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Acto de homenaje al

Dr. Domingo Arena

11 de abril de 2012

Servicio de Actas y Taquigrafía


Departamento Legislativo
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Acto de homenaje al Dr. Domingo Arena - 11 de abril de 2012

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Buenas tardes a todas y a todos.


(Es la hora 15:10)
En el día de hoy la Junta Departamental de Montevideo realiza un homenaje al ilustre
abogado, periodista y político señor Domingo Arena.
Antes de darle la palabra al señor edil Mendiondo, quien ha sido el promotor de esta
sesión de homenaje, queremos agradecer la presencia del exedil Dante Nieves y la de
otros vecinos y vecinas que también han participado en esta Junta Departamental en el
período pasado.
Tiene la palabra el señor edil Dari Mendiondo.

SEÑOR MENDIONDO (Dari).- Gracias, señor presidente.


El 7 de abril de 1870 -o sea, hace 142 años-, nace en Italia, en la provincia de Calabria,
en el pueblo de Tropea, don Domingo Arena.
Precisamente se encuentra presente mi amigo personal el contador Jorge Enríquez,
quien estuvo en Tropea, en el museo de esa ciudad, y me aportó importantísimos
documentos. Algunos de ellos los podremos ver aquí en fotografías a los efectos de
ilustrarnos acerca de la historia de Domingo Arena en Tropea, Calabria.
(Se exhibe presentación multimedia.)
¿Qué mejor homenaje que escuchar la Quinta Sinfonía y la Oda a la Alegría para
recordar a esta personalidad tan trascendente en la historia del Uruguay, que me
conmueve desde que hace 15 años realicé un trabajo sobre la historia de la lucha de los
obreros por las ocho horas?
En esta versión taquigráfica del Senado de la República aparece la polémica del
entonces senador de la República, don Domingo Arena, con Gustavo Gallinal y otros
senadores -un grupo de once- que durante años paralizaron la aprobación de la ley de
ocho horas, que al final, el 7 de noviembre de 1815, se aprobó en el Senado de la
República. Por lo tanto, Domingo Arena es una personalidad de la historia nacional.
Fue a través del amigo Jorge Enríquez Fígoli -sobrino del expresidente del Concejo
Municipal don Luis Alberto Fígoli- que tuve la iniciativa de proponer en la Junta
Departamental este acto de homenaje, este recordatorio a la inmensa personalidad que
fue el doctor Domingo Arena.
Pero no quiero dejar de mencionar que en el día de hoy recibí un homenaje a don Luis
Alberto Colotuzzo, de 94 años, declarado Ciudadano Ilustre por esta Junta
Departamental. Es de destacar la claridad y la vigencia del pensamiento de este
luchador. ¡Qué mejor homenaje a Domingo Arena que hablar también de Luis Alberto
Colotuzzo! Hablar de su historia, del papel que ha jugado en la lucha de los obreros
ladrilleros y luego en la de los jubilados, a fin de obtener una jubilación digna para todos
ellos.
Domingo Arena nació en Tropea, Italia. Fue inmigrante siendo niño; residió en
Tacuarembó y se las ingenió luego para llegar a Montevideo, donde se transformaría en
estudiante universitario estudiando medicina y luego abogacía.
Se vincula al diario “El Día”. Realiza su acción social en el periodismo y después en la
política, haciéndose íntimo amigo de José Batlle y Ordóñez y pasando a ocupar el cargo
de senador en 1903, cuando José Batlle y Ordóñez resigna ese cargo para asumir la
Presidencia de la República. En un colegio elector que hubo en 1904, el gran e histórico
dirigente del Partido Nacional Eduardo Acevedo Díaz dio su voto para que José Batlle y

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Ordóñez fuera presidente de la República. Así asume Domingo Arena su rol


parlamentario.
Podemos decir que durante toda su vida cultivó la amistad y el compañerismo con don
José Batlle y Ordóñez. Podemos comparar esa relación con la amistad y el
compañerismo entre Simón Bolívar y Simón Rodríguez, como también con la amistad, el
compañerismo y la integración intelectual entre Schiller -autor de la Oda a la Alegría- y
ese grande del arte alemán que fue Wolfgang Goethe. También podemos decir que hubo
dos grandes amigos que se compenetraron, trabajaron juntos y crearon ciencia, ciencia
social y política: ellos fueron Federico Engels, comerciante rico, y Carlos Marx, un
abogado muy pobre. Es así que la historia nos ha legado hombres -y también mujeres-
que han hecho de su relación política una amistad. Entre Batlle y Arena hubo, además de
acuerdos políticos, una amistad entrañable.
Quisiera referirme aquí a una entrevista que le hiciera, ya en el ocaso de su vida, nada
más y nada menos que uno de los hijos de José Batlle y Ordóñez, Lorenzo Batlle, en la
chacra de Piedras Blancas. Lo más importante de ese reportaje es cómo Lorenzo Batlle
se interioriza de algo que ha significado muchísimo para la vida política y periodística del
Uruguay: el diario “El Día”. A la pregunta de cómo se hizo periodista, respondió:
“…escribí sobre un crimen que vi cometer en la esquina de la casa en que
entonces yo vivía.”
Hoy hablamos mucho de la violencia; esto ocurrió entre los años 1905, 1906 y 1907.
Continúo leyendo:
“Recuerdo que era una crónica larga, abundante en detalles y que les gustó
mucho a Travieso y a Santa Ana.”
Ahí aparecen los nombres de los hombres que están junto con Batlle en el diario “El Día”:
Travieso, Santa Ana, Ernesto de las Carreras…, hombres que jugaron un papel en la vida
periodística.
Continúo leyendo:
“Se produjo la mudanza de la imprenta al local de la calle 25 de Mayo (…)
Yo continuaba con mis visitas esporádicas, pero ya nadie me hablaba de
entrar al diario, hasta que un día los redactores le hicieron una huelga a
Batlle, yéndose con Arturo Brizuela, que era propietario de „La Tarde‟.”
La competencia es antigua.
“Don Pepe se quedó solo, sin más que Travieso y Santa Ana en la redacción
(...) Travieso, acordándose de mis croniquillas, me mandó buscar enseguida,
accediendo yo entonces a ayudarlos. Me inicié arreglando algunos sueltos; a
veces también me mandaban en busca de noticias.”
Así empezó en el diario “El Día”: de abajo, haciendo crónicas secundarias, y luego se
transformó en el director de ese diario. Ese es el ascenso vertiginoso de un hombre que
supo cultivar el conocimiento, la sabiduría, la experiencia, el estudio, la inteligencia y la
acción.
A nivel del trabajo hecho por los italianos, podemos decir que tuvo un humilde origen: fue
hijo de inmigrantes italianos. Es un italiano de 1870. De esa época podemos hablar de
Mazzini, de Cavour, de Garibaldi y de la gran batalla por la unificación de Italia. Leo parte
del trabajo en italiano:
“L‟umile origine, di figlio di immigrati italiani, con la propensione ad alcune
idee anarchiche - derivanti dal loro ideale di giustizia e uguaglianza.”

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Esto quiere decir que tenía propensión a las ideas anarquistas. Los ideales de la justicia y
de la igualdad eran los que predominaban en el pensamiento de Domingo Arena.
No vamos a extendernos mucho, señor presidente, porque evidentemente otros señores
ediles quieren hablar.
Podemos decir que hubo tres grandes vertientes en esa época que le toca vivir a
Domingo Arena. Una es que en Europa surgen los nacionalismos, la necesidad de los
estados nacionales en la ruptura con el feudalismo. Por lo tanto, aparece la concepción
del Estado y la nacionalidad, y de ahí la lucha por la unidad italiana. A partir de la
Segunda Guerra Mundial surge la República Italiana; mientras tanto, Víctor Manuel I y
Víctor Manuel II eran los reyes de la monarquía italiana. La República Italiana surge luego
de la derrota del fascismo de Mussolini después de la Segunda Guerra Mundial, pero la
bandera de la república fue levantada en 1870, cuando nace Domingo Arena.
La concepción del Estado es la idea esencial con la cual se mueve José Batlle y
Ordóñez, y naturalmente Domingo Arena se suma en la necesidad de generar una
identidad nacional y, a su vez, una estructura económico-social en la cual el estado actúe
en la sociedad. La anarquía en la producción pasa a dar lugar a la inversión planificada,
al contralor. De ahí la problemática social, porque ese desarrollo estatal va generando
fuentes de trabajo, nuevas inversiones, nuevos relacionamientos económicos y una
estructura económico-social de nuevo tipo. Por lo tanto, se genera en el Uruguay la
aparición de los obreros. Ya no están los saladeros, aparecen los frigoríficos, grandes
masas de trabajadores. Hay que ver la oratoria de Domingo Arena en defensa de los
obreros de los frigoríficos del Cerro, las huelgas de los obreros de los frigoríficos. O sea
que aparece la cuestión obrera como un gran ingrediente de la vida nacional en un país
esencialmente ganadero, y eso se nota luego en la correlación de fuerzas dentro del
Senado de la República, dentro del Parlamento nacional. La cuestión obrera pasa a ser
un eje esencial de la prédica de Domingo Arena. Él no era marxista; tenía que polemizar
con don Emilio Frugoni, fundador del Partido Socialista, y tenía que polemizar -se ve en
las actas, él lo menciona- con los diputados comunistas de aquel entonces. Sin embargo,
tenía una grandeza para concebir la política… Él pensaba que las diferencias no alejaban
a los hombres sino que los acercaban. Por eso murió sin tener un solo enemigo personal:
porque cultivó ideas, cultivó acción, cultivó política y cultivó relacionamiento.
La otra pata, el tercer eje -mencioné dos-, era el concepto de igualdad. Partía de
principios esenciales que arrancan en la Revolución Francesa: libertad, igualdad y
fraternidad. Domingo Arena hizo un apostolado de la igualdad, de la igualdad de
derechos políticos. La necesidad de que la mujer tuviese matrimonio pero también
divorcio; Batlle implementó, hizo propaganda por el matrimonio, pero generó la
posibilidad de que la mujer no estuviese atada, sometida por el marido. De ahí la Ley de
Divorcio. Igualdad de derechos políticos, igualdad de derechos sociales, igualdad de
derechos económicos. En la discusión sobre la Ley de Ocho Horas el argumento que da
Domingo Arena es que hasta los bueyes se cansan. ¿Cómo no se va a cansar un obrero
trabajando más de ocho horas? Polemizó con el señor Gustavo Gallinal.
Tenía un profundo sentido de igualdad, pero no de igualdad hacia abajo, sino de igualdad
hacia arriba. A su vez, no era un hombre que pensara que el capital era el enemigo, no;
él concebía la necesidad de que el capital y el trabajo estuvieran integrados y lo que ello
significaba.
Quiero referirme brevemente, señor presidente, a una comisión presidida por Hugo Cores
-miembro informante-, e integrada por Daniel Díaz Maynard, Antonio Guerra Caraballo,
Luis Hierro López -informante-, Agapo Luis Palomeque, Ricardo Rocha Imaz, Alejandro
Zorrilla de San Martín, que permitió que el Parlamento nacional imprimiese libros sobre
Batlle y Ordóñez, de los cuales extractamos algunas anécdotas de la vida política

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nacional para ilustrar al Parlamento de Montevideo, para que aprendamos todos.


Carta de Santos a José Batlle y Ordóñez:
“Sr. Dn José Batlle y Ordoñez.
Pte.
Querido Toro de Veraguas. Te remito el Boletin de la Nacion, por el cual
verás que á tu simpatico Másimo Peres lo (…)” -lo degollaron- “en el Paso de
Mazangano. Ten los por seguro que como el Chaná” -así le decían a
Máximo Pérez- “acabarán todos Vds: principistas jodidos, perros de los
Ramírez, etc.
Ojalá no tengas tu que verte algun dia en una condicion paresida no haga el
diablo que te dé por realizar alguno de esos sueños de revolusion que no te
dejan dormir, ó pesadillas que te paran esa cabellera troyana y erissan tu
bigote filosófico.
Tuyo, Santos”. Como ven, es una carta de amor.
(Hilaridad)
Hago referencia a esto para que se vea por qué traemos el tema de Domingo Arena a
este Parlamento. No es una cuestión de búsqueda de lucimiento personal ni ventajas
políticas: es la interiorización de los ejes de las entrañas mismas de la política nacional,
de lo cual nosotros somos herederos y continuadores. Buscaremos ser, si no iguales,
mejores.
Esa es la motivación por la cual hemos traído a esta personalidad aquí, señor presidente.
¡Cuánto más hay que hablar de Domingo Arena! ¡Cuánto más habría que hablar de Batlle
y Ordóñez! ¡Cuánto más habría que hablar del hombre que hizo nada más y nada menos
que el prólogo del libro “Domingo Arena. Batlle y los problemas sociales en el Uruguay”,
escrito por Ovidio Fernández Ríos en el año 1946, cuyo precio era 50 centésimos!
¿Quién hace el prólogo de ese libro? Nada más y nada menos que Francisco R. Pintos,
fundador del Partido Comunista del Uruguay, carné Nº 5 de dicho partido, autor de obras
como “Historia del Movimiento Obrero Uruguayo”, autor de trabajos sobre Batlle y su
obra. Se trata de un historiador reconocido al cual conocí, con el cual participé en las
reuniones del Comité Central del Partido Comunista. Ese hombre fue elegido por Ovidio
Fernández Ríos para que le hiciese el prólogo a un libro sobre Domingo Arena. ¿Y qué
dice el comunista Francisco Pintos de Domingo Arena? Dice lo siguiente:
“Sería aventurado afirmar que la labor parlamentaria, donde más se destacó
Domingo Arena, mostró su faceta principal, la más saliente, a pesar de haber
dedicado a la labor parlamentaria una parte apreciable de su clara e intensa
vida de político intelectual.
Observando con cuidado la actuación de aquel ilustre hombre público
desaparecido, se llega, inevitablemente, a la conclusión de que, ni el
parlamentario de gran fuste sobrepasa al periodista, ni este se encuentra por
encima del legislador; y que, si sus energías intelectuales no hubieran sido
absorbidas completamente por la acción política cotidiana, habría ocupado
un puesto de primer plano entre los escritores calificados del Uruguay”.
Lo destaca, más allá de lo político, más allá de lo periodístico, como un gran escritor. No
leeremos aquí sus cuentos, que fueron múltiples y hermosos.
Finaliza Francisco Pintos:
“Pero, una cuestión es exacta y es necesario hacerla resaltar: Abstracción

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hecha del concepto que tenía de la cuestión social” -aspecto en el que,


evidentemente, había diferencias con Francisco Pintos- “al margen mismo de
este concepto, Domingo Arena, junto a Batlle, fue un luchador incansable en
favor de más bienestar para las masas oprimidas y en bien del progreso
general de la República. Fue un luchador incansable y enérgico a pesar de
su temperamento apacible y de su espíritu infinitamente bondadoso que no
le permitía crearse enemigos”.
Así hablaba y escribía un adversario de fuste, de ley, que tuvo el privilegio de ser el único
uruguayo que conoció a Vladimir Ilich Lenin, en el año 1922. Este es el hombre que
escribió sobre Domingo Arena, como yo hablo de Batlle, sin prejuicio político ni ideológico
alguno, al igual que Batlle que, grande como era, al recibir el atentado con bomba de los
anarquistas que intentan matarlo ordena al jefe de Policía Russo: “No maltrate a ningún
hombre, no quiero maltratos”. Es más, uno de los anarquistas que le puso la bomba luego
se hace batllista, de José Batlle y Ordóñez. Cabe destacar que cuando muere Lenin
Batlle expresó: “Paren las rotativas: ha muerto Lenin, ha cesado un gran pensamiento”.
Por la grandeza de espíritu de estos hombres y tratando de ser continuador de mi propia
prédica -porque he hablado toda la vida de lo bueno de las obras de José Batlle y
Ordóñez y de Domingo Arena- es que he traído este tema.
Gracias.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Queremos saludar la presencia del diputado


nacional Fernando Amado.
Le vamos a dar la palabra al señor edil Mario Barbato.

SEÑOR BARBATO (Mario).- Gracias, señor presidente.


Bienvenidos todos. Saludo a las autoridades nacionales.
Felicito al señor edil Dari Mendiondo por esta iniciativa. Quiero adelantarle que es difícil
emular y estar a la altura de su exposición y del conocimiento profundo de quien fuera tan
brillante figura de la política nacional como don Domingo Arena.
Para nosotros es un enorme orgullo participar en esta sesión y recordar la figura de quien
fuera un prohombre del Partido Colorado y del país todo, justamente por los conceptos
que vertía el señor edil que iniciaba esta sesión, por la condición social que predominaba
en su prédica alineado al pensamiento batllista de aquella época.
Con el advenimiento del siglo XX culminaba un largo período de enfrentamientos y
disputas entre orientales por la vía armada y daba comienzo la consolidación del
sentimiento nacional y la configuración de la definición social del Uruguay, que partió del
fortalecimiento del Estado, de la modernización mediante instituciones diferenciadas, de
la laicización del poder, y de una participación política decisiva en respuesta a reclamos
de diversos sectores con vasto alcance y dirigida a la atención de las necesidades y
condiciones socioeconómicas y laborales de los trabajadores más humildes.
El factótum de ese modelo urbano del Uruguay moderno fue, sin lugar a dudas, don José
Batlle y Ordóñez, pero varias coyunturas inciden en el éxito de su obra. Entre sus
características personales sobresale su gran capacidad para elegir a sus colaboradores
directos, quienes constituyeron una legión reformista que supo conquistar la paz social, el
orden público y la estabilidad económica bajo un modelo claramente redistributivo y de
avanzada en lo social como jamás otra circunstancia histórica igual conoció el país ni el

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continente de aquel entonces.


La tarea principal fue construir el orden constitucional que permitiera tener el fundamento
de los derechos y las garantías individuales, lo que produce notables transformaciones de
la propia sociedad local, acogiendo a la vez fraternalmente a un contingente de
inmigrantes europeos; ahí prevalecen las corrientes españolas e italianas, entre quienes
predominan ideas de trabajo en tierras lejanas, que excluían la explotación laboral y cuyo
sentimiento de libertad era absoluto. Batlle y Ordóñez interpreta estas emociones y
anhelos de superación entre otros contemporáneos y permitirá a todos sus allegados
influir en sus reformas. Así, Batlle brindó su apoyo a los obreros, que constituían el sector
más frágil y vulnerable en la ecuación económica que comenzaba a darse en el Uruguay
de la época, y encuentra en el doctor Domingo Arena un aliado protagónico, quien como
legislador se va a ocupar de estos problemas.
Con un respeto profundo por el hombre común -que debía tener las mismas posibilidades
de crearse a sí mismo, de tener una vida libre y alcanzar de ese modo la felicidad-, su
búsqueda va a ser la constante que marcará de manera indeleble el pensamiento y la
acción del doctor Domingo Arena desde el sitio que le tocara ocupar.
Como ya fue dicho, Domingo Arena nace el 7 de abril de 1870 en el sur de Italia, en la
región de Calabria, en un hogar muy pobre; era un territorio con difíciles condiciones de
vida y, por tanto, con serias dificultades laborales. Los factores regionales que dividen la
Península traen consigo como solución inmediata para muchos de nuestros antepasados
la emigración, principalmente hacia América, hacia ese nuevo mundo que abría
oportunidades de trabajo, bienestar, desarrollo y superación.
Es así que la familia Arena, luego de una breve estadía en Montevideo -adonde llegó en
1877-, se instala en el interior de nuestro país, en Tacuarembó. Desde joven Arena se
encontró con un campo laboral reducido, simple y rural. Fue jornalero, peón de pulpería
-llegó a administrar una pulpería que puso su padre- y changador. Estas actividades las
compartía con la educación que le impartía un maestro rural, lo cual le serviría de base
fundamental para sus estudios superiores en la Universidad de la República a su vuelta a
la capital.
Cursó estudios en Facultad de Medicina, en la que se recibió de farmacéutico, y luego
estudió en la Facultad de Derecho, en la que se recibió con excelentes calificaciones de
abogado. La realización de estudios superiores le exige trabajar para financiarlos. Su
primer trabajo fue en la Fiscalía de lo Civil de Montevideo. Luego se desempeñó en las
diversas tareas que recién reseñaba el edil Dari Mendiondo en el diario “El Día”, en el que
fue cronista policial, editorialista y finalmente director.
Sus ideales políticos e inquietudes por la justicia social y la igualdad lo llevaron desde
joven a incursionar en la militancia política desde las filas del Partido Colorado,
convirtiéndose a la postre en una de sus figuras ejemplares. Fue diputado por
Tacuarembó, Soriano y Montevideo. Fue senador en 1903, cuando el entonces senador
don José Batlle y Ordóñez dejó su banca para pasar a ocupar su primera Presidencia de
la República. Ejerció la Presidencia de la Cámara Baja en varios períodos; fue miembro
de la Asamblea Constituyente de 1917 y formó parte del Primer Consejo Nacional de
Administración de 1919 a 1925.
Una simple anécdota marca ese estrecho vínculo al que recién hacía referencia el edil
Dari Mendiondo entre don José Batlle y Ordóñez y don Domingo Arena. Durante una
sesión de la Convención del partido se le pudo oír al doctor Arena deslizar esta
afirmación: “Yo no pienso.”, aludiendo a la política y al diario. “¿Para qué, si está Batlle
que piensa por todos?” He aquí un rasgo distintivo que caracterizó la vida de Arena: su
adhesión incondicional a Batlle, y su consecuencia perenne, a quien consideró su
maestro. Fue amigo personal y confidente de Batlle. Resultó de una lealtad única y

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ejemplarizante, a él y a su doctrina, la que nadie defendió mejor gracias a la


espontaneidad y el natural talento de los que hizo gala el doctor Arena. No era secreto
para nadie que podía hablar con Batlle y en nombre de este ante cualquier persona.
La política de Batlle, nutrida de ideas avanzadas, era perfectamente compatible con sus
anhelos sociológicos. Su acción social, política y parlamentaria fue fecunda, y mereció un
respetuoso juicio unánime de sus amigos y adversarios, que le profesaron admiración
como luchador e idealista. Firme en sus convicciones, luchó en todos los terrenos por sus
ideales: la jornada máxima de ocho horas, el salario mínimo, el pan de los viejos, la
integración del obrero y del inmigrante en el plano social con la realidad nacional -dio
participación política y mejoró su situación económica-, el divorcio, la secularización del
Estado, el Ejecutivo pluripersonal. En fin, siempre supo hacerse oír, respetar, y fue
recíproco con todos con quienes debió polemizar, ganándose el afecto y aprecio de
propios y ajenos, siempre con magia dialéctica algo mechada de lunfardo y una cuota de
sana ironía que nunca llegaba a herir sensibilidades de sus ocasionales oponentes.
De manera sintética, las bases filosóficas del krausismo -tomadas en conjunto con el
pragmatismo inglés de la época y sus versiones aplicadas en España en los últimos 25
años del siglo XIX, que inspiraron el primer batllismo de captar al individuo, al sujeto,
valorándolo como tal a través de un proceso sostenido fuertemente en una educación
para la superación individual y el manejo de la libertad de modo responsable- se
conjugan en los ideales de Arena. Desde el punto de vista ético, manejaba el principio de
igualdad entre los hombres. Conocedor de las nuevas variables políticas y sociales,
comprendió que había que aglutinarlas y canalizarlas hacia el mejoramiento social, hacia
una mejor distribución de la riqueza, apoyándose en el derecho de todo ser humano de
mejorar en la vida.
Arena le exigía al Partido Colorado una constante captación de los nuevos fenómenos
ideológicos sin abdicar de las tradiciones partidarias -justicia, solidaridad y concepción
liberal-, para mantenerse en constante evolución. Así, afirmaba:
“El Partido Colorado tiene una magnífica tradición, pero eso no basta. El
Partido que fía demasiado en su tradición puede correr la suerte de esos
nobles que fían demasiado en sus pergaminos. El escenario de la
democracia se ensancha día a día. Día a día entran en juego fuerzas
nuevas, aspiraciones nuevas. Satisfechas las ansias de libertad e igualdad
empiezan a dar su nota dominante las ansias de mejoramiento (…) De ahí
nuevos horizontes que es necesario escudriñar si no queremos extraviarnos;
de ahí nuevas etapas que es necesario correr y correr de prisa si no
quedarnos rezagados. La política, como la ciencia, debe estar en perpetuo
movimiento si quiere responder a las necesidades de todos los momentos, y
el Partido Colorado que no debe dejarse vencer (…) tiene que estar
constantemente alerta, en perpetua vibración(…) Su programa tiene que ser
vivo (…)”.
La concepción de Arena sobre la sociedad descansa sobre una amplia base ética
extendida también al derecho y a los valores humanos. A lo largo de todos los discursos
de Arena se va a percibir una adhesión clara al ser débil, sostenida en una concepción
absolutamente humanista del individuo y de las clases sociales.
El mismo Arena sostuvo en 1916:
“…lo que nunca he podido comprender, es cómo puede asistirse indiferente
al desfile de la caravana de los hombres sin trabajo que ofrecen sus brazos
para ganarse la vida (…) Porque si hay un hecho que en una sociedad
medianamente organizada me parece evidente (...) es el derecho a vivir que
tiene el sujeto que da su fuerza, su inteligencia, su voluntad -todo lo que

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tiene- para ganarse la vida”.


En materia de reforma del Estado, sostenía:
“…es necesario levantar un gran interés, un interés superior, el interés de
una entidad suficientemente poderosa y suficientemente altruista que sea
capaz de dar abrigo a todos los desesperados. Y esa entidad no puede ser
otra que el Estado”.
En resumen, el reformismo batllista busca alcanzar mejores niveles de vida, mejores
condiciones de trabajo, acceso a la educación, a la vida política y a la cultura. Domingo
Arena iba más allá de estos conceptos, y, como vimos en una de las placas que se
mostró en la presentación original, sostenía:
“…yo siento vivamente, intensamente, todo lo que se relaciona con los
humildes. Son mis hermanos de ayer, y deben ser mis protegidos de hoy. ¡Mi
verdadero dolor es no poder hacer por ellos lo bastante! He salido de sus
filas y es una oleada de buena suerte la que me ha traído hasta aquí. Mi
deber, el más elemental de mis deberes, es, pues, defenderlo
constantemente (…) Y ese deber, señores, estoy dispuesto a cumplirlo
mientras haga política, donde quiera que me sorprenda la política, porque
para mí, si la política no tuviese ese objetivo, sería incomprensible y hasta
absurda”.
Quiero hacer dos apuntes que trascienden las épocas, los tiempos, y hacen vivos estos
conceptos que Arena desparramaba en su época.
Recientemente se aludía al libro “Batlle y los problemas sociales”, en el cual al encarar la
cuestión de las huelgas, Arena entendía lo siguiente:
“En las huelgas no debería haber ni rencor de parte de los obreros, ni
resentimiento de parte de los patrones, desde que ellas no encarnan otra
cosa que un desacuerdo de precio por el valor del esfuerzo; una
manifestación colectiva de los que arriendan sus brazos para recordarle al
arrendador, al usufructuario, que lo que paga es poco y que es preciso que
dé más si quiere seguir contando con los elementos de producción que tiene
a su servicio”. (…)
Y no se quedaba solo con ese concepto; iba mucho más allá. Juntaba ese concepto de la
cuestión social con el hecho concreto de defender públicamente los derechos de la clase
obrera para asociarse, para congregarse en asambleas, para manifestar en las calles,
para propagar sus ideas y para declararse en huelga.
Hay un aspecto no menos importante, que en aquella época hacía carne viva en las
personas con estos ideales: le negaba facultades al Estado para emplear a los soldados
del Ejército como rompehuelgas. Contestando en la Cámara de Diputados a quienes
querían que los soldados sustituyeran en sus puestos a los obreros huelguistas, decía
Arena en julio de 1909:
“Sería dejar sentado un principio peligrosísimo, tal vez el más peligroso para
la causa obrera; dejar sentado nada menos que en el Parlamento del país
que en los conflictos obreros hay la posibilidad de que el Estado intervenga
con su ejército a prestar concurso a los patrones en contra de los que están
en lucha con ellos”.
Domingo Arena, este hombre del partido y del país falleció en su chacra, en su quinta de
Piedras Blancas, un 7 de junio de 1939, hace casi 73 años.
El país perdió un gran hombre, y el partido también, pero en su memoria el país y su

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partido cuentan con una de sus columnas, con uno de sus pilares, con un referente
donde abrevar cada día para reencontrarnos con una fuente inspiradora del pensamiento
de justicia social e igualdad que ha inspirado la mejor tradición del Uruguay.
Muchas gracias.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Gracias a usted, señor edil.


A continuación tiene la palabra el señor edil Fernando Pazos.

SEÑOR PAZOS (Fernando).- Gracias, señor presidente.


Al igual que el anterior orador, felicito la iniciativa de homenajear a Domingo Arena aquí
en esta Junta.
Intentaré no repetir muchas cosas, más allá de lo que voy a decir a modo de introducción,
porque creo que ya se ha dicho la gran mayoría de lo que hay que decir.
Fue un gran hombre de este país, más allá de su filiación colorada. Fue un hombre que
dejó mucho trabajo a nivel social y que intentó forjar el mejoramiento de nuestro país en
varios ámbitos.
Como bien decía el edil Dari Mendiondo hace un rato, su ideal era alcanzar la igualdad y
la libertad. Como también decía el señor edil preopinante, era conocedor de las nuevas
variables políticas y comprendía que había que canalizarlas para el mejoramiento social y
del país en general.
Pocas personas han existido en nuestro país con esa manera de ser tan sugestiva como
la de Domingo Arena. Ya sea desde la tribuna partidaria, la banca legislativa o la prensa,
con esa excelente dialéctica, la picardía y la sana burla que lo caracterizaban, deleitó a
varias generaciones.
Adonde queremos llegar fundamentalmente tiene que ver con lo que nos ha tocado vivir
como vecinos de la zona de Piedras Blancas, barrio al que orgullosamente
pertenecemos. Su tarea de mejoramiento llegó a la zona, donde no dejó de ser, en los
últimos años en que estuvo radicado allí, un ejemplo de apoyo y fomento. Hay una
anécdota que me voy a permitir recordar y que une a dos grandes personalidades de esa
zona: Domingo Arena y el padre Jacinto Tuccillo. A propósito, hace poco presentamos
una minuta de aspiración para ponerle a una calle el nombre del padre Jacinto Tuccillo,
quien llegó en 1938 a la zona desde Italia. Una de las primeras cosas que hizo fue
empezar a visitar a quienes tenían su vivienda en el lugar. Por intermedio de los vecinos
llegó a conocer a quien tenía esa quinta, es decir, a Domingo Arena. Sobre fines del año
38, principios del 39, poco antes de que Domingo Arena falleciera, Tuccillo tuvo una
charla muy amena con Domingo Arena. Tuccillo, que era un gran interesado en nuestros
jóvenes, le pidió ayuda para fomentar un colegio público que soñaba inaugurar ahí. Fue
así que se encontró con una persona que estaba muy interesada en la formación de
oficios para los chicos de nuestra zona.
La Iglesia de Nueva Pompeya se inaugura oficialmente en mayo del 39, un mes y poco
antes de su fallecimiento, y don Domingo Arena estuvo ahí. La vieja UTU, que está en la
casa de Domingo Arena, tiene mucho que ver con Tuccillo. Don Tito, un vecino de
muchos años, con referencia a aquella parroquia nos comentaba una anécdota muy linda
de esa primera visita, en la cual, más allá de todo lo que charlaron, quedó clara la
necesidad de que hubiera un lugar donde se enseñaran oficios en nuestra zona. Esa

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charla quedó guardada en el padre Tuccillo durante mucho tiempo y la defendió


muchísimo.
Sobre fines de los años 50, cuando empezó el relanzamiento de la UTU y la
descentralización en Montevideo, se creó una comisión en esa Iglesia de Nueva
Pompeya para crear una UTU en Piedras Blancas. Fue ahí que el padre Tuccillo
encabezó esa comisión, junto con un montón de vecinos, y la propia familia de Domingo
Arena cedió la casa de la chacra para que hoy los jóvenes de Piedras Blancas tuvieran
una UTU en la que formarse. ¡Si habrá que recordarlo! Porque ya habían pasado más de
20 años de su fallecimiento cuando se inauguró, y él seguía haciendo historia en nuestra
zona y seguía haciendo historia por los chicos de nuestro barrio. Ese es el Domingo
Arena que queríamos recordar; el resto ya lo recordaron ustedes. Queríamos recordar lo
que es la memoria viva de nuestra zona, de Montevideo y de esos lugares que tenemos
que intentar que sean nuevamente centros de atención de la sociedad y centros de
referencia para nuestros jóvenes, porque ahí se forja la patria.
Muchas gracias.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Continuando, tiene la palabra la señora edila


Viviana Pesce.

SEÑORA PESCE (Viviana).- Muchas gracias, señor presidente.


Muy buenas tardes a todos los presentes.
En primer lugar, quería agradecerle al señor edil Dari Mendiondo por haber traído esta
figura a este recinto. Al recordarla, al buscar bibliografía sobre el doctor Domingo Arena,
me he quedado absolutamente hipnotizada.
Yo no voy a repasar ni a recordar dónde nació ni lo que estudió ni tampoco los cargos
que desempeñó -pues ya se han destacado y los conocemos todos-, sino que voy a
hacer mención a las características del doctor Domingo Arena que realmente me dejaron
una sensación de orgullo y de deleite.
Primero que nada, quiero decir que el orgullo es doble. El señor edil Dari Mendiondo ha
hablado muchas veces de cosas realmente grandes de Batlle y Ordóñez, una figura que
es de todos, del país, que está en el corazón de quien sea, sin ninguna distinción de
color, partidarismo ni filiación política. Al lado de este gran hombre se encontraba el
doctor Domingo Arena, un hijo de inmigrantes que encontró en este país una oportunidad
de estudiar una carrera y de desarrollarse en más de un área, porque lo hizo en
periodismo y en literatura, en un Uruguay que forjaba una de sus más importantes
improntas, lo que nosotros vamos a tener que defender hasta el día que dejemos de
existir. O sea que estoy doblemente orgullosa: porque se hable hoy de un hombre que
perteneció al Partido Colorado, y también porque se haga mención a don José Batlle y
Ordóñez y a lo que tenían en común estas dos figuras.
Después de esto que parece un poco ilógico, voy a retomar el hilo del discurso, porque a
veces me gana la emoción cuando hablo de personas que realmente han dejado cosas,
que marcan y que uno tiene un poco olvidadas -los historiadores uruguayos también las
tienen un poco olvidadas, las tienen en cajones- y que, cuando las saca a relucir dice:
“Acá están los hombres que nos hacen tratar de ser un poquito mejores”.
Todos los artículos que he leído han coincidido en que Arena era una persona romántica,
idealista, pasional, y que hacía política persiguiendo utopías. Todos coinciden en eso y es

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algo realmente muy importante para la época que se vivía. También coinciden en decir
que era una persona bohemia, aunque de carácter afable y de una lealtad incorruptible.
Fíjense si será importante, porque esos valores, que hicieron a nuestro país, muchas
veces -yo diría que casi siempre- son olvidados y desconocidos por los hombres y
mujeres que tratamos de hacer política.
Todos han coincidido en que Domingo Arena era una persona sensible, que estaba
siempre del lado de los débiles. También se ha dicho que es difícil leer las actas de sus
discursos sin emocionarse, porque siempre estaba al lado de los más débiles, de las
mujeres, de los niños y no solo de los obreros. Estaba siempre no solo a favor de los
obreros y de las huelgas, sino de los derechos de todos los desvalidos del Uruguay, de
todos los desposeídos.
Todos coinciden en que el doctor Domingo Arena tenía una característica que yo admiro.
Él era amigo de su líder, don José Batlle y Ordóñez, pero todos coinciden al decir que no
era una amistad basada en decirle a todo que “sí”. No le decía siempre “Sí, don Pepe,
está bien”, sino que era un hombre que podía discutir con don Pepe, que podía
intercambiar ideas con Batlle y Ordóñez, que defendía los principios de laicidad, un tema
no muy común y realmente resistido por gran parte de la población del momento. Pero
-volviendo a lo que dije primero sobre Domingo Arena-, lo hacía siempre con un carácter
afable y con buen humor. Es decir que, además de todo, era una persona de bien.
Por otra parte, era una persona que dedicó la vida entera a todas estas cosas que
estamos diciendo. No leí mucho sobre su vida privada porque no encontré bibliografía,
pero sí leí que quedó viudo muy joven. Su esposa falleció al poco tiempo de haber
contraído matrimonio. Aunque él consideraba que el matrimonio no era necesario -al igual
que su amigo José Batlle y Ordóñez-, consintió en casarse por la Iglesia porque su
esposa así se lo había solicitado. Eso también habla de honestidad, de hombre de bien,
de hombre derecho. Lamentablemente, al poco tiempo, cuenta la historia, él perdió a su
esposa. Fue así como le dedicó el resto de su tiempo a trabajar por el país y por los
desposeídos. Probablemente, eso también haya incrementado su aspecto bohemio y un
poco solitario.
No quiero extenderme más, pero sí voy a comentarles que en la noche de ayer leí “La
vida loca”. Además de todo ese tiempo que le dedicó a la política, también le dedicó un
tiempo a la literatura. El edil Dari Mendiondo va a coincidir conmigo respecto a que ese
brevísimo cuento es atemporal; que podemos leer y volver a leer con una sonrisa, y que
podemos asimilar a un montón de situaciones, porque en la vida campera, en el Uruguay
de los primeros años del 1900, muestra la imagen de un hecho que realmente podemos
aplicar a lo largo de toda la historia del Uruguay. Creo que también deja traslucir un
poquito lo que él realmente quería: una vida que, marcada por las utopías, también podía
llegar a ser, por qué no, una vida loca.
Muchas gracias, señor presidente.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Tiene la palabra el señor edil Flavio Beltrán.

SEÑOR BELTRÁN (Flavio).- Muchas gracias, señor presidente.


En primer lugar, quiero agradecer a todos los partidos políticos por este homenaje a un
gran colorado y a un gran batllista como fue Domingo Arena, integrante de una corriente
que a la matriz liberal del partido de Rivera sumó un fuerte contenido social que derivó en
la creación del Estado batllista.

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Muestra, sin duda, de la importancia de su figura es el hecho de que quienes en vida lo


combatieron dentro de las reglas democráticas hoy reconozcan su prolífera actuación
política y su condición profundamente humanista.
Domingo Arena fue uno de los principales reformistas -corriente que luego se denominará
batllista-, seguidor de Batlle y Ordóñez. Así se denominaban: reformistas o reformadores,
pretendiendo expresar con ello la esencia misma de su nueva fe, que consistía en el uso
del Estado para la promoción de una economía que nos tornara independientes, de una
sociedad que fuera justa, de una cultura científica que nos liberara de la esclavitud de la
ignorancia, todo ello dentro del respeto por el Estado de derecho y sus reglas, lo que
impedía el recurso de la violencia revolucionaria y a la vez identificaba el reformismo con
la defensa de los derechos individuales, herencia que sus dirigentes no podían olvidar por
haberse formado al calor de la lucha contra el santismo, como bien recordaba el señor
edil Mendiondo.
En el mundo de aquellos años -vale la pena recordarlo- había una atmósfera de
renovación y cambio, creada por el Partido Liberal de Gran Bretaña, rejuvenecido por los
postulados de Lloyd George; por la República Radical y su “anticlericalismo” apasionado,
de Francia, y por el “progresismo” de Roosevelt y la “misión moral” de Wilson, de los
Estados Unidos; atmósfera que abarcaba al radicalismo argentino de Hipólito Irigoyen y al
batllismo, nuestro reformismo, que fue pionero en América Latina en cristalizar las
reformas sociales y fue único en el continente por su ideología jacobino-libertaria.
Hubo coincidencias de enfoque entre Arena y los reformistas que posibilitaron la unión de
objetivos entre estos y las sociedades de resistencia obrera. Compartían un enfoque
crítico de la sociedad, la economía y la mentalidad dominante, pero también hubo
discrepancias fuertes en cuanto a los medios utilizados, o a utilizarse, para lograr las
reformas; fundamentalmente en cuanto a la utilización del radicalismo como método
elegido para construir la nueva sociedad -la revolución violenta-, que provenía del
predominio de la ideología anarquista en el movimiento obrero de la época. Este divorcio
en cuanto a los métodos para llegar a una sociedad justa no entorpeció un entendimiento
que fue vital para ambos bandos, para el movimiento obrero y para los reformistas,
diferenciándose estos por su base humanista, los derechos y las libertades individuales,
derechos estos fundamentales del ser humano, siguientes inmediatos al derecho a la
vida. En los hechos no lo entorpeció, pues siempre dentro de la legalidad y el respeto por
el Estado de derecho, el respeto a la propiedad privada, sin creer en la lucha de clases,
los reformistas batllistas, con el voto del movimiento obrero y de la clase media, sin
resentimiento alguno ni revolución socialista de por medio, consagraron las grandes
reformas sociales que hasta hoy enorgullecen al país. Entre otras, podemos mencionar la
jornada laboral de ocho horas, el descanso dominical, el derecho de huelga, los derechos
de la mujer, el divorcio, la separación de la Iglesia del Estado, y muchas otras que fueron
nombradas por el señor edil Dari Mendiondo.
Hay una anécdota que viene a cuento, en la cual Arena le pregunta a Batlle: “Pero, al
final, ¿somos colorados o somos socialistas?”. Y Batlle le responde: “Somos colorados,
porque no creemos ni en la lucha de clases, ni en la propiedad estatal de los medios de
producción, ni en la economía central planificada, como pregonan los marxistas”.
El Estado reformista batllista no pretendía destruir el sistema vigente, sino sus excesos.
Mantuvo distancia entre él y las ideas revolucionarias por su propia convicción de ser
“obreristas” y no “socialistas”. La historia posterior nos ha enseñado que otros intentos,
en nuestro país y en el mundo, de utilizar los métodos rechazados por Arena y sus
compañeros de ruta terminaron en grandes desastres y fracasos que solo condujeron a la
instalación de tiranías de todas las ideologías.
Domingo Arena, como ya se ha dicho, nace en Italia en 1870. Nace en el sur; territorio

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que arrastró por siglos el atraso tecnológico, con difíciles condiciones de vida y, por
extensión, serias dificultades laborales. El regionalismo salvaje en que se encuentra
dividida la Península -a pesar de la unidad recientemente alcanzada- trajo aparejado,
como inmediata solución, la emigración. En Calabria, región natal de Arena, la vida era
dura. Su padre era zapatero remendón; su madre no tenía mejor destino, ya que su tarea
era la común a la mujer en el medio rural: criar hijos y entenderse de las tareas
domésticas. Como muchos otros -que luego conformarían una gran cantidad de apellidos
italianos ilustres de nuestra sociedad actual-, la familia Arena emigró hacia el Río de la
Plata, llegando a nuestro país en 1877.
Proviene Arena de una sociedad que buscaba la unidad política dentro de una pluralidad
ideológica. En Italia las ideas socialistas no siempre conjugaban con las ideas
nacionalistas, pero todo ese fermento ideológico lo trajo consigo la familia Arena desde
su país natal. Llegados a nuestro territorio, se trasladan al interior. Se encuentra allí
Arena con un campo laboral reducido, simple y rural: fue jornalero, peón de pulpería,
changador. Todas estas actividades las alternaba con el estudio con un maestro rural,
que le proporcionaría enseñanza hasta el séptimo año de escuela, condición que se
exigía para ingresar a la Universidad de la República en la capital.
No conforme con su destino de peón y jornalero, se traslada a Montevideo para cursar
estudios superiores. Debe trabajar para continuar sus estudios. Su primer trabajo fue en
la Fiscalía de lo Civil de Montevideo; luego se desempeña como cronista en el diario “El
Día”. A partir de ese momento su estrella comienza a brillar. Se recibe de doctor en
Derecho, y en el campo periodístico asciende lentamente pero sin pausa, llegando a la
dirección del diario en forma conjunta con otro joven pujante como él: Pedro Manini Ríos.
Se vincula a la política, ascendiendo también en forma rápida; es diputado en 1904, luego
senador, consejero nacional, amigo personal y confidente de José Batlle y Ordóñez.
Nadie ignora las fecundas campañas cívicas del diario de Batlle contra el crimen y las
situaciones calamitosas que deshumanizaban el país. En la redacción de “El Día” se
respiraba una atmósfera idealmente guerrera, templada al calor de importantes
reivindicaciones sociales. En ese ambiente Arena empezó a sentir el noble apremio de
contribuir a modificar las estructuras más profundas de nuestro país.
La política de Batlle, nutrida de ideas avanzadas, era perfectamente compatible con sus
anhelos sociológicos. Lo trascendente de la evolución de Arena reside en sus
características de ideólogo, que le llevaron a admitir públicamente -reitero que esto ya ha
sido dicho-:
“Yo, señores, no soy político. Si he de hablarles con total franqueza, tendré
que decir que la política no me hace feliz. A mi idiosincrasia, un poco
sentimental, repugna ese perpetuo sacrificio de hombres que impone el buen
servicio de las ideas.”
En 1904 había muchas caras nuevas y jóvenes en la Cámara de Diputados. El líder de
los jóvenes colorados era Manini. También estaba allí Arena, que presentaba un extraño
aspecto, con una gran melena flotante, grandes corbatas y un lenguaje mechado de
lunfardo, con el habla de la calle. Conjugaba Arena, a los 34 años, el conocimiento
académico, la vivencia del arrabal y el sufrimiento. Y si hacemos un paralelo con la
prédica de Batlle, conjuntaba la visión batllista reformista de integrar al obrero y al
inmigrante en el plano social con la realidad nacional, dándoles participación política y
mejorando su situación económica.
Arena tenía todo lo que un político desearía tener: bondad y comprensión hacia sus
semejantes, gran inteligencia y una simpatía que lo hacía no tener enemigos. Tampoco
era secreto para nadie que podía hablar con don “Pepe” y en nombre de este.

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Tenía un apego cierto a las ideas anarquistas debido a su origen humilde; su ideal de
justicia e igualdad va a hacer jugar a Domingo Arena un importante rol en la
implementación del reformismo batllista.
Se ha querido sostener que el episodio nacional de la lucha armada de clases se realizó
durante la guerra civil de 1904, enfrentándose, por un lado, el proletariado urbano
encarnado en el equipo y los seguidores de Batlle, y, por otro, los terratenientes, la gente
de buen pasar del campo que comandaba huestes casi feudales del pobrerío rural. En
definitiva, se decía que era el ejército del Gobierno y las fuerzas revolucionarias de
Aparicio Saravia. Nada más lejano de la realidad; en ambos bandos existían pobres,
doctores y terratenientes. Ni siquiera fue una lucha regional, al punto tal de que los
líderes sindicales marxistas y anarquistas montevideanos no se preocupaban por que el
proletariado se inclinara por alguno de los bandos en pugna, pero sí que se enrolaran en
la Guardia Nacional.
En forma paralela, los partidos políticos comienzan a consolidar su organización interna;
tuvieron órganos de prensa, clubes políticos y convencionales.
No había sido fácil para el país llegar hasta el año 1905 en los aspectos políticos,
jurídicos y filosóficos que en su conjunto sostienen la ideología del período. Podríamos
rastrear los antecedentes siguiendo a Prudencio Vázquez y Vega, a Krause y a Sanz del
Río en medio de grandes debates, de sentimientos clericales y anticlericales. La
generación del 900 son hijos de su tiempo, hijos de la cultura occidental, que encarnan la
cultura griega con el elitismo francés, el pragmatismo inglés y el apasionado pensamiento
mediterráneo socialista y anarquista, que confluyen en Carlos Vaz Ferreira, José Enrique
Rodó, Pedro Figari, Emilio Frugoni, Batlle y sus seguidores reformistas, entre ellos
Domingo Arena.
En la filosofía de Hegel y la ideología materialista que se desarrolló a partir de su método,
en el cual la historia se convierte en centro de todas las cosas, surge la idea de Krause
tomada por el primer batllismo de captar al individuo, al sujeto, valorándolo como tal, de
acuerdo con la tradición ibérica o mediterránea, de cuyo torrente ideológico se nutrió el
Uruguay de comienzos del siglo XX.
Es de destacar que, en forma contemporánea, en los últimos 25 años del siglo XIX tanto
en Uruguay como en España se desarrollaban episodios ideológicos congruentes en
relación a la valoración del individuo a través de la educación. De ahí surgen “La
Educación del Pueblo”, de José Pedro Varela, y “La Institución de Libre Enseñanza”,
fundada por los seguidores krausistas Sanz del Río y Giner de los Ríos. El Uruguay que
se irá conformando a comienzos del siglo XX le debe mucho a Kant y a Krause en la
valoración del sujeto como centro de la política de Estado y, en su extensión, la actuación
social.
El ideal de Arena era alcanzar la igualdad y la libertad. Conjunta Arena en las primeras
décadas del siglo diversos aspectos históricos con otros revolucionarios para la sociedad
política en la que se encontraba inserto. Desde el punto de vista ético manejaba el
principio de igualdad entre los hombres. Conocedor de las nuevas variables políticas y
sociales, comprendió que había que aglutinarlas y canalizarlas hacia el mejoramiento
social, hacia una mejor distribución de la riqueza apoyándose en el derecho de todo ser
humano de mejorar en la vida. Podemos atisbar en este punto su veta anarquista, que
manifestará en sus editoriales y artículos periodísticos desde “El Día” en forma más clara
desde 1905.
Domingo Arena estará inserto, entonces, dentro de las concepciones del anarquismo
pacifista. Tanto para Tolstoi como para Gandhi, la violencia genera violencia. Del callejón
sin salida de la violencia sólo se puede escapar con el triunfo de la conciencia, con la
liberación de la propensión natural de la gente a la cooperación y el amor mutuo.

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En “La Ciencia Moderna y la Anarquía” el príncipe Kropotkin define el universo como


materia en perpetua y libre evolución. Arena le exigía al Partido Colorado una constante
captación de los nuevos fenómenos ideológicos, reclama la comprensión de sus
correligionarios más conservadores afirmando que el futuro del partido está en el
contacto y la vivencia con las ideas avanzadas, y decía que el que mejor las
comprendiera tendría una ventaja de años sobre sus oponentes. Significaba, entonces,
un partido en constante evolución, una característica que el batllismo ha repetido hasta la
actualidad. Arena no renegaba de las tradiciones partidarias como la justicia, la
solidaridad y la concepción liberal que marcan al Partido Colorado, pero entendía que
todo lo concreto y aplicable de las corrientes ideológicas reformistas debía ser tomado.
Esa conjunción de los principios tradicionales, éticos e ideológicos del Partido Colorado
más las nuevas corrientes aplicadas a nuestra sociedad producen un desbloqueo político
trascendente dando origen al Uruguay batllista. El Uruguay emergente de estas ideas va
a ser reformista social con eje en el Estado. Esa concepción podría definirse como
liberal-social, y modernamente como socialdemócrata.
En el año 1905 se celebraron las elecciones que habían sido definidas por el batllismo
como la continuación de la guerra en un terreno pacífico y fecundo. Estas elecciones
mostraron que el líder indiscutido era Batlle y Ordóñez, acompañado de su equipo de
brillantes colaboradores, algunos recién egresados de la Universidad y otros, hijos de
inmigrantes, la mayoría de antecedentes familiares colorados.
La concepción de Arena sobre la sociedad descansa en una amplia base ética, extendida
también al derecho y a los valores humanos. Su concepción moral era, en primer lugar,
antiteísta, y por lo tanto centrada en el hombre con una obsesión casi hedonista, sin que
ninguna institución ni nada lo trascendiera. A lo largo de todos los discursos de Arena se
va a percibir una adhesión clara al ser débil, sostenida en una concepción
romántico-anárquica-naturalista del individuo y las clases sociales. El mismo Arena
sostuvo en 1916:
“…lo que nunca he podido comprender es cómo puede asistirse indiferente
al desfile de la caravana de los hombres sin trabajo que ofrecen sus brazos
para ganarse la vida (…). Porque si hay un hecho que en una sociedad
medianamente organizada me parece evidente de toda evidencia, es el
derecho a vivir que tiene el sujeto que da su fuerza, su inteligencia, su
voluntad -todo lo que tiene- para ganarse la vida”.
También queda demostrado el sentimiento de cambio basado en la nueva fe reformista
con punto de inflexión en el Estado: el uso de una economía justa, de una cultura
científica; en fin, de todo lo que atañe al interés social.
Arena jamás renegó de su origen humilde; por el contrario, esa circunstancia lo movió
toda la vida. Su pasado de peón jornalero y su posterior rango de senador de la
República no lograron cambiar su concepción de la vida. El reformismo, los grandes
cambios políticos y sociales, buscando satisfacer las necesidades de los postergados,
podemos definirlo como el objetivo del Gobierno de modificar las estructuras sociales
para lograr una mejoría en la vida de los más amplios sectores de la población; todo esto
encarado sin perjudicar a sectores que ya habían alcanzado metas de satisfacción. El
reformismo fue opuesto a la idea revolucionaria tal cual era concebida por algunas
corrientes ideológicas contemporáneas, puesto que parte del concepto de que las
estructuras existentes no son perfectas y por lo tanto son perfectibles, pero sin necesidad
de cambiarlas por otro tipo de organización social. En resumen, el reformismo batllista
busca alcanzar mejores niveles de vida, mejores condiciones de trabajo, acceso a la
educación, a la vida política y a la cultura.
La acción social, política y parlamentaria de Domingo Arena fue fecunda, y mereció el

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respetuoso juicio unánime de sus amigos y adversarios, que lo admiraron como luchador
e idealista. Pocas personalidades han existido en nuestro ambiente tan sugestivas y
encantadoras como la de Domingo Arena. Decir que fue director de diario, diputado,
senador, miembro del Consejo Nacional de Administración, sin haberse hecho un
enemigo, sin ganarse un solo rencor u odio, da muestras de su carisma. Fue firme en sus
convicciones. Luchó sin tregua en todos los terrenos por sus ideales, por la jornada
máxima de ocho horas, por el salario mínimo, por el pan de los viejos, por el divorcio, por
la separación de la Iglesia y el Estado, por el Ejecutivo pluripersonal. Supo siempre
hacerse oír, respetar y admirar; pero, más que eso, supo hacerse querer. ¿Quién no
quería a Domingo Arena? Su sola presencia calmaba situaciones tensas. Era agradable,
cordial, optimista. No se mareó con las alturas ni en la banca legislativa, ni en la tribuna
partidaria, ni en rueda de amigos. Presidía siempre con mágica dialéctica, picardía y sana
burla.
Domingo Arena murió en Montevideo el 7 de junio de 1939. Su muerte dio lugar a una
gran demostración de duelo popular.
Muchas gracias.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Gracias a usted, señor edil.


Tiene la palabra el señor edil Juan Curbelo.

SEÑOR CURBELO (Juan).- Muchas gracias, señor presidente


No quería estar ausente de este homenaje, que considero un acierto más del compañero
Dari Mendiondo, pues creo que es importante hablar de las personalidades que hicieron
grande a la patria, como Domingo Arena; pienso que, sobre todo en estos tiempos, nos
merecemos este tipo de actos y de reflexiones.
Me viene a la memoria el autor norteamericano John Steinbeck, Premio Nobel en 1962,
que decía que el hombre es el único animal de la creación que bebe sin tener sed, come
sin tener hambre y habla sin tener nada que decir. Ese es mi caso, porque yo creo que
aquí se ha dicho todo pero no quiero dejar de participar, si bien el silencio de la bancada
del Partido Nacional es un silencio de respeto, es un silencio de admiración a hombres
como Domingo Arena, como Carlos Roxlo, como Emilio Frugoni, hombres de una
generación que fue hija de su tiempo, como nosotros somos hijos del nuestro. Época
admirada, en la cual la característica era el esfuerzo, el trabajo, valores importantes como
la educación y el principio de laicidad -que no es lo mismo que el laicismo-, que yo creo
que han marcado a fuego a nuestra sociedad.
Sobre todo, me quiero detener en algo que para mí es muy importante: el valor de saber
escuchar. Creo que en esa época fue un valor importante, fundamental, que se percibía a
todas luces y que hizo grande a nuestra sociedad. Hoy en día creo que nosotros
opinamos, después observamos, después pensamos y casi nunca escuchamos, y
nuestros mayores lo hacían de una manera distinta: observaban, escuchaban, pensaban
y luego opinaban. Creo que ese es el camino, el norte; creo que ese es el ejemplo de una
sociedad distinta, de una sociedad que concebía el ser humano desde una visión
humanista, más allá de las distinciones político-partidarias, que creo no tienen que ver
con este homenaje. Pienso que todos juntos tenemos que beber de esa agua marcada
por los grandes lineamientos filosóficos y humanistas, reitero, que tienen que ver con
tratar entre todos de engrandecer a nuestra patria defendiendo a los más humildes,
siendo solidarios, siendo libertarios y, sobre todo, siendo honestos con nuestras

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convicciones.
Muchas gracias.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Tiene la palabra el señor edil Andrés Ojeda.

SEÑOR OJEDA (Andrés).- Gracias, señor presidente.


Creo que para nosotros hoy es un día importante: es el día en que decidimos homenajear
a Domingo Arena, y naturalmente saludamos la iniciativa. Ojalá hubiéramos sido más,
pero creo que igual vale la actitud, el esfuerzo y el compromiso de concretar este
momento.
Quiero agradecer la presencia de varios miembros del Ejecutivo Departamental del
Partido Colorado que están aquí hoy, de varios dirigentes que se han acercado
justamente por la envergadura de la figura que nos convoca. No quiero hacer más
historia porque el señor edil Beltrán, que me precedió, ya hizo bastante historia, así
como el señor edil Mendiondo, y no me gustaría repetir cosas que se han dicho aquí.
Creo que cuando hacemos homenajes es bueno trascender un poco los hechos
objetivos, los hechos fríos, y hablar de lo que pensamos, de lo que sentimos, sobre todo
a partir de lo que hacen las personas que nos representan y, en el caso de nosotros,
colorados, que nos definen. En lo que a mí respecta, esta colectividad política está
definida por el batllismo, y cuando digo batllismo no puedo dejar de hablar de Domingo
Arena, una figura estrechamente relacionada con esta corriente. Sinceramente, creo que
para nosotros la figura de Domingo Arena, que somos colorados y nos toca representar el
partido desde un ámbito parlamentario de esta magnitud, nos provoca un sentimiento
importante, de fondo y de peso. Por eso tenemos que referirnos al batllismo de una forma
muy seria, profunda y sentida. Siempre decimos y repetimos que se puede ser colorado y
no ser batllista, pero que no se puede ser batllista y no ser colorado. Para nosotros es
una máxima y por eso estamos donde estamos. El batllismo nos define un cien por ciento
en lo político, y también en nuestro accionar humano, justamente debido al profundo
humanismo que esta corriente pregona.
Señor presidente: creo que en estos homenajes lo más importante es hablar del legado,
de cómo se viven hoy el accionar, la palabra, la idea, el sentimiento, el coraje, la pasión
de don Domingo Arena, y también de Batlle, ¿por qué no? En momentos en los que se
habla mucho de batllismo, en los que se hacen comparaciones y valoraciones acerca del
batllismo; en momentos en que algunos opinan que si tal partido o tal otro tiene o no
tiene el grado de batllismo que debería tener o que dice tener; en momentos en que se
evalúan las actitudes de dirigentes que pertenecen al partido político en cuanto a su nivel
de batllismo, es bueno expresar lo que pensamos. Digo esto porque hace un tiempo el
señor presidente de la República hizo alguna alusión al tema, por lo que considero que es
bueno realizar algún comentario sobre lo que nosotros sentimos con referencia al
batllismo. Aquí indefectiblemente me vuelvo a remitir a la frase que nos define. En el
artículo 1º de la Carta Orgánica se nombra el batllismo. En ese sentido, creo que todos
quienes han gobernado en nombre del Partido Colorado y quienes en el día de hoy
somos oposición estamos netamente definidos por el batllismo; nuestras actitudes
también están definidas por el batllismo, y esto salta a la vista. No quiero entrar en
consideraciones puntuales de temas de gobierno, pues creo que no corresponde. Sí creo
que son buenos los homenajes desarrollados en un adecuado tono de respeto, sobre
todo para hacer alguna reivindicación de identidad; creo que bien vale la oportunidad.

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Agradezco una vez más al edil la buena actitud de haber traído este tema a Sala. Es
bueno que nosotros aprendamos y hablemos del legado de las personas en función de
cuyas palabras hoy vivimos nuestra vida política. Hoy hablamos de Batlle como nuestro
principal referente y nuestra principal figura; naturalmente, ese sayo le toca al Partido
Colorado y lo digo con orgullo, sin ánimo de excluir. Creo que todos pueden afiliarse a
una tesitura política, que todos pueden afiliarse a una filosofía, pero no se puede ser
batllista sin ser colorado.
Muchas gracias, señor presidente.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Tiene la palabra el señor edil Aldo Ferrari.

SEÑOR FERRARI (Aldo).- Voy a ser muy breve.


Estoy muy emocionado. El primer club colorado y batllista que tuvimos en nuestra
trayectoria política fue en Belloni y Domingo Arena. ¡Cómo voy a olvidarme de eso!
Quiero agradecer al edil y amigo Dari Mendiondo y a los ediles de la oposición que están
acá acompañándonos; la verdad es que les agradezco en el alma su presencia.
Solo quiero decir que nunca voy a ser más colorado y batllista que ahora.
Buena tardes.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Tiene la palabra el señor edil Martín Bueno.

SEÑOR BUENO (Martín).- Gracias, señor presidente.


En primer lugar, le agradecemos al edil Mendiondo esta iniciativa; el edil ya nos tiene
acostumbrados a charlas y a exposiciones con respecto al batllismo, de las que
realmente aprendemos mucho. Se lo agradecemos mucho, sobre todo sabiendo que
viene de una fila con la cual estamos cerca en algunos puntos ideológicos, pero no tan
cerca en otros. Por eso es aún más grande el agradecimiento.
De Domingo Arena ya se ha dicho mucho, por lo que voy a encarar el tema de la
siguiente manera: voy a bajar el legado de Domingo Arena a tierra en función de cómo
creo yo que lo tenemos que vivir en el Partido Colorado y en el sistema político. Creo que
un día y también otro nos olvidamos de los legados, nos olvidamos de muchas cosas y
actuamos de una forma que no fue la planteada por los grandes hombres que
construyeron este país.
Debatamos ideas, debatamos; no nos asustemos cuando se plantean comentarios,
filosofías, diferentes puntos de vista; esto es algo normal. Los partidos son ricos, los
partidos se mueven cuando hay grandes debates internos. No nos asustemos. A veces
pasa que estamos muy acostumbrados a repetir cosas y a pensar que somos todos
iguales, cuando en realidad no es así, y cuando suceden ciertos episodios, ciertos
hechos, es como que nos asustamos y nos preguntamos por qué si estamos aquí, en el
mismo barco, pensamos diferente. Es normal, es común y, sin duda, en el Partido
Colorado de principios y de mediados de siglo el debate de ideas fue muy intenso,
durísimo. Solo basta recordar toda la época del Partido Colorado de Zelmar Michelini.

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¡Qué Partido Colorado, ese! ¡Cómo se movía, cómo vibraba! No lo toleró, claramente.
Pero debatamos ideas.
El segundo concepto que quiero destacar sobre Domingo Arena fue el de estar siempre
del lado de los más débiles. Es muy simple: si nos llega un problema, analicemos dónde
está el más débil y a partir de ahí hagamos los razonamientos sobre cuáles pueden ser
las salidas, siempre lejos de la violencia, siempre lejos de caminos que tienen elementos
violentos. Siempre hay que estar del lado del más débil. Esto a veces cuesta, porque el
poder político -el Partido Colorado sí que sabe del poder político; hoy, por suerte,
tenemos un país en el que los tres partidos políticos han estado en el poder- hace que
uno se vaya alejando, se vaya aburguesando. Esta es una lucha que todo el sistema
tiene que dar; una lucha que tenemos que dar todos los días, cada uno de nosotros, con
nosotros mismos.
Domingo Arena desconfiaba de la política. Era una persona a la que la actividad política
no le cerraba mucho, pero igual la hacía porque era una herramienta. Y es así; nosotros,
que estamos en política, sabemos que hay muchas cosas que no cierran, pero es lo que
hay. Es una herramienta y tenemos que utilizarla, y reitero: la primera batalla es con
nosotros todos los días. Intentemos pelear contra los corporativismos. El primero es el
corporativismo político, que atraviesa todos los partidos y que está ahí.
Siempre tenemos que ver que estamos aquí para dar mejores soluciones a las personas,
y dentro de estas a las más débiles, a aquellas que no tienen cómo defenderse. Ahí está
el brazo del Estado. Nosotros somos parte de ese brazo y siempre tenemos que estar
ayudando, en una constante lucha contra nosotros mismos, contra todas esas
corporaciones y vicios que existen en la política. Tenemos que enfrentarnos a eso día a
día.
Muchas gracias, señor presidente.
(Aplausos)

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Tiene la palabra el señor edil Tulio Tartaglia.

SEÑOR TARTAGLIA (Tulio).- En primer lugar, quiero agradecerle al señor edil Dari
Mendiondo, y hago mías las palabras de agradecimiento del señor edil Martín Bueno.
Siempre nos enseña y nos explica conceptos, y si bien los mamamos de niños, a veces
nos olvidamos de alguna personalidad; a veces, el trajín diario hace que no recordemos
las personalidades que hicieron grande al Uruguay, en este caso un colorado autóctono,
neto, como lo fue Domingo Arena.
El señor edil Mendiondo mencionaba dos hechos históricos: hablaba de la entrevista de
Lorenzo Batlle, que leí de chico y que está en la conmemoración de los 50 años del diario
“El Día”. Fue la última entrevista que dio Domingo Arena. Lorenzo va a la chacra y hace
la entrevista. Domingo le cuenta la historia de los inicios del diario “El Día”, le cuenta que
“Pepe” Manini Ríos iba a comprar pan, manteca y azúcar y que muchas veces era solo
eso lo que almorzaban y merendaban; que no cobraban sueldo y que le robaban los
cigarros a José Batlle y Ordóñez. Es una entrevista muy interesante que narra lo que fue
realmente el inicio del diario, las divisiones internas y el posterior alejamiento del “Pepe”
Manini Ríos hacia la competencia. Este es un hecho muy interesante.
El otro hecho histórico que mencionaba el señor edil Mendiondo tiene que ver con la
carta enviada por Santos quince días antes de la Revolución del Quebracho. Máximo
Santos, teniendo en cuenta que podía darse el levantamiento -ya se habían incautado
algunas armas que venían de Buenos Aires-, amenaza a José Batlle y Ordóñez

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diciéndole que no se levantara. Aun así se da el levantamiento del Quebracho, donde


José Batlle y Ordóñez, como capitán, cae herido. Campisteguy, que luego fue presidente
de la República, también cae herido, al igual que Manini Ríos. Santos le da la orden a
Tajes -quien posteriormente fue presidente de la República- de mandar a degüello a
todos los revolucionarios, pero Máximo Tajes les perdona la vida.
José Batlle y Ordóñez muere en el 29; más o menos por ahí se retira de la vida política
Domingo Arena, pero lo hizo en el entendido de que había que dar paso a los jóvenes de
su partido. En esa época, cuando el Partido Colorado estaba en pleno fervor y tenía
muchos jóvenes pujantes, Arena entiende que les tiene que dar paso. Es así que se
inician Baltasar Brum y Grauert, con los trágicos finales que todos conocemos.
Pero el Partido Colorado y el batllismo no terminan en la figura de Arena ni en el
pensamiento principal de José Batlle y Ordóñez. El batllismo evoluciona, tiene nuevas
figuras y nuevas caras visibles: Luis Batlle Berres, Flores Mora, Hierro Gambardella,
Michelini -como decía recién-, Batalla, muy posteriormente Carámbula, Alba Roballo. Se
trata de gente que se inspiró en el batllismo originario de José Batlle y Ordóñez y
Domingo Arena.
Hoy son otras las circunstancias económicas, que Arena y Batlle y Ordóñez no tuvieron
que enfrentar. También es otra la realidad que estamos viviendo, y sin embargo el
pensamiento de José Batlle y Ordóñez y de Domingo Arena está vivo en cada uno de los
parlamentarios, de los legisladores nacionales y departamentales. El pensamiento de
Arena y de José Batlle y Ordóñez está vivo en cada dirigente, en cada colorado de a pie
que trabaja por su Partido Colorado.
Solicito que la versión taquigráfica de todas las palabras relativas a este homenaje sea
enviada al Comité Ejecutivo Nacional y al Comité Ejecutivo Departamental del Partido
Colorado.
Muchas gracias.
(Aplausos)

SEÑOR MENDIONDO (Dari).- Pido la palabra.

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Tiene la palabra el señor edil Dari


Mendiondo.

SEÑOR MENDIONDO (Dari).- Solicito que la versión taquigráfica también sea enviada a
las Cámaras de Diputados y de Senadores, y a todas las Juntas Departamentales del
Uruguay.

SEÑOR PAZOS (Fernando).- Pido la palabra.

SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Tiene la palabra el señor edil Pazos.

SEÑOR PAZOS (Fernando).- Solicito que también sea enviada al Concejo Vecinal y al
Concejo Municipal del Centro Comunal 10, por estar la UTU en esa zona.

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SEÑOR PRESIDENTE (Oscar Curutchet).- Así se hará, señores ediles.


Damos por finalizada la sesión, congratulándonos con la propuesta del señor edil
Mendiondo de realizar este homenaje al distinguidísimo señor Domingo Arena.
Gracias.
(Es la hora 16:48)

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