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Cap. VI La Critica Del Juicio - Cassirer
Cap. VI La Critica Del Juicio - Cassirer
Traducción de
Wesceslado Roces
Título original:
Kants Leben und Lehre
I.S.B.N.: 84-375-0364-7
Depósito Legal: M. 31.305-1993
Impreso en España
VI
LA CRITICA DEL JUICIO
1
En carta a Schütz de 25 de junio de 1787, en que le anuncia ha-
ber puesto fin al manuscrito de la Crítica de la razón práctica,
rehusa Kant encargarse de hacer la nota crítica sobre la segunda
parte de las Ideas de Herder para la Gaceta Literaria de lena, dan-
do como razón la de que necesita abstenerse de todo trabajo ac-
cesoria para poder proceder cuanto antes a la fundamentación de
la crítica del gusto.
Así se acumulan ante él, en este período, el más productivo
y fecundo de su vida, los grandes problemas literarios y filosóficos.
El filósofo no conoce un momento de sosiego o de descanso en
que dé por terminada sus tareas, sino que la consecuencia inte-
rior del desarrollo de sus pensamientos lo acucia sin cesar a nue-
vos y nuevos problemas. Kant experimenta en la década que va
de los sesenta a los setenta años, y no de un modo superficial, sino
en el sentido más perfecto y profundo, ese goce de remontarse
continuamente sobre sí mismo ciue hasta los espíritus más grandes
sólo experimentan en las épocas felices de la juventud o de la
madurez viril.
Las obras de esta época de la vida de Kant revelan la fuerza
creadora de la juventud unida a la madurez y a la perfección de
la vejez. Son obras, al mismo tiempo, armónicas y constructivas:
preocúpanse a la par de abrir zonas totalmente nuevas de proble-
mas y de la ordenación arquitectónica cada vez más clara del ma-
terial de ideas obtenido.
Por lo que se refiere a la Crítica del juicio, es cierto que a
primera vista parece predommar en ella el segundo aspecto sobre
el primero. La concepción de esta obra parece hallarse determi-
318
PECULIARIDAD DE LA OBRA 319
® Más detalles acerca de esto en mi obra Freiheit und Form, Studien zur
deutschen Geisteseeschichte. ed.. Berlín. 1918. esoecialmente dd. 206 ss.
332 LA CRITICA DEL JUICIO
res, hasta que, por último, viene Newton y resume y agrupa todos
los resultados anteriores, los cuales, una vez agrupados de este
modo, se demuestran capaces de abarcar el sistema total del uni-
verso.
Como vemos, partiendo de unos pocos elementos y fenómenos
primitivos relativamente simples va trazándose progresivamente la
imagen total de la realidad, tal como nos sale al paso en la me-
cánica cósmica. Por este camino llegamos, no ya a un orden cual-
quiera del acaecer, sino precisamente a un orden susceptible de
ser captado por nuestra inteligencia y comprensible para ella.
Ahora bien, esta comprensibilidad no puede demostrarse y apre-
ciarse como necesaria simplemente a priori, a base de las leyes
puras del entendimiento. Con arreglo a estas leyes cabria más
bien pensar que, si bien lo real empírico obedece al principio ge-
neral de la causalidad, las distintas series causales por las que se
rige su plasmación lo hacen, en última instancia, realizarse de tal
modo que sería imposible para nosotros desprender y seguir por
separado los distintos hilos en medio de la confusa maraña de la
realidad.
También en este caso nos veríamos incapacitados para captar
lo dado en aquella característica forma de ordenación sobre que
descansa la peculiaridad de nuestra ciencia empírica. Pues esta
ordenación requiere algo más que una simple contraposición de lo
empírico-particular y lo abstracto-general, algo más que una sim-
ple materia sujeta de un modo cualquiera, no precisado, a las for-
mas puras de pensamiento que la lógica trascendental establece.
El concepto empírico debe determinar lo dado de tal modo que
intervenga progresivamente como mediador de ello lo general, re-
lacionándolo con ello a través de una serie continua de fases con-
ceptuales intermedias. Las mismas leyes superiores y supremas
deben, al penetrarse mutuamente, "especificarse" en las proyec-
ciones especiales de las leyes y los casos concretos; así como éstas,
a la inversa, por el mero hecho de agruparse e iluminarse mutua-
mente, tienen que dejar transparentar las conexiones generales que
las unen. Sólo así obtenemos aquella articulación y representación
concreta de los hechos que nuestro pensamiento busca y exige.
Cómo va cumpliéndose esta misión dentro de la estructura de
la física fué esbozado ya hace poco a la luz de la historia de esta
EL PROBLEMA 343
mas debemos, ante todo, describir con toda precisión este nuevo
tipo y diferenciarlo de todas las demás síntesis de la conciencia.
Sin embargo, antes de trazar en detalle esta distinción debe-
mos tener presente que la tal distinción no podrá destruir la uni-
dad de la función misma del juicio ni los puntos de vista críticos
esenciales a que hemos llegado con respecto a ella. Para Kant,
todo juicio es un acto,.no de "receptividad", sino de pura "espon-
taneidad": no representa —siem.pre y cuándo tenga una vali-
dez verdaderamente "aprioristica"— una simple relación entre
objetos dados, sino un aspecto de la misma objetivación.
En este sentido media también un contraste característico en-
tre la "facultad de juicio estética" de Kant y lo que la estética
alemana del siglo xviii llamaba "capacidad de enjuiciamiento" y
pretendía analizar como tal. Esta capacidad de enjuiciamiento par-
te de determinadas obras del "gusto" y propónese señalar el ca-
mino para remontarse, partiendo de ellas y por medio del análisis
y la comparación, a reglas y criterios generales del gusto. En cam-
bio, la investigación kantiana sigue una dirección opuesta: no trata
de abstraer la regla partiendo de cualesquiera objetos dados —es
decir, en este caso, de ejemplos y modelos dados—, sino que in-
vestiga las leyes originarias de la conciencia sobre las que necesa-
riamente descansa toda concepción estética, toda calificación de
un contenido de la naturaleza o del arte como "bello" o como
"feo".
Por consiguiente, lo ya plasm^ado tampoco es para ella, aquí,
sino el punto de partida desde el que aspira a llegar a las con-
diciones que rigen la posibilidad de la plasmación misma. Por el
momento, estas condiciones sólo pueden ser formuladas de un
modo negativo, determinando no tanto lo que son como lo que
no son. Ya hemos visto que la unidad del espíritu estético y de
las formas estéticas descansa en uri principio distinto de aquel
por virtud del cual agrupamos en la vida empírica vulgar y cien-
tífica ciertos elementos especiales para formar complejos totales y
reglas de conjunto. En esta clase de agrupaciones trátase siempre,
en últipia instancia, de una relación de supraordinación y supe-
ditación causal, de crear un vínculo condicional absoluto que
pueda ser concebido por analogía con l^s coordinaciones de con-
362 LA CRITICA DEL JUICIO
cosas derrochan el sudor del pueblo; podré, por último, conver)- '
cerme bien fácilmente de que si me encontrase en una isla de-
sierta, sin tener la menor esperanza de volver a verme nunca entre
hombres y pudiese hacer surgir de la tierra por arte de encanta-
miento un palacio igual, con sólo desearlo, probablemente no me
impondría ni siquiera semejante esfuerzo, con tal de que tuviera
una cabaña lo suficientemente cómoda. Todo lo cual puede con-
cedérseme y dárseme por bueno; pero no es de esto de lo que
se trata. Lo que se desea saber es, simplemente, si la mera repre-
sentación de aquel objeto suscita en mí cierta complacencia, por
mucha que sea mi indiferencia de ahora y probablemente de siem-
pre con respecto al objeto mismo representado. Fácilmente se ve
que es la idea que yo me forma de aquella representación y no
lo que para mí signifique la existencia de su objeto lo que interesa
cuando se trata de que diga si ese objeto es o no bello y de saber
si yo tengo o no el sentido del gusto. Todo el mundo deberá
confesar que aquellos juicios sobre la belleza en los que se mezcla
el más mínimo interés son juicios muy parciales y no representan
ya juicios de gusto puros. Es necesario, para poder actuar de juez
en cuestión de gusto, no tener el menor prejuicio con respecto a la
existencia de la cosa, sino demostrar una indiferencia completa
en ese respecto."
Manifiéstase claramente aquí la peculiaridad de la independen'
cia de los juicios estéticos y, por tanto, la característica fisonomía
de la "subjetividad" estética. La espontaneidad lógica de la inte-
ligencia tiende a la determinación del objeto del fenómeno por
medio de leyes generales; la autonomía ética, aun brotando de la
fuente de la libre personalidad, pretende, sin embargo, llevar los
postulados aquí establecidos al terreno de las cosas y los hechos
empíricamente dados y realizarlos en él. La función estética es la
única que no se preocupa de saber qué es ni cómo actúa el ob-
jeto, sino qué cosa es para mí la representación de él. Según su
verdadera naturaleza, lo real pasa aquí a segundo plano, despla-
zado por la determinabilidad ideal y por la unidad ideal de. la
"imagen" pura.
En este sentido —pero solamente en éste— podemos decir que
Cf. Kremer, Die Theodizee in der Philosophic und Literatur des 18.
Jahrhunderts. Berlín. 1909. o. 95.
396 LA CRITICA DEL JUICIO
aun ilimitado que sea el margen que le dejemos, jamás podrá lle-
gar a eliminar esta otra forma ni hacerla inútil. En efecto, dentro
de los fenómenos de la vida cabe, indudablemente, mostrar de
un modo puramente causal cómo el siguiente eslabón de la cadena
evolutiva se deriva y nace del anterior, pero por este camino, por
mucho que en él nos remontásemos, sólo llegaríamos en último
resultado a un estado inicial de "organización" que necesariamente
tendríamos que conceder como premisa. La consideración causal
nos enseña con sujeción a qué reglas se pasa de una estructura a
otras; lo que ya no puede hacernos comprender, sino simplemente
enunciar como un hecho, es la existencia de estos "embriones"
individuales, la existencia de formaciones originarias, específica-
mente distintas las unas de las otras, que sirvan de base y punto
de partida de la evolución.
La antinomia entre el concepto teleológico y el concepto cau-
sal desaparece, pues, en cuanto concebimos ambos conceptos como
dos distintos modos de ordenación con los que intentamos poner
unidad en la multiplicidad de los fenómenos. Lo que era pugna
entre dos factores metafisicos fundamentales del acaecer se con-
vierte ahora en la armonía o consonancia de dos "máximas" y
postulados de la razón que se completan mutuamente.
"Si digo: tengo que enjuiciar todos los acaecimientos de la na-
turaleza material y, por tanto, todas las formas, todos los produc-
tos de la misma, en cuanto a su posibilidad, con arreglo a leyes
puramente mecánicas, no quiero decir con ello que sólo sean
posibles con arreglo a ellas (excluyendo toda otra clase de causa-
lidad), sino que quiero decir únicamente que debo, en todo mo-
mento, reflexionar acerca de ellas con arreglo al principio del sim-
ple mecanismo de la naturaleza y, por tanto, investigar este
principio hasta donde me sea posible, pues sin tomarlo como base
de investigación no podrá llegarse a un verdadero conocimiento de
la naturaleza. Pero esto no es obstáculo para que indaguemos la
segunda máxima..., concretamente en algunas formas de la na-
turaleza Ce incluso en la naturaleza entera), con arreglo a un prin-
cipio que nos permita reflexionar acerca de ellas y que difiere
completamente de la explicación referente al mecanismo de la na-
turaleza: el principio de las causas finales. Pues esto no anula la
reflexión con arreglo a la primera máxima; lejos de ello, nos obliga
04 LA CRITICA DEL JUICIO
una certeza teòrica en cuanto al origen absoluto del ser, sino sim-
plemente una orientación a la que nos acomodamos en la aplica-
ción de los métodos fundamentales de nuestro conocimiento.
La posibilidad de que el mecanismo pueda llegar a reconci-
liarse con la teleología en el mundo de lo suprasensible indica,
pues, ante todo, una cosa: que para la experieicoa misma y para
la investigación del engarce de sus fenómenos debemos emplear
certeramente ambos métodos, puesto que cada uno de los dos es
necesario e insustituible dentro de su radio de acción. En su ex-
plicación de la sujeción de la naturaleza a un fin la metafísica re-
mitíase tan pronto a la materia inanimada o a un Dios inanimado
como a la materia viva o a un Dios viviente. Sin embargo, desde
el punto de vista de la'filosofía trascendental no queda, frente a
todos estos sistemas, más camino que "prescindir de todas estas
afirmaciones objetivas y ponderar críticamente nuestro juicio para
dar a su principio la validez de una máxima que, aunque no dog-
mática, sea lo suficientemente sólida para basar en ella un empleo
seguro de la razón".^®
En este sentido podemos afirmar también aquí que el herma-
namiento del principio teleológico y del principio causal "no puede
basarse en ningún fundamento de explicación de la posibilidad
de un producto con arreglo a determinadas leyes para la facultad
determinante del juicio, sino solamente en un fundamento de
exposición de ella para la facultad del juicio reflexiva.®^ Dicho
en diferentes términos, no se trata aquí de decir de dónde viene
ni a dónde va la "naturaleza" considerada como cosa en sí, sino
simplemente de establecer los conceptos y los conocimientos que
nos son indispensables para poder llegar a comprender la totali-
dad de los fenómenos como una unidad armónica y sistemática-
mente organizada.
He aquí cómo precisamente aquel principio que parecía pres-
tarse más que ningún otro a conducirnos a la úlrima causa tras-
cendente y al fundamento inicial de toda experiencia, lo que hace
es llevarnos a ahondar todavía más en la estructura de esta expe-
riencia y hacer brillar ante nosotros, en vez de aquella causa pri-
Mas, por otra parte, no quiere esto decir, ni mucho menos, que
el concepto de la realidad empírica, que nuestro modo de pensar
los fenómenos deba ni pueda renunciar a la aplicación del con-
cepto de fin. Por la sencilla razón de que este pensamiento gira
precisamente dentro de la órbita de aquel dualismo de las condi-
ciones lógicas e intuitivas que sirve de base a la aplicación de este
concepto y no puede, sin negarse a sí mismo, salir de esta dualidad.
Hállase aprisionado dentro de la antítesis de lo "general" y lo
"particular", a la par que se siente estimulado a superar esa antí-
tesis de un modo progresivo.
Pues bien, la forma de esta superación deseada, pero nunca
definitiva y consecuentemente realizada, es precisamente el con-
cepto de fin. Por eso este concepto nos es indispensable. No po-
demos borrarlo en modo alguno del conjunto de nuestros métodos