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Para evitar la crisis del agua, poner el foco en

Chernobyl e Israel
Nadie puede evitar la llegada de una catástrofe natural, como una sequía extrema;
sí se puede y se debe manejar bien la crisis que llegó y planificar bien las defensas
para la crisis futura

Piqsels
La crisis del agua se agudiza en Uruguay.
Tiempo de lectura: 6' 
26 de junio de 2023 a las 08:00

Por Luis Romero Álvarez (fms.com.uy), especial para El Observador

Está claro que nadie puede evitar la llegada de una catástrofe natural,


como una sequía extrema. Lo que sí se puede y se debe es manejar bien
la crisis que llegó y planificar bien las defensas para la crisis futura, que
seguro vendrá.

Esta crisis hídrica en la que estamos enterrados nos deja lecciones, en


los dos planos.
Respecto a la crisis actual, como cualquier crisis mayor, no se la puede
enfrentar con actores sueltos, hablando a sus aires, con toma de
decisiones en procesos erráticos. Hay cursos de crisis management  que
enseñan a enfrentar una crisis.

Parece que no teníamos a nadie entrenado así para atender esta crisis.

Para atender una crisis se precisa un equipo multidisciplinario bien


formado y dedicado al tema, con una cabeza dotada de toda la autoridad
necesaria. Una especie de task force  donde están presentes los que
saben del tema bajo la conducción del que puede tomar decisiones sin
consultar a nadie más.

Como ejemplo, se puede ver la serie Chernobyl, donde se entiende que


se evitó el desastre absoluto gracias al equipo de un científico que sabía
lo que había que hacer y un militar de alto rango que daba las órdenes él
solo y las hacia ejecutar de inmediato.

Acá en el tema del abastecimiento de agua potable hasta ahora hablaban


todos, lo cual está prohibido en una crisis donde el vocero debe ser único,
y las decisiones se planteaban públicamente (como traer agua del San
José a inicios de mayo) pero sin decisiones tomadas, con lo cual se
ejecutaban o no, semanas después (inicio de acciones ahora).

La comunicación en este asunto fue casi de manual de cómo no se debe


proceder (en vez de prevenir con tiempo a la población, lanzar plan de
ahorro voluntario primero y compulsivo después, anunciar con tiempo
que la salinidad deberá subir, etcétera, etcétera, se fueron dando los
hechos que la población iba entendiendo con sorpresa).

Ahora el presidente Luis Lacalle Pou con buen criterio ha decidido revertir
esta situación, ¡enhorabuena!

Esperemos que se escriba el protocolo de manejo de crisis y quede listo


e impreso en el escritorio presidencial para su próximo ocupante.

Pero más importante es la planificación de la crisis futura, para lo cual


estamos en el tiempo perfecto, porque si no seremos como el granjero
que no arregla su techo que gotea cuando llueve porque no puede y
tampoco lo hace cuando hay sol porque no lo necesita.

O dicho de otra forma, seguiremos en el tema agua el método argentino


de conducir la economía: “Vamos viendo”.

Para orientarnos con un enfoque opuesto, pensemos en el caso de Israel:


sus reservorios hídricos son muy limitados (el mítico Rio Jordán es un
arroyo y el Mar de Galilea es un lago modesto). Les llueve tres veces
menos que acá (unos 400 mm) y tienen tres veces más población que
nosotros (más de nueve millones), pero no les falta agua potable, riegan
casi las mismas 200.000 hectáreas que nosotros (pero con producciones
del orden de 70 toneladas por ha en vez de las casi 10 toneladas de
nuestro arroz y con precios de productos de primor varias veces
superiores que los de nuestras producciones) y usan el agua de
saneamiento una vez tratada para regar, aprovechando sus altísimos
niveles de nutrientes, en vez de tirarla al mar (y de paso matar toda la vida
allí en la punta del caño en la llamada “zona de sacrificio”).

¿Cómo resolvió Israel el suministro asegurado de agua potable (objetivo


irrenunciable de cualquier gobierno serio)? Con plantas desalinizadoras.
La última costó US$ 400 millones y produce 624.000 metros cúbicos por
día (o sea el consumo de Montevideo entera).

Aquí hace décadas que hablamos de una represa en Casupá (que costará
unos US$ 200 millones) para estirar unas semanas la agonía de la
cuenca del Santa Lucía que se secará igual en la próxima gran sequía, o
crear una base de bombeo en Arazatí por unos US$ 300 millones para
producir unos 200.000 metros cúbicos por día, o sea un tercio del
consumo de Montevideo.

¿Nadie pensó en instalar una desalinizadora como la última de Israel a


medio camino entre Montevideo y Punta del Este, con un ramal para
cada lado y así tener respaldo para suministro de Aguas Corrientes
(desde fuente infinita e independiente), pero también para Laguna del
Sauce y las otras fuentes chicas que abastecen los balnearios de la
costa, con agua asegurada para abastecer toda Montevideo y/o la costa
este por US$ 400 millones en vez de Casupá y Arazatí por US$ 500
millones que igual no alcanzarían a solucionar todo el problema en caso
de una sequía peor y más larga?

Son planteos sensatos que merecen un abordaje profesional. Es cierto


que aparte de la inversión, desalinizar agua de mar tiene costos, pero
pregunto: ¿Ahora no estamos pagando costos en plata y, lo que más
duele, en calidad de agua?

Entonces, ¿cómo se debe proceder? Propongo que sigamos el modelo


que usamos exitosamente para la forestación: primero un Plan Maestro,
creado por expertos que analizan problemas actuales y futuros, evalúan
alternativas de solución incluyendo aspectos técnicos, ambientales y
económicos y preparan una hoja de ruta a seguir a largo plazo con
gatillos que disparan inversiones previstas y mecanismos de revisión,
evaluación y control. Este Plan Maestro debe enfocarse en todo el
recurso agua, no solo en consumo humano sino también usos
industriales y agropecuarios para riego.

El Plan Maestro no solo debe prever inversiones, sino también estímulos


para que el sector privado concrete inversiones de interés para la
sociedad, como se hizo en la forestación.

En nuestro país llueven 1.300 litros por metro cuadrado anualmente, o


sea 1.3 metros cúbicos… por 10.000 metros cuadrados por hectárea y por
16 millones de hectáreas, de esa enorme cantidad de agua más del 90%
se pierde en el mar luego de correr por cañadas y arroyos.

¿No hay nada que hacer para poner a producir este recurso que se pierde
para el país?

Eso es lo que también debe estudiar el Plan Maestro, a 30 o 50 años, y


sus conclusiones y recomendaciones deben plasmarse en una ley con
amplio consenso como se hizo con la Promoción Forestal, incluyendo
obviamente la estructura institucional de la gestión y control del recurso
agua (que son dos cosas distintas y aquí se confunden), mirando como
ejemplo a Israel para ver como allí organizaron esos temas (con una
cabeza que gobierna las decisiones sobre el agua y no una pléyade de
ministerios, empresas públicas y agencias diversas que meten la cuchara
en forma descoordinada).

Entonces, Plan Maestro y Ley de Agua son el camino profesional a


seguir para no volver a encontrarnos como ahora en un año o en 100
años.

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