Está en la página 1de 3

LA MOTO

Ramón se puso muy feliz al retirar su primera moto de la empresa Chaco´s Motorcycles. Hizo una
entrega inicial de un millón de guaraníes y el resto lo pagaría en cómodas y largas cuotas. ¡Por fin!, dijo
mientras arrancaba la Honda 250 con la que tanto había soñado. De aquí en adelante repartiría los diarios
montado en su “caballo” de dos ruedas. Ya no tendría excusa de que el colectivo estaba repleto y de que
no pudo alzarlo para llegar temprano a la distribuidora de periódicos. Él sería el primero en llegar y en
retirar los newspapers, vocablo nuevo que él aprendió en las clases de inglés en el colegio nocturno donde
asistía.
Llegó a la casa con el corazón henchido de orgullo y de alegría. Esa moto era el resultado de
varios ahorros, de renuncias y privaciones. ¡No! Ni una botella de cerveza, ni una caja de cigarrillos.
Nada de fiestas ni de salir con las pichuchas. Él se había disciplinado para juntar ese millón de guaraníes,
a fin de obtener el vehículo que lo ayudaría para realizar mejor su trabajo. Si lograba tener más tiempo lo
utilizaría como moto-taxi, y podría también ofrecerse a alguna hamburguesería o pizzería para hacer
delivery los fines de semanas. El futuro se mostraba promisorio con la adquisición de la Honda 250. Su
madre también había ahorrado para comprarle el casco y la chaqueta luminosa. Para ella no fue fácil
trabajar en más de tres casas haciendo la limpieza hasta los sábados y domingos. Sara era voluntariosa y
trabajadora. Todos sus patrones confiaban plenamente en ella, ya que era la honestidad personificada.
Jamás había tocado un solo guaraní que no le perteneciera. Sus tres hijos varones trabajaban en lo que
sea. Dos de ellos ya habían terminado la secundaria en un colegio público; y se procuraron un conchabo
de obrero en alguna empresa que explota al ser humano haciéndolo trabajar más de diez horas diarias por
el miserable sueldo mínimo.

Ramón cursaba el último año del bachillerato y tenía sueños de estudiar Administración de
Empresas en la universidad. No se conformaba con la pobreza que llevaban. Le dolía en el alma que su
madre tuviera que salir muy temprano en la mañana, hiciese calor, lloviera, tronase o cayera escarchas,
para ir a hacer la limpieza y el planchado en las casas adineradas de Asunción. La veía preparar su mate,
tomar su cartera y caminar apresuradamente las arenosas calles del mugriento barrio de Areguá, donde
vivían, para subirse al colectivo, que para esa hora ya estaba saturado de gente de todos los colores y
olores.
¡Todo va a cambiar con la moto!, se decía así mismo. Voy a ganar más dinero y voy a poder darle
a mi mamá una vida mejor. Pobrecita, todo lo que ya sufrió en este mundo. Menos mal que papá murió,
porque lo que hizo sufrir a mamá no tiene nombre. Nunca voy a olvidar ese día en que el doctor dijo que
papá viviría solamente tres meses a causa del cáncer del hígado. No sabía si debía alegrarme o llorar. Lo
cierto es que a mis doce años me convertí en huérfano de padre, libre de los tormentos alcohólicos del
infeliz, y por primera vez pude ver a mi madre sonreír al volver del cementerio. El alcohol es un
verdadero demonio que destroza todo. ¡Yo nunca voy a beber!
Los hermanos de Ramón aportaban algo para la mantención de la casa, mucho no podían dar ya
que Vicente, el mayor, había embarazado a Ñeca; la vecina, y mensualmente tenía que aportar para la
leche, los pañales y los medicamentos de su hija: María Leticia, Milciades, el del medio, contaba con
veinte años y en su mente no existía otra cosa que fiestas, fumatas y chicas. Se quejaba si tenía que pagar
la cuenta de la electricidad, y rezongaba como un condenado cuando su madre le pedía que limpiara el
baño, que el mismo dejaba hecho un asco después de su ducha diaria.

¡Los primeros meses fueron de maravillas! Ramón triplicó sus ingresos trabajando de lunes a
lunes como repartidor de diarios, como moto taxista y haciendo delivery en una lomitería de Luque. Sara
estaba feliz. El sueño de tener un hijo que la mantuviera en su vejez comenzaba a dar señales de realidad.
Ramón se ponía muy contento al ver a su madre descansar los domingos y disfrutar de un rico asado.
Atrás quedaron las peleas domingueras con el marido, los insultos, los golpes y las trepadas apresuradas
al árbol de mango para evitar más puñetazos. La vida de Sara fue un verdadero infierno al lado de César,
su extinto esposo y padre de sus tres hijos.
Una noche fría de julio, Ramón llegó hasta una casa en Loma Merlo para entregar tres lomitos
completos. Paró la moto, tocó el timbre y la puerta fue abierta por Tina, una joven de pelo corto, negro
que vestía un vestido ajustado, un pulóver de lana roja y llevaba maquillaje fortísimo. Le sonrió y le
pidió que entrara a la casa. Ramón obedeció y la joven fue a buscar el dinero en el cuarto contiguo a la
sala. Él permaneció parado esperando la paga. La casa estaba casi en penumbra, solo una música de
Heavy Metal sonaba a todo dar en una de las habitaciones. Tina regresó con el importe de la comida, le
acompañó hasta la puerta y le dijo:
- ¡Linda moto! Yo también tengo una.
- Ah, sí! ¿Una Honda?
- ¡No! Una Kawasaki.
- Pero eso es otra cosa.
- Un día de esto te desafío a una carrera.
- ¡Dale! – respondió Ramón con entusiasmo.
- Pero tenés que practicar mucho porque yo soy bien veloz – le advirtió la joven
de un modo desafiante.
- ¡Trato hecho! – Exclamó y se despidió de ella.
A partir de ese día Ramón comenzó a manejar más rápidamente. Vio que muchos jóvenes trataban de
levantar la moto hacia adelante, él lo intento y lo logró varias veces. Ya no llevaba el casco en la cabeza,
sino que lo engarzaba en el brazo derecho y no le importaba cruzar el semáforo en rojo. Se sentía el dueño
y señor de las rutas. La velocidad era su amiga inseparable. Sara y sus hermanos le advirtieron que
condujera con cuidado, que se pusiera el casco y respetara las señales de tránsito, que no se metiera en
cualquier parte porque la moto es un vehículo más. Ramón se reía de esas letanías, él solo soñaba con
ganarle la carrera a esa misteriosa joven que sábado tras sábado seguía pidiendo tres lomitos completos.
Ella no desaprovechaba la oportunidad para atizar más el fuego de la carrera en el corazón de Ramón.

-Nuestra carrera será el 21 de setiembre, Ramón, ¡no lo olvides! Mis dos amigos también jugarán con
nosotros.
- ¡La espero con ansias! Estoy re-preparado para ese día.
Y cada noche, y cada día siguió practicando a lo largo y a lo ancho de la ruta que une Luque con
Areguá. Su moto rugía como un jaguar y el corazón de Ramón se sentía lleno de una emoción
indescriptible. Él era un joven corpulento, alto, de ojos marrones claros y una amplia sonrisa llena de
bondad. A los reclamos de su madre siempre respondía con una carcajada y unos abrazos.
- ¡Tranquila, mamá! Yo sé lo que hago. Soy un excelente conductor.
Pero Sara tenía razones suficientes para estar desvelada cada noche y llenar de oraciones el cielo,
porque su querido hijo llevaba en el alma la terquedad de la juventud.
Los días calurosos de setiembre se acercaron súbitamente y los tajy explotaron en colores a lo
largo de la ruta. La sangre bullía en los jóvenes y la aventura los llamaba a desafiar al amor, a la vida y
hasta a la misma muerte.
Ramón, la noche antes de la carrera, estaba lleno de adrenalina, sentía que le salían por los poros y
que el calor de la juventud lo quemaba de pies a cabeza. La ruta estaba casi vacía, el viento primaveral le
producía un cosquilleo en todo el cuerpo y él acortaba las distancias en cuestión de minutos.
Sonó el teléfono de la lomitería, era un pedido para Caacupe-mi: cinco lomitos completos, tres
hamburguesas con huevos y una pizza familiar de pepperoni. Ramón tomó el bolso de plástico con lo
requerido por el cliente y arrancó su querida moto Honda 250. En la casa, Sara estaba inquieta. Ramón
se encorvó sobre la moto y enfrentó la negra ruta aquella cálida noche de setiembre. Él se gozaba al ver
que las agujas del velocímetro llegaban a cien kilómetros por horas y el viento le acariciaba las orejas
tempestuosamente. Su pensamiento estaba en la carrera del día siguiente y gritaba como loco al conducir.
- ¡Le voy a ganar! ¡Le voy a ganar a esa tipa y a sus amigotes. Les voy a demostrar quién es
Ramón Martínez Carrizo!
Tanto era su deseo de demostrar quién era él, que no vio un auto que salía del costado derecho de
la ruta a toda velocidad; y lo embistió cruelmente. Adentro iba una pareja que discutía ardientemente. La
mujer gritó al ver el macizo cuerpo del joven volar en el espacio y caerse como una gran bolsa de papas
en el asfalto. El ruido del cráneo hecho pedazos, estremeció al hombre que estaba en el volante.
Atrás quedaron la carrera, la cena de los clientes y el deseo de una madre de ser cuidada en la
vejez por uno de sus hijos. La moto quedó hecha trizas.

COMUNICACIÓN ORAL Y ESCRITA


Trabajo Procesual Sumativo
LECTURA
Lee atentamente el texto “LA MOTO”, luego desarrolla los siguientes ítems.
1- ¿Por qué lleva este título?
2- Elabora un resumen del texto en no más de diez renglones.
3- Elabora el tema o idea central del texto.
4- Deduce del texto personajes principal/es y secundarios.
5- ¿Cuál es la intencionalidad del autor del texto al escribirla?
6- ¿Cuáles son los problemas sociales denunciados en el texto?
7- Plantea propuesta de solución a los problemas planteados.

También podría gustarte