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Escritura, identidad e interculturalidad

En este artículo se abordan las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento desde el


horizonte de la escritura. El historial del problema lo encontramos en la Antigüedad,
pero sólo en la segunda mitad del siglo XX el tema obtuvo el interés merecido. La
filosofía y la lingüística, que se le acercaron por diferentes vías, fueron enriquecidas
por las investigaciones en psicología y neuropsicología; asimismo, un gran aporte
se hizo desde la enseñanza de redacción. El propósito de este trabajo no es sólo
confirmar la interdependencia entre el lenguaje y el pensamiento, sino también
resaltar la influencia de la escritura en la formación de ideas.
palabras clave: lenguaje, pensamiento, escritura, redacción.

De la escritura hacia el pensamiento

Tatiana N. Sorókina B.

ANUARIO DE INVESTIGACIÓN 2014 • UAM-XOCHIMILCO • MÉXICO


DEPARTAMENTO DE EDUCACIÓN Y COMUNICACIÓN • ISBN: 978-607-28-0587-3 • PP. 45-76
T
odavía en el siglo XX, la distinción entre el hombre y el resto del
mundo animal estaba determinada desde la noción del lenguaje.
Hoy existe una tendencia, sobre todo en las fronteras disciplinares,
a considerar que los animales también tienen un lenguaje y, además, cada
especie utiliza uno propio.1 Sin embargo, el lenguaje humano tiene una
categoría que es imposible atribuir al lenguaje de los animales, aunque las
teorías siempre asombran –en el sentido tanto positivo como negativo– por
su valor especulativo-hermenéutico y por sus conjeturas conceptuales. Esta
categoría es la palabra.2 Pese a que se reconoce que los animales sí poseen
lenguajes, en éste no puede ser identificado ningún elemento equivalente a
la palabra.
En la época en que surgió la conciencia lingüística, el principio comunicativo
fue trazado como definitorio. Por primera vez lo hizo Platón. El lenguaje,
según el filósofo, es un organum para que una persona comunique algo a otra.
Tal idea permea prácticamente todos los estudios sobre el lenguaje, por lo

1
Véase por ejemplo, la documentación del Departamento de Humanidades Biomédicas
de la Universidad de Navarra, donde se presenta un cuadro breve, pero elocuente, sobre la
problemática; así como investigaciones interdisciplinares en biosemiótica o zoosemiótica.
2
En mi opinión, la palabra puede ser considera una categoría específica que describe el
lenguaje humano (en contra de las señales, fonéticas o corporales de los animales). Por cuestiones
del espacio aquí sólo lo menciono.
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que la función comunicativa adquirió un papel primordial y se instaló en el


sentido común si no como la única, por lo menos como la primaria y la esencial.
Es cierto que el mundo, entendido en términos de grupos o comunidades,
inminentemente es un mundo socializado, y en la base de la comunicación
se encuentra lo que suele ser definido como lenguaje, independientemente
de la especie y de la manera de producirlo. Así, un artículo, publicado hace
casi dos siglos, el 14 de junio de 1838, en la revista madrileña El Panorama,
núm. 12, se refiere al lenguaje como un fenómeno compartido en su calidad
comunicativo-socializadora:

Si se entiende por lenguaje un medio de comunicar con facilidad los pensamientos,


es evidente que todo animal, que no vive absolutamente solitario, debe tener su
lenguaje. Si lenguaje quiere decir, colección de signos articulados, o más bien,
colección de articulaciones y de voz, se complica más la cuestión. Sin embargo,
pueden servir para resolverla las siguientes observaciones esenciales: 1. No
es necesario tener un alfabeto completo para poseer un lenguaje [...] 2. Poco
importa que las articulaciones o los sonidos sean producidos por el pulmón
o no, basta que sean orgánicos para que exista lenguaje. 3. Porque nosotros
no oigamos el ruido, los sonidos o algo de lo que se necesita para calificar su
diferencia, no debe creerse que no existan o que sean nulas sus diferencias. 4.
Nada indica que estos elementos de lenguaje que poseen los animales no puedan
perfeccionarse algún día; porque se sabe que se perfeccionan ya por sí mismos,
o ya por nuestros cuidados, y es probable que la mejora de ciertos sonidos e
ideas obrase en la del lenguaje.3 Es en este sentido que podemos hablar de la
existencia de un organum mediador de las relaciones comunicativas, donde el
término lenguaje es el más utilizado para definirlas.

En las teorías del siglo XX, auge de la disciplina lingüística, el aspecto


comunicativo-social sigue ocupando el primer plano. Así, Karl Bühler
(1879–1963) construye la tríade lingüística: expresión, apelación y representación

3
La ruta de la cita [http://www.filosofia.org/pcero.htm] hemeroteca 1830-1839 - El
lenguaje de los animales [http://www.filosofia.org/hem/183/ 1838g14.htm].

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de la escritura hacia el pensamiento

y entre todas las actividades verbales destaca la comunicatividad como una


“manifestación más rica en relaciones fundamentales del fenómeno verbal
concreto” (Bühler, 1950:44). Roman Jakobson (1985) también hace énfasis
en el aspecto comunicativo. Su clasificación de seis funciones del lenguaje
(emotiva, apelativa, referencial, poética, fática y metalingüística) proviene
precisamente del estudio de los actos de comunicación, que están constituidos
por el emisor, el receptor, el código y el canal (físico o psicológico). A su vez,
M.A.K. Halliday, cuyo modelo funcional se considera diferente a los demás,
también habla sobre las funciones del lenguaje (ideacional, interpersonal y
textual) a partir de los fenómenos sociales. El lenguaje, afirma, surge “en
el contexto total de la interacción entre un individuo y su entorno humano:
entre un individuo y otros individuos” (1982:19).
Tal realce del valor comunicativo del lenguaje –tanto por parte de los
especialistas, como a nivel general del sentido común– deriva, antes que
nada, de la práctica lingüística oral, donde este particular rasgo es declarado
si no el único, el principal. Sin embargo, la compleja esencia del lenguaje (del
verbo) también debe encaminarnos hacia otro cometido suyo: la operatividad
mental de la palabra.
En este trabajo dejaré de lado el problema ontológico del lenguaje y
haré hincapié en su función intelectual. Además, destacaré que la función
intelectual, sobre todo en el ambiente científico, es inherente al lenguaje
escrito (especialmente en su formato lineal alfabético) mientras que los actos
social-comunicativos se relacionan más con el lenguaje oral.

La oralidad y el alfabeto

Con la invención de la escritura fonético-alfabética, la cultura humana


adquirió una nueva tecnología de enunciación. Este artilugio lingüístico sucedió
a la oralidad4 que fue dada anatómicamente al ser humano.

4
En algunos casos se puede considerar que también sucedió a otros tipos de escritura: no
lineales o silábicas, diferentes en su concepción sígnica.

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Con eso quiero decir que las manifestaciones del lenguaje hablado y escrito,
pueden ser vistas como dos caras de la misma tecnología (verbal). No sólo
están conectadas entre sí, sino que también están diferenciadas: cada una tiene
su propio espacio, y ambas se encuentran en una relación de reciprocidad
compleja. “Es básico entender que oralidad no se opone en ningún modo a
escritura, sino que antes bien la complementa, como si ambas fueran las dos
caras de una misma moneda” (Signes, 2004:11).
Concibo esta tesis tomando en cuenta que el lenguaje5 es también una
herramienta específica o una tecnología de enunciación que surge en una etapa
remota. El lenguaje se convirtió en un elemento inherente y natural hasta
tal punto que la palabra fue considerada como un distintivo de la especie
humana, sin el cual sería imposible algún cambio significativo en el desarrollo
cultural del hombre.
Se puede suponer que el suceso verbal empezó a funcionar como un
conjunto de manifestaciones distintas y no fue representado únicamente por la
oralidad. Sin embargo, la idea del lenguaje resultó ser muy reducida, porque
fueron olvidados los factores que necesariamente le acompañan: mímica,
gestos y también los elementos gráficos simples (protográficos). Además,
el carácter dinámico del lenguaje oral y sus constantes transformaciones
(léxico-sintácticas, en primer lugar) son observables aun en un corto lapso.
La agilidad –en muchos sentidos– del habla contrasta con los lentos cambios
del lenguaje escrito. Probablemente, esta diferencia tuvo repercusiones
en la formación de las disciplinas del lenguaje.6 Como resultado, las dos
manifestaciones lingüísticas quedaron separadas. Con ello, el origen del
lenguaje en su totalidad se atribuyó exclusivamente a la voz mientras que
su desarrollo dio la aparición a la escritura y, particularmente, a la escritura
lineal fonético-alfabética.

5
Me refiero específicamente al lenguaje verbal (a la palabra) y no a los lenguajes de índoles
semióticas diferentes.
6
A diferencia de la verbalización oral, el inicio de la etapa escritural es más claro. Aquí
no me refiero exclusivamente a la escritura alfabética, más bien, a los inicios de la actividad
gráfico-simbólica relacionada con la expresión verbal.

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de la escritura hacia el pensamiento

En la actualidad, las dos manifestaciones (tecnologías) verbales, oral y


escrita, se consideran paralelas y a la vez fusionadas. El paralelismo apunta
a las diferencias genérico-estilísticas, y la fusión muestra la permeabilidad
de las fronteras entre el habla y la escritura. De la misma manera, el aspecto
comunicativo de la palabra revela divergencias o, más bien, dependencia
de la verbalización de sus usos contextuales. La palabra hablada tiene una
esfera de aplicación como, por ejemplo, los diálogos cotidianos, y la palabra
escrita se consume en los discursos académico-científicos con una fuerte
carga de las construcciones lógico-explicativas. Menciono de paso que el
lenguaje artístico-literario tiene un rol específico, pues en el mismo espacio
discursivo mezcla las manifestaciones del habla (bastante libres de la rigidez
normativa) con las expresiones escritas, es decir, especialmente elaboradas
(cultas). Los procesos mentales tienen presencia tanto en el lenguaje oral
como en el lenguaje escrito, pero en ambos, el funcionamiento y los factores
formal-estructurales se distinguen notoriamente.
La articulación fonética del pensamiento se realiza como una enunciación
lineal donde la linealidad está determinada por la trayectoria del tiempo
durante el cual se realiza la verbalización. Por el contrario, la construcción
escrita del pensamiento es atemporal y está definida o limitada por el espacio
físico (del papel o de la pantalla electrónica). La práctica de componer y fijar
textos, es decir, enunciaciones organizadas y largas, crea las condiciones para
una nueva forma de pensar, diferente en su proceder, formalizar y comunicar.
Los inicios de esta intelectualidad en forma escritural están marcados espe-
cíficamente por la expansión de la escritura fonético-alfabética.
Durante mucho tiempo fue considerado que su origen fue griego. Sin
embargo, como ya fue demostrado,7 los griegos adoptaron y desarrollaron el
sistema escritural de los fenicios. En el siglo IX a. de C se inició la propagación
de las culturas aramea y fenicia, que encontraron un lugar apto entre los

7
El trabajo de Signes Codoñer (2009), adelante citado, se acerca a esta problemática
también desde una recensión de bibliografía crítica, donde el autor discute sobre el origen del
alfabeto con varios autores.

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frigios, iberos, etruscos y griegos. El alfabeto fue para los fenicios una
herramienta para continuar y expandir su cultura; también para sobrevivir.
Signes Codoñer (2009), quien se ha ocupado del tema desde varias
perspectivas, argumenta en favor de la teoría fenicia del origen del alfabeto
y describe minuciosamente el proceso de difusión del alfabeto entre los
griegos. El autor menciona varias vías que sirvieron para la entrada de la
escritura a la cultura griega y destaca dos principales. Una fue por medio
de escuelas, donde se enseñaba y se aprendía la escritura. La otra fue una
propagación específica, a saber: mediante los escribas. Después de haber
analizado minuciosamente estos modelos para el caso de la Grecia arcaica,
Signes Codoñer llega a la hipótesis de que los griegos adaptaron la escritura
fenicia antes de que ésta fuera perfeccionada, de manera que “los griegos no
sólo aprendieran el alfabeto, sino que lo usaran en el marco de estas [inter-
étnicas - TS] comunidades plurilingüísticas de la mano de los fenicios con
los que compartían espacio y actividades” (Signes, 2009:303).
Como explica el autor, hay fundamentos serios para tal hipótesis. Es
conocido el hecho de que entre los siglos IX y VIII varias lenguas convivían y
establecían estrechas relaciones dentro de la misma comunidad griega donde
reinaba un ambiente plurilingüístico (de paso señalo que las comunidades
griegas en aquel entonces ni siquiera se llamaban así, tampoco existía el propio
concepto griego). Señala Signes Codoñer:

El aprendizaje y difusión del alfabeto entre los griegos podría haber tenido lugar
en una primera fase, a lo largo de dos, tres o incluso más generaciones, a través
de las comunidades fenicias con las que los griegos convivían y compartían
el espacio. Dicho de otro modo, el carácter binacional o políglota que la
interpretación tradicional atribuía al primer “inventor” del alfabeto, podría
extenderse a las primeras generaciones de usuarios griegos de la escritura, que
la habrían aprendido y transmitido de manos de los fenicios con los que vivían
y que eran portadores de los valores de una cultura superior (2009:305).

El alfabeto griego en realidad fue una versión evolucionada o perfeccionada


del alfabeto fenicio: los griegos introdujeron las vocales ausentes en la

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de la escritura hacia el pensamiento

escritura semítica. “La trascendencia de su innovación consistió en poder


designar, sin ambigüedades, cada sonido con un signo, y en el uso metódico
que hicieron con esas vocales, mientras que los semitas empleaban sus
indicadores de manera irregular y esporádica” (Prieto, 1999:48). Havelock
destaca este hecho, diciendo que con la invención de las vocales, los griegos
“proporcionaron por primera vez una representación visual del ruido
lingüístico que era a la vez económica y exhaustiva” (2008:97). El uso de la
escritura vocal-consonántica entre los griegos empieza a ser significativo a
partir del final del siglo VI.
Fue cuando las obras literarias –y los griegos fueron los primeros en este
campo–hicieron ver que la práctica de escribir estaba habilitada, y con su
crecimiento empezó a cambiarse la situación cultural. Los cambios en la
cultura son inherentes a los cambios de la esfera intelectual en general. Las
tragedias fueron entre las primeras que reflejaron “el debate que se produjo
por entonces en la sociedad ática en torno al uso de la escritura” (Signes,
2004:55). Con el tiempo, las cavilaciones sobre el lenguaje escrito y su utilidad
fueron llevadas al nivel filosófico. A partir de la escritura surge lo que se
puede definir como conciencia lingüística, y el lenguaje empieza a tratarse
en términos de categorías universales.8
En este proceso, las deliberaciones filosóficas de los presocráticos condu-
jeron a una división de opiniones sobre el lenguaje. Parménides, Pitágoras
y sus seguidores sostuvieron que a cada cosa le correspondía directa y
naturalmente un nombre único y verdadero. Esta visión fue nombrada como
naturalista o esencialista. La visión contraria, la convencionalista, se basó en
las prácticas verbales diarias y concretas. Los sofistas, quienes se opusieron
a los naturalistas, afirmaron que los nombres y el lenguaje en general por
naturaleza son arbitrarios y que la relación entre las cosas y sus nombres es
convencional: ninguna palabra se ajusta mejor que otra a la realidad, ya que
la función del lenguaje no es desvelar verdad sino persuadir al interlocutor

En este sentido se puede hablar de la época clásica griega como originaria de la lingüística,
8

que surge como una rama disciplinaria a finales del siglo XIX.

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provocándole cierto tipo de sensaciones (De la Cruz, 2002). La perspectiva


convencionalista presentó el lenguaje como un fenómeno dependiente de
los acuerdos y de las tradiciones verbales y además, susceptible al error
humano. A pesar de la diferencia, ambas corrientes reconocieron el valor de
la palabra. Aquí quiero enfatizar que las discusiones sobre el papel específico
del lenguaje se referían a los discursos hablados, retóricos, en primer lugar;
de hecho, la propia retórica se entendía, se estudiaba y se enseñaba en y para
un contexto oral.
Platón, quien nutría sus ideas de la crítica a los sofistas, negó el valor
existencial de la escritura. Sin embargo, fue la palabra escrita la que apareció
en sus razonamientos. Es obvio que en este periodo, la escritura ya había
empezado a difundirse ampliamente, “amenazando” a la estructura mental
tradicional.
En los diálogos Crátilo y Fedro, Platón menciona frecuentemente los
vocablos como letras y sílabas y hace múltiples referencias a la escritura.
Ironiza sobre el artesano de los nombres diciendo que éste “es capaz de aplicar
su forma tanto a las letras como a las sílabas” (390d); muestra su desprecio a
las letras: “nada importa que sean unas u otras la letras que expresan el mismo
significado” (393d) o “...con que puede que halláramos otros muchos nombres
que difieren en sílabas y letras, pero dicen lo mismo” (394b). Platón llena las
réplicas de Sócrates con términos lingüísticos, particularmente en Crátilo, un
diálogo donde el tema del lenguaje se hace visible. Aunque el propio término
lenguaje se usa un par de veces, se puede observar que las palabras asociadas
con el lenguaje se repiten en muchas ocasiones. Por ejemplo, el vocablo
palabra se utiliza alrededor de veinte veces; la palabra significado, alrededor
de diez veces, y el término más frecuente es letra(s), que encontramos más
de cuarenta veces. Si bien el lenguaje es sólo un pretexto para expresar su
doctrina, se resalta la escritura, aunque acaso de manera sobreentendida.
Resumo lo que Ong describe sobre la opinión de Platón:

La escritura, según Platón hace decir a Sócrates en el Fedro, es inhumana [...] es


un objeto manufacturado [...] la escritura destruye la memoria [...] debilita el

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de la escritura hacia el pensamiento

pensamiento [...] un texto escrito no produce respuestas [...] la palabra escrita no


puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada natural (1987:82).

El hecho de que Platón expresara el pensamiento de Sócrates y el propio


utilizando precisamente el lenguaje escrito muestra que este último ya había
adquirido difusión y valor cultural. Como sostiene Ong, “el pensamiento
filosóficamente analítico de Platón, como se ha visto (Havelock), incluso
su crítica a la escritura, fue posible sólo debido a los efectos que la escritura
comenzaba a surtir sobre los proceso mentales” (1987:83).
Si los poemas de Homero, en palabras de Havelock, muestran “alguna
trabazón entre la oralidad y la escritura” (2008:36), los textos de su sucesor
Hesíodo exponen no sólo “la intervención del ojo lector con una finalidad
más sofisticada” (2008:37), sino también rasgos prioritariamente textuales.
“En la historia de la palabra escrita griega el primer texto compuesto en su
totalidad como texto quizá sea del de Hesíodo, a pesar del hecho de que su
lenguaje es esencialmente homérico y mantiene el carácter formulario del
verso conservado oralmente” (2008:21). Parece que los griegos Homero y
Hesíodo estuvieron entre los primeros consumidores famosos de la escritura
alfabética que, de esta manera, inició su amplia circulación más tarde, en
los siglos VIII-VII. Fue precisamente a Platón a quien se le identificó como
una figura histórica trascendental en la conquista del alfabeto en el mundo
occidental entero.
A pesar de que no pensó el lenguaje como una pieza esencial de su doctrina
filosófica, Platón emprendió la formación de un tipo discursivo nuevo. En
sus diálogos acudió a una forma y estructura que hoy definimos como texto.
Las obras de Homero y Hesíodo todavía transfieren el lenguaje hablado al
formato escrito, pero los diálogos de Platón muestran reelaboración de este
lenguaje. El lenguaje tradicional de la epopeya y de la tragedia, que contenía
muchos elementos del lenguaje oral, fue sustituido por un lenguaje del
análisis teórico (Havelock, 2008:39) o, más bien, transformado y ajustado
para expresar razonamientos de manera específica. Al mismo tiempo, este
lenguaje de abstracciones y conceptos, “en el cual se pudieran expresar todos

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los sistemas filosóficos futuros” (2008: 23), empezó a formar una esfera espe-
cífica de reflexión y conocimiento, a saber: la científica.

La escritura y la ciencia lingüística

El modelo de pensar teórico, racional o científico empieza a moldearse en la


Antigüedad cuando los griegos adoptaron la escritura fonético-alfabética de
los fenicios. La nueva cultura del rigor y precisión en el saber coincidió9 con
el periodo de un enfrentamiento entre dos ideologías ontológicas. Los sofistas
consideraban cualquier conocimiento desde una percepción individualizada
y, por lo tanto relativa; por otra parte, los pensadores como Sócrates y Platón
(posteriormente, también Aristóteles) tomaron el principio universalista en la
explicación del mundo y priorizaron especulaciones (mentales) independientes
de la experiencia sensitiva concreta.10 La exigencia de las abstracciones (formas
e ideas) en el campo del conocimiento no pudo haber sido sino reflejada en
un lenguaje sui géneris.
Este lenguaje, a su vez, sólo se puede relacionar con la escritura fonético-
alfabética. La linealidad de este tipo de escritura correspondió plenamente a
la claridad lógica de las explicaciones, argumentaciones, demostraciones que
exigían los filósofos clásicos. Se puede suponer que el orden y la organización,
que proveía la escritura fonética a las peroratas epistemológicas, creaba una
mayor confianza intelectual que las dilucidaciones hechas desde el mundo
perceptivo y oral que siempre es inestable, temporal, alterable, situacional
e inseguro. No es de extrañar, entonces, que en el tejido de los conceptos y
teorizaciones, el valor de la palabra escrita (“verdadera”, linealmente orde-
nada, lógica y estandarizada) superara por mucho la credibilidad de la palabra
hablada y finalmente se adoptara su uso para el saber científico.

9
Más aún, diría que surgió en ese periodo.
10
Probablemente con ellos, el pensar y el pensamiento habían adquirido la autonomía
fenomenológica que ha llegado hasta nuestros días.

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de la escritura hacia el pensamiento

Se reconoce ampliamente que la escritura fonético-alfabética revolucionó


el pensamiento universal (y también universalista) y determinó el camino del
desarrollo cultural, si no de todo el mundo, definitivamente de una gran parte
de éste. Sin embargo, los viejos patrones, establecidos en los estudios sobre
la relación entre la palabra escrita y el pensamiento, todavía tienen bastante
fuerza para que la tendencia a separarlo siga existiendo.
El convencimiento de que el lenguaje es sólo una forma del pensamiento
todavía es frecuente, sobre todo en los círculos filosóficos, como fue
mencionado en páginas anteriores. Ello a pesar de que se acepta que “la
esencia y la materia no son diferentes” (Luhmann, 2002:6). Los dos se
construyen en el mismo orden,11 y la formulación (la formalización) coincide
con el discernimiento intelectual. Surge entonces una pregunta: ¿por qué
aún no es comprendida ni asumida la reciprocidad entre ambos y no sólo su
correspondencia?12
Para responder a esta pregunta –por lo menos, en parte– es necesario
recordar la influencia de las teorías lingüísticas que habían evadido la
especificidad de la escritura. La resonancia, sobre todo metodológica, que
la lingüística tuvo en muchas disciplinas, determinó la larga subsistencia
de los puntos de vista tradicionales. En estas condiciones, la propia visión
(metafísica y positivista) sobre el lenguaje se volvió cerrada y conservadora.
El lenguaje, entonces, se había concebido como un sistema reglamentado y
sigue siendo visto como un sistema uniforme.
La homogeneidad de tal construcción fenomenológica fue lograda a
costa del reduccionismo. En ninguno de los niveles (fonológico, gramatical,
sintáctico o semántico) se atiende el problema de las formas y estructuras
lingüísticas escriturales; más aún, no se precisa con claridad el estado verbal,
hablado o escrito,13 y se da por entendido que se trata del lenguaje hablado

11
Este orden podría ser denominado intelectual-enunciativo o enunciativo-intelectual.
12
Aquí se trata específicamente del pensamiento lógico-racional o científico y de los textos
de índole “intelectual”.
13
Resulta que la escritura con su especificidad no tiene cabida en ninguno de estos niveles;
sin embargo, la propia codificación de los fonemas está basada en la simbología escritural.

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al referirse al lenguaje en general y a su análisis. En la ciencia lingüística, la


escritura y el habla fueron separadas y desligadas deliberadamente.
Para construir una teoría de la lingüística general (o universal) se consideró
irrelevante incluir el análisis del lenguaje escrito como una formación sui
géneris, además, subordinada a la articulación oral. Desde las primeras páginas
del Curso de lingüística general se establece una distancia entre la lengua y la
escritura.14 Saussure explica que la función de la escritura es hacer perceptible
la lengua (oral): “Los signos de la lengua son, por decirlo así, tangibles; la
escritura puede fijarlos en imágenes convencionales” (1986:42). Asimismo
Saussure traza las distinciones entre la oralidad y la escritura denominando a
la primera como lengua; la segunda pertenece a otro tipo de fenómenos, pero
no precisa a cuáles. Retoma esta idea en otros pasajes del Curso diciendo que
“la lengua es independiente de la escritura” (1986:52) o que la escritura por
sí misma es extraña al sistema interno del lenguaje (1986:51). No cabe duda
que Saussure concibe la escritura como un conjunto específico de signos, pero
al mismo tiempo la ve como un recurso auxiliar y subordinado a la oralidad
identificada y definida como lenguaje.
Tal consideración es comprensible desde una perspectiva histórica. Las
observaciones rigurosas sobre el fenómeno verbal empezaron con la filología,
cuyo material de análisis fueron los vestigios de escritura de distintos tipos
y manufacturados en materiales y con instrumentos diferentes. Las lenguas
plasmadas en estos documentos estudiados ya habían desaparecido, por lo
que la tarea de los filólogos fue decodificarlos y traducirlos a las lenguas vivas.
El análisis de estas últimas no interesaba a los filólogos;15 los lingüistas, en
cambio, tomaron las lenguas vivas como su objeto de estudio. La escritura sin
ser eliminada por completo se quedó fuera de los estudios; no fue rechazada
abiertamente como un hecho lingüístico, simplemente no se consideró en los

14
Como si la escritura no perteneciera a la práctica verbal junto con el habla.
15
En la escuela rusa, muy influyente en su época, la disciplina filológica se entiende de
manera más amplia, puesto que se incluyen los estudios tanto históricos como sincrónicos, y
el material de análisis incorpora diferentes estilos y géneros discursivos. De esta manera, la
filología comprende dos campos de conocimiento: el lingüístico y el literario.

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análisis sistémicos. Como consecuencia, la construcción del sistema lingüístico,


por un lado, universalizó la noción del lenguaje pero, por otro, lo redujo al
formato oral.
La escritura, que de hecho nunca se había definido con claridad, fue
desplazada por el habla como un elemento verbal subordinado al habla y de
menor importancia para la lingüística. “Lengua y escritura son dos sistemas
de signos distintos; la única [sic] razón de ser del segundo es la de representar
al primero” (Saussure, 1986:51). “La lengua evoluciona sin cesar, mientras
que la escritura tiende a quedar inmutable” (1986:54); o expone su juicio:
“La escritura vela y empaña la vida de la lengua” (1986:56-57). La opinión
de Saussure, como se puede notar, no defiere mucho del (antiguo) juicio
platónico.
La lingüística se construyó bajo una lógica lineal y distributiva de ele-
mentos dentro de un sistema homogéneo. Esto condujo a que el propio
concepto del lenguaje tuviera varios vacíos conceptuales. Antes que nada, la
tríade saussuriana (lenguaje/lengua/habla) no está del todo clara, tampoco
las relaciones oposicionales que forman: la lengua y el habla, el lenguaje y
la lengua y, finalmente, el lenguaje y el habla. Con la exclusión de la forma
escrita tales dicotomías pierden sentido. La aclaración de que la lengua debe
entenderse como un fenómeno particular (español, ruso, árabe o japonés)
no dilucida nada, porque cualquier lengua tiene tanto la manifestación oral
como escrita. La privación de la expresión escrita en los estudios lingüísticos
no sólo limita la comprensión de la materia verbal, sino también conduce a
confusiones conceptuales,16 las mismas de que fueron acusados los filólogos.
El intento de crear una teoría lingüística sistémica y uniforme resultó
inevitablemente parcial, y esto se ha revelado en las últimas décadas del siglo
pasado. Basta recordar la creación de varias disciplinas cuyo objeto verbal

Es curioso que los fonemas, con su simbolización de los rasgos distintivos de sonidos,
16

en sí mismos son inscripciones: unas variantes gráficas de letras; asimismo, la codificación


sintáctica también se basa en la escritura. En general, la ciencia gramático-morfológica como
tal no hubiera podido desarrollarse sin la escritura (los textos).

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fue extendido. Así surgen la lingüística (la gramática) del texto o la teoría
y el análisis del discurso al igual que otras disciplinas afines, todas con una
orientación hacia el lenguaje escrito. Junto con esto, la relación entre la palabra
pronunciada y la escrita empezó a presentarse como “un tema central que define
el modo de hacer teoría lingüística y el modo de ver el proceso de adquisición
tanto del lenguaje oral como de la lengua escrita”17 (Ferreiro, 2002:9).
Con todo, la trascendencia de la escritura, particularmente desde la
perspectiva intelectual, aún no se ha explorado suficientemente. La propia
complejidad del fenómeno verbal que involucra múltiples factores, incluso
fuera del sistema tradicional lingüístico, es un perfecto móvil para que el
conocimiento sobre el lenguaje se explore y se profundice desde enfoques
nuevos.

Los estudios psicológicos y neuropsicológicos:


la generalización y el significado

En la realidad presente, donde la escritura fonético-alfabética es intrínseca


a muchas culturas dominantes, el problema del lenguaje, el pensamiento
y su relación continúa sin resolverse. Frecuentemente en los círculos de
lingüistas, el pensamiento se define como lenguaje sin sonido, lo que apunta
a una similitud fundamental entre ellos. Tampoco es escasa la opinión
contraria, primordialmente entre los filósofos: el pensamiento no concierne
a la realidad materializada ni sensitiva, por lo que las ideas y las palabras
pertenecen a mundos diferentes y autónomos. El problema aquí va más allá
de la complejidad de los conceptos del lenguaje y del pensamiento.
No es difícil notar que por lo regular ambos fenómenos son interpretados
in abstracto. Tanto el concepto del lenguaje como el pensamiento se conciben
desde un horizonte de metafísica y de formas platónicas. Las teorizaciones
traducen las actividades intelectuales y verbales –cada una como una práctica

17
Es obvio que esta oposición entre el lenguaje (oral) y la lengua (escrita) no es pertinente.

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de la escritura hacia el pensamiento

heterogénea, compleja y dinámica– en dos sistemas independientes y con un


orden establecido. Tal visión, que por cierto define su metodología, prescribe
inevitablemente el universalismo y, por tanto, el principio reduccionista en la
comprensión de qué es el pensamiento y el lenguaje.
Hubo un avance significativo cuando las disciplinas psicológicas empe-
zaron a formarse y adquirir un estatuto importante para la epistemología
contemporánea. En esta etapa, el multisecular debate tomó rumbos diferentes.
Esto se manifestó, antes que nada, en la aplicación del método experimental –en
muchos casos convertido en el básico o único– a los estudios fenomenológicos.
A su vez, el anteriormente dominante principio asociativo, que eludía la lógica
y el razonamiento, fue sustituido por el registro estructural.
Sin embargo, el pensamiento aún se entendía como un acto exclusivamente
mental (no material), y su relación con el lenguaje se veía como un proceso
de transformación de ideas, puras y preexistentes, en formas lingüísticas,
también ideales y predeterminadas. Fue una visión muy similar a la teoría
de la reminiscencia de la doctrina cognoscitiva platónica.
Entre las décadas de 1930 y 1950, los círculos lingüísticos de Courtenay
y Bloomfield dieron pasos trascendentales en los estudios sobre la forma-
ción discursiva. Paralelamente y en respuesta a ellos, el lingüista y psicólogo
Vygotsky contribuyó significativamente a este tema. Sus trabajos, impres-
cindibles para la teoría del pensamiento verbal contemporáneo, son
considerados entre los primeros (si no los primeros) donde se revela teórica
y empíricamente la relación entre ideas y sus expresiones verbales.
Vygotsky retomó de la lingüística una de sus nociones centrales que es
el significado. En torno al significado, se dieron discusiones que oscilaban
entre un representamen de signo (Peirce), o un contenido de la forma acústica
originalmente arbitraria (Saussure), o un correlato mental necesario del
significante (Benveniste), entre otras. Vygotsky consideró que, a pesar de esta
gama de definiciones tan amplia, la interpretación del concepto significado se
hizo totalmente hermética.
En contra de la idea de significado como algo dado y “estático”, Vygotsky
(1996) propuso desentrañarlo desde una perspectiva dialéctica como un
proceso. Tal visión permitió observar al significado como algo dinámico

60
tatiana n. sorókina b.

y abrió las posibilidades para transitar entre dos mundos: el lenguaje y el


pensamiento. El significado resultó ser un elemento (o un denominador)
común, que permitió reflexionar sobre el lenguaje y el pensamiento dentro
del mismo sistema y con criterios de análisis, comparación y clasificación
similares. Vygotsky estableció que todas las definiciones de significado tenían
un rasgo común. Asequible a nivel lógico-teórico, este rasgo estaba presente
implícitamente no sólo en las definiciones, también en dos mundos, el ideal
(del pensamiento) y el material (del lenguaje). Este atributo común era la
generalización (obobshenie en ruso).
La generalización, un procedimiento de la significación, se basa en las
correlaciones entre los objetos, cuyo resultado se muestra en las agrupaciones
o, en otras palabras, sistematizaciones de tipos y clases. Tal jerarquización,
observó Vygotsky, únicamente es realizable mediante el lenguaje verbal, en el
que una palabra corresponde a un grupo de objetos, y no a una cosa concreta
y única. De esta manera, el significado como producto de generalización
resulta ser un hecho tanto lingüístico como intelectivo.
Aquí Vygotsky coincide con Sapir, su contemporáneo, quien explica,
aunque con una lógica distinta, el acto de generalizar desde una perspectiva
pragmático-comunicativa:

El mundo de nuestras experiencias necesita ser simplificado y generalizado


enormemente para que sea posible llevar a cabo un inventario simbólico de todas
nuestras experiencias de cosas y relaciones; y ese inventario es indispensable si
queremos comunicar ideas. Los elementos del lenguaje, los símbolos rotuladores
de nuestras experiencias tienen que asociarse, pues, con grupos enteros, con clases
bien definidas de experiencia, y no propiamente con las experiencias aisladas en
sí mismas (Sapir, 1954:18).

Los elementos lingüísticos, dice Sapir, no son símbolos de una percepción


individual, sino “una cómoda envoltura de pensamientos, en la cual están
encerradas miles de experiencias distintas” (1954:19). Para Sapir, el lenguaje18

18
Sapir entiende el lenguaje sólo desde su materialidad auditiva: “El lenguaje es, primor-
dialmente, un sistema auditivo de símbolos” (1954:24), por lo que la escritura es vista totalmente

61
de la escritura hacia el pensamiento

y el pensamiento forman un mismo hecho, porque no se puede pensar ni


razonar omitiendo las palabras (1954:22). Una postura similar encontramos
en Vygotsky (1996), quien defiende la estrecha relación entre el pensamiento
y el lenguaje: las ideas, explica, se realizan en las palabras.19
No todos los especialistas concordaron con estas opiniones, incluso
hasta hoy en día. El predominio del método analítico (formal y estructural)
condujo a la separación y disgregación de los elementos constitutivos internos
del sistema lingüístico y, a la vez, de un todo del complejo acontecimiento
verbal que incluye componentes extralingüísticos. Con ello, los ámbitos del
lenguaje –la comunicativa y la intelectual– se atribuyeron a sistemas de análisis
diferentes e independientes.
Vygotsky anunció que el análisis, cuyo resultado conduce a la pérdida
de las cualidades de un todo, se parece más a su desmembramiento. Criticó
tal procedimiento y, además, hizo notar que este método fue propagado en
nombre de la ciencia. Promulgó otro método, también analítico, que suplantó
la propensión de descubrir elementos primarios e indivisibles (minimum
minimorum) por la búsqueda de las entidades que poseyeran las características
fundamentales de un todo. Las unidades de Vygotsky conservan rasgos
distintivos de un todo, por lo que incluyen los elementos del lenguaje y del
pensamiento. Precisamente desde la perspectiva de este último, el lenguaje
es considerado como un sistema complejo, donde la función intelectual se
visualiza verbalmente.
En los estudios del círculo de Vygotsky se descubrió que la aptitud
lingüístico-intelectual se caracteriza por dos formas. Una está en la fase
intuitiva (instintiva) y, la otra, en la fase consciente del empleo de la palabra.
La primera fue denominada como la conciencia instintiva, aquella práctica en

subordinada a la oralidad: “el lenguaje escrito equivale, punto por punto, a ese modo inicial que
es el lenguaje hablado, Las formas escritas son símbolos secundarios de las habladas –símbolos
de símbolos–” (1954:26).
19
Esta afirmación también es cierta en la dirección inversa, es decir, las palabras realizan
las ideas y no simplemente le dan forma al pensamiento.

62
tatiana n. sorókina b.

la que predominan la percepción, las sensaciones y los afectos concretos. Los


científicos subrayaron que el acto verbal intuitivo no puede ser referido a la
generalización, tampoco a la comprensión o comunicación; más bien puede
ser comparado con el contagio o la imitación involuntaria. Por el contrario,
la conciencia verbal desarrollada se despliega como práctica de creación de
sentidos y significados o, en otras palabras, de las nociones lingüísticas
generalizadas a partir de los objetos concretos de la realidad. La conclusión
de los psicólogos del lenguaje fue que el proceso intelectual se consuma en
la presencia de la conciencia verbal desarrollada mediante el deliberado acto de
nombrar o crear significados, en el cual, de nuevo, la palabra y el pensamiento
actúan conjuntamente.
Las ideas se crean y se emiten para ser compartidas. Afirma Sapir, par-
tiendo de la pragmática comunicativa (social), que la experiencia lingüís-tica
individual y aislada es incomunicable; “para que sea comunicada, necesita
relacionarse con una categoría que la comunidad acepte tácitamente como
una identidad” (1954:6). Una de estas categorías –tal vez, la más eficaz
en la relación entre el lenguaje y el pensamiento– es la del significado. Sin
embargo, la mirada de Sapir (diría fenomenológica, aunque desde un enfoque
social-comunicativo) no le permitió esclarecer la relación entre el lenguaje
y el pensamiento. Ello se hizo posible desde la perspectiva (la metodología)
psicológico-social.
Las exploraciones de las estructuras psicológicas, encabezadas por
Vygotsky y Luria, condujeron a una nueva consideración sobre el concepto
del significado. Revelaron el carácter dinámico de los signos y los significados.
Así, las palabras, afirmaron, no poseen significados, sino que éstos se
adquieren en el proceso de aprendizaje. Esta fue una tesis contraria a la del
significado como un fenómeno estático (in se y per se) impuesto por el modo
metafísico de observar y analizar, que obstruyó, según los psicólogos rusos,
las investigaciones sobre el problema de la relación entre el lenguaje y el
pensamiento. Para comprender este dinamismo sígnico, fue necesario sustituir
el análisis tradicional por el análisis de unidades, brevemente descrito en las
páginas anteriores.

63
de la escritura hacia el pensamiento

Con A.R. Luria se abrió una perspectiva diferente en los estudios sobre el
lenguaje y el pensamiento. La neurolingüística, que reúne los conocimientos de
psicología, neurología y lingüística, dio nuevas posibilidades metodológicas20
para las pesquisas teóricas y prácticas. Particularmente, Luria prestó especial
atención a la lectura y la escritura21 considerándolas las más complejas de los
procesos mentales.
Luria afirmó (2002) que la construcción de los discursos escritos, a
diferencia de los orales, se manifiesta desde un principio como un acto
consciente.22 El lenguaje oral empieza a desarrollarse de manera imitativa
e inconsciente: el sentido no está separado del sonido y se percibe como
una sola cosa, simple e indivisible. Si la adquisición del habla no solicita
procedimientos intelectuales analíticos, puesto que los sonidos discretos o los
conjuntos sonoros no están “adheridos” al sentido, por el contrario, el proceso
de escribir empieza con las operaciones de análisis: separación entre el sonido
y el sentido, correlación de la forma (el sonido) y el contenido (el sentido),
el aprendizaje gráfico, etcétera. La variedad y cantidad de las operaciones
independientes muestran el carácter psicológico e intelectual complejo de
la escritura.23 Los análisis comparativos de la percepción consciente y del
pensamiento demostraron su íntima vinculación con el lenguaje escrito en
primer lugar.
En la actualidad, el problema de la relación pensamiento-lenguaje (o
lenguaje-pensamiento) debe ser visto desde un paradigma diferente, desde
lo complejo. Lo nuevo y, al mismo tiempo, inextricable del método nuevo
(complejo) reside en admitirla la presencia de controversias, conflictos o,
incluso, antagonismos y en aceptar que el lema tertium non datur no funciona

20
Luria consideró la neurolingüística un nuevo método de análisis, que hoy en día
llamaríamos interdisciplinar.
21
Al igual que a las matemáticas.
22
También Luria subraya que, en un principio, el lenguaje escrito carece del carácter
comunicativo. Es un postulado importante para este trabajo.
23
En una etapa avanzada la escritura se automatiza, se convierte en una habilidad, empieza a
manifestarse de manera inconsciente y, finalmente, sin pensar cada uno de los pasos por separado.

64
tatiana n. sorókina b.

en los sistemas complejos. La relación entre el lenguaje y el pensamiento


vista desde este paradigma permite interpretarla como una relación donde
las palabras y las ideas se fusionan en un fenómeno heterogéneo y dinámico.
Debido a lo anterior, se abre una perspectiva para observar el pensamiento en
dos términos: de la oralidad o de la escritura, es decir, considerar la existencia
de dos tipos de pensamiento,24 oral y escrito.

Escribir-pensar y De Beaugrande

Robert de Beaugrande combinó la práctica docente con la investigación


para ahondar en el problema de las relaciones entre el pensamiento y la
escritura. Aquí me acerco únicamente a un artículo suyo llamado “Escritura y
pensamiento” (1987). Aunque breve, este texto sigue nutriendo las reflexiones
teóricas y la experiencia de la enseñanza. A pesar de que apareció hace tiempo,
sus tesis principales siguen en vigor, y sus sugerencias teórico-didácticas no
han perdido el valor. Sin pretender analizarlo detalladamente, expongo lo que
me parece más importante y, al mismo tiempo, comento algunas tesis suyas
que pueden ser revisadas.
En la parte introductoria (“Problemas para la investigación”), De
Beaugrande da un panorama poco alentador de la situación. Por un lado, se
manifiesta poca preocupación e interés de los investigadores, particularmente
de los Estados Unidos: “El concepto de pensamiento fue durante varias
décadas totalmente excluido de la psicología” (1987:9). Por otro lado, a pesar
de que algunas corrientes psicológicas exploraron este concepto –y, además,
bajo la luz de la escritura– como algo que hace observable el pensamiento,
no se crearon modelos explicativos de cómo se relacionan las dos actividades:
“Nadie puede decir precisamente cuántos tipos de actividades se incluyen
en el acto de pensar que realizan los escritores” (1987:14). Respecto a los
estudios lingüísticos, sus metas de estudiar el lenguaje hicieron a un lado el

24
No hay que olvidar que la distinción se basa en los elementos de similitud.

65
de la escritura hacia el pensamiento

pensamiento o lo trataron como una forma más de usar el lenguaje, por lo


que De Beaugrande concluye: “Simplemente se nos dice que el lenguaje de
alguna forma impone orden en los proceso del pensamiento [...] Además, los
lingüistas estadounidenses no tienen la costumbre de realizar experimentos
para probar sus afirmaciones” (1987:16).
En la segunda parte (“Nuevas perspectivas”), De Beaugrande se ocupa de
este tema, polémico en sus propias palabras, y lo hace desde una pragmática
funcional afín a su campo docente. De Beaugrande describe algo que es
conocido por él mismo y por los demás profesores que enseñan a escribir o
redactar:

Dado que he pensado y escrito bastante acerca de la escritura, también he notado


un aumento constante en mi propia conciencia de cómo yo pienso y escribo.
Después de haber formulado algunas estrategias para la escritura, encuentro que
yo mismo estoy en mayor capacidad de tomar decisiones [es decir, pensar – TS]
a medida que escribo (1987:19).

Uno de los grandes méritos de su investigación es el establecimiento de


vínculos reales y tangibles entre el pensamiento y la escritura. Otro más es
la proyección hacia el aspecto intelectual en lugar de la preponderancia de la
función comunicativa. Además es importante que las pesquisas teóricas están
relacionadas directamente con el problema pragmático –de índole cultura,
diría–, es decir, con la aplicación de este conocimiento a la enseñanza del
pensamiento y la escritura (escribir-pensar) en la escuela superior.
La actitud objetiva frente al problema prevalece en el texto de De
Beaugrande, quien propone las tesis sencillas como inicio de su argumentación:

1. La escritura y el pensamiento no están relacionadas en absoluto


2. La escritura y el pensamiento son la misma cosa
3. El pensamiento influye sobre la escritura
4. La escritura influye sobre el pensamiento

66
tatiana n. sorókina b.

Afirma que no es partidario de ninguna de estas tesis, pues considera que


ninguna es satisfactoria: “Las dos primeras, las extremas, presuponen que la
escritura no es una actividad apropiada para la educación humana. Las dos
últimas, las intermedias, sugieren lo contrario, pero dicen muy poco acerca
de cómo ciertos enfoques para la enseñanza de la escritura pueden involucrar
el potencial del pensamiento” (1987:19).
Sin embargo, a lo largo del texto se revela su inclinación hacia la última
tesis.25 En varias ocasiones lo reitera: “la escritura mejora el pensamiento”
(1987:19), “la oportunidad de reescribir es también una oportunidad de
repensar” (1987:21), “la escritura como un acto de formar y especificar
nuestros pensamientos” (1987:21), “la formación y especificación de pensa-
mientos como un proceso que interactúa con la formación y la especificación
de textos” (1987: 24), “el pensamiento aparece en forma de lenguaje desde
el momento mismo de su activación” (1987:26), “la escritura permite a la
mente experimentar con sus pensamientos” (1987:29). Además, el autor
asocia la noción de la creatividad con la escritura antes que con cualquier
otra actividad. Aunque esta aseveración se hace de manera cautelosa: “Según
creo, esta oportunidad para la creatividad está por lo menos disponible en
todos los actos de escritura” (1987:29). Al mismo tiempo, De Beaugrande no
abunda en la argumentación ni en la ejemplificación en favor de la tercera tesis
(El pensamiento influye sobre la escritura). En el artículo sólo encontramos
una cita: “Los cimientos cambiantes del proceso del pensamiento pueden
causar una ansiedad que conduzca a un ‘bloqueo’ para el escritor” (1987:22)
referida a la relación pensamiento-escritura. De ahí se puede concluir que
para De Beaugrande fue más importante demostrar el efecto de la escritura
sobre el pensamiento que lo contrario. Pese a lo anterior, De Beaugrande
sigue manteniendo la antigua idea: primero fue el pensamiento y después
la escritura. Es cierto, pero sólo si el pensamiento se comprende desde la

25
Cabe señalar que su perspectiva pragmática en este problema tiene influencias de la
psicología, aunque no específicamente de los investigadores rusos, cuyos nombres aparecieron
en las páginas anteriores.

67
de la escritura hacia el pensamiento

metafísica, en abstracto o al estilo sofista. Algo semejante se puede encontrar


en la aseveración de que primero nació el hombre y después su pensamiento.
Si nos acercamos al concepto de pensamiento desde una perspectiva
funcional o pragmática, éste adquirirá otro sentido, más concreto, flexible y
dinámico. El fenómeno de pensar podría ser entendido, entonces, como un
proceso cuyas fases lo hacen distinto: el pensamiento (o no) de los bebés, el
pensamiento de los adultos, el pensamiento de los adultos letrados o iletrados,
el pensamiento oral o escrito. Esta perspectiva permite estudiar el pensamiento
y el fenómeno que lo originó como un concepto y un hecho complejos.
En la primera parte del artículo, De Beaugrande sentenció la lingüística
por haber prescindido del tema sobre la relación entre el lenguaje y el
pensamiento. Hace notar que –a pesar de que Sapir promovió idea de la
unión entre el lenguaje y el pensamiento y de que Hjelmslev consideró el
lenguaje como base de la consciencia y del pensamiento–, los lingüistas no
se interesaron en el tema. La causa, explica, se debe a que “los lingüistas
han encontrado que es más difícil estudiar el significado del lenguaje que
los sonidos” (1987:15).
La lingüística prefirió no ocuparse del significado ni del pensamiento,
por la misma razón la escritura quedó excluida del campo de su exploración.
“La mayor parte de los estudios de la escritura simplemente medían las
proporciones de opciones lingüísticas y gramaticales” (1987:16) y esta
investigación –explica De Beaugrande– era popular, “porque podía hacerse
con los términos familiares para la lingüística” (1987:16).
De Beaugrande razona que el pensamiento no debe ser ignorado ni
tratado como una forma del uso del lenguaje y, por otro lado, pretende aclarar
“cómo se puede proceder” en el análisis de la relación entre el lenguaje,
especialmente escrito, y el pensamiento. Considera que la psicología puede
aportar muchos elementos para este análisis, puesto que “ha llegado a un
punto donde los estudios que involucran la escritura y el pensamiento son
ya admisibles” (1987:14).26 De Beaugrande centra su interés en la escritura,

Los trabajos de Vygotsky o de Luria no encontraron reflejo en las reflexiones de De


26

Beaugrande.

68
tatiana n. sorókina b.

cuyas enseñanzas considera trascendentales, porque “pueden involucrar el


potencial del pensamiento” (1987:19). En efecto, la propia labor docente y
la observación analítica sobre la adquisición de la habilidad escritora dieron
gran impulso para una reflexión teórica.
A grandes rasgos, De Beaugrande niega identificar el concepto del
lenguaje en términos del pensamiento. Afirma que “decir que el lenguaje
y el pensamiento son la misma cosa tiene desventajas notables” (1987:17),
porque el pensamiento, según este autor, no siempre se realiza completamente
a través del lenguaje (1987:17). Sin embargo, en ninguna parte describe ni
menciona las modalidades no verbales del pensamiento. De Beaugrande
reduce notoriamente el campo de la batalla y se limita a una única afirmación,
basada en su larga experiencia, de que “la escritura mejora el pensamiento”
(1987:19). Creo que esta restricción (o indecisión) teórica conduce a ciertas
ambigüedades en algunas explicaciones del propio autor.
Ello se observa, por ejemplo, cuando habla sobre la organización
estructural del pensamiento. Asienta De Beaugrande que el pensamiento,
comparado con el texto, no es lineal, y es cierto. Sin embargo, aquí se
revelan ciertas confusiones. Al describir la no linealidad del pensamiento De
Beaugrande recurre al concepto de la mente, sobre todo en la explicación
de la Tabla 1 (1987:22) que tituló: “Diferencias entre la mente y el texto” a
partir de la cual surgieron varias interrogantes: ¿por qué se presenta la noción
mente y cuál es su relación con la noción del pensamiento?, ¿acaso el propio
autor no había anunciado que en el trabajo se tratará sobre el problema del
pensamiento (y la escritura)?
Se puede concluir que el término pensamiento es usado en el artículo de
manera no siempre precisa. A veces se le asocia con la mente o los procesos
mentales, con el almacenamiento mental o con un cúmulo de conocimientos
(1987:22-23). Esta libre interpretación del pensamiento no precisa ni aclara
el concepto que, como observa el autor, “continúa siendo un concepto
desarrollado de manera bastante vaga” (1987:13).
Tal vez las nociones de proceso y la estructura podrían dilucidar algunos
elementos teóricos. La idea del pensamiento se presta para ser asociado con
el movimiento, cuya volatilidad llega a tal grado, dice De Beaugrande, que

69
de la escritura hacia el pensamiento

“es difícil decir qué es lo que una persona sabe exactamente en cualquier
momento” (1987:22). Por el contrario, la noción de la mente se refiere a algo
ya construido y estático, que puede considerarse en términos estructurales.27
La estructuración de la mente tiene su especificidad: no es jerárquica ni
lineal. Frecuentemente se recurre al dibujo de red para ilustrarlo; también lo
hace De Beaugrande (1987: 23) siguiendo, en sus propias palabras, a Collins
y Loftus. En mi opinión, es incorrecto acudir a la noción de red; más idóneo
sería presentar la estructura mental mediante las imágenes tridimensionales
(holográficas). Las figuras planas –la forma reticular pertenece a este tipo– no
ilustran ni explican adecuadamente la complejidad estructural de la mente.28
A la “estática” de la mente se le contrasta el pensamiento, que oscila en un
movimiento permanente. La acción de pensar puede ser progresiva o regresiva,
y totalmente multidireccional, sin embargo, el movimiento intelectual siempre
es lineal. Tal linealidad es semejante a las rutas de navegación por la estructura
hipertextual de internet: de un nodo (página) informativo al otro. De la
misma manera, el pensamiento realiza su recorrido por la mente donde están
almacenadas las experiencias de todo tipo: una información conduce hacia la
otra por la lógica o la asociación.29
Esta diferencia entre la estructura y el proceso, sin embargo, no contradice
que la mente y el pensamiento formen parte de un mismo sistema. Si
comprendemos la mente en términos de un conjunto (informacional)
estructurado, el pensamiento representaría un ejercicio mental o una activación
extensiva, como De Beaugrande denominó el pensamiento (1987:24). El

27
En “Notas de uso”, el Diccionario de uso del español de María Moliner se compara la mente
con la inteligencia en términos de potencias: la inteligencia se define como activa y la mente
se describe como pasiva: “Así como inteligencia designa en el uso corriente de las palabras la
potencia activa, que se aplica a conocer, comprender y razonar, mente designa más bien el aspecto
pasivo de aquella facultad, el sujeto de estados o actitudes intelectuales”.
28
Esta idea fue desarrollada en Sorókina (2005).
29
Es interesante que acudimos a una analogía invertida. Si anteriormente para explicar
la idea del hipertexto se la comparaba con la mente humana, en nuestros días la noción del
hipertexto se hizo una ilustración para explicar qué es la mente.

70
tatiana n. sorókina b.

estatismo estructural de la mente y el dinamismo de las oscilaciones de las


ideas, ambos presentes de manera simultánea, hacen que su relación sea
compleja. Este es, desde mi punto de vista, el punto que De Beaugrande no
contempló cuando distanció el pensamiento del lenguaje.
Se puede encontrar dos afirmaciones contradictorias. Afirma que “el
pensamiento influye sobre la escritura” (1987:18) y al mismo tiempo dice: “la
escritura influye sobre el pensamiento” (1987:18). Sin embargo, en su trabajo
se puede encontrar múltiples referencias que ponen el signo de igualdad
entre ambos, aunque prefiere utilizar un lenguaje moderado al hablar de
“diferencias menos obvias” entre uno y otro. También vuelve constantemente
a la idea de que “los pensamientos son muy difíciles de manejar sin ponerlos
al menos provisionalmente en forma de lenguaje” (1987:18). Más aún,
hace coincidir los actos verbal e intelectual en el tiempo: “Probablemente el
almacenamiento mental está organizado en tal forma que la activación de un
pensamiento se extiende rápidamente a las expresiones lingüísticas comunes
para ese pensamiento” (1987:18). Cada vez lo reafirma más: “la activación
del pensamiento aparece en forma de lenguaje desde el momento mismo de
su activación” (1987:26). La adherencia del pensamiento y el lenguaje se
revela a través de un “movimiento de oscilación repetida” entre ellos, que
también “convergen a medida que continúa este movimiento” (1987:26).
A pesar de su enfoque pragmático-funcional, De Beaugrande prefirió
no formalizar la relación entre el lenguaje y el pensamiento como lo hizo
Luria: “el lenguaje es la base del pensamiento” (2004:102). Al aceptar que
existe una relación de dependencia entre ambos, nunca llegó a afirmar que la
escritura influye en el pensamiento de la misma manera que el pensamiento en
la escritura. Parece que el modo de observar y analizar desde un paradigma
del origen de las cosas (primero el pensamiento surge y luego se materializa
en una expresión verbal) lo detuvo frente a la idea de que la palabra escrita
pudiera imponer ciertas restricciones o, por el contrario, abrir posibilidades
para el pensamiento.
En el artículo analizado, De Beaugrande pone de relieve que la revisión
y corrección de un texto conduce a los cambios de ideas. “La oportunidad
de reescribir –dice– es también una oportunidad de repensar” (1987:21). La

71
de la escritura hacia el pensamiento

compleja tarea de redactar se convierte en un proceso de reescribir, del cual


“no se debe avergonzarse” (1987:21). Este proceso está dividido en varias
etapas, y el aprendizaje de éstas mejora las habilidades de escritura, ahora ya
entendidas como las habilidades de pensar:
Lo que yo he escrito desde que me gradué de la universidad hace diez años
me ha permitido entender y formular algunas ideas y temas que anteriormente
se me escapaban. Aún más, esta claridad rara vez fue alcanzada durante
la escritura inmediata de la primera versión; más bien ocurrió durante
un proceso largo de revisión y edición. Todos los libros y tratados que he
publicado hasta el momento pasaron por una serie de versiones en las cuales
los pensamientos mismos fueron reorganizados vez tras vez (1987:19).
La conclusión que De Beaugrande hace revela lo que la práctica de escribir
le había mostrado: “el acto de escribir impone un contorno y una forma
específicos al pensamiento” (1987:19). Otro campo donde las diferencias
entre el escribir y el pensar se opacan, es la creatividad. De Beaugrande no
la comprende como una virtud de los dotados, sino la define en términos de
transgresión de los estándares del pensamiento para lograr nuevos propósitos
(1987:18). A su vez, muestra que la creatividad “está por lo menos en todos
los actos de escritura” (1987:29). Escribir es una proeza lenta, por ello
la creatividad tampoco debe ser vista como “un relámpago repentino de
inspiración,” más bien como un “proceso gradual de registrar, evaluar y revisar
los propios pensamientos” (1987:29). El proceso de escribir es creativo,
porque ofrece la oportunidad de modificar, mejorar o cambiar por completo
el pensamiento, y “esta oportunidad para la creatividad está disponible en
todos los actos de escritura” (1987:29). La escritura es un estímulo creador
e innovador.
El proceso de escribir se desglosa en múltiples etapas de revisión y arreglos,
y hay momentos cuando “al escritor le pueden faltar el tiempo, la energía o la
motivación” (1987:29). Sin embargo, siempre hay posibilidades de reescribir,
es decir, permitir a la mente “experimentar con sus pensamientos y evaluar
las posibilidades durante cualquier número de etapas que sea necesario”
(1987:29). De Beaugrande destaca este carácter procesual y creativo del

72
tatiana n. sorókina b.

escribir-pensar-crear y lo pone en el centro de la enseñanza de redacción30 y,


por tanto, de la enseñanza de pensamiento.
Su postura es firme frente a aquellos especialistas que creen que las difi-
cultades de los alumnos con la escritura no es un problema de los docentes.
Muchos académicos universitarios consideran que en la escuela superior,
las habilidades de escritura31 ya están formadas y por esto no vale la pena
ocuparse de su desarrollo. De Beaugrande lo ve como un argumento de
“excusa a la mano para no hacer esfuerzo por ayudar a los escritores jóvenes,
pero contiene un grave error” (1987:19-20). Hoy en día la propuesta de De
Beaugrande sigue vigente: “debemos ahora enfrentarnos a un proyecto de
pesquisa a gran escala” (1987:30) poniendo un enfoque no en la comparación
de los escritores entre sí, sino en el logro de cada versión tanto en la escritura
como en el pensamiento, porque “cada versión de un texto asume su valor
en relación con la versión anterior” (1987:31).

Conclusiones

Observados desde un paradigma actual, la mente, el pensamiento y el len-


guaje forman un sistema complejo. Con esto quiero decir que tal sistema
admite flexibilidad en la relación entre las partes, la apertura en el sentido
de inclusión y la versatilidad. Además, la idea de la complejidad también
posibilita la incorporación de elementos contrastantes y contradictorios en
la estructura del sistema (complejo y abierto).

30
Me parece que este último término se utiliza con un sentido reducido que hace
referencia exclusivamente a las destrezas gramaticales y sintácticas del lenguaje. Por ejemplo,
las expresiones del tipo “el problema es sólo de la redacción” como si los recursos lingüísticos
fueran un elemento meramente formal u ornamental.
31
Aquí no hay que olvidar la estrecha relación de tres prácticas (escribir, pensar y crear)
con la de la lectura.

73
de la escritura hacia el pensamiento

El lenguaje es manifestado mediante dos formas diferentes: la oral y la


escrita.32 Ambas formas participan en el proceso intelectual, es decir, en
la formación de ideas o pensamientos. La escritura (el lenguaje escrito),
particularmente fonético-alfabética, tiene un rol exclusivo en el proceso
intelectual, en primer lugar científico, concerniente a la lógica y al razo-
namiento (lineales, pero no unidireccionales). En otras palabras, el discurso
escrito del género científico en este caso, actúa sobre las ideas modificándolas;
las etapas de revisión o reescritura son las más significativas en el proceso
de trasformación de los pensamientos. Finalmente, la palabra escrita, en su
función intelectual, ha producido un efecto de tal magnitud, que hizo a las
culturas contemporáneas dependientes de la escritura misma.
Para finalizar, aprovecho el punto de encuentro con el escritor, cuyo aprecio
por el lenguaje sólo puede inspirar respeto y admiración. En su reciente
trabajo Genealogía de la soberbia intelectual, Enrique Serna se hace una serie
de preguntas de índole más bien retórica: “¿Puede haber un pensamiento
superior a la lengua33 que lo enuncia? ¿Un concepto sin referentes lingüísticos
no será algo parecido a un aborto de la razón?” (Serna, 2013:377). No sería
excesivo reiterar que el lenguaje, en sus dos formas expresas, y el pensamiento
son componentes de un mismo fenómeno complejo. Denominar este último
y explicarlo sería una tarea para investigaciones futuras.

32
“Nuestras investigaciones han mostrado que el desarrollo de la escritura no repite la
historia evolutiva del habla. El lenguaje escrito es una función lingüística separada, que difiere
del lenguaje hablado tanto en estructura como en su forma de funcionamiento” (Vygotsky,
1995:75).
33
Es totalmente explicable que un literato, además letrado, ponga la escritura en el primer
plano, el más importante.

74
tatiana n. sorókina b.

Referencias

Beaugrande de, Robert (1987). “Escritura y pensamiento”, Revista española de


lingüística aplicada, vol. 3, pp. 9-33.
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