Está en la página 1de 24
32,/.A PRADA DewocninCs puede obtener la victoria final. Sin embargo, este tipo de democra- cia exige la aceptacién de que el conflicto y la division son inherentes a la politica y de que no hay ningtin lugar en el que pueda alcanzarse definitivamente una reconciliacién en el sentido de una plena actualizaci6n de la unidad del «pueblo». Imaginar que la democracia pluralista podria llegar a ser algiin dfa un sistema per- fectamente articulado es transformaria en un ideal que se refuta a simismo, ya que la condicién de posibilidad de una democracia plu- ralista es al mismo tiempo la condicin de imposibilidad de su per- fecta puesta en practica. De ahf la importancia de reconocer su na- turaleza paradéjica. LA DEMOCRACIA, EL PODER Y «LO POLETICO> En las tiltimas décadas, categosias como la de «naturaleza hu- mana», «raz6n universal» y «sujeto racional aut6nomo» han sido cuestionadas cada vez més. Desde diferentes puntos de vista, di- versos pensadores han criticado las ideas de una naturaleza huma- na universal, de un canon universal de racionalidad a través del cual pudieca conocerse la naturaleza humana, y también kan criti- ado la posibilidad de una verdad universal incondicional. Esta cr: tica del universalismo y el racionalisma ilustrado ~que a veces re- cibe el nombre de «posmoderna»~, ha sido presentada por algunos autores, como Jiirgen Habermas, como una amenaza para el pro- yecto democratico moderno. Estos autores consideran que el laz0 existente entre el ideal democratico de Ia Tlustraci6n y su perspec tiva racionalista y universalista es de tal naturaleza que al rechazar esto iiltimo necesariamente se pone en peligro lo primero. En este capitulo quiero mostcar mi desacuerdo con este punto de vista y defender la tesis opuesta. De hecho, voy a plantear que s6lo en el contexto de una teoria politica que tenga en cuenta lac tica del esencialismo, critica que considero constituye la contribu- cién decisiva del llamado enfogue «posmoderno>, es posible for- mula los objetivos de una politica democrética radical dejando al mismo tiempo margen para la proliferacién contemporanea de pacios politicos y para la multiplicidad de exigencias democraticas.* 1. Hesedialado en varias ocasioncs los insinceros una iniciativa gue consite en mezclar el posestructuralismo con el posmodernismo, ¥ no repetiré aqul ese argumen- 10. Recordaré simplemente que el antiesencialismo que respaldo, lejos de quedar ras- twingido al posestructeralismo, consticuye el punto de convergencia de muchas co- ert de pensamieato diferentes y puede por tanto encontarse en autores tan distincos como Derrida, Rorty, Witgenstein, Heidegger, Gadamer, Dewey, Lacan y Foucault 36 /unpinacoun oemocnsTOs Pluralismo y democracia moderna Antes de desarrollar mi axgumentaci6n, quisiera hacer unas ‘cuantas observaciones para especificar el modo en que concibo la democracia liberal moderna. En primer lugar, considero que es importante distinguir la democracia liberal del capitalismo de- mocratico y entenderla en términos de lo que la filosofia politica clasica conoce como régimen, una forma politica de sociedad que se define exelusivamente en el plano de lo politico, dejando a un Jado su posible articulacion con un sistema econémico. La demo- cracia liberal -en sus diversas denominaciones: democracia cons- titucional, democracia representativa, democracia parlamentaria, democracia moderna-no es la aplicacién del modelo democratic a un contexto mas ampli, como lo entienden algunos; entendi- dda como régimen concierne al ordenamiento simbdlico de las re- laciones sociales y es mucho mas que una mera «forma de go- bierno». Es una forma especifica de organizar politicamente la coexistencia humana, lo que se produce como resultado de la ar- ticulacién entre dos tradiciones diferentes: por un lado, el libera- lismo politico (imperio de {3 ley, separacién de poderes y derechos individuales) y, por otro, la tradicién democratica de la soberania popular. En otras palabras, la diferencia entre la democracia antigua y Ja moderna no es una diferencia de tamafio sino de naturaleza. La diferencia crucial reside en la aceptaci6n del pluralismo, que es constitutivo de la democracia liberal moderna. Por «pluralismo» entiendo el fin de la idea sustantiva de Ia vida buena, lo que Claude Lefort lama «la disoluci6n de los marcadores de cestidumbre>. Ese reconocimiento del pluralismo implica una profunda transforma- cién del ordenamiento simbolico de las relaciones sociales. Este es tan elemento que se halla totalmente ausente cuando uno se refiere, como John Rawls, al hecho del pluralismo. Existe por supuesto un hhecho, que es el de la diversidad de las concepciones de lo bueno que observamos en una sociedad liberal. Pero la diferencia impor- tante no es una diferencia empirica; es una diferencia relativa al plano simbélico. Lo que esta en juego es la legitimacién del con- flicto y la divisién, la emergencia de la libertad individual y la afir- macién de igual libertad para todos. Una vez que se ha reconocido que el pluralismo es el rasgo que define a la democracia moderna, podemos preguntat cual es el me- {A DEMOCRADA, EL PODER ¥ «0 PoUCD> 37 jor modo de abordar el alcance y la naturaleza de una politica de- mocratica pluralista. Mi opinién es que un proyecto democrético radical informado por el pluralismo slo puede formularse ade- cuadamenté en el contexto de una perspectiva segtin la cual la «di- ferencia» se interpreta como condicién de la posibilidad de set. De hecho, sugiero que todas las formas de pluralismo que dependan de una Logica de fo social que implique la idea del «ser como pre- sencia» y considere la «objetividad> como algo perteneciente a «las propias cosas» llevan necesariamente a la reduccién dela pluralidad yen iiltimo término, a su negacidn. Este es de hecho el caso de las principales formas de pluralismo liberal, que generalmente empie- zan destacando lo que llaman «el hecho del pluralismo» y después pasan a buscar procedimientos para abordar esas diferencias sin re- parar en que el objetivo de dichos procedimientos es en realidad vol- ver irrelevantes las diferencias en cuestién y relegar el pluralismo a la esfera de lo privado. Por el contrario, considerado desde una perspectiva te6rica an- tiesencialista, cl plusalismo no es meramente un hecho, algo que debamos soporcar a regafiadientes o tratar de reduc, sino un prin- ipio axiolégico. Se juzga constitutivo, en el plano conceptual, de la naturaleza misma de la democracia moderna, y es concebido como algo que deberiamos festejar y promover. Esta es la razén por la que el tipo de pluralismo que voy a invocar proporciona un es- tatuto positivo a las diferencias y cuestiona, en cambio, el objetivo de unanimidad y homogeneidad, que siempre se revela ficticio y ba- sado en actos de exclusién. ‘No obstante, este punto de vista no permite un pluralismo total, yes importante teconocer los limites que debe poner ai pluralismo tuna politica democrética que se proponga plantear ua desafio a una amplia gama de relaciones de subordinacion. Por consiguiente es necesario distinguir la posicién que estoy defendiendo aqui del tipo de pluralismo extremo que subraya la heterogeneidad y la incon- mensurabilidad, pluralismo extremo -entendido como valorizacién de todas las diferencias~ segin el cual la pluralidad no deberia te- ner limites. A pesar de su pretensién de ser mas democrdtica, con- sidero que esa perspectiva nos impide reconacer el modo en que ciertas diferencias se construyen como relaciones de subordinacién ys en consecuencia, deberian ser cuestionadas por una politica de- mocrdtica radical. Slo hay una multiplicidad de identidades sin ningiin denominador comin, y es imposible distinguir entre las di- [38 /LApaRaDOM pemoKRA NCA ferencias que existen pero no deberian existir y las diferencias que ao existen pero deberian exist. Lo que este tipo de pluralismo pasa por alto es la dimensién de lo politico. Las relaciones de poder y los antagonismos resultan bo- rrados y nos quedamos con la caracteristica ilusin liberal de un pluralismo sin antagonismo. De hecho, aunque tiende a ser muy crftico con el liberalismo, este tipo de pluralismo extremo, debido a su rechazo de cualquier intento de construir un «nosotros», una identidad colectiva capaz de articular las exigencias presentes en las diferentes luchas contra le subordinacidn, reproduce el escamoteo liberal de lo politico. Negar la necesidad de una construccién de estas identidades colectivas, y concebir la politica democratica exclusiva- mente en términos de la lucha de una multiplicidad de grupos de interés, o de minorias, por la afirmacion de sus derechos, es perma- necer ciego a las relaciones de poder. Es ignorar los limites que im- pone 2 la extensi6n de la esfera de los derechos el hecho de que al- ‘gunos de los derechos existentes hayan sido construidos sobre la misma base de la exclusi6n subordinacién de otros. Pluratismo, poder y antagonismo Alaceptar el pluralismo, lo que est realmente en juego es el po- der y el antagonismo, asf como su caracter ineliminable. Esto slo puede comprenderse desde una perspectiva que ponga en cuestion el objetivismo y el esencialismo que son dominantes en la teoria democratica. En Hegemonia y estrategia socialista; sefialamos las grandes Iineas de un enfoque que sostiene que toda objetividad social esta constituida por actos de poder. Esto significa que toda objetividad social es en sltimo térmaino politica y debe mostrar las huellas de los actos de exclusién que rigen su constitucién; de fo que, siguiendo a Derrida, puede llamarse su «exterior constivativo>. Este punto es decisivo. Debido a que todo objeto lleva inscrito ‘en su propio ser algo distinto de si mismo y a que, en consecuencia, todo se constraye como diferencia, su sex no puede concebirse como pura «presencia» u «objetividad». Dado que el exterior cons- titutivo esté presente en el interior del interior como su posibilidad 2. Eenasto Laclau y Chantal Mouffe, Hogemaniay estratepia socialists, Madrid, Siglo XX1, 1987. ue Ui pewoorsc, pane ¥ 0 PeLICO»/ 39 siempre real, toda identidad resulta puramente contingente, Esto implica que no deberiamos concebir el poder como una relacién ex- tema que tiene lugar entre dos entidades previamente constituidas, sino més bien como un elemento constituyente de las propias iden- tidades. Este punto de confluencia entre la objetividad y el poder es Io que hemos llamado «hegemonia». Cuando consideramos ia politica democratica desde este punto de vista antiesencialista, podemos empezar a comprender que, para que exista la democracia, ningiin agente social deberia poder re- clamar dominio alguno sobre el fundamento de la sociedad. Esto significa que la relacion entre los agentes sociales sdlo se vuelve mas democrética en la medida en que estos acepten la particularidad y la limitacién de sus pretensiones; es decir, Gnicamente en la medida fen que reconozcan su relacién mutua como una relacién de la que no es posible extirpar el poder. La sociedad democratica no puede seguir concibiéndose como una sociedad que ha realizado el suefio de una perfecta armonia en sus relaciones sociales. Su caracter de- mocratico s6lo puede venir dado por el hecho de que ningin actor social limitado puede atribuirse la representacién de la totalidad. La principal cuestién de la politica democratica no estriba enton- ces en cémo eliminar el poder, sino en cémo constituir formas de poder que sean compatibles con los valores democraticos. Reconocer Ia existencia de relaciones de poder y la necesidad de transformarlas, renunciando al mismo tiempo a la ilusién de que podiamos liberarnos por completo del poder: he ahi lo que es es- pecifico del proyecto que hemos denominado «democracia radical y plural». Este proyecto reconoce que la especificidad de la demo- cracia pluralista moderna —incluso en el caso de las democracias bien ordenadas- no reside en la ausencia de predominio y de vio- lencia, sino en el establecimiento de un conjunto de instiruciones mediante las cuales se hace posible limitar e impugnar ambas co- sas. Negar el cardcter ineliminable del antagonismo y proponerse la obtencién de un consenso universal racional tal es la auténtica amenaza pare la democracia. De hecho, esta actitud es la que pue- de llevar a una violencia no reconocida y oculta tras los llama- mientos a la «racionalidad», como 2 menudo sucede con el pen= samiento liberal, que enmascara las necesarias fronteras y formas de exclusién tras pretensiones de «ncutralidad>. 40 J sven oewocnAreca Liberalismo politico Para ilustrar las peligrosas consecuencias del enfoque raciona- lista y mostrar la superioridad del punto de vista que estoy per- filando aqui, he escogido el ejemplo del «liberalismo politico» de Joha Rawls. En sus silkimos trabajos, Rawls trata de dar una nue- ‘va soluci6n al tradicional problema liberal de cémo establecer una pacifica coexistencia entee personas con distintas concepciones del bien. Durante mucho tiempo, los liberales han visto la soluci6n a este problema en la creacién de un modus vivendi o, siguiendo a Schum- peter, de un modus procedendi que cegule el conflicto entre los dife- fentes puntos de vista. De ahi la perspectiva generalmente aceptada de la democracia como forma procedimental y neutral con respec- 10 a cualquier particular conjunto de valores, como simple método para tomar las decisiones pablicas. ‘Recieatemente, liberales como Rawls -y de un modo ligera- mente distinto, Charles Larmore- se han mostrado en desacuerdo con esta interpretacion del principio liberal de neutralidad. Ambos autores sostienen que una sociedad liberal democritica necesita una forma de consenso més profunda que la de un simple modus vivendi basado en meros procedimientos. Su objetivo deberia ser la creacién de un consenso de tipo moral y no tinicamente prudencial en toro a sus instituciones basicas. Su objetivo es proporcionar un consenso moral, aunque minimo, sobre los fundamencos politicos. Su «liberalismo politico» se propone definir un niicleo moral que es- pecifique los términos en que las personas con diferentes concep- iones de lo bueno puedan vivir juntas en asociacién politica. Es una forma de entender el liberalismo que es compatible con el he- ‘cho del pluralismo y con la existencia de un desacuerdo moral y re- ligioso, y debe distinguirse de las perspectivas abarcadoras como las de Kant y Mill. Dado que es neutral respecto a los controverti- dos puntos de vista de la vida buena, Rawls y Larmore creen que este tipo de liberalismo puede proporcionar los principios politicos que deberian ser aceptados por todos a pesar de sus diferencias. Segiin Rawls, el problema del liberalisimo politico puede formu- larse del siguiente modo: «;Cémo es posible que pueda existir a lo 5. Para una critics de este intent, realizado por Larmore y Rawls, de replantear la nocion liberal de neutralidad, véase Chantal Moutle, El retorno de lo politico, ca- pitulo 9, Barcslone, Paid6s, 1999, LA DEMOCRAC, EL POOER Y 10 POUTCO» J 41 Jargo del tiempo una sociedad estable y justa de ciudadanos libres ¢ iguales pero profundamente divididos por razonables doctrinas religiosas, filosoficas y morales?».* El problema, desde este punto de vista, es un problema de justicia politica, y exige el estableci- miento de términos de cooperacién social justos entre ciudadanos considerados libres ¢ iguales, aunque divididos por algiin profundo conflicto doctrinal. Su solucion, tal como queda reformulada en su libro El liberalismo politico, pone un nuevo énfasis en la nocién de «pluralismo razonable». Nos invita a distinguir entre lo que seria un mero reconocimiento empirico de los conceptos opuestos de lo bueno -el hecho del pluralismo «simple» y Io que es el problema zeal al que han de enfrentarse los liberales: ino abordar una plurali- dad de doctrinas incompatibles aunque razonables. Rawls considera esa pluralidad como el normal resultado del ejercicio de la razén humana en el marco de un régimen constitucional democratico. Esta es la raz6n por la que un concepto de la justicia debe ser capaz de obtener el apoyo de todos los ciudadanos «razonables», a pesarde sus profundos desacuerdos doctrinales en otras cuestiones. Examinemos su distincién entre el pluralismo «simple» y el plu- ralismo «razonable». Segtin declara explicitamente, se supone que dicha distincién garantiza el carécter moral de un consenso sobre la justicia que evite que se establezca un compromiso con los pun- t0s de vista «no razonables», esto es, aguellos que se oponen a los principios bisicos de la moralidad politica. Pero en realidad, esta distinci6n le permite a Rawls presentar como exigencia moral lo que de hecho es una decision politica. Para Rawls, fas personas ra- zonables son las personas «que ban tomado conciencia de sus dos potencias morales en un grado suficiente para ser ciudadanos libres ¢ iguales en un régimen constitucional, y que tienen un sdlido de- seo de atenerse a unos justos términos de cooperacién y de ser miem- bros plenamente cooperadores de la sociedad». ¢Qué es esto sino una forma indirecta de afirmar que las per sonas razonables son aquellas que aceptan los fundamentos del li- beralismo? En otras palabras, la distincién entre «razonable» y «no razonable> contribuye a trazar una frontera entre las doctrinas que aceptan los principios liberales y las que se oponen a ellos. 4, John Raves, Political Liberalion, pg, xvi, Nueva York, 1993. (Trad, casts El liberalism politico, Barcelona, Critica, 1996.) 5. Ibid, pg, 55. 42 pursoasn oemacescs Esto significa que su funciéa es politica y que su objetivo es dis- ‘inguir entre un pluralismo permisible de conceptos religiosos, mo- rales 0 filos6ficos -con tal de que estas perspectivas puedaa relegarse a laesfera de lo privado y satisfacer asi los principios liberales~, y lo {que seria un pluralismo inaceptable porque pondria en peligro el predominio de los principios liberales en la esfera puiblica. ‘Lo que Rawls sefiala en realidad con esta distincién es que no puede haber pluralismo en lo tocante a los principios de Ja asocia- cidn politica, y que las concepciones que rechazan los principios del liberalismo deben excluirse. No tengo nada que objetarle cn este aspecto. Pero esta afirmacién es la expresién de una decisién emi- nentemente politica, no un requisito moral. Decir que los antilibe- rales no son «razonables» es una forma de afirmar que este tipo de puntos de vista no pueden ser admitidos como legitimos en el mar- co de un régimen liberal democratico. Esto es ciertamente lo que ocurre, pero la raz6n de esta exclusién no es de tipo moral. La cau- sa hay que buscarla en el hecho de que principios antagénicos de legitimidad no pueden coexistir en el seno de una misma asociacién politica sin poner en cuestidn la realidad politica del Estado. Sin em- argo, para formularla adecuadamente, esta tesis reclama un mar- co teérico que afirma que lo politico es siempre constitutivo, que es precisamente lo que el liberalismo niega. Ravels trata de evitar el problema presentando su prioridad de lo justo sobre lo bueno como une distincién moral. Pero esto no re- suelve ef problema. En primer lugar, surge una cuestin que con- cierne al estatuto de su asercién de la prioridad de lo justo sobre lo bueno. Para ser coherente, Rawls no puede derivar su afirmacion de ninguna doctrina general. Asi pues, Io que todos compartimos, es tinicamente una «idea intuitiva»? Cicrtamente los comunitaris- tas pondrian objeciones a este punto de vista. Por consiguiente, de qué puede tratarse? La respuesta es, por supuesto, que esa es una de las principales caracteristicas de la democracia liberal entendida como una forma politica caracteristica de sociedad, que es parte de la «gramatica» de este tipo de «régimen». Sin embargo, Rawls no puede dar una respuesta acorde con estas directrices, porque en su teoria no hay sitio para este rol constitutivo de lo politico, Esta es Ja raz6n de que no pueda proporcionar un argumento convincente ara justificar los limites de su pluralismo, y de que tampoco pue- da explicar por qué queda atrapado en una forma de argumenta- ion circular: el liberalismo politico puede proporcionar un con- | LUcveMDcRAC, BL PODER Y Lo PoLTCa® 143, senso entre personas cazonables que, por definicidn, son personas ‘que aceptan los principios del liberalismo politico. El consenso entrecruzado consenso constitucionat tra consecuencia de la incapacidad de Rawls para aprehen- der el rol constitutivo de lo politico se revela al examinar otro as- pecto de su solucién al problema liberal: le creacién de un «con- senso entrecruzado» de doctrinas generales razonables, cada una de las cuales respalda desde su propio punto de vista el concepto de lo politico. Rawls declara que si una sociedad esta bien ordenada, el consenso entrecruzado se establece en torno a los principios de su teoria de la justicia como equidad. Dado que dichos principios han sido escogidos mediante la estratagema de la posicidn original con su «velo de ignorancia», tales principios de términos de coo- peracién justos satisfacen el principio liberal de legitimidad que exige que sean sespaldados por todos los ciudadanos en tanto que in- dividuos libres e iguales ~asi como razonables y racionales-, y que vayan dirigidos a su razén pablica. Desde el punto de vista del liberalismo politico, estos principios han sido expresamente de- signados para obtener el apoyo razonado de ciudadanos que sos- tengan doctrinas generales razonables aunque en conflicto, De he- cho, el propésito mismo del velo de ignorancia consiste en evitar que los ciudadanos conozean sus conceptos generales de lo bueno yen forzarles a actuar partiendo de la base de las concepciones com- partidas de la sociedad y de la persona que se requieren para aplicar los ideales y principios de la razén practica.® De un modo acorde con su proyecto de establecer el cardcter moral de su «liberalismo politico», Rawls encuentra dificultades para indicar que este consenso entrecruzado no debe confuadirse con un simple modus vivendi, Rawls insiste en que lo que tiene un cardcter moral no es meramente el consenso sobre un conjunto de disposiciones institucionales basadas en el interés propio, sino la afirmacién sobre una base moral de unos principios de justicia que poscen en si mismos dicho cardcter moral. Mas atin, el consenso entrecruzado también difiere de una forma de consenso constitu- cional que, desde su punto de vista, no es lo suficientemente am- 6, Ibid, pig, U1. b 44 /apaRano pemenincs plio ni profundo como para garantizar la justicia y la estabilidad. En un consenso constitucional, Rawls sostiene lo siguiente: ese a que existe acuerdo respecto a ciertos derechos politicos y cier- {as libertades bésicas ~acuerdo sobre el derecho al voto y sobre la li bertad de expresién y de asociacién politica, asi como sobre cual- uier otra cosa que resulte necesaria para atender los procedimientos clectorales y legslativos dela democracia-, hay desacuerdo entre quie- nes defienden los principios liberales como principios que establecen al mas exacto contenido y limites de esos derechos y Hibertades, y también lo hay respecto a qué otros derechos y ibertades han de con- siderarse basicos y merecer por tanto la proteecién legal cuando no constitucional.? Rawls da por supuesto que un consenso constitucional es me- jor que un modus vivendi porque el primero define una auténtica lealtad a los principios de una constituci6n liberal que garantiza determinados derechos y libertades basicos y que establezca pro- cedimientos democréticos para moderar la rivalidad politica. No obstante, dado que esos principios no estan basados en unas deter. minadas ideas sobre fa sociedad y la persona de una concepcién politica, subsisten desacuerdos relacionados con el estatuto y el con- tenido de esos derechos y libertades, creando de este modo inse- guridad y hostilidad en la vida péblica. De abi, dice, la importan- cia de fijar su contenido de una vez por todas. Esto resulta posible gracias a un consenso entrecruzado sobre un concepto de la justi- cia entendida como equidad, que establece un consenso mucho més profundo que otro que se cia tnicamente a los elementos consti- tucionales esenciales. Pese a admitic que lo que més urge fijer son esos elementos constitucionales esenciales (a saber, los principios fundamentales que especifican la estructura general de gobierno y del proceso politico, asi como los derechos basicos y las libertades de ciudadania),* Rawls considera que deben distinguirse de los prin- cipios que gobiernan las desigualdades econémicas y sociales. El objetivo de la justicia como equidad es establecer un consenso res- pecto de la razén publica cuyo contenido venga dado por un con- cepto politico de la justicia: «este contenido tiene dos partes: los. principios sustantivos de justicia para la estructura basica (los va- 7. Ibid, pag, 138, 8. Ibid, pag, 227, Lr punncrAR, EL Pooen ¥ 0 paLnons / 45 lores politicos de la justicia); y las ineas maestras para la indaga- cién y la concepcién de la virtud que hacen posible ja razén piblica {los valores politicos de la raz6n piblica)» Rawls parece creer que aun siendo imposible un acuerdo ra- cional entre doctrinas generales de caracter moral, religioso y filo- s6fico, es posible alcanzar dicho acuerdo en el £mbito politico. Una vez que las doctrinas controvertidas han quedado relegadas a Ja esfera de lo privado, es posible, desde el punto de vista de Rawls, establecer en la esfera puiblica un tipo de consenso fundado en la raz6n (con sus dos caras: lo racional y lo razonable). Una vez al- canzado, este es un consenso que resultaria ilegitimo cuestionar, y la nica posibilidad de desestabilizacién provendria de un ataque desde el exterior a manos de fuerzas «no razonables». Esto implica que si se ha logrado instaurar una sociedad bien ordenada, aque~ los que participan del consenso entrecruzado no deberian tener de- recho a cuestionar las disposiciones existentes, ya que encarnan los principios de justicia. Si alguien no esta de acuerdo, tendré que ser por «irracionalidad» o por una actitud «no razonable>. En este punto, la imagen de la sociedad bien ordenada de Rawls comienza a perfilarse con mayor nitidez y presenta un aspecto muy parecido al de una peligrosa utopia de reconciliacién. Sin duda, Rawls reconoce que el consenso entrecruzado pleno podria no con- seguirse nunca, y en el mejor de los casos tal vez s6lo pueda obte- nerse una aproximacién a él. Es mas probable, dice, que el punto en que se concentre el consenso entrecruzado sea el de una clase de con- ceptos liberales que actiian como rivales politicos." No obstante, nos urge a esforzarnos en favor de una sociedad bien ordenada en la que, dado que ya no existird confficto entre los intereses politicos, ¥ econémicos, esa rivalidad babré quedado superada. Ese tipo de sociedad asistiria a la realizacién de la justicia como equidad, lo cual consticuye la correcta y precisa interpretaci6n del modo en que de- berfan ponerse en practica los principios democradticos de igualdad y libertad en las instituciones basicas. Is algo independiente de cual- ‘quier interés, no representa forma alguna de compromiso, pero es en verdad la expresién de la raz6n piiblica democritica y libre. Ta forma en que Rawls considera la naturaleza del consenso centrecruzado indica claramente que, para él, una sociedad bien or- 9. Ibid, pag. 253. 10. ibid, pag. 164. 4g Pia p01 DEMOCRATIA denada es una sociedad en la que se ha eliminado la politica. El concepto de la justicia es algo que reconocen de forma compartida Jos ciudadanos razonables y racionales que acrian conforme a sus mandatos. Es probable que tengan conceptos muy diferentes e in- cluso conflictivos de lo bueno, pero esas cuestiones son estricta~ mente privadas y no intesfieren con su vida pablica. Los conflictos de interés sobre cuestiones econémicas y sociales ~caso de que ain sigan surgiendo~ se resuelven de forma fluida mediante discusiones que se desarroilan en el marco de la razén publica, invocando los principios de justicia que todo el mundo respalda, Si resulea que tuna persona poco razonable o irracional se muestra en desacuerdo con el estado de cosas y trata de perturbar el agradable consenso, alo ella deberd ser obligado, mediante coercién, a someterse a los principios de justicia. Esa coerci6n, sin embargo, no tiene nada que ver con la opresién, ya que viene justificada por el ejercicio de la raz6n. Lo que el concepto de sociedad bien ordenada de Rawls elimi- na es la lucha democritica entre «adversarios», esto es, entre quicnes conparren lealtad hacia los principios liberales democraticos pero defienden interpretaciones tlistintas respecto a lo que deben sig- nificar la libertad y la igualdad, asi como respecto al tipo de rela- ciones e instituciones sociales que deben aplicarse. Esta es la raza de que en tal «utopia liberal» el desacuerdo legitimo haya sido erra- dicado de la esfera piblica. ¢Cémo ha llegado Rawls a defender se- mejante posicién? ;Por qué no deja su concepto de la democracia el menor espacio a la confrontacién agonistica entre interpretaciones polémicas de los principios liberales democrsticos? En mi opinién, Ja respuesta reside en su defectuoso concepto de la politica, que que dda reducida a la mera actividad de asignar avenencias entre todos aquellos intereses en competencia que sean susceptibles de una so- Jucién racional. Esta es a razén de que Rawls piense que los conflic- tos politicos pueden ser eliminados merced a un concepto de la jus- ticia que apele ala idea del beneficio racional de los individuos, dentro de las restricciones establecidas por lo razonable. Segiin esta tearfa, los ciudadanos necesitan, como personas li- bres ¢ iguales, los mismos bienes, ya que sus conceptos de lo bueno, por muy distinto que sea su contenido, «tequieren, pata su pro- mociéa, aproximadamente los mismos bienes primarios, esto es, los mismos derechos basicos, las mismas libertades y oportunidades, y Jos mismos medios multiuso, como los ingresos y la riqueza, todo i sete Lcpesiooren,&L pone ¥ <0 POLINeD»/ 47 ello completado por las mismas bases sociales de respeto propio». Por consiguiente, una vez que se ha encontrado la justa respuesta al problema de la distribucién de esos bienes primarios, la rivalidad ‘que antes existia en el Ambito politico desaparece. Elescenario definido por Rawls presupone que los actores po- ‘cos s6lo estin motivados por fo que consideran su propio be- neficio racional. Las pasiones quedan borradas del campo de la politica, que se ve reducida 2 un terreno neutral de intereses en competencia. En este enfoque, «lo politico» desaparece por com- pleto en cuanto a su dimensién de poder, antagonismo y relacién de fuerzas. Lo que el «liberalismo politico» tiene dificultades para eliminar es cl elemento de «indeterminaciéa» que se halla presente en las relaciones humanas. Este planteamiento nos ofrece un reta- blo de la sociedad bien ordenada en el que el antagonismo, la vio- Iencia, el poder y la represion mediante un acuerdo cacional sobre la justicia~ han desaparecido. Pero esto se debe tinicamente a que han sido convertidos en elementos invisibles mediante una astuta estratagema: la distincién entre el «pluralismo cazonable» y el «plu- ralismo simple». De este modo, resulta posible negar que existan Jas mencionadas exclusiones, declarando que son el producto del «libre ejercicio de la razén practica», y que ella es la que establece los limites del consenso posible. Cuando un punto de vista queda excluido se debe a que dicba exclusién es un requisito del ejescicio de la razén; por consiguiente, las fronteras entre lo que es legitimo y lo que no es leg{timo aparecea como independientes de las rela~ : cémo eliminar a sus adversarios y seguir siendo a! mis- mo tiempo neutral. Desgraciadamente, no basta con eliminar de una teoria lo po- litico en su dimensién de antagonismo y exclusién para lograr que se desvanezca de la vida real, Siempre regresa, y 1o hace para ven- arse. Una vez que el enfoque liberal ha creado un marco en el que su dinamica no puede sostenerse, y en el que han desaparecido las instituciones y los discursos que podsian permitir que se manifes- taran los antagonismos potenciales de acuerdo con ei modo ago- nista, existe el peligro de que en vez de una lucha entre adversarios, Jo que tenga lugar sea una guerra entre enemigos. Esta ¢s la razém 11, Ibid, pig, 180. { { | a AB /us Psavoua penoenAoa de que, lejos de ser un enfoque conducente a una sociedad mejor reconciliada, acabe por poner en peligro la democracia. Democracia e indeterminacién Al sacar a la luz las consccuencias potenciales del proyecto de Rawls, mi propésito ha sido revelar el peligro de postular que po- defa existir una soluci6n racional definida para la cuesti6n de la justicia en una sociedad democratica. Esta idea conduce a la su- tura del espacio que separa la justicia de! derecho, un espacio que es constitutive de la democtacia moderna. Para evitar dicha sutu- ra, debemos renunciar a la idea misma de que pueda existir algo se- mejante a un consenso politico «racional»; a saber, un consenso que no esté basado en ninguna forma de exclusién. Presentar las ins- tituciones de la democracis liberal como el resultado de wna racio- nalidad puramente deliberativa es reificarlas y convertirlas en algo imposible de transformar, Es negar el hecho de que, al igual que cualquier otro régimen, la moderna democracia pluralista cons- tituye un sistema de relaciones de poder, y hacer de la puesta en cuestiéa de estas formas de poder algo ilegitimo. Considerar posible que pueda llegar a existir una resoluci6n fi- nal de los conflictos, incluso en el caso de que la veamos como una aproximaciéa asintética a la idea regulativa de un consenso racio- nal, lejos de proporcionarnos el horizonte necesario para el pro- yecto democratico es algo que lo pone en riesgo. De hecho, esa ilu- sién conlleva implicitamente el deseo de una sociedad reconciliada cn la que el pluralismo haya sido superado. Cuando se la concibe de este modo, la democracia pluralista se convierte en un «ideal gue se autorrefuta», ya gue el propio momento de su realizacion debe- ria coincidit con el de su desintegracién. Con su insistencis en la inreductible altecidad, que representa tan- to una condicién de posibilidad como una condicién de imposibi- lidad de toda identidad, una perspectiva informada por el poses- tructuralismo proporciona un marco teérico mucho mejor que el de los enfoques racionalistas para aprehender la especilicidad de Ja democracia moderna. La nocién de un «exterior constitutivo» nos obliga a aceptar la idea de que el pluralismo implica la permanen- cia del conflicto y el antagonismo. De hecho, nos ayuda a com- prender que el conflicto y la divisién no deben verse como pertur- (A peMocean, EL PODER Y <0 oUNcD® 149 baciones que, desafortunadamente, no pueden ser eliminadas por completo, ni como impedimentos empiricos que hacen imposible la plena realizacién de un bien constituido por una ermonia que no podemos alcanzar debido a que nunca seremos completamente c2- paces de coincidir con nuestro yo racional universal, Gracias a las intuiciones del posestructuralismo, el proyecto de una democracia radical y plural se ha vuelto capaz de reconocer que la diferencia es la condicién de posibilidad para constituir una unidad y una totalidad, y que, al mismo tiempo, esa nocién de diferencia proporciona los limites esenciales de dicha unidad y totalidad. Desde este punto de vista, la pluralidad no puede elimi- narse; se vuelve irreductible. Hemos de abandonar por tanto la idea misma de una completa reabsorcién de la alteridad en la uni- dad y la armonfa, Es una alteridad que no puede domesticarse, sino que, como indica Rodolphe Gasché, «socava permanentemente, aunque también lo hace posible, un suefio de autonomia logrado ‘mediante el enroscamiento reflexivo sobre el yo, ya que indica la condicién previa de ese estado descado, una condicién previa que representa el limite de aquella posibilidad».”” ‘A diferencia de otros proyectos de democracia radical o parti- cipativa informados por un marco racionalista, la democracia ra- dical y plural rechaza la propia posibilidad de una esfera piblica de argumento racional no exclayente en la que fuera posible alcanzar un consenso no coercitivo. Al mostrar que dicho consenso es una imposibilidad conceptual, no pone en peligro el ideal democrético, como algunos querrian argumentar. Al contrario, protege a Ja de- mocracia pluralista de cualquier intento de cierre. De hecho, este re- chazo constituye una importante garantia de que se mantended viva la dindmica del proceso democratico. En vez de tratar de borrar las huellas del poder y Ja exclusiGn, la politica democratica nos exige que las pongamos ea primer pla- no, de moda que sean visibles y puedan adentrarse en el terreno de la disputa. Y el hecho de que esto deba considerarse como un pro- ceso sin fin no deberia ser causa de desesperacién, ya que el deseo de alcanzar un destino final s6lo puede conducir a la eliminacién de lo politico y a la destruccién de la democracia. En una organizacion politica democratica, los conflictos y las confrontaciones, lejos de 412, Rodolphe Gasché, The Taix ofthe Mirror, Cambridge, Massachusetts, 1986, pig. 105. 50 /1 PRADO DEMOCRATICA ser un signo de imperfeccién, indican que le democracia esta viva y se encuentra habitada por el pluralismo. Al modelo de democracia de inspiracién kantiana que contem- pla su realizacién en forma de una comunidad ideal de comunica- ci6n, como una tarea concebida sin duda como de cardcter infinito, pero que no obstante posee una forma clara y definida, opondremos un concepto de democracia que, lejos de buscar el consenso y la twansparencia, sospecha de todo intento de imposicién de un mo- delo univoco de discusién democratica. Alertada de los peligros del racionalismo, esta es una perspectiva que no suefia con dominar 0 liminar la indeterminacién, ya que reconoce que esa es la propia condicién de posibilidad de la decisién, y por tanto de la libertad y el pluralismo, CARL SCHMITT Y LA PARADOJA DE LA DEMOCRACTA LIBERAL PARA UN MODELO AGONISTICO DE DEMOCRACIA, oon ‘Cuando este siglo turbulento toca a su fin, parece que se reco- noce a la democracia liberal como la nica forma legitima de go- bierno. Pero, gindica esto su victoria final sobre sus adversarios, como querrian algunos? Existen serias razones para sex escéptico respecto a semejante afirmacién. En primer lugar, no esté claro qué fuerza tiene el presente consenso y tampoco cuanto durara. Pese a que muy pocos se atreven a desafiar abiertamente el modelo liberal democratico, las seitales de descontento hacia las instituciones ac- tuales se generalizan. Un niimero cada vez mayor de personas sien- ten que los partidos tradicionales han dejado de tener en cuenta sus intereses, y los partidos de extrema derecha estan realizando im- portantes avances en muchos paises europeos. Ademds, incluso en- tre aquellos que se resisten al llamamiento de los demagogos, exis- te un pronunciado cinismo respecto a la politica y los politicos, Lo cual tiene un efecto muy corrosivo sobre la adhesién popular a los valores democriticos. Se observa claramente fa actividad de una fuer- za negativa en la mayoria de las sociedades liberal democraticas, una fuerza que contradice el triunfalismo que hemos presenciado desde el colapso del comunismo soviético. ‘Con estas consideraciones en mente, me propongo examinar el debate actual en la teorfa democritica. Quiero evaluar las pro- uestas que los tedricos democraticos ofrecen para consolidar las instituciones democrdticas. Concentraré mi atencién en el nuevo paracigma de democracia, esto es, en el modelo de la «democracia deliberativa>, que en la actualidad se esté convirtiendo en la ten- dencia de més rapido crecimiento en la esfera politica. Sin duda, la idea principal, que en una sociedad y una organizaci6n politica democratica las decisiones politicas deberian alcanzarse mediante tun proceso de deliberacién entre ciudadanos libres ¢ iguales, ha acompaiiado a la democracia desde su nacimiento en la Atenas del siglo Vv. Las maneras de imaginarse la deliberacién asi como el nii- 96 / un aRADOR DEMOCRATS mero y condicién de los electores con derecho a deliberar han va- riado notablemente, pero hace mucho tiempo que la deliberacién viene desempefiando un papel central en el pensamiento demo- cratico. Por consiguiente, lo que hoy vemos ¢s el restablecimiento de un tema antiguo y no el repentino surgimiento de una nueva preocupacién. Lo que debe examinarse, sin embargo, es el motivo de este re- novado interés por la deliberacién, asi como sus modalidades ac- tuales. Sin duda, una de las explicaciones guarda relaciéa con los problemas a que deben enfrentarse las sociedades democraticas de hoy. De hecho, uno de los objetivos al que proclaman aspirar los demécratas deliberativos es el de ofrecer una alternativa a la con- cepcidn de la democracia que ha dominado la segunda mitad del siglo xx: el «modelo de agregacién». Este modelo fue establecido por la fecunda obra publicada por Joseph Schumpeter en 1947, Capitalism, socialismo y democracia,’ en la que argumentaba que, con el desarrollo de la democracia de masas, la soberania po- pular, tal como la entiende el modelo clisico de la democracia, se ha vuelto inadecuado. Hacfa falta una nueva concepcién de la de- mocracia que pusiera el énfatis en la agregacién de las preferen- cias, que se realizata a través de unos partidos politicos a los que la gente tuviera la posibilidad de votar a intervalos regulares. De ahi la propuesta de Schumpeter de definir la democracia como el siste- ‘ma en el que las personas tienen la oportunidad de aceptar o re- chazar a sus dirigentes mediante un proceso electoral competitivo. Posteriormente desarrollado por teéricos como Anthony Downs en Teoria econémica de la democracia,’ el modelo de agregacién se convirti6 en el estndar miimero uno en el campo que se autode- nomina «teoria politica empirica». El objetivo de esta corriente consistia en elaborar un enfoque descriptivo de la democracia, en ‘oposicion al enfoque clasico, que es de carder normativo. Los au- tores que se adhirieron a esta escuela consideraron que, en las condi- ciones modernas, determinadas nociones como las de «bien comin» y «voluntad general» debfan abandonarse, y que debia reconocerse que el pluralismo de intereses y valores es coextensive de la idea 1. Joseph Schumpeter, Capitalism, Socialiom and Democracy, Nueva York, 1947. [Tead. casts Copitalismo, socialism y democrari, Barcelona, Folio, 1996.] 2. Anthony Downs, Aw Economie Theory of Democracy, Nueva York, 1957. [rad. cast: Teoria econdmica de la democracia, Madci, Aguilas, 1973.) eh ue NoDRLO AGONTID DE LA DENOCRACA/ 97 misma de «pueblo». Ademds, dado que desde su punto de vista, el interés propio es lo que induce @ actuar a los individuos, y no la creencia moral de que deben hacer lo que constituye el interés de la comunidad, declararon que los intereses y las preferencias eran lo que debia componer las lineas sobre las cuales habria que organi- zar los partidos politicos, y proporcionar el material del que debe- ria ocuparse la negociacién y el voto. La participacién popular en Ja toma de decisiones deberia mas bien desincentivarse, pues s6lo podtia tener consecuencias disfuncionales para la marcha del siste- ma, La estabilidad y el orden era més probable que resultaran del ‘compromiso entre los intereses que de movilizar a las personas en pos de un consenso ilusorio sobre el bien comin. Como conse- cuencia de ello, la politica democrética quedé separada de su di- mensién normativa y empez6 a considerarse desde un punto de vis- ta puramente instrumental. El ptedominio del enfoque de la agregaci6n, con su reduccién de Ja democracia a un conjunto de procedimientos para el tratamiento del pluralismo de los intereses grupales, es lo que empezé a cuestio nar la nueva ola de la teorfa politica normativa, inaugucada por John Rawls en 1971 con la publicaci6n de su libro Teoria de la justicia y también es lo queen la actualidad impugna el modelo deliberativo. Los autores que se adhirieron a esta cozriente declaran que esto es 1o que se encuentra en el origen del actual descontento que suscitan las instituciones democraticas y constituye también el fandamento de la incontenible crisis de legitimidad que afecta a las democracias occidentales. Desde su punto de vista, el futuro de la democracia li- beral depende de que logre recuperar su dimension moral. Pese a ‘no negar «el hecho del pluralismo> (Rawls) y la necesidad de abric un espacio para los muy diversos conceptos del bien, los demécratas deliberativos afirman que sin embargo es posible alcanzar un con- senso més profundo que el de un «mero acuerdo sobre los proce- dimientos», un consenso que podria calificarse como «moral». La democracia deliberativa: sus objetivos Desde luego, los demécratas deliberativos no estan solos en su deseo de ofrecer una alternativa a [2 perspectiva del modelo de 3, John Rawls, A Theory of Justice, Cambridge, Massachusetts, 1974 98 / La panama DemocrAricn agregacién dominante, con su punto de vista reduccionista sobre el proceso democratico. La especificidad de su enfoque reside en promover una forma de racionalidad normativa. Es también ca~ racteristico su intento de proporcionar una sélida base de lealtad a Ja democracia liberal mediante la reconciliacion de la idea de la so- berania democratica con la defensa de las instituciones liberales. De hecho, vale Ja pena recalcar que, pese a ser criticos con un cierto género de modus vivendi del liberalismo, la mayoria de quienes abo- gan por una democracia deliberativa no son antiliberales. Subra~ yan el papel central de los valores liberales en la concepcién moderna de la democracia, a diferencia de las anteriores criticas marxistas. Su objetivo no es abandonar el liberalismo sino recuperar su dimen- sign moral y establecer un estrecho vinculo entre los valores libera- les y la democracia. Su principal afirmaciéa es que resulta posible, gracias a proce- dimientos adecuados de deliberaciéa, alcanzar formas de acuerdo que satisfagan tanto Ia racionalidad (entendida como defensa de los derechos liberales) como la legitimidad democratica (tal como queda representada por la soberanfa popular). Su iniciativa consis- te en volver a formular el principio democratico de soberania po- pular de tal forma que se eliminen los peligros que pudiera plantear 2 los valores liberales. Es la conciencia de estos peligros fo que a menudo ha hecho que los liberales descontiasen de la participacién popular y se mostraran dispuestos a encontrar modos de desincen- tivarla o limitarla. Los demécratas deliberativos creen que estos peligros pueden evicarse, y de este modo permiten que los liberales abracen los ideales democréticos con mucho més entusiasmo del que han mostrado hasta ahora. Una de las soluciones propuestas, consiste en reinterpretar la soberanfa popular en términos inter- subjetivos y en redefinirla como eun poder generado por medios comunicacionales».* Existen muchas versiones diferentes de democracia delibera- tiva, pero se pueden clasificar grossa modo en dos escuelas prin- cipales, Ia primera de ellas ampliamente influida por John Rawls, y por Jiirgen Habermas la segunda. Me conceatraré por tanto en es- tos dos autores, asi como en dos de sus seguidores: Joshua Cohea, partidario de Rawls, y Seyla Benhabib, por la variante habermasiana, 4. Véase por ejemplo Jirgen Habermas, «Three Normative Models of Demo- racy», en Seyla Benhahib comp.) Democracy and Difference, Princeton, 1966, pag. 29. ents PR MODELO KGONISTCO DE LA DEMOCRACA/ 99 Por supuesto, no niego que existan diferencias entre estos dos enfo- ques ~difecencias que indicaré a lo largo de mi examen-, pero tam- bign exisren importantes convergencias que, desde el punto de vista de mi investigacién, son mas significativas que los desacuerdos. Como ya he indicado, uno de los objetivos del enfoque delibe- zativo, un objetivo que comparten tanto Rawls como Habermas, consiste en asegurar un fuerte vinculo entre Ja democtacia y el liz beralismo, refutando a todos aquellos detractores que, tanto de Ja derecha como de la izquierda, han proclamado la naturaleza con- tradictoria de la democracia liberal. Rawls, por ejemplo, declara que su ambicién es elaborar un liberalismo democratico que dé res- puesta tanto a la exigencia de libertad como a la de igualdad. Quie- re encontrar una soluci6n al desacuerda que ha existido en el pen- samiento democratico de los siglos pasados cenzre la tradicién asociada a Locke, que confiere un mayor peso a lo que Constant llamaba «las libertades de los modernos» -la libertad de pensamiento y de conciencia, ciertos derechos basicos de la per- sona, derechos de propiedad y el imperio de la ley-, y la tradicién, asociada a Rousseau, que otorga mis peso a lo que Constant llamé las «las libervades de los antiguos», esto es, las libertades politicas igua- les y los valores de la vida publica.’ Por lo que se refiere a Habermas, su reciente libro Between Facts and Norms deja claro que uno de los objetivos de su teoria proce- dimental de la democracia es poner en primer plano la «coorigina- lidad» de los derechos individuales fundamentales y de la sobera- nia popular. Por una parte, el autogobierno sirve para proteger los derechos individuales; por otra, esos derechos proporcionan las condiciones necesarias para el ejercicio de la soberania popular, Una ver que se afrontan de esa manera, dice, «puede uno entender de qué modo la soberania popular y los desechos humanos van cogidos de la mano, y por consiguiente aprehender la cooriginalidad de la au- tonomia civica y privada».® Sus seguidores, Cohen y Benhabib, también subrayan la inicia- tiva conciliadora que se halla presente en el proyecto deliberativo. 5. John Ravils, Political Liberalism, Nucra York, 1993, pg, 5. 6. Jirgen Habermas, Between Facts and Norms: Contributions to a Discourse ‘Theory of Law and Democracy, Cambridge, Massachusetts, 1996, pig, 127. (Trad. casts: Facticidad y validee, Madsid, Teorta, 1998.) Universidad Nacional de Vil'a Maria 100 /1a porno penocrénca Pese a que Cohen afirma que es erréneo imaginar las «libertades de Jos modernos» como algo exterior al proceso democrético y que los valores igualitarios y liberales han de contemplarse como elemen- 0s de la democracia y no como obligaciones que se le imponen,’” Benhabib declara que el modelo deliberativo puede transcender la dicotonafa entre el énfasis liberal en los derechos y las libertades indi- viduales y el €nfasis democratico en la formacién colectiva y la for- maci6n de la voluntad.* ‘Otro punto de convergencia entre ambas versiones de la de- mocracia deliberativa es su insistencia comiin en la posibilidad de fandac la autoridad y la legitimidad en algunas formas de razona- miento piblico, asi como su creencia compartida en una forma de racionalidad que no sea meramente instrumental sino que posea una dimensién normativa: lo «razonable» para Rawls y la «racio- nalidad comunicativa> para Habermas. En ambos casos se esta- blece una fuerte separacin entre el «mero acuerdo» y el «consenso racional», y ademas el campo propio de la politica se identifica con elintercambio de argumentos entre personas razonables que se gufan por el principio de imparcialidad. ‘Tanto Habermas como Rawls creen que podemos encontrar en las instituciones de la democracia liberal el contenido idealiza- do de la racionalidad préctica. El punto en el que divergen es el de la clucidacién de la forma de la raz6n prdctica encarnada cn las ins- rituciones democraticas. Rawls hace hincapié en el papel de los principios de justicia logrados a través del mecanismo de la «posici6n original» que fuerza a los participantes a dejar de lado todas sus particularidades e intereses. Su concepcién de la sjusticia como equidads, que establece la prioridad de los principios liberales bd- sicos, unida a los «fundamentos constitucionales», proporciona el marco para el ejercicio de la «razén piblica libre». Por lo que se re- fiece a Habermas, se observa una defensa de lo que él sostiene que es un enfoque estrictamente procedimental en el que no se ponen Ii- mites al alcance ni al contenido de la deliberaci6n. Son las restric- ciones procedimentales de la situaci6n de discurso ideal las que eli- 7, Joshua Cahen, «Democracy and Libersy», en J. Blster (comp.), Deliberative Democracy, Cambridge, 1988, pig. 187. [Trad. cas: «Democracia y hbertad», en La emocracia deiberativa, Barcstona, Gedise, 2001.) ', Seyla Benhabib, «Toward a Deliberative Model of Democratic Legivimacy>, en Seyle Bechabib (comp.), Democracy ana Diffevence, Princeton, 1996, pig. 77. oni ee PN HODELO AGONISTID DE LA DEMOCRACA / 103 minardn las posiciones que los participantes no puedan consensvar cen el ediscurso» moral. Como recuerda Benhabib, las caracteristi- cas de dicho discurso son las siguientes: a) la participacién en la deliberacién se rige por las normas de igual- dad y simetria; todos tienen las mismas oportanidades para iniciat los actos de habla, para cuestionas, preguntar y abrir el debates b) to- dos tienen derecho a cuestionar los temas contemplados en la con- versacién; y c) todos tienen derecho a iniciar argumentos reflexivos sobre las propias reglas del procedimiento del discurso y sobre la for- ‘ma en que se aplican y se cumplen. En principio, no existen reglas ‘que limiten la agenda de la conversacién, o la identidad de los pasti- cipantes, con tal de que cualquier persona o grupo excluido pueda demostrar justificadamente que se ve afectado de manera relevante or la norma propuesta que se esté cuestionando,? Para esta perspectiva, la base de legitimidad de las institucio- nes democraticas deriva del hecho de que las instancias que exigen un poder obligatorio lo hacen partiendo de la presuncién de que sus decisiones representan un punto de vista imparcial que atiende por igual a los intereses de todos. Cohen, tras afirmar que la legiti- midad democratica surge de decisiones colectivas entre miembros iguales, declara: «De acuerdo con la concepcién deliberativa, una decisin es colectiva siempre que surja de disposiciones de eleccién colectiva vinculante que establezcan condiciones de razonamiento li- bre y piblico entre iguales que son gobernados por las decisiones».!° ‘Desde este punto de vista, para que un procedimiento sea de- mocratica no es suficiente con ener en cuenta los intereses de todos y lograr un compromiso que establezca un modus vivendi. El obje- tivo es generar un «poder comunicativo», y esto exige establecer Jas condiciones para un asentimiento libremente otorgado por to- dos los interesados, de aht la importancia de buscar procedimientos que garanticen la imparcialidad moral. S6lo entonces puede uno estar seguro de que el consenso que se obtiene es racional y no un mero acuerdo. Esta es la raz6n de que el acento se ponga en la na- turaleza del procedimiento deliberativo y en los tipos de razones que se consideran aceptables para los partiipantes en liza. Benhabib lo expresa del siguiente modo: 9. Benhabiby «Toward a Deliberative Model», pig, 70 10. Cohen, «Demacracia y libertad, pag. 236 102 /.a pRaooua aenocnanca Segtin el modelo deliberativo de democracia, ¢s una condicién necesaria para lograr la legitimidad y la racionalidad con respecto a los procedimientos de la toma colectiva de decisiones en una socie- dad y una organizaci6n politics que las instituciones de esta forma de gobiemo estén dispuestas de tal modo que lo que se considere par- te del interés comiin de todos resulte de unos procesos de delibera- . Ades, ahora Habermas acepta que existen cuestiones que han. de permanecer al margen de las practicas del debate racional piibli- co, como los asuntos existenciales que no conciernen a cuestiones relacionadas con la «justicia» sino con la «vida buena» ~éste es para Habermas el émbito de la ética—o con conflictos entre grupos de in- terés vinculados a problemas distributivos que slo pueden resol- verse mediante compromisos. Sin embargo, considera que «esta diferenciacién en el campo de los asuntos que requieren decisiones politicas no niega ni la importancia principal de las consideraciones morales ni la viabilidad del debate racional como forma misma de la comunicacién politica»."” Desde su punto de vista, las cuestiones po- 11, Benhabib, «Toward a Deliberative Model, pig. 69. 12, Jiurgen Habermas, «Further Reflections on the Public Spherer, en C, Cal- shoun (comp.), Habermas and the Public Sphere, Cambridge, Massachusets, 1991, pig. 48, coe ewe PN MODELO RGONESTOO DE LA DEMOERAEK/ 103 Iiticas fundamentales pertenecen a la misma categoria que las cues- tiones morales y pueden decidirse de forma sacional. Al contrario que las cuestiones éticas, no dependen de su contexto. La validez de sus respuestas proviene de una fuente independiente y tiene un al- cance universal. Habermas mantiene con firmeza que el intercambio de argumentos y contraargumentos, tal como se plantea en su enfo- que, es el procedimiento mas adecuado para conseguir la formacién racional de la voluntad de la que pueda surgir el interés general. La democracia deliberativa, considerada aqui en ambas ver- siones, concede al modelo agregativo que en las condiciones mo- dernas es preciso reconocer una pluralidad de valores e intereses y que se debe cenunciar a un consenso sobre lo que Rawls llama perspectivas «globales» de naturaleza religiosa, moral o filosGfica. Sin embargo, sus defensores no aceptan que esto implique la im- posibilidad de un consenso racional sobre las decisiones politicas, entendiendo por consenso algo distinto al simple modus vivendi, «s decir, considerdndolo como un tipo de acuerdo moral que resulte del libre razonamiento entre iguales. Gon tal de que los procedi- mientos de la deliberaci6n garanticen imparcialidad, igualdad, fran- queza y ausencia de coaccién, conseguirdn guiar la deliberacién hacia intereses generalizables en los que puedan coincidir todos los participantes, produciendo de este modo resultados legitimos. Los habermasianos hacen mucho més hincapié en la cuestién de la le- gitimidad, pero no existe ninguna diferencia fundamental entre Ha~ bermas y Rawls en esta cuestién. De hecho, Rawls define el princi- pio liberal de legitimidad de una manera que es congruente con el punto de vista de Habermas: «Nuestro ejercicio del poder politico es adecuado, y por consigniente justificable, slo cuando se ejerce de acuerdo con una constitucién cuyos puntos esenciales cabe ra- zonablemente esperar obtengan el respaldo de todos los ciuda- danos a la luz de los principios y las ideas que aceptan como raz0- nables y racionales»." Esta fuerza normativa que se concede al principio de justificacién general concuerda con el discurso ético de Habermas, y esta es Ia razn de que uno pueda argumentar en favor de la posibilidad de volver a formular el constructivismo po- litico rawlsiano mediante el lenguaje de! discurso ético."* De he~ 13. Rawls, Political Liberal, pig. 217. 14, Bote es el argumenta expuerto por Rainer Fors en la revision del «Polical Liberalism que se eneuentra en Constellations 1, 1, pig. 168. 104 / a pou oewocRACA cho, esto es en cierto modo lo que hace Cohen, y por eso nos pro- porciona un buen ejemplo de la compatibilidad entre los dos en- foques. En particular, subraya los procesos deliberativos y afirma ue, si se la considera como un sistema de acuerdos sociales y po- Iiticos capaces de vincular el ejercicio del poder al libre razona- miento entre iguales, la democracia no sélo exige a sus participantes que sean libres e iguales, sino también que sean «razonables». Con esto quiere decir que «se proponen defender y criticar instieuciones y programas en funciGn de consideraciones que otros, como libres ¢ iguales, tienen razones para aceptar, dado el hecho del pluralis- mo razonable»."* La huida det pluralismo ‘Tras haber perfilado las principales ideas de la democracia deli- berativa, pasaré a estudiar con més detalle algunos puntos del de- bate entre Rawls y Habermas con la intencién de traer al primer plano lo que considero la deficiencia crucial del enfoque deliberati- ¥o. Dos son los asuntos que considero particularmente relevantes.. Fl primero es que una de las afirmaciones principales del «libe- ralismo politico» defendido por Rawls sostiene que se trata de un liberalismo que es politico, no metafisico. y que es independiente de las opiniones globales. Se establece una separaci6n definida en- tre el Ambito de lo privado, donde coexisten una pluralidad de puntos de vista globales diferentes e irreconciliables, y el ambito de lo puiblico, donde se puede establecer un consenso traslapado sobre un concepto compartido de la justicia. Habermas sostiene que Rawls no puede tener éxito en su es- trategia de evitar las euestiones filosélicamente controvertidas, por- que es imposible desarrollar su teoria de la manera independiente que proclama, De hecho, su nocién de fo «razonable», al igual que su concepto de «persona», le conducen necesariamente a cuestiones relacionadas con los conceptos de racionalidad y verdad que pre- tende eludic'® Ademas, Habermas declara que su propio enfoque es 15. Cohen, «Democracia y libertad», pig. 245, 16. Jingen Habermas, «Reconciliation Through the Public Use of Reasons Re- ‘marks on Jobo Rawls’ Political Liberals, The Journal of Philosophy XXCH, 3, 1995, pig. 126, oti ee a ws wooet0 AGoNISTICO OF LA DeMOCRICK 105 superior al rawlsiano debido a que su cacdcter estrictamente pro- cedimental le permite «dejar abiertas mds cuestiones porque confia ms en el proceso de opinién racional y de formacién de la volun- tad»."” Al no postular una separacién radical entre fo piblico y lo privado, se encuentra mejor adaptado para acomodar le amplia deliberacién que implica la democracia. Rawls replica que el enfo- que de Habermas no puede ser tan estrictamente procedimental como pretende. Ha de incluir una dimensién sustantiva, dado que los asuntos relacionados con el resultado de los procedimientos no se pueden excluir de su disefio."* Pienso que los dos tienen razén en sus respectivas criticas. De hecho, el concepto de Rawls no es tan independiente de las opinio- nes globales como él cree, y Habermas no puede ser tan puramen- te procedimental como afirma. Es muy significativo que ambos sean incapaces de separar lo pitblica de lo privado, o lo procedimental de lo sustancial, tan claramente como declaran. Lo que esto revela es la imposibilidad de lograr lo que cada uno de ellos, aunque de diferente manera, se propone en realidad, esto es, la delimitacién de un Ambito que no esté sujeto al pluralismo de los valores y en el que pueda establecerse un consenso sin exclusiones. De hecho, la Circunstancia de que Rawls evite las doctrinas globales viene moti- vada por su creencia en que no es posible ningan acuerdo racional eneste campo, Esta es a razén de que, para que las instituciones li- berales sean aceptables para gente con diferentes opiniones mora- les, filoséficas y religiosas, deban de ser neutrales respecto a los puntos de vista globales. De ahi Ia radical separacién que trata de instalar entre el Ambito de lo privado, con su pluralismo de valores iereconciliables, y el ambito de lo piiblico, en el que el acuerdo po- licico sobre el concepto liberal de justicia quedaria garantizado mo- diante la creacién de un consenso traslapado sobre la justicia. En el caso de Habermas, se hace un intento similar para esca- par de las implicaciones del pluralismo de los valores mediante la distincién entre la ética, un 4mbito que permite la existencia de conceptos contrapuestos de la vida buena, y la moral, un émbito en el que se puede aplicar un procedimentalismo estricto y lograr Ja imparcialidad, legandose de este modo a la formulacién de unos 17, bid, pig. 134. 18. John Rawls, «Reply to Habermase, The Joumal of Philosophy XCIL, 3, 1995, pags. 170-174, 106 /.4 prADou oewocRsCs principios universales. Rawls y Habermas quieren fundar la adhe- sién a la democracia liberal en un tipo de acuerdo racional que ex: ~cluya la posibilidad de la impugnacidn. Por esta raz6n se ven obli- gados a relegar el pluralismo a un ambito no piiblico con el fin de aislar a la politica de sus consecuencias. Fl hecho de que sean inca- paces de mantener la rigida separacién que defienden tiene impli- caciones muy importantes para la politica democritica. Pone de manifiesto el hecho de que el smbito de la politica -incluso en el caso de que afecte a cuestiones fundamentales como la justicia 0 los prin- cipios basicos- no es un terreno neutral que pueda aislarse del plu- ralismo de valores, un terreno en el que se puedan formular solucio- ones racionales universales. La segunda cuesti6n es un asunto diferente que concierne a la relacién entre la autonomia privada y la autonomia politica. Como. hemos visto, ambos autores se proponen reconciliar las «libertades de los antiguos» con las «libertades de los modernos» y argumen- tan que los dos tipos de autonomia van necesariamente juntos. Sin embargo, Habermas considera que s6lo su enfoque consigue esta- blecer la cooriginalidad de los derechos del individuo y la partici- paci6n democratica. Afirma que Rawls subordina la soberania de- mocratica a los derechos liberales porque considera la autonomia publica como un medio para autorizar la autonomia privada. Sin embargo, tal como ha sefialado Charles Larmore, Habermas, por su patte, privilegia el aspecto democratico, dado que sostiene que la importancia de los derechos individuales reside en el hecho de que hacen posible el autogobierno democritico.” Asi pues, hemos de concluir que, también en este caso, ninguno de los dos es capaz de llevar a cabo lo que anuncia. Lo gue quieren negar es la naturaleza paradéjica de la democracia moderna y la tensin fundamental en- tre la légica de la democracia y la l6gica del liberalismo. Son inca- paces de reconocer que, pese a que sea efectivamnente cierto que los derechos individuales y cl autogobierno democratico son constitu- tivos de la democracia liberal, cuya novedad reside precisamente en Ja articulacién de ambas tradiciones, existe una tensidn entre sus respectivas «gramticas» que nunca podrd ser eliminada. Sin duda, y contrariamente a lo que han argumentado adversarios como Carl Schmitt, esto no significa que la democracia liberal sea un régimen condenado al fracaso. Esa tensién, pese a no poder ser erradicada, 18. Charles Larmore, The Morals of Modernity, Cambridge, 1996, pig, 217. i et PRA UN MODELO AzONSTCD OF LA DEMOCRAC / 107 se puede abordar de diferentes modos. De hecho, una gran parte de Ja politica democratica se ocupa precisamente de la negociacién de esta paradoja y de la articulacién de soluciones precarias.” Lo exrOneo es Ja biisqueda de una solucién racional final. No sélo no puede tener éxito, sino que ademas conduce a plantear restriccio- nes indebidas al debate politico. Fsa bisqueda deberia ser recono- cida como lo que realmente es: otro intento de aislar a la politica de los efectos del pluralismo de valores, esta vez tratando de fijar de tuna vez por todas el significado y le jerarquia de los valores liberal democraticos basicos. La teoria democratica deberia renunciar a estas formas de escapismo y enfrentarse al reto que conlleva el re- conocimiento del pluralismo de valores. Esto no significa aceptar un pluralismo total, y es necesario poner algunos limites al tipo de confrontacién que se considerar4 legitimo en la esfera publica. Sin ‘embargo, habria que reconocer la naturaleza politica de los limites en lugar de presentarlos como un conjunto de requisitos exigidos por la moral o la racionalidad. 2Qué lealtad a la democracia? Si tanto Rawls como Habermas, aunque de maneras diferentes, se proponen alcanzar una forma de consenso racional en vez. de un «simple modus vivendi» 0 un «mero acuerdo», es porque creen que proporcionando bases estables a la democracia liberal ese consen- so contribuird a garantizar el futuro de las instituciones liberal de- mocraticas. Como hemos visto, mientras que Rawls considera que el asunto clave es la justcia, para Habermas la cuestin central guarda relacién con la legitimidad. Segiin Rawls, una sociedad bien orde- nada es una sociedad que funciona segtin los principios estableci- dos por un concepto de justicia compartido. Esto es lo que produ- ce la estabilidad y Ia aceptacién de las instituciones por parte de los ciudadanos. Para Habermas, una democracia estable y que funcio- ne correctamente requiere la creacién de una forma de gobierno in- tegrada mediante la percepcién racional de su legitimidad. Esta es la zaz6n de que para los habermasianos la cuestién central resida 20, He desarcollado este argumento en mi artculo «Carl Schmitt and the Peta lox of Liberal Democracy», en Chantal Moufe(comp.), The Challenge of Carl Sch- tt, Londses, 1999; véase también el capitulo 2 del presente volumen 108 /ca peH00.8 oENOERATCA en encontrar un modo de garantizar que las decisiones adoptadas por las instituciones democraticas representen un punto de vista imparcial, capaz de expresat por igual los intereses de todos, lo que 2 su vez exige establecer unos procedimientos capaces de generar resultados racionales mediante Ia participacién democrética. En palabras de Seyla Benhabib, «en las sociedades democréticas com- plejas la legitimidad debe ser concebida como el resultado de la de- liberacién publica, libre e irrestricta de todos en las materias de in- terés comin», En su deseo de mostrar las limitaciones del consenso democr: tico en el modelo de agregacién ~que sélo se interesa por la racio- nalidad instrumental y el fomento del interés propio los demécratas deliberativos insisten en Ja importancia de otro tipo de racionali- dad, la racionalidad que opera en la accién comunicativa y en la libre raz6n publica. Quieren convertir esto en la principal fuerza impul- sora de los ciudadanos demécratas y en la base de su lealtad hacia las instituciones comunes, Su preocupacién por el estado actual de las instituciones de- mocraticas es una preocupacion que comparto, pero considero que su respuesta es profundamente inadecuada. La solucién a nuestra dificil siruaci6n actual no consiste en sustituir la dominante «racio- nalidad medios/fines» por otra forma de racionalidad, por una ra- ional «deliberativa» y y lo «sustancial», o entre lo «moral» y lo «ético», es decis, no es posible mantener las Separaciones que son centrales en el enfoque habermasiano. Los procedimientos siempre implican compromisos éticos sustanciales, y nunca puede existir nada que se parezca a unos procedimientos puramente neucrales. Considerada desde este punto de vista, la lealrad a la democra- cia y la creencia en el valor de sus instituciones no dependen de que se les proporcione un fundamento intelectual. Ambas cosas, leal- 23. Chantal Mouffe, EI rtorno de lo politico, capital 4 24, Véase «Wittgenstein, la teoria politica y Iz democracia», capitulo 3 de este volamea. PAR WN HCOELD ROONISICO OE LA DEOCRAC FL11 tad y ceeencia, se encuentran mds en la naturaleza de lo que Wit- tgenstein compara a «un apasionado compromiso con un sistema de reierencia. De ah que, pese a ser creencia, sea en realidad una for- ma de vida, o una forma de evaluar la propia vida» Al contrario de lo que sucede con la democracia deliberativa, esta perspectiva también implica reconocer los limites del consenso: «Cuando lo que se enfrenta realmente son dos principios irreconciliables, sus parti- darios se declaran mutuamente locos y herejes. He dicho que “com- batiria® al otro -pero, ino le daria razones? Sin duda; pero, zhasta dénde legariamos? Mas alla de las razones esta la persuasion.»”® El hecho de yer las cosas de esta forma deberfa hacer que nos percatasemos de que tomaros en serio al pluralismo nos exige abandonar el suefio de un consenso racional que implique la fan- tasia de que podemos escapar de nuestra forma de vida bumana. En nuestro deseo de un conocimiento total, dice Wittgenstein, «He- mos llegado hasta el hiclo resbaladizo, donde no existe la friccién, y asi, en cierto sentido, las condiciones son ideales, pero también, y justamente por eso, somos incapaces de caminar: por consiguiente, necesitamos friccién. Vuelta al duro suelo».” ‘Vuelta al duro suclo significa en este caso aceptar cl hecho de que, lejos de ser meramente empfricos 0 epistemolégicos, los obs- téculos que se oponen a los artificios racionalistas como la «condi- ci6n original» o «el discurso ideal» son ontol6gicos. De hecho, la deliberacién publica libre e irrestricta de todos los ciudadanos so- bre los asuntos de interés comin es una imposibilidad conceptual, puesto que las formas de vida particulares que se presentan como sus «impedimentos» son precisamente su condicién de posibilidad. Sin ellas, nunca podria producirse ninguna comunicacién ni deli- beracién, No existe en absoluto ninguna justificacin para atribuic un privilegio especial a un supuesto «punto de vista moral» regido por la racionalidad y la imparcialidad mediante el cual pudiera lo- rarse un consenso universal racional. 25. Ludwig Wittgenstein, Cultere and Value, Chicago, 1980, pig, 85e, 26. Ludwig Wirgenstein, Sobre la certez, Barcelona, Gedisa, 1988, 611-612. 27. Ludwig Witgenstein, Philosophical Investigations, Oxford, 1958, pg. 46e. 1112 sa eapaoous oswocrtmon Un modelo «agonisticon de democracia Ademés de hacer hincapié en las précticas y los juegos del len- guaje, una altemnativa al marco racionalista requiere también la aceptacién del hecho de que el poder es constitutivo de las relacio- nes sociales. Una de las deficiencias del enfoque deliberativo con- siste en que, al postular la disponibilidad de una esfera piblica en la que el poder hubiera sido eliminado y en la que se pudiera reali- zar un consenso racional, este modelo de politica democratica es incapaz de reconocer tanto la dimensién de antagonismo que im- Plica el pluralismo de valores como ja imposibilidad de erradicarlo. Esta es la raz6n de que sea incapaz de apreciar la especificidad de lo politico y de que sdlo pueda concebirlo como un Ambito especi- ficamente propio de la moral. La democracia deliberativa propor- ciona un muy buen ejemplo de lo que alirmaba Carl Schmitt res- pecto del pensamiento liberal: «De un modo muy sistematico, el pensamiento liberal elude o ignora el Estado y la politica, y se ins- tala en cambio en una caracterfstica polaridad recurrente de dos esferas heterogéneas, a saber, la de la ética y la de la economia».”* De hecho, frente al modelo agregativo, inspirado en la economia, Ja tinica alternativa que los demécratas deliberativos pueden ofre” cer es la de reducir la politica a la ética. Para remediar esta grave deficiencia, necesitamos un modelo democratico capaz de aprehender Ja naturaleza de lo politico. Ello requiere desarrollar un enfogue que sitie la cuestién del poder y el antagonismo cn su mismo centro. Ese es el enfoque que quiero defender, el enfoque cuyas bases teéricas quedaron perfiladas en Hegemonta y estrategia socialista.” La tesis centeal del libro sostie- ne que la objctividad social se constituye mediante actos de poder, Ello implica que cualquier objetividad social es en tiltimo término politica y que debe llevar las marcas de la exclusiGn que gobierna su constitucidn. Este punto de convergencia, 0 mas bien de mutua reduccién, entre a objetividad y el poder es lo que entendernos Por «hegemonia». Esta forma de plantear el problema indica que el poder no deberfa ser concebido como una relaci6n externa que tie~ ne lugar entre dos identidades ya constituidas, sino més bien como 28, Carl Schmit, The Concept of the Political, New Brunswick, 2976, pig, 70. 29, Emesto Laclau y Chantal Moufie, Hegemonia astrategiasocilista, Ma. sid, Siglo XX1, 1987, ote eli x MoDeL0 AGERSTICG DE LA DewOCRAC/ 13 el elemento que constiruye las propias identidades. Dado que cual- quiet orden politico cs la expresién de una hegemonia, de una pau- ta especifica de relaciones de poder, la préctica politica no puede ser concebida como algo que simplemente representa los intereses de unas identidades previamente constituidas, al contrario, se tiene que entender como algo que constituye las propias identidades y que ademas lo hace en un terreno precario y siempre vulnerable. Afirmar la naturaleza hegemdnica de cualquier tipo de orden social es verificar un desplazamiento de la relacién tradicional en- te la democracia y el poder. Segiin el enfoque deliberativo, cuanto més democratica sea una sociedad, menor sera el poder que forme parte de las relaciones sociales. Pero si aceptamos que las relacio- nes de poder son constitutivas de lo social, entonces la pregunta principal que ha de atender la politica democratica no es la de eémo climinar el poder sino la de como constituir formas de poder mas compatibles con los valores democraticos, Aceptar la naturaleza del poder como algo inherente a lo social implica renunciar al ideal de una sociedad democrética como rea- lizacién de una perfecta armonia o transparencia. El caracter demo- cratico de una sociedad sélo puede venir dado por el hecho de que ningGin actor social limitado pueda atribuirse la representacién de la totalidad y afirmar que tiene el «control» de las fundamentos, Por consiguiente, la democracia requiere que la naturaleza pu- ramente construida de las relaciones sociales encuentre su comple- mento en los fundamentos puramente pragméticos de las pre- tensiones de legitimidad del poder. Esto implica que no existe una distancia insalvable entre el poder y la legitimidad, obviamente no en el sentido de que todo poder sea automdticamente legitimo, sino en el sentido de que: a) si un poder cualquiera ha sido inca- paz de imponerse, es porque ha sido seconocido como legitimo en algunos circulos, y b) sila legitimidad no se basa en un fundamen- to aprioristico, es porque esté basada en alguna forma de poder cexitosa. El vinculo entre la legitimidad, el poder y el orden hege- ‘ménico que esto implica es precisamente lo que exciuye el enfoque deliberativo al postular la posibilidad de un tipo de argumentaciéa racional en el que se ha eliminado al poder y donde la legitimidad encuentra su fundamento en la racionalidad pura. Una vez. que ef terreno te6rico ha sido delineado de este modo, podemos empezar a formular una alternativa tanto para el modelo de ageegacién como para el modelo deliberativo, una alternativa

También podría gustarte