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¿Lenguaje inclusivo o lenguaje político e ideológico?

Hugo Paz Pérez Cabrera


Prof. de Comunicación

Los límites de mi lenguaje


son los límites de mi mundo
Ludwing Wittgenstein

Estamos en un siglo, como el XXI, en el cual muchas son las licencias que se
promueven; por ejemplo, tenemos el caso de las libertades sexuales, las ideologías, entre
otras. Esto se debe a que nos encontramos en una época en la cual los cambios de
conceptos y paradigmas se dan de manera constante y, por supuesto, el lenguaje no es la
excepción. Por esta razón, nos preguntamos, ¿es razonable aceptar el lenguaje inclusivo?
Se debería prohibir este tipo de lenguaje debido a que no tiene un sustento lingüístico
lógico; además, porque le quita belleza a nuestro idioma y no contribuye a la riqueza y
versatilidad de nuestro código. Así la cuestión, el propósito de este texto es demostrar la
innecesariedad del lenguaje inclusivo en nuestro día a día.
En primer lugar, el lenguaje inclusivo quita la belleza de nuestro idioma, pues la
propuesta de que se emplee la vocal «e» como morfema de género neutro es agramatical,
ya que no se adecua a ninguna regla de la normativa del español. En su lugar, tenemos los
morfemas de género «a» y «o», los cuales ya son inclusivos. Verbigracia, si decimos
«personas», nos referimos de manera general a todos los individuos de nuestra especie,
esto es, hombres y mujeres, niños y niñas, indistintamente de su orientación sexual,
ideológica o condición social. De este modo, el supuesto morfema inclusivo «e» resulta
innecesario, puesto que no cambia el género de las palabras. Tal vez aquí resida el error:
se ha confundido el término género con sexo. De no ser así, ¿se podría explicar cuál es el
sexo del término mueble o libreta? ¿Qué sexo se le podría asignar a la palabra pared,
término de género femenino; o qué sexo le asignaríamos a la palabra pavimento, cuyo
género es masculino? Ninguno. Entonces, es necesario tener nociones básicas de la
terminología con la cual se pretende generar cambios; de lo contrario, incurriríamos en la
falacia ad populum (apoyar una idea solo porque la multitud lo hace).

Además, nuestro lenguaje es muy rico y versátil, ya que ofrece un sinfín de formas
de expresión. Tal es el caso de los participios activos. Así pues, aunque la RAE (2010)
sostiene que, por extensión, en la actualidad debería usarse la palabra «presidenta», esto
no es lo adecuado, ya que esta palabra proviene el verbo latino praesidere, cuyo participio
presente era praesidens, el cual significaba «el o la que se sienta adelante» (Del Rosario,
2009), y no tenía diferenciación de género. A partir de estos participios, en el español se
formaron nuevos términos, muchos de ellos adjetivos de terminación común, los cuales
se utilizaban indistintamente para referirse al género masculino y femenino; por ejemplo,
estudiante, gobernante, asistente, cliente y, de hecho, presidente. Entonces, ¿cómo es
posible que sea natural decir presidenta y no estudianta o gobernanta? Evidentemente, el
uso es el amo del lenguaje, como dice Martha Hildebrandt. Aun así, deberíamos conservar
las buenas formas de expresión.
Análogamente, tenemos el caso del masculino genérico, que en nuestro idioma es
el género no marcado. Según la RAE (2010), «los sustantivos masculinos no solo se
emplean para referirse a los individuos de ese sexo, sino también, en los contextos
apropiados, para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la especie
sin distinción de sexos». Esto significa que desdoblar el género del idioma con fines
políticos e ideológicos es un atentado contra el principio de economía del lenguaje. Así
lo sostuvo el otrora presidente de la RAE, Darío Villanueva: «Las lenguas se rigen por un
principio de economía; el uso sistemático de los dobletes, como miembro y miembro [las
niñas y los niños, los estudiantes y las estudiantes, los hijos y las hijas, los ciudadanos y
las ciudadanas], acaba destruyendo esa esencia económica» (Álvarez, 2018). Por esta
razón, el uso de circunloquios (rodeo de palabras innecesarias) debería evitarse, pues,
además de restar la fluidez de nuestro idioma, demuestra pobreza léxica en los usuarios.
Ahora bien, cierto es que las lenguas cambian, pero este cambio es paulatino, gradual,
pues se da de acuerdo con el principio de mutabilidad del signo lingüístico. Estas
modificaciones se dan en función de las necesidades de las comunidades lingüísticas, mas
no de los intereses políticos o ideológicos de pequeños grupos.
En conclusión, el lenguaje inclusivo no debería ser aceptado ni mucho menos
debería permitirse en contextos académicos, ya que no tiene un fundamento lingüístico
aceptable; además, le resta belleza a nuestro idioma; de esta manera, resulta innecesario
porque no aporta nada a la riqueza y versatilidad de nuestra lengua. Para terminar, el
idioma va más allá del encasillamiento ideológico o desdoblamiento del género sin
fundamento. Por ello, nuestro código debe ser preservado y nosotros, como hablantes,
tenemos la responsabilidad de velar por la conservación de las buenas formas de
expresión. Tengamos en cuenta que los cambios en el idioma surgen de acuerdo con la
necesidad de los hablantes para expresar ideas y sentimientos. Estos cambios se
comprenderían de manera clara y precisa si se revisan las características del signo
lingüístico, propuestas por Ferdinand de Saussure [sosiúr], en el texto Lingüística
general.
Referencias
Real Academia Española. (2010). Nueva gramática de la lengua española. España:
Espasa.
Álvarez, E. (16 de julio del 2018). Más allá de la economía del lenguaje. El Diario. es.
https://bit.ly/3L33T3C
Del Rosario, M. (2009). ¿Presidente o presidenta? https://bit.ly/3oOgZdS

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