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ROLL ROLL

ASTRIX BORGES
Copyright © 2023 Astrix Borges
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Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el
libro son totalmente ficticios. Cualquier parecido con personas, vivas o
muertas o sucesos es pura coincidencia.

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ÍNDICE

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
EPÍLOGO

Para vivir en el cielo, primero tienes que


conocer el infierno. 
 
CAPÍTULO 1

—¡Me cago en la leche! —grita Lucía mientras manotea la mesa de


noche de su habitación buscando el móvil para ver la hora—, no me lo
puedo creer, si es domingo y apenas son las nueve de la mañana,
¿Quién coño tiene este escándalo? —se pregunta malhumorada.
Lucía, quien antes era una chica vivaracha, divertida y optimista,
trabaja hasta tarde los fines de semana en un restaurante que, después
de cerrar cocina, se convierte en un pub de moda en el centro de
Madrid. Acumula un cansancio infernal, entre semana tiene que
aguantar a la amargada de Dolores, su jefa en un call center en el que
también tiene que trabajar para poder pagar todas las deudas que tiene
y llegar a fin de mes después de que Dulce la dejara.
Dulce, a quien no le pega en nada el nombre, es la exnovia de
Lucía. Llevaban tres años juntas, tenían cientos de planes para el
futuro, entre los que incluían, boda, hipoteca y hasta gemelos, pero
todo se fue al garete cuando Dulce decidió engañarla con una
compañera de trabajo. Así que, desde hace año y medio, Lucía, vive
harta de todo, duerme poco y trabaja demasiadas horas.  
Se levanta de la cama dispuesta a buscar el origen del ruido, está
segura de que viene del piso de arriba porque el dueño es un tío que se
dedica a la música, o eso cree, porque cuando no hay gente cantando a
grito pelado, se escuchan los estruendosos ruidos de una batería. Eso
cuando no llega algún grupo de guiris que ha alquilado el lugar por
una de esas aplicaciones famosas y hace de las suyas durante toda la
noche.
Abre la puerta de su habitación y ¿cómo no?, se encuentra a
Miguel, uno de sus compañeros de piso durmiendo en el sofá con una
pinta de haberse bebido todas las copas que encontró en su
acostumbrado tour sabatino por los garitos de Madrid.
Lucía atraviesa el pequeño salón en pijama, descalza y despeinada,
sale de su piso y sube las escaleras a la siguiente planta. Localiza la
puerta desde donde sale el ruido y la golpea con tal fuerza que las
paredes tiemblan. Nada, sigue el ruido y nadie abre, vuelve a golpear
la puerta y esta vez hay silencio. Escucha unos pasos acercarse y se
abre la puerta.
—Buenos días —dice la chica con una sonrisa radiante y un violín
en la mano—, ¿en qué puedo ayudarte?
—Primero en dejar de tocar lo que sea que estés tocando —espeta
Lucía de mala gana—. Son las nueve de la mañana, los que trabajamos
tenemos que descansar.
La chica abre los ojos, sorprendida, no se esperaba esa reacción de
parte de una vecina.
—Perdona, no es mi intención molestar —contesta intentando ser
amable—, solo estaré aquí unas semanas por trabajo —señala el violín
que lleva en la mano—. Soy violinista y tengo que practicar pa…
—No me interesa lo que seas —la corta Lucía levantando una
mano—, deja de hacer ruido de una vez.
Sin darle ocasión a contestar, Lucía gira sobre sus talones y
emprende la marcha a las escaleras murmurando un gilipollas por lo
bajito. 
Lucía vuelve a su piso, con pasos cansados baja las escaleras y
entra nuevamente. Miguel, su compañero, que no deja de roncar en el
sofá, apesta a licor barato y a vómito. Lo mira con desdén, esta escena
se repite cada fin de semana y Lucía no comprende por qué no duerme
en su habitación y, por el contrario, ocupa siempre el área común de la
vivienda.
—Miguel —lo llama Lucía de malhumor mientras lo zarandea por
el hombro—, levántate, tío, y vete a tu cama.
—¿Qué pasa? —contesta Miguel sin abrir los ojos—, no tengo
más dinero y no puedo volver a casa.
—¿Qué dices, Miguel? —pregunta Lucía, cansada y asombrada
por las incoherencias que contesta su compañero de piso—, estás en
casa, en el sofá y apestas. Venga, levántate —con ambos brazos,
intenta ayudarlo para que salga del sofá, pero no hay manera.
Lucía suspira, va a su habitación y coge su toalla para darse una
ducha. Ya ha asumido que no podrá seguir durmiendo. Entra al baño,
cierra la puerta y abre el grifo para que salga agua hirviendo. Le
encanta ese momento de relajación en el que el líquido caliente moja
su cuerpo y le ayuda a perderse en sus pensamientos. Recuerda cuando
era feliz, cuando se sentía completa. Estudiaba Marketing y
comunicación digital, estaba con una chica a la que adoraba, tenía
muchos amigos y era el alma de la fiesta. Ahora se siente sola y
agotada, su vida se resume a levantarse de la cama, ir enlatada en el
transporte público hasta su trabajo, volver a casa en la misma lata,
dormir unas cuantas horas y vuelta a empezar. 
Se termina de duchar, se envuelve en la toalla y se dirige a su
habitación para vestirse y salir a que le dé el aire, una vuelta por el
barrio hasta llegar al parque le vendrá bien. Se está poniendo los
vaqueros cuando su móvil suena, en la pantalla aparece el nombre de
Cristian, el encargado del restaurante en el que ella trabaja. Cierra los
ojos con fuerza, respira profundo y contesta:
—Dime, Cristian —responde con voz seca.
—Buenos días para ti también, Lucía —dice sarcástico—. Siento
llamarte hoy, sé que es tu día libre, pero tengo dos bajas repentinas y te
necesito. Sabes que, si no fuera necesario, no te llamaría —le dice
tratando de sonar conciliador.
—Ya —responde Lucía lo más borde posible—. ¿A qué hora me
necesitas allí?, voy porque necesito el dinero extra.
—Sí, lo sé. Necesito que estés aquí a las doce. No será un turno
largo —le promete—, pero tenemos un evento importante y el personal
que tengo no es suficiente ni tan eficaz como tú.
—Venga, deja de hacerme la pelota. Me termino de vestir y salgo
para allá —le cuelga sin darle oportunidad a despedirse. 
Lucía resopla, y aunque en el fondo sabe que ese extra le vendrá
muy bien, no puede evitar sentirse desanimada. Termina de ponerse los
vaqueros, elige una camisa blanca de manga larga entallada y se calza
sus Vans negras. Revisa el tiempo en su móvil y confirma que la
primavera ha llegado para quedarse, así que busca en el armario su
chaqueta de cuero y una bufanda fina para proteger esa voz que debe
usar durante ocho horas diarias en el call center. Sale de la habitación
y se dirige a la cocina para llenar su termo de café con leche y hacer,
junto a su libro electrónico, el viaje más ameno hasta su trabajo.
—¡Joder! —suelta de repente—, ¿pero esta niñata quién coño se
cree? 
El violín ha empezado a sonar otra vez justo cuando Lucía vertía
café en el termo, se ha asustado y lo ha derramado haciendo que casi la
manche entera. Limpia con rapidez el estropicio y decide marcharse,
ya no quiere café, la nueva vecina le ha amargado, más si cabe, el día.
Sale del piso dando un portazo y baja por las escaleras, no le gusta el
ascensor, lo considera demasiado pequeño, solo lo utiliza cuando va
cargada con bolsas de la compra.
—A ver si la pija esta decide dejar de hacer ruido porque si
cuando vuelva de trabajar la escucho otra vez, se va a enterar de quien
es Lucía Méndez —rezonga mientras sale del portal camino a coger el
bus que la lleva a su calvario laboral. 
CAPÍTULO 2

Aba abre los ojos después de dormir nueve horas del tirón, no necesita
despertador, tiene un reloj interno que la despierta a las cinco de la
mañana, justo como le gusta. Coge el móvil del cajón de la mesita de
noche, lo enciende, porque Aba jamás duerme con el móvil encendido
y revisa las noticias mientras corrobora sonriente que son las cinco y
once.
Aba pasa por un buen momento en su vida, después de acabar sus
estudios de musicología en Barcelona, se ha adentrado en el mundillo
poco a poco. Eduardo, su novio, con el que lleva dos años, ha logrado
meterla como sustituta en Bacua, un grupo musical de moda en
España, después de que su violinista tuviese un accidente, obligándola
a ausentarse durante unas semanas.
El violín es su vida, lo que la hace completamente feliz. Cuando
cumplió siete años, su abuelo materno le regaló uno y desde ese
momento no ha podido vivir sin su instrumento. Aba proviene de una
familia católica muy estricta y cuando sus padres empezaron con las
presentaciones de pretendientes para un futuro matrimonio, supo que
era el momento de tomar una decisión. Con la ayuda de su abuelo, Aba
escapó de su casa ubicada en un pueblo del pirineo catalán para
asentarse en la capital Barcelonesa.
Aba utilizó bien el dinero que le dio su abuelo y pagó la matrícula
del conservatorio de música. Alquiló una habitación en un piso
compartido y compró un violín nuevo. Consiguió un trabajo de media
jornada y se enfocó en ser la mejor en todo lo que se proponía. Y lo
fue, Aba era la mejor violinista del conservatorio, pero sabía que eso
no le bastaría para conseguir un puesto como profesional. No tenía
contactos, era tímida y bastante introvertida. Hacia el final de su
carrera, Aba conoció a Eduardo, un chico alto, guapo, de ojos azules y
la sonrisa más seductora del mundo. Comenzando su profesión como
mánager musical, vio en Aba a una estrella en nacimiento, así que la
convenció para guiarla y que entrara en el mundillo musical.
Salta de la cama y, tras colocarse el albornoz de color lila y las
zapatillas de andar por casa, sale de la habitación directa al baño.
Después de asearse, va nuevamente a la habitación, se enfunda en unas
mallas de deporte, su top rosa favorito, calcetines cortos y zapatillas de
correr. Va a la cocina, se prepara un café doble, solo sin azúcar. Al
acabarlo, se dirige a la puerta para ponerse la chaqueta cortavientos y
salir a la calle. Espera paciente al ascensor, accede en cuanto las
puertas se abren y al llegar abajo sale del edificio a pasos apresurados
para empezar a andar enérgicamente. Aba es una mujer metódica y
sale a correr cinco kilómetros, cinco días a la semana, el ejercicio la
mantiene en forma y concentrada.

—¡Dios! —grita cuando tropieza con un bordillo y pierde el


equilibrio clavando las rodillas en el asfalto.
—¿Estás bien? —escucha una voz masculina preguntar detrás de
ella.
—Si sí, estoy bien —contesta azorada mientras se levanta y se
masajea ambas rodillas—, no sé qué ha pasado.
—Eres nueva en el barrio —afirma el chico—. En esta zona hay
mucho desnivel y si no la conoces bien puedes caerte. Me llamo
Ricardo, mucho gusto —sonríe mientras le da un repaso sin disimular
—. ¿Te has hecho daño?
—No ha sido nada —le responde Aba muy incómoda mientras
emprende nuevamente la carrera y escucha, ya a lo lejos, al chico
preguntarle su nombre. No le contesta y decide volver a casa, se ha
sentido inquieta. Aunque está acostumbrada a los piropos, no le gusta
que la miren como si de un trozo de carne se tratara. Aba es alta, tiene
un cuerpo atlético que, desde luego, no es herencia, además de correr,
hace yoga tres veces a la semana y cuida mucho su alimentación.
Tiene los ojos de un verde intenso y la melena rubia hasta la mitad de
la espalda. Sí, Aba, es preciosa, aunque muchas veces parece que no se
dé cuenta.

Ya en su piso, duchada y lista, se prepara para comenzar la


práctica matutina. Violín en mano, Aba abre la partitura con su mano
buena, la izquierda, hace tres respiraciones profundas y comienza a
tocar. Se abstrae de tal forma que puede estar horas perdida en la
melodía, pero varios golpes a su puerta la sacan de su aislamiento
mental. Deja de tocar, se levanta de su silla musical ergonómica y se
apresura hasta la puerta. La abre y el corazón le da dos vuelcos
repentinos al ver a una chica frente a ella. Se queda paralizada,
pensando que quizá la conoce porque no hay ninguna razón coherente
para que su pecho retumbe como un trueno en plena tormenta.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarte? —la saluda Aba con su
mejor sonrisa. Es una chica muy educada y suele llevarse bien con la
gente.
Aba se queda muy quieta, abre los ojos, asombrada porque la
chica que está parada frente a su puerta ladra palabras inconexas sobre
descanso, ruido y trabajo con cara de pocos amigos. Aba intenta
explicarle que ella también trabaja, tiene varios conciertos esa semana
y aparte de ensayar con la banda, tiene que hacerlo en casa, pero, la
que supone es su vecina, la deja con la palabra en la boca y lo último
que ve es su espalda mientras se dirige hacia las escaleras.
—¿Toda la gente en Madrid será así? —se pregunta mientras
cierra la puerta y va a prepararse una tila—. Demasiadas emociones y
apenas son las nueve de la mañana
—piensa en voz alta.
 
En cuanto entra a la cocina, el móvil de Aba suena y sonríe al ver
que es Eduardo.
—¡Hola, cariño! —lo saluda contenta.
—No llegues tarde hoy, recuerda que el ensayo comienza a las
siete no quiero tonterías, Aba, ya lo sabes —contesta él en tono
cortante.
A Aba se le borra la sonrisa, odia que Eduardo le hable así y
además la trate como a una niña.
–Sí, Eduardo, ya lo tengo todo listo, ¿a qué hora pasarás a
recogerme?
—No tengo tiempo de recogerte, Aba, ese no es mi trabajo —
escupe con su habitual tono egocéntrico—, a las siete te quiero allí, no
llegues tarde.
Y le cuelga el teléfono dejándola paralizada en medio de la cocina.
Aba vuelve a su silla musical y coge esa gran pieza de madera que,
más que un instrumento, es su refugio, el que le calma el alma. Lo
coloca sobre su clavícula, hace tres respiraciones, como ya es habitual
y toca Creep de Radiohead, esa tonada tan triste que la transporta a
otro mundo, a uno diferente.
CAPÍTULO 3

—Venga, Lucía, estos platos van para la mesa tres, luego vuelves y
llevas estas ensaladas a la once —escucha Lucía cuando va a recoger
las comandas.
—Joder, Cristian, menos mal que iba a ser un turno tranquilo. No
he parado ni cinco minutos desde hace cuatro horas que entré, ¿será
que la gente dejará de comer en algún momento?  —responde Lucía,
agotada y con un dolor de espalda que la está matando.
—Lo sé, de verdad, pero ha venido más gente de la esperada.
Anda, en cuanto acabemos de servir estos platos que quedan, te tomas
un descanso de diez minutos. Luego se ofrecerá la tarta especial y,
cuando menos te lo esperes, estarás de camino a casa.
Lucía lo mira con odio, aunque en el fondo le tiene estima.
Cristian es un buen chaval que trabaja más horas que un reloj. Su
exmujer le pide una pensión desorbitada y solo le deja ver a sus hijas
cada quince días. Alguna vez han acabado llorando sus penas juntos
con unas cuantas cervezas después de un turno de catorce horas. No le
considera su amigo, ella ya no cree en eso, pero reconoce que se lleva
bien con él, aunque la mayoría de las veces, Lucía le demuestre lo
contrario.

Sale del restaurante por la puerta trasera y le pide un cigarro a un


compañero de cocina que también ha parado a descansar. Lucía no
fuma habitualmente, pero desde hace año y medio, cuando su vida se
fue a la mierda, ese mal hábito la ayuda a relajarse. Saca su móvil del
delantal y lee con disgusto que su candidatura fue descartada, una vez
más, por alguna de las tantas empresas a la que envió su currículo.
Desde que la echaron de la agencia y tras reponerse un poco de la
bomba que le dejó Dulce, actualizó su hoja laboral y se dio de alta en
cuanta aplicación de búsqueda de empleo encontró. Ha sido rechazo
tras rechazo, el haber trabajado en una de las agencias de marketing
más reconocida del país y salir de ahí porque perdió al cliente más
importante por una campaña mediocre, no le ayuda demasiado. La
noticia se extendió y apenas dos días después de su despido, todas las
agencias sabían que Lucía, había metido la pata hasta el fondo.

—Venga, va, Lucía, que hay que servir la tarta —aparece Cristian
por la puerta metiéndole prisa.
Lucía resopla.
—Ya voy, Cristian, no han pasado los diez minutos, joder.
—Lo sé, pero la mayoría ha acabado con sus platos y piden el
postre ya —responde estresado.
Entran al restaurante, empiezan a servir la tarta para algunos y a
otros, café. Sabe que, en breve, pedirán chupitos y luego las copas,
momento en el que ella podrá marcharse a casa. No suele quedarse
cuando el restaurante cierra cocina para dar paso a música alta, luces y
copazos. El ambiente se pone pesado al igual que muchos que no
saben controlar la bebida, los hombres suelen fijase en ella, de hecho,
liga bastante más con ellos, aunque, claramente, no esté para nada
interesada. Lucía es una lesbiana de oro, como suele decirse, porque
desde pequeña tuvo muy claro que lo suyo eran solo las mujeres,
nunca se ha acostado con un hombre ni le apetece hacerlo. Las pocas
veces que ha hecho el turno del pub, ha sido porque el plus nocturno es
bastante bueno y va tan ahogada económicamente que no puede
negarse.
—Oye, guapa, tráeme otro whisky —escucha cuando un hombre
de unos cincuenta años se dirige a ella.
Lucía se gira y pone los ojos en blanco, ya empiezan con el guapa,
morena, niña, bombón, apelativos que ella detesta, porque, además,
lleva una chapa con su nombre en la camisa blanca de su uniforme. El
local en el que trabaja es un restaurante catalogado como hípster, con
una iluminación bien estudiada, mesas de madera envejecida, sillas
desparejadas y platos exquisitamente bien presentados. Del café se
ocupa un barista experimentado y tienen un chef pastelero que se
encarga de la exclusiva carta de postres que ofrecen. Pero, aun así,
quienes pueden permitirse el lujo de pagar veintiocho euros por una
cesta de croquetas variadas, dejan en la puerta antes de entrar, la poca
educación que tienen para convertirse en personas prepotentes,
quisquillosas y carentes de simpatía. Más de una vez, ha puesto en su
sitio a algún cliente que cree que por tener dinero posee el derecho de
intentar seducir a todas las camareras del lugar y tratarlas mal tras su
rechazo.
—Claudio, prepárame un whisky, dos gin tonic con fresa y un
Martini —le pide al barman que está detrás de la barra.
—Dame unos minutos y te lo dejo en la bandeja —le contesta
Claudio, mientras ya está preparándolo todo.
—Cristian —susurra Lucía—, dile a alguno de los chicos que lleve
el whisky a la mesa cinco, no quiero tener que aguantar al grupito
picha floja de turno.   
Cristian reprime una carcajada al escucharla.
—No te preocupes, ya voy yo, cada día hablas peor —y acaba por
reírse ante la mirada furibunda de Lucía—. Anda, ve a cambiarte y
puedes marcharte a casa que en nada llega el otro turno.
Lucía sonríe por primera vez en el día y camina dispuesta a ir al
vestuario cuando siente una mano grande posarse en su brazo. Se gira
con violencia y se encuentra frente a ella a un hombre bastante mayor
que la mira con serenidad.
—Disculpe, señorita, ¿me podría usted ayudar? —le pregunta él.
Lucía lo mira directamente a los ojos durante unos segundos, ha
tenido varios incidentes con chicos y no se fía nada. —Si, dígame —
responde finalmente.
—No me encuentro muy bien, un hombre de mi edad debe cuidar
lo que come y me temo que esta noche me he pasado —responde
amable—, ya he pagado la cuenta —señala el ticket y la tarjeta que
lleva en la mano—, y quiero marcharme, pero sé que mis amigos no
me dejaran. Así que necesito un taxi y escapar de aquí —finaliza en
voz baja y una sonrisa amistosa en los labios. 
Lucía vuelve a sonreír, es la segunda vez en el día y no se lo puede
creer. Siente que el hombre dice la verdad y decide hacer la buena obra
del día.
—Si me espera un momento, me cambio el uniforme y le
acompaño —le contesta tranquila—, podría llamarle un taxi, pero le
aseguro que, por esta zona tan transitada, apenas pongamos un pie en
la calle, pasarán varios.
—Gracias, señorita —sonríe afable el hombre—, la espero aquí.
Cinco minutos después, ambos se encuentran caminando hacia la
esquina donde, según Lucía, hay más taxis. No se equivoca, nada más
acercarse pasa un coche en servicio, ella lo detiene haciéndole señas
con la mano e inmediatamente ve las luces intermitentes del vehículo.
—Su transporte, caballero —comenta Lucía mientras le abre la
puerta trasera del taxi.
—Muchas gracias, señorita.
—Lucía, me llamo Lucía.
—Gracias, Lucía, quedo en deuda contigo, yo soy Alonso.
—Que vaya bien, Alonso, espero que te encuentres mejor —se
despide mientras gira calle arriba.

Lucía baja del bus en la parada más cercana a su casa, tiene que
caminar tres manzanas para llegar al portal, arrastra los pies mientras
suspira agotada y recuerda que esta semana no ha tenido descanso.
Quiere llegar directa al baño, necesita la habitual ducha hirviendo,
alimento y su cama. Busca las llaves de su casa en la bolsa que lleva al
trabajo, siempre piensa que tiene que organizarlo porque jamás
encuentra lo que busca. Mete la mano hasta el fondo mientras lo agita,
esperando escuchar el tintineo del llavero cuando, literalmente, es
arrollada por otra persona que sale de pronto del portal.
—¡Mierda! —grita mientras cae al suelo bruscamente.
Levanta la mirada y se encuentra con ese verde intenso que desde
esa misma mañana detesta —¡No me lo puedo creer, esto tiene que ser
una puta broma! —dice cabreada.
—¡Lo siento muchísimo! —señala Aba, que se ha puesto roja
como un tomate al reconocer en la chica que está en el suelo a su
vecina, esa que tiene cara de perro rabioso—. Por favor, déjame
ayudarte, he salido revisando la dirección a la que tengo que acudir y
no…
—No quiero oírte —la interrumpe Lucía mientras se levanta del
suelo—, despiertas a medio bloque con un ruido insoportable y ahora
vas por la vida sin mirar por donde caminas, ¿qué cojones te pasa?
—¿Siempre dices tantas palabrotas?
Aba está superada, los nervios la traicionan y no se le ocurre otra
cosa que hacerle esa absurda pregunta a la malhumorada de su vecina.
Lucía abre los ojos y aprieta el puño de la mano derecha.
—Haznos un favor a todos y regresa al convento del que saliste.
Vuelve a meter la mano en su bolsa y esta vez alguna divinidad la
ayuda porque encuentra las llaves a la primera, las saca, abre la puerta
principal del edificio y entra como una bala directa a las escaleras.
Accede a su piso con un suspiro, hay silencio y parece que no hay
nadie. De Miguel, no hay señales de vida y Anabela, su otra
compañera, seguro está estudiando con los de la universidad. Pasa más
tiempo fuera que dentro de casa.
Entra a la cocina, saca del congelador un paquete de canelones y
deja precalentando el horno. Come por necesidad, no porque tenga
hambre. Hace mucho tiempo que no disfruta de nada, le ha cogido
manía a la cocina, ninguna serie televisiva le gusta ni tiene tiempo de
verla, lleva con el mismo libro tres meses y siempre está demasiado
cansada para hacer algún deporte. Solo se pregunta una y otra vez si
podrá salir de todo esto y volver a ser feliz.
CAPÍTULO 4

Aba recapitula mentalmente todo lo que ha ocurrido desde que llegó a


Madrid. Apenas bajó del avión, Eduardo la estaba esperando, ataviado
con un jersey blanco de cuello alto y unos pantalones chinos que
resaltaban uno de sus mayores atributos: su trasero. La saludó con un
corto beso en los labios.
—No entiendo por qué tienes que traer dos maletas tan grandes,
Aba, solo estarás aquí unas semanas, no hay necesidad de tanto —la
reprendió Eduardo mientras cogía la maleta de mano y a ella le dejaba
las dos grandes y el violín que llevaba cuidadosamente resguardado en
una funda de piel marrón. 
Ser amable y cariñoso no son cualidades de Eduardo, de hecho,
siempre ha mirado por encima del hombro a los demás. Con Aba solo
fue un perfecto caballero mientras la estuvo conquistando, después de
que la enamoró, el detalle más grande que tiene con ella es llevarla de
vez en cuando a un restaurante tipo masía ubicada a las afueras de
Barcelona a pesar de que a Aba está cansada de repetirle que prefiere
uno que tenga vistas al mar. Pero así es Eduardo y así lo quiere… o eso
cree. 

Al salir del aeropuerto, fueron directamente a reunirse con los


integrantes de Bacua. La banda musical está calando muy bien en el
público español porque su estilo Indie rock incluye sonidos muy
originales y tienen entre sus instrumentos el violín y el violonchelo. Su
violinista tuvo un accidente doméstico y gracias a Eduardo y a sus
contactos, Aba puede sustituirla hasta que se recupere del todo. Bacua
tiene varios conciertos en Madrid, Segovia y Toledo, han hecho su
primer sold out y no puede suspender los espectáculos, así que Aba es
la encargada de entonar un solo que abre cada uno de los conciertos
programados.
Todo ocurrió muy rápido en cuanto acabó la reunión y de repente
se vio en medio de un piso amplio decorado con un estilo vintage que
le gustó mucho. El dueño es el mánager de Bacua, un ex baterista
inglés que tuvo que dejar su sueño tras romperse, en tres partes, la
mano en una pelea varios años atrás.
La primera noche durmió muy bien pese a que extrañaba su cama
y se levantó de un salto llena de energía…, hasta que la vio por
primera vez. Frente a la puerta de la que será su casa durante las
siguientes semanas, estaba de pie la chica más guapa que había visto
jamás, ojos color miel, cabello castaño y una piel dorada que brillaba
bajo un pijama azul decorado con perritos salchicha.
La confusión, la tristeza y euforia fueron los sentimientos que la
acompañaron durante el día hasta que, finalmente, llegó la hora de
marcharse al primer ensayo general con Bacua y como no podía ser de
otro modo, vuelve a verla, pero de la manera que menos se lo espera y
esa mirada de odio que le dedicó su vecina es lo único que Aba pudo
memorizar.
Un bocinazo la saca de sus pensamientos, el taxi ha llegado a
recogerla. Se acerca al coche y sube a la parte trasera.
—Buenas tardes —saluda Aba mientras le da la dirección al
conductor, un señor de mediana edad que parece conocer todas las
calles de la ciudad.
El taxi avanza sin mucho tráfico y veinticinco minutos más tarde,
Aba se baja del vehículo con su violín en la mano. Sonríe agradecida
cuando James, el mánager del grupo, la espera en la entrada del local.
—Bienvenida de nuevo Aba ¿Qué tal tu primera noche en Madrid?
—pregunta el inglés.
—Muy bien, todo genial —miente Aba. Omite las escenas donde
su vecina solo desea el peor mal para ella.
—Fantástico entonces. Hoy y mañana los ensayos serán aquí, pero
los otros dos, los haremos en el recinto donde se llevará a cabo el
primer concierto. Tendréis un día libre y el viernes es la gran noche —
aplaude pletórico mientras le explica todo lo programado.
Cuando Aba entra al estudio, ya están los integrantes de la banda
afinando sus instrumentos. Le explican el orden de las canciones y su
intervención más importante, el solo de entrada. Se siente tranquila, ha
practicado bastante y confía en su talento. El ensayo acaba muy bien,
Aba se ha podido integrar a Bacua sin problemas y la experiencia ha
sido impresionante.

Los días pasan volando y el viernes llega expectante. Es el primer


concierto y siente los nervios comerle la piel. Están reunidos tras el
telón cuando James aparece anunciando que está todo listo, en cinco
minutos comienza la función. Aba siente un escalofrío, pero hace
varias respiraciones y pone su mente en blanco unos instantes para
tranquilizarse. Coge con fuerza su violín y sale de primera rumbo al
escenario, es su momento, es su solo y nada puede fallar.
Sube a la tarima, sin iluminación, sintiendo la expectación del
público mientras posiciona el violín en su clavícula. Tres respiraciones
y con los ojos cerrados desliza con suavidad el arco sobre las cuerdas
del instrumento. No se escucha ni un ruido de los asistentes. Aba toca
como los ángeles y transmite una energía difícil de explicar.
Se encienden varios focos con luz tenue y Aba cambia a un ritmo
más rápido, más electrizante. Suena de fondo una guitarra eléctrica y
se una a ella el sonido magistral del violonchelo. Se oye el piano, la
batería y un grito brutal se escucha en todos los rincones del auditorio
cuando el vocalista comienza a cantar y el público estalla en aplausos
mientras entonan la primera canción de la noche.
—¡Dios! Ha sido increíble —dice Aba aún con la adrenalina
corriendo por sus venas—. Es alucinante lo que he sentido allí fuera.
—Esto hay que celebrarlo —anuncia James entrando al camerino
junto a Eduardo mientras los chicos aplauden con emoción—. El
primer concierto de Aba en Bacua ha sido todo un éxito, así que os
merecéis una buena copa en el Roll Roll. Nos tienen una mesa
reservada —explica el mánager refiriéndose a uno de los restaurantes
de moda ubicado en el centro de Madrid, en donde se pueden ver
artistas a diario y en el que es bastante difícil conseguir sitio, pero
James es amigo de los dueños y para él siempre hay lugar.
—Nosotros pasamos de la celebración, chicos, Aba tiene mañana,
muy temprano, una entrevista en la radio y luego una sesión de fotos
para una revista especializada en instrumentos de cuerda —comenta
Eduardo con su ya acostumbrado tono irritante, digno de un
egocéntrico nato.
La cara de Aba es un poema. El asombro en su rostro y esa chispa
que aparece en sus ojos verdes no es precisamente de alegría.
—Eduardo, acompáñame fuera, por favor —pide ella con la
educación que la caracteriza.
Eduardo pone los ojos en blanco mientras sigue a Aba, quien ha
salido por la puerta del camerino para hablar con más privacidad.
—Voy a ir a celebrar con los chicos, es mi primera actuación
profesional y quiero disfrutarla. Entrevista, fotos…, ¿me tengo que
enterar así? —contesta ella con la voz quebrada.
Eduardo ignora su pregunta y con visible molestia le contesta:     
—Pero vamos a ver, si tú ni siquiera bebes alcohol, ¿para qué quieres
ir a un bareto a pedirte un agua con gas hasta las tantas?, teniendo
mañana que estar fresca para compromisos que, sí te van a servir de
algo, además, seguro que está lleno de tíos que solo piensan en follar a
la chica sola de turno. No me convence, Aba.
Aba abre los ojos y de inmediato se llena de rabia.
—Eduardo, es la celebración de mi éxito, me lo merezco y voy a
ir. Si tanto te preocupa que el bar esté repleto de tíos como dices,
podrías acompañarme. Hace tiempo que pasas de ir conmigo a
cualquier sitio y ni siquiera entiendo el porqué. Así que tú mismo.
En ese momento aparecen los chicos junto a James y Aba les
confirma que irá con ellos a celebrar, así que se dirigen a la salida
trasera del auditorio para encaminarse al Roll Roll.

—Vamos por aquí chicos, tenemos una mesa grande al fondo, es


más discreta, además de cómoda —explica James cuando entran todos
al restaurante en el que tiene la reserva mientras saluda al encargado
del lugar, quien les indica que, si quieren comer algo, piensen en pedir
ahora por qué cocina está a punto de cerrar.
Los chicos revisan la carta rápidamente y se decantan por un
surtido de tapas de autor que ofrece el sitio. Hoy el Roll Roll está
completamente lleno, es viernes y en Madrid ahora es cuando empieza
la noche. Al llegar las bebidas, el grupo levanta sus copas y bridan con
entusiasmo. Felicitan a Aba, su actuación ha sido brillante y saben que
dará mucho de qué hablar.
Después de un buen rato entre anécdotas y risas, empiezan a traer
las tapas. No se habían dado cuenta, pero de repente el hambre es atroz
y atacan la comida sin pensarlo. Todos menos Eduardo, claro, que los
mira con algo de repulsión cuando advierte todas las manos tocando
los platos y en cuanto acaban, le hace señas a Aba, es momento de
marcharse. Ella suspira agotada y se levanta para ir al servicio antes de
volver a casa.
Cuando se está lavando las manos, alguien sale de uno de los
cubículos del baño y al levantar la mirada, se encuentra con ella. Aba
siente otra vez un escalofrío que la recorre entera, ese que no entiende
y que atribuye a la forma tan chocante en la que conoció a su vecina.
CAPÍTULO 5

—Hola —escucha decir Lucía, que está petrificada en el baño del


restaurante en el que trabaja, viendo a la ruidosa rubia de sus pesadillas
más recientes. —¿Estás bien? —pregunta Aba, al ver que la chica ni
siquiera ha pestañeado.
—Hola —responde con el tono más borde que tiene en su
repertorio.
Lucía pasa de lavarse las manos, ha acabado su turno y no quiere
respirar en el mismo espacio que ella. Desea marcharse ya a casa y
perderla de vista. Tiene claro que su vecina le cae mal desde que la
despertó, aquel domingo a las nueve de la mañana, con un ruido
infernal, pero no entiende por qué al verla, se le revuelve el cuerpo y
se le disparan las pulsaciones.
Se aleja del baño, dejándola allí de pie y se dirige a la salida
dispuesta a poner fin a su jornada.
—Lucía espera –Cristian, su encargado, aparece de repente y
cogiéndola del brazo suavemente, hace que se detenga. —Antes de que
te vayas, por favor, ayuda a Martín a cerrar esas dos cuentas, sabes que
es nuevo y aún no entiende bien la caja. Yo estoy con tres mesas VIP y
muy desbordado.
Brota en Lucía esa humanidad que muchas veces cree perdida y en
vez de mandarlo a la mierda, como sería lo normal en ella, asiente y va
a la barra a ayudar a Martín, un chico que lleva tres semanas en el Roll
Roll y todavía no sabe diferenciar los pagos en tarjeta de los de
efectivo al facturarlos en caja. Tarda diez minutos en dejarlo todo
cerrado, sin nada pendiente y, cuando confirma que está todo
controlado, sale finalmente del restaurante contenta, tiene todo el fin
de semana libre porque no ha cogido vacaciones desde que empezó a
trabajar allí y le han exigido que empiece a utilizar esos días.
Esta semana le ha dado por fumar más, ha tenido muchísimo
estrés, sobre todo en el call center. Su jefa la ha tomado con ella una
vez más. Está harta, pero sabe que es buena vendedora y las
comisiones que gana la ayudan a disminuir el montón de deudas que
acumula, así que se ha dado un capricho comprando una cajetilla de
cigarrillos que la relaja y, ¿por qué no?, evita que mate a alguien. Saca
un pitillo del bolso y mientras lo está encendiendo, escucha una
alterada voz masculina que se queja de no sé qué. En cuanto lo divisa,
se da cuenta de que su vecina, la ruidosa, es quien está con el chico
que continúa con su monólogo en voz alta. No cree que ella corra
ningún peligro, le parece la típica discusión de pareja, aunque la
violinista esté callada mirando a un punto indeterminado. Aun así, se
plantea, quizá, acercarse y preguntarle si está bien. Lucía debió tardar
mucho en decidirse porque cuando se da cuenta, del cigarrillo ya no
queda nada y la pareja, está subiendo a un taxi.
Llega por fin a casa y agradece mentalmente que no haya nadie.
Seguramente Miguel, está en su acostumbrado tour nocturno de garitos
y Anabela, tampoco está, no entiende la cantidad de horas que un
común mortal pueda invertir estudiando tanto. Como siempre está
exhausta, así que no pierde tiempo y va directa a la ducha después de
pasar por su habitación y desvestirse.
Cuando sale, se siente relajada y va a la cocina a hacerse una
infusión para luego meterse en la cama. De repente, se acuerda de su
vecina y las pulsaciones se aceleran a tal punto que se lleva una mano
al pecho sin entender qué le pasa. Se sienta en el taburete alto que está
al lado de la despensa y logra calmarse un poco, aunque se siente
extraña, una sensación de angustia la invade, un sentimiento parecido a
cuando confirmó la infidelidad de Dulce. Se levanta, se decide por una
tila doble y se va a su habitación con la infusión hirviendo en su taza
favorita.
Mientras espera que la tila deje de arder, contesta los pocos
mensajes que hay en su teléfono y aprovecha para revisar el grupo que
tiene con los compañeros del restaurante, nunca le presta atención,
pero observa con asombro los ciento veintisiete mensajes en la
aplicación. Uno de los chicos, ha enviado un enlace que lleva a la
sección de fotos de la web del Roll Roll y como la curiosidad puede
más que ella, entra para echar un vistazo. Se entretiene viéndolas y de
repente se topa con una sonrisa preciosa y despreocupada. Debajo de
la foto puede leer el nombre del grupo, así que Lucía va al buscador de
su móvil y lo teclea con nerviosismo para encontrarse con un titular
que resalta la impresionante actuación de Aba Roldán, en su primer
concierto con Bacua. No sabe cuánto tiempo está leyendo sobre ella,
pero la tila se le ha quedado fría. Decide borrar de un plumazo
cualquier pensamiento acerca de la violinista, aparta la infusión con
asco y hunde la cara en la almohada para intentar dormir.

Abre los ojos en medio de la oscuridad de su habitación, no sabe


cuándo se quedó dormida, pero se siente descansada, se despereza y
sale de la cama, revisa el reloj y se asombra, al percatarse, que son las
once de la mañana. Hacía mucho tiempo que no descansaba tanto, así
que decide ir a dar un paseo por el parque y luego a hacer la compra.
Después de tomarse un café y quitarse el pijama, se pone sus vaqueros
favoritos, coge la bolsa que usa para guardar la compra, las llaves, el
móvil y sale de casa. Da un largo paseo, hace un día estupendo y
piensa en que, si pudiera permitírselo, comería en una de las terrazas
que dan a los jardines más bonitos de la ciudad. Pero no puede,
literalmente, cada euro que entra en su cuenta es para pagar las deudas
y los gastos de alquiler, transporte y comida. Hace mucho tiempo no
disfruta de algo tan sencillo como una caña bien fresquita bajo el sol
de Madrid.
Mientras va de camino al supermercado, recuerda aquella época de
tranquilidad donde los planes le sobraban, las llamadas y las
invitaciones siempre estaban presentes. ¡Qué cantidad de amigos
tenía!, podía presumir de tener a su alrededor gente que la apreciaba y
estaba muy pendiente de ella o eso creía, porque en cuanto Dulce se
marchó y a ella la echaron de la agencia de marketing, se convirtió en
la apestada. Llamó a los que consideraba sus amigos más cercanos
cuando tuvo que dejar el piso, pero nadie pudo acogerla. Buscó entre
ellos para que la ayudaran a encontrar un trabajo dentro de su
mundillo, pero todos estaban muy ocupados. Los que no eran tan
cercanos a ella, ni siquiera le cogieron el teléfono y ya ni cuenta a
aquellos que directamente se quedaron del lado de su ex, haciéndole a
Lucía un vacío sin miramientos.

Termina de comprar, siguiendo una rigurosa lista para no


excederse, y sale del supermercado con la bolsa cargada en una mano
y en la otra una botella de agua de ocho litros que pesa tanto que siente
que se le romperá la muñeca. Va parando cada tanto a descansar,
maldiciendo el momento en que vendió, entre sus tantas pertenencias,
el moderno carrito que tenía para transportar las compras que hacía
cada semana en el mercado.

Finalmente, está en su portal y accede a él hasta llegar al ascensor.


Detesta esos cacharros, nunca los usa, pero cuando va tan cargada no
tiene otra opción, así que pulsa el botón y espera que se abran las
puertas. Respira profundo y entra como si se dirigiera al matadero, se
gira, pone la compra en el suelo y pega la espalda a la pared tras
marcar el número cuatro, pero cuando las puertas se están cerrando,
una mano con dedos finos lo impide y no puede creer, ni por un
segundo, que su suerte vaya a peor porque quien pretende subir al
elevador es Aba.
CAPÍTULO 6

—Espere, por favor –pide Aba apresurada al entrar al portal y observar


que el ascensor está allí, prácticamente, esperando por ella, pero las
puertas comienzan a cerrarse y emprende la carrera hasta llegar a él.
Vuelve a casa después de una entrevista que le organizó Eduardo y
que se le antojó pesadísima. No se siente a gusto en este tipo de
eventos, no son para ella. Aba, que es una chica tan introvertida,
prefiere hablar a través de la música, del sonido de su violín.
—Gracias -dice al acceder al habitáculo sin fijarse en quien está
dentro. Cuando de repente, tras elegir la planta a la que va, se gira para
saludar, cortésmente, a su acompañante y abre los ojos tanto, que cree
que se le saldrán de las cuencas al verla allí de pie con cara de perro
rabioso a punto de atacar.
—Ho-hola —sonríe nerviosa.
—Hola –responde secamente Lucía mientas mira a las puertas del
ascensor queriendo que, por un milagro del destino, se abran y ella
puede escapar de ese perfume con olor a flores que penetran sus fosas
nasales. Pero eso no ocurre, sino todo lo contrario, el ascensor frena en
seco haciendo que ambas den un bote mientras se miran asustadas.
—¿Qué coño pasa? –pregunta Lucía más alto de lo que ha querido,
mientras se acerca a la botonera presionando, nerviosamente, varios de
ellos.
—Espera, para, no creo que haciendo eso vaya a funcionar –le
indica Aba.
—¿Es que también eres experta en cacharros?
—¿Cacharros? –pregunta la violinista riendo de forma estridente–,
no es que sea una erudita, pero, al menos, no voy a estropearlo más. Es
probable que ahora vuelva a funcionar —responde no muy segura de
ello.

Pero nada de eso pasa, llevan veinte minutos encerradas, ya la


camarera ha gritado todos los improperios que existen en su
vocabulario, mientras pide ayuda sin que nadie vaya en su auxilio. Ya
está sudando y siente cómo le falta la respiración. Por algo Lucía odia
los ascensores, no se fía de ellos y menos después de ver el
documental superascensores. En él, explicaban lo seguros que son
siempre y cuando contaran con sistemas modernos y tuviesen el
mantenimiento adecuado, por lo que se pregunta, cuanto tiempo hace
que el aparato, en el que se encuentra atrapada, no pasa por una
revisión.
—¿Sufres de claustrofobia? Te has quedado muy pálida –comenta
Aba al observar que su acompañante se ha puesto tan blanca como un
papel.
—No me gustan estos aparatos, además este es muy pequeño, hace
calor y empiezo a sofocarme –le contesta Lucía ahuecándose la camisa
con una mano y con la otra tratando de atraer un poco de aire,
fracasando en el intento.
Aba siempre ha tenido una paciencia infinita, los domingos, de
pequeña, se pasaba el día entero en la iglesia de su congregación
haciendo actividades tan repetitivas como aburridas. Las labores en
casa que parecían no tener fin y cumplir con todos los quehaceres que
le ponían sus padres para que le permitieran tocar el violín un par de
horas, hicieron de ella una persona capaz de aguantar largas esperas,
mientras realiza toda clase de tareas. Por eso no se siente agobiada,
aunque admite, mentalmente, que las dimensiones del ascensor no
ayudan en un momento como este. Observa a Lucía sudar más que un
falso testigo y con la mano izquierda decide tocar su frente para
intentar calmarla.
Lucía da un respingo al sentir la suave mano de Aba y se queda
unos segundos embelesada hasta que vuelve en sí y da un paso hacia
atrás.
—¿Qué crees que haces? -berrea mirando intensamente a la
violinista.
—Tranquila, es que no tienes buena cara, quería saber tu
temperatura –responde Aba mientras rebusca en su bolsa, saca un
abanico de color rosa y lo abre en un movimiento preciso-. Quizá, te
ayude un poco de aire, no sé.
De repente, se oye una voz que grita preguntando si hay alguien
dentro. Ellas contestan y, rápidamente, el chico, que se identifica como
el vecino del 2-C, les indica que va a llamar a los bomberos y que, en
breve seguramente, podrán salir de allí. Ambas, casi conectadas, se
miran sabiendo que no será un trámite rápido y tocará esperar un buen
rato. Deciden sentarse, más que nada porque Aba no para de hablar y
de pedirle a Lucía que se tranquilice, esperar de pie no es la opción
más acertada.
—¿Te encuentras mejor? –pregunta la violinista al ver que la otra
chica parece estar un poco más calmada, pero sigue con su cara de
pantera hambrienta.
—Un poco, sí, ya sabiendo que, al menos, alguien sabe que
estamos aquí, estoy más tranquila. Pero no soportaré mucho tiempo –
responde la pantera hambrienta, mirando a Aba con desdén.
—Una vez me quedé encerrada seis horas en un confesionario.
Fuimos a una iglesia, en otro pueblo que no era en el que vivíamos, y
las chicas de allí no querían ser mis amigas, por el contrario, me
odiaban y a la mínima me hacían alguna trastada. Así que un día me
encerraron, porque sabían que nadie se atrevería a romper la puerta,
era muy antiguo y demasiado valioso para la comunidad. Entre que se
dieron cuenta de que estaba allí y lograron sacarme, pasé muchas horas
atrapada en un sitio muy pequeño. Al menos esta vez, estoy contigo –
confiesa Aba asombrándose, no por haber compartido la historia, sino
por admitir que se siente cómoda en compañía de su vecina.
Lucía boquea sin saber qué decir, experimenta una rabia extraña al
enterarse que la rubia era objeto de este tipo de acoso cuando era
pequeña. Pero es que nada más verla, es sentir esa energía tan inocente
que tiene la chica y de repente se pregunta si el señorito, ese que tiene
por novio, la trata como es debido, aunque recuerda de inmediato la
noche anterior que lo vio alterado reclamándole algo a la chica.
Al ver que Lucía no dice nada, Aba se pone rojísima, como es
costumbre.
—Perdona, sé que no te caigo bien y contarte este tipo de cosas,
que no te interesan en lo más mínimo, ha estado de más.
—Mi mejor amiga en el instituto, era una chica gordita. Era
inteligente, divertida y buena, pero, aun así, vivía bajo una caza
desmedida, propiciada por las matonas del momento. Un día me cansé
de verla llorar porque no entendía el ataque continuo hacia ella y me
fui a por las tres tontas que no paraban de molestarla. Estuve expulsada
una semana entera.
Aba se ha quedado paralizada, es la primera vez que la chica le
habla sin gritarle y sin mirarla mal. Además, ha compartido una
historia personal acabando con una risa qué le ha sonado a la melodía
más bonita que ni ella ha podido tocar en su violín. Ambas se quedan
calladas unos minutos pensando que decir, sienten esa energía que
corre entre ellas, pero ninguna de las dos quiere admitirlo, ni siquiera
internamente.  Es la violinista quien rompe el silencio repentinamente,
dejando el ambiente más cargado aún.
—Ojalá hubieses estado tú en ese momento para defenderme de
las muchas matonas que han pasado por mi vida.
Silencio. Otra vez silencio. Ninguna sabe qué decir. Aba vuelve a
hablar, cuando está nerviosa, no para, y está muy, pero que muy
nerviosa
—Por cierto, me llamo Aba, nos hemos visto varias veces, además
ya llevamos aquí bastante rato sin presentarnos, ¡Qué maleducadas
somos! —vuelve a ponerse tan colorada como una bandera de peligro
al darse cuenta de que cada vez que habla, es para decir una tontería
peor que la anterior.
—Yo soy Lucía –le contesta la camarera que ya sabía el nombre
de la violinista, después de estar no sabe cuánto tiempo leyendo sobre
ella la noche anterior.

Pasan más de una hora hablando, sentadas en el suelo del ascensor


mientras esperan que acaben de sacarlas. Lucía es más reservada y
cuenta pocas cosas. Al contrario que ella, Aba, presa de los nervios,
habla hasta por los codos. No profundiza demasiado, no le apetece
rememorar el calvario que vivió con su familia y por una extraña razón
no quiere contarle a Lucía nada de Eduardo. De hecho, ni lo menciona.
Llevan rato escuchando cómo van haciendo maniobras en el
ascensor y observan cuando poco a poco van abriendo las puertas. Se
asoma un chico de brazos musculosos que les da algunas indicaciones
y las ayuda a salir una a una. Ya fuera, Lucía se acerca a un tipo de
grandes dimensiones que se seca compulsivamente la cara con un
pañuelo de tela y le habla mientras mueve las manos sin parar.
Aba mira la escena ensimismada y ve cómo Lucía se gira para
encaminarse a las escaleras. Se queda allí de pie observándola y
concibe un vacío inexplicable al verla partir. También siente molestia
porque la chica, con la que compartió horas de encierro, ha sido
incapaz de despedirse de ella. No comprende qué le pasa, pero
empieza a sentir desesperación. La vecina de ojos color miel le está
acelerando el corazón y no entiende el por qué.
CAPÍTULO 7

—A ver, Ramón, ¿me puede usted explicar por qué ese cacharro me
ha dejado encerrada durante horas?, no quiero pensar que se han
saltado el mantenimiento, además, no creo que este aparato sea muy
moderno –le pregunta Lucía al administrador del edificio que, en el
momento, está hablando con varios bomberos.
El que parece ser el jefe del cuerpo de seguridad es quien le
contesta, le explica amablemente que la avería se debe a un problema
eléctrico que ha afectado a varias calles del barrio, han podido
restablecer el servicio, pero algunos aparatos han tenido que ser
reactivados manualmente, de ahí que la espera haya sido larga, van
saturados de trabajo.
Lucía se queda satisfecha con la respuesta y anota mentalmente no
obsesionarse con los documentales de este tipo. Mientras se despide,
siente una mirada clavada en la nuca, sabe que Aba lleva rato
observándola, ha visto de reojo que la chica no se ha movido desde
que salieron del encierro. Se pone nerviosa, de repente piensa que la
violinista la está esperando y sus pulsaciones se aceleran. Ya no puede
estar cerca de ella. Muy a su pesar, Lucía ha reconocido todos los
síntomas, aquellos que se ha negado a ver y ha podido confirmar hace
unos minutos que, le gusta Aba.
Siente un escalofrío recorrerle la espalda, decide encaminarse a la
escalera sin siquiera mirarla de frente y sube como alma que lleva el
diablo. No quiere darle tiempo a la violinista de nada, así que cuando,
finalmente, sube hasta la cuarta planta con las manos reventadas,
gracias a la garrafa de agua y la bolsa de la compra, entra rápidamente
a su piso, cierra la puerta y se recuesta en ella suspirando a la vez que
suelta al suelo, sin el menor cuidado, todo lo que lleva encima.
Después de un par de minutos se recompone y va a la cocina a dejar lo
comprado. Agradece que esta vez solo trajo del supermercado, latas,
arroz y verduras, nada congelado que pudiera estropearse con el calor
que sufrió en el ascensor. Lucía no está para perder ni un euro. 
Con bastante parsimonia, empieza a preparar la comida. Aparte de
que lleva meses sin nada de apetito, la escena vivida anteriormente le
ha dejado mal cuerpo, pero sabe que tiene que alimentarse, no se
puede permitir una baja por enfermedad. Hace un poco de arroz con
tomate y un huevo, es algo sencillo, pero que le recuerda mucho a su
adolescencia, época en la que tuvo muy mal comer y su madre tenía
que ingeniársela para que algo le gustara, hasta que descubrió que esa
mezcla la toleraba bastante bien. Así que Mercedes, su madre, se la
preparaba cuando a la niña no le apetecía nada.
Sale de su letargo y decide llamar a su madre, hace semanas que
no sabe de ella ni de su padre. Desde que su vida dio un cambio
inesperado, tiene poco contacto con ellos, no quiere preocuparlos y ha
tenido que fingir que todo va tan bien, como siempre. Marca de
memoria el número de la que fue su casa casi toda la vida y al cuarto
tono, una voz profunda le contesta el teléfono.
—¿Sí?, diga.
—Papá, hola, soy yo, Lucía.
—Hola, hija. ¡Mercedes, es la niña! –grita su padre al otro lado del
teléfono.
Lucía siente nostalgia, siempre ha tenido buena relación con ellos
y le duele mentirles, pero su padre, Paco, sufrió hace varios años un
ataque al corazón. Después de muchas pruebas y colocarle un catéter,
obtuvo la jubilación anticipada porque necesitaba llevar una vida sin
estrés ni preocupaciones. Su madre, aunque sigue fuerte como un toro,
sufrió mucho con ese episodio tan duro y ahora que todo se ha
calmado, no quiere alterar su tranquilidad.  
—¿Cómo estás, papá?, la última vez que hablé con mamá, me dijo
que no querías tomarte las pastillas de la noche.
—Pero hija, es que me dejan tonto, me duermo tan profundamente
que no me entero de nada y en los tiempos que corren, tiene uno que
estar atento a todas horas. Tú estás bien, ¿no?
Lucía traga saliva y contesta, rápidamente, que todo marcha bien
mientras le mete una regañina, que sirve para hacerle entender la
importancia de seguir el tratamiento médico y despistarlo, para que no
le siga haciendo preguntas. Tras esto, el hombre le entrega el teléfono
a su mujer, quien, nada más saludar, le reprocha a su única hija, lo
distanciada que ha estado últimamente.
—¿Seguro que todo está bien?, cada vez llamas menos, sabemos
poco de ti y no quieres venir a vernos. ¿Sigues mal con Dulce?
Escuchar ese nombre le ha repateado el alma, ya no solo es que su
ex la haya dejado tirada y endeudada hasta arriba, sino también que ha
tenido que elaborar una mentira creíble para el sabueso que tiene por
madre. Eso ha hecho que Lucía, no pueda ir a verlos, no hay tiempo
entre los dos trabajos y cuando lo tiene, como es el caso actual, no
puede permitirse comprar un billete para viajar hasta allí. Además, está
más delgada y ojerosa. Eso para Mercedes, no pasará desapercibido.
—Sí, mamá, ya te he dicho que estamos pasando por un bache. No
sé si tendrá arreglo, sabes cómo son estas cosas. Pero tú tranquila, yo
estoy bien. Siento no poder ir a veros, tengo mucho trabajo, estamos en
medio de unas campañas muy importantes que apenas me dejan
descansar. Solo estoy libre algún domingo y me paso el día, echada en
el sofá. Prometo que cuando acaben, iré al pueblo unos días, ¿de
acuerdo? –miente Lucía hablando de carrerilla, porque si se para a
pensar mucho, teme equivocarse, las mentiras no son lo suyo.

Están hablando un rato más, hasta que se despiden con un te


quiero que a Lucía le sabe a felicidad. Se propone viajar lo antes
posible, así tenga que comer arroz durante todo el mes, sus padres
siempre han sido su apoyo y merecen más de ella.
Finalmente, se va la ducha y, tras un buen rato bajo el agua
hirviendo, va a su habitación, se coloca un pantalón corto y una
camiseta básica, quiere comer y echarse un rato, pero antes de que
pueda llegar a la cocina, el timbre de su casa suena una vez. Se queda
en silencio, esperando que el molesto visitante se marche. Ella no tiene
visitas y hace mucho que no recibe ningún paquete de alguna compra
hecha online. Vuelve a sonar el timbre y ella resopla mientras camina
hacia la puerta para abrirla de un tirón, dejando ver su permanente
expresión de gato enfurruñado.
—Hola, Lucía –le saludan desde el otro lado de la puerta con una
amplia sonrisa.
Lucía se ha quedado de piedra al ver que es Aba quien está frente
a ella. Le pasan mil cosas por la cabeza y las palabras no le salen. Pero
lo peor, es que va sin sujetador y la aparición inesperada, la ha
asombrado y excitado a partes iguales, evidenciándolo cuando siente
sus pezones como el timbre de un castillo, queriendo romper la tela de
su camiseta. Afortunadamente, parece que la violinista no repara en
ello, así que cruza los brazos y carraspea antes de hablar.
—Hola, ¿qué necesitas? —siente ser tan brusca, pero con ella no
le sale de otra forma.
—Quería saber si estás mejor, te marchaste muy rápido y me
quedé preocupada. Después de estar bajo tanto estrés, el cuerpo suele
reaccionar mal y no sé, quise venir a comprobar que seguías dando
guerra –responde Aba, quien ya ni se asombra de las tonterías que dice
frente a la chica.
Lucía se queda cavilando, mientras piensa qué contestar, una idea
estúpida le pasa por la cabeza, pero antes de que pueda procesar, si es
buena o no, su boca toma el control.
—Sí, estoy mejor, ¿quieres un café?, justo me iba a preparar uno
ahora mismo –miente.
Aba esboza una sonrisa inmensa y acepta la invitación. Entra al
piso siguiendo a su vecina mientras lo mira todo. Llegan a la cocina y
se sienta en un taburete que le ofrece. Lucía se disculpa y aprovecha de
ir a su habitación para colocarse un sujetador, no quiere que sus
pezones vuelvan a traicionarla.
—¿Cómo te gusta el café? –le pregunta la camarera entrando a la
cocina nuevamente.
—Solo y sin azúcar, por favor.
—No me lo esperaba –contesta Lucía sonriendo. —Te veía más de
café corto con leche de almendras y sacarina.
Lucía se queda callada de repente, se da cuenta de que, con su
comentario, da a pensar que ha estado observando a la violinista más
de lo que debe. Rápidamente desecha la idea, seguro que está
exagerando, es una conversación común entre dos personas que han
coincidido varias veces.
—Así que me has analizado, ¿no?, porque para pensar sobre mis
gustos, has tenido que examinarme bien –responde Aba ante una
pálida y pillada Lucía.
—No te creas tan importante señorita ruidos, es que se te ve por
encima lo especialita que eres –dice la camarera en un intento
fracasado de despiste.
Pasan un buen rato hablando, se repite la escena vivida en el
ascensor: Aba no calla y Lucía comenta lo justo.
Allí se entera de que la violinista tiene una excelente formación
profesional, que está haciendo una sustitución en una banda de música
Indie y que su sueño, realmente, es tocar para la filarmónica durante
un tiempo y luego enseñar su arte. Le encantaría tener una escuela de
música. También le cuenta que, en cuanto acaben los conciertos,
volverá a Barcelona y Lucía siente un repentino desasosiego que no
sabe cómo catalogar. Si se pone a pensar, solo ha pasado una semana
desde que vio a Aba por primera vez o más bien, le gritó por primera
vez. No entiende cómo esta chica, le puede hacer sentir esa montaña
rusa de sentimientos cuando ha coincidido con ella, a penas, unas
pocas veces.
Se siente extraña, Lucía nunca ha sido una chica de
enchochamientos, más bien era la rara de su grupo, la que le costaba
enamorarse. Incluso tenía encuentros frecuentemente que no llegaban a
más, dejando a muchas con el corazón roto. Además, desde lo de
Dulce, no ha vuelto a tener interés por nadie y su apetito sexual ha
caído en picado, hasta el punto de que su Satisfayer lleva meses
guardado en un cajón sin batería, a pesar de que le encantaba el sexo.
Admite que la violinista la descoloca y le hace vibrar el bajo vientre de
forma descontrolada.
—Bueno, debo marcharme, hoy tenemos otro concierto y tengo
que empezar a prepararme –habla Aba sacándola de sus pensamientos.
—Pues te deseo mucha suerte esta noche —contesta Lucía
sinceramente—. —Seguro que sale genial.
—¿Te gusta la banda?
—He escuchado alguna canción que ponen en el Roll Roll,
confieso que es bastante buena.
—Dentro de dos semanas volvemos a tocar en Madrid, puedo
conseguirte una entrada y vienes a verme…, a vernos —se corrige
rápidamente Aba, no sabe por qué se ha referido a ella solamente.
—Vale, ya me dirás los días, tengo que revisar si no interfiere con
mis horarios de trabajo. Me toca hacer algunas horas extra, pero el fin
de semana vuelvo a estar libre. S-si quieres m-me das tu nú-número de
móvil por si no coincidimos en el edificio –tartamudea Lucía, mientras
no puede creer que, por segunda vez, su boca tomara el control de sus
acciones.
Aba sonríe abiertamente, le da su número de móvil, pidiendo el de
Lucía, respectivamente, para guardarlo en su agenda. Ambas se dirigen
a la salida y se despiden con un leve movimiento de manos susurrando
un adiós, que a las dos les cuesta decir.
Tras cerrar la puerta, Lucía va hasta el sofá como un zombi, se
sienta y piensa por un momento lo que acaba de ocurrir. Se regaña
mentalmente, pasó de odiar a su vecina ruidosa a pedirle el número de
teléfono, nerviosa como una adolescente primeriza. Se repite mil veces
seguidas que la chica además de heterosexual tiene un novio capullo,
parece que acaba de salir de un convento, es demasiado inocente, no
para de hablar, tiene una sonrisa preciosa y unos ojos que la derrit…,
¡Lucía! se reprende otra vez en voz alta. Cree que lo mejor es pasar de
la violinista, pronto ella volverá a Barcelona y ahí en Madrid, todo
seguirá igual, mucho trabajo y poco descanso, la larga lucha por
retomar su vida y dejar atrás el amargo revés que la persigue desde
hace año y medio.
CAPÍTULO 8

Son las diez de la mañana y Aba no puede creerlo. Hacía mucho


tiempo que no despertaba a esa hora, pero estaba agotada. La noche
anterior, el concierto en Toledo fue un éxito y al terminar, como se ha
hecho costumbre, han acabado en el bar celebrando un nuevo sold out
de Bacua. Esta vez se quedaron hasta muy tarde y no tiene ni idea de
cuando llegó a casa. Por fortuna, no bebe ningún tipo de alcohol, ha
tenido muy malas experiencias y prefiere estar lejos de los chupitos y
las copas. Alguna vez, toma un poco de vino o una cerveza frente al
mar, su lugar favorito. Aunque se siente recuperada, no le apetece ir a
correr, quiere relajarse en casa, quizá cocinar algo rico y ver alguna
serie, echada en el sofá. Sabe que estos planes los hará sola y,
realmente, no le importa. Eduardo estaba colérico cuando Aba decidió
acompañar a la banda al bar, sigue repitiéndole que una chica como
ella no debe frecuentar sitios de mala muerte. No acaba de entenderlo
y se pregunta, si siempre ha sido tan controlador.
Echando la vista atrás, desde que conoció a Eduardo, le ha
dedicado todo su tiempo libre. En su mayoría, las salidas eran en su
compañía y no dudaba en cancelar alguna con sus amigos cuando a él,
no le gustaba el plan. Aba no tiene demasiada experiencia amorosa,
antes de Eduardo tuvo varios novios, pero nada intenso. Solo él supo
cómo enamorarla y ella pensó que su actitud, se debía a que el chico
quería pasar el máximo tiempo a su lado y a solas. Ahora no lo tiene
tan claro.
Mientras se prepara un café, se le dibuja una sonrisa repentina,
recuerda a su vecina y esa expresión de bicho malo que siempre tiene
pintada en la cara. Han empezado a llevarse bien y Aba cree que puede
haber hecho una amiga. Sin pensarlo dos veces, coge su móvil y abre
la aplicación de mensajería instantánea. Busca el contacto de Lucía y
le escribe:
A: Buenos días, ¿cómo te has despertado hoy?, ¿Te sientes mejor?
A: Bueno, quizá aún no te hayas despertado.
A: Ahora que lo pienso, si tienes el móvil en sonido, tal vez te he
despertado.
A: Lo siento, no ha sido mi intención.
Aba bloquea su móvil con un suspiro, no es más torpe porque no
ha nacido antes. Los nervios corren por sus venas cada vez que tiene
que hablar con Lucía y no entiende el motivo, es imposible controlar
su verborrea hasta por mensajes. No quiere volver a la casilla de salida
con su vecina, teme que en algún momento suba a su piso, enfadada
porque la ha vuelto a despertar.
Al cabo de unos minutos su móvil le avisa que tiene un par de
notificaciones y ella no tarda en revisarlas con el corazón martillándole
el pecho, cuando confirma que es la camarera quien le ha contestado.
L: Supongo que, desde que saliste del convento, te acompaña
alguna divinidad porque esta vez no me has despertado.
A: Gracias a Dios, temía que la pantera rabiosa que habita en ti
subiera a destrozar mi puerta.
L: Te lo mereces.
A: Para compensar ese crimen que cometí al despertarte aquel
domingo, te invito a comer a mi casa hoy.
A: Si te apetece, no te sientas obligada.
A: Si no tienes ningún plan, claro.
A: Seguro que tienes ya algo planificado, no quiero interferir.
A: No te preocupes.
Aba suelta el móvil en la encimera y se lleva ambas manos a la
cara, se siente muy tonta. Jamás le había pasado algo así, reconoce que
siempre ha sido una chica introvertida, aunque eso no le ha frenado
para tener amistades o ligar con algún chico, pero lo de Lucía es otro
nivel. El móvil vuelve a sonar haciendo que dé un brinco, lo coge
nerviosa y lee lo inesperado:
L: ¿A qué hora subo?
A: A las doce. Es un poco pronto, pero así te enseño el piso y
puedo empezar a cocinar mientras me cuentas un poco sobre ti,
siempre soy yo la que hablo de más. Ja, ja, ja.
A: Por cierto, ¿hay algo que no te guste comer?
L: Me gusta todo.
Parca en palabras como siempre, piensa Aba. Lucía es un misterio
de chica, a pesar de que su primer encuentro no fue un carnaval de
colores, vio detrás de esa mirada color miel algo que en ese momento
no supo descifrar y ahora quiere averiguar a como dé lugar.
Entra en la ducha y cuando sale, se viste con rapidez, se peina a
conciencia, se coloca un poco de máscara de pestañas y un brillo rosa
en sus labios. Cuando acaba, se mira en el espejo y de inmediato se da
cuenta de que ha elegido el vaquero que, según Eduardo, le marca un
buen culo y esa camiseta con escote V que le favorece mucho, dejando
expuestas las pecas que tanto le gustan. Espanta la idea que,
fugazmente, le ha pasado por la cabeza:  ponerse guapa para Lucía.
Solo va a comer con su recién estrenada amiga y ha querido arreglarse
un poco.

A las doce suena el timbre de su casa y Aba corre como si


estuviese en una carrera de cien metros planos. Al llegar a la entrada,
se siente idiota, no sabe por qué lo ha hecho. Respira profundamente y
abre la puerta. Un terremoto de 9,8 MW en la escala de Richter acaba
de ocurrir en su pecho. Lucía viste un mono entero casual de color
blanco y unas zapatillas del mismo tono. El cabello lo tiene recogido
en una coleta informal que deja caer algunos mechones por su cara. Se
ha puesto un poco de maquillaje y no puede estar más preciosa.
—¿No me vas a dejar pasar? –rompe el momento Lucía, sacando a
la violinista de su ensimismamiento.
—Pe-perdona, adelante. Gracias por aceptar mi invitación, sé que
ha sido muy repentina y bueno, tal vez ya tenías planes o algo. Seguro
que eres de la que tienes muchas cosas que ha…
—Aba, respira –la corta Lucía viendo cómo la otra chica enrojece
completamente—. No tenía nada que hacer, más bien has evitado una
muerte casi segura por aburrimiento.
—En el convento nos enseñan primeros auxilios.
Lucía estalla en una sonora carcajada, música celestial para los
oídos de la violinista. Esta vez no se queda paralizada y le enseña a su
vecina, su vivienda temporal. Le hace un tour que no le lleva mucho
tiempo, es un piso pequeño similar al de Lucía, solo que, en este, nada
más vive Aba, no como ella que lo comparte con otras dos personas.
Van a la cocina y Aba saca una bolsa de patatas y un bote de
olivas. No suele comer esas cosas, pero cuando llegó al piso, James, el
mánager, le había hecho una pequeña compra que incluía todo tipo de
aperitivos y bebidas alcohólicas, además de algunos refrescos.
Después que rellena un par de cuencos, le pregunta a su vecina, que
quiere para beber.
—Una cerveza está bien —le contesta Lucía, mientras estira la
mano para coger una patata.
Aba abre una botella de cerveza y empieza a servirla en un vaso,
momento en el que la camarera salta y se la quita de las manos con
gesto horrorizado.
—Menos mal que te dedicas a la música, servir la cerveza así, es
un pecado. Te voy a enseñar –le dice Lucía colocándose a su lado—.
—Hay que inclinar el vaso unos cuarenta y cinco grados, cuando esté
lleno, lo ponemos derecho. Se dejan uno o dos dedos de espuma, y así
se evita que se oxide —finaliza la camarera con cara de sabelotodo.
Aba sonríe abiertamente, últimamente es el gesto que más repite
cuando está cerca de ella. Le agradece la explicación y se sirve una
tónica con hielo y limón, esperando que Lucía le diga algo al respecto,
Eduardo siempre se ríe de ella y su elección de bebida, pero la
camarera le dedica una media sonrisa mientras levanta su cerveza para
brindar.
Aba se queda callada sin saber qué decir, entre ellas se ha
instaurado un silencio que ninguna de las dos rompe. Le empiezan a
sudar las manos y mentalmente acalla su verborrea nerviosa que está a
punto de explotar, pero no puede, el momento la supera.
—Estás muy guapa, Lucía —sí, Aba ha dicho eso y no se lo puede
creer—. Bueno, a ver, he pensado en hacer pollo en salsa y verduras.
¿Te apetece? —pregunta la violinista rápidamente, intentando que su
comentario anterior pase desapercibido.
—Me parece —responde la camarera.
Aba empieza a sacar todos los ingredientes para ponerse manos a
la obra. Le encanta cocinar, se le dan muy bien seguir las recetas y
además le ayuda a desconectar. De adolescente, una de las tareas que
tenía que realizar, era participar en la preparación de grandes
banquetes para la congregación. Siempre le pedía a su madre que la
asignara a la cocina y su progenitora orgullosa, le repetía lo feliz que
iba a estar su futuro marido por lo diligente y buena cocinera que era.
Parece que ese comentario caló profundamente en la violinista, jamás
ha querido cocinar para nadie, solo lo hace para ella misma y esta vez
para Lucía. Se siente asustada porque le cuesta encajar todos estos
sentimientos que jamás había tenido por nadie más, ni por Eduardo, el
hombre que ama…, porque lo ama, ¿no?, claro que sí, se confirma
mentalmente.
—¿En qué te ayudo? —pregunta Lucía.
—En que me cuentes más de ti, yo me ocupo de la comida.
—No hay nada interesante que contar —responde Lucía con un
velo de dolor en su mirada que no pasa desapercibido a Aba.
—Vale…, cuéntame alguna cosa, anda, algo con lo que te sientas
cómoda.
—Bueno, soy de un pueblo a las afueras de Zaragoza, viví allí con
mis padres hasta que me vine a estudiar a Madrid —le cuenta Lucía.
—¿Y qué estudiaste?, ¿tienes hermanos? —pregunta Aba mientras
corta los vegetales como una auténtica chef.
—Esas son dos preguntas.
—Contéstame la que quieras –le sonríe la violinista.
Durante las siguientes horas se dedican a contarse más sobre sus
vidas. Lucía, mientras devoraba la comida, se abrió un poco más, le
relató cuál era su profesión, como su carrera laboral se vio truncada y
hasta le enseñó algunas de las grandes campañas publicitarias en las
que había trabajado. Pasaron por encima el tema amoroso, se
preguntaba cuál sería la reacción de la violinista al enterarse de su
gusto por las mujeres. Por su parte, Aba no quería mencionar a
Eduardo, estaba tan enfadada con él, que prefería tocar otros asuntos.
La tarde ha ido bastante bien y Aba, se aventura a preguntarle a su
vecina si quiere ver una película mientras bajan la comida. Por alguna
razón, desea alargar la velada lo máximo posible y vuelve a sonreír
cuando la chica, después de meditarlo unos segundos, acepta con la
condición de que no sea una cursilada. Ambas eligen una comedia y se
ponen cómodas en el sofá, dejando la distancia de seguridad pertinente
para no tocarse. La violinista no sabe cuándo se ha quedado
profundamente dormida, prácticamente, encima de Lucía, pero se
despierta sintiendo una leve caricia en su mejilla. No abre los ojos, no
sabe si lo que ha sentido ha sido real o un sueño, así que se queda muy
quieta cuando escucha el suspiro profundo de Lucía mientras se
levanta del sofá en silencio. Oye pasos y la puerta principal abrirse y
cerrarse. Su vecina se ha marchado, dejando la estancia fría y el
corazón de la violinista martilleando a toda velocidad.
CAPÍTULO 9

Lucía, baja de dos en dos las escaleras que le llevan a su planta. Siente
tantas cosas en ese momento que no es capaz de centrarse. Cuando
despertó esa mañana tuvo la sensación de que sería un domingo
diferente, llevaba muchos de estos sin ningún plan y lo único que había
hecho era regodearse de su desgracia tumbada en la cama. Cuando
recibió el mensaje de Aba, la alegría la invadió, pero, nuevamente, ese
cuidado que grita su mente se hizo presente. Aun así, le contestó a la
chica que sí, que iría y tras pensarlo unos minutos, se dio cuenta de
que había pasado bastante tiempo desde que hizo algo divertido,
básicamente, no tiene vida social, solo trabaja y duerme. Se merece
disfrutar de las pocas treguas que le ofrecen las siete plagas que le
cayeron hace casi dos años.
Se duchó y vistió a conciencia, quiso sentirse guapa. Sabía
perfectamente que se arreglaba para su vecina. ¡Qué tontería, es
hetero!, se decía a sí misma a la vez que se delineaba los ojos.
Cuando se presentó en casa de Aba y la vio tan arreglada como
ella misma lo estaba, con esos labios brillantes y sobre todo muy
apetitosos, la cabeza le dio mil vueltas. Ambas se habían quedado
mirándose profundamente y Lucía sintió derretirse bajo ese verde
intenso que empezaba a enloquecerla. Más tarde, se quedó paralizada
cuando Aba le dijo lo guapa que estaba y, por si fuera poco, lo más
complicado vino cuando la violinista se quedó dormida a su lado,
después de proponer ver esa película horrenda que no llamaba para
nada su atención y que ella aceptó, solo por la cara de felicidad que
puso la chica. Ese rostro tan apacible y esos ruiditos que hacía
mientras dormía, estaban llevando a la camarera a otra dimensión,
tanto así, que no pudo evitar rozar sus dedos sobre la mejilla de Aba.
Doscientos veinte voltios le parecieron pocos para describir el
corrientazo que sintió al tocarla y prefirió marcharse de ese lugar,
Lucía sabía que era demasiado para ella. No podía afrontarlo.
Decide meterse pronto en la cama y empieza a debatirse entre
enviarle un mensaje a Aba para agradecerle la invitación o dejarlo
correr. Se ha marchado de su casa sin despedirse y tiene la cabeza
como un bombo. Suspira fuerte mientras piensa que hacer y al cabo de
una hora coge el móvil, decide ser amable y dar las gracias a su vecina.
L: Menos mal que me diste de comer antes de quedarte dormida.
El pollo estaba muy bueno, quedé tan llena que ni me apetece cenar.

Cinco minutos después, Aba le contesta y a ella le cuesta creer que


una chica tan tranquila e inocente, pueda tener la valentía de decirle
cosas sin filtro, tal y como las siente.
A: Cuando quieras te lo vuelvo a hacer, aunque tienes que darte
prisa, solo me quedan dos semanas en tu ciudad.
A: Igual Barcelona no está tan lejos, puedes ir a visitarme, sé hacer
muchas recetas.
L: Me lo pienso.
A: He pensado que esta semana podríamos tomar un café, si te
apetece.
A: Si no te apetece, no pasa nada.
A: No quiero molestarte ni parecer una pesada.
A: Perdona.
Lucía se derrite, sabe que cuando la chica se pone tan nerviosa le
cuesta controlarse y habla sin parar. Piensa lo increíble que es toparse
con personas como Aba hoy en día. El mundo va de prisa, la gente está
tan llena de malicia e interés, que le parece difícil encontrar a alguien
sincero y transparente como cree que es la violinista. La conoce poco,
pero le ha demostrado ser de las buenas. Aun así, a la camarera le
cuesta confiar, va con cuidado, habla lo justo y se muestra lo menos
vulnerable posible. Se ha prometido a sí misma no permitir que le
vuelvan a hacer daño, ya ha sufrido demasiado.
L: Si encuentro hueco, te aviso.

El lunes se presenta augurando una semana espantosa. La tormenta


que cae sobre Madrid es apoteósica y con ella, el colapso de la ciudad.
Lucía llega tarde al call center y se encuentra con la amargada de
Dolores, la encargada de su equipo, una mujer delgada y muy alta. Se
piensa que heredará la empresa porque no le tiembla el pulso al
amonestar a los trabajadores ante lo mínimo que ella considere una
falta.
—Llegas tarde, Lucía —espeta Dolores, nada más verla entrar por
la puerta.
—No para de caer agua, la ciudad entera está intransitable.
—Podías preverlo antes, como yo, que he llegado a mi hora —
contesta la encargada.
—Dime una cosa, Dolores, tanto que hablas de la ley del trabajo y
nuestros deberes, ¿no recuerdas la sección de los retrasos justificados?,
porque este lo es, además, jamás llego tarde. Así que, con tu permiso,
comienzo mi jornada y espero que sea en paz —le dice sin cortarse ni
un poco al emplear su tono de voz más borde.
Dolores no dice nada más, tampoco es tonta. Conoce el potencial
que tiene Lucía, la cantidad de ventas que cierra y lo bien que lleva a
cabo su trabajo sin hacerse notar. La teleoperadora y también
camarera, pasa el día entre llamadas y papeleo, una cosa que agradece
de ese trabajo, es que siempre está bastante ocupada y el tiempo
avanza volando. Esta semana espera ganar un buen dinero extra, el
viernes es fiesta en Madrid y el call centre no labora. Así que Cristian,
la metió en el turno de cenas del Roll Roll el jueves, a cambio de que
estuviese unas horas en el pub después de que cierren cocina. Esa
noche se espera que el local vaya a estar a reventar y requieren
refuerzos. No le gusta la idea, pero tras hablar con sus padres, necesita
aumentar sus ingresos para ir a verlos. 
El panorama no cambia demasiado y los días avanzan con lluvias
en el país. En todos sitios, se habla de un temporal y se espera que para
el final de la semana vuelva a salir el sol primaveral que ya echan de
menos. Lucía sigue en su rutina, casa, trabajo, trabajo, casa, solo que,
en esta ocasión, aparece de forma recurrente en su mente una rubia de
ojos verdes que no tiene ganas de dejarla respirar serena. La violinista
no se ha vuelto a comunicar con ella y la camarera está deseosa de
verla, pero como siempre, ese miedo con el que vive desde hace
tiempo, no la deja actuar con tranquilidad.
Lucía lleva mucho sintiéndose sola, por un momento cree estar
confundida y aunque asume que Aba es preciosa, siente que esa
atracción puede tratarse más de la búsqueda de compañía que de un
flechazo sin sentido. Autoconvencida de esto, le manda un mensaje
mientras está en su hora de comida en el call center:
L: Te recuerdo que me debes un café. Esta tarde estoy en casa a las
seis.
No pasa ni un minuto cuando su móvil suena y esta vez no se trata
de un mensaje, sino de una llamada. A Lucía le tiemblan las manos, se
le cae el móvil al suelo y mientras lo recoge se llena de fuerza y
contesta sin pensárselo dos veces. 
—¿Sí?
—Hola, Lucía, soy Aba, bueno eso creo que ya lo sabes, seguro
tienes mi número guardado ¿no?, ¿te pillo en buen momento? Si no, no
pa...
—Me pillas en buen momento —la interrumpe la camarera antes
de que la chica se ponga más nerviosa.
—¿Cómo estás?, ¿qué tal ha ido la semana?
Estas dos simples preguntas hacen estremecer a Lucía. Parece una
tontería, pero no recuerda la última vez que alguien se preocupó por
ella. Solo sus padres, cuando los llama de vez en cuando, son los que
se interesan en su día a día y Cristian, su encargado en el Roll Roll, que
muestra su lado más amable con ella desde que trabajan juntos.
—Bien, todo bien —contesta sin hablar demasiado. Como
siempre.
—¿Te parece si a las siete subes a mi casa?, ya a esa hora estaré
allí.
—Me parece.
—Vale, nos vemos entonces más tarde. Que vaya bien el resto del
día —se despide la violinista.
—Hasta luego.
Lucía vuelve a su puesto de trabajo contenta, se le ha quedado
buen cuerpo al pensar que esa tarde se verá con Aba.

Al finalizar la jornada, vuelve a casa, enlatada en el autobús, pero


relajada, esta vez no le afecta tanto como en otras ocasiones la
cantidad de personas que no usan desodorante a diario y apestan el
transporte público, de hecho, el viaje se le hace corto porque ha ido
leyendo esa novela que tenía relegada desde hace tres meses.
Al entrar a su casa, se encuentra con cuatro universitarias que
están en su salón, al parecer son compañeras de clase de Anabela, su
roomie. Todas la miran como si fuese una especie en extinción, menos
una de las chicas que la ve con otros ojos, parece mayor que las demás
y es bastante mona. Iba a pasar de largo, pero Anabela la frena en seco.
—Lucía, ¿te importa que estemos aquí un rato?, estamos
preparando unos exámenes y no teníamos sitio donde estudiar.
—No te preocupes, Anabela, igual nunca paras por casa.
Se oye un carraspeo de fondo, la chica de la mirada penetrante le
hace una seña poco disimulada a Anabela, que esta capta rápidamente,
así que se levanta de la silla y presenta a sus acompañantes. Sofía,
como se llama la chica mona, es la única que se acerca y le da dos
besos a la camarera, dejándola impregnada de un perfume delicioso.
—Esta es mi compi, de la que te hablé, Sofía, la que trabaja en el
Roll Roll los fines de semana.
—Qué interesante —responde Sofía sin dejar de mirar a Lucía
—.      Alguna vez vamos al pub, pero nunca te he visto allí, sin duda
te recordaría.
—Pocas veces hago ese turno, aunque el jueves sí estaré.
—Una buena razón para ir a tomar un gin tonic –finaliza la chica
guiñándole un ojo a Lucía.
Decide dejar el flirteo tonto hasta allí y se despide de todas para
retirarse a su habitación. Se ducha y cambia de ropa. Aunque está muy
cansada, le apetece charlar un rato con la violinista o, mejor dicho,
escucharla porque ya conoce bastante bien su cháchara. Esta vez viste
mucho más sencilla, vaqueros negros, camiseta blanca y las Converse
de ambos colores. Sale de la habitación, Sofía la sigue con la mirada,
pero Lucía ni se inmuta. Fuera del piso, sube hasta la planta que la
separa de Aba. Pica el timbre y espera paciente a que la chica le abra.
En cuanto aparece detrás de la puerta, lo primero que ve son esas
piernas infinitas que tiene la violinista, sabe que le gusta correr y hace
yoga porque se lo contó el día que quedaron a comer, pero jamás
imaginó ver esa musculatura tan bien trabajada.
—Hola, pasa, no te quedes ahí parada, ¿te gustan las galletas?, a
mí me encantan. Me recomendaron una pastelería que hace unas pastas
riquísimas y paré a comprar. Como no sabía cuáles te gustaban, elegí
de todo un poco.
Lucía sonríe mientras se pregunta si la chica algún día dejará los
nervios a un lado o, por el contrario, seguirá siempre igual. No le
molesta que sea así, le hace gracia oírla hablar de carrerilla y
tartamudear en algunos momentos.
—Soy alérgica.
—¿Perdona?
—Soy alérgica a las galletas.
—Lo siento, no lo sabía, ahora no tenemos con qué acompañar el
café, bueno, puedo bajar un momento y compro otra co…
—Aba, Aba, para —se ríe, Lucía—, estaba bromeando contigo.
Me gustan las galletas y no soy alérgica a nada.
Aba hace un puchero y luego ensancha la sonrisa más bonita que
ha dibujado hasta la fecha. Lucía la mira embobada y se sienta en el
sofá siguiendo las indicaciones de la chica, mientras trae el café que
preparó antes de que su vecina llegara y las galletas que, con tanto
esmero, eligió.
Hablan de todo y de nada mientras van pasando los minutos. Lucía
se siente más cómoda y va contándole algunas cosas de su vida. De un
momento a otro, Aba empieza a rascarse el ojo izquierdo con
nerviosismo, se levanta al baño y vuelve a los minutos ejecutando la
misma acción. Es tan blanca, que se le ha puesto esa parte de la cara
roja e hinchada. Al parecer, se le ha metido algo en el ojo y no
encuentra cómo sacarlo ni aliviar el dolor. La camarera se acerca a ella
e intenta ayudarla, pero nada parece surtir efecto, así que utiliza una
técnica que su madre usaba cuando ella era pequeña. Se acerca a la
violinista, con ambos pulgares estira un poco el párpado y sopla con
fuerza. Segundos después, comprueba que Aba puede abrir y cerrar el
ojo sin problema y cuando una lágrima se desliza por su mejilla, Lucía
la recoge con el dedo. El tiempo se ha detenido, ambas se están
mirando muy cerquita y la camarera, sin ser consciente, recorre con su
mano la cara de la chica hasta acariciar levemente sus labios. No sabe
si todo el bloque puede escuchar el latido de su corazón, pero desde
luego una batucada brasileña se queda corta a su lado. Suspira
lentamente si dejar de mirarla y en un impulso que no logra controlar,
acaba con la poca distancia que hay entre ellas, cierra los ojos y une
sus labios con los de Aba. No hay fuegos artificiales ni lenguas
jugueteando. Lucía la mira y ve a la violinista paralizada y pálida.
La camarera cae en la cuenta de su error y se aleja rápidamente
susurrando un lo siento, mientras sale disparada hacia la puerta para
salir de allí lo antes posible. Sí, la semana está siendo espantosa.
CAPÍTULO 10

Aba sigue paralizada en medio del salón, se siente mareada y es


incapaz de moverse. Hace minutos o quizás horas, no lo sabe, Lucía se
ha marchado de su piso tras ¿besarla?, no, se niega, no puede creerlo.
Está bastante confundida, no sabe qué sentir ni mucho menos qué
hacer. Estaban teniendo una velada estupenda y de repente, todo se
torció. Le cae muy bien su vecina, aunque es un poco cascarrabias,
cree que es una gran chica, simpática cuando quiere y de buen
corazón. No quiere cortar la amistad que estaba naciendo entre ellas,
pero lo ocurrido la deja en territorio desconocido. Esto es totalmente
nuevo para ella. Quizá, piensa Aba, se trata de una confusión, nada
más. Es posible que en medio de la ayuda desinteresada que le estaba
prestando Lucía, un traspié la empujó a rozar sus labios.
Logra volver al sofá y se sienta a pensar cuál será su próximo
paso, no tiene claro si dejarlo pasar y actuar con naturalidad o hablarlo
con ella. Es consciente del cacao mental que tiene y por más que lo
intenta, no para de darle vueltas.
Decide salir a correr un rato, así se despeja y quizás, por orden
divina, las respuestas lleguen a su cabeza dándole la solución para
superar este malentendido. Se coloca ropa deportiva, sale del piso y
decide hacer la ruta que lleva realizando desde que llegó a Madrid.
Cinco kilómetros y medio, a buen ritmo y por zona llana, le hacen
abrir la mente, así que, con una idea clara, vuelve a casa para ponerse
manos a la obra. Cuando entra al portal, hay dos chicas esperando el
ascensor y es inevitable escuchar la conversación que mantienen.
Hablan de Lucía, y Aba, empieza a sentir un ardor en el pecho cuando
oye a una de las chicas decir lo guapa que es la camarera, que una tal
Anabela siempre le había hablado de ella, pero que la ficción ha
superado la realidad. Tiene un culo de muerte, escucha decir, a la que
Aba, ya considera una lenguaraz. Tose, falsamente, para anunciar su
presencia, ambas giran la cabeza a la vez susurrando un hola, que Aba
devuelve con su sonrisa más irónica. No suele ser así, pero le parece
que los comentarios dedicados a su vecina son groseros y fuera de
lugar. Deja que las chicas suban al ascensor y ella, que pensaba esperar
por el apuro de estar tan sudada, decide entrar sin ningún
remordimiento. El aparato empieza a moverse lentamente, marcando el
número cuatro en color rojo y al llegar a la planta, Aba puede observar,
antes de que se cierren las puertas, que las chicas acceden a la casa de
Lucía sin ni siquiera picar el timbre. Calor, mucho calor, en las orejas,
la cara y el pecho, está segura de que es por la carrera y no por la
molestia que ha sentido al ver la inocente escena. 

Entra a su piso, se ducha y se pone un pijama, el día ha acabado


para ella. Es miércoles y toca descansar, al siguiente día tienen un
concierto que organiza el Ayuntamiento en conmemoración del día de
la Comunidad de Madrid, que se celebra ese viernes. No siente nada de
hambre, así que se toma un vaso de Cola Cao calentito, se lava los
dientes y se mete en la cama. Decidida, coge el móvil y le manda un
mensaje a Lucía, le parece absurdo que la amistad sufra un revés por
una equivocación.
A: Hola. Te marchaste muy rápido de casa y no supe el motivo.
¿Estás bien?
A: Si te molestó algo que hice, puedes decírmelo.
A: ¿No te gustaron las galletas?
Cuarenta y cinco minutos después, Lucía sigue sin dar señales de
vida, así que, con un suspiro exagerado, Aba decide intentar dormir.
Un rato largo después, su teléfono le indica que tiene una notificación
y lo coge con rapidez. Es su vecina.
L: No hiciste nada malo, Aba. Disculpa mi actitud. Las galletas
son las más ricas que he probado nunca. Gracias.
A: No tengo nada que disculparte, solo tropezaste sin querer. Yo el
otro día me caí haciendo running. No te preocupes.
A: ¿A que estaban buenas las galletas?
A: Te guardo las que quedan, ¿vale?
A: No te molesto más. Buenas noches, Lu.
L: Buenas noches.

En un abrir y cerrar de ojos, Aba está haciendo sus tres


respiraciones reglamentarias, para dar inicio al concierto de esa noche.
El evento ha iniciado a media tarde entre discursos y bailes. Bacua,
como siempre, revienta el escenario con su particular música, mientas
los asistentes aplauden y cantan sin cesar. Tras acabar el espectáculo,
James les informa que cenarán en el Roll Roll y como no podía ser de
otra forma, la violinista sonríe porque sabe que ahí estará Lucía. Se
convence de que no hay nada de malo en sentir felicidad al saber que
verá a una amiga. Automáticamente, Eduardo pone mala cara, parece
que el chico detesta hacer cualquier cosa que no sea planificada al
dedillo por él. Aba lo ignora deliberadamente y avanza junto a sus
compañeros a la salida. 

Media hora después, la banda está atravesando las puertas del


local hacia la mesa que le indica el encargado del restaurante. Toman
asiento y al cabo de unos minutos, Lucía aparece vestida con un
uniforme impecable que le queda estupendamente bien, el cabello
recogido en una coleta y unas horquillas que le ayudan a sujetar los
mechones rebeldes que, usualmente, bailan en su cara.
—Buenas noches, chicos, os dejo la carta de comidas para que le
echéis un vistazo, ¿ya sabéis las bebidas? —habla la camarera con un
tono de voz firme y al acabar, mira a Aba y le sonríe de forma casi
imperceptible.
Empiezan a pedir cervezas, Eduardo, un Martini y Aba la
acostumbrada tónica con hielo y limón. La camarera no pasa
desapercibida la mueca de desaprobación del novio de la violinista,
está claro que el tío es un capullo y ni siquiera intenta disimularlo.
Lucía desaparece con la comanda y Gonzalo, el baterista, empieza a
comentar lo guapa que le parece la camarera y que solo va al Roll Roll
por verla a ella. Aba vuelve a sentir ese ardor que le baja hasta el
estómago al escucharlo y se levanta de repente, excusándose para ir al
servicio. Cuando pasa por la barra, la ve ahí esperando, supone, las
bebidas que van a su mesa y se acerca sin pensarlo dos veces.
—Hola, Lu.
Lucía siente un escalofrío recorrerle el cuerpo entero. La noche
anterior, leer ese diminutivo de su nombre, la hizo trastornar a tal
punto de casi cometer una locura en su cama, con ese juguetito que
decidió desempolvar.
—Hola, ¿qué tal estás? —le pregunta la camarera saliendo de su
letargo.
—Bien, acabamos de cerrar un concierto y hemos venido a cenar.
Me alegra mucho verte aquí.
Lucía no puede evitar babear, siempre hay frases buenas para ella
saliendo de la boca de la violinista. Se siente mal por ser tan parca de
palabras, por no poder expresarse más abiertamente, pero tiene miedo
de decir algo incorrecto o peor aún, meter la pata otra vez. ¿Cómo
pudo besarla?, se pregunta mentalmente, piensa en lo inocente que es
Aba, como quería saber si había hecho algo mal o si las galletas no le
gustaron del todo, como si fuera una niña pequeña.
—Lucía, bebidas de la mesa siete listas, ya puedes llevarlas —
anuncia el chico detrás de la barra.
Aba se despide con la mano mientras se encamina al baño y la
camarera lleva las consumiciones a la mesa. El tiempo pasa rápido,
entre pedidos de comida, bebidas y postres, la cocina cierra y el Roll
Roll se convierte en el pub más comentado del centro de Madrid. De
un momento a otro, han movido las mesas y creado un espacio que
permite bailar y tomar una copa. Lucía detesta ese ambiente, solo lleva
una hora en ese trajín y ya ha tenido que pararle los pies a un par de
tontos. Observa que la violinista tiene el vaso vacío y sin preguntarlo,
le acerca otra tónica con hielo y limón, gesto que la chica agradece con
una enorme sonrisa, de esas que le sacuden el cuerpo a Lucía.

La noche entra en calor, pero el turno de la camarera está por


acabar, Cristian solo le ha puesto pocas horas en el pub y en nada
podrá marcharse por fin a casa. Después de entregar una ronda de
copas, a unas chicas que celebran un cumpleaños, se gira para volver a
la barra, pero una chica se planta en frente de ella sin dejarla continuar
con una sonrisa entre seductora y pasada de alcohol. Lucía la reconoce
de inmediato y la chica se pega a ella para decirle al oído lo guapa que
se ve con ese uniforme, mientras le acaricia la espalda sin ningún
recato. Unos metros más allá, está Aba con la mirada clavada en la
escena, sabe que la manoslargas que toca a su vecina, es la chica con
la que subió al ascensor la noche anterior. Aba está tan roja como una
señal de stop y algo en su mente, de repente, grita ¡celos!, no se lo
puede creer, la violinista está muerta de celos y no entiende él motivo. 
CAPÍTULO 11

—Tía, ¿qué haces?, estoy trabajando —contesta Lucía intentando


alejarse de las garras de Sofía, la amiga de su compañera de piso.
—Me dijiste que hoy te tocaba trabajar aquí, así que no perdí
oportunidad de venir a verte, ¿a qué hora sales?, te invito luego una
copa.
Lucía está incómoda, reconoce que la chica es guapa, pero no
siente ninguna atracción hacia ella. Además, siempre ha tenido un
comportamiento intachable en cualquiera de sus trabajos, sobre todo
en la actualidad, que no puede permitirse perder ninguno de los dos.
Cuando pone en su sitio a los clientes que intentan propasarse con ella,
siempre lo ha hecho de forma muy profesional, aunque, internamente,
solo piense en romperles la cara de un puñetazo. En un movimiento
casi violento, logra zafarse de Sofía y le para los pies. Bastante
enfadada, le dice que no está interesada y menos después de esta
escena en el local, expuesta a que su jefe lo vea todo.
Se marcha rabiosa y divisa a Cristian riendo sin disimulo, se ha
dado cuenta del acoso a la camarera e iba en su ayuda cuando la cara
de hurón arisco, típica de ella, evidenció que estaba bien y que podía
liberarse.
—Deja de reírte y ayúdame a llevar las tres botellas de champán al
grupo de casanovas de la esquina.
Llevan la comanda y Lucía da por finalizado su turno. Se dirige al
vestuario a quitarse el uniforme y luego al baño a lavarse las manos,
como siempre lo hace. En cuanto va entrando al servicio, ese verde, el
que se ha convertido en su favorito, la está mirando intensamente.
Parece que Aba la está esperando o eso quiere pensar, así que se acerca
a ella para saludar.
—Hola, ¿Qué tal va la celebración?
—Hola, Lu. Bien, pero ya estoy cansada. Quiero volver a casa,
aunque aún nos queda un rato más.
—Seguro que, en un par de horas, estas en la cama —responde
Lucía, turbada al escuchar nuevamente ese diminutivo que, al parecer,
le encanta a la violinista.
De repente, Aba se pone seria, sus ojos empiezan a moverse de un
lado a otro, está visiblemente nerviosa y Lucía no sabe por qué. La
violinista carraspea, parece pensar qué va a decir mientras los
segundos siguen pasando, hasta que, finalmente, se decide a hablar.
—La-la chica —carraspea—, con la que hablabas, la que te co —
carraspea— cogió del brazo, ¿es tu amiga?
—No, es amiga de mi compañera de piso. El otro día se enteró de
que trabajo aquí y ha venido, ¿por qué? —pregunta la camarera
frunciendo el ceño, confundida.
—Por nada, es-es que, no sé, curiosidad tal vez.
Lucía cree percibir un deje de celos en la chica, aunque claramente
tiene muchas dudas. En ningún momento, Aba le ha demostrado que
siente la mínima atracción hacia ella, pero hay algo que la envuelve y
que hace que, a la camarera, le gire la cabeza a la velocidad de un
tagadá, pensando que quizá la violinista, en su inocencia, ni siquiera
se dé cuenta de ese magnetismo que hay entre las dos. Lucía decide
mover ficha de manera eficaz, la jugada es más arriesgada que la
defensa Petrov, se acerca a Aba todo lo que puede y sigue la
conversación de forma casual. Le cuenta qué, Sofía, la ha invitado a
tomar una copa y exagera explicando, que le ha insistido bastante, le
deja ver a Aba la posibilidad de que haya aceptado y estudia con
detenimiento su reacción. La violinista se pone roja y Lucía utiliza esa
baza para acariciarle el brazo, sutilmente, y preguntarle si se encuentra
bien. Aba, responde con una sonrisa, le dice que está perfectamente y
permanece tan cerca de la camarera, que hay muy poco oxígeno
circulando entre ellas. Sin saber cómo, ambas acortan esa mínima
distancia y unen sus labios en un movimiento pausado pero seguro.
Lucía no pierde la ocasión y suavemente desliza la punta de la lengua
por esa boca carnosa que tanto ha deseado besar. Suenan sus cohetes
mentales cuando escucha un leve gemido de Aba, pero antes de poder
disfrutar del momento, se ve empujada a la pared, sintiendo un frío
repentino. La violinista se separa de ella como si su cuerpo quemara, al
mismo tiempo que la mira con una expresión que, a la camarera se le
hace imposible descifrar, no sabe si es vergüenza, rechazo o confusión
y mientras lo piensa, Aba se aleja de ella dejándola sola ahí con la
boca ardiendo y el vientre temblando.

Casi hora y cuarto después, Lucía entra a su piso. Arrastra los pies
como si tuviese una pesada losa a cuestas. Lleva todo el camino a casa
pensando en lo ocurrido y llega a la conclusión que, de una cosa si está
muy segura, no se arrepiente de nada. Sabe que no se equivoca, Aba y
ella tiene una conexión, hay una atracción mutua que no se puede
negar, pero entiende que a la chica le cuesta asumirlo, incluso
identificarlo. Lo poco que sabe de la violinista, le indica que jamás ha
tenido alguna cercanía romántica con alguien de su mismo sexo, que lo
suyo siempre ha sido dos más dos y una relación homosexual está
bastante alejada de su forma de pensar. La camarera nunca tuvo
confusión, siempre supo de su gusto hacia las mujeres y cuando vivió
la primera relación con una chica, confirmó que era el camino
correcto. Pero es cierto que pasó por varias experiencias con mujeres
primerizas y recuerda los nervios, dudas y en algunos casos hasta
rechazos. De hecho, una vez, acabando el instituto, se enrolló con la
homófoba de su clase. La chica no perdía oportunidad de llamar
maricón a cualquiera que presentara la menor señal de ser gay.
Bolleras o comecoños a las que no ocultaban su lesbianismo e incluso,
a las chicas que jugaban algún deporte como básquet o fútbol. Lucía se
había convertido en su blanco, no paraba de meterse con ella y decirle
cosas, hasta el día que se quedaron a solas en el vestuario, tras la clase
de deportes y la tía le saltó encima para comérsela entera. Fue el
primer polvo de la camarera en el instituto y no podía creer con quien
había sido. Tras lo ocurrido, la chica no cambió, siguió acosando a
Lucía hasta que acabaron el año escolar. Años después, la ha visto
alguna vez por el pueblo, casada, con dos hijos y una cara de infeliz
que le hace parecer diez años mayor. Sabe que la mujer es lesbiana,
pero sus creencias y la presión familiar la llevaron por el camino
heteronormativo. Es posible que sea el caso de Aba también y teme
por ello. La chica tiene un brillo especial en la mirada que se acentúa
cuando están juntas y Lucía quisiera explorarlo, ir más allá, pero
reconoce que no insistirá ni mucho menos la obligará a nada. Cada uno
tiene el derecho de elegir con quien estar sin tener presiones de ningún
tipo.
Se va a la ducha a quitarse la suciedad y el mal cuerpo que, al
final, le ha dejado todo lo vivido esa noche. Se pone el pijama y se
mete a la cama, está agotadísima, necesita descansar. Decide no
escribirle a Aba, quiere darle tiempo y espera que sea ella quien
busque volver a acercarse. Si no lo hace, la misma Lucía, la contactará,
porque las propias experiencias que ha tenido no han pasado en vano,
no quiere dejar a la chica con ese mareo que debe estar sintiendo ahora
mismo después de besar a la camarera, gemirle en la boca y huir
despavorida, como si hubiese cometido un crimen. Piensa en el
imbécil que tiene por novio, lo ha observado, las pocas veces que ha
tenido la desgracia de coincidir con él, y hay muchas cosas que no le
gustan ni un pelo. Lo ha pillado varias veces viendo a las camareras, y
a ella misma, con lascivia. También haciendo muecas de asco en
medio de una celebración de Bacua en el Roll Roll, pero lo que le ha
reventado por dentro, es las veces que ha detectado los gestos de
desprecio e irritación hacia la violinista. Ni de Dulce, la infiel que le
rompió el corazón recibió ese tipo de miradas. Lucía es una mujer
comprometida, que ha amado sin reservas y respetado a quienes han
compartido besos y sábanas con ella, por eso no comprende que ese
payaso, pueda ser así con la chica. Si en público se comporta de esa
manera, ¿cómo será en privado? Con esa pregunta, la camarera da un
largo suspiro y se gira para intentar dormir.
Un portazo, varios gritos y pasos inquietos sacan a Lucía de su
sopor, está desorientada y no sabe de dónde proviene todo ese barullo.
Se levanta mosqueada, lista para liársela a quien sea, está segura de
que Miguel vuelve borracho a casa y ella no va a tolerarlo, pero
cuando sale al salón no hay nadie, las luces están apagadas y al
parecer, todos duermen. De repente, cae en cuenta que, lo que sea que
está ocurriendo, proviene del piso de la violinista, eso la pone muy
alerta, sobre todo al escuchar una voz masculina bastante alterada. Aba
está en peligro.
CAPÍTULO 12

Aba siente una presión en el pecho que se ha acentuado en las últimas


horas, ha intentado evitar ese no sé qué, que lleva sintiendo por su
vecina, prácticamente, desde el día que la vio por primera vez. Hoy, en
medio de la celebración con su banda, se sintió dominada por una
inquietud espantosa al ver como una mujer tocaba a Lucía y le hablaba
al oído de forma cariñosa. Sin pensarlo, siguió a la camarera y esperó
que saliera de lo que parecía el vestuario del personal, intentando, en
un fallido disimulo, que el encuentro aparentara ser fortuito. En sus
años de vida, nunca había besado unos labios tan suaves y mucho
menos se había excitado tan rápido como en ese momento, en el que
Lucía deslizó la lengua por su boca.
Pánico, así puede catalogar lo que su cuerpo sintió segundos
después de entender lo que estaba haciendo. Había besado a una mujer
y la voz de su madre no tardó en aparecer martillándole la mente,
mientras le repetía una y otra vez que los homosexuales eran unos
enfermos, depravados y seres abominables. 
Llevaba años sin ver a su familia y sin pisar un culto religioso.
Tras escapar de casa, de lo que ella consideraba una prisión, tuvo
problemas en aceptar la forma de pensar y vivir de muchas personas.
No estaba acostumbrada, pero poco a poco abrió su mente y pudo
entender que la visión de la congregación radical, de la que
lamentablemente había formado parte, distaba mucho de lo que ella
realmente pensaba. Siempre se mantuvo por el camino de la rectitud,
aunque tuvo amistades de todo tipo, viviendo en Barcelona, una ciudad
tan abierta, la violinista pudo ver mundo, pero nunca había sido la
protagonista de un acto como ese. Le costaba aceptar lo que había
pasado, lo que ella había hecho y, por supuesto, lo que estaba
sintiendo.
Aba resopla, la celebración en el Roll Roll ha llegado a su fin y
quiere teletransportarse, si pudiera, a su casa. Además de lo vivido con
Lucía, ha tenido que aguantar a Eduardo que bebió más de lo que su
cuerpo puede tolerar. Su actitud posesiva y celosa le ha amargado parte
de la velada y casi al final de esta, ha tenido que soportar los besos y
las varias palmadas en el culo que le ha propinado, poniendo cara de
gallito dominante, queriendo demostrar a los allí presentes que Aba le
pertenece. Aparte de eso, cuando llega el taxi a recogerla, Eduardo
decide irse con ella, algo bastante fuera de lo habitual, porque su novio
prefiere quedarse en la casa que tiene su familia en Madrid y no han
dormido juntos desde hace semanas.

—Que me dejes, Eduardo, no me apetece nada ahora mismo –se


escucha decir a Aba a punto de perder la paciencia.

Eduardo, ha llegado con ganas de fiesta y nada más entrar al piso


de la violinista, la ha pegado a la pared de un empujón poco delicado.
Cuando ha empezado a pasarle la lengua por el cuello y la cara, Aba ha
intentado separarse, empujándolo, pero el chico es bastante fuerte y
casi ni se ha movido. Le ha repetido varias veces que no se encuentra
bien, que quiere ducharse y dormir, pero su novio parece estar sordo y
que lo único que le interesa es saciar sus ganas.
—No seas sosa, Aba, venga, mira cómo me tienes —le dice
Eduardo, mientas se toca la erección que tiene desde hace rato.
—No tengo ganas, ¿no lo entiendes? Además, apestas a alcohol.
Eduardo sigue en sus trece, está tan pegado a ella que la chica
siente que, en cualquier momento, la erección le romperá la ropa. No
para de tocarla y de decirle cosas que a ella le parecen demasiado
obscenas. Empieza a ponerse nerviosa porque ve que el chico no la
deja por más que ella se niega, se siente mareada y cada vez que
Eduardo le lame la cara, siente una arcada difícil de controlar. No sabe
de dónde saca fuerzas, pero logra apartarse de él y dirigirse a la cocina
a toda velocidad. Eduardo la sigue, está molesto y ella lo sabe.
—¡Joder, me cago en la puta, Aba! ¿No puedes ser una mujer
normal por una vez en tu vida?, ¿tan difícil es complacer a tu novio?,
¿o es que piensas dejarme así? —grita Eduardo fuera de sí.
Aba se mueve por la cocina y el salón para mantenerse lo más
alejada de él, tiene los ojos inyectados en sangre y ella lleva rato que
no puede controlar el temblor de su cuerpo. Le vuelve a decir que está
cansada, que ha pasado una semana de locos y que lo que menos le
apetece es tener sexo, pero Eduardo no entra en razón y sigue gritando
sin parar a pesar de que son las tres de la madrugada y el bloque entero
está durmiendo.
—Al menos haz algo, ¿no?, tanto que presumes de tener una boca
bonita, ¿por qué no la usas?
Aba se queda paralizada y, sin poder evitarlo, empieza a llorar sin
control, siente tanto miedo que es incapaz de moverse, nunca le había
pasado esto, todos los chicos con los que ha estado la han respetado y
tratado muy bien. Eduardo sigue diciéndole cosas que ella no logra
entender y solo calla cuando unos golpes en la puerta interrumpen sus
palabras. Antes de que pueda hacer algo, el chico se gira y camina
hasta la entrada del piso, no va a tolerar que nadie se meta en lo que él
considera, una discusión normal de pareja. Abre la puerta y se
encuentra con una cara que le parece conocida, pero no logra recordar
de dónde. Lucía está plantada frente a él, con el pijama arrugado,
descalza y una cara de mala leche que intimida.
—¿Qué quieres? —le espeta el novio de la violinista con cara de
chulo.
—¿Qué quiero?, ¿pero tú eres tonto o qué coño? Apártate —
escupe Lucía mientras se abre paso al piso dándole un empujón al
chico.
—¿Tú a dónde crees que vas? —le responde Eduardo cogiéndola
por la muñeca izquierda.
—Como no me sueltes ahora mismo, te doy un puñetazo que te
reviento la cara, imbécil. Es mejor que te marches ya, el espectáculo
que estás montando, es de pena.
Lucía se zafa dando una sacudida violenta y da varias zancadas
hasta llegar a una Aba totalmente descompuesta. Tiene los ojos rojos
de tanto llorar y tiembla más que un flan. Inmediatamente, la camarera
la abraza y le pregunta si está bien, momento en el que la violinista se
rompe más aún, drenando todo el miedo que ha vivido a manos de,
quien se supone, es el hombre que la quiere. Lucía gira la cabeza y ve
a Eduardo que sigue ahí como si nada y solo basta una amenaza corta
pero contundente. Si no se marcha, llamará a la policía. El chico,
normalmente altivo, se lo piensa un par de segundos, no quiere que su
nombre conste en ningún registro policial, podría perjudicarlo
profesionalmente. Está muy seguro de que lo ocurrido, es lo típico en
una pareja. No entiende, ni por un segundo, que su chica no quiera
acostarse con él, pero sabe que los agentes de la ley dejarán constancia
de lo sucedido.
Gira sobre sus talones y mientras recoge la chaqueta del suelo, le
dice a Aba que mañana la llama, cuando se le pase el drama. Lucía
tiene ganas de lanzarle cualquier cosa a la cabeza, le parece un
troglodita y un machista de mucho cuidado, hierve al pensar que le
pudo hacer daño a la violinista, la sigue viendo como una chica
inocente y desde luego ni ella ni ninguna persona, merece tener tal
personaje a su lado.
—Te voy a preparar una tila, Aba, ¿te apetece ducharte o quieres
el pijama para meterte en la cama de una vez?
—Prefiero primero una ducha —le contesta entre hipidos—. Gra-
gracias, Lu.
Lucía le sonríe y le toca el brazo con cariño antes de marcharse a
la cocina para dejarle espacio a la chica y prepararle la infusión. Al
cabo de veinte minutos, Aba ya tiene puesto el pijama y ambas se van
a la habitación, la camarera quiere asegurarse que la tila le haga efecto
y vaya tranquilizándola, poco a poco. No quiere ser invasiva, pero
necesita saber si está bien y certificar que el cavernícola que tiene por
novio no le hizo más daño que el que percibió.
—¿Quieres hablar de lo que ha ocurrido?, lo he escuchado gritarte
y a ti intentado que te deje en paz. Puedo imaginarme lo que podría
haber pasado y necesito saber si ha llegado a hacerte algo más.
—Nunca lo había visto así, no es que sea un amor de hombre, pero
ahora mismo no lo reconozco. No quiero volver a verlo.
—Vale, tranquila, no tienes que volver a verlo —responde Lucía
cogiéndole una de las manos, cuando ve que la chica vuelve a ponerse
nerviosa—. No estás sola, aquí estoy yo para lo que necesites.
Aba pasa buen rato desahogándose y Lucía queda totalmente
convencida de que Eduardo es un maltratador. Nunca le ha puesto una
mano encima, pero no es necesario, la controla, elige sus amistades,
sus planes, sus sueños. Sus golpes son psicológicos. Sabe que muchas
personas son víctimas de esto, pero no lo identifican y les cuesta tomar
acciones en contra de quienes les hacen daño. La camarera no va a
permitir que la chica de ojos verdes pase por ese aro, está allí y piensa
protegerla. En cuanto ve que la violinista empieza a dormirse, se
levanta despacio de la cama para marcharse al salón, va a dormir en el
sofá, no quiere dejarla sola, pero un leve susurro le hace cambiar sus
planes.
—No te vayas, quédate esta noche aquí conmigo.
CAPÍTULO 13

Aba se sienta de golpe en la cama y abraza a Lucía antes de que se


levante, no quiere quedarse sola, no desea estar sin ella. Está muy
afectada por todo lo ocurrido con Eduardo, realmente ha sentido
mucho miedo al ver el comportamiento del chico, verlo con la cara
deformada por la ira, los ojos rojos y su actitud tan violenta le hizo
pensar que corría grave peligro. La llegada de la camarera a su casa
fue lo que evitó que pasara algo que no quiere ni imaginar, ¿Eduardo
pensaba abusar de ella?, se pregunta Aba muy segura de conocer la
respuesta.
Siente el abrazo cálido de Lucía, su respiración, su olor y eso la
serena, pero a la vez empieza a tener una necesidad más profunda. Se
pone muy nerviosa, sabe que lo que quiere es volver a besarla y se
reprende, porque en medio de todo este caos, no entiende cómo es
justo eso lo que desea. El corazón le va a estallar en el pecho y su
agitación al respirar no le pasa desapercibido a la camarera, que le
pregunta si está bien y al no recibir respuesta, se separa un poco para
verle a la cara. El color miel y el verde se funden, se quedan estáticas
un par de segundos hasta que se repite la escena del Roll Roll, ambas
bocas se unen al mismo tiempo y de repente todo se congela a su
alrededor. El beso comienza de manera inocente, Lucía no quiere que
Aba vuelva a rechazarla, pero le cuesta mantener el control y prueba
suerte sacando a penas la punta de la lengua. Esta vez los fuegos
artificiales suenan con fuerza porque la violinista también saca la suya
y ambas empiezan una danza sensual, entrelazándose y probándose por
primera vez. Es Aba quien, con mimo, toca el cuello de la chica y posa
su mano izquierda en la nuca para atraerla más, si cabe, a su cuerpo.
La camarera realiza el mismo movimiento, pero se atreve un poco más,
deja una sutil caricia en el brazo de la ojiverde y al sentir que la chica
suspira, salta al vacío colocando la palma de su mano sobre su muslo y
lo recorre varias veces, recibiendo como respuesta unos gemidos
amortiguados que le vuelan la cabeza a una muy excitada Lucía.
El ambiente quema, ambas chicas no paran de besarse y gemir
bajito cuando alguna se atreve a tocar a la otra. Aba es la más insegura
y le cuesta avanzar, pero siente que está disfrutando como nunca el
momento íntimo que vive con su vecina. En un movimiento que parece
ensayado, Lucía se tumba lentamente sobre la violinista, quien gimotea
al sentir el cuerpo de la chica enteramente encima de ella. La camarera
levanta la cara y clava sus ojos en los de Aba, para segundos más tarde
sentarse a horcajadas sobre ella.
—¿Estás bien?, podemos parar cuando quieras, no vamos a hacer
nada que no desees o para lo que no estés preparada, Aba.
—S-si quiero pe-pero, no sé.
—¿No sabes qué hacer o no sabes si está bien seguir?
—Un poco de las dos —responde Aba y baja la mirada
avergonzada.
—Podemos parar, quiero que, si llega a pasar algo entre nosotras,
sea porque realmente quieres y estés segura.
—Hoy necesito de ti, Lu, necesito que me calmes.
Son esas pocas palabras las que empujan a Lucía a seguir, quiere ir
sin prisas para no asustarla, tiene la sensación de que lo qué a Aba le
preocupa, es pensar en acostarse con alguien de su mismo sexo, quiere
demostrarle que hacer el amor con una mujer, no tiene nada de malo,
así que vuelve a su boca y le acaricia los costados sin parar ni un
momento. Mientras la besa, empieza a mover sus caderas creando un
roce delicioso entre sus partes más íntimas. Siente ya la humedad
imparable que se ha acrecentado en cuanto Aba desliza las manos por
su espalda y con un temblor, bastante evidente, le sube la camiseta
descubriendo sus pechos generosos, coronados con unos pezones
oscuros que la dejan sin habla, si ya estaba nerviosa, ahora no se puede
ni mover.
Delicadamente y sin perder tiempo, la camarera desnuda
completamente a la violinista, contemplando durante largos segundos
esa piel blanca como la leche, decorada con una constelación perfecta
de pecas. Lucía termina de quitarse el pijama, vuelve a tumbarse sobre
su compañera y piel con piel, los gemidos de ambas resuenan por toda
la habitación. Desliza su lengua por el cuello de la chica, baja por la
clavícula y hunde la cara en sus pechos. Hace mucho que Lucía no se
acuesta con nadie y está tan excitada que siente como las gotas de
humedad resbalan por sus piernas. Le succiona primero el pecho
izquierdo a la violinista, mientras con su mano acaricia el otro y va
bajando por su vientre, sintiendo suavidad y un leve temblor que le
parece exquisito. Se queda ahí, haciendo movimientos suaves con los
dedos, mientras lame un pezón y luego otro. Aunque está muy puesta
en su labor, se mantiene alerta a los gemidos y movimientos de Aba.
—Tienes una boca preciosa, toda tú eres preciosa —le dice Lucía
al levantar la mirada para ver la cara de la violinista.
—Tú también lo eres. Eres la chica más guapa que he visto nunca.
Eso no se lo esperaba y el corrientazo que siente Lucía en su
intimidad casi la hace llegar a un orgasmo. Nota la desesperación de la
chica y decide que es el momento, la quiere escuchar gritar lo más alto
posible. Baja un poco más la mano y desliza suavemente un dedo por
sus pliegues, quiere decirle que está empapada y lo mucho que le gusta
sentirla así, pero sabe que será demasiado para Aba, así que se limita a
acariciarla lentamente, de arriba a abajo, rozando su entrada para
enloquecerla un poco más, mientras le besa la boca, mordiéndole los
labios y lamiéndolos. Lo hace, la penetra con dos dedos,
pausadamente, con mucha calma. La escucha jadear, retorcerse
mientras sus dedos empiezan a entrar y salir. Literalmente, Aba está
chorreando y eso excita más a Lucía.
En un movimiento controlado, baja por su cuerpo besándolo e
intentando no dejar ningún espacio sin tocar mientras la sigue follando,
está vez un poco más rápido. Los labios le arden, la piel de la violinista
quema de placer, sabe que está tan cachonda como ella misma en ese
momento y no duda en utilizar su mano izquierda para abrir sus labios
más íntimos y pasar la lengua por su clítoris extremadamente mojado.
—¡Dios!
Lucía escucha el gimoteo de la chica mientras continúa con su
labor, se lo toma muy en serio, quiere darle la mejor corrida de su vida.
Nunca le ha gustado presumir, pero todas y cada una de las chicas que
han estado entre sus sábanas, han alabado esa sincronía que siempre ha
tenido en la cama. Empieza a sentir los dedos más atrapados, como
Aba mueve las caderas y tiene el cuerpo completamente acelerado, así
que disminuye un poco la velocidad de penetración y se centra en
lamer con destreza el clítoris de la chica. Aba se retuerce, empieza a
ver las estrellas, es tanto el placer que siente que los dedos de sus pies
se curvan, la espalda se le arquea y tiene la explosión más intensa y
placentera que ha sentido en su vida. Las contracciones continúan
durante unos segundos, las lágrimas le bañan la cara mientras sigue
gimiendo con fuerza. Poco a poco se va calmando, Aba se siente en el
paraíso, en un lugar que jamás ha pisado y que, desde luego, se vive
muy bien. Siente vacío cuando Lucía sale de su interior, pero
rápidamente vuelve a tener ese calor que tanto necesita, la camarera
nuevamente está encima de ella y le come la boca con un deseo casi
primitivo. Aba se sorprende a sí misma, otra vez está excitada y el
sabor de su propia vagina en los labios le ha encantado. Esta vez Lucía
se ubica en medio de su pierna izquierda y empieza a moverse creando
una fricción que ambas parecen disfrutar. La chica está muy húmeda y
va dejando la evidencia en el muslo de Aba que ha tenido la iniciativa
de cogerla por las caderas y ayudarla en el vaivén digno de una
lambada. Desde luego ha dejado aparcada, de momento, su vergüenza
e inocencia, ya que es inexperta y no tiene ni idea de qué hacer, al
menos intenta aumentar, si cabe, la excitación de Lucía.
—Me voy a correr encima de ti, me pones demasiado cachonda.
Lucía aumenta la velocidad del movimiento, gime bastante alto y
empieza a correrse sobre la pierna de la ojiverde quien, sin saber
cómo, también le llega un orgasmo repentino, haciéndola gritar tan
fuerte que teme que los vecinos echen la puerta abajo.
Se abrazan somnolientas, parece una coreografía ensayada con
anterioridad, pero es lo que les ha salido al mismo tiempo. Sí, esa
conexión entre ellas existe, pero habrá que descubrir si sigue allí
cuando Aba despierte.   
CAPÍTULO 14

Lucía suspira, se estira como un gato persa en la cama y de repente,


abre los ojos de golpe. No está en su habitación y una avalancha de
recuerdos llena su memoria. La madrugada anterior, hizo el amor con
Aba, lo disfrutó muchísimo, pero sin duda lo que le asombra, es que la
violinista diera el paso. Gira la cabeza y se da cuenta de que está sola,
el temor llega a su cuerpo porque sabe que la chica puede estar
arrepentida y no tiene ni idea de cuál va a ser su reacción. Toca el lado
contrario de la cama y lo nota frío, eso quiere decir que se ha levantado
hace bastante rato. Escucha ruidos fuera, sin pensarlo dos veces salta
de la cama y se dirige a la cocina a paso rápido, quiere enfrentarse a
ese momento lo antes posible.
El bote de zumo se estrella contra el suelo estrepitosamente, la
culpable es Lucía.
Aba estaba a punto de servir en un vaso el líquido amarillo que
toma cada día religiosamente, porque según ella, le proporciona todas
las vitaminas que necesita, pero inesperadamente aparece su vecina,
totalmente desnuda y con los pezones tan respingones que siente que la
están señalando intensamente.
—Hola —saluda Lucía sin ser consciente de su desnudez.
—Bu-buenos días, Lu.
Aba se ha puesto tan roja que siente que en algún momento las
mejillas le van a explotar, empieza a rascarse el cuello
compulsivamente, siendo este el único movimiento que realiza porque
el resto de su cuerpo está paralizado, no sabe qué hacer y mucho
menos qué decir. Esa mañana despertó pronto, aunque más tarde de lo
habitual por la inesperada actividad —piensa—, pero su cuerpo es un
reloj que le obliga a espabilarse a una hora que para muchos está
prohibida. Antes de salir de la habitación, contempló a Lucía dormir,
aparentaba tranquilidad, sin su acostumbrado gesto de gato
enfurruñado. Le parece una mujer preciosa, muy pasional y ¿para qué
negarlo?, excelente amante. Aba nunca había llegado a un orgasmo, no
sabía lo que era sentir ese corrientazo que te recorre entera y te deja sin
poder gesticular más que, apenas, unos cuantos gritos. Ninguno de sus
novios había impreso tanta intensidad en su cuerpo ni tampoco la
dedicación necesaria para llegar a sentir algo más que un cosquilleo
parcial. Después de varias experiencias, pensó que el sexo era así,
caricias desenfrenadas y un aburrido meteysaca, que en algunos casos
duraba, unos pocos minutos. Tuvo un par de compañeros de cama más
creativos, que la cambiaban de posición o le pedían ciertas prácticas
que a ella le parecían demasiado vulgares. Algunas veces complació y
otras se negó rotundamente, ¿cómo iba ella a meter eso en su boca?,
pensarlo le producía escalofríos.
—¿Has dormido bien? –es Lucía quien vuelve a preguntar.
—Sí, sí, bien. Bueno, poco, porque me he levantado temprano, he
ido a correr y me he duchado. Ahora iba a tomarme un zumo. ¿Tú
quieres?, claro que quieres, tendrás sed, ¿no?, ¿o no te gusta?, no sé…
—Tranquila, Aba, no quiero zumo. ¿Por qué estás tan nerviosa?
—Lo siento, de verdad.
—No tienes por qué disculparte por nada. Primero déjame
ayudarte a limpiar, hay zumo por todos lados, y luego me gustaría que
hablásemos.
Aba vuelve a quedarse petrificada, con sus ojos clavados en otra
parte, lejos del cuerpo desnudo de la chica. Su cabeza es un hervidero,
piensa en mil cosas a la vez, cree que va a colapsar en cualquier
momento. El miedo se apodera de ella, no sabe qué tema quiere tocar
su vecina, aunque lo imagina, pero es que ni siquiera sabe si a Lucía le
gustan las mujeres o es como ella, una mujer totalmente heterosexual
que ha tenido una pequeña debilidad. Porque ha sido eso, ¿no? —se
pregunta—. Ella jamás ha mirado con otros ojos ni sentido atracción
alguna por una mujer, está segura de que tiene una gran admiración por
la camarera, se han compenetrado muy bien tras superar esa etapa de
odio que tenía Lucía hacia ella. Además, está lo ocurrido con Eduardo,
un momento de vulnerabilidad lo tiene cualquiera, quedó muy tocada
después de ver como el chico que la pretendió durante meses y luego
la enamoró con paciencia, se convertía en un hombre desquiciado que
parecía querer obtener lo que deseaba a la fuerza. Aba necesitaba a una
amiga, a alguien que la abrazara, que calmara sus temores y justo allí
estaba Lucía. 
—Aba —la llama Lucía sacándola de sus pensamientos.
—Perdona, sí, pero —carraspea—, ¿pri-primero podrías vestirte?,
por favor.
Lucía cae en cuenta que está tal y como Dios la trajo al mundo, no
lo había notado, pero no es una persona que sienta ese tipo de
vergüenza, mucho menos delante de la chica con la que,
prácticamente, acaba de hacer el amor. Sonríe y se gira directa a la
habitación a buscar el pijama que, por lo que ve, la violinista ha
recogido del suelo, doblado y colocado en la mesilla de noche. Tras
vestirse, pasa al baño para asearse lo que puede, teniendo en cuenta
que no tiene sus objetos personales a mano. Diez minutos después,
camina hacia la cocina y observa que Aba ha limpiado el suelo,
dejándolo inmaculado con una rapidez asombrosa. La mira con
ternura, no quiere asustarla y la coge de la mano para llevarla al sofá.
La ojiverde la sigue de forma mecánica y toman asiento una al lado de
la otra, con distancia prudente para poder mirarse a la cara.
—¿Cómo te sientes?, ¿estás bien? —comienza Lucía.
—Sí, sí ¿y tú?
—Perfectamente. A ver, Aba, quiero que estés tranquila lo que
pas…
—Y-yo estoy tranquila, Lu —la interrumpe–, somos amigas y nos
tenemos cariño.
—Aba, lo que pasó anoche va más allá de un cariño entre amigas,
nos acostamos. Quiero que sepas que yo lo he disfrutado bastante y
que no hay nada de malo en ello.
Pasan los minutos y Aba está callada, necesita preguntarle varias
cosas a Lucía, pero la voz no le sale. Pensaba que era mentira eso de
que las palabras se quedan atascadas, cada vez que lo leía en una
historia de ficción se reía imaginando semejante exageración, pero
acaba de comprobar que es cien por cien real. Traga y tose para relajar
la garganta y poder decir algo. Respira profundo un par de veces y lo
intenta de nuevo.
—¿Para ti también es la primera vez que te pasa esto? Hacer —
carraspea—, ya sabes, esto con otra chica.
—No —responde la camarera sincera— yo soy lesbiana, Aba.
Siempre me han gustado las mujeres y jamás he estado con un hombre.
—Vale —contesta la violinista asombrada con los ojos muy
abiertos.
—Si quieres preguntarme o decirme lo que sea, es el momento,
pero tenlo muy claro, repetiría contigo siempre y cuando tú quieras,
pero no te voy ni a obligar ni a exigir nada.
—A mí no me gustan las mujeres, Lucía —empieza a hablar Aba
de manera atropellada—, tú dices que esto no está mal, pero no sé,
además lo de Eduardo me puso muy nerviosa. Yo no soy como tú.
Yo no soy como tú, resuena en la cabeza de Lucía. Ya estaba
preparada para el rechazo, ella misma no quiere una relación en la
actualidad. No se esperaba que Aba corriera a sus brazos y volvieran a
echar un polvo, aunque no hubiese estado mal —piensa y se reprende
rápidamente—. La entiende, pero se siente triste, lleva casi dos años
jodida, cerrada en banda, huyendo de cualquier encuentro cercano.
Dulce realmente la destrozó, la amaba cuando se enteró de todas sus
mentiras y el marrón que le dejó. Y ahora que había empezado a
sentirse a gusto, lo hace con la chica equivocada, la hetero proveniente
de una familia ultracatólica con un novio gilipollas, acertadísima,
Lucía —vuelve a pensar—.
—Tranquila, Aba, entie…
Aba ha dado tal respingo que a Lucía casi se le sale el corazón por
la boca. Mientras le contestaba a la chica, le puso la mano en el muslo
y su respuesta ha sido saltar y alejarse del sofá lo más lejos posible de
la camarera.
—Es mejor que te vayas, Lucía. Te-tengo que ir al ensayo en un
rato y llamar a Eduardo también. No puedo llegar tarde, ya sabes cómo
es esto.
Lucía se levanta despacio entre descolocada y dolida. Se le queda
mirando unos segundos, esperando que le diga algo más pero el
silencio es atronador, se gira para caminar hacia la puerta y volver a su
piso. La violinista la está invitando a marcharse de su casa de una
forma muy educada y eso la enfada a la vez que le hace otra grieta en
el corazón. De refilón, se ve en un espejo que hay justo al lado de la
salida y odia lo que el reflejo le devuelve, una mujer descalza, mal
peinada y rota. Su cabeza repite en bucle que la chica que le hace latir
el corazón a una velocidad ilegal va a llamar al pedazo de imbécil que,
con toda certeza, la seguirá maltratando sin miramientos y a ella la
echa de una patada, así, sin siquiera pestañar. Eres patética, Lucía —se
insulta—. Antes de cerrar la puerta, se gira y mira a Aba por última
vez, se reafirma que no va a permitir que le hagan daño nuevamente.
La violinista fue un descuido que no le volverá a ocurrir.
CAPÍTULO 15

Le pitan los oídos y tiembla como una hoja de gelatina, Aba escucha la
puerta de su piso cerrarse, Lucía se ha marchado y un vacío se instala
en el centro de su pecho. Cree que es lo mejor, necesita espacio para
pensar, además tiene que prepararse, no mentía cuando le dijo que
debe ir al ensayo con Bacua. Aunque es fiesta en Madrid, al día
siguiente es el concierto y como siempre lo hacen, un día antes del
evento, realizan una prueba de sonido y el ensayo general. Intenta no
reflexionar demasiado y se pone en marcha dirigiéndose al baño.
Parece un robot y funciona de forma automática, se ducha y viste, se
maquilla ligeramente, cepilla su cabello a conciencia y coge su violín
para salir de casa. Es la forma más sencilla que tiene la violinista para
evadirse de las situaciones que se le escapan de las manos, como
cuando era más joven. Estando bajo el yugo de sus padres, repetía sus
deberes domésticos una y otra vez. La vajilla relucía, los suelos
brillaban, todo lo tenía controlado y en perfecto estado.
Baja por el ascensor, el taxi ya la está esperando, todavía es
pronto, pero le gusta llegar con tiempo a los sitios. Su teléfono
empieza a sonar y el nombre de James, el mánager de la banda,
aparece en su pantalla.
—Hola, James, ¿cómo estás?
—Aba, querida. Muy bien, necesito hablar contigo, pero te ruego
que quede entre nosotros de momento, por favor, ¿es posible?
—Sí, claro, justo voy de camino al ensayo —contesta contrariada.
—Yo estoy aquí desde hace rato, entonces nos vemos ahora. Te
espero en la entrada.
Tras despedirse, Aba queda muy nerviosa, no sabe qué va a pedirle
James y teme que sea dejar la banda de forma inmediata. Después de
la discusión que tuvo la noche anterior con Eduardo, el chico no ha
aparecido y teme que haya hecho cualquier cosa, como siempre, sin su
autorización. No sabe qué hacer, con su todavía novio y sincerándose
con ella misma, no quiere seguir a su lado. No se trata de si lo ama o
no, es que realmente siente miedo y algo de repulsión. Una vez, Laia,
su excompañera en la universidad, le dijo que Eduardo era un tipo de
los que no había que fiarse. De esos que pintan sonrisas bonitas y van
de caballeros andantes, pero que ciertamente son de los que tienen un
lobo bajo esa falsa piel de cordero. Aba siempre defendía a su chico,
jamás había tenido ninguna actitud fuera de lo común, pero conforme
pasaba el tiempo y ella estaba cada vez más enamorada, Eduardo hacía
cosas sin sentido como, por ejemplo, decirle que todos los hombres
que estaban cerca de ella solo buscaban algo más que amistad o si ella
tenía una salida con amigos, él aparecía de la nada tras no visitarla
durante días y creaba un plan más romántico para que solo pudieran
estar ellos dos. Tiene mucha confusión y siente que, una vez más, su
tranquila vida se sumerge en aguas turbias que no puede controlar.
Respira varias veces, organiza velozmente sus ideas y decide, primero,
hablar con James, luego darle una vuelta a lo de Eduardo y finalmente,
analizar qué hacer con Lucía. Lucía —piensa—, sintiendo un pinchazo
de excitación en su vientre que rápidamente se mezcla con miedo y la
voz aguda y repetitiva de su madre.

Se baja del taxi gracias a James que, tal como le dijo, la está
esperando fuera y tras verla, se acerca al vehículo para abrirle la
puerta. Caminan hacia un bar que está justo al lado del recinto donde
se llevará a cabo la actuación de la banda y piden un par de
consumiciones. El mánager observa lo nerviosa que está la violinista y
decide hablar con ella sin perder más tiempo.
—Aba, la recuperación de Patricia, la violinista a la que estás
sustituyendo, se ha alargado y quería pedirte unas semanas más con
Bacua. Tenemos varios conciertos y actividades privadas en agenda, es
imposible cancelar.
—No hay problema, James, por mí, encantada. Estoy disfrutando
de todo esto muchísimo.
La cara de James muta varias veces, pasa de asombro a felicidad,
luego a desconcierto y otra vez a asombro. Aba lo mira esperando a
que le diga algo por qué se ha quedado en silencio y la está poniendo
más nerviosa de lo que ya estaba.
—James, ¿sucede algo? —pregunta confusa.
—Lo siento, Aba, es que esperaba de todo menos una respuesta
tan rápida y sin pegas. Antes de llamarte hablé con Eduardo, hasta lo
que sé no es oficialmente tu mánager, pero desde un principio me dejó
bastante claro que absolutamente todo lo referente a ti, había de
consultarlo primero con él para tomar una decisión. Cuando le
comenté la ampliación de tu estadía con Bacua, inmediatamente me
dijo que no.
Aba abre la boca tanto que la mandíbula puede desprendérsele en
cualquier momento. No da crédito a lo que está escuchando, es cierto
que Eduardo ha controlado bastante sus pasos, pero una de las
condiciones para que él llevara su carrera profesional, era que la
violinista tendría la última palabra en todo, de hecho, no había aún un
contrato de por medio, justamente, porque ella quería comprobar si
funcionaban como equipo sin que su relación se viese afectada por la
toma de decisiones. Casi la convence en algún momento, pero de un
día para otro, tenía en mano la oferta de la banda y parece que el tema
quedó aparcado.
James, al notar que la violinista no dice nada, continúa
explicándole la conversación con Eduardo.
—Intenté convencerlo, has encajado muy bien, además de que el
público te adora y buscar a otra sustituta ahora mismo sería un caos,
pero me pidió una serie de condiciones que van desde lo absurdo hasta
lo imposible para nosotros. Perdona que te lo diga así, sé que es tu
novio y no pretendo faltarle el respeto, sin embargo, es realmente
descabellado lo que solicita.
—Quiero que sepas que me siento muy a gusto con vosotros, he
aprendido cosas que no te enseñan por mucha teoría que veas y solo
pienso irme de la banda cuando Patricia vuelva. Eduardo no puede
decidir por mí.
Cierran el trato, James le da todos los detalles de los próximos
toques, acuerdan lo económico y le confirma que puede seguir en el
piso sin ningún problema, haciendo que Aba sonría ampliamente.
Al salir del bar, Aba le pide un momento a James y decide llamar a
Eduardo, quiere dejar claro un par de cosas. Le tiemblan las manos, no
desea ni escuchar su voz, pero es necesario que hablen. Al quinto tono,
el chico le contesta con su habitual tono chulesco.
—Pero mira quién se dignó a darme la cara. ¿A esta hora es que
llamas?
—Acabo de hablar con James —contesta la chica impactada por
su actitud—, me ha dicho que has rechazado la continuidad temporal
que me ofrecía con la banda y no entiendo el motivo.
—Aba, tú de esto no sabes, déjame a mí llevar los negocios. Ese
oportunista quería que estuvieses más tiempo por dos duros, sin
ofrecerte un coche privado ni cambiar de casa. Tendrías que seguir
moviéndote en taxi y continuar viviendo en el mismo cuchitril lleno de
macarras en el que estás ahora. Imposible aceptar esa basura de trato.
—No es tu decisión, Eduardo —contesta molesta ante su
desfachatez—. Soy una violinista desconocida que está teniendo una
oportunidad increíble para aprender y crecer. No pienso
desaprovecharla por tus tonterías.
—Te noto muy alterada, es la gentuza que te rodea, te lo he dicho
mil veces, Aba. Te dejo unos días para que te tranquilices y luego
hablamos, no voy a aceptar que te dirijas a mí de esa forma, te doy la
oportunidad de que recapacites.
Sin más, le cuelga el teléfono y Aba sigue sin creérselo. Justo
cuando empieza a caer en la marea de pensamientos tortuosos, James
sale a avisarle que están a punto de comenzar. Afortunadamente, el
ensayo transcurre lleno de risas con sus compañeros y entre nota y
nota, drena parte de ese estrés que tanto la está ahogando.
Cuando acaban, Aba rechaza la invitación del equipo de ir a tomar
unas cañas, quiere seguir liberándose del agobio que siente y por ello
decide coger la ruta más larga y en vez de un taxi, dará un paseo hasta
la estación de metro y allí tomará el transporte hasta casa. Recuerda la
noche que pasó con Lucía, ha aceptado la forma de pensar de los
demás y la vida que quieren llevar, pero ¿y si es ella quien vive de esa
manera? No lo termina de ver claro, pero a la vez piensa en lo feliz y
tranquila que se siente cuando está con su vecina y está segura de que
ese sentimiento no puede ser malo.
Llegando al bloque de pisos donde vive, decide pasar por casa de
la camarera por si tiene suerte y la encuentra allí. Quiere intentar
suavizar la situación, sabe que los nervios pudieron con ella y la forma
en que le habló esa mañana, no fue la mejor.
—Perdone, hola —escucha Aba a sus espaldas cuando está
accediendo al portal.
Aba se gira y observa a un hombre que se seca compulsivamente
la cara con un pañuelo y en la otra mano, lleva una carpeta de color
blanco.
—Soy Ramón, el administrador, la señorita Lucía me pidió un
informe de la última revisión hecha al ascensor, no me dio tiempo de
llegar a ella para dárselo. Vi que se subía a un bus con dos maletas y
aunque grité su nombre no me escuchó. ¿Sabe usted sí se ha marchado
del piso o solo se ha ido de vacaciones?
¿Cuántas veces Aba se ha quedado paralizada ese día? No lleva la
cuenta, pero sabe que son muchas. La cabeza le da demasiadas vueltas
y deja de escuchar al hombre que ahora está mirándola con curiosidad.
En su mente soy hay una cosa, Lucía se ha marchado.
CAPÍTULO 16

Lucía rompe en llanto de forma estrepitosa, ha recibido una llamada de


su madre, su padre se ha caído, dado un golpe muy fuerte en la cabeza
y roto una pierna. Pero lo más grave es que no ha salido de la
inconsciencia, lleva un par de horas en el hospital y su estado no
avanza.
Intenta recomponerse, está tan sobrepasada que no atina a nada, no
sabe qué hacer y sale de su habitación buscando un poco de aire. Se
encuentra de frente con Anabela, que la mira desencajada, cuando se
da cuenta de que la chica está totalmente pálida y cubierta de lágrimas.
No duda en ir hasta ella para abrazarla y preguntarle qué le ocurre.
Entre hipidos, la camarera le cuenta lo sucedido y Anabela la sienta en
el sofá para luego darle un vaso con agua. Le ayuda a ordenar las ideas
y en un momento están llamando al Roll Roll para comentarle a
Cristian, que precisa gastar más días de sus vacaciones. El chico no le
pone ningún impedimento y se ofrece por si Lucía necesita algo más.
Tras ello, la compañera de piso de Lucía busca el portátil y empieza a
redactar un correo para enviarlo a sus jefes del call center, la empresa
permanece cerrada los fines de semana y festivos, no tiene otra manera
de comunicarse con ellos. Allí explica con todo lujo de detalles lo
ocurrido y, aunque lamenta que sea con esa premura, solicita que le
aprueben, al menos, una de las semanas de vacaciones que aún no ha
disfrutado.
Luego pasan a la habitación, donde Lucía empieza a llenar sus
maletas, piensa llevarse ropa suficiente para su estancia en el pueblo,
no quiere tener que lavar, no sabe cuánto tiempo estará entre el
hospital y la casa de sus padres. Revisa que tiene todo lo necesario y se
da una ducha para, finalmente, marcharse. Vuelve a abrazar a Anabela,
nunca ha tenido una relación estrecha con la chica, pero el manejo que
ha tenido ante su crisis lo agradece con el corazón.
Sale del portal para coger el bus que la llevará a la estación de
trenes, ve de reojo a Ramón, que la llama haciendo aspavientos con las
manos, pero ella ni tiene tiempo ni cabeza para escuchar lo que quiere
decirle. Cincuenta y cinco minutos después, está abordando el tren que
la dejará directamente en Zaragoza y desde allí se irá al hospital donde
han ingresado a su padre. Intenta descansar, leer, distraerse con el
móvil, pero no puede, tiene un cacao mental importante, entre lo del
accidente y Aba, la cabeza le va a explotar. Sigue dolida, pero por más
que quiera estar enfadada no puede, entiende perfectamente la actitud
de la chica, sabía en qué camisa se metía cuando empezó con el flirteo,
con las miradas, con los mensajes y las caricias furtivas. Incluso
piensa, que la actuación de Aba fue bastante sutil al decirle que se
fuera de su casa, si lo compara con lo que algunas de sus (ex)amigas
han vivido. Recuerda con mucha claridad cuando una de ellas llegó
con la cara hecha un Cristo, porque se acostó con una mujer casada
que no paró de insistirle hasta llevarla a la cama. Luego su
arrepentimiento fue tal, que la empujó gritándole cualquier clase de
improperios, acusándola de que se había aprovechado de su debilidad
y que ella era una mujer felizmente casada. En medio de todo el caos
la chica se cayó y se dio un tortazo en la cara. 
Desde luego, cree que Aba lo encajó lo mejor posible, aunque no
deja de darle vueltas a lo último que hablaron. Esa frase que se repite
en bucle, yo no soy como tú, le quema bastante porque es cierto que la
chica no es, o no sabe, que es lesbiana, pero esos gemidos, la forma de
suspirar, de mirarla, de devorarle la boca, no es precisamente de
alguien a la que no le gusten las mujeres. Y si cuenta los dos orgasmos
casi seguidos y el colchón bastante mojado de sus fluidos, puede llegar
a una conclusión muy certera. El ardor estomacal que le produce
pensar en Aba y Eduardo juntos, no se le quita ni con diez antiácidos
de los potentes, el tío es un patán y ella la chica más noble que ha
conocido nunca. ¿Por qué siguen siendo pareja?
—Ni puta idea —dice bajito.
Finalmente llega a Zaragoza después de viajar durante una hora y
cuarto, baja del tren y sale a coger el bus, tiene trece paradas hasta el
hospital universitario Miguel Servet, así que, con paciencia, avanza
con el resto de los pasajeros y espera la llegada del transporte público.
En ese momento rememora aquellos viajes que hacía cuando recién se
había mudado a la capital, solía visitar a sus padres con frecuencia,
adoraba la tranquilidad que le produce el hogar familiar. Para ir hasta
su pueblo, se tardan unos treinta minutos en coche desde el centro y
cuando llega ahí, los pulmones reciben aire puro, el cuerpo se destensa
y el alma flota. Esta vez no sabe si podrá disfrutar de lo mismo, ella
solo espera que su padre se recupere para poder seguir adelante. En un
abrir y cerrar de ojos, se encuentra arrastrando los dos maletones por la
entrada del hospital y tras preguntarle a una, no muy simpática
enfermera, se encamina a la planta uno del centro de salud, la unidad
de cuidados intensivos. Nada más enfilar el pasillo, divisa a su madre,
que la mira mientras parpadea varias veces y se levanta de golpe. Se
abrazan, hace meses que no se sienten, madre e hija de nuevo están
juntas y en un momento tan duro como ese, es todo cuanto necesitan.
—Lucía, hija, siento mucho tener que sacarte de tu casa por esto,
tampoco era necesario que vinieras.
—Pero ¿cómo no iba a venir? Tengo que estar aquí para ti y papá,
¿cómo te sientes?
Durante un rato largo, Mercedes se desahoga con su hija, le cuenta
todo lo ocurrido y lo que le han contado los médicos sobre el avance
de Paco, su padre. Sigue inconsciente y esperan que en las próximas
horas despierte, el golpe en la cabeza ha sido fuerte y temen que sea
más grave de lo que piensan. Mercedes, reconoce unas ojeras oscuras
en la cara de su hija, se detiene a observarla bien y la ve más delgada,
sabe que tiene problemas con Dulce, pero está segura de que algo más
le pasa.
—Hija, ¿qué ha ocurrido en Madrid?, te noto angustiada.
Lucía se tensa, sabía que su madre no pasaría por alto el cambio
físico y el de su mirada. Con todo lo vivido, ha perdido el brillo en sus
ojos, la jovialidad y esa alegría que tanto le caracterizaba, pero tiene
que disimular, salir del paso, no quiere sumarle otra carga mental a su
madre, ya es suficiente con el accidente de su padre.
—Nada, mamá, estoy muy preocupada por papá, es todo.
—Podrás estar viviendo en Madrid, pero eres mi hija, Lucía, te
conozco y a mí, no me engañas. Hace tiempo ha pasado algo que no
quieres contarme, de la noche a la mañana dejaste de llamar y de venir
a visitarnos. Las pocas veces que hablamos pareces apagada y cuelgas
rápido, como evitando que te haga muchas preguntas. Creí que era por
los problemas con Dulce, pero algo más gordo tuvo que ocurrir.
—¿Familia de Francisco Márquez? —pregunta un enfermero que
aparece por el pasillo salvando a la camarera del grado al que le
empezaba a someter su madre.
Entran a una consulta y allí las espera el médico tratante, quien
explica que Paco ha despertado y parece encontrarse fuera de peligro.
Lo peor ha pasado, pero deben tenerlo en observación durante varios
días y realizarle más pruebas. Con respecto a la rotura de la pierna, se
trata de una fractura simple en la tibia y con el debido descanso, sanará
rápido, aunque por la edad, podría tardar un poco más, pero no hay
nada de qué preocuparse en ese aspecto. Ambas mujeres sueltan el aire
que tenían atrapado en los pulmones, se esperaban una noticia peor,
sobre todo Mercedes, que fue testigo de la estrepitosa caída de su
marido, creía que no volvería a verle despierto. El facultativo les
explica que hasta al día siguiente no podrán visitarlo, esa noche la
pasará en la UCI y, si todo va bien, lo llevarán a planta donde una de
las dos podrá quedarse con él.
Salen de allí más que satisfechas, deciden marchar al pueblo, no
hay nada que hacer en el hospital y necesitan descansar además de
preparar todo para la estancia de Mercedes en el centro de salud. Se
acercan a la parada de buses, al hospital llegaron en ambulancia, así
que les toca volver en transporte público y ya al siguiente día, Lucía
cogerá el coche de su padre.

Tras un buen rato, finalmente llegan a casa, todo está tal y como
siempre, la camarera va a su antigua habitación a desempacar. Su
madre se ha ido directa a la ducha para después preparar algo de cena
y dormir. Lucía lo mira todo a su alrededor, parece que fue ayer
cuando, en esa misma cama, se acostó con su primera novia mientras
sus padres estaban trabajando. Tiene muchos recuerdos bonitos en esa
casa, suspira pensando en lo alejada que ha estado de su familia y
vuelve a prometerse regresar a menudo, aunque su situación sea
complicada.

Han pasado varios días desde que Lucía llegó a Zaragoza, ha sido
agotador, idas y venidas del pueblo a la ciudad y las horas muertas
entre la sala de espera y la habitación en la que está su padre, pero a
pesar de todo, Lucía está muy contenta. Paco evoluciona como si de un
chiquillo se tratara. Mercedes no pierde oportunidad para abrazarla y
darle el cariño que solo una madre puede ofrecer. Se siente arropada y
querida, maldice nuevamente a Dulce por obligarla a trabajar sin
descanso para pagar todas las deudas que le dejó, alejándola de lo
verdaderamente significativo para ella. Con tanto jaleo, ha pensado
poco en Aba, pero ahora que la situación con su padre está bajo
control, la violinista entra a su mente como un rayo en plena tormenta.
La chica no se ha puesto en contacto con ella, lo que hace que Lucía
tenga más claro aún que, sea lo que sea que haya pasado entre las dos,
no tenía ningún futuro. Así que se convence de que ha sido una
experiencia más y debe seguir adelante, tiene cosas bastante más
importantes en que pensar.
Paco es dado de alta, tras todas las pruebas, han confirmado que el
golpe de la cabeza se ha quedado en un susto y la fractura tardará
varias semanas en sanar, pero el hombre domina las muletas como un
experto pese a su edad, así que la movilidad está limitada
mínimamente. Eso era algo que le preocupaba mucho a Lucía, aunque
desde el call center no le pusieron pegas por su ausencia, fueron
bastante claros al indicarles que el siguiente lunes debía volver. Una
vez instalados en casa, Lucía comprueba que su madre sigue tan
apañada como siempre, en un momento ha aseado a su marido, ha
montado un tinglado en el salón para que el paciente pueda ver la tele
con máxima comodidad y ya está metida en la cocina preparando una
comida que huele de maravilla. Hace un rato el móvil de Lucía tiene
una notificación que ha ignorado, porque su padre está muy
entretenido contándole las pericias de una enfermera novata intentando
cambiarle la cura de la cabeza. En cuanto acaba, revisa el móvil con
toda la pereza del mundo y se queda de piedra, el mensaje es de Aba y
tiene que leerlo varias veces para cerciorarse de que sus ojos no
mienten.
A: Te echo de menos, Lu.
CAPÍTULO 17

Aba lleva días muy irritada, le pasan cientos de cosas por la cabeza,
desde que su vecina se fue, no sabe qué hacer. Desconoce si la chica se
ha ido del piso, un par de veces ha visitado su casa, pero nunca
consigue hablar con alguien. Cada vez que intenta escribirle, tiembla
de forma exagerada y suelta el móvil como si tuviese una bomba a
punto de explotar en las manos. La extraña a rabiar, le parece una
locura, prácticamente acaba de conocerla, pero a su lado se siente tan
bien que, al final, encuentra lógica en ello. Sus días han pasado entre
ensayos y conciertos, ha ido al Roll Roll con los de la banda, no verla
allí le dejó el corazón latiendo lento y aunque intentó saber de ella,
solo le dijeron que tenía unos días libres. De Eduardo no tiene ni idea y
lo agradece, pero lo conoce muy bien, tarde o temprano la buscará, eso
la pone nerviosa, aunque no tanto como el hecho de no volver a ver a
la camarera. La chica no ha dado señales de vida y ella ha querido
darle tiempo para que aparezca, sin embargo, parece que Lucía ha
dado por finalizada cualquier relación con la violinista. ¿Pero cómo va
a hablarte, Aba? —se pregunta—, sabe que se comportó como una
cobarde, una cría incapaz de responsabilizarse por sus actos y sus
consecuencias. Después de seis días sin saber nada de su vecina, se
envalentona, decide llamarla, pero se para en seco antes pensando que
no le saldrá la voz si es que la chica le contesta, así que mejor le envía
un mensaje, así puede saber si lo ha leído, aunque si tarda en
contestarle, pasará un rato lleno de mucha angustia. Escribe y borra,
repite esa acción unas veinte veces hasta que, finalmente, decide ser
honesta, la echa de menos y no va a ocultarlo.

Lucía la ha dejado en visto, sí, han pasado dos días desde que Aba
le envío el mensaje y la camarera no piensa contestar. Entiende su
confusión, pero siente que la violinista la está mareando, se acerca a
ella, se aleja, la cela, se acuestan, la vuelve a alejar y ahora,
supuestamente, la echa de menos. No va a entrar en ese juego, ya ha
decidido que no quiere nada con ella y se mantendrá firme por mucho
que le pueda gustar la chica. Tiene que regresar a Madrid, es momento
de volver al trabajo y a su vida. Paco está muy bien y Mercedes lo
tiene todo bastante controlado. Los abraza a los dos con lágrimas en
los ojos, asegurando que les llamará cada día y viajará al pueblo en
cuanto pueda. La madre de Lucía la lleva a la ciudad, su tren sale en
breve y cuando se despiden le deja claro que tienen una conversación
pendiente y la próxima vez, no permitirá que la toree.
Aba ha pasado esos días en una espera angustiosa y al verse
ignorada, se ha sumido en una tristeza que hacía años que no sentía. La
noche anterior, después de un evento privando en el que Bacua hizo
una presentación magistral, volvió a su piso tan cabizbaja que
pareciera, más bien, que venía del peor fracaso de su carrera y se metió
en la cama con ganas de no salir de ella en semanas. Eduardo la ha
llamado al menos doce veces y ella ha pasado de él olímpicamente, —
que se vaya a hacer puñetas—, murmura. Sabe que debe enfrentarlo,
pero no tiene nada de ganas, agradece que James no haya compartido
la nueva agenda con él, por lo que no se ha podido presentar en los
conciertos ni en los ensayos y si ha ido a buscarla al piso, ha sido
cuando ella no ha estado. Suspira derrotada, se siente como aquella
vez, cuando su segundo novio la dejó y a ella le dolió tantísimo que no
recuerda durante cuánto tiempo se cerró al amor con tal de no volver a
sufrir. Por más que piensa en lo que puede hacer, no llega a ninguna
conclusión, ya la buscó y es la camarera quien ha decidido no
responderle. Lo peor es que tendrá unos días libres, Bacua no vuelve a
actuar hasta la próxima semana y ella siente que se va a ahogar en su
casa. Muy a su pesar, va a la ducha y se viste para salir a dar una vuelta
por el barrio, tomarse algo en un bar o simplemente que le dé el aire.
Mientras entra en el ascensor, revisa su móvil por si acaso se ha roto y
por ello no recibe ninguna notificación de su vecina, pero descarta esa
absurda idea, ha hablado con varias amigas, con James y con sus
compañeros de banda, así que el dispositivo funciona perfectamente.
Se encuentra cavilando mil cosas cuando las puertas del aparato se
abren y ve allí de pie junto a dos maletas a la chica que le tiene el
pecho reventado gracias al martillo percutor en el que se convierte su
corazón cuando la mira.
Lucía llevaba todo el camino desde la estación de trenes pensando
en las posibilidades de encontrarse con Aba, incluso empezó a recordar
la rutina meticulosa que tiene la chica y supo que era casi imposible
coincidir con ella. Difícil lo va a tener si la violinista acude al Roll Roll
con su banda y con el gilipollas, pero ahí también podría evitar su
cercanía, con atender otras mesas y centrase en su trabajo tendría
asegurado el éxito de su misión. Se siente bien, segura de su decisión,
pero todo se derrumba cuando dentro del ascensor está el verde más
bonito que ha visto en su vida. Mira los labios carnosos de Aba y sus
planes caen en saco roto, quiere saltarle encima y comerle la boca,
pero claramente se contiene, pone su mejor pose de chica dura, activa
su cara de gato enfurruñado y la mira sin aparente interés.
—Has vuelto, Lu —sonríe una Aba muy nerviosa.
—¿Sales?, necesito espacio para entrar con las dos maletas —
contesta Lucía con su tono más borde.
—Sí, sí, ¿te ayudo? Ahora no hago nada, justo iba saliendo a dar
un paseo, tengo unos días libres, ¿sabes?, es que hemos tenido varios
con…
—¿Sales o no? —la corta.
—¿No quieres que te ayude, Lu? —vuelve a la carga Aba, que
presiona compulsivamente el botón del ascensor para que las puertas
no se cierren.
—No quiero nada de ti, termina de salir del puto ascensor.
Aba se queda petrificada y los ojos se le humedecen, siente una
energía diferente. Cuando conoció a su vecina, la vio rabiosa, pero
jamás con esa mezcla de decepción y antipatía que nota ahora en ella.
La observa por unos segundos y la chica la sigue mirando desafiante,
así que simplemente sale del elevador y se marcha a la calle
aguantando las ganas de girarse. Apenas sale del portal, empieza a
llorar, está abatida y experimenta el dolor de diez puñales clavándose
en su pecho. No entiende el sentimiento, su cabeza sigue peleando con
lo que siente y lo que se supone que es correcto. En medio del llanto,
suelta una carcajada histérica al pensar que la relación que tenía con
Eduardo es la que catalogan como lo normal solo porque es entre un
hombre y una mujer, aunque él sea un cretino, un cerdo y ella sea
totalmente infeliz. Se seca las lágrimas y decide airearse un poco, la
situación la agobia bastante, así que lo mejor es respirar mientras da un
paseo e intenta tranquilizarse.
Lucía está sentada en su cama, procesando lo ocurrido, le duele en
el alma tratar así a la violinista, pero no quiere sufrir más. Aba causa
un efecto brutal en ella, son mariposas, cosquilleo, ganas, deseo. Todas
esas sensaciones se magnifican cuando la tiene cerca y no se puede
permitir dar un paso a lo que sabe que es un despeñadero a una muerte
segura. Es innegable, la chica no va a cambiar su manera de pensar,
seguirá renegando de lo evidente, continuará con su vida
heteronormativa creyéndose así el fantástico cuento de hadas que
siempre ha vendido la sociedad. No le apetece pelearse con ese
pensamiento, Lucía quiere volver a respirar, quitarse de encima las
deudas que tiene, retomar su profesión y dejar de pensar en esa boca
roja e hinchada que la vuelve loca.
El timbre del piso de la camarera suena y teme que sea la chica
que le roba el aliento, pero Lucía no va a esconderse, ella quiere
enfrentarse a los hechos, así que abre decidida la puerta sin
equivocarse en adivinar quien es la inesperada visita.
—¿Pu-puedo pasar, Lu? Necesito que hablemos —habla Aba con
la voz rota.
Lucía vuelve a quebrarse por dentro, mira a la chica con los ojos
hinchados, es obvio que ha estado llorando y aunque quiere mantener
el tipo, le duele verla así. Sin decir nada, se hace a un lado para dejarla
pasar, cierra la puerta y se dirige a su habitación, no quiere que nadie
interrumpa la conversación. Le hace un gesto con la cabeza a la
violinista para que la siga y entran al espacio que, en ese momento, a
Lucía se le antoja minúsculo.
—Tú dirás, Aba.
—Sé que estás molesta conmigo, pero yo no soporto que estés así
de enfadada. Volvamos a ser amigas, Lu, ¿no quieres?
—¿Amigas?, no sé en qué mundo vives tía, pero tú y yo nunca
fuimos amigas. Si no quieres verlo, es tú problema, yo esta canción me
la sé de memoria. Tú a mí me gustas como mujer, no para fingir una
amistad. Nos hemos besado, hemos follado y lo has disfrutado tanto
como yo. Insistes en negarlo y no seré yo quien te obligue a aceptarlo.
Cada uno vive como quiere, pero desde luego yo no entraré en esa
rueda.
—¿A qué te refieres? —pregunta Aba temblando, sabe que la
chica tiene la razón, pero hay una fuerza sobrenatural que no le deja
avanzar.
—Me refiero a que yo paso, Aba. Esto se acaba aquí, ni amigas ni
hostias. Yo estoy ya muy jodida y lo menos que quiero es estar con una
chica que ni siquiera tiene claro lo que desea y siente. No quiero que
vuelvas a contactarme, haremos como si no nos hubiésemos conocido
y créeme, será mejor para las dos.
Aba se queda sin aire y en cuestión de segundos rompe a llorar
nuevamente, está vez el llanto es tan desconsolado que Lucía abre los
ojos impactada. La violinista dice palabras sueltas que se mezclan con
lágrimas e hipidos, impidiendo que se le entienda. La camarera se
acerca a ella, pero la chica no para de moverse, de tocarse el cabello y
de intentar respirar.
—Aba, cálmate, por favor, no te pongas así.
Pero Aba sigue igual, se ha puesto muy roja y empieza a
desabotonase la camisa en busca de aire. Lucía la ayuda mientras la
abanica con las manos, se está poniendo muy nerviosa. Lo único que
se le ocurre es abrazarla con suavidad y empieza a susurrarle al oído,
con mucha calma.
—Cariño, escúchame, vamos a hablarlo, ¿vale? Me vas a contar lo
que sientes y yo te voy a escuchar. Tienes que respirar profundo, dejar
que el aire entre, porque si no, te vas a ahogar. Estoy aquí contigo.
Pasan unos minutos en silencio, abrazadas y aunque Aba parece
estar más tranquila, no para de llorar. La chica se ve realmente
desesperada y Lucía siente que ha sido demasiado dura, se ha dejado
llevar por la rabia. Han sido días difíciles, aunque su padre está mucho
mejor, lo que le ocurrió a Paco le afectó bastante. Segundos después,
por fin, escucha hablar a la violinista, ¿cuándo Aba dejará de
sorprenderla?
-Lu, no me dejes, por favor. Me duele aquí —se toca el centro del
pecho—, cuando no estás conmigo.
CAPÍTULO 18

Aba se concentra en su respiración, sentir a Lucía así cerquita, la


tranquiliza un poco y la ayuda a salir de esa desesperación que estaba
sintiendo. Ha sufrido una ansiedad terrible en cuanto entendió que su
vecina quería alejarse de ella definitivamente. Se asustó muchísimo
cuando sintió el dolor profundo en el pecho, pensaba que el corazón se
le iba a salir por la boca. Después de serenarse, se impacta de sus
propias palabras, no quiere qué Lucía la deje y está dispuesta rebatirle
cada uno de los motivos que la camarera le dé.
—Tengo mucho miedo, Lucía, todo esto se escapa de mi control,
pero siento pánico al pensar que quieras alejarte de mí. Te parecerá una
tontería, apenas nos conocemos, pero creo que jamás me había sentido
tan bien con alguien. Contigo puedo ser yo, no te alejes, por favor —le
dice de carrerilla la violinista, repitiendo su última frase con la voz
temblorosa.
—No se trata de que me aleje o no, Aba, es que tú a mí me
encantas. ¿Sabes hace cuánto no me sentía así de viva?, pero las dos
estamos en polos totalmente opuestos. No solo no te gustan las
mujeres, es que ves la homosexualidad como un pecado capital. No
puedo fingir que quiero ser tu amiga escondiendo lo mucho que te
deseo. Esto me hará daño y ya con lo que he sufrido, es suficiente.
Aba se queda muda, escuchar de la boca de la chica lo mucho que
le encanta, la ha dejado sin palabras. Empieza a pensar con rapidez qué
contestar, pero tiene la mente tan saturada que no sabe qué decir. Lucía
espera que le diga algo, pero como no lo hace, continúa hablando, la
sinceridad es una de sus cualidades, siempre ha ido de frente, aunque
duela y esta no va a ser la excepción.
—Te he contado muy poco de mi vida, pero te adelanto que me
han traicionado, dado la espalda y dejado muy sola. Tengo una carga
muy pesada sobre mis hombros y créeme, Aba, que tú te metieras en
mi mente no era el plan que más deseaba, yo no pedí esto. Es gracioso,
¿sabes?, yo solo quería volver a ser feliz y justamente tú me habías
llevado a sonreír otra vez. Sé que esto no puede ser, tengo que pasar
página y tú, aceptarlo.
—Estás muy guapa cuando sonríes y yo soy feliz de saber que soy
la causante de ello —dispara Aba como un dardo directo al corazón.
No origina el efecto deseado, aunque no lo pretendía, Lucía siente
que la chica juega, otra vez, con la situación. Un tira y afloja que no le
gusta nada, piensa que Aba no es capaz de enfrentar los hechos, de
sincerarse con ella y decirle exactamente lo quiere. Solo se limita a
soltar frases como esa, que le provocan un cosquilleo que va desde la
boca hasta su sexo, a la vez que le genera un enfado de esos, de los
suyos. La camarera chasquea la lengua negando con la cabeza, sabe
que la conversación no va a parar a ningún sitio así que vuelve a ser
directa con la chica.
—Yo creo que poco nos entendemos, Aba, tú quieres una cosa y
yo otra. En otro momento de mi vida, quizá, hubiese cedido ante la
posibilidad de una amistad y un ya veremos, pero desde luego no estoy
dispuesta a ello, sé lo que hay. Además, siento que no eres sincera,
solo dices lo que te conviene en las ocasiones que llevas la de perder y
eso no me gusta.
Lucía se gira para salir de la habitación, el momento es asfixiante
y necesita que entre ellas el aire corra. Aba es más rápida y la sujeta
por la muñeca, suave, pero firme y le regala una mirada suplicante a la
camarera. Se concentra y hace un esfuerzo abismal, sabe que, si no
habla, es el fin.
—Te prometo que no es mi intención quedarme callada, esta
situación me supera tanto que no puedo ni verbalizar que hemos
hecho… eso… juntas. Es verdad que sabes más de mi vida que yo de
la tuya, pero solo te he contado una parte feliz de ella, si me escuchas,
tal vez, puedas entenderme y, no sé, Lu, no marcharte de mi lado.
Lucía la mira durante unos segundos y se va a la cama a sentarse.
Pega la espalda al respaldo y cruza las piernas en modo indio, no cree
que las cosas entre ellas vayan a cambiar, pero Aba también tiene
derecho a contarle lo que necesite. La violinista empieza a relatarte
como fue su infancia en aquella comunidad tan alejada de la
civilización, con normas absurdas y formas de pensar tan arcaicas. Le
habla de su madre, de cómo asumía para ella un futuro que, desde
luego, estaba escrito, un marido, varios hijos y dedicación entera al
hogar, sin contar con lo que Aba realmente quería, sin derecho a elegir.
Le explica que cuando tenía once años, se descubrió el gran pastel, un
grupo de feligreses hacían fiestas clandestinas de vez en cuando. Todos
eran homosexuales, frecuentados por chicos de otros pueblos, aquello
fue catalogado como Sodoma y Gomorra. Ese hecho marcó un antes y
un después en su comunidad, los padres apretaron bastante más las
tuercas, limitaron la privacidad, los momentos de ocio y aceleraron el
proceso de unión matrimonial. Ya las chicas de catorce años dejaban
de estudiar y aprendían todo lo relacionado con llevar un buen hogar y
al cabo de dos años estaban listas para desposarse. Pero lo más
espeluznante vino después, muchos progenitores empezaron a hacer la
vista gorda ante algunos hechos bastante perturbadores, la misma Aba
casi fue víctima de ello.
La violinista detiene su historia, necesita respirar y le pide un vaso
con agua a su vecina para poder continuar. Tras beberlo de un tirón, le
cuenta que cuando tenía dieciséis años, el pastor empezó a tener
acercamientos inapropiados hacia ella, al principio eran simples roces
o comentarios sin demasiada importancia. Pero poco a poco, fue a
más, empezó a manosearla de forma descarada mientras la obligaba a
leer algunos versículos y para Aba, fue demasiado. Se lo contó a sus
padres y lo primero que recibió fue un bofetón de parte de su madre, le
gritó mentirosa a su propia hija, la obligó a buscar al pastor y pedirle
perdón. Cuando la llevaron, casi a rastras hacia el templo, su padre no
dejaba de repetirle que el hombre siempre tenía que llevar las riendas
de la casa, de la mujer y que, si ella no cambiaba esa forma tan absurda
de ver la vida, se iba a quedar para vestir santos, la vergüenza de la
familia. Aba aguantó un año más en esa casa, tuvo el temple para no
quedarse más a solas con el cabrón del pastor, pero no pudo evitar que
llegaran las presentaciones formales de aquellos que la pretendían. Le
quedaba muy poco tiempo para caer en ese hueco que sería su vida al
convertirse en la señora de, así que buscó ayuda en la única persona
con la que siempre pudo contar, su abuelo. Él la sacó de ese pueblo
anclado en la prehistoria, es el responsable de que hoy Aba, sea una
excelente violinista y musicóloga.
También le contó su vida universitaria, sus trabajos de medio
tiempo y la oferta que le hizo el mánager de Bacua, que, aunque
Eduardo se atribuía el mérito, ella solita, con su maestría, había atraído
a más de un profesional de la música y James había sido el primero en
ofrecerle una oportunidad que no podía rechazar.
Cuando Aba acaba su historia, Lucía está literalmente babeando, si
antes le gustaba la chica, ahora la ha llevado a la locura inmediata. Ve
en la violinista una mujer fuerte, que ha salido de una mierda de
pueblo lleno de gente con ideas opresoras para convertirse en alguien
capaz de hacer realidad sus sueños más anhelados. A la camarera le
cuesta comprender que existan personas con un fanatismo tan intenso
que pasen por alto situaciones espantosas, como dejar a sus niños en
manos de un cerdo y creer antes en él que en sus propios hijos. Sufre al
pensar en el dolor de Aba y logra entender muchas de sus actitudes, el
miedo, el rechazo y el compartir su vida con un gilipollas que no ha
hecho más que maltratarla cada vez que ha tenido oportunidad. Sin
embargo, la camarera no sabe cómo encaja esta información con la
decisión que antes ha tomado, y ya que Aba permanece callada durante
un rato mirándose las manos mientras se toca los dedos nerviosamente,
Lucía decide hablar.
—Lo siento mucho, Aba, entiendo que tuvo que ser una infancia
muy difícil, ese hijo de puta merece que, como poco, le corten las
manos. Me pongo en tus zapatos y tuvo que ser horrible, pero creo que
esto no cambia en nada nuestra situación.  
Aba sube la mirada, se enfoca en la cara de su vecina, realmente le
gustan sus ojos color miel, pero, sobre todo, le encanta lo que le hacen
sentir. Mira un poco más abajo y se ancla en su boca, esa que hace
varios días la devoró entera y consiguió que un río fluyera entre sus
piernas.
El salto Ángel es la caída más alta del mundo con una altura de
979 metros, quienes tienen la suerte de presenciarla, dicen que el
corazón se les detiene unos segundos ante su majestuosidad y eso es
justo lo que siente Lucía cuando Aba se acerca ella y se pega a sus
labios, le da un beso casto y es apenas un susurro lo que sale de su
boca.
-Dame una oportunidad, Lucía, me estoy muriendo por ti. 
CAPÍTULO 19

La tormenta comienza despacio, Lucía actúa por instinto y atrapa los


labios carnosos de la violinista. La besa con cariño, con suavidad,
aunque en realidad quiera devorarla entera, como un tigre a su presa,
pero tiene que ir con calma, lo sabe. Aba se pega más a ella, decidida y
en un movimiento que no analiza, termina de tumbar a su vecina en la
cama para acostarse sobre su cuerpo. Lucía aumenta el ritmo, está a
punto de explotar al sentir a la ojiverde adherida a su piel, le acaricia la
espalda varias veces y se atreve a masajearle el culo con un poco de
miedo, pero ese gemido desgarrador que sale de su boca favorita, la
invita a seguir por ese camino e incluso, avanzar algo más.
Se desata un tornado dentro de esas cuatro paredes, no se escucha
nada más que besos húmedos y gemidos muy mal amortiguados,
ambas están seguras de que se les oye en todo el piso, pero ni siquiera
Aba le da importancia, está sumida en las caricias y los mordiscos que
Lucía va dejando en sus labios y en el cuello. La camarera siempre es
la más arriesgada, pero esta vez decide que es su acompañante la que
tiene que dar los próximos pasos, sabe que no lo hará sola,
seguramente, un pequeño empujón la ayude a lanzarse de cabeza.
—Dime qué quieres, Aba.
Por toda respuesta, la camarera recibe un quejido de lo más
sensual y una incursión profunda a su boca. Aba le saborea la lengua
con unas ganas desenfrenadas, no parece ella, nuevamente deja a un
lado, al menos por un rato, su siempre presente inocencia, pero Lucía
quiere que sea la chica quien tome las riendas de la situación, ya han
estado juntas una vez y los miedos no tienen cabida en ese momento.
—Aba, si no me dices lo que quieres, voy a parar —amenaza
Lucía, muy poco convencida de sus propias palabras.
—Qui-quiero hacer el amor contigo —responde la violinista
mientras se pone roja como un tomate.
Suenan las campanas y Lucía no tarda ni un minuto en desvestir a
la ojiverde, la deja de pie delante de la cama mientras ella se desnuda.
La camarera se arrodilla y empieza a besar lentamente los pies de la
chica, pretende probar cada rincón de su cuerpo, no tiene prisas. El
nerviosismo que tenía en un principio al pensar que Aba en cualquier
momento pararía, ha muerto del todo, se siente tranquila y piensa
disfrutar cada segundo con ella. La violinista suspira excitada cada vez
que siente la lengua de Lucía conquistar un nuevo espacio de su piel y
esta vez no puede quedarse quieta, es momento de atreverse a lo
desconocido, cuando su vecina está casi a su altura comiéndole
vorazmente los pezones, Aba le acaricia el vientre con mimo hasta
llegar a ese sitio que grita su nombre. Baja la mano hasta encontrarse
con una humedad asombrosa, aunque no sabe muy bien qué hacer,
masajea durante un rato la zona y desliza los dedos de arriba a abajo,
deteniéndose en los lugares donde la camarera parece disfrutar más.
—Dentro, cariño. Mételos dentro —suplica Lucía a media voz.
Aunque la violinista titubea por unos segundos, logra meterle dos
dedos de golpe. Se asusta de pronto al escuchar el aullido lastimero
que ha soltado Lucía, pero rápidamente se da cuenta de que es
producto del placer cuando la camarera empieza a mover sus caderas y
jadea sin parar. Lucía siente tanto el éxtasis, que tiene miedo de que le
fallen las piernas, se limita a acariciar a Aba todo lo que puede, a
mordisquearle los labios que casi han doblado su tamaño de lo
hinchados que están. Tiene verdadera adicción por ellos.
—No sabes lo bien que me estás follando, no pares —le larga
Lucía mientras resopla de la excitación.
Pierden la noción del tiempo allí encerradas dándose placer
mutuamente, Aba ha impresionado a su vecina y Lucía ha
enloquecido, más aún, cuando la violinista se ha corrido dos veces
seguidas empapándola a ella y al colchón. Ambas están tumbadas,
muy juntas en una esquina de la cama, la que está seca, respirando con
tranquilidad. La camarera acaricia la espalda de su acompañante a la
vez que su cabeza da vueltas como una peonza. ¿Qué pasará ahora?
—se pregunta—, se siente tan bien que no quiere romper la burbuja en
la que están ahora mismo, pero con lo que no cuenta, es que la ojiverde
lleva rato analizando lo sucedido y rompe el silencio para dar un paso
al frente.
—Para mí, es muy difícil decirte esto, Lu, pero me ha gustado
mucho lo que ha pasado —le dice temblando.
Lucía no puede creer lo que escucha. Aún no quiere celebrarlo,
necesita saber con exactitud qué significa para Aba lo que acaba de
pasar y también lo que ha dicho. Aunque es consciente de que la
violinista no es mujer de un polvo
y ya está, entiende que, con su
forma de pensar, tal vez quiera que se quede solo en eso y quizá repetir
de vez en cuando hasta que vuelva a su ciudad. Porque esa es otra
cosa, la chica vive en Barcelona y en algún momento tendrá que
regresar a su casa. Pero antes de profundizar en ese tema, cree preciso
continuar la conversación y decirle lo bien que se lo ha pasado ella
también.
—A mí también me ha gustado mucho y perdona que te lo diga
así, pero joder, Aba, qué coño tienes.
La violinista no sabe dónde meterse, le da una vergüenza tal que le
diga ese tipo de cosas que percibe como la cara le hormiguea y las
mejillas le arden. Pero por alguna razón no se siente ofendida, todo lo
contrario, le gusta mucho que Lucía tenga esa debilidad por ella.
Reflexiona sobre cada cosa que han hecho en la habitación de su
vecina y no tiene objeción alguna, asume que lo ha disfrutado todo y
se confiesa a sí misma que hay ganas de más, de seguir a su lado, de
continuar besándola y descubrir muchas cosas, pero junto a ella. En su
mente, la voz de su madre aparece de golpe, la cara de su padre refleja
todo el asco existente y Aba tiembla sin poder evitarlo, fueron muchos
los años bajo esa doctrina, pero de inmediato se recompone. Esta vez
no permitirá que ellos se interpongan nuevamente en su vida, ya es una
mujer adulta capaz de tomar sus propias decisiones y aunque es
consciente de que le costará, quiere seguir adelante, quiere intentar
estar con Lucía.
—¿Qué piensas, Aba? Necesito que me digas todo lo que sientes
— le pregunta Lucía sacándola de sus cavilaciones.
—Me gustas, Lucía, me gustas mucho. Nunca me había pasado
esto, jamás había, ni siquiera, mirado a otra mujer como te veo a ti y
tengo mucho miedo porque no sé cómo se hace esto, no quiero hacerte
daño con mis inseguridades —responde Aba que, ya para cuando
termina de hablar, tiembla más que un flan.
—Cariño, no tienes por qué tener miedo, sé por lo que has pasado,
pero si realmente deseas esto —señala a las dos— podemos intentar a
ver qué pasa. Yo tampoco estoy segura de nada, no sé qué pueda
suceder entre nosotras, ni siquiera sé si vaya a funcionar, pero me
gustaría seguir viéndote. Te prometo que iremos a tu ritmo, si es lo que
te preocupa —finaliza Lucía con el corazón en un puño. 
—Me gusta que me digas cariño —le dice Aba con una voz tan
infantil que, de repente, está muerta de vergüenza.
Lucía le coge la cara con ambas manos y la besa, le encanta cada
cosa que descubre de la violinista. Tiene un miedo atroz de sentir más
por ella y que luego todo se vaya al garete, pero está cansada de vivir
amargada, sola, sin ilusión. La chica de ojos verdes, en muy poco
tiempo, le ha devuelto las ganas, esas que había perdido hace casi dos
años. Aunque ha mantenido su cara de perro rabioso, empezaba a ir a
trabajar con otra energía, volvía a su casa más ligera y cuando la veía o
recibía un mensaje de ella, el alma le cambiaba de color, a uno bonito,
de esos que cuando lo ves, no puedes evitar ensanchar una sonrisa.
—Y a mí me gusta decírtelo —sonríe la camarera.
—¿Podemos comenzar despacio? Hay muchas cosas que aún me
cuestan, pero Lu, yo quiero estar contigo. Siempre sonrío cuando estoy
a tu lado y haces que el de aquí dentro —se toca el corazón— se
desboque cuando sabe que estás cerca.
En el momento que Lucía va a contestar, se escucha un escándalo
que las pone alerta, la camarera sabe perfectamente que viene del piso
de arriba, desde que Aba se mudó y tuvieron el primer altercado,
reconoce cuando el ruido sale de su casa. Las dos están muy calladas
intentando identificar el motivo de tal alboroto y la violinista se tensa
al escuchar la voz de Eduardo. Grita como un energúmeno que le deje
entrar, a la vez que, al parecer, le da unos porrazos importantes a la
puerta de madera. Ambas se miran, Lucía no puede disimular su cara
de decepción, se había olvidado de la existencia del gilipollas ese y se
pregunta que pasará ahora que ha aparecido el novio de la chica que
está desnuda a su lado.
CAPÍTULO 20

Aba coge la mano de Lucía, necesita fuerza para salir de la cama y


enfrentar a Eduardo. Está cansada de que irrumpa en su vida cuando le
da la gana y de cualquier la manera. Le da un beso en los labios a su
vecina y le acaricia la mejilla, no puede evitar ponerse colorada, a Aba
le tomará bastante tiempo acostumbrarse a compartir esas muestras de
cariño con otra mujer. Sale de la cama en busca de su ropa que, por lo
que ve, está desperdigada por toda la estancia, mientras va recogiendo
y poniéndose las prendas, sigue escuchando la voz profunda de
Eduardo, aunque, tal parece, ha dejado de golpear la puerta. Lucía
también se levanta y la coge del brazo, analiza que no es buena idea
que la chica suba a su piso mientras ese neandertal esté liándola.
—Aba, mejor espera que se vaya, ¿o es que quieres ir a verle?
—Es lo último que me apetece, pero tengo que parar esto ya,
Lucía y dejarle claro que no puede seguir comportándose de ese modo.
No es justo que tenga que aguantar sus desplantes y cuando él quiere,
he de estar disponible —contesta nerviosa. Jamás se ha enfrentado a
nadie y teme no estar a la altura.
Cuando la violinista termina de hablar, hay un silencio repentino,
luego se escucha una voz femenina y finalmente un portazo. La
camarera supone que alguna vecina ha salido a callar a Eduardo, quien
no para de dar espectáculos allí donde va. Usualmente, antes de iniciar
el servicio en el restaurante, los camareros que están en el turno
compartido del pub cuentan los cotilleos más jugosos de la jornada
anterior. El barman del Roll Roll explicó, entre chismes, que uno de
los clientes habituales del local casi le parte la cara al gilipollas una
noche tras echar el cierre del bar. La camarera no le prestó demasiada
atención, en ese momento pasó bastante del tema, pero, ahora que lo
piensa, si une todos los elementos y las actitudes que ha visto de él,
puede concluir que el chico es un pieza de muchísimo cuidado. 
Ambas se terminan de vestir, suben al piso de la violinista y
suspiran con satisfacción al comprobar que no hay nadie ahí. Ninguna
de las dos tenía ganas de enfrascarse en una discusión que no sabían a
dónde llegaría, mucho menos después de pasar horas haciendo el amor.
Entran directas a la cocina, Aba le ofrece un café a su vecina mientras
hablan de todo menos de lo ocurrido entre las sábanas. La violinista
siente un pudor asfixiante y Lucía prefiere no presionarla. Sabe que
Aba necesita espacio para digerir que hace nada, ha tenido en su boca
los pechos de otra mujer y le llevará algo de tiempo actuar con
normalidad, pero está casi segura de que lo logrará. Después de un
rato, deciden despedirse, ambas necesitan una ducha y prepararse para
regresar a la rutina al día siguiente. La camarera vendería su alma por
volver a follar con la ojiverde, esta vez, mientras el agua caliente cae
entre ellas, pero se detiene, aunque su entrepierna esté gritando que
siga adelante, que es necesario apagar el fuego. Aba la acompaña hasta
la puerta para despedirla, se queda de pie frente a ella mirando a
cualquier sitio menos a la cara de Lucía, está nerviosa como una
adolescente y sonríe sin saber qué hacer. Es su compañera quien
decide no torturarla y se acerca a ella para atrapar sus labios
velozmente, estampándole un beso tan pasional que cualquier jurado lo
aprobaría dándole un diez de diez.

Lucía lleva cuatro horas en una formación insufrible sobre cómo


vender mejor, según ella, una chorrada a la que, los responsables del
call center, la obligan a asistir cada cierto tiempo. La parte buena es
que no tiene que verle la cara a la amargada de Dolores, su encargada,
que nada más llegar esa mañana le recriminó su ausencia repentina,
haciéndole ver a Lucía que poco creía que su padre hubiese tenido un
accidente. La chica respiró unas diez veces porque sabía que, si le
soltaba un guantazo, iba directa a la calle y con una denuncia encima.
No le conviene perder el trabajo, así que, con ligereza, se dirigió a la
sala donde se llevaría a cabo el curso.
Anuncian un descanso de quince minutos y la camarera sale del
edificio para que le dé un poco el aire, no soporta la charla repetitiva y
aburrida que da el formador. Revisa su móvil y observa que tiene dos
llamadas perdidas del Roll Roll, no le parece raro, se imagina a
Cristian cuadrando horarios porque alguien ha pedido la baja o
simplemente no ha aparecido en su turno. La chica piensa en lo
negativo de trabajar con gente muy joven, valoran poco o nada el
puesto que tienen y a menudo se encuentra con este tipo de
situaciones. Sin dilatarlo más, llama al restaurante, debe volver dentro
y los minutos vuelan.   
—Hola, soy Lucía, me habéis llamado —dice la chica cuando le
contestan el teléfono.
—Lucía, ¡Hola!, soy Claudio, quien te llamó fue Cristian, justo
acaba de salir, pero es para saber si puedes venir hoy y mañana en el
turno de cenas. Una de las camareras trajo hoy su baja voluntaria,
estamos incompletos y con el restaurante al máximo de reservas.
Lucía resopla de malhumor, no quiere trabajar, menos después de
acabar en el call center, lo que le apetece es ir a casa y, si eso, subir a
ver a la violinista. Sabe que la chica sigue teniendo unos días libres y
desde luego, la camarera quiere aprovecharlos junto a ella. Pero no
puede rechazar la oportunidad que le ofrece su encargado, él conoce
perfectamente su situación y siempre intenta meter a Lucía en algún
turno para que genere dinero extra.
—Vale, Claudio, dile a Cristian que cuando salga de aquí, me voy
al local. Llegaré pronto, no pienso ir a casa para luego volver a salir —
espeta molesta como si Claudio tuviese la culpa de su desgracia.
Lucía vuelve a la formación y al acabarla, aún tiene que estar un
rato haciendo varias llamadas. El curso ha terminado antes de lo
planificado y la amable de Dolores no le ha perdonado ni un minuto,
así que la chica no tuvo más opción que ponerse los auriculares y
vender todo lo posible en ese tiempo para poder marcharse sin dejar
nada pendiente. Sale a la calle y tiene que coger dos buses para llegar
al Roll Roll, ambos van a reventar de gente debido a la hora pico y la
cara de la camarera es digna de una película siniestra. No sabe cuánto
tiempo más podrá soportar la situación en la que vive.
Cuando atraviesa las puertas del restaurante, al primero a quien ve
es a Cristian con una cara peor que la suya. En otro momento, se haría
la enfadada y se iría al vestuario, pero no va a hacerlo, su encargado no
se lo merece. Si lo piensa, Cristian es al único que puede catalogar
como amigo. Lo conoció en el local y desde el primer día la trató muy
bien, tuvo paciencia cada vez que ella tenía sus ataques de histeria y
siempre ha buscado la manera de ayudarla a ganar más dinero o la ha
cubierto cuando ha sido necesario. Se acerca a él y se sienta a su lado
en silencio, no quiere molestarlo ni obligarle a hablar, pero es Cristian
que nada más verla, se rompe.
—Va a pedir la custodia completa de las niñas, la muy cabrona —
habla de su exmujer, a la vez que llora como un niño—. Lleva tiempo
saliendo con un tío al que no le hace gracia que vaya a la casa a ver a
mis hijas, ¿tú lo ves normal? Qué son mis hijas, joder.
La camarera, en un impulso poco común, lo abraza y le susurra
que todo irá bien, que ningún juez aprobaría esa locura con el padrazo
que es.
—Tú adoras a tus hijas, Cristian, cumples con lo que te exige la
perra mala de tu ex, jamás faltas a las visitas y te comes los turnos
necesarios con tal de que te den horas libres para asistir a cualquier
actividad que tengan en el colegio. Es una locura que esa mujer te
salga ahora con esa estupidez.
—No lo ve así, Lucía, siempre ha intentado joderme porque no
supera que dejé de quererla. Me separé de ella, no de mis hijas, pero no
lo entiende.
—Ahora mismo llamo a la abogada que me ayudó con el marrón
que me dejó Dulce, si no fuera por ella, hubiese sido mucho peor.
Imagino que nos recomendará a algún colega que se especialice en
casos como el tuyo. Mantente fuerte, Cristian, no te permitas caer por
culpa de una loca despechada.
Lucía llama a su abogada y ambos le explican la situación. Hacen
una cita con ella y una compañera que, asegura, es la indicada para
este tipo de casos. Cristian está más tranquilo, la conversación lo ha
serenado un poco, según la letrada, su exmujer tiene todas las de
perder con esa petición de custodia completa. Le indica que, con lo
que le cuenta, es muy probable que el juez mantenga el acuerdo, tal y
como lo tienen ahora, o incluso pueda pedir más días para compartir
con sus hijas. Mientras se toman una cerveza para pasar el mal trago,
Lucía se acuerda de lo ocurrido con Eduardo y las historias que ha
escuchado a medio oído sobre su comportamiento en el local, así que
se aventura a preguntarle a Cristian de forma directa y con toda la
confianza del mundo. Lo que le cuenta la deja de piedra, el muy
gilipollas no solo maneja a la violinista a su antojo, sino que también
reniega de cualquier relación sentimental que exista entre ellos. Se ha
enchochado con una camarera del pub con la que mantiene un tórrido
romance, de ahí que vaya cada noche al local y la lie cuando algún
hombre intenta acercarse a su nueva conquista. El encargado le relata
que Eduardo dice ser el mánager de la violinista, a la vez que asegura
que Aba está coladita por él pero que, y cita sus palabras textuales,
jamás le pondría un dedo encima a la mojigata esa. La rabia recorre a
la camarera de pies a cabeza, detesta a los miserables como Eduardo
que van haciendo el mal a los demás mientras disfrutan de una vida
llena de placeres. Pero Lucía tiene claro que esto no se va a quedar así,
unas ideas surcan su mente, sabe perfectamente lo que va a hacer.
CAPÍTULO 21

Aba está tumbada en el sofá de su casa, piensa en Lucía en todo


momento, no puede parar de hacerlo. La chica ha tenido una sesión
mental consigo misma porque está clara que si quiere avanzar con la
camarera, debe dejar a un lado todos sus absurdos prejuicios. Tiene
ganas de verla, pero hace rato que recibió un mensaje de su parte
contándole que le tocaba estar unas horas en el Roll Roll, así que sus
planes de cenar con ella y ver una peli juntas se han ido a la porra.
Decide tocar el violín para matar el aburrimiento, no está
acostumbrada a estar desocupada, así que se dedica a practicar unas
versiones que, últimamente, la hacen suspirar, varias de ellas le
recuerdan a la camarera. Aba ya lo empieza a asumir, hace mucho que
Lucía se ha metido en su mente y poco a poco la ha ido llevando por
un camino que jamás pensó transitar, pero en el que solo ha encontrado
felicidad y muchas ganas de todo. El timbre de su móvil interrumpe el
ensayo, es James quien llama y la violinista no duda en contestar,
rogando al cielo que la saque del tedio en el que se encuentra. En
efecto, tiene que vestirse y salir, a la banda la han contratado para un
show privado, esto gracias a que la violinista ha impactado a unos
empresarios, quienes son los responsables de un evento que se llevará
a cabo en el centro de Madrid. Así que le toca reunión y ensayo
improvisado.
Media hora más tarde, Aba sale del edificio, ya el taxi la está
esperando y pone rumbo al lugar de encuentro. Aprovecha y le envía
un mensaje a Lucía, no sabe a qué hora vuelve la chica a casa y quizá
no puedan coincidir, la violinista no tiene ni idea de cuánto tardará con
Bacua. Llega a lo que parece un estudio, como siempre James la está
esperando fuera con una sonrisa fraternal y ambos acceden a la
estancia donde ya están el resto de sus compañeros. Durante un rato
largo, discuten sobre las canciones que van a tocar, el vestuario y la
organización. El mánager también les enseña el jugoso acuerdo que ha
cerrado con los empresarios, Bacua tiene tres presentaciones en la
ciudad muy bien remuneradas. Comienzan a ensayar y no les lleva
demasiado tiempo montar el espectáculo, trabajan genial juntos y se
entienden a la perfección. Desde luego Aba les echará mucho de
menos cuando llegue el momento de salir del grupo, pero mientras esté
allí, lo va a disfrutar todo lo que pueda. Deciden ir a cenar juntos y
como ya es habitual, James tiene una mesa reservada en el Roll Roll. A
la violinista se le acelera el corazón porque es posible que Lucía esté
ahí todavía y le hace una ilusión tremenda ver a la chica.

Aba está doblada de tanto reírse, el baterista ha contado un chiste


malísimo, pero ella no puede parar, le ha causado una gracia exagerada
y cuando levanta la vista se topa con la mirada de la chica más guapa
del mundo. Los integrantes de Bacua están en la entrada del Roll Roll
esperando que algún camarero los lleve a la mesa y precisamente es
Lucía quien tiene la labor de hacerlo. Al enterarse de que el grupo
cenaba allí, pidió ser ella la que les atendiera, quería tener cerquita a
Aba y esa es la mejor manera de hacerlo mientras está trabajando.
Ambas cruzan una mirada cómplice y cuando la violinista va a
sentarse, la camarera le roza disimuladamente el brazo a la chica,
haciendo que su cuerpo entero se convierta en un erizo. Piden las
bebidas y Lucía se retira a la barra, momento justo en que se le acerca
Cristian con un aire misterioso y le cuenta que la chica que está
entrando al local en ese momento, es el ligue de Eduardo. Con la falta
de personal, la chica es una de las que va a cubrir el turno de cenas y
luego seguirá en el pub. Lucía lo organiza todo con velocidad para que
sea un compañero quien lleve las bebidas a la mesa de Bacua, ella
intentará hacerle una encerrona a María, la chica en cuestión.
Aprovecha que tienen que sacar unas cajas de latas del almacén y
Lucía le pide a su encargado que la deje hacerlo. Cristian se asombra,
ella es la primera que se niega a realizar ese trabajo cuando lo
necesitan, pero por la cara que le ha puesto, él acepta y ella, con su
innegable arte persuasivo, arrastra a María para que le eche una mano,
es su momento y lo sabe.
Cuando bajan al almacén, Lucía no pierde tiempo, es directa al
preguntarle a su compañera si está liada con Eduardo. María, ni corta
ni perezosa, le dice que solamente se lo está follando, el chaval se deja
un dineral en propinas y cada noche va a buscarla al pub para luego
llevarla a su casa. Lucía le cuenta que él tiene novia, no deja detalle al
explicarle la forma abusiva de tratarla e incluso lo agresivo que ha
llegado a ponerse. María se asombra, justo Eduardo ha ido a dar con
una mujer que desprecia ese tipo de actitudes, además de detestar las
infidelidades. El muy gilipollas le dijo que era soltero y de buena tinta,
sabe que ha estado liado con varias mujeres. Él se ha emperrado con
ella y se había empezado a convertir en un incordio más que en una
diversión, pero claramente todo entre ellos ha acabado.
Lucía vuelve triunfante a la sala donde los comensales disfrutan de
la buena comida que sirven en el Roll Roll. Lleva los platos que han
pedido en la mesa de Bacua y sigue atendiendo a varias otras, el
restaurante está al completo, no tienen ni un momento de descanso. Su
movimiento fue acertado cuando decidió hablar con María, si lo
hubiese postergado, seguramente no habría podido intercambiar la
valiosa información. Después de un buen rato, ya algunas mesas
empiezan a liberarse, otras piden postre o chupito, la hora de la cena
está llegando a su fin y en breve cierran cocina para dar paso a la
buena música del pub. También significa que Lucía acaba turno y no
puede estar más feliz, el cansancio le ha dado una buena hostia, solo
piensa en una ducha y en su cama.
Aba se levanta de la mesa en un momento planificado, Lucía se
encuentra en la barra y tiene que pasar por allí para llegar a los
servicios. Cuando está cerca de ella, le devuelve la jugada, ahora es la
violinista quien roza el brazo de la chica haciendo que de un respingo
de la impresión. Aba sigue de largo, entra en el baño y en menos de un
minuto, tiene a Lucía comiéndole la boca con ansias mientras la pega a
la pared.
—Estás jugando sucio —dice Lucía entre besos.
—Tú comenzaste, Lu.
Se besan con desespero, Lucía le aprieta el culo con ganas y Aba
se pega más a ella mientras le coge la cara con las dos manos.
Escuchan un ruido y se separan bruscamente. Dos chicas entran al
baño y tanto la camarera como la violinista tienen la cara colorada del
sofoco. Disimulan lavándose las manos y salen del baño. Ahí no ha
pasado nada.
—¿A qué hora acabas el turno?, si quieres te espero y nos vamos
juntas —propone Aba.
—En nada estoy fuera, ahora te aviso —sonríe la camarera.

El tiempo pasa más rápido de lo pensado, Lucía entra a cambiarse


el uniforme, luego recoge a la violinista que la está esperando en la
barra. Hace un rato la banda se ha marchado y ella se ha quedado
tomando una tónica con hielo y limón mientras la camarera acababa la
jornada. Ambas salen del Roll Roll, el sitio que se está convirtiendo en
el favorito de las dos, allí ha comenzado todo entre ellas y nunca
podrán olvidar ese primer beso. Aba ha llamado un taxi para que las
recoja en la puerta, pese a que la camarera le ha dicho que en la
esquina pasan cientos, así que tienen que esperar que el tráfico de
Madrid permita al conductor llegar sin mucho retraso. Aunque no se
están tocando, hay mucha cercanía entre la una y la otra, tienen esa
energía que emanan los amantes y que desde lejos cualquier persona
que observe un poco, puede reconocer con facilidad.
—¿Qué coño haces tú aquí? —se escucha una voz masculina que
ambas reconocen como la de Eduardo—. ¡Responde, Aba!
Desapareces, así como así y de repente te encuentro aquí con esta casi
encima de ti —escupe Eduardo con desprecio.
—No le hables así, gilipollas, y vete un poco a la mierda, anda.
Seguro estás aquí porque vienes a ver a María ¿no? —contesta Lucía
interponiéndose entre él y Aba. La violinista se ha quedado como una
estatua, petrificada.
Eduardo se llena de ira, pretende llegar a Aba, pero Lucía no se lo
permite, la intención del chico es llevarse a la violinista lejos de allí
para poder hablar sobre lo que está pasando entre ellos o al menos es
lo que grita mientras intenta cogerla del brazo. Su ira aumenta cuando
confirma lo que hace rato había percibido al verlas a lo lejos, entre
ellas ocurre algo y no lo va a permitir, siente su hombría pisoteada y en
medio de sus pensamientos ilógicos, asegura que Aba lo ha
traicionado. El tiempo se acelera, Eduardo está colérico y le grita a
Lucía que es una bollera de mierda que le ha comido la cabeza a su
novia.
La mira con tanto asco y desprecio que quien lo viera, pensaría
que va a vomitar en cualquier momento. De repente suena un golpe
seco y los gritos inundan la calle. Lucía, aturdida, ve que tiene sangre
en la ropa y todo se vuelve oscuro.
CAPÍTULO 22

Un empujón saca a Aba de su inmovilidad, la chica cae de culo al


suelo mientras escucha a su alrededor toda clase de sonidos dispares.
Gira la cabeza y ve a Lucía tendida en el suelo mientras un grupo de
varios chicos parecen estar metidos en una pelea. Todo ha sucedido tan
velozmente que le cuesta entender lo que ocurre. Está en estado de
shock, por más que intenta moverse, no puede, de hecho, siente que
han pasado varios minutos porque de repente hay gente corriendo calle
abajo mientras unas luces azules la encandilan, tanto, que tiene que
llevarse una mano a la cara para proteger sus ojos. Escucha una voz
masculina dando órdenes, hay que trasladar a alguien, pedir
explicaciones a otro y despejar la zona. Una chica le pregunta si está
bien, pero las palabras no le salen de la boca, siente un miedo atroz, no
por ella, es Lucía quien le preocupa y quiere gritar que se levante de
allí para poder ir a casa.
—Señorita, ¿me escucha?, ¿está usted herida? —es la cuarta o
quinta vez que le hacen esa pregunta, pero Aba no sale de su estado.
Escucha cómo hablan de ella, comentan que está muy
conmocionada y es mejor llevarla a urgencias. Es solo cuando oye las
palabras inconsciencia y sangre referidas a alguien más, que una
corriente corporal la despierta, bruscamente, al pensar que la camarera
está gravemente herida. Intenta levantarse, las fuerzas le fallan, pero
insiste de nuevo con la ayuda de la persona que está a su lado. Lo
consigue y se concentra para calmarse, para entender qué pasa y poder
hablar.
—¿Qué ha pasado?, ¿está Lucía bien?
—Supongo que se refiere a la otra chica, la camarera del
restaurante, ¿es correcto? —le pregunta un oficial de policía.
—Sí, sí, hablo de ella, la he visto en el suelo, pero ahora no sé
dónde está —contesta muy nerviosa la violinista.
—Se la acaban de llevar al hospital, usted también debe ir a que la
revisen. Está muy pálida y lleva mucho rato en estado de conmoción.
—Pero ¿Lucía se encuentra bien?, solo quiero saber si está bien,
por favor.
—Esa información no se la puedo dar, señorita, pero la llevarán al
hospital y luego de que un médico la vea, podrá preguntar por ella. Un
compañero le acompañará, tiene que responder algunas cuestiones
sobre lo que ha pasado.

Al cabo de media hora, Aba entra al servicio de urgencias del


hospital general universitario Gregorio Marañón escoltada por un
agente de la Policía Local y un técnico sanitario. Con velocidad es
atendida por un médico que le hace diferentes pruebas con las que
concluye que la chica solo se ha llevado un buen susto. Le suministran
un relajante, la violinista tiene los nervios por las nubes, todo el
trayecto hasta el centro sanitario estuvo cavilando sobre las mil cosas
que le han podido suceder a su vecina. Su nivel de ansiedad se elevó
considerablemente cuando pudo evocar la sangre que vio en la camisa
de la chica. Después de un rato, el agente del orden empieza a
interrogarla, pero Aba puede contar poca cosa, solo recuerda a
Eduardo gritando como un loco y a la camarera defendiéndola. El
policía no suelta prenda, no le cuenta nada sobre lo ocurrido ni del
estado de Lucía, sigue preocupada, pero el calmante la mantiene
bastante relajada, así que cuando vienen a darle el alta, casi salta de la
cama para averiguar lo que le interesa.
Apenas sale al pasillo se encuentra con alguien conocido, es un
empleado del Roll Roll, pero la violinista se queda en el sitio cuando
ve al chico con la cara desencajada y manchado de sangre. Él repara en
ella, la mira con pena y Aba siente que se va a desmayar. Sabe que a
Lucía le ha pasado lo peor y le es imposible detener el aluvión de
lágrimas que le bañan la cara. Cristian se da cuenta, da varias zancadas
para llegar a la chica que lo abraza como si fuese un salvavidas en
medio del mar Mediterráneo.
—Tranquila, Lucía está bien, no te preocupes —se apresura a
decirle el chico. Aunque la camarera no le confirmó nada, tras todas
las preguntas que le hizo y la actitud que observó, sabe que hay algo
entre ellas.
—¿Por qué tienes sangre?, ¿qué haces aquí? No entiendo nada —
pregunta Aba totalmente descompuesta.
Cristian empieza a relatarle todo lo ocurrido, él estaba en la puerta
despidiendo a unos clientes cuando escuchó unos gritos y al salir vio a
Lucía discutiendo con un muy histérico Eduardo, quien de repente le
soltó un puñetazo en la cara a la chica. Afortunadamente, la camarera
intentó esquivarlo, solo recibió parte del golpe encima del ojo,
ocasionándole una herida en la ceja bastante escandalosa, porque de
inmediato tenía la cara llena de sangre y entre el mareo y el dolor cayó
al suelo como un fardo. La peor parte se la llevó Eduardo, en el
momento de la agresión, un grupo de jóvenes pasaba por la acera de en
frente, no dudaron en correr hacia el chico y propinarle una paliza
bastante dura que le dejó inconsciente y muy magullado. El encargado
le explica que de Lucía le han dado información porque figura como
su contacto de emergencia, después de muchos ataques de ansiedad
por lo vivido con Dulce, la camarera quitó a sus padres de la lista de
familiares, son mayores y no quería preocuparlos. De Eduardo no le
han dicho nada, supone que llamarán a alguien cercano. Aba suspira
aliviada al saber que su vecina está bien. Espera que, el que ya
considera su exnovio, salga de peligro, no le desea ningún mal, han
sido varios años a su lado, pero sus actos tienen consecuencias y él las
está pagando en este momento.
Una enfermera interrumpe la conversación para comentarle a
Cristian que Lucía tendrá que pasar una noche en el hospital, tienen
que hacerle varias pruebas y dejarla en observación, quieren descartar
que el golpe que recibió la chica pueda convertirse en algo más. La
violinista, ni se lo piensa, se ofrece a quedarse allí, aunque tenga que
hacerlo en el pasillo del centro de salud porque la chica está en una
habitación con varias personas en la que no se permite pernoctar. Aba
tiene concierto al siguiente día, pero eso no le impide estar al lado de
su vecina. Su mente trabaja a toda velocidad, debe asistir al ensayo por
la mañana, luego a una comida y finalmente al evento por la noche. Si
se queda en el hospital, puede ir a su casa nada más salga el sol para
cambiarse de ropa, preparar una mochila con lo indispensable para el
día y a media tarde regresar para ver a Lucía, si es que antes no le han
dado el alta.
La enfermera les indica que, de momento, solo puede entrar
Cristian, el autorizado por la paciente y que después Aba puede
acceder a la habitación, aunque solo cinco minutos, no es hora de
visita y deben respetar el descanso de los que están ingresados. El
encargado del Roll Roll desaparece por la puerta mientras la violinista
se sienta a esperar, mueve la pierna compulsivamente, todavía no
entiende por qué Eduardo actuó de esa manera, se da cuenta de que el
chico tiene problemas de ira. Se siente tonta, siempre tuvo una venda
en los ojos con respecto a él, jamás quiso escuchar lo que la gente
decía sobre su conducta, ni siquiera prestó atención a las señales
evidentes de las personas a su alrededor, muy pocos lo soportaban.
Cristian sale de la habitación y Aba se pone de pie en un salto, la cara
del chico no le da buen augurio.
—¿Qué pasa, Cristian?, ¿ya puedo entrar? —pregunta nerviosa.
—Quiere que te vayas a casa, Aba —responde apenado.
—¿Cómo dices?, no entiendo.
—Lucía no quiere que entres a la habitación, pide que te vayas a tu
casa, Aba, lo siento.
Aba siente un mazazo en el pecho, se le humedecen los ojos y se
le agita la respiración. Empieza a mirar a todos sitios en un acto de
desesperación porque no sabe cómo responder ante eso. Lucía no
quiere verla.
CAPÍTULO 23

—Joder, Lucía, no sé por qué le haces esto a la chica. He logrado


subirla en un taxi para que la lleve a su casa y le he dicho que me
llame al llegar —le reclama Cristian con voz muy baja, no quiere que
lo echen de la habitación.
—Mañana tiene varios compromisos con la banda, Cristian, sé que
está agotada, no solo lleva muchas horas en pie, es que los nervios por
lo ocurrido apuesto que la han dejado jodida. Es muy cabezota y estoy
segura de que se hubiese quedado sentada toda la noche en el pasillo,
sin dormir. Además ¿te has dado cuenta de que me han dejado la cara
hecha un cristo?, como me vea así seguro se arrepiente de haberse
liado con esta bollera —se señala y sonríe haciendo una mueca de
dolor, le duele la cabeza enteramente.
—No me lo puedo creer, encima te ríes —dice el encargado.
—Es broma, Cristian, me da igual que me vea así, pero en serio te
digo que necesita descansar. Estoy convencida de que esta situación la
ha superado, no es fácil para ella y si yo permito que se quede aquí, va
a estar tan hecha polvo que hasta le puede perjudicar profesionalmente.
Aba es muy responsable, para ella sería terrible meter la pata en el
concierto a causa del agotamiento.
La conversación se acaba cuando una enfermera con cara de pocos
amigos le dice al chico que abandone la habitación, inmediatamente,
así que se despide de la paciente y se marcha. Entre una cosa y otra,
han pasado varias horas y al día siguiente el chico tiene que estar
temprano en el restaurante para luego ir a la cita que concertó con la
abogada de Lucía, le tocará ir solo, la camarera está bastante
indispuesta. La chica suspira satisfecha cuando le colocan en la vena
un calmante para aliviarla, no sabía lo mucho que podía doler un
puñetazo en la cara. Empieza a pensar en lo ocurrido, recuerda los ojos
inyectados en sangre de un Eduardo muy descontrolado, insultándola y
afirmando que de él nadie se burlaba. Desde que lo vio por primera
vez, identificó la clase de hombre que era. El típico macho alfa qué
quiere someter a las mujeres mientras va a acostándose con todas las
que puede, pero que se siente traicionado cuando alguien se atreve a
llevarle la contraria o no hacerle caso. El policía con quien habló le
aconsejó denunciar el hecho y aunque Lucía no lo tenía muy claro al
principio, se convenció de que es la única manera de que este tipo de
actos no queden impunes, un maltratador no debería ir por la calle
como si nada, merece que la ley caiga sobre él. También le comentó
que el chico había recibido una paliza, tiene varias fracturas, heridas y
una contusión. La camarera no siente ni alegría ni tristeza,
simplemente, piensa que ha obtenido su merecido.   

Aba llega a su casa derrotada, está cansada, pero sobre todo siente
un dolor punzante en el alma. Siente confusión a la vez que
experimenta un terror que nunca había vivido, teme que Lucía la deje
definitivamente. La camarera tendría toda la razón si decide hacerlo, la
violinista se cree culpable de lo ocurrido, piensa que esta es la
consecuencia de no plantarle cara a Eduardo en su momento. El hecho
de que la camarera no quisiera verla le desgarra el corazón, sobre todo
porque la relación entre ambas estaba avanzando muy bien y su cabeza
no paraba de idear miles de planes junto a ella. Decide ducharse,
ponerse el pijama y meterse en la cama, duda que pueda dormir, pero
al menos lo intentará. Afortunadamente, el ensayo es al final de la
mañana y eso le da margen a quedarse en la cama más tiempo. Añora a
Lucía y ruega que la chica no se cierre ante ella. Ha llamado a Cristian
tal como le prometió cuando llegó a casa y él le aseguró que la
mantendría informada y le insistió en que se quedara tranquila, que la
camarera se pondría en contacto con ella.

Abre los ojos de golpe, se siente desorientada, diez minutos


después de meterse en la cama cayó rendida, aunque pensaba que sería
imposible. El reloj marca las diez y veintisiete de la mañana, Aba no se
lo puede creer, corre directa al baño, si no se da prisa, llegará tarde al
ensayo. Después de ducharse, llama al taxi para que vaya a recogerla,
se viste y le manda un mensaje a Cristian, quiere saber de Lucía. El
teléfono móvil de la camarera está en paradero desconocido después
del altercado del día anterior. Cuando sale del portal, ya el coche la
espera e inmediatamente se sube rumbo a su destino, le avisa a James
que ella ya va de camino, sabe que al mánager le gusta esperarla fuera
siempre que llega, así que lo mantiene informado. Para Aba el día será
bastante largo, aparte de los compromisos profesionales, esa angustia
de no saber de su vecina la mantiene en un constante vilo.

—Vamos a ver, Dolores, ¿qué parte de que fui atacada no


entiendes? Tengo siete puntos en la ceja y la cara reventada. He
mandado la baja y toda la documentación necesaria a recursos
humanos, además el hospital se ha puesto en contacto con ellos a
primera hora de la mañana para dar parte de la situación —masculla
molesta Lucía.
Al mediodía, la han dado de alta en el hospital, en el call center ha
informado oficialmente de la situación, al menos necesitará un par de
días para volver a su puesto. En el Roll Roll no ha hecho falta, al fin y
al cabo, no tiene que ir hasta el fin de semana y de aquí a allá espera
estar cien por cien recuperada. Se ha marchado a casa, necesitaba
ducharse, comer y descansar en condiciones. Sabía que la violinista no
estaba en su piso, aún no había hablado con ella y se siente un poco
mal por no buscarla, no tiene excusa. Pese a que su móvil ha
desaparecido, Cristian tiene el número de la chica y ella podría
pedírselo para llamarla desde su casa, tienen teléfono fijo en el piso.
Miguel, su compañero, se encargó de instalarlo, su madre lo llama día
sí y día también, es un coñazo tenerlo, pero en momentos como estos,
lo agradece. No ha querido distraer a la violinista, así que decide que
es mejor dejarla tranquila, está casi segura de que libra al día siguiente
y podrá buscarla para hablar con ella más calmadamente. Después de
volver a convertirse en persona tras llegar a su piso, cogió el portátil y
se fue a su habitación, quiso confirmar que en el call center recibieron
todo lo necesario para su baja, es allí cuando quedó estupefacta ante el
descaro de la mal follada de su encargada quien, vía mail, le exigió
una explicación más específica de lo ocurrido porque, según sus
propias palabras, en los papeles del hospital, no ha leído nada grave.
Inmediatamente, cogió el teléfono fijo y se puso en contacto con la
oficina para hablar con ella.
—Pero ¿qué más explicaciones quieres?, ¿tú te estás escuchando?
Lo que haces no tiene sentido y creo que es hasta ilegal. Tú no eres
quién para increparme de esta manera, poniendo en tela de juicio mi
palabra y la del médico que me atendió. Te lo dejé pasar cuando mi
padre tuvo el accidente, pero está vez, no te lo permito. Voy a poner
una queja formal en tu contra, ya estoy cansada de este asunto —
cuelga Lucía visiblemente molesta, está harta de que Dolores la
incordie siempre. Necesita el trabajo, pero no piensa aguantarle ni una
más.
Vuelve al portátil y redacta un documento donde explica, sin dejar
detalles, el comportamiento que ha tenido Dolores hacia ella en
diferentes momentos y el acoso al que se ha visto sometida cuando su
encargada no está conforme con cualquier cosa. Lucía sabe que se la
juega, Dolores lleva media vida en esa empresa y es posible que se
pongan de parte de la veterana, pero realmente no le importa, al menos
dejará constancia de su forma de actuar, si se comporta así con Lucía,
que es la mejor vendedora del call center, no se puede imaginar lo que
les hace a sus compañeras. Cierra el ordenador con rabia y decide
dormir un rato, está agotadísima, necesita recuperar fuerzas. Se toma
un par de analgésicos que le recetó el doctor, el dolor empieza a
despertar y sabe que, si no pone remedio antes, no habrá quien lo
aguante después.

Aba va en el taxi de camino a su casa, tiene un dolor de cabeza


espantoso y un cansancio mortal. Al final ha salido todo bastante bien,
el ensayo se llevó a cabo como siempre y luego la comida fue mejor de
lo esperado. James le ha conseguido dos actuaciones en solitario que,
aparte de reportarle buen dinero, alargan su estancia en Madrid. El
concierto acabó genial, el éxito de Bacua aumenta y ella siente un
orgullo desmedido. De Lucía no ha sabido nada en todo el día y eso la
lleva por el camino de la amargura, no ha podido hablar con Cristian y
no tiene ni idea de si la chica sigue en el hospital o ya la han dado de
alta. Accede al portal rumbo al ascensor, suspira cuando entra y marca
el número cinco, su planta. Un recuerdo atraviesa su memoria, Lucía y
ella encerradas en esas cuatro paredes, no puede evitar sonreír, aunque
en sus ojos se refleja tristeza, la echa de menos, se muere por volver a
ver esa mirada color miel. Sale del aparato y se planta frente a su
puerta mientras busca las llaves en su bolso para acceder al piso.
—Hola, cariño, el concierto ha acabado pronto, ¿no?
Aba voltea tan rápido que el cuello le cruje. Allí está de pie, frente
a ella, la chica que hace que el corazón le destroce el pecho cada vez
que en su cara se dibuja una sonrisa. Lucía.
CAPÍTULO 24

Lucía sonríe al mirar a Aba que ha enrojecido completamente al verla.


Hacía más de media hora que la camarera se hallaba en el sofá de su
casa hablando con su madre por teléfono, a la par que esperaba a que
apareciera la violinista. Cristian le dio algunos detalles sobre la hora
del concierto de Bacua, pese a que no había podido hablar nuevamente
con la chica, sí que tenía claro su itinerario de esa tarde. En el salón de
su piso hay una ventana por donde se divisa perfectamente la calle y la
camarera puede observar quien entra o sale del portal. Estaba a punto
de darse por vencida cuando apareció un taxi y de allí salió la dueña de
esos ojos verdes que últimamente la están volviendo loca. Lucía no
tardó en despedirse de sus padres, y a toda prisa subió de dos en dos
las escaleras hasta la siguiente planta para encontrarse con Aba.
Aguardó a que la violinista saliese del ascensor para anunciar su
presencia, Lucía todavía no se acostumbra al arcoíris que se refleja en
la cara de Aba cuando la sorprende o le dice algo que pueda
avergonzarla. Es una de las cosas que le encantan de ella, esa inocencia
que, normalmente, se acaba convirtiendo en sensualidad desmedida.
—Hola, ¿estás bien? —pregunta tímidamente la violinista, no sabe
cómo actuar después de que Lucía se negara a verla en el hospital.
—Mejor que ayer. Tú, ¿cómo estás?, ¿ha ido bien el concierto?
Aba tarda unos segundos en contestar, desde que la vio no deja de
retorcerse las manos en un gesto que delata su nerviosismo. Como toda
respuesta, suelta el violín y su bolsa para saltar a los brazos de Lucía.
La abraza con fuerza y sin poder controlarse, comienza a llorar, es un
llanto que evidencia pena, culpa y miedo. Le duele verla con la cara así
de rota, Aba se cree responsable de lo ocurrido y no quiere que la
camarera se aleje de ella, siente pánico de solo de pensarlo. Lucía le
acaricia la espalda con cariño y le susurra que todo está bien, haciendo
que la ojiverde empiece a calmarse poco a poco. La camarera recoge
las pertenencias de la chica que están en el suelo y entran al piso con la
intención de hablar y saber en cuál punto se encuentran. Aba decide
ducharse primero, lleva todo el día fuera, necesita asearse, así que
entra el baño y se mete bajo el agua caliente, sintiendo cómo los
músculos empiezan a destensarse, entre el cansancio y el estrés que
tiene, se sentía engarrotada. Un sonido la hace girarse para observar a
Lucía abriendo la mampara y entrando al pequeño espacio, de
inmediato Aba no puede evitar sentirse excitada al verla desnuda
frente a ella y pierde el control cuando su vecina la coge por las
caderas, la atrae hacia su cuerpo y le come la boca salvajemente. Lucía
no conoce otra manera de hacerlo, aunque es consciente de que Aba es
más tímida y comedida, la camarera siente tal ardor en su sexo cuando
están así que no es capaz de contenerse.
—Abre las piernas —le exige Lucía tan excitada que le cuesta
hablar.
Y las abre, todo lo que puede. Aba se siente otra persona, alguien
más valiente, que percibe el doble en el momento que Lucía la toca y
el triple cuando la mira con deseo. Tiene claro que esto solo lo
consigue su vecina, puede que sea una chica introvertida, pero parejas
sexuales ha tenido varias y con ninguna ha sentido nada parecido.
Lucía nota como la chica está más abierta que nunca mientras la folla,
así que, devorándole el cuello, mete un tercer dedo que logra sacar de
Aba un gemido feroz. La violinista pone una mano en la pared para no
perder el equilibrio, las embestidas son tan fuertes que teme caer al
suelo. Con la mano libre acaricia a su vecina, le aprieta un pezón,
después el otro, baja por el vientre y le masajea el clítoris. Ya conoce
lo que le gusta a Lucía así que, sin pensarlo mucho, la penetra de golpe
y su compañera se corre sin poder evitarlo. La camarera siente
vergüenza, no ha aguantado ni un minuto, pero piensa que luego le
dará más tiempo a Aba para que le haga lo que quiera. Se recompone y
le saca los dedos a la ojiverde quien apresa su mano en un movimiento
veloz, dándole a entender que siga con lo que estaba haciendo, pero
Lucía tiene otros planes, gira a la chica, la pega de cara a la pared y
desde atrás vuelve a penetrarla mientras le lame el culo enteramente.

Después de estar un rato largo en la ducha, salen agotadas y


saciadas, Aba mira al suelo, avergonzada, como si la hubiesen pillado
cometiendo una travesura. Lucía ya la conoce, así que se viste con la
ropa que traía y le dice a la chica que la espera en el sofá, de esta
manera le da tiempo a relajarse y tapar la desnudez que la camarera
adora, pero que a la violinista la hace sentir un poco incómoda. Aba
sale de la habitación directa a la cocina para preparar unas infusiones,
luego se reúne con su vecina que la espera en el salón, ambas parecen
tranquilas, pero por dentro la violinista parece un flan, no tiene ni idea
de lo que va a pasar.
—¿Estás bien? —comienza Lucía.
—Sí, muy bien, la verdad —Aba enrojece al darse cuenta de que
esa afirmación está claramente ligada al sexo que tuvieron hace
minutos en el baño.
—Eres más preciosa aun cuando te sonrojas, ¿lo sabes?
Si antes estaba colorada, ahora siente que la cara le va a explotar.
Aba sabe que Lucía tiene muy por la mano esos comentarios, pero ella
aún no se acostumbra a recibirlos de una mujer que, además, hace
apenas unas semanas, la miraba con bastante odio. Se ponen al día de
lo que han hecho, sin adentrarse demasiado en lo acontecido con
Eduardo, Aba ha querido ahondar en el tema, se ha empezado a sentir
nerviosa y Lucía la ha cortado diciéndole que lo ocurrido no era culpa
de nadie más que del troglodita que tenía por novio, ambas están bien
y eso es lo importante. La camarera siente que es momento de hablar
de ellas, de lo que sucederá de ahora en adelante, no quiere andar a
ciegas por un camino que ya conoce muy bien, pero que sabe, que, si
da un paso en falso, caerá directa al despeñadero.
—Me gustas mucho, Aba, y quiero seguir conociéndote.
Sinceramente, no tenía intención de estar con nadie, no tenía cabeza
para pensar en alguien más, sabes que hay bastante en lo que
preocuparme ahora mismo, pero apareciste tú y ya ves, no puedo negar
que me tienes loca —se sincera Lucía, siempre ha dicho la verdad,
aunque tenga consecuencias.
Aba suspira nerviosa y analiza las palabras de su vecina, quiere
decir muchas cosas, pero una vez más, no sabe cómo, la facilidad con
la que Lucía aborda estos temas es envidiable, a ella le cuesta mucho
más. Piensa que sí, que también quiere seguir conociéndola, pero
¿cómo se hace? —se pregunta—. Para ella siempre ha sido lo habitual
que un chico la corteje, que queden durante un tiempo con las típicas
salidas a cenar, al cine o a algún bar para después intimar y seguir
adelante. Con su vecina todo ha sido muy diferente, entre ellas hubo
una atracción incontrolable que ambas se negaron a aceptar en un
principio. Lucía imprimiendo odio absurdo y Aba disfrazándolo de
amistad para que, al cabo de unos días, la violinista acabara en la cama
corriéndose en la boca de su vecina después de una discusión con el
que, en ese momento, era su novio. El tornado entre ellas fue
devastador y ahora no pueden dejar de mirarse ni de tocarse, por eso
en el aire se respira miedo, ninguna contaba con ese sentimiento que se
les escapa de las manos.
—Sé que para ti es difícil —continúa Lucía ante el mutismo de su
acompañante—, nunca has estado con una mujer, tienes una forma de
pensar bastante cuadrada y digamos que lo nuestro, se ha dado bajo
circunstancias bastante especiales, pero es lo que es, Aba. No te estoy
pidiendo matrimonio, es que no sé siquiera si esto vaya a funcionar,
pero yo te he dicho lo que deseo y necesito saber qué es lo que tú
quieres. Eres libre de decidir si intentarlo o, por el contrario, dejarlo,
jamás te voy a obligar a nada —concluye muy seria.
—No sé si tengas la paciencia suficiente, Lucía. Sé cómo soy y lo
que esto me va a costar, pero no lo voy a negar, jamás he sentido lo
que tú me haces vivir y si tengo que quemarme en las pailas del
infierno por sonreír un poquito más a tu lado, estoy dispuesta a pagar
por cada uno de mis pecados.
Lucía ríe ante la declaración tan atípica que ha recibido, había
escuchado de todo, desde guarradas hasta las frases más cursis, pero
nunca nada relacionado con pailas y pecados. Ambas están agotadas,
así que una muy avergonzada Aba la invita a dormir con ella, ambas
libran al siguiente día y pueden disfrutar más tiempo juntas.

Un sonido fastidioso saca del más profundo sueño a la violinista,


normalmente a las cinco de la madrugada su reloj interno la despierta
sin importar la hora en la que se haya metido a la cama, pero el
cansancio y ¿por qué no?, el aumento de actividad física, la dejan fuera
de juego. La violinista coge el móvil que no para de sonar y decide
contestar al ver que es James quien la llama. Lucía también se
despierta a causa del ruido y mira a Aba que está más pálida de lo
habitual mientras contesta a su interlocutor con monosílabos y al cabo
de un par de minutos, la violinista se despide quedando para comer
juntos ese mismo día. Aba gira a ver a su vecina, quien la mira
interrogante, pero sin preguntar nada, espera que la ojiverde le cuente
el motivo de su nerviosismo.
-Era James, el mánager de Bacua, la violinista a quien sustituyo ha
pedido el alta médica y está lista para volver a la banda.
CAPÍTULO 25

Después de estar un rato juntas en casa de Aba, las chicas se despiden,


Lucía se va a su piso y la violinista tiene que prepararse para ir a
comer con James. El ambiente se ha enrarecido entre ellas, la llamada
las ha dejado con una incertidumbre molesta que, prácticamente, les
grita que la violinista debe volver pronto a Barcelona. La camarera ha
intentado suavizar la situación, aún no hay certeza de nada y aunque la
haya, quiere centrarse en disfrutar el tiempo que les queda juntas.
La camarera recibe una llamada de Cristian, a quien se le nota la
alegría en la voz, quiere invitarla a tomar un café para contarle lo que
habló con su abogada respecto a la solicitud de custodia completa
hecha por su exmujer. Lucía no se lo piensa, el chico se ha portado de
mil maravillas con ella, así que acepta verse con él en un par de horas.

Cuando la camarera entra a la cafetería donde ha quedado con su


encargado, este ya está allí esperándola en una mesa, en cuanto la ve,
el chico se levanta con una sonrisa enorme en los labios y se acerca a
abrazarla susurrándole un gracias, repetido con mucho entusiasmo. Se
separan, toman asiento y piden al camarero un par de cafés.
—Te agradezco mucho que me presentaras a tu abogada, Lucía. El
día que nos vimos conocí a Carlota, una colega de ella especializada en
divorcios y lo que traen consigo, sobre todo cuando hay niños de por
medio. Les conté todo e inmediatamente redactaron un documento
para mandárselo a mi exmujer, en resumen, le dejaron claro que, si
seguía adelante con la gilipollez que tenía en mente, nos enzarzaríamos
en un proceso judicial largo y costoso en el que, además, ella podría
perder —cuenta Cristian ilusionado—, y antes de llamarte, pasé por el
despacho de Carlota que me avanzó que la loca con la que me casé se
ha retractado. Hemos dejado todo zanjado por escrito y hemos
ampliado los días de visita —concluye con los ojos húmedos.
Lucía se emociona con él, sabe perfectamente lo buen hombre y
padre que es su encargado. Adora a sus hijas y la zorra de su exmujer
no ha parado de intentar joderlo desde que se separaron. Siguen
hablando de varios temas, Cristian le cuenta que la policía se pasó por
el Roll Roll, solicitando las imágenes de la cámara de seguridad
exterior y para que él, como testigo, ratificara su declaración. Cuando
Eduardo salió de peligro, fue interrogado, además de informado de la
denuncia que hay en su contra interpuesta por la camarera. El muy
descerebrado explicó que Lucía lo atacó cuando él intentaba defender
a su novia, afirmó que la chica tenía como objetivo seducir a la
violinista. El chico alegó que, en un movimiento no intencionado, al
tratar de zafarse del ataque de la camarera, le golpeó la cara de forma
accidental. Los agentes no le creyeron, pero necesitaban confirmar que
mentía, hecho que pudieron constatar al ver en la grabación a un
Eduardo enloquecido, zarandeando a Aba, gritando y finalmente
golpeando a Lucía. El chico está metido en un buen jaleo.
El encargado le pregunta por su relación con Aba, pero Lucía
sigue siendo parca en palabras con algunos temas, solo le cuenta que
están empezando a salir y que todo marcha bien, pero que la violinista
en breve volverá a Barcelona. Eso supondrá que, seguramente, dejen
de verse o empiecen a distanciarse. Desde que Cristian conoció a
Lucía, la ha visto pasar por un carrusel de emociones, casi todas
negativas, pero desde hace unas semanas, la chica se ha dejado ver
más tranquila, amigable, habladora e incluso la ha visto sonreír en más
de una ocasión. Tiene bastante claro, que la causante de todo esto es
Aba. Él conoce de primera mano lo que ha sufrido la camarera y sabe
que ella no va a revelar que, lo que siente por la violinista, es más
grande de lo que es capaz de confesarse a sí misma.
—Sabes que Roll Roll Beach es un hecho, ¿no? —pregunta
Cristian de repente—. Si quieres, puedes trabajar allí.
Roll Roll Beach es un proyecto que lleva años maquinándose en
las cabezas de los dueños del restaurante en el que ambos trabajan,
pero no ha sido hasta hace unos meses cuando han podido realizar la
inversión. Tras tener todos los permisos en regla, comenzaron la
reforma del local y ahora mismo solo están con los toques finales.
Cristian lo menciona porque el establecimiento está ubicado en una
playa conocida del Maresme catalán, será una mezcla entre chiringuito
y tapería. Para Lucía puede ser una oportunidad, si decide irse a
Barcelona con la violinista, a fin de cuentas, la camarera no tiene nada
que la ate a la capital española, su familia está en Zaragoza y, de
cualquier manera, tardaría una hora y media en trasladarse para
visitarlos. Cristian hace la pregunta con cautela, sabe que la chica no
va a mover ficha tan fácilmente, después de la jugarreta que le hizo
Dulce, duda bastante que tome una decisión de ese calibre tan a la
ligera, pero él quiere verla feliz y siente que al lado de Aba puede
lograrlo.
—No es una opción para mí, Cristian. Primero, no sé a dónde va
esto que tenemos Aba y yo, no puedo lanzarme así de coño, tengo que
pensar con la cabeza, no quiero arriesgarme a que me vuelvan a partir
en dos, no lo soportaría. Segundo, con el sueldo del restaurante no
podría vivir, es el call center el que en verdad me reporta una cantidad
decente de dinero cada mes, la base es una mierda, ¿para qué mentir?,
pero las comisiones son muy buenas y gracias a ellas he podido salir
de muchas deudas. Es una suerte que haya encontrado esa habitación
en la que vivo, los compañeros, con sus más y sus menos, no me dan
dolores de cabeza, los vecinos se comportan y pago una miseria en
comparación a lo que constaba mensualmente el ático en el que vivía
antes.
—Lo sé y te entiendo, solo lo he mencionado para que recuerdes
que tienes esa opción, Lucía. También deberías insistir nuevamente en
las ofertas de lo tuyo, sabes que eres buena en lo que haces y por lo
que me has dicho, has pagado una gran parte del paquetazo que te dejó
la innombrable. Si encuentras un buen puesto, ya no tendrás que
matarte trabajando en dos sitios tantísimas horas — finaliza Cristian.
—Créeme, estoy en ello, pero es difícil quitarme esa maldición
que me ha caído, creo que, si unes Lucía Méndez y Marketing en un
buscador online, te explota el portátil —bromea Lucía.

A Aba le duele tanto la cabeza que ni los dos analgésicos que se ha


tomado le han aliviado el malestar. Tiene un popurrí de sentimientos
bailándole en el pecho, James le confirmó que estaría en tres
conciertos más con Bacua y a partir de allí, Patricia, la violinista
original de la banda, sería la encargada de darle vida al instrumento.
Pero, por otro lado, el buen mánager, le ha conseguido varias
presentaciones y colaboraciones a la chica en Barcelona, de hecho, se
ofreció para llevarla como artista. Cree en su talento y puede conseguir
que crezca profesionalmente. James asegura que Barcelona es una
ciudad ideal para avanzar como música, hay muchos amantes del
violín, empresarios, bandas o interesados que quieren tener a un artista
en su celebración, es un mercado más que amplio para Aba, pero ella
solo piensa en Lucía. Sabe que es muy pronto para decidir algo tan
drástico como cambiar de ciudad y por su lado, la violinista, no puede
dejar aparcada su carrera así por así. Siempre ha sido muy precavida y
desde que empezó a generar ingresos, ha guardado la mayor parte de
ellos, puede vivir durante un tiempo sin trabajar, pero sabe que, si sale
de la rueda, profesionalmente está muerta. Tiene que seguir dándose a
conocer, que su nombre se escuche dentro y fuera del mundillo
musical.
Pone en una balanza lo que siente, tocar el violín es lo que siempre
la ha hecho feliz, pero ahora es Lucía la que hace que su corazón
resuene cada vez que la ve y la que, sin duda, le pinta una sonrisa en
los labios cuando la tiene cerca. Si une ambas cosas, un maremoto
brutal sacude su alma, no podría ser más feliz si puede avanzar con la
camarera mientras sigue tocando, y persiguiendo otro de sus grandes
sueños, enseñar su arte a los más pequeños para que amen tanto como
ella el instrumento de cuerdas. Tras cavilarlo con los ojos cerrados,
vuelve a sentir el miedo corriendo por sus venas, se le seca la boca al
pensar en negativo y no puede evitar preguntarse si su vecina estaría
dispuesta a saltar al vacío junto a ella, a darse esa oportunidad a las
dos, porque desde ese primer beso en el Roll Roll, algo entre ellas se
unió, tanto que desde ese momento no han dejado de buscarse, de
mirarse. Las preguntas se repiten en bucle, no puede parar de pensar,
¿querrá Lucía lo mismo que ella? 
CAPÍTULO 26

Lucía tiene dos llamadas perdidas del Roll Roll, justo se estaba
duchando cuando han decidido contactarla. Mientras se seca la cara
con mucha cautela, marca el número del restaurante y enseguida
contesta Cristian. El chico le pide que le envíe los documentos que le
dieron en el hospital, tuvo que darles parte de lo ocurrido con Eduardo
a los dueños del local. Decidieron darle el fin de semana libre para que
su recuperación fuese completa, resaltando que su sueldo no se vería
afectado porque lo gestionarían todo con el seguro laboral.
Inmediatamente, la camarera presiente que algo ocurre, siempre ha
tenido una buena intuición para detectar estas cosas, joder como te
falló cuando estabas con la cabrona de Dulce —piensa con lamento.
—¿Qué ocurre, Cristian? Si me van a echar y me lo estás
ocultando, te juro que te pongo la cara peor de lo que me la han dejado
a mí —amenaza Lucía.
El chico suelta una carcajada sin poder evitarlo, Lucía sigue
siendo Lucía por más que alguien le esté ablandando el corazón. Le
asegura que no se trata de eso, su puesto de trabajo es intocable, al
menos de momento. Solamente quiere que pase el mayor tiempo
posible con Aba, le confiesa que el mánager de Bacua estuvo reunido
con Silvio y Andrés, los propietarios del restaurante y fue testigo
principal de la conversación en la que James relataba todos los eventos
planificados para la chica de ojos verdes en Barcelona. Ha cerrado la
agenda para que fuese la violinista la encargada de amenizar el Roll
Roll Beach en su pronta inauguración. Durante más de diez minutos,
su encargado le cuenta los pormenores que considera más importantes
para que Lucía sea conocedora de la situación y aproveche todo lo que
pueda disfrutar al lado de la artista. 

El timbre de la casa suena y Aba se sobresalta, se había quedado


dormida en el sofá sin quererlo, cuando tiene mucho estrés su cuerpo
le pide descanso como si hubiese corrido una maratón. Se levanta
adormilada directa a la entrada, no tiene ni idea de quién es. Abre la
puerta frotándose el ojo derecho y bostezando a la vez que emite un
sonido que se le asemeja al de un león hambriento. Escucha una risa
floja y enfoca la vista a su visitante, Lucía está frente a ella sonriente
con una caja de pizza en la mano y en la otra una bolsa de
supermercado. Es preciosa —piensa Aba—, su vecina está vestida con
un vaquero claro que tiene un par de roturas en la parte de las rodillas,
calza las típicas Vans con las que siempre la ha visto y una camisa de
manga larga, rosa palo con rayas blancas y abierta hasta donde Aba
puede divisar ese canalillo que ya se ha comido unas cuantas veces.
—Te he mandado un mensaje hace rato y no me contestaste, así
que me aventuré a traer cena para las dos —dice Lucía a modo de
saludo.
—Si traes la cena, es porque ya es tarde, me he quedado
traspuesta, estaba agotada. Pero pasa, anda, que se enfría la comida —
responde Aba con una sonrisa tan amplia que siente la cara muy
estirada.
—Espero haber acertado, tienes pinta de que tu pizza favorita es la
margarita, a mí me gusta que lleve de todo. Me aventuré a pedir mitad
y mitad, también puedes comer de la mía si quieres. Oye ¿y mi beso?
—pregunta la camarera a sabiendas de que Aba se pondrá rojísima.
Y no se equivoca, la chica se ha ruborizado completamente. En
efecto, la pizza que más le gusta es la margarita, le encanta lo sencillo,
las cosas demasiado mezcladas pierden su gracia, —es lo que siempre
dice a quienes critican sus gustos—. Se dan un buen beso para
saludarse, de esos que cuando los estás dando, quieres dejar la comida
a un lado y devorar otras cosas más calientes y apetitosas, pero se
comportan, buscan servilletas, un plato con cubiertos para Aba y un
par de vasos. La camarera ha querido enseñarle a la violinista su mejor
versión, ya conoce a la Lucía rabiosa, pedante y de mala cara, ahora
quiere que se fije en esa chica detallista que alguna vez fue. Aba sonríe
al ver a su vecina engullir con ganas la pizza, tiene las manos y la
comisura de los labios manchadas de grasa. Ella, en cambio, corta
ceremoniosamente cada trozo y lo mastica con calma, Aba reconoce
que comer un trozo de pizza de esa manera debería estar penado por la
ley, pero tras tantos años recibiendo una educación tan estricta, le
cuesta dejar atrás ciertas manías. Las dos chicas tienen una facilidad
para hablar que ya quisieran muchas parejas, tocan varios temas, dan
opiniones y se escuchan cuando necesitan desahogarse. Lucía, que
para nada es tonta, sabe que la ojiverde quiere decirle algo importante,
lleva rato moviendo la pierna, retorciendo sus manos o tocándose el
cabello de forma compulsiva. Ya sabe que James le ha dado fecha de
rendición de su contrato y, por supuesto, que entiende muy bien lo que
eso significa.
—¿Me lo vas a contar o vas a seguir alargándolo? —pregunta
Lucía mientras le coge la mano izquierda de forma cariñosa.
La violinista respira tres veces, como lo hace siempre que necesita
calmar sus nervios antes de tocar alguna melodía, no puede evitar
sentir temor por la reacción que vaya a tener su vecina. Se arma de
valor y empieza a contarle con todo lujo de detalles lo hablado en la
comida con el mánager de Bacua. Va haciendo silencios cortos para
evaluar a la chica que, al parecer, está bastante tranquila y eso angustia
más a Aba. La violinista pone mucho énfasis en que James le dejaría el
piso por un periodo adicional sin cobrarle nada, de esa manera puede
alargar su estancia en Madrid para pasar más tiempo juntas y saber qué
hacer. Cuando Aba finaliza, Lucía se mantiene callada durante un rato,
parece analizar todo lo que ha escuchado y la violinista le da el tiempo
necesario. Por nada del mundo quiere empujarla a decir algo que,
quizá, su vecina no sienta.
—Sé que esto iba a pasar, Aba, y no voy a permitir que te quedes
en Madrid teniendo trabajo asegurado en Barcelona. Yo, de este
mundillo, no sé mucho, pero es lógico saber que parar por un plazo
indefinido una carrera como la tuya, no es más que una locura.
—Puedo estar aquí un tiempo sin problema, las actuaciones en
Barcelona pueden esperar, te aseguro que, por seguir viéndonos,
merece la pena paralizarlo todo —responde una Aba tensa que sabe
que Lucía tiene la razón, pero se niega a claudicar, no quiere separarse
de ella.
—No lo entiendes, Aba —responde Lucía, muy seria— se, de
buena tinta, que tienes una agenda bastante planificada en Barcelona,
la gente ha enloquecido viéndote tocar con Bacua, ahora quieren
seguir saboreando tu talento, es tu momento, cariño y no puedes
desaprovechar esta oportunidad. Vamos a disfrutar de esto que
tenemos —señala a las dos— mientras estés en la ciudad, ¿no te
apetece? Luego puedes venir a visitarme o ver qué pasa, no sé, pero no
es una opción que rechaces lo que te está esperando en Barcelona.
Aba parece aceptar, al menos a medias, lo que le dice su vecina.
Lucía le deja claro que nada entre ellas ha cambiado, que sigue
babeando al verla y empieza a sentir un cosquilleo mayor por ella, ya
no solo al mirarla, sino también cuando la piensa. Es por ello por lo
que no va a permitir que Aba tome una decisión tan estúpida, Lucía
jamás se perdonaría que la chica se alejara de lo que tanto ama hacer
por quedarse al lado de alguien tan roto como ella, que apenas está
viendo la luz después de estar durante tanto tiempo sumida en la
oscuridad.  La camarera ya no es aquella mujer que cree en ese amor
para toda la vida, ese que a muchas personas les encanta profesar
falsamente, más bien apuesta por la lealtad, la fidelidad y el respeto
entre dos personas que deciden estar juntas. Siente que con Aba está
poniendo a prueba esas creencias y se sabe un poquito ganadora.
Desde siempre su madre le ha hablado del destino y Lucía confía
ciegamente en él, aunque muchas cosas no hayan salido como ella ha
querido, pero de eso se trata ¿no? No en vano, tiene tatuada en su
cuerpo la palabra Maktub y está segura de que la ojiverde es aquella
chica que pidió conocer, con los ojos cerrados mientras soplaba las
velas de la tarta en la celebración de su octavo cumpleaños.
CAPÍTULO 27

Han pasado ya varios días desde que las chicas mantuvieron esa difícil
conversación. A partir de esa noche han compartido cama y han
intentado disfrutarse lo máximo posible, dando muchos paseos,
hablando sin parar, conociéndose a fondo. Aba descubrió, entre otras
cosas, lo bien que se le da la cocina a la camarera, ha sido la catadora
oficial de cuanto manjar se le ha ocurrido preparar. Por su lado, Lucía
ha visto en primera línea lo meticulosa y ordenada que es Aba, tiene
rutinas tan marcadas que pueden desquiciar a cualquiera, pero sin
duda, lo que más ha disfrutado es de lo cariñosa que es la ojiverde, la
forma en como la abraza en la cama y ese ruidito tan mono que hace
cuando ya está profundamente dormida. Aunque no lo digan en voz
alta, ambas saben que se están enamorando, se les nota en la mirada y
en lo bien que se sienten cuando están juntas. De hecho, Lucía, aunque
sigue teniendo de vez en cuando su cara de gato enfurruñado, parece
más alegre, más relajada y a Aba se le ve tan implicada que hasta le ha
cogido la mano varias veces a su vecina cuando han estado de paseo,
algo impensable para una chica que veía las relaciones homosexuales
como el gran pecado universal.
Lucía ha vuelto al call center, después de la queja que le puso a su
supervisora, esta, prácticamente, le ha retirado la palabra. Solo se
dirige a ella para lo justo y necesario, Lucía lo agradece, pero Dolores
la mira con tal odio que la chica siente miedo de sufrir una repentina
combustión espontánea. Al acabar su turno, pone rumbo hacia el Roll
Roll, tiene que firmar unos documentos para el seguro laboral.
Además, quiere aprovechar de hablar un rato con Cristian, por fin, ella
ha asumido el gran cariño que ha llegado a tenerle, considerándolo
como un buen amigo. Atraviesa la puerta trasera del restaurante y se
encuentra con su encargado y Andrés, uno de los propietarios. Ambos,
sentados con una pila de papeles esparcidos por la mesa, parecen
discutir temas del nuevo local en Barcelona.
—¡Lucía! —anuncia Cristian a la vez que se levanta para recibirla
—. ¿Cómo estás?, llegas en el momento ideal, es que ni planificado —
sonríe el chico.
Andrés la saluda con el mismo entusiasmo, Lucía lo ha visto muy
pocas veces, pero el hombre es amable y nunca se va por las ramas
cuando tiene algo que decir, cualidades que a la camarera siempre le
han gustado de la gente. La chica no puede disimular su sorpresa en
cuanto el propietario empieza a contarle que un pajarito le había
hablado de su trayectoria como especialista en marketing y él mismo,
movido por la curiosidad, había revisado varias campañas que ella
había liderado.
—Perdona la franqueza, Lucía, pero ¿qué coño haces trabajando
aquí?, tienes un talento increíble —le pregunta Andrés que no
comprende por qué la chica no está realizando lo que más le gusta en
una agencia publicitaria. 
Lucía no se corta, le explica todos los motivos por los que no
sigue en su mundillo y Andrés, tan directo como siempre, le cuenta
que la inversión hecha en el Roll Roll Beach los han dejado sin
demasiado margen y necesitan crear una campaña digital que dé a
conocer, no solo la apertura del nuevo restaurante sino todas las
actividades que se llevarán a cabo en el chiringuito según la estación
del año en la que estén. Se sincera y asume que los presupuestos que le
han entregado las diferentes agencias rozan la locura, el coste se les
escapa de las manos. El propietario le hace una propuesta firme a
Lucía, le da la oportunidad de encargarse de toda la estrategia
publicitaria e inmediatamente le habla de lo que a ella le interesa, el
dinero que va a recibir, entre otros detalles como las condiciones del
trabajo y tiempos de entrega. Terminan cerrando un acuerdo que, desde
luego, a la chica le parece mejor de lo pensado, el sueldo está muy
bien y tiene tiempo de producir un plan efectivo. Lo que más le ha
gustado de todo, es que Andrés le ha asegurado que entre sus contactos
tiene a varios empresarios y está completamente seguro de que más de
uno necesitará de sus servicios como especialista de marca. Él la
ayudará a regresar al ruedo.
Ya fuera del Roll Roll, Lucía se siente en una nube, ni en un millón
de años se imaginaba que entraría a firmar unos documentos por un
ataque en su contra y saldría con una propuesta para llevar acciones de
marketing en el restaurante de Barcelona. Puede dejar su trabajo como
teleoperadora y dedicarse de lleno a lo que considera, es su fuerte
profesional. Ha quedado al día siguiente, a la misma hora, con Andrés
para firmar el nuevo contrato y después no perderá tiempo en dar los
quince días en el call center. Le entregará la carta a Dolores,
personalmente, para poder disfrutar la cara de su supervisora cuando
lea que Lucía deja su puesto. Se apresura a subirse al transporte
público, ha quedado con Aba y quiere contarle la noticia. Está segura
de que su nueva tarea hará que la relación entre ambas fluya sin
problema y aunque, al principio del diseño de campaña, tiene que estar
en Madrid, luego tendrá que viajar a la ciudad condal, cerca del local y
cerca de Aba.
Ya en el piso, Lucía le escribe un mensaje a la violinista para que
mejor baje a su casa, lleva desde muy temprano en la calle, le apetece
ducharse y ponerse cómoda. Media hora después, el timbre suena, la
camarera abre la puerta y sin pensarlo salta a la boca de Aba. Le da un
beso furioso que no puede controlar, la alegría de saber que su vida
está retomando el camino que tanto le costó dibujar, corre por sus
venas a toda velocidad. De repente, escuchan que el ascensor, tras
ellas, se abre, pero ambas siguen en una profunda exploración oral. No
es hasta que escuchan un fuerte carraspeo, que hace que Lucía se
separe de la ojiverde. Sube la mirada, se queda muy quieta, todavía
tiene la cara amoratada y sabe perfectamente lo que viene a
continuación.
—Mamá, ¿qué haces aquí? —pregunta la chica.
—Lucía, hija, ¿qué te ha pasado? —le pregunta Mercedes
mientras suelta la maleta que lleva en la mano y corre a abrazarla.
Aba se ha puesto tan pálida que parece un fantasma, la madre de
Lucía ha presenciado el voraz beso que se estaban dando en el rellano,
digno de dos adolescentes. No dice nada, solo se hace a un lado para
que madre e hija se saluden como corresponde. Mercedes dispara
preguntas sin ningún filtro, ha viajado a Madrid porque su intuición le
aseguraba que algo estaba ocurriendo. Desde que pasó lo de Dulce vio
que su niña fue perdiendo la alegría, casi no llamaba a casa y mucho
menos aparecía por el pueblo, solo el accidente que sufrió Paco, su
padre, la hizo moverse de la ciudad. Y aunque después las llamadas
incrementaron, algo le decía que Lucía no estaba bien. Ahora se
sorprende al llegar a su casa y encontrarla dándose el lote con una
rubia, pero lo que le preocupa sobremanera es el cristo que tiene en la
cara. 
—Mamá, ya me explicarás a qué se debe esta sorpresa —hace
hincapié en la última palabra con mucha ironía—, pero ahora déjame
presentarte Aba, mi vecina del quinto —finaliza Lucía, aún no le han
puesto nombre a lo que tienen y decirle amiga o ligue no le cuadra
demasiado.
Hechas las introducciones, Aba, literalmente, huye a su casa
excusándose en lo mucho que tendrán que ponerse al día la chica y su
madre. Ambas entran al piso y como estaba claro, Mercedes continúa
con su ronda policial de preguntas. La camarera se lo piensa durante
un minuto, no sabe si seguir ocultándole la verdad o, por el contrario,
soltarle todo lo que ha vivido de una vez. Opta por la última opción,
cree que, como siempre, el destino ha puesto en marcha su plan
haciendo que la visita de su madre coincida con su nueva propuesta de
trabajo. A la vez ha podido presentarle a la chica que desde hace
semanas le ha hecho sentir viva y con la que, posiblemente, está
empezando a imaginarse un futuro. Lucía omite los detalles más
escabrosos, pero le cuenta a su madre lo que pasó con Dulce, las
deudas que la muy zorra le dejó, lo que ya ha logrado pagar gracias a
trabajar en dos sitios diferentes teniendo a penas descanso. Su madre
está escandalizada con los ojos húmedos, le duele muchísimo que su
hija haya tenido que pasar por esto en solitario. La camarera cambia lo
malo por lo bueno y le habla a Mercedes de la violinista, su estrepitoso
primer encuentro y todo lo que ha venido a continuación. Le oculta lo
ocurrido con Eduardo, no hay necesidad de que su madre sepa de ese
desgraciado, versiona un poco la historia diciéndole que se vio, por
accidente, en medio de una pelea entre unos clientes del bar. Lucía le
adelanta las nuevas noticias haciendo que su madre salte de la emoción
sin contener las lágrimas, después de escuchar lo mal que lo pasó su
hija, no puede más que alegrarse.
—Volverás a brillar, mi niña, ya lo verás. Siento mucho todo esto,
¿por qué no me lo contaste antes?
—Mamá, no quería preocuparos, además que cuando Dulce se fue
y empezaron a llegar los reclamos de pagos, embargos y el despido,
estaba tan impactada que actué de forma mecánica. Me mudé y busqué
empleo, esa ha sido mi vida durante todo este tiempo. Perdóname por
no ir al pueblo o desaparecer tanto, no tenía fuerzas, contártelo era
revivir esas desgracias.
—Soy tu madre, Lucía, debiste contármelo. Sabes bien que tu
padre y yo tenemos cierta estabilidad, la casa está pagada y con las
pensiones y la venta del terreno llegamos de sobra cada mes. No
necesitamos mucho, hija, lo que tenemos es tuyo. Vamos a revisar lo
que te queda para salir de esos pagos ya, no puedes comenzar una
nueva etapa, arrastrando deudas.
Aunque Lucía se muestra reacia, su madre no se da por vencida y
como bien la conoce, sabe que no dará su brazo a torcer. El desorden
es uno de los defectos principales de Lucía, pero asombrosamente
tiene todos los documentos de pago bien organizados, y juntas
comprueban minuciosamente las cantidades. El trabajar tantas horas a
la semana, ha servido para que la chica liquide una gran cantidad de
dinero, quedando solo un 20 % de lo que le exigían al principio. Su
madre zanja cualquier intento de discusión obligándola a llamar a la
entidad de cobros para cancelar la deuda. El trámite les lleva
veintisiete minutos exactos, Mercedes ha pagado con la tarjeta
bancaria y la chica ha recibido, en su correo, todo el papeleo que
indica que es libre y, por fin, suelta el desafortunado regalito que le
dejó Dulce al marcharse.
Cuando Mercedes se queda dormida, Lucía sube a casa de la
violinista. Le ha dicho a su madre que esa noche estaría con la chica.
Su cama es muy pequeña para compartirla con Mercedes y además
tiene mucho de qué hablar con la ojiverde. Cuando entra al piso, la
nota nerviosa y puede apostar a que Aba siente una infinita vergüenza
al ser capturada por la madre de su vecina mientras se besaban frente a
la puerta de su casa. Lucía se acerca a ella y le da un beso casto en los
labios, la coge de la mano y la lleva al sofá. Sin darle oportunidad de
preguntar, la camarera se lanza a contarle absolutamente todo, casi con
lágrimas en los ojos le dice que su madre ha pagado lo que quedaba de
la deuda, pero ella misma se ha prometido devolverle ese dinero. Es
una mujer adulta y como tal tiene que asumir de frente sus desdichas,
aunque agradece que Mercedes la haya liberado de ese yugo. Se siente
tonta porque si le hubiese dicho antes a su madre lo que pasaba,
podrían haber llegado a un acuerdo en el que Lucía no se viera tan
ahogada por los desgraciados de los cobradores. Aba la escucha con
atención y abre los ojos, muy grande, cuando su vecina le explica en
qué consiste su nuevo trabajo, no puede evitar ensanchar una sonrisa al
saber que la chica vuelve con todo al mundo del marketing.
—¿Qué te parece, cariño? De momento seguiré aquí en Madrid,
pero a ti te quedan unos cuantos eventos a los que asistir en la ciudad,
¿no?, luego podríamos vernos en Barcelona. Andrés prometió
presentarme a varios de sus contactos, pero igualmente me activaré
con la búsqueda por las aplicaciones de empleo porque lo bueno de
este trabajo es que, normalmente, puede hacerse en remoto.
Aba está callada, de repente la boca se le queda seca y el corazón
empieza a acelerarse como en una carrera de Fórmula Uno. El miedo
vuelve a hacer acto de presencia, quiere estar con Lucía, le gusta
mucho, es feliz, pero todo ha cambiado tan rápidamente que no sabe
qué decir. Hace unos días estaban disfrutando del presente sin saber
qué depararía el futuro y ahora, prácticamente, están hablando de
establecer una relación más formal. Mil preguntas se agolpan en su
mente, se rasca las manos compulsivamente, no sabe ni qué decir ¿y si
no funciona porque no soy capaz de comprometerme con otra mujer?
—se cuestiona— mientras Lucía la mira de forma analítica y en su
cara se va pintando una mueca de decepción. Ha aprendido a conocer
los silencios y los gestos de la violinista, sabe que Aba no lo tiene
claro, pero Lucía sí que está segura de algo y es que por nada del
mundo obligará a la chica a dar, junto a ella, ese último paso.
—No me lo puedo creer —murmura Lucía, desencajada, fue en
busca de oro y encontró chatarra.
Lucía se levanta del sofá y sale del piso de la violinista, baja las
escaleras y en silencio accede a su casa. Va al baño, no quiere llorar, no
otra vez, está cansada de sufrir, sobre todo por amor. Se lava la cara
con agua fría, quiere despejarse, no le queda otra que avanzar, ahora
tiene una nueva oportunidad y no piensa desaprovecharla, así que se
mira en el espejo y se promete no caer. La chica había pensado dormir
en el sofá, pero, como se suele decir, no hay nada que cure más que el
amor de una madre. Entra sigilosa a la habitación y se acurruca al lado
de Mercedes.
—¿Qué te pasa, hija?, ¿estás bien? —la intuición de mamá no
falla.
Lucía se rompe, llora sin parar, durante lo que parecen horas,
descarga todo lo que lleva dentro desde hace dos años. Mercedes la
abraza mientras le susurra palabras de consuelo, sabe que lo que
necesita su hija es desahogarse. Cuando la camarera, por fin, se calma,
con algunos hipidos, le explica a su madre lo ocurrido hace rato, el
claro y evidente rechazo por parte de Aba. La chica se siente
engañada, cree que lo que alguna vez pensó, es realmente cierto, que la
violinista no es sincera y que jamás se atrevería a formalizar con una
mujer. Mercedes, que no sabe cómo es la relación entre las dos chicas,
se limita a darle cariño y apoyo a su hija, ayudando a que Lucía se
relaje y finalmente se quede dormida.

—Hija, voy a bajar a por huevos, estás muy delgada, hay que
desayunar bien —anuncia Mercedes, se han despertado relativamente
pronto, ha querido hacer desayuno, pero para su sorpresa, su hija solo
tiene agua y luz en la nevera.
Lucía tiene los ojos hinchados de tanto llorar y el pelo hecho un
revoltijo. Decide darse una ducha y adecentarse un poco para sentirse
mejor, es la regla número uno cuando te rompen el corazón. El timbre
de su casa hace que Lucía pare de cepillarse el cabello, murmura
enfadada, su madre se ha dejado las llaves pese que la chica se lo
recordó al menos siete veces.
-Mamá, mira que te di… —muda y congelada se queda Lucía.
En la puerta observa a una Aba totalmente destrozada, tiene la cara
como un pez globo, la nariz roja y los ojos empequeñecidos. 
-Lu, pe-perdoname, por favor —habla Aba, las lágrimas empiezan
a salir sin control mientras mira, temerosa, a una muy enfadada Lucía
—, ayer sentí un pánico horrible, tengo miedo, Lu, terror de no estar a
la altura y terminar haciéndote daño. Pero yo quiero intentarlo, me
duele el pecho de pensar en no volver a verte, en no volver a tocarte.
-Aba, yo no puedo ni quiero estar con alguien que a la primera de
cambio se eche a atrás. Siempre te he entendido, aunque haya veces
que dude de tu sinceridad, sé que para ti no es fácil pero no pienso
gastar mi vida esperando a que te decidas, o saltas conmigo o esto se
acaba aquí.
Aba se recompone en segundos, es imposible dibujarse un futuro
cercano en que la sonrisa de Lucía no esté presente. Sabe que no va a
ser fácil luchar en contra de sus miedos, pero necesita seguir sintiendo
esa matraca en el pecho que solo la chica, de pie frente a ella, ha
logrado sonar. Da otro paso y coge las manos de la camarera.
-Contigo salto a donde haga falta, Lu.  
EPÍLOGO

Siete años después

—Joder, Aba, este niño no para quieto —se queja Lucía porque Luca
no deja de levantarse e intentar caminar por el salón mientras grita.
Aba sonríe al ver la escena porque Lucía sigue siendo Lucía,
aunque hayan pasado los años. Tras aquella conversación en el rellano
del domicilio en el que vivía la chica, la vida las ha sorprendido
muchísimas veces. Las semanas pasaron velozmente en ese piso que,
juntas, compartieron antes de que la violinista regresara a Barcelona.
Tenía una agenda muy completa y nada más tocó tierras catalanas,
empezó a trabajar. Hizo conciertos privados, colaboraciones con
algunas bandas y hasta le sirvió de maestra a los hijos de un magnate
canadiense que estaba en España por negocios. Las chicas pasaron
veintisiete días sin verse, cada una estaba en una ciudad distinta con
sus respectivas obligaciones, pero mereció mucho la pena porque
cuando se reencontraron, no volvieron a separarse más.
Lucía volvió con fuerza, montando una increíble campaña
publicitaria para Roll Roll Beach cuya inauguración fue un éxito,
asistieron varios influencers y algunas personalidades reconocidas, lo
que le dio más bomba al, ahora catalogado, mejor chiringuito de todo
el Maresme. A esa primera fiesta asistió Alfonso, el cual fue
reconocido de inmediato por la publicista. Lo recordaba por su
caballerosidad aquella noche en el restaurante de Madrid cuando él no
se encontraba muy bien y ella lo acompañó a buscar un taxi. Alfonso
resultó ser uno de los directivos de la Orquesta Nacional de España, en
su juventud fue integrante de la famosa Filarmónica de Viena y ahora
lleva años de nuevo en su país de origen. Lucía le habló de Aba y el
hombre pudo presenciar en directo su actuación de esa noche. Tras
ello, no dudó en presentarla a las personas indicadas, que después de
hacerle varias pruebas, Aba fue admitida en la Orquesta Sinfónica de
Cataluña.
A los dos años de iniciar su relación, Aba se lanzó al agua y le
pidió a Lucía que se casara con ella. Atrás había quedado esa parte que
le impedía disfrutar al máximo de la chica, aunque seguía igual de
vergonzosa, y le costó muchísimo atreverse, no quería hacer la
tradicional pedida. Así que, con la ayuda de Mercedes y la distracción
de Paco, viajaron a Madrid con la típica excusa de ver un musical que
solo se presentaba en la ciudad. Después fueron a cenar los cuatro al
Roll Roll y allí, con el respaldo de Bacua, y en honor a ese primer beso
que surgió en el restaurante, Aba le pidió que compartieran vida, pero
ahora, legalmente. Lucía lloró como una niña pequeña para asombro
de los que la conocían, bien sabían del carácter de pantera hambrienta
que solía tener. Siete meses después, con el mar Mediterráneo de
testigo, se dieron el sí quiero, celebrándolo hasta bien entrada la
madrugada en el Roll Roll Beach.    

—Aba, ¿tú quieres ser mamá? —le preguntó una noche Lucía,
tiempo antes de casarse. Lo habían comentado alguna vez sin dejar
nada claro y entre tantos compromisos profesionales de ambas lo
fueron dejando aparcado.
—Sí, sí quiero. Pero, Lu, yo quiero que el bebé se parezca a ti —le
contestó la violinista, no se cansaba de admirar a Lucía, desde siempre
había pensado que era preciosa.
Y fueron dos, primero llegó Ada, un año y medio después de la
boda y cuando ella tenía dos años, nació Luca. Tanto una como el otro,
fueron concebidos a través del método ROPA, Aba fue la madre
gestante de ambos bebés y Lucía quien donó los óvulos. Los dos
nacieron sanos, con los ojos color verde intenso y los labios gruesos
como los de la violinista. De resto, eran clavados a Lucía con alguna
que otra diferencia. Disfrutaban mucho de esa vida, adoraban ser
madres y la relación que había entre ellas era fantástica, aunque no
todo fue color de rosa en ese tiempo, hubo muchas discusiones,
opiniones adversas, por un lado, quejas por el orden excesivo de las
cosas y por otro, el desorden masivo e incontrolable. Lucía se atrevió y
montó una oficina para ofrecer todos los servicios de marketing digital,
obligándola a estar horas y horas, encerrada en el despacho trabajando
y Aba pasaba, muchas veces, la semana fuera de casa, viajando con la
sinfónica. Después que nació Ada, apostaron por la tranquilidad,
pasando más horas juntas y con sus hijos, la violinista en la actualidad
da clases en una escuela para niños con talento musical y la publicista
ha delegado la mayoría de las campañas a un equipo que ha podido
formar con el tiempo.

—Lu, venga que vamos tarde y todavía no estás vestida —reclama


Aba colocándose unos pendientes verdes a juego con sus ojos.
—Joder, cariño, es que me has dejado muerta —responde Lucía
mientras se acerca, la abraza por la espalda y le da un beso en el
cuello. Aba se sigue sonrojando y Lucía lo sigue adorando.
—Eres tú quien me pide más, así que no te quejes —se ríe—.
Anda, vístete que tu madre se va a poner nerviosa si tardamos mucho
encerradas, debe estar haciendo tiempo en el jardín con los niños.
—Daniela me ha llamado ya, por fin ha acabado la mudanza y me
confirma que vendrá con nosotras, nos encontraremos allá —le
comenta Lucía. Daniela es una antigua compañera de la universidad
que apenas acabaron la carrera, se fue al extranjero. Ahora, años
después, ha vuelto y se ha asentado en Barcelona.
Terminan de vestirse y bajan a toda prisa, en efecto van tarde a la
celebración del aniversario del Roll Roll Beach. Aparte de clientas
asiduas, la agencia de Lucía sigue llevando la publicidad de ambos
restaurantes y Aba, a menudo tiene presentaciones en el local, a solas o
acompañando a alguna banda. Se despiden de Mercedes y de Paco que
pasan más tiempo con ellas que en el pueblo, ambas lo agradecen, les
ayudan con los niños, pero, además, se quedan más tranquilas
teniéndoles cerca, ya están mayores y temen que les pueda ocurrir algo
estando solos y tan lejos. Tardan un rato en conseguir aparcamiento y
cuando están listas, bajan del coche y se cogen de la mano para
caminar hasta el local.
—Estás preciosa, cariño —dice Lucía.
—Eres una zalamera, algo querrás.
—Tú sabes lo que quiero —se pega Lucía a su boca—. Tu mujer
tiene mucha hambre —le muerde esos labios carnosos que no se cansa
de besar después de tantos años.
—¡Eh, eh! ¿No os da vergüenza alardear de vuestra cursilería?, no
puedo con tanto romanticismo —habla Daniela, la amiga de Lucía,
quien va llegando a la par que ellas y las ha interrumpido sin dudarlo.
—Dani, algún día te vas a enamorar y seremos nosotras quienes
nos burlaremos de ti —canturrea Lucía mientras le da dos besos a su
amiga.
—¿Perdona? Para mí el amor no existe y lo sabes. Cuando
estábamos en la universidad, pensábamos igual y quemábamos
Madrid, hasta que me traicionaste, no me hagas hablar —amenaza
Daniela haciendo alusión a la época que saltaban de cama en cama,
hasta que Lucía se enamoró de Dulce y dejó las juergas a un lado.
Las tres se ríen y se enfilan hacia el restaurante, el lugar está a
reventar, pero ellas tienen una mesa reservada en su rincón favorito,
desde donde se puede ver todo el local y disfrutar de la playa sin estar
en medio del barullo. Justo cuando están atravesando las puertas de
Roll Roll Beach, el móvil de Daniela suena y esta les hace señas para
que entren, necesita atender esa llamada. Su nuevo jefe iba a aclararle
algunos puntos del contrato laboral que no le han quedado muy claros.
Aba le avisa, como puede, que tiene que dar su nombre en la entrada,
la reserva se hizo con el de la violinista y no con el de Lucía. Las dos
mujeres entran y piden las consumiciones, una cerveza y una tónica
con hielo y limón. Algunas cosas no han cambiado.
—No hay ninguna reserva a nombre de Lucía Méndez, ya se lo he
dicho —espeta la chica de la entrada que parece ser la encargada del
local.
—Pero vamos a ver, ¿es que no me entiendes?, porque veo que no
te entra lo que te estoy explicando. Acaban de entrar mis amigas, yo
me quedé fuera contestando una llamada —expone otra vez, muy
molesta Daniela. Ha intentado entrar al restaurante y la empleada le ha
dicho que sin reserva no puede.
—Llame a sus amigas y que salgan a buscarla, porque si no, no
entra —responde tranquila la chica.

Finalmente, Lucía coge el móvil y sale a buscar a su amiga que


está fuera con un cabreo importante. La publicista sonríe a Andrea, la
encargada del restaurante a la que lleva tiempo conociendo. La chica
está en el local desde su apertura, es buena gente, pero incorruptible en
el trabajo, los demás empleados le tienen mucho respeto, los pocos que
se han atrevido a vacilarla, se han encontrado la carta de despido en su
taquilla al final de la jornada.
—Vaya tía más imbécil —escupe Daniela— joder, con lo buena
que está, no me puedo creer que sea tan amargada.
—Es buena chica, pero como todos, tiene su historia. No lo ha
tenido fácil y este trabajo fue su salvación, le gusta hacer las cosas
bien y algunas veces es bastante inflexible —le cuenta Aba a Daniela
que parece más tranquila cuando una camarera le trae su gin tonic.
—Bueno, no hablemos de esa impresentable, lo peor es que seguro
la veré de seguido. Tanto mi casa como la oficina quedan cerca y ya mi
jefe me habló de lo frecuentes que son las quedadas aquí — bufa
mientras le quita la mirada a Andrea, llevan rato desafiándose—. Voy
al servicio, pareja, ahora vuelvo.
Al quedarse solas, Aba y Lucía se observan, es la misma mirada
desde hace siete años, cargada de amor, sinceridad y paz. Aba es quien
amansa los demonios de Lucía y la publicista es quien causa ese
terremoto interno que tanto disfruta la violinista. Ambas sonríen.
—¿Has visto lo mismo que yo? —pregunta Lucía con una sonrisa
pícara.
—Quizá otra historia nazca en el Roll Roll, pero esta vez cerquita
de la playa —contesta Aba.
—¿Cómo la nuestra?
—Sí, así de bonita —sonríe la violinista.
—Te quiero, cariño —sella Lucía con un beso suave en esos labios
que la siguen volviendo loca.
Agradecimientos

Gracias a todos los que, de una u otra manera, me animaron a publicar


esta historia que nació una noche en medio de un sueño turbulento.

A mi estrella en cielo.

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