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La vocación que marcó el siglo XX

Por Magdalena Ruiz Guiñazú Para LA NACION 3.04.2005


Cuando se anunció q Juan Pablo II planeaba el 1º viaje a Polonia, su tierra natal, el periodismo del mundo
se precipitó sobre aquella oportunidad histórica.
Se había cumplido 1 año de la asunción de Wojtyla; la Unión Soviética dominaba Polonia bajo la férrea
conducción del gral Jaruselsky; Lech Walesa (el héroe de los levantamientos de los astilleros de Gdansk)
permanecía en prisión domiciliaria; y, 1 vez más a lo largo de su historia, la fe católica galvanizaba a los
polacos en búsqueda de su libertad.
En este contexto, emprendimos, con el equipo de "Videoshow" (1º programa de televisión q empleaba
entre nosotros la "máquina de mirar"), aquel viaje inolvidable.
Una imagen diferente
Viajamos a Roma en 2 oportunidades para ultimar los detalles, y finalmente, en 1 gloriosa mañana de
verano, partimos a Varsovia junto a Juan Pablo II.
Durante aquel vuelo (cosa insólita), el Papa se mezcló con la prensa y conversó con todos nosotros, se
mostró particularmente solícito con la Argentina -a donde luego enviaría al cardenal Antonio Samoré para
evitar 1 contienda con Chile- y mostró 1 imagen diferente de lo q solían ser los pontífices de entonces.
Wojtyla parecía más joven, había sufrido prisión durante la guerra, "venía del frío" -según las profecías de
Malaquías-, era atlético, se complacía en demostrar q dominaba vs idiomas. En 1 palabra, resultaba el
perfecto protagonista para un viaje de esas características.
En Varsovia, la ausencia de recepción oficial hizo conmovedores al muy anciano cardenal Vichinsky, a su
humildísimo ramo de claveles rojos y blancos (los colores de Polonia), al nuevo Pontífice q besaba el suelo
entre lágrimas de emoción y a la multitud q durante el traslado dde el aeropuerto hasta el centro de la
ciudad arrojaba flores y dedicaba cánticos al paso de Wojtyila.
Tomamos contacto con un mundo diferente y de terribles características. El mundo detrás de la Cortina de
Hierro, la presencia constante de la inteligencia policial, el control q se hizo efectivo durante los 2
primeros días y q luego se vio desbordado x los acontecimientos.
Como decíamos, fueron multitudes en Varsovia, en Cracovia, en Wadovice (la pequeña ciudad donde nació
el Papa), en el santuario de la Virgen Negra de Chestokowa, en el campo de exterminio de Auschwitz.
La emoción de un papa
Jamás olvidaré la misa concelebrada q Juan Pablo II y el clero polaco oficiaron allí, frente a las vías
cubiertas de flores x las q los trenes de la muerte llevaron a millones de personas hasta su último destino.
Las imágenes q habíamos contemplado en infinidad de películas y documentales aparecieron, fantasmales,
ante nosotros. Auschwitz y Brezinska, su ampliación, pueden definirse como el museo del horror.
Hasta allí caminamos entre centenares de miles de personas que acompañaban a los sobrevivientes de
aquellos campos q, para la ocasión, habían vuelto a cubrir sus hombros con los infamantes sacos con rayas
negras q marcaban su Holocausto.
Con la voz entrecortada por la emoción, el Papa, el clero, los sobrevivientes, todos nosotros entonamos los
centenarios cantos de la liturgia, rezamos frente a los hornos de gas y nos arrodillamos en la celda de la
muerte en la q otro polaco, Estanislao Kolbe, se ofreció en canje x 1 padre de familia q también estaba
aquel día en Auschwitz.
Fue un viaje inolvidable, repito, no sólo x las condiciones políticas y religiosas q lo caracterizaron, sino por
lo q significa contemplar cara a cara el testimonio de la Historia, el coraje personal, el significado de la fe
q se nos apareció más q nunca como un preciado don.
Frente a la Virgen Negra, cientos de mineros perdieron el salario del día, agitaron sus cascos, clamaron por
la libertad.
Allí tomamos contacto con lo q significan el auténtico carisma personal y el liderazgo de 1 hombre q muere
en estas hs dejando recuerdos diferentes e implacables en lo q toca a la moral y a la familia, pero q supo
entender 1 vocación q desafió atentados y enfermedades y q, sin duda, marcó el siglo XX.

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