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¡Al ladrón, maten al ladrón!

¿Por qué una persona inteligente piensa que infligir daño al agresor mitiga o
cancela su propio daño?

Por: Iván Javier Mojica | junio 09, 2015


"Nota Ciudadana" es un espacio generado por nuestros lectores y no refleja o compromete el pensamiento ni la opinión de
Las2Orillas.CO

En el primer volumen de la revista de la Asociación filosófica americana, Martha


Nussbaum, filósofa neo aristotélica, escribe (traducción propia):
“¿Por qué una persona inteligente piensa que infligir daño al agresor mitiga o
cancela su propio daño? Parece haber algún tipo de pensamiento mágico envuelto.
En realidad, el castigo violento al agresor rara vez repara el daño. (…) La fantasía
[de creer] que la venganza restaura es pensamiento mágico, instigado por ideas
de balances cósmicos que están profundamente arraigadas en muchas culturas,
pero que no son menos irracionales por ello”.
Irracionalidad, esa es la palabra que resume las ansias de venganza que se están
viendo a diario en los noticieros. Y no es solo por las palabras de Nussbaum, sino
porque si analizamos la argumentación que se está usando para justificar estos
actos, podemos ver que de entrada es un sinsentido.
Hace unas semanas nos indignábamos en masa al ver a un ladrón atrapado en
cámara diciéndole a su víctima algo como “mi hermano está enfermo, por eso robo
pirobos como usted”. Si nos detenemos en este enunciado y lo comparamos con
las excusas que se dan para golpear maleantes, podemos convenir en que el
argumento de fondo es exactamente el mismo.
¿Qué se esconde detrás de estos dos casos? Una falla institucional que es
explotada para justificar un acto a todas luces incorrecto. En el primer caso las
premisas implícitas del ladrón pueden pasar por un abandono estatal que lo obliga
a permanecer en la miseria, una atención médica ausente para los más pobres,
unos costos médicos inalcanzables para la mayoría de la población, etc.; siendo
todas estas circunstancias que lo llevan a tomar un único camino: salir a robar
para suplir esa falla. En el segundo caso tenemos algo similar, la persona robada
(o la que observa el robo) tiene como premisas implícitas a su argumentación
cosas como carencia de oficiales de policía, ineptidud de esos mismos oficiales,
inoperancia del sistema judicial que deja libre al ladrón en menos de 24 horas,
etc.; lo que lo lleva a tomar un único camino: golpear al ladrón hasta sentir que
“se hizo justicia”.
Así pues, podemos ver estos dos casos como instancias particulares de un mismo
argumento más general que se puede enunciar de la siguiente manera: Si se
presenta una falla institucional, entonces tengo derecho a actuar como se me dé la
gana, incluso si eso implica pasar por encima de las más básicas normas de
convivencia y civilización. Si el Estado no es capaz de proveerme un servicio
básico, tengo derecho a robármelo (en el caso del ladrón para proveerse salud), o
a procurármelo por derecho propio (en el caso de la víctima que golpea al ladrón
para proveerse justicia).
¿Por qué es importante esto? Porque si convenimos en que el argumento es
exactamente el mismo en ambos casos, técnicamente no podemos aceptarlo en un
caso y rechazarlo en el otro; es decir, si usted quiere defender la justicia por mano
propia usando una argumentación de este tipo, debería estar dispuesto a defender
los robos, porque se defienden de la misma manera; lo que lo lleva a una clara
contradicción, puesto que si quiere linchar ladrones es porque de alguna manera
se opone al accionar de estos, y lo último que desearía sería terminar defendiendo
sus actos por vía argumentativa.
Así pues, la única vía de escape que le queda es decir que el argumento funciona
para usted porque el que golpea ladrones es “buena persona”, pero para el ladrón
no funciona porque es ladrón. Pero esto constituye una falacia Ad Hominem,
puesto que no está aceptando o rechazando el argumento por su calidad, sino por
las circunstancias particulares de quien lo enuncia. Y por último, si quiere sostener
el argumento diciendo que el ladrón miente cuando dice que roba para suplir
alguna necesidad básica, y por eso no se aplica a él, también incurre en un error
porque, por un lado, el argumento generalizado no apela a la veracidad o no de la
falla institucional sino a la falla en sí; por tanto, usted seguiría defendiendo que
alguien que haga algo incorrecto (como robar) cuando la institución falla puede ser
excusado, o en otras palabras, sigue defendiendo que el hecho de robar se puede
legitimar; y por otro lado, el argumento generalizado constituye una implicación, y
en estas no importa si las premisas son falsas, ya que el argumento sigue siendo
válido.
De manera que, si todo lo anterior se sostiene, el defender la justicia por mano
propia nos conduce a un sinsentido, al cual debemos añadirle el pensamiento
mágico de la “retribución cósmica” que nos impulsa a querer cobra “ojo por ojo” a
como dé lugar. Es por esto que la justicia por mano propia es un acto puramente
irracional, que no debería tener cabida en una sociedad moderna que se precie de
ser pensante e inteligente.

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