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Apuntes Didáctica Especial
Apuntes Didáctica Especial
CLASE 1
Introducción
La cuestión del patrimonio y los museos históricos y su relación con la educación no es
un asunto que se haya investigado, debatido o desarrollado ampliamente en Argentina
durante las últimas décadas desde el ámbito educativo. Por otra parte, desde los sectores
ligados a la gestión de patrimonio y museos tampoco se ha gestado un movimiento
significativo en pos de su promoción y renovación a partir de un trabajo mancomunado
con el sistema escolar.
Si nos ubicamos en los límites del fin del mundo y ampliamos la comprensión en torno
a los modos de imaginar la búsqueda de cohesión social en el tránsito del siglo XIX al
siglo XX, podremos registrar que más allá de los lineamientos de la macro política
orientados a la conformación de la nación rigieron prácticas políticas de las instituciones
y de los espacios locales con sus diversas agencias y circunstancias.
En una serie de imágenes de un álbum escolar de Misiones publicado en 1916 en
ocasión del Centenario de la declaración de la Independencia han quedado
documentados algunos rasgos de este proceso en el que se puede dimensionar la
relación entre escuela y museo. En principio, cabe apreciar el pensamiento de un
funcionario intermedio, Raúl Díaz, quien ejerció durante más (160) de 20 años, entre
1890 y 1916, la inspección de los “territorios nacionales” dependientes del Consejo
Nacional de Educación, que comprendía amplias zonas bajo jurisdicción directa del
gobierno nacional debido a que eran espacios de frontera de recientemente
incorporación al territorio nacional habitados por indígenas, criollos e inmigrantes
europeos y americanos de diversas procedencias. La formación pedagógica de Díaz
inspiró prácticas pedagógicas inéditas al tiempo que puso en marcha procesos
educativos de impacto inmediato en distantes espacios como la Patagonia. Informes de
inspección, álbumes escolares y prensa son fuentes de información que permiten
reconstruir no sólo el pensamiento sino un quehacer educativo asociado a la formación
de identidades y a la cohesión social, ignorado en originales aristas y que requiere ser
reinterpretado con nuevas lentes historiográficas.
En sus informas, Díaz no sólo realizaba la descripción del estado de la situación, sino
que también planteaba reclamos al Consejo Nacional de Educación. Manifestaba que
desde 1884 la escuela realizaba su tarea en locales inadecuados, con las consiguientes
desventajas higiénicas, morales y materiales. Declaraba que se creaban escuelas pero
que lo hacían en casas provisorias y que había zonas con núcleos de niños analfabetos
donde no era posible fundar escuelas por (161) falta de casas provisorias.
En las imágenes que siguen pueden observarse no sólo la dimensión material de los
museos que se integraban a las escuelas como museos escolares con sus cajas y láminas,
sino algunas prácticas como la de catalogación a cargo de los propios niños y niñas,
tarea que realizaban luego de la recolección y observación. De este modo, los escolares
atendían el desafío de sostenibilidad de los museos asociada a la práctica científica de
conocimiento de la realidad local, regional y nacional. Puede observarse también que
museos y bibliotecas se distinguían en su materialidad, pero habitaban espacios
cercanos. Así, los museos participaban de los proyectos de “instrucción pública” como
espacio de enseñanza vinculado a la escuela (164).
Antes que imbuir conocimientos, de lo que se trataba era de ejercitar las facultades para
desarrollarlos, principio pedagógico moderno postulado por Pestalozzi, cuyas ideas se
convirtieron en el sentido común del magisterio en Europa y América Latina entre
mediados del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX frente a la pedagogía
memorista, verbalista y punitiva.
De algún modo, en los últimos 200 años el foco fue puesto en lo objetivo y cuantificable
en relación con unas unidades temporales. Asimismo, el meollo de la dimensión
espacial se circunscribió (173) a lo edilicio y demarcaciones. Se jerarquizó, por tanto, lo
objetivo y mediable en lugar de lo vivido, experimentado. Se impuso el cuánto antes
que el cómo.
En este sentido, en primer lugar cabe recordar que cada época tiene su tiempo y su
espacio educativo y que ellos se definen a partir de las relaciones entre el mundo de la
educación y los diversos grupos sociales. La escena de un tiempo y espacio no
regulados en los que un maestro trabajaba con tiempo y tranquilidad, por turno, con
cada uno de los alumnos, en una mesa, mientras el resto permanecía esperando recibir
su atención, cedió paso, en el siglo XVIII, a partir de las propuestas de Comenio y de
Lasalle, a un tiempo y espacio ordenados, racionales, esto es, el aula global, que derrotó
también a la enseñanza mutua en el siglo XIX, combinando la distribución equitativa
del conocimiento con la obediencia grupal (174). Esta ordenación espacio-temporal
obligó a niños a permanecer sentados y atentos durante la jornada escolar. De este
modo, la escolaridad del siglo XIX que acompañó la formación de los sistemas
educativos nacionales se organizó gradualmente de acuerdo con las etapas de la vida,
donde todos debían ir al mismo tiempo a la escuela, a la misma edad, a la misma hora.
Un tiempo escolar mecánico para una sociedad de concentraciones urbanas que se abría
a los tiempos, modos y ritmos de la industrialización
En tercer lugar, señalar que la perspectiva que objetiva el tiempo y el espacio escolares
ha ignorado su carácter disputado y los debates por construir otros sentidos que
surgieron del propio seno de la pedagogía. En efecto, la naturalización ha obstaculizado
la posibilidad de reconocer que las pedagogías han contado con una diversidad de
luchas por conquistar otros tiempos y espacios de experiencia formativa. El movimiento
de las escuelas al aire libre (175) surgió en Alemania.
Más allá de algunos cambios, desde una perspectiva foucaltiana, varios autores
consideran que una racionalidad crono-espacial propia de la sociedad industrial tornó al
tiempo escolar en un continuo mecánico y convirtió al espacio escolar en un lugar de
encierro.
Masshelein y Simons, sin negar los mecanismos de la escuela normalizadora,
colonizadora y alienante, proponen, sin idealizarla, enfocarse en el punto de vista
educativo, lo cual implica (177), para estos autores, concebirla como un tiempo y un
espacio emancipador. Lejos del desprecio a la escuela, consideran que el desdén hacia
ella expresa el modo en que la sociedad lidia con lo inmadura, con los menores, bajo la
idea de que para estar involucrado en temas serios se necesita “ser maduro” (178).
Sostiene que la escuela como lugar cerrado que lleva a obedecer, y que solo por esta
condición educa, ya no es viable. Comprender la construcción del tiempo y del espacio
educativos como un proceso permite desnaturalizar las propias concepciones al
“suspender la evidencia de nuestras categorías y de nuestros modos habituales de pensar
y de describir las prácticas pedagógicas”, condición necesaria para ir más allá de lo ya
conocido, habilitar la posibilidad de concebirlos de otro modo, alimentar un
pensamiento utópico y no sólo “pensar el futuro en el presente sino también organizar el
presente de manera (178) que permita actuar sobre ese futuro”. La relación museos y
escuela requiere revisar los conceptos de tiempo y espacio educativos de moto tal que
permite habilitar la utopía de abrirse a otros horizontes formativos.
Es sabido que al nombrar se construyen realidades. ¿De qué hablamos cuando hablamos
de educación en los museos? Si prestamos atención a los nombres de las áreas que se
ocupan del trabajo con visitantes en estas instituciones encontramos una gran variedad
de formas de definir la tarea que llevan adelante: educación, mediación, acción cultural,
servicio cultura y educativo. Cada una responde a tradiciones históricas y geográficas
distintas y supone una forma particular de comprender qué tipo de acciones se llevan a
cabo desde dichas áreas, a quienes están destinadas y cómo se desarrollan.
Teniendo esto en cuenta, la educación en los museos puede ser entendida, desde un
marco más amplio, como aquella que garantiza condiciones para que las personas
continúen educándose. Se trata de una educación permanente y a lo largo de toda la
vida, que se da en distintos ámbitos, a través de medios diversas y que ofrece
herramientas a las personas para que tomen sus propias decisiones. Esta perspectiva se
aleja de aquella que confunde a la educación con la escolarización y entiende que la
visita al museo constituye un instante dentro de una larga trayectoria formativa, que se
complementa con otros espacios en los cuales las personas construyen conocimientos.
El concepto de transmisión cultural, entonces, resulta pertinente para definir la
dimensión educativa de los museos, ya que permite pensarla como parte de un “proceso
de construcción identitaria, que se desarrolla en múltiples espacios de socialización”. A
la vez, deja ver que estos espacios sirven para mediar la cultura, contribuyen a la
inscripción de los sujetos en una genealogía, refuerzan lazos sociales, pero además
habilitan a que quienes los visitan construyan con lo que reciben algo distinto.
En los museos, quienes están a cargo de la transmisión producen narrativas que buscan
movilizar a los visitantes a partir de (181) un conjunto de objetos y discursos. Deciden
qué mostrar, qué contar, cómo hacerlo y quiénes son los portavoces de esos relatos.
Pero, en última instancia, son los y las visitantes quienes deciden qué hacer con esas
narrativas a partir de sus propias experiencias, necesidades y expectativas. Es decir, la
transmisión no es lineal y mecánica, sino una relación de ida y vuelta que se da entre los
educadores de los museos y los públicos, mediados por las colecciones y por las
múltiples temáticas vinculadas a ellas.
Regresemos por un momento a la nueva definición propuesta por ICOM, los museos
son espacio “democratizadores, inclusivos y polifónicos”. Se habla de polifonía como
un horizonte a alcanzar, como un lugar a habitar. En su acepción musical, alude a un
conjunto de sonidos simultáneos que, pese a que cada uno expresa su propia idea, forma
con los demás un todo armónico. ¿Es posible la armonía en los museos? En paralelo a la
idea de polifonía, la noción de co-autor hace referencia al diseño de exposiciones y
programas participativos en los museos. Aunque estas expresiones marcan un
posicionamiento respecto de la forma de concebir a los visitantes como productores y
apuntan a democratizar el uso de la palabra en estas instituciones, pueden ser
problematizadas.
Teniendo en cuenta esto, dado que el diálogo sólo es posible con otro, la tarea de los
educadores en los museos se trata más del reconocimiento de que todas las personas
traen saberes particulares y llegan con su propia agenda y expectativas. Esto implica
reconocer la existencia de roles diferenciados, y también una reflexión sobre la relación
entre el saber científico y el saber pedagógico en los museos que evite caer en el
romanticismo ingenuo que esquiva las tensiones inherentes a intercambios que se dan
desde lugares de enunciación disimétricos y el relativismo radical de que “todas las
opiniones son igualmente válidas”. En este marco, algunos de los desafíos es cómo
hacer para que todos los visitantes se sientan habilitados a participar (185).
Además de las herramientas de los estudios de público para conocer quiénes visitan los
museos, abundan las investigaciones antropológicas, históricas, sociológicas y
pedagógicas que abordan las culturas infantiles, juveniles, familiares, escolares, etc. Un
estudio de estas producciones contribuye a reflexionar sobre los grandes supuestos que
subyacen en las formas en las que socialmente se mira a estos colectivos. En este
sentido, pueden plantearse algunas preguntas relevantes para orientar la tarea de las
áreas educativas: ¿qué ideas tienen los visitantes acerca de la institución museo?
Las posibilidades son múltiples y todas requieren de una planificación que opere como
“guion conjetural” de lo que se espera que ocurra con los visitantes, que anticipe
intervenciones, y sirva de sostén para la práctica de los educadores. La escritura de la
planificación en las áreas educativas de los museos a veces resulta dificultosa, debido a
la urgencia de la demanda. No obstante, es necesaria, ya que poner en palabras permite
pensar, organizar las ideas, volver sobre lo escrito y compartir decisiones con otros
colegas del museo. A su vez, posibilita un registro sistemático de las acciones llevadas a
cabo por las áreas educativas, fundamental para una reflexión sobre la práctica y para la
toma de decisiones (197).
Por otra parte, en tanto la forma es inescindible del contenido, la definición del recorte y
el diseño de una secuencia de acciones suponen también una toma de decisiones
respecto de los recursos a utilizar. Según qué representaciones se quieran poner en
discusión y que estrategias se desarrollen para abrir espacio de escucha para que dichas
representaciones emerjan, se elegirán ciertos objetos y recorridos por las exposiciones y
se selección materiales que habiliten distintos modos de conocer; imágenes,
documentos, textos poéticos o narrativos.
La capacidad de preguntar
Una misma muestra o un mismo objeto pueden suscitar en los alumnos la curiosidad, la
maravilla y la problematización de la realidad, o bien contribuir a desarrollar en ellos la
habilidad de acumular respuestas y verdades preconcebidas sin haberse preguntado
nada.
¿Qué y cuánto se puede preguntar sobre objeto o un grupo de objetos? ¿Por qué insistir
en ello? Porque el aprendizaje genuino se sustenta en preguntas cuya respuesta se
percibe como necesaria. Porque toda pregunta puede dar lugar a la anticipación de
respuestas y al diseño de caminos críticos que conduzcan a su resolución. Porque el
conocimiento se construye avanzando entre certezas y dudas, confirmaciones y
refutaciones, datos que se buscan, que aparecen, que faltan. En ese proceso, lo nuevo
adquiere progresivamente un sentido y se integra a lo conocido, resignificándolo.
Por ello, para que los niños y los adolescentes penetren en el significado de lo que
exhiben los museos debemos estimularlos a que establezcan relaciones entre lo que
saben, lo que desconocen y lo que ofrecen las salas. Los alumnos de nuestros ejemplos
colocaron los objetos en un mundo que no era precisamente el que se les estaba
presentando (175), procuraban transformarlos en vehículos de información que no se
estaba poniendo en juego en la exhibición ni en las explicaciones.
Quebraron la propuesta de observar desde el lugar de la ignorancia y de manera externa,
neutra y objetiva; establecieron relaciones, vislumbraron otros significados y
manifestaron sus propios saberes.
Los objetos “hablan” acerca de las culturas en las cuales han tenido lugar; expresan
necesidades, creencias, costumbres, interacciones. Por lo tanto, los mensajes que
contienen emergen de la peculiar relación que existe entre ellos y su contexto: los
objetos contribuyen a configurarlo, y éste a su vez, les otorga su significado pleno.
Sin embargo, los objetos no hablan por sí solos; su posibilidad de comunicar algo
valioso está vinculada, por un lado, a la forma como son presentados y, por otro, a la
indagación que desarrollemos en torno a ellos (176).
Ludmila da Silva Catela sugiere la palabra territorio como metáfora para definir los
lugares de la memoria. En el caso de los sitios creados en espacios que en el pasado
fueron usados por las Fuerzas Armadas y de seguridad para planificar y llevar adelante
el plan de represión, la figura remite a la idea de ocupación, conquista, disputa o
frontera, y nos permite eludir el equívoco de concebirlos con sentidos fijos e inmutables
dados por su materialidad, en su acepción de huella dejada por lo que allí ocurrió.
Por el contrario, la palabra territorio pone en relieve que un “sitio de memoria” es el
resultado provisorio de un intenso trabajo de resignificación. Han sido producto de una
intensa lucha donde han intervenido distintos actores; entre ellos cobran relevancia los
que allí padecieron las violaciones a los Derechos Humanos, los sobrevivientes y los
familiares, y el Estado, el mismo que perpetró los crímenes que hoy se reponen a través
del relato puesto en trama en el propio sitio (73).
En Argentina, el caso más conocido es el de la Escuela de Mecánica de la Armada
(ESMA). Ha sido motivo de múltiples debates y muchas veces es presentado como el
caso paradigmático de nuestro país.
En la ciudad de Buenos Aires, los ex CCD “Olimpo” y “Club Atlético” son dos
experiencias generadas también a nivel local. EN ellas emerge enunciado otro actor, los
vecinos, los que en algunos casos han sido también portadores de la demanda hacia el
Estado para la marcación y resignificación del lugar.
¿Cuáles son los desafíos al que nos enfrenta esta dimensión pedagógica de un sitio de
memoria? La primera cuestión a considerar es el sentido político de esta acción
pedagógica, pues un sitio pensado como territorio, no es neutral, ni su significado es
universal, más allá del contenido ético que allí se pone en juego. Es el resultado de un
conjunto de interacciones sociales, políticas y culturales sobre el espacio, muchas veces
en tensión, cuya meta es producir bienes simbólicos a través de establecer un diálogo
selectivo entre pasado y el presente.
Cabría pensar dos modos en que pueda darse este vínculo pasado-presente: ¿Evocamos
el pasado para legitimar el presente? En esta opción primala idea de ruptura: el sitio
evoca la distancia que separa el presente del pasado, él que ya no puede repetirse pues
se trata de un hecho único y singular. Recordamos que hoy somos mejor que ayer. De
alguna manera, esta es una memoria feliz, “celebratoria” del presente. UN rasgo que se
expresa es la periodización de lo que evoca el sitio, circunscrito a las “violaciones a los
Derechos Humanos” ocurridas en un tiempo singular. ¿Evocamos el pasado para
denunciar el presente? Aquí lo que se pone de manifiesto es el lazo, la continuidad del
pasado en el presente de dos maneras: el presente como consecuencia del pasado o
como mantenimiento de las condiciones que lo hicieron posible. Se trata en ambos casos
de una memoria contra-hegemónica, que busca deslegitimar el presente a partir de su
comparación con el pasado.
Deberíamos pensar entonces de qué manera un sitio, que ya no es solo huella, sino que
es marca y significación, produce este vínculo de sentido. El conjunto de operaciones
selectivas de lo que se decide recordar y lo que no, se cristaliza en los relatos que se
construyen en el sitio (75) a partir de las marcaciones, recorridos, reconstrucciones y las
locuciones de los guías en las visitas. En sitio no “habla por sí solo”, pues además de
territorio es un “escenario de memoria”: un lugar donde se enuncia un relato verosímil
del pasado a través de una puesta en escena. Así un sitio también es un “loci”, es decir,
un lugar de enunciación. Y lo que hace verosímil el relato es el lugar donde se realiza,
de aquí que sea tan disputado.
En torno al relato, una de las preocupaciones más debatidas remite a las posibles
modalidades de re-presentación del horror, de la narración de la experiencia extrema.
Nunca la reponemos “tal cual fue” y ello nos enfrente a varios interrogantes. La primera
es esencial: ¿la experiencia extrema es transmisible? Si se considera que lo es, cabe
preguntarse acerca de las razonas que la llevan a re-presentarla; en gran medida esto
definirá las diferentes configuraciones narrativas que adquiera. En cualquier caso, el
acto de transmisión implica hacerla tolerable tanto para el narrador como para quien
recibe el relato. Entonces ¿cómo ser “fieles” a la experiencia? Por otro lado, ¿cómo no
deshistorizarla y despolitizarla? Allí corremos el riesgo de caer en la pretensión de una
explicación acabada que tienda a normalizar la experiencia a través de su reducción a la
inteligibilidad racional de la misma.
La dimensión emocional del acto pedagógico en un sitio de memoria debe ser tenida en
cuenta a la hora de pensar las estrategias didácticas que allí se desplieguen. Cuestión
que conduce a pensar cómo eludir la tentación de una pedagogía que sólo se asiente en
el shock emocional de ver a manos llenas “el dolor de los demás” (76) como estrategia.
La última cuestión vinculada con la dimensión narrativa del sitio se vincula con la
unicidad del relato. ¿Es posible construir una narrativa del sitio abierta a la polisemia?
No existe un punto neutro desde donde se enuncia, el relato implica una toma de
posición, perspectiva desde donde se enuncia.
CLASE 2
La cultura dejó de ser un mero hecho externo a la institución, algo con lo cual lidiaba en
el desempeño de sus funciones sociales y pasó a ser un objeto interno, cuyo escrutinio
permitía comprender la escolarización como negociación posible entre los intereses de
los diferentes grupos sociales, la lógica del funcionamiento institucional y lo pragmático
de las acciones de los sujetos educacionales. El surgimiento de la categoría “cultura
escolar” ofreció visibilidad a estas operaciones, por la sensibilización para el análisis del
conjunto de normas y prácticas vigentes en la institución; por la atención a la
producción de corporeidades, por medio de la frecuencia a espacios y tiempos escolares;
por el reconocimiento de la existencia de las culturas escolares, etc.
Las prácticas se producen en las relaciones que los sujetos establecen con el mundo en
su materialidad y se relevan en los usos dados al conjunto de objetos culturales con los
cuales conviven en las diferentes situaciones de poder. Cuando es observada en su
regularidad, la materialidad de la escuela traza las marcas de la modelación de las
prácticas escolares. Pero, cuando es percibida en su diferencia, revela índices de las
subversiones cotidianas al arsenal prescriptivo.
Percibir las prácticas a partir de los procesos de hibridación cultural que propician,
parece también ofrecer oportunidades al análisis. Las prácticas culturales no son jamás
puras, sino que son siempre frutos de mestizajes, constituidas como medios por el cual
los sujetos se sitúan frente a la heterogeneidad de bienes y mensajes que disponen en los
circuitos culturales y como forma de afirmación de sus identidades sociales. Es en el
interior de los ciclos de hibridación que se genera el pasaje de una cultura a otra.
Con la intención de identificar cómo estas cuestiones pueden ser operadas en el estudio
histórico de la educación brasilera, propongo que nos dediquemos sobre la cuestión de
los métodos de enseñanza en la primera mitad del siglo XIX.
Si lo consideramos desde la perspectiva del párrafo anterior, no son muchos los rasgos
que diferencian a los profesores de Historia en activo de los de otras disciplinas
escolares. Quizás la singularidad de su figura reside en los elementos específicos del
discurso sobre la asignatura o en las formas particulares de articulación del colectivo o
en el hecho de que su identidad profesional se ha construido en torno a un tipo de
conocimiento que por muchas razones es distinto al de la Física o Matemática.
A falta de una mejor formación los profesores enseñan tal y como les enseñaron y como
ven que hacen otros colegas. El saber hacer en el aula es un conocimiento que se
adquiere con el paso de los años, con la experiencia. Como atestigua la actitud de los
alumnos con los profesores noveles, en este proceso lo importante es alcanzar
habilidades para transmitir el conocimiento, pero, sobre todo, más importante es
controlar la clase, pues sin este requisito no puede producirse la enseñanza.
La trayectoria de los profesores suele estar jalonada por el traslado de un centro a otro
hasta asentarse en el que reúna las condiciones que suelen considerarse idóneas por la
mayoría de docentes (20). Los profesores, de Historia o de cualquier otra materia,
prefieren generalmente impartir sus clases mejor a un tipo de alumnos que a otros, y
cuando tienen posibilidades de elegir procuran optar por centros en los que cursan sus
estudios alumnos con determinadas características que se consideran aceptables y tratan
de escapar de aquellos en los que el alumnado no se ajusta a ese modelo. Este tipo de
apreciaciones se basan en la valoración que hacen los profesores de su actitud con
respecto a su comportamiento en el aula, pues el gobierno dela clase constituye un
problema de primer orden en el ejercicio de la docencia. Los docentes tienden a
desplazarse a institutos con alumnos de estratos sociales superiores, mientras los que
tienen menos posibilidades, menos experiencia, suelen impartir sus clases en centros
con alumnos de inferior condición social (21).
Y es esa situación en la que se encontraba la Historia escolar a finales de los años 70,
acusada de haber convertido en un saber memorístico, muy alejado de las necesidades
formativas de las nuevas generaciones (23), se cuestionó su identidad como disciplina
escolar. En la línea de Goodson, la reacción de los colectivos interesados en mantener el
estatus de la Historia en el currículo escolar ha consistido en la renovación del discurso
legitimador de la asignatura.
Uno de los elementos en cualquier discurso sobre las materias del currículo escolar es la
explicación de la incidencia que su enseñanza tiene en la formación de los jóvenes; se
trata de un argumento implícito que se apoya en la supuesta evidencia de que el
aprendizaje de los contenidos opera algún efecto positivo sobre los individuos y por ello
sobre el conjunto de la sociedad. Se trata de un razonamiento que no carece de lógica.
Sin embargo, uno de los argumentos característicos del discurso profesional sobre la
Historia es la convicción de que su enseñanza influye en las ideas que los alumnos
tienen sobre la sociedad actual, este sería uno de los atributos de su asignatura, su
capacidad para modelar las conciencias de los estudiantes y hacerles entender la
realidad social de una forma determinada. A veces esta convicción se expresa como un
deseo, seguros de que esta forma se contribuye a la formación de los jóvenes, en la que
la Historia es un recurso fundamental.
Palabras que contrastan con los datos que nos ofrecen los estudios sobre lo que en
realidad ocurren en las aulas, y que ponen de manifiesto algo característico del ethos de
los profesores de Historia como es la contradictoria convivencia entre el deseo y la
realidad, entre los fines nobles y la más difícilmente asumible en que se mueve la
práctica de su enseñanza. No todos sostienen que exista esa capacidad de influencia de
la enseñanza de la Historia sobre el pensamiento de los alumnos. Algunos profesores
detectan donde radica el problema, apuntando hacia el carácter académico del
conocimiento que se imparte en la escuela, la escolarización del conocimiento como
causa de su incapacidad formativa, de manera que, la Historia escolar, la propia materia
que se enseña, sería el principal obstáculo en la formación histórica de los jóvenes (25).
Diríamos entonces que la Historia en cuento asignatura tiene en sí misma un gran valor
formativo, no tanto en el ámbito del pensamiento y de las actividades cuanto en el
campo de la práctica social. ¿En qué consiste la capacidad formativa de la Historia
según el discurso de los profesores? El núcleo en torno al que se articula el nuevo
discurso sobre la enseñanza de la Historia es la idea de considerar que el principal valor
de la asignatura estriba en su capacidad para ayudar a la comprensión del presente.
Frente a la crítica de que se trata de un conocimiento abstracto, la comprensión del
presente se ha convertido en la piedra angular del discurso sobre la asignatura (26).
Borries analiza estos datos comparándolos con las respuestas de los alumnos a una
pregunta sobre cuáles son en la práctica los objetivos de la enseñanza dela asignatura,
observando que tienen una percepción distinta de la de los profesores sobre este tema.
Para ellos la clase de Historia se centra en el conocimiento de los principales hechos del
pasado y sólo en (27) quinto lugar atiende a la comprensión del presente. Las
declaraciones de los estudiantes no siempre reflejan con fidelidad lo que ocurre en el
interior de las clases, nos ponen sobre aviso de las contradicciones entre el discurso y la
práctica escolar, desvelando el carácter retórico que adorna este tipo de declaraciones.