del hijo. Tiene que
reescribir, como sucede aquí refechando la crucifixión, la transferencia imposible de las
dos cruces. Y reeditar, al mismo tiempo, el tráfico del deíctico putativo de las hijas
“virginales”. Los árboles apostróficos, cruzados en el sendero de lágrimas adolescentes,
serían “profetas” agoreros, extraños “vates” del poema real. Cuando parece haber
retracto de la profesión de un fruto anterior, ya pasado a medias por el porvenir de la
paráfrasis, leyendo los poemas de la “Cruz con Cristo” (“Necesidad de seguir leyendo, de
plantearse ciertas esenciales preguntas”), se afinará la nueva redención del reddendum.
130
SAM, pp. 154/182-183.
del lapsus de referencia.131 Pese a todo, más allá del buen o mal humor, Marchant no habrá
dejado de divertirse y divertir. Por no dejar, se habrá entretenido con la retórica de la
desolación. 132
131
Recordemos que sobre el perjurio o, más bien, sobre la injuria, la blasfemia, Marchant insiste, con recelo,
en dos de los extremos:
A. Por una parte: “Y desde su visión de sí, como su visión de sí, el árbol muerto da al pasajero –a alguien,
por tanto, que perdió el paradero, que va por el sendero– su atroz blasfemia, y su visión amarga. Esto es, su visión
amarga como blasfemia y la blasfemia de su visión amarga. ¿Cómo entender esa blasfemia? –pregunta Marchant–:
‘Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen y los Santos’, acepción figurada”. SAM, p. 157/185.
B. Por otra, “‘Palabra injuriosa contra una persona’, dice la Academia. ¿Cuál de las dos acepciones se
marca aquí?. Fuerza del nivel Temblor: el árbol muerto insulta al pasajero, pero, del pasajero, insulta al Dios del 61
pasajero. Pues, Dios es lo ‘suyo’ de cada persona, su inconsciente, y continuamente los Dioses se repelen, insulto es el
modo de su hablarse”. Ibíd.
Segundo, sobre la versión “inédita” de los dos últimos versos de la primera estrofa de Desolación:
“Esa tierra a la que el mar la trajo –madre que no fue madre, el mar; madre que no le dio consuelo, el mar– no era
tierra, otra cosa que tierra era: nieve, nieve eterna, sin primavera, fin de todo florecer, fin de todo su poema; esa
tierra maldita, Magallanes, ya acabó de injuriarla, se agotó de injuriarla, no la venció: ‘Ninguno fue más lejos para
estar más rendido / Ninguna perdió más para quedar serena’. ¿No la venció? ¿O ocaso el poeta, miserable despojo
humano, se equivocó de muertos, de tumbas, de misas y de Dioses?”. SAM, p. 239/274.
132
Quizás Miguel Vicuña tiene también “mala puntería” y “corto alcance” para medir el humor marchantiano,
su sentido de la diversión: “Para medir el genio de Patricio Marchant, genio de su escritura, conviene que nos
detengamos un poco en esta notas –sobre Scarpa– (entiéndase bien: su genio en el sentido de su humor, su
buen o mal genio/humor, es decir, su sentido del humor”. Cf. Miguel Vicuña, “¿Una autobiografía fantástica?”,
en Patricio Marchant, prestados nombres, op. cit., p. 14.
133
“Pero si la demostración de Hermann aparece como aplastante, si el hombre, hijo sin madre, responde a
la separación impuesta por la madre, como su venganza y como su instinto de superar la separación, con la
aniquilación ritual de aquélla, si no puede sostenerse como realidad que la madre dé la separación como
don, acción de una buena madre, ¿por qué sin embargo, Las Tablas, El Evangelio según Marcos, esto es, por
qué el Retablo, marcan como amor, amor de la madre, como si esa separación (cursiva nuestra) fuera el
sacrificio de la madre, su sacrificio, su amor, por el hijo?”. SAM, pp. 31/50-51.
134
“Por la intensidad del pesar se aprecia el valor de la cosa perdida. Encontramos una curiosa aplicación de
esta argumentación en los fantasmas del entierro que, según Odier, sería un poderoso mecanismo para
aportar seguridad: el moribundo imagina su propio funeral y calcula su valor por la intensidad de los
lamentos que provoca su muerte”. Cf. Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, Tratado de la
argumentación. La nueva retórica, Madrid: Gredos, 2006, p. 390. “Así, si sólo la muerte completa la figura de
Moisés, su muerte es vivida como anticipación de la Muerte, como muerte en vida, lo que es lo mismo que
decir: preparación, vocación, para el martirio. Error de la escena, error necesario”. ET, p. 74.
menos que parecen acomplejar al propio interrogador que pone en obra la enquête. La
creencia profesada hasta entonces (una vocación desdoblada mientras se redacta “al
mismo tiempo” otros archivos), será puesta en tela de juicio a través de un cúmulo
apretado, de una miríada de inquisiciones. Como de toda pregunta, incluso de las retóricas,
la variación de la serie que agolparemos, no está lejos del simulacro. La seguidilla de
interrogaciones cuestiona, por supuesto, si ha lugar el término del encanto. Inquirirá por
la razón del fin de una función radical. Un “Ahora bien”, tan masivo en la desesperada
retórica, abre la tirada que palpa (no por nada se recitará la “caridad” hasta “el momento
de la muerte”) la conclusión aparentemente implacable: los signos de exclamación son
agregados:
¡Ahora bien (cursiva nuestra), si la mujer es madre, es árbol, sólo cuando recoge al
amado, ¿fin, entonces, de las madres, fin de los árboles como función de vida?
Pero, si es así, ¿qué clase de madres, qué clase de árboles son estos (ídem) árboles,
estas (ídem) madres que desamparan en la vida y que sólo aparecen, como su
caridad (ídem), sólo al final, en el momento de la muerte? ¿Toda una serie de
identificaciones que creíamos (ídem) establecidas, aseguradas, son identificaciones
erróneas? (…) ¿Fin también, de las maestras, árboles ellas, más madres que las
madres (…)? (…) ¿Fin, en fin, del “sentido maternal de las cosas” (…)? (…) ¿Qué
pasa entonces, con todas esas evidencias (ídem) que creíamos (ídem) aseguradas en
el poema de Árboles? ¿Desaparece la Cruz como madre verdadera de las mujeres
en el sendero?!135
135
SAM, pp. 179-180/209-210.
última instancia, sino cuando remonta, desde las cenizas, la desolación filial, su propio
abandono de “hojas”.
136
“Entonces: lecturas más o menos fuertes, más o menos resistentes. Nada que, como ‘verdad’, decida; si el
texto no es jamás perceptible, nunca, por ejemplo, o, ante todo, una evidencia; que cuando se lea ‘evidencia’
o su equivalente en nuestro texto, se sobreentienda, siempre, agregado”. SAM, p. 137/165.
añade, como otra experiencia (ídem), a la experiencia de la Cruz”.137 Sobra la insistencia en
estos mismos análisis acerca del predicamento de la reducción del sendero, que el poeta
cifra, de forma exclamativa, en la última estrofa (¡Mentira que hemos visto las noches y los
días! / ¡Estuvimos prendidos, como el hijo a la madre, / a ti, del primer llanto a la última agonía).
En la paráfrasis de estos versos Marchant parte diciendo, en efecto, que “No hay tiempo, no
hay espacio, no hay dirección en el tiempo y en el espacio que no sea en dirección desde y hacia
la Cruz”.138 Si deíctico encardado del tiempo y del espacio apunta y se deja apuntar a través
de los giros trópicos cruzados del sendero de lágrimas, la intromisión entre las dos
crucifixiones erigidas, ya anuncia la borradura.
137
SAM, p. 145/173.
138
SAM, p. 147/175.
139
“Y como todo el amor humano, todo dolor humano está también en la Cruz. Pero está de este modo
(cursiva nuestra): redimido por ella. Pues la Cruz recoge, acoge, la sangre del dolor humano”. SAM, p.
146/174.
140
Cf. Jacques Derrida, Papel máquina, Madrid: Editorial Trotta, 2003, p. 121.
141
SAM, p. 147/175.
un purpurino musgo, como la herida del amor produce una estrofa ensangrentada”, se
encadenará lo siguiente con otro “Ahora bien” desesperado al que prosiguen las
condicionales, las preguntas y la afirmación final:142
Ahora bien (desencurso nuestro), si el amor, aunque se sabe que trae dolor, es
deseado, y deseados son también los poemas, frutos también del dolor, ¿debemos
pensar, entonces, que el árbol deseaba ser herido, ser herido como precio para ser
amado? ¿O el árbol está siempre ya herido –por una herida otra, por cierto, que la
herida del árbol de otoño–, porque él es, siempre ya, amor? La segunda alternativa, sin
duda alguna, pues lo importante es la anterioridad radical, que anula (ídem) el pensar
en términos de finalidad, ese pensar de frívolos. Pero si los árboles dicen relación a lo
sagrado y si aquí el amor de Dios se compara al dolor inter-humano, ¿no hay en esto
una desmesura? (ídem) ¿O el amor, como dolor, es la mesura, el camino hacia lo
divino, porque, tal vez, todo amor humano es relación al amor divino, es decir, es falta
de amor divino, así como lo dice la segunda estrofa de La Cruz de Bistolfi?
Ciertamente.143
De ahí quizás la insistencia, cada cierto tiempo, en el estatuto del poema “heroico”,
en el régimen del heroísmo del héroe.144 Al que hay que agregar, sobre todo, la valentía de
142
SAM, p. 147/176.
143
SAM, p. 155/183.
144
Por ejemplo, del “héroe de la verdad”: “Pues la escena de Renouvier no hace sino repetir, en pequeño, lo
que Sócrates-Platón hicieron en grande: la escena del filósofo –el filósofo como tal–, como héroe de la verdad
(cursiva nuestra), su filosofía, como la religión más piadosa que la religión del pueblo (Apología, Eutrifón,
Critón, Fedón). Cálculo económico de Sócrates: Sócrates muere para vivir, para que su filosofía –su política–
sea la ‘filosofía’ misma, sea la ‘verdad’ misma. Sócrates, nombre eterno, nombre de todos los filósofos.
‘Sócrates’ nombre propio de Sócrates; Sócrates, Dios, entonces”. ET, p. 339.
la heroína. En los giros del marco extenso que atañen a la sucesión capitular, la rareza de
la invaginación de la cintura se tiene que repetir. La repetición acordada, la doble
implicancia del asentimiento y de la negativa del reparto heroico, se deshilvana en cadena a
compás de la puesta en tabique. Si la relevancia entre las cruces se rebaja por la confianza
del escepticismo, el amor peculiar tendría que remontar el lapsus de recodo que entraña
la serie de la “Cruz con Cristo”. Entre dos cruces, con o sin Cristo literalmente
representado, entre esos dos poemas parentales y parentescos, la lectura tiene que dar el
salto de “materia” que duplican los senderos diversos.
Antes de volver a la creencia que ahora se clausura con una nueva credulidad
suspicaz, consideremos que la reducción de la separación de las profesiones parece
apostarse a la diferencia de sexo. Hemos insistido en el pretexto de la sexualidad
metafórica, que el poema mistraliano ilustra abiertamente –no sólo a través de los poemas
de juventud– en la ubicuidad de la pintura erótica y de los complejos motivos de
comparación de las disimetrías. En esta perspectiva omnipresente de la metáfora sexual, el
“estanque colmado”, por no citar otros casos, parece un “surtidor inerte”. Aparenta el
“reboso” del depósito en el instante en que el líquido se exhibe “contenido” en la
fuente.145 Si los costados de los dos grandes maderos son drenados, secados por la pasión
humana que encostra ambas heridas celestes, cabe decir que el color de la sangre se sigue
pareciendo a la “gloria del agua”. 146 La ruptura entre las cruces pretende suturarse, de esta
manera, bajo el pretexto del leve delirio que provoca el flujo. La diferencia crucifixional 66
sería explanada por el lábil alzamiento de la cumbre natural, por el delicado pináculo que
enaltece la naturaleza de la mujer. Intercediendo entre los dioses inconscientes, la acción
heroica parece sucederse por el golpe atestado al doble panteón arcaico, a las dos
145
“De esta determinación primera de Heidegger del ‘ser en’ nos interesan aquí sólo los ejemplos...
Manifiestamente, ‘agua en el vaso’ es mujer, madre, no en la plenitud de su ser, sino, al contrario, mujer,
madre, retenida, aprisionada –en el vaso”. SAM, p. 100/124.
146
“Traducir desde una lengua extraña es para Espinosa hablar desde una lengua extraña, es hacer extraña su
lengua: en el acto de traducción, el inconsciente irrumpe. Y, por otra parte, oyendo otra historia, los Gutre
comprenden que hay otra historia que sus historias, otra vida que sus vidas; historia, vida, que como lo otro
de sus historias y vidas conscientes, representa lo inconsciente; la historia desconocida se les aparece como
la verdadera historia de sus vidas, como el sentido de sus vidas. Es decir, los Gutre cumplen con un gesto
decisivo, constitutivo del ‘texto síquico’: distinguen entre el nombre, la historia aparente de algo y su
nombre verdadero, su sentido… Recuérdese la reflexión de Espinosa sobre las dos únicas historias que los
hombres han repetido a lo largo de los siglos. Por cierto –esto es lo que los Gutre intuyen y lo que Borges
da a comprender a sus lectores– no se trata de dos historias inconexas y tampoco la segunda historia es la
continuación simple de la primera (cursiva nuestra), historia ésta que los Gutre estaban en ese momento,
aislados, por las aguas, viviendo a la letra: la segunda es, en realidad, al interior de nuestra cultura, el sentido,
esto es, como resolución del helenismo por el cristianismo, la verdad de la primera. Poseedores
inconscientes de la verdad, del sentido, poseedores del inconsciente: ‘Lo llevan en la sangre’, hace decir
Borges a Espinosa –así reconoce Borges el inconsciente–, pero incapaces de distinguir la verdad como
realidad de la verdad como simbolización, los Gutre están obligados a hacer real esa verdad. De ahí la
Crucifixión de Espinosa. Crucifixión a la cual asiste llorando la muchacha, así como a la crucifixión de Cristo
asiste desolada María Magdalena. Llorando, desoladas, ambas, pero sin intervenir, sin decir palabra”. SAM,
pp. 20-21/40-41.
raigambres divinas. Entre ambas funciones radicales, la eternidad del pan-teísmo solicita el
añadido de la experiencia pan-sexualista. De aquí que la brusca introducción del tiempo
entremedio de las dos abstracciones intemporales, exija la reescritura de la data, prescriba
la inmediata suspensión del tertium de la serie: debido a que elevar el éxtasis no es sino un
modo de rozar todavía la extensión temporal, se entiende por qué la fecha del florecer se
requiere redactar. La redacción, mientras tanto, pasa entre los insultos que se propinan
los dioses. Entre dos nombres existentes, pero no verdaderos. Se concreta entre dos
imágenes inolvidables.
Durante la lectura del primer cuarteto, la credulidad escéptica había sido instalada
–no sólo a través de subrayados– en torno a la rara deforesta, paradójica desertización,
extraña desespesura de la retórica del árbol. Cuanto más vacía la escena de la crucifixión
erigida, parece cobrar –esta es la fuerza atribuida en el primer capítulo a la operación
plural de las mujeres–149 mayor gravidez germinante. Mientras más vacua la madera, tanto
más hueca la oquedad del maderamen, más alta la posibilidad exponencial de engendrar,
68
desde ese punto de vista, el pretexto sublime. La kenosis150 consentida por el artificio del
surtidor, se podía leer no sólo en el segundo y tercer poemas de la hilera (LA CRUZ DE
BISTOLFI y ÁRBOL MUERTO). Parecía justificada, incluso, debido a la perversión de la letra
del cuarto (TRES ÁRBOLES). Ahí el temblor de la greña, evidente en la tercera estrofa, había
sido interpretado como si fuese la hesitación divertida del árbol por la rareza de las hojas,
ya sabemos de qué tinte conceptual emotivo.151
147
SAM, p. 202/234.
148
“Explicación de Groddeck, diferencia entre la Cruz sin Cristo y la Cruz con Cristo, diferencia que es,
primeramente (para los que se interesan en las cuestiones no importantes de prioridad, cursiva nuestra, R.
B.), la misma diferencia que establecía Gabriela Mistral, tal como la leímos en Árboles (ídem); esto es, si la Cruz
sin Cristo es, para Groddeck, la fuerza de los hombres, la Cruz vacía en La Cruz de Bistolfi era (ídem) la
fuerza de las mujeres. Pero (ídem) si en Groddeck una Cruz con Cristo es, si no pura debilidad, al menos,
esa debilidad, la compasión, ¿entonces, igualmente, compasión o debilidad de la Cruz con Cristo en el resto
de Vida de Desolación? (Si en este Capítulo, al preguntar por los Dioses, insistiremos en preguntar por Cristo
en la Cruz, no preguntaremos, sin embargo, por Cristo como ‘Árbol-Cristo’; pues, como respuesta a los
problemas planteados por Cristo en la Cruz, como su solución (ídem), le dedicaremos un capítulo entero:
Desolación)”. SAM, p. 181-182/211.
149
Ibíd.
“… en la siembra / por el surco sin fin fue acrecentado… siempre vertido / pero nunca vaciado”. SAM, p.
150
183/213.
151
SAM, p. 160/188.
La profesión recelosa de la creencia en la potencia germinal de la abstracción de la
cruz, denominada “función de vida”, sobre la que se pretende la desilusión reciente, se
había interpretado en el mismo poema, in extremis, por el “hecho de la positiva
indeterminación de la figura de Cristo”,152 ya que el movimiento de la serie avanza, en
apariencia, pese a que Marchant inserta de continuo la posibilidad escénica de la
representación del salvador impotente, prácticamente con nula capacidad de salvar, hacia la
puesta en forma del “contenido” concreto. La extracción total de “cuerpo”,
paulatinamente saturado de “materia” o de exceso de “madera”, da lugar a los devaneos
prescritos e interdichos sobre la transferencia de “Gestas”, tertium nominal distraído en el
nombre mesiánico que, al no figurar como tal en el poema, dificulta presumir quién de los
crucificados pide consuelo y quién lo otorga. Es el dolor que suscita la abstracción imposible
pero “positiva” del nombre, el que sugiere la “franca exageración, herejía, o conclusión
lógica implacable” del cuarto poema.153 Son estas mismas alternativas, necesariamente
excluyentes entre sí, las que parecen excitar, por anticipado, las preguntas retóricas
posteriores del pasaje transcrito. El lapsus de remontaje, que prosigue la lectura de los
poemas de VIDA, tratará sobre la “Cruz con Cristo”, aparentando el injerto de un cuerpo
“contenido” en la madera, supuestamente hueca de materia, pero con efectos hyléticos de
forma y fondo.
No hay que perder de vista, a propósito del movimiento general del cruce de
senderos (todas las sendas diferidas parecen cruzarse en dorsal hic et nunc), que el 69
pretendido desengaño de la credulidad en la cruz “vacía”, emula el fin de una cierta ilusión
existente, de una determinada quimera tética. No olvidemos que simula haber sido presa
de la ambición del medrar de las hojas, representando haber caído en el señuelo del
florecer de la progenie de las rosas “blancas”: el doble “blanco” no es sino el motivo
propio de la imaginación distraída. Recordemos que en la sección VIII. (EL PADRE), poco
antes de concluir el capítulo, la nota 55 habla del “brusco despertar de un sueño que
recién comenzaba”; luego del cual se realiza la “Comprensión de una frase escrita”. Quizás
valga la pena desalejar de su contexto inmediato, esa nota depositada en un marco, tan
cercano, tan lejano, de la interpretación de los Sonetos. El movimiento de retardo que
reitera la retórica, tuvo a bien descorrerla, otra vez, al lugar desfasado en el que se
encuentra la referencia al sueño soñado en una misma camada, quizás, de la rareza de la
sucesión:
Comprensión de una frase escrita (cursiva nuestra) después del brusco despertar
de un sueño que recién comenzaba: C. me escribe … como, ninguna duda es posible
(ídem), lectura del inconsciente de C., su deseo: cópula con un padre, economía de
la escritura; sé, ahora [después de un salto de vista, de un “gran” lapsus de
152
SAM, p. 160-161/189.
153
SAM, p. 161/189.
contemplación que trama todo EL SENDERO, R.B.] que su deseo como sueño, su
sueño, que no conozco, porque cópula de escritura, fue erótico (ídem).154
A través de una elipsis perifrástica de cerca de veinte páginas, tramo narrativo que
dilata el tempo que dura la restitución del saber, el juego entre el vencimiento y la vigencia
de la paráfrasis reitera la frase. La recita, declinándola literalmente, a lo menos hasta
155
DESOLACIÓN TRES. Motivado por la experiencia de desencanto que provoca la finitud de
la comprensión, una caducidad cabal del entendimiento que vale para cualquier creencia
pretextual, llegado a su fin aparente, el saber de la frase será refraseada delatando la
70
confesión de otra serie de castraciones y remontajes anasémicos. La frase –“Dos veces
C.…”, cuya completud nominal dejaremos en puntos suspensivos ya que sobre la misma
se suscita el desconcierto, la comprensión y luego el incierto sobre su pretendida unidad
plural– repite el título de la sección VII (datada el 9/06/83);156 y el topos de un acápite
mayúsculo (fechado el 2/06/83) de la SEGUNDA ESCENA: LA PIETÀ. Este último se inscribe,
de igual modo que el anterior, en la semana de perdón que, entre otras vicisitudes rimadas,
prosigue la cuenta de los avatares de la frase del sueño difunto pero reiteradamente
funcional o fungible en la raigambre inconsciente.157
158
Recordemos la línea de coro de la paráfrasis de la séptima estrofa de ÉXTASIS, que canta a tenor del
socaire doble (“Dos veces, y una tercera”): “Dos voces, una, la voz del espíritu, la otra, la voz de la carne, que
invoca a la primera. Como la primera, petición a Cristo: defiende (cursiva nuestra), guarda, sus palabras, que
no se las lleve el viento; como la segunda, carne son sus palabras y en carne rodaron, yo soy carne,
defiéndeme (ídem) del deseo. Nuevamente, la primera voz: que su amor sea amor de la luna, reino de la
mujer, no reino del hombre, su traición; segunda voz: inolvidable imagen que vuelve, que volverá siempre.
Finalmente, primera voz: que Dios guarde el breve éxtasis humano (ídem), que en Dios, el éxtasis sea eterno;
segunda voz: voy plena como mujer, ‘tierra inundada’; pero esta misma plenitud, este mismo éxtasis, la hace
plena sin, fracaso, conservarla plena. Pero (ídem), con todo, desafío, fuerza de su desafío: si renuncia a ser
madre, advertencia: renuncia sabiendo lo que es el amor, lo que es el cuerpo. Mujer que sabe, pero saber
que no es, primeramente, un saber de la relación espiritual, que no es, primeramente, un saber de la relación
sexual; un saber que no dice su saber está ahí operando, todavía como pura afirmación, represión, silencio.
Éxtasis: éxtasis del callar, callar que es símbolo de la muerte”. SAM, pp. 174-175/203-204.
159
SAM, p. 139/167.
160
SAM, p. 161/189.
Stimmung del temperamento (“Del mismo modo [desencurso nuestro], comprendemos que
no hay praderas en primavera, en flor. Seca, la madrea de la Cruz es primavera eterna y amor,
fuego, su invierno”).161
161
SAM, p. 146/174.
162
SAM, p. 219/256.
163
“Ajeno este Dios tranquilo (de una estrofa de HERMANO MÍO), su simple descenso, su simple perdón, al dolor
que sabemos del árbol-Cristo; este Cristo es lo mismo, lógicamente y, por eso, poéticamente (desencurso
nuestro) que la nieve anterior, acumulada, muerta –Dios que hubiera dejado al poeta con palabras vacías”. SAM,
p. 245/281.
primer “como si” de la lectura, lo indicaremos al final–, exige la puesta en cruz de la serie
de calzadas. Exige de antemano, si no la castración del corte la achuraría sin recurso
anasémico, el quiasmo en hilera de todos los descalces de la diversión serial. El doble
resquicio inexcusable, ocasión de todos los plagios insertados, inscribe el resumen de la
arritmia rimada, por ambas partes. Dará cuenta de la necesidad de la gama de dos
versiones recortadas del movimiento poemático. Estas dos versiones son también dos
variaciones posibles de la interpretación. Dos formar de imaginar el cruzamiento de los
costados, de hacer variar las dos aristas imaginarias del poema indiferente a la diferencia
sexual y filial. Dos modos de contener el rebosar del afecto doble del cuerpo del
“contenido”:
Por un borde dual de versión, el poema del hijo mistraliano tiene que traducir la
contención de todas las hojas naturales. Necesita replegar, a través de la desmesura del
temperamento, cualquier página del entorno del cuadro pintado: al final de las cuestas de
la contextura, los pliegos de a cuarto precisan retratar el “contenido”. Por otro borde
dual de versión, la poética de la hija marchantiana debe transliterar, a través del corte y
reinjerto de la diferencia genérica, la sucesión artificial a ambas orillas; tendrá que encarnar
y reexpedir la doble “materia” del saber desprevenido y entretenido de la “desolación”
del mismo cuadro remozado: invertido en el doble fruncido de un solo papel. En este rollo
arrugado se juega el divertimento de la imaginación versátil. La poemática de la divinidad
literaria, que a veces entronca la variación invariante de una frase despojada de altura, o 73
bien de una pequeña frase dejada caer (la hoja doblemente acerada del Notung extenso, la
foja desafilada de la desolación “humana”, cuyo “contenido” se cree estimar en los sueños
de extensión corta), supone que el topos de la retórica deje lugar vacante –a través del
cromo abstracto del cuadro, bajo tenor de la doble cuerda contra-alta y con la esperanza
curiosa de la materialidad– a la extravagancia de la voz enzarzada de unas páginas
inauditas, raramente expectantes de la tonalidad del desvarío instintivo de la distracción
perceptiva.
Aun cuando sólo el primero de los insertos despunta hasta el Apéndice Tres,
ambas introducciones remitirían –referimos la dilatación más extensa sin poder dar cuenta
de otras podas y nuevos injertos que embalsaman el olor del perfume– al tertium marginal
de las capitulaciones.165 Los dos “plagios” postdatan el convenio del nombre que sugiere la
letra inicial de la frase del sueño soñado, fustigado y vuelto a soñar, a apostrofar en
DESOLACIÓN TRES, antes del apéndice LA HERMANA (“Contrato que, cuando a punto de
cumplirse, no pudo cumplirse: brusco despertar de un sueño que, comenzando,
terminaba. Una frase –‘C. me escribe’– y unas iniciales que dejé escritas –y necesidad
imperiosa, al día siguiente, de descansar”).166 Así, el contrato inconsecuente, que supone la
traición, la retrotracción, el lapsus de invaginación del acuerdo mismo, cumple casi a
entera cabalidad el perjurio del juramento. Expira ya por la incorporación que ocasiona la
impaciencia onírica, la exigencia del levante de la vieja retórica del verso.
El doble resumen del “contenido” del saber propicio de la oración –“Dos veces
C.”– quedará seco, reseco, sujeto al fuego, cada vez como si fuese la primera y la última. La
sucesión del lapsus que remonta la invocación, repecha el vocativo del stretto del nombre
absuelto por la propia constricción de la paráfrasis continua. La cesura sólo imita, sin
poder emularlo por entero, el reproche asentido del discurso objetante del resquemor,
del plusvalor del remordiminto. La diferencia sólo puede recitarse, si se evoca la distinción
164
SAM, p. 159/187.
165
SAM, p. 139/167. A ese mismo Apéndice ya se remitía en la p. 32/52.
166
SAM, p. 248-249/285.
deleble del estilo entre el nombre que se presiente y el pronombre que ya fue
comprendido, otrora, en el palpitar de la percepción. El nombre –lo hemos repetido en los
ensayos anteriores– sólo puede decirse como eufemismo blasfemo, llamarse, de buenas a
primeras, como dicterio elogioso. El último nombre –que sólo se da a pensar pero otra vez
a presentir en el aserto de la nomenclatura terminal de la variación de la imaginación–
entorna el reverso del préstamo en un penúltimo vocativo, ya colocado no sólo en el
lugar de la víctima sino en la víspera del topos propio: la víspera pasa rápidamente, entre
singular y el plural del nombre, de víctima a victimaria. Trama la brecha –la elipsis que
enzarza la carne humana en la doble contextura de la fábula divina– como si fuese el
pronombre postnatal de la evocación absoluta. Esta textualización en retirada del
pretexto, puede seguirse en otra frase –“en seco”– que corre la misma suerte del golpe
de dedos. De aquí que no sorprenda que para guardar “secreto”, a veces, se eche mano
de la letra “inicial”, se envíe la dedicatoria final de la letra aventada, a través de la cintura
que simula la preña desligando y reciñendo los bordes del bieldo de una sola variación
continuada.
Como si fuera su retoño tardío, el concepto parece florecer del pathos: Germinar
de la precisión exacta del temperamento: ésta última exactitud no es menos requerida que
la que se exige a la acuñación conceptual. La justa construcción conceptiva se fragua en
cierta correspondencia con la versatilidad anímica; la rayana en la intemperancia del
ímpetu no está exenta –al contrario– de la puntualidad concisa. Ambas se forjan entre la
167
SAM, p. 242/278.
168
SAM, p. 244/280. Antes se había dicho: “Entre la vida y la muerte, entre Dios como vida y Dios como muerte,
sólo esto tiembla como diferencia: una emoción que vacila buscando su exacto concepto. Y toda la fuerza sistemática
de esta poesía se marca de este modo (desencurso nuestro): toda posibilidad lógica, todo momento exigido por
una ley que el trabajo teórico logra descubrir, se encuentra como un verso arriesgado, dejado caer, despojo o testigo
del rigor del poetizar”. SAM, p. 242/278.
reserva y el derroche de la fuerza retórica. Lo propio sucede con el cruce de étimos
genealógicos, del que Marchant mostrará, en el capítulo DESOLACIÓN, el reverso de los
versos entre los dos poemas del “instinto filial”:
Sería necesario detenerse en este pasaje más de lo que podemos hacerlo aquí. La
puesta en correlación entre las formas que toma la perspectiva, parece indicar la
imposibilidad de mantenerlas juntas. Ambas son dispares, ya que denotan una relación
asimétrica del punto de vista que debe ser reducido. Habiendo simetría en uno de los
espectáculos (en el interior del segundo se daría el encuentro, según la diferencia que hace
el relativo –“del decir que dice”–), la disimetría acontece si se consideran los dos por
169
SAM, p. 243/279.
170
Este pasaje del lapsus paterno (“esa mirada mustia me inclina la cabeza”, cursiva nuestra sobre el deíctico
de la mirada, sobre la mirada del deíctico) también se podría reversar haciendo gravitar el giro a la otra
cabeza (“me inclina la cabeza”).
171
SAM, p. 242/278.
separado: Marchant los distingue, en efecto, por una parte y por otra. La desproporción
entre los horizontes estancos, citados a comparecer pero en apariencia sin entrevista, es
el socaire que la fata morgana de Árbol-Cristo vendría a resolver: el árbol muerto tendría
que vendar la herida dejada en la propia albura del horizonte patagónico. De lo que se
trata siempre, a riesgo de manchar lo blanco, de sacrificarlo todo, es de la borradura no
sólo del paisaje sino de la sangre: el borroneo de la propia llanura ensangrentada. El
chafarrinón da paso –lo intentaremos indicar– a la escena literaria que aparenta el
sacrificio de la herencia, la epokhé de la sucesión, la cruenta suspensión de la naturaleza.
Pese a que en ambos casos la articulación que hace pasar el nombre de la nieve
hacia otra cosa que la nevada (al “polvo de la huesa”, primero y, segundo, a la “mirada de
Dios”), se orienta por el conducto aparentemente regular de la metáfora sexual (esta
labora la operación en todas partes, no sólo entre los costados), aquí se decide poner en
desbalance la vena que regla el desangre de la última partición: en la segunda parte, en
efecto, el “como” parece analogar la mirada (y el carácter teórico de la audición) de las dos
prosopopeyas sobre el “silencio” de la caída. Ambas serían aún metáforas cristianas,
transposiciones teológicas, si se les atribuye la calma, una determinada no excitación que
alcanza a la deidad tranquila y a la mujer sosegada. Es crucial para Marchant, quien sigue
reiteradamente la edición de los inéditos de Scarpa pero no se ciñe a su interpretación
“en la línea de la Gabriela predestinada”, 172 cifrar el sentido del “sosiego”, que no sólo
tiene valor distinto en el Poema del Hijo y en Desolación, sino en este mismo poema entre 77
una versión previa (silenciosa como la paletada de los sepulcros, te mirará, cubriéndote, terrible
y sosegada) y la definitiva (descenderá a cubrirme, terrible y extasiada).
Recordemos que la justa relación entre emoción y concepto –no la hemos perdido
de vista ya que Marchant la inserta precisamente en medio de estos análisis iniciales del
capítulo DESOLACIÓN indicando la didascalia que norma toda la lectura franqueada
ubicuamente por la metáfora sexual– señala la concisión, el rigor poético. No se trata, en
concreto, de rigor mortis sino de una especie de crudeza relativa menos a la muerte, en
efecto, que al propio sentido del “silencio” que calla. Ya habíamos notado en la
interpretación de EXTASIS que el régimen del poetizar mistraliano enmudece, pese a que la
metáfora sexual extrema le sirve de ventrílocuo, este saber silente, no dicho u omitido, de
cierta manera reprimido en el estanque de la frase: el éxtasis del silencio es locuaz, en
todas partes, por la labia del pansexualismo. Algo parecido hay que entender sobre las
variaciones de las versiones de Desolación, dubitativas por esta causa, y de la seguridad
atribuida al distingo entre “éxtasis” y “sosiego” en el Poema del Hijo. La diferencia pasa así
entre excitación y certeza; en otros términos, atañe más al devenir que a la cesura que
permea la alianza, el vaso comunicante, entre concepto y emoción. En el último poema –a
diferencia del primero que vacila al menos entre las posibilidades que harán nacer la
172
Cf. Roque Esteban Scarpa, La desterrada en su patria, Tomo 1, Santiago de Chile: Editorial Nascimento,
1997, p. 267.
versión definitiva– el “sosiego” se diría del “hijo”, en el que entraña la muerte de la
sucesión filial. Marchant indica entonces, a través de los dos puntos, el cambio de género,
la introducción del genitivo, y la retirada de las comillas, cierto tránsito didascálico, de
“sosegada” a “sosiego” (“-‘sosegada’: sosiego, del hijo, su muerte; éxtasis de ella, su saber, todo
el Poema es su saber”).
173
Cf. Gabriela Mistral, Poesía reunida. Mi culpa fue la palabra, Edición y presentación de Verónica Zondek,
aditamento de Walter Hoefler, Santago de Chile: LOM, 2015, p. 327.
directa de la creatividad, de la inventio en la que crear un poema es equivalente, con el
peligro de cristalizar el frío, de congelar el verso, a parir un hijo. La creatio ex nihilo de la
producción poética, incluso cierto nihilismo de la obra creada que satura el paisaje de
albura (“si todo, incluso la nieve, es nieve”), ya se presiente en el silencio que se ve
descender, que se oye rodar, cadente, en el panorama austral. El peligro de la creación se
denota en los cúmulos de espesura blanca que de inmediato se agolpan, como si fuese “un
verso arriesgado”, dejado caer, por no dejar (“caer de la nieve, la nieve como único caer,
caída que ‘es’ cayendo, y la nieve caída, residuo, amontonamiento, muerte”). La simbología
sexual no sólo da paso entre dos paisajes, dos desolaciones, sino entre dos caídas, dos
muertes disimétricas. Y también entre ambos darse muerte, dos pompas fúnebres, entre
dos miradas dispares, pero derretidas por el eros: de arriba a bajo, en el descenso y en el
ascenso, se asoman las lágrimas. Todos los suicidios no serían, en Mistral, sino suicidios de
Dios. En el doble paso de nieve parece devenir la defunción de la divinidad y el óbito de la
sucesión que, si se oye con el préstamo de la mirada, de los sentidos de la teoría de
conjunto, ya se avizora por los cristales. La catástrofe de la naturaleza, ya anunciada en los
poemas del “dolor de Dolor”, pero sin explicación aparente en esa misma serie de análisis,
hallará aquí, por fin, la razón prescrita de desolación: Marchant implica –esta implicación
sería también el secreto del éxtasis apenas evocado– que el reddendum del desastre
natural no es sino ocasión, cierta occasio del amor erótico que motiva el abandono del
verso, la diversión del canto, la “canción de cuna” que entretiene el hijo. 79
Algo similar puede decirse sobre el uso de la palabra “fin”, que Marchant también
duplica y deja en cursiva en la cadena sintáctica (“ella y la nieve al fin, fin del poema”). Lo
que supone el doble teleuta de Desolación. Estos análisis sobre la nieve cadente deben
leerse, por cierto, de manera diferenciada. Los agolpamos con la intención de sugerir su
regla formal. Notemos entonces que toda la lectura de la nevada prefiere el uso del
término “silencio”. Pese a que la interpretación se inclina, en determinados casos, por el
injerto, previo o posterior, de la “muerte” (“silencio, es decir, su muerte”),174que encarna
la “metáfora sexual”, la inserción atiende a dos comprensiones de la defunción: el silencio
del éxtasis no detiene el tiro de nieve; en cuanto reducción de Dios, la epokhé embarga a
la misma naturaleza y a la propia mujer que la copa (“si unidad de una sola desgracia, la
naturaleza que no es naturaleza, la mujer que no es mujer y suspensión de Dios, catástrofe
total”). Atañe menos a la introducción de la muerte de la música, que al silencio de Dios
en el mundo (“y no se introduzca ese tema de un mundo sin Dioses, la muerte de Dios–, sino:
silencio de Dios que es la mirada de Dios, Dios, Dios mismo, como muerte, Dios es la muerte,
entonces, sólo ahí comprensión, comprensión, superación, de este modo: de mirada a mirada,
identificación; ella, idéntica a Dios, ella, como mirada de Dios, verá”).175
174
SAM, p. 38/58.
175
SAM, p. 240/275.
Tras los últimos dos puntos, luego del cambio escénico, entre dos dobleces de
puntuación, dos puntas duales, dos golpes de dedo, Marchant quema lo que sigue, suscribe
todo lo que queda: de ahí en adelante se introducirá el tema del silencio de Árbol-Cristo,
motivo que se entiende como triunfo del cristianismo. Tras una serie de deixis, que
renunciamos siquiera de lejos a citar, vienen los dislates que a falta de mejor título –no
sólo por lo que cabe a la ilusión del espejismo sino por lo que toca a la figura de la
“hermanastra”– llamamos fata morgana. Esta “imagen” del Árbol llagado, que Mistral habrá
recogido de la tradición cristiana, y del que calló ya que no dio por tal la identificación
simbólica y real con Cristo, señalará la propia entretención del delirio (“Poeta, entonces,
que nunca dijo que el árbol-Cristo era Cristo, si el poeta aventuró metáforas, que no
adelantaremos nosotros, se nos advertirá, identificaciones, confusiones”).
Se puede retomar así la relación semántica entre “nunca” y “siempre”, otro pareo
disimétrico entre los extremos léxicos en que se debate el poema: parece rondar sobre la
concisión del rigor poemático, la exacta precisión del pathos conceptual, y cierto abismo
entre muerte y silencio. El “nunca jamás” (Never more de CERAS ETERNAS, ya no de nieves),
se transforma –a través del paso de la negación absoluta a la absoluta afirmación– en el
“siempre” que ha sido subrayado cuatro veces en el texto que hemos citado. La cita, que
ya repite el inicio de tres de las estrofas del poema (primera, tercera y quinta), parece
extraerse del texto “romántico” poesiano. Desde la Primera Escena, su uso se destacaba
para señalar una profunda diferencia con el sentido que le atribuye la interpretación 80
filosófica del tiempo.176 La distinción entre “nunca” y “siempre” –la equivocidad de estas
dos expresiones obligará el subrayado continuo, por ejemplo en el caso referido a la
“albura”–, tendría sostén menos en la luz solar, no sería una diferencia extraída de la
luminosidad del día, que en la “flor del fuego”; cuyas materias incandescentes (“leña,
madera, bosques”) harían crepitar, entre otras, la ondulación entre concepto y emoción.
Y, así, entre el como si de la vida y el como si de la muerte divinas, función y defunción de los
dioses que complica la saturación de la simbólica pansexualista: el verso “dejado caer,
despojo o testigo del rigor del poetizar”, sería arrojado, de manera similar al modo en que
Marchant ve precipitarse la nieve mistraliana: el verso se declina como si fuese nieve
eterna, caída perenne. De este riesgo, la poética mistraliana extraería, en la cintura que
desbroza en cadena la metáfora, su “fuerza sistemática”, todo su poder creador.177
176
“Pero esto –‘nunca’– es precisamente lo que ahora –sólo ahora– no puedo decir: nunca… ‘Nunca’ es
Never more y el texto que hizo aparecer las M. M. está construido a partir de la oposición, cito –cursiva
nuestra–, entre mi ‘Amor por el rigor en el uso de la palabra just that, mi rechazo por el uso metafísico de la
palabra Never more’”. SAM, p. 38/58.
177
“Entre la vida y la muerte, entre Dios como vida y Dios como muerte, sólo esto tiembla como diferencia: una
emoción que vacila buscando su exacto concepto. Y toda la fuerza sistemática de esta poesía se marca de este
modo: toda posibilidad lógica, todo momento exigido por una ley que el trabajo teórico logra descubrir, se encuentra
en un verso arriesgado, dejado caer, despojo o testigo del rigor del poetizar”. SAM, p. 242/278.
Regresemos, por ello, a la cintura. Concluyamos con el retorno del último árbol
de la retórica. Desde la primera emoción, la frivolidad metafórica parece divertir, no sólo el
verso sino el recto de hojas de exacto rigor conceptual. Si de hecho cabe la pregunta por
la “compasión o debilidad de la ‘Cruz con Cristo’ en el resto de Vida” –inquisición sobre la
impotencia potencial de la sexualidad que daría lugar al remontaje de la cesura–, quizá no
haya que asombrarse tanto de que tras la sección I, exista la “necesidad de comenzar de
alguna manera de nuevo”.178 La redacción de la cita da ocasión a la apertura de la cesura
encintada. El recitado encinta el poema y señala no la muerte, ante todo, sino el silencio
de la aparente cristalización de la poiesis ya escrita.
Tampoco debe extrañar que al volver a preguntar por las formas de los Dioses,
sea CREDO el “primer” poema que seria, de ahí en adelante, la actio in distans en y, más allá
de, la Desolación literaria. La razón de ello es clave: en este poema de Vida el poeta
introduciría otro Dios. En CREDO, en efecto, Mistral ya parece presentir, según una
precognición no exenta de concisión conceptual, la consumación inveterada del saber que
calla. Habrá relatado ya, après coup, la elipsis moribunda, decadente, cadenciosa, del Dios
de Goethe:179 la divinidad de la redacción y de la inexcusabilidad textual. En este poema
“juvenil”, que quizás encinta la “gran” sucesión de toda la poemática, parece hacerse
resumen de las primeras y últimas palabras del panteísmo. La fecha del texto posdata la
afirmación del corazón enzartado, redacta el poema del alma repartido y encarnado en las
entrañas de la perífrasis del árbol crediticio. Quizás porque en él ya no se ruega o solicita 81
la muerte al Dios “cristiano”, al menos ya no al del catolicismo teológico,180 todas las
estrofas parecen delatar la angustia desenfrenada de la paráfrasis, confesarán la dinámica
frenética, el frenesí de la demostración póstuma de la deixis.
De haber poda y reinjerto del vocativo divino –vocación del nombre que no podría
ser proferida sin el reparto dilatorio que conurba la cesura y la ensancha como si fuese un
lapsus embarazoso–, la firma mistraliana parece entronizar ya, a través del parangón
incomparable, de la simetría disimétrica, la excusa del pretexto invaginado de la diversión
literaria.181 El pliegue del corpus no sólo haría correlato apostrófico del extraño vínculo
entre LA FLOR… y los Sonetos de la Muerte. A pesar de que algunos restos de pétalos van a
caer más lejos, y sean depositados en el tercer capítulo, como si fuesen despojos con los
178
SAM, p. 182/212.
179
SAM, p. 183/213.
180 “Yo no soy antirreligiosa, ni siquiera arreligiosa. Creo casi con el fervor de los místicos, pero creo en el
cristianismo primitivo, no enturbiado por la teología, no grotesco por la liturgia y no materializado y
empequeñecido por un culto que ha hecho de él un paganismo sin belleza. En suma, soy cristiana, pero no
católica…”. Texto citado en Teitelboim, Volodia: Gabriela Mistral. Pública y secreta, Editorial Arte y Literatura,
La Habana, Cuba, 2008 (primera edición, 2003), p. 50.
181
“El magisterio ha sido y es, para mí, una cualidad innata. Todas mis energías y aptitudes las he entregado
con toda el alma a la enseñanza. La literatura no es para mí sino un lejano entretenimiento y pasatiempo …”.
Ibíd., p. 55.
que Marchant se reseña a través de la enquête (“¿No la venció? ¿O acaso el poeta, miserable
despojo humano, se equivocó de muertos, de tumbas, de misas y de Dioses?”), entre los Sonetos
y LA FLOR… se arquea un enorme giro trópico. El golpe de dedos presagiaría la poética
violada desde la primera infancia de la puesta en profesión, desde la inicial entretención de
la credulidad, desde el comienzo aparente de la despiadada compassio mistraliana.
Notemos que en la lectura de la sección VIII, sobre una estrofa “suprimida, de un
manuscrito del poema” (Poema del Hijo) [Les grité la promesa del Mesías temible / que, desde
mis entrañas, las contemplara fijo. / Al perderse sus gritos en la tarde apacible, / con los brazos
en cruz, ¡yo les entregué mi hijo!], Marchant subraya el “fatal error”. Subscribe la cópula
fatídica del éxtasis de identificación del pretexto del “instinto filial”, sublima con suspicacia
la excusa incestuosa de la sucesión de los pétalos (“–ella = su hijo…”). De esto presume
que, a diferencia de CREDO, que mezcla las citas de Desolación, RECADO TERRESTRE y
ÚLTIMO ÁRBOL –el primero el “último” poema, el segundo el “epílogo” de Lagar–, no se
habría entendido, si bien presentido el pensamiento sobre el testamento político-literario,
“todavía al Dios-Goethe”:182 “Pero (cursiva nuestra) en Vida de Desolación el poeta
introduce otro Dios, Dios como afirmación pura, Dios panteísta, Dios de Goethe, el
poema Credo”.183
182
SAM, p. 232/267.
183
SAM, p. 182/212.
184
Rescatemos, sin embargo, de este último poema, las últimas 3 estrofas:
(Obras Completas, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 2001, pp. 554-555).
185
SAM, p. 260/297.
haber en él alguna consolación, el árbol político-literario haría apostillas de otra resistencia a
la muerte, de otro silencio omitido: resistiría, quizás como sólo puede la inexcusabilidad de
la desolación ardiente, la defunción prosopopéyica de la madre (Petronila Alcayaga Rojas,
Tala, 1938), y del hijo (Juan Miguel Godoy, Lagar, 1954). Más allá o acá de las dataciones
históricas sobre la resistencia, pese a que éstas parecen escasas en la interpretación
kenótica, catártica, poética y conceptual, la lectura no habría abandonado jamás el recelo
“biográfico”. Algunas fechas anticipan, por descontado, los descubrimientos tardíos de la
teoría crítica. El pincel retórico, que colorea de emoción la poética jovial, ya estaría seco,
reseco, embalsamado, decolorado, desde el incierto de los primeros versos, desde las
estrofas iniciales. El surtidor de la pluma decae, en el silencio del clinamen, antes de que se
venga a dar cuenta de la estación que diseca la “madera”. Lo mismo que la empirosis
incendia las temporadas del invierno primaveral, antes de las tempestades de jeune fille en
fleurs de los árboles en ronda.186
Tenemos que excusamos: menos por la vergüenza que por la indemnidad del
pudor. Debido al “cálculo económico” que tuvimos que asumir a la rápida, y en parte
inconscientemente, la mayoría de las veces, hemos dado poco o demasiado tiempo a la
186
SAM, p. 146/174.
187
SAM, p. 262/299. “Verá, y transformación de la nieve, y transformación de esa nieve (desencurso nuestro) en
la nieve, su alma, sus ojos vieron, sus ojos encontraron, un árbol muerto, árboles muertos, derribados, quemados por
los hombres ―hijos abandonados quemando a la madre, su olvido. Árbol muerto, dialéctica de la primavera y el
invierno, árbol de invierno más primaveral que todo árbol de primavera, árbol-Cristo, Dios verdadero, Dios oculto,
Dios olvidado. Cuánto dolor, tanto callar, para, finalmente, grito de triunfo (ídem), Dios no puede no existir, la nieve
como muerte de Dios es Dios, la gran mirada de la nieve en ella y de ella, como de ella, es Dios”. SAM, p. 240/275.
“¿Qué vio el poeta cuando, energía del amor que no atrevió a expresarse, falta de amor de la carne –María
Magdalena entregándole, sin embargo, del amor, su energía fundamental–, identificada a la gran mirada, su mirada
vio como árboles muertos, árboles derribados, derrotados, en esos árboles (ídem), la tremenda presencia de Cristo?
Como lo explicaremos, como presencia de Cristo esto: el inmenso vacío (ídem) de su alma que se llenaba con su
propia alma, su canto. Pero mirada que vio, pero que no vio siempre (ídem) al árbol como Cristo, como árbol-
Cristo; los poemas escritos en Magallanes ofrecen, ya no falsas identificaciones, como sucedía con los poemas sobre
la nieve, sino, ahora –miedo a la comprobada estupidez de sus compatriotas o a ella misma– francas retractaciones
respecto del saber que, como saber del árbol-Cristo, será la mirada, el saber, esencial”. SAM, p. 353/290.
diversión. Motivo de una cierta cristalización del escrito. Una interpretación paciente
debería indicar, en cada caso, no sólo el reverso sino la propia inanimadversión –sin
concesiones– del suplemento de desenlace. Una lectura detenida tendría que señalar el
instante en que, si no sin comenzar la escritura por entero, y volver a redactar la errancia,
ya no parece dar, por no dejar la falta, ningún paso atrás. Para no ir más lejos, tomemos
en cuenta la excusa sobre LA CRUZ… (“Cristo en la Cruz y saber que ese Dios, la Cruz de La
Cruz de Bistolfi era sólo un poema escrito”). Quizás la misma disculpa valga, cambiando lo
que siempre transforma el pretexto agregado, para todas las variaciones del “contenido”
que trama la detractación irrecusable de la deixis. El dedo encardado señalaría al punctum
impuntual de la primera y última puesta en serie, indicaría el principio y el fin de la
imaginación del alma, apuntaría a todo el horizonte sin panorama que barrunta la
corazonada especulativa. Enlutadas e ineluctables, indefectibles y defectuosas, las estrofas
del “poema del no abandono de las mujeres” continuaría siendo, ni más ni menos, un verso
enorme. De modo similar a lo que sucede con la evidencia unheimlich de los dos últimos
poemas del primer cuarteto (ÁRBOL MUERTO y TRES ÁRBOLES),188 la ilusión congelada
reeditaría el fervor inexcusable del simbolo sexual.189 Lo propio sucede con Árbol-Cristo:
sólo un poema escrito, cristalizado. ¿Dónde comienza la introducción del “erotismo”? ¿Se
hurta el pretexto “sexual” en la textura extensa y liminar?190 ¿No es un stretto el sendero
188
“Y si para una poesía que saca su seguridad del inconsciente, imposibilidad de que existan hombres,
84
mortales (cursiva nuestra), sin Dios o Dioses, ¿acaso las mujeres en el sendero tienen como único Dios al
Dios-Padre, al Dios de los cristianos, al triste Dios-Triste de los hombres? Pues, en Árboles nos
encontrábamos (ídem), se recordará, por una parte, con el Dios Triste, el Dios-Padre, pura decadencia, Dios
sin canto, miseria sus hijos, árbol herido; por otra parte, seguridad y plenitud y, ante todo, jamás abandono
(ídem), ese árbol, la Cruz, La Cruz de Bistolfi, y esa presencia extraña, no resuelta en su sentido (ídem), en todo
caso, dolor: Árbol muerto y Tres Árboles. En Árboles, ¿única diferencia entre La Cruz de Bistolfi y el Árbol Muerto
y Tres Árboles, serenidad de la primera, dolor del segundo y de los árboles muertos en general? ¿Sólo esa
diferencia (ídem): seguridad-dolor? Pero, sabemos (ídem), lo anticipamos desde la Primera Escena, diferencia
como imagen, como escena, entre la Cruz sin Cristo y Cristo en la Cruz”. SAM, p. 180/210.
189
“Pero, también, madre que, porque no es verdadera madre, no sabe dar muerte al florecer: excusa
(cursiva nuestra) ..., sólo el deseo de no desear el florecer, excusa (ídem) para desearlo”:
LA OBSESIÓN (Dolor).
190
“En opinión de Patricio Marchant y de Pablo Oyarzún (‘Regreso y derrota’…), ‘El Regreso’ es uno de los
mejores poemas de Gabriela Mistral. Lo es, piensa Pablo Oyarzún, porque pone a la poesía en relación a la
Historia (con mayúscula), al mundo latinoamericano, al exilio, a la religión, al nombre propio. Uno de los
aspectos interesantes de la lectura de Oyarzún es que en el poema no existe viaje (cursiva nuestra), puesto
que los dormidos nunca abandonaron el lugar de origen, y que solamente ha habido desvarío, palabra que en
el lenguaje mistraliano significa poesía. Además, si no ha habido viaje, entonces no hay Historia con
mayúscula y solamente hay fracaso (ídem) de los humanos nombres.
Esta lectura, que Pablo Oyarzún denomina exigente, y que opone a la lectura crítica (académica),
descontextualiza el poema y lo extiende hacia la región del pensamiento postestructuralista. Personalmente
(ídem), nos parece perfectamente defendible en sí misma (ídem), pero también nos parece que utiliza el
ensanchado de la acotación de la cesura? ¿Hasta qué punto insituable –de horas y fechas,
trabajos y días, de “las pequeñas y grandes alegrías”) se entretiene la cita, ya sin diversión
alguna?
poema de Gabriela Mistral no como un texto, sino como un pretexto”. Cf., Susana Münnich, Gabriela Mistral.
Soberbiamente transgresora, op. cit., p. 86, nota 54.
191
SAM, p. 135/163.
192
Lo decía P. Valéry (“Variación sobre un ‘pensamiento’”, en Variedad I, Bs. Aires: Losada, 1956, p. 33): “Sin
duda, ni la Causa Primera, ni el Acto Puro, ni el Espíritu tienen sede, como no tienen figura ni partes; pero
(cursiva nuestra) un instinto que acaso provenga de nuestra estructura vertical, tal vez la sensación de que
nuestros destinos penden de fenómenos muy remotos, hace que inevitablemente los hombres
desconcertados, o afligidos, o atormentados en su espíritu por abusivas preguntas, se vuelvan hacia el cenit,
hacia lo alto.” Agregado de una nota del traductor. “Exhausser: elevar, levantar; exaucer: acoger, atender”.
del vocativo –eso vale para todas las variaciones nominales de la doble pulsión del afecto–,
sólo puede darse o tomarse la pretendida imaginación lapsaria: la desprevención sólo se
puede precaver en el desvarío de la corazonada.193 La creencia se tiene que profesar, como
si la espera ya hubiera terminado. De la única profesión que queda, con harto o escaso
trabajo en el horizonte de expectativa, se tendría creer que se cree, confiar en que hay, al
menos, una vuelta sin retorno, un viraje, un desvío sin sendero. Se tiene que pignorar, por
lo menos, el “valor” de las erratas. 194
¿Qué trama el valor del doble suspense? ¿No tiene el ralenti, en la propia distracción
de la mirada del éxtasis, de la escucha o del tacto del frío ardiente, ya reposando las
sobras dejadas caer? ¿No sabe que ya no suma o consuma en adelante y hacia atrás? ¿No
aventura que ya no hay pregunta que espere la respuesta? ¿Hasta dónde imagina el
“contenido” de la incontención total? ¿Esa es la firma de la inconsecuencia del contrato?
¿Archiva la contracción irresponsable, encarnando ambas “contenciones”? ¿Quién suscribe la
frivolidad? ¿Pretende ya tomar por abortado relumbre el lapsus de remontaje? No exenta
–al contrario– de plagios de contextura rigurosa, la paráfrasis entorna la frase, a tergo, desde
el primer “como si” perifrástico. Al borde de la redacción apócrifa, el flagrante postcriptum,
el codicilo flamante (“como si [cursiva nuestra] nada supiésemos”), parece encajar el
escudo predilecto de las “hojas naturales”, ensamblar la defensa preferida de las “páginas
pulcras”, acoplar el extraño pro domo de las “lágrimas blancas”, de las aguas gloriosas. A
expensas del simulacro integral, parece empinar, antes de que concluya el giro de la 86
primera frase, el inserto de la coraza, del corazón del coraje: injertar el incesto del
nombre frívolo, ya trasplantado, suplantado, y vuelto a enterrar, hasta el colmo del
depósito. Tiene que elevar, a sabiendas de la retractación patética, la indemnidad de todos
los hurtos expósitos. De ahí en adelante, la firma aparece coloreada, pintada, incluso
pintarrajeada de tinta, añadida de cinta o de cita: sólo se puede citar, encintar o entintar,
el “contenido” incontenible de la coloratura del luto: el duelo puro no se puede más que
enlutar de color.
Como ya sucede con la ruptura de la primera serie del cuarteto, la frase será
desandada, reandada, a compases interlúdicos.195 El refraseo distrae el motivo director de
193
“Pero si la escritura es búsqueda, creación, de Árboles y Madres, eso implica (cursiva nuestra), lo sabe el
poeta al escribirse como madre-muerte, la muerte de todos los nombres ‘propios’; pues si todo nombre
‘propio’ es, primero el duelo de la madre, de su nombre y, luego, el pretendido olvido de ese duelo (ídem),
entonces, reiteración por el acto del poeta al escribir –eso es la escritura (ídem, subrayado de Marchant)– de
la muerte del nombre de la madre (Esterlina ¡qué nombre!) como nueva muerte de su ‘propio’ nombre, y
reiteración de la muerte del padre y muerte del nombre de un amado posible”. SAM, p. 229/264.
194
“Aclaremos, primero, que este medir nada tiene que ver con la simple creencia personal o con la fe según la
teología (sic, lapsus de coma en la segunda edición), mucho menos con pruebas de cualquier tipo sobre la
existencia o inexistencia de Dios o los Dioses; tiene que ver con la fe, sí, pero con una fe que da fe de su fe”. SAM,
p. 140/168.
195
Marchant parece seguir el modelo de Scarpa, “Dos momentos extremos y un interludio”. Cf. Roque
Esteban Scarpa, Una mujer nada de tonta, Santiago de Chile: Editorial Nascimento, 1978, pp. 35-52.
la espada (Schwert-motiv). Retrae el tema conductor de la piedad atractiva: lleva y trae la
summa de todo el resto de poemas puestos en letanía, colocados en la lejanía.
Incorporada la cautela espinosa, hecha presa ya del saber de la primera diversión, la
interpretación desaleja, tras la tirada inicial del cuarteto (EL DIOS TRISTE y LA CRUZ…), la
cesura introductoria entre estimar y palpar. Revoca la diferencia, siempre enrosada de
erotismo seminal, de la enseñanza didascálica, de la inicial instrucción pedagógica del canto
maestro. La puesta en suspense del cuadro, de esta manera, apunta al vacío de
“contenido”, indica la “materia” abstracta de la desolación del alma: el lienzo se vacía hasta
extraerle toda la serie de pinturas, hasta la coloratura nihilista. De ahí que otra tópica
retorne,196 a través del continuo panteísmo y pansexualismo asignado al intervalor, como
si recatetizara el hiato de la percepción comprendida, seducida, abducida y reencalada.
Acicalada, vuelta cala, otra vez atrayente, hasta ya ni siquiera saber que se sabe, incluso
creer que se cree. Las veces cuentan la desmesura del extraño golpe de “abstracción” de
las violetas, y la coloración de los blancos, flancos o francos pétalos de la pintura de la rosa.
88
197
SAM, p. 238/273.