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yee OAR) er er A hear Te) ONAL Sons CS Sey) ine Re a Aes arenes iE ss) MANUEL RIQUELME Vv SUMARIO MAxveL Downxaues P. Valle Inctan. DE LA. MENDOZA * JUAN E O'Leane ‘AMADO NERV pootisa brastiels Oriliando ta Vide Recordando a Cervanias v0.0... EI eriticismo. psiguiate do de una tarde do otafa. i caaty 5 SAUTERRAIN HERRERA Sl Hrcanoo Lebw W. Nouns ‘Pupro cANTEGO 1 OSCAR EWREN REYES Sas Lerras “EL SEGUNDO LIBRO DEL TROPICO" Por A. AMBROGI El, segundo Libro del Lrépico es un elegante volumen, nitidamente impreso que nos llega de Centro América, Verdadero presente de un afortunado amante de la belleza _literaria revela patentemente a las pocas piiginas un escritor, que no conociamos, Confesé- moslo sin rodeos pues es mal que toma a toda América. Se conoce en ella el iltimo folletinista europeo y se ignora a veces hasta la existencia de intere- santes creadores del continente, Cierto que lo que Iamara Fray Candil la grafomania y otros la verborrea ame- ricana ha hecho retroceder no pocas veces la curiosidad inteligente, pero tl hecho lamentable es, que descono- cemos no solo lo malo sino lo bueno de nuestra América, Estamos seguros que al autor de la obra que motiva estas lineas le acontece el mismo fe- némeno: nos desconocera, como nos otros a él, y por las mismas razones. En el Paraguay, por ejemplo, donde no ha faltado quien dedicara coneien- zudos trabajos al estudio del esteta Ruskin, 0 del atormentado creador Osear Wilde, no sabemos de nadie que haya dedicado sus vigilias a des- cubrirnos intelectualmente algo de lo mucho que hay de mérito en hispa- uoamerica, Excepto un trabajo de Toranzos sobre Centroamérica, y una conferencia que se diera en nuestro ‘Teatro Nacional sobre el colombiano José Asuneién Silva. No sabemos, pues, quien es Arturo Ambrogi, autor de El Segundo Libro del Tropico pero si afirmamos, después dle leer sus obras que es un’ escritor meritisimo y digno de ser leido entre nosotros por quienes pretenden alguna. que otra vez hacer literatura de am- biente, naturaleza y vida nativas, De Arturo Ambrogi no poseemos sino esta obra, publicada sin pié de imprenta, ni ano; y la noticia de que escribiera otrora, Marginales de lu vida, Sensaciones del Japon y de la China, Ell primer Libro’ del Tropico... Y des- cubrimos alli, escondida en una pagina final, esta indicacion: «...se imprin en El Salvador, el 28 de marzo de 1916». Y nada mas, Ahora bien: gqué nos dice el libro? Y sobre todo: gnos dice algo que me- rezea comentario? Indudablemente. El salvadoreno Ambrogi ha logrado pro- ducir en su lejana patria una obra que desde el punto de vista de las evocaciones estéticas que sugiere o de las emociones intelectivas que produce, despierta interés entre nosotros en el Paraguay y evidentemente interesaria en cualquier parte. Y la razon esta en que, en verdad, su obra es como reza su titulo EL libro del Trépico; produceion artistiea donde el lector recibe una. intensa eyocacion de am- biente y alma tropicales, vista—como quiere el arte transcendente—a través de un temperament, Y un libro «del tr6pico», sino es un pasticho literarios sino es un alarde de mera y vana literatura; sino es un pretesto para exhibir pedantescas galas de estilos; sino es en suma, un yolpe mas al pseudo-modernismo o al atrasado de- cadentismo, puede ser una obra tan attayente, tan bella y tan iitil como LETRAS cualquier libro 0 «del gabinete>, Y el de Ambrogi, es una selecta serie de enadros de naturaleza, cos- tumbres de aluas tropieales eseritos con un verismo y nn arte exquisitos y en un estilo adeenado, sencillo, tipi- co, a a vex que refinado y sutil, Nada en ella, de rastacuerismos de advene- dizo literario, Nada de decadentismos mandados retirar o de modernismos de guardarropia, Y mucho menos de rancios clacicismos 0 purismos empa lagosos. Ambrogi escribe como todo el mundo que escribe bien: de un modo peculiar suyo, que wea la memoria el de ciertos escritores como una esencia recuerda a, las flores naturales, Se vé ciertamente en él. | huella de sus admiraciones; pero se vé ante todo su propia técnica, que triunfa en el didlogo y la de ‘ Recnerda en su procedimiento por ejemplo, 2 Martinez Ruiz, Como en Azorin, su léxico es elevado y sabio cuando nos habla de lo que ~s inte- leetivo, y sencillo; casi ristico cuando nos habla de la humilde vida campe- ina, Pero su tonica es una agradable modernidad sin extravagancias, her- manada con un amor sincero a la naturaleza y la vida eampestre que con tanto cariiio describe y deseubre. Sus temas son bien la poesia de los seres humildes e inadvertidos; bien el sandoso encanto de la vida ristica Nos habla de cla moliendas, del , de «la viejecita a quien ereen bruja> ¥ de otras maravillas lena de esa poesia perfumada con el aroma suaye de la ingennidad. Ved como empieza un enadro, , como era de costumbre, debia dar principio poco después de media noche. Los mozos, sofiolientos, iban, a la luz de los hu- meantes candiles, preparndolo todo. Del proximo potrero Megaban las dos * 273 primeras yuntas, y por el sendero en recuesto, de los ‘caflaverales, sonaban los porrazos dle las carretas que cami- naban a iniciar el cotidiano acarreo, Aun no habian eantado los gallos, La noche estaba fresca, tachonado el cielo de Inceros que dejaban_fluir sobre Ia. tierra obscura un tenue claror de lunas, Y asi es siempre. ‘Terso, elegant sencillo, verista, Pero en sus didlogos, las gentes del campo hablan su lengua riistica,-y en ella dicen, por ejemplo: <—Como va esa salud ‘nana Jacinta, dsina no més, patroncito. Siemps este riama mordiéndome como chucho con rabia...> © tambien: <...No veyo a la Prieta nial Zento.—No estin?—No. estan. Los ei buseado, y no los veyo por nenguna parte.— Porai deben “estar enzuenmados—afirmds, Y el lector vive un momento la vida pastoral de la campifia salvador impregnada del encanto de las faenas campestres, Asiste a las tareas del trapiche hasta ver moldear el dulee de ¢ 0 presencia el traslado de los ganados que salen de los espesos ma torrales «con los grandes ojos estupe- factos, maseando todavia la altima dentellada de tiernos cogollos.. .»; ve desfilar ante su vista Ia plaga de lan- gosta «evorando las hojas, arrasando los retohos, carcomiendo la corteza, ..» Y va contemplando la vida de los r chos, las_velaciones, las indifas que van por el camino... Estas inditas son dos; ¥, van de regreso a su pueblo, después de haber yendido en el Mercado su canasto de huevos, sus aguacates, 0 sit Son inditas de Pan- in caminando, Jas dos, con ese trotecito especial de la raza, meciendo los brazos, en equilibrio sobre el yagual el canasto en que van las compras... Para defenderse del sol, que pega de sesgo, ambas recogen la punta del pafiuelo con los dientes. Y caminan ligero, ineansables, sin un jadeo apenas, sin sudar easi, ‘Todos los dias, antes de que la aurora des- re sai las cojen camino, Llegan a adad, van al Mercado, donde venden S_ huevos, sus agnacates, su par de llinas; y después de hacer sus com- iS Tegresan a su pueblo. Er. él son ices. Su marido trabaja en el hua- talito; el hijo que ya manija ta cua -yle ayuda al payé, ” Ambos dos. forman el mundo de la pobre indita traginante, EI rancito es suyo; el pequetio rancho de paredes tacualiadas decémico techo de dorada paja, rematado por una olla embrocada. Para su hombre, para el hiju, por ese ranchito, In indita trabaja, trabaja sin descanso, ‘Tal ver se lame Maria, como se suelen Hamar todas las inditas. El maridw, se Mamaré proba- Dlemente, José, como todos los inditos. No sé qué honda melancolia experi mento al ver a aguellas dos inditas que trotan, con menudito trote de raton, bajo el ardor inclemente del sol, entre el polvo denso y asfixiante. * ae LETRAS. Y_he aqui en suma porqué hemos querido conversar de esto Libro del Trépico que nos envia Centro América, libro que no nos habla de histeria, de ajenjo ni de bale jque desde ‘el lejano pueblo salvadorefio, nos habla en palabras, nuevas en unos -casos y familiares en otros, de costambres, de sentires y de cosas pocas veces d versas, y muchas en extremos par cidas a las nuestras...Por elle hemos querido decir algo de estas paginas. que nos revelan alli en paises tan apartados de nosotros, latidos que parecen de nuestro propio corazén: vibraciones de la buena alma ameri- cana, ain no completamente divoreiada de la santa madre tierra, fecundante - y liberatriz; la buena alma acariciada por anhelos, esperanzas y pasiones. comunes. ; Atyvar Nts Asuneién . : E

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