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Lic. Feliciana Rodríguez Saá 

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Daniel Poder
El Diario de la República
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Dr. Pablo Miguel Jacoby


En el mundo con democracia, justicia y libertad 









La necesidad de
cumplir las normas
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mpieza a quedar muy claro que una
de las mayores dificultades para la
convivencia democrática y pacífica
de los argentinos la constituye la
falta de respeto por las normas. El
desapego por cumplir con lo esta-
blecido impide cualquier posibi-
lidad de un crecimiento ordenado y sostenido. Es
llamativo apreciar a muchos hombres y mujeres
que reclaman a las autoridades, que exigen a sus
semejantes, que protestan ante la menor injusticia
y, sin embargo, son incapaces de disciplinarse y
acatar las normas.
No se puede manejar y hablar por teléfono. Está
claro, es simple, no requiere ni detalles, ni expli-
caciones. El número de conductores que cometen
infracciones de este tipo, todos los días y a cada
rato, es impactante. Inclusive, hay personas que
pretenden leer quién las está llamando y hasta res-
ponder posibles mensajes. Está prohibido. No se
debe hacer. Es incumplir una disposición y poner
en peligro a los demás. A los eventuales peatones y
a otros transeúntes.
Para circular en moto hay que llevar casco. Pues-
to en otro espacio, es de poca utilidad. Si se viaja
con un acompañante, éste también debe llevar
colocado el casco. Hay quienes circulan de a tres,
llevan chicos. Y todos sin casco. Ponen en peligro
su vida y la de los demás. Pocas veces son adverti-
dos y sancionados. Por lo común se enojan y juz-
gan como excesivamente rigurosa la conducta de
quien los obliga a detenerse y pena su inadmisible
falta. Por supuesto que luego sobrevienen los que
erróneamente se consideran accidentes, y todos
lamentan las terribles consecuencias.
Debe existir una relación distinta. Las normas
deben ser creadas y sostenidas con otra convicción.
Cada uno de los integrantes de la sociedad las de-
be acatar. La autoridad debe darlas a conocer, debe
crear conciencia de su importancia, debe controlar
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ULTIMA NOTA
y debe sancionar a los incumplidores. No aplicar
castigos es ser injusto con quienes cumplen. Es fa-
cilitar el camino para generar el hábito de no acatar
aquellas disposiciones que regulan las relaciones
en la sociedad.
Es justo reconocer que muchas veces las infrac-
ciones son minimizadas. Y en otras oportunidades
hasta se ha considerado como vivezas o picardías
lo que son delitos. No ha existido condena social
suficiente para quienes no respetaron las normas.
Esto sucede no sólo con infracciones de tránsito o
con temas considerados menores, sino con cues-
tiones mucho más graves y que debieron merecer
mayores castigos. Inclusive, sin demasiadas inhi-
biciones, se exponen públicamente conductas que
lejos de producir hilaridad, debería avergonzar a
sus autores.
Pareciera una cuestión cultural profunda. Resul-
ta imprescindible crear la conciencia colectiva de
la necesidad de cumplir con lo establecido. Y sobre
todo saber, como en muchos espacios civilizados
del mundo, que quien incumple será penado, y de-
berá cumplir su pena. No debe ser igual una cosa
que otra. No es lo mismo ser respetuoso y cumpli-
dor, que vivir al margen de la ley. No hay muchas
otras formas de convivir en paz. El ejemplo debe-
ría surgir de arriba hacia abajo, pero la convicción
debería resultar una cuestión de cada uno de los
ciudadanos.
Por supuesto que las reglas deberían ser más
simples y conocidas. Muchas veces la confusión y
la acumulación de preceptos, impide saber exac-
tamente cuál es el procedimiento adecuado en
cada circunstancia. Hasta pareciera que algunos
sectores especulan con el desconocimiento y la
confusión para obtener ventajas injustificadas e
inadmisibles. Con todo, si se persigue y se reclama
una sociedad más justa y equitativa, el primer paso
que cada uno puede dar es comenzar a cumplir las
reglas básicas de convivencia.
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Instituciones
Por Luis Tarullo, DyN
P
orque desoír resoluciones de organismos y tribuna-
les, directamente o apelando a cuestionables y en
algunos casos endebles argumentos, tiene, al fin y
al cabo, los mismos efectos que la agresión sin anes-
tesia.
La falta de reconocimiento a la Central de Trabajadores
Argentinos (CTA) o la aversión a la creación de nuevas orga-
nizaciones sindicales –sobre todo cuando no son del mismo
signo ideológico-, como la de los empleados del subte, son
clara muestra de ello. Más aún, esa resistencia abre puertas
a situaciones y pactos que pueden macular hasta a quienes
enarbolan las intenciones más loables. Es que en el caso del
subte, después de los agitados días de paro y protestas de
los trabajadores de ese servicio que reclaman un sindicato
propio –escindiéndose de la Unión Tranviarios Automotor
(UTA)- surgió un acuerdo en el ámbito del Ministerio de Tra-
bajo que tendría su trasfondo, al margen del acta firmada en
las oficinas de esa cartera de Estado.
En ese sentido, fuentes con acceso a buena información de-
jaron trascender que habría habido una tratativa en la que el
gremio que representa a los choferes de colectivos y hasta aho-
ra a los trabajadores del subte habría conseguido algún bene-
ficio a cambio de conceder terreno a los empleados del trans-
porte bajo tierra. Concretamente, la UTA habría accedido a
que se deje sin efecto el descuento del uno por ciento sobre
los salarios de los trabajadores
de subterráneos destinado al
sindicato, aunque corre el ries-
go de que se le abra un frente
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interno porque esa deducción 
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seguiría vigente para los con-
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Además, de hecho admitió
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un camino en el que, a largo 
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plazo, esos trabajadores po-
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organización.
En el acta firmada en el mi-
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nisterio se dejó constancia –in- !""
cluso con nombres- de la con-
formación de una "comisión
directiva provisoria" de la Aso-
ciación Gremial de Trabajadores del Subterráneo y Premetro.
En ese marco, se garantizan las fuentes laborales y se les ra-
tifica la facultad de la representación a los delegados, a la luz
de la propia Ley 23.551 –de Asociaciones Sindicales-, una de
las joyas históricas del peronismo. ¿Qué gana la UTA en todo
esto?, se preguntará más de uno. Si se concreta el supuesto
acuerdo, posiblemente bastante. Aparentemente, según esos
voceros, el Gobierno habría prometido un desembolso im-
portante de fondos para la obra social del gremio –y cuando
se dice importante en esta materia se está hablando siempre
de varios millones- y la cesión de un edificio para una escue-
la de capacitación. Los días por venir dirán si esas presuntas
promesas tienen correlato en hechos concretos, pero al me-
nos hay que darles crédito, debido a las concesiones hechas
para con el sector del subte. Como se ve, estos y muchos epi-
sodios más ya no son extraños en la vida argentina. Pero jus-
tamente en esa habitualidad reside el gran problema, ya que
al final entrañan, como otras acciones también percibidas en
otros ámbitos, una de las consecuencias menos deseada para
una sociedad, cual es la paulatina pero constante e implaca-
ble socavación de las instituciones.

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