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CAPÍTULO 3

Rose
En el pasado
 
Con mi mochila al hombro, recorro las calles en dirección a la estación de trenes. Tengo que irme. Sea
quien sea ese hombre, no me conviene estar a su alrededor.
Compro un boleto para el siguiente viaje a Oregón.
Mientras espero, sufro un déjà vu .
No tengo un teléfono para pasar el tiempo, cuando pisé esta ciudad no quise que la nostalgia se
apoderara de mí y acabara respondiendo los miles de mensajes de Daihana y Henri; tampoco quería que
el miedo me doblegara y contestara una de las innumerables llamadas de mi madre. Tiré el aparato en
el bote de basura más cercano y no lo he necesitado.
Me pregunto qué estarán haciendo.
—¿Vas a alguna parte? —La voz me espanta justo cuando me dispongo a caminar hacia el tren que
acaba de detenerse a unos metros; alzo la cabeza para encarar al sujeto que me habla. La camiseta sin
mangas muestra los tatuajes que cubren su piel marrón, los ojos que me observan con indiferencia son
claros, como la miel—. Chica, regresa por donde viniste, no tienes permitido irte.
—¿Disculpa?
—A menos que seas retrasada y no hayas captado la orden, tienes un lugar en el que estar dentro de
unas horas. —¡Mierda!—. Veo que lo entiendes. Sin crear un escándalo, sígueme fuera. —No me
atrevo a moverme, mirando hacia el tren y considerando si al empujarlo y desestabilizarlo, pudiera
alcanzar…—. Ni siquiera lo pienses, no dudaré en usar la fuerza si es necesario.
A regañadientes lo acompaño fuera de la estación hacia a un auto negro de aspecto caro que desentona
con su vestimenta callejera.
—No voy a ir contigo a ninguna parte —le digo reacia.
Quién sabe a dónde me llevaría o qué haría conmigo.
—No tengo tiempo para esto, chica. Sube al puto auto que el Jefe nos espera. —Niego alejándome unos
pasos; él pierde la paciencia y en segundos me doblega, nos introduce al auto y le dice a alguien que
conduzca. Como si supiera que soy capaz de abrir la puerta y lanzarme aunque estemos en movimiento,
mantiene una sujeción en uno de mis brazos.
¿Quiénes son estas personas y qué esperan de mí? La verdad es que no estoy segura de querer
descubrirlo.
 

 
Tras bajar del auto caminamos por un callejón directo a una puerta metálica, soy empujada a través de
esta con poca delicadeza.
—Avanza y gira a tu primera izquierda —indica el tipo que prácticamente me secuestró. El pasillo es
amplio y hay varios sujetos postrados a cada lado, quizás guardias de seguridad personal.
Abrazo mi mochila contra mi pecho dando pasos tentativos, temo que alguno salte sobre mí en
cualquier momento, me miran como si quisieran hacerlo. Alcanzo el primer giro e ingreso a otro pasillo
corto y más estrecho que acaba en una puerta de madera oscura. Mi secuestrador me empuja a un lado
para así llamar y cuando una voz le dice que pase, la abre y me arroja dentro, trastrabillo y me balanceo
hasta que logro enderezarme.
—Imbécil —mascullo, el tipo me ignora mientras observa a Falcon, sentado detrás de un escritorio rojo
y blanco, de hecho la decoración de este despacho se enfoca en esos dos colores.
—Déjanos. —A mi espalda la puerta se bloquea cuando el imbécil se va—. Sabía que intentarías
escapar —comenta—. Por eso dejé a One vigilándote al otro lado de la calle —explica—. Lo tienes
grabado en todo tu rostro, incluso ahora valoras las escasas opciones, por no decir ninguna, que tienes
de huir.
—¿Puedes culparme? —inquiero con molestia apretando los puños.
—Eres una contradicción, Rose. Tímida en algunos aspectos y arrebatadora en otros. Me gusta eso de
ti.
—¿Qué q-quieres?
—Te lo dije, trabajarás para mí.
—¿Y si me n-niego?
—Haré que estés de vuelta en Los Ángeles antes de lo que puedas imaginar. —Me maldigo
internamente, él no tendría con qué amenazarme si no le hubiera contado.
—¿P-por qué yo?
—Sin pasado, sin ataduras, sola… —enumera.
—¿Y q-qué se supone que tengo que hacer?
—Toma asiento, estaremos un rato aquí.
 

 
Mabel. Esa amable señora a la que creí que le caía bien, a quien pensé que estuve ayudando y a cambio
me ayudaba a mí, es una falsa. Es debido a ella que estoy en este maldito lugar.
Ella y otras personas se encargan de buscar y elegir chicas que podrían “servir” para el negocio que
lleva Falcon, que no es otra cosa que una sociedad secreta donde las “Foxy” -así las llaman-
básicamente recaban información y realizan algunos trabajos que, por su género, pueden llevar a cabo y
pasar desapercibidas.
Ahora soy una de ellas y me advirtieron que debo prestar atención y aprender por mi cuenta una
manera de sobrevivir en este nuevo mundo. Como soy nueva, no me relacionaré con ninguna otra hasta
que me adapte y pase un periodo de prueba que, de inmediato, se me ocurrió que podría echar a perder
con el único motivo de no ser aceptada y seguir con mi rumbo.
Sin embargo, Falcon me lanza una sonrisa diabólica cuando lee mis intenciones como si las hubiera
pensado en voz alta y deja en claro hasta cierto punto que le da igual cuán bien o mal haga mi trabajo,
lo que importa es cuánto deseo permanecer con vida ya que si no les sirvo para algo, ¿de qué vale
mantenerme respirando?
Desde esa conversación he estado recluida en una habitación de The Cage sin posibilidad de salir a
tomar aire fresco mientras aprendo las normas de la sociedad y formas en que puedo adaptarme en
situaciones hipotéticas según la información en carpetas ofrecida por el que tiene pinta de ser el
segundo al mando de Falcon, One.
Apenas puedo creer lo que está pasándome. Lo que tengo que hacer. No es que me haya resignado. Si
consigo salir y desviar la atención de los guardias lo suficiente como para subirme a un taxi, tendría
una oportunidad. Al demonio las amenazas de Falcon, no me escapé de una jaula para acabar encerrada
en otra.
 

 
Cuatro días más tarde, podría empezar a caminar por las paredes.
—El Jefe quiere verte. —La voz de One me obliga a apartar la mirada del techo, con un suspiro me
levanto y lo sigo hasta la oficina de Falcon, he memorizado los pasillos que me han hecho recorrer y
cuántos guardias hay en cada uno, aunque no siempre son las mismas caras, sí la cantidad.
Cuando One me empuja hacia la boca del lobo y se esfuma, reparo en el hombre sentado detrás del
escritorio, un vaso de lo que asumo es whisky reposa en la mesa, entre sus dedos.
—One dice que aprendes rápido. —Me escudriña de pies a cabeza y cuesta no encogerme por la
manera en que me mira—. Mañana tomarás tu primer encargo, memoriza esto y si tienes alguna duda,
hazme saber. —Me acerco y cojo el dosier frente a él, estoy por darme la vuelta cuando añade—: No
dije que podías irte, Rose. —Me giro con un ligero temblor en las manos—. Siéntate. —Me dejo caer
en uno de los dos sillones del lado contrario a él.
Respiro hondo y me centro en conocer los detalles que se desglosan en el documento, el resumen en la
parte superior de la primera hoja se burla de mí: Categoría C, que significa fácil. No obstante, lo que
debo hacer, lo que sucedería si doy un paso en falso… Trago en seco y avanzo entre los párrafos hasta
llegar al penúltimo punto.
—No soy una puta —gruño enfrentándolo, vacía su trago y lo rellena con una botella marrón que saca
de un cajón a su derecha.
—Eres y serás todo lo que yo quiera que seas, Foxy. —Usa el apodo para recordarme mi lugar.
—No estoy preparada…
—Nunca lo estarás hasta que empieces. Tu comida y estadía no son gratis, me debes cuatro días. —
Muerdo mi labio inferior para contener una réplica, sonríe como si lo supiera así que no lo retengo.
—No pedí estar aquí. Me has quitado mi libertad y no tengo opción más que acatar tus órdenes, en lo
que a mí concierne no te debo nada. —Se mueve demasiado rápido, rodeando el escritorio para colocar
sus manos en los brazos del sillón que ocupo e inclinarse hasta que su nariz roza la mía.
—Me debes cada respiración, Rosalynne. —Un jadeo brota de mí.
—¿C-cómo…?
—Tengo mis fuentes. Así que, tu linda madre puso un anuncio de búsqueda, ¿debería llamarla y
tranquilizarla? Saber el paradero de su nena definitivamente le sentaría bien…
—No. No. Por favor… —Retrocede esbozando media sonrisa.
—Supuse que nos entenderíamos. En tu cuarto espera una bolsa con tu vestimenta de mañana,
pruébatela, iré a comprobar lo bien que te queda. Ahora vete.
 

 
Falcon Redwing no se molesta en llamar a mi puerta cuando se une a mí un rato más tarde. Entra con
una expresión de burla que se cierra en cuanto me ve con la misma ropa con la que acudí a su
despacho. No es paciente ni bueno, tiene toda la pinta de un criminal que oculta a la bestia con un
impecable traje de tres piezas, lo hace lucir como un bocado de chocolate que no tienes permitido
comer porque estás a dieta. También es alguien a quien no le importa lo que podría implicar mi
presencia en su negocio.
Debí imaginarlo cuando me obligó a estar aquí a pesar de no tener veintiún años todavía, pero tener la
constancia de que incluso atrae a chicas más jóvenes me provoca náuseas.
—Te complacerá saber que la ropa es de mi talla —musito, las prendas eran demasiado reveladoras
como para someterme a su análisis, así que me las quité tan pronto como confirmé que me quedaban
como un guante.
—Yo juzgaré eso. Cámbiate. —Sabiendo que es una orden, tomo el montoncito de ropa y con ella en
brazos me encamino al baño privado, Falcon se aclara la garganta y me hace mirarlo—. Antes
despreciaste la privacidad que te ofrecí, así que hazlo aquí delante de mí.
Es tan cruel y, Dios mío, no puedo creer que lo encuentre atractivo. Algo está realmente mal en mí. No
debería tener este tipo de pensamientos.
—No —me niego con una mueca en los labios.
—¡Cómo te encanta esa palabra! Aprenderás por las buenas o por las malas que a mí no se me dice
“no”, Rosalynne. Te desnudas, o lo hago yo por ti.
Con un gruñido me quito la ropa dejando mis bragas y sostén, me rehúso a mirarlo, a descubrir qué se
refleja en sus ojos. Burla o deseo, no quiero saberlo. Me cubro con el minúsculo vestido rojo que me
hace lucir como puta de esquina y lo encaro.
«¿Y bien?» , quiero decirle, pero me contengo. Recorre la distancia que nos separa y con una mano en
mi hombro me insta a dar la vuelta. Me siento vulnerable, no logro disimular el estremecimiento que
me recorre.
La yema de un dedo recorre mi espalda semidescubierta, se detiene en la tira de mi sujetador y lo
sostiene lejos de mi piel para luego dejarlo caer, no duele, pero capto su intención.
—Tiene que irse. —No sé si son imaginaciones mías, pero su voz posee un matiz diferente. Su dedo
baja por mi columna y hasta el borde en forma de V, cuya punta recae casi en el nacimiento de mi
trasero, repite la acción con mis bragas, pellizcándolas a través del vestido—. Y esto.
—¿Q-qué…?
—El tartamudeo también —regaña; su aliento sopla cálido en mi hombro desnudo—. Debes mostrarte
segura y sensual, envolverlo alrededor de tu dedo y hacerlo querer comer de la palma de tu mano.
—N-no sé si pueda —susurro.
—Puedes y lo harás. Repasa la información. Mañana serás una Foxy y todo lo que eras hasta hoy,
desaparecerá. —Sus labios dejan un casto beso en la curva que une mi cuello a mi hombro, la piel se
me eriza—. Descansa y no pienses demasiado, ahí es cuando se arruina todo. Lo único que debes hacer
es actuar basándote en tu entrenamiento, ¿de acuerdo?
—Sí.
—Sí, ¿qué? —Me tenso de pies a cabeza.
—Sí, Jefe.
—Buena chica.

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