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Damisch - You Can See Now
Damisch - You Can See Now
”
Montaje transversal
Hubert Damisch
1
He planteado la cuestión en La peinture en écharpe. Delacroix, la photographie, Bruxelles, Y.
Gevaert, 2001. p. 91
retribuirselo? La joven tiene a otro en mente, como imagen y objeto de deseo,
infinitamente más seductor, asociado al ruido de la puerta de un automóvil
lujoso: aquel por cuyo habitáculo pasó corriendo Carlitos, al comienzo de la
historia, para caer en la vereda, cerca de la reja delante de la cual ella estaba
parada, con su canasta de flores al lado. Nada más alejado del príncipe
encantado que ella imagina y que ha creído, un instante antes, ver entrar en su
negocio, que ese pobre desdichado que la mira sin moverse, como aturdido,
los ojos muy abiertos, y que a ella le divierte haber conquistado. Afectada por
esa mirada, ella le ofrece una flor acompañada de una moneda, invitándolo a
seguirla hacia la entrada del negocio donde, solamente tocándole la mano, lo
reconocerá como quien es. “Usted!” Y Carlitos pregunta, dolorosamente,
víctima de su propia generosidad: “Puedes ver ahora?” para escuchar su
respuesta afirmativa: “Sí, puedo ver”.
“You can see now?” Sobreentendido: “Puedes ver, por lo tanto, ¡véme tal cual
soy!”. Lo que la muchacha no ha evitado, repito, es tocarlo. La operación
reiterada, diremos aquí, es el montaje. Tocarlo, si no acaso sentir también su
olor, sin que Carlitos haya emitido el menor sonido. Más allá de la belleza de
esta secuencia con la que concluye el film, no hace falta notar la sucesión de
etapas a través de las cuales el desconocimiento deja lugar, en la muchacha, al
reconocimiento: una visión muda desde el comienzo, y que excluía de su parte
toda interrogación sobre la identidad de su lamentable admirador, seguida de
una prueba táctil, o bien olfativa, para arribar finalmente al estadio declarativo
propio de la palabra. Se impone aquí una analogía con el conocido desarrollo
del cine. Una evolución de la mirada en la cual Luces de la ciudad, el penúltimo
gran film mudo de Chaplin (queda Tiempos modernos en 1936), realizado en
lo más expansivo de la explosión del sonoro, es ya la muestra de un arcaísmo
deliberado. Un film mudo, pero sin embargo sonoro: si el espectador queda
reducido a leer los intertítulos, no pierde del todo los ruidos de la calle,
comenzando por aquel de la puerta del auto de millonario que había bastado
para alimentar el sueño de la pequeña mendiga.
Otro aspecto de la escena llama nuestra atención, y que proviene del
procedimiento en el sentido formalista del término (que sorprenderá a aquellos
que no ven en Chaplin más que un clown genial). Aquí también una mujer se
da a ver en un escaparate, pero bajo un modo externo a lo pictórico, y
separada de aquel que la contempla por una pared que resulta materialmente
neutralizada, como una evidencia deliberada, por su transparencia misma.
Como signo de esto, en la sucesión de planos en campo y contracampo
correspondiente al intercambio de miradas que se instaura entre la florista y
aquel que ella toma por un lastimoso admirador, no queda otra traza ni índice
del vidrio que los mantiene separados, más que en la conciencia de ello que
puede tener el espectador. Por un efecto paradójico, esta secuencia
entrecortada de planos parece constituir uno solo. La sutura ente ellos, que se
presentan como las dos caras de una misma y única imagen, es asegurada por
esta interfaz invisible, cuya actividad procede, en ausencia de todo reflejo y de
toda resistencia, de toda juntura detectable como tal, de su falta de lugar (esto
es, un modo de montaje transversal, por simple contacto, anverso y reverso,
plano contra plano, como se diría de un contrachapado o de vidrios de doble
placa). Esto corresponde, en el curso del film y el desarrollo del relato, a una
estasis breve pero concluyente en la que uno reconocerá el equivalente, en
términos de pintura, a un díptico.
The Woman in the Window: la mujer en la vidriera. Una vidriera y no una
ventana. Esa minucia que ignora la lengua inglesa será importante al tomar
literalmente en cuenta la metáfora a la que se apega el término de Alberti, que
asimila el cuadro más bien a una ventana abierta sobre la historia que
describen los objetos representados. 2 ¿Y cómo no pensar, siempre en eco con
el thriller de Fritz Lang (y de las que él podía tener o no conocimiento) en las
imágenes de calles comerciales y de escaparates coloridos pintados por Franz
Marc o August Macke en contrapunto con las innumerables “ventanas” que
formaron, bajo la etiqueta del fauvismo, del expresionismo, del futurismo o del
cubismo, y sin metáfora alguna, parte de lo más común de la pintura europea a
la antigua dentro de lo que se ha tomado como un giro a la abstracción? La
aparición simultánea, en el mismo plano de La mujer del cuadro, del retrato en
el escaparate y del reflejo de su modelo en un espacio por lo menos indeciso,
corresponde a un raccord especular entre campo y contracampo, sin duda sutil
pero que nada debe al montaje, al menos en la acepción clásica,
pre-godardiana, del término: la mujer está a la vez doblemente en la vidriera
(bajo la forma redoblada del retrato y del reflejo sobre el vidrio) y en la calle. Si
Lang ha cedido con cierta complacencia al imaginario de la prostitución, que
pasa por la exhibición en un escaparate o por la demanda en la calle (cuando
además aquí la primera conduce a lo segundo, como ocurrirá, por los caminos
propios del sueño, en el encuentro entre el profesor y la muchacha mantenida)
no podemos decir lo mismo del tratamiento reservado a la joven heroína de
Luces de la ciudad. Allí donde la operación resume, en líneas generales, el
encuadre, puede parecer que se justifica la retórica de la “ventana” y vamos
hacia lo de Lang. Pero de modo inverso, Chaplin la habrá utilizado como un
artificio que busca eliminar toda referencia explícita al cuadro en el cual la
representación se lleva a cabo. Si en esto consiste el método, la paradoja es
que si hay díptico en el sentido que he expuesto, lo hay sólo en la medida en
que todo indicio de la estructura de madera o metal de la vidriera se desvanece
para dejar lugar al sólo dato (él mismo imaginario) de un vidrio de perfecta
transparencia que, en la elisión de toda delimitación, hace de juntura o de
bisagra entre las dos secciones del espacio.
Encuadre/desencuadre, plano/contraplano: la caza para otros ejemplos de
“montaje transversal” queda abierta. La finalidad de ese montaje se igualaría a
una modalidad entre otras, inédita tanto como incongruente, de esa
convocatoria al cuadro, incluso hasta un cierto “hacer cuadro”, tal como esto
puede jugarse en el cine. Lo que no puede determinarse es si ese método está
o no emparejado necesariamente con una muda relación de deseo, de
naturaleza escópica, de la que sería en definitiva el resorte.
2
“El quale reputo essere una finestra aperta per donde io miri quello che quivi sará dipinto” (Lo
que considero es una ventana abierta, por la que se ha de ver la historia que voy a pintar) ...
(Leon Battista Alberti, Della Pittura, I, 19)
Trad.: EAR