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LITERATURA Y MEDICINA:
TEORÍA Y PRAXIS (1800-1930)
VOLUMEN I
Madrid, 2019
©
De la obra:
Los respectivos autores
De esta edición:
EDICIONES DE LA TORRE
Espronceda, 20 ― 28003 Madrid
Tel.: 689 05 01 91
info@edicionesdelatorre.com
www.edicionesdelatorre.com
Primera edición: julio 2019
ET Index: xxxNML48
ISBN: 978-84-7960-xxx-x
Depósito Legal: M-28328-2018
ESTUGRAF IMPRESORES S.L.
Polígono Ind. Los Huertecillos
Calle Pino n.º 5
28350 Ciempozuelos, Madrid (España)
Introducción .................................................................................................. 11
Esther Sánchez-Couto:
¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura
del siglo xix ................................................................................................ 17
Montserrat Escartín Gual:
La relación de Larra con la medicina y la enfermedad.................................. 39
Jorge Avilés Diz:
¿Simila similibus curentur? Teatro y homeopatía en la
España del siglo xix .................................................................................... 73
Solange Hibbs-Lissorgues:
«La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix .......................................................................... 100
José Manuel Goñi Pérez:
Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de
Calatraveño y Valladares (1898) y Tolosa Latour (1908) ........................... 127
Margot Versteeg:
No Place for Us: Stigmatization and Exclusion in «Dúo de la tos»
by Leopoldo Alas (Clarín) ........................................................................ 173
Dale J. Pratt:
Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas
Contemporáneas ...................................................................................... 193
Sara Muñoz-Muriana:
«¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España
de fin de siglo ........................................................................................... 223
Mikel Lorenzo-Arza:
Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana .......................... 241
Hugo Fernández de Castro Peredo:
Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura .................................... 265
Biografías de los autores ............................................................................... 299
Nuestro más sincero agradecimiento al
wellcome trust, medical humanities (Reino Unido)
y al College of Liberal Arts and Social Sciences de la
university of north texas, sin cuyo apoyo y financiación
hubiese sido imposible realizar este proyecto.
INTRODUCCIÓN
Sevilla entre los años 2001 y 2006, cuyas Actas fueron publicadas por el Dr. Es-
teban Torre Serrano, doctor en Medicina y Cirugía y en Filología hispánica. De
gran interés fue el Congreso internacional: la medicina en la literatura celebrado en
la Universidad de La Coruña y Universidad de Santiago de Compostela en 2012,
que albergó tanto a médicos como a críticos e historiadores de la literatura. La
importancia de la literatura en la formación de los médicos sigue siendo un tema
de estudio en las Facultades de Medicina como demuestra Barbado Hernández en
su trabajo «Medicina y literatura en la formación del médico residente de medi-
cina interna» (2007). Publicaciones tales como La Gaceta Médica de la Academia
Nacional de Medicina de México, A.C. o Anales de Medicina Interna han prestado
atención en las últimas décadas a esta relación. No anda a la zaga ni mucho menos
este interés en Latinoamérica, como demuestra la organización del congreso Entre
Literatura y Medicina. Narrativas transatlánticas de la enfermedad (América Latina,
el Caribe y España) que organizó en el año 2015 la Escuela de Estudios Generales
de la Universidad de Costa Rica.
Si bien es cierto que muchos de los trabajos se ciernen en torno a la obra
literaria de los escritores más canónicos del siglo xix, como Pérez Galdós o Cla-
rín, entre otros, o sobre temas específicos como la relación entre la psiquiatría y
la literatura desde distintas propuestas hermenéuticas, algunos trabajos recientes
están abriendo cada vez más vías de investigación, tales como la relación y debates
entre homeópatas y alópatas en la literatura, la higiene, las representaciones de la
enfermedad en el teatro, la utilización de la literatura como elemento adoctrina-
dor y regenerador, la intención adoctrinadora de los médicos que colaboraron en
la prensa periódica con cuentos o poemas sobre la enfermedad, sus consecuencias
y las miserias sociales. Destacan a su vez los trabajos interdisciplinares en los que
la crítica literaria está intentado demostrar la función de la literatura en la vulga-
rización de la medicina estudiando la relación entre esta y la educación y la sani-
dad. En cualquier caso, es menester subrayar que estos trabajos están rescatando
cuentos, novelas, poemas y obras de teatro que han ido, con el trascurso de los
años y la formación del canon literario, cayendo en el olvido de las historias de
la literatura y reediciones críticas, ayudando poco a poco a completar ese mapa
cultural de la España decimonónica y de principios del siglo xx.
Dentro de este contexto y en lo atinente al interés de las relaciones entre a
medicina y la literatura y las razones que llevaron a los médicos a acercarse a la
obra ficcional y los escritores a plasmar la enfermedad, la sociedad y la visión
que sobre los galenos y sus prácticas se tenían, los artículos que conforman Me-
dicina y Literatura: teoría y praxis 1800-1930 (Vol. I) ahondan desde diferentes
perspectivas interdisciplinares en esta relación en un momento histórico, el siglo
xix y comienzos del xx, en el que los avances científicos y las novedades médicas
penetraron con fuerza en el día a día de una sociedad, cada vez más preocupada
Introducción 13
—a juzgar por los cambios en sus hábitos— por cuestiones de higiene y salud. La
literatura se convierte entonces, no solo en un eficaz instrumento de difusión de
las novedades científicas y médicas que el desarrollo ponía al alcance del ciudada-
no, sino en un espacio abierto de diálogo, de expresión de miedos, incertidum-
bres y dudas, pero sobre todo en el campo de batalla ideal para el debate que la
llegada de la modernidad traía irremediablemente consigo: la confrontación entre
presente y pasado, entre tradición y evolución, ciencia y religión —ya sea en su
versión moralista como en la meramente didáctica—, e incluso sobre la supuesta
peligrosidad de las influencias ideológicas foráneas de las que, a juicio de algunos,
era necesario defender a España.
Literatura y medicina arranca con el ensayo de Esther Sánchez-Couto «¿Qué
le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix», donde se
hace un recorrido panorámico de los principales avances científicos en el campo
de la medicina representados en obras de Goya, Sorolla, Picasso, Enrique Simonet
y Vicente Borrás entre otros. Sánchez-Couto analiza la activa participación de Es-
paña en los debates internacionales sobre los avances de la medicina, así como su
compromiso junto a otros países a combatir las grandes enfermedades epidémicas
del momento, presentando de esta forma a una nación deseosa de mantener su
estatus en una era marcada por el fracaso militar, la crisis económica y la pérdida
de una identidad nacional tras la independencia de las últimas colonias. En espe-
cial se analizan las representaciones artísticas sobre la paulatina profesionalización
del médico, el desarrollo de la Pediatría en España donde la vacunación de los
niños cobra una gran relevancia, la mayor organización de los hospitales y Casas
de Misericordia, así como la cosificación del cuerpo de la mujer como objeto de
estudio sin olvidar el gran drama humano y social que la enfermedad provoca en
una nación cicatrizada por los problemas políticos y económicos que la asedian.
Al contextualizarse las obras analizadas con las corrientes artísticas y científicas
del momento en Europa y América se intensifica la búsqueda de una identidad
nacional que permite a España posicionarse en un lugar de preeminencia al ver
sus esfuerzos recompensados con sus primeros premios nobeles con solo dos años
de diferencia entre ellos: José Echegaray, escritor matemático en 1904 y Santiago
Ramón y Cajal, padre de la neurociencia moderna en 1906.
De todos los ensayos que componen el volumen, los de Montserrat Escartín
y Jorge Avilés Diz presentan si cabe el acercamiento más directo a la literatura
como campo de batalla y difusión de novedades médicas en strictu sensu. «La
relación de Larra con la medicina y la enfermedad» es una mirada integradora
de la obra larriana que analiza de forma especial la relación del poeta y periodista
madrileño con la angustia existencial, el sentimiento de culpa, el dolor y con la
idea de la muerte. Esta vinculación le llegará a Larra muy temprano y de la mano
de su padre, un famoso médico madrileño que tras el estallido de la guerra contra
14 Literatura y Medicina: teoría y praxis (1800-1930)
los franceses, se incorporará a filas como médico del ejército invasor, provocando
la emigración de toda la familia una vez terminado el conflicto bajo sospecha de
afrancesamiento. El artículo de Escartín indaga por tanto en los síntomas que la
frustración y la desazón metafísica provocaron en la vida de Larra —reclusión,
episodios de ira, insomnio, pensamientos suicidas— y cómo la escritura consti-
tuía una necesidad de tintes catárticos para el autor, que buscaba en el constante
ejercicio de la escritura una suerte de poder curativo que le ayudara a mitigar de
alguna forma su malaise existencial. Por otra parte, en «Simila similibus curan-
tur», Jorge Avilés estudia el enorme debate que produjo en España la llegada de la
doctrina homeopática de Samuel Hahnemann, sobre todo por la transformación
que trajo consigo en cuanto a la figura del médico y por el cuestionamiento que
traía consigo de la doctrina alopática tradicional. El ensayo reflexiona de forma
concreta en el importante papel del teatro burgués de mediados de siglo no solo
como vehículo transmisor de las novedades científicas llegadas de Europa, sino
como termómetro de su percepción como sistema médico y la valoración social
de su efectividad.
Los artículos de Solange Hibbs-Lissorgues y José Manuel Goñi Pérez estu-
dian, desde diferentes perspectivas, aspectos del higienismo y la regeneración
de España a finales del siglo xix y principios del siglo xx. «La higiene es una
religión humana» recupera una serie de textos de Rosario de Acuña claves para
entender la filosofía higienista de la autora y su fe en la ciencia como único
elemento transformador y regenerador de la sociedad. Desde la complejidad
político-social de la época que le tocó vivir, así como desde el profundo cono-
cimiento de los movimientos higienistas y de salud pública que se estaban pro-
duciendo en Europa, los textos de Acuña destacan como una mirada pionera,
adelantada a su tiempo, que solo pueden ser entendidos en su totalidad desde
su fe ciega en el progreso y la modernidad. Por otra parte, el ensayo de José Ma-
nuel Goñi Pérez, «Medicina, instrucción y regeneración […]» profundiza en ese
papel de la literatura no solo como vehículo transmisor de novedades clínicas
y avances en el campo de la diagnosis y las prácticas quirúrgicas en el período
finisecular, sino en su papel instructor y aleccionador sobre la necesidad de ins-
taurar en España una labor real de medicina social como ya se llevaba haciendo
en otros países europeos. Para ello, y a diferencia de los estudios existentes hasta
ahora, el autor se vale de escritores y textos representativos de un género que,
a diferencia de otras manifestaciones literarias europeas, no tuvo tanto calado
en la literatura española: los relatos de viaje. A partir de obras como Impresio-
nes de un viaje (1898) y Olas y brisas. Cartas a Mimí (1908) de los médicos
y escritores Fernando de Calatraveño y Valladares, y Manuel Tolosa Latour,
respectivamente, Goñi Pérez analiza la función de unas obras cuya misión no
es otra que reflexionar —en un tono no exento de modernidad europeísta y
Introducción 15
A dos manos,
Aberystwyth (Gales, UK)-Denton (Texas, USA)
Mayo 2019.
Esther Sánchez-Couto
University of North Texas
No cabe duda que el siglo xix es testigo de grandes avances científicos que re-
volucionaron el mundo de la medicina. Jordi Vigué y Melissa Ricketts recogen
en su estudio algunos de estos progresos. El descubrimiento del principio de la
pila eléctrica en 1800 transforma el estudio de la electroterapia. La utilización
de la morfina como analgésico en 1804, descubierta por el farmacéutico alemán
Friedrich W. A. Sertürner, permite a los médicos realizar diversas operaciones
quirúrgicas antes imposibles. Se populariza el uso de la homeopatía. En 1817
James Parkinson describe los síntomas de la enfermedad que llevará su nombre.
En 1819 se introduce una versión rudimentaria del estetoscopio que permite a
los médicos escuchar los latidos del corazón de una manera más nítida. En 1821
se describe la enfermedad de la difteria que ataca de manera especial a los niños
propagándose de forma epidémica. Se inventa la jeringuilla en 1831 para llegar
directamente a las venas. En San Petersburgo, Johann von Ruehl inventa en 1835
lo que será la primera incubadora para calentar a los recién nacidos. Junto a la
morfina se comienza a utilizar también el éter a partir de 1846. El personal y los
hospitales experimentan igualmente grandes cambios. El hospital General de Vie-
na establece en 1847 que todo el personal debe desinfectarse las manos antes de
cualquier intervención. El trabajo pionero de Florence Nightingale en la guerra
de Crimea a partir de 1854 logra que países como Inglaterra comiencen a crear
escuelas de enfermería donde las mujeres tendrían una función mucho más acti-
va en el cuidado de los enfermos. Darwin publica su libro sobre El origen de las
especies en 1859 revolucionando el pensamiento médico del momento. En 1864
se firma la Convención de Ginebra para establecer un pacto internacional sobre
el tratamiento de los heridos en tiempo de guerra, así como también el uso del
símbolo de una cruz roja sobre fondo blanco para señalar al personal médico que
deberá tratar a todos los heridos sin discriminar el bando. En 1873 se descubre
en Noruega el bacilo que provoca la lepra por lo que se comienza a combatir su
carácter infeccioso. Un año más tarde en Estados Unidos se establece un nuevo
18 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix
método para curar los huesos denominado osteopatía. En 1876 Gran Bretaña
establece leyes concretas que regulan los experimentos con animales para fines
médicos y se obliga a los investigadores a llevar registros detallados de todos los
procedimientos. Louis Pasteur crea la vacuna contra la rabia en 1885 y una déca-
da más tarde, en 1895 se funda en Estados Unidos la disciplina de la quiroprácti-
ca (Vigué y Ricketts 169-72).
Conviene destacar que la profusión en los descubrimientos y adelantos cien-
tíficos de este siglo no se podría haber desarrollado sin una exhaustiva labor inter-
nacional de colaboración y debate entre los investigadores de numerosos países,
debates que en muchos casos podían generar fuertes desacuerdos en la ideología
y metodología de la medicina. La Convención de Ginebra en 1864 es solo uno
de los pactos internaciones de la época. En 1851 se celebra la Primera Confe-
rencia Sanitaria Internacional en París. Desde 1851 a 1938 se celebran catorce
conferencias internacionales antes de que el panorama político de Europa se viera
trastocado por la Segunda Guerra Mundial. Diez de ellas transcurren en el siglo
xix con el objetivo principal de sentar las bases de colaboración entre los países
para luchar contra las enfermedades infecciosas de carácter epidémico como la
peste, el cólera y la fiebre amarilla entre otras. Se necesitaron cinco conferencias
desde 1851 a 1892 para poder elaborar la primera Convención Sanitaria Interna-
cional debido principalmente a los desacuerdos entre los científicos y los juristas,
así como la falta de datos que permitieran sentar bases comunes indiscutibles
(Mateos Jiménez 341).
No es de extrañar, pues, que todo este panorama de colaboración, de debates
encontrados, de información sobre los avances y el acceso a los datos obtenidos
en otros estudios internacionales provoque un sentimiento de esperanza en los
beneficios de la ciencia que en muchos casos se contrapone con la sensación de
vértigo ante la rapidez en la que se producen los cambios y el miedo por el desco-
nocimiento de los efectos secundarios de muchas de las nuevas prácticas o medi-
cinas. Puesto que el arte representa siempre el momento histórico e ideológico en
el que es concebido, podemos observar una profusión de cuadros que testimonian
estos avances científicos y el cambio ideológico en la figura del médico, así como
también el carácter didáctico de los hospitales, la relevancia de la vacunación y la
transformación en la visión del enfermo y la enfermedad. El propósito de este en-
sayo es analizar cómo los artistas españoles se apropian de estas inquietudes y refle-
jan en sus obras estos cambios. Para ello nos centraremos principalmente en obras
de Francisco José de Goya y Lucientes (1746-1828), Eugenio Lucas Velázquez
(1817-1870), Luis Jiménez Aranda (1845-1928), Joaquín Sorolla (1863-1923),
Enrique Simonet (1866-1927), Vicente Borrás Abella (1867-1945) y Pablo Pi-
casso (1881-1973), entre otros. Independientemente del motivo que ha llevado a
estos artistas a elegir un tema médico para sus cuadros —en muchos casos se debe
Esther Sánchez-Couto 19
día en los avances del momento además de abrir el camino a la ciencia española
en el panorama mundial.
Con motivo de la celebración del 150 aniversario del nacimiento del artista,
la Generalitat de Valencia y el Consorcio de Museos de la Comunidad realizaron
una exposición en Valencia, su ciudad natal, titulada «Joaquín Sorolla y la Me-
dicina. Retrato de Ramón y Cajal» del 27 de febrero al 16 de junio de 2013. El
Consorcio de Museos publicó además el libro Joaquín Sorolla y la medicina escrito
por Alejandro Font de Mora Turón y Felipe V. Garín Llombart. Tanto en la ex-
posición como en el libro se puede observar este deseo constante en la obra del
pintor de establecer la relevancia de estos primeros avances científicos de España
en un mundo donde se abrían constantemente camino a nuevos hallazgos que
«supusieron hitos trascendentales de la medicina» (20). Después de enumerar
algunos de estos adelantos, especialmente en el mundo de la microbiología, los
autores destacan cómo el propio Sorolla y su familia fueron pioneros en probar
algunos de estos descubrimientos como los rayos X (33). Gran parte del éxito
en el progreso de la medicina se debe no solo al uso de nuevos analgésicos en la
cirugía, sino también a prácticas higiénicas que limitaron las infecciones tanto
durante como después de las operaciones (35). Sorolla se quedó huérfano a los
dos años cuando sus padres fallecieron con una diferencia de tres días durante
una pandemia de cólera en Valencia en la que murieron más de 15.000 personas.
En el cementerio de la ciudad se encuentra la llamada Cruz del cólera que marca
el terreno donde los fallecidos de esta enfermedad fueron enterrados, muchos de
ellos en fosas comunes (38). Vivió aterrado durante el brote de la gripe española
que asoló a Europa en 1918 y tuvo sumo cuidado cuando se encontraba en Elche
para pintar sus palmeras mientras la cuidad combatía la epidemia (38). Gran par-
te del interés de Sorolla en mantenerse en contacto con los mejores médicos de su
momento se debe también a los constantes tratamientos a los que su hija María
tuvo que someterse durante toda su vida. Su padecimiento de otitis crónica y tu-
berculosis son tema recurrente en muchos de sus cuadros donde la retrata sentada
y abrigada tomando el aire en diferentes lugares aislados. Tanto la tuberculosis de
María como la sífilis que sufrió su hijo eran enfermedades de difícil curación en
la época hasta el descubrimiento de la penicilina (42-48).
Doctores como Francisco Sandoval, Joaquín María Albarrán y Domínguez,
Jacobo Banquerí, Rafael Cervera Royo, Joaquín Decref Ruíz, Rafael Forns Ro-
mans, Amalio Gimeno y Cabañas, Jaime González Castellano, Enrique Lluria
Despau, Juan Madinaveitia y Ortiz de Zárate, Gregorio Marañón y Luis Simarro
Lacabra, además del ya mencionado Santiago Ramón y Cajal, pasaron por el pin-
cel del artista. La variedad de especialidades y el abanico de años que cubren los
retratos muestran una persistencia en su deseo de dejar constancia sobre el núme-
ro y calidad de médicos influyentes trabajando en España. A esta preocupación se
Esther Sánchez-Couto 21
Figura 1 Figura 2
Francisco de Goya y Lucientes Francisco de Goya y Lucientes
Capricho 40. ¿De qué mal morirá?, 1797-1799 Autorretrato con Dr. Arrieta, 1820
Aguafuerte sobre papel verjurado. Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado. Madrid Minneapolis Institute of Art
dantes durante la primera mitad del siglo son temas recurrentes en la pintura
tanto nacional como en otros países. Eugenio Lucas Velázquez refleja en su
obra La lavativa (1850) la violencia en la que muchas veces se desarrollaba estos
procedimientos. Si bien es cierto que el cuadro tiene un gran contenido crítico
al sustituir la figura del médico por la del sacerdote con varias referencias al
22 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix
Figura 3
Pablo Picasso. Ciencia y Caridad, 1897. Óleo sobre lienzo
Museu Picasso Barcelona museupicasso.bcn.cat
Figura 4
Joaquín Sorolla y Batista
Retrato del Dr. Simarro en el laboratorio,
1897
Óleo sobre lienzo.
Universidad Complutense
Madrid
Figura 5
Joaquín Sorolla y Batista
Una investigación, 1897
Óleo sobre lienzo
Museo Sorolla
Madrid
museosorolla.mcu.es
La mano del herido tocando una cesta llena de pescado representa el sacrificio
humano que la pesca conlleva para alimentar a un país desolado por las guerras
tras perder su identidad colonial como imperio. La fusión de literatura y pintura
en esta obra se aprecia en el mismo título ya que se inspira en el último párrafo
de la novela Flor de Mayo, del también valenciano escritor Blasco Ibáñez con
quien Sorolla mantendría una estrecha amistad, donde una mujer expresa una
frase similar ante el cadáver de un joven pescador (Aris 132). Si se tiene en cuenta
que las últimas décadas del siglo xix fueron «años de resurgimiento y progreso en
el ámbito de la Sanidad Naval, encontrándose a la vanguardia de las estructuras
sanitarias del momento (Redondo-Calvo et al. 296), el carácter crítico de la obra
cobra nuevas dimensiones. La creación del cuadro coincide con una época en
que la que un gran número de hospitales de la Armada española ordenaban la
instalación de máquinas de Rayos X en sus instalaciones, hecho que tuvo gran
trascendencia en la prensa nacional del momento y desencadenó múltiples estu-
dios científicos sobre sus beneficios (297-98). Ya en el Hospital Militar de Marina
en Ferrol se había instalado una sala de Rayos X en 1815 y servía como pionero
en la regulación y procedimientos diagnósticos de esta técnica. Este desarrollo de
la medicina militar nació a partir de la Revolución del 68 cuando los postulados
liberales lograron «una regeneración científica y colectiva» (300). Los avances en
la Armada, así como la aprobación de los presupuestos para adquirir todos los
materiales, contrasta notablemente con la soledad y la falta de recursos a los que
se enfrentan los pescadores del cuadro de Sorolla. La ausencia del médico como
persona entrenada para curar heridas graves muestra una orfandad científica simi-
lar a los niños enfermos de Triste herencia (1899).
Figura 6
Joaquín Sorolla y Batista. ¡Aún dicen que el pescado es caro!, 1894
Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid museodelprado.es
Esther Sánchez-Couto 27
Figura 7
Vicente Borrás Abellá. Vacunación de niños. Hacia 1900
Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid. museodelprado.es
28 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix
Figura 8
Manuel González Santos. Centro de vacunación. 1900-1905
Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid museodelprado.es
se obtenía el suero para la vacuna. Alejandro Aris destaca cómo la variedad en los
ropajes de las mujeres marca la diferencia de las clases sociales que parecen desapa-
recer ante la salud de los niños (148). Los niños que se aferran a sus madres por
miedo intensifican la relación madre-hijo que aparece en este cuadro. Esta relación
es el foco de atención de Centro de vacunación (figura 8) donde González Santos
sitúa al médico con su bata blanca sentado en el lateral derecho. Aquí también apa-
rece el caballo para mostrar el origen de la vacuna, también éste parece estar atado
e inconsciente sin interrumpir las conversaciones que se sugieren por la posición de
las madres. El carácter español del cuadro se representa con el uso de la mantilla
española que lleva alguna de las mujeres. Conviene destacar, no obstante, que al
comparar estas obras con la de los pintores franceses sobre Edward Jenner, aquí se
hace evidente un cambio en la representación del médico. Ya no se trata de un espe-
cialista que ejerce su profesión en la casa del paciente de clase privilegiada, sino que
tiene su propio consultorio al que acuden los pacientes de diferentes clases sociales.
El hecho además de que se eliminan los hermanos, nótese que no hay ninguna mu-
jer que tenga consigo a más de un niño, hace que se intensifique la individualización
de la infancia donde todos y cada uno de los niños reciben la atención adecuada.
Se elimina también la presencia invariable de la iglesia y aunque el doctor carece
de asistente su autoridad es respetada por las mujeres que siguen sus indicaciones
desnudando a los pequeños para facilitar el examen médico que obviamente va más
allá de la administración de la vacuna ya que ésta se ve administrada en el brazo o
la pierna y por lo tanto la falta de ropa se debe a otro tipo de práctica. La docilidad
de la niña que está recibiendo la vacuna en la obra de González Santos apunta a una
práctica rutinaria que forma parte ya de la experiencia vital de los niños en la época.
El siglo xix produjo una reestructuración de los hospitales y las Casas de
Misericordia donde se atendían a los enfermos, especialmente a los pobres. Pedro
Fraile y Quim Bonastra realizan un interesante estudio sobre la evolución en Es-
paña de la arquitectura de los hospitales y centros de cuarentena. Debido a que
en este siglo se suceden varios conflictos bélicos además de la pérdida de colonias
que sume a país en una crisis económica son pocos los edificios que se erigen
con esta finalidad. La gran mayoría son apropiaciones de antiguos conventos y
monasterios que se adecúan con finalidades médicas. En cualquier caso, Fraile y
Bonastra destacan que la estructura predilecta sigue siendo aquélla que sitúa el
lugar preminente de observación en el centro para poder abarcar con una sola
mirada el estado de los enfermos. En la mayoría de los casos, este centro coincide
con la capilla del lugar reflejando así la omnipresencia de la iglesia en los entor-
nos médicos. No obstante, cuando un edificio es construido de cero, se tiende a
seguir los principios más comunes en la tradición europea: «se adapta al módulo
del casco urbano, manzana rectangular con patio interior» (Merlos Romero 212).
30 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix
Figura 9
Enrique Paternina García Cid
La visita de la madre al hospital
1892
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es
Figura 10
José Alea Rodríguez
Sala de un hospital o Visita a
los enfermos 1895
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es
Es importante recordar que uno de los motivos principales por los que
la pintura refleja muchos de los acontecimientos históricos y sociales del mo-
mento, especialmente en el último tercio del siglo, se debe a que los «pintores
son más cosmopolitas y aspiran a un éxito mundano, donde los temas han de
llamar indistintamente la atención a un público nacional o internacional de
forma inmediata (Reyero Hermosilla 1205). La representación de hospitales,
hospicios y vacunas se sitúa en el centro mismo de la preocupación interna-
cional. Los cambios sociales de la industrialización y el ascenso de la burguesía
crean un contexto plural que va más allá de las fronteras nacionales (Rodríguez
Ocaña 297). La crisis de la beneficencia y la mayor preparación médica frente a
las labores sociales de la iglesia hace que recaiga sobre el estado la responsabili-
dad de velar por la salud pública: «Las diputaciones provinciales, por su parte,
tenían encomendada la obligación de proporcionar asistencia hospitalaria a las
enfermedades agudas y asistencia para cierto tipo de padecimientos crónicos, en
particular los mentales» (297).
Esther Sánchez-Couto 31
Figura 11
Luis Jiménez Aranda
Una sala del hospital durante
la visita del médico en jefe
1889
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es
Figura 12
Enrique Simonet Lombardo
Una autopsia 1890
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es
de crítica literaria.2 Otro cuadro que muestra también varias licencias pictóricas
para cubrir el cuerpo de la mujer es Lección del profesor Jiménez Díaz, pintado
por Eugenio Hermoso en 1947. Aquí el cuerpo de la mujer está cubierto por una
recatada sábana mientras un amplio número de hombres, ya vestidos con bata
blanca como costumbre de la época, la observan mientras escuchan al profesor.
Conviene destacar que aparecen tres figuras femeninas en primer término. En el
lado izquierdo hay una mujer sentada con un gran libro en el regazo escuchan-
do atentamente al profesor. En el centro se encuentra una monja que acerca su
mano a la de la enferma. En cuclillas, justo debajo del profesor se encuentra una
enfermera que mira directamente al espectador. Una de sus manos parece señalar
al maestro mientras la otra juega con su collar de perlas. En la imagen puede
apreciarse su maquillaje y sus uñas pintadas. La relevancia de este cuadro se debe
precisamente a la representación conjunta de la monja y la enfermera. Aunque
la primera Escuela de Enfermería se fundaría en las primeras décadas del siglo
xx, la Guerra Civil ralentizaría su incorporación profesional más allá de las áreas
de maternidad y el parto. En cualquier caso, podemos afirmar que las licencias
pictóricas que un autor desea realizar son fruto también de los valores culturales
y sociales en los que vive y por este motivo son de vital trascendencia en la inter-
pretación de la obra.
En conclusión, Literatura, Medicina y Pintura son tres entidades intrínseca-
mente relacionadas. De la misma forma que el predominio del Estado en patro-
cinar el arte provoca un mayor número de obras históricas que buscan cimentar
las bases de una inestable identidad nacional tras las derrotas militares en las co-
lonias, los grandes avances científicos del siglo xix provocan en artistas «el deseo
de pintar la realidad de una manera concreta, científica y original» estimulando
«la difusión del conocimiento y la apreciación del trabajo manual» (Cabello 792).
A pesar del profundo impacto que la Guerra Civil y la dictadura tuvieron en la
ralentización de la investigación científica y las dificultades en las relaciones in-
ternacionales, obras como la de Eugenio Hermoso en plena posguerra muestran
un intento de representar el valor de la medicina en una sociedad que busca una
nueva identidad tras la guerra. Las licencias pictóricas al cubrir con modestia el
cuerpo de la mujer inconsciente en la mesa de operaciones y la inclusión de la
monja en una posición de privilegio frente a la enfermera, quien aparece subor-
dinada al médico sin contacto con la enferma, reflejan la ideología del Régimen
al sobreponer el recato y la sumisión femenina a la labor científica. No obstante,
no debemos olvidar que este cuadro fue pintado a imitación de otras obras simi-
lares en Europa y América tras vivir conflictos políticos trascendentes por deseo
expreso de la esposa del doctor Jiménez Díaz (Gómez-Santos 194). Un ejemplo
2
Véase Julie Rivkin y Michael Ryan, 2004.
Esther Sánchez-Couto 35
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Esther Sánchez-Couto 37
1
Para su expediente académico, véase Alonso Cortés, 1915.
Montserrat Escartín Gual 41
Los críticos divergen sobre dicho punto y algunas voces aseguran que el jo-
ven era ya alumno de esta disciplina, de la que había cursado un año en la facultad
de Madrid, tras sentir en su adolescencia el deseo de imitar a su padre: «el año
1824-1825 se examina en la Universidad de Valladolid; sus estudios parecen di-
rigidos a cursar Medicina en el futuro lo que nunca llegó a hacer» (Iglesias Feijoo
xiv). Alonso Cortés, sin embargo, asegura que el joven eligió dicha especialidad
«obligado» por su progenitor:
Lo cierto es que de resultas (del lance misterioso) se vio obligado, bien a pe-
sar suyo, a abandonar a su familia, pidiendo licencia a su padre para continuar
sus estudios en la Universidad de Valencia, a la que se trasladó desde Castilla
luego que la hubo obtenido. A poco de su llegada recibió orden del mismo
para venir a Madrid, donde el favor y la influencia de algunos amigos le habían
proporcionado un empleo, y de ese modo se vió arrastrado contra su voluntad
a abandonar su carrera. (cit. en Cotarelo, IX)
El siglo xix español hereda el atraso del país más la propuesta de avance cien-
tífico que preconizaba la Ilustración. De hecho, sólo es posible entender la pers-
pectiva pseudocientífica de Larra en una era para la que el progreso constituía una
verdadera religión: «La ciencia romántica […] tenía un nuevo compromiso: el de
explicar, educar y comunicar al gran público. Esta fue la primera gran época de las
conferencias científicas públicas, de las demostraciones del trabajo en los laborato-
rios y de los libros divulgativos, a menudo escritos por mujeres. Fue la época en la
que comenzó a enseñarse ciencia a los niños y en la que el «método experimental»
se convirtió en la base de una nueva filosofía de vida, de carácter laico» (Ribera).
Rusell Sebold señala que la denuncia del atraso de la ciencia en nuestro país,
ya la había iniciado José Cadalso en el s. xviii: «Trabajemos nosotros en las ciencias
positivas, para que no nos llamen bárbaros los extranjeros» (Sebold) y la continúa
Fígaro en el siguiente; no en vano «Larra es la primera conciencia intelectual eu-
ropea en la España del siglo xix» (De Torre, cit. en Benítez 97) que denuncia «la
antipatía visible con que el pueblo español solía recibir las innovaciones que tendían
a mejorarle y a aproximarle al centro de Europa» (Lomba y Pedraja, xii). Como so-
lución, nuestro autor propone en sus escritos formar a los españoles —«Reconocía
Fígaro en la instrucción, en la educación, el gran talismán del que solamente podría
esperarse la salud y el porvenir de la patria» (Blanquer)— y difundir el ideario Ilus-
trado, procedente de Francia que estaba en el espíritu de la época, defendiendo la
razón, la ciencia, la verdad y el progreso:
2
Véase Blanquer, 1978.
46 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad
En el siglo xix, siglo harto matemático y positivo; siglo del vapor; siglo en
que los caminos de hierro pesan sobre la imaginación como un apagador sobre
una luz; […] en un siglo en que se avergüenza uno de no haber inventado algún
utensilio de hierro, en que no se puede hacer alarde de una pasión caballeresca
o de una vida poética y contemplativa, sin ser señalado como un ser de otra
especie por cien dedos especuladores. (Fígaro, «Representación de»)
Con el mismo propósito pero con ironía rimada, Larra fustiga la falta de
interés por las ciencias en nuestro país en su Sátira contra los vicios de la corte:
y, como buen liberal, «dijo verdades sobre la censura, las cárceles, la policía, opo-
niéndose a Mendizábal, a Fernando VII, a Martínez de la Rosa, a don Carlos,
a Calomarde… (103-105). Y lo hizo clasificando a estos personajes como si se
tratase de plantas, animales u objetos, usando «la perspectiva naturalista, que con-
siste, como dice su nombre, en la observación, descripción y clasificación seudo-
científicas de un tipo social o político» (Zúñiga). Para este fin, el autor recurre a
la comparación degradadora con las fórmulas (parece a..., semejante a…, como...),
cuyo resultado es el desprestigio de lo aludido por la carga satírica tras la retórica
de las fisiologías. Así sucede cuando Fígaro usa el argot del mundo de la botánica
para describir al periodista, al que identifica con diversos vegetales, o al ridiculizar
a los seguidores de Don Carlos Mª Isidro de Borbón:
el carlista suele criarse escondido en la tierra como la patata, pica como la ce-
bolla, y tiene más dientes que el ajo, pero sin tener cabeza, cría, en fin, mucho
pelo como el coco, cuyas veces hace en ocasiones […] Los parisinos forman
grupos de vida como los gusanos producidos por un queso de Roquefort […],
a los facciosos puede vérseles en muchas casas como los tiestos en los balcones
(Fígaro, «La planta nueva»)
La física ha clasificado los cuerpos, según el estado en que los pone el ma-
yor o menor grado de calórico que contienen, en sólidos, líquidos y gaseosos.
Así el agua es sólido en el estado de hielo, líquido en el de fluidez, y gas en
el de la ebullición. Es ley general de los cuerpos la gravedad o la atracción
que ejerce sobre ellos el centro común; es natural que esta atracción se ejerza
más fuertemente en los que reúnen en menor espacio mayor cantidad de las
moléculas que los componen; que éstos por consiguiente tengan más grave-
dad específica, y ocupen el puesto más inmediato al centro. Así es que, en la
escala de las posiciones de los cuerpos, los sólidos ocupan el puesto inferior,
los líquidos el intermedio, y los gaseosos el superior. Una piedra busca el
fondo de un río; un gas busca la parte superior de la atmósfera. Cada cuerpo
está en continuo movimiento para obedecer a la ley que le obliga a buscar el
puesto, variable, que corresponde al grado de intensidad que adquiere o que
pierde. La nube, conforme se condensa, baja, y cuando se liquida, cae; este
50 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad
Es bueno recordar que, en la primera mitad del s. xix, se elevan por los cielos
de Europa los primeros globos aerostáticos. Ante la novedad, Larra escribe un ar-
tículo titulado «Ascensión aerostática» y el ya citado «El hombre globo» donde los
menciona: «De todos nuestros lectores es conocida la historia de los globos desde
las primeras mongolfieras hasta el último experimento de la dirección, emprendido
y malogrado últimamente en París» (Fígaro, «El hombre-globo»). En este escrito,
la crítica ve la parodia de los tratados de taxonomías propias del momento con el
fin de realizar una sátira política, que Larra niega con sarcasmo: «Esta investigación
me conduciría muy lejos. Mi objeto no ha sido más que pintar el hombre globo de
nuestro país; un artículo de física no puede ser largo; si fuera de política sería otra
cosa» (Fígaro, «El hombre-globo»).
Dicho de otro modo:
Nacido el mismo año que Larra, Edgar Allan Poe (1809-1849) también se
interesa en sus relatos por los avances técnicos, caso de La incomparable aventura
Montserrat Escartín Gual 51
6
Véase Martínez Díaz, 1980.
Montserrat Escartín Gual 53
«el hombre, a fuerza de hacer máquinas, ¡se vuelve máquina el mismo!» (Varela,
Larra y España 218); por lo que describe a un grupo humano destacando su acti-
vidad gregaria y mecánica: «pronto, con la rapidez del golpe eléctrico, un crecido
número de máquinas vivientes la repite y la consagra» (Fígaro, «En este país»).
Nuestro autor tampoco omite la referencia al mundo de la Botánica en sus
artículos (caso de «Heliotropo»), usando el vocabulario propio de esta disciplina.
Así, si «El zapatero se agarra a la casa como un alga a las rocas»; el faccioso es visto
«como una patata, como un jaramago» (Fígaro, «La planta nueva»); el carlista,
cual patata o cebolla; España, a modo de pera podrida; y el periodista:
parécese el periodista a las plantas en acabar con ellas un huracán sin servirles
de mérito el fruto que hayan dado anteriormente: como la caña, ha de doblar
la cerviz al viento, pero sin murmurar como ella; ha de medrar como el junco y
la espadaña en el pantano; ha de dejarse podar cómo y cuándo Dios disponga,
y tomar la dirección que le dé el jardinero; ha de pinchar como el espino y la
zarza los pies de los caminantes desvalidos, dejándose hollar de la rueda del po-
deroso; en días oscuros ha de cerrar el cáliz y no dejar sus pistilos como la flor
del azafrán; ha de tomar color según le den los rayos del sol; ha de hacer som-
bra, en ocasiones dañinas, como el nogal; ha de volver la cara al astro que más
calienta como el girasol, y es planta muerta sino; seméjase a las palmas en que
mueren las compañeras, empezando a morir una; así ha de servir para comer,
como para quemar, a guisa de piña; ha de oler a rosa para los altos, y a espliego
para los bajos; ha de matar halagando como la hiedra. (Fígaro, «El periodista»)
142, 145). Sin alusiones escatológicas, nuestro escritor acude a términos médicos
del ámbito de la anatomía, vocablo que se mantiene desde su irrupción en el
s. xvi, cuando los experimentos anatómicos transformaron la comprensión del
cuerpo humano. Anatomia Animata fue la expresión utilizada para referirse a los
estudios con seres vivos, por la sensación de «realidad animada» que transmitían
las imágenes en los libros de anatomía.
Heredero de dicha tradición, en «En este país», Larra observa a su amigo
don Periquito y comienza «a estudiar sobre aquella máquina como un anatómico
sobre un cadáver» (Fígaro, «En este país»). En «Los calaveras», Fígaro inicia su
artículo queriendo definir el término, trabajo que —a su entender— requeriría
anatómicos de la lengua para actuar al modo de los médicos que diseccionaban
cuerpos: «Es cosa que daría que hacer a los etimologistas y a los anatómicos de len-
guas el averiguar el origen de la voz calavera en su acepción figurada, puesto que la
propia no puede tener otro sentido que la designación del cráneo de un muerto,
ya vacío y descarnado» (Fígaro, «Los calaveras»).
Edgar Allan Poe compartió el interés de Larra por la medicina en sus relatos
pseudocientíficos y son muchos los cuentos en que este autor aborda la locura
presentando a seres con patologías de conducta, como en «El sistema del Dr.
Tarr y el Profesor Fether». En El caso del Dr. Valdemar, Poe va más allá y analiza
la hipnosis y el mesmerismo,7 al describir el experimento de hipnotizar a una
persona, in articulo mortis, para prolongarle la vida por voluntad propia. El uso
de un lenguaje médico revela la atracción y conocimientos del escritor en relación
a la disciplina médica:
Menos osado, el periodista español plantea el misterio del mundo del sueño
y del estado de semivigilia en «El fin de la fiesta» preguntándose: «Quisiera yo,
además, que me asegurasen hábiles fisiólogos cuándo sueño y cuándo estoy des-
7
Doctrina del magnetismo animal, expuesta en el s. xviii por el médico alemán Franz Mesmer.
Montserrat Escartín Gual 55
aunque no sé si leído, Feijoo. […] Larra hereda todos los principios, tópicos de
su tiempo, del progresismo racionalista. Pero sus dudas revelan el envejecimiento
inevitable de la utopía; estas afectan a la razón misma, al destino de las artes y aún
a las metas de la libertad» (Varela, Larra y España 215, 212-233). 8
Como Torres Villarroel, un ingrediente fundamental que Fígaro maneja es el
humor, en sintonía con la ironía cientifista del momento, por lo que el público de
su tiempo le consideró un periodista que buscaba ante todo divertir y distraer, sin
darse cuenta que sus chanzas ocultaban un llanto interno. Si el humor va muchas
veces unido a la crítica, en el caso de Larra constituye parte de su identidad más
que un rasgo de su estilo: él es humor y lo usa para evidenciar la ridiculez de lo
que observa (Muñiz 102). Así, la risa que provoca nace tanto de su talante, su tono
satírico como de la España descrita, pues «para Fígaro la realidad inmediata era una
portentosa fábrica de ridículo» (Romero Tobar 49).
En consecuencia, al presentar El pobrecito hablador, Larra anuncia en el pró-
logo: «Consideramos la sátira de los vicios, de las ridiculeces y de las cosas, útil,
necesaria y sobre todo muy divertida» y asegura que el objetivo del periódico es
«divertir al público» por lo que, «no siendo nuestra intención sino divertirle, no
seremos escrupulosos en la elección de los medios». En suma, para nuestro perso-
naje, el humor fue un mecanismo, un recurso en sus escritos para influir y refor-
mar la sociedad española, por entender que los autores satíricos tienen una clara
misión social; de ahí su pretensión de «reírnos de las ridiculeces, ésta es nuestra
divisa; ser leídos, éste es nuestro objeto; decir la verdad, éste es nuestro medio»
(Pérez de Munguía, «Dos palabras»).
Con los años, sin embargo, Larra sufre un desengaño semejante al de Que-
vedo, tras sumar al mal de la patria el mal del siglo y su malestar personal. Eu-
ropeísta y con buena formación, nuestro hombre se dio cuenta que España no
estaba preparada para un régimen constitucional a la europea. De hecho, Fígaro
se hizo famoso por los artículos políticos en los que hablaba como testigo del paso
del Régimen tradicional español al moderno constitucionalismo. Con talante de
dandi solitario e incomprendido en el cambio de dos épocas, el escritor advirtió
de antemano el fracaso al constatar que la revolución no podía triunfar en su
país, no tanto por sus políticos; sino por la nula aptitud y predisposición de los
españoles para el cambio.
Larra se empeñó en mostrar la idiosincrasia nacional y nadie lo advirtió; sino
que fue celebrado por razones secundarias (agudeza, chispa, dicción), no por su
acertado análisis de la psicología española al atacar nuestro atraso («Las batue-
cas»), el absolutismo y el carlismo («Nadie pase sin hablar al portero»), el libera-
lismo moderado («Dios nos asista», «Los tres no son más que dos») y la censura
8
Véanse los trabajos de Varela (1960) y Ruiz Otín (1983).
Montserrat Escartín Gual 57
que impedía la libre circulación de ideas («Lo que no se puede decir no se debe
decir»). Por dicha censura, Fígaro se verá obligado a usar distintas estrategias para
expresar sus ideas: escribir aparentes artículos de costumbres, fantasías literarias,
ficciones epistolares, aparentes alabanzas al gobierno que acaban en crítica y, so-
bre todo, parodias de tratados científicos.
Más allá de estas caricaturas, el humor fue con frecuencia un modo de oculta-
ción de la intimidad del hombre sufriente que, fingiendo insensibilidad, enmascara-
ba su dolor tras las chanzas y la ironía aunque, en alguna ocasión, se sinceraba: «una
sonrisa de indignación y de desprecio quiso desplegar mis labios, pero sentí opri-
mirse mi corazón, y una lágrima se asomó a mis ojos. [...] Entonces el escritor de
costumbres no observaba: el hombre era sólo el que sentía» (Fígaro, «Impresiones»).
Según Larra, Molière fue el hombre más triste de su siglo, a la vez que reconocía que
también él sólo era capaz de divertir a los demás en momentos de tristeza (Fígaro,
«De la sátira»). De ahí que Cotarelo señalase que, pese a las muchas biografías del
periodista, «nos queda por conocer el Larra íntimo, la biografía de su corazón y de
su espíritu» (Cotarelo xx). Así, entre la alegría y el dolor, nuestro periodista gustó de
usar determinados símbolos, como la máscara, el carnaval y el disfraz, indicativos de
la doblez y ocultamiento de quien escribía (Pérez de Munguía, El Mundo): «[Larra]
ha vivido rodeado de caretas, falsos rostros y falsas palabras, y él mismo, al escribir
sus artículos de oculta intención, o cuando exaltaba sus amores en el drama Macías,
quería cubrir toda su vida con una máscara mentirosa y así ha ido madurando en
años y trabajos, ocultando su auténtico ser» (Zúñiga 19-20).
Sin duda, el humor de Fígaro fue una defensa —como su dandismo— a
diferencia de los artículos, pura arma arrojadiza (Sanz Agüero 149), de ahí que en
sus últimos meses de vida el periodista reconociera el daño causado con sus sátiras
incisivas, por ensañarse con aquellos que pretendía corregir, y que le condenaron
a su aislamiento final (Espejo Saavedra 44). Así, tras la sonrisa del autor hubo
ironía romántica y distanciamiento ante el absurdo de la vida colectiva; también,
desengaño, ridiculización propia y una desolación que nos llevan a considerarle
un enfermo: «aunque los demás crean vérmela, intentaré no llevarla. Mi careta
será mi risa. Pero no ocultará nada al que sepa leer» (Buero Vallejo 89).
Parece que Larra gozó de salud y no tuvo enfermedades físicas salvo una que
simuló, estando en Francia, para atrasar unos pagos a su padre:
fingió de manera bastante dramática una misteriosa enfermedad con varias re-
caídas que atrasó su vuelta a Madrid y la entrega consiguiente de los fondos.
Mientras tanto, Larra parece haber invertido estos fondos, junto con dineros
58 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad
Lo que sí padeció este escritor fueron ciertas alteraciones del ánimo (triste-
za, melancolía), denominadas murrias en el xix: «A pesar de su crítica y festiva
pluma, dicen que padecía fuertes murrias» (cit. en Marín de Burgos 295), que él
mismo reconoce: «Háse apoderado hoy la murria de nosotros; no espere, pues,
el lector donaires ni chanzonetas; nos hallamos en uno de aquellos momentos de
total indolencia y de qué se me da a mí, a que está por desgracia demasiado sujeta
a esta miserable humanidad» (Larra, Obras 48). En el siglo xx esta alteración del
ánimo se ha calificado como depresión: «Creemos que Larra a lo largo de su corta
vida pasó varias fases depresivas de duración variable» (Marín de Burgos 430),
cuyos síntomas aparecen repetidamente en sus escritos: «…en estos días en que el
fastidio se apodera de mi alma, y en que no hay cosa que tenga a mis ojos calor,
y menos color agradable. En estos días llevo cara de filósofo, es decir, de mal hu-
mor; una sonrisa amarga de indiferencia y despego a cuanto veo se dibuja en mis
labios» (Fígaro, «Varios caracteres»).
Progresivamente, la melancolía, tedio y soledad de Larra fueron confor-
mando su carácter introvertido, dado a la reflexión e inseguro pues, a medida
que fue aumentando su escepticismo y misantropía, se agudizó su desilusión
hasta desembocar en desesperanza, ambas muy propias de la época (Piñeyro
25-27). De hecho, será Chateaubriand en el Romanticismo quien acuñe la ex-
presión: el Mal de mense o Mal du siècle, que hará fortuna hasta convertirse en
tópico literario y que se refiere a la crisis de creencias y valores que inunda la
Europa del siglo xix. Este sentimiento de hastío y decadencia ante el sinsenti-
do de la vida, que protagoniza la literatura del momento, afectará mucho a la
juventud. La causa es el vacío existencial dejado por el Racionalismo ilustrado
Montserrat Escartín Gual 59
El primer biógrafo del periodista, Manuel de Chaves, lo describe así: «Era La-
rra de pequeña estatura», destacando su mal aspecto: «Su color moreno tirando a
verdoso»; igual que Galdós: «Era pequeño de cuerpo […] su color era malo, bilioso,
y sus ojos grandes y tristes […] fumaba sin descanso, como si padeciera una sed de
humo, y jamás podía aplacarse, y era en su vestir pulcro, elegante y casi lechugui-
no», víctima de un «humor hipocondríaco» y «bruscas oscilaciones de un ánimo
arrebatado» (Galdós, «Los apostólicos»; Varela, Larra y España 24, 26). Este retrato
recuerda el que después le haría el psiquiatra Marín de Burgos; «Larra era menudo,
caviloso, ingenioso» (Martín de Burgos 113) o, más recientemente, Juan E. Zúñiga:
«su pelo negro un poco levantado sobre la frente, la pequeña perilla, sus ojos gran-
des y oscuros que parecen tener sueño, las manos blancas y finas del que nunca las
ha hecho trabajar; estará en su despacho, así, pequeño de estatura, con larga levita
[…] este periodista gustaba mucho a las mujeres, podía atraer a cualquiera sólo por
el prestigio que tenía, era educado e iba bien vestido y no fue un tipo abyecto de
los que andaban vagando por las redacciones de los periódicos» (Zúñiga 26 y 55).
Lo cierto es que Larra medía 1,61 de estatura, que intentaba aumentar con
el peinado elevando su tupé, medidas que «frisan la anormalidad», al decir de
José Luis Varela, cuando formula su valoración: «[Larra era] menudo, mordaz,
indiscreto, iracundo, cavilosos, ingenioso» (Varela, Larra y España 26 y 300). El
heredero del escritor, Jesús Miranda de Larra, cedió un retrato suyo al Museo Ro-
mántico en 2015, del que explicaba: «Existe en nuestro poder el único retrato al
óleo que merced a las reiteradas súplicas del notable autor dramático D. Ventura
de la Vega consiguió en dejarse hacer, Fígaro, obra maravillosa del pintor Gutié-
rrez de la Vega y de parecido exacto al original, sin la cual no conoceríamos hoy la
fisonomía del notable satírico» (Luis de Larra, El Heraldo de Madrid, 24.3.1909).
dista»). Así, cuando su cadáver fue depositado en la iglesia, «el cura párroco de
Santiago dudó de si debía enterrarse en sagrado o no. Fue a consultar al Vicario
General, quien le dijo: ‘¿Los locos se entierran en sagrado? ¿Sí? Pues los que se
suicidan están locos, y debe éste también ser enterrado en sagrado» (cit. en Rubio
22). ¿Era Larra un loco? Si no lo fue, sí quiso discernir qué era la locura frente a
la demencia y la manía:
Del talante romántico de Larra, el aspecto que más nos interesa es la frag-
mentación de su personalidad, visible en sus artículos donde disecciona su yo ín-
timo o se desdobla para mostrar al otro: «Yo soy Fígaro; todo el mundo sabe quién
es Fígaro, y por si acaso alguien lo ignora, añadiré que Fígaro y Mariano José de
Larra son uña y carne, como el diputado Argüelles y la Constitución del año
1812, y que no se puede herir al uno sin lastimar al otro. Juntos vivimos, juntos
escribimos y juntos nos reímos de ustedes, de los demás y de nosotros mismos»
(Fígaro, «Fígaro a los redactores de El Mundo»).
La dualidad del personaje ya se intuye en algunos epígrafes: «Yo y Chateau-
briand», «Yo y mi criado» (Romero Tobar 23); en varios heterónimos que llevan
a nuestro autor a firmar como Mariano José de Larra, con sus iniciales (MJL),
enmascarado bajo pseudónimos: «cien veces dejé aquel [nombre] con que vine
al mundo, y ora fui el Duende satírico, ora el Pobrecito hablador, ora el Bachiller
Munguía, ora Andrés Niporesas, ora Fígaro, ora…» (Larra, «Las casas nuevas»),
oculto tras iniciales para no ser reconocido (H.W.); bajo anagramas (Ramón
Arriala), nombres simbólicos (Mateo Pierdes, Frasco Botiller, Simón Sinsitio) o el
anonimato. Las variaciones en la firma del autor revelan su inseguridad:9
9
Para un estudio grafológico de las firmas de Larra, véase el ensayo de Ermita Penas Varela,
1980.
64 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad
quedábame aún que elegir un nombre muy desconocido que no fuese el mío,
por el cual supiese todo el mundo que era yo el que estos artículos escribía;
porque esto de decir «yo soy fulano», tiene el inconveniente de ser claro, enten-
derlo todo el mundo y tener visos de pedante; y aunque uno lo sea, bueno es,
y muy bueno, no parecerlo. Díjome el amigo que debía de llamarme «Fígaro»,
nombre a la par sonoro y significativo de mis mañas, porque aunque ni soy
barbero, ni de Sevilla, soy, como si lo fuera, charlatán, enredador y curioso,
además, si los hay: sea esto dicho con permiso y sin perjuicio de la curiosidad
del señor Parlante, que es otra curiosidad. Me llamo, pues, Fígaro. (Larra, «Mi
nombre y mis propósitos»)
La razón del éxito fue haber sabido crear una fórmula original que sumaba
rasgos de su carácter a la voz narradora propia del género satírico. El resultado
fue un personaje que despertó el interés del público, ávido por saber qué opinaba
su autor de la sociedad que enjuiciaba, pues: «los pocos detalles físicos que apa-
recen desperdigados a lo largo de su obra son una referencia clara (y fácilmente
reconocible en el reducido mundo literario de Madrid) al aspecto real de Larra, lo
cual sólo sirve para reforzar la identificación entre autor y narrador en su público»
(Espejo-Saavedra 34).
Es en «Nochebuena de 1836» donde el periodista muestra con nitidez el des-
doblamiento claro de su yo en otro, cuando Fígaro habla a través de la figura de su
criado y convierte el diálogo en una larga confesión de los propios pecados (Espe-
jo-Saavedra 43). En este sentido, tanto Romero Tobar, como Pérez Vidal, Gullón
o Kirkpatrick consideran que el artículo revela la bifurcación de personalidad en
Larra (Romero Tobar 27), quien usó la sátira, el tono mordaz, el escepticismo y
la agresividad como máscaras literarias; aunque para el público ese fuera su verda-
dero modo de ser. Varios meses antes de morir, y pese a la fama y reconocimiento
obtenido, el escritor parece querer alejarse de Fígaro, dado que el personaje no le
permite comunicar su malestar del momento tras su rápida evolución vital. Así,
en «De la sátira y de los satíricos,» vemos llegar a su fin la división entre el autor
y el narrador inventado por Larra, quien pide la compasión de sus lectores por el
sufrimiento que se esconde tras la máscara sarcástica de Fígaro, arrancándose el
antifaz y mostrándose como víctima de la sociedad que ha celebrado sus ataques
(Espejo-Saavedra 42-43):
10
Para un estudio más amplio de esta dicotomía, véase Ortiz Sánchez, 1967.
Montserrat Escartín Gual 67
En 1832, Larra se confiesa un ser ingenuo: «Yo vengo a ser lo que se llama en
el mundo un buen hombre, un infeliz, un pobrecillo, como ya se echará de ver en
mis escritos» (Pérez de Munguía, «Quien es el público») y, a principios de 1833, se
muestra como persona de firmes convicciones: «Ya en mi edad pocas veces gusto de
alterar el orden que en mi manera de vivir tengo hace tiempo establecido» (Pérez
de Munguía, «El castellano viejo»), satírico mordaz según el público: «No fuera yo
Fígaro, ni tuviera esa travesura y maliciosa índole que las malas lenguas me atribu-
yen» (Fígaro, «Yo quiero ser»), a la vez que se reconoce demasiado sincero: «... suelo
hallarme en todas partes, tirando siempre de la manta y sacando a la luz del día
defectillos leves de ignorantes y maliciosos; y por haber dado en la gracia de ser in-
genuo y decir a todo trance mi sentir, me llaman por todas partes mordaz y satírico;
todo porque no quiero imitar al vulgo de las gentes, que, o no dicen lo que piensan,
o piensan demasiado lo que dicen (Larra, «Mi nombre y mis propósitos»). No fuera
yo Fígaro, ni tuviera esa travesura y maliciosa índole que las malas lenguas me atri-
buyen, si no sacara a la luz pública cierta visita…» (Fígaro, «Yo quiero ser cómico»).
Ya en 1834, el autor se confiesa dividido: «soy periodista, paso la mayor
parte del tiempo, como todo escritor público, en escribir lo que no pienso y en
hacer creer a los demás lo que no creo» (Fígaro, «La vida»). Si, en sus primeros
artículos, Larra defendía las ideas de la Ilustración (convencido que la literatura
era un medio para educar y reformar la sociedad difundiendo conocimientos, con
fe en la razón y en el positivismo), desde 1835 su actitud será más romántica, tras
perder la confianza en sus ideales y no ver ya en la literatura una plataforma donde
reivindicar la verdad; sino un cuadro donde se refleje la sociedad del momento
para crear conciencia social. En suma, el escritor dejará de defender el ideal del
justo medio y hablará con ironía, mostrándose más radical, pesimista, exigente
y desilusionado ante la moderación. Convencido de que es preciso mostrar el
mundo tal como es para poder cambiarlo, Fígaro pretende no tanto solucionar
los problemas como plantearlos. En 1836, sin embargo, se reconoce ya un hom-
bre sin esperanza: «dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro?
Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. […] Quise salir
violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón,
lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro
cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién
ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!» ¡Silencio, silencio!
(«Día de difuntos»).
Es significativo que, durante ese año, la producción del periodista no sea
satírica, aunque siga firmando como Fígaro, y que se proponga utilizar su pro-
pio nombre para El Español, en vez del pseudónimo que presuponía una voz
satírica y artículos jocosos que —confiesa— «en el día no puedo escribir» (Kirk-
patrick 275); y más, después de reconocer el daño causado por la mordacidad
68 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad
11
Véase Miranda de Larra, 2009.
Montserrat Escartín Gual 69
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Blanquer, Daniel. Larra: autopsia de un suicidio. Ensayo poético. 1978.
Buero Vallejo, Antonio. La detonación. Ed. V. Serrano. Cátedra, 2009.
12
Se la denomina también psicosis-afectiva bipolar, fasotímica o ciclotimia (Marín de Burgos
517). Para más información acerca de la enfermedad, consúltese la obra de Kay Jamison, 1998.
70 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad
Burgos, Carmen de. «Colombine». Fígaro, Revelaciones, «ella» descubierta, epistolario in-
édito, numerosos grabados. Imprenta de «Alrededor del Mundo», 1919.
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Zúñiga, Juan Eduardo. Flores de plomo. Galaxia Gutenberg, 2015.
¿SIMILA SIMILIBUS CURENTUR?
TEATRO Y HOMEOPATÍA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX
Introducción
1
El 2018 ha sido sin duda un mal año para la homeopatía. Ante el considerable aumento de
muertes de pacientes oncológicos tratados homeopáticamente, el gobierno español, en una decisión
no exenta de polémica, ha trasladado a la Unión Europea la necesidad urgente de cambiar la legis-
lación vigente en cuanto a la homeopatía por considerarla una pseudociencia y, por consiguiente, un
peligro para la salud (Güell, «Sanidad alerta»). No obstante, es paradójica por un lado la insistencia del
gobierno en eliminar sistemas como la homeopatía, con la pervivencia de muchas de estas disciplinas
acientíficas en el seno de la universidad española. La Universidad de Valencia y la de Barcelona cerraron
sus másteres de homeopatía en el año 2016, mientras que la Universidad Nacional de Educación a
Distancia lo haría tan solo un año después. Sin embargo, instituciones como la propia Universidad de
Barcelona mantienen cursos sobre otras pseudoterapias, como las Flores de Bach, el reiki, o la fitotera-
pia (Güell, «La Universidad española»). La presencia de estas disciplinas en los centros académicos, a
pesar de su carencia de aval científico, no hacen otra cosa que legitimar su existencia.
74 ¿Simila similibus curentur?
2
Este componente estético fue sin duda uno de los reclamos más utilizados por los defensores
de la homeopatía en la promulgación de sus ideas y en la justificación de la necesidad del nuevo
sistema médico. En uno de los manuales homeopáticos de mayor difusión a lo largo de todo el siglo,
el Manual de medicina homeopática moderna, de Clotardo Muller, se lee: «Con este manual y la pro-
visión de buenos medicamentos, no tendrás necesidad de apelar jamás a los incómodos, cruentos
y debilitantes remedios que por regla general se emplean para combatir aún la más insignificante
dolencia, y al mismo tiempo podrás ver con tus propios ojos la gran diferencia que hay entre los
antiguos conceptos, entre los medios y los resultados de la antigua medicina y la homeopatía» (iii).
3
A estos títulos se podría añadir La homeopatía (1848), del dramaturgo cubano Ambrosio Apa-
ricio. Lamentablemente, el único ejemplar conservado de la obra pertenece a la Biblioteca Nacional
de Cuba José Martí, que no participa en el servicio de préstamo interbibliotecario (ILLIAD) ni tam-
poco facilita copias digitales de los libros de su catálogo, por lo que no hemos podido consultarlo.
Jorge Avilés Diz 75
4
La insistencia en esta mirada globalizadora es una constante en el Organon. Más adelante,
Hahnemann insistirá: «En las afecciones de este género, es necesario proceder con un cuidado
enteramente particular en la investigación del conjunto de los signos, tanto respecto a los síntomas
corporales, como notablemente al síntoma principal y característico, al estado del espíritu y de la
moral. Este es el solo medio de conseguir después encontrar, en el número de los medicamentos
cuyos efectos puros son conocidos, un remedio homeopático que tenga la potencia de extinguir la
totalidad del mal a la vez, es decir, cuya serie de síntomas propios contenga algunos que semejen lo
más posible no solamente a los síntomas corporales del caso presente de enfermedad, sino también,
y sobre todo, a sus síntomas morales» (188).
76 ¿Simila similibus curentur?
José Núñez Pernía, y el Dr. Joaquín Hyrsen y Mollens, también homeópata, fue
el responsable de la salud de los infantes de España (Albarracín Teulón 218-219;
Valtueña Borque 342).5
Hahnemann reunió las directrices básicas de su nuevo planteamiento médico
en su libro Organon del arte de curar, publicado por primera vez en 1810. El texto
tuvo una difusión enorme para le época: hacia 1830 tenemos datos de la existencia
de una quinta edición, y la sexta, escrita en 1843 y publicada de forma póstuma en
1921 es todavía usada hoy como manual de referencia en las instituciones académi-
cas homeopáticas. En España, la doctrina de Hahnemann iba a aparecer publicada
por primera vez bajo el título Exposición de la doctrina médica homeopática u Orga-
non del arte de curar (1835), texto que ya desde su portada, reconoce estar basado
en la «quinta traducción inglesa y segunda francesa», lo cual vuelve a dar una idea
de la difusión del volumen en Europa.
Como ya se ha mencionado con anterioridad, la irrupción de la homeopatía
en España tuvo un enorme impacto social. Muestra de ello son todas las organiza-
ciones y asociaciones de estudios homeopáticos que se establecieron a lo largo de
las principales ciudades españoles orientados tanto a la mejora como a la difusión
de la nueva ciencia médica. La primera de ellas, la Sociedad Hahnemanniana Ma-
tricense, fue fundada en 1845, y constituiría el germen de muchas más que iban
a seguir apareciendo y desapareciendo de escena entre 1845 y finales de la década
de 1880. Cada una de estas instituciones tenía su propio órgano difusor, publi-
caciones —orientadas hacía un sector muy especializado o al menos culto— y
destinadas a transmitir y defender las bondades de la homeopatía: el Boletín oficial
de la Sociedad Hahnemanniana Matricense (1846-1850); Anales de la Medicina
Homeopática (1851-1857), El criterio médico (1860-1883)… Estas publicaciones
iban a compartir escenario con otras, también periódicas, que podríamos llamar
menores, escritas en clave de humor en las que aunque colaboraban médicos, es-
taban dirigidas a un prospecto de público más amplio, como sería el caso de
El duende homeopático (1850) y El centinela de la homeopatía (1850-1851) y La
linterna médica (1851).
Los estudios existentes sobre estos grupos nos presentan no obstante a unos
médicos homeópatas fragmentados, escindidos, divididos en grupos enfrentados
por razones en ocasiones más personales que científicas, algo que explicaría al
menos en un primer momento, sino el fracaso de la homeopatía, sí su retraso en
comparación con lo que sucedía en ese momento en otros lugares de Europa. En
5
Al igual que en el caso anterior, los servicios del Dr. Hyrsen fueron ampliamente reconocidos,
tal y como recoge la prensa de la época: «El Sr. D. Joaquín Ilysern y Molleras, dignísimo catedrático
de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de esta corte, y médico homeópata puro,
ha sido agraciado con la gran Cruz de Isabel la Católica, en justa recompensa de su relevante mérito
y distinguidos servicios, prestados a la humanidad en el ejercicio de la medicina [homeopática, se
supone] con aplauso público y buen acierto» (El centinela de la homeopatía 8).
Jorge Avilés Diz 77
realidad, los homeópatas españoles se dividían entre los puros —que aunque con
divergencias importantes en cuanto a aspectos técnicos de los procedimientos
médicos defendían el uso único y exclusivo de la homeopatía en el tratamiento de
las dolencias y enfermedades— y aquellos que, tal vez ante la vista de los ataques
y las controversias médicas, buscaban posturas conciliadoras entre la alopatía y la
homeopatía. Esa postura, irónicamente similar a la que sostiene la homeopatía
contemporánea, constituyó ya hacia la década de 1850, probablemente la esci-
sión más importante desde un punto de vista teórico en el seno de la homeopatía
contemporánea.6
La revolución médica que trajo consigo la homeopatía junto a las dudas
sobre su eficacia que le acompañaron desde sus orígenes atrajo también el interés
de una burguesía decimonónica cada vez más interesada en cuestiones de higiene
y salud. Ese interés pronto iba a ser satisfecho por la incipiente industria editorial
española, que ya en esos momentos —mediados del siglo xix— vivía una época
de auge y esplendor gracias al boom de la novela de folletín, la histórica de aven-
turas y posteriormente, ya hacia finales de siglo, de la literatura infantil. A juzgar
por la enorme cantidad de títulos publicados entre 1840 y 1880, es evidente
que los editores vieron en este interés otra oportunidad mercantil imposible de
rechazar. Un breve vistazo a la lista de títulos sobre el tema publicada en los años
mencionados es suficiente para notar que, al lado de la publicación de los textos
de Samuel Hahnemann y de otros especializados dirigidos sobre todo al profesio-
nal médico —me refiero, por poner un ejemplo a la obra del médico e historiador
Pedro Mata (1850-1851) o a la de Ramón Frau (1851)—, se observa una clara
tendencia a la publicación de obras que acerquen al gran público las directrices
básicas del pensamiento homeópata. Destacan en ese sentido las llamadas guías
homeopáticas al estilo de la del médico inglés Gregorio Moore, de amplia difu-
sión en Inglaterra —que a España llegaría en 1870—, textos orientados al uso de
la homeopatía en el seno familiar. En muchas de estas publicaciones se marcará,
como marchamo de veracidad o justificante de calidad, el carácter extranjero de
estas obras, algo que parece funcionar como herramienta de marketing en casos
como el de La salud: Manual de homeopatía para el uso de las familias, de Cesáreo
Martín Somolinos y Jaime Piza Rosselló que desde su primera edición en 1864
vería múltiples reimpresiones. A este se podría añadir otros títulos que también
llegarían a ser clásicos dentro de este tipo de obras, como el caso del de Clotar-
do Muller Manual de medicina homeopática doméstica para el uso de las familias
6
«Libertad absoluta para los médicos, que siendo socios del Instituto, quieran valerse de los
medios terapéuticos, quirúrgicos ó farmacéuticos que aconseja la antigua escuela, en los casos en
que por falta de recursos homeopáticos propios, se vean obligados a tratar a sus enfermos alopáti-
camente o a practicar en estos operaciones quirúrgicas, como último y eficaz remedio del arte» (El
Propagador viii).
78 ¿Simila similibus curentur?
no tienen otra habilidad que la de prometer, con una impudencia que asombra,
toda clase de curaciones, armados siempre de las más fútiles y pueriles discul-
pas, para el caso de que el resultado sea funesto; ni otra ciencia que la de explo-
tar con una sagacidad no menos sorprendente, los errores, ciertos o supuestos,
de los médicos, de que andan siempre a la caza, no dejando jamás de imputar al
arte los errores del artista, como si la ciencia fuera responsable de los yerros de
los que la cultivan; como si porque una suma esté mal hecha se debiera poner
en duda la exactitud de las matemáticas. (Barredo 7)
7
El interés por la homeopatía por parte del público no especializado provocó también cierta
especialización —permítaseme el retruécano— en este tipo de textos. Véanse si no los orientados al
público femenino, como el de Cayetano Cruxent Cartas edificantes e instructivas sobre la homeopatía
dirigidas a una persona del bello sexo (1857) o incluso el libro del doctor Gottlieb Heinrich Georg
Jahr Del tratamiento homeopático de las enfermedades de las mujeres (1862), en el que se dan consejos
médicos para tratar desde el dolor menstrual, a hongos vaginales o el cáncer de matriz, pasando
por problemas relacionados con la maternidad y la lactancia. También la homeopatía pediátrica fue
objeto de interés, y textos como el Tratado homeopático de las enfermedades agudas y crónicas de los
niños (1850) de Alphonse Teste o el del doctor alemán Franz Hartmann Terapéutica homeopática
de las enfermedades de los niños (1853), tuvieron una enorme circulación entre 1850 y 1860. Por
otra parte, el desarrollo de las ciudades y con él el de problemas sociales relacionados con la urbe,
como la prostitución, tuvo también su reflejo en manuales homeopáticos: Tratado de las enferme-
dades venéreas y su tratamiento homeopático (1860), de François Simon. Por último, y no por orden
de importancia sino para ilustrar la fiebre homeopática que se vivió en España durante esos años,
quiero mencionar un ejemplo de los manuales destinados a los «otros» miembros de la familia: las
mascotas, que también tenían su derecho a la homeopatía: la guía de Miguel Marzo Manual de me-
dicina veterinaria homeopática (1850) ofrecía soluciones varias desde cómo curar el catarro del perro
o la sordera del gato, hasta cómo mejorar el deseo «inmoderado de coito en los caballos» o remover
el cáncer de sus genitales. Homeopáticamente, se entiende.
Jorge Avilés Diz 79
Testigo de los cambios históricos, políticos y sociales del siglo xix, la lite-
ratura se convirtió también en vehículo de transmisión de novedades científicas
y en el campo de batalla ideal para el inevitable enfrentamiento entre presente
y pasado, antigüedad y modernidad, ciencia y religión que la llegada de la mo-
dernidad trajo consigo. Las innovaciones y descubrimientos médico-científicos
experimentados desde finales del siglo xviii transformarán radicalmente la ima-
gen y la concepción del médico, quien se convertirá además, por esa búsqueda
implícita a la profesión del saber y el conocimiento en pieza clave y fundamental
del desarrollo de la modernidad.8
8
La narrativa decimonona finisecular se llenará así de textos en los que los protagonistas son
médicos, algunos de ellos homeópatas, como el entrañable don Basilio Aguado, personaje de Su
80 ¿Simila similibus curentur?
En cuanto a la homeopatía se refiere, tal vez uno de los ejemplos más repre-
sentativos en cuanto al papel de la literatura en esta labor pedagógica de difusión
y discusión de novedades científicas lo constituya la capillada de Modesto La-
fuente titulada homónimamente «La homeopatía», en la que Fray Gerundio le
explica a su inseparable amigo el lego Pelegrín Tirabaque, en qué consiste y las
bondades atribuidas por sus fieles seguidores a la nueva disciplina médica frente
a la alopática.9
Se trata en realidad de una artículo en cuatro entregas: en la primera (1), se
justifica la trama y se explica qué es la homeopatía, qué cura, cómo funcionan y
se aplican sus medicamentos y se argumenta si es válido o no cómo tratamiento
médico.10 En la segunda parte (2), se habla de porcentajes de resultados entre
homeopatía y alopatía aplicados a las mismas enfermedades, y una tercera (3) en
la que Tirabeque decide ponerse en manos de un médico homeópata —ni más
no menos que en las de José Nuñez Pernía, padre de a homeopatía en España y
médico de cámara de la reina—, que lo curará satisfactoriamente de sus dolen-
cias. En la cuarta parte, Fray Gerundio a modo de apéndice, recoge «una breve y
compendiosa exposición o extracto de los principales capítulos que constituyen
los principales postulados de esta nueva escuela» (Lafuente, IV «Los principales
capítulos» 142), algo que sin duda Lafuente conocía a la perfección por ser hijo
de médico homeópata (Fuentes Arboix 82).
Más allá de la ironía que caracterizó al género de las capilladas y el humor
socarrón de sus cervantinos personajes, lo interesante para lo que nos ocupa es la
estructura dialogada «pregunta-respuesta» que vertebra toda la obra, en donde las
único hijo de Clarín: «El inopinado personaje era un hombre como de cuarenta años, que procuraba
disimular más de diez; más bajo que alto, delgado, a su modo esbelto, de largo levitón-gabán, muy
ceñido y de color manteca, sombrero de copa de anchas alas; su rostro era blanco, anémico; los ojos
azules oscuros, vivarachos, y, al quedarse quietos, penetrantes; usaba gafas de oro, largas patillas, tal
vez untadas de negro; tenía labio fino y mano pulida, pie pequeño y bien calzado; era homeópata,
y muy sentimental; a pesar de la homeopatía, que profesaba acaso por moda y para el vulgo de las
damas, era especialista en partos y en enfermedades de la matriz y de la mala educación de las seño-
ritas y señoras que las hacía aprensivas, antojadizas, caprichosas. Reconocía ante las damas la eficacia
terapéutica de la fe y de los cuarterones de aceite ardiendo en los altares; pero en cambio exigía que
se diese crédito a los misterios de sus glóbulos. Creía, o decía creer mucho, en la influencia de lo
moral sobre lo orgánico, y tenía una sonrisa singular, melancólica, de resignación e inteligencia,
para comunicar con las señoras guapas esta su creencia» (172).
9
La serie de artículos sobre homeopatía a la que se hace referencia fueron publicados original-
mente entre 1837 y 1842, y recogida posteriormente en el Teatro social del xix (1846). A no ser que
se especifique lo contrario, las citas se corresponderán con ésta última edición.
10
El tema de los límites curativos de la homeopatía va a ser utilizado en tono humorístico en
multitud de comedias breves de enredo desde mediados del siglo diecinueve, afirmándose que podrá
curar todos los males, pero no tiene poder para curar los del corazón. Véase como ejemplo la come-
dia de Ildefonso Antonio Bermejo Ninguno se entiende (1852), donde una apesadumbrada Loreto
ante la aparente indiferencia de su enamorado Honorato, le dice a su padre: «No cura la homeopatía
/ las infecciones del alma» (12).
Jorge Avilés Diz 81
11
El género de las capilladas fue tremendamente popular sobre todo entre las clases bajas. (Me-
sonero Romanos 520). Los protagonistas son Fray Gerundio, un monje exclaustrado que se gana
la vida como periodista —obvio alter ego de Modesto Lafuente— y el lego Tirabeque, «su Sancho
Panza, el contrapunto de su conciencia política», que encarna la opinión del pueblo. (Fuertes Ar-
boix 83).
82 ¿Simila similibus curentur?
12
Juan del Peral y Richart (?-1888). Periodista y director de revistas especializadas en la escena
madrileña de su época, como El entreacto y Revista de teatros. Como dramaturgo, destacó por las
traducciones y las adaptaciones de obras extranjeras al gusto español, de la que Una cura por ho-
meopatía (1847) es un buen ejemplo. Véase Rodríguez Sánchez (451); Cejador y Frauca (VII, 435).
Jorge Avilés Diz 83
13
Aunque los griegos ya habían identificado el amor (Eros) con la enfermedad (Vidorreta Torres
314), sería el Siglo de Oro el que llevaría la imagen del amor como enfermedad a su máxima expresión,
sobre todo a través del teatro. El teatro de Lope de Vega es probablemente el que está más lleno de esas
imágenes; recuérdese el diálogo que abre El caballero de Olmedo, en el que Fabia le preguntará a Tello
«¿Qué enfermedad tiene?», y ante la respuesta de este —«Amor»—, contestará: «La nueva historia /
de tu amor cubriera en vano / vergüenza o respeto mío / que ya en tus caricias veo / tu enfermedad»
(101-102). O en La dama boba, donde Pedro afirma: «Ciencia es amor, / que el más duro labrador / a
pocos cursos la adquiere. / En comenzando a querer, enferma la voluntad / de una dulce enfermedad»
(95-96). No es, de todos modos, el único que desarrolla la imagen, ya que Tirso de Molina, la usará
también con cierta frecuencia en su obra: «Con razón se llama amor / enfermedad y locura; / pues
siempre el que ama procura, / como enfermo lo peor» (El vergonzoso en palacio 95).
84 ¿Simila similibus curentur?
bien común y que, como en el caso que nos ocupa, serán curados «homeopática-
mente», dando a los enfermos lo similar, es decir, dándoles a probar un poco de
su propia medicina.
Desde un punto de vista dramático y ya a la hora de conseguir su objetivo, es
interesante notar la habilidad de Peral y Richart a la hora de construir a sus persona-
jes don Benito y Simón, convirtiéndolos desde el principio y en una clara estructura
in crescendo en personajes antagónicos. Don Benito se presenta desde el arranque
como el ideal burgués: un hombre de origen pobre y humilde, pero con la firme
convicción de que «con aplicación y trabajo, todo hombre puede labrar su fortuna»
(2). Esa norma de vida y ética de trabajo, tomadas del pensamiento de un Benja-
mín Franklin que conoce y cita constantemente de oídas,14 le han permitido sacar
adelante una hacienda y fundar una compañía de textiles que provee de paños a las
mejores y más exclusivas tiendas de Madrid, éxito que le ha llevado a conseguir el
apodo de «el millonario» (3). El éxito personal y profesional de don Benito va ade-
más acompañado de una intachable conducta moral. Se rige por la idea de que «las
personas ricas estamos obligadas a socorrer a las pobres y virtuosas» (2), máxima que
se ha convertido en la ley que rige su vida: es generoso con sus trabajadores, conoce
sus intereses y necesidades personales y se desvive por ayudarles, por lo que es defi-
nido ya desde el arranque de la comedia por su ahijada como «un ángel bueno» (2).
Este personaje se contrapone desde el principio al de su sobrino, don Si-
món, hijo de su hermana Blasa, «heredero único de un viejo palurdo que apalea
los doblones» (5), como lo define la criada de Adela. Simón ha crecido ya ro-
deado del bienestar del trabajo de su tío, y no conoce los sacrificios que llevan al
éxito. A juicio de su propio tío «es un buen muchacho aunque no ha inventado
la pólvora», y siempre «ha tenido un instinto lechugino» (3) que le ha llevado
a tratar de aparentar más de lo que es. Así se lo reprocha su tío en su primer
encuentro en Madrid, en el primer momento en el que se encuentran a solas,
ya en el piso de Adela: «En lugar de negociar y de aumentar mi peculio, en vez
de decir dos y dos son cuatro dices cuatro y cuatro cero; gastas y triunfas con lo
que tu pobre tío ha ganado con el sudor de su frente. ¿Qué has hecho con los
cuarenta mil reales? ¡Malgastarlos en tres meses, cuando yo he empleado años
para reunirlos!» (8).
14
Los textos de Benjamín Franklin (1705-1790) tuvieron amplia difusión en España a prin-
cipios del siglo xix. Tras la derrota de los franceses y con un país en búsqueda de identidad y en
necesidad de reconstrucción, la figura de Franklin «artesano laborioso, ciudadano honrado, físico
esclarecido, moralista profundo, hábil diplomático, patriota puro y escritor elegante» (3) se convir-
tió en muchos círculos en un referente clave de la moral y la ética del orden social burgués. Las citas
al pensamiento frankliano que cita de manera tan peculiar don Benito está tomada de El libro del
hombre de bien (1843), que gozó de amplia difusión y varias reediciones en los años siguientes. Ni
que decir tiene que esa conjunción de valores como el ahorro, el trabajo, el sacrificio, la educación,
la preocupación por el bien común —de ecos ilustrados—, y la moral convierten a don Benito si
no en trasunto, si en un guiño a la figura de uno de los «padres» fundadores de Estados Unidos.
Jorge Avilés Diz 85
Escrita por el actor cómico Calixto Boldún,15 la obra se estrenó en el Teatro del
Circo un 8 de marzo de 1858, contando para el día de la premiere con la presencia
de la familia real (Diario de avisos de Madrid, 1858). El día de su estreno compartió
cartel con el drama de Narciso Serra El reló de San Plácido (1858), y compitió por
el público madrileño con La Traviata de Guiseppe Verdi, que ese mismo día se re-
15
Calisto Boldún y Conde. Poco se sabe acerca de la figura de este actor cómico y autor teatral.
Cejador y Frauca lo define, en sus breves líneas biográficas como «un autor malo, [que] refundía
obras del teatro antiguo y las daba por suyas» (VIII, 132). Su haraganería y su tendencia a la apro-
piación de la actividad intelectual ajena era bien conocida en los ambientes literarios de la época,
como se desprende de la semblanza que de él hacen Manuel del Palacio y Luis Rivera: «Boldún,
pedazo de atún, / haragán de profesión, / tú deberías ser baldón / en lugar de Boldún» (97). Es-
cribió dramas y zarzuelas, pero sobre todo comedias, género en el que sin duda por su experiencia
profesional, mejor se desenvolvía. Destacan textos como La flor de la esperanza (1857); La cortesana
y la lugareña (1858); El fuego y la estopa (1859); y Furor parlamentario (s.a); títulos a los que se
podrían añadir, ya en colaboración con Vicente Lalama, Los cabellos de mi marido (1858), La mujer
a los treinta años (1858) y la zarzuela Amor y travesura (1865). Véase Rodríguez Sánchez 102-103,
Catálogo teatral 30, y Paz II, 580.
86 ¿Simila similibus curentur?
presentaba en el Real. Apenas tuvo eco en la prensa de le época y llegó tan solo a las
cinco representaciones (Vallejo y Ojeda 302).
Estrenada en 1858 y publicada dos años después, Simila similubus se acerca
conceptualmente al texto de Peral y Richart, aunque técnicamente se trata de una
obra mucho menor y más limitada conceptual y sobre todo técnicamente. Al igual
que su predecesora y que el resto de las obras de las que se ocupa este ensayo, la
obra de Boldún anticipa ya desde su título el tema de la homeopatía, aunque en este
caso, la introducción y uso de la máxima hahnemaniana para el propio título de la
obra da una idea de lo arraigado que estaba ya en el imaginario cultural colectivo del
Madrid de mediados del xix la polémica homeopática y su lucha con los alópatas
en la disputa de los principios médicos en una sociedad, la decimonónica, cada vez
más preocupada por problemas y cuestiones de salud. Por otra parte, la segunda
parte del título, anticipa ya al espectador el mecanismo o recurso dramático que va
a articular la pieza, anunciado al tiempo el final feliz que el público esperaba de este
tipo de composiciones.
Simila Similibus es una comedia de enredo protagonizada por don Simón,
médico homeópata especializado en la sordera, y su esposa doña Cecilia. Fingién-
dose enferma, doña Cecilia regresa antes a casa del teatro para esperar a su amiga
Luisa, recién casada, a quien su esposo acaba de abandonar al descubrir que su
esposa estaba más sorda que una tapia y a la que pretende curar. Cecilia ha cita-
do también al esposo de esta, don Cándido Figueres, quien acude al misterioso
encuentro desconociendo las verdaderas intenciones de la llamada y dando por
hecho un interés romántico-sexual hacia él por parte de Cecilia. El regreso de don
Silvestre del teatro antes de tiempo dará lugar a la serie de equívocos propios de
este tipo de comedias, terminando con la firme convicción por parte de su don
Silvestre que Cándido es el amante de su mujer. Al final de la obra, se confirma
la teoría de don Silvestre: «una terrible emoción privó a Luisa del oído, pero otra
tal vez puede hacérselo recobrar» (30), algo que ocurre finalmente cuando Luisa
ve entrar en su habitación a Silvestre y a su marido espada y escopeta en mano,
confundiéndolos con ladrones.
La obra de Boldún parece alinearse con el texto de Peral y Richart al indivi-
dualizar la enfermedad al caso de Luisa, pero a diferencia de aquella, ni siquiera
presenta un motivo educador o restaurador que busque solucionar un conflicto
o desorden de tipo moral. Simila similibus parece más orientada a presentar des-
de el humor una visión negativa de la práctica homeopática, pero también en
ese propósito se ve abocada al fracaso, debido en parte a la inexperiencia y las
limitaciones creativas del autor a la hora de desarrollar situaciones y personajes.
Don Silvestre, representación de la homeopatía en la obra, aparece caricaturizado
como un personaje histriónico, dispuesto a usar una falsa enfermedad para curar
la sordera y demostrar así su teoría, recogida en su libro Tratado de la sordera de la
Jorge Avilés Diz 87
mujer, obra que el mismo define como «la mejor obra del siglo» (9).16 Boldún nos
presenta así su escepticismo sobre el método homeopático mediante la mirada
entre inocente e irónica del médico, un homeópata puro que cita la Gaceta y que
quiere llevar más allá la nueva estética médica, «sustituyendo las sanguijuelas con
las moscas, sedales y botones de fuego» (10). La crítica a las capacidades curativas
de la homeopatía llegará a su máxima expresión más adelante cuando Cándido
Figueras, sorprendido por don Silvestre en su propia casa, finja ser un paciente
aquejado de una enfermedad inexistente, «sordera presunta» (18), que don Sil-
vestre promete curar de inmediato. El género, tal y como había sucedido con Una
cura, impone un final feliz: Luisa recupera el oído y regresa al lado de su marido,
al tiempo que don Silvestre otorga de forma irónica a la homeopatía la razón de la
curación de Luisa, cerrando la obra con una suerte de moraleja y con la petición
de un aplauso aprobatorio del público.
Ocho años después del estreno de Una cura por Homeopatía se publica Ho-
meopáticamente (1855), una obra igualmente arreglada del francés por un drama-
turgo del que apenas hay información, Luis Martínez.17 La obra se estrenó un 12
de julio de 1855 en el Teatro Variedades, fuera de las grandes temporadas teatrales
del año, tal vez por lo desconocido del autor. Compartió cartelera con el drama
de Ramón de Valladares y Saavedra Pobre Mártir (1855), y tuvo como rivales en
el Teatro de la Cruz dos reposiciones: la enésima del juguete cómico de Bretón
de los Herreros No más muchachos o el solterón y la niña (1833) —enésima que
no la última, ya que se seguirá presentando hasta la década de 1880— y la de la
zarzuela El grumete (1853), de Antonio García Gutiérrez y Emilio Arrieta.
La obra de Martínez pasó de puntillas por la prensa madrileña del momen-
to, incluso por la prensa médica especializada de la época, que tampoco se hizo
eco del estreno. Tal vez por el descanso estival propio de la temporada teatral, o
porque los pocos teatros que seguían abriendo en el verano madrileño de 1855
presentaban reposiciones, solo el Diario de avisos se hace eco del estreno, limitán-
dose tan solo a recoger el título de la obra en su sección de espectáculos (Diario
de avisos de Madrid 12.07.1855).
16
En esa misma línea, Domingo el portero del edificio definirá los libros y artículos de don
Silvestre como «romances» (8-9), enfatizando aún más si cabe ese carácter «ficcional» de la homeo-
patía.
17
Se desconoce su fecha de nacimiento y muerte. Rodríguez Sánchez solo puede apuntar otros
títulos de sus obras, como Martín el guardacostas (1855) escrito al alimón con Ramón de Valladares
y Saavedra y La sencillez provinciana (1856). Véase Rodríguez Sánchez (361) y Catálogo de Obras de
Teatro Español (131).
88 ¿Simila similibus curentur?
18
Véase que, aunque sin desarrollar, nos encontramos una vez más con el recurso de ciudad vs.
pueblo, donde de nuevo la ciudad es presentada como la desencadenante de una depravación ética
y moral que no existe en la periferia.
19
Reelaboración deturpada del viejo motivo del Siglo de Oro de la mujer vestida de hombre.
José de Prades apunta que el enorme éxito que el recurso tuvo en el teatro aurisecular se debía a
lo que este implicaba metafóricamente: «la irrupción solapada, la conquista efímera del libérrimo
mundo masculino» (216). En la Comedia del Siglo de Oro el motivo estaba vinculado casi exclusi-
vamente al tema del amor, ya que es el sentimiento amoroso la principal fuente de problemas de la
mujer en el teatro áureo: amantes que prometen, seducen y huyen, hombres distanciados por mo-
tivos militares, etc. De forma especial destaca el de la mujer que viaja vestida de hombre para lavar
su honra, como sería el caso de Rosaura en La vida es sueño, que viaja con el propósito de matar a
su violador, Ataulfo, o el caso de Dorotea en El Quijote (I, 28-29), quien tras ser engañada por don
Fernando y sus falsas promesas de amor, sale vestida de hombre buscando justicia para su agravio.
20
Como toda controversia social que se preste, el divorcio también tuvo amplia representación
temática en las tablas españolas a lo largo de todo el Xix, sobre todo por parte de los comediógra-
fos que, sin delimitar su crítica social, exprimieron los aspectos humorísticos del tema. Véase por
ejemplo El divorcio por amor. Comedia en tres actos y en verso de Félix Enciso Castrillón (1808); Un
divorcio de Lorenzo Ucelay (1848); El divorcio. Drama en tres actos de José de Andrés Barón de Ros-
tán (1858); A caza de divorcio. Comedia en tres actos y en verso de Mariano Pina Domínguez (1863);
y ya hacia finales de siglo Las sorpresas del divorcio. Comedia en tres actos y en prosa, de Ceferino
Palencia (1893).
Jorge Avilés Diz 89
en complot con Enriqueta, llega en ese momento para decirle que se van a vivir
juntos con una hija de dos años de la que Federico no sabe nada. Siguiendo las
propias teorías libertarias de su marido, le confiesa que todo es verdad y que no
tiene nada de lo que arrepentirse, que las leyes «son para el vulgo, no para noso-
tros los emancipadores» y que debe ser consecuente con sus propias ideas. Ante
la oposición de Federico que trata de impedir la huida de los amantes, deciden
batirse en duelo. Ya a solas, Federico le confiesa a su mujer que tras una primera
reacción «animal» ha recuperado el estoicismo; no siente celos, y cuando le re-
cuerda que «el hombre es el señor absoluto», esta le contesta, citando a su propio
marido, que el hombre «es un animal estúpido que al casarse no toma mujer sino
para condenarla a educar a sus hijos» (5). Ante la marcha de la mujer, Federico
repudia sus textos, confesando que la ama y que tiene celos. La madeja se desen-
reda con la presencia de Enriqueta, ya vestida de mujer, recoge para el público la
lección presentada: «Y yo aquí el médico he sido / si hay aquí alguna paciente /
que venga y me lo cuente / que pronto la curaré. / Ya me han visto que curar sé…/
homeopáticamente» (6).
Escrita tan solo ocho años después de la obra de Peral y Richart, Homeopá-
ticamente presenta ya un cambio de enfoque significativo en su planteamiento
dramático. Aunque ambas obras aplican desde el humor el concepto básico de
homeopatía a la solución o curación de un problema de índole moral, mientras
en Una cura el problema estaba personalizado e individualizado en la figura de
don Simón, en Homeopáticamente asistimos a una mayor proyección social del
problema o situación que se pretende corregir. Es necesario recordar en este senti-
do que a partir de la segunda mitad de siglo, comienza a establecerse en el teatro
español un discurso ideológico de tipo moral que tratará de detener o al menos
de hacer frente a las nuevas ideas y modelos de comportamiento venidos desde
el exterior que eran considerados disruptivos por poner en cuestionamiento el
modelo estructural de la sociedad burguesa. Los dramaturgos se autoproclaman
así en representantes de los miedos y preocupaciones de la clase media, usando
las tablas como púlpito y convirtiéndose en defensores de lo que Checa Olmos
y Fernández Soto denominan la «microsociología hispana» (156), atacando la
incipiente relajación moral. Dentro de esas preocupaciones y coincidiendo con el
inicio en España del debate sobre el nuevo papel de la mujer en la sociedad, iban
a ser recurrentes el adulterio femenino, el valor del matrimonio, la importancia
de la unidad familiar —es decir, el divorcio— y sobre todo, la reivindicación de
un papel más tradicional de la mujer en el ámbito social que llevaba consigo,
como no podía ser de otra forma, una apología de la autoridad social y moral del
hombre.21
21
Como toda controversia social que se preste, el divorcio también tuvo amplia representación
temática en las tablas españolas a lo largo de todo el xix, sobre todo por parte de los comediógra-
90 ¿Simila similibus curentur?
fos que, sin delimitar su crítica social, exprimieron los aspectos humorísticos del tema. Véase por
ejemplo El divorcio por amor. Comedia en tres actos y en verso de Félix Enciso Castrillón (1808); Un
divorcio de Lorenzo Ucelay (1848); El divorcio. Drama en tres actos de José de Andrés Barón de Ros-
tán (1858); A caza de divorcio. Comedia en tres actos y en verso de Mariano Pina Domínguez (1863);
y ya hacia finales de siglo Las sorpresas del divorcio. Comedia en tres actos y en prosa, de Ceferino
Palencia (1893).
Jorge Avilés Diz 91
Después del drama se puso en escena una comedia en un acto del señor Pas-
torfido titulada Sistema homeopático. Esta piececita hizo reír mucho; está versifi-
cada con gracia y dialogada con talento y fue aplaudida por ello. Por lo demás,
lo inverosímil de muchas de sus escenas; lo falso del principal carácter que si
existió algún tiempo hoy no existe y sobre todo la especie de moraleja con que
concluye, diciendo que las mujeres no deben leer mas libros que el catecismo
y el arte de cocina, deslucen el mérito intrínseco de esta producción, que a
tomarse en serio vendría a proclamar la absurda teoría de que debe condenarse
a la ignorancia más absoluta a la mitad del género humano, desarrollando solo
en ella los instintos animales y un instinto religioso poco ilustrado. Creemos
que no ha sido esta la mente del autor, sino que se propuso tan solo hacer una
comedia que hiciese reír. Si así es, lo ha conseguido, y aconsejamos al público
que acuda a verla. (362)
inmediata. A pesar de unas dudas iniciales, Gertrudis acepta irse con él, momento
en el que entra Pantaleón, desconocedor del plan de Amadeo. Pantaleón avisa a
las autoridades, pero Gertrudis, lejos de amilanarse, decide morir con sus ideas,
convirtiéndose en un ejemplo de integridad para las mujeres españolas: «¡Sí! Con
asombro y respeto / dirá la posteridad / la muerte la altiva saña / a la española no
doma. / Si hubo una Lucrecia en Roma / hubo una Tula en España» (30).22 Los
«amantes», en una escena de melodramática de amplia tradición literaria, deciden
envenenarse juntos para acabar con su vida. Los dos toman el veneno, pero cuan-
do Amadeo comienza a relatarle los síntomas que van a experimentar, Gertrudis
se arrepiente, «renegando de las plumas». Gertrudis se arrepiente, pide perdón, y
promete dejar de leer novelas e ir al teatro. Amadeo «despierta» afirmando que la
homeopatía ha producido su efecto, terminando con una suerte de moraleja que
afirma que las únicas lecturas que debe llevar a cabo una mujer son el catecismo
y los libros de cocina.
Una vez más nos encontramos el mismo modelo adelantado por Juan del Peral
y Luis Martín: el uso del tema de la homeopatía para curar o corregir un teórico mal
social de orden moral que, en este caso, el controvertido tema del papel de la mujer
en la sociedad, tiene que ver con el divorcio la consiguiente ruptura de la unidad fa-
miliar, elemento clave para el mantenimiento de la estructura social burguesa. Cabe
recordar en este sentido que desde la Constitución de 1812, la presencia ideológica
de la Iglesia católica en la formación legal del Estado fue constante, a pesar de que
en determinadas ocasiones, los distintos partidos en la gobierno pudieran suavizar
en algún grado dependiendo de su ideología sus planteamientos en cuanto a la
función del Estado en el control del pensar y el sentir religioso de la nación y sus
líderes.23 Aún así, como apunta Inés Alberdi, a la hora de controlar y de hacer frente
a las ideas llegadas del exterior, no es exagerado afirmar que «la Iglesia española en
22
Referencia a la escritora y poetisa cubano-española Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-
1873), apodada cariñosamente por sus amigos «Tula». A lo largo de 1860 iba a publicar en un
periódico local una serie de artículos —recogidos posteriormente en sus obras completas— donde
reflexiona anticipándose en buena medida al pensamiento feminista español de finales de siglo en
la figura de la mujer y su papel en la sociedad española del diecinueve. En ellos, al hablar sobre la
inteligencia y el carácter de la mujer, no solo afirma la igualdad de los dos sexos, sino que llega a
defender «la superioridad del nuestro en el desempeño de aquella misión augusta, la más ardua de
cuantas plugo al cielo encargar a los humanos» (297).
23
La Constitución Española de 1812 promulgaba que «la religión de la nación española es
y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera. La nación la protege por
leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra» (Constitución política 7). Quince años
después, la Constitución de 1837 suavizará notablemente los términos, afirmando simplemente
que: «[l]a nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica que profesan
los españoles» (Constitución de la Monarquía 9). Las distintas versiones, vinculadas al carácter más o
menos conservador de los distintos gobiernos que se iban a alternar en el poder a lo largo de todo el
siglo xix, no iba en ningún caso a evitar ni su presencia ni su peso político-ideológico. Para más in-
formación sobre las distintas constituciones y sus variedades, consúltese el trabajo de Andrés Sevilla.
94 ¿Simila similibus curentur?
el siglo xix fue una de las fuerzas sociales más reaccionarias y oscurantistas con las
que contó el país» (80).
24
La Biblioteca Nacional guarda dos manuscritos de Amor Homeopático. El primero (mss 14
305 n°8), está firmado en la hoja de protección por Manuel Leiva Daroca y José Sañudo de la Pe-
lilla. Es, de los dos manuscritos, el que presenta un peor estado de conservación y, a juzgar por la
cantidad de anotaciones y tachaduras bien podría ser un borrador inicial de la obra o más probable-
mente una copia del otro manuscrito. No recoge año de composición y presenta sello de la sección
de manuscritos de la Biblioteca Nacional en la portada. El segundo manuscrito (mss. 14109 n°15),
aparece firmado solo por José Sañudo de la Pelilla, y recoge ciudad (Burgos) y año, 1859. Se trata
de una copia limpia, sin tachaduras, correcciones y notas al margen. Presenta además un intento
de sistematización mediante el uso de dos colores: texto en tinta negra y tinta de color rojo para los
nombres de los personajes y didascalias. En la última página del manuscrito aparece una nota del
censor: «Aprobada con las supresiones señaladas en la escena segunda del primer acto, tercera del
segundo y en los dos lugares de la decimotercera del tercer acto» (s.p), señaladas en el texto. A no ser
que se mencione lo contrario, todas las citas de Amor homeopático se corresponderán con el segundo
manuscrito (mss. 14109 n° 15) y con la paginación insertada manualmente que aparece en él.
Jorge Avilés Diz 95
cia el amor y las mujeres, dándole un plazo de tres años para trabajar y labrarse un
futuro propio antes de casarse con María, plan al que este accede gustoso.
Amor homeopático se aleja por tanto de la mirada crítica hacia aspectos
sociales como el papel de la mujer en la sociedad española de mediados del
siglo diecinueve, la importancia de la unidad familiar o el divorcio para confor-
mar un texto —construido alrededor de motivos y recursos teatrales de sobra
conocidos para el espectador— orientado únicamente al entretenimiento y la
diversión. La reunión clandestina en el baile para tratar el matrimonio de los
hijos, los parlamentos de don Canuto hacia el final de la obra culpando a la
educación de la actitud misógena de su hijo —de obvios ecos a un El sí de las
niñas que se seguía representando en los teatros del Madrid de medio siglo—25
o la visión del matrimonio como contrato social repetida hasta la saciedad por
don Próspero a lo largo de toda la pieza no son sino mecanismos de un engra-
naje teatral dirigidos a entretener a un espectador que espera paciente un final
feliz, conocedor de que por muchas vueltas de tuerca que de la trama, esta no
puede concluir sino con la derrota de los planes de Próspero y Concha y con la
boda de María y de un regenerado Pío.
La originalidad de la pieza de Sañudo de la Pelilla estriba por tanto no en
su tema o en los recursos dramáticos planteados, sino en la adaptación de unos
principios homeopáticos —ya ampliamente diseminados hacia 1859— que van
mucho más allá de la inserción de la máxima de Hahnemann en la pieza, algo ya
habíamos visto en la obra de Peral y Richart o en la de Boldún, que iba a aparecer
por esas mismas fechas. Al igual que ocurrirá en Simila similibus, la incorporación
de la teoría homeopática a una comedia de enredo de trama amorosa aporta tam-
bién, más allá del elemento humorístico, una mirada entre irónica y ridiculizadora
de la homeopatía representada en ese Pío que, a pesar de proclamar hasta el final
«que ama homeopáticamente» y su veneración por Hahnemann —«[Hahnema-
nn ] no hubiera inventado la homeopatía si no hubiese conocido el coquetismo
y estudiado lo que se llama amor» (51)—, termina por claudicar de su teoría del
amor infinitesimal para aceptar el plazo de tres años para demostrar ser digno de
la mano de María, manifestando así con su fracaso, el de la homeopatía.
3. Conclusiones
Obras citadas
Alas «Clarín», Leopoldo. Su único hijo. Ed. Juan Oleza. Cátedra, 2005.
Albarracín Teulón, A. «La homeopatía en España.» Historia y Medicina en España.
Homenaje al profesor Luis S. Granjel. Junta de Castilla y León, 1994, pp. 215-235.
Alberdi, Inés. Historia y sociología del divorcio en España. Centro de Investigaciones so-
ciológicas, 1979.
Alonso y Rubio, Francisco. La mujer bajo el punto de vista filosófico, social y moral: sus de-
beres en relación con la familia y la sociedad. Establecimiento tipográfico Gravina, 1863.
Aparicio, Ambrosio. La homeopatía. Barcina, 1848.
Avilés Diz, Jorge. «El médico como autor y personaje en el teatro posromántico español:
el caso de Ricardo López Arcilla.» Siglo Diecinueve, N.° 24, 2018, pp. 133-156.
Barredo, Gavino. La homeopatía: o juicio crítico sobre este nuevo medio de engañar a los
cándidos. Nabor Chávez, 1860.
Jorge Avilés Diz 97
Solange Hibbs-Lissorgues
Universidad de Toulouse-Jean Jaurès
Hemos querido abordar el tema de nuestra contribución con esta cita de Rosa-
rio de Acuña «La higiene es una religión humana…» (Acuña, «La higiene es una
religión humana» 745) para acercarnos a unos textos que constituyen, a nuestro
juicio, una aportación fundamental y quiza poco conocida de una humanista e
intelectual progresista al tema de la higiene y de la regeneración en la Espana de
finales del xix e inicios del xx.
En su Conferencia «La higiene en la familia obrera», dada en el Centro Obrero
de Santander el 23 de abril de 1902, se encuentran los principios higienistas que
la autora desarrolló a lo largo de su vida y que puso ella misma en práctica: prin-
cipios inspirados en la profunda creencia de que la naturaleza era fuente de vida
y «regeneradora de equilibrios del cuerpo y del ánimo» (Bolado, «Introducción»
119). Su constante preocupación por la armonía y el perfeccionamiento humano,
por la regeneración social se expresa mediante la afirmación vibrante de su fe en «el
sacerdocio de la ciencia» y supone una total adhesión, podríamos decir incluso mís-
tica, a los principios que la sustentan. Una vibrante defensa de la «augusta ciencia»
y de la filosofía de la naturaleza que no sufre ni compromisos, ni temores como lo
sugieren expresiones impregnadas de resonancias religiosas: la «sublime misión de la
higiene», los «preceptos sublimes de la ciencia higiénica», la «trinidad higiénica», la
higiene privada como «dogma que toda familia debe tener a la cabecera del lecho»
(Acuña, «La higiene» 752-754-756 y «Conversaciones» 1465).
En su biografía sobre Rosario de Acuña, José Bolado ha señalado que no era la
primera vez que se ocupaba de este asunto muy presente en sus preocupaciones so-
102 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix
ciales pues esta orientación se había iniciado a finales de los años ochenta al hilo de
otro discurso leído en el Ateneo-Casino Obrero de Gijón en el que «tocaba diversos
aspectos de la salud en la familia obrera, con el problema del alcoholismo como
centro motivador» (252). Entre los muchos textos en los que comparte su alegato
higienista, se encuentran los que Rosario de Acuña dedica más especialmente a las
enfermedades como la tuberculosis o la escrofula, la epilepsis y las enfermedades
mentales y los artículos publicados en la década de los años 80 y en las primeras dé-
cadas del siglo xx. La mayoría de los textos se reparten en varias secuencias temáticas
como «En el campo» (1881-1884), «Las especialidades en avicultura» y «Avicultura
popular» (1901), «La tuberculosis del pueblo montañés» (1901) y «Conversaciones
femeninas» (1902). Todas estas contribuciones ilustran el compromiso de una mu-
jer cuya observación de los males endémicos de la España de su tiempo desemboca
en la denuncia del abandono sanitario de los pueblos, del fanatismo religioso y de
las supersticiones, verdadera rémora para el progreso y la ciencia. También estig-
matiza la centralización política de un sistema que se apoya en las élites e ignora el
estado de postergación social y económica de las clases populares.1
Si el complejo entramado socio-político y cultural de su época, así como la
asimilación de corrientes higienistas europeas y de novedades científicas constitu-
yen el telón de fondo imprescindible para el acercamiento a los textos de Acuña,
otra clave de lectura son sus propias coordenadas biográficas.
Profundamente comprometida con los debates del momento sobre salud pú-
blica e higiene, Rosario de Acuña siempre parte de la observación del entorno,
1
Transcribimos a continuación uno de los pasajes característicos del tono y del estilo de Rosario
de Acuña cuyos textos reflejan, mediante la densidad de su ritmo y de las interpelaciones, el vigor,
la determinación e incluso la ira de una mujer más preocupada por la verdad que por el beneplácito
de sus lectores: «¿De qué está formada esta atmósfera que alimenta nuestro Estado? ¡Qué es esto que
nos rodea, que todo lo ruin, lo bajo, lo impío, lo podrido, lo anti-humano, encuentra calor para
desarrollarse y fuerzas para sostenerse? ¿Dónde está el poder gubernamental de La Coruña, de este
pueblo que se queda sin agua con que deje de llover un mes seguido; de este pueblo de pestilencias
insufribles por su alcantarillado antihigiénico y defectuoso, que estando rodeado por el mar no tiene
una gota de agua para apagar sus incendios; de ese pueblo al que no se le puede llamar «ciudad»,
que con sus ínfulas de cultura y sus atrevimientos de civilizado en sus clases superiores que a diez
kilómetros de su radio se revuelquen en dolorosas convulsiones algunos pobres enfermos que no
cometieron otro delito que pagar contribuciones abrumadoras para vivir sumidos en la ignorancia
más completa de los fundamentales preceptos de la salud? ¿O es acaso que, a pesar de esta centrali-
zación absorbente, estéril y viciosa, que domina en todas las provincias de España, las autoridades
de La Coruña no tienen poder sobre las aldeas? ¿Y en éstas no hay médicos?», «Los endemoniados
de Arteijo y el santuario de Pastoriza» (Acuña, Obras reunidas II 1171).
Solange Hibbs-Lissorgues 103
Desde mis cuatro años empezaron a poblarse mis ojos de úlceras perforan-
tes de la córnea. El cauterio local, los revulsivos, las fuentes cáusticas…. todo
el arsenal endemoniado de la alopatía sanguinaria y cruel empezó a ejercitarse
sobre mis ojos y sobre mi cuerpo. Y, si las quemaduras con nitrato de plata
roían los cristales de mis pupilas y las cantáridas en la nuca y detrás de las orejas
llegaban a veces a descubrir el hueso, era sólo para darme algunas semanas de
respiro. Un constipado, un granito de arena, un exceso de golosina infantil,
volvían a intronizar el proceso ulceroso, y mis ojos tornaban a la ceguera, y el
quejido del atenazante dolor helaba la risa en mis labios de niña (…)». (Acuña,
«Conversaciones… Los enfermos» 1487)
2
«Me vais a permitir, en esta jornada, exponer a vuestra consideración particularidades de mi
vida, pues, aunque soy refractaria al estilo subjetivo […], no es posible en un trabajo didáctico que
se desarrolla en términos casi familiares, desentenderse en absoluto de la personalidad del autor»
(Acuña, «Conversaciones… Los enfermos» 1485).
104 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix
Las excursiones por el monte, sus exhaustivos recorridos por tierras españo-
las, así como la difícil conquista de una luz que tan cruelmente le hizo falta en los
tiernos años de la infancia se experimentan como una profunda empatía, como
una total entrega a las fuerzas vivificadoras de la naturaleza y se funden en la subs-
tancia perenne e íntima de su vida y de sus luchas.
Su pasión por la naturaleza evocada a lo largo de su obra, se reinvidica no
solo como una opción personal saludable sino también como una posible vía de
regeneración social (Bolado 41).3
Para Rosario de Acuña el desprecio de las leyes naturales que entrañan el equi-
librio entre las partes de la inteligencia intuitiva del mundo y del acercamiento al
ritmo orgánico del planeta representa un obstáculo para la regeneración y el iti-
nerario físico e intelectivo del ser humano. En su visión organicista convergen la
germinación de la materia, la mutua fertilización entre el hombre y una naturaleza
«finita en sus transformaciones y eterna en sus fines» (Hibbs, «La naturaleza» 195).
La vida en la ciudad es una aberración con respecto a la evolución natural del
ser humano que no es más que uno de los eslabones de la prolífica cadena de la
evolución de la naturaleza y de «sus energías fecundas» (Acuña, «Conversaciones
femeninas» 1507»). Una evolución que argumentaba desde un punto de vista
biológico y filosófico y que justificaba la inmersión en el campo: «Levantemos
en los campos la morada racional de nuestra especie» (Acuña, «Conversaciones
femeninas» 1507»).
La apología de una existencia en contacto permanente con el entorno natural
y las fuerzas vivas de la tierra se convirtió en uno de los principios inspiradores de
su filosofía y ley de vida personal.
A modo de confesión y con efusión lírica, Rosario de Acuña comparte con
sus lectores su sentimiento de total identificación con una naturaleza que la
acompañó toda su vida:
(…) hoy que los años comienzan a inclinar hacia tierra mis cansados mús-
culos, no busco ni pretendo más que acabar mis días oyendo, en las ásperas so-
ledades de los acantilados cántabros, la sonata majestuosa o idílica del Océano.
3
Al evocar los largos paseos por montes y sierras con su padre, Rosario de Acuña recuerda cómo
aprendió a comprender las «sublimes bellezas del planeta»: «Allí, en aquellas inolvidables horas, mi
espíritu se fue desposando con la naturaleza, y desde entonces el culto de mi vida, los afanes de mi
voluntad, las energías de mi carácter, mi ambición, mi pasión, mi entendimiento y mis sentidos, todo
mi ser entero ha luchado y vivido por y para la naturaleza» («Avicultura femenina» 1382).
Solange Hibbs-Lissorgues 105
Y hoy al recorrer con el pensamiento los lejanos pasados, al recontar todos los
dolores y todas las alegrías de la vida, confieso, con toda la sinceridad del que
nada espera ni nada teme, que le debo a la contemplación de la naturaleza, a
la compenetración de sus preceptos y de sus hermosuras, las únicas y positivas
felicidades por las cuales el alma se ha encontrado de haber nacido. (Acuña,
«Avicultura femenina» 1383-4)
Rosario de Acuña enaltece con frecuencia su apego a los pueblos en los que
vivió, sumergida en el campo: la finca familiar de Pinto en los alrededores de
Madrid, durante sus primeros años de mujer casada. Evoca la elección, al final
de su vida, del pueblo de Cueto en la cantábrica Montaña, lo que sería su últi-
ma morada, una casita en un acantilado cerca de Gijón: «Luego se dice que, a
instancias de algunos amigos de la junta directiva del Ateneo Obrero de Gijón,
se traslada a esta ciudad y construye una casa sobre un acantilado, en un lugar
solitario, El Cervigón, pero con vistas plenas sobre el mar y sobre los valles de la
ciudad» (Bolado 265).
Es este contacto indefectible con la naturaleza el que constituye la principal
fuente de conocimiento para una mujer autodidacta, abierta a las ciencias natura-
les y predispuesta a captar las ideas y corrientes higienistas de su época.
y naturalistas en edad en que apenas la mujer tiene otra pasión que las muñecas»
(Bolado 41).
Rosario de Acuña había recogido esta herencia familiar y desarrolló una no-
table labor de difusión de muchas de las ideas nuevas que brotaban en campo
científico y filosófico de una Europa en plena expansión (Hibbs, «El pensamien-
to» 148).
Una de las muchas iniciativas personales de Rosario de Acuña en el ámbito
de la ciencia fue precisamente la organización en 1882, con su marido Rafael de
Laiglesia, de un premio dotado de mil pesetas para el mejor trabajo sobre medici-
na legal presentado por doctores o licenciados. Esta iniciativa, desgraciadamente
poco documentada por el momento, ha sido mencionada por José Bolado que
recalca muy oportunamente la cercanía de una mujer pionera con los círculos
intelectuales progresistas y científicos de finales del siglo xix (Bolado 98-99).
El interés de Rosario de Acuña por la medicina se manifiesta en las frecuentes
referencias a los médicos a los que conocía y a los gajes de un oficio enfrentado a
veces con insuperables dificultades en la España de su época. Las alusiones a cono-
cidos profesionales como el doctor Enrique Gutiérrez se acompañan de reflexiones
desilusionadas sobre las numerosas trabas administrativas y materiales que provo-
can, en muchos casos, el abandono del oficio: «Que mi respetuoso saludo vaya,
desde estas páginas, a la morada del noble médico don Enrique Gutiérrez, que no
encontrándose, acaso, con fuerzas para la lucha tenaz y dura que se impone a su
profesión, en todos los concejos de la patria, renunció a una carrera dignamente
ganada (…)» (Acuña, «Conversaciones femeninas. XVI. Industrias rurales» 1553).
En varias ocasiones denuncia la precariedad de las condiciones laborales de
los médicos rurales que no pueden cumplir con sus obligaciones debido a la esca-
sez de medios y que tienen que luchar contra la falta de reconocimiento por parte
de un Estado excesivamente centralizado, contra la ignorancia y la superstición.
Esta situación de postergación sanitaria refleja el peso abrumador del fanatismo
religioso alimentado por una institución eclesíastica hostil a la ciencia raciona-
lista. Al evocar el cuadro de enfermedades que afectan las poblaciones rurales,
estigmatiza «las idolátricas supersticiones del sensual catolicismo» como en el caso
de las comarcas de Arteijo y de Pastoriza en Galicia, en las que los habitantes
«viven sumidos en la ignorancia más completa de los fundamentales preceptos de
la salud» y donde casos de demencia y de epilepsis se curan a base de exorcismos.
Estos cuadros aterradores captados por la mirada sociológica y compasiva de su
autora, constituyen una indignada denuncia de la situación del total abandono
sanitario de algunas regiones españolas:
que, al ver a los habitantes de sus distritos empeñados en ejecutar este drama
espantoso, no rompen en mil pedazos sus nombramientos, prefiriendo morir
de hambre con su honra científica inmaculada antes que hacerse cómplices de
estos lentos y crueles asesinatos, donde no solamente perece el individuo y la
especie, sino que sucumbe algo que es más alto ¡la razón de nuestra humana
naturaleza que se hunde oscurecida por estas costumbres horribles! (Acuña,
«Los endemoniados» 1173-1174)
José Bolado ha señalado sus vinculaciones con la ciencia médica y las fre-
cuentes referencias a médicos a los que conoció: «A la vida», poema dedicado a
don Andrés del Busto y López, con motivo de su curación y el homenaje «A la
memoria de mi inolvidable amigo el doctor Delgado y Jugo»: «Delgado ha muer-
to dejando arraigada en nuestra patria la semilla de un arte elevado por él hasta
lo sublime: de un arte, acaso, el más difícil escollo de la ciencia médica, que con
tantos escollos cuenta» (Acuña, «A la memoria de mi inolvidable amigo el doctor
Delgado y Jugo» 649-650).
Sus viajes y recorridos a lo largo y ancho de tierras españolas, a veces por
rincones recónditos, se convirtieron en una exploración antropológica que nos
ha facilitado valiosos testimonios acerca de la situación humana y sanitaria. Estos
textos reflejan el profundo conocimiento que tenía esta mujer ilustrada acerca
de teorias científicas relativas a la evolución, la herencia y lo que podría llamar-
se la «proto-ecología».4 Una visión indudablemente influida por las lecturas de
las obras de Darwin, Haeckel y Spencer y que se plasmó, en su vertiente más
«ecológica», en su capacidad de análisis del entorno natural. Sus reflexiones se
fundamentan en postulados epistemológicos que están siendo debatidos en su
época y en un contexto que partía «de la creencia generalizada, proveniente de
las tradiciones empírica y racional ilustradas de que la ciencia encarna la clave del
progreso» (Cuñat Romero 229).
Las filiaciones de su pensamiento humanista y progresista con las ideas de
pensadores y científicos europeos y, en particular con las del denominado grupo
de los «idéologues» franceses cuya aportación vino de la mano de higienistas
como Felipe Monlau (1808-1871), son explícitas. Un elemento fundamental
de estas teorías «consistía en la consideración de la medicina como esa «ciencia
del hombre», como el único vehículo hacia la comprensión total no sólo de
los individuos sino también de las sociedades y de su funcionamiento» (Cuñat
Romero 78).
4
El concepto de proto-ecología, con el prefijo griego «prôtos» que expresa un estado de ante-
rioridad, ha sido acuñado por investigadores en el ámbito de las ciencias sociales. Merecen citarse
Camille Limoges y Pascal Acot que, al estudiar El origen de las especies de Darwin, han puesto de
relieve su papel en la historia de la constitución de la ecología. También habría que mencionar la
introducción por Haeckel en 1866 del término «oecologie» en el vocabulario científico.
108 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix
5
«¡La Montaña está de luto! Don Augusto G. Linares ha muerto y al lado de su cadáver debe
llorar con desconsuelo inagotable, toda alma que sienta el amor infinito de la Naturaleza…» (Acu-
ña, «Duelo. Augusto G. Linares» Obras reunidas III 797-798).
6
En sus contribuciones sobre la avicultura, Rosario de Acuña expone su proyecto de selección
de «una selecta raza de avecillas que rindan a la masa general del pueblo aldeano mayores productos
que los acostumbrados» («Avicultura femenina» 1385).
Solange Hibbs-Lissorgues 109
más las aves, de todas ellas , elegir en una y otra generación, las más ponedoras
y las que ofrezcan en su organismo los rasgos típicos de la raza progenitora;
entrecruzar estos individuos, desechando los flojos en postura y precocidad, y
si el cruce consanguíneo resulta, cruzar y cruzar sobre la misma familia (…) Así
se llega a formar las castas ponedoras por excelencia (…). (Acuña, «Las especia-
lidades en avicultura III» 1305-1306)
7
Recuerda López Piñero que «el reinado de Isabel II ha de ser considerado como una «etapa
intermedia» entre el hundimiento anterior y la modesta pero efectiva recuperación de las décadas
finales del siglo xix» (665).
8
Pedro Felipe Monlau fue comisionado como delegado médico español en la primera Confe-
rencia sanitaria internacional de 1851 y estuvo asociado al Consejo de Sanidad del Reino de 1847
a 1855. Francisco Méndez Alvaro, presidió la Sociedad Española de Higiene en 1882. La década de
1880 se caracterizó por una intensa labor de difusión de las corrientes higienistas con la aportación
de Luis Comenge, director del Instituto de higiene urbana de Barcelona, de Juan Giné y Partagás
y de Rafael Rodríguez Méndez, continuadores de la escuela de Felipe Monlau y que «desarrollaron
su intensa e influyente actividad en el campo de las ciencias médicas» (Alcaide Rodríguez «La intro-
ducción y el desarrollo del higienismo»).
114 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix
9
Remitimos una vez más al trabajo de tesis de Marta Cuñat Romero que nos proporciona
una esclarecedora y apasionante sintesis de la obra y de las aportaciones de Pedro Felipe Monlau.
El exhaustivo trabajo de Alcaide sobre revistas y publicaciones higienistas en el siglo xix ofrece un
detallado panorama de los medios y espacios dedicados a la higiene.
Solange Hibbs-Lissorgues 115
10
En uno de sus más líricos y vibrantes textos dedicados a las mujeres, «A las mujeres del siglo
xix», Rosario de Acuña las exhorta a enfrentarse con todas las pesadumbres y todos los poderes do-
minantes: «La libertad es nuestra redención. Este siglo xix, servido por las ciencias físico-químicas,
alentado por el gran principio de equidad, sintiendo el amor, no en paraíso de alucinados, sino en
las supremas leyes de la Naturaleza; caminando con plena conciencia de que avanza a suprimir el
dolor y a eternizar la vida, ha levantado a la mujer desde los linderos de la bestia a las fronteras del
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en España en el siglo xix
tensión emotiva. Desde las primeras líneas se presenta una visión panorámica
y detallista de la putrefacción física y moral: «Es el padecimiento larvado de la
pobreza sucia, acusando al olfato su presencia, y su cortejo de enfermedades in-
fecciosas y de organismos deformes» («Los endemoniados» 1164).
El contraste entre el escenario grandioso y el abandono de los habitantes
acentúa la dimensión trágica, y la presencia en segundo plano de una capilla ló-
brega anuncia el sainete:
El escenario es grandioso: cerrado, por una parte, con las colinas revestidas
del suave verdor de los campos gallegos y, por otra, con la llanura azul del At-
lántico. El primer término es una capilla de piedra, húmeda, lóbrega, sin más
entrada que una puerta baja y estrecha; al exterior, en un rincón con forma de
alberca, se hacina un montón de huesos y calaveras revueltas, confundidas y
con esa mueca que ofrecen los desnudos cráneos humanos vueltos hacia los cie-
los, como si les mandasen con su risa sin ecos la protesta muda de las demencias
que miran a su alrededor. («Los endemoniados» 1165)
12
Marta Cuñat ha recalcado cómo el desarrollo de la higiene se vio influenciado por los avances
Solange Hibbs-Lissorgues 119
de la estadistíca, que se había convertido, a principios del siglo xix en una herramienta de visibilidad
y de censo de relevante utilidad social (70).
120 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix
[…] el tubérculo, ese nódulo que invade, corroe y transforma en detritus el ór-
gano donde se afirma, se extiende en legión invasora lo mismo en los meninges
cerebrales que en los ganglios mesentéricos que en los lóbulos pulmonares […].
Allí está, vertiendo la supuración corrosiva generadora en el torrente circulato-
rio, llevando a todos los senos donde se producen las fuerzas vitales el aliento
fétido de sus productos morbosos que las agotan y petrifican. Allí está el tu-
bérculo limando energías asimiladoras, royendo vigores intelectuales, restando
elementos de poder y de Resistencia para desenvolver las actividades humanas.
Allí está el tubérculo sembrando en las generaciones que nacen la miseria fisio-
lógica, o sea el destino de ser vencido en la lucha por la existencia. (Acuña, «La
tuberculosis I» 1335)
13
Véase López Piñero, pp. 674-675.
Solange Hibbs-Lissorgues 121
Todo esto y cien casos similares, ¿No será posible que los remedie el caci-
cato? Con el prestigio de su poder que cite el amo de cada localidad junta de
vecinos y haciéndolos sentir el peso de su autoridad, con las leyes de sanidad en
la mano y en la otra el látigo de su influencia caciquil, dicte un breve decreto
de limpieza y saneamiento, con pocos artículos, pero radicales. Esto respecto a
la higiene privada del hogar; respecto a la pública, fuentes, lavaderos, cemen-
terios, etcétera, aún puede hacerlo más fácilmente, pues casi todo depende del
poder central. Item más: que ordene el reparto de cartillas higiénicas […], car-
tillas que sólo ofrezcan dos o tres asuntos de higiene esencial, particularísima al
individuo y al hogar […] que las aprenda de memoria, como romance de ciego,
la familia campesina. (Acuña, «La tuberculosis IV» 1357)
14
Nos referimos más precisamente a Elementos de higiene pública o arte de conservar
la salud de los pueblos, obra publicada en 1847, e Higiene industrial (1856), memoria en
la que presenta una serie de medidas como el reparto de cartillas higiénicas, libritos o
compendios divulgadores con nociones básicas de higiene. También recomienda las vi-
sitas de médicos inspectores que pueden desempeñar el papel de celadores de la higiene,
la descentralización de fábricas y talleres por ser las condiciones de vida en el campo más
propicias que en la ciudad (Cit. en Cuñat Romero 206-208).
122 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix
la vida privada y explicaciones más técnicas con respecto a los posibles agentes
de contaminación. Un lenguaje adecuado a la dimensión sociológica del tema
alterna con descripciones líricas e incluso poéticas: «Y si la luz entibia, purifica y
robustece las energías musculares y el aire alimenta, nutre y fecunda los vigores
sanguíneos, el agua, ese blando y suave tapiz que extendió la Naturaleza sobre
una parte de nuestro planeta, endulza y regulariza la actividad de nuestras vís-
ceras (…)» (Acuña, «La higiene» 763).
El recorrido por las sendas de la higiene retoma elementos de la doctrina
privada construida sobre el esquema de la tradición galénica. Una tradición que
establecía en el estudio de la fisiología, una distincción entre los componentes
del cuerpo humano o res naturales como los órganos y los humores y los res non
naturales como el aire, la comida y la bebida, el descanso, incluso los movimien-
tos del alma… Esta visión conlleva los habituales preceptos higiénicos basados
en la templanza y la moderación. La cuidadosa elección de alimentos naturales,
así como la práctica del ejercicio físico durante excursiones en el monte compo-
nen la «cartilla» higiénica propuesta por Rosario de Acuña que no escatima sus
condenas del alcohol y de las diversiones en tabernas y «en las sofocaciones de
la gula y de la lujuria» (Acuña, «La higiene» 771). Advertimos en estas palabras
cierto solapamiento entre higiene y moral presente en muchos textos de higie-
nistas como Monlau, Giné y Partagás. Una moral que, en el caso de la autora
de la conferencia, responde a una misma finalidad: el perfeccionamiento del ser
humano en armonía con los equilibrios vitales de la naturaleza. El fortalecimiento
de la inteligencia racional, meta insoslayable para Rosario de Acuña, supone la
conducta de su vida y la integridad física y mental: «Y la lucha humana no está
basada en esta o en la otra fórmula social, ni en este o el otro método de conducir
a los hombres; la lucha humana tiene su fundamento inconmovible entre la salud
y la insania. Asegurad vuestra salud y aseguraréis el triunfo de vuestros ideales»
(Acuña, «La higiene» 772).
Este texto ejemplar por la coherencia en el pensamiento, refleja la fuerza
del compromiso humanista de Rosario de Acuña, su empática comprensión del
entorno y de los seres humanos. Un compromiso apasionado que se expresa me-
diante un lenguaje religioso, propio del humanismo y de la búsqueda espiritual
que nos recuerda su proximidad con el krausismo.15
15
Muchas referencias a la «sublime higiene» la asemejan a una religión cuyos preceptos son «su-
blimes» y que lleva a las almas y a los cuerpos «el sagrado beso de la salud moral y física». Con cierto
sentido del humor, habitual en ella, sugiere que «hay que descolgar de las paredes de la casa obrera
las estampas de un san Roque y poner en ellas con la limpieza, el trabajo y la honradez, la imagen
de la higiene» (Acuña, «La higiene» 775).
124 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix
Obras citadas
Acot, Pascal. «Darwin et l’écologie.» Revue d’Histoire des Sciences, Tomo 36, N° 1, 1983,
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Acuña, Rosario de. Obras reunidas. I. Artículos (1881-1884), José Bolado (ed.), Oviedo,
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–––«En el campo. VIII. El trabajo (El estudio).» Obras reunidas I, Artículos (1881-1884),
José Bolado (ed.), 2007, pp. 775-786.
–––«La educación agrícola de la mujer.» Obras reunidas I, Artículos (1881-1884), José
Bolado (ed.), 2007, pp. 657-683.
–––«Las especialidades en avicultura III.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923), José
Bolado (ed.), 2007 pp. 1303-1309.
–––«Conversaciones femeninas. XI. Pseudosabiduría.» Obras reunidas II, Artículos (1885-
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–––«Avicultura popular I.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923). Ed. José Bolado,
2007, pp. 1311-1321.
–––«Avicultura popular II.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923). Ed. José Bolado,
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–––«A las mujeres del siglo xix.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923). Ed. José Bola-
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–––«Los endemoniados de Arteijo y el santuario de Pastoriza.» Obras reunidas II, Artículos
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–––«La tuberculosis del pueblo montañés I.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923).
Ed. José Bolado, 2007, pp.1331-1335.
–––«Conversaciones femeninas. I. Absentismo.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923).
Ed. José Bolado, 2007, pp. 1397-1401.
–––«Conversaciones femeninas XII. Buenos y sabios.» Obras reunidas II, Artículos (1885-
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–––«Conversaciones femeninas. XIV. Los enfermos.» Obras reunidas II, Artículos (1885-
1923). Ed. José Bolado, 2007, pp. 1485-1490.
Solange Hibbs-Lissorgues 125
–––«Avicultura femenina.» Obras reunidas, II, Artículos (1885-1923). Ed. José Bolado,
2007, pp. 1373-1386.
–––«Los endemoniados de Arteijo y el santuario de Pastoriza.» Obras reunidas II, Artículos
(1885-1923). Ed. José Bolado, 2007, pp. 1161-1188.
–––«Vivir para los demás.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923). Ed. José Bolado,
2007, pp. 1031-1035.
–––«Discurso de doña Rosario de Acuña leído en el Ateneo-Casino Obrero de Gijón en
la noche del 15 de septiembre de 1888.» Obras reunidas III. Ed. José Bolado, 2008,
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–––«La higiene en la familia obrera.» Conferencia dada en el Centro Obrero de Santander
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–––Obras reunidas IV. Cuentos, cartas y teatro. Jose Bolado (ed.), KRK Ediciones, 2009.
–––Obras reunidas V. Lírica y otras prosas. José Bolado (ed.), KRK Ediciones, 2009.
Alcaide Rodríguez, Rafael. «La introducción y el desarrollo del higienismo en España
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Bolado, José. «Introducción. Rosario de Acuña, escritora y vida aventurada.» Rosario de
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López Piñero, José. «La medicina y la enfermedad en la España de Galdós.» Cuadernos
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Nieto Blanco, Carlos. «La filosofía de la naturaleza de Augusto Gónzalez Linares (1845-
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MEDICINA, INSTRUCCIÓN Y REGENERACIÓN:
LOS RELATOS DE VIAJE
DE CALATRAVEÑO Y VALLADARES (1898) Y
TOLOSA LATOUR (1908)
1. Introducción
Los relatos de viaje han sido a lo largo de la historia una forma con la que pro-
pagar, a través del entretenimiento y la imperiosa necesidad de fomentar y saciar
el interés sobre lo desconocido, ideologías, estéticas, ideas económicas y políticas,
avances científicos, modas artísticas y, en el campo de la medicina, diagnosis,
prácticas quirúrgicas, avances clínicos y asimismo instruir sobre el camino que
debía tomar la sociedad y la política en materia de medicina social.1 El siglo xix
no fue una excepción a estas prácticas de los galenos, continuando así con la ob-
sesión taxonómica, el carácter educativo y el poder de la imagen de la tradición
dieciochista (Bleichmar 26-7), a pesar de que ya a finales del xix los modelos del
relato de viajes fueran paulatinamente cambiando.2 La prensa en este sentido fue
uno de los actantes responsables de tales cambios, sobre todo con la propagación
de las ilustraciones y posteriormente la fotografía. Hasta entonces, como comenta
Bas Martín «[…] los libros de viajes se convirtieron en el caleidoscopio en el cual
mirar más allá de nuestras fronteras, en el espejo en el que comprender lo más ob-
jetivamente posible, la cultura, economía, sociedad, política y modos de vida de
1
Véase a este respecto la clasificación de los libros de viaje propuesta por Roussel-Zuazu, 2010.
2
A tenor de las múltiples referencias existentes a De Madrid a Nápoles (1861) en los libros de
viajes de finales del xix, Alarcón se convierte en uno de los referentes del relato de viaje. No fueron
ajenos Calatraveño (1898) y Latour (1908) a las narraciones de Alarcón, quedando expresa su ad-
miración por este relato de viajes.
128 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
3
El mismo Tolosa Latour justificaba su colaboración, que con el título de «Apuntes científicos»
publicó en la revista el Semanario farmacéutico, alegando que en «el movimiento científico en la pre-
sente época, son tan numerosas las experiencias, tan atrevidas las hipótesis y tan esenciales algunos
importantes descubrimientos llevados a cabo por incansables sabios extranjeros, que difícilmente
puede darse extensa cuenta de todos y cada uno de aquellos en las columnas de los periódicos
científicos españoles cuyas tareas son tan generales como variadas (253). Curiosamente Rodolfo
del Castillo —autor de Apuntes de un viaje a Italia (1882)—, creó y dirigió la revista La Andalucía
Médica: revista médico-quirúrgica, fotográfica y de ciencias accesorias, en cuyo primer número de 1876
explica que «La necesidad de publicaciones científicas, se hace cada día mas indispensable, si hemos
de marchar en armoniosa paz con las corrientes de la época» (cit. en Fernández Dueñas 448-449).
4
Publicaciones destacadas serían El cristianismo o La caridad, revista de corta vida que se publi-
có en 1877 perteneciente a la Asociación Nacional para la Fundación y Sostenimiento de Hospitales
de Niños en España, y en su «sección literaria» incluía artículos de higiene doméstica, educación
moral, literatura y Bellas Artes; o La Voz de la Caridad. En esta última destacaría la figura de Con-
cepción Arenal como garante de esa caridad que buscaba en la segunda mitad del siglo xix corregir
los defectos sociales derivados de una cada vez más insalubre industrialización (véase a este respecto
el trabajo de Simón Palmer, 2014). El mismo Latour recomendaba en la prensa leer el Manual del
visitador del pobre «de la inolvidable Concepción Arenal, busquen aquellas páginas sublimes que
con el título de La voz de la caridad escribió en medio de la indiferencia de sus contemporáneos
y verán cómo logran hacerse dignas del amor y de la admiración de todos sin prodigar mimitos
estudiados» («Mimitos» 7).
5
El viaje no es nada nuevo en la historia de la medicina. De hecho, la proliferación de publi-
caciones periódicas de medicina, así como la organización de congresos internacionales y la agru-
pación de especialistas de la medicina en asociaciones y sociedades científicas tales como la Real
Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid en 1847; Sociedad Nacional de Gineco-
logía, Obstetricia y Pediatría en 1873, o en México, por ejemplo, la Academia Mexicana de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales en 1895 (Saldaña 142) hicieron que los viajes no fueran tan necesarios
como en siglos anteriores. Aun así, el siglo xix bebió de esa necesidad viajera producto del colo-
nialismo y de los avances científicos derivados del asentamiento de las nuevas naciones imperiales.
José Manuel Goñi Pérez 129
zados para niños, así como la necesidad de establecer médicos pediatras utilizando
para ello conceptos en boga como el bienestar social, las clases sociales, la educación
o la regeneración de la raza.6 Algunos médicos, como fuera el caso de Rodolfo del
Castillo, utilizaron este género ora para defender la calidad de la medicina en Es-
paña, los menos, ora como acicate a las nuevas generaciones y a los individuos que
podían cambiar, a través de la filantropía y la dadivosidad, el rumbo de las prácticas
médicas en España y el conocimiento médico que tenía la burguesía lectora, ya que
para algunos de estos galenos la vulgarización se convirtió en uno de los elementos
de mayor preponderancia en una sociedad cambiante que prestaba cada vez más
atención a la palabra escrita, a las imágenes de la prensa ilustrada y a la política so-
cial.7 Medicina, sociedad y política irán pues unidos como un tratado en ese intento
por establecer los estelos de esa modernidad imparable que se iría paulatinamente
fraguando en la España de la segunda mitad del siglo xix.8 La literatura serviría
como acólito a este tríptico, pues fue percibida y valorada por la profesión médica
como un instrumento, cuasi-quirúrgico, con el que poder adoctrinar, penetrar en
el individuo y, por lo tanto, curar imbuyendo. Si Latour al hablar a sus amigos doc-
tores italianos que tanto hicieron por los niños dice de ellos que fueron eminentes
doctores y «propagandistas de hecho» (Olas y brisas 45), lo mismo puede decirse de
Calatraveño y del mismo Latour, entre otros médicos españoles.
Uno de los elementos más significativos de estos relatos de viaje es la impron-
ta que dejaron, al adentrarse estos respetados profesionales de la medicina en el
6
Ramírez Vas en su trabajo «Necesidad de dar más amplitud al estudio teórico y práctico de las
enfermedades de la infancia», publicado en El estandarte médico en 1855 —según el trabajo de Peral
Pacheco y Sánchez Álvarez, de donde cito— «aboga por la especialización en pediatría, con centros
específicos para niños» (113). Peral y Sánchez advierten de que «aunque los primeros tratados sobre
pediatría en España hay que buscarlos dos siglos antes, los programas de enseñanza tardaron en
reflejar la nueva tendencia. La primera cátedra de pediatría en España data de 1887 y el primer hos-
pital pediátrico, el Niño Jesús, de Madrid, es de 1876» (113). Ramírez Vas publicaría en 1852, con
la intención de que se convirtiera «en texto escolar, cosa que no fue posible» (Peral Pacheco 110), su
obra Compendio de higiene o arte de conservar la salud.
7
Fueron determinantes en el siglo xix los «médicos e higienistas; también, pedagogos, juristas
y reformadores sociales, sin olvidar la filantropía, la caridad, y la actuación de mujeres que empeza-
ron a participar activamente en el desarrollo social como fue, por ejemplo, el caso de Concepción
Arenal», para que la medicina infantil fuera percibida como una «ciencia social» (Zafra y García
«Historia» 236 y Zafra y Medino «El nacimiento» 11).
8
A este respecto hay que tener en cuenta la proliferación de las cartillas de higiene infantil y
de lactancia en el último tercio del siglo xix y principios del xx, tales como Cartilla sanitaria de
higiene de la primaria infancia (1898) de José María Gorostiza; Higiene del embarazo y de la primera
infancia (1907) de Manuela Solís y Claras; o Cómo se cría un niño. Tratado práctico de puericultura
(1907) de Eduardo Toledo y Toledo. Allende los mares, la Cartilla de Higiene (1886) del doctor
puertorriqueño Francisco del Valle y Atiles, abogaría tanto por la higiene individual como la colecti-
va. Como comenta con gran acierto Hernández Delgado, la higiene para Valle y Atiles representará
«una especie de antídoto contra el desorden en la sociedad. Por eso el autor plantea que se utilizará
esta «Cartilla» para «perfeccionarse» y lograr curarse de los males de una sociedad vil y corrompida.
[...] a través de una buena higiene tendremos un progreso ordenado» (6).
130 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
9
Bas Martín comenta con acierto que «España continúa estando muy alejada del interés que
el género de la literatura de viajes ha despertado en otros países europeos» («Los repertorios» 10).
10
Hay que destacar el esfuerzo de algunos de estos libros científicos de viaje para recordar al
lector que sus trabajos no eran de entretenimiento sino de conocimiento, separándose así de cual-
quier posible lectura de viajes de carácter ficcional, pero no sin dejar de lado cierto exotismo (véase
a este respecto Goñi, 2012).
11
Entre estas ausencias, destaca la de Bertrán y Rubio (1838-1909) de quien poco sabemos a
pesar de su relación con la literatura. Recordemos así obras como Croquis humanos: Cuentecillos y
bocetos de costumbres (1878) o El doctor Storm (1909).
12
Véase a este respecto «Medicina y literatura en el mundo hispánico» (Goñi, 2018).
José Manuel Goñi Pérez 131
13
Los esfuerzos a este respecto de Tolosa Latour han sido estudiados por Rodríguez Pérez («Ma-
nuel Tolosa», especialmente las páginas 364-370).
14
Mi agradecimiento al Medical Humanities (Wellcome Trust), por haberme otorgado una beca
de investigación (105487/Z/14/Z) sin la cual este trabajo no hubiese sido posible.
15
Escribió, entre otros trabajos, libros como Los niños que sufren (1901-1904); Un estudiante de
medicina; poemita en varios cantos (1880), o el «Prólogo» a Monografía acerca de la difteria (1889).
132 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
16
Ante tal interés por la infancia y la madre no es de extrañar que entre 1883 y 1884 Tolosa
Latour dirigiera la revista La madre y el niño, una publicación periódica que se sumaría a otras tantas
que ahondaron en cuestiones de higiene, del cuidado de los niños, de su protección y de su forma-
ción tanto física como intelectual y moral, y de la regulación laboral de los menores. Atrás quedaba
la llamada «Ley Benot», del 24 de julio de 1873 (Véase La Gaceta de Madrid, año CCXII, número
209, lunes 28 de julio de 1873, tomo III, p. 1183, y cuya proposición de Ley data del 26 de octubre
de 1872 «Proposición de ley, del Sr. Becerra, sobre mejora de las condiciones morales de las clases
obreras» Diario de las Sesiones de Cortes. Congreso de los diputados, Legislatura 1872-1873. Apén-
dice vigésimo tercero al N.º 37, de 1 a 2. Ya durante los primeros años de la Restauración algunas
revistas, como el Monitor (1886: 973), resumían los avances históricos sobre las regulaciones del
trabajo de los niños en Alemania y en Francia. No hay que olvidar a este respecto que publicaciones
como el Boletín de la Sociedad Protectora de los Niños que data de 1881, La Escuela Moderna. Revista
Pedagógica Hispano-Americana de 1891 o el mismo Boletín de la Institución Libre de Enseñanza de
1887 abordaron este problema endémico. De sus páginas concluyen que el término protección
infantil encerraba todos los elementos que pudieran contribuir a su mejora y desarrollo, de ahí que
las colonias, las excursiones y los sanatorios fueran desde la educación infantil todo uno. Estudios
como los de O. Meyrich Nuevos estudios sobre la higiene doméstica de los escolares, o las sesiones cele-
bradas por la Sesión de Higiene de la Sociedad de Maestros de Leipzig, o avisos y precauciones de las
enfermedades como el sarampión, la escarlata y la difteria, o las inspecciones sobre la higiene en las
escuelas de Dresde (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza Año xxi, 30.04.1897, N.º 445), eran
resúmenes que provenían, por ejemplo, de la Revista de higiene escolar de Hamburgo. A este respec-
to, Rodríguez Pérez comenta al estudiar la primera colonia escolar de 1887, que «desde las páginas
del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza [...], Rafael Torres Campos (1884) se lamentaba de
que nuestro país no dispusiera de centros marinos para acoger a niños anémicos o víctimas de la
escrófula que les condenaba a una muerte casi segura. Afirmaba en sus textos que estaba demostrado
que la vida a orillas del mar y bajo un régimen de alimentación abundante y sana, permitía fortificar
las constituciones débiles y enfermas. Tomaba como ejemplo los excelentes resultados alcanzados
en los sanatorios habilitados en las costas francesas e italianas» («La primera colonia» 412-413).
Hay que precisar que los sanatorios marítimos no son los precursores de las colonias escolares en
España, ya que «El Museo Pedagógico de Instrucción primaria, años más tarde Museo Pedagógico
Nacional, había fundado de forma oficial las colonias escolares en el verano de 1887» (Rodríguez
Pérez, «Salud, higiene» 177).
17
En la Conferencia de Extensión de Cultura Médica, celebrada en la Real Academia de Medi-
cina, en 1907, Tolosa Latour hacía un recorrido por la situación de las escuelas y la higiene en Espa-
ña desde mediados del siglo xix, un recorrido no muy halagador en el que daba cuenta de muchas
voces que pusieron su empeño en el desarrollo de un sistema escolar adecuado para el crecimiento
de los niños: «A qué seguir, si cuanto se exponga y se denuncie está muy por debajo de la espantosa
realidad. En tales tugurios no es posible que reinen ni la limpieza, ni la disciplina, ni la alegría, las
tres condiciones para la vida normal escolar» («La vida en la escuela» 12).
José Manuel Goñi Pérez 133
algo más sutil a la de, por ejemplo, el «médico de los locos», José María Esquerdo,
aunque no por ello menos escrupulosa y directa. Mucho más severas fueron, por
otro lado, las demoledoras críticas a la España finisecular de Calatraveño en la
conclusión de su obra. Las palabras de Esquerdo son iluminadoras sobre la opi-
nión que se tenía en estos años sobre la clase política:
Acabo de recorrer media España y no he oído más que una sola voz, la voz
del pueblo, que pide se vayan de una vez, para no volver más, los que nos han
desgobernado, empobrecido y conducido a la derrota. Esa es la opinión uná-
nime en todas las provincias. Un fallo condenatorio en bloque, sin conceder
siquiera a los culpables el honor de juzgarles separadamente, de citar uno a uno
a los Gobiernos que se han sucedido en el período de veinticinco años. (Dr.
Esquerdo, 29.09.1898)18
Sin querer adentrarme en disquisiciones teóricas que están lejos del propósito
de este trabajo, es necesario precisar algunos aspectos específicos sobre el género
del que tratamos. Luis Alburquerque-García en sus trabajos de 2006 y 2011 ha
explicado con suma precisión algunos de estos elementos. El relato de viaje tendría,
18
Estas críticas sirvieron a su vez de contrapunto a esas crónicas encomiásticas sobre España en
sus diversas participaciones en las Exposiciones Universales que laudaba la prensa periódica desde
un arbitrio de dudosa equidad. Véase a este respecto Pageaux «Las exposiciones» y «Ecos» (2013).
134 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
según este autor, tres rasgos esenciales que lo distinguen de otros géneros similares:
a saber, «(1) son relatos factuales, en los que (2) la modalidad descriptiva se im-
pone a la narrativa y (3) en cuyo balance entre lo objetivo y lo subjetivo tienden a
decantarse del lado del primero, más en consonancia, en principio, con su carácter
testimonial […] El relato factual nace, se desarrolla y termina siguiendo el hilo de
unos hechos realmente acaecidos que forman su columna vertebral» («El relato de
viajes» 16-17). El viaje, la descripción o écfrasis de todo lo que le rodea —o en el
caso de Latour y Calatraveño, como ellos mismos indican, de todo lo que le inte-
resa al viajero—, definen el texto escritural. Alburquerque identifica asimismo dos
aspectos «que apuntalan […] la índole del género» derivados de los tres anteriores,
la paratextualidad y la intertextualidad, marcas que «actúan en cierta manera como
el correlato de la factualidad del texto, de las que se sirven los autores para hacer
explícita la autenticidad de su contenido» (18). La relación entre el narrador-autor-
lector cobra una dimensión distinta en los relatos de viaje, como es también el caso
de los epistolarios, las memorias o los diarios. Esta relación está muy presente en la
temporalidad de la información dada en el texto escrito, pues en el relato de viaje
de los galenos estudiados en este trabajo los dos tiempos, el de la escritura y el de la
lectura, no han de diferir en demasía, pues de otra el propósito adoctrinador y per-
suasivo de los relatos dejaría de tener el impacto deseado.19 Para Alburquerque, la
modalidad factual sería la que diferencia al relato de viajes de las novelas de viaje, de
modalidad ficcional, «entre las que tendrían cabida novelas de aventuras, de ciencia
ficción, utopías, etc.» (21). Asimismo, y teniendo en cuenta en su trabajo las dos
funciones del discurso que caracteriza a estos relatos de viaje, la representativa y la
poética, y a que ninguna de las dos sobresale en los relatos de viaje, Alburquerque
sostiene que «durante mucho tiempo han sido considerados como libros de un in-
negable interés histórico-documental, pero de escaso o nulo valor artístico-literario,
con el consiguiente desinterés y preterición de la crítica y de las historias de la lite-
ratura» («Los libros» 72).
A pesar de las vagas lindes que separan los géneros narrativos, es preciso aña-
dir que la ficción es también uno de esos actantes que, capaz a la vez de rescribir y
de reescribir con una visión crítica o propagandística, recrea los acontecimientos
históricos comunes a través de las experiencias individuales de quienes o bien
participaron de un hecho histórico o bien participaron de él a través de las cró-
nicas, las opiniones en prensa o los ensayos: son los angostos lindes que separan
la historia vivida de la historia narrada. A la historia vivida es a la que pertenecen
los relatos de viajes de los galenos aquí analizados. Estos relatos se acercan a esa
19
Dejo al margen en este sucinto bosquejo las disquisiciones sobre la literariedad y el concepto
de literatura personal del yo. Para una profundización sobre la relación entre el yo escritural y la
temporalidad narrativa de la carta, la memoria y el diario véase Goñi, 2010, especialmente las
páginas 108-129.
José Manuel Goñi Pérez 135
parte de las llamadas fuentes históricas, aunque no lo sean; mientras que forma
parte, aunque no lo hayamos decidido así, de nuestro conocimiento histórico
sobre un hecho. La fuente histórica busca la verdad de un hecho; la narrativa his-
tórico ficcional juega con esa búsqueda de la verdad. Ambas vertientes conforman
el nivel ontológico de nuestro conocimiento; la literatura participa de ese conoci-
miento creando un mundo paralelo que no explica la historia, sino que la utiliza;
no la imita, sino que la aprehende y la posee. Una narración que según Ricoeur
«es narrarla como si hubiese acontecido» (913) —esto es, argumentum, nada nue-
vo por otro lado—, pero sin llegar a saber si aconteció o no, y lo que es aún más
significativo, sin que los lectores tengamos la necesidad de saber si ocurrió o no, o
si de haber ocurrido, ocurrió de tal suerte. De ahí que el conocimiento histórico
no esté ligado al concepto de verdad histórica, ni determine la posibilidad de
llegar al concepto global de Verdad que ya desde la segunda mitad del siglo xix
fuera piedra de toque en los debates intelectuales y en los nuevos límites de la
realidad que se esbozaban a la luz de los descubrimientos de la ciencia y al amparo
de un positivismo necesario para la incipiente modernidad que veía en la ciencia
la irrefutable prueba que necesitaba el mundo occidental.20
El escritor de la novela histórica, de la novela de viajes, incide —sabedor de ese
pacto de lectura— en el juego que transgrede nuestro conocimiento de la historia
con específicas estrategias narrativas. Esta habilidad inherente a la narración y acen-
tuada por la habilidad del escritor al confeccionar en muchos casos un entramado
de relaciones híbridas entre lo inventado y lo factual, hace que la verosimilitud sea
un elemento de suma importancia —hasta la llegada de la tardía postmodernidad a
las letras españolas— y que esté siempre en el centro del juego narrativo.
La narrativa juega con la verdad a través de los conceptos de la simulatio y la
dissimulatio,21 sin olvidar que estos dos conceptos son voluntariamente parte de la
selección del narrador de los relatos de viaje. El mismo Tolosa Latour elige en sus
viajes aquello que quiere descubrir, que quiere pintar pues su intención es la de
persuadir al lector ocultando, a su vez, lo que no le facilita tal misión; de ahí que
la elocutio —una de las cinco partes de las que estaba compuesta la retórica—, sea
esencial en estos relatos de viaje, pues es la disposición y elaboración lingüístico-
verbal del discurso, la marca textual que confiere credibilidad al relato.
Parte de la crítica, tiende a identificar el juego con la verdad, al abordar la
historicidad de la ficción y los conceptos aquí desarrollados, con la verdad misma
o la búsqueda de esta. Algunos críticos han caído de lleno en el seno del mismo
juego que la literatura propone, como demuestra, por poner un ejemplo, la ex-
plicación de Lourdes Ortiz quien se apoya tanto en el concepto subjetivo de «las
Polyanthea: «Simulo et dissimulo ita differunt: simulamus enim esse ea quae non sunt, dissi-
21
O poeta é um fingidor.
Finge tão completamente
Que chega a fingir que é dor
A dor que deveras sente (46)
22
«In amicitia autem nihil fictum est, nihil simulatum et, quidquid est, id est verum et volun-
tarium» (8).
José Manuel Goñi Pérez 139
23
«Así que, siendo verdadera la definición de Aquilino se ha de apartar de todas nuestras ac-
ciones el engaño y disimulación. De modo que el hombre no fingirá, ni callará cosa alguna por
comprar ni vender con más conveniencia» (trad. de Manuel Valbuena. Obras completas de Marco
Tulio Cicerón, T. IV, p. 178). Sobre la problemática de estos dos términos desde el punto de vista de
la medicina véase el interesante discurso de Costantino Ciallella y Raffaella Rinaldi, 2009.
140 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
24
Gorostiza en su Cartilla sanitaria de higiene de la primera infancia explica que no siendo todavía
España consciente de la importancia de la higiene «[…]el pueblo está dominado por infinidad de
preocupaciones, muchas de ellas peligrosas, que son una de las principales causas de las enfermedades
de la infancia, que unidas al criminal abandono e indiferencia de muchos padres, dan clara explicación
de la mortalidad aterradora de los niños. En otras naciones han existido estos mismos defectos, pero
la constancia en corregirlos, por medio de la enseñanza y la generalización de los preceptos higiénicos,
ha contribuido poderosamente a disminuir el mal» (6). Gorostiza iría aún más lejos, advirtiendo que
sin hacer caso de las recomendaciones del médico se acude a «conjuros, exorcismos, axpersiones y otras
prácticas» ya que piensan que las enfermedades de sus infantes se deben a «maldiciones, maleficios,
mal de ojo y otra porción de supercherías» (32). De ahí que Latour luchara a través de La madre y
el hijo por instruir a las familias con casos relatados por médicos acerca de la falta de confianza en la
medicina, como los del Doctor Benavente «Errores populares: Teta y gloria» (2-4). Como afirma Loredo
Narciandi y Belén Jiménez Alonso «la puericultura representó la penetración de los expertos donde
antes existía una mezcla de creencias populares e influencia desigual de consejos médicos diversos en
unas u otras capas de la sociedad. En el contexto de las reformas sociales características de los Estados
nacionales de la época, ahora se intentaban desterrar dichas creencias implantando en toda la sociedad
unas mismas pautas para criar a los niños, basadas en la ciencia. En Europa y en los países de Amé-
rica del Sur seleccionados, fueron los médicos quienes protagonizaron este proceso aconsejando a las
madres cómo cuidarse durante el embarazo, qué hacer durante el parto, cómo alimentar a sus bebés,
cómo vestirles, qué pautas de sueño imponerles, cómo actuar ante las enfermedades, etc. Varios de los
autores que hemos tomado en consideración subrayan que no basta el amor materno, instintivo, para
criar hijos saludables: hace falta formación y asesoramiento» (1958).
José Manuel Goñi Pérez 141
25
Ya en la prensa ilustrada y tras la muerte de Tolosa Latour se hacía referencia a que con él
surgiría «una generación de médicos paidólogos brillantísima: Benavente, Ulecia, Benítez, Martínez
Vargas, Carazo, González Álvarez, Fernández Gómez, Hernández Briz, etc., (Fernán Pérez 60). A
los que cabría añadir García del Real, Gómez Ferrer, Borobio, Luis Moragas Pomar, Farrióls Angla-
da, Viura, Guerra Estapé, García Mansilla, Francisco Ledesma y Ribas Perdigó. Véase a este respecto
Granjel, «Pediatría española ochocentista» 7.
26
Se contabilizan hasta la fecha al menos 6 ediciones entre 1880 y 1897, siendo esta última
ilustrada por Comba: «obra popularísima acaba de ser lujosamente reimpresa por el autor, desti-
nando el producto de la venta a beneficio del Sanatorio marítimo de Santa Clara, recientemente
inaugurado en Chipiona a expensas del filántropo doctor y escritor amenísimo que hizo popular
el seudónimo de El Doctor Fausto. Al recomendar a nuestros lectores la adquisición de esta obra,
enviamos doble enhorabuena a nuestro querido amigo el Dr. Tolosa por la obra literaria, que es a la
vez una obra de caridad» (Blanco y Negro, 27.11.1897, 18).
27
Tolosa Latour colaboraría con amenos resúmenes acerca de los descubrimientos científicos
más significativos y noticias de interés en publicaciones como el Semanario farmacéutico. En el
número del 08.04.1877, cuando Latour contaba con veinte años, comenta en la sección «Asun-
tos científicos» que la ingente cantidad de trabajos científicos, vitales descubrimientos y «atrevidas
hipótesis» hace difícil que pueda «darse extensa cuenta de todos y cada uno de aquellos en las co-
lumnas de los periódicos científicos españoles cuyas tareas son tan generales como variadas». Con-
siderando esencial divulgar al público ilustrado «ligera pero claramente, los principales fenómenos,
los más culminantes experimentos, las más brillantes conclusiones» científicas (253).
142 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
para con los niños enfermos y pobres, así como la utilidad del libro, pues —lejos
de reflejar como turista los sitios visitados—, este libro de viajes es «un estudio
interesante y útil de los sanatorios y dispensarios que ha visitado, con objeto de
sacar de sus estudios aplicaciones prácticas para nuestro país» (La correspondencia,
06.03.1908, 3). La prensa juzgaba ya estos relatos de viaje como documentos
pseudo-científicos en los que su reflexión se aderezaba con el entretenimiento y
la didáctica.
Estos autores y sus relatos de viaje han tenido en las modernas historias de la
literatura poca relevancia; y parca, aunque mayor, en ese mapa cultural decimonó-
nico aún en construcción. Las razones de la publicación de estos relatos de viajes
fueron muy diversas y en muchos casos contribuyeron a establecer copiosas com-
paraciones entre distintas prácticas médicas. Comparaciones como luego veremos
que si algunas veces fueron positivas, en otros casos dejan entrever un halo crítico
para con la situación médica en España y la desidia y lentitud con la que se llevaban
a cabo proyectos tan necesarios como la construcción de los Sanatorios marítimos
infantiles.28 El motivo del viaje como entretenimiento se convirtió en algunos casos
en mera excusa para alcanzar a buena parte de la sociedad lectora que, a través de
los Ateneos, los Casinos, las Conferencias públicas y las revistas ilustradas estaban
al tanto de esa vorágine científica que impregnó a todos en la segunda mitad del
siglo xix.29 Sin adentrarnos en las conferencias y los discursos de corte ideológico, a
los que fueron asiduos tanto Rodolfo del Castillo y Fernando Calatraveño, como el
mismo Tolosa Latour, estos tuvieron —al margen de sus investigaciones y prácticas
científicas— un elemento en común: supieron ver en el relato de viaje a ese feraz
aliado en la vulgarización médica y en la educación social.
28
Como advierte Rodríguez Pérez, a los centros marítimos se les dieron distintos nombres «en
función del objetivo específico que pretendían […]: sanatorios marítimos, preventorios, escuelas
flotantes, hospicios marinos, escuelas sanatorios y casa de curación» («Salud, higiene» 179). El
carácter temporal o permanente, del que da cuenta a su vez Latour en Olas y brisas al hablar de
distintos centros en Europa, o su carácter de admisión dependiendo de la convalecencia del infante,
eran algunas de las diferencias entre los distintos tipos de centros. Para Rodríguez Pérez todos estos
centros «coincidían en un punto fundamental: el empleo de los recursos terapéuticos que ofrecía el
clima marítimo y el agua de mar como base del tratamiento al que debían ser sometidos los niños»
(«Salud, higiene» 179). Latour consideraba a Italia la cuna de los Hospicios marinos, y hablando
de Guseppe Barellai diría que «podría afirmarse que gracias a él y a la generosa cooperación de sus
compañeros, se realizó un movimiento favorable a las instituciones que proporcionan aire y sol al
niño. Los Hospicios marinos, los Institutos de raquíticos, las Colonias alpinas, las Sociedades de
gimnástica, los Dispensarios, los Hospitales, cuantos medios contribuyen a regenerar la raza, fueron
surgiendo en Italia» (Olas y brisas 44-45). Curiosamente no hay referencias en Olas y brisas e Impre-
siones de viaje al impacto que tuvieron los Sanatorios marítimos en Inglaterra.
29
Ejemplo irónico de esta obcecación decimonónica por las conferencias públicas la encontra-
mos en algunas de las narraciones de Peregrín García Cadena (Una víctima del ideal, 01.01.1873),
revelando lo difícil que era distinguir entre la charlatanería y los discursos científicos propiamente
dichos; tema este, que es menester decir, copó buena parte de los ataques entre alópatas y homeópa-
tas en la segunda mitad del siglo xix, y que la literatura supo utilizar en sus narraciones.
José Manuel Goñi Pérez 143
Olas y brisas, subtitulado Cartas a Mimí, fue publicado por Tolosa Latour
en formato de libro en 1908. En una reseña de ABC se comenta que «Las
«Cartas a Mimí» […] bien merecen quedar reunidas en páginas impresas por la
amenidad de su estilo y la importancia de sus observaciones y juicios» (ABC,
28.02.1908, 5). Vida marítima describiría la obra como:
Olas y brisas fue dedicado a María del Pilar de León y Gregorio (1843-1915),
I marquesa de Squilache, benefactora de proyectos como los Sanatorios maríti-
mos y Asilos benéficos para la infancia. No es baladí esta dedicatoria, muy al con-
trario, pues responde a esa fijación de Tolosa Latour por involucrar a la clase social
pudiente en el desarrollo de las instituciones más necesarias para el progreso social
y regeneración de la raza, y con ello asentar la idea de esa filantropía advenediza.
Los hospitales marítimos que gozaban de gran esplendor en el extranjero, como lo
era la Sociedad de Sanatorios Marítimos y Asilos de Viena, gozaban de la protección
en este caso de la archiduquesa María Teresa (Ontañón 30.09.1897, 266). No
hay que olvidar que la duquesa de Santatoña (María Hernández Espinosa de los
Monteros) sería la benefactora del Hospital y Asilo del Niño Jesús (1881); sin obviar
que el Balneario en los manantiales de Lanjarón, como comentaba su director-
médico entre 1891 y 1898, D Arsenio Marín Perujo, vio mejoras sustanciales tras
ser adquirido por la duquesa (Perujo, 12).32
En la dedicatoria del libro Tolosa Latour comenta que estas cartas que dirige
a una niña «pertenecen a usted, pues al escribirlas no podía por menos de recordar
su noble corazón la generosa caridad que inspira todos sus actos, bien semejantes
a los de esas ilustres damas italianas, fundadoras de obras benéficas importantísi-
mas» (5). En su artículo «La defensa del niño» (ABC, 06.08.1909, 14) decía que:
Gracias a Dios que, aunque un poco tarde, los vientos de fuera orean la at-
mósfera enrarecida, disipando las causas que han entorpecido la propaganda por
el hecho que desde 1892 viene haciéndose en España a favor de esta última insti-
tución [Sanatorios marítimos]. La pasividad, la inercia, y sobre todo el siempre
eficaz sistema de aislar en silencio las obras benéficas, no ha sido suficiente para
ahogar en sus comienzos institución tan bienhechora para la infancia. Ya empie-
za un movimiento en las altas esferas oficiales, encaminado a utilizar antiguos
lazaretos para Hospicios marinos; pero no debe olvidarse que en esta clase de
fundaciones es más práctico construir los edificios para las necesidades particu-
lares de los distintos casos. Así se ha hecho en Hendaya, en Berck-sur Mer, en
varios puntos de Alemania, en muchos de la costa italiana. (14)
Las naciones más grandes no son las más ricas, sino aquellas en donde la
prosperidad pacífica está mejor repartida. […] No esperemos, pues, la llegada
de la muerte inevitable para ser buenos ni para hacer el bien. Seamos en vida
fieles ejecutores de nuestros propósitos caritativos, procurando que nuestras
obras produzcan pan y amor, no se cim[i]enten en piedra y vanidad. Demos a
los niños aire, luz olas y brisas, eduquémosles con amor, saquemos sus cuerpos,
vigoricemos sus almas contribuyendo de este modo a la suspirada regeneración
de la raza. (Olas y brisas 5)33
33
Se distinguió Latour por abogar por la creación y el mantenimiento de Asociaciones de cari-
dad como la de Trillo, indispensables para poder llevar a cabo la obra médico-social que se propuso
(«Trillo» 3-4). En el artículo «Al empezar» y publicado en ABC el 08 de marzo de 1908, acerca de
la nueva sección titulada La madre y el niño del suplemento del mismo periódico, Tolosa Latour
diría: «La concisión y la claridad serán nuestros principales objetivos literarios. El bien y la verdad,
nuestros inspiradores y maestros. La caridad nuestra consejera en todo momento. Al escribir pen-
saremos constantemente en la Patria española» (6). Hay que recordar la importancia que tuvieron
estas secciones en la prensa periódica, al igual que en revistas especializadas, entre las que cabría
destacar, La revista de enfermedades de los niños y ya en la segunda década del xx Archivos de medicina
y cirugía de los niños.
146 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
Las críticas hacia la lentitud y parsimonia en los proyectos sociales que tanto
necesitaba España van apareciendo por las páginas de Olas y brisas. Al hablar
sobre el sanatorio francés de Banuyls, perteneciente a la Obra de Sanatorios ma-
rítimos de Francia, comenta que tras ponerse la primera piedra en 1887 se termi-
naría su construcción al año siguiente, añadiendo irónicamente «¡Lo mismo que
en España!» (16).35 Y es que compraría Tolosa Latour los terrenos en Chipiona
para la construcción de El Sanatorio marítimo para niños, se pondría la primera
piedra en 1892, y no se inauguraría hasta el 12 de octubre de 1897. Su labor de
persuasión social acerca de la importancia de los sanatorios para niños empezaría,
no obstante, hacia 1878 (Robert Ricard).36
Tras la carta-dedicatoria a la Marquesa de Squilache, Olas y brisas se divide
en dos partes: las cartas enviadas a Mimí, que contienen dos cartas llamadas
«Preliminares» —una de ellas sobre la importancia de los sellitos benéficos y la
segunda sobre lo que representa una pesetilla— y las 23 cartas que conforman
los 23 capítulos de Olas y brisas, algunas de las cuales fueron publicadas en la
34
De la misma opinión serían muchos higienistas, argumentando a su vez que el ejercicio fí-
sico en la escuela actuaría «como descanso a los trabajos de la inteligencia», siendo positivo para el
alumno pues le haría mejorar en su educación y siendo además un factor que facilitaría al profesor
su misión educadora (Valle y Atiles 38). Para la importancia de la gimnasia y el ejercicio como
bien higiénico véase el interesante estudio de Fernando Calatraveño «Del velocipedismo» (Revista
contemporánea 15.09.1895, 449-465), o su trabajo «Necesidad e importancia de la educación física»
(Revista contemporánea 15.05.1896, 298-305).
35
Rodríguez Pérez comenta a este respecto que «De forma tardía, el 12 de octubre de 1897,
abrió sus puertas el Sanatorio marítimo infantil de Santa Clara en Chipiona (Cádiz). La ocupación
fue inmediata gracias al alojamiento de los hijos de los repatriados de Cuba» (2016: 412). El Sa-
natorio de Santa Clara fue también denominado la Casa de Mamá (Olas y brisas 12). Fernán Pérez
comentaría que «este admirable Sanatorio […] lleva la invocación de Santa Clara en recuerdo de la
virtuosa madre de Tolosa Latour, dando hospitalidad á un centenar de niños escrofulosos y raquíti-
cos, amenazados del terrible bacilo de koch» (60). En la Sala sexta de la exposición del IX Congreso
Internacional de Higiene y Demografía celebrado en Madrid en los días 10 al 17 de abril de 1898,
se expondrían las fotografías del Sanatorio de Santa Clara, además del plano y la bandera (Véase el
«Catálogo» 33).
36
De 1869 sería el primer Hospicio marino de Italia impulsado por el médico Giuseppe Barellai.
Véase la Carta IX a Mimí (Olas y Brisas 45-46).
José Manuel Goñi Pérez 147
37
La España Moderna no da el nombre del traductor del texto de Loti.
38
El Padre Lerchundi creó en Chipiona entre 1880-1882, un colegio franciscano cuyo «objeto
era la formación de misioneros para Marruecos y Tierra Santa. Este colegio se estableció en el anti-
guo convento agustino de Nuestra Señora de Regla […], ubicado en dicha localidad de Chipiona»
(Ricard).
39
Javier Lasso de la Vega y Cortezo (1855-1911), médico y escritor que colaboraría en publi-
caciones periódicas como Revista literaria. Adición a la Revista de los Tribunales en la que publicaría
su trabajo «Biografía y estudio crítico de las obras del médico Nicolás Monardes» (1891), fue ca-
tedrático de enfermedades de la infancia en la Universidad Hispalense Real Academia de Medicina
y Cirugía de Sevilla, escritor literario y asiduo colaborador en la prensa médica y de divulgación.
148 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
40
Dice Tolosa Latour del libro de Alarcón «Eché en mi maleta para este viaje una barra de oro
viejo español que no puede convertirse en moneda, pero que despertara en mi espíritu un caudal
de nobles ideas. Es el libro de Alarcón […] si no lo conoces, léelo. Si lo leíste, vuélvelo a leer» (Olas
y brisas 18).
José Manuel Goñi Pérez 149
refiere en ciertos pasajes Rodolfo del Castillo en su Viaje por Italia, libro éste que al
contrario que el de Tolosa Latour, está lleno de precisas y detalladas descripciones de
objetos artísticos, de estilo recargado y científica prosa. Las descripciones de Latour
serán precisas cuando pinta los Sanatorios y las comodidades construidas en San
Salvadour: «¡Si vieras qué bañeras de porcelana para los pequeños, qué cochecillos
para los impedidos, qué dormitorios, qué comedores! Es preciso examinarlo todo
para formarse exacta idea de lo que esto es» (Olas y brisas 28). En ese estilo retórico
y persuasivo de Latour está siempre presente la ecfonesis, pues es su propósito trans-
mitir fuertes emociones al lector, despertar su curiosidad y dejar que sea él mismo
el que compare esos Hospitales y Sanatorios de la Costa Azul y de Italia con los que
habían empezado a construirse en España no mucho ha.41
La estructura de Olas y brisas es opuesta a la estructura utilizada por Calatra-
veño ya que de forma lineal va dando cuenta en sus Impresiones de viaje42 todo lo
concerniente a la sociedad y a los hospitales que va viendo en sus visitas a Francia,
Bélgica, Alemania y Austria; una estructura simple y lineal que acabará con su re-
greso a España. En el mismo prólogo «A quien leyere», advierte que en este libro
no espere el lector encontrar «materia de estudio en estas páginas, pues solo hallará
impresiones rapidísimas, notas tomadas sin orden, concierto ni estilo literario, y
apreciaciones puramente personales, que tal vez en algunos asuntos no estén del
todo acordes con su manera de sentir y pensar» (7). Una advertencia con la que
quiere disfrazar el profundo valor crítico de algunas de estas impresiones, sobre todo
al relacionar lo positivo que percibe en las sociedades que visita con lo que falta en
España. De tal manera que en la sucinta conclusión de su libro volverá a ese lector
«amigo o enemigo –que más tendré de estos que de los primeros» advirtiéndole que
no tiene, de haberles parecido mal las impresiones, «derecho a llamarte a engaño,
puesto que cuide de advertirte de su insignificancia al comenzarlas» (101). Muy
lejos de esa insignificancia y de esa falta aparente de intención crítico-social, es este
uno de los relatos de viaje más ladinos de los galenos finiseculares.
Así, en París, y guiado «por sus particulares aficiones» Calatraveño visitaría el
Hospital de niños de la Calle Sevres, dando datos tales como el número de niños
admitidos, el número de fallecidos, etc. Asimismo, de aquellos niños en conva-
lecencia comenta que salían cada lunes a las afueras de París para aprovechar «las
suaves brisas, respirando el aire oxigenado, que tanto ha de influir en su buena
hematosis» y que «recobran su salud perdida, volviendo al seno de sus familias
41
Recordemos que el Hospital del Niño Jesús comenzaría en 1877, y que a finales de siglo abriría
el Asilo de niños de San Sebastián (1897), además del consabido Sanatorio de Santa Clara en (1897).
42
Impresiones de viaje se publicó en 4 entregas entre el 15 de enero de 1898 y el 28 de febrero
de 1898 en la Revista Contemporánea: Impresiones de viaje I Número 109, 15.01.1898, 79-96;
Impresiones de viaje II Número 110, 30.01.1898, 213-228; Impresiones de viaje III Número 111,
15.02.1898, 290-313; e Impresiones de viaje (conclusión) Número 112, 28.02.1898, 417-446. A
pesar de que no hay diferencias significativas, cito por la edición impresa del mismo año.
150 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
43
Citando los trabajos de Ponce de León (1884) y de Mikelarena y García-Sanz (1995), Ro-
dríguez Pérez comenta que «la infancia de los sectores más humildes estaba determinada desde su
nacimiento por un conjunto de situaciones adversas generadas por el medio familiar, económico,
urbanístico y sanitario. El escenario se agravaba con la incorporación temprana al trabajo, el aban-
dono de cientos de niños y la práctica de la mendicidad. […] Los datos sobre la mortalidad infantil
en los últimos años del siglo xix en España, se habían disparado hasta alcanzar el 50% hasta los 6-7
años. Además, a comienzos del xx, el índice se había situado en un preocupante 20% en el primer
año de vida» (2013: 178). Asimismo, según este crítico, «al concluir el siglo xix, las cifras de mor-
talidad infantil eran aterradoras y uno de cada cinco nacidos en España no llegaba al primer año
y casi dos no cumplían el quinto. Estos números aumentaban considerablemente en las inclusas,
alcanzándose cifras de más del 70% de los ingresados. Los datos estremecedores eran denunciados
en la prensa de la época y en la bibliografía en general, llegando a denominar a la situación como
un «sistema de infanticidio legal» que se producía en estos centros. En otros casos, la mortalidad
infantil era debida a las condiciones de pobreza y hacinamiento en que vivían muchas familias» («La
protección» 30). No obstante, y aunque hay que advertir que las estadísticas sobre la mortalidad
infantil difieren ligeramente, lo importante al analizar el contexto social de la España de la segunda
mitad del xix es comprender la función que cumplieron los galenos en la construcción y vulgariza-
ción de las mejoras sanitarias infantiles. A este respecto véanse los estudios de López Piñero (2009)
y Ballester Añón (1995) y el interesantísimo trabajo de Sanz Gimeno y Ramiro Fariñas (2002)
siguiendo las aportaciones de Thomas McKeown.
José Manuel Goñi Pérez 151
44
El viaje a París ya no era considerado como un viaje elitista y diferenciador, y las noticias de
los corresponsales extranjeros en países más exóticos, si se permite el adjetivo, aparecían en la prensa
ilustrada con imágenes que ocupaban buena parte de los pliegos. Las exposiciones universales supu-
sieron asimismo una plataforma, como la de Filadelfia, para despertar el interés por esos lugares de
viaje menos concurridos y, como consecuencia, más diferenciadora y rectora.
45
Recordemos que años más tarde, Tolosa Latour en el Primer Congreso Nacional de Tubercu-
losis (Zaragoza, 2-6 de octubre de 1908) advertía de la conveniencia de «la creación de Sanatorios
adecuados en los establecimientos balnearios de aguas minero-medicinales, sulfurosas, clorurado-
sódicas, azoadas, etcétera, y otros manantiales beneficiosos para las múltiples dolencias que afectan
a la infancia» (ABC, «Sanatorios marítimos de altura para los niños» 04.10.1908, 13).
46
Se publicó en El día, suplemento literario, el 24.12.1882.
152 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
segunda mitad del xix. Lo curioso, pues, no es que diera a la prensa estas cartas para
su publicación sino que en las cartas enviadas a Mimí recogidas en el libro Olas y
brisas encontramos referencias internas a estas publicaciones en la misma prensa,
como por ejemplo en la carta que lleva por título «Lo que significa un sellito», en la
que Latour le dice a Mimí que ha respondido en un artículo enviado a la prensa a
su pregunta sobre qué hacer con los sellos de beneficencia que ha comprado, ya que
considera que esa es una respuesta de interés público.47 De hecho, la respuesta la po-
demos hallar publicada en ABC con el título de «El sellito» el 24 de junio de 1906,
y firmada por «El doctor Fausto».48 La interacción entre el texto narrativo, las cartas
privadas y los artículos publicados en la prensa nacional es una práctica en este libro
que demuestra la intención del autor de hacer públicas todas las cuestiones que pue-
dan afectar a la mayoría de los jóvenes lectores para aleccionarles sobre las acciones
que llevarían a la regeneración de la raza y de la patria. Este discurso está dentro
de esa preocupación por la moralidad de los jóvenes que se extendió en la segunda
mitad del siglo xix, advirtiendo sobre los peligros acerca de la inmoralidad del arte
y específicamente de la literatura. Calatraveño no dejaría sin juzgar en Impresiones
de viaje la inmoralidad parisina (19-23) o las referencias al arte modernista al que
denomina mamarrachista o patología del arte (45-46).49 Si como vengo sosteniendo
la contextualización es de suma importancia para poder comprender estos relatos de
viaje, no están de sobra las palabras de Riera en 1884 para ayudarnos a comprender
el debate sobre la higiene física y la higiene moral: «Los tribunales austriacos han
declarado atentatoria a la moral pública una de las recientes novelas de Emilio Zola,
y han prohibido su traducción en el Imperio. Esa novela y todas andan traducidas
en español y en ediciones baratas. Los alimentos sanos para el cuerpo están aquí
muy caros, y en cambio los venenos para las almas abundantes y baratísimo. Con
esta higiene ¿Qué miedo puede darnos el cólera?» (267). Este alegato no era exclu-
sivo de la península ibérica, ya que desde la provincia de Puerto Rico Valle y Atiles
enlazaba los conceptos de nación, moralidad, intelectualidad y salud física como un
todo para el desarrollo del individuo y de la raza:
47
No perdía oportunidad Latour para solicitar ayuda benéfica o agradecer a quienes de forma
altruista colaboraban en el sostenimiento de los sanatorios y hospitales benéficos. En un artículo
publicado en El Imparcial, por dar solo un ejemplo, «Entretanto permanezco, como hace doce años,
esperando cartas como la que recibí el otro día, y, en la cual, una tetra de mujer decía así: «Para
el sostenimiento del sanatorio de niños escrofulosos de Chipiona tiene el gusto de mandarle las
adjuntas dos mil pesetas. —Caridad.» Sentí profundísima emoción ante ese hermoso rasgo, que me
compensó de muchas penas. ¡Dios bendiga la desconocida protectora, y cuando lea estás líneas, si es
que las lee, no olvide nunca la gratitud de los niños del Sanatorio, y muy singularmente la de este
pobre médico, que todo lo espera y desea, de la verdadera caridad!» («Caridad» 1-2).
48
De otra no se entendería que el mismo Latour dijese en esta carta preliminar «Lo que signi-
fica un sellito» que «hace catorce años que con motivo del llamado Centenario de Colón se puso la
primera piedra del primer Sanatorio en la playa de Chipiona» (Olas y brisas 8).
49
Para un acercamiento más detallado sobre este tema véase Goñi («De la moralidad»).
José Manuel Goñi Pérez 153
de enviar al periódico ni la más pequeña limosna para la obra que tanto elogian
y ensalzan. En estos empeños de amor al prójimo, sobre todo, cuando se halla
representado este por centenares de niños que esperan la vida que les falta, las
frases son inútiles, urgen los hechos. Sí, todos tardamos en realizar el bien y
creemos cumplir con nuestra conciencia ensalzando las cosas que creemos bue-
nas; pero dejando solos a los buenos, casi siempre víctimas de la maledicencia
calumniosa que contribuye por envidia impotente a secar todas las fuentes de
piadosa ternura hacia los pobres.51 (6)
50
Guerra González comenta que en España «la emisión postal Pro-Sanatorio Marítimo anti-
tuberculoso de Santa Clara de Chipiona, Cádiz, es considerada la primera a favor de la obra antitu-
berculosa con valores en céntimos como tasa voluntaria para adherir junto a los sellos de franqueo
ordinario y ser matasellado [..] Estos sellos se autorizaron por el prócer sevillano D. Pedro de León
y Manjón, según escrito de él mismo al periódico El correo de Andalucía» (153).
51
Véase la «Lista de donativos recibidos por el Dr. Tolosa Latour para el sostenimiento del
Sanatorio» (1901).
154 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
52
Muy probablemente Latour se refiera a la guía Italy, from the Alps to Naples: handbook for
travellers publicada en 1904, y que era una versión compilada de los tres volúmenes sobre el Norte,
el Centro y el Sur de Italia, publicados en 1868. Como se indica en el prefacio esta guía «estaba
diseñada para que la utilizaran aquellos viajeros que no podían disponer de más de cuatro o cinco
semanas o que, teniendo estas semanas a su disposición, deseaban concentrarse en las atracciones
que Roma y Nápoles ofrecía» (v).
53
Para Calatraveño el agua fría era el mejor remedio para combatir el linfatismo en los niños,
evitando así con la hidroterapia que cayera «en brazos de la escrófula», considerando que a cualquier
edad podía llevarse a cabo tal terapia teniendo siempre en cuenta desde el nacimiento hasta los 3
años ciertas reglas, tales como adición del cloruro sódico, estación del año, temperatura del agua,
etc. («La escrófula y la atrepsia» 614).
José Manuel Goñi Pérez 155
También se queja de los trabajos publicados sobre los mismos sanatorios cu-
yos autores –aludiendo específicamente a la fundación de madame Armaingaud
en 1874– «no se tomaron el trabajo de informarse más en detalle. Citan las casas,
señalan cifras aproximadas de niños recogidos y nada más […]» (19). Esa verdad,
para Latour pasa por el tamiz de la higiene, la salubridad, las calles, las edifica-
ciones de la ciudad moderna, causante de los estragos de los niños escrofulosos y
raquíticos, y que evitaban la regeneración de la sociedad. La originalidad del libro
de viajes de Tolosa Latour es la de describir los lugares que va visitando desde el
tamiz del médico, del ser político que desea cambiar esas afecciones sociales que
proscribían la regeneración de la raza, habiendo de empezar con los expósitos
y los niños menos privilegiados.54 Calatraveño no dejará de precisar asimismo
la calidad de la ciudad de Stuttgart: la salubridad del agua, el alcantarillado, el
alumbrado, la higiene de las calles, la policía urbana que hacían que las calles
estuviesen limpias (Impresiones 27-32).
Destaca en las cartas de Latour en cuanto al diseño de los hospitales y sanato-
rios infantiles que va visitando la importancia de los pabellones aislados; los cua-
renta metros cúbicos de aire por cama; las condiciones topográficas, pues las pla-
yas han de ser arenosas, abiertas, seguras, que brinden a la creación de sanatorios,
destacando que no eran a buen seguro mejores que las playas españolas.55 Acentúa
asimismo lo absurdo de separar a las madres de sus hijos y piensa en un Sanatorio
que albergue a las familias pues «con más razón –dice– podrían venir a orillas del
mar los más pobres y su prole» (Olas y brisas 20). De otros sanatorios destacaba
que contaran con enfermeras, personal médico completo, gabinete radiográfico
54
No hay que olvidar otros factores en los que insistieron los galenos como artífices de esa raza
fuerte como fue el ejercicio físico: «bajo su influencia [el ejercicio] se regenerará el organismo y gana
en robustez, todos los cambios nutritivos adquieren mayor energía, y el hombre alcanza la agilidad
que denotan un desarrollo y funcionamiento orgánico perfecto» (Valle y Atiles 32). La higiene no
era ya entendida como un elemento con el que mejorar físicamente, sino también con la que poder
mejorar el desarrollo «intelectual y moral» (Valle y Atiles 11). Para muchos higienistas finiseculares
la higiene y las mejoras sanitarias eran elementos claves para evitar la degeneración social.
55
El mismo Calatraveño el 30 de julio de 1891 ya había advertido en el Primer Congreso
Médico-Farmacéutico regional, celebrado en Valencia de las posibilidades de las playas españolas para
poder combatir estas enfermedades: «Tristeza nos da confesar que, poseyendo nuestro país playas en
gran número, dotadas de condiciones excepcionales, especialmente las enclavadas en las provincias
de Valencia, Castellón y Alicante, cuyos climas deliciosos en invierno reúnen para el tratamiento
de los niños escrofulosos cuantas condiciones pueda desear el más exigente, no contemos con un
solo establecimiento donde enviar a los niños que se hallen bajo el influjo de la escrófula; sobre este
punto nos permitimos llamar especialmente la atención del ilustre Congreso Médico valenciano, a
fin de que si lo juzga oportuno, y revestido de la importancia y significación, en la cual se hiciera
constar el abandono en que nuestro país tiene a los pobres niños, lo cual da por resultado cifras
de mortalidad realmente aterradoras; el año 1889 murieron en España 10.163 niños; en 1890 au-
mentó la cifra, falleciendo 10.938; desde 1880 a 1884, solo de difteria hemos tenido 3.157 niños
muertos; extragos que en gran parte podrían evitarse con la creación de estos establecimientos y
otros análogos, y que tan excelentes resultados dan en naciones más cultas que la nuestra […]» (La
escrófula y la atrepsia» 615-616).
156 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
56
Francisco Herrera et al. al referirse al médico Medinilla y Bela comentan, siguiendo las pala-
bras de Granjel, que la fe en el poder terapéutico de los baños marítimos estuviese tal vez «motivada
porque en el siglo xix es manifiesta la crisis de la terapéutica tradicional, ya puesta en entredicho por
las farmacopeas ilustradas. La patología romántica y las corrientes médicas no oficiales que aparecen
en Europa desde finales del xviii, contribuyen al auge de los remedios que ofrece la naturaleza,
inscribiéndose en este contexto los baños de mar» (99).
José Manuel Goñi Pérez 157
57
Además del mencionado Sanatorio Marítimo de Santa Clara, «tal vez el legado más inte-
resante de este pediatra […] fue la creación de un sanatorio de montaña en Trillo (Guadalajara),
donde acudían todos los veranos niños raquíticos, anémicos y escrofulosos de Madrid, que fun-
cionó con éxito desde 1897 hasta 1913» (Sánchez Múgica). Fernán Pérez comentaba que Tolosa
«En primer término consiguió que el propietario de los baños de Trillo cediese una finca rústica
dedicada al sanatorio infantil, gobernado hoy por la «sociedad protectora de los niños» («Las
grandes figuras» 60). Asimismo, fomentaría «la creación de otros sanatorios en Trillo y otro en
la sierra de Madrid» en 1913 (Médicos históricos). Según Rodríguez Pérez «La amistad que unía a
Manuel Tolosa con Francisco Morán, propietario del Balneario de Carlos III en Trillo (Guadala-
jara), impulsó la idea y anhelo de Tolosa de fundar un centro sanitario de montaña para la mejora
de la salud de los niños pobres. De esta forma la familia Morán, donó en usufructo una finca
colindante con el Balneario y con varias edificaciones que se encontraban en dicha parcela. En
poco tiempo, se habilitaron las instalaciones de lo que pasó a denominarse Sanatorio de Nuestra
Señora del Pilar. El centro se caracterizó por acoger colonias escolares en la temporada de estío.
De los niños y niñas acogidos en Madrid, cada año se seleccionaba a una treintena de anémicos,
raquíticos y escrofulosos para que pudieran recuperarse de sus dolencias. Desde 1896 y hasta
1913 el establecimiento funcionó durante la época de verano» («Manuel Tolosa» 363). «El 15 de
agosto de 1896, la Sociedad Protectora de los Niños de Madrid inauguró oficialmente, en plena
Alcarria y a orillas del río Tajo, el Sanatorio de Nuestra Señora del Pilar de Trillo (Guadalajara),
gracias a la actitud generosa y caritativa de Francisco Morán, propietario del Balneario de Carlos
III de aquella población, que cedió el usufructo de una finca colindante con el centro de reposo
y efectuó a su costa las obras pertinentes en el inmueble existente para la adaptación a su nuevo
uso» (Las colonias escolares 297). Tolosa Latour prefería como hacían los franceses que los Hospi-
tales marítimos permanecieran abiertos durante todas las estaciones, quejándose de que Viareggio
no abriera sus puertas todo el año (Olas y brisas, 46).
158 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
58
Es pertinente señalar que en la decimoprimera Memoria Anual de la Sociedad de Sanatorios
Marítimos y Asilos de Viena (1896) se dan datos específicos sobre las curaciones de los niños es-
crofulosos y raquíticos en los dos establecimientos que tenía. Lo más significativo es que los datos
aportados –de los 620 niños 300 se curaran, 79 mejoraran, 200 siguieran al final de año en ejer-
cicio en tratamiento y que 41 de ellos hubiesen cesadoy que los costes totales ascendían a 62.655
florines–, fueran parte de la educación social del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. En una
época de avances sociales la educación de la población estaba adjunta al bienestar de la salud infantil
(Ontañón 30.09.1897, 266). Véase la cronología propuesta por Antonio Viñao sobre las relaciones
entre higiene y educación en España, especialmente las páginas 195-213.
59
Lamentablemente tenemos pocos datos fidedignos sobre el peculio que dejaron estos trabajos.
La falta de cartas, datos de las editoriales y la ausencia de biografías sobre estos personajes decimo-
nónicos son una traba constante para poder hacernos una idea más precisa.
60
«La futura revolución española» se publicó en Revista Contemporánea, número 106, 632-637;
número 107, 53-59; 141-147; 488-497 y 622-629; número 108, 291-298 y 495-503; número
111, 5-11.
61
Es necesario consignar la doble naturaleza del término non firmus, infirmus: moral y física; ya
que el enfermo era también aquel débil de espíritu y físicamente.
José Manuel Goñi Pérez 159
62
Estos conceptos se encuentran ya en las bases de sus discursos médicos y en sus intervenciones
socio-políticas tanto en Madrid como en las ciudades de provincias.
63
«En España –comenta José Manuel Rodríguez–, la primera vez que se usó el correo para
apoyar iniciativas benéficas en el campo sanitario fue con unas viñetas con la efigie de la reina
Doña Victoria Eugenia y la leyenda salus infirmorum aparecidas en 1906. Sin valor postal ni uso
obligatorio, aunque sí recomendado, dado el patronazgo real de la iniciativa. Incluso, se mandó un
telegrama circular por el: ««Director General de Correos y Telégrafos a las oficinas postales en el
que se decía: Le encarezco que esa Principal y oficinas dependientes de la misma se procure que, al
estampar en los sellos de franqueo el de fechas, inutilicen a la vez las etiquetas conmemorativas del
matrimonio de SS.MM., editadas por la Asociación para la fundación de Sanatorios y Hospicios
marinos en España, recomendando al público coloque dichas etiquetas cerca de los sellos». Sociedad
Filatélica de Madrid»» («Antecedentes de las emisiones»).
64
Sin adentrarse en ningún momento en este discurso socio-político, sino más bien en las
excelencias de las aguas del Puerto de Santamaría y de las aguas del río, Joaquín Medinilla y Bela
(1880) hablaba ya sobre las excelencias de la talasoterapia en la Bahía de Cádiz indicando, aunque
si dar razones médicas que lo justificaran, el beneficio del mar en una larga lista de enfermedades,
hasta 29, entre las que se encuentran: el escrofulismo, raquitismo, en ciertos casos de convulsiones
o epilepsias infantiles, y en muchas de las enfermedades de niños mayores de dos años (1880, 23-
27). Insistiendo a su vez en la importancia del conocimiento médico para dirigir tales baños con la
mayor efectividad posible: «estas mismas enfermedades que decimos que se curan por estas aguas,
pudiera suceder que alguna de ellas, por circunstancias determinadas y del momento, se agravara
considerablemente si una persona inteligente no dirigiera su aplicación […] aconsejara lo oportuno
de estos casos» (26). La intención de este libro de Medinilla y Bela fue la de promocionar los baños
160 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
de agua en la Bahía de Cádiz debido al auge que empezaban a tener tales baños en otras zonas
del norte de la geografía española: «Por ser imperceptible el movimiento de las mareas en el mar
Mediterráneo, llevan nuestras aguas gran ventaja sobre aquellas, estando en las mismas condiciones
que las costas del Norte de la península, y teniendo su abono lo alegre de sus habitantes […]» (5).
65
Concepción Arenal abogaba de forma positiva en 1861 por una evolución y mejora social
en la que la mujer tendría un papel preponderante: «La historia de la Beneficencia en España debe
notar en este siglo, y principalmente en estos últimos años, un gran progreso que prepara sin duda
otros mayores. Las mujeres que hasta aquí no se habían asociado sino para alabar a Dios, empiezan
a reunirse para hacer bien a los hombres. Arrancan a la muerte millares de niños abandonados por
los autores de sus días, consuelan a los pobres enfermos, reúnen fondos para distribuirlos entre los
necesitados, establecen colegios donde alimentan y enseñan a los niños pobres, talleres, escuelas,
donde a veces sirven ellas mismas de maestras» (28-29).
José Manuel Goñi Pérez 161
Una educación social que empezaba por la escuela, identificando tanto La-
tour como Calatraveño uno de los estamentos más necesitados de la clase médi-
ca.66 Aun así el espíritu positivo prevalecería en estos autores y Latour vaticinaría
que la educación en España habría de transformarse: «[…] me atrevo a afirmarlo
rotundamente, pues habrán de crearse numerosas escuelas sanitarios, escuelas de
bosque, escuelas al aire libre, desapareciendo para siempre la clasificación de lo-
cales malos y medianos que aún perdura, huyendo de los espantosos tugurios para
siempre los infelices niños» («La vida en la escuela» 15).67 La persuasión verbal
será utilizada por Calatraveño para describir de forma idealizada la ciudad de
Stuttgart, en la que los niños tenían un papel primordial:
Una policía urbana celosísima hace que las calles estén sumamente lim-
pias, invitando a pasearlas. Por medio de ellas circulan incesantemente tranvías
eléctricos y entre sus ruedas, sin asustarse, familiarizadas con los transeúntes,
porque saben que no han de causarles ningún daño, revolotean infinitas palo-
66
Curioso es que en algunos de los cuentos publicados en la prensa apareciera el nombre del
Dr Calatraveño al tratar enfermedades a los niños, como sucede en el cuento de María de Belmonte
«¡Pobre Carlota!» (Revista Contemporánea Número 105, 30.01.1897, 171-181), como a su vez apa-
recerá Tolosa Latour en El árbol de la ciencia de Pío Baroja.
67
Este discurso data de 1917, pero ya en sus primeros escritos Latour abogaba por los «Viajes
de estudio», como forma de aprendizaje y citaba una Sociedad francesa «Viajes de estudio alrededor
del mundo» («Apuntes científicos» 256)». Dávila y Naya, comentan que es a lo largo del siglo xx
cuando se produce «un cambio en la consideración jurídica» de los niños, pasando de «objetos de
derecho» a «sujetos de derecho» (72). Como comentan Ballester y Balaguer, hay que tener en cuenta
el cambio progresivo de percepción que sobre el niño se tiene en esa transición entre el siglo xix
y el xx, por un lado, del «niño trabajador al niño escolar», y por otro «la transmutación del niño
romántico […] había ligado […] la inocencia a la muerte» («La infancia como valor» 180).
162 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
mas, que no son molestadas por los niños que salen de las escuelas, silenciosos
y formales como hombres en miniatura, llevando a la espalda, en forma de
mochila, la cartera en que guardan los libros de estudio; sumamente respe-
tuosos con los mayores, siempre les ceden la acera y jamás se permiten con los
extranjeros burlas ni chacotas, tan comunes, por desgracia, en otros países; en
fin, a mí me parecieron aquellos niños demasiado formales para sus pocos años.
(Impresiones 29)
¡Cuándo veremos todo esto en nuestro país, donde en los mismos puertos
de mar se encuentra con lamentable frecuencia en mal estado la pesca! Una
de las cosas en que las autoridades deben fijarse más es en la perfecta sanidad
de los comestibles, pues de su bondad depende muchas veces la salud públi-
ca, trayendo grandes perjuicios la sofisticación de cuantos alimentos o bebidas
constituyen el cotidiano sustento del hombre. (Impresiones 30)
68
«Nos declaramos partidarios de la asistencia domiciliaria, si bien haciendo constar que hay
casos excepcionales en que esta es de todo punto imposible de practicar, a cuyo efecto presentamos
una proposición redactada en tal sentido y que fue hábilmente sostenida por nuestro compañero el
Dr. Ferrada, quien consiguió que se aceptase en principio. Al reasumir la discusión el Dr. Corradi,
presidente de la sesión, dedicó halagüeñas frases a España, manifestando que en esta materia nada
José Manuel Goñi Pérez 163
visión de los galenos sobre la situación de España. Una crítica sobre la necesidad
de otorgar a los médicos una mayor preponderancia en la toma de decisiones que
ayudaría a ir cambiando la fatua visión de esa España de antaño, y creando faustos
designios de regeneración.
Al hacer repaso de la arquitectura y las riquezas que ha visto en su viaje,
de la degeneración moral de la enferma Viena, así como de la magnificencia de
ciudades como Colonia, Stuttgart o Múnich, Calatraveño mostrará su vena más
irónica al comentar que:
con guerreros de primer orden, y sin embargo, en Europa hoy se nos mira con
cierta desconfianza. ¿Y por qué? Por nuestros detestables políticos, que con su
gestión desgraciada todo lo pervierten.
Mi impresión general última es que nada tenemos que envidiar a los demás
pueblos civilizados; lo que ellos logran a fuerza de grandes trabajos y sacrificios,
lo tendríamos nosotros con la mitad del esfuerzo. Salga, pues, nuestro país de
esa apatía invencible; limpie de una vez el campo de la política española de
tanto bribón como por él pulula; destierre para siempre los que por realizar un
negocio venden la patria y amenguan su prestigio; cuelgue, si es preciso, de la
farola de la Puerta del Sol, a quien por desaciertos en el gobierno lo merezca,
siquiera ostente los entorchados de general, la morada sotana de obispo o la
casaca de ministro que con sus bordados oculísticos parece justificar el dicho del
Evangelio, «tienen ojos y no ven», porque realmente ciego se necesita estar para
no prever ciertos acontecimientos que presienten hasta las clases populares.
Hagamos todo esto, y recobraremos en Europa el prestigio perdido y la impor-
tancia que tuvimos en pasados tiempos. (Impresiones 100-101)
69
En palabras de Santos Sacristán «[…] la participación de la medicina en los movimientos sal-
vadores de la infancia no se limitó al problema de la mortalidad y a la protección sanitaria e higiénica
de los primeros años de la vida del recién nacido, sino que comprendió varios aspectos del desarrollo
del niño. La infancia se medicalizó e hicieron su aparición los vocablos de infancia débil, retrasada y
anormal. Muchos médicos serían los responsables de las reformas y los que redactarían las medidas
legislativas de protección a la infancia. Entre ellos destacaba Vidal Solares y, especialmente Manuel
Tolosa Latour, y, junto a este el doctor Ulecia, con quien fundaría el consultorio de niños de pecho
(1904). Tolosa Latour, junto con el doctor Pulido, serían los que lograrían la aprobación de la Ley ge-
neral de Protección a la Infancia (1904). La ley redactada por el Dr. Tolosa Latour, basada en sus ideas
higienistas y protectoras de la infancia, estaba inspirada en la ley francesa de 1874 (Ley Roussel)» (4).
70
Véase, por ejemplo, la Casa de Maternidad cuyo Reglamento General fuera publicado por la
Diputación Provincial de Vizcaya en 1895, y cuya función era como reza en su artículo primero,
«proporcionar asilo a las jóvenes abandonadas» para evitar así «en lo posible los crímenes y la pros-
titución a la que pudiera verse inducidas» (5). La Casa de Maternidad estaba como muchas durante
esta época al cuidado de la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, quienes rendían cuentas a la
Diputación mensualmente. A su vez la Administración estaría a cargo de la oficina de Expósitos de
la misma diputación. En su capítulo IV, artículos 18 al 35, el reglamento escribe las normativas del
Médico director, del Capellán, de la Comadrona, enfermeras y demás empleados, siendo la mitad
de estos artículos destinados a las responsabilidades del Médico Director, lo que viene a confirmar
la importancia que iban adquiriendo los médicos pagados por las Diputaciones en el servicio social
tan ansiado por los galenos. Algunos galenos como el Dr. Francisco del Valle y Atiles hablaba de
ciertas instituciones en la provincia española de Puerto Rico, como los llamados «tornos», que
recogían a los niños abandonados de ser «de dudosa utilidad» y que eran acusadas «y con visos de
justicia de favorecer la inmoralidad» (102).
71
Al hablar de su estancia en Marsella, en la Carta III, Tolosa Latour habla de las múltiples
fundaciones que junto con las Sociedad Protectora de los niños ayuda contra la mendicidad y la
asistencia por el trabajo, «cuyo solo nombre explica sus fines: El bocado de pan, La cucharita de sopa,
El horno de la familia, La viuda y el huérfano, La ropa y el abrigo» (Olas y brisas 23).
José Manuel Goñi Pérez 167
lenos, para quienes la palabra escrita no era más que un arma arrojadiza contra
la desidia y la abulia. Latour volvería en 1908 desde las páginas de ABC, vein-
ticinco años después, a la «hoja diaria», con una sección llamada La madre y el
niño72 —continuación de la revista de mismo nombre que comenzara en 1883
y desapareciera en 1884 y que formó parte de ese elenco de publicaciones en
las que colaboraron o dirigieron los médicos para la correcta formación de los
niños y la salud de las madres—, pues:
Estos relatos de viaje, compartieron asimismo una faceta común a la que de-
sarrollarían los Congresos internacionales sobre la Infancia y su protección (1883,
1890, 1895, 1896, 1902), sobre la Gota de leche (1905, 1907, 1911, y las cele-
bradas en distintos puntos de España en 1903, 1904 y 1906), o sobre Pediatría
(1895, 1898, 1904); y esta fue la de hacer saber a la sociedad que los problemas
a los que se enfrentaba la sociedad española no eran exclusivos y que las posibles
soluciones a estas dificultades de carácter global requerían de un esfuerzo común.
Los relatos de viajes fueron una feraz plataforma desde la que reflexionar sobre los
problemas de España cotejándolos con las soluciones dadas a esos mismos pro-
blemas en los nuevos países desarrollados. A diferencia de muchos discursos sobre
72
Durante los años de esta publicación Tolosa Latour andaba «en activa correspondencia» con
doctores que tenían en Italia el mismo propósito que él, tales como Gamba, Pini, José Somma,
Luis Somma, y Guaita, quien «fundó poco después de mi revista La Madre y el Niño, su Mamma é
Bambino» (Olas y brisas 45) publicada en 1884 y que buscaba como La madre y el niño adentrarse
en todas las unidades familiares para educar tocando todos los temas referentes a la educación y la
higiene del niño, para lo cual el lenguaje habría de ser claro y comprensible (Giordano 215).
73
Cabe señalar que la relación entre los climas marítimos y la longevidad eran ya tema de
investigación y de debate en los círculos higienistas de la segunda mitad del siglo xix. Así en el IX
Congreso de higiene Olóriz Aguilera comentaba que cabía conjeturar, a pesar de que los datos esta-
dísticos eran incompletos que «el marítimo, con escasas variaciones de temperatura, es más favora-
ble al centenarismo que los climas continentales y variables» (189). De lo que ya no había duda tras
los trabajos realizados por Calot era el positivo «influjo del aire del mar sobre los niños escrofulosos»
que «no permiten ya dudar de que su eficacia es superior a la de todos los demás agentes curativos.
Las estadísticas de los sanitarios marítimos (que dan hasta un 86 por 100 de curaciones), compradas
con los del interior, aun los de mejores condiciones, así lo demuestran; la misma ventaja se ve en la
población general de las provincias marítimas respecto de las demás (v.g., un escrofuloso por cada
1.000 jóvenes, en la costa, y hasta 30 por 1.000, en otras regiones)» (112-113).
168 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour
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NO PLACE FOR US: STIGMATIZATION AND EXCLUSION IN «DÚO
DE LA TOS»
BY LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)
Margot Versteeg
University of Kansas
During the last decades of the nineteenth century, the Spanish state headed
out on an intensive project of nation building that focused on turning the inha-
bitants of the national territory into Spaniards. The goal of this process was to
create a homogeneous national society that could impose standardized norms of
bourgeois conduct on all its citizens. The main problem, however, remained the
inclusion of those inhabitants who were considered problematic, such as women
and the working classes, or plainly unwanted, such as beggars, homeless, and
criminals, and of course those who suffered from infectious diseases. The modern
industrialized nation-state had a hard time assigning a place in society to these
heterogeneous but invariably difficult groups.
Leopoldo Alas (better known as Clarín) metaphorically contributes to this
discussion about inclusiveness with his short story «Dúo de la tos» (1896), by
pointing to the unfair and often disastrous consequences of the imposition of
the bourgeois norms of conduct on all citizens.1 The author particularly warns
against the Spanish state’s attempts to enforce disciplinary regimes and strict
surveillance on its inhabitants, and he strongly disapproves of the intrusions
(by doctors, hygienist reformers, and city planners, among others) into people’s
private lives in order to diffuse the norms of the new capitalist order throug-
hout the social domain, and especially among Spain’s marginal or migrant po-
pulation. In «Dúo de la tos», Alas manifests his discontent not only with the
power structures of Restoration Spain, but also with the boundaries of realism
as the literary mode that was so often used to express them.
«Dúo de la tos» focuses on the untold stories of a young man and a young
1
The story, published in Alas’ 1896 volume Cuentos morales, has received minimal critical atten-
tion and comments are often quite general. See, for instance, Ríos, Baquero Goyanes, Richmond,
Emiliozzi. More specific and interesting are the proposals by Audubert, Botrel, Jofre, Kronik, and
Mayoralas.
174 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
woman who are stigmatized as dangerous subjects from the very moment they
have been diagnosed with pulmonary tuberculosis. Instead of receiving help and
support, they are expulsed from their homes and marginalized by the same in-
dustrialized society responsible for their disease. The two characters are alienated
from the national community and forced to migrate to the fringes, where they
eventually face a solitary death. By the end of the nineteenth century, tuberculo-
sis, as I hope my discussion of Alas’ short story will make clear, offered an imagery
that could be used to talk about issues of inclusion, to counter the values of the
bourgeois homo economicus, to undercut official (biopower) discourses, and —
most importantly perhaps— to deal with modernity itself.
Several decades ago, Susan Sontag famously noticed that tuberculosis of the
lungs, or pulmonary phthisis, is a highly flexible trope that can be used to deal
with a wide range of concerns. The many fantasies inspired by tuberculosis as an
intractable and capricious —not understood— disease, generated a cluster of
metaphors that provided authors with a means to reflect on a large number of
societal problems and to provide astute social criticism in remarkably complex
literary representations (5). The illness could also offer imagery to inquire into
the human psyche. Or, as Diego Armus explains, «tuberculosis [is] a way of spea-
king not only about biomedical issues but also about other matters, matters not
necessarily located in the social and cultural realms» (11).
In nineteenth-century texts the illness is often used to articulate criticism of
the negative outgrows of the new capitalist world order. This is not surprising since
the rise of tuberculosis occurred in the context of profound urban changes. In-
dustrialization and a population boom modified the urban geographies. The new
liberal order conceived the modern city as a space planned according to health-
conscious ideals, with socially segregated areas and an infrastructure that facilitated
the circulation of both people and goods. But in spite of the well-meant intentions
of the urban planners to create a hygienic and orderly city, in the old urban centers,
members of the middle and upper classes continued to live side by side with the
lower classes (Parsons 38). The resulting overcrowding and poor living conditions
created the perfect breeding ground for contagious diseases such as tuberculosis that
constituted a serious threat to public health.2 This threat was perceived as similar
to that of the masses of workers that shared the urban space with the upper classes.
Both patients and workers were identified as dangerous and unwanted groups; they
were hearths of infection for the nation’s moral and physical stability.
Bourgeois class domination was not only achieved on economical or ideo-
2
This does not mean that tuberculosis did not occur in the countryside, on the contrary.
According to a report published in 1890 by the Comisión de Reformas Rurales it was not only in
the cities that people suffered from tuberculosis but also in the countryside where people lived in
«inmundas e insalubres barracas en las poblaciones rurales» (Molero-Mesa 31).
Margot Versteeg 175
logical levels, it was also a physical matter (Foucault 125). The bourgeois world
considered the social and the corporeal as inevitably bound together, and viewed
the body as the foremost object of the intervention of power (Gold 142). Whe-
reas the aristocracy had asserted the special character of its body in the form of
the antiquity of its lineage, the bourgeoisie looked to its progeny and the health
of its organism (Foucault 125). The bourgeois body should give expression to
«the indefinite expansion of strength, vigor, health, and life» (125) and in order
to accomplish this the bourgeois order developed a project of biopolitics mar-
ked by discipline and control (139). In nineteenth-century fiction, illness, and
in particular tuberculosis, could be used to illustrate the disciplinary control of
deviant social types and bodies. Especially in the urban centers, where people
lived close together, the disease was surrounded by a tremendous fear (Sontag 6).
This horror towards tuberculosis generated a collective phobia, and converted the
illness into a taboo (9). Tuberculosis became a symptom of social disorder and
infectious patients had to be removed from the wider population just as persons
with ideas that were potentially threatening for the bourgeois project, needed to
be separated from harmless ones.
Tubercular patients are not uncommon in Spanish realist fiction.3 Stig-
matized through their disease as the «enemy within» they are convenient cha-
racters in a literature that, as Jo Labanyi has so cogently argued, depicts and
critiques a modernity that is merely constituted by representation. At the end
of the nineteenth century, confidence wanes in the representational practices of
realist fiction. Spain’s engagement with the socio-economic impact of European
modernity affected authors’ views of reality and produced a shift from a mime-
sis of things to a mimesis of perception that was inextricably linked to the rise
of mercantilism, or as Labanyi explains, to paper money and credit. If what is
real is nothing but a representation, a piece of fiction, in a way that is similar to
the relationship of paper money to coins and bars of gold, without any stable
referent, then reality and representation can be collapsed into one single entity
(Labanyi, «Modernity as Representation» 241-242). In short, Spanish realism
claimed to document a reality that it was effectively constructing, while at the
same time exposing the process of representation itself.4
Leopoldo Alas’s later fiction, like that of other Spanish realist authors at the
end of the nineteenth century, constantly questions any transparent representa-
tion of his society, even as he depicts and affirms the world he is living in (Parsons
37). This is also the case in «Dúo de la tos», one of twenty-eight stories collected
in the volume Cuentos morales, published in 1896. In his prologue, the author
provides an explanation for the title and elucidates the unifying characteristics
3
A well-known example is Emilia Pardo Bazán’s Un viaje de novios
4
For a more elaborate discussion see Jo Labanyi, 2000.
176 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
Los llamo así [i.e. Cuentos morales] porque en ellos predomina la atención
del autor a los fenómenos de la conducta libre, a la psicología de las acciones
intencionadas. No es lo principal, en la mayor parte de estas invenciones mías,
la descripción del mundo exterior, ni la narración interesante de las vicisitudes
históricas, sociales, sino el hombre interior, su pensamiento, su sentir, su voluntad
(109, my italics).
5
For a historical disentanglement of the medical terms phthisis, consumption, and tuberculo-
sis, see Linda and Michael Hutcheon, «Famous Last Breaths,» 1.
Margot Versteeg 177
got sick and died from it.6 A life-threatening bacterial lung infection, pulmo-
nary tuberculosis killed more people than any other disease in the nineteenth
century. Especially in Spain, where the rate of tuberculosis mortality was one
of the highest in Europe, the illness undeniably formed a considerable threat to
public health.7 Before the discovery of the infectious nature of tuberculosis, the
disease was considered the result of one’s hereditary «consumptive disposition».
In certain circles it was even a fashionable disease as it made its sufferers look
«interesting». The tuberculosis-influenced idea of the body, writes Susan Sontag,
was a new model to create aristocratic looks at the very moment when the in-
fluence of the aristocracy was no longer based on its dominating power but on its
image. This romanticizing of tuberculosis, continues Sontag, was indeed the first
widespread example of the distinctively modern activity of promoting the self as
an image (Sontag 28). It was therefore highly appropriate to critique a realism
merely based on representation.
Things changed radically when in 1882 German microbiologist Robert Koch
managed to isolate the tubercle bacillus. His discovery put an end to the romantic
representation of the tubercular patient (often a delicate and pale woman, or a
suffering male artist), and revolutionized the popular view of the disease. Even
if Koch’s findings were not always directly assumed, the Western world quickly
got the message that the illness was transmitted from person to person. One had
to steer away from people with tuberculosis, who became complete outcasts in
society. Although the cause of tuberculosis was now known, Koch’s discovery did
not immediately lead to a reliable therapy. Until the development of an effective
chemotherapeutic treatment well into the twentieth century, being diagnosed
with tuberculosis was often tantamount to receiving a death sentence.
Once diagnosed, tuberculosis could either be acute and advance rapidly, lea-
ding to death within a mere couple of weeks, or be of chronic nature and slowly
weaken the patient over the course of various years. Even if the disease was mode-
rate and controllable later recurrences were never excluded (Armus 24). Before the
wide-spread use of antibiotics in the late 1940s and 1950s, any efforts to control
tuberculosis mortality and morbidity turned out to be fruitless. There was simply
no effective therapy. For a very long time, tuberculosis was therefore treated as a
social malady (Barnes 16). Medical professionals tended to cope with the disease
by using a hygienic discourse steeped in ideas of morality and respectability, and
emphasizing individual responsibility and self-discipline (Armus 142-44). When
6
Sontag’s point is precisely «that tuberculosis is not a metaphor and that the most truthful way
of regarding illness - and the healthiest way of being ill - is the most purified of, most resistant to,
metaphoric thinking» (3).
7
In 1908, the mortality from tuberculosis in Spain was 185 per 100,000 inhabitants. In 80%
of the cases the patients’ age was between 18 and 35 years (Molero-Mesa 31).
178 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
homecare proved insufficient, and the ailment could no longer be disguised, pa-
tients devised their own course of therapy, one that depended on their personal
situation and financial means. Doctors encouraged those who could afford it
to leave the unhealthy space of the cities (with their overcrowding, unsanitary
living and working conditions, malnutrition, and lack of ventilation) and travel
to health resorts in the countryside, where they could find better air and enjoy
a healthy diet. It was assumed that tuberculars would benefit from a change of
environment and of mind. For the patients, this meant quitting their jobs and
leaving everything behind, literally becoming homeless. Those who could allow
the extra expenditures embarked on a journey for an impossible health that in
many cases was one without return.
A rest cure implied opting for a kind of self-exile, a voluntary confinement,
in order to disinfect oneself from the pathological structures of the city in an
environment that associated health and countryside. Before the establishment of
the twentieth-century sanatoria, these cures initially took place in spa-resorts that
in Spain were often located in the country’s northern regions. Although some
medical assistance was being provided, these health resorts offered only limited
control over the sick subjects.8 The scarcely supervised spa-cures mainly depen-
ded on the self-discipline of the patients, as they had to engage themselves in a
certain hour-by-hour physical discipline. One of the aims of the rest cure —even
the scarcely supervised cure— was to reeducate the patients by turning them into
homus higienicus, hygienic citizens capable of surrendering to self-regulating. It
was all about cultivating discipline, obedience, and sacrifice. No wonder that the-
se places were not overly attractive. As Diego Armus writes, these rest cures «move
patients into a slow-moving world in which the aspiration to health dissolves in
an immense sea of death» (81).
Towards the end of the nineteenth century, however, these rather austere
retreats into nature lost their strictly medical focus and gradually changed into
profitable businesses. They became fashionable tourist destinations for the midd-
le and upper classes who needed ways to spend their ample leisure time. In order
to attract visitors/patients, the privately-owned establishments advertised with all
kinds of modern amenities (such as theaters, casinos, and restaurants) (Pozo, «Gé-
nero» 248, 278). Visits to the health resorts were no longer exclusively determi-
ned by medical reasons. Instead they were based on factors such as consumption,
distinction, and pleasure, as only those privileged with sufficient means could
afford the stay. One did not have to be officially declared ill to visit these resorts
(Pozo, «Género» 279), and patients in the later stages of their diseases were even
8
Juan Rodríguez notes that contrary to the extensive medical staff in hospitals, the spa resorts
only disposed of one doctor for each establishment, and that among medical practitioners this
position was not in particular high demand (qtd in Pozo, «Género» 284).
Margot Versteeg 179
explicitly discouraged to do so. As Alba del Pozo explains, the health-resorts were
organized according to a rather paradoxical dynamic: on the one hand, the na-
ture of the place made illness an inevitable presence, while on the other hand its
connection with leisure time and tourism changed disease, pain, and death into a
topic that was never openly mentioned since it did not enter into the concept of
the health-resort as a place of pleasure («Género» 285).
For the patients, the spas provided a way to escape from the panoptic vigi-
lance in the cities. They were a space where anonymity offered the possibility to
create a different identity. That did not mean, however, that surveillance ceased
altogether. The profit-based nature of the establishments only resulted in a shift
in the origins of vigilance from the control exercised by the medical professionals
to the eyes of the other guests. The health-resort was an isolated, frivolous, mi-
niature world, with special rules and with dynamics that were based on mutual
observation and watchfulness. Boredom and lack of action generated a desire in
the guests to uncover the identities of the other diseased subjects.
Narratives about rest cures often rework the contemporary medical discour-
ses that turn out to be not so hegemonic after all. In the context of the spas, pa-
tients tried to counter the classificatory purposes of nineteenth-century medicine.
Against the medical rhetoric that established the limits of the body from a posi-
tivistic and scientific point of view, and tried to classify the patients according to
the characteristics of their condition (Molero-Mesa 39), they explored the iden-
tities and psychologies of the individual patients. The will to know, uncover, and
classify identities based on physical essentialism and human pathology that rules
medical discourse, is now being replaced by a strategy of seduction and a play
with different alibis driven by the desire and the sexuality of the patients. This
drive to solve an ontological enigma by inquiring into other patients’ identities
often becomes a narrative device as the question «Who is he or she?» is at the basis
of elaborate fictions. The spa thus gradually evolves from a space that disciplines
and imposes norms into a space where the patients engage in forbidden eroticism
and esthetic creation.
This is also the case in «Dúo de la tos». Leopoldo Alas, himself a tubercular,
presents us with two anonymous individuals suffering from pulmonary tuber-
culosis, two «living deaths,» who have abandoned their homes and families to
embark on an uncertain journey to the supposedly health-bestowing countryside,
looking for recovery. Just like the plots of many nineteenth-century novels are lar-
gely driven by chance meetings between characters (Parsons 40), the story’s pro-
tagonists incidentally «meet» in a spa-hotel on Spain’s northern coast where they
occupy almost adjacent rooms. The hotel’s location, a sleepy «pueblo de comer-
ciantes y bañistas» (Clarín, «Cuentos morales» 196), points to the establishment’s
connection with tourism and commerce: the fat barges («panzudas gabarras»
180 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
9
By recurring to the discursive strategy of stripping the patients/guests of their identities and
limiting these to their room numbers, Alas makes the patients dispensable. After the departure or
death of the patient, the room can be reassigned to a new patient/guest without face or name (Pérez
233).
Margot Versteeg 181
when at night they step out on the balconies of their cold and impersonal rooms
situated on the third floor of their hotel. Although it’s summer, the cloudy Au-
gust-night does not represent a romanticized moonlighted setting. The only light
is provided by the brilliance of the water that slightly shines in the darkness.
This unstable light, that puts the imagination to work, is nothing but an optic
illusion, and the switching off of the nearby lighthouse brings back reality in a
flash. The darkness of the setting (marked by «sombra,» «oscuridad,» «tiniebla»),
suggests however, that there are identities and secrets that need to be revealed,
«vislumbrar» (196).
Patients of tuberculosis are trapped in their disease as the disease is trapped
within their chests and ailing bodies, even if they try to hide their illness under
clothing that has become several sizes too large. The narrator informs us that the
man is dressed in a light overcoat that has obviously become too big for him, whi-
le the woman is wrapped in a thick wintry shawl, «un chal de invierno tupido»
(196). It’s significant that in the dark night, these two bulky shapes («bultos»)
cannot see each other’s faces from their respective locations, just like in darkness
they cannot see the ravages that the disease has caused on each other’s bodies.
There are, however, other ways through which they become aware of each other’s
company, a company that they experience as a solace against the anonymity, in-
difference, sadness, and solitude that reign supreme in the resort, and that causes
them to feel a vague, «indeciso» (196) pleasure.
Although the darkness hides the visual signs of the illness, tuberculosis is
a performative disease with distressing symptoms that are highly recognizable
and that project the private disease into the public domain (Tankard, «Victo-
rian» 19). These symptoms consist of, among others, prolonged coughing and
sneezing, as well as fever, night sweats, loss of weight and energy, poor sleep and
appetite. Labored breathing and a dry cough that produced sputum or, even
worse, blood, were thought to be fairly certain signs that one had contracted
the disease (Armus 153). The man on balcony number 36 is therefore quick to
identify his female companion in number 32 by her coughing. It is immedia-
tely clear to him that the three spells of dry cough are those of a tubercular pa-
tient. However, he does not stop there, but shows an interest in his fellow guest
as a subject. He identifies her not only as a patient but also as a woman, as he
notices the pleasant smell of her shawl. Her cough is for him much more than
just the cough of a patient; it is the sweet chant of a «codorniz madrugadora»
(197), the early-morning song of a quail, notorious for its chant of «wet-my-
lips». The narrative voice gives indeed a highly sexualized representation of the
female character by introducing her as a sighing «busto delicado, quebradizo»
and «pecho débil» (195-6).
The initial impression that the woman has of her companion is also tainted
182 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
with sexual connotations, as she quickly notices the moving light of his cigar:
«algún viajero que fuma» (195). This cigar (a zigzagging «gusano de luz» [195])
is, of course, a phallic symbol and the woman is mostly interested in him being
a man. Having spied on him in the hallway, she identifies him as the occupant
of room number 36, in front of which door she has seen a pair of elegant shoes
that qualify him as male and of well-to-do origins.10 Tuberculosis did not spare
the more affluent population. For the bourgeois order, the social indeterminacy
of the disease, was a particularly alarming phenomenon.
Being outside at these late hours (even in the absence of a breeze), and espe-
cially the act of smoking, would have been against any medical recommendation,
but patients often enjoyed breaking the rest therapy’s routine and discipline, as
a way of enjoying the little time they had left in live. This kind of transgression
was a way to escape the slow spread of the disease and the ineluctable final death.
The mention of the male patient on balcony number 36 allowing himself to
smoke as a way of celebrating a «fúnebre orgía» (197) gives the readers a clue
about a possible interpretation of this act of protest. When the man hears his
female companion coughing, he becomes alerted to his own foolishness that he
then describes as «una gran calaverada, una locura» (197) and it is ambiguous if
this reaction refers to being outside, to smoking, or to the idea of becoming ro-
mantically involved, as all these things would be forbidden to tubercular patients.
Although both patients receive a noninstitutionalized form of therapy, they have
internalized the medical advice concerning the physical restrictions of their con-
dition (Tankard, «Emasculation» 69) and the man therefore rapidly returns to his
room (described as a prison, grave, and niche). The woman, who is left behind in
complete solitude, will soon follow his example.
«Dúo de la tos» centers on the protagonists’ inner worlds, their affections,
alienations, peculiarities, and obsessions, and on their inquiry into each other’s
identity, as from the interiors of their respective rooms they engage in a subtle,
wordless dialogue, reminding of an opera duet. Alas shows in his story how the
imagery of tuberculosis not only determines the object of representation but also
the stylistic flow of his prose. As Sontag notes, tuberculosis «is a disease of time; it
speeds up life, highlights it» (14) and the panting tone of the writing, interrupted
by the solemn strokes of various clocks in the village, that through their represen-
tation of eternal movement indicate the relentless progress of time, translate the
consuming regularity of tuberculosis into the text (Nouzeilles 302). At the same
time Alas’ prose exploits the associations of the tubercular body language with
passion (302).
The wordless dialogue between the man and woman in fact really begins
10
The shoes and shawl are gendered symbols that reaffirm the individual identity of the prota-
gonists Pérez (238).
Margot Versteeg 183
when both are inside their respective rooms. Actually, it’s more of a crossed mo-
nologue, which shows its illusionary nature. Although the patients are not res-
ponsible for their disease, they are the ones who shut the doors to the balconies
and hide in their private thoughts. The result is even more isolation, loneliness,
and boredom. As for the patients’ thoughts, the narrative voice, implicitly refe-
rring to the anxiety of knowing, revealing, and classifying identities that is typical
of medical discourses, now applies this urge to know («desvelar») to the patients
themselves, while gradually, between the moments of coughing, inserting some
bits of background information for the readers.
The male patient of room 36, coughs with a rapid, energetic cough that
contains the hoarse groan of protest. As an exponent of a world in which all is
being determined by economic profit, the character relates his own coughing to
the presence of Death, who as his creditor demands payment for the promissory
notes he has signed during his lifetime. The narrative voice identifies the man as
a thirty-year old male, alone in this world, with no company other than the me-
mories of his family home. The text hints at misfortunes and errors («desgracias
y errores» 198), and tuberculosis was indeed often associated with (sexual and
alcoholic) excesses. It was seen as a disease of exhaustion. The human body sup-
posedly had a limited capacity for resistance, and due to a weakened immunity,
and to certain lifestyles or morality, it could break down and be the recipient of
several illnesses. The man, prone to self-pity, complains about the lack of em-
pathy he encounters in a world where all sympathy is now for the proletariat: «El
pobre jornalero, ¡el pobre jornalero!»—repetía, y nadie se acuerda del pobre tísico,
del pobre condenado a muerte de que no han de hablar los periódicos.11 La muer-
te del prójimo, en no siendo digna de la agencia Fabra, ¡qué poco le importa al
mundo!». This last sentence is a reference to the famous final verse of Espronceda’s
Canto a Teresa («Que haya un cadáver más, ¡qué importa al mundo!»), indicating
that the romantic era has given way to a more pragmatic and cynical way of loo-
king at the world (Jofre 96).This statement not only positions the male character
—with his elegant shoes— solidly in the affluent classes, but also establishes the
connection between two unwanted societal groups: unhealthy persons and ideo-
logically dangerous ones.
In the lugubrious silence of the hotel the male patient of room 36 perceives
the echo of the coughing woman in room 32 as an answer. The woman, we learn,
is a poor, twenty-five-year old foreigner, who had come to Spain to make a living
as a governess in an aristocratic family. Once her employers became aware of their
governess’ disease, they rejected her. Out of fear of contagion, they moved her
11
Leopoldo Alas tackled the «workers question» in a series of articles titled «El hambre en
Andalucía» (1882-83) and also in several short stories, among them «El jornalero» (1893). See
Lissorgues, 1984.
184 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
away from her students, not after first easing their consciousness by providing her
with enough money to wander through the world for some time. It is apparent
not only that money has contaminated society, but also that families were trying
to avoid dealing with the uncomfortable presence of a tubercular. The panic ge-
nerated by the knowledge of the infectious character of the disease resulted in the
patients’ rejection by society and them being considered as outcasts. Many lost
their jobs while landlords refused to house them. In the case of the woman of
room 32, instead of returning to her fatherland, she decides to stay in Spain with
its milder, more benign climate, although she did travel to the northern coast as
that resembled her own country. It is well known that some consumptives took
exhausting journeys (to Italy, for instance) in search of climates supposed to pro-
long their lives (Tankard, «Victorian» 21).
The migration of these anonymous, mobile subjects dramatizes a scandalous
negation of what Gold calls the «señas de identidad» most closely identified with
the bourgeoisie of Restoration Spain: work and family. Their identity is a negative
identity that is founded on what they do not have (a home) and what they do not
do (work) (Gold 145). The loss of the home afflicts both characters in the story,
caught as they are in the harsh realities of the new capitalist society. In a time that
so many nineteenth-century realist texts center on the family home as the locus
of social relations, Alas presents us with a society where whole groups of people
are displaced from their geographical origins; they have no permanent domicile
and are constantly on the move. For these people, home is always elsewhere. Even
worse, the Homeland («Heimat») has given way to its inhospitable other, the un-
canny («das Unheimliche») (Gold 150). Without the security offered by a fixed
domicile, the characters are condemned to be nomads. As such, they signal the
structural and economic imbalances that afflict Spain at the end of the nineteenth
century. They foreground the false promises of economic prosperity offered by the
nineteenth-century liberal state, and emphasize that the dream of the bourgeoisie
programmatically excludes certain categories of citizens or may fail even those it
includes (Gold 143). In 1870, Spain’s foremost realist author Benito Pérez Galdós
could still write that Spain’s middle-classes were the country’s inexhaustible source.
According to Galdós the new social order was order built on the middle-classes
that through its initiative and intelligence had taken on the sovereign role in all na-
tions; it is there that nineteenth century man was to be found, with all his virtues
and vices, his noble, insatiable aspirations, his passion for reforms and his frantic
activity (Parsons 34). This was a vision that Leopoldo Alas, writing towards the
end of the nineteenth century, would no longer have shared.
Homelessness was particularly harsh for women as nineteenth-century bour-
geois society was based upon the foundational institutions of family and marria-
ge. Home is often praised as a peaceful haven of intimacy set apart from commer-
Margot Versteeg 185
ce and industry, where the «ángel del hogar» lives in function of her husband and
children, as described by Bridget Aldaraca in her eponymous study. Although we
see this idea contested in numerous nineteenth-century realist novels that repre-
sent the home as a space of enclosure for women, it’s definitely true that without
a home, women found themselves in a very precarious situation. As a governess,
the female character of «Dúo de la tos» is —like any servant— in some ways,
always already homeless. Living in other people’s households, domestic personnel
can be seen as «symbolic of the threshold between the public and the private
spheres» (Gold 145). Alas’ adventurous, transgressive young protagonist, moves
continuously in and out the home thus challenging not only the concept of do-
mestic family life but also the construct of nineteenth-century femininity itself.
This emphasis that «Dúo de la tos» puts on homelessness points to a series
of unrepairable epistemological fissures both in the social and narrative realms.
Hazel Gold, referring to a similar phenomenon in Pérez Galdós’ novel Miseri-
cordia (1897), considers the preeminence of homelessness both a refusal and a
critique of a certain set of bourgeois norms and values (151). It reveals a crisis of
personal identity, since society neither recognizes nor addresses homeless people.
It also signals a crisis of social authority, for itinerant lives posit a challenge to the
ordered life of the community. Peripheral subjects, outsiders, are visible proof of
failed reform programs and unsteady social hierarchies (150). Homeless persons
must therefore be dispersed before they can contaminate the social body (and in
the case of tubercular patients this contamination is a very literal threat). Finally,
homelessness points to a crisis of Spain’s national image and identity, and exposes
the country as economically, technologically, and culturally inferior (143-4). This
disenchantment that we notice in Alas’ short story, is not only with the power
structures of the Restauration but, as we shall see, also within the limitations of
realist fiction.
The title of the story, «Dúo de la tos,» and its balcony setting, obviously su-
ggest a comparison with opera. In the nineteenth century, several popular operas
dealt with tuberculosis and, more in particular, with dying and desired consump-
tive heroines. Just think of Antonia in Offenbach’s Hoffman’s Erzählungen (1881),
Violeta in Verdi’s La Traviata (1853) and Mimi in Puccini’s La Bohème (1896).12
Tuberculosis, write Linda and Michael Hutcheon, is perhaps the perfect operatic
disease. This is not only because of the performative nature of the illness, but also
because tuberculosis involves the breath of the singing and dying protagonist as
both the site of inspiration and expiration, and her breast as both the site of her
singing and the locus of the illness («Famous Last Breaths» 6). The conjunction
of disease, desire, and an aestheticized death proved to be a successful recipe for
12
The importance of music in Alas’ creative world is well known, see for instance Ruiz Tarazona
and Richmond.
186 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
13
In similar vein, actress Sarah Bernhard enjoyed tremendous success while representing Mar-
guerite Gautier, the consumptive courtesan in La Dame aux Camélias by Alexandre Dumas (fils),
adapted as play for the stage before it would be reworked as opera with the title La Traviata.
Margot Versteeg 187
La del 32 tosía, en efecto; pero su tos era… ¿cómo se diría? más poética,
más dulce, más resignada. La tos del 36 protestaba; a veces rugía. La del 32 casi
parecía un estribillo de una oración, un miserere; era una queja tímida, discreta,
una tos que no quería despertar a nadie. El 36, en rigor, todavía no había apren-
dido a toser, como la mayor parte de los hombres sufren y mueren sin aprender
a sufrir y a morir. El 32 tosía con arte; con ese arte del dolor antiguo, sufrido,
sabio, que suele refugiarse en la mujer.
Llegó a notar el 36 que la tos del 32 le acompañaba como una hermana que
vela; parecía toser para acompañarle.
Poco a poco, entre dormido y despierto, con un sueño un poco teñido de
fiebre, el 36 fue transformando la tos del 32 en voz, en música, y le parecía
entender lo que decía, como se entiende vagamente lo que la música dice. (199)
malady, the author denounces that in the end consumption is the result of human
insensitivity and neglect for human living conditions. Encouraging love and soli-
darity rather than science as the cure, Alas aims to instill empathy and affiliation
in his readers as he points towards their responsibility towards each other. Social
support, the realization that one is cared for and can count on the assistance of
other people, and is accepted even if one is ill, is a very effective way of fighting
the disease. But in a society driven by money, compassion will be hard to find.14
It is the woman in the story who first realizes that the two characters are sin-
ging a love duet, and that mere idea inspires her with shame. Even as she pretends
that what they are experimenting is nothing but «amor de matrimonio antiguo»
the associations that she establishes points more to passion and lust than to a
boring marriage. With her associative mind, the governess, delirious from fever,
links this coughing companionship to the souls in the purgatory, purgatory to
hell, hell to Dante’s Inferno and —particularly illuminating— to the passionate
and illicit love story of Paolo and Francesca, which is, of course, a hint for the
reader to look for more hidden drives.15 In «Dúo de la tos» everything is covered
by darkness, shadow, and this is not only a reflection of the characters’ mood. The
night, the hotel, and the scarce lighting (among others produced by the cigar!)
suggest that there are things that need to be brought to light; things that have
been erased, censured, displaced, repressed but are waiting to come out in a flash,
as a «relámpago». Writing about Alas’ short stories, Jean-François Botrel alludes
to a «tal vez, reprimido erotismo» and he ads that he is refering to «esa corriente
de erotismo recóndito y asociado con un sentimiento de culpabilidad, expresión
virtual de una libido a la que se le da así metafórico y eufemístico paso» (743).
In his lacanian reading of the story, José Mayoralas invites his readers to explore
what is behind the pun ¨bul-tos» as a combination of «vultus» (face in latin) and
«tos». He points to the protagonists’ complex inner lives, tormented by frustrated
desires. It’s particularly the protagonists’ faces that the narrative censures and that
are never described or seen. In the story two tormented, wounded, suffering and
infected bodies/bultos experimenting a fatal lack, take comfort and pleasure, this
«indeciso placer», in coughing together. The sounds of their bodies that rhythmi-
cally —quickly, energetically but with pauses, interruptions, scansions— protest,
roar, groan and grind, refer to a shared longing for erotic communion. It is here
that everything comes together. «Tanto en el sexo como en la tos», writes Gabrie-
la Nouzeilles, «el jadeo y la intermitencia de la falta de aliento constituirían la
unidad básica de la dimensión casi musical del orden tísico de acuerdo con una
14
See Hristo Boev and Lachezar Popov, 2013, for similar ideas in Charles Dickens’ Dombey
and Son.
15
The lovers Pablo and Francesca figure in Canto V of the Inferno section of Dante’s Divina
Comedia.
Margot Versteeg 189
16
This becomes painfully clear in the comments of the male guest in room 36, who identifies
himself as a patient but also as an attractive young gentleman. Young men diagnosed with tuber-
culosis were largely excluded from the arenas of commercial and reproductive success in which
manliness was publicly displayed. They were measured unfavorably against their era’s standards of
masculinity (Tankard, «Emasculation» 62).
190 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
related to tuberculosis deals with an excess of desire and the constant search for
satisfaction that always leads to failure (307).
The final paragraphs of the story provide a short epilogue that stresses the
permanent process of transition to which the characters are doomed. As deraci-
nated individuals, these tubercular outcasts are condemned to live a vagrant life.
Eternally on the move, from one hospital/hotel/spa to the next, their existence is
highly precarious. The story’s ending also shows that although the illness causes
their lives to run more or less parallel for a while, each of the patients faces the
reality of their disease and consequent death in a very different way. The man lea-
ves the village for the famous sanatorium of Panticosa where he will find his last
abode; the woman still has two or three more years to live. Maintaining control
and autonomy while bravely facing life’s ending, she prefers a hospital to a hotel
and dies in a clinic ran by the Sisters of Charity where she receives a less aliena-
ting, gentler form of care (disinterested Christian Charity). In the concluding
sentences, the narrative voice asks the question if, in their very last moments, the
patients would have had any memories of their coughing duet. The final answer
of «maybe» however, undercuts the authority of this narrative voice in a similar
fashion as the text intends to undercut the stigmatized representation of its pro-
tagonists. There is no homecoming for these patients, in the same way as there is
no authoritative center for the text (Gold 151).
Exposing and critiquing the way in which nineteenth-century bourgeois
society represents patients who have contracted tuberculosis —as enemies and
unwanted citizens condemned to social marginality—, realist author Leopoldo
Alas participated in turn-of-the-century debates about the (lack of ) inclusiveness
of the Spanish state, and engaged in a self-reflexive questioning of representation.
Parodying an outdated romantic representation of tubercular patients as a (fal-
se) construction or image, he shows that the unidimensional depictions of these
patients as social outcasts have nothing to do with how these characters really
are, and underlines that in nineteenth-century Spain reality has become mere
representation.
In the story, the patients use their sick bodies to become modernist artists,
performers, whose delirious dreams and fevers place them in a superior position
in regards to the healthy. In modernist fashion, these patients take advantage of
the heightened sensibility caused by their pathology as a privileged way of en-
try into the world of the imagination (Nouzeilles 304). They engage in esthetic
practices that are located outside of market capitalism and the bourgeois order of
the homo economicus. In their operatic duet the patients denounce the morbidity
of their disease and the stigmatizing that takes place in a world that is saturated
with terrible fantasies about their condition. Against their doctors’ labeling they
try to discover who they really are. Instead of obeying the medical prescriptions
Margot Versteeg 191
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192 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»
Dale J. Pratt
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G. W. F. Hegel
The Phenomenology of Mind II, 252
¿Por qué la besabas tú a ella? Te has contagiado con sus microbios, con
los microbios de su personalidad, porque cada uno de nosotros tiene su microbio,
su microbio especial y específico, el bacillus individuationis
During the nineteenth century, the communication of ideas was often cha-
racterized using terms associated with infection and the transmission of disea-
se. From Hegel’s description of enlightenment in The Phenomenology of Mind
(1807), through many representations in literature, ideas, and by extension ideo-
logy, were seen as infectious agents wafting in the air (resembling miasmas) or as
being contagious and transmissible by proximity or touch (as in germ theory). In
Spain, Benito Pérez Galdós (1843-1920) wrote first-hand journalistic accounts of
cholera epidemics in Madrid and displayed a deep understanding of competing
theories of infection. Many scholars have examined the place of diseases —both
literal and metaphorical— in Galdós’s works, including illuminating studies by
Teresa Fuentes Peris, Michael W. Stannard, Carmen Parrón, Kevin Larsen, Tho-
mas R. Franz, Collin McKinney and others. The present study marshalls insights
from these scholars to list and analyze the metaphors Galdós creates to describe
ideation and how ideology channels the thoughts and actions of human beings,
194 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
with special focus on novels from 1880 onward (roughly coetaneous with news
in Spain of theories and discoveries by Louis Pastuer (1822-1895), Robert Koch
(1843-1910), Joseph Lister (1827-1912), and Jaime Ferrán (1851-1929).1 Tris-
tana (1892), written after more than a decade’s worth of Galdós novels utili-
zing metaphors of infection, merits special emphasis. Galdós’s treatment of the
pathological possibilities of ideas takes on deeper significance in Tristana as the
ideological conflict between the masculine and the feminine in the novel occurs
even on the microscopic level. Tristana acts as both a carrier of the infection of
incipient feminism and of its symbolic reversal, the countering reinfection of
her life by masculine discourse. Although other scholars have read Tristana’s life
as an abortive quest for authentic feminine being,2 the present analysis instead
examines infection as a metaphor of ideology and of Tristana’s frustrated attempt
to create her own epistemology and new feminine language.
1. Infectious Ideologies
1
For a fascinating discussion of the use of biological metaphors to characterize language, see
Salverda, 1998.
2
See Bly, Ciallella, Concejo, Dash, Feal Deibe, Livingstone, Miró, Ordoñez, Percival, Valis
(«Art»), and many others. Akiko Tsuchiya summarizes many of these critical perspectives (330-31).
Dale J. Pratt 195
and desperation are carried in the characters’ breath and their clothes: «la pa-
sión, el deseo, la presunción, la impiedad, el egoismo y la desesperación descreída
han venido con nosotros, como los miasmas de una universal epidemia, que con
nuestro aliento y nuestras ropas traemos» (184). In Galdós’s Tormento, Amparo
Sánchez Emperador’s uneasy guilt over past transgressions fills the very air she
breathes: «hasta el aire que respiraba en Madrid parecíale tener en su vaga sus-
tancia algo que la denunciaba, algo de indiscreto y revelador» (195). José María
Bueno de Guzmán, the first-person narrator of Galdós’s Lo prohibido, speaks of
«la atmósfera moral que respiramos» (148), and his detailed explanation of ideo-
logy underscores the depth he plumbs in this metaphor: «esas resobadas frases
que parecen un fenómeno atmósferico, porque las hallamos diluidas en el aire
de nuestro aliento y en sus ondas sonoras que nos rodean» (146-47). While the
notion that ideas travel through the air is nothing new —other people’s spoken
words obviously travel to us through vibrations in the air— Valera’s Luis ventu-
res an additional explanation: «Estarán en el aire las malas doctrinas, a modo de
miasmas de una epidemia?» (168). Luis’s rhetorical question, spoken with the me-
taphorical flourish typical of his letter-writing, hints at how nineteenth-century
epidemiological investigations and debates over hygiene, miasmas and the germ
theory charge realist representations of ideas in the air.
Critics have written a great deal about illnesses and diseases in Galdós Don
Benito’s fascination with symptoms and etiologies, and the symbolic potential of
specific maladies and problems, make the study of disease and health in Galdo-
sian texts a fruitful hermeneutic enterprise. These Galdosian studies usually posit
an idealized state of physical and mental health against which to compare certain
obviously unhealthy characters. However, Galdós’s paradigmatically «normal»
characters in fact do not truly enjoy «health» or freedom from all illnesses real
or imagined. Ideology and external social forces permeate Galdosian characters,
including the most admirable and beloved characters as well as the abominable
ones. They, too, are infected or innoculated with foreign ideas or «ideological
bacteria».
Galdós frequently establishes analogies between ideology and unseen orga-
nisms. From La Fontana de Oro (1870) and throughout his novelas contemporá-
neas, Galdós often characterizes ideas as miasmas, agents of contagion, germs and
illnesses. While the examples from Pepita Jiménez demonstrate that this imagery
is not confined to Galdós, it seems clear that as germ theory and other knowled-
ge about microscopic entities like bacteria and viruses developed in the latter
third of the nineteenth century, Galdós became progressively more systematic
in his use of these types of metaphors. Whether he accepted Pasteur’s and Koch’s
thinking early on, it seems clear that Galdós was aware of germ theory several
years before this epidemic. In novels such as El amigo Manso (1882), El doctor
196 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
todo. No extraño que le haya alcanzado a usted su influencia pestilencial» and she
later promises or threatens Clara that «la libraremos de la influencia infernal de
las ideas del día» (152-53). Doña Paz does not herself feel affected by any strain of
conservative effluvia, even though her cohorts Salomé Porreño and don Elías Mo-
rejón y Paredes, whose own statements about the new ways of thinking echo doña
Paz’s, clearly conspire with her in every sense of the term. Her niece Salomé sees
others besides just young women as vulnerable to liberalism; for instance, such
ideas infect the mildly liberal priest Lorenzo de Soto, just as they do Clara: «es
un clérigo pervertido, contaminado con las ideas del día» (176). Don Elías parses
out differences in his expansive diatribe. He reaffirms feminine susceptibility to
perverse ways of thinking: «Estas ideas del día ... pervierten hasta a las muchachas
más recatadas» (135). But he continues on to imply that ideology not only infects
but results in ostracism for the patient: «¡Estas ideas del día, esta lepra social!»
(135). Modern ideas equal social leprosy.3 Leprosy usually takes a long time to kill
its victim, leaving the patient continually available as a storehouse of microbes to
infect other members of the group (Diamond 204). Since ancient times societies
have cast out lepers, to prevent infections through contact with their diseased
flesh; however, in the eighteenth and nineteenth centuries, miasmatic theory held
that miasmas originated in leper colonies (see Grzybowski et. al.). But Don Elías,
like Luis de Vargas, remains unsure about how the ideas of «social leprosy» are
transmitted: «¡Se difunde sin saber cómo! ¡Penetra en todas partes!» (La fontana
135). Contagionism or miasmatism; it is all the same to him. The supposedly
uncontaminated people are like the Porreñas, who are «personas virtuosas, libres
del contagio del día» (135). Their contented immunity to the ideas of today in
reality denotes their infection by ideas from the past.
In Torquemada en la hoguera, set in the mid-1870s —prior to the wide diffu-
sion of germ theory—, but written in 1889 after Galdós had accepted the theory,
the main characters believe in miasmatism. Torquemada and his friend José Bai-
lón worry about possible sources of miasmas: «la higiene pública les preocupaba
a entrambos: el clérigo [José Bailón] le echaba la culpa de todo a los miasmas,
y formulaba unas teorías biológicas que eran lo que había que oír» (24). During
his son Valentín’s illness, Torquemada rages against miasmas: «¡Ah! Los malditos
miasmas tenían la culpa de lo que estaba pasando. Tanta rabia sintió don Fran-
cisco, que si coge un miasma en aquel momento lo parte por el eje» (27). There
is no talk of germs. The miasma theory medically licenses Torquemada’s business
model: for him to remain healthy, he must only avoid stench and filthy vapors.
3
In Tormento, when Amparo despairs of ever marrying Agustín Caballero because of her past
relationship with Pedro Polo, she compares her dishonored and fallen status with leprosy: «La des-
honra era inevitable. Tendría que escoger entre darse la muerte o soportar la ignominia, que iba a
cubrirla como una lepra moral, incurable y asquerosa» (230).
198 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
4
Noël Valis explains that in the nineteenth century, the prostitute’s body «was associated with
vile odors and decay» (i.e., miasmas). She adds: «Cloacal imagery, in particular, suggested analogies
between the prostitute’s body and sewers and drains, in which the commercialized woman functio-
ned, on the one hand, as a cleansing agent, ridding the social body of excess, possibly harmful fluids
and, on the other hand, as the menacing site of accumulated filth and corruption» («On Monstrous
Birth» 201; see also Fuentes Peris, Visions of Filth, chapter 1).
Dale J. Pratt 199
5
For in-depth discussion of diseases in Fortunata y Jacinta (including the miasmatic environ-
ment of Las Micaelas) see Larsen, Fuentes Peris, McKinney (YEAR).
6
For an excellent overview of Pasteur’s and Koch’s discoveries, see Waller.
200 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
even though they were viewed with skepticism by many. However, dire need led
to acceptance, led by Spanish bacteriologist Jaime Ferrán «La doctrina bacterioló-
gica acabaría por imponerse en nuestro país después de la gran polémica en torno
a la vacunación anticolérica de Ferrán en 1885, en la que sirivió de trasfondo más
o menos abiertamente confesado» (López Piñero 672-73).
Galdós had more than a casual understanding of bacteria and infections.
Spain suffered grievous cholera epidemics during Galdós’s lifetime.7 Galdós was
living in Madrid during the 1865 and 1884-85 epidemics, and he wrote jour-
nalistically about both. While in his 1865 text Crónica de Madrid he dedicates a
few pages to cholera, during the 1884-85 epidemic Galdós composed a series of
articles (collected in Cronicón (1883-1886) in which he describes in detail various
competing theories about cholera’s etiology and its anxiously sought for cure.
Throughout these articles, Galdós shows cautious respect for some figures in the
medical community, yet skepticism about the efficacy of many of their attemp-
ted cures, as well as pessimism about their research methods and debates—«los
contagionistas y los anticontagionistas dan una batalla cada día, tan sin fruto,
que más valdría que se fueran a sus casas» (Cronicón 74). He also displays a clear
awareness of available knowledge about microbes and how they interact with
human bodies (individually and in communities).
Galdós’s thoughts on the microscopic components and invaders of human
bodies color the ways he characterizes individuals and societies in his novels.
Character and infectious diseases share reciprocal influences in Galdós, as can be
seen in anthropomorphic descriptions of germs and in characterizations of hu-
mans as germ-like. Germs and a variety of other creatures and objects resembling
germs «infect» many of Galdós’s characters, causing all manner of unpleasant yet
memorable symptoms. Also, the microscopic observations undertaken by medi-
cal researchers during the cholera epidemic resemble the perspective and proces-
ses adopted by Galdós’s realist narrators. These connections between scientific
and medical discourses and realist depictions of character illustrate not only how
7
Cholera, known as the «viajero de Ganges» or «el hijo de Ganges,» first entered Spain in 1833
in the Atlantic port of Vigo. 300,000 Spaniards died of cholera in 1833-34. In 1853, again arriving
in Vigo and then in Barcelona and travelling down the coast and throughout Andalucía, 236,000
fell that year, with the case mortality rate in Madrid reaching 50%, with 50 people dying each day.
In July 1865 cholera returned, this time by way of Valencia, leaving 120,000 dead. In a single week
in October, 2900 madrileños died. In 1884, cholera arrived on a passenger ship from Oran, and
spread from Alicante to Granada, Valencia, and Zaragoza. 120,200 died in that epidemic, but the
case-mortality rate improved to 28%, due to important epidemiological advances. Robert Koch
had discovered the cholera bacillus in 1883, and throughout 1884-85 scientists were steadily wor-
king on remedies. Jaime Ferrán created a successful vaccine, which the relatively unknown Santiago
Ramón y Cajal, among others, was asked to evaluate. The work was tremendously effective--during
the final outbreak, in 1890, only 4,000 people lost their lives (Kohn 316-18; Stannard 38-40;
McKinney 30-31).
Dale J. Pratt 201
Galdós could incorporate current events and ideas into his writing but how his
ruminations on infection, germs, and communicable diseases expanded his un-
derstanding of what it meant to be human and outfitted him with further tools
and imagery for creating characters.
2. Microscopic Realism
In the prologue to Niñerías (1889), Dr. Manuel Tolosa Latour’s book on sto-
ries of childhood illness, Galdós compares medical observations and descriptions
with the observing eye of the realist narrator. Doctors observe more completely,
but have no interest in writing literature:
los más [de los médicos] viven siempre apartados de toda tentativa de este
género [la literatura], callándose muy buenas cosas, archivando experiencias y
casos que nos serían muy útiles a los que tenemos por oficio el pintar la vida
y el dolor» (1256). Lacking the diagnostic tools of medicine, especially mi-
croscopy, realist authors necessarily confine themselves to the moral nature of
human beings: «estudiamos nuestro asunto menos directamente que el médico,
a mayor distancia de la verdaderas causas, y fijándonos en la naturaleza moral
antes que en la física» (1256). Galdós affirms that medicine holds the key to
moral nature as well, and for this reason, he is attracted to medicine: «vivo en
continua flirtation con la Medicina, incapaz de ser verdadero novio suyo, pues
para esto son necesarios muchos perendengues; pero la miro de continuo con
ojos muy tiernos...» (1256).
Yet in Cronicón, as Galdós chronicles the search for a vaccine and a cure for
cholera, we find the realist observer studying and weighing out the microscopic
observations and theorizing of others. This journalistic incursion into the world
of bacteriology and medicine has deep resonances with ideas and images Galdós
had been exploring for several years before the 1884-85 cholera epidemic. In
fact, we might even discern in Galdós’s interest in characterizing the cholera ba-
cillus the logical extension of his tendency to characterize his fictional creations
through the accumulations of minute, sometimes seemingly meaningless details.
Though the cholera epidemic and the debate about Ferrán’s vaccine represent
high-stakes reality, in the end Galdós’s voice sounds the same as in his novels. If
the medical-style vision helps an author in understanding «la vida y el dolor,» an
author’s experiences characterizing life and its pains in fiction facilitate his com-
prehension of the microscopic realities best known by medicine.
Galdós devotes the initial pages of Cronicón to comparing France with Ger-
many, using terminology associated with disease and hygiene. He reports that
some say of Paris, «la higiene y la policía del continente exigen que se desinfecte
202 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
esa zona de Europa» (13), but that others speak of German ideas as a disease: «la
filosofía germánica es la enfermedad encefálica de una raza» —with «el cáncer del
socialismo» devouring its innards (16). Yet when his journalistic record focuses
on describing medical debates around the 1884-85 cholera epidemic and the ulti-
mately successful search for an effective vaccine, Galdós turns from using diseases
as vehicles for metaphors about politics to the inverse: using metaphorical tenors
illustrated by anthropomorphic imagery. As he characterizes the antagonist of
his story— «[el] famoso microbio, origen y simiente de la temida enfermedad,»
he admits that its nature and effects are still mostly undefined: «ser tan pequeño
como maligno, que unos tienen por vegetal y otros por animal. Sea lo que quiera,
el tal es de lo más malo que la divinidad ha echado a este mundo para castigo
de nuestras culpas» (24-25). In the 1865 text, Crónica de Madrid, he does not
hesitate to use cholera as a vehicle for caustic social critique—» la caridad nea
atribuye la visita del cólera a una venganza del Creador del mundo […] creyendo,
sin duda, que el que envió las plagas a Egipto no cree suficiente para castigar la
moderna sociedad la plaga nea que hoy invade, corroe, apolilla, destruye, pudre,
descompone las sociedades donde inocula, como la culebra, su mortífero veneno»
(Crónica de Madrid 1311). In the Cronicón articles, however, he is much more
matter-of fact, and for the most part avoids ancillary commentary although he
does sardonically point out that the priestly custodian of miraculous oil supposed
to cure the disease himself succumbed to it (217). Galdós ostensibly exercises care
in his word choice in an article about José de Letamendi’s research,8 he states that
although the lab contains what he calls «un verdadero rebaño de diferentes tipos
de microbios» the metaphor really obscures their nature: «es impropio el término
rebaño, pues parece resuelto ya por la ciencia que las bacterias no son animales,
sino vegetales bien definidos, plantas elementales dotadas de movimiento y per-
tenecientes a la familia segunda del orden primero de las algas» (38). Despite
positing cholera to be on the microscopic level some sort of plant, Galdós uses
a variety of anthropomorphizing metaphors for the cholera bacillus throughout
the articles, in passages which sometimes sound almost like Ramón y Cajal’s own
descriptions of cells.9 For example:
8
In his lengthy Plan de reforma de la patalogía y su clínica (1878), Letamendi had articulated his
«anatomía simbólica,» illustrating how components of the outside world («el Pericosmos») came to
be incorporated within a human body («el Endocosmos») —basically, the model for infection by
bacteria. In Cronicón, Galdós appreciates Letamendi’s insights without giving him the unmerited
praise that Baroja later satirizes in El árbol de la ciencia (see Pratt, «José de Letamendi» 41-49).
9
See Pratt, Signs of Science, chaps. 3 and 4
Dale J. Pratt 203
con porderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos» (105), and his telesco-
pic/microscopic vision secures him great power. Felipe Centeno is the opposite
of Fermín de Pas, though, because while Felipe Centeno «observaba todo» and
«nada perdía su activa penetración... su instintivo examen de las cosas» (El doctor
Centeno 24), the microscope/telescope does not belong to him. He remains a
(tiny) observer and object of observation who readily disappears from the field of
vision of the narrative.
Other characters in El doctor Centeno benefit from the reader’s attention to
the processes of fermentation, infection and disinfection. The novel associates
two other characters with wine and the microbes which ferment it —don Floren-
cio Morales and Alejandro Miquis’s «tiíta» Isabel Godoy de la Hinojosa. Morales
will not drink wine— his friends know him as a great conniseur of waters, and
he prides himself on being able to identify the origen of a sample of water upon
tasting it: «Era hombre de gran sobriedad, enemigo de las bebidas espirituosas
y aun de la horchata de cepas; muy inteligente en aguas; de estos catadores de
manantiales que distinguen con admirable paladar el agua de la Fuente del Berro
de la Alcubilla y en cuentran diferencias notables entre la de la Encarnación y la
del Retiro» (36). He sips a glass of water, savoring it much like a wine-taster. His
friends joke that his drinking habits support all manner of swamp creatures in
his belly: «se reían de Morales, considerándole el estómago lleno de ranas, sapos,
anguilas y otras diversas alimañas acuáticas» (86). Of course, the irony here is
that don Florencio’s care in selecting his water keeps him safe from microscopic
entities far more dangerous to humans than frogs and toads —such as the cholera
bacillus which spreads though contaminated drinking water.
Alejandro Miquis says his great aunt Isabel Godoy de la Hinojosa is so old
that «[ella] era contemporánea del protoplasma» (El doctor Centeno 128). The
woman has a number of obsessions, most centered on cleanliness —she is very
much like Tristana’s mother, Josefina, who is constantly washing and disinfecting
things (see below). The protoplasmic Isabel extends her scruples about cleanliness
to her food. She refuses to eat beef, and «cuando se dignaba admitir en su cocina
medio cabrito, o recental, o bien gorda gallina, lo lavaba tanto y en tantas aguas,
que le hacía perder toda sustancia» (129). And she refuses wine: «el vino no lo
probaba, por ser de las cosas más sucias que existen» (129). Perhaps she dislikes
the idea of someone’s feet stomping grapes in a winevat, but the real «filthiness»
of wine obtains at the microscopic level. Though the narrator makes no mention
of Pasteur and nothing in doña Isabel’s character sketch indicates she might have
any knowledge of him, Galdós knew all about him. In 1857, Pasteur set forth
the Germ Theory of Fermentation, and in 1865 publicly advocated the pasteuri-
zation of wines and beers. It is no coincidence that the word «fermentación» ap-
Dale J. Pratt 207
pears in the first paragraph of the novel.10 Though Morales appears to be a crank,
and Isabel a crazy old woman, their idiosyncrasies happen to align them with the
most advanced medical science of her day.
Galdós employs microscopic realism throughout his fiction to create his
hosts of characters. An individual’s character is a set of habits, the virtues and
vices acquired through the repetition of actions, as conditioned by nature. Cha-
racter, as a function of habits of the soul, thus constitutes our «second nature.» If
character is a habit (or a set of habits), then characterization in fiction is a habit,
first practiced by the narrator and then by the reader, of noticing certain words
in patterns associated with particular characters. By habituating the reader to
sets of words, in particular combinations, the characters become knowable as
figures discrete from the surrounding milieu of words. Don Florencio becomes
associated with clear water, doña Isabel with cleanliness and disinfection, and Fe-
lipe Centeno with microscopic significance. The repetitions with subtle variations
build sets of words into lives, just as Felipe’s teacher’s calligraphy —complete with
anthropomorphic letters, each with its own personality— spells out the teacher’s
name and character for us: José Ido del Sagrario (El doctor Centeno 44-45).
The hair picture at the start of La de Bringas similarly evinces the microscopic
vision and the effects of minute details, so important in characterization, that
when taken as a whole give us the big picture of the character or setting: «En las
tintas muy finas, Bringas había extremado y sutilizado su arte hasta llegar a lo mi-
croscópico» (La de Bringas 17). The finely clipped hair turned into «cuerpecillos
que parecía moléculas» (17). The microscopic hairs in Bringas’s cenotaph parallel
the novelistic details or habits of phrases that together form a portrait of a charac-
ter or a place: «el artista había querido expresar el conjunto, no por el conjunto
mismo, sino por la suma de pormenores, copiando indoctamente a la Naturaleza»
(9). Of course, Francisco Bringas’s attention to detail —«habíalas tan diminutas,
que no se podían ver sino con microscópico» (9)— literally blinds him, making
him oblivious to Rosalía’s infidelities.11 But the painful irony of the situation
depends on the ultimate validity of focusing on details as a means for discerning
character —if Bringas would only pay attention to the clues in his wife’s behavior,
then the novel would end differently.
The action of Lo prohibido, Galdós’s next novel, occurs in the early 1880s,
more than a decade after the «Gloriosa» revolution recounted at the end of La
de Bringas. The core of the novel is economic collapse, mirrored in the moral
10
Felipe is «un héroe más oscuro que las historias de sucesos que aún no se han derivado de la
fermentación de los humanos propósitos» (9).
11
Despite the mob’s blinding rage during the sack of Manuel Godoy’s palace in Aranjuez, Ga-
briel Araceli finds a piece of decorated armor «en cuyo peto y casco se veían batallas microscópicas»
(El 19 de marzo y el 2 de mayo (1873) 359).
208 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
The disintegration of the self leads to its fragmented integration into other
people (Ríos-Font’s implausible subjectivities); our words, ideas, moral habits and
even our physical bodies feed the minds, behaviors and bodies of others. What
José María calls «los infinitos productos del vivir ajeno» clearly includes a vision
of infectious ideology; his cousin Raimundo feels similarly: «Raimundo hablaba
también de esto, y lo expresaba de una manera gráfica diciendo: —El alma es
porosa, y lo que llamamos entusiasmo no es más que la absorción de las ideas
que nadan en la atmósfera» (558). The ideas themselves, not the air that contains
them, are the germs infecting our porous souls.
Galdós has little to say about built-up —or acquired— immunity. For him,
innoculation is the injection of foreign substances and nothing more, as in the
chapter from El amigo Manso titled «La llevaba conmigo»: «Era como si la natu-
raleza de ella hubiera sido inoculada milagrosamente en la mía» (105), or with
Pedro Polo’s harsh teaching methods in El doctor Centeno: «Polo no enseñaba
nada: lo que hacía era introducir en la mollera de sus alumnos, por una operación
que podríamos llamar inyecto-cerebral, cantidad de fórmulas, definiciones, reglas,
generalidades y recetas científicas, que luego se quedaban dentro indigeridas y
fosilizadas» (1331). However, diseases and their treatments, germs and the drugs
used to treat the symptoms they cause, all can ironically intermingle, sometimes
sharing origins and properties. Galdós himself recalls this irony in Cronicón: «El
pensamiento de curar los estragos de un mal con el mal mismo no es nuevo en
medicina. Lo prueban la variolización y la sifilisación para evitar con la mis-
ma enferemedad benigna el desarrollo de la maligna» (179-80). Máximo Manso
suggests that Tifus’s odes, like medicines from the pharmacy, induce sleep and
paralyze the muscles, and his ballads can remove boils (El amigo Manso 73). But
Sainz de Bardal’s poems also have noxious effects: «este tipo […] aún suele visi-
tarme y regalarme alguna jaqueca o dolor de estómago» (74). Inoculating an indi-
vidual with «good» (i.e., attenuated) germs should, in theory, protect that person
from the «bad» germs. However, inoculation can be ineffectual or even deadly.
The Torquemada novels (1889, 1893-1895) and Tristana complete Galdós’s ex-
positions about ideas as bacteria.12 In Torquemada en la hoguera, servant Tía Roma
12
For a careful analysis of Galdosian representations of actual (not metaphorical) epidemics in
the Episodios nacionales and Nazarín, see Parrón.
212 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
refuses to accept Torquemada’s bed as a charitable gift; she fears Torquemada’s ideas
have infected or infested the bed (if the sleep of reason engenders monsters, what
happens when a monster like Torquemada sleeps?):
No, no quiero los colchones, que dentro de ellos está su idea..., porque
aquí duerme usted, y por la noche, cuando se pone a cavilar, las ideas se meten
por la tela adentro y por los muelles, y ahí estarán, como las chinches cuando
no hay limpieza. Accionaba la viejecilla de una manera gráfica, expresando tan
bien con el mover de las manos y de los flexibles dedos cómo la cama del ta-
caño se contaminaba de sus ruines pensamientos, que Torquemada la oía con
verdadero furor... ¡Pa que a medianoche me salga toda la gusanera de las ideas
de usted y se me meta por los oídos y por los ojos, volviéndome loca y dándo-
me una mala muerte...! Porque, bien lo sé yo..., a mí no me la da usted. . ., ahí
dentro, ahí dentro están todos sus pecados, la guerra que le hace al pobre, su
tacañería, los réditos que mama y todos los números que le andan por la sesera
para ajuntar dinero. (65)13
Even though Bailón and Torquemada have discussed miasmas earlier in the
novel, Tía Roma rejects the infected object used by Torquemada, who is a carrier
of the «diseases» of avarice and usury.
In Tristana, Don Lope Garrido operates under a complex morality uniting
an old-fashioned notion of «caballerosidad» with sexual licentiousness. In a passa-
ge reminiscent of José María’s notion of identity formation through assimilation,
the narrator ascribes Lope’s activities and attitudes to the benighted morality of
the day: «interpretaba las leyes de aquella religión [la caballerosidad sedentaria]
con criterio excesivamente libre, y de todo ello resultaba una moral compleja, que
no por ser suya dejaba de ser común, fruto abundante del tiempo en que vivi-
mos» (13). As with the other novelas contemporáneas, ideology infiltrates human
consciousness the same way bacteria from the external world permeates the body:
Lope’s (im)moral code, «aunque parecía de su cosecha, era en rigor concreción
en su mente de las ideas flotantes en la atmósfera metafísica de su época, cual las
invisibles bacterias en la atmósfera física» (13).14 However, Tristana differs from
the earlier novels in that ideological infection and disinfection exxplicity provi-
13
Guilt-ridden and racked with disease, Eloísa imagines a similar scene: «una estampa en las
prenderías, en la cual hay uno que agoniza, y salen de debajo de las almohadas bichos muy feos y
asquerosos, lagartos y demonios horribles que lo roen y se lo comen» (Lo prohibido 491-92).
14
Interestingly, even the Golden Age literature that Lope takes for his model depicts women
wary of breathing infected air, as in Calderón’s El pintor de su honra (circa 1640s): Serafina says:
Yo, don Álvaro, no aliento
sin temer que inficionado
el aire de los suspiros
de Don Juan, encuentre (Act III: vv193-96).
The Don Juan whose whispering breath Serafina fears is not, of course, Tirso de Molina’s Bur-
lador
Dale J. Pratt 213
de the foundation for the novel’s action. Ideology no longer arises from «focos
miasmaticos,» but rather from exposure to recognizable contagious agents. In
Tristana, the illness of masculine ideology threatens to infect the lives of all, male
and female alike.
Attempts at disinfection in the novel require enormous energy, and when
not fatal, yield only partial or truncated outcomes. Geoffrey Ribbans describes
the problem: «Don Lope’s polluted and antiquated criterion and conduct are so
widespread and so pernicious in current society that wholesale fumigation would
be required to make it wholesome» (Ribbans, «Persistance...» 88). Despite midd-
ling results, several of the female characters in the book seek to protect themselves
from these types of moral contagion. Tristana’s mother, Josefina Reluz, for exam-
ple, constantly worries about hygiene, always avoiding contact with microbes
and also, symbolically, with men. After the death of her husband, Josefina moves
repeatedly from house to house (a habit that leads to almost immediate financial
ruin). Once she arrives, she continually washes herself, the house, and Tristana.15
Although the narrator never reveals when the action of Tristana takes place, the
novel was published in 1892, long after the acceptance of the Germ Theory. Un-
like the earlier novels, there is no mention of miasmas, and Josefina’s cleansing
mania seems clearly focused on disinfection: «el tiempo corto que mediaba entre
mudanza y mudanza empleábalo Josefina en lavar y fregotear cuanto cogía por
delante, movida de escrúpulos nerviosos y de ascos hondísimos, más potentnes
que una fuerte impulsión instintiva» (19). She seeks security in the newly recom-
mended tactics against germs: «rodeábase de desinfectantes y antisépticos, y hasta
en la comida se advertían tufos de alcanfor» (19).16 Despite constant cleansing,
Josefina does not remain germ-free; she dies of rheumatic fever.
Symbolically, though, Josefina’s obsessions yield good results: Josefina avoids
falling prey to don Lope’s amorous advances by repelling him like a germ. The last
paragraph of chapter two recounts Antonio Reluz’s death and the list of his survi-
vors, Josefina and Tristana, with the word Tristana culminating the chapter. The
first sentences of chapter three, clearly focalized through Lope on Josefina, show
the natural progression of Lope’s thoughts from his friend to the possibilities of
an adventure with his friend’s widow. But Josefina has an effective defense, and it
is not premature old age:
15
Josefina’s frenetic cleansing hearkens back to the Spanish government’s flailing policies du-
ring the cholera epidemic. Galdós writes: «La actividad febril que desplegan los funcionarios más
allegados al señor ministro de la Gobernación, sería de eficaces resultados metódicamente dirigida.
Nunca hemos visto aquí un furor de limpieza semejante, ni un rigor más inflexible para hacer cum-
plir ciertas prescripciones municipales que atañen a la salud públic. Lo malo es que lo que hoy se
dispone y se hace no se haya hecho siempre, porque entonces viviríamos en el mejor y más higiénico
de los mundos posibles» (Cronicón 195).
16
Alcanfor or camphor is an ingredient in insect repellent.
214 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
su envejecer no fue tan rápido y patente que le quitara a don Lope las ganas de
cortejarla... Estaba de Dios, no obstante, que por aquella vez no le saliera bien
la cuenta, pues a las primeras chinitas que a la inconsolable tiró, hubo de obser-
var que no contestaba con buen acuerdo a nada de lo que se le decía, que aquel
cerebro no funcionaba como Dios manda, y, en suma, que a la pobre Josefina
Solís le faltaban casi todas las clavijas que regulan el pensar discreto y el obrar
acertado. Dos manías, entre otras mil, principalmente la trastornaban: la manía
de mudarse de casa y la del ase. (18)
17
Calderón’s El mágico prodigioso (1637) depicts how the saintly Justina maintains her virginity
in the face of diabolical seductions.
Dale J. Pratt 215
vocabulary; Tristana’s abortive feminist awakening can only find expression after
she is symbolically infected, and for that reason is doomed. Tristana’s struggle
against Lope’s infected (and infectious) morality reiterates and amplifies Josefina’s
struggle against infection and men.
The entire novel illustrates a struggle between masculine and feminine dis-
course. At first, Tristana communicates almost without speaking; when don Lope
suspects her of having a love affair with the impoverished artist Horacio, «con gestos
más que palabras dio a entender Tristana que le importaba un bledo la pobreza»
(72). Don Lope warns her that he understands her without words: «sin hablar me
lo estás contando» (73). When Tristana confesses to Horacio that she is not ma-
rried, she stumbles over her words: «no estoy casada con mi marido […] digo, con
mi papá […] digo, con ese hombre» (63). In contrast, Don Lope wields language
without regard for the semantic boundaries, and thus can live unconcerned over his
sin: «tú no eres una víctima» he says, and explains «Te miro como esposa y como
hija, según me convenga» (69). His is the power to name. His words turn Tristana’s
food into poison, (and here we remember Josefina’s camphor in her food) —«Du-
rante la comida, don Lope estuvo decidor y echaba chafalditas a Saturna... Seguía
Saturna la broma mientras Tristana se requemaba interiormente, y lo poco que
comió se le volvía veneno» (65-66). Finally, and most menacingly, don Lope’s words
can change themselves, or the realities they refer to, according to his needs: «guarda
tus encantos juveniles para algún otro monigote de estos ahora, sí, de estos que no
podermos llamar hombres sin acortar la palabra o estirar la persona» (73). Sadly, in
Tristana’s case Lope’s words become inverted, with her personhood truncated to try
to fit a word adequately referring to her relationship.
As she becomes more communicative and her words and voice begin to take
up space in the novel, Tristana gains power, relative freedom from don Lope, and
a sense of authority about her own language and body. Don Lope, though always
a looming shadow on the margins, grows silent. As Akiko Tsuchiya explains:
«Tristana’s self-realization as a feminist is virtually inseparable from the act of lin-
guistic mastery, because this self is given to her through language» (342). Mastery
over language appear to open for Tristana a vast panorama of new possibilities.
Tristana’s discourse achieves its greatest expression when Horacio heads to the
coast (to the «botiquín» represented by the ocean, a haven from the intensities of
his affair with Tristana) and she flourishes alone. In her letters, written in isolation
from men, and which appear unmediated by the narrator or by dialogue, she
creates a a new language and with it a new way of considering feminine being.
Not only Tristana’s ideas, but the individual words and neologisms she uses
to express them, convey feminist images.18 She consciously adapts new words to
18
Gilbert Smith locates the source of this lovers’ vocabulary in Galdós’s correspondence with
Ruth-Concha Morell.
216 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
her way of thinking: «quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo
misma y ser mi propia cabeza de familia» (104). She takes English lessons from
«una sacerdota protestanta,» a woman who had served as a protestant minister, un-
til her Evangelical congregation «le cortaron los víveres» (108), (another ominous
foreshadow of Tristana’s fate), perhaps because of the way she preached. Trista-
na begins to sprinkle her letters with English words, many of them taken from
Macbeth. Her favorite character, is Lady Macbeth, another famous handwasher
like Josefina and powerful woman like Tristana: «¡Ay hijo, aquella exclamación
de la señá Macbeth, cuando grita al cielo con toda su alma: Unsex me here, me
hace estremecer y despierta no sé que terribles emociones en lo más profundo
de mi naturaleza!» (113). Finally, Tristana continues in her letters the practice of
inventing new words she and Horacio had started in the art studio. In her letters,
though, she invents with a purpose: «cuando considero la pobreza de palabras,
me dan ganas de inventar muchas, a fin de que todo pueda decirse» (115). Pepe
Ruiz, Saturna’s brother-in-law, who had worked pouring lead into letter-shaped
molds for the presses, once told Saturna that «entre los de pluma todo es hambre
y necesidad, y que aquí no se gana el pan con el sudor de la frente, sino con el de
la lengua» (31), evoking biblical imagery to describe the fallen world of words.
Tristana desires a prelapsarian world, where language and reference are not fallen
and imperfect. There, like Adam, she could go about naming things according to
her own light. As she says: «esta lengüecita mía hace todo lo que quiero» (111).
Her new lexicon, formulated in her letters after her exile from the Eden of her
affair with Horacio (and which she instructs Horacio to note down) deals with
ways of living and knowing. For Horacio, a new lifestyle: «tu rustiquidad»; for
herself, a new adjective: «tu fenómena» (117), a new way of thinking: «mi marisa-
bidillismo» (111), a way to describe female-gendered words she uses: «cuálas» (as
in the phrase, «mis ideas... no sé con cuálas quedarme» (112)), and new verbs for
her way of thinking and for her way of being: «sabo» and «ero» (111). In the last
letter of chapter eighteen she mentions the Leibnizian monad, the absolutely fun-
damental unit of being, but teases Horacio for thinking she has written «monada»
instead of «mónadas». The passage underscores her isolation, because although
she has invented a new vocabulary, she has no interlocutor.
Gonzalo Sobejano has written an excellent study cataloguing the colorful
vocabulary of these lovers, and in which he classifies the phrase «tú eres y yo ero»
among the childish trifles. But «tú eres y yo ero» is a feminist childish trifle because
it treats ideological complexities at work throughout the text. «Tú eres» represents
the otherness of the male interlocutor. The word Tristana chooses to speak of her
own feminine being —«yo ero»— is a childish word, fruit of a mistake only small
children would make. Nevertheless, this word evokes other words and concepts
replete with ideological import. The feminist project can be viewed in part as
Dale J. Pratt 217
an effort to create new modes of existence, thus it is natural that a new langua-
ge formed specifically to express this ontology would include a new vocabulary
of being. «Ero,» the word in Tristana’s language for «I am,» evokes the eros and
sensuality of Tristana’s being before amputation. However, the word shows the
susceptibility of Tristana’s new language to contamination and infection by mas-
culine discourse. «Ero» refers to the being of the woman and her relationship with
her interlocutor. Alas, despite the liberating power promised by a new vocabulary,
«eres» and «ero,» the masculine you and the feminine I, look very similar on the
page, a hint that the new feminine being remains subordinated to the masculine
world with which it dialogues. The very word for feminine being itself acquires a
masculine tinge, as if it were infected by masculine ideology. «Ero», derived from
«eres,» also resembles a masculine noun or adjective. Additionally, and ironically,
it also looks like the imperfect form «era,» hearkening back to the past instead
of towards the future liberated time Tristana envisions. Tristana is therefore not
the new woman but the old Eve, cast from the Garden into the fallen world of
truncated possibilities, pain, and disease.
Much like «Typhoid Mary, Tristana acts as a carrier of the new «illness» of
feminism. First don Lope, then Horacio, feels the affects of her feminism, with
Lope suffering from jealousy and Horacio seeking out the curative powers of the
«botiquín» and his escape to the coast.Later, Tristana herself feels the pain of her
ideas: «ya me tienes con mi plaga de ideítas que me están atormentando» (117),
as if the ideological combat between don Lope’s morality and Tristana’s new being
had become malignant as her language became its most expressive. The chapters
of the novel dealing with the infected leg and the efforts of the male doctors to
save Tristana’s life reverse the direction of symbolic infection. The masculine no
longer infects, but serves as antidote or triaca in the treatment of the contagion
of feminism. The new physical disease and its treatment follows the metaphorical
model of infectious ideology. First, don Lope reinfects Tristana, this time not
with his perverse morality but with a literal infection: «es que don Lope me ha
pegado su reuma» (115). She immediatley assures Horacio that she doesn’t have
venereal disease: «hombre, no te asustes; don Lope no puede pegarme nada, por-
que... ya sabes... no hay caso» (115). Still, she continues to suspect that Lope’s
will has somehow been manifest in her pain: «Pero se dan contagios intenciona-
les. Quiero decir que mi tirano se ha vengado de mis desdenes comunicándome
por arte gitanesco o de mal de ojos la endiablada enfermedad que padece» (116).
From a male perspective, Tristana’s infected leg resolves the problems she and her
feminist discourse represented, because soon after she falls ill, she ceases to write
letters (thereby losing her unmediated conduit for self expression in the novel),
invent words, or even have new ideas: «No sé por la congoja que siento, o el efecto
de la enfermedad, ello es que todas las ideas se me han escapado, como si se echa-
218 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas
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«¡ESTE HOMBRE ESTÁ LOCO!»
MALFORMACIONES NACIONALES
EN LA ESPAÑA DE FIN DE SIGLO
Sara Muñoz-Muriana
Dartmouth College
Las décadas centrales del siglo xix fueron testigo en España de la progresiva
transición a una sociedad moderna que, entre múltiples consecuencias a nivel
económico, social, urbanístico y político, posibilitó y fomentó la implantación
y desarrollo de diversos discursos y prácticas de la medicina mental como disci-
plina científica.1 La irrupción de una nueva concepción de la locura, «en tanto
condición individual y responsabilidad colectiva» (Novella 42) hizo que esta en-
fermedad se convirtiera a lo largo del siglo xix en objeto de notable y creciente
interés público, interés que tuvo su eco en la literatura y el arte. Ya desde el siglo
xviii, el tema de los establecimientos psiquiátricos era recurrente en las tertu-
lias de los Ilustrados españoles, especialmente en el marco del potenciamiento
y desarrollo de la Medicina y de las Ciencias a través de una renovación de la
1
El trabajo de Enric Novella, La ciencia del alma. Locura y modernidad en la cultura española del
siglo xix, da cuenta del nuevo rumbo adquirido por la medicina con el advenimiento de la Moderni-
dad y, en particular, de la emergencia de la medicina mental como producto culturalmente asociado
a los tiempos modernos, a los cambios económicos y sociales que se venían produciendo desde el
siglo xviii y a las revoluciones políticas de la época. Ver especialmente su capítulo introductorio
(15-42). Ofrece, así mismo, una nutrida y numerosa bibliografía compuesta de textos de época que
apuntan en esta dirección y contribuyen a contextualizar la locura en el marco de la modernidad.
Para una contextualización más general, véase el artículo de José María López Piñero, en el que
ofrece una trayectoria en la España del siglo xix del cultivo de las ciencias médicas y de los saberes
que sirven de fundamento al sistema médico-científico moderno.
224 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo
2
Véase el capítulo IV del libro de Eladio Mateo Ayala, dedicado a locura e Ilustración (81-84),
para una variedad de textos de esta época en los que diversos médicos e intelectuales ilustrados pu-
blicaron trabajos en torno a la locura, melancolía y otras dolencias de la mente.
Sara Muñoz-Muriana 225
primitivos», dirá en 1802 el médico alemán Johann Christian Reil (cit. en Nove-
lla 33). Si, como apuntara Rousseau, el influjo degradante de la civilización hizo
que desde el siglo xviii se produjera un deterioro físico y moral del individuo,
bien podría afirmarse que la locura es el precio a pagar por ser civilizados, tesis
desarrollada por Deleuze y Guattari (40) y que Freud adelantó en 1930 en El
malestar en la cultura. Proponemos dar un paso adelante y analizar la locura como
enfermedad esencialmente moderna, tal y como Franco Moretti entendió esta
dolencia, propia de una sociedad en la que la civilización ha llegado a un ritmo
frenético y vertiginoso, al compás de una serie de «economic waves originating in
the capitalist core» las cuales «strike with unfathomable and hyperbolic violence»
(157), lo que conduce irremediablemente a una conducta irracional y posterior
degeneración del individuo.
Analizamos esta concepción de la locura como dolencia moderna en dos
textos de finales de siglo, Las novelas de Torquemada (1889-1895), de Benito Pérez
Galdós y La espuma (1890), de Armando Palacio Valdés, a partir de dos de sus
personajes quienes terminan su itinerario narrativo asaltados por la sinrazón: el
usurero Francisco de Torquemada y el banquero Antonio de Salabert. Estas dos
novelas están ancladas en la lógica del capitalismo y bien podrían ser consideradas
«finance fictions», haciéndonos eco del título del reciente libro de Arne De Boever
en el que analiza la relación entre psicosis y realismo literario en el contexto de un
mundo dominado por las finanzas. En Torquemada y La espuma, prácticamente
todos los personajes están dominados por relaciones materialistas, por el manda-
to productivo de la compra-venta y por las redes sistémicas del consumo, pero
no deja de extrañar que sean únicamente estos dos individuos, dos banqueros,
negociantes y usureros deshumanizados —«heartless usurer» llamará Moretti a
Torquemada (149)— quienes, todavía practicantes de viejas formas tradicionales
de gestionar el dinero, se vean forzados a habitar un mundo moderno dominado
por nuevos negocios y una nueva circulación del capital, y acaben su existencia
narrativa acosados por la locura.
Personajes cuya existencia vital gira en torno al mundo de las finanzas, Fran-
cisco y Antonio son avaros de antiguo cuño que pugnan por destacar como ver-
daderos hombres del siglo xix y adaptarse a los tiempos modernos. Estas dos
existencias individuales conforman excelentes ejemplos que nos permiten obser-
var el curso de una sociedad que lucha por ser moderna pero que no puede des-
pojarse de sus lazos con el pasado. En efecto, su locura sólo podrá explicarse por
ser la única salida posible a esa «embattled coexistence of capitalism and the old
regime», la cual resulta en una malformación generada por ese extraño «embrace
between the old metaphysics and the new cash nexus» (Moretti 149). Aquí resi-
de precisamente el interés de examinar la locura de estos personajes al calor del
momento histórico en el que viven: «caught in the middle», con rasgos profun-
226 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo
damente modernos pero sin poder deshacerse completamente del viejo mundo,
Francisco y Antonio habitan en los márgenes del sistema moderno y, como tal,
son individuos inadaptados y por tanto condenados a desaparecer del espacio
textual y de la sociedad moderna. Es esta vida moderna la que los vuelve locos,
haciéndonos eco de la tesis de Deleuze y Guattari (40), pero es ante todo la impo-
sibilidad de adaptación plena a este sistema que los condena a desaparecer. Quizás
sea por ello que tanto Pérez Galdós como Palacio Valdés elijan implantar la locura
en estos personajes marginales y secundarios (a pesar de ser personaje principal en
la serie de novelas homónimas, Torquemada aparece en la producción galdosiana
como un individuo esencialmente secundario). Pero desde su marginalidad na-
rrativa, estos personajes cumplirán dos propósitos fundamentales para impulsar
hacia adelante el orden narrativo y entender las contradicciones de la vida mo-
derna: por un lado, evidencian la necesidad en el proyecto moderno de sujetos
que se rebelen, que se opongan a la norma y que, contrarios a los modelos de
actuación cultural y socialmente aceptados, se resistan a los agentes representan-
tes de los poderes modernos —político, religioso, médico— garantes del orden y
del mantenimiento de una normatividad social, identificando así la locura como
síntoma de contraorden y de rebelión. Y, por otro lado, la degeneración de estos
sujetos metaforiza una profunda crisis social y política que los autores supieron
elevar a categoría estética por medio del tópico de la locura. Esta dolencia será por
tanto un estigma necesario en una sociedad moderna que necesita de procesos de
disidencia y de poderosas armas de crítica política desde la que abogar e impulsar
el cambio social y abrazar el progreso de los nuevos tiempos.
Un análisis de la degeneración y última sinrazón de estos personajes (y por
extensión, de una sociedad en los márgenes del sistema financiero moderno) o,
en otras palabras, de experiencias subjetivas tal y como aparecen representadas
en dos obras literarias realistas, nos proporcionará información relevante sobre
la realidad objetiva del momento en que estas obras fueron escritas. El realismo,
siguiendo la teoría de Ernst Bloch, debería representar —y nos atrevemos a afir-
mar, construir y problematizar— la experiencia subjetiva trastornada, perturbada
y fragmentada de la vida bajo el capitalismo, y así, «if literature is a particular
form by means of which objective reality is reflected, then it becomes of crucial
importance for it to grasp that reality as it truly is» (Adorno et al. 33).
La espuma (1890) es una novela de Palacio Valdés que ha pasado bastante
desapercibida por la crítica. Gira en torno a la familia del banquero Antonio Sa-
labert, duque de Requena, la cual le sirve al autor para ofrecer una construcción
mordaz y satírica del Madrid de la época; de su aristocracia que, inmovilista,
defensora de la religión y con un profundo sentimiento de casta, todavía se aferra
a dejar de serlo; de la burguesía, que seducida por los prestigios de la nobleza,
no tendrá reparo en degradarse para mimetizar sus hábitos, faltos de ética social
Sara Muñoz-Muriana 227
3
El mismo título de este capítulo, «Una que se va», apunta a esta deshumanización de la que
hace gala el banquero y que se extiende a su mujer, cuyo nombre ni siquiera es contenido en el títu-
lo. Se prefigura así el intercambio en el ámbito humano que está a punto de producirse en la novela:
tras la muerte de doña Carmen, Salabert se vuelve loco y una de las expresiones que toma su sinra-
zón es suplantar a su mujer, en su vida y en su palacio, con Amparo, ex-florista, plebeya ascendida a
patriciado, mujer tosca, incivil que tomará las riendas de la riqueza del banquero.
Sara Muñoz-Muriana 229
de substraerse. No sólo tiene sus oficinas «en los altos de un palacio del paseo de
Luchana» (Espuma 172), en un soberbio edificio que representa bien la estructura
de un palacio típico de la España canovista y que, ubicado en la céntrica calle de
Luchana, conforma un guiño a esa «ciudad del antiguo régimen» cuya morfología
urbana estaba organizada en torno a una «densidad palaciega y conventual» (Juliá
344). Junto a ello, las prácticas materiales y financieras del personaje, así como sus
viejas formas de acumular capital económico, presentan vestigios del pasado: en
efecto, el personaje es un «avaricioso» (Espuma 173) que amasa su capital a través
de la explotación del más débil, «sacando al prójimo su dinero» (Espuma 177),
como la novela deja en evidencia en multitud de ocasiones. Salabert presenta
vicios que Antonio Domínguez Ortiz ha asociado con el Antiguo Régimen, entre
ellos, «la ambición, la avaricia, el despotismo, la soberbia y el afán pleitista» (235),
como manifiesta el pleito final entre padre e hija por la herencia de doña Carmen.
Su forma de leer la sociedad en términos jerárquicos apunta igualmente a esta
influencia del antiguo régimen, como puede apreciarse en el capítulo en que el
grupo representante de las clases dirigentes, liderado por el banquero, visita las
minas en el pueblo de Riosa, al norte de España, pobladas de muchedumbres de
obreros que, explotados y oprimidos, viven en condiciones ínfimas, sustentadas y
motivadas por la élite que propone soluciones faltas de operatividad para aliviar la
situación de los trabajadores, pues un cambio en la situación de los obreros haría
que dejaran de «ser un negocio» para los poderosos (Espuma 451). No en vano
teóricos y estudiosos de la modernidad identifican el final del siglo xix como el
punto de inflexión entre el viejo régimen —caracterizado por las jerarquías esta-
bles, una movilidad limitada y categorías espaciales fijas— y uno moderno, que
introduce el desmantelamiento del orden social, la disolución de las categorías
sociales y espaciales y una sociedad en perpetua circulación (Kern 210; Delgado
12). Este posicionamiento de la burguesía alude, en un sentido bourdeauiano, a
una larga tradición de jerarquizaciones sociales que mantiene el capital simbólico
de los ricos y que identifica a su vez la nación española como un «estancado estado
posimperial… asfixiada cultural, ideológica y económicamente por las cuentas
pendientes de su tradición católica imperial» (Vilarós 155), de la cual un persona-
je como Salabert no puede escapar. La cruel pérdida de la razón al final del relato
es el epítome de tal incapacidad.
Francisco de Torquemada compartirá muchas de estas ataduras con el pasado
que impiden al personaje caminar libremente por el camino de la modernidad.
Habitante igualmente en el palacio de las Gravelinas, una «mansión de príncipes»
ubicada «entre las calles de San Bernardo y San Bernardino» (Torquemada 504),
era ésta un área del viejo centro histórico madrileño conocida antiguamente por
acoger numerosos palacios, conventos e iglesias. Esta ubicación es perfectamente
coherente con la «sedación taciturna» (Torquemada 565) que rodea al palacio y
230 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo
a los aristócratas contenidos en el interior de sus paredes, entre los que se halla
Torquemada, recién ascendido a Marqués. Nacido en las filas del pueblo, el per-
sonaje, «pasito a paso y a codazo limpio, se había ido metiendo en nuestra bona-
chona clase media» (Torquemada 15-16), gracias al matrimonio aristócrata con
Fidela del Águila y a sus negocios urbanos que, en palabras del historiador Santos
Juliá, consisten en «ser propietario», que era «el destino natural de la clase media
madrileña (382). En efecto, convertido en propietario gracias a sus hábitos como
prestamista de dinero, Torquemada es un producto de los tiempos modernos:
«El año de la revolución compró Torquemada una casa de corredor en la calle de
San Blas, con vuelta a la de la Leche; finca bien aprovechada, con veinticuatro
habitacioncitas, que daban, descontando insolvencias inevitables, reparaciones,
contribución, etc., una renta de mil trescientos reales al mes, equivalente a un
siete o siete y medio por ciento del capital» (Torquemada 10).
Como sujeto moderno, Torquemada se aprovecha de la coyuntura socio-
histórica y como Isabel Chumillas explica en su trabajo sobre geografía urbana
y propiedad en el Madrid de finales del xix, el personaje viene a representar «el
prototipo de casero de nuevo cuño que se enriquece fácilmente y prospera en
una época en la que el crecimiento demográfico y urbano convierten al negocio
de casas en algo más que una ocupación rentable» (65-66). La nueva «capacidad
social y financiera» (Torquemada 17) adquirida por el usurero requiere dejar atrás
viejas formas de hacer dinero con las que él está familiarizado. Al principio de la
novela, Torquemada es introducido en la narración como un «avaro de antiguo
cuño», en línea con aquéllos que «afanaban riquezas y vivían como mendigos»
y que esconden las monedas en un lugar «donde alma viviente no los pueda en-
contrar» (Torquemada 14). Pero en el contexto de la segunda mitad del siglo xix,
esta forma medieval de manejar el dinero ha quedado desfasada y Torquemada
no tendrá más remedio que adaptarse y convertirse en un moderno hombre de
finanzas que colocará «el dinero en mayor escala», en «operaciones lucrativas sin
ningún riesgo», «dividendos», «manejos de Bolsa» y «todo el mecanismo del Ban-
co» (Torquemada 138). Esto es, según Luis Fernández-Cifuentes, «la disolución
de los rasgos convencionales del avaro tradicional» (79) y apunta sin duda a la
transición a una modernización financiera en la sociedad española que vimos en
el caso de Salabert.
La vía de entrada del usurero de antiguo cuño a la modernidad urbana ha
sido, precisamente, el suelo urbano —la ciudad es, después de todo, «ámbito
indiscutible de la modernidad», como bien ha dicho Carlos Ramos (4)— el cual
ha sabido convertir en capital económico. Y es precisamente gracias a esta circula-
ción de capital, pero también por la capital, que el personaje se adapta a los nuevos
tiempos, una circulación que es necesaria para cristalizar el proceso de la moder-
nidad. De hecho, Lois Baer ha afirmado que el personaje «pertenece» al mundo
Sara Muñoz-Muriana 231
4
La historia de Torquemada se puede resumir como la del fracaso de un aristócrata-financiero,
alguien que convierte su capital social en capital financiero y vice versa. Sigue los pasos de otros
modelos similares, como el del reconocido Marqués de Salamanca, quien obtuvo su título en 1863
y el Marqués de Urquijo, en 1871, dos figuras quienes, tras gran éxito en los negocios, superaron sus
orígenes de la clase media y de la clase trabajadora, respectivamente, para acceder a la aristocracia.
Su entrada en esta reducida y privilegiada clase no es lo que les hace daño; en otras palabras, no es
la clase social la que los destruye en última instancia, sino el mercado o la ambición en los negocios.
5
Véase Sara Muñoz-Muriana, «The Modern Usurer Consecrates the City», para un análisis más
exhaustivo de este episodio en la vida de Torquemada.
232 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo
confluyen, y cuerpo y mente se conjugan para dar lugar a la identidad del loco:
«El enfermo se hallaba destroncado, aturdido, tembloroso de pies y manos, y tan
descompuesto de rostro como de espíritu, sin dar pie con bola en nada de lo que
decía» (632). Llama la atención que, tanto en Francisco como en Antonio, la
sinrazón encuentre su vía de expresión en una «desatinada palabrería» (656), un
lenguaje incoherente y una logorrea, fruto de una «mente trastornada» sin «con-
ciencia ni responsabilidad» (655).6 Y la mayor parte de este discurso incoherente
girará en torno a la tensión entre la religión y los negocios, entre la entrega a
Dios o el amor por el dinero, que es al fin y al cabo el nuevo Dios en la sociedad
capitalista; o en palabras de Moretti, entre «the old metaphysics and the new cash
nexus» (149), causa de esa locura endémica que afecta a sociedades «caught in the
middle» y por ello ubicadas en la periferia del mundo moderno (157).
Ahora bien, alejándonos de la idea de que la locura —o la esquizofrenia,
como es referida aquélla por Deleuze y Guattari (40)— es la enfermedad de los
tiempos modernos que afecta a todas las sociedades capitalistas, no podemos sino
concluir que en este proceso moderno incompleto e inacabado que afecta a una
sociedad periférica como la española en la que progreso social y capitalismo no
terminan de consolidarse, el caso de estos dos personajes lunáticos es único, pues
vienen a representar (y ésta es mi propuesta de lectura de la locura en los textos)
una alternativa a los planes del poder, condición necesaria en el proyecto de la na-
ción moderna en la que debe existir una relación entre disciplina y rebeldía, con
sujetos capaces de articular una resistencia y reto al poder. Así mismo lo afirma
Blanca Acinas Lope, quien señala que en la realidad de la locura existe «un com-
ponente crítico o de contestación» (155). En efecto, Antonio y Francisco se con-
vierten al final de sus respectivos relatos en sujetos rebeldes que, desde su locura,
se oponen a un mundo marcado por las instancias del poder: al poder religioso,
pues hasta el final de sus días, Salabert no «tiene más Dios ni más amor que el
dinero» (Espuma 473), mientras Torquemada verá la salvación de su alma como
una transacción puramente económica, una «operación mercantil» (Torquemada
6
Esta voluntad de habla desencadenada por la locura podría interpretarse desde la negativa de
estos personajes a desprenderse de su identidad moderna —recordemos que uno de los logros del
romanticismo fue el afianzamiento del individualismo y la personalidad, «los temperamentos, los
gustos, las rarezas... en resumen, el yo, afirmado anárquicamente» (Pardo Bazán 64-65), todos ellos
rasgos característicos de lo que Novella ha denominado una «privacidad moderna» (83). Catalizado-
ra de la actitud parlante de estos personajes, la locura es una forma de interacción social, siguiendo
a Michel Foucault, forma de poder individual del hombre que no es sino su propia voluntad (219);
pero al mismo tiempo debe leerse como dolencia moderna y como condición de un individuo que
hace oír su voz y afirma su identidad desde los márgenes de la sociedad y por lo tanto como un acto
de rebelión y de crítica hacia una sociedad que pretende acallar a aquéllos identificados por una
condición médica como anormales y diferentes. La locura constituiría un espacio de construcción y
emancipación desde la enunciación, estrechamente ligada a la capacidad del sujeto de pronunciarse
vía el lenguaje, especialmente a la luz de la afirmación hegeliana de que el ser humano «becomes
self-aware at the very moment when he says ‘I’» (cit. en Wollen 92).
Sara Muñoz-Muriana 233
628) y un «trato» en el que exige la salvación a cambio de dar «el tercio disponi-
ble a la santa Iglesia» (640), a pesar de que nunca quedará claro si la conversión
final se refiere a su alma o a la de la Deuda (667); al poder económico, pues con
la negativa a que su hija herede la parte que le corresponde tras la muerte de su
madre, Salabert intentar alterar la ley y fuerza de la herencia e interrumpir así el
curso natural de traspaso de riqueza y el mantenimiento del orden económico y
social; al poderío social, pues recordemos que tras la muerte de su legítima esposa,
Salabert la reemplaza con Amparo, miembro de las clases populares que viene a
usurpar un rol y un espacio que no le pertenece, desafiando de este modo la nor-
matividad social; y por último, contestación al poder médico, pues Torquemada
no cesa de cuestionar el saber, disputar la autoridad y desacreditar a Miquis en
una época en la que los médicos disponen del conocimiento necesario para evitar
la propagación de la enfermedad y preservar la armonía y el orden social, ejer-
ciendo como «representantes de un saber, un poder, una clase social en ascenso y
los agentes cualificados de una intromisión prestigiosa que descalifica los valores
tradicionales favoreciendo los cambios y rompiendo los viejos sistemas de transac-
ciones reguladas y estereotipadas por la costumbre» (Álvarez-Uría 73).
Esta voluntad de insumisión o resistencia a conformarse a las exigencias de
los poderes que emanan del Estado es perfectamente coherente con la concep-
tualización de la locura como arma de rebelión: «Las danzas de los locos forman
parte de una lógica insurreccional» (Álvarez-Uría 22), y no pueden separarse de
una práctica subversiva que pide ser reprimida por los representantes y agentes de
los poderes modernos —político, religioso, médico—, gestores del orden y en-
cargados de garantizar el orden y la normatividad social, en una relación siempre
institucionalmente desigual con el enfermo y que vendría a justificar las medidas
de corrección —encerramiento, ocultamiento, confesión religiosa y, en última
instancia, la muerte— sobre el sujeto.
La locura funciona como dispositivo de comportamientos que no tienen
otro objeto que disentir, llamar la atención y distanciarse de los otros; en resu-
men, sembrar la discordia —ya lo había dicho Vives en 1529 a colación de los
locos: «la discordia es el regocijo del infierno» (cit. en Álvarez-Uría 41)—, como
bien demuestran las continuas señales de enajenación del duque de Requena y
las reacciones de estupor, a medio camino entre la fascinación y el pavor, de los
que lo rodean. No es de extrañar que la locura de estos personajes los infantilice y
los sitúe al mismo nivel que los niños: Torquemada delira como «niño enfermo»
(Torquemada 642) mientras Salabert «se había convertido en un niño... com-
pletamente idiota» y «casi enteramente imbécil» (Espuma 490, 495-96).7 Dos
7
Este diagnóstico permite leer en la malformación cerebral del loco los principios científicos de
la medicina moderna que se empezaba a institucionalizar en el país. La idiotez o idiocia, trastorno
caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, es una perturbación
234 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo
8
En este sentido, la locura como dolencia moderna vendría a introducir un componente crítico
o de contestación en tanto cataliza un desmantelamiento del orden, si no en lo espacial, sí en el
ámbito social, al disolver las categorías sociales por medio de lo que podríamos llamar una «demo-
cratización de las formas». La locura de Salabert ofrecerá a los criados la oportunidad de tratarlo
con la misma falta de respeto, irreverencia y mofa con la que el banquero se dirigía a ellos páginas
antes en la novela. La jerarquización dentro del palacio ya no existe y señores y criados se sitúan al
mismo nivel.
Sara Muñoz-Muriana 237
seguir avanzando por la senda del progreso, fomentar las Ciencias, terminar de
consolidar la empresa psiquiátrica y desarrollar las instituciones propias de un
Estado moderno. Como dijera Modesto Lafuente en una de sus piezas satíricas,
«locorum infinitus est numerus» («De los locos» 282). Hay muchos más locos
de los que se cree, pero lejos de ser motivo de alarma, este numerus debería
leerse como síntoma constructivo de crítica política y social, necesaria para la
modernización de una sociedad comprometida en preservar el orden social y
consolidar su proyecto de nación moderna.
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DISCURSO MÉDICO EN LOS TEXTOS LITERARIOS
DE SABINO ARANA
Mikel Lorenzo-Arza
Villanova University
Durante las últimas décadas del siglo xix, la glorificación de la salud en mu-
chos países europeos es inversamente proporcional a la condena de la enfermedad
como tara nacional. Tras la inauguración de la carrera imperial con el Congreso
de Berlín de 1878, el éxito de la nación sólo es posible a partir de un cuidado mi-
nucioso de la raza que la hizo posible. En este contexto se popularizan discursos
patrióticos que reivindican el abolengo nacional como primer paso hacia el impe-
rio. Estas palabras del líder del partido liberal, Lord Rosebery, se ofrece como un
ejemplo perfecto de las pretensiones de muchas naciones europeas:1
1
Alemania fue uno de los países pioneros en el desarrollo de políticas sanitarias a partir de la
popularización de conceptos como ciencia médica del estado (saatsarzneiwissenschaft) y salud de la
nación (Gesundheit des Staates). El Estado es comparado con el cuerpo humano y sus ciudadanos
son células que los médicos deben de proteger para asegurar la pervivencia de las nuevas generacio-
nes. La salud se convierte en un arma de control que trata de regular la natalidad, la prostitución o
la emigración, pero también se adentra en la esfera de la vida privada del ciudadano (su dieta o su
comportamiento sexual). Es así que reformadores de la alimentación como Eustace Miles abogan
en Avenues to the Health (1902) por la implantación de una dieta nacional que garantice la vitalidad
y la fuerza moral de la nación inglesa. La combinación de darwinismo social, moralidad y cierto
estilismo convierte a las naciones en pacientes y es responsabilidad del gobierno vigilarlas a través de
una observación minuciosa de los comportamientos de sus ciudadanos.
242 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
2
En su clásica obra El antisemitismo en España: La imagen del judío (2002), Gonzalo Álvarez
Chillida considera que el racismo entendido como una doctrina que predica la existencia de razas y
de diferencias físicas, morales y hereditarias entre ellas, no entró en España hasta mediados del siglo
xix. Una de las razones principales para este retraso tiene que ver con que la definición más castiza
del nacionalismo español se sustenta sobre mito motores de carácter religioso (la identificación de
la nacionalidad española con el catolicismo y su oposición radical al moro y en menor medida al
judío). En cualquier caso, los primeros estudios frenológicos se desarrollan ya durante la década de
1830 aunque no desembocaron en un racismo de corte más cientifista hasta finales de siglo con las
obras de Telesforo Aranzadi o Federico Olóriz. Otra cuestión diferente es el origen y desarrollo de
la biopolítica, entendida como el conjunto de tecnologías políticas impulsadas por el Estado para
regular los procesos biológicos de su población. El racismo puede integrarse a veces como estrategia
dentro de la biopolítica y en este caso Francisco Vázquez García, La invención del racismo: nacimien-
to de la Biopolítica en España (2009) la incluye dentro algunas de las formas de biopolítica que se
desarrollan durante la Historia española.
3
Durante la segunda mitad del siglo xix, gran parte de los regionalismos literarios que se habían
desarrollado en España desembocan (con muchos matices) en movimientos nacionalistas (vasco,
catalán, gallego) que compiten ya abiertamente con el nacionalismo español contemporáneo tras
el desencanto del 98. Tanto el nacionalismo gallego como el catalán presentan diferentes formas
durante las décadas finales: el gallego se desmiembra entre el provincialismo de 1840-46, el federa-
lismo (1865-75) de Alfredo Brañas y finalmente el regionalismo gallego de Manuel Murguía; por
otro lado, el catalán se inaugura en los últimos decenios con líderes muy diversos (Valentín Almirall,
Prat de la Riba…). El punto de engarce de muchos de estos nacionalismos es la españolofobia. Tanto
Sabino Arana Goiri como Manuel Murguía o el doctor barcelonés Bartolome Robert coinciden
en que los españoles son racialmente inferiores a los vascos, catalanes o gallegos. El racismo del
primero es indiscutible y posiblemente el que manifiesta una mayor morbosidad y detalle a la hora
de remarcar las diferencias raciales (envergadura física, catadura moral, costumbres...). En lo que
insisten más Manuel Murguía y también Bartolomé Robert es en que sus respectivas razas son las
únicas capacitadas para reconducir la trayectoria histórica de la nación española.
4
Los vascos son una de las comunidades más beneficiadas del imperialismo español durante los
siglos xvi-xvii ya que acceden a múltiples cargos en la administración gracias a un relato histórico-
identitario que les faculta como una comunidad «limpia de sangre judía y mora« además de otor-
garles el título de ser los descendientes de Tubal, el primer poblador de la Península Ibérica (Juaristi,
Vestigios de Babel 34). La definitiva desaparición del Imperio transoceánico tiene efectos traumáticos
en muchas partes de España y particularmente en Bilbao donde una manifestación españolista orga-
nizada por la Sociedad El Sitio aglutina a 8000 personas y culmina con un apedreamiento de la casa
de Sabino Arana Goiri que en ese momento se encuentra en la localidad vizcaína de Pedernales. Tal
y como narra Joseba Aguirrezkuenaga en su trabajo, Patria y libertad: los vascos y la guerra de Inde-
pendencia en Cuba (1868-98), la participación vasca en la contienda fue bastante reseñable con ter-
cios de voluntarios vascongados que también tomaron parte en la Guerra de Marruecos (1859-60).
Mikel Lorenzo-Arza 243
La pérdida del imperio desencadena una polifonía de pequeñas patrias en las que
surgen nuevas razas que son la antítesis de la española.
El nacionalismo vasco emerge como el movimiento periférico más interesado
en marcar distancias morales y biológicas con esa raza que porta muchos de los
males que habían apuntado los regeneracionistas cuando analizan el ocaso nacio-
nal.5 A lo largo de este artículo vamos a estudiar el racismo aranista y también
señalaremos como en ciertos momentos, su fundador encuadra el problema de la
nacionalidad vasca como una cuestión médica donde el eje central de su discurso
es el interés en que la raza vasca evite el contacto físico y moral con los españoles.
Su mayor denuncia es ese proceso de maketización (españolización) de los vascos
que sólo puede detenerse si se toma conciencia moral y biológica de lo importante
que es la pureza de su sangre. Los vascos no solo deben conservar su religiosidad
y su pureza racial sino que también deben cuidarse de cualquier contacto físico
o cultural.6
La mayoría de los estudiosos insisten en la importancia de un relato de es-
tructura tríadica en el desarrollo del discurso aranista. Las tres partes del discurso
serían las siguientes: en primer lugar, el País Vasco se asocia con una Edad de Oro
en el que la patria era homogénea y feliz; posteriormente se produce la invasión
española que perturba esta felicidad edénica; finalmente los vascos coexisten con
los males de la patria en un presente tumultuoso pero esperanzados con la lle-
5
El nacionalismo vasco nace oficialmente en el momento que Sabino Arana Goiri funda el
Partido Nacionalista Vasco en 1895. Como bien apunta José Luis Granja Sainz, uno de los rasgos
fundamentales del nacionalismo vasco es su antiespañolismo que se manifiesta en la concepción
de España como nación extranjera. El objetivo fundamental del aranismo es conservar la pureza
de la nación vasca a partir de la conservación biológica de sus características físicas y morales («El
antimaketismo« 191-201). Para Arana Goiri los maketos o españoles son un agente nocivo porque
provienen de una raza enferma.
6
Para el fundador del nacionalismo vasco, la raza —elemento determinante de la nación— se
define por los apellidos. En el reglamento de la primera asociación nacionalista vasca (Euskeldun
Batzokija) (1894) se clasifica a los socios por originarios, adoptados y adictos en función al número
de apellidos vascos que tienen. Si los apellidos son euskéricos se presupone que su portador es de
sangre pura y limpia de mezcla por lo que se le considera racialmente puro. «Cuando Sabino Arana
Goiri contrae matrimonio con Nicolasa de Achica-Allende e Iturri no sólo comprueba que su futura
esposa no hubiera tenido ningún aborto sino que también comprueba el origen vasco de sus ape-
llidos. Mauro Elizondo recoge en su Correspondencia inédita (1981) recoge esta carta con Engracio
Aranzadi en relación a su futura esposa: «es una bizkaina originaria; todas las familias originarias
eran de Bizkaya, nobles; todos los vascos descendemos de aldeanos, de caseríos; nuestras doctrinas
son esencialmente democráticas y se fundan en el amor al pueblo» (Carta del 28 de Marzo 435).
En esta carta, Sabino Arana Goiri trata de explicarle a Engracio Aranzadi que su casamiento con
una aldeana de clase inferior no supone una ventaja para sus adversarios, sino que, por el contrario,
reafirma los postulados ideológicos del partido recién fundado. En esta carta, Sabino Arana Goiri
trata de explicarle a Engracio Aranzadi que su casamiento con una aldeana de clase inferior no su-
pone una ventaja para sus adversarios, sino que, por el contrario, reafirma los postulados ideológicos
del partido recién fundado. Algunos sus artículos más conocidos en relación con la cuestión de la
proliferación de apellidos españoles en Bizkaia: «Algo de Euskalerría»; «Plato de todos los días»; «La
invasión maketa».
244 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
7
En su clásico título, Poder terrenal: religión y política en Europa (2005), el historiador Michael
Burleigh define como religiones seculares a aquellas doctrinas que ocupan en el alma de los con-
temporáneos el lugar de las religiones tradicionales (25). Los nacionalismos decimonónicos son las
grandes «religiones políticas» que heredan gran parte de la sacralidad de las religiones tradicionales
en sus rituales y en sus promesas de eternidad. En el campo del nacionalismo vasco, Antonio Elorza
o Jon Juaristi entre otros, han analizado sobremanera esta transferencia de sacralidad que se produce
en Sabino Arana Goiri desde su esfera religiosa a su esfera política (Tras las huellas de Sabino, 24).
Este artículo va a profundizar sobre todo en la dimensión higienista del discurso aranista más que
en su reverso religioso-político, pero es obvio que muchas de las prédicas de Sabino Arana Goiri
pueden entenderse como una tentativa de retrotraer al País Vasco a una mítica Edad de Oro. De esta
manera el relato mítico del nacionalismo vasco puede entender como una derivación más de esas
historias folclóricas que recolecta Giorgio Santillana en su libro Hamlet Mill (1969). Nuestro autor
recoge casi 200 mitos e historias folclóricas de hasta 30 culturas que hablan de una humanidad re-
gida por edades que varían en función del movimiento de los astros. De ahí se explicaría el carácter
cíclico de la Historia de la humanidad que atraviesa edades decadentes con el fin de retornar a una
primigenia Edad de Oro. Este mito se recoge por primera vez en Los Trabajos y los días (s.VII a.c) de
Hesiodo y nunca fue negado por los Padres de la Iglesia entre ellos San Agustín y San Ambrosio que
introdujeron la noción del pecado original como fuerza destructora de este estado ideal. Los males
de este paraíso son casi siempre la enfermedad, la condena al trabajo o la guerra y ya en la moder-
nidad todos estas lacras se tipifican más como «enfermedades». Ya los ilustrados franceses aspiran
a un paraíso donde rija un cuidado estricto y riguroso de la «salud pública» como medio racional
para que el ser humano recobre su antiguo estado natural. Como bien apuntaría Michael Foucault
en su The birth of the clinic (1976), los hombres de la Revolución francesa son los primeros que
imaginan una comunidad de hombres saludables que prosperan en su perfección física y espiritual
en la medida que cumplan los requerimientos dictados por un gobierno dictatorial que les garantice
llegar sanos a la vejez.
Mikel Lorenzo-Arza 245
tradicionales. Macías Picavea o Joaquín Costa añoran ese hombre histórico que
opera sobre el cuerpo de la nación con una frialdad instrumental y a cuya ausen-
cia histórica no tendrán más remedio que sobreponerse. La falta de este «apóstol»
o «mesías del pueblo» debe suplirse con la aspiración de un Estado bismarckiano
que intervenga en los procesos biológicos, de la nación, a fin de estimular: «la
cooperación de todos los sanos y todos los sanables. Ninguna exclusión: ¡todos,
todos! Todos los redimidos y redimibles» (El problema nacional, 325-26).8 Para el
regeneracionismo, los miembros más saludables del cuerpo nacional tienen que
revitalizar a aquellas partes más afectadas por enfermedades nacionales como el
estancamiento industrial, la polarización social o el caciquismo.9 Estos problemas
deben encararse desde la tutela pedagógica del pueblo o desde la exigencia de una
modernización económica.
Otra cuestión más espinosa es el problema de la raza española cuyo declive
histórico resulta notorio y no puede atribuírsele al «otro» como en el caso del
nacionalismo vasco Los regeneracionistas no ofrecen otra solución más allá de
la educación física y el reencuentro con la naturaleza patria pero también son
los primeros en divulgar un lenguaje higienista que se preocupa por cuestiones
sanitarias como la disminución de talla de los españoles, el nacimiento de ni-
ños enclenques o el raquitismo. Todavía carecen de la perspectiva moderna de
la sociedad de masas y no están familiarizados con la eclosión de los deportes a
principios del siglo, pero en cualquier caso abren una vía para ese lenguaje peda-
gógico y sanitario en torno al deporte y la educación física que se institucionaliza
8
En Historia y nación: Costa y el regeneracionismo en el fin del siglo (2013), Pedro José Antonio
Chacón analiza el origen y el desarrollo de esta figura del «dictador tutelar» / «cirujano de hierro»
que resume la mayoría de las aspiraciones históricas del regeneracionismo español (en Macías 325-
26). El núcleo originario de este mito se localiza en los cursos organizados por el Ateneo de Madrid,
«La tutela de los pueblos en la Historia», entre 1895 y 1896, y la posterior relación de obras en las
que Joaquín Costa se había ocupado del tema de dictador/cirujano: Representación política del Cid
en la epopeya española (1878), Cavour-Bismarck- Cánovas (1880), Programa político del Cid Campea-
dor (1885) y Regeneración y tutela social (1895).
9
Como bien apunta Lily Litvak en su clásico Latinos y anglosajones: orígenes de una polémica
(1980), algunos regeneracionistas se plantean la repoblación de algunas partes de la Península Ibé-
rica con habitantes de aquellas regiones donde haya más elementos arios. Una de ellas sería el País
Vasco donde la vitalidad de sus habitantes se explica por la pureza sine qua non de sus habitantes
que no se mezclaron ni con sangre mora ni con sangre judía (51). Este afán regeneracionista de
trasplantar aquellos elementos más positivos de algunas regiones de la nación a las más desfavore-
cidas se trasluce en autores noventayochistas como Miguel de Unamuno: «Aquí, en España, cada
región debe esforzarse por expansionar el espíritu que tenga, por dárselo a las demás, por dar a éstas
el ideal de vida civil pública que tuviere, y si no le tiene, acaso no lo adquiera sino buscándolo para
darlo; por sellar a las demás regiones con su sello. El deber patriótico, y aun más que patriótico,
humano, de Castilla, es tratar de castellanizar a España y aun al mundo; el de Galicia, galleguizarla;
andalucizarla, el de Andalucía; vasconizarla, el de Vasconia, y el de Cataluña, catalanizarla» («Su
Majestad la lengua española» 481-82). Tanto la generación del 98 como la de 1914 conceptualizan
la diversidad regional como característica sustancial del ser peninsular y aspiran a la confluencia de
todas las fuerzas locales en un mismo destino o proyecto común.
246 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
didas que SAG propone para liberar a la raza vasca del contacto con esa «nación
de toreros y tullidos» («Nuestros moros» 196). Algunas prescripciones tienen un
carácter sanitario ya que el objetivo es mantener la salubridad de la raza vasca.10
10
Uno de los hechos más reseñables de los textos aranistas son la cantidad de sobrenombres
que aparecen para calificar a los españoles como un mal patológico a lo largo de sus textos: «la
nación más degradada y abyecta de Europa», «nación de toreros y tullidos», «la hez de los pueblos
europeos», «el pueblo de la blasfemia y la navaja», «el pueblo del pan y los toros», «la raza más vil y
despreciable de Europa», «la raza vil, rastrera, servil y fementida» («Fiestas euskaras» 180 ; «Nues-
tros moros 196-199; «Los invasores» 438-441; «Peregrinación obrera» 1681-82; «Conócete a ti
mismo» 1780-81. Algunos de los artículos más memorables sobre el antimaketismo son «Efectos de
la invasión» (1326-27) y «Egundokoa» (Bizkaitarra 30.06.1895). Paradójicamente como sostiene
Javier Corcuera Atienza en su texto canónico, Orígenes, ideología y organización del nacionalismo
vasco (1876-1904) (1980), el antiespañolismo no es un invento original de Sabino Arana Goiri,
sino que su paternidad proviene de los euskalerriacos (sociedad fuerista) que busca la restitución del
orden foral abolido por Cánovas del Castillo en 1876. El impacto de la II Revolución industrial en
Bilbao genera una campaña antiespañolista y xenófoba que tiene que ver con las protestas xenófobas
de las clases medias nativas ante la masiva llegada de emigrantes españoles. En su famoso artículo,
«El antimaquetismo», Miguel de Unamuno señala que más que de separatismo habría que hablar
de antimaquetismo ya se trata sobre todo de una reacción hacia ese emigrante español que injerta
costumbres exógenas en el cuerpo cultural vasco (El Heraldo, 18-IX-1898).
248 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
los indigentes vascos («Llanto y diagnóstico» 125). En cualquier caso, esta incli-
nación costumbrista del arte vasco inaugura también una tendencia al narcisismo:
«la apología de las particularidades nativas sobre los valores interculturales, exal-
tando la conciencia colectiva sobre la individualidad, insistiendo en las diferencias
del yo colectivo respecto a los otros» (Gorriarán 38). A esta inclinación hacia el
ensimismamiento le añade Sabino su énfasis en las diferencias biológicas entre
una raza de hombres superdotados y el resto de la Península. Como desarrolla en
Bizkaya por la independencia (1892), los vascos no son ni un pueblo ni afeminado
ni corrupto, no: se trata de una raza de hombres vigorosos que aman la indepen-
dencia y que venden su libertad por su sangre sin ningún temor a derramarla si se
da el caso (54). Bizkaya por la independencia (1892) enfatiza estas ideas evocando
cuatro batallas medievales entre vizcaínos y leoneses (Arrigorriaga, Gordexola,
Mungia, Otxandiano). La primera de las batallas tiene un simbolismo mayor que
el resto ya que introduce importantes novedades que distancian al nacionalismo
vasco del fuerismo que le precede:11
Primero, para él Vizcaya carecía de vínculos con Castilla con lo que desapa-
recía la razón del ataque leonés. En segundo término, el Señor Jaunzuría ya no
descendía de una familia real extranjera, sino que se trataba de un humilde hijo
de la tierra. Además, perdía el papel protagonista que Sabino transfería colecti-
vamente a los habitantes de Vizcaya. Por último, los invasores, en vez de como
leoneses, eran identificados genéricamente como españoles lo que justificaba su
condición de enemigos ancestrales de la raza vasca. (Fernández Soldevilla 224)
11
Por fuerismo se conoce al regionalismo literario vasco que se desarrolla durante el periodo
isabelino y la Restauración a través de dos generaciones de escritores regionalistas (Navarro Villosla-
da, Antonio de Trueba, Vicente Araquistaín…). Durante medio siglo de producción literaria, estos
escritores desarrollan lo que Jon Juaristi denomina como «materia vascona»: un repertorio temático
destinado a encumbrar los hechos diferenciales vascos con el fin de legitimar y preservar el régimen
foral vasco durante el periodo isabelino y hasta su definitiva abolición en 1876 por Cánovas del
Castillo (Juaristi, Linaje de Aitor 48-49). La leyenda de Jaunzuría es un relato reelaborado por dis-
tintos apologetas medievales (el Conde de Barcelos, Lope García de Salazar…) para manifestar la
existencia de un pacto entre los vizcaínos (integrados dentro del condado castellano) y los leoneses.
En la historia se relata la victoria de las huestes vizcaínas sobre el rey leonés Ordoño y se proclama
al mítico caudillo de Jaunzuría como primer Señor de Vizcaya (este príncipe escocés habría irrum-
pido en la costa mundaquesa para acaudillar a los vizcaínos). Los escritores fueristas convierten esta
leyenda en un tópico común y el fundador del nacionalismo vasco introduce en el relato las mo-
dificaciones indicadas para darle una significación política completamente opuesta a la fuerista (la
negación de cualquier tipo de pacto histórico, la sustitución del caudillaje de Jaunzuría en la batalla
por la iniciativa involuntaria del pueblo anónimo…).
Mikel Lorenzo-Arza 249
12
Esta imagen del «roble de Guernica regado con la sangre de los vascos» pervive extensamente
en el imaginario cultural del nacionalismo vasco. En los prolegómenos del nacimiento de ETA
(Euskadi ta Askatasuna) la activa producción de la diáspora vasca de Venezuela o México recurre
en muchas ocasiones a esta metáfora cultural del árbol sediento que debe ser regado con la sangre
de sus militantes tal y como apunta Gaizka Fernández Soldevilla en su reciente libro La voluntad
del gudari (2016): «Según los redactores de Euzkadi Azkatuta: «nuestra lucha es a muerte, y, por lo
tanto, la acción violenta es nuestra única arma. En efecto, el árbol de la libertad debe ser regado de
250 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
Con este discurso no es difícil suponer que muchos de los primeros segui-
dores de Sabino Arana Goiri ensalce la lucha armada de los mambises en Cuba
o Filipinas. La guerra adquiere casi la categoría de solución médica para paliar el
problema de la degradación racial. El recuerdo de las pasadas contiendas carlistas
irrumpe también como un recuerdo que legitima este mecanismo cultural de la
guerra como purga o solución médica puesto que los vascos siempre han luchado
por preservar sus virtudes como raza: «Sin duda perduraba en nosotros alguna
reliquia de la impresión recibida en la niñez de los relatos escuchados a viejos
guerrilleros del País, a jefes que durante años habían andado a tiro limpio con los
guiris en los montes de Guipuzkoa y Nabarra» (Eleizalde 6). Tal y como apunta-
ban nacionalistas como Eleizalde en consonancia con el pensamiento generaliza-
do de su tiempo, en el pasado o el presente, la guerra es necesaria para delimitar
la frontera entre lo saludable y lo insalubre. Sirve para marcar la diferencia entre
una raza varonil, laboriosa e inteligente y esa otra femenil, torpe y cobarde. En
el ambiente internacional encuentra SAG esta racionalización de la guerra como
una especie de fumigación o purga imprescindible para que la raza se purifique:
No sabemos que tienen en la sangre ciertas razas que todo cuanto está en con-
tacto con ellas degenera y se prostituye. Ejemplos de ellos nos da en abundancia
la historia del pueblo romano y la historia de las naciones que llevan en su sangre,
la sangre latina. Mientras en los Estados Unidos alcanzan las ciencias un grado tal
de adelanto que causa asombro, la América latina cierra las puertas al progreso y
las abre de par en par a todos los vicios. («Vocación de esclavos» 1798)
vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos» (96). A esta recurrente figura literaria del árbol
regado con la sangre, hay que añadirle el de la leche materna que brutalmente se trastoca en sangre
cuando hay una guerra.
13
La obra en prensa de Sabino Arana Goiri es difícilmente clasificable ya que abarca un gran
número de temas, aunque no cabe duda que el antiespañolismo es uno de los rasgos más reseñables
de sus escritos. Uno de los ejes fundamentales de este antimaketismo tiene que ver con la preocu-
pación de SAG por mantener la integridad de las costumbres vascas porque en ellas se refleja el
carácter nacional: «Porque no puede ser lo mismo, para el nacionalismo vasco, el cabaret que la
campa ante la ermita; no puede ser lo mismo el pasodoble, el tango o la habanera, que el aurresku,
la ezpata-dantza o el arin-arin. El pueblo que adopta un idioma extraño está invadido en su espíritu;
Mikel Lorenzo-Arza 251
pero el que, cediendo de su costumbrismo nacional, desfigura su propio carácter y se adapta al del
extranjero, es un esclavo espiritual, y no merece gozar de la libertad política» («Costumbrismo»,
OC, III, 222). La contraposición entre las sanas costumbres vascas y las españolas es un leitmotiv
constante en numerosos artículos sobre todo con la finalidad de evitar que los vascos se corrompan.
Por ello, Sabino Arana aboga por el teatro con un medio muy eficaz para propagar de manera muy
eficaz algunos de sus temas más recurrentes: la castidad de las mujeres vascas o, por ejemplo, la
sustitución de los maestros castellanos por los íntegramente vascos (otro de los temas característicos
de su producción periodística).
14
Una de las obras más emblemáticas sobre el pueblo vasco, Paz en la guerra (1897) de Miguel
de Unamuno termina con la ascensión de Pachico a lo alto del Pagasarri (monte colindante a la villa
bilbaína) y la contemplación de la ciudad derruida tras el final de la II Guerra Carlista: «Contempla
Pachico las quietas y apacibles formas de aquella lucha silenciosa, viendo en la paz del bosque la
alianza del grande con el pequeño, del vencedor con el vencido, la humildad de este, la miseria del
parásito. La guerra misma se encierra en paz» (506). A través de los ojos de Pachico, el joven Miguel
de Unamuno aboga porque los vascos abandonen la «soledad de sus montañas» para aceptar las co-
rrientes de la cultura universal y mezclarse con ellas en detrimento de los paraísos edénicos (Juaristi,
El Linaje, 268). Por el contrario, SAG entiende que los vascos deben de trazar un cordón sanitario
que les aísle del capitalismo industrial y sus consecuencias.
252 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
el autor de esta obra demuestra en su obra; que las quintas, esa terrible con-
tribución de sangre que el gobierno español ha impuesto a Bizkaya, no solo
produce daños materiales, sino inmensos daños morales, que, según va el vasco
abandonando su lengua patria y adoptando la española, así va perdiendo las
virtudes de su carácter, haciéndose indiferente en punto a religión y pervirtién-
dose en sus costumbres; que el maestro español, el más abominable destructor
inmediato de la lengua, del carácter de nacionalidad y de las sanas creencias
y costumbres del vasco; que el español, nuestro invasor, no solamente quiere
destruir nuestra religiosidad, sino también nuestra lengua, nuestra raza, nues-
tro carácter, porque pertenece a una raza que siempre ha odiado a la nuestra.
(«Teatro Nacional» 490-91)
15
La elección de De fuera vendrá (1897) como obra de análisis en lugar de su otro drama Libe
(1902) se explica por este carácter urbánita que tiene y porque sintetiza muy bien la preocupación
porque la juventud vasca no esté expuesta a ciertos males que irrumpen con mayor frecuencia en el
ámbito urbano. Por otro lado, la acción dramática de Libe coincide en su evocación medieval con
las leyendas de Bizkaya por la independencia (1892). El relato se centra en la protagonista Libe y su
enamoramiento con el Conde de Salinas que decide invadir Vizcaya poniendo a nuestra heroína en
una situación complicada: debe elegir entre su amor conyugal o su amor patrio. Elegirá lo segundo.
También esta obra tiene ese carácter sacrificial en cuanto que la heroína debe exponerse a una purga
para redimir a la patria sedienta de sangre. Por esta razón termina pidiendo perdón y muriendo en
el campo de batalla mientras proclama la independencia de Vizcaya. A diferencia de la obra que
nos ocupa, en este texto prolifera ese ruralismo que concibe el País Vasco como un paraíso hasta la
llegada del invasor español. La temática de los matrimonios mixtos como hecho nefando para la
patria es también visible en esta obra.
254 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
16
La extensa producción periodística de Sabino Arana Goiri contempla un gran número de
metáforas e imágenes de cierta significación antropológica para entender el subconsciente de la
retórica nacionalista. Algunos autores como Antonio Elorza, Jon Juaristi o Javier Corcuera y recien-
temente Gaizka Fernández Soldevilla o Raul López Romo han profundizado en los mitos culturales
Mikel Lorenzo-Arza 255
que vertebran el discurso nacionalista como, por ejemplo, el relato de «la guerra imaginaria». Según
estos autores la transversalidad del nacionalismo vasco y su transmisión de generación en generación
se explica a partir de la convicción entre sus feligreses de que existe un conflicto milenario entre
vascos y españoles desde el principio de los siglos (Elorza, Ideologías del nacionalismo vasco 13). Hay
múltiples análisis sobre este tipo de mito vertebradores pero, sin embargo, no existen tantos dedica-
dos a la recurrencia de ciertas imágenes en que en muchos casos tienen reminiscencias médicas: la
fijación neurótica por purificar la tierra con ríos de sangre, la propia conversión de la leche en sangre
o la fijación homosexual por imaginar una nación vasca de hombres de anchas espaldas, castos y
entregados al martirologio patrio si es necesario («Inauguración de la Sociedad Euskal Lagun de
Ondarroa» 546).
17
En Sabino Arana: padre de las nacionalidades (1981) de Mauro Elizondo, se recoge mucha
de la correspondencia inédita del hombre que nos ocupa con distintas personalidades del partido.
En una de esas misivas dirigidas a su sucesor Zabala Ozamiz, el fundador del nacionalismo vasco
lamenta el aumento de abortos en los márgenes de la ría bilbaína y se los atribuye a la polución
causada por las nuevas fábricas siderúrgicas. El ensanche bilbaíno coincide con el de otras ciudades
españolas y se inicia en 1876 con la anexión del barrio de Abando y culmina en 1920 con el de la
anteiglesia de Begoña. La expansión urbanística de Bilbao se debe sobre todo al descubrimiento
del hierro en las vegas de la ría bilbaína lo cual le otorga el sobrenombre de «La California del
hierro» a la provincia vizcaína (Montero, La California, 12). Desde un punto de vista sociológico,
la irrupción del emigrante que se enriquece con la industrialización genera animadversión entre las
élites tradicionales de la villa bilbaína que patentan el antimaketismo. Las posiciones inicialmente
anticapitalistas de Sabino Arana Goiri cambian a principios de siglo, y también su percepción de
este ensanche urbanístico que es para muchos estudiosos, un factor determinante en el origen del
nacionalismo vasco (Juaristi, El Bucle, 157-203). Como bien apunta Javier Corcuera: «el primer
anticapitalismo tradicionalista ha desaparecido y la labor de nacionalización no habría de consistir
en desindustrializar sino en vasquizar las industrias existentes» (Historia del nacionalismo vasco, 365-
66). Esta evolución coincide con la creciente presencia del sector más autonomista o fuerista dentro
del partido y que aspira a constituir un capitalismo nacional vasco. Es de esta manera que lo que
en un primer momento era para Sabino Arana Goiri una coyuntura negativa y poco sanitaria para
la salud de la raza vasca, se convierte después (el industrialismo) en una muestra del genio vasco.
18
Como bien señala Nerea Aresti en su artículo, «De heroínas viriles a madres de la patria. El
nacionalismo vasco y las mujeres» (1893-37), el canon femenino varía bastante en la cultura del
nacionalismo vasco desde finales del siglo Xix y los años 20 o 30, donde, por ejemplo, las mujeres
nacionalistas juegan un papel clave en la difusión propagandística ante la censura de la dictadura de
Primo de Rivera (1923-31). La posición de Sabino Arana Goiri respecto a las mujeres queda patente
en esta misiva al que será su sucesor en la dirección del partido tras su muerte: «en la feminidad
están todas las debilidades congénitas del ser humano. La mujer necesita ser tutelada por el hombre
y la única feminidad posible es la del hombre» (Correspondencia inédita, 34). En la obra de Arana
256 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
Goiri, el único pasaje de su obra en el que la mujer adquiere cierto protagonismo es en el primero
de los relatos de su Bizkaya por la independencia (1892) donde una «varonil mujer bizkaina» asienta
un hachazo brutal al rey Ordoño (25).
Mikel Lorenzo-Arza 257
El cortejo latino se plantea como una amenaza clara para ese género femeni-
no de la raza que es el foco más débil para la contaminación. Esta pequeña bur-
guesía vasca debe priorizar su condición racial sobre los problemas de clase y más
teniendo en cuenta las consecuencias médicas que sobrevienen a los pueblos mix-
tos y heterogéneos según las últimas investigaciones hematológicas. Por entonces,
el científico austriaco Karl Landsteiner (1868-43) ha descubierto cuatro grupos
sanguíneos diferentes (A, B, O, AB) que parecen explicar la incompatibilidad que
los médicos han observado entre la sangre de diferentes pacientes. Esta existencia
de diferentes cuatro grupos sanguíneos demuestra la existencia de cuatro razas
originarias y las complicaciones subyacentes de la mezcla racial (Vázquez García
Mikel Lorenzo-Arza 259
200). Tras la I Guerra Mundial, se popularizan los estudios con heridos de guerra
de los ejércitos aliados y se clasifican sistemáticamente los tipos sanguíneos de
diferentes razas y nacionalidades. No tarda la comunidad científica internacional
en establecer un posible vínculo entre el temperamento y el tipo de sangre por lo
que estas ideas se popularizan durante la década de 1930 y 1940.
El subtema de los inconvenientes que conlleva la mezcla sanguínea entre
diferentes razas se entremezcla con el tradicional peso que tienen «los estatutos de
limpieza de sangre» en el imaginario histórico español desde los siglos xvi y xvii.
En la mentalidad popular se llega a considerar que la sangre y la leche materna
transmiten las creencias, la forma de ser, así como las aptitudes de los antepasados.
Esta superstición opera en la retórica aranista cuando plantea esa cosmovisión pa-
triótica en la que la leche materna de la patria se transmuta en sangre derramada
por los vizcaínos. Las novedades hematológicas de corte más o menos cientifistas
se entremezclan con los prejuicios de la mentalidad popular como que las virtudes
biológicas de la sangre se mantienen al menos hasta cuatro generaciones.
Para el primer nacionalismo vasco ya no es sólo ni siquiera la sangre lo que
hay que conservar, sino que el «contagio españolista» sobreviene incluso por el
aire. Así lo presiente el trágico héroe de la obra a medida que se atisba el fatal
desenlace: «Y este mismo viento español que parece salido de los infiernos… si
muge con salvaje complacencia al precipitarse por las angostas calles pobladas de
latinos, y desgaja y derriba con jactanciosa facilidad las ramas de nuestros viejos
robles» (Arana De fuera vendrá 80). En el discurso aranista se fusionan las tra-
dicionales connotaciones socio religiosas y raciales de los «estatutos de limpieza
de sangre» y ciertas imágenes literarias inspiradas en un cientifismo de carácter
popular. En algunos momentos, la «españolización» adquiere la forma de un pro-
ceso vírico que ataca a los vascos por todos los flancos y el nacionalismo vasco se
presenta como un remedio médico.
El paciente es claramente ese sector urbano y pequeño burgués que no es
protagonista de la II Revolución Industrial y que culpa por igual a la oligar-
quía minera y a esas hornadas de emigrantes castellanoparlantes ajenos al modus
vivendi tradicional. En la invisibilidad de Doña Anita (el objeto de deseo del
pretendiente vasco y el castellano) se presiente un guiño cómplice a ese concepto
de feminidad característico de la cultura burguesa: la «ley del padre «o el sistema
simbólico autorizado por la razón masculina» (Rojas Audas 105). En torno al
cuerpo femenino confluye el purismo racista y la tradicional preocupación de los
patriarcas burgueses por que las mujeres del hogar cuiden de su salud y aseguren
así una correcta transmisión del linaje.
La eficiencia de las féminas vascas en estas labores parece incuestionable a
partir de una curiosa tradición entre algunos visitantes del País Vasco (Alexan-
der Von Humboldt, Emilia Pardo Bazán) de representarse a estas mujeres como
260 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
robustas, saludables, y especialmente dotadas para las labores del campo (Aresti
285). Para Sabino Arana Goiri, este tipo de mujer es la más saludable y la que más
destaca por su virilidad. Es así que no duda en criticar a la mujer bilbaína por su
emperifollamiento: «Bella y delicadamente gentil es entonces la que en el campo
había sido varonilmente apuesta. Ciertamente: la genuina mujer bilbaína va sien-
do cada vez más rara: ya en muchas la pérdida de aquellas virtudes se revela en su
vestir. Pero esto es también fruto de la influencia exótica» («Conócete a ti mismo»
1780-81). La protagonista invisible de la comedia se adscribe a esta descripción,
pero es que ahora ya no preocupa únicamente su indumentaria sino también su
exposición pública al paseo, el baile agarrado o las romerías con el organillo. A
raíz de estas festividades aumentan las posibilidades de que los matrimonios mix-
tos se generalicen y que la raza se desvirtué biológicamente. La mera hipótesis de
que esto pudiera ocurrir preocupa de tal manera que prefiere Anita desaparece de
la escena pública y se reduce a la condición de objeto de conversaciones y preocu-
paciones de la burguesía bilbaína. En esta treta hay también un obvio intento de
que el lector de la obra identifique nacionalismo vasco con la preservación de la
moral y buenas costumbres burguesas.
puesto que dentro de esta se encuentra el rastro de las virtudes y los defectos de
la raza. Cuando se potencien los atributos y se reduzca el influjo de los defectos
nacionales a partir del estudio de sus orígenes y causas, entonces será posible
una resurrección. Sin embargo, desde la periferia nacional, algunos regeneracio-
nistas como Pompeius Gener o Valentín de Almirall (algunos de los precursores
del nacionalismo catalán) apuntan una serie de males que se enmarcan dentro
de la propia fisonomía moral y biológica de la raza española. En plena pree-
minencia de las razas nórdicas, el atavismo de la raza española como producto
híbrido de la sangre semítica, berebere y mongólica, no se ofrece como un ho-
rizonte especialmente halagueño. Tampoco la primacía castellana y su carácter
despótico en el curso de la Historia nacional alienta un proyecto unitario donde
convergan todos los pueblos peninsulares según denuncia Valentín de Almirall
poco antes del Desastre del 98 (El catalanismo 16). Ante el colapso de la nación
española transoceánica los discursos nacionalistas (catalán, vasco, gallego) que
imaginan un sujeto racial extremadamente refinado y contrapuesto al español.
Este artículo vincula el origen del nacionalismo vasco con este ambiente pesi-
mista en torno al futuro de la raza española tras la definitiva pérdida de sus últimas
posesiones en ultramar. Sabino Arana Goiri contribuye con la construcción de
la raza vasca como sujeto biológica y moralmente superdotado que tiene más en
común con las emergentes razas nórdicas que con la decadencia de las latinas. Para
conservar tal privilegio, es imprescindible que los vascos adopten ciertas medidas y
uno de los ejes motrices del discurso nacionalista va a girar en torno a los preceptos
que todo nacionalista debe conocer para diferenciarse claramente del maketo. Esta
normativa antimaketa se formula de manera literal a través de artículos diarios
pero otras veces se construye una retórica literaria donde el contacto entre vascos y
españoles se problematiza como una cuestión médica. La recurrencia en el uso de
ciertos vocablos (sangre, leche materna, contagio racial…) convierte la emigración
o la industrialización ya no tanto en cuestiones socio-históricas sino en problemas
sanitarios que afectan a la salud moral y física del pueblo.
En Bizkaya por la independencia (1892), Sabino Arana Goiri proclama la
necesidad de que los vascos protejan su pureza racial y para ello inventa una
metáfora cultural que tiene un carácter recurrente en el devenir del discurso na-
cionalista. A lo largo de su Historia, la raza vasca se ha sometido a una serie de
purgas donde su sangre derramada redimió a la tierra de los pecados cometidos
por sus habitantes. El hecho de que los Señores de Vizcaya formalizasen relacio-
nes matrimoniales con una raza inferior como la española durante generaciones
provocó esta condena para los vascos. Ahora no queda otra vía que resucitar una
guerra porque la convivencia biológica y moral entre las dos razas es imposible.
De fuera vendrá (1897) se dirige a esa clase media bilbaína que vive enfrentada
a la oligarquía minera y a esas masas de maketos que alteran las costumbres vascas.
262 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana
Su mensaje se dirige especialmente a las mujeres y a sus progenitores para que an-
tepongan los intereses morales y biológicos de la raza sobre cualquier otro tipo de
prebenda económica. SAG elimina cualquier rastro de presencia física de la mujer
en la obra y lanza un mensaje subliminal sobre la necesidad de que no se expongan
demasiado en la vía pública. Este alegato coincide con su rechazo furibundo al baile
agarrado o a instrumentos musicales típicamente maketos como el organillo o el
manubrio. El discurso nacionalista de la obra trata de conectar con la tradicional
preocupación burguesa por la castidad y la virginidad de sus mujeres.
En definitiva, estos dos textos testimonian la intencionalidad de SAG de
presentar ciertos problemas sociales y políticos derivados de la Modernización
industrial, como cuestiones médicas. El maketo no es ya un emigrante sino un
agente patógeno que contagia todas sus deficiencias morales y físicas al nativo.
La supuesta integridad del carácter nacional se resguarda en la sangre que opera
como una sustancia sagrada dentro de la retórica política-religiosa de los naciona-
lismos. El mayor o menor contacto de los vascos con otras comunidades mide la
pureza de su sangre dentro de la taxonomía racial que opera en el mundo. Aquí
es donde interviene el discurso aranista predicando la necesidad de que las clases
medias protejan a sus mujeres del contagio moral y sexual que conllevan las re-
laciones con los maketos. En esta intermediación entre lo político, lo moral y lo
sanitario opera el éxito de la retórica nacionalista. El nacionalismo ya no es sólo
un proyecto ideológico sino una solución trasnsversal para muchos de los desafíos
que sobrevienen con el nuevo siglo.
Obras citadas
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lismo vasco.» Memoria y Civilización, N° 15, 2012, pp.133-150.
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SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL:
VIDA, CIENCIA Y LITERATURA
Introducción
[…] la hoy poco leída obra literaria de Santiago Ramón y Cajal, obedece al
derecho a «explayar la imaginación por los amenos vergeles de la literatura, el
arte, la política, el costumbrismo, etc.» qué, según el histólogo navarro (navarro
de nacimiento, aragonés de sentimiento y madrileño de adopción), tienen los
hombres de laboratorio que no desean anquilosarse en la engañosa comodidad
de la rutina diaria. (Fuster 11).
Al término del primer decenio del siglo xxi, un espectro recorre el mundo:
el fantasma del neopositivismo.1 Bajo el influjo de esta corriente filosófica se ha
generado el sinfín de conflictos, dilemas y problemas que padece el homo scientifi-
cum actual, deshumanizado y convertido en el depredador mayor de las eras tanto
del ambiente, naturaleza y vida como de la sociedad, cultura, moral filosófica, for-
mación y ejercicio de profesionistas y oficios varios cual es patente en costumbres,
hechos, prácticas, saberes y usos como los siguientes:
1. Aborto;2 alcoholismo; drogadicción; endemia de enfermedades crónica-
degenerativas,3 accidentes automovilísticos y homicidios; radioactividad; sida;
tuberculosis; violencia intrafamiliar y social y su difusión en cine, prensa, radio
y televisión.
2. Escasez de agua de riego y desperdicio de agua potable; daño de la capa de
ozono; incremento demográfico desmesurado en países en vías de desarrollo; de-
1
Llamado también positivismo lógico o empirismo lógico, es una corriente filosófica producto del
Círculo de Viena (1920-1930) (Abbagnano 400-403).
2
Indiscutiblemente, la mujer es dueña y responsable de sus aparatos, sistemas y cuerpo; pero,
el cigoto, embrión, feto y producto no son simplemente células, tejidos u órganos de su soma, sino
otro ser humano que está desarrollándose en su seno, tiene autonomía y por lo tanto no le pertenece
y posee el derecho inalienable de nacer.
3
Ateroesclerosis, cáncer, cardiopatías, diabetes mellitus tipo II, hipertensión arterial, obesidad
y sobrepeso.
266 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
4
Canto, danza, escultura, música, pintura, teatro.
5
Junior High School en el sistema escolar de Estados Unidos de América.
6
Estadística, geometría, matemáticas. Cajal coincide con el maestro Ignacio Chávez en su con-
cepto de ciencia: … la ciencia, creadora de riqueza y de fuerza. (Ramón y Cajal, «Post scriptum» 79).
7
Biología, física, química.
8
Administración, derecho, ciencia política, comunicación, economía, geografía, historia, poli-
ticología, sociología.
9
Etimología greca-latina de la lengua española, gramática y redacción españolas, lenguas ex-
tranjeras, lenguas griega y latina, literatura.
10
Epistemología, ética, historia de las doctrinas filosóficas, lógica, moral filosófica.
11
El enemigo.
Hugo Fernández de Castro Peredo 267
12
Dominio cognoscitivo: actitud, conocimientos teóricos disciplinarios, deontología, episte-
mología, morales, potencias, razón, virtudes.
13
Dominio psicomotor: habilidades técnicas, comportamiento, ejercicio de una profesión, eti-
queta, etiqueta social, relación social del profesionista.
14
Dominio afectivo: conducta, deber, espíritu crítico, intuición humanista (intuición en el sen-
tido de tendencia anímica que el ser pone en acción no por azar, sino volitivamente, con decisión y
esfuerzo propios), reflexión ética, valores, vocación, voluntad.
15
Rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (¡a los 23 años de edad!);
fundador del primer servicio de cardiología en un hospital, revista e instituto de cardiología en todo
el mundo; director del Hospital General de la ciudad de México y de la Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional Autónoma de México y rector de ésta.
16
Responsabilidad: el sentir de una persona que cumple con su compromiso de responder el
interrogante planteado por la vida, sin eludirlo ni caer en el colectivismo y la anonimia.
17
Nada más certero e incisivo para demostrar la necesidad de las humanidades junto a la ciencia
y la técnica, que las palabras del doctor Ignacio Chávez: El humanismo no es un lujo ni un refina-
miento de estudiosos que tienen tiempo para gastarlo en frivolidades disfrazadas de satisfacciones
espirituales. Humanismo quiere decir cultura, comprensión del hombre en sus aspiraciones y mise-
rias, valoración de lo que es bueno, lo que es bello y lo que es justo en la vida, fijación de las normas
que rigen nuestro mundo interior, afán de superación que nos lleva, como en la frase del filósofo, a
«igualar con la vida el pensamiento». Esa es la acción del humanismo al hacernos cultos. La ciencia
Hugo Fernández de Castro Peredo 269
es otra cosa: nos hace fuertes, pero no mejores. Por eso, el médico mientras más sabio debe ser más
culto. (33)
18
Hay una equivocación terrible, que ha prevalecido durante años y que no he podido corre-
gir. Soy un científico por necesidad y no por vocación. Yo soy realmente por naturaleza un artista.
Desde la infancia mi héroe secreto ha sido Goethe. Me hubiera gustado ser poeta y durante toda
mi vida he querido escribir novelas. [...] Mi deseo más antiguo y fuerte sería escribir novelas reales.
[Traducción de Hugo Fernández de Castro].
19
El agua puede congelarse cual el granizo y un cubo o contemplarse: una estatua de hielo. Pero
270 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
el hecho se interpreta sólo según lo vea el comentarista coetáneo o posterior, mas no se plasma ni se
torna un objeto observable secula seculorum y descrito fidedignamente, una realidad que ni siquiera
el doctor Fausto poseyó al grado de qué, no obstante sus tratos con Mefistófeles, no pudo impedir
que el momento se escapara pese a su reclamo imperioso ¡Detente! ¡Eres tan bello! («Verwelle doch!
Du bist so Schön!», Goethe 199).
Hugo Fernández de Castro Peredo 271
al hombre, no como debe ser, sino como es, para conocerle; literatura, en fin,
expresión toda de la ciencia de la época, del progreso intelectual del siglo. (44)
20
Las primeras manifestaciones del romanticismo fueron de Johann Wolfgang von
Goethe (1749- 1832), el poeta y científico teutón creador del Sturm und Drang (Tormenta e ímpe-
tu), movimiento literario que privilegió el sentimiento frente a la razón del neoclasicismo. Quizás
el ejemplo mejor de sus obras románticas más famosas y primeras sean Los sufrimientos del joven
Werther (1774) y Fausto (1772-1829).
21
El 20 de diciembre de 1899, Cajal escribió: «Porque en estos tiempos de frío positivismo sólo
España hace política de sentimiento» («Post scriptum» 79).
22
Por ejemplo, La historia de San Michele y Lo que no conté en la Historia de San Michele, obras
maestras literarias del médico sueco Axel Munthe (1847-1949), que estudió la carrera de médico
y la especialidad de psiquiatra en París y ejerció tanto en París y Roma como en Anacapri, Italia.
Munthe, pese a que se formó según los cánones de la medicina positivista, fue tan humanista como
científico y mantuvo siempre una existencia y una práctica médica humanitarias.
272 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
caran tener la claridad, que es cortesía y de ser posible, la agilidad, que es elegancia»
(593, las cursivas son de Hugo Fernández de Castro). Don Santiago Ramón y Ca-
jal, en contraste aunque también aficionado desde joven a la literatura, primero
escribió sus obras de anatomía, histología, sistema nervioso y neuronas, y luego
sus recuerdos, cuando era ya un hombre sesentón y setentón:
23
Cabe Apolo (Febo), vástago de Zeus, los dioses griego y romano de la medicina fueron sus
hijos Asclepio y Esculapio, todos antecedidos por Imhotep, en Egipto (Falcón Martínez 51-68).
Hugo Fernández de Castro Peredo 273
abarca también todo producto de la mente, lo mismo afán, amor, anhelo, certeza,
creación, charlatanería, descubrimiento, dogma, duda, ensueño, fantasía, idea,
ilusión, invención, libertad, quimera, recreación y sentimiento, que autarquía,
conjetura (eikasía), determinación, dóxa, ciencia, hipótesis, identidad, indetermi-
nación, interpretación (hermenéutica), investigación (heurística), irresponsabili-
dad, responsabilidad, rumor, teoría, tesis y voluntad.
Por eso el ambiente, azares, familia, formación y vida del sabio Cajal son
parte de él mismo y factores inseparables igual de su obra científica que de sus
textos literarios. Los unos componen la unidad con los otros, es decir, se requirió
la interacción de esas partes para formar el todo de su personalidad, dar lugar a la
creación de sus descubrimientos e integrar su legado científico y humanista. Tales
son los motivos de que se discurra aquí y ahora por los lugares de nacimiento y
etapas de la vida de Cajal, así como de su actitud, aficiones adquiridas y tenden-
cias natas (afinidades), ambiente de solaz y de trabajo, anhelos, carácter,24 conduc-
ta, estudios, lecturas y temperamento.25
Nacimiento, niñez y adolescencia: De padres originarios de Larrés, provincia
de Huesca, Aragón, Cajal nació en un pueblo aragonés montañoso, Petilla, de la
provincia de Zaragoza pero perteneciente por azares políticos a Navarra (Ramón
y Cajal, Recuerdos 99-103). No estuvo ahí más de dos años y luego sus padres
se regresaron a vivir con sus hermanos y él a Larrés y Luna, reino de Aragón, de
modo que es aragonés de pura cepa y luego —la mitad de su vida— madrileño
por vivencia, querencia, adopción y fallecimiento.
La destreza cajiana del dibujo: Gracias a la gran habilidad de Cajal para
dibujar y colorear en tiempos decimonónicos y tempranos del siglo xx, cuando
no había aún microfotografía, pudo representar tan fotográficamente las neu-
ronas y sus órganos que es mínima la diferencia cualitativa con las fotografías
que después la técnica permitió obtener: «Tendría yo como ocho o nueve años,
cuando era ya en mi manía irresistible manchar papeles, trazar garambainas en
los libros y embadurnar las tapias, puertas y fachadas recién revocadas del pue-
blo, con toda clase de garabatos, escenas guerreras y lances del toreo. Una pared
lisa y blanca ejercía sobre mí fascinación irresistible […] Holgábame también
en embardurnar mis diseños con colores […] Mis gustos artísticos, de cada vez
más definidos y absorbentes, crearon en mí hábitos de soledad y contribuyeron
no poco al carácter huraño que tanto disgustaba a mi padre» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 132-3). Este párrafo revela que Ramón y Cajal nació con aptitud para
el dibujo, tornándola habilidad que él —motu proprio— desarrolló desde su
24
Un componente de la personalidad propio sólo del ser humano que lo forja conciente, tenaz
y voluntariamente.
25
Este componente del temple del hombre le es ajeno, pues lo posee de modo natural y nato sin
haber hecho nada para tenerlo, cambiarlo o desecharlo.
274 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
26
Cuando el autor de este artículo fue estudiante de medicina en los años 50 del siglo Xx, le
tocaron aún en sus prácticas de histología, embriología, microbiología y parasitología microscopios
decimonónicos como los de don Santiago, que no eran eléctricos y para iluminar el portaobjetos
tenían debajo un espejo que se inclinaba y dirigía hacia donde estaba la fuente de luz: el rayo del sol
en el día y una vela en la tarde o noche.
27
Se abre dudosa:/no sabe si es orquídea/o es mariposa. Haikú del médico epidemiólogo y poeta
Jorge Fernández de Castro Peredo. (Obra inédita)
Hugo Fernández de Castro Peredo 275
28
El padre de Cajal, en su casa no consentía «libros de recreo» y no le parecía conveniente que
durante sus vacaciones los jóvenes se distrajeran con «lecturas frívolas», criterio opuesto a la madre
que a escondidas del padre permitió que sus hijos leyeran las novelas románticas que tenía escondi-
das en el fondo de su baúl de soltera, por ejemplo La caña de Balzac, Catalina Howard o Genoveva
de Brabante, (Ramón y Cajal, Recuerdos 190).
29
Voluble, inestable
30
De la lengua latina: persōna, æ, máscara (de actor), de per, por, a través de, y sono , ās, āre,
sonui, sonitum (sonus), resonar, sonar (Blanco García 353, 363, 461).
31
Véase Jorge Fernández de Castro y Finck, Madero y la democracia. Estudio sobre la doctrina de
la superación.
276 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
32
Bacterias, cocos, hongos, parásitos y virus.
33
Luis de Góngora y Argote (1561-1627): Ándeme yo caliente/y ríase la gente./Traten otros del
gobierno/del mundo y sus monarquías,/mientras gobiernan mis días/mantequillas y pan tierno;/y
las mañanas de invierno/naranjada y aguardiente,/y ríase la gente (Luis de Góngora, Letrillas 115-
116).
278 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
34
Con su derivación hacia Joseph Lister (1827-1912) y su descubrimiento y aplicación de la
asepsia y la antisepsia, que junto con la anestesia (éter, óxido nitroso y cloroformo) hizo que la
cirugía diera un paso gigantesco para el alivio de tantas enfermedades que hasta entonces habían
sido inoperables.
Hugo Fernández de Castro Peredo 279
casi todos palúdicos o disentéricos», y para tratarlos tenía un botiquín con me-
dicamentos diversos, entre ellos el sulfato de quinina. Pero, en sus Memorias co-
menta que su ración alimentaria no «era la más adecuada para criar buena sangre
[y] … flaqueó mi resistencia y enfermé de paludismo. Nubes de mosquitos nos
rodeaban: Además del Anopheles claviger, ordinario portador del protozoario de
la malaria, nos mortificaban el invisible gegén, amén de ejércitos innumerables de
pulgas, cucarachas y hormigas. La ola de la vida parásita se encaramaba a nuestros
lechos, saqueaba las provisiones y nos envolvía por todas partes […] Al fin quedé
postrado, siéndome imposible atender a los enfermos. Un practicante estulto me
suplía; todo iba manga por hombro. Para colmo de desdicha ¡al paludismo se
agregó la disentería!… (Ramón y Cajal, Recuerdos 296)
280 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
Tras de un amoroso lance y no de esperanza falto, volé tan alto, tan alto, que
le di a la caza alcance. Para que yo alcance diese a aqueste lance divino, tanto
volar me convino que de vista me perdiese; y con todo, en este trance, en el
vuelo quedé falto; mas el amor fue tan alto, que le di a la caza alcance. Cuanto
más alto subía deslumbróseme la vista y la más fuerte conquista en obscuro se
hacía; mas, por ser de amor el lance, di un ciego y obscuro salto y fui tan alto,
tan alto, que le di a la caza alcance. Cuanto más alto llegaba de este lance tan
subido, tanto más bajo y rendido y abatido me hallaba; dije: «¡No habrá quien
alcance!»; y abatime tanto, tanto, que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza
alcance. Por una extraña manera, mil vuelos pasé de un vuelo, porque esperan-
za de cielo tanto alcanza cuanto espera; esperé sólo este lance y en esperar no fui
falto, pues fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance. San Juan de la Cruz
(1542-1591). Tras de un amoroso lance. (San Juan de la Cuz, Obras completas
115-116)
36
No hay mal que por bien no venga, tal y como Cajal lo comentó: «Véase como las enfermeda-
des adquiridas en la gran Antilla resultaron provechosas» (Ramón y Cajal, Recuerdos 327).
282 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
37
Es impresionante verdaderamente la analogía del carácter de genio y sabio compartido por
Cajal y Chávez. El cardiólogo y educador mexicano, Ignacio Chávez Sánchez, relata que «Junto a
las virtudes esenciales de la juventud, había en la mía muchas limitaciones. De mano con mi timi-
dez iban mi espíritu contemplativo, forma quizá de disfrazar mi tendencia a la molicie, y mi repulsa
franca para la acción, forma velada de no forzar mi timidez…» Chávez, op. cit. p. 594, t. II. (letras
cursivas de HFdeCP)
38
Expectoración con sangre proveniente de los pulmones.
Hugo Fernández de Castro Peredo 283
39
Leísmo.
Hugo Fernández de Castro Peredo 287
40
Doña Silveria y él tuvieron siete hijos.
41
Cuatro cafés fueron los preferidos de Ramón y Cajal en Madrid: El Diván, El Inglés, Del
Levante y Suizo.
288 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
Vivimos en las faldas de una sierra, cuyo elegante perfil embellece nuestro
horizonte y cuyas auras purifican nuestro ambiente. Y en la primavera y otoño
la llanura castellana se ofrece cubierta de césped y salpicada de flores. […] Cual-
quiera que sea la preocupación del espíritu, siempre hallaremos un rincón soli-
tario cuya belleza apacible apague las vibraciones del dolor y abra nuevo cauce
al pensamiento. ¡Cuántos pequeños descubrimientos asócianse en mi memoria
a tal sendero solitario de la Moncloa o a un fresno ribereño del Manzanares o
alguna colina del Amaniel o de la Dehesa de la Villa, esplendidos miradores
desde los cuales ostenta el Guadarrama, asomado entre pinos, toda su augusta
majestad! (Ramón y Cajal, Recuerdos 490-91)
Real Sociedad de Londres: En febrero de 1894 le cogió por sorpresa una misiva
de la Real Sociedad de Londres invitándolo a pronunciar la Croonian Lecture, un
discurso sobre temas biológicos. Pero, como se le enfermó de cuidado una hija y
no quería abandonarla, decidió no ir a Londres y no aceptó hasta que lo conven-
cieron la entereza e insistencia de su esposa, la seguridad de los cuidados que el
médico le dijo que le daría a la niña y dos cartas: una, «agradable», del secretario
de la Royal Society, el doctor M. Forster, y otra, «halagadora», del sabio fisiólogo
Ch. Sherrington.
Sintiendo que no tenía dominio suficiente de la lengua inglesa, escribió en
lengua francesa su conferencia, versión que le fue corregida por su traductor
que vivía en la antigua Lutecia, el doctor León Azoulay. Cajal relata que «…
la lección resultó, a despecho de mi emoción, bastate clara y persuasiva. Si mi
memoria no falla fue pronunciada el 8 de marzo, en el palacio llamado Bour-
lington House, casa social de la Sociedad Real. Conprendió mi discurso lo más
fundamental de mis pesquisas en orden a la morfología y conexión de las células
nerviosas de la médula espinal, ganglios, cerebelo, retina, bubo olfatorio, etc.
[y] terminé mi oración desprendiendo de los hechos expuestos algunas inter-
pretaciones fisiológicas y aun psicológicas…» (Ramón y Cajal, Recuerdos 505).
Bien decía don Manuel Flores Rosa, eximio profesor de anatomía topográfica
en la antigua Escuela Nacional de Medicina de México (UNAM), que el estu-
dioso que sabe anatomía sabe fisiología.
Don Santiago fue obsequiado con banquetes en su honor en la Real
Sociedad,42 la Embajada de España y King’s College, a la vez que aprovechó su
estancia en Gran Bretaña para pasear por la ribera del río Támesis y conocer
el Museo Británico, la Ciudad Cristal, la catedral de Westminster, la estatua de
Newton, la tumba de Darwin, los hospitales del King’s College, Bartholomew y
42
Cuenta Cajal que Mr. Forster, «que decoraba sus ideas con esa fina sal del humour anglosajón
[dijo] entre otras cosas halagadoras para España y para mí, "que gracias a mis trabajos, el bosque
impenetrable del sistema nervioso se había convertido en parque regular y deleitoso y que mis inves-
tigaciones habían establecido colaterales de conexión y placas motrices entre las almas de España y de
Inglaterra, antes apartadas por siglos de incomprensión y desvío"» (Ramón y Cajal, Recuerdos 506).
Hugo Fernández de Castro Peredo 289
43
Interpretación.
44
Contra el positivismo, que se queda en el fenómeno, sólo hay hechos, yo diría; no, precisa-
mente no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún factum en sí. (Nietzsche
241)
Hugo Fernández de Castro Peredo 291
[…] diputados, periodistas [y] militares creían de buena fe que nuestros ins-
trumentos bélicos en Cuba y Filipinas —buques de madera y ejércitos de en-
fermos— podían medirse ventajosamente con los formidables de que disponía
el enemigo. [...] El recuerdo del desastre colonial hállase vinculado en mi me-
moria […] con la redacción de un trabajo de tendencias filosóficas acerca de la
organización fundamental de las vías ópticas y la probable significación de los
entrecruzamientos nerviosos […] La trágica noticia interrumpió bruscamente
mi labor, despertándome a la amarga realidad. Caí en profundo desaliento.
¿Cómo filosofar cuando la patria está en trance de morir? (Ramón y Cajal,
Recuerdos 554-56)
292 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura
45
Véase el artículo de Ángel Luis González de Pablo «El Noventayocho y las nuevas institu-
ciones científicas. La creación del Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Ramón y Cajal».
Dynamis. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. illus. 1998, 18, 51-79.
Hugo Fernández de Castro Peredo 293
La obra literaria: El autor de este trabajo quiere dejar claro que la obra
científica de Cajal es lo que hizo que este sabio español fuera famoso y pasara a
la posteridad, no obstante lo cual hay que reconocerle su dominio de la lengua
española igual en lo referente al lenguaje científico que a la expresión literaria,
discursos ambos en los que se advierte la ausencia retórica y de adjetivos y,
en contraste, se denota el casticismo, la sobriedad, claridad y elegancia de su
prosa, lo ameno e interesante de los recuerdos de su vida y su entusiasmo por su
tarea y los avatares de sus descubrimientos, constituyendo formas de actitud,
pensamiento, conducta y expresión que permiten adentrarse en la constitución
y el conocimiento humano, cívico, humanista, científico, hispanista, europeo,
universal y filosófico de don Santiago.
46
Por ejemplo, en la Revista trimestral de histología que fundó el año 1897.
47
«Bibliografía» (Ramón y Cajal, Recuerdos 74-77).
Hugo Fernández de Castro Peredo 295
Obras citadas
discursos nacionalistas de la España de la segunda mitad del siglo xix. Sus publicaciones
recogen una importante nómina de artículos que prestan atención a las vinculaciones en-
tre el paisaje como concepto geo-cultural y el efluvio de los regionalismos en la España de
la segunda mitad del siglo xix. Algunas de sus publicaciones más recientes son su artículo
sobre el 98 y los regionalismos, «Las fuentes regionalistas de la Castilla noventayochista»
en Anales de la literatura española contemporánea (2018) y su colaboración en el monográ-
fico Paisaxes nacionais no mundo global (2019) editado por la Universidad de Santiago de
Compostela con el fin de ofrecer una panorámica sobre paisajes y nacionalismos a lo largo
del siglo xix y xx. Nuestro autor contribuyó con un breve resumen sobre la construcción
social y cultural de un «paisaje vasco», «La construcción ideológica y estética del paisaje
vasco finisecular (1876-1900)». Actualmente se encuentra inmerso en otra serie de pro-
yectos vinculados con su campo de investigación.
Sara Muñoz-Muriana, se doctoró en literatura y cultura española en la Universidad de
Princeton. Es profesora titular en el Departamento de español y portugués de Dartmouth
College, donde imparte clases de lengua, literatura y cultura española. Se especializa en
los siglos xviii y xix y sus áreas de investigación incluyen los estudios urbanos, las subjeti-
vidades marginales, la cultura material, las representaciones de género, las construcciones
artísticas de lo monstruoso en la cultura española y la representación de las realidades
socio-políticas del xviii y del xix a través del cine español. Ha publicado artículos sobre
Galdós, Pardo Bazán, Goya, Buñuel, entre otros, y sobre cuestiones de género, religión,
moda, teatro, la ciudad y las masas. Ha coeditado junto a la profesora Analola Santana el
volumen Freakish Encounters (Hispanic Issues Online, 2018), sobre la construcción de la
figura del «freak» en la cultura hispánica. Su libro, Andando se hace el camino. Calle y sub-
jetividades marginales en la España del siglo xix (Iberoamericana-Vervuert, 2017), explora
el papel fundamental de la calle urbana en la configuración de una serie de identidades
periféricas que cobran recurrente expresión literaria en la España moderna durante la
transición a la sociedad industrial. Actualmente, está trabajando en un manuscrito sobre
las representaciones culturales del pueblo en España desde finales del siglo xviii, como
uno de los principales agentes históricos, actores sociales y protagonistas de la moderni-
dad cultural española.
Dale J. Pratt, es catedrático de Literatura Española y Comparada en la Universidad de
Brigham Young, donde dicta cursos desde la introducción a la literatura hispánica hasta
seminarios graduados sobre el Quijote, Galdós y la narratología realista, la ciencia ficción
española, la ciencia y la literatura y el mito de Don Juan. Entre sus publicaciones figuran
dos monografías, Sueños, recuerdon memoria: La metaficción en las novelas de Joaquín-
Armando Chacón (UNAM, 1994), y Signs of Science: Literature, Science and Spanish Mo-
dernity Since 1868 (Purdue UP, 2001), además de varios artículos sobre Pardo Bazán,
Unamuno, Ramón y Cajal, La Regenta, la literatura y la ciencia en España, los viajes en el
tiempo, y la representación de la sujetividad en las novelas de la prehistoria. Actualmente
prepara dos libros: España poshumana: literatura, tecnología y las identidades poshumanas y
Los soñadores: la ficción sobre la prehistoria ibérica y sus autores. Junto con su esposa, Dra.
302 Literatura y Medicina: teoría y praxis (1800-1930)
Valerie Hegstrom, Pratt organizó el Grupo del Teatro Aurisecular de BYU, y, con el apoyo
del National Park Service estadounidense y el Ministerio de Cultura, Educación y Depor-
tes de España, montó más de 10 obras teatrales auriseculares en español (entre otros, La
dama duende, El caballero de Olmedo y Don Gil de las calzas verdes) para públicos diversos
en el suroeste de los Estados Unidos y en México.
Esther Sánchez-Couto, es profesora de español en la Universidad de North Texas. Li-
cenciada en Filología Hispánica por la Universidade de Vigo. Ya en EEUU, obtuvo su
M.A. en la University of North Carolina en Greensboro y su doctorado en la University
of North Carolina (Chapel Hill). Su principal campo de investigación es el de las mujeres
escritoras contemporáneas, tanto en México como en España. Sus investigaciones se cen-
tran tanto en estudios de género transatlánticos como en teoría literaria, de forma especial
en el uso retórico del silencio. Sus publicaciones han aparecido en revistas como Letras
femeninas, Siglo Diecinueve and Hispanic Journal entre otras.
Margot Versteeg, es catedrática de español en la Universidad de Kansas. Ha publicado
ampliamente sobre literatura y cultura de finales del siglo xix y principios del siglo xx.
Es la autora de De fusiladores y morcilleros: el discurso cómico del género chico (1870-1910)
(Rodopi 2000) y Jornaleros de la pluma (Iberoamericana/Vervuert 2011). Su proyecto más
reciente es Propuestas para (re)construir una nación. El teatro de Emilia Pardo Bazán (Pur-
due 2019). Versteeg ha coeditado Teaching the Works of Emilia Pardo Bazán (MLA 2017,
con Susan Walter), e Imagined Truths: Realism in Modern Spanish Literature and Culture
(University of Toronto Press 2019, con Mary Coffey).
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