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LEYENDA DE TARPEYA

Hablaré del bosque de Tarpeya, del repugnante sepulcro de Tarpeya

y de la toma del templo del antiguo Júpiter.

En una gruta adornada de hiedra, había un boque precioso,

donde muchos árboles respondían al ruido de los manantiales,

frondosa morada de Silvano, hacia donde la melodiosa flauta invitaba

a las ovejas a beber lejos de los calores.

Tacio rodeó esta fuente con una empalizada de arce

y cercó el seguro campamento con un círculo de tierra apisonada.

¿Qué era entonces Roma, cuando el trompetero Curete hacía

vibrar las rocas vecinas de Júpiter con persistente murmullo,

y donde ahora se dictan las leyes para los pueblos sometidos,

lanzas sabinas dominaban el Foro romano?

Las murallas eran las colinas; donde ahora está el cerco de la Curia,

caballos de guerra bebían de una fuente que había allí.

De aquí Tarpeya sacó agua para la diosa, y un cántaro de barro

le presionaba en medio de la cabeza.

¿Y pudo una muerte ser suficiente para esa malvada muchacha,

que quiso traicionar, Vesta, tu fuego sagrado?

Vio a Tacio ejercitarse en los campos de tierra

y empuñar sus armas pintadas sobre las rubias crines;

admirada quedó ante la faz del rey y sus regias armas,

y el cántaro se deslizó de sus manos olvidadizas.

Muchas veces ella se excusaba con los augurios de la inocente luna

y decía que tenía que lavarse el cabello en el río;

muchas veces ofreció lirios plateados a las Ninfas zalameras,

para que la lanza de Rómulo no hiriera el rostro de Tacio.


Y cuando subió al Capitolio envuelto en nubes con los primeros fuegos,

volvió con sus brazos arañados por las espinosas zarzas,

y, sentada sobre su propia roca, Tarpeya así lloró sus heridas

de amor que el vecino Júpiter no iba a tolerar:

“Fuegos del campamento, tiendas del escuadrón de Tacio

y armas sabinas hermosas a mis ojos,

¡ojalá pudiera sentarme prisionera ante tus Penates,

con tal de verme prisionera de mi querido Tacio!

¡Adiós, colinas de Roma, Roma añadida a esas colinas,

y Vesta avergonzada de mi infamia!

¡Ese caballo, ese al que el mismo Tacio arregla las crines

traerá al campamento a mis amores!

¿A qué extrañarse de que Escila enloqueciera con el cabelllo de su padre

y su blanca ingle se convirtiera en perros furiosos?

¿A qué extrañarse de la trición sufrida por los cuernos de un hermano

monstruo, cuando el hilo extendido abrió el tortuoso camino?

¡Qué crimen he de cometer contra las jóvenes ausonias yo,

malvada sacerdotisa elegida para el casto fuego de Vesta!

Si alguien se extraña de que se haya apagado el fuego de Palas,

que me perdone: mis lágrimas han regado su altar.

Mañana, según se rumorea, toda la ciudad estará de fiesta:

¡toma tú la espalda rociada de la espinosa colina!

Todo el camino es resbaladizo y traicionero, pues siempre

oculta aguas silenciosas en su engañosa orilla.

¡Ojalá conociera yo los conjuros de la Musa de la magia!

mi lengua hubiera ayudado también a mi hermosos galán.

A ti te sienta bien la toga bordada, no a quien sin la honra de una

madre amamantó la áspera ubre de una loba salvaje.


Pero, si se me teme como reina extranjera en mi tierra nativa,

la traición de Roma no es dote insignificante.

Si no, que el rapto de las sabinas no quede impune:

¡ráptame y págales con la misma moneda!

Yo, recién casada, puedo detener el combate iniciado:

¡firmad vosotros allí un tratado de paz con mi vestido de novia!

¡Entona tus ritmos, Himeneo!¡Esconde, trompeta, tus fieros murmullos!

mi tálamo, creedme, ablandará vuestras armas.

Ya el cuarto toque de corneta anuncia la inminente llegada de la luz

y las estrellas mismas se deslizan en su caída sobre el Océano.

Intentaré dormir y te buscaré a ti en mis sueños:

¡haz que tu sombra venga suavemente a mis ojos!”.

Así habló, y entregó sus brazos a un sueño inquieto,

sin saber, ay, que se había acostado junto a nuevas locuras.

Pues Vesta, guardiana propicia de las cenizas de Ilión,

alimenta su culpa y esconde teas mayores en sus huesos.

Aquella se precipita, como Amazona que se desgarra el vestido

cerca del rápido Termodonte con el pecho descubierto.

Era el día de fiesta al que nuestros antepasados llamaron de Pales,

el primer día en que se empezó a construir las murallas:

se celebraba el banquete anual de los pastores, juegos en Roma,

fecha en la que las bandejas de los campesinos rebosan de riquezas

y en la que la muchedumbre, embriagada, salta con sus sucios pies

sobre espaciadas gavillas de heno en llamas.

Rómulo decretó que se diera descanso a las guardias

y que quedara en silencio el campamento sin toques de corneta.

Tarpeya creyó que esta era la fecha adecuada y se reunió con el enemigo:
firmó un pacto y ella misma sería cómplice de lo pactado.

La colina presentaba una difícil ascensión, pero su vigilancia estaba

descuidada por la fiesta: no hay vacilación, con su espada apaga los ladridos de los perros.

El sueño se había apoderado de todo: solamente Júpiter

había decidido mantenerse despierto para castigarte.

Había traicionado la seguridad de la puerta y a su patria postrada,

y le solicita una fecha para la boda, la que él desee.

Tacio, sin embargo (pues ni el enemigo concedió honra a un crimen),

le respondió: “¡Cásate y sube al tálamo de mi reino!”.

Acabó de hablar y ella quedó sepultada bajo el montón de armas de sus

compañeros: esta era, virginal Tarpeya, la dote apropiada a tu servicio.

La colina tomó el nombre de Tarpeya, su guía:

tienes, guardián, la recompensa de un destino injusto.

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