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Identidades en el siglo XXI ¿género o sexo?

Hace 25 años, finalizando el siglo XX, el tema de la identidad y sus trastornos


nos convocó en Toledo en una rica y fructífera reunión, en donde el espacio de
pensamiento quedó abierto a la reflexión sobre lo identitario, vista la
importancia que la subjetividad tiene en las formas de respuesta del sujeto a las
demandas y exigencias de una sociedad cambiante, paradójica, líquida al decir
de Z. Bauman.

Ahora, en 2019 retomamos el testigo de aquellas reflexiones y traemos a este


encuentro, modos de funcionamiento psíquico, subyacentes a identidades
conformadas y configuradas atendiendo a nuevos modelos de organización
identitaria, sin perder de vista que el ser humano dirige siempre la interrogación
hacia sí mismo en un replanteamiento permanente sobre quien es realmente.

No nos apartamos del basamento teórico que nos permite comprender la


identidad como el producto de la interacción de tres vínculos: temporal,
espacial y social (L. y R. Grinberg), nos parece una propuesta clarificadora para
pensar el concepto de identidad, concepto que se configura y consolida con sus
modificaciones a través de la elaboración de las experiencias y duelos de la vida.

El tercero de estos vínculos: el de integración social con todas sus vicisitudes, es


el que viene dado por la relación entre aspectos del propio psiquismo y
aspectos de los objetos externos mediante los consabidos mecanismos de
identificación proyectiva e introyectiva. Pues bien, el vínculo de integración
social, pensamos que ha adquirido un peso específico respecto de los otros,
dadas las actuales circunstancias sociales, culturales y también económicas,
incarnadas en una sociedad de la que no puede decirse que sus estructuras
fundamentales sean fijas e inmutables, antes bien son circunstancias inherentes
a situaciones de cambio rápido y vertiginoso, donde podríamos decir que el
cambio es la única constante. En el siglo XXI apenas podemos permitirnos la
estabilidad. El anclaje a organizaciones, incluso mentales, consideradas
inmutables nos dejaría rezagados mientras el mundo, la sociedad y nuevas
versiones del pensamiento continúan en una evolución imparable; y eso que
aún nos estamos moviendo en el encuadre de la “revolución tecnológica”,

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porque los planteamientos que nos avanza N. Y. Harari respecto a la “revolución
de la infotecnología y la biotecnología” podrían reestructurar no sólo la
sociedad, sino también nuestros mismos cuerpos y mentes, lo que podría dar
lugar a que en menos de los 25 años pasados desde el anterior congreso sobre
identidad, tengamos que volver a reunirnos y repensar el mismo tema.

“En el siglo XXI, la biotecnología y la infotecnología nos proporcionarán el poder


de manipular nuestro mundo interior y remodelarnos, pero debido a que no
comprendemos la complejidad de nuestra propia mente, los cambios que
hagamos podrían alterar nuestro sistema mental hasta tal extremo que también
este podría descomponerse” (N.Y.Harari). Para poder interactuar sin
descomponerse con los nuevos y complejos retos de los tiempos actuales y
venideros, es necesaria una gran flexibilidad mental acompañada de un
equilibrio emocional que nos ayude a incorporar lo desconocido sin que ello
suponga un deslizamiento inestable de la personalidad.

En la adolescencia todo es cambio, el cuerpo se transforma, la mente se


desarrolla y las bases de la identidad, especialmente la identidad sexual, deben
quedar consolidadas. Todo fluye y todo es nuevo. Para el adolescente, este
proceso a la vez que aterrador es también emocionante. El afianzamiento del
sentimiento de identidad sabemos que se basa en que las identificaciones
introyectivas prevalezcan sobre las proyectivas (especialmente las de naturaleza
patológica). La formación de la identidad es un proceso que surge de la
asimilación mutua y exitosa de todas las identificaciones fragmentarias de la
niñez que, a su vez, suponen haber hecho un proceso exitoso de las
introyecciones tempranas.

Freud apoyándose en el estudio de las identificaciones, señaló la importancia de


la influencia del medio en el desarrollo de la persona, y así lo destacó al
describir las “series complementarias”. En sus reflexiones sobre la interacción
entre los objetos externos e internos, señaló cómo la sociedad influye en el
sujeto a través del Super-yo, como sistema constituido por las características
específicas de todos los objetos internos.

La sociedad, con toda la complejidad de sus instituciones, pasa a ser así una
entidad interna asimilada a la estructura íntima del sujeto, eliminando, de esta

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manera, la antinomia o contradicción entre individuo y sociedad. No se puede
hablar ya aisladamente de uno y otra, ya que ambos están en estrecha relación
con la naturaleza íntima del Yo y el Super-yo.

Baste pensar que desde el comienzo de la vida el bebé está en contacto muy
directo con el entorno social, que en este caso, no es otro que la madre.
Iluminada esta idea desde el foco de las “series complementarias”, podemos
ver que el bagaje constitucional de partida se entrelazará con la influencia
ambiental (sociedad) simbolizada por la familia.

Con intención de ilustrar clínicamente la teorización expuesta, presentamos


una breve viñeta clínica de una paciente que consulta por un padecimiento de
desbordada ansiedad. Cristina, es una joven de 18 años, que acude a la
consulta porque se encuentra en un momento de mucha inestabilidad
emocional, su proyecto de dedicarse a una actividad artística (no del orden de
las artes plásticas) es lo único que tiene investido libidinalmente. Ha recibido
atención psicológica desde sus primeros años con psicólogos que intervenían
clínicamente desde parámetros de señalarle lo que estaba bien o mal de su
conducta. El espacio terapéutico siendo adolescente era un espacio de silencio
obediente en función de ajustarse al protocolo requerido para llevar a cabo un
cambio “para ser mujer” según sus propias palabras, porque en realidad,
Cristina nació Christian y aunque ya tiene nuevo documento de identidad, esto
no la tranquiliza.

La terapeuta le interroga sobre su intranquilidad, y con un gesto en sus


genitales, rompe a llorar desconsoladamente, y entre lágrimas relata que no
recuerda nada antes de los cinco años “sólo cuando me fueron a buscar”
Cristina fue adoptada. Había sido abandonada al nacer en un orfanato de un
país en guerra. Habla de su sensación de haber pasado hambre y de convivir con
muchos niños. Entonces se llamaba Christian. La terapeuta vive el impacto
emocional enigmático respecto al sufrimiento que Christian/Cristina le está
transmitiendo y cómo pensar una lectura multidimensional de los procesos
psíquicos de la identidad, que requiere tener en cuenta lo más íntimo, lo
vincular y lo social en el proceso de subjetivación desde el inicio mismo de la
vida. Es el caso de Cristina adoptada como niño y que en el momento de la
pubertad y adolescencia se procede a una terapia hormonal, que culmina con
un cambio de identidad de género.

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Hay que decir que Cristina tiene un aspecto externo correspondiente al patrón
de sexo femenino y también hay que decir que no ha habido intervención
quirúrgica de eliminación del órgano masculino, al contrario, ella manifiesta su
deseo de mantener su pene. ¿qué identificaciones prevalecen entonces si nos
atenemos a la corporalidad de Cristina? Ella tiene pechos como mujer pero
conserva su pene como inequívoco representante de lo masculino. Cristina hace
saber que no mantiene lazos de amistad con transexuales a los que califica de
“maricas reprimidos” paradoja resultante del rechazo a su propia identidad y
que no reconoce la alteridad, que a su vez valida la identidad propia.

Sexualidad y género. Nuevas formas que toma la sexualidad y el género de hoy


como efecto del intercambio de las identificaciones y prohibiciones que cada
uno/a pudo forjar en el marco de los legados familiares, las marcas que las
vivencias dejaron en ellos/as y la sociedad en la que viven. En el caso que nos
ocupa, la función social simbolizada por la madre, en este caso adoptiva, según
el relato de Cristina impulsó a Christian hacia lo femenino.

El niño Christian asesoraba a su madre respecto a cómo vestirse, maquillarse,


enjoyarse…. En esas evocaciones trae a la consulta que a su llegada a este país
Christian compartía cama con su madre, así como hábitos de aseo de carácter
íntimo hasta cumplidos diez años de edad. En el colegio permanecía pegado a
las profesoras reteniendo las funciones fisiológicas de evacuación corporal
porque no contaba con la presencia de su madre para limpiarle. La terapeuta
interroga a Cristina sobre la presencia y función del padre con objeto de
conocer qué tipo de vínculo paterno había. Era un padre ausente con escasa
implicación en las necesidades afectivas del niño. Las barreras de para-
excitación no lograron establecerse en este grupo familiar favoreciendo así una
vinculación simbiótica y fusional madre-hijo que da lugar a que el o la joven
Christian/Cristina fue llevado/a por la madre a iniciar el proceso de reconversión
de género, con el manifiesto apoyo explícito de ella y el consentimiento pasivo
del padre.

La adopción, como sabemos, implica dificultades específicas y el niño/a


adoptado viene lastrado con un “agujero en su identidad” que los nuevos
padres han de procurar llenar de elementos organizadores que permitan al
niño/a adquirir o recomponer una identidad dañada, especialmente ligada al
vínculo social, esto es, el que le hace preguntarse por su pertenencia ¿a qué
padres pertenezco? ¿cuál es mi familia, mi grupo?

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El vínculo social, en este caso, representado simbólicamente por la familia, se ve
reforzado por la institución comunitaria que ofrece respuesta facilitadora para
la construcción de una presunta elección de identidad de género, evacuadora
de angustias primitivas, que se hacen presente en el momento actual y ponen
en movimiento la demanda de consulta que pueda descifrar el enigma de la
nueva identidad avalada por el sistema social.

Profesionalmente estamos comprometidos con estos nuevos planteamientos


que nos trae el siglo XXI pero ¿son realmente novedosos o se trata de nuevas
formas de buscar respuesta a los interrogantes básicos sobre los avatares de la
construcción de la identidad que viene dada por el hecho de ser humanos, de
tener naturaleza humana?

Para finalizar, consideremos que algunos de los grandes avances que están a la
vuelta de la esquina apuntan a que “cuando la revolución de la biotecnología se
fusione con la revolución de la infotecnología, producirá algoritmos de
macrodatos que supervisarán y comprenderán mis sentimientos mucho mejor
que yo, lo que ya está pasando en el campo de la medicina con los llamados
sensores biométricos. Dados los suficientes datos biométricos y la suficiente
potencia de cómputo, los sistemas de procesamiento de datos pueden acceder a
todos nuestros deseos, decisiones y opiniones. Son capaces de saber con
exactitud, quienes somos” (N.Y.Harari “XXI lecciones para el siglo XXI”)

Por suerte ¡¡los ordenadores no tienen inconsciente!!

Alicia Monserrat Femenía

Mayte Muñoz Guillén

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