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“Los desafíos del contexto digital”, en: La máquina de contenido.

- M. Bhaskar

No sólo los libros y la edición experimentan la transición más profunda desde los albores

de la imprenta de tipos móviles, sino también todo nuestro paradigma de comunicación es


testigo del que bien podría ser su cambio más profundo en la historia: la revolución digital.
Estas tecnologías hacen cuestionarnos: ¿qué es un libro, y qué significa editarlo?

Como respuesta se ha extendido lo que Ewan Morrison denomina una “metapráctica


especulativa”, una serie de debates que analizan el surgimiento de la edición digital con todo
detalle. Se examinan con cuidado todos los movimientos de editores, minoristas, empresas
nuevas y compañías de tecnología.

La manera más evidente en que la revolución digital se ha manifestado para los


editores de libros es en términos de libros electrónicos. El libro electrónico no es más que la
culminación de los cambios en el flujo de trabajo editorial. La mayor parte de las labores
implicadas ya se efectúa en formatos digitales; no obstante, los libros electrónicos son una
gran preocupación para los editores. El modelo de negocios estándar de los libros electrónicos,
como el de los impresos, se basa en ventas por unidad. La única diferencia está en la
inmaterialidad del libro electrónico.

La aparición temprana de la edición asistida por computadora o autoedición


demuestra que la digitalización y desmaterialización, por sí solas, son incapaces de afectar la
edición. En cambio, el crecimiento de las redes digitales es clave.

La sociedad de redes está cambiando de manera fundamental nuestras


comunicaciones al crear “autocomunicación de masas”.

Un libro electrónico sin una red, sin un canal de distribución, es apenas más radical que
uno impreso. Un libro electrónico en la red abierta tiene una capacidad casi infinita de
copiarse y compartirse, al instante, en todo el mundo.

Los verdaderos problemas de lo digital: la eliminación de la intermediación y una


desestabilización del derecho de autor. En su núcleo reside una pregunta: si cualquiera puede
ser editor, ¿qué es, de entrada, lo que hace que un editor lo sea?

ORÍGENES DE LA EDICIÓN DIGITAL

La edición siempre ha tenido que ver con la tecnología. Cuando Gutenberg armó la
primera prensa, conjuntó una amplia variedad de tecnologías, procesos e ideas. Es digno de
atención el que la prensa haya gozado de una relativa estabilidad durante sus primeros 350
años de existencia. El cambio estaba en camino. En 1800, se fabricó la primera prensa
completamente de hierro.

Más tarde, en 1804, aparecieron las prensas impulsadas por vapor. A partir de
entonces los cambios se sucedieron más rápidamente. La productividad aumentó con cada
nueva tecnología, lo que abarató la impresión e incrementó la circulación. Fue una conjunción
de tecnologías, que comenzó más o menos en la década de 1940, la que alteró el reinado de la
imprenta.
Los orígenes de la computación y las tecnologías digitales modernas se encuentran (en
gran medida) en la segunda Guerra Mundial y en los intentos de los aliados por descifrar el
invencible “código nazi”.

En 1947 se inventó el transistor. Es la base de la amplia variedad de dispositivos


electrónicos que conocemos hoy en día. La tecnología digital se popularizó con el lanzamiento
en 1977 de la Apple II, seguida en 1981 por el lanzamiento, a cargo de IBM, de la computadora
personal o PC. El poder de la tecnología digital era evidente, pero, sin una red, y sin
conectividad, su potencial para una transformación radical era limitado.

Sólo con la hora legendaria creación de la World Wide Web (www) en 1990, la internet
se popularizó. En 1993, el primer navegador de la red, estuvo ya listo para el auge del uso de
internet, el cual creció a un ritmo fenomenal durante la década de 1990 y no se ha detenido
desde entonces.

Estos avances en la computación y la conectividad digital generalizadas son los polos


en torno a los cuales gira la sociedad de redes. Un hilo conductor importante que se
desprende de esta narrativa es el crecimiento de la autoedición, la edición en red y la edición
digital de libros, las cuales, al igual que la edición impresa, facilitan la multiplicación. Sus
manifestaciones concretas dieron pie a las posibilidades y las amenazas que hoy enfrentan los
editores contemporáneos. La autoedición comenzó en la década de 1980, cuando las
computadoras y el software, alcanzaron niveles capaces de igualar la composición tipográfica
tradicional. MacPublisher, PageMaker, Aldus Corporation: el uso de estos programas sufría de
una enorme desventaja, que era la distribución. De alguna manera estaban a la espera de que
internet y la edición en red la solventaran. Ahora todo el mundo cuenta con las herramientas
para crear y divulgar contenido al oprimir un botón, una transformación absoluta desde la era
de Gutenberg.

Michael Hart, fundador del Project Gutenberg, inventó el libro electrónico. En 1993 se
fundó Digital Book, Inc. La década de 1990 vio el lanzamiento de los primeros e-readers. En
1999 los libros electrónicos, o e-books como se conocieron después, no sólo habrían de
cambiarlo todo, sino que también iba a sustituirlo todo. Los editores tradicionales eran
reliquias obsoletas a punto de quedar en el olvido. Eso no sucedió.

En la década de 1990, los libros electrónicos nunca tuvieron la posibilidad de que se


adoptasen de forma masiva cuando había problemas con la disponibilidad de dispositivos y
con la banda ancha. Había una montaña de formatos de libro electrónico en competencia,
incompatibles y confusos. El escaso contenido disponible era demasiado caro.

La década siguiente mostraría que el formato sí tenía un futuro. Para la década de


2000, se popularizaron las descargas legales y no gratuitas. Se registró una creciente relación
con lo digital, así como un aumento en el uso y consumo de medios de este tipo a lo largo de
esa década, para lo cual fue primordial un acuerdo respecto de un formato estándar de libro
electrónico, el ePub. En 2007, Apple popularizó la lectura digital de la mano del Kindle.

CAMBIO DE CONTENIDO

Es obvio que, una página web es algo muy distinto de una página impresa. El negocio
de las editoriales era óptimo para un flujo particular de contenido (texto e imágenes
impresos), por lo que los cambios en la naturaleza del contenido plantean un desafío de
adaptación.

El contenido digital está desmaterializado. Copiar no representa ninguna dificultad, lo


que de golpe derriba las principales barreras históricas para la circulación. El contenido tiene
una simultaneidad geográfica. La desmaterialización por sí sola no da lugar a todas estas
propiedades, pero en la red – en las redes – están ahí.

La desmaterialización del contenido no sólo afecta la cadena de valor por lo que


respecta a los resultados para el editor, sino también la percepción de valor por parte de los
lectores.

El texto digital se comporta de otra manera. Google aprovechó la estructura completa


de los hipervínculos como medio para calcular la importancia y la relevancia de documentos en
la red. Internet y el hipervínculo crean un océano interminable de contenido. Se trata de un
“docuverso”, torrentes de palabras en lugar de documentos que culminan en la “biblioteca
universal completa, todos los libros, en todos los idiomas”.

Las unidades de atención que el libro representa aún son consistentes. Tal vez haya
contenido e hipervínculos infinitos, pero no hay atención infinita. Si bien Kelly es optimista,
Carr (2011) ve con preocupación la naturaleza sin fin, inacabada, del texto digital. ¿Cómo es
que los editores pueden trabajar con este gran nudo de contenido?

Los llamados “libros electrónicos enriquecidos” o aplicaciones para libros vienen con
video, audio, elementos gráficos nuevos, material extra, etc. Experiencias imposibles con los
medios estáticos de la imprenta.

Desde los primeros días de la red creció un nuevo género literario en los márgenes de
la escritura creativa. A veces denominada literatura electrónica, interactiva y multimedia. Estas
obras hiperbólicas producen experiencias muy distintas de las de los artefactos impresos. La
edición no ha hecho avances significativos en la subcultura de la literatura electrónica. Los
lectores se acostumbran cada vez más a los bienes digitales. Ante nuestros ojos crecen grandes
mercados potenciales. “La literatura digital será un componente significativo del canon del
siglo XXI” (Hayles, 2008, 159).

Escribir en y para plataformas digitales tiene su historia en el Lejano Oriente, donde el


contenido literario digital encontró con rapidez un público enrome. Japón goza de un
ambiente único para las comunicaciones móviles. Esto conduce a un nuevo género llamado
keitai-shosetsu, o sea,” ficción móvil”, escrito para ser leído en el celular. Sensiblero,
romántico y muy sexual, escrito en un lenguaje coloquial entrecortado, en su mayor parte
leído por chicas adolescentes. Para 2007, la mitad de los diez libros más vendidos en Japón
fueron en su inicio ficción keitai. No sólo el contenido es distinto, sino que se origina a partir
de una comunidad de sitios web, lectores y escritores que interactúan. La ficción keitai es un
nuevo género de escritura que mezcla formas culturales y tecnológicas, es una expresión
artística comunitaria optimizada para pantallas pequeñas y períodos breves de atención.

En China, las novelas basadas en la red, conocidas como “ficción original”, también se
popularizaron. Tanto la literatura keitai como la ficción original representan nuevas formas de
escribir y un nuevo producto final; se trata de historias que surgen y se desarrollan en la red,
con un lenguaje, registro, temática y apariencia diseñados para plataformas de internet.
Además, las humanidades digitales y los relatos transmediales permiten ver que el
contenido del libro ha comenzado a traspasar los confines de lo impreso. Lo impreso tiene una
limitante intrínseca en su posibilidad de ser copiado y en sus limitadas capacidades
multimedia. Lo digital ni tiene ninguna de esas limitantes. Lo impreso tiene altas barreras de
entrada. Las barreras digitales son insignificantes. Con lo impreso, las relaciones se dan a la
distancia. En un mundo digital, son más directas e inmediatas.

Cambiar el contenido representa un desafío para los editores, pero con inversión y
visión puede enfrentarse.

EFECTOS DE LA RED

Los análisis de Internet deben abordar tanto su relativa novedad como su naturaleza
en constante desarrollo. Tenemos un doble movimiento de centralización y fragmentación.
Todo en internet comparte este patrón, no sólo la edición o los medios.

Centralización

Sólo unos cuantos sitios web y unos cuantos fabricantes de dispositivos dominan el
panorama de la cultura digital. Un servicio ocupa un espacio para excluir a todos los demás,
con lo que adquiere un enorme poder dentro del sector. Ciertamente hay algo de
competencia, pero el gran negocio digital muestra un alto grado de centralización.

Hay un patrón de centralización obvio mediante el cual los meganodos se convierten


en los agentes principales de la red. La tendencia es hacia un dominio monopólico oligopólico
vertical.

Por todas partes hay candados, como los acuerdos de exclusividad que aceptan los
usuarios. Considere el teclado QWERTY, una decisión de la interfaz proclamada como esencial
pese a la posibilidad de mejores opciones. El filósofo y científico en computación Jaron Lanier
(2011) ofrece el ejemplo de la codificación musical MIDI. ¿Es la mejor codificación? Apenas
importa, pues ya estamos encerrados allí. Nuestros sistemas están diseñados para reproducir
un formato y sólo ése.

Una manera por la cual las redes centralizan es mediante su capacidad de agregar
valor a partir de la centralización. En esencia, mientras más personas haya en una red, más
valiosa será. Un rasgo asociado es el “efecto de la moda”: mientras más personas hayan hecho
algo, más personas lo harán en el futuro.

A la mayoría de los usuarios les interesa la seguridad de un sistema. Conforme la gente


se acerca, para bien o para mal, a los sistemas cerrados y amarrados sólo aumenta la fuerza de
los candados y la centralización en ellos.

Las tecnologías de las comunicaciones fueron en su origen descentralizadas e idealistas


antes de que con rapidez las dominasen corporaciones monopólicas. Un aspecto clave de las
redes de comunicaciones es la tendencia a centralizarse en una cantidad muy limitada de
plataformas, cuyos dueños acumulan todo el poder y los beneficios de dicha centralización.
Con un poco de suerte, éste no es el final.
Fragmentación

La proliferación de sitios web y contenido es vertiginosa. Ahora se crea y se divulga


más contenido que nunca. La centralización de la red en realidad es una respuesta a la
fragmentación extrema: Google indexa y organiza lo que de otro modo sería un ininteligible
caos de la información.

La abrumadora complejidad y el contenido fragmentario apenas se mantienen en pie


por las fuerzas de la centralización. El “contenido generado por usuarios”, tan conocido ahora
hasta el punto de resultar banal, es parte del panorama, así como organizaciones nuevas y los
medios antiguos aún en expansión y dispuestos a buscarse un lugar a la mesa de la cultura
digital.

Benkler sostiene que “el ambiente de redes posibilita una nueva modalidad de
organizar la producción: radicalmente descentralizada, en colaboración, de dominio público;
basada en compartir recursos y resultados entre individuos dispersos geográficamente y
conectados con libertad, que cooperan entre sí sin depender de señales del mercado ni de
órdenes gerenciales”.

Ésta es la esencia del ambiente de información en redes, un mundo de producción


entre iguales, sin derechos de propiedad intelectual, muy ajeno al mundo de los medios
tradicionales, que se dirigen a un mercado de masas, con marcas registradas, trabajadores
profesionales y muy atento al derecho de autor.

En este contexto favorable para la innovación, pueden resolverse los problemas que
genera la fragmentación: sobrecarga de información, polarización de discursos, escisión del
origen de los contenidos. Alejado de la fiebre centralizadora, internet representa la mayor
democratización cultural en la historia.

Consecuencias para la edición: “amateurización masiva de la edición”. En teoría, todos


podían ser editores una vez que los elevados costos de entrada se sustituyeron por un acceso
sencillo. Fue la puerta de entrada para millones de blogs. Internet ha creado una gran cantidad
de nuevas clases de editores que trabajan para conectar las obras con su público. En esencia se
agrupan en buscadores, en algoritmos de sugerencias. Internet no sólo implica una
“amateurización masiva de la edición”, sino una amateurización masiva de las comunicaciones
de uno hacia muchos y una “fisión global” del control de los medios.

Sin nodos básicos, el reino digital sería un exasperante laberinto borgiano; sin
fragmentación, sería totalitario, monopólico y monolítico. Para Castells, “las redes son ya la
forma organizacional predominante de todo dominio de la actividad humana”.

EL DESAFÍO DIGITAL

Desintermediación

Los editores suponen que siempre se les requerirá y necesitará. Esta idea es errónea.
Para la edición, la tecnología digital es un problema “fuera de contexto”.

El flujo de centralización y fragmentación articula con claridad un modo de


desintermediación. Los autores trabajan como suelen hacerlo, solos, pero la centralización
permite la labor intermediaria de descubrir y distribuir.
La desintermediación, a la larga triunfa gracias a los ahorros que genera por un mejor
rendimiento y una mayor obtención de valor. En internet todos son, o pueden ser, editores.
Tal vez sean malos editores, pero algunos serán buenos, ágiles y estarán bien adaptados para
dar pelea en busca de participación de mercado. Vivimos en le era del “artista como
empresario”, de gente creativa dispuesta a ocuparse de su negocio. Estamos en la era de la
desintermediación.

Doctorow (2011) y Shirky (2002) señalan lo mismo. Sostienen que los editores añaden
valor al distribuir los altos costos fijos de la distribución, la mercadotecnia y la generación de
contenido en un mundo de ladrillos, cemento, papel e impresiones, donde la escasez es una
constante económica y un problema práctico. En el contexto de los medios digitales, la escasez
no es un problema. Los costos fijos para tener acceso no se ven por ningún lado. Tal vez se
conviertan más en un obstáculo que en una ayuda para la libre circulación del contenido.
Ahora cualquier escritor talentoso puede llegar a un público en potencia capitalizable.

A continuación, presentamos tres perspectivas sobre la desintermediación que surgen


a partir de la falta de control de los editores dentro de una estructura centralizadora y
fragmentaria: minoristas y empresas de tecnología activos en el espacio del libro; autores y
otros intermediarios, como agentes literarios, y agentes por completo nuevos.

Una fuente de desintermediación que suele citarse es Amazon. Cuando Jeff Bezos
fundó la empresa, no le interesaba en sí la venta al menudeo de libros, sino que más bien
buscó un producto que funcionara bien en la naciente de internet. Los libros cumplieron con
todos sus requisitos.

Amazon es otro ejemplo de centralización y fragmentación. Amazon es un centro de


actividad, el destino más obvio para comprar bienes en la red. Prácticamente vende de todo,
tiene millones y millones de cuentas de usuarios de todo el mundo y una presencia de marca
muy elaborada.

Amazon de verdad expone al público una enorme variedad de escritores y editores. Es


mucho más fácil poner a la venta un libro en Amazon que en una librería física. Además,
Amazon no es una tienda cerrada: su sistema de comercio permite que otros vendedores se
incorporen y vendan a través de su infraestructura. Un título poco conocido tiene, por lo que
toca a su página de producto, una exhibición similar a la de uno de los más vendidos.

En esta poderosa combinación se presentan dos formas de desintermediación: en


primer lugar, mediante los esquemas de autopublicación y, en segundo, mediante las
operaciones editoriales de Amazon. La autopublicación de libros electrónicos forma parte de la
economía Amazon. En comparación con lo impreso, la facilidad, costo y eficacia potenciales de
la autopublicación son elevados.

Cuando los escritores alcanzan una masa crítica de lectores trascienden a los editores.
Un caso clásico es J.K. Rowling, quien no ha abandonado por completo a los editores, sin
embargo, con el sitio web Pottermore los retiró de la intermediación. Aprovecha su marca, el
potencial creativo de la tecnología digital y una comunidad leal para vender libros electrónicos
y nuevos productos de entretenimiento.

La tecnología digital altera los cálculos de la edición directa, pues las barreras de
entrada son mucho más bajas y la convergencia crea sinergias más naturales.
La última ruta importante de desintermediación es por conducto de nuevos actores en
el mercado de contenido. Pero lo que deberíamos considerar es un asunto más importante,
que tal vez nos lleve a repensar nuestro concepto de qué es un editor: “la amateurización
masiva de la edición”. En la era de la red, ¿quién es el editor si no Google, que ayuda a
descubrir, o Wordpress, la plataforma desde la cual el escritor se hace oír?

Así, incluso el servicio de microblogs Twitter es una suerte de editor. Una plataforma
de comunicación simultánea entre muchas personas, Twitter sin duda cumple con los criterios
de “hacer público algo”. Puede considerarse un medio, al igual que un libro, pero también un
editor descentralizado y originario de la red.

Conforme la tecnología digital reconfigura el contenido, crece la posibilidad de que


nuevos agentes intermediarios, como Tumblr, Twitter, puedan sustituir la funcionalidad de los
antiguos editores.

La desintermediación es de diferentes clases; el factor común es la naturaleza


facilitadora del carácter a la vez centralizador y fragmentario de la red digital. Sólo porque
desintermediación puede suceder no significa que sucederá. Fuerzas y conductas poderosas la
obstaculizan, y los efectos de la tecnología, siempre son productos sociales, sujetos a las
elecciones de sus creadores, curadores y usuarios: nosotros. No debemos aceptar la
inevitabilidad de la desintermediación, así como tampoco rechazarla como una fantasía.

Quedan claras varias cosas: en primer lugar, un creciente conjunto de evidencias


sugiere que la amenaza de la desintermediación aumenta y no hará más que intensificarse; en
segundo, estamos en presencia no sólo de desintermediación, sino, para emplear un término
de un informe de la OCDE (2010), “reintermediación”. No es que la actividad editorial esté en
retirada, sólo está cambiando de lugar.

DERECHOS DE AUTOR

La edición no se reduce a los derechos de autor. Como todo concepto legal, el derecho
de autor es una ficción.

Sólo con el Convenio de Berna para la Protección de Obras Literarias y Artísticas, de


1886, comenzamos a tener un acuerdo de verdad internacional sobre derechos de autor, e
incluso entonces su aplicación presentaba brechas importantes. Los bits revelan el carácter
ficticio de los derechos de reproducción: el copiado instantáneo y perfectamente fiel ya no es
una dificultad. Los esfuerzos por imponer restricciones al copiado van a contracorriente de la
tecnología. Claramente perjudicial para las utilidades de las empresas de grabación, los
estudios cinematográficos, los editores de juegos y el intercambio de archivos.

Nos hemos acostumbrado al concepto de gratuidad gracias a escritores como Chris


Anderson (2009), quien afirma que “gratis” es un modelo sólido de negocios cuando se emplea
de forma imaginativa, por ejemplo, al regalar artículos para generar demanda de bienes
subsidiarios. La gratuidad absoluta no es, al final, una opción. Siempre se necesita
financiamiento. La inclusión de lo gratuito en todo mercado es, en el mejor de los casos,
inmensamente desestabilizadora. El contenido gratuito viene con un desplazamiento
importante en el énfasis comercial: de consumidores que compran el producto a
consumidores que se convierten en el producto. El modelo funciona en manos de las grandes
compañías que agrupan el contenido, como Google, que genera amplios públicos, pese a su
significativa segmentación, lo que impulsa la lógica de centralización y fragmentación.

Nadie está seguro acerca del grado de infracción de los derechos de autor. La escala de
actividad transgresora, indica que, con el crecimiento de la conectividad y la abundancia de
dispositivos de lectura electrónica, el problema ha empeorado. Sin embargo, la edición de
libros fue capaz de aprender de la industria de la música y se desplazó de inmediato a sistemas
cerrados, impulsados por la venta al menudeo, en los que es más fácil comprar que piratear.

En la raíz, el problema es sencillo: el contenido puede copiarse, les guste o no a los


editores. La economía de la edición contemporánea funciona – para bien o para mal –
mediante monopolios limitados de títulos en jurisdicciones determinadas. Si esto se elimina,
desaparece el edificio financiero en el que se basa la circulación actual de libros.

El derecho de autor no es un binomio de “aplicación perfecta” o “violación total”. Pese


a las muchas ventajas de los nuevos tipos de licencias, éstas aún representan un reto. Sin una
revisión significativa, su adopción es un fuerte impulsor de la desintermediación: como señala
Peter Suber sobre Open Access, por ejemplo, “no es una amenaza para la edición; sólo
amenaza a los editores que no se adaptan”.

Si los derechos de autor ya no funcionan bien, la constitución actual de la edición


tampoco.

¿ACEPTAR EL RETO?

La desintermediación y el derecho de reproducción no son los únicos problemas en la


agenda de los editores. Los siguientes merecen una preocupación más severa: la naturaleza
multimedia, y en evolución, del contenido, así como las inversiones de riesgo; la dificultad de
vender productos digitales; capacitar de nuevo y contratar a nuevo personal.

Las medidas respecto del derecho de reproducción y la posibilidad de la


desintermediación, representan una amenaza existencial en la era digital. La red digital
implica, a largo plazo, que ya no se trabajará igual; ésta es la diferencia entre digitalización y
digitalización en redes.

La era de la red no carece de defensores y promotores. Cada uno de los cuales


defiende muy bien la postura de que lo digital desatará una creatividad local renovada y
rejuvenecerá el panorama cultural. No obstante, hace poco se vio una oleada de críticas hacia
la tecnología digital. Se la vio como una pérdida de integridad artística. ¿Qué clase de mercado
cultural en verdad deseamos conformar?

El problema para la edición tradicional tiene dos caras: un ataque intelectual en un


flanco; y uno práctico en el otro, un torbellino tecnológico que socava la precaria función de
los editores en el panorama del contenido.

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