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Dicen las malas lenguas que viajar es renacer.

Sumergir la cabeza en agua fría y emerger con


los ojos abiertos y los sentidos a punto. Supongo que parte de esto es metafórico, pero
aseguro que guarda un sentido literal. Figúrese usted en una playa veneciana, e imagínese
corriendo hacia el adriático, en ropa interior que hace las veces de traje de baño. Supongamos
que está ya bien entrada la noche, y están todos reunidos en un pequeño balcón de un
“excelente” hotel. Recuerdan la pasada velada en la ciudad de la alta costura: bailando con
milaneses, subiendo a catedrales, y (¿cómo iba a ser menos?) recibiendo la primera
reprimenda por seguir esa costumbre mediterránea de llegar “cada uno a su hora”. Posando
con atrevimiento junto a la estatua de Julieta, y familiarizándose con la guía que tantas siestas
interrumpirá.

Y es cierto que los viajes alteran el orden natural de las cosas. Los autobuses se convierten en
campos de batalla, triunfando (sin lugar a dudas) aquellos que peleaban con Extremoduro de
la mano y La Raiz en la retaguardia. Si escapa del frente de batalla llegará sobre agua al
corazón de los jerséis rayados. No necesitará más que un patio recogido del bullicio y unos
amigos con los que perder la consciencia de la
hora. Paseará también por la pequeña Siena,
donde subestimará sus calles y terminará
desorientado, aprendiendo que el tamaño (si
bien importa) no lo es todo. Pero de nuevo al
caballo de troya con la trinidad mariana en
acción, parando en la torre inclinada a maldecir
al gobierno italiano para una total inmersión
cultural. Una vez familiarizado con el sistema estatal regresará a la época de los mecenas en
la ciudad de Florencia: magníficos tours, museos y reencuentros con viejas amistades. Más
sonrisas y quizás aún más lágrimas con reuniones nocturnas cumpliendo el papel de la
juventud. Quizás la bebida no le siente bien y necesite tomar al aire, pero recuerde que igual
que dos no pelean si uno no quiere, el querer y el ansiar son parejas de baile. Y hay bailes de
flores, de cisnes, y también de cuerpos. Cuando el tempo se acelera en exceso, si no cuida
bien sus pasos, puede acabar pisando a su pareja y aquel bailarín solista querrá superar su
actuación. Pero si el tempo sigue la melodía de Saturday Night conseguirá movilizar a mil
turistas en medio de una plaza florentina.

Como personas en la vida, hay destinos para recordar. Florencia será tal vez uno de ellos.
Asís por otra parte no será bien recibido en las postales, pues se verá eclipsado por un destino
aún más sonoro: la antigua ciudad de Roma. El amargor de la primera toma de contacto con
los locales (pues no podían faltar ciertos hombres que recuerdan al mundo que aún queda un
largo camino) se endulzará con helado y ruinas en
callejuelas. La grandeza del Coliseo, los foros dignos
del club de debate, la basílica de San Pietro, y para
finalizar una merecida cena en el Trastévere, pasta y
vino sin falta. Habrán otras bebidas peculiares, entre el
limón y el violonchelo surgen pistachos. Baile en el
balcón una última vez, disfrútelo, pues una vez
finalizada la travesía rebuscará en su memoria cierto
rincón, y tras una negativa encontrará (¿o quizás no?)
la razón.

Inés Huidobro Mouvet

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