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Notas Sobre El Español en Chile AChL Definitivo
Notas Sobre El Español en Chile AChL Definitivo
Introducción
Transcurridos cinco siglos desde la primera vez que se habló español en las tierras que
hoy conforman Chile —el 21 de octubre de 1520, en el Estrecho de Magallanes—, el español
es el idioma común y dominante en el país, y es el que maneja como primera lengua la gran
mayoría de la población. Aunque las diferencias regionales parecen ser menores a las de otros
países americanos, son particularmente notorias en el léxico y pueden observarse en todos
los niveles del análisis lingüístico, incluyendo el sintáctico y el pragmático. La relativa
homogeneidad parece obedecer a «la fuerza homogeneizadora del habla de la capital»
(Rabanales 2000) y el carácter unitario del estado. Notablemente, en la variedad subestándar
se mantienen rasgos del español colonial. A partir de criterios sociales, culturales y políticos,
Cartagena (2002) distingue seis etapas en el desarrollo del español en Chile. Un periodo
fundacional, que va de 1541 a alrededor de 1650; una segunda etapa de consolidación de la
variedad lingüística y la sociedad coloniales, de 1650 a 1750; un periodo de transición a la
vida independiente y la estandarización de la variedad colonial, entre 1750 y 1842; un cuarto
periodo de estandarización, de 1842 a 1938; la etapa de desarrollo moderno del español
estándar de Chile (1938-1973); y el periodo de desarrollo desde 1973 hasta nuestros días. Por
otro lado, Oroz (1966), en el estudio más comprehensivo del español de Chile a la fecha,
distingue, para el habla popular, cuatro zonas lingüísticas: la nortina, que abarca desde la
región de Arica y Parinacota hasta la de Coquimbo; la central, desde la región de Valparaíso
hasta el río Maule; la sureña, desde el sur del río Maule hasta Magallanes, y la de Chiloé, que
incluye desde el archipiélago de Chiloé hasta la región de Aysén. Gran parte de la primera
zona y de la tercera corresponden a territorios incorporados a Chile a fines del s. XIX; la zona
central, por su parte, cubre, en palabras de Cartagena (2002), «el dominio administrativo de
la capital durante la colonia» (19). El archipiélago de Chiloé constituye una realidad cultural
y lingüística propia, en que destaca, como dice Oroz, «un notable caudal de arcaísmos» (51).
La zonificación más reciente de Wagner (2006) es similar a la de Oroz, aunque extiende la
zona central y reordena la tercera y la cuarta, integrando la de Chiloé en una zona austral que
comprende Magallanes y parte del sur de la zona sureña de Oroz, lo que es consistente con
trayectorias migratorias de los chilotes.
Además del español —ampliamente mayoritario, como ya se dijo—, en el país se hablan
también otras lenguas con distinto grado de vitalidad. A través de la historia, el español ha
estado en contacto con una serie de lenguas de pueblos originarios de América: aimara,
quechua, kunza o likanantay, diaguita, mapudungun, kaweskar y yagán, además de
comunidades extintas sobre las cuales no existen datos referidos al contacto con el español
(Espinosa 2008). Especialmente intenso y sostenido ha sido, hasta hoy, el contacto con el
mapudungun. A ello, hay que agregar el contacto con el rapanui en la Polinesia. La mayor
parte de los estudios plantea que la influencia de las lenguas indígenas se limita al léxico —
en su mayoría procedente del quechua—, salvo en el caso de hablantes, fundamentalmente
bilingües, de zonas de contacto (Espinosa 2008, Hasler, Olate y Soto 2020). En los últimos
años, se han venido desarrollando crecientes procesos de revitalización de las lenguas
indígenas como parte de procesos sociales, culturales y políticos más amplios. Por otra parte,
la comunidad sorda se comunica en la lengua de señas chilena, que también ha venido
ganando reconocimiento público tras años de discriminación de sus hablantes (Oviedo 2015).
La comunidad gitana emplea el rromané jorajané, si bien usan el español con los gallé o no
gitanos (Salamanca y Lizarralde 2008). Hay también una variedad del alemán que nace del
contacto entre chilenos y colonos alemanes del sector de Llanquihue, en el sur de Chile: el
launa deutsch o lagunen-deutsch. Cabe mencionar, finalmente, el criollo haitiano o kreyòl,
cuya presencia se debe a la migración haitiana en la presente década.
Es mucho más claro, directo [el español]. O sea, no te vay en ninguna… es como llegar y decir: «Hola, una
caña». Pac. Eso en Chile… «Oye, nos podís atender, nos podís traer dos cervezas, por favor». «¿De cuál?».
«Mira, no sé… mm…» «Ya listo, gracias» (pág. 58).
Conclusión
El español de Chile posee una fisonomía propia, y aunque presenta rasgos compartidos con
otras variedades del denominado español atlántico, tiende a ser clasificado como un área
dialectal específica, distinta del español andino y el rioplatense, entre otras. Como se trata de
una presentación esquemática general, esta exposición pasa por alto diferencias en las que
una más detallada debería profundizar. Por lo pronto, como observa Rabanales (1981), un
perfil del español de Chile debe considerar los estratos y estilos de lengua, cuestión que aquí
se observó solo tangencialmente, en pocas ocasiones. Por ejemplo, la duplicación de clíticos
en oraciones como «Me voy a irme» está fuertemente estigmatizada y se presenta en el estrato
bajo. También debe mostrar las características de las distintas variedades regionales: no se
denomina pupo al ombligo en todo Chile, sino en la zona norte; construcciones del tipo se
pasó a caer, dejó comido y ella lo creció son comunes fundamentalmente en Chiloé. Como
ha señalado Rojas (2015), los chilenos solemos decir que hablamos mal el español, a
diferencia, por ejemplo, de peruanos y colombianos, que lo hablarían muy bien. Se trata de
una opinión que se viene repitiendo hace tiempo. Zorobabel Rodríguez parte el prólogo de
su Diccionario afirmando: «La incorrección con que en Chile se habla i escribe la lengua
española es un mal tan jeneralmente reconocido como justamente deplorado» (1875, pág.
VII). A pesar del prurito flagelante, el español en Chile sigue vivo y constituye, a la vez, un
modo de hablar en que los chilenos nos reconocemos y un tesoro intangible de la cultura
chilena e hispanoamericana.
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