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Roll Roll Astrix Borges
Roll Roll Astrix Borges
ASTRIX BORGES
Copyright © 2023 Astrix Borges
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autorización expresa de su autora. Esto incluye, pero no se limita a
reimpresiones, extractos, fotocopias, grabación, o cualquier otro medio
de reproducción, incluidos medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el
libro son totalmente ficticios. Cualquier parecido con personas, vivas o
muertas o sucesos es pura coincidencia.
Twitter: @astrixb_writer
Instagram: astrixborges_writer
ÍNDICE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
EPÍLOGO
Aba abre los ojos después de dormir nueve horas del tirón, no necesita
despertador, tiene un reloj interno que la despierta a las cinco de la
mañana, justo como le gusta. Coge el móvil del cajón de la mesita de
noche, lo enciende, porque Aba jamás duerme con el móvil encendido
y revisa las noticias mientras corrobora sonriente que son las cinco y
once.
Aba pasa por un buen momento en su vida, después de acabar sus
estudios de musicología en Barcelona, se ha adentrado en el mundillo
poco a poco. Eduardo, su novio, con el que lleva dos años, ha logrado
meterla como sustituta en Bacua, un grupo musical de moda en
España, después de que su violinista tuviese un accidente, obligándola
a ausentarse durante unas semanas.
El violín es su vida, lo que la hace completamente feliz. Cuando
cumplió siete años, su abuelo materno le regaló uno y desde ese
momento no ha podido vivir sin su instrumento. Aba proviene de una
familia católica muy estricta y cuando sus padres empezaron con las
presentaciones de pretendientes para un futuro matrimonio, supo que
era el momento de tomar una decisión. Con la ayuda de su abuelo, Aba
escapó de su casa ubicada en un pueblo del pirineo catalán para
asentarse en la capital Barcelonesa.
Aba utilizó bien el dinero que le dio su abuelo y pagó la matrícula
del conservatorio de música. Alquiló una habitación en un piso
compartido y compró un violín nuevo. Consiguió un trabajo de media
jornada y se enfocó en ser la mejor en todo lo que se proponía. Y lo
fue, Aba era la mejor violinista del conservatorio, pero sabía que eso
no le bastaría para conseguir un puesto como profesional. No tenía
contactos, era tímida y bastante introvertida. Hacia el final de su
carrera, Aba conoció a Eduardo, un chico alto, guapo, de ojos azules y
la sonrisa más seductora del mundo. Comenzando su profesión como
mánager musical, vio en Aba a una estrella en nacimiento, así que la
convenció para guiarla y que entrara en el mundillo musical.
Salta de la cama y, tras colocarse el albornoz de color lila y las
zapatillas de andar por casa, sale de la habitación directa al baño.
Después de asearse, va nuevamente a la habitación, se enfunda en unas
mallas de deporte, su top rosa favorito, calcetines cortos y zapatillas de
correr. Va a la cocina, se prepara un café doble, solo sin azúcar. Al
acabarlo, se dirige a la puerta para ponerse la chaqueta cortavientos y
salir a la calle. Espera paciente al ascensor, accede en cuanto las
puertas se abren y al llegar abajo sale del edificio a pasos apresurados
para empezar a andar enérgicamente. Aba es una mujer metódica y
sale a correr cinco kilómetros, cinco días a la semana, el ejercicio la
mantiene en forma y concentrada.
—Venga, Lucía, estos platos van para la mesa tres, luego vuelves y
llevas estas ensaladas a la once —escucha Lucía cuando va a recoger
las comandas.
—Joder, Cristian, menos mal que iba a ser un turno tranquilo. No
he parado ni cinco minutos desde hace cuatro horas que entré, ¿será
que la gente dejará de comer en algún momento? —responde Lucía,
agotada y con un dolor de espalda que la está matando.
—Lo sé, de verdad, pero ha venido más gente de la esperada.
Anda, en cuanto acabemos de servir estos platos que quedan, te tomas
un descanso de diez minutos. Luego se ofrecerá la tarta especial y,
cuando menos te lo esperes, estarás de camino a casa.
Lucía lo mira con odio, aunque en el fondo le tiene estima.
Cristian es un buen chaval que trabaja más horas que un reloj. Su
exmujer le pide una pensión desorbitada y solo le deja ver a sus hijas
cada quince días. Alguna vez han acabado llorando sus penas juntos
con unas cuantas cervezas después de un turno de catorce horas. No le
considera su amigo, ella ya no cree en eso, pero reconoce que se lleva
bien con él, aunque la mayoría de las veces, Lucía le demuestre lo
contrario.
—Venga, va, Lucía, que hay que servir la tarta —aparece Cristian
por la puerta metiéndole prisa.
Lucía resopla.
—Ya voy, Cristian, no han pasado los diez minutos, joder.
—Lo sé, pero la mayoría ha acabado con sus platos y piden el
postre ya —responde estresado.
Entran al restaurante, empiezan a servir la tarta para algunos y a
otros, café. Sabe que, en breve, pedirán chupitos y luego las copas,
momento en el que ella podrá marcharse a casa. No suele quedarse
cuando el restaurante cierra cocina para dar paso a música alta, luces y
copazos. El ambiente se pone pesado al igual que muchos que no
saben controlar la bebida, los hombres suelen fijase en ella, de hecho,
liga bastante más con ellos, aunque, claramente, no esté para nada
interesada. Lucía es una lesbiana de oro, como suele decirse, porque
desde pequeña tuvo muy claro que lo suyo eran solo las mujeres,
nunca se ha acostado con un hombre ni le apetece hacerlo. Las pocas
veces que ha hecho el turno del pub, ha sido porque el plus nocturno es
bastante bueno y va tan ahogada económicamente que no puede
negarse.
—Oye, guapa, tráeme otro whisky —escucha cuando un hombre
de unos cincuenta años se dirige a ella.
Lucía se gira y pone los ojos en blanco, ya empiezan con el guapa,
morena, niña, bombón, apelativos que ella detesta, porque, además,
lleva una chapa con su nombre en la camisa blanca de su uniforme. El
local en el que trabaja es un restaurante catalogado como hípster, con
una iluminación bien estudiada, mesas de madera envejecida, sillas
desparejadas y platos exquisitamente bien presentados. Del café se
ocupa un barista experimentado y tienen un chef pastelero que se
encarga de la exclusiva carta de postres que ofrecen. Pero, aun así,
quienes pueden permitirse el lujo de pagar veintiocho euros por una
cesta de croquetas variadas, dejan en la puerta antes de entrar, la poca
educación que tienen para convertirse en personas prepotentes,
quisquillosas y carentes de simpatía. Más de una vez, ha puesto en su
sitio a algún cliente que cree que por tener dinero posee el derecho de
intentar seducir a todas las camareras del lugar y tratarlas mal tras su
rechazo.
—Claudio, prepárame un whisky, dos gin tonic con fresa y un
Martini —le pide al barman que está detrás de la barra.
—Dame unos minutos y te lo dejo en la bandeja —le contesta
Claudio, mientras ya está preparándolo todo.
—Cristian —susurra Lucía—, dile a alguno de los chicos que lleve
el whisky a la mesa cinco, no quiero tener que aguantar al grupito
picha floja de turno.
Cristian reprime una carcajada al escucharla.
—No te preocupes, ya voy yo, cada día hablas peor —y acaba por
reírse ante la mirada furibunda de Lucía—. Anda, ve a cambiarte y
puedes marcharte a casa que en nada llega el otro turno.
Lucía sonríe por primera vez en el día y camina dispuesta a ir al
vestuario cuando siente una mano grande posarse en su brazo. Se gira
con violencia y se encuentra frente a ella a un hombre bastante mayor
que la mira con serenidad.
—Disculpe, señorita, ¿me podría usted ayudar? —le pregunta él.
Lucía lo mira directamente a los ojos durante unos segundos, ha
tenido varios incidentes con chicos y no se fía nada. —Si, dígame —
responde finalmente.
—No me encuentro muy bien, un hombre de mi edad debe cuidar
lo que come y me temo que esta noche me he pasado —responde
amable—, ya he pagado la cuenta —señala el ticket y la tarjeta que
lleva en la mano—, y quiero marcharme, pero sé que mis amigos no
me dejaran. Así que necesito un taxi y escapar de aquí —finaliza en
voz baja y una sonrisa amistosa en los labios.
Lucía vuelve a sonreír, es la segunda vez en el día y no se lo puede
creer. Siente que el hombre dice la verdad y decide hacer la buena obra
del día.
—Si me espera un momento, me cambio el uniforme y le
acompaño —le contesta tranquila—, podría llamarle un taxi, pero le
aseguro que, por esta zona tan transitada, apenas pongamos un pie en
la calle, pasarán varios.
—Gracias, señorita —sonríe afable el hombre—, la espero aquí.
Cinco minutos después, ambos se encuentran caminando hacia la
esquina donde, según Lucía, hay más taxis. No se equivoca, nada más
acercarse pasa un coche en servicio, ella lo detiene haciéndole señas
con la mano e inmediatamente ve las luces intermitentes del vehículo.
—Su transporte, caballero —comenta Lucía mientras le abre la
puerta trasera del taxi.
—Muchas gracias, señorita.
—Lucía, me llamo Lucía.
—Gracias, Lucía, quedo en deuda contigo, yo soy Alonso.
—Que vaya bien, Alonso, espero que te encuentres mejor —se
despide mientras gira calle arriba.
Lucía baja del bus en la parada más cercana a su casa, tiene que
caminar tres manzanas para llegar al portal, arrastra los pies mientras
suspira agotada y recuerda que esta semana no ha tenido descanso.
Quiere llegar directa al baño, necesita la habitual ducha hirviendo,
alimento y su cama. Busca las llaves de su casa en la bolsa que lleva al
trabajo, siempre piensa que tiene que organizarlo porque jamás
encuentra lo que busca. Mete la mano hasta el fondo mientras lo agita,
esperando escuchar el tintineo del llavero cuando, literalmente, es
arrollada por otra persona que sale de pronto del portal.
—¡Mierda! —grita mientras cae al suelo bruscamente.
Levanta la mirada y se encuentra con ese verde intenso que desde
esa misma mañana detesta —¡No me lo puedo creer, esto tiene que ser
una puta broma! —dice cabreada.
—¡Lo siento muchísimo! —señala Aba, que se ha puesto roja
como un tomate al reconocer en la chica que está en el suelo a su
vecina, esa que tiene cara de perro rabioso—. Por favor, déjame
ayudarte, he salido revisando la dirección a la que tengo que acudir y
no…
—No quiero oírte —la interrumpe Lucía mientras se levanta del
suelo—, despiertas a medio bloque con un ruido insoportable y ahora
vas por la vida sin mirar por donde caminas, ¿qué cojones te pasa?
—¿Siempre dices tantas palabrotas?
Aba está superada, los nervios la traicionan y no se le ocurre otra
cosa que hacerle esa absurda pregunta a la malhumorada de su vecina.
Lucía abre los ojos y aprieta el puño de la mano derecha.
—Haznos un favor a todos y regresa al convento del que saliste.
Vuelve a meter la mano en su bolsa y esta vez alguna divinidad la
ayuda porque encuentra las llaves a la primera, las saca, abre la puerta
principal del edificio y entra como una bala directa a las escaleras.
Accede a su piso con un suspiro, hay silencio y parece que no hay
nadie. De Miguel, no hay señales de vida y Anabela, su otra
compañera, seguro está estudiando con los de la universidad. Pasa más
tiempo fuera que dentro de casa.
Entra a la cocina, saca del congelador un paquete de canelones y
deja precalentando el horno. Come por necesidad, no porque tenga
hambre. Hace mucho tiempo que no disfruta de nada, le ha cogido
manía a la cocina, ninguna serie televisiva le gusta ni tiene tiempo de
verla, lleva con el mismo libro tres meses y siempre está demasiado
cansada para hacer algún deporte. Solo se pregunta una y otra vez si
podrá salir de todo esto y volver a ser feliz.
CAPÍTULO 4
—A ver, Ramón, ¿me puede usted explicar por qué ese cacharro me
ha dejado encerrada durante horas?, no quiero pensar que se han
saltado el mantenimiento, además, no creo que este aparato sea muy
moderno –le pregunta Lucía al administrador del edificio que, en el
momento, está hablando con varios bomberos.
El que parece ser el jefe del cuerpo de seguridad es quien le
contesta, le explica amablemente que la avería se debe a un problema
eléctrico que ha afectado a varias calles del barrio, han podido
restablecer el servicio, pero algunos aparatos han tenido que ser
reactivados manualmente, de ahí que la espera haya sido larga, van
saturados de trabajo.
Lucía se queda satisfecha con la respuesta y anota mentalmente no
obsesionarse con los documentales de este tipo. Mientras se despide,
siente una mirada clavada en la nuca, sabe que Aba lleva rato
observándola, ha visto de reojo que la chica no se ha movido desde
que salieron del encierro. Se pone nerviosa, de repente piensa que la
violinista la está esperando y sus pulsaciones se aceleran. Ya no puede
estar cerca de ella. Muy a su pesar, Lucía ha reconocido todos los
síntomas, aquellos que se ha negado a ver y ha podido confirmar hace
unos minutos que, le gusta Aba.
Siente un escalofrío recorrerle la espalda, decide encaminarse a la
escalera sin siquiera mirarla de frente y sube como alma que lleva el
diablo. No quiere darle tiempo a la violinista de nada, así que cuando,
finalmente, sube hasta la cuarta planta con las manos reventadas,
gracias a la garrafa de agua y la bolsa de la compra, entra rápidamente
a su piso, cierra la puerta y se recuesta en ella suspirando a la vez que
suelta al suelo, sin el menor cuidado, todo lo que lleva encima.
Después de un par de minutos se recompone y va a la cocina a dejar lo
comprado. Agradece que esta vez solo trajo del supermercado, latas,
arroz y verduras, nada congelado que pudiera estropearse con el calor
que sufrió en el ascensor. Lucía no está para perder ni un euro.
Con bastante parsimonia, empieza a preparar la comida. Aparte de
que lleva meses sin nada de apetito, la escena vivida anteriormente le
ha dejado mal cuerpo, pero sabe que tiene que alimentarse, no se
puede permitir una baja por enfermedad. Hace un poco de arroz con
tomate y un huevo, es algo sencillo, pero que le recuerda mucho a su
adolescencia, época en la que tuvo muy mal comer y su madre tenía
que ingeniársela para que algo le gustara, hasta que descubrió que esa
mezcla la toleraba bastante bien. Así que Mercedes, su madre, se la
preparaba cuando a la niña no le apetecía nada.
Sale de su letargo y decide llamar a su madre, hace semanas que
no sabe de ella ni de su padre. Desde que su vida dio un cambio
inesperado, tiene poco contacto con ellos, no quiere preocuparlos y ha
tenido que fingir que todo va tan bien, como siempre. Marca de
memoria el número de la que fue su casa casi toda la vida y al cuarto
tono, una voz profunda le contesta el teléfono.
—¿Sí?, diga.
—Papá, hola, soy yo, Lucía.
—Hola, hija. ¡Mercedes, es la niña! –grita su padre al otro lado del
teléfono.
Lucía siente nostalgia, siempre ha tenido buena relación con ellos
y le duele mentirles, pero su padre, Paco, sufrió hace varios años un
ataque al corazón. Después de muchas pruebas y colocarle un catéter,
obtuvo la jubilación anticipada porque necesitaba llevar una vida sin
estrés ni preocupaciones. Su madre, aunque sigue fuerte como un toro,
sufrió mucho con ese episodio tan duro y ahora que todo se ha
calmado, no quiere alterar su tranquilidad.
—¿Cómo estás, papá?, la última vez que hablé con mamá, me dijo
que no querías tomarte las pastillas de la noche.
—Pero hija, es que me dejan tonto, me duermo tan profundamente
que no me entero de nada y en los tiempos que corren, tiene uno que
estar atento a todas horas. Tú estás bien, ¿no?
Lucía traga saliva y contesta, rápidamente, que todo marcha bien
mientras le mete una regañina, que sirve para hacerle entender la
importancia de seguir el tratamiento médico y despistarlo, para que no
le siga haciendo preguntas. Tras esto, el hombre le entrega el teléfono
a su mujer, quien, nada más saludar, le reprocha a su única hija, lo
distanciada que ha estado últimamente.
—¿Seguro que todo está bien?, cada vez llamas menos, sabemos
poco de ti y no quieres venir a vernos. ¿Sigues mal con Dulce?
Escuchar ese nombre le ha repateado el alma, ya no solo es que su
ex la haya dejado tirada y endeudada hasta arriba, sino también que ha
tenido que elaborar una mentira creíble para el sabueso que tiene por
madre. Eso ha hecho que Lucía, no pueda ir a verlos, no hay tiempo
entre los dos trabajos y cuando lo tiene, como es el caso actual, no
puede permitirse comprar un billete para viajar hasta allí. Además, está
más delgada y ojerosa. Eso para Mercedes, no pasará desapercibido.
—Sí, mamá, ya te he dicho que estamos pasando por un bache. No
sé si tendrá arreglo, sabes cómo son estas cosas. Pero tú tranquila, yo
estoy bien. Siento no poder ir a veros, tengo mucho trabajo, estamos en
medio de unas campañas muy importantes que apenas me dejan
descansar. Solo estoy libre algún domingo y me paso el día, echada en
el sofá. Prometo que cuando acaben, iré al pueblo unos días, ¿de
acuerdo? –miente Lucía hablando de carrerilla, porque si se para a
pensar mucho, teme equivocarse, las mentiras no son lo suyo.
Lucía, baja de dos en dos las escaleras que le llevan a su planta. Siente
tantas cosas en ese momento que no es capaz de centrarse. Cuando
despertó esa mañana tuvo la sensación de que sería un domingo
diferente, llevaba muchos de estos sin ningún plan y lo único que había
hecho era regodearse de su desgracia tumbada en la cama. Cuando
recibió el mensaje de Aba, la alegría la invadió, pero, nuevamente, ese
cuidado que grita su mente se hizo presente. Aun así, le contestó a la
chica que sí, que iría y tras pensarlo unos minutos, se dio cuenta de
que había pasado bastante tiempo desde que hizo algo divertido,
básicamente, no tiene vida social, solo trabaja y duerme. Se merece
disfrutar de las pocas treguas que le ofrecen las siete plagas que le
cayeron hace casi dos años.
Se duchó y vistió a conciencia, quiso sentirse guapa. Sabía
perfectamente que se arreglaba para su vecina. ¡Qué tontería, es
hetero!, se decía a sí misma a la vez que se delineaba los ojos.
Cuando se presentó en casa de Aba y la vio tan arreglada como
ella misma lo estaba, con esos labios brillantes y sobre todo muy
apetitosos, la cabeza le dio mil vueltas. Ambas se habían quedado
mirándose profundamente y Lucía sintió derretirse bajo ese verde
intenso que empezaba a enloquecerla. Más tarde, se quedó paralizada
cuando Aba le dijo lo guapa que estaba y, por si fuera poco, lo más
complicado vino cuando la violinista se quedó dormida a su lado,
después de proponer ver esa película horrenda que no llamaba para
nada su atención y que ella aceptó, solo por la cara de felicidad que
puso la chica. Ese rostro tan apacible y esos ruiditos que hacía
mientras dormía, estaban llevando a la camarera a otra dimensión,
tanto así, que no pudo evitar rozar sus dedos sobre la mejilla de Aba.
Doscientos veinte voltios le parecieron pocos para describir el
corrientazo que sintió al tocarla y prefirió marcharse de ese lugar,
Lucía sabía que era demasiado para ella. No podía afrontarlo.
Decide meterse pronto en la cama y empieza a debatirse entre
enviarle un mensaje a Aba para agradecerle la invitación o dejarlo
correr. Se ha marchado de su casa sin despedirse y tiene la cabeza
como un bombo. Suspira fuerte mientras piensa que hacer y al cabo de
una hora coge el móvil, decide ser amable y dar las gracias a su vecina.
L: Menos mal que me diste de comer antes de quedarte dormida.
El pollo estaba muy bueno, quedé tan llena que ni me apetece cenar.
Casi hora y cuarto después, Lucía entra a su piso. Arrastra los pies
como si tuviese una pesada losa a cuestas. Lleva todo el camino a casa
pensando en lo ocurrido y llega a la conclusión que, de una cosa si está
muy segura, no se arrepiente de nada. Sabe que no se equivoca, Aba y
ella tiene una conexión, hay una atracción mutua que no se puede
negar, pero entiende que a la chica le cuesta asumirlo, incluso
identificarlo. Lo poco que sabe de la violinista, le indica que jamás ha
tenido alguna cercanía romántica con alguien de su mismo sexo, que lo
suyo siempre ha sido dos más dos y una relación homosexual está
bastante alejada de su forma de pensar. La camarera nunca tuvo
confusión, siempre supo de su gusto hacia las mujeres y cuando vivió
la primera relación con una chica, confirmó que era el camino
correcto. Pero es cierto que pasó por varias experiencias con mujeres
primerizas y recuerda los nervios, dudas y en algunos casos hasta
rechazos. De hecho, una vez, acabando el instituto, se enrolló con la
homófoba de su clase. La chica no perdía oportunidad de llamar
maricón a cualquiera que presentara la menor señal de ser gay.
Bolleras o comecoños a las que no ocultaban su lesbianismo e incluso,
a las chicas que jugaban algún deporte como básquet o fútbol. Lucía se
había convertido en su blanco, no paraba de meterse con ella y decirle
cosas, hasta el día que se quedaron a solas en el vestuario, tras la clase
de deportes y la tía le saltó encima para comérsela entera. Fue el
primer polvo de la camarera en el instituto y no podía creer con quien
había sido. Tras lo ocurrido, la chica no cambió, siguió acosando a
Lucía hasta que acabaron el año escolar. Años después, la ha visto
alguna vez por el pueblo, casada, con dos hijos y una cara de infeliz
que le hace parecer diez años mayor. Sabe que la mujer es lesbiana,
pero sus creencias y la presión familiar la llevaron por el camino
heteronormativo. Es posible que sea el caso de Aba también y teme
por ello. La chica tiene un brillo especial en la mirada que se acentúa
cuando están juntas y Lucía quisiera explorarlo, ir más allá, pero
reconoce que no insistirá ni mucho menos la obligará a nada. Cada uno
tiene el derecho de elegir con quien estar sin tener presiones de ningún
tipo.
Se va a la ducha a quitarse la suciedad y el mal cuerpo que, al
final, le ha dejado todo lo vivido esa noche. Se pone el pijama y se
mete a la cama, está agotadísima, necesita descansar. Decide no
escribirle a Aba, quiere darle tiempo y espera que sea ella quien
busque volver a acercarse. Si no lo hace, la misma Lucía, la contactará,
porque las propias experiencias que ha tenido no han pasado en vano,
no quiere dejar a la chica con ese mareo que debe estar sintiendo ahora
mismo después de besar a la camarera, gemirle en la boca y huir
despavorida, como si hubiese cometido un crimen. Piensa en el
imbécil que tiene por novio, lo ha observado, las pocas veces que ha
tenido la desgracia de coincidir con él, y hay muchas cosas que no le
gustan ni un pelo. Lo ha pillado varias veces viendo a las camareras, y
a ella misma, con lascivia. También haciendo muecas de asco en
medio de una celebración de Bacua en el Roll Roll, pero lo que le ha
reventado por dentro, es las veces que ha detectado los gestos de
desprecio e irritación hacia la violinista. Ni de Dulce, la infiel que le
rompió el corazón recibió ese tipo de miradas. Lucía es una mujer
comprometida, que ha amado sin reservas y respetado a quienes han
compartido besos y sábanas con ella, por eso no comprende que ese
payaso, pueda ser así con la chica. Si en público se comporta de esa
manera, ¿cómo será en privado? Con esa pregunta, la camarera da un
largo suspiro y se gira para intentar dormir.
Un portazo, varios gritos y pasos inquietos sacan a Lucía de su
sopor, está desorientada y no sabe de dónde proviene todo ese barullo.
Se levanta mosqueada, lista para liársela a quien sea, está segura de
que Miguel vuelve borracho a casa y ella no va a tolerarlo, pero
cuando sale al salón no hay nadie, las luces están apagadas y al
parecer, todos duermen. De repente, cae en cuenta que, lo que sea que
está ocurriendo, proviene del piso de la violinista, eso la pone muy
alerta, sobre todo al escuchar una voz masculina bastante alterada. Aba
está en peligro.
CAPÍTULO 12
Le pitan los oídos y tiembla como una hoja de gelatina, Aba escucha la
puerta de su piso cerrarse, Lucía se ha marchado y un vacío se instala
en el centro de su pecho. Cree que es lo mejor, necesita espacio para
pensar, además tiene que prepararse, no mentía cuando le dijo que
debe ir al ensayo con Bacua. Aunque es fiesta en Madrid, al día
siguiente es el concierto y como siempre lo hacen, un día antes del
evento, realizan una prueba de sonido y el ensayo general. Intenta no
reflexionar demasiado y se pone en marcha dirigiéndose al baño.
Parece un robot y funciona de forma automática, se ducha y viste, se
maquilla ligeramente, cepilla su cabello a conciencia y coge su violín
para salir de casa. Es la forma más sencilla que tiene la violinista para
evadirse de las situaciones que se le escapan de las manos, como
cuando era más joven. Estando bajo el yugo de sus padres, repetía sus
deberes domésticos una y otra vez. La vajilla relucía, los suelos
brillaban, todo lo tenía controlado y en perfecto estado.
Baja por el ascensor, el taxi ya la está esperando, todavía es
pronto, pero le gusta llegar con tiempo a los sitios. Su teléfono
empieza a sonar y el nombre de James, el mánager de la banda,
aparece en su pantalla.
—Hola, James, ¿cómo estás?
—Aba, querida. Muy bien, necesito hablar contigo, pero te ruego
que quede entre nosotros de momento, por favor, ¿es posible?
—Sí, claro, justo voy de camino al ensayo —contesta contrariada.
—Yo estoy aquí desde hace rato, entonces nos vemos ahora. Te
espero en la entrada.
Tras despedirse, Aba queda muy nerviosa, no sabe qué va a pedirle
James y teme que sea dejar la banda de forma inmediata. Después de
la discusión que tuvo la noche anterior con Eduardo, el chico no ha
aparecido y teme que haya hecho cualquier cosa, como siempre, sin su
autorización. No sabe qué hacer, con su todavía novio y sincerándose
con ella misma, no quiere seguir a su lado. No se trata de si lo ama o
no, es que realmente siente miedo y algo de repulsión. Una vez, Laia,
su excompañera en la universidad, le dijo que Eduardo era un tipo de
los que no había que fiarse. De esos que pintan sonrisas bonitas y van
de caballeros andantes, pero que ciertamente son de los que tienen un
lobo bajo esa falsa piel de cordero. Aba siempre defendía a su chico,
jamás había tenido ninguna actitud fuera de lo común, pero conforme
pasaba el tiempo y ella estaba cada vez más enamorada, Eduardo hacía
cosas sin sentido como, por ejemplo, decirle que todos los hombres
que estaban cerca de ella solo buscaban algo más que amistad o si ella
tenía una salida con amigos, él aparecía de la nada tras no visitarla
durante días y creaba un plan más romántico para que solo pudieran
estar ellos dos. Tiene mucha confusión y siente que, una vez más, su
tranquila vida se sumerge en aguas turbias que no puede controlar.
Respira varias veces, organiza velozmente sus ideas y decide, primero,
hablar con James, luego darle una vuelta a lo de Eduardo y finalmente,
analizar qué hacer con Lucía. Lucía —piensa—, sintiendo un pinchazo
de excitación en su vientre que rápidamente se mezcla con miedo y la
voz aguda y repetitiva de su madre.
Se baja del taxi gracias a James que, tal como le dijo, la está
esperando fuera y tras verla, se acerca al vehículo para abrirle la
puerta. Caminan hacia un bar que está justo al lado del recinto donde
se llevará a cabo la actuación de la banda y piden un par de
consumiciones. El mánager observa lo nerviosa que está la violinista y
decide hablar con ella sin perder más tiempo.
—Aba, la recuperación de Patricia, la violinista a la que estás
sustituyendo, se ha alargado y quería pedirte unas semanas más con
Bacua. Tenemos varios conciertos y actividades privadas en agenda, es
imposible cancelar.
—No hay problema, James, por mí, encantada. Estoy disfrutando
de todo esto muchísimo.
La cara de James muta varias veces, pasa de asombro a felicidad,
luego a desconcierto y otra vez a asombro. Aba lo mira esperando a
que le diga algo por qué se ha quedado en silencio y la está poniendo
más nerviosa de lo que ya estaba.
—James, ¿sucede algo? —pregunta confusa.
—Lo siento, Aba, es que esperaba de todo menos una respuesta
tan rápida y sin pegas. Antes de llamarte hablé con Eduardo, hasta lo
que sé no es oficialmente tu mánager, pero desde un principio me dejó
bastante claro que absolutamente todo lo referente a ti, había de
consultarlo primero con él para tomar una decisión. Cuando le
comenté la ampliación de tu estadía con Bacua, inmediatamente me
dijo que no.
Aba abre la boca tanto que la mandíbula puede desprendérsele en
cualquier momento. No da crédito a lo que está escuchando, es cierto
que Eduardo ha controlado bastante sus pasos, pero una de las
condiciones para que él llevara su carrera profesional, era que la
violinista tendría la última palabra en todo, de hecho, no había aún un
contrato de por medio, justamente, porque ella quería comprobar si
funcionaban como equipo sin que su relación se viese afectada por la
toma de decisiones. Casi la convence en algún momento, pero de un
día para otro, tenía en mano la oferta de la banda y parece que el tema
quedó aparcado.
James, al notar que la violinista no dice nada, continúa
explicándole la conversación con Eduardo.
—Intenté convencerlo, has encajado muy bien, además de que el
público te adora y buscar a otra sustituta ahora mismo sería un caos,
pero me pidió una serie de condiciones que van desde lo absurdo hasta
lo imposible para nosotros. Perdona que te lo diga así, sé que es tu
novio y no pretendo faltarle el respeto, sin embargo, es realmente
descabellado lo que solicita.
—Quiero que sepas que me siento muy a gusto con vosotros, he
aprendido cosas que no te enseñan por mucha teoría que veas y solo
pienso irme de la banda cuando Patricia vuelva. Eduardo no puede
decidir por mí.
Cierran el trato, James le da todos los detalles de los próximos
toques, acuerdan lo económico y le confirma que puede seguir en el
piso sin ningún problema, haciendo que Aba sonría ampliamente.
Al salir del bar, Aba le pide un momento a James y decide llamar a
Eduardo, quiere dejar claro un par de cosas. Le tiemblan las manos, no
desea ni escuchar su voz, pero es necesario que hablen. Al quinto tono,
el chico le contesta con su habitual tono chulesco.
—Pero mira quién se dignó a darme la cara. ¿A esta hora es que
llamas?
—Acabo de hablar con James —contesta la chica impactada por
su actitud—, me ha dicho que has rechazado la continuidad temporal
que me ofrecía con la banda y no entiendo el motivo.
—Aba, tú de esto no sabes, déjame a mí llevar los negocios. Ese
oportunista quería que estuvieses más tiempo por dos duros, sin
ofrecerte un coche privado ni cambiar de casa. Tendrías que seguir
moviéndote en taxi y continuar viviendo en el mismo cuchitril lleno de
macarras en el que estás ahora. Imposible aceptar esa basura de trato.
—No es tu decisión, Eduardo —contesta molesta ante su
desfachatez—. Soy una violinista desconocida que está teniendo una
oportunidad increíble para aprender y crecer. No pienso
desaprovecharla por tus tonterías.
—Te noto muy alterada, es la gentuza que te rodea, te lo he dicho
mil veces, Aba. Te dejo unos días para que te tranquilices y luego
hablamos, no voy a aceptar que te dirijas a mí de esa forma, te doy la
oportunidad de que recapacites.
Sin más, le cuelga el teléfono y Aba sigue sin creérselo. Justo
cuando empieza a caer en la marea de pensamientos tortuosos, James
sale a avisarle que están a punto de comenzar. Afortunadamente, el
ensayo transcurre lleno de risas con sus compañeros y entre nota y
nota, drena parte de ese estrés que tanto la está ahogando.
Cuando acaban, Aba rechaza la invitación del equipo de ir a tomar
unas cañas, quiere seguir liberándose del agobio que siente y por ello
decide coger la ruta más larga y en vez de un taxi, dará un paseo hasta
la estación de metro y allí tomará el transporte hasta casa. Recuerda la
noche que pasó con Lucía, ha aceptado la forma de pensar de los
demás y la vida que quieren llevar, pero ¿y si es ella quien vive de esa
manera? No lo termina de ver claro, pero a la vez piensa en lo feliz y
tranquila que se siente cuando está con su vecina y está segura de que
ese sentimiento no puede ser malo.
Llegando al bloque de pisos donde vive, decide pasar por casa de
la camarera por si tiene suerte y la encuentra allí. Quiere intentar
suavizar la situación, sabe que los nervios pudieron con ella y la forma
en que le habló esa mañana, no fue la mejor.
—Perdone, hola —escucha Aba a sus espaldas cuando está
accediendo al portal.
Aba se gira y observa a un hombre que se seca compulsivamente
la cara con un pañuelo y en la otra mano, lleva una carpeta de color
blanco.
—Soy Ramón, el administrador, la señorita Lucía me pidió un
informe de la última revisión hecha al ascensor, no me dio tiempo de
llegar a ella para dárselo. Vi que se subía a un bus con dos maletas y
aunque grité su nombre no me escuchó. ¿Sabe usted sí se ha marchado
del piso o solo se ha ido de vacaciones?
¿Cuántas veces Aba se ha quedado paralizada ese día? No lleva la
cuenta, pero sabe que son muchas. La cabeza le da demasiadas vueltas
y deja de escuchar al hombre que ahora está mirándola con curiosidad.
En su mente soy hay una cosa, Lucía se ha marchado.
CAPÍTULO 16
Tras un buen rato, finalmente llegan a casa, todo está tal y como
siempre, la camarera va a su antigua habitación a desempacar. Su
madre se ha ido directa a la ducha para después preparar algo de cena
y dormir. Lucía lo mira todo a su alrededor, parece que fue ayer
cuando, en esa misma cama, se acostó con su primera novia mientras
sus padres estaban trabajando. Tiene muchos recuerdos bonitos en esa
casa, suspira pensando en lo alejada que ha estado de su familia y
vuelve a prometerse regresar a menudo, aunque su situación sea
complicada.
Han pasado varios días desde que Lucía llegó a Zaragoza, ha sido
agotador, idas y venidas del pueblo a la ciudad y las horas muertas
entre la sala de espera y la habitación en la que está su padre, pero a
pesar de todo, Lucía está muy contenta. Paco evoluciona como si de un
chiquillo se tratara. Mercedes no pierde oportunidad para abrazarla y
darle el cariño que solo una madre puede ofrecer. Se siente arropada y
querida, maldice nuevamente a Dulce por obligarla a trabajar sin
descanso para pagar todas las deudas que le dejó, alejándola de lo
verdaderamente significativo para ella. Con tanto jaleo, ha pensado
poco en Aba, pero ahora que la situación con su padre está bajo
control, la violinista entra a su mente como un rayo en plena tormenta.
La chica no se ha puesto en contacto con ella, lo que hace que Lucía
tenga más claro aún que, sea lo que sea que haya pasado entre las dos,
no tenía ningún futuro. Así que se convence de que ha sido una
experiencia más y debe seguir adelante, tiene cosas bastante más
importantes en que pensar.
Paco es dado de alta, tras todas las pruebas, han confirmado que el
golpe de la cabeza se ha quedado en un susto y la fractura tardará
varias semanas en sanar, pero el hombre domina las muletas como un
experto pese a su edad, así que la movilidad está limitada
mínimamente. Eso era algo que le preocupaba mucho a Lucía, aunque
desde el call center no le pusieron pegas por su ausencia, fueron
bastante claros al indicarles que el siguiente lunes debía volver. Una
vez instalados en casa, Lucía comprueba que su madre sigue tan
apañada como siempre, en un momento ha aseado a su marido, ha
montado un tinglado en el salón para que el paciente pueda ver la tele
con máxima comodidad y ya está metida en la cocina preparando una
comida que huele de maravilla. Hace un rato el móvil de Lucía tiene
una notificación que ha ignorado, porque su padre está muy
entretenido contándole las pericias de una enfermera novata intentando
cambiarle la cura de la cabeza. En cuanto acaba, revisa el móvil con
toda la pereza del mundo y se queda de piedra, el mensaje es de Aba y
tiene que leerlo varias veces para cerciorarse de que sus ojos no
mienten.
A: Te echo de menos, Lu.
CAPÍTULO 17
Aba lleva días muy irritada, le pasan cientos de cosas por la cabeza,
desde que su vecina se fue, no sabe qué hacer. Desconoce si la chica se
ha ido del piso, un par de veces ha visitado su casa, pero nunca
consigue hablar con alguien. Cada vez que intenta escribirle, tiembla
de forma exagerada y suelta el móvil como si tuviese una bomba a
punto de explotar en las manos. La extraña a rabiar, le parece una
locura, prácticamente acaba de conocerla, pero a su lado se siente tan
bien que, al final, encuentra lógica en ello. Sus días han pasado entre
ensayos y conciertos, ha ido al Roll Roll con los de la banda, no verla
allí le dejó el corazón latiendo lento y aunque intentó saber de ella,
solo le dijeron que tenía unos días libres. De Eduardo no tiene ni idea y
lo agradece, pero lo conoce muy bien, tarde o temprano la buscará, eso
la pone nerviosa, aunque no tanto como el hecho de no volver a ver a
la camarera. La chica no ha dado señales de vida y ella ha querido
darle tiempo para que aparezca, sin embargo, parece que Lucía ha
dado por finalizada cualquier relación con la violinista. ¿Pero cómo va
a hablarte, Aba? —se pregunta—, sabe que se comportó como una
cobarde, una cría incapaz de responsabilizarse por sus actos y sus
consecuencias. Después de seis días sin saber nada de su vecina, se
envalentona, decide llamarla, pero se para en seco antes pensando que
no le saldrá la voz si es que la chica le contesta, así que mejor le envía
un mensaje, así puede saber si lo ha leído, aunque si tarda en
contestarle, pasará un rato lleno de mucha angustia. Escribe y borra,
repite esa acción unas veinte veces hasta que, finalmente, decide ser
honesta, la echa de menos y no va a ocultarlo.
Lucía la ha dejado en visto, sí, han pasado dos días desde que Aba
le envío el mensaje y la camarera no piensa contestar. Entiende su
confusión, pero siente que la violinista la está mareando, se acerca a
ella, se aleja, la cela, se acuestan, la vuelve a alejar y ahora,
supuestamente, la echa de menos. No va a entrar en ese juego, ya ha
decidido que no quiere nada con ella y se mantendrá firme por mucho
que le pueda gustar la chica. Tiene que regresar a Madrid, es momento
de volver al trabajo y a su vida. Paco está muy bien y Mercedes lo
tiene todo bastante controlado. Los abraza a los dos con lágrimas en
los ojos, asegurando que les llamará cada día y viajará al pueblo en
cuanto pueda. La madre de Lucía la lleva a la ciudad, su tren sale en
breve y cuando se despiden le deja claro que tienen una conversación
pendiente y la próxima vez, no permitirá que la toree.
Aba ha pasado esos días en una espera angustiosa y al verse
ignorada, se ha sumido en una tristeza que hacía años que no sentía. La
noche anterior, después de un evento privando en el que Bacua hizo
una presentación magistral, volvió a su piso tan cabizbaja que
pareciera, más bien, que venía del peor fracaso de su carrera y se metió
en la cama con ganas de no salir de ella en semanas. Eduardo la ha
llamado al menos doce veces y ella ha pasado de él olímpicamente, —
que se vaya a hacer puñetas—, murmura. Sabe que debe enfrentarlo,
pero no tiene nada de ganas, agradece que James no haya compartido
la nueva agenda con él, por lo que no se ha podido presentar en los
conciertos ni en los ensayos y si ha ido a buscarla al piso, ha sido
cuando ella no ha estado. Suspira derrotada, se siente como aquella
vez, cuando su segundo novio la dejó y a ella le dolió tantísimo que no
recuerda durante cuánto tiempo se cerró al amor con tal de no volver a
sufrir. Por más que piensa en lo que puede hacer, no llega a ninguna
conclusión, ya la buscó y es la camarera quien ha decidido no
responderle. Lo peor es que tendrá unos días libres, Bacua no vuelve a
actuar hasta la próxima semana y ella siente que se va a ahogar en su
casa. Muy a su pesar, va a la ducha y se viste para salir a dar una vuelta
por el barrio, tomarse algo en un bar o simplemente que le dé el aire.
Mientras entra en el ascensor, revisa su móvil por si acaso se ha roto y
por ello no recibe ninguna notificación de su vecina, pero descarta esa
absurda idea, ha hablado con varias amigas, con James y con sus
compañeros de banda, así que el dispositivo funciona perfectamente.
Se encuentra cavilando mil cosas cuando las puertas del aparato se
abren y ve allí de pie junto a dos maletas a la chica que le tiene el
pecho reventado gracias al martillo percutor en el que se convierte su
corazón cuando la mira.
Lucía llevaba todo el camino desde la estación de trenes pensando
en las posibilidades de encontrarse con Aba, incluso empezó a recordar
la rutina meticulosa que tiene la chica y supo que era casi imposible
coincidir con ella. Difícil lo va a tener si la violinista acude al Roll Roll
con su banda y con el gilipollas, pero ahí también podría evitar su
cercanía, con atender otras mesas y centrase en su trabajo tendría
asegurado el éxito de su misión. Se siente bien, segura de su decisión,
pero todo se derrumba cuando dentro del ascensor está el verde más
bonito que ha visto en su vida. Mira los labios carnosos de Aba y sus
planes caen en saco roto, quiere saltarle encima y comerle la boca,
pero claramente se contiene, pone su mejor pose de chica dura, activa
su cara de gato enfurruñado y la mira sin aparente interés.
—Has vuelto, Lu —sonríe una Aba muy nerviosa.
—¿Sales?, necesito espacio para entrar con las dos maletas —
contesta Lucía con su tono más borde.
—Sí, sí, ¿te ayudo? Ahora no hago nada, justo iba saliendo a dar
un paseo, tengo unos días libres, ¿sabes?, es que hemos tenido varios
con…
—¿Sales o no? —la corta.
—¿No quieres que te ayude, Lu? —vuelve a la carga Aba, que
presiona compulsivamente el botón del ascensor para que las puertas
no se cierren.
—No quiero nada de ti, termina de salir del puto ascensor.
Aba se queda petrificada y los ojos se le humedecen, siente una
energía diferente. Cuando conoció a su vecina, la vio rabiosa, pero
jamás con esa mezcla de decepción y antipatía que nota ahora en ella.
La observa por unos segundos y la chica la sigue mirando desafiante,
así que simplemente sale del elevador y se marcha a la calle
aguantando las ganas de girarse. Apenas sale del portal, empieza a
llorar, está abatida y experimenta el dolor de diez puñales clavándose
en su pecho. No entiende el sentimiento, su cabeza sigue peleando con
lo que siente y lo que se supone que es correcto. En medio del llanto,
suelta una carcajada histérica al pensar que la relación que tenía con
Eduardo es la que catalogan como lo normal solo porque es entre un
hombre y una mujer, aunque él sea un cretino, un cerdo y ella sea
totalmente infeliz. Se seca las lágrimas y decide airearse un poco, la
situación la agobia bastante, así que lo mejor es respirar mientras da un
paseo e intenta tranquilizarse.
Lucía está sentada en su cama, procesando lo ocurrido, le duele en
el alma tratar así a la violinista, pero no quiere sufrir más. Aba causa
un efecto brutal en ella, son mariposas, cosquilleo, ganas, deseo. Todas
esas sensaciones se magnifican cuando la tiene cerca y no se puede
permitir dar un paso a lo que sabe que es un despeñadero a una muerte
segura. Es innegable, la chica no va a cambiar su manera de pensar,
seguirá renegando de lo evidente, continuará con su vida
heteronormativa creyéndose así el fantástico cuento de hadas que
siempre ha vendido la sociedad. No le apetece pelearse con ese
pensamiento, Lucía quiere volver a respirar, quitarse de encima las
deudas que tiene, retomar su profesión y dejar de pensar en esa boca
roja e hinchada que la vuelve loca.
El timbre del piso de la camarera suena y teme que sea la chica
que le roba el aliento, pero Lucía no va a esconderse, ella quiere
enfrentarse a los hechos, así que abre decidida la puerta sin
equivocarse en adivinar quien es la inesperada visita.
—¿Pu-puedo pasar, Lu? Necesito que hablemos —habla Aba con
la voz rota.
Lucía vuelve a quebrarse por dentro, mira a la chica con los ojos
hinchados, es obvio que ha estado llorando y aunque quiere mantener
el tipo, le duele verla así. Sin decir nada, se hace a un lado para dejarla
pasar, cierra la puerta y se dirige a su habitación, no quiere que nadie
interrumpa la conversación. Le hace un gesto con la cabeza a la
violinista para que la siga y entran al espacio que, en ese momento, a
Lucía se le antoja minúsculo.
—Tú dirás, Aba.
—Sé que estás molesta conmigo, pero yo no soporto que estés así
de enfadada. Volvamos a ser amigas, Lu, ¿no quieres?
—¿Amigas?, no sé en qué mundo vives tía, pero tú y yo nunca
fuimos amigas. Si no quieres verlo, es tú problema, yo esta canción me
la sé de memoria. Tú a mí me gustas como mujer, no para fingir una
amistad. Nos hemos besado, hemos follado y lo has disfrutado tanto
como yo. Insistes en negarlo y no seré yo quien te obligue a aceptarlo.
Cada uno vive como quiere, pero desde luego yo no entraré en esa
rueda.
—¿A qué te refieres? —pregunta Aba temblando, sabe que la
chica tiene la razón, pero hay una fuerza sobrenatural que no le deja
avanzar.
—Me refiero a que yo paso, Aba. Esto se acaba aquí, ni amigas ni
hostias. Yo estoy ya muy jodida y lo menos que quiero es estar con una
chica que ni siquiera tiene claro lo que desea y siente. No quiero que
vuelvas a contactarme, haremos como si no nos hubiésemos conocido
y créeme, será mejor para las dos.
Aba se queda sin aire y en cuestión de segundos rompe a llorar
nuevamente, está vez el llanto es tan desconsolado que Lucía abre los
ojos impactada. La violinista dice palabras sueltas que se mezclan con
lágrimas e hipidos, impidiendo que se le entienda. La camarera se
acerca a ella, pero la chica no para de moverse, de tocarse el cabello y
de intentar respirar.
—Aba, cálmate, por favor, no te pongas así.
Pero Aba sigue igual, se ha puesto muy roja y empieza a
desabotonase la camisa en busca de aire. Lucía la ayuda mientras la
abanica con las manos, se está poniendo muy nerviosa. Lo único que
se le ocurre es abrazarla con suavidad y empieza a susurrarle al oído,
con mucha calma.
—Cariño, escúchame, vamos a hablarlo, ¿vale? Me vas a contar lo
que sientes y yo te voy a escuchar. Tienes que respirar profundo, dejar
que el aire entre, porque si no, te vas a ahogar. Estoy aquí contigo.
Pasan unos minutos en silencio, abrazadas y aunque Aba parece
estar más tranquila, no para de llorar. La chica se ve realmente
desesperada y Lucía siente que ha sido demasiado dura, se ha dejado
llevar por la rabia. Han sido días difíciles, aunque su padre está mucho
mejor, lo que le ocurrió a Paco le afectó bastante. Segundos después,
por fin, escucha hablar a la violinista, ¿cuándo Aba dejará de
sorprenderla?
-Lu, no me dejes, por favor. Me duele aquí —se toca el centro del
pecho—, cuando no estás conmigo.
CAPÍTULO 18
Aba llega a su casa derrotada, está cansada, pero sobre todo siente
un dolor punzante en el alma. Siente confusión a la vez que
experimenta un terror que nunca había vivido, teme que Lucía la deje
definitivamente. La camarera tendría toda la razón si decide hacerlo, la
violinista se cree culpable de lo ocurrido, piensa que esta es la
consecuencia de no plantarle cara a Eduardo en su momento. El hecho
de que la camarera no quisiera verla le desgarra el corazón, sobre todo
porque la relación entre ambas estaba avanzando muy bien y su cabeza
no paraba de idear miles de planes junto a ella. Decide ducharse,
ponerse el pijama y meterse en la cama, duda que pueda dormir, pero
al menos lo intentará. Afortunadamente, el ensayo es al final de la
mañana y eso le da margen a quedarse en la cama más tiempo. Añora a
Lucía y ruega que la chica no se cierre ante ella. Ha llamado a Cristian
tal como le prometió cuando llegó a casa y él le aseguró que la
mantendría informada y le insistió en que se quedara tranquila, que la
camarera se pondría en contacto con ella.
Lucía tiene dos llamadas perdidas del Roll Roll, justo se estaba
duchando cuando han decidido contactarla. Mientras se seca la cara
con mucha cautela, marca el número del restaurante y enseguida
contesta Cristian. El chico le pide que le envíe los documentos que le
dieron en el hospital, tuvo que darles parte de lo ocurrido con Eduardo
a los dueños del local. Decidieron darle el fin de semana libre para que
su recuperación fuese completa, resaltando que su sueldo no se vería
afectado porque lo gestionarían todo con el seguro laboral.
Inmediatamente, la camarera presiente que algo ocurre, siempre ha
tenido una buena intuición para detectar estas cosas, joder como te
falló cuando estabas con la cabrona de Dulce —piensa con lamento.
—¿Qué ocurre, Cristian? Si me van a echar y me lo estás
ocultando, te juro que te pongo la cara peor de lo que me la han dejado
a mí —amenaza Lucía.
El chico suelta una carcajada sin poder evitarlo, Lucía sigue
siendo Lucía por más que alguien le esté ablandando el corazón. Le
asegura que no se trata de eso, su puesto de trabajo es intocable, al
menos de momento. Solamente quiere que pase el mayor tiempo
posible con Aba, le confiesa que el mánager de Bacua estuvo reunido
con Silvio y Andrés, los propietarios del restaurante y fue testigo
principal de la conversación en la que James relataba todos los eventos
planificados para la chica de ojos verdes en Barcelona. Ha cerrado la
agenda para que fuese la violinista la encargada de amenizar el Roll
Roll Beach en su pronta inauguración. Durante más de diez minutos,
su encargado le cuenta los pormenores que considera más importantes
para que Lucía sea conocedora de la situación y aproveche todo lo que
pueda disfrutar al lado de la artista.
Han pasado ya varios días desde que las chicas mantuvieron esa difícil
conversación. A partir de esa noche han compartido cama y han
intentado disfrutarse lo máximo posible, dando muchos paseos,
hablando sin parar, conociéndose a fondo. Aba descubrió, entre otras
cosas, lo bien que se le da la cocina a la camarera, ha sido la catadora
oficial de cuanto manjar se le ha ocurrido preparar. Por su lado, Lucía
ha visto en primera línea lo meticulosa y ordenada que es Aba, tiene
rutinas tan marcadas que pueden desquiciar a cualquiera, pero sin
duda, lo que más ha disfrutado es de lo cariñosa que es la ojiverde, la
forma en como la abraza en la cama y ese ruidito tan mono que hace
cuando ya está profundamente dormida. Aunque no lo digan en voz
alta, ambas saben que se están enamorando, se les nota en la mirada y
en lo bien que se sienten cuando están juntas. De hecho, Lucía, aunque
sigue teniendo de vez en cuando su cara de gato enfurruñado, parece
más alegre, más relajada y a Aba se le ve tan implicada que hasta le ha
cogido la mano varias veces a su vecina cuando han estado de paseo,
algo impensable para una chica que veía las relaciones homosexuales
como el gran pecado universal.
Lucía ha vuelto al call center, después de la queja que le puso a su
supervisora, esta, prácticamente, le ha retirado la palabra. Solo se
dirige a ella para lo justo y necesario, Lucía lo agradece, pero Dolores
la mira con tal odio que la chica siente miedo de sufrir una repentina
combustión espontánea. Al acabar su turno, pone rumbo hacia el Roll
Roll, tiene que firmar unos documentos para el seguro laboral.
Además, quiere aprovechar de hablar un rato con Cristian, por fin, ella
ha asumido el gran cariño que ha llegado a tenerle, considerándolo
como un buen amigo. Atraviesa la puerta trasera del restaurante y se
encuentra con su encargado y Andrés, uno de los propietarios. Ambos,
sentados con una pila de papeles esparcidos por la mesa, parecen
discutir temas del nuevo local en Barcelona.
—¡Lucía! —anuncia Cristian a la vez que se levanta para recibirla
—. ¿Cómo estás?, llegas en el momento ideal, es que ni planificado —
sonríe el chico.
Andrés la saluda con el mismo entusiasmo, Lucía lo ha visto muy
pocas veces, pero el hombre es amable y nunca se va por las ramas
cuando tiene algo que decir, cualidades que a la camarera siempre le
han gustado de la gente. La chica no puede disimular su sorpresa en
cuanto el propietario empieza a contarle que un pajarito le había
hablado de su trayectoria como especialista en marketing y él mismo,
movido por la curiosidad, había revisado varias campañas que ella
había liderado.
—Perdona la franqueza, Lucía, pero ¿qué coño haces trabajando
aquí?, tienes un talento increíble —le pregunta Andrés que no
comprende por qué la chica no está realizando lo que más le gusta en
una agencia publicitaria.
Lucía no se corta, le explica todos los motivos por los que no
sigue en su mundillo y Andrés, tan directo como siempre, le cuenta
que la inversión hecha en el Roll Roll Beach los han dejado sin
demasiado margen y necesitan crear una campaña digital que dé a
conocer, no solo la apertura del nuevo restaurante sino todas las
actividades que se llevarán a cabo en el chiringuito según la estación
del año en la que estén. Se sincera y asume que los presupuestos que le
han entregado las diferentes agencias rozan la locura, el coste se les
escapa de las manos. El propietario le hace una propuesta firme a
Lucía, le da la oportunidad de encargarse de toda la estrategia
publicitaria e inmediatamente le habla de lo que a ella le interesa, el
dinero que va a recibir, entre otros detalles como las condiciones del
trabajo y tiempos de entrega. Terminan cerrando un acuerdo que, desde
luego, a la chica le parece mejor de lo pensado, el sueldo está muy
bien y tiene tiempo de producir un plan efectivo. Lo que más le ha
gustado de todo, es que Andrés le ha asegurado que entre sus contactos
tiene a varios empresarios y está completamente seguro de que más de
uno necesitará de sus servicios como especialista de marca. Él la
ayudará a regresar al ruedo.
Ya fuera del Roll Roll, Lucía se siente en una nube, ni en un millón
de años se imaginaba que entraría a firmar unos documentos por un
ataque en su contra y saldría con una propuesta para llevar acciones de
marketing en el restaurante de Barcelona. Puede dejar su trabajo como
teleoperadora y dedicarse de lleno a lo que considera, es su fuerte
profesional. Ha quedado al día siguiente, a la misma hora, con Andrés
para firmar el nuevo contrato y después no perderá tiempo en dar los
quince días en el call center. Le entregará la carta a Dolores,
personalmente, para poder disfrutar la cara de su supervisora cuando
lea que Lucía deja su puesto. Se apresura a subirse al transporte
público, ha quedado con Aba y quiere contarle la noticia. Está segura
de que su nueva tarea hará que la relación entre ambas fluya sin
problema y aunque, al principio del diseño de campaña, tiene que estar
en Madrid, luego tendrá que viajar a la ciudad condal, cerca del local y
cerca de Aba.
Ya en el piso, Lucía le escribe un mensaje a la violinista para que
mejor baje a su casa, lleva desde muy temprano en la calle, le apetece
ducharse y ponerse cómoda. Media hora después, el timbre suena, la
camarera abre la puerta y sin pensarlo salta a la boca de Aba. Le da un
beso furioso que no puede controlar, la alegría de saber que su vida
está retomando el camino que tanto le costó dibujar, corre por sus
venas a toda velocidad. De repente, escuchan que el ascensor, tras
ellas, se abre, pero ambas siguen en una profunda exploración oral. No
es hasta que escuchan un fuerte carraspeo, que hace que Lucía se
separe de la ojiverde. Sube la mirada, se queda muy quieta, todavía
tiene la cara amoratada y sabe perfectamente lo que viene a
continuación.
—Mamá, ¿qué haces aquí? —pregunta la chica.
—Lucía, hija, ¿qué te ha pasado? —le pregunta Mercedes
mientras suelta la maleta que lleva en la mano y corre a abrazarla.
Aba se ha puesto tan pálida que parece un fantasma, la madre de
Lucía ha presenciado el voraz beso que se estaban dando en el rellano,
digno de dos adolescentes. No dice nada, solo se hace a un lado para
que madre e hija se saluden como corresponde. Mercedes dispara
preguntas sin ningún filtro, ha viajado a Madrid porque su intuición le
aseguraba que algo estaba ocurriendo. Desde que pasó lo de Dulce vio
que su niña fue perdiendo la alegría, casi no llamaba a casa y mucho
menos aparecía por el pueblo, solo el accidente que sufrió Paco, su
padre, la hizo moverse de la ciudad. Y aunque después las llamadas
incrementaron, algo le decía que Lucía no estaba bien. Ahora se
sorprende al llegar a su casa y encontrarla dándose el lote con una
rubia, pero lo que le preocupa sobremanera es el cristo que tiene en la
cara.
—Mamá, ya me explicarás a qué se debe esta sorpresa —hace
hincapié en la última palabra con mucha ironía—, pero ahora déjame
presentarte Aba, mi vecina del quinto —finaliza Lucía, aún no le han
puesto nombre a lo que tienen y decirle amiga o ligue no le cuadra
demasiado.
Hechas las introducciones, Aba, literalmente, huye a su casa
excusándose en lo mucho que tendrán que ponerse al día la chica y su
madre. Ambas entran al piso y como estaba claro, Mercedes continúa
con su ronda policial de preguntas. La camarera se lo piensa durante
un minuto, no sabe si seguir ocultándole la verdad o, por el contrario,
soltarle todo lo que ha vivido de una vez. Opta por la última opción,
cree que, como siempre, el destino ha puesto en marcha su plan
haciendo que la visita de su madre coincida con su nueva propuesta de
trabajo. A la vez ha podido presentarle a la chica que desde hace
semanas le ha hecho sentir viva y con la que, posiblemente, está
empezando a imaginarse un futuro. Lucía omite los detalles más
escabrosos, pero le cuenta a su madre lo que pasó con Dulce, las
deudas que la muy zorra le dejó, lo que ya ha logrado pagar gracias a
trabajar en dos sitios diferentes teniendo a penas descanso. Su madre
está escandalizada con los ojos húmedos, le duele muchísimo que su
hija haya tenido que pasar por esto en solitario. La camarera cambia lo
malo por lo bueno y le habla a Mercedes de la violinista, su estrepitoso
primer encuentro y todo lo que ha venido a continuación. Le oculta lo
ocurrido con Eduardo, no hay necesidad de que su madre sepa de ese
desgraciado, versiona un poco la historia diciéndole que se vio, por
accidente, en medio de una pelea entre unos clientes del bar. Lucía le
adelanta las nuevas noticias haciendo que su madre salte de la emoción
sin contener las lágrimas, después de escuchar lo mal que lo pasó su
hija, no puede más que alegrarse.
—Volverás a brillar, mi niña, ya lo verás. Siento mucho todo esto,
¿por qué no me lo contaste antes?
—Mamá, no quería preocuparos, además que cuando Dulce se fue
y empezaron a llegar los reclamos de pagos, embargos y el despido,
estaba tan impactada que actué de forma mecánica. Me mudé y busqué
empleo, esa ha sido mi vida durante todo este tiempo. Perdóname por
no ir al pueblo o desaparecer tanto, no tenía fuerzas, contártelo era
revivir esas desgracias.
—Soy tu madre, Lucía, debiste contármelo. Sabes bien que tu
padre y yo tenemos cierta estabilidad, la casa está pagada y con las
pensiones y la venta del terreno llegamos de sobra cada mes. No
necesitamos mucho, hija, lo que tenemos es tuyo. Vamos a revisar lo
que te queda para salir de esos pagos ya, no puedes comenzar una
nueva etapa, arrastrando deudas.
Aunque Lucía se muestra reacia, su madre no se da por vencida y
como bien la conoce, sabe que no dará su brazo a torcer. El desorden
es uno de los defectos principales de Lucía, pero asombrosamente
tiene todos los documentos de pago bien organizados, y juntas
comprueban minuciosamente las cantidades. El trabajar tantas horas a
la semana, ha servido para que la chica liquide una gran cantidad de
dinero, quedando solo un 20 % de lo que le exigían al principio. Su
madre zanja cualquier intento de discusión obligándola a llamar a la
entidad de cobros para cancelar la deuda. El trámite les lleva
veintisiete minutos exactos, Mercedes ha pagado con la tarjeta
bancaria y la chica ha recibido, en su correo, todo el papeleo que
indica que es libre y, por fin, suelta el desafortunado regalito que le
dejó Dulce al marcharse.
Cuando Mercedes se queda dormida, Lucía sube a casa de la
violinista. Le ha dicho a su madre que esa noche estaría con la chica.
Su cama es muy pequeña para compartirla con Mercedes y además
tiene mucho de qué hablar con la ojiverde. Cuando entra al piso, la
nota nerviosa y puede apostar a que Aba siente una infinita vergüenza
al ser capturada por la madre de su vecina mientras se besaban frente a
la puerta de su casa. Lucía se acerca a ella y le da un beso casto en los
labios, la coge de la mano y la lleva al sofá. Sin darle oportunidad de
preguntar, la camarera se lanza a contarle absolutamente todo, casi con
lágrimas en los ojos le dice que su madre ha pagado lo que quedaba de
la deuda, pero ella misma se ha prometido devolverle ese dinero. Es
una mujer adulta y como tal tiene que asumir de frente sus desdichas,
aunque agradece que Mercedes la haya liberado de ese yugo. Se siente
tonta porque si le hubiese dicho antes a su madre lo que pasaba,
podrían haber llegado a un acuerdo en el que Lucía no se viera tan
ahogada por los desgraciados de los cobradores. Aba la escucha con
atención y abre los ojos, muy grande, cuando su vecina le explica en
qué consiste su nuevo trabajo, no puede evitar ensanchar una sonrisa al
saber que la chica vuelve con todo al mundo del marketing.
—¿Qué te parece, cariño? De momento seguiré aquí en Madrid,
pero a ti te quedan unos cuantos eventos a los que asistir en la ciudad,
¿no?, luego podríamos vernos en Barcelona. Andrés prometió
presentarme a varios de sus contactos, pero igualmente me activaré
con la búsqueda por las aplicaciones de empleo porque lo bueno de
este trabajo es que, normalmente, puede hacerse en remoto.
Aba está callada, de repente la boca se le queda seca y el corazón
empieza a acelerarse como en una carrera de Fórmula Uno. El miedo
vuelve a hacer acto de presencia, quiere estar con Lucía, le gusta
mucho, es feliz, pero todo ha cambiado tan rápidamente que no sabe
qué decir. Hace unos días estaban disfrutando del presente sin saber
qué depararía el futuro y ahora, prácticamente, están hablando de
establecer una relación más formal. Mil preguntas se agolpan en su
mente, se rasca las manos compulsivamente, no sabe ni qué decir ¿y si
no funciona porque no soy capaz de comprometerme con otra mujer?
—se cuestiona— mientras Lucía la mira de forma analítica y en su
cara se va pintando una mueca de decepción. Ha aprendido a conocer
los silencios y los gestos de la violinista, sabe que Aba no lo tiene
claro, pero Lucía sí que está segura de algo y es que por nada del
mundo obligará a la chica a dar, junto a ella, ese último paso.
—No me lo puedo creer —murmura Lucía, desencajada, fue en
busca de oro y encontró chatarra.
Lucía se levanta del sofá y sale del piso de la violinista, baja las
escaleras y en silencio accede a su casa. Va al baño, no quiere llorar, no
otra vez, está cansada de sufrir, sobre todo por amor. Se lava la cara
con agua fría, quiere despejarse, no le queda otra que avanzar, ahora
tiene una nueva oportunidad y no piensa desaprovecharla, así que se
mira en el espejo y se promete no caer. La chica había pensado dormir
en el sofá, pero, como se suele decir, no hay nada que cure más que el
amor de una madre. Entra sigilosa a la habitación y se acurruca al lado
de Mercedes.
—¿Qué te pasa, hija?, ¿estás bien? —la intuición de mamá no
falla.
Lucía se rompe, llora sin parar, durante lo que parecen horas,
descarga todo lo que lleva dentro desde hace dos años. Mercedes la
abraza mientras le susurra palabras de consuelo, sabe que lo que
necesita su hija es desahogarse. Cuando la camarera, por fin, se calma,
con algunos hipidos, le explica a su madre lo ocurrido hace rato, el
claro y evidente rechazo por parte de Aba. La chica se siente
engañada, cree que lo que alguna vez pensó, es realmente cierto, que la
violinista no es sincera y que jamás se atrevería a formalizar con una
mujer. Mercedes, que no sabe cómo es la relación entre las dos chicas,
se limita a darle cariño y apoyo a su hija, ayudando a que Lucía se
relaje y finalmente se quede dormida.
—Hija, voy a bajar a por huevos, estás muy delgada, hay que
desayunar bien —anuncia Mercedes, se han despertado relativamente
pronto, ha querido hacer desayuno, pero para su sorpresa, su hija solo
tiene agua y luz en la nevera.
Lucía tiene los ojos hinchados de tanto llorar y el pelo hecho un
revoltijo. Decide darse una ducha y adecentarse un poco para sentirse
mejor, es la regla número uno cuando te rompen el corazón. El timbre
de su casa hace que Lucía pare de cepillarse el cabello, murmura
enfadada, su madre se ha dejado las llaves pese que la chica se lo
recordó al menos siete veces.
-Mamá, mira que te di… —muda y congelada se queda Lucía.
En la puerta observa a una Aba totalmente destrozada, tiene la cara
como un pez globo, la nariz roja y los ojos empequeñecidos.
-Lu, pe-perdoname, por favor —habla Aba, las lágrimas empiezan
a salir sin control mientras mira, temerosa, a una muy enfadada Lucía
—, ayer sentí un pánico horrible, tengo miedo, Lu, terror de no estar a
la altura y terminar haciéndote daño. Pero yo quiero intentarlo, me
duele el pecho de pensar en no volver a verte, en no volver a tocarte.
-Aba, yo no puedo ni quiero estar con alguien que a la primera de
cambio se eche a atrás. Siempre te he entendido, aunque haya veces
que dude de tu sinceridad, sé que para ti no es fácil pero no pienso
gastar mi vida esperando a que te decidas, o saltas conmigo o esto se
acaba aquí.
Aba se recompone en segundos, es imposible dibujarse un futuro
cercano en que la sonrisa de Lucía no esté presente. Sabe que no va a
ser fácil luchar en contra de sus miedos, pero necesita seguir sintiendo
esa matraca en el pecho que solo la chica, de pie frente a ella, ha
logrado sonar. Da otro paso y coge las manos de la camarera.
-Contigo salto a donde haga falta, Lu.
EPÍLOGO
—Joder, Aba, este niño no para quieto —se queja Lucía porque Luca
no deja de levantarse e intentar caminar por el salón mientras grita.
Aba sonríe al ver la escena porque Lucía sigue siendo Lucía,
aunque hayan pasado los años. Tras aquella conversación en el rellano
del domicilio en el que vivía la chica, la vida las ha sorprendido
muchísimas veces. Las semanas pasaron velozmente en ese piso que,
juntas, compartieron antes de que la violinista regresara a Barcelona.
Tenía una agenda muy completa y nada más tocó tierras catalanas,
empezó a trabajar. Hizo conciertos privados, colaboraciones con
algunas bandas y hasta le sirvió de maestra a los hijos de un magnate
canadiense que estaba en España por negocios. Las chicas pasaron
veintisiete días sin verse, cada una estaba en una ciudad distinta con
sus respectivas obligaciones, pero mereció mucho la pena porque
cuando se reencontraron, no volvieron a separarse más.
Lucía volvió con fuerza, montando una increíble campaña
publicitaria para Roll Roll Beach cuya inauguración fue un éxito,
asistieron varios influencers y algunas personalidades reconocidas, lo
que le dio más bomba al, ahora catalogado, mejor chiringuito de todo
el Maresme. A esa primera fiesta asistió Alfonso, el cual fue
reconocido de inmediato por la publicista. Lo recordaba por su
caballerosidad aquella noche en el restaurante de Madrid cuando él no
se encontraba muy bien y ella lo acompañó a buscar un taxi. Alfonso
resultó ser uno de los directivos de la Orquesta Nacional de España, en
su juventud fue integrante de la famosa Filarmónica de Viena y ahora
lleva años de nuevo en su país de origen. Lucía le habló de Aba y el
hombre pudo presenciar en directo su actuación de esa noche. Tras
ello, no dudó en presentarla a las personas indicadas, que después de
hacerle varias pruebas, Aba fue admitida en la Orquesta Sinfónica de
Cataluña.
A los dos años de iniciar su relación, Aba se lanzó al agua y le
pidió a Lucía que se casara con ella. Atrás había quedado esa parte que
le impedía disfrutar al máximo de la chica, aunque seguía igual de
vergonzosa, y le costó muchísimo atreverse, no quería hacer la
tradicional pedida. Así que, con la ayuda de Mercedes y la distracción
de Paco, viajaron a Madrid con la típica excusa de ver un musical que
solo se presentaba en la ciudad. Después fueron a cenar los cuatro al
Roll Roll y allí, con el respaldo de Bacua, y en honor a ese primer beso
que surgió en el restaurante, Aba le pidió que compartieran vida, pero
ahora, legalmente. Lucía lloró como una niña pequeña para asombro
de los que la conocían, bien sabían del carácter de pantera hambrienta
que solía tener. Siete meses después, con el mar Mediterráneo de
testigo, se dieron el sí quiero, celebrándolo hasta bien entrada la
madrugada en el Roll Roll Beach.
—Aba, ¿tú quieres ser mamá? —le preguntó una noche Lucía,
tiempo antes de casarse. Lo habían comentado alguna vez sin dejar
nada claro y entre tantos compromisos profesionales de ambas lo
fueron dejando aparcado.
—Sí, sí quiero. Pero, Lu, yo quiero que el bebé se parezca a ti —le
contestó la violinista, no se cansaba de admirar a Lucía, desde siempre
había pensado que era preciosa.
Y fueron dos, primero llegó Ada, un año y medio después de la
boda y cuando ella tenía dos años, nació Luca. Tanto una como el otro,
fueron concebidos a través del método ROPA, Aba fue la madre
gestante de ambos bebés y Lucía quien donó los óvulos. Los dos
nacieron sanos, con los ojos color verde intenso y los labios gruesos
como los de la violinista. De resto, eran clavados a Lucía con alguna
que otra diferencia. Disfrutaban mucho de esa vida, adoraban ser
madres y la relación que había entre ellas era fantástica, aunque no
todo fue color de rosa en ese tiempo, hubo muchas discusiones,
opiniones adversas, por un lado, quejas por el orden excesivo de las
cosas y por otro, el desorden masivo e incontrolable. Lucía se atrevió y
montó una oficina para ofrecer todos los servicios de marketing digital,
obligándola a estar horas y horas, encerrada en el despacho trabajando
y Aba pasaba, muchas veces, la semana fuera de casa, viajando con la
sinfónica. Después que nació Ada, apostaron por la tranquilidad,
pasando más horas juntas y con sus hijos, la violinista en la actualidad
da clases en una escuela para niños con talento musical y la publicista
ha delegado la mayoría de las campañas a un equipo que ha podido
formar con el tiempo.
A mi estrella en cielo.