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APUNTES HISTORIA DE AMÉRICA II

INTRODUCCIÓN
STERN: PARADIGMAS DE LA CONQUISTA: HISTORIA, HISTORIOGRAFÍA Y
POLÍTICA
El año 1492 evoca un simbolismo poderoso, esto es vinculado directamente con las
fuerzas desatadas en 1492. El año 1492 simboliza un viraje histórico del destino: para
los amerindios significa el desgraciado cambio de una historia independiente por una
historia de colonización: para los ibéricos, la violencia embestida que les granjeo la
reputación de imperialistas.
La llegada de Colón a América simboliza una reconfiguración histórica de dimensión
mundial, la expansión revolucionó la geografía cultural y ecológica, las migraciones de
microbios, plantas y animales, así como los inventos culturales transformaron la historia
de las enfermedades, del consumo de alimentos, del uso de la tierra y las técnicas de
producción.
1492 simboliza un ascenso mundial de la civilización europea, occidente no era
necesariamente superior o dominante, después de 1492, la civilización europea comenzó
su escalada hacia un dominio único desde el punto de vista intercontinental e incluso
mundial y emprendió la transición hacia el capitalismo, anteriormente la civilización
occidental apuntaba hacia el sur y el este: occidente se desarrollaba en el marco de las
encrucijadas y contiendas del viejo mundo, el norte de África, el Medio Oriente y el sur
de Europa definían un gran arco de civilizaciones y lenguas en pugna, luego de 1492 el
centro de gravedad cambio su eje por el Atlántico norte. Occidente construyo culturales
protonacionales a partir de la voluntad de redimir culturas y religiones más excluyentes
del resto, en España el año 1492 marco la expansión hacia América y también la
expulsión de musulmanes y judíos al mismo tiempo que los reinos de Castilla y Aragón
se unificaban en un estado más poderoso.
Colón fue el agente iniciador de una vasta transformación histórica, dio inicio al
reclamo español de las riquezas del reino soberano y de las misiones en América, este
reclamo dio lugar a una escalada de rivalidad imperial en Europa y al desastre de
América, dio lugar a la unificación de las historias continentales en una historia
mundial, a la construcción del poder y la prosperidad sobre las bases de la dominación
racial y la violencia, a la expansión mundial y al ascenso de Occidente y el capitalismo.
Hoy en día la significación de la conquista. Para los americanos indígenas, muchos
latinoamericanos y simpatizantes de los movimientos indigenistas, el evento invita a la
denuncia de cinco siglos de explotación y etnocidio, a la conmemoración de cinco siglos
de resistencia y sobrevivencia a enemigos poderosas. En cambio, para muchos otros
latinoamericanos y para minorías hispanas o latinas, el lenguaje de denuncia, justificado
desde de una perspectiva indígena, se entiende como “leyenda negra” de caricatura y
prejuicio antihispánico encabezada por los descendientes ingleses, herederos de una
historia racial igualmente sórdida.
Estamos ante un dilema: por una parte, un sentido de magnitud histórica que obliga a
alguna forma de discusión y conmemoración; por otra parte, la vinculación del “evento”
con una historia de agravio social y lucha política demasiado intensa y amarga como
para permitir un lenguaje común de discusión. ¿No podemos apaciguar el fervor político
para embarcarnos en un “tiempo de gran reflexión” en todos los sentidos?
Este ensayo aborda la cuestión desde la posición doblemente ventajosa de la historia y
la historiografía. Considera lo que significó la conquista de América para aquellos que
la vivieron (historia), y lo que ha significado para los historiadores que la interpretaron
en el siglo XX (historiografía). Sostiene desde este doble punto de vista que la
aspiración a un entendimiento más elevado intocado por la política es una ilusión
profundamente equívoca.
Desde el comienzo, no hubo un único significado de la conquista para aquellos que la
vivieron. Entre los conquistadores españoles se atestigua varios “paradigmas dela
conquista”. Los paradigmas o utopías en pugna aparecen como inseparables del interés
y la contienda políticos: están ligados a la rivalidad política, ambición y controversia
dentro del mundo hispánico; han sido interferidos por reacciones y desafíos al poder por
parte de los indígenas que modificaron la realidad y las expectativas de los
colonizadores. Escribir una historia de la época dela conquista despolitizada reviste un
aire de irrealidad, una “limpieza” que violenta a las verdaderas preocupaciones,
prioridades y dinámica social de aquellos que vivieron la conquista y sus tempestades.
La “limpieza” parece más artificial y distorsionada porque el conflicto y el debate del
siglo XVI surgió bajo la forma de cuestionamientos que resuenan con los problemas que
se deben resolver de nuestra propia época. Si se pasa de la historia a la historiografía, se
comprobará que el legado de las tormentas políticas dejó una huella en la literatura
sobre la conquista escrita en el siglo XX. Pero esta huella no ha obstruido
necesariamente la comprensión. Por el contrario, las inquietudes y simpatías políticas
generaron avances claves en el terreno académico, y una sensibilidad política alumbra
ventajas y desventajas dela mayor parte de las aproximaciones a la experiencia indígena
de la conquista en la historiografía contemporánea.
Historia: colonizador y colonizado
Los conquistadores trajeron 3 postulados, relacionados entre sí y en mutua competencia.
Podemos pensar en cada postulado como un objetivo, una búsqueda cuya máxima
expresión era una utopía. La utopía, fuera del alcance en Europa, pareció accesible en
América. Llamaremos a las utopías del conquistador: utopía de riqueza, de
preeminencia social y de conversión cristiana.
Por lo tanto, no había un significado unívoco de la conquista de América para quienes
promovieron su causa, sino múltiples paradigmas, fantasías y utopías. Lo que surgió
desde el lado español de la conquista fue una lucha política para definir los términos de
coexistencia, colaboración y contradicción entre estas visiones y su relación con el
conjunto, incluidas la corona europea y la Iglesia. Cada utopía enredaba a los
conquistadores en la ambición y la intriga políticas, cada una evidenciaba pasiones
políticas. La contienda política para definir el significado y los daños de la conquista
adopto caminos inesperados no sólo porque los españoles discutían entre sí, no sólo
porque los objetivos en pugna no eran siempre compatibles, y no sólo porque epidemias
de muerte diezmaron a los pueblos amerindios. La contienda política también adopto
rumbos inesperados porque los conquistadores competían con iniciativas y respuestas
indígenas. Los indígenas se trenzaban tanto como los españoles en la discusión acerca
de la definición del significado de la conquista, y de su posible sentido por descubrir.
Aun si se aparta por el momento el lado amerindio de la ecuación colonial, es posible
observar cómo cada utopía se muestra inseparable de la controversia y la intriga
política. Los postulados básicos de las tres utopías podrían estar en armonía recíproca
desde un punto de vista ideal. En la práctica, la utopía resulto breve para la mayoría de
conquistadores, los objetivos no se combinaron ni tuvieron igual prioridad y la
expansión de conquista estuvo dada por la lucha política.
En la práctica, los grupos colonizadores desarrollaron sus propias líneas de jerarquía,
sus propias distinciones entre beneficiarios marginales y círculos de privilegio ligados al
gobernador o a un caudillo de la hueste. Aquellos cuyas conexiones políticas o rango
propio los situaban en el círculo de poder, gozaban de mayores derechos sobre tributos
y mano de obra indígena. Como resultado, muchos conquistadores vieron cerrado su
acceso a los niveles superiores de riqueza y preeminencia social.
La política de los grupos de conquista dividía a los conquistadores en facciones que
enfrentaban al círculo de poder central. No todos podían acercarse a sus utopías de
riqueza o preeminencia social. Las sociedades de la conquista se transformaron en antro
de intriga política y puñaladas a traición. Las facciones involucraban a los líderes de
conquista en cargos de corrupción moral y traición a los intereses de la corona, abuso de
poder y crueldad con los indígenas, favoritismo e ineptitud.
Esta volatilidad política se vio agravada por una tercera utopía o postulado al cual los
colonizadores se aferraron: el paradigma de la misión cristiana. Los sacerdotes y
misioneros obtenían su autoridad del deber cristiano de convertir a los paganos, que
acompañaba y legitimaba la explotación imperial. Los hombres de la Iglesia eran
políticos en sus apreciaciones. Edificaron su posición no como simples sacerdotes sino
como sacerdotes-abogados, como heraldos de conquista y conversión frente a los
pueblos amerindios, como defensores de los intereses y la conducta de los colonizadores
frente a una corona a veces escéptica; como aliados de una u otra facción durante las
internas políticas y las discusiones acerca de políticas sociales; como abogados
defensores de la conciencia y la misión cristianas que denunciaban los crueles excesos
de los conquistadores. Cada una de estas posiciones llevaron a los sacerdotes y
misioneros en forma directa al drama de las acusaciones y contraacusaciones políticas,
del partidismo y las alianzas que acompañaron la construcción de los regímenes de la
conquista. La mayor parte de los sacerdotes se alineaban con grupos de conquistadores,
o con facciones entre ellos. Sin embargo, una minoría adquiría fama y notoriedad por la
elaboración de posiciones más controvertidas e independientes, como abogados
defensores de los indígenas que denunciaron a sus compatriotas españoles como
malhechores indignos de la misión cristiana. Todos consideraban que sus reclamos los
habían conducido a una guerra política por definir quién estaba en su derecho de
controlar el poder en América, y con qué propósito y restricciones.
Es bien conocido que una minoría de críticos de la Iglesia y de utopistas denunciaron a
los conquistadores como tiranos ávidos de poder que no reconocían límites en su
explotación de los indígenas y que, por lo tanto, socavaron la misión de salvación.
Menos conocido es que los críticos de la Iglesia eran tanto políticos activos, aunque
encubiertos, que buscaban que buscaban y mantenían el poder en su propio beneficio
como observadores políticos críticos que mantenían cierta distancia de la situación.
Como políticos activos que construyeron sus propias bases de poder y relaciones
sociales de autoridad, también atrajeron sobre sí acusaciones de arrogancia autoritaria y
abuso de poder.
La política de oposiciones de los conquistadores y de las utopías de conquista tuvo dos
efectos además de promover el partidismo ibérico. En primer lugar, constituyó el motor
del reclutamiento para la expansión de la conquista; en segundo lugar, propició un
debate acerca de los valores, conductas y la política social.
Grupos o individuos inquietos pudieron elegir tanto atar su destino a un asentamiento
colonial establecido, como romper rumbo a una nueva expedición en busca de riquezas,
rango y salvación. Del mismo, un líder conquistador en pie de guerra podía elegir
controlar a sus rivales locales y a los insatisfechos o bien exportarlos encomendándoles
exploraciones hacia nuevas tierras donde la utopía aún tentaba a los conquistadores.
La política de conquista no sólo desencadenó el partidismo y fue un motor para la
expansión. Provocó también, durante medio siglo, un álgido debate sobre valores,
conductas y política social. Hubo denuncias de destrucción y abuso por parte de los
colonizadores de todas las tendencias que caracterizaron una lucha política por definir
las reglas y las instituciones que debían gobernar las relaciones entre europeos y
amerindios, cristianos y paganos, colonizadores hispanoamericanos y monarcas
europeos. Tres aclaraciones. En primera instancia, aunque Las Casas contribuyó a la
más tempestuosa de las polémicas del debate, la controversia representó mucho más que
un disenso o una afirmación individual. El debate precedió y sobrevivió a Las Casas.
Para la corona, las denuncias acerca de la crueldad de los conquistadores respaldaban
con legitimidad moral su temor de que algunos de ellos, independientes, terminaran por
socavar los intereses reales, los ingresos de la corona y el control político, si se les
otorgaba demasiadas libertades. La corona continuaba debatiendo si debía permitirse la
herencia de tierra otorgadas en encomienda a perpetuidad o si se debía limitar las
encomiendas a una sola generación.
En segundo lugar, a partir de estos debates se originaron dos de las imágenes más
duraderas de la historia acerca de la conquista: la noción de que los españoles eran
avaros, irresponsables y violentos en su explotación de lo conquistado, y la noción
vinculada con ésta de que la conquista cargó a los indígenas con una devastación
traumática. Ambas constituyen el meollo de la llamada “leyenda negra”.
En tercer lugar, las tempestades políticas que sacudieron el mundo hispánico no
procedieron sólo de las iniciativas de los nativos americanos y de sus reacciones al
colonialismo. Hasta el momento, hemos suspendido la doble visión necesario para
alcanzar una comprensión más vasta de la época de la conquista. Hemos examinado la
conquista desde el punto de vista de los conquistadores para establecer la multiplicidad
de paradigmas de conquista y de facciones, y los modos en que esta multiplicidad
alimentó la intriga política, la ambición y el debate acerca de la política social y los
valores morales. Hemos argumentado que una historia noblemente apartada de la
sensibilidad política y la controversia es una historia que fracasa en el intento de
comprender e interrelacionar las prioridades, pasiones e ideas de los mismos
conquistadores. Omite una dimensión enorme y subestimada de las políticas de
conquista y sus paradigmas. Como resultado, las utopías de los conquistadores se
oponían a las iniciativas indígenas y a sus desafíos al poder. Estas reacciones se
relacionan con las supuestas utopías y ambiciones de los españoles en una luchas más
amplia e imprevista. Las reacciones indígenas desarticularon las expectativas europeas,
mantuvieron las tormentas políticas ya existentes o encendieron otras, agregaron temas
de debate y decisión a la agenda política colonial. En suma, los pueblos amerindios se
unieron por completo a la lucha para definir qué habría significado la conquista y cuál
era aún su significado por descubrir.
Un examen detallado de esta integración al debate por parte de las indígenas, excede los
límites de este trabajo. Sin embargo, ilustraremos el punto a través de los paradigmas
fundamentales de la conquista de los propios colonizadores. La utopía de riqueza asaltó
la mente de más de un conquistador. Después del saqueo inicial de los tesoros indígenas
en México y Perú, las riquezas provenían mayormente de la explotación de las minas de
plata, del establecimiento de empresas comerciales ligadas a las ciudades o a los campos
mineros o al comercio importador-exportador internacional, y del acceso a la mano de
obra y al tributo indígenas que subsidiaban los modelos empresariales. Los
conquistadores buscaron el mayor grado de ventajas, pero descubrieron que debían
competir con los indígenas. Los trabajadores y empresarios indígenas se apropiaban de
yacimientos en las minas, controlaban el proceso de fundición, desarrollaban sus
propios mercados de metales, prácticas laborales y empresas dependientes, y entregaban
una buena parte de las riquezas de Potosí a manos indígenas.
No exageremos, una minoría de conquistadores amasaron fortunas, en buena medida a
expensas de los indígenas, y aun un grupo mayor gozó de gran prosperidad, también a
expensas de los indígenas. Explotación, violencia y humillación eran un lugar común.
No obstante, al menos durante una generación de los tiempos históricos posconquista, el
mundo de las riquezas se vería poblado no sólo de grupos de conquistadores que se
habían vuelto ricos, sino también de grupos de comunidades e individuos indígenas que
habían llevado adelante sus propias iniciativas. Hubo una lucha política por definir los
contornos del control social y la legitimidad en un orden colonial.
La utopía de preeminencia social también se encontró con iniciativas amerindias. Las
mismas expediciones de conquista a México y Perú habían requerido un complejo juego
de alianzas políticas y maniobras que condujeron a los españoles y a pueblos específicos
de amerindios, a la colaboración contra los gobernadores indígenas de los imperios
precolombinos. Estas colaboraciones eran frágiles y ambiguas, los objetivos eran
diferentes.
Las ambigüedades no desaparecieron inmediatamente después de las expediciones
iniciales de conquista. Los pueblos amerindios simplemente rehusaron aceptar un
monopolio español sobre la máxima autoridad, la recompensa social y el debate
político. Los tlaxcaltecas y huancas, por ejemplo, buscaron capitalizar su servicio en las
expediciones de conquista asegurándose que la corona les otorgara títulos nobiliarios
formales, recompensa y exención que pudieran garantizar a ellos y a sus señores un
lugar privilegiado en el nuevo orden.
Las iniciativas amerindias también punzaron la utopía de la conversión cristiana. Los
pueblos indígenas no fueron necesariamente sumisos a las actividades rituales y a las
enseñanzas interpretados como procesos de cristianización por parte de sacerdotes. Las
victorias militares españolas podrían significar la fuerza y el poder de los dioses
victoriosos demasiado temibles como para ser ignorados. Los desastres de la conquista
podrían significar un cambio mundial o un cataclismo. La llegada de misioneros a una
región cuyos conquistadores habían conducido antes campañas militares brutales podría
significar una apertura política, un espacio para la alianza indígena-blanca y para la
división intrahispánica que ofrecería algún alivio a los indígenas. Estas motivaciones
atestiguan un deseo de comprender y vincular entre sí las relaciones sociales, los
conocimientos y los poderes asociados con las deidades hispánicas y sus mensajeros.
Sin embargo, esta receptividad no era necesariamente cristianización tal como la
entendían los sacerdotes y misioneros. Los indígenas deseaban aplacar y comprometer a
las poderosas deidades hispánicas, querían ganarse el acceso al conocimiento
especializado y a los poderes de los sacerdotes. Pero de estos deseos de incorporar el
poder sobrenatural hispánico no se desprendía necesariamente el abandono de las
devociones rituales asociadas al mundo de las deidades indígenas. Desde el punto de
vista indígena, la cristianización no implicaba la sustitución de un panteón religioso,
sino una incorporación selectiva y la adaptación del cristianismo dentro de un marco de
comprensión indígena.
Cuando la adaptación y la reflexión indígena salió a la luz, las utopías se desvanecieron.
El desencanto reconfiguró la política de la evangelización y los caminos que adoptarían
las carreras eclesiáticas.
Incluso este análisis relativamente breve de las respuestas y las iniciativas de los nativos
americanos pone de manifiesto una de las mayores deficiencias de la llamada leyenda
negra. El problema no es la acusación de explotación y violencia contra los amerindios
por parte de los españoles: ésta no se escatimó, los colonizadores sin duda construyeron
un motor de la explotación social cuyo saqueo pudo alcanzar extremos brutales. El
problema tampoco es la mera simplificación o el perjuicio anthispánico. El problema
fundamental es que todo el debate de la leyenda negra (la dialéctica de denuncia de
explotación destructiva y de abuso por un lado, la celebración del proteccionismo
paternalista y del debate hispánico interno, por el otro), reduce la conquista a una
historia de villanos y héroes europeos. Los amerindios quedan relegados al telón de
fondo de la historia de la leyenda negra. Se transforman en meros objetos sobre los
cuales se descarga el mal o se pone de manifiesto el heroísmo. Esta unidimensionalidad
simplifica el proceso de denuncia y defensa moral, pero evade le hecho histórico de que
en millones de formas los amerindios se comprometieron los proyectos, utopías y
relaciones coloniales europeos. Esta historia de compromiso hizo imposible a los
europeos actuar como simples villanos o héroes desde el punto de vista moral, en
libertad de formar un patrón social a su antojo o de acuerdo con sus impulsos o
conciencia.
Hemos argumentado que no hubo un único significado de la conquista entre sus
promotores, sino múltiples paradigmas y fantasías. La dinámica de la conquista
española conllevaba una lucha política por definir los términos de coexistencia,
colaboración y contradicción entre las visiones contrapuestas de conquista y los grupos
de colonizadores en pugna. Cuando ampliamos nuestra visión para incluir el vasto
listado de respuestas e iniciativas indígenas, comenzamos a apreciar las enormes
dimensiones de una lucha política por definir los beneficios y el significado de la
conquista.
En resumen, si el año 1492 inició una época de “descubrimiento” en las Américas, el
objeto del descubrimiento estuvo tanto de un lado como del otro. Las confrontaciones
de la conquista promovieron no actos de origen sino de transformación: actos de
descubrimiento y definición propios cargados desde el punto de vista político y
religioso.

TEMA 1: LA EXPANSIÓN EUROPEA Y LA INVASIÓN DE AMÉRICA


TODOROV: “CONQUISTAR” (PRACTICO)
Se realiza un análisis acerca de una sucesión de elementos que llevaron a la caída de los
aztecas por parte de Hernán Cortés. No obstante, la problematización del tema indica
que los mexicas cayeron rendidos antes su propia visión de mundo. Antes de indicar las
razones de la victoria, es ineludible la pregunta acerca de la gran cantidad de hombres
bajo el mando de Moctezuma, y que no pudieron repeler esta conquista de Cortés.
Una de las primeras causas fue la actitud ambigua y vacilante de Moctezuma ante la
noticia de la llegada de españoles en las costas mexicanas (acerca si se debían recibir o
no), ya que en ningún caso fue una torpeza. Incluso, cuando llegaron a la capital y fue
apresado, no puso resistencia y prefirió el no derramamiento de sangre. Otro elemento
revelador sobre la actitud de los aztecas fue la de los pueblos vecinos, quienes se
quejaban de la maldad de los aztecas hacia los españoles (con frecuentes saqueos y
raptos) quienes interpretaron la posición de los mexicas al mostrarse como sucesores de
los toltecas, y que tomaron sus mismos lugares. La superioridad de los españoles en
cuanto a armas fue muy visible ya que los aztecas no sabían trabajar el metal, y además,
utilizaron embarcaciones muy disímiles.
La base común de estos elementos se encuentra en los relatos indígenas, que según el
autor, fueron relativizados en Occidente, quienes explican la pérdida de la
comunicación de aztecas y mayas.
Los signos presentados en los aztecas dan a entender de qué manera ellos interpretaron
la llegada de los españoles. Se ha demostrado que los indios dedicaron gran parte de su
tiempo a la interpretación de mensajes. La adivinación, por ejemplo, saber el día de
nacimiento que implicaría conocer el destino, tal como lo realizaban los aztecas con sus
hijos recién nacidos antes los sacerdotes; y a esto se le incluye el presagio que será el
anuncio de otro acontecimiento. Ambos fueron trabajos de adivinos quienes eran muy
recurridos por los grandes jefes aztecas. Entonces, la historia de los aztecas se encuentra
llena de profecías cumplidas, por ende, las previsiones del futuro se cumplen. De
aquellos se interpreta que la vida de los aztecas es predecible y su elemento clave es el
orden de las cosas, y este planteamiento se extiende para entender que la sociedad es
quien decide la suerte de los individuos, a tal punto que los lazos familiares son
relegados en un último punto, sin antes de cumplir las obligaciones colectivas.
Evidentemente, para el azteca interesa la interacción entre el individuo con su grupo
social, el mundo natural y su universo religioso. Ello implica indicar que todo se
encuentra al interior de un orden siempre anteriormente presente apoyado por la
adivinación, el presagio y los calendarios.
Durante la invasión española, Moctezuma siempre se mantiene informado de lo
sucedido mediante espías, y no obstante, no posee capacidad de reacción ante estos
acontecimientos: aquí se aprecia una negación en la comunicación con el otro. Durante
los primeros acercamientos, el azteca no quería intercambios de mensajes entre ambos.
El autor lo asocia de manera paralela “mudo” con “muerto”, ya que aquello simboliza
su derrote. Entonces, existe un miedo hacia la información recibida y solicitada.
Ante lo anterior, solo muestra la confirmación de que la actitud de los indios obedece a
la misma construcción de los relatos indígenas de la conquista y producen un efecto
paralizante en todos aquellos que las conocen. Los aztecas superan la conquista
mentalmente incorporándola a su red de relaciones sociales, naturales y sobrenaturales,
como lo es en el caso de Chilam Balam. Esta forma particular de practicar la
comunicación es responsable de la imagen deformada que habían de tener los indios con
los españoles.
Ahora, tras dejar paso a la recepción de los símbolos, en su producción o elaboración de
éstos, es el Popul Vuh quien atesora prácticas verbales estimadas. La tradición azteca
era aprendida desde muy temprana edad, dejando en claro que la palabra cumple una
función capital. Ellos es de suma importancia ya que ello denota la capacidad de
percibir o relacionarse con el otro, ya que los aztecas confunden la naturaleza divina de
la que supuestamente eran poseedores los hispanos. Es por eso, de que lo anterior, la
referencia al pasado fue esencial para la mentalidad azteca dela época.
Entonces, en este mundo dominado por la tradición, se encuéntrala conquista: un
acontecimiento imprevisible, sorprendente y único; con una concepción temporalmente
opuesta de los aztecas, quienes fueron poseedores de un calendario cíclico en donde las
secuencias del pasado se parecen, al igual que las del futuro, y lo que permite que se
convierta en una profecía, o sea, del uso de la memoria; y de pronto de encuentren con
un tiempo unidireccional y de cumplimiento como el que llevan consigo los españoles.
Aquí, los aztecas tienen menos éxito en la improvisación debido a la confinidad del
orden, el arte del rito, en vez de la eficacia del instante (aquí van desde regalos en oro,
gritos de guerra, falta de disimulo en vestimentas).
Ahora bien, los signos presentados por Cortés y los españoles son muy disímiles a los
expuestos anteriormente por parte de los indios. Una idea preliminar constituye la
búsqueda automática de oro, sin embargo, la actitud más importante antes de realidad
aquellas maniobras fue la búsqueda de información, y en primera instancia, por los
intérpretes tomados en el camino. Aquí queda en claro que lo primero que quiera Cortés
no es tomar, sino comprender. Y una de las personas que contribuyó a este aspecto fue
Malinche, quien asimiló dos lenguas nativas y el español, incluyendo sus valores. Si
bien se le ha culpabilizado como traidora de los valores autóctonos, el autor deja en
claro que lo ve desde otra óptica: ella es el resultado del mestizaje de dos culturas. Ella
no se somete directamente a otro, sino trata de ver las cosas de acuerdo a su ideología y
la utiliza mejor para entender su propia cultura. Ya al estar al tanto de la lengua, Cortés
no pierde ningún momento en acceder a más información.
Una de las primeras informaciones a las que accede el español, fue a la existencia de
desacuerdos entre otros indios, así como de las imprudencias llevadas a cabo por otros.
Pero el autor maraca un punto del viaje de Cortés en la que se aprecian los signos de los
españoles y de los indios: al recorrer una sierra, le interesa un volcán humeante, del cual
se alcanza su cima para registrar la ruta a seguir; sin embargo, mientras los hispanos lo
consideran como un fenómeno singular de la naturaleza, los indios lo consideran como
un fenómeno mágico de la “domesticación del fuego”. Evidentemente Cortés se queda
en el plano humano, mientras que los indios entablan una red de correspondencias
naturales y sobrenaturales.
Esta comunicación de los aztecas con el mundo se relaciona con el contacto con sus
divinidades, en la cual el dios de la religión azteca es uno y múltiple a la vez, pero que
no era considerado por el Dios del cristianismo por cuanto exclusivo e intolerante, sin
dejar espacio a otra divinidad.
Los españoles son los únicos que actúan en esa situación; los aztecas solo buscan
mantener el statu quo, se conforman con reaccionar. Son los aztecas los que no se
quieren comunicar ni cambiar nada de su vida y eso va de la mano con su valorización
del pasado.
Nuevamente, en cuanto a la producción de los discursos y los signos por parte de los
españoles, Cortés se mostró igual de confundido que Moctezuma, pero con la gran
diferencia de que ella se produjo con un alto grado de intencionalidad y esto se debe en
parte a la necesidad de acceder a la información entre los indios, a tal punto que
castigaba a los mismos españoles si no se mostraban afables con ellos. El manejo de
dicha confusión se extiende a las relaciones entre los aztecas y otros pueblos, a quienes
apoya a estos últimos, pero se contradice finalmente para que los mexicas sean liberados
y le cuenten toda la confusa información al emperador Moctezuma, haciendo entrever
que se presenta como amigo y enemigo al mismo tiempo.
Cuando se mostraban condiciones de debilidad en Cortés, era el momento de demostrar
su fuerza, siendo un hombre muy sensible a las apariencias. Manifestó su gusto por las
acciones espectaculares, con plena conciencia de su valor simbólico.
Pero la mejor prueba de la capacidad de Cortés fue la interpretación del mito del retorno
del Quetzacóatl. Y como antes de la Conquista era catalogado como un personaje
histórico y legendario al mismo tiempo, hizo que Moctezuma lo identificara con el
español.
Incluso si Moctezuma no toma a Cortés por Quetzacóatl, los indios que escriben los
relatos, es decir, los autores de la representación colectiva, lo creen así. Y esto tiene
consecuencias inconmensurables. Es gracias a su dominio de los signos de los hombres
como asegura Cortés su control del antiguo imperio azteca.
El historiador indica que el comportamiento semiótico de Cortés es característico de su
lugar y de su época. Además, manifiesta que, en sí, “el lenguaje no es un instrumento
unívoco: sirve tanto para la integración en el seno de la comunidad como para la
manipulación del otro. Pero Moctezuma otorga la primacía a la primera función y
Cortés a la segunda”.

CLENDINNEN: “CRUELDAD FEROZ Y ANTINATURAL: CORTÉS Y LA


CONQUISTA DE MÉXICO” (PRACTICO)
1. ¿Cómo pudo ser que un heterogéneo puñado de aventureros españoles fue capaz de
vencer a un poder militar amerindio en su propio territorio en el término de dos años?
Las respuestas a esa pregunta venían fácilmente a la mente de los hombres del siglo
XVI. A comienzos de la década de 1540, 30 años después de la caída de Tenochtitlan,
Juan Ginés Sepúlveda escribió un trabajo que ha sido descrito como “la más virulenta e
inflexible argumentación sobre la inferioridad de los indios americanos jamás escrita”.
Hacia 1585 Bernardino de Sahagún había revisado un temprano relato de la Conquista,
escrito más desde el punto de vista nativo y desde las memorias de los nativos mexicas,
para producir una versión en la cual el rol de Cortés fue exaltado, las acciones españolas
justificadas y la totalidad de la conquista presentada como providencial.
La conquista mexicana como modelo para las relaciones europeo-nativas fue reanimada
pro el mundo angloparlante a través de la “Historia de la Conquista de México” de
Prescott en los primeros años de la década de 1840. La lección que la gran historia
enseñaba era que los europeos triunfarían sobre los nativos, a pesar de las diferencias
aparentes, debidas a la superioridad cultural, que se manifestaba visiblemente en el
equipamiento pero que residía mucho más en cualidades mentales y morales.
Los contornos generales de la fábula prescottiana son aun claramente discernibles en el
trabajo sobre la Conquista más reciente e intelectualmente más sofisticado, “La
Conquista de América: el problema del otro” de Todorov. Confrontados por el reto
europeo, los mexicas de Todorov son “otros” en un sentido que los condena.
Dominados por una forma cíclica de entender el tiempo, perseguidos por los presagios,
eran incapaces de improvisar frente al inaudito reto español. A pesar de ser “maestros
en el arte del discurso ritual”, no pudieron producir “mensajes apropiados y efectivos”;
Moctezuma, por ejemplo, patéticamente envía oro “para convencer a sus visitantes de
abandonar el país”. Todorov está indeciso acerca de la visión de Moctezuma sobre los
españoles, reconocida la opacidad de las fuentes; sin embargo, el presenta la
“paralizante creencia de que los españoles eran dioses” como un error fatal.
Por contraste, el Cortés de Todorov se mueve libre y efectivamente, “no sólo
practicando constantemente el arte de la adaptación e improvisación, sino también
estando alerta sobre el mismo y reivindicándolo como el fundamento de su conducta”.
Un “especialista en comunicación humana”, el asegura su control sobre el imperio
mexica a través de su “dominio de los signos”. Nótese que éste no es un idiosincrático
talento individual, sino una capacidad cultural europea fundada en “la habilidad para
leer y escribir”, en el cual la escritura es considerada “no como herramienta, sino como
índice de evolución de las estructuras mentales”: es esa evolución la que libera la
inteligencia, la flexibilidad estratégica y la sofisticación semiótica a través de la cual
Cortés y sus hombres triunfan.
Quiero hacer una revisión de los fundamentos para este tipo de pretensiones sobre la
naturaleza del contraste entre las maneras de pensamiento de europeos e indios durante
el encuentro de la conquista, y sugerir un relato bastante diferente de lo que estaba
pasando entre los dos pueblos. Analistas acuerdan en que la Conquista se consigue en
dos fases. La primera comenzó con la llegada de los españoles en abril de 1519 y la
asunción por parte de Cortés del comando independiente en desafío al gobernador de
Cuba, protector de Cortés y su expedición, marcada primeramente por sanguinarias
batallas y luego por la alianza con la provincia independiente de Tlaxcala hasta la
expulsión de las fuerzas españolas al final de 1520 en la “Noche Triste” y la muerte de
Moctezuma. Fin de la primera fase. La segunda fase es mucho más corta en el relato, a
pesar de extenderse en un mismo espacio de tiempo: poco más de un año. Los españoles
se refugiaron en Tlaxcala para recobrar salud y moral. Luego reemprendieron el ataque.
Tenochtitlan cayó bajo la combinación de las fuerzas de Cortés y de un surtido de indios
“aliados” a mediados de agosto de 1521. Final de la segunda fase.
Los analistas de la conquista se han concentrado en la primera fase, atraídos por el
exotismo de las respuestas de Moctezuma y por el sentido de que las consecuencias
finales eran inmanentes a esa respuesta, a pesar de la remoción de Moctezuma del
centro de la escena debido a la derrota un año antes de la caída de la ciudad y a pesar de
la miserable situación de los españoles en los días antes de esa caída, despojados de
refugio y protección, con los mexica reducidos delante y sus “aliados”, potenciales
lobos, detrás. Este desalentador consenso en cuanto a la invencibilidad hispánica y
vulnerabilidad india florece la aceptación de documentos claves, como adecuadamente
descriptivos de la realidad, más que como las construcciones míticas que en gran parte
son. Las cartas de Cortés y los relatos indios más importantes de la derrota de su ciudad
deben tanto a la imaginación como al registro de los eventos tal como ocurrieron. La
manipulación consciente, si bien puede estar presente, no es el resultado más interesante
aquí, pero sí el más sutil y poderoso deseo humano de oficiar una historia coherente y
satisfactoria a partir de la experiencia fragmentaria y ambigua, o a partir de la
“evidencia” fragmentaria y ambigua con la que tenemos que trabajar.
Contra el consenso señalo el examen de Veyne. El documento puede contarnos de
buena gana acerca de la proclividad de hacer historias, y esto nos introduce en el mundo
cultural del que hace historias. También puede contarnos acerca de las acciones,
sosteniendo así la promesa de confirmar los patrones de conducta y de ellos poder
inferir los supuestos convencionales de la gente cuyas interacciones estamos tratando de
entender. El desafío está en ser a la vez acordes a las posibilidades y respetuosos de las
limitaciones del material que tenemos.
La predilección por construir historias está fuertemente presente en la mayor parte de
las fuentes españolas. La desordenada serie de eventos que comenzó con la llegada a la
costa ha sido modelada en una historia de éxitos tomada de las narraciones de Cortés y
Bernal Díaz; el soberbio movimiento hacia atrás que tanto cautivó a Prescott, una
selección y secuenciamiento impuesto por hombres prácticos en la escritura y en la
tradición narrativa europeo y, con su conocimiento de los resultados, cuando los
resultados eran conocidos.
La elegancia del oficio literario de Cortés esta refinadamente indicada por su manejo de
un problema de presentación. En su “Segunda Carta”, escrita a fin de octubre de 1520
en la víspera de la segunda acometida contra Tenochtitlan, de algún modo pudo
informar al rey español el asombro ante el esplendor de la ciudad imperial, los
tempranos movimientos, la autoridad, el oro, las riquezas, la expulsión, el pánico. La
solución de Cortés fue el despliegue narrativo de los hechos, entonces la ciudad está
sorprendida; Moctezuma habla, pone malas caras; el mercado palpita y zumba. Y en
todo momento continúa la construcción de su persona como líder: infinitamente
flexible, a pesar de eso irreflexivamente lean; infinitamente lleno de recursos con todo
fastidioso en refinamientos legales.
Elliot y Padgen han rastreado los filamentos de la trama de ficciones de Cortés hasta las
hebras de la cultura político española y hasta su particular y agudo brete dentro de ella,
explicando el tema del “retorno de los legítimos herederos” demostrando su necesidad
funcional en la estrategia legalista de Cortés, la cual en cambio giraba en torno a la
cesión voluntaria por parte de Moctezuma de su imperio y su autoridad a Carlos de
España, una noción poco plausible, a pesar de que muchos la han creído. Dada la
necesidad de demostrar su propia indispensabilidad, no es sorprendente que a lo largo
del camino Cortés pueda reivindicar “el arte de la adaptación y la improvisación” como
“el verdadero principio de su conducta”, y que nosotros, como su audiencia real,
podamos ser impresionados por su comando de hombres y eventos: dominando a
Moctezuma, manejando a los indios con palabras amables, etc.
La teoría del “retorno del gobernante-dios” fue reforzada por el Códice Florentino de
Sahagún, un recuento enciclopédico de la vida nativa antes del contacto compilado a
partir de las memorias de informantes nativos sobrevivientes. En la Conquista,
introduce un Moctezuma paralizado por el terror, primero debido a los presagios y luego
por la convicción de que Cortés era del dios Quetzalcoalt. La historia de Sahagún es de
aparición muy tardía, haciendo su primera aparición más de 30 años después de la
Conquista, y a la luz del examen de Veyne falla. Dentro de las cerradas políticas de
Tenochtitlan, donde edad y rango daban status, pocos hombres podían haber tenido
acceso a la persona de Moctezuma, y los informantes de Sahagún, hombres jóvenes y de
poca importancia en 1520, no podrían haber estado entre esos pocos. Lo que los
informantes ofrecen para la mayor parte de la primera fase es una mítica historia, un
relato de lo que “debió” haber sucedido en una satisfactoria de mezcla de tiempo
colapsado, episodios suprimidos, y encuentros referidos como si vinieran a ser
entendidos en los amargos años posteriores a la Conquista.
A lo largo de la primera fase de la Conquista podemos “leer” las intenciones de Cortés,
asumiendo su perspectiva y por tanto, asumiendo su eficacia. Ahí lo tenemos:
intenciones de guerra claras, ciudades nativas rebautizadas como posesiones en una
nueva forma de gobierno, un ejército en movimiento. Tomamos la persistente prédica de
amistad de Cortés y la inocencia de sus intenciones hacia los emisarios de Moctezuma
como transparentes engaños, y culpamos a Moctezuma por no reconocerlos. Nosotros
leemos la conducta de Moctezuma confiadamente, pero aquí nuestra confianza deriva de
la ignorancia. Cortés interpretó los primeros “regalos” de Moctezuma como gestos de
sumisión. Pero Moctezuma, como otros líderes amerindios, se comunicaba tanto a
través del esplendor y status de sus emisarios, sus gestos y sobre todo por sus regalos.
Cortés no pudo leer aquellos mensajes no verbales, tampoco está claro que su intérprete,
doña Marina, quisiera o pudiera informarlo de los protocolos en los cuales estaban
entramados: éstos eran los altos y públicos asuntos de los hombres. Los regalos de
Moctezuma eran las declaraciones de dominio, soberbios gestos de riqueza vueltos más
gloriosos por la arrogante humildad de su cesión.
Ejemplos de comunicación errónea se multiplicaron. El “control de las comunicaciones”
parece haber evadido a ambas partes por igual. Nuestros interrogantes sobre los
documentos supervivientes no pueden satisfacer nuestra curiosidad sobre de la conducta
de Moctezuma. En este tipo de historia europea y nativa, parte de nuestro problema es la
disrupción de la práctica “normal”, efectuada por la brecha a través de la cual hemos
entrado. Para Cortés, el respeto que mostraba Moctezuma lo establecía como la suprema
autoridad de la ciudad y el imperio, y el modeló su estrategia en conformidad a ello. De
hecho, no conocemos la naturaleza y extensión de la autoridad de Moctezuma dentro y
más allá de Tenochtitlan, ni el real grado de coerción y control físico impuesto sobre el
durante su cautiverio. No podemos saber cómo categorizó a los recién llegados, o qué
intentó con su aparente determinada e impopular cooperación con sus captores: sea
salvar su imperio, su ciudad, su posición o su pellejo.
De Cortés sabemos mucho más. No era notable como líder de combate: valiente, una
indispensable cualidad en un hombre que liderara españoles. El prefería hablar al uso de
la fuerza tanto con españoles como indios, una preferencia pensada para preservar el
número de hombres, pero indicadora de un estilo personal. Él sabía a quién pagar con
lisonjas, a quién con oro. Él sabía cómo montar un evento teatral para lograr el máximo
efecto. Cuando usó la fuerza el tuvo un instinto para hacerlo teatralmente, amplificando
el efecto: cortando las manos de 50 emisarios de Tlaxcala admitidos libremente en el
campo español, luego mutilados como “espías”. El fue capaz no solo del diseño sino
también de la construcción y mantenimiento de precarias alianzas.
Ninguno de sus instintos hace de Cortés el modelo de cálculo, racionalidad y control por
el que se lo toma. Es verdad que después del episodio de la “mutilación de los espías”
los habitantes de Tlaxcala suplicaron por paz y alianza, pero los actos de guerra al estilo
europeo fueron probablemente tan destructivos de la confianza india en su habilidad
para predecir el comportamiento de los españoles como las más deliberadas tácticas.
La situación política de Cortés fue facilitada por su status de rebelde. Esto lo salvó de
valoraciones agonizantes de diferentes cursos de acción: cuando se fue de Cuba,
desafiando al gobernador, sabía que no podría retornar. La marcha hacia México nos
impresiona. Posiblemente Cortés tenía en mente un gigantesco fraude: un lento proceso
para asegurar postas a lo largo del camino a Veracruz y, luego, con oro acumulado,
pedir a las autoridades en La Española barcos, caballos y armas. Es sin embargo difícil
leer su actuación como racional.
Es siempre tentador otorgar a las personas del pasado el tener políticas claras y
resueltas. Su tenso carácter autodidacto sostenido frente a otros en acciones peligrosas,
pudo haber colapsado entre lágrimas o furores cuando alguna parte de su propio análisis
controlado era expuesto a algún defecto. Cortés tenía confianza en que Moctezuma era
el gobernante absoluto que decía ser. Lo secuestró para establecer su dominación
personal sobre él. Pero a pesar de sus posesiones, la capacidad de Moctezuma para
dominar, que era su capacidad para dominar con respeto, había comenzado a debilitarse
desde el primer encuentro con los españoles. Forzado a intentar calmar a su pueblo,
Moctezuma supo que no podría hacer nada; que su desacralización había sido
consumada.
Cortés no pudo reconocer la impotencia de Moctezuma. Insistió que su política había
sido saludable y que había fracasado sólo a través de la imposibilidad de confiar en el
gobernante mexica. El colapso del juego de esperas le liberó para avanzar hacia el
mundo de las decisiones, la violencia calculada.
Su genio descansaba en la profundidad de sus convicciones, y su capacidad para
conducir a otros a compartirlas: intimidar y sobornar a sus hombres. No fue menos
importante su regalo notarial para ubicar su situación y aspiraciones en términos legales:
términos necesarios para complacer a los legalistas en casa, que finalmente juzgarían su
actuación.
Así Cortés, con sus hombres reagrupados y sus estrategias evolucionadas, estuvo listo
para la segunda fase del ataque. Lo que experimentaría en la lucha por venir, fue su
percepción sobre sí mismo y sus capacidades, sobre los mexicas y su relación con Dios.
2. Podría argumentar que es sólo para la segunda fase que tenemos evidencias sólidas
que permitan un análisis detallado sobre cómo españoles e indios se percibieron el uno
al otro, y cómo entonces lograron el éxito en la primera fase. Podría también argumentar
que el final de la conquista fue una cuestión delicada: una descripción en la que los
combatientes de ambos lados estarían de acuerdo. Los dos lados estaban emparejados en
el conocimiento: si Cortés tomó provecho de su familiaridad con las fortificaciones y el
funcionamiento de la ciudad del lago, los mexicas conocían a los españoles como
enemigos, y estuvieron bajo la dirección del gobernante liberado de las ambigüedades
que habrían logrado develar antes.
El combate requiere un acto de cooperación, en el que cada lado construye las
condiciones en las que ambos van a operar, y por tanto, donde la lucha es entre
extraños, obligando a una mutua “transmisión de cultura” a través del uso de escopetas.
Las fuentes para la segunda fase son sólidas. Cortés marcó la debacle en la calzada de
Tacuba, donde más de 50 españoles fueron muriendo por su propia impetuosidad en el
triunfo de un liderazgo en crisis; Díaz admiró la bravura de los españoles en los asaltos
a los salvajes; ambos estaban de acuerdo en el vocabulario con el que entendían la
conducta en las batallas. Los informantes de Sahagún, recibieron mitos sobre luchas
políticas de la primera fase, motivados por detalles confidenciales en sus relatos sobre la
lucha por la ciudad, en los que al menos algunos de ellos parecen haber luchado;
revelando la estructura y la descripción de los resultados sobre sus principios de batalla.
Estos puntos de vista pueden ser comparados con crónicas fragmentarias para dar un
perfil general de la conducta de los indios en las batallas.
Aquí debemos tener en cuenta la advertencia sobre idealización. Si todas las normas
sociales son ficciones hechas realidad al ser contestadas, así como también obedecidas,
“las normas de la guerra”, son honradas con más sinceridad cuando son quebrantadas.
Pero en las sociedades guerreras de México Central, donde el campo de batalla ocupa
un lugar central en la imaginación, la brecha entre norma y práctica era estrecha. La
guerra entre sectores dominantes de México era una contienda sagrada de resultado
desconocido pero preestablecido, que revelaba que ciudad, que deidad local, dominaría
a los otros. Una igualdad entre las dos partes contendientes era entonces requerido:
prevalecer por número o como parte de una tradición habría corrompido el significado
de la contienda.
Los pueblos derrotados pagaban su tributo como una decisión ordinaria frente a futuras
hostilidades, pero conservaban su independencia, y a veces quedaban descontento, a
pesar de la convicción de la ciudad conquistadora sobre la legitimidad de su supremacía.
Muchos en el valle pagaban su tributo luchando en campañas y se repartían los
despojos. Más allá de valle, los beneficios del imperio eran menores y los costos
mayores. El monolítico Imperio Azteca es una alucinación europea: en esa atomizada
unidad políticas uniones eran logradas por la tensión dela repulsión mutua. De ahí la
facilidad con que Cortés pudo reclutar “aliados”, con frecuencia entendida a su brillante
discurso.
Si la guerra era un duelo sagrado entre pueblos, y sobre los dioses “tribales” de estos, la
batalla sería un duelo sagrado entre guerreros: una contienda en la que obtener un
cautivo adecuado para presentar ante su deidad era la medida precisa de su propio valor.
En el campo de batalla fechas indias eran lanzadas, pero para debilitar y derramar
sangre, no para acribillar. La estaca de guerra con obsidiana señalaba el blanco del
combate: la sumisión de prestigiosos cautivos en combate individual para presentar
antes su deidad.
En la desesperación de las últimas etapas de la batalla por Tenochtitlan, la inhibición de
los mexicas por matar en el campo de batalla se fue reduciendo. Los mexicas
respondieron con flexibilidad a los desafíos de la guerra de sitio. Los mexicas tomaron
prestadas las armas de los españoles. Fueron su inventiva y tenacidad las que llevaron a
Cortés a la desesperada solución de elevar las estructuras a lo largo delas calzadas y
dentro de la ciudad para suministrar el terreno seguro que necesitaban los españoles
para ser efectivos.
Aquella pasión por tomar cautivos mostraba que en el momento en la fortaleza del
oponente se quebraba, el enemigo que huía era un señuelo irresistible. Esto proporcionó
a Cortés una táctica común para una rápida cosecha de muertos. El explotó la
indocilidad de los mexicas. Si los indios hubieran sido tan desinhibidos como los
españoles en sus asesinatos, el pequeño grupo español, se habría reducido rápidamente.
Los guerreros mexicas no podían asesinar al líder enemigo en forma casual: si moría,
debía hacerlo en el templo de Huitzilopochtli frente a su santuario.
Bien entrada la segunda fase de la conquista, los porta estandartes españoles siguieron
siendo objetivos especiales. Pero los mexicas habían comenzado a prestarle menos
atención a los signos, porque habían descubierto que los españoles los ignoraban. Los
mexicas respetaban los signos.
Keegan ha caracterizado a la batalla como “un conflicto moral, que requiere un acto de
voluntad recíproco entre dos partes, y que, si tiene que tener una definición, implica el
colapso moral de una de ellas”. Rendirse, aceptarla derrota y concederla victoria, es un
asunto complejo, a la vez una redefinición del propio ser y de la propia capacidad de
acción efectiva, y una redefinición de la relación que se mantiene con el enemigo. Estas
redefiniciones deben ser reconocidas por el oponente. Cuando los indicadores de derrota
no son reconocidos, ni la victoria ni derrota son posibles, y nos acercamos a una zona en
la que no puede haber otra resolución que la muerte.
Esto, pienso, es lo que sucedió en México. Los “signos” son signos equívocos,
especialmente cuando apuntan no a una temporaria sumisión de duración incierta, sino
al fin de la dominación imperial de un pueblo. El precario edificio del “imperio” no
había sobrevivido a la intromisión de los españoles, y por eso fuera de los juegos
centrales del poder y el castigo. Su colapso había sido proclamado por Cuauhtemoc. En
las batallas finales, los mexicas luchaban por la integridad de su ciudad.
Las crónicas registran historias de hechos heroicos: de la gran victoria sobre la tropa de
Cortés, de 53 capturados para ser sacrificados. Los relatos españoles nos cuentan que la
victoria había sido ganada en ese momento para indicarla probabilidad de una victoria
final de los mexicas. Profetizada por los sacerdotes como llegando dentro de los
siguientes 8 días. Los aliados de Cortes, respetuosos de los signos, se alejaron del
escenario durante ese lapso. Pero los días pasaban, la victoria decisiva no llegaba.
*Para Todorov, los conquistadores fueron indiscutiblemente superiores a los indios en
la comunicación interhumana. Presenta la conquista de los mexicas posibilitada por la
forma cíclica de entender el tiempo, su comunicación cosmológica y ritual, las
interpretaciones limitantes de los presagios, la incapacidad de improvisar frente a los
conquistadores o de comunicarse y hacerse entender. Clendinnen propone una revisión
de los fundamentos sobre la naturaleza del contraste entre los dos pueblos, retomando el
consenso que hay entre los historiadores, de que la Conquista se consigue en dos fases,
aunque muchos se centran en la primera para explicar el triunfo. Argumenta que es sólo
en la segunda fase que tenemos evidencias sólidas que permitan un análisis detallado
sobre cómo los indios se percibieron el uno al otros. Atribuye la victoria de los
conquistadores al hecho de que en la conducta de los nativos, hubieron principios que
ellos no lograron quebrantar, aunque fueron flexibles y creativos en su forma de hacer la
forma de hacer frente a la guerra. Todorov presenta sus conjeturas desde el dominio de
los signos por parte de Cortés, mientras que Clendinnen argumenta desde la incapacidad
de enajenación (aculturación) de valores propios de los aborígenes que los hicieron
perder en la guerra. Enfocado en la exaltación de la civilización europea como índice de
evolución mental, Todorov escruta los informes y cartas de Cortés, las crónicas
españolas y de los relatos indígenas, en los que por un lado, conceptualiza Moctezuma
como un rey despótico, estéril y faltamente indeciso por la “mancha” de una religión
irracional, aquel maestro en el arte del discurso ritual pero que no puede producir
mensajes apropiados y efectivos, por otro lado, Cortés como un hombre fértil en
recursos, un maestro de la comunicación interhumana que podía servirse de Malinche,
una nativa que entendía ambos idiomas, modelo de hombre europeo, despiadado,
pragmático, racional en su inteligencia manipulativa, en su flexibilidad estratégica y en
su capacidad para decidir un curso de acción y persistir en el. Contrariamente
Clendinnen en la relectura de los hechos desestima el supuesto uso instrumental de la
comunicación para el dominio del otro haya favorecido a los españoles. Aunque al
precisar la segunda fase como la que se define la Conquista, también recuperan escritos
que retratan informes y relatos, así como algunas de las cartas de Cortés
correspondientes a la segunda fase de la conquista. Al contrario del Cortés de Todorov,
según ella él no pudo entender todo lo que sucedía, dado que Malinche si bien
funcionaba como intérprete, por su clase social y género, desconocía hechos que hacía a
la vida pública y ministerial del rey que hacían parte de los altos y público asuntos de
los hombres, le faltaban herramientas para resignificar las palabras o los actos no
verbales (regalos, protocolos) y así tener una correcta hermenéutica. Tampoco era un
líder en el combate, carecía de despliegue, si bien sabía como comprar aliados y armar
espectáculos, también era manipulado por los indios como en el episodio de Cempoalla.
Su postura es que la comunicación fue defectuosa o errónea, ninguno de los líderes
pudo tener el control de las comunicaciones, de igual forma las enfermedades o guerra
bacteriológica generó pérdidas en ambos lados. La clave estaba en la forma de entender
la guerra, dado que para los mexicas seguía teniendo un carácter ritual pero no hubo en
el otro bando una recepción cultural de este principio.
Por otro lado, en cuanto a la forma en que los indígenas actuaron, Todorov resalta la
importancia que ellos daban a su comunicación con el mundo, hecho que los
imposibilitaba a entender el encuentro como algo entre humanos sino como algo
sobrenatural. Entienden la derrota como parte de los presagios hecho paralizador que
disminuye su resistencia. Además de la ya mencionada ineficacia en la emisión de
mensajes por el rey cautivo, idea combatida por Clendinnen. Ella, presenta cómo desde
el momento de la captura de Moctezuma se elige un Nuevo Gran Orador, aunque Cortés
lo ignore. Por otro lado, los mexicas fueron capaces a adaptarse a muchas de las
conductas de los españoles (en los referido al sitio, a la toma de los estandartes), pero no
pudieron quebrantar la medida básica de un hombre, que era tomar vivos a los cautivos.
Persistieron en esto último, no se rindieron y prefirieron morir.

ELLIOT: “LA CONQUISTA ESPAÑOLA Y LAS COLONIAS DE AMÉRICA”


(TEORICO)
Los antecedentes de la conquista
Hay muchos caminos por los cuales una sociedad agresiva puede expandir los límites de
su influencia, y existen precedentes de todos ellos en la España medieval. La
reconquista ilustró parte de las múltiples posibilidades de las que se podrían extraer
estos precedentes. Fue un proceso de asentamiento y colonización controlados, basado
en el establecimiento de ciudades, a las cuales se concedían jurisdicciones territoriales
extensivas bajo privilegio real. Conquistar, por lo tanto, puede significar colonizar, pero
también puede significar invadir, saquear y avanzar. Como los límites de la expansión
interna fueron alcanzados, las fuerzas de la sociedad ibérica medieval comenzaron a
buscar las nuevas fronteras a través de los mares.
Este movimiento expansionista delos pueblos ibéricos en el siglo XV, fue un doble
reflejo de las aspiraciones ibéricas y europeas a finales de la Edad Media. En el siglo
XV, Europa era una sociedad que todavía sufría las desarticulaciones sociales y
económicas causadas por los estragos de la peste negra. La península Ibérica con su
proximidad a África y su larga costa atlántica, estaba geográficamente bien situada para
tomarla delantera de un movimiento de expansión hacia el osete, en un tiempo en que
Europa estaba siendo acosada por los turcos islámicos en el este. Se había desarrollado
una tradición marítima ibérica en el Mediterráneo y en el Atlántico, donde los
pescadores vascos y cántabros habían adquirido una rica experiencia para la futura
navegación de mares desconocidos.
A finales del siglo XV, la carabela fue la culminación de un largo período de evolución
y experimentación. Al mismo tiempo que las nuevas necesidades de los viajes atlánticos
ayudaron a perfeccionar las carabelas, así también ayudaron a mejorar las técnicas de
navegación.
Durante todo el siglo XV, los genoveses se establecieron en creciente número en Lisboa
y Sevilla, donde vislumbraban nuevas posibilidades para la empresa y el capital en una
época en la que esas actividades estaban estrechadas en Levante por el avance de los
turcos. Portugal tenía una importante comunidad mercantil autóctona, que ayudó a subir
al trono a la casa de Avis en la revolución de 1383-1385. Bajo la dirección de esta casa
real, los portugueses se expandieron hacia Ultramar. La corona de Castilla había tomado
posesión nominal de las islas Canarias en 1402 pero la resistencia de los habitantes
guanches retrasó la conquista. Durante gran parte del siglo XV los problemas internos y
la empresa incompleta de la reconquista impidió a Castilla seguir el ejemplo portugués
de una manera sistemática. El rasgo más característico del modo de expansión empleado
por los portugueses fue la factoría, la plaza comercial fortificada. El uso de la factoría
hizo posible prescindir de las conquistas y los asentamientos hechos a gran escala,
permitiendo a los portugueses de los siglos XV y XVI mantener su presencia en grandes
extensiones del globo sin necesidad de profundas penetraciones en las regiones
continentales. Sin embargo, la expansión en Ultramar podía significar algo más que la
creación de plaza comerciales, como sucedía con los portugueses en las islas del
Atlántico y más tarde, en Brasil. Establecieron plantaciones azucareras, siendo necesaria
la colonización.
Los castellanos pudieron aprovechar los precedentes portugueses, tanto como sus
propias experiencias de la reconquista, cuando al final del siglo XV volvieron su
atención hacia nuevos mundos de Ultramar. Mucho dependía del carácter del jefe y de
la clase de apoyo que fuera capaz de conseguir. La disciplina procedía, por un lado, de
la capacidad del jefe para imponerse a sus hombres, y por otro, del sentido colectivo de
compromiso ante una empresa común. Había otros dos participantes que colocaron un
sello en toda la empresa: la iglesia y la corona. La iglesia proveía sanción moral que
elevaba una expedición de pillaje a la categoría de cruzada, mientras el estado consentía
los requerimientos para legitimar la adquisición de señoríos y tierras.
El 3 de agosto de 1492, cuando Colón zarpó del puerto de Palos, estaba previsto que, si
alcanzaba las Indias, establecería un centro de distribución comercial al estilo
portugués, basado en pequeñas guarniciones, en beneficio de la corona de Castilla. Pero
las noticias que trajo en 1493 modificaron el esquema inicial. Los Reyes Católicos se
dirigieron al papado y obtuvieron derechos en el área fuera de la línea nacional de
demarcación que se acordaría entre las coronas de Portugal y España en el tratado de
Tordesillas, en 1494. La autorización papal concedía seguridad a las peticiones
castellanas contra cualquier intento de recusación por parte de los portugueses, y elevó
la empresa de las Indias al grado de empresa santa ligando los derechos exclusivos de
Castilla a una obligación exclusiva para que se ganaron a los pagano para la fe. Esta
empresa misionera se dotó así de una justificación moral para la conquista y
colonización.
Ya en 1493, elementos nuevos se iban a introducir en el juego para modificar la
empresa inicial como Colón la concibió. El comercio y la explotación siguieron siendo
unos componentes poderosos de la empresa; y el establecimiento de un poblamiento
permanente en las Antillas estaba muy en la línea con el modo empleado por los
portugueses y genoveses en sus actividades de Ultramar, pero las tradiciones nacidas en
la reconquista también tenderían a confirmarse, impulsadas en parte por el hecho de que
el nuevo mundo descubierto en Antillas aparecía ocupado por una población no
cristiana, y la cual poseía objetos de oro. Entre la variedad de opciones, Castilla escogió
la que implicaba la conquista en gran escala dentro de la tradición medieval peninsular:
la afirmación de la soberanía, el establecimiento de la fe, inmigración y asentamiento, y
una dominación extensiva de las tierras y las personas.
El modelo de las islas
El problema con que se encontró la corona y sus agentes en La Española prefiguraba en
miniatura el problema que subyacía en toda la empresa española en América: cómo
impones estabilidad en un mundo donde casi todo estaba cambiando rápidamente.
Introducidos en el Caribe, con sus propias aspiraciones y valores, Colón y sus hombres
pronto lo transformaron en un espacio yermo. La cantidad de oro recibida del tráfico
con los indios resultó desalentadora, y Colón, ansioso por justificar esa inversión a sus
soberanos, trató de suplir la deficiencia con otra mercancía: los propios indios. El
rechazo de la esclavitud de los indios, al menos al principio, eliminó una de las opciones
expuestas antes los colonos de La Española y, en consecuencia, exacerbó los problemas
de supervivencia que ya llegaban a agudizarse. Se podía obtener más oro en los ríos y
minas, pero requería trabajo y Colón ya había introducido un sistema de trabajo
indígena forzoso que ayudaría a producir tributo al rey y provecho para los colonos. Por
lo tanto, la Corona aprobó en 1503 un sistema de mano de obra forzosa, por lo cual se
autorizó al gobernador a repartir mano de obra india en las minas o en los campos,
debiendo pagar los salarios aquellos que recibieron el repartimiento. El repartimiento de
los indios fue un acto de favor por parte de la corona y, por lo tanto, implicaba ciertas
obligaciones que tenían que cumplir los concesionarios. Los indios tenían que ser
instruidos en la fe, lo que significaba que estaban temporalmente confiados a los
españoles individuales.
El establecimiento formal del trabajo forzoso entre la población indígena solo precipitó
un proceso que ya estaba resultando catastrófico. A los 20años de la llegada de Colón,
la población de la que había sido una isla densamente poblada, despareció por lo guerra,
enfermedades, malos tratos y el trauma producido por los esfuerzos que hicieron los
invasores por adaptarla a unas formas de vida y comportamientos totalmente distintos a
su experiencia anterior. El declive de los indígenas y de la población no blanca
importada trajo 2 respuestas distintas. En primer lugar, provocó un poderoso
movimiento de indignación moral en la propia isla y en España. Aceptando de mala
gana que la economía de la isla era insuficiente para la supervivencia sin la mano de
obra forzada, los Jerónimos llegaron a la conclusión de que la única solución era
importarla de fuera, en forma de esclavos negros. Un nuevo y lucrativo comercio
trasatlántico se empezó a crear. La catástrofe demográfica de La Española tuvo otro
efecto. El exceso de colonos españoles en la isla, obligando a importar mano de obra
para asegurar su propia sobrevivencia, también forzó por razones parecidas, a
exportarla. La urgencia por la exploración fue instintiva para la mayoría de aquellos
hombres. A la vez que crecía el espacio explotado en torno a Santo Domingo,
aumentaban hacia las presiones para conquistar y emigrar. Desde 1508, los colonos de
Santo Domingo se fueron acercando hacia las islas cercanas.
Con cada nueva incursión española, el radio de destrucción se amplió. Las áreas de
penetración española perdían sus poblaciones aborígenes ante la progresiva marcha de
rompimiento, desmoralización y enfermedades, de modo que los invasores hacían
esfuerzos para repoblar la mano de obra nativa con la captura de esclavos en las
regiones cercanas. Sin embargo, los esclavos importados sucumbieron rápidamente
como la población local. El “período de las islas” del descubrimiento, conquista y
colonización que comprendió entre 1492 a 1519, culminó en un período de intensa
actividad, estimulada por el fracaso inicial de Santo Domingo para mantener sus
inquietos inmigrantes y por las perspectivas rápidamente por saqueos, comercio y
beneficio cuando empezaron a descubrirse las tierras del continente.
La organización y el avance de la conquista
La América española continental se conquistó entre 1519 y 1540, en el sentido de que
esos 21 años vieron el establecimiento de la presencia española a través de zonas
extensas del continente, y una afirmación de la soberanía española, más efectiva en unas
regiones que en otras. Dos grandes arcos de conquista complementaron la subyugación
de América. Uno, organizado desde Cuba entre 1516 y 1518 recorrió México entre 1519
y 1522, destruyendo el Imperio Azteca, y después se irradió hacia el norte y sur desde la
meseta central mexicana. El otro arco, comenzando en Panamá, se movió brevemente
hacia el norte en 1523-1524, hasta llegar a Nicaragua, y entonces, después de una pausa,
tomó la ruta del Pacífico hacia el sur para llevar a cabo la conquista del Imperio Inca en
1531-1533. Aunque las regiones marginales resultaban refractarias a la acción
colonizadora, las poblaciones indígenas de las regiones más pobladas y colonizadas se
sometieron al dominio español en una sola generación ¿Cómo se puede explicar la
rapidez de este proceso de conquista? Está dentro de la naturaleza de la conquista que
las voces de los vencedores tengan mayor repercusión que la de los vencidos. Dada la
variedad de pueblos, la relativa escasez de recursos y la naturaleza de las circunstancias
en las que se produjeron, sería demasiado decir que los testimonios que sobrevivieron
nos dan una visión “india” de la conquista. Sin embargo, nos proporcionan una serie de
recuerdos patéticos, filtrado a través de la lente de los derrotados, o del efecto producido
en ciertas regiones por la rápida irrupción de los forasteros cuya apariencia y
comportamiento estaban muy alejados de lo habitual. El choque de la sorpresa que
causó la aparición de los españoles dieron a los invasores una ventaja inicial. Pero los
relatos cargados de presagios de los vencidos producidos bajo el impacto de la derrota
no proporcionan una base adecuada para comprender el triunfo español. Por su
naturaleza, estas narraciones se mueven hacia la catástrofe, que desde el principio se
simboliza por presagios, como el inexplicable incendio de los templos. El problema más
inmediato para los españoles fue cómo conquistar y después mantener las zonas de
mayor interés para ellos, con grandes poblaciones sedentarias en Mesoamérica y Andes,
donde las posibilidades de riquezas minerales y una mano de obra disciplinada
justificaban el esfuerzo de la conquista. Pero la misma extensión y el carácter de estas
poblaciones de Mesoamérica y Andes resultaba finalmente una ventaja que una
desventaja para los españoles. En los imperios azteca e inca, una multiplicidad de tribus
competidoras brotaron bajo una forma de control central que era más o menos
protestado. Esto permitió a los españoles enfrentar un grupo tribal contra otro y volver a
los pueblos contra sus odiados jefes. También significó que, una vez que el poder
central quedó derrotado, los españoles sucesivamente se convirtieron en jefes de
poblaciones ya acostumbradas a algunos grados de subordinación. Sin embargo, los
pueblos de la periferia de estos “imperios”, y los que hallaban dispersos por las áridas
tierras poco pobladas del norte de México o las regiones selváticas de la América del
Sur meridional, resultaron ser más difíciles de dominar. Los invasores también sacaron
un provecho al pertenecer a una sociedad con una superioridad tecnológica decisiva.
Pero el impacto de esta superioridad técnica no estaba bien definido. En parte, se debía
a que los invasores estaban pobremente equipados en comparación con el modelo
europeo del siglo XVI. El carácter de las sociedades a las que se enfrentaron y su propia
superioridad tecnológica originaron oportunidades para los invasores europeos. Pero
estas oportunidades todavía tenían que aprovecharse y, en este aspecto, se puso a prueba
la capacidad de organización de los europeos del siglo XVI. Regiones diferentes
presentaban problemas diferentes y exigían respuestas diferentes. Pero mientras que,
especialmente durante los primeros años, no había un procedimiento único para la
conquista y colonización, ciertos modelos tendían a establecerse, simplemente porque
las expediciones militares necesitaban organización y abastecimientos, y las
expediciones comerciales se dieron cuenta que no podían prescindir del apoyo militar.
La conquista de América fue posible gracias a una red de créditos que circulaban por
intermedio de agentes locales y empresarios respaldados por funcionarios reales y ricos
encomenderos de las Antillas, por Sevilla y las grandes casas bancarias de Génova y
Austria.
La conquista de América fue una conquista realizada por microbios y hombres.
Especialmente en regiones densamente pobladas como México central, la parte que
representaron las epidemias en minar la capacidad y voluntad para resistir tuvo un papel
importante para explicar la rapidez y la perfección del éxito español. A pesar de esto, el
derrumbamiento del Imperio mexica por asalto de unos cientos de españoles no puede
explicarse exclusivamente en términos de intervenciones de agentes externos. Se debió
a las fallas geológicas de la estructura del propio imperio y a la naturaleza represiva de
la dominación mexica. Debido a que habían formado sociedades organizadas
centralmente con una fuerte dependencia de la autoridad de un solo jefe, los imperios de
Moctezuma y de Atahualpa cayeron con relativa facilidad en manos españolas.
La consolidación de la conquista
Mientras que los españoles tuvieron éxito en la integración nominal en las nuevas
sociedades coloniales de los indios que vivían dentro de los límites de los imperios de la
preconquista, se enfrentaron a problemas menos manejables en otras partes de América.
El éxito o fracaso de los españoles en pacificar estas regiones fronterizas dependería de
las costumbres y modelos culturales de las variadas tribus y de la manera que los
mismos españoles enfocaron su tarea. La conquista de América resultó un proceso
complejo en el que los soldados no siempre eran los que dominaban. Estaba
acompañada por la conquista espiritual, por medio de la evangelización de los indios. A
esto siguió una masiva emigración desde España que culminó en la conquista
demográfica. La encomienda iba a tomar su lugar al lado de la ciudad como base de la
colonización española en México y Perú. La encomienda no era un estado y no
comportaba título alguno sobre la tierra ni derecho de jurisdicción. Por lo tanto, no
podía llegar a convertirse en un feudo en embrión. A pesar de sus esfuerzos, los
encomenderos no lograrían transformarse en una nobleza hereditaria de tipo europeo. Al
mismo tiempo que la corona estaba luchando contra el principio hereditario de
transmisión de encomiendas, trabajaba para reducir el grado de control que los
encomenderos ejercían sobre sus indios. El paso más decisivo fue la abolición en 1549
del servicio personal obligatorio. En adelante, los indios sólo estarían sujetos al pago de
tributos, cuya proporción se estableció en una cantidad menor que la que antes habían
tenido que pagar.
Para promover la colonización, la corona insistió en que todos los conquistadores y
encomenderos tendrían que estar casados, y esto produjo un número creciente de
mujeres inmigrantes. Pero la escasez de mujeres españolas en los en los primeros años
de la conquista naturalmente fomentó los matrimonios mixtos. Pero el aumento rápido
de los mestizos en las Indias no era tanto el resultado de matrimonios formales como del
concubinato y la violación. Durante el siglo XVI, el mestizo tendía a ser asimilado en el
mundo de su madre o el de su padre. También había una fuerte emigración africana a
medida que se importaban esclavos negros. Los descendientes de sus uniones con
blancos o indios, conocidos como mulatos y zambos, ayudaron a aumentar el número de
aquellos que, ya fueran blancos o híbridos, preocupaban cada vez más a las autoridades
por su evidente carencia de arraigo. Las Indias estaban en camino a producir su propia
población de desocupados y vagabundos, lo que parecía amenazar la sociedad ordenada
que constituía el ideal europeo del siglo XVI.
La presencia de esta población desamparada sólo pudo añadirse a las fuerzas que ya
conducían a la desintegración de la “república de los indios”. La proximidad de las
ciudades fundadas, la mano de obra que pedían los encomenderos y el tributo que exigía
la corona, la usurpación por parte de los españoles de tierras indias, la infiltración de los
blancos y mestizos, todos estos elementos ayudaron a destruir la comunidad india y lo
que quedaba de su organización social. La clase de sociedad que los conquistadores y
emigrantes decidieron crear instintivamente, era la que más se parecía a la que habían
dejado en Europa. Por consiguiente, el destino de los pueblos sometidos estaba
preordenado. Serían transformados en campesinos y vasallos de tipo español. Las
aspiraciones de intervención del estado se habían hecho presentes allí desde el
comienzo. Una nueva conquista, de tipo administrativo, estaba tomando posiciones,
dirigida por las audiencias y los virreyes.
BRADING: “ORBE INDIANO. DE LA MONARQUÍA CATÓLICA A LA
REPÚBLICA CRIOLLA” (TEÓRICO)
El profeta desarmado
Las Casas llegó a La Española a los 18 años en 1502. Gracias a su participación en la
conquista de Cuba, había obtenido una encomienda. Fue la llegada de los dominicos a
La Española la que inició el debate público sobre el trato dado a los indios.
En 1514, Las Casas liberó a sus indios y trató de reformar todo el sistema. Las Casas
retornó a la península en 1515 para hacer campaña en la corte en favor de los indios
americanos durante 6 años. Hizo propuestas de reforma del gobierno de Indias, en una
época en que los informes del Nuevo Mundo daban noticias de la desaparición de la
población de los naturales del Caribe. En 1512, antes de su llegada, la Corona había
promulgado las Leyes de Burgos, en que intentaba regular la operación de la
encomienda, asegurando que cada indio recibiera una ración de carne y una instrucción
cristiana. La administración efectiva de las Indias fue dejada en manos del obispo de
Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, y del secretario de Estado, Lope de Conchillos,
quienes querían conservar el sistema vigente. En consecuencia, Las Casas redactó su
proyecto de manera que los cambios de propugnaba resultaran en beneficios a la
Corona, además de ayudar a los indios. Las Casas trató de promover en lugar de
combatir el asentamiento español en el Nuevo Mundo y también esperó obtener de sus
planes algún provecho personal. Las propuestas de Las Casas se anticiparon a la
estructura futura del gobierno colonial.
El primer y principal remedio sería la abolición de la encomienda. En adelante, los
indios solo trabajarían para los españoles cuando se les pagara un salario por sus
esfuerzos. Al mismo tiempo, debería haber una clara separación entre las comunidades
de los españoles y los pueblos de los indios. Los indios debían reunirse en pueblos, cada
uno con su iglesia y hospital gobernados por un sacerdote. Los colonos españoles
debían ser granjeros y no simples aventureros, cada granjero debía tomar bajo su
protección cierto número de indios, que les enseñase la agricultura y posiblemente, que
hubiese matrimonios mixtos. Todos los varones indios entre 25 y 45 años debían ser
llamados a trabajar para los españoles. Por último, recomendó llevar mano de obra
esclava de África para ayudar a los colonos. Habían de prohibirse nuevas incursiones
militares en territorio indio, para, para atraer a los naturales al gobierno español. Cada
fuerte tendría un obispo. En cuanto a los intereses de la Corona, Las Casas afirmó que
su ingreso quedaría asegurado por los rendimientos del comercio y por el tributo que los
indios pagarían después de su conversión.
En la empresa de Cumaná, la base económica sería el comercio con los indios,
combinado con la agricultura en la vecindad del asentamiento; las ganancias serían para
los principales colonos, como Las Casas y la Corona. Los ataques de los indios
obligaron a frailes y colonos a abandonar la aventura. La inversión de la Corona en el
asentamiento se perdió. Después de 14 años del fracaso de Cumaná, Las Casas volvió a
lanzarse a su misión. Para entonces, la pauta de la colonización española había sido
transformada por la conquista de México y Perú. Las incursiones en busca de esclavos
fueron reemplazadas por la conquista y colonización de grandes imperios. En 1537,
Tuzulutlán sería reservada a un experimento de conversión pacífica por los dominicos,
se prohibiría a todos los demás españoles el acceso a los indios. La realización esencial
de Las Casas consistió en un acuerdo secreto con los jefes indios, a quienes prometió
protección y honores a cambio de permitir que los religiosos predicaran el evangelio.
En 1538, Las Casas fue a Ciudad de México y protestó contrala práctica del bautismo de
adultos en masa, sin una catequesis adecuada, mientras Toribio de Motolinía se jactaba
de haber bautizado 14 mil indios en 2 días. El desacuerdo derivó en 2 versiones de la
Iglesia y de la naturaleza de la conversión. Mientras que Motolinía seguía una senda
triunfalista, intentando recrear la Iglesia primitiva en Nueva España, una Iglesia que
incluía a todos los indios, Las Casas seguía la línea agustiniana de que la Ciudad de
Dios era una Iglesia de peregrinación compuesta por los predestinados. La premisa
principal es que todos los pueblos del mundo poseen la misma gama de cualidades
humanas y que en todas las naciones Dios ha predestinado cierto número desconocido
de almas para la salvación. Por consiguiente, era una necesidad que se predicara el
Evangelio universalmente. Todos los hombres trataban de buscar al único Dios y si no
fuesen obstaculizados por el pecado seguirían el sendero de la virtud natural. Dios es
sabiduría y el Evangelio debía ser predicado con amor y persuasión racional.
Las Cosas condena a los hombres que habían conquistado el Nuevo Mundo y refutó a
los religiosos que arguían que la conquista era necesaria si se quería predicar el
Evangelio. Puesto que los indios poseían sus propias formas de autoridad política, iba
contra toda ley política y natural privarlos de su gobierno y de su libertad. Los
conquistadores eran ladrones y asesinos y solo se salvarían si devolvían los bienes
robados a los indios. Hubo una gran presión de parte de los mendicantes y sus obispos
en favor de una reforma del sistema colonial de gobierno. Para persuadir a Carlos I, Las
Casas definió a los indios como el pueblo más suave y bueno del mundo, el más
dispuesto a la conversión a la verdadera fe. Luego describió a los españoles como
tiranos, que mediante la tortura y el asesinato habían abierto paso pro un mundo
habitado por pueblos dóciles. Las propuestas de Las Casas eran radicales. Al principio
pidió la emancipación de todos los esclavos indios. Luego exigió la abolición de la
encomienda, definiendo a los indios como vasallos libres de la Corona, sin otra
obligación que la de pagar el tributo real. En cuanto a los encomenderos, el mejor
remedio sería confiscar la mitad de sus propiedades y con ellas atraer a otros colonos.
Estas acusaciones fructificaron en las Nuevas Leyes de 1542. Según estas, debería
emanciparse a todos los esclavos indios. Todos los rebeldes y funcionarios serían
despojados de sus encomiendas y todas las demás encomiendas volverían a la Corona a
la muerte de su actual poseedor. Todo trabajo de los indios para españoles sería
remunerado como salario. En Nueva España, el virrey Mendoza suspendió su aplicación
hasta que la Corona escuchara las protestas de los agentes de los encomenderos
enviados a España. En Perú, el virrey Núñez Vela trató de aplicarlas. El resultado fue
una rebelión encabezada por Gonzalo Pizarro que culminó con la muerte del virrey,
rebelión justificada con la afirmación de que los conquistadores habían celebrado un
contrato con la Corona y no podían ser desposeídos sin razón. En Perú, la rebelión fue
vencida asegurando a los encomenderos que se les confirmarían sus concesiones si
abandonaban a Pizarro y devolvían su lealtad a la Corona. Y si bien llegó a su fin de la
provisión del trabajo gratuito de los indios a los encomenderos, pronto se consideró el
reclutamiento obligatorio de trabajadores indios para la agricultura ominas a cambio de
un modesto salario.
Para los indios, las Leyes Nuevas los emanciparon como esclavos y fueron libres de
toda dependencia personal de los colonos. Para los conquistadores significó que la
Corona estaba determinada a reafirmar su autoridad, definiendo la encomienda como
pensión encargada del tributo real y no como beneficio señorial.
Con el ascenso de Felipe II en 1554, se volvió a discutir la pervivencia de la
encomienda, lo que provocó la intervención de Las Casa, pues los encomenderos de
Perú ofrecieron a la Corona 4 millones de ducados por la perpetuidad de herencia de sus
concesiones y por derechos de jurisdicción sobre sus indios, sería una nobleza
hereditaria mantenida por el tributo de sus súbditos indios. Las Casas sostuvo que debía
rechazarse la petición peruana, pues amenazaría el mantenimiento del dominio real en
las Indias. La defensa y paz interna podrían confiarse a soldados a quienes se pagaría
con los ingresos que corresponderían a la Corona después de la anulación de las
encomiendas. Los comisionados reales advirtieron al rey que los descendientes de los
conquistadores carecían de lealtad a España, por lo que crear una nobleza feudal en Perú
pondría en peligro la posesión española. En 1562, el Consejo de Indias convenció a
Felipe II de rechazar la perpetuidad y jurisdicción.
La intervención de Las Casas fue importante ya que estaba en juego la constitución
política del Imperio Español en América. Si los encomenderos hubieran logrado su
objetivo, se habrían trasformado en autoridad, nobleza feudal, capaz de resistir a los
magistrados enviados desde España, conduciendo a una relación contractual entre la
Corona y los conquistadores. Los memoriales de Las Casas fueron atendidos en parte a
que buscó remedio en la Corona, y al invocar la autoridad real, ensanchó el poder de
esta. Así, su defensa de los indios sirvió para fortalecer la autoridad real.
El gran debate
Las denuncias de Las Casas hicieron dudar de la legitimidad del dominio español en
América. Además, las Leyes Nuevas de 1542 no aquietó las conciencias cristianas ni
sofocó la ambición de los conquistadores. Carlos I convocó a una junta para considerar
la justicia de seguir haciendo conquistas en el Nuevo Mundo. La polémica de Juan
Ginés de Sepúlveda y Las Casas, en 1550-1551 constituyó un momento decisivo.
Sepúlveda defendió la justicia de las conquistas de España en el Nuevo Mundo, tratando
de demostrar que los esclavos por naturaleza. Después, Sepúlveda llamó a los indios
homúnculos, más cerca de las bestias que de los hombres racionales, que solo poseían
“vestigios de humanidad”. Sepúlveda analizó la sociedad indígena aplicando normas
humanistas para evaluar a los indios, señalando que no poseen ciencia, ni letras ni
conservan monumentos de su historia, ni leyes escritas. Los indios carecían de toda
noción de la propiedad privada y vivían sometidos a la autoridad arbitraria de sus
gobernantes y Sepúlveda definió la posesión original de la tierra como condición
necesaria de una ciudadanía libre. Como todos los humanistas, definió el despotismo
político como característica de los bárbaros. Además, la adicción al vicio antinatural
hacía imperativa la subyugación: incesto, sodomía, canibalismo y sacrificio humano
eran un insulto a la humanidad. Si iba a predicarse el Evangelio y se iba a introducir
algún grado de civilidad, entonces el primer paso inevitable era la conquista armada y la
pacificación. Sepúlveda no pidió el esclavizamiento de los indios, tampoco expresó
aprobación a los crímenes de los conquistadores. Pero su tendencia humanista a favor de
los grandes hombres y grandes hazañas lo llevó a engrandecer las acciones de España en
el Nuevo Mundo mediante una denigración de los indios.
Las Casas reunió una enorme cantidad de datos acerca dela mayoría de aspectos de la
moral, gobierno y religión de los indios. Las Casas aceptaba el determinismo ambiental,
donde el cielo influía sobre la humanidad mediante la interrelación de los elementos
vitales. Así, el clima asiático de las Indias hacía que sus habitantes fuesen presa fácil
para los guerreros europeos. Además, Las Casas tomó de Cicerón la afirmación de que
los hombres de todas las naciones son los mismo en naturaleza y por ende arguyó que
los indios habían pasado por una secuencia similar de desarrollo cultural que la
observada en el Antiguo Mundo. Así, todos los hombres eran capaces de alcanzar casi la
misma gama de conocimientos y religiones. Las Casas invocó la definición aristotélica
de la ciudad, concentrándose en incas y aztecas, para demostrar que poseían los 6
requisitos de una ciudad: agricultura, artesanos, guerreros, hombres ricos, religión
organizada y gobierno legítimo. En cuanto a la religión, Las Casas reafirmó la tesis de
san Agustín y santo Tomás, de que todos los hombres, por virtud de la luz implantada
en ellos por su Creador, intentan naturalmente conocer y servir a Dios. Sin embargo, el
pecado original los impulsaba a la idolatría. Luego, Las Casas comparó el panteón de
dioses clásicos e indios y la organización de los cultos para demostrar que aztecas e
incas poseían un sistema de creencias complejo como los del Viejo Mundo. La idolatría
en el Nuevo Mundo era más honesta y pura, menos manchada por la corrupción que su
equivalente de la Antigüedad y por esta razón, la conversión de los indios había tenido
éxito. Sobre los sacrificios, cualquiera que fuese la deidad a la que pretendían propiciar,
encarnaban el deseo del hombre de servir al Todopoderoso ya que la vida era la más
válida ofrenda. En cuanto al gobierno indígena, Las Casas señala que los reinos
mexicanos eran gobernados de acuerdo a la ley natural y sus reyes administraban una
justifica demostrable. Los incas eran gobernados por Pachacútec, un monarca
preocupado por el bienestar de sus súbditos. La agricultura había sido mejorada
mediante el riego y el producto se almacenaba en depósitos regionales.

TEMA 2: EL ORDEN COLONIAL INICIAL EN EL IMPERIO ESPAÑOL


AMERICANO
STERN: “ASCENSIÓN Y CAÍDA DE LAS ALIANZAS POST INCAICAS”
(PRACTICO)
Tras la captura del Imperio Inca, los europeos tendrían que aprender a gobernarlo.
Después de la distribución de los metales preciosos llevados a Cajamarca como rescate
de Atahualpa, Francisco Pizarro y sus compañeros de conquista se lanzaron al sur, a
someter, saquear y regentar una colonia andina. Pizarro distribuyó encomienda de
indios a sus aliados en la conquista. El encomendero se encargaba de atender a las
necesidades militares y políticas de la Corona en la colonia, y de atender al bienestar
material y espiritual de los indios paganos “encomendados” a su cuidado. A cambio,
podía exigir a sus tutelados tributos y trabajos. El encomendero podía utilizar su señorío
sobre “su” gente para enriquecerse, pero también había de soportar la carga de forjar
relaciones coloniales con los nuevos súbditos indios.
La seguridad militar se convirtió en cuestión de máxima prioridad. Manco Inca se cansó
de sus amigos europeos y escapó a la montaña al noroeste del Cusco en 1536. Desde su
fortaleza escondida en la selva, organizó incursiones que perturbaron las rutas
comerciales europeas y hostigaron a las sociedades indias aliadas con europeos. El
Estado neoinca planteó tantos problemas que Pizarro decidió consolidar el control y la
expansión de los europeos, en los caminos de montaña entre Lima y Cusco. Los pocos
europeos asentados en Quinua resistieron precariamente y en 1539 Pizarro envió a la
región a Vasco de Guevara, veterano de Nicaragua y de Chile, con 25 españoles.
La ciudad de Huamanga estaba situada en una zona estratégica al oeste de los neoincas,
y los conquistadores intentaron estabilizar una población europea en la ciudad a fin de
contrarrestar la amenaza de las incursiones de los neoincas y las rebeliones locales. Los
que se asentaron en Huamanga consideraban las sociedades indias como una fuente de
mano de obra y explotación. La sociedad española exigía el trabajo y tributo de los
indios para las necesidades más básicas. Pero igual importancia que esas exacciones
tenía la necesidad española de cultivar la lealtad de las sociedades indias locales para
defender la presencia europea contra las incursiones incas.
El nacimiento de alianzas incómodas
Las sociedades andinas tenían motivos para aliarse con la conquista europea. La
destreza militar de los españoles impresionó a los curacas que acompañaron a Atahualpa
en Cajamarca en 1532. Para sobrevivir, las sociedades campesinas necesitan una
sensibilidad especial a las modificaciones en el equilibrio del poder y los pueblos
lucanas de Andamarcas y Laramati reconocieron a los españoles como sus nuevos
señores. Además de tener un sano respeto a la capacidad militar española, las
sociedades locales de Huamanga percibían unos beneficios positivos en la alianza con
los europeos. Por fin podían deshacerse del yugo de la dominación inca y defender sus
intereses étnicos en una era postincaica. Algunos mitimaes regresaron a sus
comunidades de origen y dejaron sus vidas de extranjeros entre poblaciones locales
hostiles.
En estas circunstancias, y pese a tenues lealtades y a conflictos ocasionales entre los
europeos y sus aliados autóctonos, los conquistadores obtuvieron la ayuda que
necesitaban. A principios de 1541 llegaron a Huamanga indios de Huanta que habrían
sufrido el peso de los ataques de Manco Inca para advertir de los planes incas de
conquistar la nueva ciudad española. A lo largo de la primera mitad del decenio de 1550
las constantes turbulencia de la guerra civil entre los españoles y los combates con los
neoincas causaron problemas a las sociedades locales y sus curacas. Entre las exigencias
de todos los bandos de que les dieran su apoyo logístico y militar, los pueblos
autóctonos no podían optar por la neutralidad. Las sociedades locales, privadas de la
opción de neutralidad, participaron mucho en las primeras guerras. Aunque algunos de
los indios de Huamanga sumaron sus fuerzas a los neoincas, casi todos los grupos
combatieron del lado de la Corona española.
Los encomenderos sabían que necesitaban tener unas relaciones de trabajo favorables
con sus curacas; los más astutos trataron de consolidar las alianzas con favores y
regalos. Los encomenderos y otros españoles solían presentarse ante el cabildo de
Huamanga para pedir mercedes de tierras, estancias para la ganadería o tierras de
cultivo. Los encomenderos inteligentes lograban que el cabildo también concediera
mercedes de tierras a sus curacas.
Las comunidades y los grupos étnicos esperaban que la alianza con los europeos les
sirviera para triunfar en sus propias rivalidades autóctonas. El modo local de producción
tendía a dividir a los pueblos autóctonos en grupos económicamente autónomos que
competían con los ayllus, las comunidades y los grupos étnicos rivales, por los recursos
más preciados. Ahora, las sociedades autóctonas, sin el freno del control inca, trataban
de utilizar sus relaciones con los poderosos europeos para proteger intereses étnicos.
Si se estudia con más atención a los chancas de Andahuaylas se advierte cómo los
encomenderos inteligentes cultivaban las relaciones de colaboración con las élites y las
sociedades autóctonas. El encomendero Diego Maldonado prefería negociar con los
curacas en lugar de recurrir a la fuerza bruta.
Naturalmente, las alianzas no significaban que la vida estuviera exenta de conflictos ni
de abusos. Muchas veces, detrás de las negociaciones se cernía la violencia por el poder.
Existían abusos personas que sometían a los indios a latigazos. Además, las condiciones
de trabajo podían ser primitivas y duras, como el alquiler de indios por parte de
encomenderos.
Sin embargo, esos abusos no deben cegarnos a hechos que eran evidentes para los
propios pueblos autóctonos. Los grupos diferentes tenían que adaptarse a la presencia
española, especialmente si vivían cerca de la ciudad de Huamanga, en zonas estratégicas
desde el punto de vista militar o a lo largo del camino comercial que enlazaba Lima con
Huamanga y el Cusco. La cooperación con los conquistadores de los incas bridaba la
posibilidad de protección contra la violencia más extrema. Si bien las alianzas no
crearon una era idílica, sí ofrecieron beneficios: continuación de la libertad respecto a la
dominación inca y de sus exigencias de trabajo, privilegios especiales para los curacas
amigos de los conquistadores y una ayuda útil en las rivalidades endémicos entre las
comunidades y los grupos étnicos locales.
O sea, que las relaciones iniciales entre los pueblos andinos autóctonos y los europeos
contenían una mezcla incómoda de fuerza, negociaciones y alianza. Las partes en las
alianzas postincaicas se estudiaban entre sí en busca de debilidades o puntos vulnerables
para ver hasta dónde llegaban las nuevas relaciones. Los malos tratos y las extorsiones
variaban. Su misma ignorancia de los recursos a disposición de las sociedades locales
era un freno a los conquistadores.
La economía comercial inicial
Al establecer relaciones de cooperación con las élites y las sociedades autóctonas, los
encomenderos, que aspiraban a ser una clase dominante, echaron los cimientes de una
economía y sociedad coloniales. Para el decenio de 1550, los corregidores y otros
funcionarios empezaron a asumir tareas judiciales y administrativas. En consecuencia,
el gobierno colonial, centrado en Lima, empezó a intervenir de forma limitada para
reducir la autonomía regional de las principales familias. Sin embargo, los funcionarios
coloniales tendrían a concertar alianzas con las personalidades poderosas de la
localidad. El cabildo, dominado por encomenderos, estableció normas para una
sociedad colonial. El cabildo limitaba el precio del maíz, contrataba el suministro de
pan para la nueva ciudad. Como órgano político de la élite de Huamanga, el cabildo
ponía freno a los abusos que podían poner el peligro el futuro de la ciudad, como la
deforestación. Más importante, el cabildo asignó solares para viviendas, tiendas, huertas
y jardines.
Los vecinos principales querían tierras para obtener beneficios de las oportunidades
comerciales. Lima, Cusco y Potosí creaban mercados de productos alimenticios, paños,
vino. Huamanga actuaba como un polo económico que atraía productos del campo. El
precio del maíz y de las papas se duplicaba cuando se vendían en Huamanga en lugar de
la lejana Lucanas. Mediante las mercedes, las ventas de los curacas, las negociaciones o
la fuerza, los encomenderos y otros residentes europeos de menos nota empezaron a
reivindicar tierras. Los valles de Huatata, Yucay y Viñaca empezaron a llenarse de
rebaños de vacas, ovejas y cabras, de parcelas para el trigo y el maíz, de molinos a
tracción hidráulica, huertos de frutales y de viñedos. Los encomenderos se atribuyeron
haciendas y estancias en medio de los territorios “nucleares” de sus sociedades
autóctonas.
O sea, que el capital comercial estructuró la empresa y desarrollo económicos. Claro
que en una sociedad en la que la mayor parte de los indios podía producir para satisfacer
sus propias necesidades en las tierras del ayllu, la producción capitalista era imposible.
La producción capitalista se basa en la venta de la fuerza de trabajo a cambio de un
salario, no inducida por coacciones políticas, sociales ni culturales, sino por la
necesidad económica. La producción capitalista basada en relaciones laborales
asalariadas (el capital industrial, para distinguirlo del capital mercantil) era algo que se
hallaba más allá de los horizontes sociales y económicos de los conquistadores. Sin
embargo, las empresas coloniales de España y Portugal crearon un auténtico mercado
mundial y un sistema comercial que desencadenaron un impulso clave (lucro, en dinero
o productos) que motiva la producción capitalista. Una sed de “mercancía-dinero”
(metales preciosos) y la esperanza de hacer que el dinero “trabajase” o creciese
cautivaba ahora la imaginación empresarial en expansión. Los colonizadores del Perú
podían aspirar a realizar esas ambiciones mediante la minería y el comercio, pese a la
escasez de mano de obra libre asalariada. El capital comercial, entendido en el sentido
de comprar y producir barato para vender caro, se convirtió en la sangre de la economía
colonial.
Por tanto, los europeos buscaban oportunidades en la agricultura comercial, minería,
manufacturas y el comercio para enriquecerse. Los colonizadores de Huamanga
pusieron su vista empresarial a los nuevos mercados de la agricultura. El
descubrimiento de yacimientos de oro y plata en Atunsulla en 1560 y de las minas de
mercurio en Huancavelica en 1564 convirtieron a Huamanga en una importante región
minera por derecho propio. El mercurio empezó a circular como medio regional de
intercambio, igual que la plata o el oro. Con el descubrimiento de grandes minas en el
decenio de 1560, los empresarios de Huamanga empezaron a construir talleres textiles y
obrajes. Los encomenderos de Huamanga habían establecido redes comerciales con
Lima desde muy temprano, y el tambo de Vilcashuamán se convirtió en un importante
centro comercial.
Los indios, en lugar de aislarse de esos acontecimientos económicos, trataron de
aprovechar las nuevas tendencias y oportunidades. Los indios incorporaron la búsqueda
de dinero y de beneficios comerciales en su existencia cotidiana, y en beneficio propio.
Claro que las sociedades autóctonas tenían que encontrar medios de ganar dinero para
pagar los tributos en dinero debidos a los encomenderos. Pero los primeros documentos
aportan datos que refutan la conclusión de que las sociedades autóctonas participaron
con renuencia en la economía comercial con el único objeto de obtener el dinero
necesario para el tributo. Por el contrario, las comunidades dieron muestras de una
actitud abierta, dinámica que rivalizaba con la etnografía de Diego Maldonado en
Andahuaylas.
También en el plano individual los indígenas reaccionaron de manera innovadora a la
nueva economía colonial. Con dinero, un europeo podía “alquilar” trabajadores indios
para transporte y la coca. El comercio de la coca llevó a los empresarios indios, y
especialmente a los curacas a unirse a los españoles en la creación de plantaciones.
Los curacas eran los que mejor dotados estaban para aprovechar las nuevas
oportunidades. Los europeos necesitaban su cooperación para estabilizar la colonial
inicial y para extraer tributo y fuerza de trabajo de la sociedad del ayllu.
También en lo cultural un amplio espectro de la sociedad autóctona refutaba de mala
gana las imágenes de participación en la sociedad colonial. Los indios daban muestras
de una actitud “abierta” hacia la cultura y la religión europeas. En la sociedad del ayllu,
los curacas iniciaron la tendencia hacia la adopción de símbolos hispánicos.
Dada la influencia de los dioses-antepasados de un pueblo en la fortuna de los vivientes,
la alianza con los españoles victoriosos dictaba una alianza con sus deidades también.
Esa opción se ajustaba a una pauta histórica de larga duración de la política andina:
incluso cuando se trataba de enemigos, era frecuente tratar de controlar las facultades
sobrenaturales de sus dioses. Por consiguiente, los pueblos andinos se manifestaron
receptivos a la religión católica, aunque interpretaban su significado en los términos de
su propia cultura.
Así, los indios se sumaron a la creación de una sociedad colonial impulsada por la
búsqueda de dinero y de lucro comercial

La organización y el avance de la conquista

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