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Competencia lectora

PAES
forma: 4836862-B
INSTRUCCIONES

1.- Esta prueba contiene 16 preguntas. Todas las preguntas son de 4 opciones de respuesta
(A, B, C y D). Solo una de las opciones es correcta.

2.- Completa todos los datos solicitados en la hoja de respuestas, de acuerdo con las instruc-
ciones contenidas en esa hoja, porque estos son de tu exclusiva responsabilidad.
Cualquier omisión o error en ellos impedirá que se entreguen tus resultados. Se te dará
tiempo para completar esos datos antes de comenzar la prueba.

3.- Dispones de 0 horas y 37 minutos para responder las 16 preguntas.

4.- Las respuestas a las preguntas se marcan en la hoja de respuestas que se te entregó.
Marca tu respuesta en la fila de celdillas que corresponda al número de la pregunta
que estás contestando. Ennegrece completamente la celdilla, tratando de no salirte
de sus márgenes. Hazlo exclusivamente con lápiz de grafito Nº2 o portaminas HB.

5.- No se descuenta puntaje por respuestas erradas.

6.- Puedes usar este folleto como borrador, pero no olvides traspasar oportunamente
tus respuestas a la hoja de respuestas. Ten presente que para la evaluación se
considerarán exclusivamente las respuestas marcadas en dicha hoja.

7.- Cuida la hoja de respuestas. No la dobles. No la manipules innecesariamente.


Escribe en ella solo los datos pedidos y las respuestas. Evita borrar para no deteriorarla.
Si lo haces, límpiala de los residuos de goma.

8.- Recuerda que está prohibido copiar, fotografiar, publicar y reproducir total o parcial-
mente, por cualquier medio, las preguntas de esta prueba.

9.- Tampoco se permite el uso de teléfono celular, calculadora o cualquier otro dispositivo
electrónico durante la rendición de la prueba.

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Texto 1

Me quedo hasta que me sacan

Soy rubia. Rubísima. Soy tan rubia que me dicen: “No es sino que aletee ese pelo
sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa”.

Alguien que pasara ahora y me viera el pelo no lo apreciaría bien. Hay que te-
ner en cuenta que la noche, aunque no más empieza, viene con una niebla rara. Y
además que le hablo de tiempos de antes y que. . . bueno, la andadera y el maltrato
le quitan el brillo hasta a mi pelo.

Pero me decían: “Voy a ser conciso: ¡es fantástico tu pelo!”, “Lillian Gish tenía
tu mismo pelo”, y yo: “¿Quién será ésta?”, me preguntaba, “¿una cantante famo-
sa?”. Recién me he venido a desayunar que era estrella del cine mudo. Todo este
tiempo me la he venido imaginando con miles de collares, cantando, rubia total, a
una audiencia enloquecida. Nadie sabe lo que son los huecos de la cultura.

Todos, menos yo, sabían de música. Porque yo andaba preocupadita en miles de


otras cosas. Leía mis libros, y recuerdo nítidamente las tres reuniones que hicimos
para leer El Capital. Armando el Grillo, Antonio Manríquez y yo. Tres mañanas
fueron, las de las reuniones, y yo le juro que lo comprendí todo, íntegro. Pero yo
no quiero acostumbrarme a pensar en eso.

Yo lo que quiero es empezar a contar desde el primer día que falté a las reuniones,
que haciendo cuentas lo veo también como mi entrada al mundo de la música, de
los escuchas y del bailoteo. Contaré con detalles: al estimado lector le aseguro que
no lo canso, yo sé que lo cautivo.

Tan tarde que me levanté aquel día, y abrir los ojos no me dio fuerza. Pero me
dije: “No es sino que pise el frío mosaico y verá que cumple con su horario”. Me
mentía. La reunión era a las 9 y serían qué. . . las 12. Toqué con mis piecitos, tan
pálidos, tan chiquitos, y me estremecí toda viendo que podía dar de a paso por
mosaico. Así caminé, feliz, de a poquitos, sin pretender otra cosa que llegar a la
ventana.

Abrí la cortina con fuerza, y los brazos extendidos me hicieron pensar en la mujer
resoluta que era, como quien dice que si quisiera sería capaz de labrar la tierra. No,
no lo era. Después de la cortina tenía allí ante mí la persiana veneciana. Hubiera
podido jalar las cuerdillas de la veneciana como el marinero que iza las velas, y dejar
entrar, glorioso, el nuevo día. No lo hice. Me acerqué con un movimiento mínimo y
por entre las rendijas miré por la ventana el día: Oh, y cómo extrañé el color del
cielo, el viento que hacía, recibirlo de frente como a mí me gusta. Es lo que le da
fuerza y fragancia a mi pelo.

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Volví a mi cama, pensando: “¿Cuánto falta para que sea de noche?”. Ni idea. He
podido gritar para preguntar la hora, pero no. He podido volver a cerrar los ojos
y perderme, pero no: ya estaba encontrada y tenía rabia. No lo niego, le estaba
sacando gusto a dormir más y más, pero ¿cómo hacía teniendo un horario estricto?
Entonces vociferé que si me había llamado alguien, y claro que inmediatamente me
dijeron: “Sí, niña, los jóvenes que estudian con usted”.

Primer día que falté a la lectura de El Capital, y no volví. De allí en adelante


me persigue esa vergüenza mañanera que intenta que yo borre y niegue todo lo
genial que he pasado la noche entera, toda la nueva gente. . . Bueno, eso era al prin-
cipio, ya no se conoce nueva gente, no crea, los mismos, las mismas caras, y sólo
dos me gustan: uno que es bailarín experto y lleva bigote. Del otro que me gusta
mejor no hablo, es uno de esos flacos que todavía usan camisetica negra.

Eso fue la semana pasada, el sábado apenitas. No quiero adelantarme mucho, no


sea que terminemos empezando por la cola, que es difícil de asir, que golpea y se
enrosca. Desearía que el estimado lector se pusiera a mi velocidad.

Vuelvo al día en el que quebré mi horario. ¿Por qué lo hice? Sobre todo en los
últimos años de colegio, fui aplicadísima, y no me faltaba nada para entrar a la
universidad y estudiar arquitectura: segundo lugar en los exámenes de admisión,
faltaban 15 días para entrar a clases y yo, sabiéndome cómo son las cosas, pues
estudiaba El Capital con estos amigos míos, hombre, pues era, a no dudarlo, una
nueva etapa, tal vez la definitiva de esta vida que ahora me la llaman triste, que me
encuentran mis amigas y dele que dele con que estás i-rre-co-no-ci-ble. Yo les digo:
“olvídate”. Yo las había olvidado antes, me les reí en la cara cuando me llamaron
dizque a inventarme una tarde de piscina: no sabían que yo, al salir de la reunión,
agotada de tanto comprender, me había ido al río con Ricardito el Miserable (así
lo nombro porque sufre mucho, o al menos eso es lo que él decía). Ni más ni menos
descubrí el río. Era el río Pance de los tiempos pacíficos.

¿Cómo me les reí en la cara a mis amigas, a Susana, a Pilar? Fue diciéndoles:
“¿Piscina? Pero qué piscina teniendo allí no más en las afueras un don de la Natu-
raleza de agua cristalina, ¡buena para los nervios, para la piel!”.

No me entendieron esa vez y ya no me entienden nunca, cuando me las encuentro


acompañadas de muchachos que me parecen tan rectos, como Manolo Maravilla y
Esteban Estelar, y pienso en ese territorio de nadie que es el pedacito de noche
atrapado por la fiesta, en donde no ven nunca a nadie que goce más, a nadie más
amada (superficial, lo sé, y olvido, pero ese es mi problema) y pretendida, y cuando
se van temprano piensan: “¿Hasta qué horas se queda ella?”. Me quedo la última,
pa que sepan, me quedo hasta que me sacan.

Cada vida depende del rumbo que se escogió en un momento dado, privilegia-

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do. Quebré mi horario aquel sábado de agosto, entré a la fiesta del Flaco Flores por
la noche. Fue, como ven, un rumbo sencillo, pero de consecuencias extraordinarias.
Una de ellas es que ahora esté yo aquí, segura, en esta perdedera nocturna desde
donde narro, despojada de las malas costumbres con las que crecí. Sé, no me queda
la menor duda, que yo voy a servir de ejemplo, para algo que alguien sabrá qué es.

Andrés Caicedo, Que viva la música. Bogotá: Plaza y Janes Editores Colombia S.
A. (1996), pp. 11-16 (fragmento adaptado).

1.- ¿Cuál es el propósito de la historia?


A) Describir la vida nocturna de una ciudad.
B) Relatar las dificultades de una estudiante.
C) Narrar el cambio que experimenta una joven.
D) Destacar el riesgo de abandonar los estudios.

2.- En relación con la forma en que está escrito el texto, ¿cuál de las siguientes carac-
terísticas dificulta su comprensión?
A) La narradora que es también protagonista.
B) La interrupción del curso de la narración.
C) El uso de expresiones coloquiales.
D) La ausencia de diálogos.

3.- ¿Cuál es la principal característica que transmite Ricardito el Miserable?


A) Rectitud
B) Constancia
C) Tranquilidad
D) Autocompasión

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4.- ¿Quién es Antonio Manríquez?
A) Un estudiante universitario de arquitectura.
B) Un compañero de las sesiones de lectura.
C) Un bailarín experto que lleva bigote.
D) Un nuevo amigo de la protagonista.

5.- La razón que da la protagonista para burlarse de la invitación a la piscina es que


A) sabía que en realidad no querían que ella fuese.
B) llevaban años visitando los mismos lugares.
C) le parecía mucho mejor visitar el río Pance.
D) tenía planeado ir a nadar esa misma tarde.

6.- De acuerdo con el texto, la protagonista dejó de asistir a las lecturas de El Capital
porque
A) prefirió las fiestas después de haber quebrado su horario con una.
B) se sintió avergonzada de haber faltado a algunas de las sesiones.
C) perdió el interés en las actividades y los encuentros académicos.
D) hizo un cambio en su rutina y ahora duerme hasta el mediodía.

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Texto 2

Un paseo en coche

Doña Mercedes llamó a Daniel, el mayor de sus cinco nietos, y le dijo que el motor
del Dodge había empezado a hacer ruidos raros y que prefería que fuera él quien
hablara con el hombre del taller.

—¿Ruidos raros? A mí me parece que suena igual de bien que siempre. ¡Escucha,
abuela! ¡Qué sinfonía! —dijo Daniel mientras asomaba la cabeza por la ventani-
lla del Dodge y con gestos de director de orquesta marcaba la cadencia de los
acelerones—. ¡Brum! ¡Brum, brum! ¡Bruuum!

—Sube, abuela —añadió—. Nos vamos a dar una vuelta.

—¿Una vuelta? ¿Ahora?

—Tenemos que asegurarnos de que todo está bien, ¿no?

Doña Mercedes tardó cinco minutos en cambiarse de chaqueta y de calzado.

Daniel era un apasionado de las motos y los coches, y más de una vez le había
pedido el auto a su abuela para irse de excursión con sus amigos. Un automóvil así,
aunque a esas alturas fuera una reliquia del pasado, siempre provocaba comentarios
de admiración.

Llevaban las ventanillas abiertas, y el ruido del aire les obligaba a alzar la voz.
Daniel indicó la aguja de la gasolina, que señalaba la reserva.

—¿Y esto?

La abuela se encogió de hombros.

Unos kilómetros más adelante vieron el letrero de una gasolinera, pero el coche
pasó de largo. La mujer miró en silencio a su nieto, que encendió la radio. Sonó el
estribillo de una canción que había estado de moda durante el verano, y Daniel lo
tarareó en un inglés chapurreado. Cuando llegó el solo de guitarra, soltó temeraria-
mente el volante para hacer en el aire un punteo imaginario. Doña Mercedes emitió
un gritito y se llevó las manos a las sienes, pero lo hizo como jugando, igual que lo
habría hecho ante un niño que la apuntara con una pistola de plástico. Nuevamente
tuvieron a la vista el letrero de una gasolinera. Daniel se colocó en el carril lento
para tomar el desvío, pero pasó de largo otra vez.

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—¡Yuuuju! —gritó Daniel, acelerando.

—¡Habrase visto! —protestó su abuela, y él se echó a reír.

Avanzaban ligeros entre el tráfico escaso, dejando atrás autobuses y camiones. De


repente, el motor empezó a dar sacudidas y el vehículo a perder velocidad. Daniel
apagó la música y se volvió hacia su abuela con una mueca de alarma.

—¡Ay, ay, que me parece que vas a tener que empujar. . . !

Doña Mercedes soltó un bufido:

—¡Dejamos pasar dos gasolineras y ahora. . . ! —Enseguida comprendió que era


otra de las bromas de su nieto—. ¿Cuándo crecerás, Daniel? ¿Cuándo dejarás de
comportarte como un niño?

El otro, malicioso, le guiñó un ojo.

—Abuelita, abuelita. . .

—¡No me llames así! ¡Soy tu abuela, no tu abuelita!

El ruido del motor recuperó la regularidad. Daniel, intentando contener la risa,


miraba a su abuela de reojo.

—¡Y deja de mirarme con esa cara!

—Ahora me vas a decir que soy igual que el abuelo Pepe.

—Pero es que no eres igual.

Su expresión se relajó por fin.

—No —siguió la abuela—. Tú eres mejor: más guapo, más simpático.

Pararon en la siguiente gasolinera. La abuela le alargó un par de billetes.

Para volver a la casa habrían tenido que voltear, pasados unos kilómetros, por
el desvío hacia el aeropuerto. El coche, sin embargo, siguió en dirección al centro.

—¿Dónde me llevas?

La llevaba a una tienda de fotografía llamada Foto Studio Tempo. Subió el Dodge a
la acera en la esquina de Fernando el Católico con Bretón y la ayudó a salir. Luego

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la tomó del brazo y la acompañó hasta el escaparate, en el que se exhibían retratos
de parejas de recién casados y niños vestidos de primera comunión. Había también
varias fotos de bebés y, mezclada con ellas, una de una niña de unos cinco años.

—¿Ahora qué dices? —preguntó Daniel—. ¿Es o no es?

—¡Entre tu hermano Jacinto y tú me van a volver loca!

—Bueno, ¿qué? ¿Se me parece o no?

Doña Mercedes se acercó al escaparate hasta casi rozar el cristal con la nariz.
Los ojos, desde luego, eran del mismo color castaño, y esa barbilla y esa frente
recordaban las del pequeño Daniel de veinte años antes. Pero esa boquita. . .

— En la familia nunca había habido labios así— dijo la abuela.

—Tampoco pelirrojos y mira a Elías.

—Y esas orejas. . .

—Algo tendrá de la madre, digo yo.

—Está bien. Me has convencido. ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a entrar aquí
y preguntar cómo se llama la niña, quién es, dónde vive. . . Voy a hablar con su
madre para aclararlo todo.

Daniel dio un salto.

—¡Ni se te ocurra! ¿No te he dicho que ya dijo que no era mía?

—Bueno, pues que me lo diga a mí, porque el parecido es evidente. —Señaló la


entrada y añadió, muy seria—: Aparta. Déjame pasar.

Daniel, tenso, no se movió. Su voz sonó suplicante y quebradiza: ¿no le acaba-


ba de decir que esa niña no tenía nada que ver con él?, ¿que se lo había inventado
todo? Él nunca había conocido a la madre. . . Era una mentira, una broma.

—Esta niña no es de tu sangre, Daniel: es de nuestra sangre. Y la familia es lo


más importante.

—Pero ¿por qué te empeñas? —la interrumpió él—. Abuela, escúchame bien: no es
mi hija. ¿Me entiendes? No lo es.

Doña Mercedes le miró fijamente a los ojos y luego sacudió la cabeza con lenti-
tud.

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—Aparta, Daniel.

Desde la calle Daniel solo podía ver un extremo del mostrador y la puertecita
que daba acceso al laboratorio. Vio al dueño del negocio entrar y salir por esa
puerta. Un par de minutos después, lo vio acompañar a su abuela hasta la salida.
Doña Mercedes llevaba un trozo de papel en la mano. El hombre, muy serio, dedicó
a Daniel un movimiento de cabeza que él interpretó como un reproche.

El semáforo de la plaza de San Francisco los hizo parar, y la anciana le entregó


el papel. Había, en efecto, una dirección anotada.

—¿Me vas a decir qué es esto?

—A ver si de una vez sientas cabeza. . . —dijo su abuela—. En toda la ciudad


no hay mejor restaurante para un banquete de bodas.

Daniel seguía sin comprender. Ahora fue ella la que guiñó un ojo:

—Es lo que me ha dicho el fotógrafo.

Entonces la abuela se echó a reír. Era la suya una risa sorda, hecha de peque-
ños espasmos que solo al final estallaban en un hipido brevísimo. Tardó un buen
rato en poder pronunciar una frase completa.

Daniel resopló y permaneció atento a la conducción. Luego expulsó todo el aire


de golpe y se permitió una sonrisa.

—Qué ingenuo eres, Danielito, pero qué ingenuo. . .

Ignacio Martínez de Pisón, La buena reputación. Seix Barral (2014), pp. 4-8
(fragmento adaptado).

7.- ¿Cuál es el tono que el autor utiliza en su relato?


A) Despreocupado, ya que presenta una conversación familiar cotidiana.
B) Ocurrente, ya que presenta una perspectiva novedosa de una familia.
C) Introspectivo, ya que indaga en los sentimientos de los personajes.
D) Misterioso, ya que da a conocer solo ciertos detalles de lo ocurrido.

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8.- Del diálogo entre los dos personajes frente a la tienda de fotografía se infiere que
A) la familia de Daniel y doña Mercedes disfrutaba de tomarse fotos.
B) Daniel le había dicho a su abuela que la niña de la foto era su hija.
C) Daniel y su abuela acostumbraban pasear juntos por la ciudad.
D) la familia de Daniel y doña Mercedes era numerosa.

9.- La historia de la foto de la niña, ¿qué función cumple en relación con el texto?
A) Explica el conflicto familiar que une a la abuela con su nieto.
B) Destaca la autoridad que tiene doña Mercedes en la familia.
C) Muestra un rasgo de la personalidad de Daniel.
D) Especifica las características físicas de Daniel.

10.- En el párrafo que inicia con las palabras “Avanzaban ligeros por el tráfico escaso”,
esa expresión alude a que
A) se desplazaban rápidamente por la calzada.
B) avanzaban esquivando a los otros vehículos.
C) avanzaban lentamente por falta de gasolina.
D) se desplazaban con dificultad entre los autos.

11.- ¿Quién es Pepe?


A) El hermano de Elías
B) El hombre del taller
C) El abuelo de Daniel
D) El fotógrafo

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12.- Del texto se infiere que, a pesar de ser un auto antigüo, el Dodge
A) era manejado por toda la familia.
B) se conservaba en perfecto estado.
C) era la herencia que recibiría Daniel.
D) se usaba solo en ocasiones especiales.

13.- ¿Cuál de los siguientes fragmentos, si se eliminara del texto, cambiaría más la forma
de percibir a Daniel?
A) “Doña Mercedes llamó a Daniel, el mayor de sus cinco nietos”.
B) “Daniel era un apasionado de las motos y los coches”.
C) “Los ojos, desde luego, eran del mismo color castaño”.
D) “Daniel, tenso, no se movió. Su voz sonó suplicante y quebradiza”.

14.- Daniel interpretó el movimiento de cabeza del hombre de la tienda como un reproche
hacia él porque
A) esperaba que el hombre de la tienda fuera más amable y menos serio.
B) creía que su abuela le había dicho que era el padre de la niña de la fotografía.
C) consideraba que su abuela había sido inoportuna y había incomodado al hom-
bre.
D) pensaba que la broma que le había hecho a su abuela daba una mala impresión
de él.

15.- Doña Mercedes llamó a Daniel porque


A) vivía cerca.
B) sabía de autos.
C) quería pasear con él.
D) era su nieto favorito.

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16.- Daniel lleva a la abuela a dar una vuelta en el auto para
A) llenar el estanque de gasolina.
B) visitar una tienda de fotografía.
C) hablar sobre un problema familiar.
D) asegurarse de que funcionara bien.

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