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Propuesta de cuentos fantásticos y de ciencia ficción

RELATO DE CIENCIA FICCIÓN

Fuente de la imagen: https://www.xataka.com/ciencia-ficcion/mejores-momentos-literatura-ciencia-ficcion-1

Las historias de ciencia ficción o ficción científica son relatos cuyos hechos se presentan como posibles
dentro de un mundo donde la ciencia y la tecnología han alcanzado un alto grado de desarrollo, por lo
general, generalmente en un futuro lejano. No obstante, este género está sujeto a muchas controversias y
variedades, por lo cual el tiempo es variable y hasta podría suceder en otro tipo de dimensión temporal y
espacial no conocida por los humanos hoy en día. Lo que debemos volver a pensar es que los hechos no
son sobrenaturales (como en el cuento fantástico) sino aceptables como especulaciones racionales.
El lector ve los hechos como posibles porque están basados en razonamientos científicos 1 o inventos
técnicos2 . Lo que se rescata en cada historia, además de la fábula en sí, es el impacto que estos hechos
causa en los humanos. Sus personajes son muy variados: desde protagonistas que luchan por la libertad

1 ciencia. Del lat. scientia. 1. f. Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento,
sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y
comprobables experimentalmente.// 4. f. pl. Conjunto de conocimientos relativos a las ciencias exactas, físicas, químicas y
naturales.
2 tecnología. Del gr. τεχνολογία technología, de τεχνολόγος technológos, de τέχνη téchnē 'arte' y λόγος lógos 'tratado'. 1. f.

Conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico. // 3. f. Lenguaje
propio de una ciencia o de un arte. 4. f. Conjunto de los instrumentos y procedimientos industriales de un determinado sector
o producto.
humana, en contra de la cosificación, hasta científicos locos que no miden las consecuencias en su afán
de experimentar. El estilo se caracteriza por el uso de numerosos neologismos.

Algunos de los temas:

• Los experimentos científicos fallidos, accidentes nucleares, hecatombe cósmica.


• Viajes interestelares, hacia el centro de la Tierra o conquista del espacio.
• Mutaciones genéticas imprevistas, robots, androides, ciborgs, alienígenas.
• Realidad virtual, la mente humana manipulada por científicos.
• Viajes a otras dimensiones temporales y espaciales.
• Vida en otros planetas –inclusive inventados- y contacto con extraterrestres.
• El hombre del futuro.
• Disutopías3: mundos agobiantes que cosifican al hombre.
• Destrucción de la tierra
• Computadoras o redes informáticas que lo controlan todo y se rebelan contra la raza
humana

Más en:
https://cdn.educ.ar/dinamico/UnidadHtml__get__3b5015e8-dfdb-4ee9-bbe8-
0e129de0372c/14811/data/4609470e-c84c-11e0-8163-e7f760fda940/index2.htm

20 de julio de 2019 (Arthur Clarke)

3utopía. Del lat. mod. Utopia, isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en
1516, y este del gr. οὐ ou 'no', τόπος tópos 'lugar' y el lat. -ia '-ia'. 1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que
parecen de muy difícil realización. 2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras
del bien humano. (1.2.3.) Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Fuente digital: https://latecnicalf.com.ar/descargas/material/lengua/Lengua%204to%20M%202019%20PROF%20POLO.pdf

y por si pensaron que todo esto era una utopía, veamos qué pasa hoy con la tecnología en las casas
domotizadas....

https://www.youtube.com/watch?v=xpho1uPsSJw

https://www.youtube.com/watch?v=sdKIZBTRQmA

https://es.digitaltrends.com/inteligente/como-configurar-el-google-home/

¡Cómo se divertían! de Isaac Asimov


Margie incluso lo escribió aquella noche en su diario, en la página encabezada con la fecha 17 de mayo
de 2157. « ¡Hoy, Tommy ha encontrado un libro auténtico!» Era un libro muy antiguo. El abuelo de
Margie le había dicho una vez que, siendo pequeño, su abuelo le contó que hubo un tiempo en que todas
las historias se imprimían en papel. Volvieron las páginas, amarillas y rugosas, y se sintieron
tremendamente divertidos al leer palabras que permanecían inmóviles, en vez de moverse como debieran,
sobre una pantalla. Y cuando se volvía a la página anterior, en ella seguían las mismas palabras que se
habían leído por primera vez.
- ¡Será posible! - comentó Tommy. ¡Vaya despilfarro! Una vez acabado el libro, sólo sirve para tirarlo,
creo yo.
Nuestra pantalla de televisión habrá contenido ya un millón de libros, y todavía le queda sitio para muchos
más. Nunca se me ocurriría tirarla.
- Ni a mí la mía -asintió Margie. Tenía once años y no había visto tantos libros de texto como Tommy,
que ya había cumplido los trece. - ¿Dónde lo encontraste? - preguntó la chiquilla.
- En mi casa -respondió él sin mirarla, ocupado en leer. -En el desván.
- ¿Y de qué trata?
- De la escuela.
Margie hizo un gesto de disgusto. - ¿De la escuela? ¡Mirá que escribir sobre la escuela! Odio la escuela.
Margie siempre había odiado la escuela, pero ahora más que nunca. El profesor mecánico le había señalado
tema tras tema de geografía, y ella había respondido cada vez peor, hasta que su madre, meneando muy
preocupada la cabeza, llamó al inspector. Se trataba de un hombrecillo rechoncho, con la cara encarnada
y armado con una caja de instrumental, llena de diales y alambres. Sonrió a Margie y le dio una manzana,
llevándose luego aparte al profesor.
Margie había esperado que no supiera recomponerlo. Sí que sabía. Al cabo de una hora poco más o menos,
allí estaba de nuevo, grande, negro y feo, con su enorme pantalla, en la que se inscribían todas las lecciones
y se formulaban las preguntas. Pero eso, al fin y al cabo no era tan malo. Margie detestaba sobre todo la
ranura donde tenía que depositar los deberes y los ejercicios. Había que transcribirlos siempre al código
de perforaciones que la obligaron a aprender cuando tenía seis años. El profesor mecánico calculaba la
nota en menos tiempo que se precisa para respirar. El inspector sonrió una vez acabada su tarea y luego,
dando una palmadita en la cabeza de Margie, dijo a su madre:
-No es culpa de la niña, señora Jones. Creo que el sector geografía se había programado con demasiada
rapidez. A veces ocurren estas cosas. Lo he puesto más despacio, a la medida de diez años.
Realmente, el nivel general de los progresos de la pequeña resulta satisfactorio por completo... Y volvió
a dar una palmadita en la cabeza de Margie. Esta se sentía desilusionada. Pensaba que se llevarían al
profesor. Así lo habían hecho con el de Tommy, por espacio de casi un mes, debido a que el sector de
historia se había desajustado.
- ¿Por qué iba a escribir alguien sobre la escuela? -preguntó a Tommy. El chico la miró con aire de
superioridad.
- Porque es una clase de escuela muy distinta a la nuestra, tonta. El tipo de escuela que tenían hace cientos
y cientos de años.
Y añadió con soberbia, recalcando las palabras: _Hace siglos.
Margie se ofendió.
-De acuerdo, no sé qué clase de escuela tenían hace tanto tiempo. Leyó por un momento el libro por
encima del hombro de Tommy y comentó:
- De todos modos, había un profesor.
- ¡Pues claro que había un profesor! Pero no se trataba de un maestro normal. Era un hombre.
- ¿Un hombre? ¿Cómo podía ser profesor un hombre?
- Bueno... Les contaba cosas a los chicos y a las chicas y les daba deberes para casa y les hacía preguntas.
- Un hombre no es lo bastante listo para eso.
- Seguro que sí. Mi padre sabe tanto como mi maestro.
- No lo creo. Un hombre no puede saber tanto como un profesor.
- Apuesto a que mi padre sabe casi tanto como él.
Margie no estaba dispuesta a discutir tal aserto 4. Así que dijo:
-No me gustaría tener en casa a un hombre extraño para enseñarme.
Tommy lanzó una aguda carcajada.
- No tienes ni idea, Margie. Los profesores no vivían en casa de los alumnos. Trabajaban en un edificio
especial, y todos los alumnos iban allí a escucharles.
- ¿Y todos los alumnos aprendían lo mismo?
- Claro. Siempre que tuvieran la misma edad...
- Pues mi madre dice que un profesor debe adaptarse a la mente del chico o la chica a quien enseña y que
a cada alumno hay que enseñarle de manera distinta.
- En aquella época no lo hacían así. Pero si no te gusta, no tienes por qué leer el libro.
- Yo no dije que no me gustara -respondió con presteza Margie. Todo lo contrario.
Ansiaba enterarse de más cosas sobre aquellas divertidas escuelas.
Apenas habían llegado a la mitad, cuando la madre de Margie llamó: -¡Margie! ¡La hora de la escuela!
- Todavía no, mamá -suplicó Margie, alzando la vista.
- ¡Ahora mismo! -ordenó la señora Jones. Probablemente es también la hora de Tommy.
- ¿Me dejarás leer un poco más del libro después de la clase? -pidió Margie a Tommy.
- Ya veremos -respondió él con displicencia. Y se marchó acto seguido, silbando y con su polvoriento
libro bajo el brazo.
Margie entró en la sala de clase, próxima al dormitorio. El profesor mecánico ya la estaba esperando. Era
la misma hora de todos los días, excepto el sábado y el domingo, pues su madre decía que las pequeñas
aprendían mejor si lo hacían a horas regulares. Se iluminó la pantalla y una voz dijo:
- La lección de aritmética de hoy tratará de la suma de fracciones propias. Por favor, coloque los deberes
señalados ayer en la ranura correspondiente.

4 afirmación
Margie obedeció con un suspiro. Pensaba en las escuelas antiguas, cuando el abuelo de su abuelo era un
niño, cuando todos los chicos de la vecindad salían riendo y gritando al patio, se sentaban juntos en clase
y regresaban en mutua compañía a casa al final de la jornada. Y como aprendían las mismas cosas, podían
ayudarse mutuamente en los deberes y comentarlos. Y los maestros eran personas... El profesor mecánico
destelló sobre la pantalla: “Cuando sumamos las fracciones una mitad y un cuarto”.
Margie siguió pensando en lo mucho que tuvo que gustarles la escuela a los chicos en los tiempos antiguos.
Siguió pensando en cómo se divertían.
Título Original: TheFunTheyHad © 1951. Isaac Asimov (Rusia-Estados Unidos, 1920-1992)

¿Vieron “Yo, Robot”?


¿y “El hombre bicentenario”? allí están las leyes de la robótica
y “Ex Machina”, de 2014?
¿Black Mirror?

https://finde.latercera.com/series-y-peliculas/peliculas-de-ciencia-ficcion-netflix-2021-junio/

https://magnet.xataka.com/nuestro-tsundoku/21-peliculas-ciencia-ficcion-no-conocidas-que-
deberias-ver

ROBOT MASA (Sebastián Szabo)

Somos unos pocos los que conservamos nuestro aspecto humano. Los que somos de carne y hueso. Todos los demás
se plegaron a la moda, todos son de metal. Todos son robots humanos.
Desde que el Rectorado aprobó la robotización, hace ya trescientos años, todos se fueron operando y adoptaron el
cuerpo de metal. De humanos sólo conservan el cerebro y el corazón que ahora bombea un líquido neutro.
Es fácil, es una operación de rutina, no duele nada, me dicen los robots.
-Tenés que probarlo. Unite al mundo.
Desde que la robotización apareció, se modificó el mundo. Todo se rige por ella. Nadie puede ser dirigente si no es
robot. Los líderes, los artistas... todos son robots.
Somos unos pocos los que no nos robotizamos. Nos miran raro, nos ridiculizan.
Hace tres días que no veo a Urla. La extraño. Es la primera vez que desaparece.
Cuando salgo a la calle, siento que se clavan en mí las miradas de las viejas robots. Viejas conventilleras que no
perdieron su "capacidad de chisme y odio", a pesar de su operación. No entiendo cómo se enamoran, si no se
distinguen los hombres de las mujeres. Cómo pueden obtener satisfacción de sus cuerpos de metal.
La presión de los medios, de la sociedad, del Rectorado del planeta, para que nos roboticemos es terrible. No nos
dejan en paz. Nos apedrean en la calle. Nos arrestan por subversivos. Nos condenan por el sólo hecho de no querer
cambiar. Con Urla, mi novia, juramos que no cambiaríamos, que seríamos humanos, de carne y hueso, hasta la
muerte.
Hace tres meses que no veo a Urla, ya comienzo a olvidarla. La ciudad sigue igual. Todos son robots. Hace mucho
que no veo a un humano. Tal vez sea el último de los de carne y hueso.
Tengo que vivir escondido, sólo salgo de noche. Recorro los bares humanos, donde solíamos reunirnos los últimos,
y no encuentro a nadie. Todos han desaparecido.
-Hola me dice. Soy yo, Urla. ¿Te acordás de mí?
No le contesto, la miro. No puedo creer que sea un robot. Ella se ha operado, es una máquina más.
Hace horas que corro. Trato de alejarme de la ciudad, de esa horrible imagen de Urla. Ella me traicionó. No le
guardo rencor.
Pobre, la presión era muy fuerte. No la pudo soportar. Me detengo y giro. Vuelvo a la ciudad.
Estoy acostado en la camilla. Dos robots me conducen al quirófano.
"¡¡¡Extra, extra!!! El último de los humanos ya es robot" pregonan los robots canillitas en toda la ciudad.
Sebastián Szabó en Veinte Jóvenes Cuentistas Argentinos II. Editorial Colihue.

EXILIO

Nunca se vio en Gelo nada tan cómico.


Salió de entre el roto metal con paso vacilante, movió la boca, desde el principio nos hizo reír con esas
piernas tan largas, esos dos ojos de pupilas tan increíblemente redondas.
Le dimos grubas, y linas, y kialas.
Pero no quiso recibirlas, fijate, ni siquiera aceptó las kialas, fue tan cómico verlo rechazar todo que las
risas de la multitud se oyeron hasta el valle vecino.
Pronto se corrió la voz de que estaba entre nosotros, de todas partes vinieron a verlo, él aparecía cada vez
más ridículo, siempre rechazando las kialas, la risa de cuantos lo miraban era tan vasta como un temporal
en el mar.
Pasaron los días, de las antípodas trajeron margas, lo mismo, no quiso ni verlas, fue para retorcerse de
risa.
Pero lo mejor de todo fue el final: se acostó en la colina, de cara a las estrellas, se quedó quieto, la
respiración se le fue debilitando, cuando dejó de respirar tenía los ojos llenos de agua. ¡Sí, no querrás
creerlo, pero los ojos se le llenaron de agua, d-e-a-g-u-a, como lo oyes!
Nunca, nunca se vio en Gelo nada tan cómico.
Héctor Germán Oesterheld
Tomado de: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/10206-2265-2014-12-
01.html

CASSETTE (Enrique Anderson Imbert)


Año 2132, lugar: aula de cibernética, personaje: un niño de 9 años, se llama Blas.
Por el potencial de su genotipo, Blas ha sido escogido para la clase Alfa. O sea que, cuando crezca, pasará
a integrar ese medio por ciento de la población mundial que se encarga del progreso. Entre tanto, lo educan
con rigor. La educación, en los primeros grados, de limita al presente: el método de la ciencia y el uso de
los aparatos de comunicación. Después, en los grados intermedios, será una educación para el futuro: que
descubra...que invente. La educación en el conocimiento del pasado todavía no es materia para su clase
Alfa.
Está en penitencia. Su tutor lo ha encerrado para que no se distraiga y termine su deber de una vez.
Blas sigue con la vista una nube que pasa. Quizá es la misma nube que otro niño, antes que el naciera,
siguió con la vista una mañana como esta. Y al seguirla, pensaba en un niño que también la miró en una
época anterior, y en tanto la miraba, creía recordar que otro niño y en otra vida...y la nube ha desaparecido.
Ganas de estudiar Blas no tiene. Abre su cartera y saca, no el dispositivo calculador, sino un juguete. Es
una cassette.
Empieza a ver una aventura de cosmonautas. Cambia y se pone a ver un concierto de música estocástica.
Mientras ve y oye, la imaginación se le escapa hacia aquellas gentes primitivas del siglo XX, a las que
justamente se refirió el tutor en un momento de distracción: "¡Pobres, como se habrán aburrido sin esta
csasette...!"
Blas, en su vertiginoso siglo XXII, tiene a su alcance miles de entretenimientos...la cassette admite los
más remotos sonidos e imágenes: transmite noticias desde satélites que viajan por el sistema solar; remite
cuerpos en relieve; permite que él converse, viéndose las caras, con un colono de Marte; remite sus
preguntas a una máquina computadora (voces, voces, nada más que voces, pues en el año 2132 el lenguaje
es únicamente oral: las informaciones importantes se difunden mediante fotografías, diagramas, guiños
eléctricos, signos matemáticos)
En vez de terminar el deber, Blas juega con la cassette. Es un paralelepípedo de 20 x 12 x 3 que, no
obstante su pequeñez, le ofrece un variadísimo repertorio de diversiones. Sí, pero él se aburre. Esas
diversiones ya están programadas. Un gobierno de tecnócratas resuelve qué es lo que debe ver y oír. Blas
da vuelta la cassette en las manos. La enciende...la apaga. ¡Ah, podrán presentarle cosas para que él piense
sobre ellas, pero no obligarlo a que piense así o asá!
Ahora, por la derecha de la ventana, reaparece la nube. No es nube: es él mismo que anda por el aire. En
todo caso, es alguien como él, exactamente como él. De pronto, a Blas se le iluminan los ojos.
- ¿No sería posible - se dice - mejorar esta cassette, hacerla más simple, más cómoda, más personal, más
íntima, más libre, sobre todo más libre?
Una cassette también portátil, pero que no dependa de ninguna energía microelectrónica; que funcione sin
necesidad de oprimir botones; que se encienda apenas se la toque con la mirada y se apague en cuanto se
le quite la vista de encima; que permita seleccionar cualquier tema y seguir su desarrollo hacia adelante,
hacia atrás, repitiendo un pasaje agradable o saltándose uno fastidioso...Todo eso sin molestar a nadie,
aunque se esté rodeado de muchas personas, pues nadie, sino quien use tal cassette, pueda participar de la
fiesta. Tan perfecta sería esa cassette que operaría dentro de la mente...proyectaría imágenes y sonidos en
una pantalla de nervios. La cabeza se llenaría de seres vivos. Entonces, uno percibiría la entonación de
cada voz, la expresión de cada rostro, la descripción de cada paisaje, la intención de cada signo...Porque,
claro, también habría que inventar un código de signos. No como esos de la matemática, sino signos que
transmitan vocablos: palabras impresas en láminas cosidas en un volumen manual. Se obtendría así una
portentosa colaboración entre un artista literario que crea formas simbólicas y otro artista solitario que las
recrea.
- ¡Esto sí que será una despampanante novedad! - exclama - El tutor me va a preguntar: "¿Terminaste tu
deber?". "No", le voy a contestar. Y cuando, rabioso por mi desparpajo, se disponga a castigarme otra vez,
¡zas!, lo dejo con la boca abierta: "¡Señor, mire en cambio el proyectazo que le traigo!"...

(Blas nunca ha oído hablar de su tocayo Blas Pascal, a quien el padre encerró para que no se distrajera con las
ciencias y estudiase lenguas. Blas no sabe, que así como en 1632 aquel otro Blas de nueve años, dibujando con una
tiza en la pared, reinventó la Geometría de Euclides, él, en 2132, acaba de reinventar...)

Cuentos fantásticos

ALMA: https://www.youtube.com/watch?v=dUH5RnBESgc
El cuento fantástico es un relato literario en el cual los hechos –en principio– se rigen
por las leyes de nuestro mundo (verosímil). Sus personajes viven conflictos en un medio
natural hasta que un elemento aparentemente sobrenatural irrumpe en ese medio y
ese verosímil se quiebra.
➢ Esto provoca una perturbación en el lector y a veces, también, en el narrador y/o los
personajes, pues ese acontecimiento no puede ser explicado racionalmente, y así se
instaura la duda, la vacilación.

La vacilación le impedirá al lector optar por una explicación definida y única. Lo fantástico
desestabiliza y nos sumerge en la ambigüedad, porque lo sobrenatural no está sujeto a las
leyes de nuestra realidad.
Temas clásicos del relato fantástico:
➢ una transformación
➢ un pasaje a otro mundo, a otra realidad
➢ un pasaje a otro tiempo o espacio, a otra dimensión
➢ la aparición de un fantasma
➢ la irrupción de un ser de otro mundo
➢ la aparición de un doble
➢ el tema de los poderes ocultos
➢ la confusión entre sueño y realidad

Dentro de ti (María Hellwig.)

A las siete en punto, llegó. Colgó su impermeable en el vestidor y se fue a su cuarto a cambiar. Ese día
había sido agotador. Una serie de contratos petroleros le había llevado más tiempo que lo previsto. A sus
79 años, ya no tenía objeto seguir empeñado en dirigir personalmente el negocio, pero nunca había
delegado nada y no sabía hacerlo.
Cuando ingresó en el escritorio, la luz del parque ya había menguado hasta refugiarse agazapada en las
montañas. La chimenea, encendida, lo convidaba para un atardecer de lectura frondoso y tibio. Se
acomodó en su sillón preferido y retomó la lectura de la tarde anterior.
A la media hora, adormecido por el confortable calor de los leños y casi sin percibir el sopor que
producía, se reclinó y miró hacia el ventanal. Una vaga sensación de eternidad lo invadía.
De pronto, como en sordina, primero; incrementándose, después, vertiginosamente, oyó un insoportable
ronquido que parecía provenir del sótano.
Bajó, agarrado del pasamano –pensó por qué no había accedido al pedido de su mujer de colocar una
luz al comienzo de aquella escalera-. Con cuidado: escalón por escalón, uno, dos, tres... Al final, tanteando,
a la izquierda, la luz. La encendió pero sintió que con ello no mejoraba mucho su visión. Aturdido,
mareado por el esfuerzo de no resbalar en la escalera y el aire rancio y húmedo que se respiraba allí,
tropezó con un sofá. Se dejó caer en él. Maquinalmente, estiró su mano derecha. Tocó el bronce helado y
una débil luz se derramó sobre un círculo pequeño, iluminando un ejemplar de Thomas De Quincey. Su
padre, honesto policía de la bonaerense, demasiado rígido -sobre todo con su hijo- lo habría dejado allí
hacía años... ¿cinco? ¿siete? Quién sabe. La imagen de su mujer le llegó como en un sueño ¿Lamentaba
haber matado a su esposa? No estaba muy seguro. Durante años la había soportado. Su voz chillona, su
inefable compulsión a limpiarlo todo. Menos el sótano. Allí confinó, entonces, al último rosal que podría
recordársela. No se arriesgó a tirarlo en el fondo, no fuera cosa que brotara nuevamente. Bajó el macetón
y se olvidó del asunto. Eso creía. Ensimismado en sus pensamientos, giró la cabeza siguiendo la luz central
que se derramaba con una fuerza ahora inusitada y lo vio: se habían multiplicado sus ramas, estaba vivo,
en el centro del sótano. Florecía. Imposible: si él mismo lo había dejado allí hacía ya casi un año. Se
acercó y comprobó: imperceptibles botones de rosa pujaban por nacer y perfeccionarse. La luz del sótano
empezó a parpadear. Caminó unos pasos, tambaleó. Recordó sus últimas palabras, como un látigo: Estaré
contigo, dentro de tu corazón, para siempre. Nunca podrás arrancarme de ti. Quiso huir, pero ya no vio
cuál era el principio ni el fin de la habitación. Cuando intentó subir, se perdió por galerías. Sintió ruido de
líquidos por otro corredor. Estaba oscuro, el olor ya no era el mismo, un olor familiar, muy suyo, lo
invadía. A pesar de la desorientación, se sabía dentro de sí, seguro. Intentó estirar una mano para intuir
una salida, pero solo dio con una maraña de tejidos que le impidió seguir, por temor. Las telas se cerraban
a su paso y parecían estremecerse por un estímulo invisible. Tic... tac... tic... tac. Un líquido pegajoso y
repulsivo. Podía sentir el espeso calor de su sangre latiéndole en las sienes y los músculos contrayéndose
tic... tac, tic... tac..., tic...

1. Explicá: ¿Por qué la autora le habrá puesto el título “Dentro de ti”? ¿A qué alude? ¿Qué podría
significar?

2. ¿El narrador está dentro de la historia o fuera de ella? ¿Es objetivo u omnisciente?

3. Ubicá en el texto los siguientes verbos y decí en qué tiempo, modo y persona están: había dejado,
acercó, pujaban. Para hacerlo, podés buscar el verbo en https://dle.rae.es/ o colocar en google rae.es
y a continuación la palabra que buscás. Junto al verbo, encontrarás un ícono azul que dice “conjugar”:
allí encontrarás los datos de tiempo, modo y persona.

4. Marcá (subrayá, resaltá o transcribí) los pasajes en los cuales parecería hablar el protagonista. Recordá
que este es solo un truco narrativo, un estilo que profundizarás más adelante. Se llama ESTILO
INDIRECTO LIBRE. El final del cuento “A la deriva”, de Horacio Quiroga es un ejemplo muy bueno
para repasar este concepto, si no lo entendés.

5. Explicá qué pasó con el protagonista. ¿Podés dar una explicación clara y precisa del final?
6. Para aplicar lo aprendido, te proponemos leer la explicación de por qué podemos decir que “Dentro
de ti” es un cuento fantástico. Este ejemplo de explicación y el del microrrelato que sigue, te servirán
para responder mejor por qué un cuento es fantástico.

“Dentro de ti es un cuento fantástico porque se trata de un relato literario en el cual los hechos
(un hombre que se dispone a leer, después de un día agotador de trabajo) –en principio– se rigen
por las leyes de nuestro mundo (verosímil). 5 Sus personajes viven conflictos en un medio natural
(la casa) hasta que un elemento aparentemente sobrenatural ( un “ronquido” que proviene desde
el sótano / el rosal que florece, olvidado, aunque está sin regar) irrumpe en ese medio y ese
verosímil se quiebra.
Esto provoca una perturbación en el lector y en este caso, también, en el narrador y en el
protagonista, (por ejemplo, el asesino duda de cómo puede ser así, si él dejó el rosal allí hacía
mucho tiempo) pues ese acontecimiento no puede ser explicado racionalmente, y así se instaura
la duda, la vacilación.

En este caso, por ser la primera explicación, preferimos dejar en cursiva toda la TEORÍA que
surge del cuadro. Luego, podremos abreviar, decir con otras palabras, reformular nuestras
respuestas. Recordá que en las claves siempre hay una opción (o versión) posible.
Las justificaciones que hacemos desde el cuento pueden no ir entre paréntesis sino entre comas o
tener otra redacción.

IMPORTANTE: para justificar debemos leer el cuento y la teoría y tomar lo más importante de
ambos.

También podremos saber, alguna vez, que ese hombre que lee una novela frente a un ventanal es
un personaje que está en intertextualidad (en relación textual) con un cuento de Julio Cortázar:
“Continuidad de los parques”. Es casi un homenaje. Algún día lo leeremos.

No ponemos aquí otros sucesos sobrenaturales para no CERRAR o AGOTAR la explicación del
cuento, que, para ser fantástico, debe seguir planteándonos la duda, no podemos optar por una
única explicación posible.

EL DRAGÓN (Ray Bradbury)

La noche soplaba entre el pasto escaso del páramo. No había ningún otro movimiento. Desde hacía años,
en el casco del cielo, inmenso y tenebroso, no volaba ningún pájaro. Tiempo atrás, se habían desmoronado

5 verosímil 1. adj. Que tiene apariencia de verdadero. 2. adj. Creíble por no ofrecer carácter alguno de
falsedad.
algunos pedruscos convirtiéndose en polvo. Ahora, sólo la noche temblaba en el alma de los dos hombres,
encorvados en el desierto, junto a la hoguera solitaria; la oscuridad les latía calladamente en las venas, les
golpeaba silenciosamente en las muñecas y en las sienes.
Las luces del fuego subían y bajaban por los rostros despavoridos y se volcaban en los ojos como jirones
anaranjados. Cada uno de los hombres espiaba la respiración débil y fría y los parpadeos de lagarto del
otro. Al fin, uno de ellos atizó el fuego con la espada.
-¡No, idiota, nos delatarás!
-¡Qué importa! -dijo el otro hombre-. El dragón puede olernos a kilómetros de distancia. Dios, hace frío.
Quisiera estar en el castillo.
-Es la muerte, no el sueño, lo que buscamos...
-¿Por qué? ¿Por qué? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!
-¡Cállate, tonto! Devora a los hombres que viajan solos desde nuestro pueblo al pueblo vecino.
-¡Que se los devore y que nos deje llegar a casa!
-¡Espera, escucha!
Los dos hombres se quedaron quietos.
Aguardaron largo tiempo, pero sólo sintieron el temblor nervioso de la piel de los caballos, como
tamboriles de terciopelo negro que repicaban en las argollas de plata de los estribos, suavemente,
suavemente.
-Ah... -el segundo hombre suspiró-. Qué tierra de pesadillas. Todo sucede aquí. Alguien apaga el sol; es
de noche. Y entonces, y entonces, ¡oh, Dios, escucha! Dicen que este dragón tiene ojos de fuego y un
aliento de gas blanquecino; se le ve arder a través de los páramos oscuros. Corre echando rayos y azufre,
quemando el pasto. Las ovejas aterradas, enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas
monstruosas. La furia del dragón es tan inmensa que los muros de las torres se conmueven y vuelven al
polvo. Las víctimas, a la salida del sol, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los cerros. ¿Cuántos
caballeros, pregunto yo, habrán perseguido a este monstruo y habrán fracasado, como fracasaremos
también nosotros?
-¡Suficiente, te digo!
-¡Más que suficiente! Aquí, en esta desolación, ni siquiera sé en qué año estamos.
-Novecientos años después de Navidad.
-No, no -murmuró el segundo hombre con los ojos cerrados-. En este páramo no hay Tiempo, hay sólo
Eternidad. Pienso, a veces, que si volviéramos atrás, el pueblo habría desaparecido, la gente no habría
nacido todavía, las cosas estarían cambiadas, los castillos no tallados aún en las rocas, los maderos no
cortados aún en los bosques; no preguntes cómo sé; el páramo sabe y me lo dice. Y aquí estamos los dos,
solos, en la comarca del dragón de fuego. ¡Que Dios nos ampare!
-¡Si tienes miedo, ponte tu armadura!
-¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a
dónde va. Ay, vistamos nuestra armadura, moriremos ataviados.
Enfundado a medias en el corselete de plata, el segundo hombre se detuvo y volvió la cabeza.
En el extremo de la oscura campiña, henchido de noche y de nada, en el corazón mismo del páramo, sopló
una ráfaga arrastrando ese polvo de los relojes que usaban polvo para contar el tiempo. En el corazón del
viento nuevo había soles negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol otoñal, más allá del
horizonte. Era un viento que fundía paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y espesaba
la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El viento era mil almas moribundas, siempre confusas
y en tránsito, una bruma en una niebla de la oscuridad; y el sitio no era sitio para el hombre y no había
año ni hora, sino sólo dos hombres en un vacío sin rostro de heladas súbitas, tempestades y truenos blancos
que se movían por detrás de un cristal verde; el inmenso ventanal descendente, el relámpago. Una ráfaga
de lluvia anegó la hierba; todo se desvaneció y no hubo más que un susurro sin aliento y los dos hombres
que aguardaban a solas con su propio ardor, en un tiempo frío.
-Mira... -murmuró el primer hombre-. Oh, mira, allá.
A kilómetros de distancia, precipitándose, un cántico y un rugido: el dragón.
Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos en silencio. Un monstruoso ronquido quebró
la medianoche desierta y el dragón, rugiendo, se acercó y se acercó todavía más. La deslumbrante mirada
amarilla apareció de pronto en lo alto de un cerro y, en seguida, desplegando un cuerpo oscuro, lejano,
impreciso, pasó por encima del cerro y se hundió en un valle.
-¡Pronto!
Espolearon las cabalgaduras hasta un claro.
-¡Pasará por aquí!
Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron sobre los ojos de los caballos.
-¡Señor!
-Sí; invoquemos su nombre.
En ese instante, el dragón rodeó un cerro. El monstruoso ojo ambarino se clavó en los hombres, iluminando
las armaduras con destellos y resplandores bermejos. Hubo un terrible alarido quejumbroso y, con ímpetu
demoledor, la bestia prosiguió su carrera.
-¡Dios misericordioso!
La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado y el hombre voló por el aire. El dragón se le abalanzó, lo
derribó, lo aplastó y el monstruo negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de distancia, contra la
pared de una roca. Gimiendo, gimiendo siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y
debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo enceguecedor.
-¿Viste? -gritó una voz-. ¿No te lo había dicho?
-¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!
-¿Vas a detenerte?
-Me detuve una vez; no encontré nada. No me gusta detenerme en este páramo. Me pone la carne de
gallina. No sé qué siento.
-Pero atropellamos algo.
El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió.
Una ráfaga de humo dividió la niebla.
-Llegaremos a Stokely a horario. Más carbón, ¿eh, Fred?
Un nuevo silbido desprendió el rocío del cielo desierto. El tren nocturno, de fuego y furia, entró en un
barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el norte, desapareciendo
para siempre y dejando un humo negro y un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire
quieto.
Fuente: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bradbury/dragon.htm

video-historieta en inglés
https://www.youtube.com/watch?v=t3Lka4R37_w

1955
The night blew in the short grass on the moor; there was no other motion. It had been years since a single
bird had flown by in the great blind shell of sky. Long ago a few small stones had simulated life when
they crumbled and fell into dust. Now only the night moved in the souls of the two men bent by their
lonely fire in the wilderness; darkness pumped quietly in their veins and ticked silently in their temples
and their wrists.
Firelight fled up and down their wild faces and welled in their eyes in orange tatters. They listened to each
other's faint, cool breathing and the lizard blink of their eyelids. At last, one man poked the fire with his
sword.
"Don't, idiot; you'll give us away!"
"No matter," said the second man. "The dragon can smell us miles off, anyway. God's breath, it's cold. I
wish I was back at the castle."
"It's death, not sleep, we're after...."
"Why? Why? The dragon never sets foot in the town!"
"Quiet, fool! He eats men travelling alone from our town to the next!"
"Let them be eaten and let us get home!"
"Wait now; listen!"
The two men froze.
They waited a long time, but there was only the shake of their horses' nervous skin like black velvet
tambourines jingling the silver stirrup buckles, softly, softly.
"Ah." The second man sighed. "What a land of nightmares. Everything happens here. Someone blows out
the sun; it's night. And then, and then, oh. God, listen! This dragon, they say his eyes are fire. His breath
a white gas; you can see him bum across the dark lands. He runs with sulphur and thunder and kindles the
grass. Sheep panic and die insane. Women deliver forth monsters. The dragon's fury is such that tower
walls shake back to dust. His victims, at sunrise, are strewn hither and thither on the hills. How many
knights, I ask, have gone for this monster and failed, even as we shall fail?"
"Enough of that!"
"More than enough! Out here in this desolation I cannot tell what year this is!"
"Nine hundred years since the Nativity."
"No, no," whispered the second man, eyes shut. "On this moor is no Time, is only Forever. I feel if I ran
back on the road the town would be gone, the people yet unborn, things changed, the castles unquarried
from the rocks, the timbers still uncut from the forests; don't ask how I know, the moor knows, and tells
me. And here we sit alone in the land of the fire dragon. God save us!"
"Be you afraid, then gird on your armour!"
"What use? The dragon runs from nowhere; we cannot guess its home. It vanishes in fog, we know not
where it goes. Aye, on with our armour, we'll die well-dressed."
Half into his silver corselet, the second man stopped again and turned his head.
Across the dim country, full of night and nothingness from the heart of the moor itself, the wind sprang
full of dust from clocks that used dust for telling time. There were black suns burning in the heart of this
new wind and a million burnt leaves shaken from some autumn tree beyond the horizon. This wind melted
landscapes, lengthened bones like white wax, made the blood roil and thicken to a muddy deposit in the
brain. The wind was a thousand souls dying and all time confused and in transit. It was a fog inside of a
mist inside of a darkness, and this place was no man's place and there was no year or hour at all, but only
these men in a faceless emptiness of sudden frost, storm, and white thunder which moved behind the great
falling pane of green glass that was the lightning. A squall of rain drenched the turf, all faded away until
there was unbreathing hush and the two men waiting alone with their warmth in a cool season.
"There," whispered the first man. "Oh, there..."
Miles off, rushing with a great chant and a roar - the dragon.
In silence, the men buckled on their armour and mounted their horses. The midnight wilderness was split
by a monstrous gushing as the dragon roared nearer, nearer; its Hashing yellow glare spurted above a hill
and then, fold on fold of dark body, distantly seen, therefore indistinct, flowed over that hill and plunged
vanishing into a valley.
"Quick!"
They spurred their horses forward to a small hollow.
"This is where it passes!"
They seized their lances with mailed fists, and blinded their horses by flipping the visors down over their
eyes.
"Lord!'
"Yes, let us use His name."
On the instant, the dragon rounded a hill. Its monstrous amber eye fed on them, fired their armour in red
glints and glitters. With a terrible wailing cry and a grinding rush it flung itself forward.
"Mercy, God!'
The lance struck under the unlidded yellow eye, buckled, tossed the man through the air. The dragon hit,
spilled him over, down, ground him under. Passing, the black brunt of its shoulder smashed the remaining
horse and rider a hundred feet against the side of a boulder, wailing, wailing, the dragon shrieking, the fire
all about, around, under it, a pink, yellow, orange sun-fire with great soft plumes of blinding smoke.
"Did you see it?" cried a voice. "Just like I told you!"
"The same! The same! A knight in armour, by the Lord, Harry! We hit him!"
"You goin' to stop?"
"Did once; found nothing. Don't like to stop on this moor. I get the willies. Got a feel, it has."
"But we hit something'."
"Gave him plenty of whistle; chap wouldn't budge."
A steaming blast cut the mist aside.
"We'll make Stokely on time. More coal, eh, Fred?"
Another whistle shook dew from the empty sky. The night train, in fire and fury, shot through a gully, up
a rise, and vanished over cold earth, towards the north, leaving black smoke and steam to dissolve in the
numbed air minutes after it had passed and gone for ever.
Полный текст: http://raybradbury.ru/library/story/55/4/0/

Material para inglés


https://www.musicandliterature.org/reviews/2015/4/7/silvina-ocampos-thus-were-their-faces comentario
en inglés sobre El vestido de terciopelo (Silvina Ocampo)

From Thus Their Were Faces by Silvina Ocampo. Copyright © NYREV, Inc. Reprinted by permission
of NYRB Classics.

El vestido de terciopelo
https://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/138790-44851-2010-01-21.html
Por Silvina Ocampo
Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a
esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido
estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre,
nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos
en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte,
que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la aspirina
que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al
dormitorio de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El dormitorio
era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que
la señora llegara del cuarto contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró
su perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos saludó:
–¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos.
Habrá perros rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No.
Es blanca. Un campo de nieve –me tomó del mentón y agregó–: No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad
feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? –y dirigiéndose a Casilda, agregó–: ¿Por qué no le coloca una piedra
sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
–Señora, ¿quiere probarse? –dijo Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me
ordenó: –Alcanza de mi cartera los alfileres.
–¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle el vestido de terciopelo.
–¿Para cuándo el viaje, señora? –le dijo para distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué
risa!
–El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.
–Sáquemelo, que me asfixio –exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
–¿Para cuándo será el viaje, señora? –volvió a preguntar Casilda para distraerla.
–Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que
estar listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
–Se va a París, ¿no?
–Iré también a Italia.
–¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
–Levante los dos brazos para que pasemos primero las dos mangas –dijo Casilda, tomando el vestido y
poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas
de la señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos
instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El
vestido era precioso y complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado
izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego
se puso de pie y comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo
tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la pasaba para el otro.
El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los
recogía religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!
–¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires –dijo Casilda, dejando
caer un alfiler que tenía entre sus dientes–-. ¿No le agrada, señora?
–Muchísimo. El terciopelo es el género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus
preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.
–¿Le gusta el nardo? Es tan triste –protestó Casilda.
–El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El
terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin
embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano me atrae
aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro!
Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí
mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario
que estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire, porque
el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del
afilador y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana, para curiosear, como
otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas. La
señora volvió a ponerse de pie y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas
también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, sólo un imperceptible frunce debajo de los
dos brazos. Casilda volvió a tomar los alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de
género sobrenatural, que sobraban.
–Cuando seas grande –me dijo la señora– te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
–Sí –respondí, y sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas.
¡Qué risa!
–Ahora me quitaré el vestido –dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente
durante algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
–Tendré que dormir con él –dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que
temblaba sobre los latidos de su corazón–. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa –llevó la mano a la
frente–. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o
el agua.
–Yo le aconsejé la seda natural –protestó Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón
quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
–Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
–¡Qué risa!
(de La furia, 1959)

LO FANTÁSTICO EN IMÁGENES:

Antonio Berni, argentino (1905-1981)

https://www.google.com/search?q=berni+monstruos&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ve
d=2ahUKEwios5Lhi8zxAhUdqpUCHfFwBmAQ_AUoAXoECAEQAw&biw=1326&bih
=740

MONTRUOS BIDIMENSIONALES Y TRIDIMENSIONALES

https://www.youtube.com/watch?v=PHKXyr3CNRw

https://www.youtube.com/watch?v=qpkDgXOL_TU
https://www.youtube.com/watch?v=bWf9j7ElAzU

Pedro Linares López, mexicano (1906-1992)

Los alebrijes
https://www.google.com/search?q=alebrijes+linares+lopez&source=lnms&tbm=isch&sa
=X&ved=2ahUKEwjJkYCBj8zxAhVTq5UCHR6tDOQQ_AUoAXoECAEQAw&biw=1
326&bih=740

https://www.youtube.com/watch?v=uI0dc4E7He0

https://www.youtube.com/watch?v=Bf0JmzaL7AM

Para aplicar lo aprendido, te dejo un ejemplo más de justificación de por qué este microrrelato es
fantástico. Fijate que siempre tenés que justificar tus respuestas recurriendo a la definición del
género fantástico y a los temas (una respuesta + justificación por cada cuento, incluyendo el tema,
si es fantástico). Ver cuadro

Retirar las respuestas posibles.

1. FELINOS
Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso tenso, irguió las
orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo me concentré en él tanto como él
en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la
vez. Ahora ha vuelto al mismo lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como
para controlar que todo está bien. Ovillado en mi sillón aguardo expectante su veredicto. Tengo la
boca llena de plumas.
Raúl Brasca. En Suplemento “Cultura” del diario La Nación. 19/1/1997

“Felinos” es un cuento fantástico porque es verosímil (natural, normal) que una persona y su gato
se miren. No obstante, es raro que el hombre sienta el instinto del animal. El hecho aparentemente
sobrenatural que irrumpe y quiebra esa verosimilitud es que, en medio del salto, parecería que
los papeles se han invertido y el narrador que al principio dice “algo sucede entre el gato y yo –
hombre-“, luego nos dice “Ovillado en mi sillón aguardo expectante su veredicto. Tengo la boca
llena de plumas.” Esto plantea la vacilación (duda) en nosotros, los lectores, aunque no sabemos
si también en el hombre ¿y en el gato?.
Además, la transformación es uno de los temas del cuento fantástico.
2. SOLA Y SU ALMA Thomas Bailey Aldrich
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros
seres han muerto. Golpean a la puerta.

“Sola y su alma” es un cuento fantástico porque es verosímil (natural, normal) que una mujer esté
sentada sola en su casa. No obstante, es raro que solo quede ella en el mundo. El hecho
aparentemente sobrenatural que irrumpe y quiebra esa verosimilitud es que, a pesar de ser la
única persona viva en el mundo, alguien más golpea a la puerta. Esto plantea la vacilación (duda)
en nosotros, los lectores y tal vez en la mujer.

3. EL GUIJARRO DEL ESPLENDOR

Los dos niños se escabulleron y uno de ellos agarró una piedrita azul que brillaba. Después de
flotar un rato, penetraron en la nave. El niño acercó al oído la piedrita y escuchó el rugido de un
tigre.
_¿Oyes el mar? –preguntó el otro.
_ No. El mar se derramó.
Cuando la gran nave se alejaba en el espacio, el planeta Tierra había desaparecido de su sistema
solar. Estaba en el bolsillo de un niño oriundo del enorme planeta Agat.

Aníbal Niño (colombiano)

Este es un cuento de CIENCIA FICCIÓN, que también veremos este año. No es fantástico.
Los hechos aquí pueden parecer sobrenaturales pero dado que se coloca una nave espacial, se
nombra un planeta y los niños parecen ser gigantes... podría ser “verosímil” dentro de esa
invención literaria.

4. EL MAL CORRE Marco Denevi. En El Emperador de la China y otros cuentos, Buenos Aires, Huemul,
1981
Aparentemente sin ninguna razón (salvo la cadena al cuello durante todo el día y uno que otro
latigazo) una noche el Perro dijo: - ¡Se acabó!
Y se metamorfoseó en Lobo.
Al ver a un animal salvaje entre sus tiernas flores, el jardín, contagiado, o quizá para defenderse
del Lobo, se transformó en una selva.
El Lobo, relamiéndose, pensaba: “Ahora verá ese déspota, ese fanfarrón, ese Hombre. Lo
esperaré aquí y en cuanto asome le clavaré los dientes.”
Al amanecer oyó pasos y se preparó para el ataque. Pero quien apareció fue el Orangután.

“El mal corre” es un cuento fantástico (y no una fábula) porque es verosímil (natural, normal) que
el hombre le ponga un collar con cadena a su perro. El hecho aparentemente sobrenatural que
irrumpe y quiebra esa verosimilitud es que el Perro hable (nótese la mayúscula, se ha transformado
en personaje-persona) y se metamorfosee (transforme) en lobo. Esto plantea la vacilación (duda)
y no podemos explicar por qué ha sucedido.
Los hechos sobrenaturales en este cuento son una serie de transformaciones o METAMORFOSIS
(perro en lobo, jardín en selva, y hombre en Orangután), y como vimos, es uno de los temas del
cuento fantástico.

NOTA:
Lamentamos haber despejado esta incógnita, si es que no lo habías entendido del todo.
En clase, guiándote de a poco, habríamos disfrutado y aprovechado más. No obstante, cabe analizar
aquí que estas transformaciones, las de este cuento, consisten en una INVOLUCIÓN (un paso
hacia atrás en la cadena evolutiva): la selva es desorden, caos; el jardín muestra el orden que el
hombre le da. El lobo es el pariente lejano del perro, sobre todo de algunas razas (no todas) y,
según la teoría de la evolución de Darwin, el antepasado del hombre sería el mono (aquí, un
orangután).

5. BELLA
Durante cien años durmió la Bella. Un año tardó en desperezarse tras el beso apasionado de su
príncipe. Dos años le llevó vestirse y cinco el desayuno. Todo lo había soportado sin quejas su real
esposo hasta el momento terrible en que, después de los catorce años del almuerzo, llegó la hora
de la siesta. Ana María Shua (En La sueñera, N° 176, Bs.As., Minotauro, 1984).
Este cuento plantea una discusión, pero por su tema, podemos decir que es una reescritura, una
versión del cuento “La bella y la bestia”, en clave de humor. Por eso, lo consideramos un cuento
maravilloso, como lo es el original. Tal vez recuerdes de primer año, los relatos que viste: mito,
leyenda, cuento maravilloso.

Observá que en todas las respuestas tratamos de emplear los TÉRMINOS específicos que debemos
aprender: verosímil, vacilación, sobrenatural, etc. Los términos son palabras que representan
conceptos de una especialidad, en este caso, Prácticas del Lenguaje

“Twice-told tale”

Perseguido por la banda de terroristas, Malcolm corrió y corrió por las calles de esa ciudad extraña. Eran
casi las doce de la noche. Ya sin aliento se metió en una casa abandonada. Cuando sus ojos se
acostumbraron a la oscuridad vio, en un rincón, a un muchacho todo asustado.
- ¿A usted también lo persiguen?
- Sí –dijo el muchacho.
- Venga. Están cerca. Vamos a escondernos. En esta maldita casa tiene que haber un desván...Venga.
Ambos avanzaron, subieron unas escaleras y entraron en un altillo.
- Espeluznante ¿no? –murmuró el muchacho, y con el pie empujó la puerta. El cerrojo, al cerrarse, sonó
con un clic exacto, limpio y vibrante.
- ¡Ay, no debió cerrarla! Ábrala otra vez. ¿Cómo vamos a oírlos, si vienen?
El muchacho no se movió. Malcolm, entonces, quiso abrir la puerta, pero no tenía picaporte. El cierre,
por dentro, era hermético.
- ¡Dios mío! Nos hemos quedado encerrados.
- ¿Nos? –dijo el muchacho-. Los dos, no; solamente uno.
Y Malcolm vio cómo el muchacho atravesaba la pared y desaparecía.

Autor: Enrique Anderson Imbert

EL BRUJO POSTERGADO (Jorge Luis Borges)

En Santiago había un deán que tenía codicia de aprender el arte de la magia. Oyó decir que don Illán de
Toledo la sabía más que ninguno, y fue a Toledo a buscarlo.
El día que llegó enderezó a la casa de don Illán y lo encontró leyendo en una habitación apartada. Éste lo
recibió con bondad y le dijo que postergara el motivo de su visita hasta después de comer. Le señaló un
alojamiento muy fresco y le dijo que lo alegraba mucho su venida. Después de comer, el deán le refirió la
razón de aquella visita y le rogó que le enseñara la ciencia mágica. Don Illán le dijo que adivinaba que era
deán, hombre de buena posición y buen porvenir, y que temía ser olvidado luego por él. El deán le
prometió y aseguró que nunca olvidaría aquella merced, y que estaría siempre a sus órdenes. Ya arreglado
el asunto, explicó don Illán que las artes mágicas no se podían aprender sino en sitio apartado, y tomándolo
por la mano, lo llevó a una pieza contigua, en cuyo piso había una gran argolla de fierro. Antes le dijo a
la sirvienta que tuviese perdices para la cena, pero que no las pusiera a asar hasta que la mandaran.
Levantaron la argolla entre los dos y descendieron por una escalera de piedra bien labrada, hasta que al
deán le pareció que habían bajado tanto que el lecho del Tajo estaba sobre ellos. Al pie de la escalera había
una celda y luego una biblioteca y luego una especie de gabinete con instrumentos mágicos. Revisaron
los libros y en eso estaban cuando entraron dos hombres con una carta para el deán, escrita por el obispo,
su tío, en la que le hacía saber que estaba muy enfermo y que, si quería encontrarlo vivo, no demorase. Al
deán lo contrariaron mucho estas nuevas, lo uno por la dolencia de su tío, lo otro por tener que interrumpir
los estudios. Optó por escribir una disculpa y la mandó al obispo. A los tres días llegaron unos hombres
de luto con otras cartas para el deán, en la que se leía que el obispo había fallecido, que estaban eligiendo
sucesor, y que esperaban por la gracia de Dios que lo elegirían a él. Decían también que no se molestara
en venir, puesto que parecía mucho mejor que lo eligieran en su ausencia.
A los diez días vinieron dos escuderos muy bien vestidos, que se arrojaron a sus pies y besaron sus manos,
y lo saludaron obispo. Cuando don Illán vio estas cosas, se dirigió con mucha alegría al nuevo prelado y
le dijo que agradecía al Señor que tan buenas nuevas llegaran a su casa. Luego le pidió el decanazgo
vacante para uno de sus hijos. El obispo le hizo saber que había reservado el decanazgo para su propio
hermano, pero había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Santiago.
Fueron para Santiago los tres, donde los recibieron con honores. A los seis meses recibió el obispo
mandaderos del papa que le ofrecía el arzobispado de Tolosa, dejando en sus manos el nombramiento de
sucesor. Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El
arzobispo le hizo saber que había reservado el obispado para su propio tío, hermano de su padre, pero que
había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Tolosa. Don Illán no tuvo más remedio que
asentir.
Fueron para Tolosa los tres, donde los recibieron con honores y misas. A los dos años, recibió el arzobispo
mandaderos del papa que le ofrecía el capelo de cardenal, dejando en sus manos el nombramiento de
sucesor. Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El
cardenal le hizo saber que había reservado el arzobispado para su propio tío, hermano de su madre, pero
que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Roma. Don Illán no tuvo más remedio que
asentir. Fueron para Roma los tres, donde los recibieron con honores y misas y procesiones. A los cuatro
años murió el papa y nuestro cardenal fue elegido para el papado por todos los demás. Cuando don Illán
supo esto, besó los pies de Su Santidad, le recordó la antigua promesa y le pidió el cardenalato para su
hijo. El papa lo amenazó con la cárcel, diciéndole que bien sabía él que no era más que un brujo y que en
Toledo había sido profesor de artes mágicas. El miserable don Illán dijo que iba a volver a España y le
pidió algo para comer durante el camino. El papa no accedió. Entonces don Illán (cuyo rostro se había
remozado de un modo extraño), dijo con una voz sin temblor:
—Pues tendré que comerme las perdices que para esta noche encargué.
La sirvienta se presentó y don Illán le dijo que las asara. A estas palabras, el papa se halló en la celda
subterránea en Toledo, solamente deán de Santiago, y tan avergonzado de su ingratitud que no atinaba a
disculparse. Don Illán dijo que bastaba con esa prueba, le negó su parte de las perdices y lo acompañó
hasta la calle, donde le deseó feliz viaje y lo despidió con gran cortesía.

(Del Libro de Patronio del infante don Juan Manuel, que lo derivó de un libro árabe:
Las cuarenta mañanas y las cuarenta noches). En HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA (1935-1954)

Continuidad de los parques (Julio Cortázar)


del libro Final del juego, 1956

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla
cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los
personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una
cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los
robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una
irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo
verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes
de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse
desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente
en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los
ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida
disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y
movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa;
ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella
la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una
pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su
pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo
de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el
cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro
cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir
de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se
interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella
debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr
con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma
malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El
mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre
galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería,
una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La
puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de
terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Ahora, mirá el siguiente video explicativo (indispensable, si tenés conexión) y repasá lo que no
entendiste del cuento:

https://www.youtube.com/watch?v=CAm4SUQNbMM

Leé la siguiente explicación:


Uno de los conceptos desarrollados en ese video (la focalización), también está explicado en el
siguiente texto:

LA FOCALIZACIÓN
La focalización es la concepción a través de la cual se presenta en el relato lo que se ve. Es decir, es la
perspectiva ideológica y sensorial.
Siempre se cuentan y se transmiten los hechos desde una perspectiva física, generacional, ideológica,
psíquica, etc. Se describen los procesos, objetos, personajes, desde una postura ante el mundo y esa
postura o esa manera de mirar condiciona lo que se ve. Por lo tanto, deberán tener en cuenta que un hecho
no lo contarían de la misma manera dos personas con diferente ideología o edad o situación social.
Es importante que piensen en una misma situación contada por ejemplo por un adolescente y por un
abuelo. Seguramente, este se sorprendería o destacaría ciertos detalles en los que el joven no había
reparado y viceversa.

EL FOCALIZADOR

El focalizador es el sujeto que realiza la focalización, es el sujeto que percibe. Este puede ser a veces
un personaje de la historia o no. Cuando el focalizador es un personaje se llama focalización interna y
cuando el sujeto que percibe está fuera de los hechos, se trata de una focalización externa
No siempre se mantiene el mismo focalizador a lo largo de todo un relato. Puede haber un narrador en
3º persona omnisciente por fuera de la historia y encontrar una parte donde uno de los personajes focalice.
Otro ejemplo aparece en las novelas epistolares donde el punto de vista cambia en cada carta.
No es tan difícil descubrir la manera de mirar de un focalizador, piensen por ejemplo en un caso concreto
y sencillo: cuando aparece como focalizador un niño, desde su inocencia la historia tiene muchas variables.
Si desean entender más del tema, pueden ver la película El niño del pijama a rayas y les quedará clarísimo
el concepto (no es obligatoria, pueden tenerla en cuenta, y tal vez, la vean en vacaciones). El nazismo,
visto desde la perspectiva de un niño, se convierte en una historia ingenua y a la vez escalofriante.

TAREA
1. ¿Cuál es o cuáles son las acciones del cuento? Sintetizalo.

2. ¿Qué personajes ejecutan cada acción? Recordá que personaje es aquel que actúa, no quien apenas está
nombrado.

3. De las frases que indiquen lugar (dónde) en el cuento, transcribí solamente, aquellas que te permitan
responder dónde sucede la acción.6

4. De las frases que indiquen tiempo (cuándo), en el cuento, trascribí solamente, aquellas que te permitan
responder cuándo sucedieron las acciones.

5. ¿Qué le habrá pasado al lector? Para llegar a esa respuesta, te pido que leas las frases que demuestren el
interés del lector por la novela. Pensá en la imagen de meterse de a poquito en el mar o en el río, sumergirse

6Cuando hablamos de marco narrativo describimos el tiempo (época, año, momento del día, etc.), cuándo suceden las
acciones.
Caracterizamos el espacio (sea este preciso –ciudad, país, etc- o menos exacto –partes de una casa-).
en el agua/historia. Para explicar, hacelo usando el TAL VEZ...y los verbos en condicional...ej. podría... Pues se
trata de un cuento (de ciencia ficción – policial – fantástico – de amor) TACHÁ LO QUE NO CORRESPONDA.

El libro de arena (Jorge Luis Borges)


…thy rope of sands…
George Herbert (1593-1623)

La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de
un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes… No, decididamente
no es este, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una
convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.
Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la
puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los
vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En
seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso
pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una
hora, supe que procedía de las Orcadas.
Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.
–Vendo biblias –me dijo.
No sin pedantería le contesté:
–En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de
Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como
usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.
Al cabo de un silencio me contestó:
–No solo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines
de Bikanir.
Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había
pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y
abajo Bombay.
–Será del siglo diecinueve –observé.
–No sé. No lo he sabido nunca –fue la respuesta.
Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre
tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba
ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención
que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso
estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios:
un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
–Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja
tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:
–Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?
–No –me replicó.
Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:
–Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer.
Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar
su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la
arena tienen ni principio ni fin.
Me pidió que buscara la primera hoja.
Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil:
siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.
–Ahora busque el final.
También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:
–Esto no puede ser.
Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:
–No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera;
ninguna la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que
los términos de una serie infinita admiten cualquier número.
Después, como si pensara en voz alta:
–Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en
cualquier punto del tiempo.
Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:
–¿Usted es religioso, sin duda?
–Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di
la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.
Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió
que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las
islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.
–Y de Robbie Burns –corrigió.
Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:
–¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?
–No. Se lo ofrezco a usted –me replicó, y fijó una suma elevada.
Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de
unos pocos minutos había urdido mi plan.
–Le propongo un canje –le dije–. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada;
yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La
heredé de mis padres.
–A black letter Wiclif –murmuró.
Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de
bibliófilo.
–Trato hecho –me dijo.
Me asombró que no regateara. Solo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión
de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.
Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el
hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.
Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo
detrás de unos volúmenes descabalados de Las mil y una noches.
Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví
las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la
novena potencia.
No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el
recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía.
Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné
con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las
pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra.
Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los
escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos
monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto
de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara
de humo al planeta.
Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba
en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una
escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de
los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué
altura ni a qué distancia de la puerta.
Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.

El libro de arena, 1975

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