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"Discurso medico en los textos literarios de Sabino Arana Goiri (1865-1903)"

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Mikel Lorenzo Arza


Villanova University
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LITERATURA Y MEDICINA: TEORÍA Y PRAXIS (1800-1930)
BIBLIOTECA DE NUESTRO MUNDO / LOGOS
Jorge Avilés Diz - Montserrat Escartín Gual
Hugo Fernández de Castro Peredo - José Manuel Goñi Pérez
Solange Hibbs-Lissorgues - Mikel Lorenzo-Arza
Sara Muñoz-Muriana - Dale J. Pratt
Esther Sánchez-Couto - Margot Versteeg

LITERATURA Y MEDICINA:
TEORÍA Y PRAXIS (1800-1930)

VOLUMEN I

Jorge Avilés Diz y José Manuel Goñi Pérez


(Editores)

Madrid, 2019
©
De la obra:
Los respectivos autores
De esta edición:
EDICIONES DE LA TORRE
Espronceda, 20 ― 28003 Madrid
Tel.: 689 05 01 91
info@edicionesdelatorre.com
www.edicionesdelatorre.com
Primera edición: julio 2019
ET Index: xxxNML48
ISBN: 978-84-7960-xxx-x
Depósito Legal: M-28328-2018
ESTUGRAF IMPRESORES S.L.
Polígono Ind. Los Huertecillos
Calle Pino n.º 5
28350 Ciempozuelos, Madrid (España)

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ÍNDICE

Introducción .................................................................................................. 11
Esther Sánchez-Couto:
¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura
del siglo xix ................................................................................................ 17
Montserrat Escartín Gual:
La relación de Larra con la medicina y la enfermedad.................................. 39
Jorge Avilés Diz:
¿Simila similibus curentur? Teatro y homeopatía en la
España del siglo xix .................................................................................... 73
Solange Hibbs-Lissorgues:
«La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix .......................................................................... 100
José Manuel Goñi Pérez:
Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de
Calatraveño y Valladares (1898) y Tolosa Latour (1908) ........................... 127
Margot Versteeg:
No Place for Us: Stigmatization and Exclusion in «Dúo de la tos»
by Leopoldo Alas (Clarín) ........................................................................ 173
Dale J. Pratt:
Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas
Contemporáneas ...................................................................................... 193
Sara Muñoz-Muriana:
«¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España
de fin de siglo ........................................................................................... 223
Mikel Lorenzo-Arza:
Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana .......................... 241
Hugo Fernández de Castro Peredo:
Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura .................................... 265
Biografías de los autores ............................................................................... 299
Nuestro más sincero agradecimiento al
wellcome trust, medical humanities (Reino Unido)
y al College of Liberal Arts and Social Sciences de la
university of north texas, sin cuyo apoyo y financiación
hubiese sido imposible realizar este proyecto.
INTRODUCCIÓN

La relación entre la ciencia y la literatura es desde principios de siglo un tema


cada vez más trabajado por la crítica hispánica, desarrollando paulatinamente
conexiones entre la literatura y diversas ramas de la ciencia, como demuestran
recientes publicaciones colaborativas tales como Los discursos de la ciencia y de la
literatura en España (1875-1906) editado por S. Hibbs y C. Fillière (2015) o Pro-
greso y cultura hispánica editado por De la fuente Ballesteros et al. (2015). Lejos
de perder vigencia, esta línea de trabajo sigue cautivando a la crítica, pues —por
poner tan solo un ejemplo en esta sucinta introducción— el eje temático de la
revista Studi ispanici (2020), coordinado por la profesora Loreto Busquets, versa
sobre la ciencia en la literatura hispánica.
Dentro de este vínculo entre ciencia y literatura, cuyo antecedente más re-
presentativo es el trabajo Transformación industrial y literatura en España (1895-
1905) de Lily Litvak (1980), destaca la relación entre la literatura y la medicina
que ha llevado recientemente a médicos y críticos literarios hispánicos a analizar
desde diversas perspectivas las teorías y prácticas médicas en las obras literarias de
la modernidad decimonónica y de principios de siglo. Michael Stannard, doctor
en medicina pediátrica, profesor de radiología pediátrica de la Medical School en
Dallas y doctor en filología hispánica, es uno de los ejemplos más destacados, con
trabajos recientes de gran calado como The Theme of Degeneration in the Work of
Benito Pérez Galdós: a Study of Four Naturalist Novels (2012); «Maximiliano Ru-
bín and the Context of Galdós’s Medical» (2013;) Galdós and Medicine (2015),
o su último trabajo «Two Narratives of the Spanish Physician of Galdós’s Time»
(2018). Asimismo, este interés ha llevado a algunas revistas especializadas a de-
dicar su sección monográfica, como fue el caso en 2018 de Siglo diecinueve (Li-
teratura hispánica), a las relaciones entre la medicina y la literatura en el mundo
hispánico. Es de recibo mencionar el legado sobre la relación de la literatura y la
medicina del profesor Luis Montiel Llorente, destacando trabajos como «La «otra
cara» de Federico Rubio» (2003) o «Enfermedad mental y cultura de la subjetivi-
dad (Siglos xix y xx)» (2010), en cuanto al siglo xix se refiere.
Asimismo, cabría destacar algunos congresos recientes tanto en España como
en Latinoamérica, tales como los seis congresos celebrados en la Universidad de
12 Literatura y Medicina: teoría y praxis (1800-1930)

Sevilla entre los años 2001 y 2006, cuyas Actas fueron publicadas por el Dr. Es-
teban Torre Serrano, doctor en Medicina y Cirugía y en Filología hispánica. De
gran interés fue el Congreso internacional: la medicina en la literatura celebrado en
la Universidad de La Coruña y Universidad de Santiago de Compostela en 2012,
que albergó tanto a médicos como a críticos e historiadores de la literatura. La
importancia de la literatura en la formación de los médicos sigue siendo un tema
de estudio en las Facultades de Medicina como demuestra Barbado Hernández en
su trabajo «Medicina y literatura en la formación del médico residente de medi-
cina interna» (2007). Publicaciones tales como La Gaceta Médica de la Academia
Nacional de Medicina de México, A.C. o Anales de Medicina Interna han prestado
atención en las últimas décadas a esta relación. No anda a la zaga ni mucho menos
este interés en Latinoamérica, como demuestra la organización del congreso Entre
Literatura y Medicina. Narrativas transatlánticas de la enfermedad (América Latina,
el Caribe y España) que organizó en el año 2015 la Escuela de Estudios Generales
de la Universidad de Costa Rica.
Si bien es cierto que muchos de los trabajos se ciernen en torno a la obra
literaria de los escritores más canónicos del siglo xix, como Pérez Galdós o Cla-
rín, entre otros, o sobre temas específicos como la relación entre la psiquiatría y
la literatura desde distintas propuestas hermenéuticas, algunos trabajos recientes
están abriendo cada vez más vías de investigación, tales como la relación y debates
entre homeópatas y alópatas en la literatura, la higiene, las representaciones de la
enfermedad en el teatro, la utilización de la literatura como elemento adoctrina-
dor y regenerador, la intención adoctrinadora de los médicos que colaboraron en
la prensa periódica con cuentos o poemas sobre la enfermedad, sus consecuencias
y las miserias sociales. Destacan a su vez los trabajos interdisciplinares en los que
la crítica literaria está intentado demostrar la función de la literatura en la vulga-
rización de la medicina estudiando la relación entre esta y la educación y la sani-
dad. En cualquier caso, es menester subrayar que estos trabajos están rescatando
cuentos, novelas, poemas y obras de teatro que han ido, con el trascurso de los
años y la formación del canon literario, cayendo en el olvido de las historias de
la literatura y reediciones críticas, ayudando poco a poco a completar ese mapa
cultural de la España decimonónica y de principios del siglo xx.
Dentro de este contexto y en lo atinente al interés de las relaciones entre a
medicina y la literatura y las razones que llevaron a los médicos a acercarse a la
obra ficcional y los escritores a plasmar la enfermedad, la sociedad y la visión
que sobre los galenos y sus prácticas se tenían, los artículos que conforman Me-
dicina y Literatura: teoría y praxis 1800-1930 (Vol. I) ahondan desde diferentes
perspectivas interdisciplinares en esta relación en un momento histórico, el siglo
xix y comienzos del xx, en el que los avances científicos y las novedades médicas
penetraron con fuerza en el día a día de una sociedad, cada vez más preocupada
Introducción 13

—a juzgar por los cambios en sus hábitos— por cuestiones de higiene y salud. La
literatura se convierte entonces, no solo en un eficaz instrumento de difusión de
las novedades científicas y médicas que el desarrollo ponía al alcance del ciudada-
no, sino en un espacio abierto de diálogo, de expresión de miedos, incertidum-
bres y dudas, pero sobre todo en el campo de batalla ideal para el debate que la
llegada de la modernidad traía irremediablemente consigo: la confrontación entre
presente y pasado, entre tradición y evolución, ciencia y religión —ya sea en su
versión moralista como en la meramente didáctica—, e incluso sobre la supuesta
peligrosidad de las influencias ideológicas foráneas de las que, a juicio de algunos,
era necesario defender a España.
Literatura y medicina arranca con el ensayo de Esther Sánchez-Couto «¿Qué
le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix», donde se
hace un recorrido panorámico de los principales avances científicos en el campo
de la medicina representados en obras de Goya, Sorolla, Picasso, Enrique Simonet
y Vicente Borrás entre otros. Sánchez-Couto analiza la activa participación de Es-
paña en los debates internacionales sobre los avances de la medicina, así como su
compromiso junto a otros países a combatir las grandes enfermedades epidémicas
del momento, presentando de esta forma a una nación deseosa de mantener su
estatus en una era marcada por el fracaso militar, la crisis económica y la pérdida
de una identidad nacional tras la independencia de las últimas colonias. En espe-
cial se analizan las representaciones artísticas sobre la paulatina profesionalización
del médico, el desarrollo de la Pediatría en España donde la vacunación de los
niños cobra una gran relevancia, la mayor organización de los hospitales y Casas
de Misericordia, así como la cosificación del cuerpo de la mujer como objeto de
estudio sin olvidar el gran drama humano y social que la enfermedad provoca en
una nación cicatrizada por los problemas políticos y económicos que la asedian.
Al contextualizarse las obras analizadas con las corrientes artísticas y científicas
del momento en Europa y América se intensifica la búsqueda de una identidad
nacional que permite a España posicionarse en un lugar de preeminencia al ver
sus esfuerzos recompensados con sus primeros premios nobeles con solo dos años
de diferencia entre ellos: José Echegaray, escritor matemático en 1904 y Santiago
Ramón y Cajal, padre de la neurociencia moderna en 1906.
De todos los ensayos que componen el volumen, los de Montserrat Escartín
y Jorge Avilés Diz presentan si cabe el acercamiento más directo a la literatura
como campo de batalla y difusión de novedades médicas en strictu sensu. «La
relación de Larra con la medicina y la enfermedad» es una mirada integradora
de la obra larriana que analiza de forma especial la relación del poeta y periodista
madrileño con la angustia existencial, el sentimiento de culpa, el dolor y con la
idea de la muerte. Esta vinculación le llegará a Larra muy temprano y de la mano
de su padre, un famoso médico madrileño que tras el estallido de la guerra contra
14 Literatura y Medicina: teoría y praxis (1800-1930)

los franceses, se incorporará a filas como médico del ejército invasor, provocando
la emigración de toda la familia una vez terminado el conflicto bajo sospecha de
afrancesamiento. El artículo de Escartín indaga por tanto en los síntomas que la
frustración y la desazón metafísica provocaron en la vida de Larra —reclusión,
episodios de ira, insomnio, pensamientos suicidas— y cómo la escritura consti-
tuía una necesidad de tintes catárticos para el autor, que buscaba en el constante
ejercicio de la escritura una suerte de poder curativo que le ayudara a mitigar de
alguna forma su malaise existencial. Por otra parte, en «Simila similibus curan-
tur», Jorge Avilés estudia el enorme debate que produjo en España la llegada de la
doctrina homeopática de Samuel Hahnemann, sobre todo por la transformación
que trajo consigo en cuanto a la figura del médico y por el cuestionamiento que
traía consigo de la doctrina alopática tradicional. El ensayo reflexiona de forma
concreta en el importante papel del teatro burgués de mediados de siglo no solo
como vehículo transmisor de las novedades científicas llegadas de Europa, sino
como termómetro de su percepción como sistema médico y la valoración social
de su efectividad.
Los artículos de Solange Hibbs-Lissorgues y José Manuel Goñi Pérez estu-
dian, desde diferentes perspectivas, aspectos del higienismo y la regeneración
de España a finales del siglo xix y principios del siglo xx. «La higiene es una
religión humana» recupera una serie de textos de Rosario de Acuña claves para
entender la filosofía higienista de la autora y su fe en la ciencia como único
elemento transformador y regenerador de la sociedad. Desde la complejidad
político-social de la época que le tocó vivir, así como desde el profundo cono-
cimiento de los movimientos higienistas y de salud pública que se estaban pro-
duciendo en Europa, los textos de Acuña destacan como una mirada pionera,
adelantada a su tiempo, que solo pueden ser entendidos en su totalidad desde
su fe ciega en el progreso y la modernidad. Por otra parte, el ensayo de José Ma-
nuel Goñi Pérez, «Medicina, instrucción y regeneración […]» profundiza en ese
papel de la literatura no solo como vehículo transmisor de novedades clínicas
y avances en el campo de la diagnosis y las prácticas quirúrgicas en el período
finisecular, sino en su papel instructor y aleccionador sobre la necesidad de ins-
taurar en España una labor real de medicina social como ya se llevaba haciendo
en otros países europeos. Para ello, y a diferencia de los estudios existentes hasta
ahora, el autor se vale de escritores y textos representativos de un género que,
a diferencia de otras manifestaciones literarias europeas, no tuvo tanto calado
en la literatura española: los relatos de viaje. A partir de obras como Impresio-
nes de un viaje (1898) y Olas y brisas. Cartas a Mimí (1908) de los médicos
y escritores Fernando de Calatraveño y Valladares, y Manuel Tolosa Latour,
respectivamente, Goñi Pérez analiza la función de unas obras cuya misión no
es otra que reflexionar —en un tono no exento de modernidad europeísta y
Introducción 15

severa crítica— sobre problemas médicos, de higiene y salubridad que no eran


únicos de la sociedad española, invitando a una mirada aperturista dispuesta a
aprender de las soluciones que el resto de los países europeos más desarrollados,
habían ya encontrado. Para ello, Goñi Pérez utiliza la prensa periódica como
soporte intelectual con el que contextualizar la importancia que tuvieron estos
dos relatos de viaje escritos por médicos afamados en esa España que vagaba a
tientas por los lindes de la modernidad.
A partir de un relato de Leopoldo Alas Clarín, «Dúo de la tos», Margot Vers-
teeg reflexiona sobre el problema que los rechazados —clases bajas, mendigos, los
criminales y sobre todo los enfermos— constituían en ese proceso de reconstruc-
ción nacional secular donde la homogenización de formas de conducta y compor-
tamiento social de los ciudadanos jugaba un papel transcendental. La tuberculosis,
enfermedad que expulsa a los protagonistas del relato de la sociedad a pesar de ser
la responsable de ella, se transforma así, más que en metáfora del propio pesimismo
de Clarín en la transformación social de España, en una suerte de imagen o símbolo
que pone en entredicho los supuestos valores de esa burguesía homo economicus y
que, al mismo tiempo, socava los discursos oficiales del poder.
En una línea similar, e igualmente dentro del marco histórico de la restau-
ración española finisecular, el ensayo de Sara Muñoz-Muriana profundiza en el
concepto de locura no desde las obsesiones que asaltaban al hombre romántico
o la propiciada por desajustes en la norma social, sino las producidas como
resultado de la inevitable llegada de la modernidad y las imparables transfor-
maciones políticas, económicas y sociales que esta trajo consigo. «¡Este hombre
está loco […]» se sirve para ello de dos textos: Las novelas de Torquemada (1889-
1895) de Benito Pérez Galdós y La espuma de Armando Palacio Valdés, en las
que sus personajes, contables de profesión en plena irrupción de las doctrinas
capitalistas, lucharán con todas sus fuerzas por adaptarse a la modernidad y
contra la nostalgia del pasado. La locura se convertirá entonces en el elemento
contestatario ideal tanto para denunciar los atrasos de las instituciones médicas
y sociales, sino el de una sociedad que en su conjunto se encontraba aislada,
encerrada en sí misma y alejada en la periferia de la modernidad.
El ensayo de Dale J. Pratt analiza la construcción del discurso metafórico de
Benito Pérez Galdós para ilustrar, además de la formación y desarrollo de ideas,
cómo la propia ideología puede ser usada para controlar y canalizar el pensamien-
to y las acciones del ser humano. Partiendo de las llamadas Novelas contemporáneas
—Tormento (1884), Lo prohibido (1884-1885) y, sobre todo, Tristana (1892)—
el ensayo analiza la incorporación al cuerpo novelístico del autor de vocabulario
e imágenes del campo semántico de la bacteriología y el miasmatismo, algo que
además de contribuir a desarrollar su mirada microscópica y diseccionadora de la
sociedad, provee una lectura heurística de su narrativa.
16 Literatura y Medicina: teoría y praxis (1800-1930)

Mikel Lorenzo-Arza estudia en «Discurso médico en los textos literarios de


Sabino Arana» obras surgidas dentro del nacionalismo vasco que abordan el tema
de la debilidad de la raza española y que, por consiguiente, generan un profundo
debate sobre el ser y el destino de la nación. De forma especial, Lorenzo-Arza
analiza cómo en el desarrollo del discurso del fundador del nacionalismo vasco,
Sabino Arana llega a plantear el problema del nacionalismo vasco en términos
médicos, haciendo especial hincapié en la importancia de evitar un contacto físi-
co y moral con los españoles que pueda llevar a un indeseado proceso de maketi-
zación, poniendo así en peligro la pureza racial.
Finalmente, el ensayo que cierra este volumen constituye una mirada agluti-
nadora de la vida y obra de Santiago Ramón y Cajal, una figura un tanto relegada
por la crítica en la actualidad, pero en la que se conjugan de forma indisoluble
vida, investigación científica y literatura, actividades que lejos de disminuir tras
recibir el premio Nobel en 1906, iban a continuar hasta su muerte en 1934. La
mirada crítica de Hugo Fernández de Castro Peredo cobra aún más relevancia al
ser Médico-Cirujano y analizar desde una perspectiva médica la vida y la obra de
Santiago Ramón y Cajal.
Los ensayos aquí recogidos son los primeros de una serie de estudios dedica-
dos a analizar desde noveles perspectivas críticas, interdisciplinares e históricas, la
relación entre literatura y medicina. Para ello, este primer volumen ha de servir,
sobre todo, de acicate para nuevos estudios y perspectivas interdisciplinares sobre
la literatura del mundo hispánico y que ponga además en relación las distintas
ideologías que configuraron la modernidad tanto en España como en Latinoa-
mérica; un campo éste que tiene mucho que aportar a la historiografía crítica de
nuestras letras.

A dos manos,
Aberystwyth (Gales, UK)-Denton (Texas, USA)
Mayo 2019.

José Manuel Goñi Pérez


Jorge Avilés Diz
¿QUÉ LE DUELE?: REPRESENTACIONES DE LA MEDICINA EN LA
PINTURA DEL SIGLO XIX

Esther Sánchez-Couto
University of North Texas

No cabe duda que el siglo xix es testigo de grandes avances científicos que re-
volucionaron el mundo de la medicina. Jordi Vigué y Melissa Ricketts recogen
en su estudio algunos de estos progresos. El descubrimiento del principio de la
pila eléctrica en 1800 transforma el estudio de la electroterapia. La utilización
de la morfina como analgésico en 1804, descubierta por el farmacéutico alemán
Friedrich W. A. Sertürner, permite a los médicos realizar diversas operaciones
quirúrgicas antes imposibles. Se populariza el uso de la homeopatía. En 1817
James Parkinson describe los síntomas de la enfermedad que llevará su nombre.
En 1819 se introduce una versión rudimentaria del estetoscopio que permite a
los médicos escuchar los latidos del corazón de una manera más nítida. En 1821
se describe la enfermedad de la difteria que ataca de manera especial a los niños
propagándose de forma epidémica. Se inventa la jeringuilla en 1831 para llegar
directamente a las venas. En San Petersburgo, Johann von Ruehl inventa en 1835
lo que será la primera incubadora para calentar a los recién nacidos. Junto a la
morfina se comienza a utilizar también el éter a partir de 1846. El personal y los
hospitales experimentan igualmente grandes cambios. El hospital General de Vie-
na establece en 1847 que todo el personal debe desinfectarse las manos antes de
cualquier intervención. El trabajo pionero de Florence Nightingale en la guerra
de Crimea a partir de 1854 logra que países como Inglaterra comiencen a crear
escuelas de enfermería donde las mujeres tendrían una función mucho más acti-
va en el cuidado de los enfermos. Darwin publica su libro sobre El origen de las
especies en 1859 revolucionando el pensamiento médico del momento. En 1864
se firma la Convención de Ginebra para establecer un pacto internacional sobre
el tratamiento de los heridos en tiempo de guerra, así como también el uso del
símbolo de una cruz roja sobre fondo blanco para señalar al personal médico que
deberá tratar a todos los heridos sin discriminar el bando. En 1873 se descubre
en Noruega el bacilo que provoca la lepra por lo que se comienza a combatir su
carácter infeccioso. Un año más tarde en Estados Unidos se establece un nuevo
18 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

método para curar los huesos denominado osteopatía. En 1876 Gran Bretaña
establece leyes concretas que regulan los experimentos con animales para fines
médicos y se obliga a los investigadores a llevar registros detallados de todos los
procedimientos. Louis Pasteur crea la vacuna contra la rabia en 1885 y una déca-
da más tarde, en 1895 se funda en Estados Unidos la disciplina de la quiroprácti-
ca (Vigué y Ricketts 169-72).
Conviene destacar que la profusión en los descubrimientos y adelantos cien-
tíficos de este siglo no se podría haber desarrollado sin una exhaustiva labor inter-
nacional de colaboración y debate entre los investigadores de numerosos países,
debates que en muchos casos podían generar fuertes desacuerdos en la ideología
y metodología de la medicina. La Convención de Ginebra en 1864 es solo uno
de los pactos internaciones de la época. En 1851 se celebra la Primera Confe-
rencia Sanitaria Internacional en París. Desde 1851 a 1938 se celebran catorce
conferencias internacionales antes de que el panorama político de Europa se viera
trastocado por la Segunda Guerra Mundial. Diez de ellas transcurren en el siglo
xix con el objetivo principal de sentar las bases de colaboración entre los países
para luchar contra las enfermedades infecciosas de carácter epidémico como la
peste, el cólera y la fiebre amarilla entre otras. Se necesitaron cinco conferencias
desde 1851 a 1892 para poder elaborar la primera Convención Sanitaria Interna-
cional debido principalmente a los desacuerdos entre los científicos y los juristas,
así como la falta de datos que permitieran sentar bases comunes indiscutibles
(Mateos Jiménez 341).
No es de extrañar, pues, que todo este panorama de colaboración, de debates
encontrados, de información sobre los avances y el acceso a los datos obtenidos
en otros estudios internacionales provoque un sentimiento de esperanza en los
beneficios de la ciencia que en muchos casos se contrapone con la sensación de
vértigo ante la rapidez en la que se producen los cambios y el miedo por el desco-
nocimiento de los efectos secundarios de muchas de las nuevas prácticas o medi-
cinas. Puesto que el arte representa siempre el momento histórico e ideológico en
el que es concebido, podemos observar una profusión de cuadros que testimonian
estos avances científicos y el cambio ideológico en la figura del médico, así como
también el carácter didáctico de los hospitales, la relevancia de la vacunación y la
transformación en la visión del enfermo y la enfermedad. El propósito de este en-
sayo es analizar cómo los artistas españoles se apropian de estas inquietudes y refle-
jan en sus obras estos cambios. Para ello nos centraremos principalmente en obras
de Francisco José de Goya y Lucientes (1746-1828), Eugenio Lucas Velázquez
(1817-1870), Luis Jiménez Aranda (1845-1928), Joaquín Sorolla (1863-1923),
Enrique Simonet (1866-1927), Vicente Borrás Abella (1867-1945) y Pablo Pi-
casso (1881-1973), entre otros. Independientemente del motivo que ha llevado a
estos artistas a elegir un tema médico para sus cuadros —en muchos casos se debe
Esther Sánchez-Couto 19

a una experiencia personal o a ser testigos del tratamiento de alguna dolencia—,


estas obras pretenden situar la intelectualidad y la investigación científica de Espa-
ña dentro del marco de desarrollo que viven otros países más avanzados. Prueba de
este espacio propio en los debates internacionales se halla en el hecho de que Espa-
ña participó activamente en todas y cada una de las catorce conferencias celebra-
das entre 1851 y 1938. Debido a que esta última se realizó en plena Guerra Civil,
la delegación italiana hizo constar en el acta que no reconocía a los representantes
españoles cualificados para firmar ningún acuerdo por no ser parte del Gobierno
de la España nacionalista. No obstante, esta protesta no fue aceptada por los países
restantes —participaron 49 países en total— aunque aceptaron registrar en las
actas su rechazo (Mateos Jiménez 345). Si tenemos en cuenta que esta conferencia
se realizó en los últimos días de octubre de 1938 a escasos meses del final de la
contienda, es posible que el apoyo internacional a la comisión española se debiera
no solo a una cuestión diplomática —el gobierno republicano era en este momen-
to el único legítimamente constituido—, sino también a un rechazo internacional
a la ideología fascista que tomaba cada vez más auge en el panorama político de
Europa. En cualquier caso, la asistencia española a una conferencia sanitaria inter-
nacional en un momento de gran conmoción política, social y económica muestra
una gran preocupación por mantener la imagen de una «España que se incorpora
al desarrollo científico del mundo avanzado» (Fabra Part 14).
De todos los artistas mencionados en los que centraremos gran parte de
nuestro estudio Joaquín Sorolla es sin duda el más profuso en celebrar esta posi-
ción de prestigio de la ciencia española. Fue testigo directo de estos avances por
su relación de amistad con grandes figuras de la medicina, a quienes retrató en
numerosas ocasiones. Durante su vida, España recibió tres de los ocho premios
nobeles otorgados hasta la fecha —si compartimos el crédito con Perú al celebrar
el galardón de Mario Vargas Llosa en 2010—. Aunque seis de ellos fueron en lite-
ratura y solo dos en el campo de la ciencia, Sorolla manifestó una gran inquietud
en retratar a los grandes intelectuales del momento en todos los campos, tanto
literarios como médicos y científicos. Fue amigo personal de Santiago Ramón y
Cajal —a quien retrató poco después de obtener el Nobel en 1906—, siendo así
el primero de los dos únicos premios científicos de España. Retrató también a
José Echegaray, el primer Nobel registrado en la historia de España dos años antes
que Ramón y Cajal. Aunque su premio fue en literatura, su formación académica
en el campo de la ingeniería y las matemáticas lo convirtieron en un profesor re-
nombrado de física y matemáticas en la Escuela de Ayudantes de Obras Públicas.
Fue miembro destacado de la Real Academia de las Ciencias Exactas, en cuyo
discurso de ingreso hizo un repaso panorámico de la situación científica española
en un tono marcadamente negativo. Sus publicaciones literarias se combinan con
las científicas por más de cuarenta años, lo que muestra su afán de mantenerse al
20 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

día en los avances del momento además de abrir el camino a la ciencia española
en el panorama mundial.
Con motivo de la celebración del 150 aniversario del nacimiento del artista,
la Generalitat de Valencia y el Consorcio de Museos de la Comunidad realizaron
una exposición en Valencia, su ciudad natal, titulada «Joaquín Sorolla y la Me-
dicina. Retrato de Ramón y Cajal» del 27 de febrero al 16 de junio de 2013. El
Consorcio de Museos publicó además el libro Joaquín Sorolla y la medicina escrito
por Alejandro Font de Mora Turón y Felipe V. Garín Llombart. Tanto en la ex-
posición como en el libro se puede observar este deseo constante en la obra del
pintor de establecer la relevancia de estos primeros avances científicos de España
en un mundo donde se abrían constantemente camino a nuevos hallazgos que
«supusieron hitos trascendentales de la medicina» (20). Después de enumerar
algunos de estos adelantos, especialmente en el mundo de la microbiología, los
autores destacan cómo el propio Sorolla y su familia fueron pioneros en probar
algunos de estos descubrimientos como los rayos X (33). Gran parte del éxito
en el progreso de la medicina se debe no solo al uso de nuevos analgésicos en la
cirugía, sino también a prácticas higiénicas que limitaron las infecciones tanto
durante como después de las operaciones (35). Sorolla se quedó huérfano a los
dos años cuando sus padres fallecieron con una diferencia de tres días durante
una pandemia de cólera en Valencia en la que murieron más de 15.000 personas.
En el cementerio de la ciudad se encuentra la llamada Cruz del cólera que marca
el terreno donde los fallecidos de esta enfermedad fueron enterrados, muchos de
ellos en fosas comunes (38). Vivió aterrado durante el brote de la gripe española
que asoló a Europa en 1918 y tuvo sumo cuidado cuando se encontraba en Elche
para pintar sus palmeras mientras la cuidad combatía la epidemia (38). Gran par-
te del interés de Sorolla en mantenerse en contacto con los mejores médicos de su
momento se debe también a los constantes tratamientos a los que su hija María
tuvo que someterse durante toda su vida. Su padecimiento de otitis crónica y tu-
berculosis son tema recurrente en muchos de sus cuadros donde la retrata sentada
y abrigada tomando el aire en diferentes lugares aislados. Tanto la tuberculosis de
María como la sífilis que sufrió su hijo eran enfermedades de difícil curación en
la época hasta el descubrimiento de la penicilina (42-48).
Doctores como Francisco Sandoval, Joaquín María Albarrán y Domínguez,
Jacobo Banquerí, Rafael Cervera Royo, Joaquín Decref Ruíz, Rafael Forns Ro-
mans, Amalio Gimeno y Cabañas, Jaime González Castellano, Enrique Lluria
Despau, Juan Madinaveitia y Ortiz de Zárate, Gregorio Marañón y Luis Simarro
Lacabra, además del ya mencionado Santiago Ramón y Cajal, pasaron por el pin-
cel del artista. La variedad de especialidades y el abanico de años que cubren los
retratos muestran una persistencia en su deseo de dejar constancia sobre el núme-
ro y calidad de médicos influyentes trabajando en España. A esta preocupación se
Esther Sánchez-Couto 21

suma también el retrato de escritores e intelectuales del momento para presentar


una visión nacional de progreso, avance y desarrollo en contraposición a la cada
vez más conflictiva realidad política tras la pérdida de la identidad colonial y los
trastornos sociales que más tarde llevaron al estallido de la Guerra Civil.
Si tenemos en cuenta que en el siglo xix todavía se combatía con una visión
generalizada de rechazo a la figura de médico, la obra de Sorolla marca de una ma-
nera más clara el cambio de actitud que se desarrolla hacia mediados de siglo en
España. El repudio al médico se debía principalmente al hecho de que éstos con-
sideraban que gran parte de las enfermedades eran causadas por alguna impureza
en la sangre que había que eliminar haciendo sufrir más al enfermo. Philip Sand-
blom explica en su estudio cómo «¡[e]n un año sangraron 47 veces a Luis XIII, y
le administraron 212 purgantes y 215 enemas!» (138). Esta práctica persistía en la
época de Lord Byron, quien «[e]staba convencido de que era más la gente muerta
por las lanceras de los médicos que por las lanzas de los soldados» (138).
El dolor y la necesidad de sujetar con fuerza al enfermo al carecer de se-

Figura 1 Figura 2
Francisco de Goya y Lucientes Francisco de Goya y Lucientes
Capricho 40. ¿De qué mal morirá?, 1797-1799 Autorretrato con Dr. Arrieta, 1820
Aguafuerte sobre papel verjurado. Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado. Madrid Minneapolis Institute of Art

dantes durante la primera mitad del siglo son temas recurrentes en la pintura
tanto nacional como en otros países. Eugenio Lucas Velázquez refleja en su
obra La lavativa (1850) la violencia en la que muchas veces se desarrollaba estos
procedimientos. Si bien es cierto que el cuadro tiene un gran contenido crítico
al sustituir la figura del médico por la del sacerdote con varias referencias al
22 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

clero en los detalles de sus ropas, el acto en sí de la lavativa se representa como


cotidiano, sucio, público y extremadamente violento. Goya parece compartir
la visión negativa del médico característica del momento y así lo vemos en
el Capricho 40. ¿De qué mal morirá? (figura 1) donde se representa al médico
como un burro-asno. El anillo característico de los médicos de la época junto a
expresión taciturna con los ojos cerrados del animal y el título de la obra, inten-
sifican la ignorancia del médico, así como su indiferencia al dolor del enfermo.
En realidad, lo único certero es la muerte. Las figuras en las sombras del fondo
de lo que parecen ser mujeres silenciosas muestran también cómo la visita del
médico nunca es privada. La posición de los personajes revela la preeminencia
del médico, a quien se ve en su totalidad, a diferencia del propio paciente que
es relevado a un segundo plano. La crítica y amargura del pintor se hace más
evidente si tenemos en cuenta que pintó esta obra entre 1797 y 1799, solo unos
escasos años después de sufrir una fuerte enfermedad en Cádiz de la que tar-
daría mucho en recuperarse. Testimonio de sus pesadillas durante esta época es
Corral de locos, donde se ven a hombres y mujeres semidesnudos en un contexto
de violencia marcado por el contraste de un hombre vestido que sostiene una
vara en alto. Años más tarde, entre 1812 y 1819 pintaría Casa de locos sobre la
misma temática, pero esta vez añadiría elementos simbólicos (como una coro-
na, un tricornio, un bonete o un tocado de plumas) sobre la cabeza de algunos
personajes que están diseminados horizontalmente en el cuadro para represen-
tar algunos de sus delirios. Aunque habría que esperar hasta la década de 1880 a
que Freud desarrollara sus teorías sobre la hipnotización y el subconsciente, no
cabe duda que los manicomios y la locura son tema recurrente en la literatura
mundial tanto médica como literaria del siglo xix.
Aunque la actitud de Goya cambió con respecto a la figura del médico
debido a una crisis cardíaca que padeció en 1819, su relación con el Dr. Arrieta
parece ser más personal que profesional. Su autorretrato (figura 2) «constituye
todo un homenaje al médico amigo, quien no sólo le administra la medicina,
sino que, con su brazo izquierdo, le abraza y le conforta» (Aris 86). A diferencia
de ¿De qué mal morirá?, aquí la figura principal es el paciente. Su palidez, su an-
gustia aferrándose a las sábanas «son signos inequívocos de un edema agudo de
pulmón, probablemente a consecuencia de una crisis de hipertensión» (86). Las
figuras oscuras del fondo que presencian la escena vuelven a aparecer, pero se
hallan mucho más difuminadas, casi imperceptibles en la oscuridad que rodea
la enfermedad. El hecho, además, de que los personajes centrales se encuentren
de espaldas a esas sombras intensifica el vínculo de amistad y confianza existente
entre el médico y el paciente.
Esther Sánchez-Couto 23

Figura 3
Pablo Picasso. Ciencia y Caridad, 1897. Óleo sobre lienzo
Museu Picasso Barcelona museupicasso.bcn.cat

Hacia finales de siglo se observa una transformación en la figura del médico


sentado junto a la cama del paciente. Veremos más tarde cómo el ambiente clí-
nico y ordenado de un hospital o un consultorio resalta la profesionalización del
doctor, en muchos casos desviando la atención del espectador hacia su figura y
transformando al paciente en un simple objeto de estudio. Si comparamos la vi-
sión de Goya a principios de siglo con la de Picasso a finales, observamos cómo la
actitud profesional del doctor totalmente absorto en su reloj de pulsera mientras
toma el pulso de una mujer enferma comparte el protagonismo con la paciente
que parece entablar una relación con la monja que le ofrece una taza mientras
sostiene a quien parece ser su hija (figura 3). La sencillez del cuarto manifiesta la
condición humilde de la mujer. El tema y la composición ideados por el padre
de Picasso, quien posa como médico, así como el corte académico que busca «la
enseñanza moral y humanista» del momento presenta dos caras de una realidad
social en la España de momento: la necesidad de la ayuda científica y espiritual
para sanar las enfermedades (Vigué y Ricketts 199). Alejandro Aris identifica a la
paciente como una enferma de tuberculosis, enfermedad mortal más relevante de
la época, por «la palidez de la cara, los ojos hundidos y las mejillas descarnadas, los
dedos largos y huesudos y un estado general de abatimiento típicos de esta enfer-
medad» (152). Aunque en este momento se conocía ya la causa de la tuberculosis,
todavía no se había desarrollado el primer antibiótico eficaz para combatirla.
24 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

Figura 4
Joaquín Sorolla y Batista
Retrato del Dr. Simarro en el laboratorio,
1897
Óleo sobre lienzo.
Universidad Complutense
Madrid

Figura 5
Joaquín Sorolla y Batista
Una investigación, 1897
Óleo sobre lienzo
Museo Sorolla
Madrid
museosorolla.mcu.es

Volveremos más tarde a la representación de médico en el ámbito de un


hospital o una clínica, pero antes conviene destacar la faceta académica del doctor
en medicina. Los avances en la precisión de los microscopios y el desarrollo de la
fotografía hacen que doctores como José Parada y Santín defiendan en las uni-
versidades el uso de la «pintura científica» nacida de una disciplina específica: «la
anatomía artística» (González Martínez 247). Cuando obtuvo su cátedra, Parada
descubrió que los estudiantes practicaban el dibujo anatómico copiando láminas.
Para resolver esta falta de formación en apreciar los detalles decidió incluir viajes
al Museo de Antropología y estudiar también esculturas usando en sus clases
«diapositivas a color y fotografías. Todo ello unido a su amena oratoria y moderna
pedagogía» (352). Esta asociación entre pintura y medicina encuentra su fusión
más clara en la figura de Louis Pasteur (1822-1895), quien «ansiaba ser profesor
de pintura» y «revolucionaría todos los campos del conocimiento que abordó»
como la química y la microbiología (Hernández Botero 106). Sus estudios sobre
los microorganismos causantes de enfermedades contagiosas marcarían un hito
en la historia de la medicina. No obstante, esto no podría lograrse sin el uso del
microscopio que, aunque ya existía, se desarrolla en el xix aumentando conside-
rablemente su precisión.
Esther Sánchez-Couto 25

El interés de Sorolla sobre los avances médicos se manifiesta en sus retratos


del doctor Simarro, quien fue uno de los maestros de Santiago Ramón y Cajal. El
pintor valenciano parece no estar interesado en la relación médico-paciente, ya que
en sus obras relacionadas con la medicina nunca se les representa juntos. Más bien
se muestra fascinado por los avances científicos desde un punto de vista intelectual
—aunque él mismo haría uso de muchos de esos avances— así como manifiesta
su sensibilidad hacia los enfermos y heridos. En los dos cuadros conservados sobre
Simarro observamos las dos facetas del médico como investigador académico. En
Retrato del Dr. Simarro en el laboratorio (figura 4), somos espectadores de cómo se
desarrolla el conocimiento científico. Simarro se halla trabajando con su microsco-
pio dibujando y tomando notas al mismo tiempo. La caja de diapositivas abierta
junto a él muestra su adherencia a los postulados de la pintura científica y su acceso
a los avances técnicos del momento. Los libros apilados a un lado y los frascos
cuidadosamente ordenados en la estantería del fondo representan la investigación
y la experimentación necesarias para comprobar la eficacia de los descubrimientos.
La ausencia de luz natural, sustituida por el resplandor de una lámpara, enfatiza el
carácter solitario del estudio y el sacrificio personal de invertir un valioso tiempo
agotando incluso las horas del día. La utilización de una bata sobre sus ropas ma-
nifiesta también una actitud de trabajo que se presenta como cotidiano. Su cara
levantada mientras mira al espectador con el lápiz todavía en su mano marca la
interrupción que provocamos en su labor. En Una investigación (figura 5), pintado
en el mismo año, Sorolla nos presenta otro aspecto de su laboratorio. Su uso de la
bata y la lámpara se repite, aunque aquí sí tenemos una tenue luz natural que viene
de la ventana junto a la que trabaja. La concentración del doctor se multiplica en
las expresiones de interés de varios hombres que se inclinan hacia él para ver su
trabajo. El hecho de que se hallen junto a una mesa llena de frascos y papeles en vez
del microscopio hace pensar que están realizando algún tipo de experimento que
ponga en práctica los principios aprendidos. En este caso ninguno de los personajes
levanta la vista hacia el espectador invitándolo a prestar también atención al doctor
sin interrumpir su trabajo.
En oposición a su fascinación por la investigación médica, Sorolla nos ofrece
también su gran sensibilidad a la hora de pintar a los enfermos. Tanto en Triste
herencia (1899) donde pinta un grupo de niños con muletas y otras deformacio-
nes en la tenue luz del atardecer en la playa del Cabañal en Valencia, como en
¡Aún dicen que el pescado es caro! del mismo año manifiesta su preocupación social
ante las circunstancias históricas que vive España tras la pérdida de las colonias
(Gómez-Santos 103). El carácter de urgencia y desolación de esta última obra
(figura 6) se intensifica en la seriedad de los dos pescadores que intentan ayudar
a un compañero herido. Las manos de uno de ellos presionando el abdomen sin
que el herido reaccione parecen marcar la proximidad de una muerte inevitable.
26 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

La mano del herido tocando una cesta llena de pescado representa el sacrificio
humano que la pesca conlleva para alimentar a un país desolado por las guerras
tras perder su identidad colonial como imperio. La fusión de literatura y pintura
en esta obra se aprecia en el mismo título ya que se inspira en el último párrafo
de la novela Flor de Mayo, del también valenciano escritor Blasco Ibáñez con
quien Sorolla mantendría una estrecha amistad, donde una mujer expresa una
frase similar ante el cadáver de un joven pescador (Aris 132). Si se tiene en cuenta
que las últimas décadas del siglo xix fueron «años de resurgimiento y progreso en
el ámbito de la Sanidad Naval, encontrándose a la vanguardia de las estructuras
sanitarias del momento (Redondo-Calvo et al. 296), el carácter crítico de la obra
cobra nuevas dimensiones. La creación del cuadro coincide con una época en
que la que un gran número de hospitales de la Armada española ordenaban la
instalación de máquinas de Rayos X en sus instalaciones, hecho que tuvo gran
trascendencia en la prensa nacional del momento y desencadenó múltiples estu-
dios científicos sobre sus beneficios (297-98). Ya en el Hospital Militar de Marina
en Ferrol se había instalado una sala de Rayos X en 1815 y servía como pionero
en la regulación y procedimientos diagnósticos de esta técnica. Este desarrollo de
la medicina militar nació a partir de la Revolución del 68 cuando los postulados
liberales lograron «una regeneración científica y colectiva» (300). Los avances en
la Armada, así como la aprobación de los presupuestos para adquirir todos los
materiales, contrasta notablemente con la soledad y la falta de recursos a los que
se enfrentan los pescadores del cuadro de Sorolla. La ausencia del médico como
persona entrenada para curar heridas graves muestra una orfandad científica simi-
lar a los niños enfermos de Triste herencia (1899).

Figura 6
Joaquín Sorolla y Batista. ¡Aún dicen que el pescado es caro!, 1894
Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid museodelprado.es
Esther Sánchez-Couto 27

Los niños y su salud se convirtieron en foco de atención médica a partir de la


segunda mitad del siglo xix. Los avances en la microbiología y los descubrimien-
tos sobre cómo se contagian algunas de las enfermedades más conocidas convierte
paulatinamente el cuerpo del niño en «objeto de estudio y de práctica científica»
(Rodríguez Ocaña y E. Perdiguero 304). Se comienza a desarrollar la Pediatría
prestando especial atención a sus implicaciones no solo para la familia, sino tam-
bién para la nación (Ballester y Balaguer 177-92). Esteban Rodríguez Ocaña y
Enrique Perdiguero analizan en su estudio cómo se fue introduciendo paulatina-
mente la rutina en el cuidado del niño a la cultura popular del momento, algo que
se consiguió gracias a una campaña popular de cultura médica, la vigilancia del
embarazo y del parto por servicios gratuitos, la disposición de biberones y leches
adecuadas para aquellos niños que no podían amamantarse de forma natural y
un mayor acceso al médico tanto en visitas domésticas como el establecimien-
to de consultas y hospitales gratuitos (305). Debido a la fuerte influencia de la
Iglesia en España y su involucración en el cuidado de los enfermos, «[l]a diana
de la campaña educadora se fijó en la intimidad familiar y se propuso una com-
pleta renovación de los valores vigentes, en sintonía con el programa higienista
de moralización más tradicional: confiar y obedecer a la autoridad, incluyendo la
médica; seguir con docilidad y disciplina los consejos de los expertos» (317). Para
ello fue necesario delimitar científicamente el concepto de «madre» y el de «hijo»
prestando especial atención a las obligaciones de la primera (305).

Figura 7
Vicente Borrás Abellá. Vacunación de niños. Hacia 1900
Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid. museodelprado.es
28 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

Figura 8
Manuel González Santos. Centro de vacunación. 1900-1905
Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid museodelprado.es

En 1796 Edward Jenner descubre la vacuna de la viruela propagándose rápi-


damente por la gran mayoría de los países europeos. España fue uno de los países
que más tempranamente comenzó a usarla. Tanto los médicos como los religiosos
que solían ayudar a los enfermos aceptaron la vacuna como parte fundamental de
su labor, así como la burguesía lo hizo para reafirmar su pertenencia a una clase
social cada vez más respetable (Olagüe de Ros y Astrain Gallart 8). Muy pronto
pintores europeos reflejaron este momento histórico en sus cuadros. Por ejemplo,
el pintor francés Constant-Joseph Desbordes (1761-1827) pinta cómo un seguidor
de Jenner aplica la vacuna a un niño de la nobleza.1 En el cuadro la figura central es
la del médico que está de pie, con los brazos en cruz, tocando con sus manos a dos
niños que están sostenidos por una mujer a cada lado. Los detalles de la vivienda y el
ropaje de la mujer sentada remiten a una clase social pudiente. Otro pintor francés
posterior, Gaston Mélingue (1839-1914), inmortaliza la primera vacuna de Jenner
mostrando al médico sobre un niño al que sujetan en contra de su voluntad mien-
tras una serie de personajes, en su mayoría mujeres observan la escena. En la pintura
española podemos destacar las obras de Vicente Borrás Abellá y Manuel González
Santos sobre el tema hacia el año 1900, marcando así el inicio de un nuevo siglo. En
Vacunación de niños (figura 7) Borrás distribuye a los personajes en un semicírculo
en el que el médico se encuentra en el lateral izquierdo junto a un caballo de donde
1
Véase su cuadro El Barón Jean Louis Alibert practicando la vacunación contra la viruela en el
Castillo de Liancourt de 1820.
Esther Sánchez-Couto 29

se obtenía el suero para la vacuna. Alejandro Aris destaca cómo la variedad en los
ropajes de las mujeres marca la diferencia de las clases sociales que parecen desapa-
recer ante la salud de los niños (148). Los niños que se aferran a sus madres por
miedo intensifican la relación madre-hijo que aparece en este cuadro. Esta relación
es el foco de atención de Centro de vacunación (figura 8) donde González Santos
sitúa al médico con su bata blanca sentado en el lateral derecho. Aquí también apa-
rece el caballo para mostrar el origen de la vacuna, también éste parece estar atado
e inconsciente sin interrumpir las conversaciones que se sugieren por la posición de
las madres. El carácter español del cuadro se representa con el uso de la mantilla
española que lleva alguna de las mujeres. Conviene destacar, no obstante, que al
comparar estas obras con la de los pintores franceses sobre Edward Jenner, aquí se
hace evidente un cambio en la representación del médico. Ya no se trata de un espe-
cialista que ejerce su profesión en la casa del paciente de clase privilegiada, sino que
tiene su propio consultorio al que acuden los pacientes de diferentes clases sociales.
El hecho además de que se eliminan los hermanos, nótese que no hay ninguna mu-
jer que tenga consigo a más de un niño, hace que se intensifique la individualización
de la infancia donde todos y cada uno de los niños reciben la atención adecuada.
Se elimina también la presencia invariable de la iglesia y aunque el doctor carece
de asistente su autoridad es respetada por las mujeres que siguen sus indicaciones
desnudando a los pequeños para facilitar el examen médico que obviamente va más
allá de la administración de la vacuna ya que ésta se ve administrada en el brazo o
la pierna y por lo tanto la falta de ropa se debe a otro tipo de práctica. La docilidad
de la niña que está recibiendo la vacuna en la obra de González Santos apunta a una
práctica rutinaria que forma parte ya de la experiencia vital de los niños en la época.
El siglo xix produjo una reestructuración de los hospitales y las Casas de
Misericordia donde se atendían a los enfermos, especialmente a los pobres. Pedro
Fraile y Quim Bonastra realizan un interesante estudio sobre la evolución en Es-
paña de la arquitectura de los hospitales y centros de cuarentena. Debido a que
en este siglo se suceden varios conflictos bélicos además de la pérdida de colonias
que sume a país en una crisis económica son pocos los edificios que se erigen
con esta finalidad. La gran mayoría son apropiaciones de antiguos conventos y
monasterios que se adecúan con finalidades médicas. En cualquier caso, Fraile y
Bonastra destacan que la estructura predilecta sigue siendo aquélla que sitúa el
lugar preminente de observación en el centro para poder abarcar con una sola
mirada el estado de los enfermos. En la mayoría de los casos, este centro coincide
con la capilla del lugar reflejando así la omnipresencia de la iglesia en los entor-
nos médicos. No obstante, cuando un edificio es construido de cero, se tiende a
seguir los principios más comunes en la tradición europea: «se adapta al módulo
del casco urbano, manzana rectangular con patio interior» (Merlos Romero 212).
30 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

Figura 9
Enrique Paternina García Cid
La visita de la madre al hospital
1892
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es

Figura 10
José Alea Rodríguez
Sala de un hospital o Visita a
los enfermos 1895
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es

Es importante recordar que uno de los motivos principales por los que
la pintura refleja muchos de los acontecimientos históricos y sociales del mo-
mento, especialmente en el último tercio del siglo, se debe a que los «pintores
son más cosmopolitas y aspiran a un éxito mundano, donde los temas han de
llamar indistintamente la atención a un público nacional o internacional de
forma inmediata (Reyero Hermosilla 1205). La representación de hospitales,
hospicios y vacunas se sitúa en el centro mismo de la preocupación interna-
cional. Los cambios sociales de la industrialización y el ascenso de la burguesía
crean un contexto plural que va más allá de las fronteras nacionales (Rodríguez
Ocaña 297). La crisis de la beneficencia y la mayor preparación médica frente a
las labores sociales de la iglesia hace que recaiga sobre el estado la responsabili-
dad de velar por la salud pública: «Las diputaciones provinciales, por su parte,
tenían encomendada la obligación de proporcionar asistencia hospitalaria a las
enfermedades agudas y asistencia para cierto tipo de padecimientos crónicos, en
particular los mentales» (297).
Esther Sánchez-Couto 31

El drama humano de estos hospitales se ve reflejado en la obra de Enrique


Paternina García Cid, titulada La visita de la madre al hospital (figura 9). Al igual
que Ciencia y Caridad de Picasso (véase figura 3) vemos todavía la labor de la monja
como un apoyo emocional. En Picasso la religiosa se ocupaba de la alimentación
de la enferma, cuidaba de la niña y es de esperar que se dedicara a las labores do-
mésticas sustituyendo a la mujer convaleciente en la administración del hogar. Aquí
una monja joven acoge a la niña que viene con su madre a visitar a la hermana y
es relegada a un segundo plano. El centro del cuadro lo tiene en realidad la niña
enferma —una de tantas en las camas del hospital que están enumeradas— ya que
es el único personaje al que vemos de frente. La madre está sentada ensimismada
con la enferma, lo que da a entender que la enfermedad de la niña es grave. Su
atención se centra exclusivamente en ella ignorando a la otra niña que sostiene un
cesto con flores. De igual manera la enferma se aferra con ambas manos a su madre
y su mirada se centra en ella. A diferencia de Picasso aquí tenemos únicamente el
amor de la madre y el amparo de la iglesia simbolizado con el gesto de la monja.
Toda referencia masculina ha sido eliminada y el doctor ha desaparecido de la es-
cena. El entorno puramente femenino otorga a la escena una mayor intimidad y
sensibilidad. El silencio de la monja se muestra respetuoso con la necesidad afectiva
de madre e hija que necesitan el contacto físico en momentos de dificultad. Su
protección hacia la niña solitaria a los pies de la cama se manifiesta como un acto
solidario con sus necesidades en vez de una crítica al abandono de la madre. El tí-
tulo enfatiza el poder de la maternidad y el vínculo que ésta establece con sus hijas.
Si tenemos en cuenta que en el siglo xix se desarrollan los conceptos de nación e
identidad nacional donde la mujer cumple una función primordial de transmisora
de los valores sociales, religiosos y culturales que representan a una determinada
sociedad, tanto La visita de la madre al hospital, así como los dos cuadros sobre las
vacunas ya mencionados, reflejan la función de la mujer como madre que deja un
legado familiar en sus hijos de confianza a la autoridad médica y aceptación del
amparo religioso (Lowenthal 43).
Esta herencia familiar en un contexto puramente femenino se observa también
en el cuadro de José Alea Rodríguez con un doble título Sala de un hospital o Visita
a los enfermos, también conocido como Asilo de ancianas (figura 10). Aquí se observa
en el primer plano a una anciana besando a una mujer más joven que podría ser su
hija mientras rodea con su brazo derecho a una niña que posiblemente es la nieta
ante la mirada abatida de otra anciana que se halla sola. En un segundo plano a la
izquierda observamos a una mujer relativamente joven que se ocupa de una tetera
en el fogón. Aunque lleva la cabeza cubierta, es difícil identificarla como monja.
Es posible que nos encontremos aquí ante los albores de la profesionalización de la
mujer como enfermera o cuidadora que se desarrolló en España de una forma más
tardía que en el resto de Europa debido a la fuerte influencia de la iglesia católica y
32 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

el estallido de la Guerra Civil. Independientemente de que la labor de esta mujer


se limite exclusivamente a tareas domésticas sin intervenir en el cuidado médico de
las ancianas, lo cierto es que la ausencia de la monja y del médico es significativa.
La posición de las mujeres, vestidas con ropas humildes, pero sin estar en camisón,
mientras se sientan en unos sofás de cómodo aspecto ofrece a la escena un cierto
grado de domesticación, muy alejado del carácter impersonal y pulcro que nos
aporta La visita de la madre al hospital. Aunque las camas son todavía visibles a tra-
vés de la puerta entreabierta del fondo, la luz que proviene de allí ayuda a prologar la
visión del espectador. La anciana que camina con dificultad con su bastón proviene
de esa área lo que demuestra un cierto grado de libertad y comodidad al llegar hasta
las camas el calor del fogón de la sala de estar.

Figura 11
Luis Jiménez Aranda
Una sala del hospital durante
la visita del médico en jefe
1889
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es

Figura 12
Enrique Simonet Lombardo
Una autopsia 1890
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Madrid
museodelprado.es

Regresando de nuevo a la figura del médico examinando a su paciente, es


necesario destacar la cosificación del cuerpo femenino en los estudios científicos
del momento. En un siglo donde las mujeres paulatinamente se incorporan
al mundo literario y cultural defendiendo su ciudadanía en el marco político
(Ayala 933), llama poderosamente la atención este tratamiento de la mujer en
cuadros patrocinados por el estado a través de becas, premios y Exposiciones
Esther Sánchez-Couto 33

Nacionales (Pérez Viejo 41). La dependencia de los pintores al mecenazgo es-


tatal fue total: «El éxito o fracaso de un pintor dependía de la obtención de
medallas en una Nacional y esto exigía pintar cuadros de historia cuyo discurso
iconográfico se correspondiese con el ideológico del Estado» (42). Desde este
punto de vista el cuadro de Luis Jiménez Aranda representando la visita del mé-
dico en jefe (figura 11) es muy revelador. Este cuadro ganó la única Medalla de
Honor en la Exposición Universal de París en 1889 (Gómez Santos 36). En el
plano central del cuadro hallamos un grupo de más de una docena de hombres
vestidos de calle sin distintivos médicos más allá de algún ocasional cuaderno
de notas que observan con atención la examinación del médico anciano a una
joven enferma que se halla inconsciente. En el análisis de este cuadro, Gómez
Santos destaca cómo el premio otorgado a Luis Jiménez sorprendió a todos, in-
cluido él mismo ya que era el hermano menor de un pintor de más talento (36).
Clarifica además que la mujer que aparece en primer término es «estudiante
de Medicina, lo cual en 1889 y aunque ello ocurriese en un hospital de París,
constituye un hecho que puede considerarse como excepcional» (37). El hecho
de que la escena esté tomada de un hospital francés puede explicar también
la ausencia de la mujer religiosa cuidando a los enfermos. Se puede ver a una
mujer con delantal al fondo del cuadro, aunque no está claro si se trata de una
incipiente enfermera o una mujer encargada del aseo de la sala. En cualquier
caso, esta mujer está totalmente ajena a la escena que se narra en la imagen. La
enferma es sostenida sin ceremonias por un ayudante del doctor, quien la aus-
culta rudimentariamente acercando su oído a su espalda.
Un caso mucho más curioso es el que se refiere a La autopsia o La anatomía
del corazón, también se conoce a este cuadro con el sugestivo título de …Y tenía
corazón (figura 12). Aquí Simonet representa una imagen incongruente con las
prácticas médicas de la época. La ausencia de sangre y elementos quirúrgicos
adecuados, así como la actitud del doctor observando el corazón vestido con su
levita demuestra que «Simonet descuida las consideraciones científicas, y su única
intención es pintar un desnudo dentro de las normas académicas más rigurosas
(57). No obstante, Alejandro Aris realiza varias puntualizaciones con respecto al
contexto de esta obra. La beca con la que estudiaba en Roma lo obligaba a dibujar
un desnudo y él, «que sentía gran atracción por la medicina, huyó del desnudo
femenino clásico y lo situó en la sala de autopsias» (140). Si bien es cierto que se
permite una licencia pictórica al ocultar los signos de sangre y la extracción del
corazón del cuerpo femenino, «el corazón está fielmente representado, incluidos
los grandes vasos sanguíneos que nacen de él» (140). El valor simbólico del título
…Y tenía corazón cobra mayor simbolismo al saber que se trata del cadáver de una
prostituta. Este valor es precisamente lo que hace que el cuadro se haya difundido
rápidamente en diferentes países e incluso forma parte de la portada de libros
34 ¿Qué le duele?: Representaciones de la medicina en la pintura del siglo xix

de crítica literaria.2 Otro cuadro que muestra también varias licencias pictóricas
para cubrir el cuerpo de la mujer es Lección del profesor Jiménez Díaz, pintado
por Eugenio Hermoso en 1947. Aquí el cuerpo de la mujer está cubierto por una
recatada sábana mientras un amplio número de hombres, ya vestidos con bata
blanca como costumbre de la época, la observan mientras escuchan al profesor.
Conviene destacar que aparecen tres figuras femeninas en primer término. En el
lado izquierdo hay una mujer sentada con un gran libro en el regazo escuchan-
do atentamente al profesor. En el centro se encuentra una monja que acerca su
mano a la de la enferma. En cuclillas, justo debajo del profesor se encuentra una
enfermera que mira directamente al espectador. Una de sus manos parece señalar
al maestro mientras la otra juega con su collar de perlas. En la imagen puede
apreciarse su maquillaje y sus uñas pintadas. La relevancia de este cuadro se debe
precisamente a la representación conjunta de la monja y la enfermera. Aunque
la primera Escuela de Enfermería se fundaría en las primeras décadas del siglo
xx, la Guerra Civil ralentizaría su incorporación profesional más allá de las áreas
de maternidad y el parto. En cualquier caso, podemos afirmar que las licencias
pictóricas que un autor desea realizar son fruto también de los valores culturales
y sociales en los que vive y por este motivo son de vital trascendencia en la inter-
pretación de la obra.
En conclusión, Literatura, Medicina y Pintura son tres entidades intrínseca-
mente relacionadas. De la misma forma que el predominio del Estado en patro-
cinar el arte provoca un mayor número de obras históricas que buscan cimentar
las bases de una inestable identidad nacional tras las derrotas militares en las co-
lonias, los grandes avances científicos del siglo xix provocan en artistas «el deseo
de pintar la realidad de una manera concreta, científica y original» estimulando
«la difusión del conocimiento y la apreciación del trabajo manual» (Cabello 792).
A pesar del profundo impacto que la Guerra Civil y la dictadura tuvieron en la
ralentización de la investigación científica y las dificultades en las relaciones in-
ternacionales, obras como la de Eugenio Hermoso en plena posguerra muestran
un intento de representar el valor de la medicina en una sociedad que busca una
nueva identidad tras la guerra. Las licencias pictóricas al cubrir con modestia el
cuerpo de la mujer inconsciente en la mesa de operaciones y la inclusión de la
monja en una posición de privilegio frente a la enfermera, quien aparece subor-
dinada al médico sin contacto con la enferma, reflejan la ideología del Régimen
al sobreponer el recato y la sumisión femenina a la labor científica. No obstante,
no debemos olvidar que este cuadro fue pintado a imitación de otras obras simi-
lares en Europa y América tras vivir conflictos políticos trascendentes por deseo
expreso de la esposa del doctor Jiménez Díaz (Gómez-Santos 194). Un ejemplo

2
Véase Julie Rivkin y Michael Ryan, 2004.
Esther Sánchez-Couto 35

relevante de estas posibles fuentes es la obra de Thomas Eakins (1844-1916).


Este notable pintor americano pintó dos cuadros fundamentales en la historia
de la medicina estadounidense al representar la labor de médicos influyentes de
renombre internacional en su momento: La clínica del Dr. Gross y La clínica del
Dr. Agnew. El primero fue pintado con motivo de la conmemoración del cente-
nario de la independencia de los Estados Unidos representando al doctor Gross,
quien realizó un gran trabajo durante la Guerra Civil americana. A diferencia de
Eugenio Hermoso en España, Eakins decidió no ocultar la sangre de las heridas
para dar un realismo a su pintura con claros referentes a Velázquez, a quien Eakins
estudió en su estancia en España (Cabello C. 789, 791). El segundo cuadro refleja
una operación de mastectomía donde al igual que Hermoso aparece una mujer
desnuda en la mesa de operaciones parcialmente cubierta y una enfermera. En
otro guiño a Velázquez, Eakins introduce en este último cuadro un autorretrato
suyo situado detrás de la enfermera observando la operación. Aunque los dos cua-
dros evidencian la evolución en el desarrollo científico «manifestado entre otras
cosas por la introducción de la anestesia con éter y el cloroformo», lo cierto es que
ambos fueron rechazados por el público y la crítica del momento «por razones
más de índole moral que artísticas» (792). En España vemos como la sensibilidad
a esta moral lleva a pintores como Simonet o Hermoso a hacer uso de licencias
pictóricas para adecuarse tanto a los gustos del público como a la ideología del
estado que subvenciona las obras. No obstante, la activa participación de España
en las conferencias internacionales aún en época de conflicto refleja a una nación
deseosa de encontrar su lugar en un mundo que avanza vertiginosamente en el
campo de la ciencia y el desarrollo industrial. Pintores relevantes en la historia
del arte español como Sorolla manifestaron un profundo interés en dar testimo-
nio de la calidad y la cantidad de grandes intelectuales, doctores y artistas que
trabajaban en la España finisecular. Junto a la decepción y la abulia como temas
característicos de la literatura del momento, debemos añadir la expectación y
el optimismo al ver reconocida internacionalmente con dos premios nobeles la
labor de intelectuales como José Echegaray y Santiago Ramón y Cajal durante el
periodo que nos ocupa.

Obras citadas

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LA RELACIÓN DE LARRA CON LA MEDICINA
Y LA ENFERMEDAD

Montserrat Escartín Gual


Universitat de Girona

1. Influjo paterno y formación del autor

La relación de Fígaro con la Medicina empieza tempranamente pues su pa-


dre, Mariano Antonio José de Larra y Langelot, fue un médico ilustre, progresis-
ta, de ideas eruditas, que tradujo en 1803 Tratado de Medicina. Enlace que tiene
la vida con la respiración, de Goodwin, en 1803, y el Tratado de los venenos, de su
amigo el doctor Mateo Orfila, en 1819. Don Mariano ejerció la profesión con
éxito, tras obtener una plaza en Madrid, siendo muy conocido y bien relacionado
en los medios profesionales, por lo que fue «llamado a Navalcarnero para que
aportara su ciencia en la lucha contra el cólera», donde desempeñó tan bien su
profesión que el Ayuntamiento lo gratificó con 200 reales (Martín 247).
El futuro periodista nace el 24 de marzo de 1809, fecha de la invasión
francesa, durante cuya ocupación el Dr. Larra se incorpora a la sanidad mi-
litar como cirujano del ejército invasor; razón que le obligará a emigrar con
su familia, por sospechoso de afrancesamiento, al ser expulsadas las tropas en
1813. Dichos cinco años fueron decisivos para la formación de su hijo, quien
permaneció esos años interno en un colegio de Burdeos, durante los que debió
reivindicar su personalidad ante los demás por su condición de extranjero y con
un obligado cambio de idioma. Gracias a la amnistía concedida por Fernando
VII en 1818, y al éxito profesional alcanzado por el doctor, toda la familia re-
gresó a Madrid. Tras ser el facultativo de cámara del hermano del monarca en
un viaje y tratarle durante su estancia en París, el Doctor volvió con él a España
donde fue requerido para ser su médico personal, dada la falta de profesionales
cualificados (Kirkpatrick 24).
Debido al desconocimiento del idioma español del pequeño, el Dr. Larra
decide internarlo en la Escuela Pía de San Antonio Abad, donde recibe una for-
mación clásica. Esta niñez solitaria y con sucesivos cambios de colegios marcó a
nuestro autor, que fue creciendo en un ambiente hostil por ser hijo de un afran-
40 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

cesado, lo que hizo de él alguien introvertido y no integrado en su entorno,


siendo los libros su única diversión. El estigma de niño desplazado se proyectará
en la juventud del periodista inspirándole una actitud rebelde y disconforme
(Ortiz 156, 158), un talante crítico y la incapacidad de integrarse en la socie-
dad. Algunos críticos, como José Luis Varela, niegan que el muchacho llegara a
realizar estudios superiores: «Larra abandona las aulas cuando tenía que dar el
salto a la universidad; su formación académica es pues preuniversitaria, y equi-
vale, más o menos, a lo que hoy llamaríamos bachillerato universitario» (Varela,
Larra y España 19). Otros aseguran que, en el curso 1824-1825, el joven ingresa
en la Universidad de Valladolid para estudiar la carrera de leyes y, aunque no
se presentó a los exámenes de junio, sí lo hizo en los de octubre cuando aprobó
todas las asignaturas.1
Si «hasta entonces había ejercido gran influencia sobre él la figura del padre,
médico de sólida cultura científica» (Pérez Vidal, Artículos 13), tras un desencuen-
tro entre ambos, cae el ídolo admirado y se acentúa la introspección del adoles-
cente: «su carácter varió completamente, de niño estudioso y amante del saber,
pero confiado, vivo y alegre como su edad requería, se hizo sospechoso, triste y
reflexivo» (Chaves, Don Mariano José de Larra 14; Alonso Cortés 193-197). La
causa de que el interés del muchacho por los libros se detuviera bruscamente
pudo ser —según Carmen de Burgos— descubrir que la dama de quien se había
enamorado a sus 16 años era la amante de su padre, quien contaba 52; episodio
que la crítica ha cuestionado. De no ser cierto, es muy probable que la causa de
volverse sombrío se redujera a un desengaño amoroso: «Calculamos nosotros que
a los diez y seis años toda la desventura que puede oprimir a un mancebo no falto
de medios de subsistencia se reduce a llorar el desdén, la inconstancia o el desvío
de una hermosa, objeto de sus primeros amores».
Algunos apuntan que, tras abandonar la carrera de Derecho en Valladolid,
el futuro escritor se traslada a Valencia donde inicia los estudios de Medicina en
1826 (Rubio 16). Voces como la de Cotarelo, niegan este viaje:

el 20 de noviembre de 1825 se hallaba aún Larra en Valladolid, pues en tal día


aprobó la asignatura de Matemáticas, de lo que le dieron certificación con fecha
27. Y consta también que el curso siguiente, que comenzó el 18 de octubre de
1825 y terminó en 30 de junio de 1826, lo hizo Larra en el Colegio Imperial de
San Isidro de esta corte, aprobando en tiempo legal las asignaturas de  Lengua
griega y de Física experimental, a cuyas cátedras, como dicen sus profesores, «asis-
tió con puntualidad y aprovechamiento». Es, pues, evidente que no sólo el hecho
misterioso de 1825 no interrumpió los estudios de Larra, como dice Cortés, sino
que el viaje a Valencia, a consecuencia de él, es un mito. (Cotarelo, 18.5.1915)

1
Para su expediente académico, véase Alonso Cortés, 1915.
Montserrat Escartín Gual 41

Los críticos divergen sobre dicho punto y algunas voces aseguran que el jo-
ven era ya alumno de esta disciplina, de la que había cursado un año en la facultad
de Madrid, tras sentir en su adolescencia el deseo de imitar a su padre: «el año
1824-1825 se examina en la Universidad de Valladolid; sus estudios parecen di-
rigidos a cursar Medicina en el futuro lo que nunca llegó a hacer» (Iglesias Feijoo
xiv). Alonso Cortés, sin embargo, asegura que el joven eligió dicha especialidad
«obligado» por su progenitor:

Lo cierto es que de resultas (del lance misterioso) se vio obligado, bien a pe-
sar suyo, a abandonar a su familia, pidiendo licencia a su padre para continuar
sus estudios en la Universidad de Valencia, a la que se trasladó desde Castilla
luego que la hubo obtenido. A poco de su llegada recibió orden del mismo
para venir a Madrid, donde el favor y la influencia de algunos amigos le habían
proporcionado un empleo, y de ese modo se vió arrastrado contra su voluntad
a abandonar su carrera. (cit. en Cotarelo, IX)

No sabemos si el prestigio del Dr. Larra pudo despertar el interés de su vás-


tago para que este eligiera dedicarse a la Medicina, o si le forzó a que lo hiciese
para convertirle en cirujano como él; lo que sí parece seguro es que un desen-
cuentro entre ambos debió distanciar al joven de su progenitor y de todo lo que
tuviera relación con él, incluyendo su profesión. Así, de ser cierto el episodio de
la amante de su padre, u otra causa que originase su enfrentamiento, es probable
que el futuro escritor se viese abocado a «abandonar los estudios oficiales, los de
Medicina, que había empezado a cursar para ganarse la vida. Los oficiales nada
más» (Bautista 159). También Kirkpatrick defiende esta tesis por la que el mu-
chacho deja la facultad de Medicina y se pone a trabajar de escribiente: «Tal vez
las dificultades económicas de su familia le impidieron asistir a otra universidad,
o tal vez se negara a seguir una carrera universitaria, como una especie de rebe-
lión adolescente contra las esperanzas de su padre» (Kirkpatrick 26). Más allá del
porqué eligiera iniciar o abandonar la carrera de médico, lo cierto es que nuestro
periodista debió formarse en este campo antes de decidir abrirse camino como
periodista y escritor (Kirkpatrick 26).
Previamente a la Universidad, Larra había cursado diversas materias en los
Estudios de San Isidro y en su expediente figuran asignaturas de ciencias (mate-
mática, física experimental, botánica…), estudios varios («…un certificado del 3
de julio de 1824 acredita que el muchacho ha aprobado Matemáticas, Taquigra-
fía y Economía política»), así como acreditación «en la Universidad de Vallado-
lid, entre junio y noviembre de 1825, de nuevas materias: Lógica y Ontología,
Metafísica, Aritmética, Álgebra, Geometría, Griego, Botánica» (Varela, Larra y
España 21-22). En suma, nuestro autor conoce filosofía, lógica, retórica, griego,
latín, italiano, francés e inglés, principios de poesía, métrica, gramática latina y
42 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

castellana. Aunque entre esta documentación ninguna se refiere a conocimientos


de Medicina, es muy posible que el futuro escritor los tuviese, como sugiere José
Luis Varela: «Su título es pues lo que muy pronto se llamará Bachiller en Filosofía,
el escalón previsto por el Reglamento de 1828 para los futuros alumnos de los
colegios de Medicina y Cirugía» (Larra y España 22).
En su día, ya Galdós menciona este aprendizaje de Larra en sus Episodios
nacionales: «Era un muchacho que hacía muy malos versos y no muy buena prosa,
casi abogado, casi empleado, casi médico, que había empezado varias carreras sin
concluir ninguna» (Armiño 60). Aunque se ha mitificado mucho la formación
del escritor, lo cierto es que fue «una educación antes regular que extraordinaria»
(Ohlmann 103). También Mesonero Romanos destaca el interés del periodista
por las ciencias médicas, en sus Memorias de un sesentón (1880), cuando cita las
reuniones en casa del conde de la Cortina y a contertulios como Estébanez Cal-
derón, Segovia, Bretón y Larra:

Don Mariano José de Larra, alumno de medicina, a quien yo mismo pre-


senté a Cortina, a fin de que le recomendase al rey para que fuese nombrado
individuo de una comisión facultativa que había de ir a Viena a estudiar el
cólera; pero que en algunos folletos y poesías sueltos revelaba la travesura de
aquel feliz ingenio, que tan alto había de colocar el pseudónimo de Fígaro.
(Mesoneros 379)

Alguna voz, sin embargo, matiza sus palabras:

[…] cabe pensar si en el recuerdo de Mesonero no se ha experimentado a tra-


vés de los años una curiosa transposición y ha confundido al Larra hijo con el
padre, entonces en Madrid y pretendiendo sin éxito la plaza de Navalcarne-
ro. Don Mariano era traductor de la Toxicología General de Orfila, y cuando
consigue la plaza de Navalcarnero (1834) se le recomienda precisamente que
colabore en la lucha contra el cólera. (Varela, Larra y España 23)

Cursara o no estudios de esta disciplina, el ambiente familiar debió influir en el


futuro periodista a la hora de motivar su interés por la medicina y las ciencias, pues
su padre, «como era un hombre distinguido en su carrera y de conocimientos más
que regulares, le instruyó principalmente en las ciencias naturales» (Cortés). Si el
Dr. Larra era un médico reconocido, también lo fue un primo hermano de Fígaro
—de nombre Ángel Larra y Cerezo— quien eligió la misma profesión. Nacido el
13 de abril de 1858, este ilustre doctor fue académico y médico militar (Larra y Ce-
rezo), por cuyo reconocimiento y fama dos calles de Madrid llevan aún su nombre
(Dr. Larra y Ángel Larra), hecho que da idea del prestigio alcanzado en su época.
Junto a la ecléctica y truncada educación de nuestro periodista, hay que con-
siderar sus conflictos internos para entender el fracaso personal que experimentó
Montserrat Escartín Gual 43

(Sanz Agüero 7). A la ausencia de raíces e infancia desarraigada, falta de hogar,


alejamiento de su patria y en la soledad de internados, debemos sumar el estigma
de ser un extranjero en Francia y un afrancesado en España; sin adolescencia, he-
rido por el desamor y con una difícil relación con su progenitor. Es comprensible
que la caída del ídolo paterno y el vacío familiar crease en el joven una melancó-
lica tristeza y un sentimiento de desarraigo hasta su muerte; pues, aunque Fígaro,
«adquirió cierta notoriedad como escritor, no llegó a alcanzar el renombre de su
padre. O, en otras palabras, sobre Luis Mariano de Larra, pesó siempre la fama
de su padre. "Larra el malo" se decía refiriéndose a él» (Marín de Burgos 135).

Dolores Armijo Carrero

En la vida del periodista no sólo fracasa la relación paterno-filial; también,


su deseo de formar un hogar. Según Umbral, «Larra vive del mundo del padre,
pero su condición de hijo único le mantiene peligrosamente cerca del mundo de
la madre» (Umbral 44), aunque esta no desempeñe bien su rol protector: «Es rara
la sensación que le produce su madre, de persona extraña, de cosa ajena y fría. No
siente por ella la menor cordialidad» (Bautista 81); como tampoco hallará afecto
ni en su esposa ni en su amante. El joven se casa a los 20 años con una muchacha
inmadura de 17, Pepita Wetoret, y tiene tres hijos (Mariano, Adela y Baldomera),
aunque el matrimonio se romperá pronto, igual que la relación tormentosa del
autor con Dolores Armijo, esposa de un funcionario del gobierno, José Cambro-
nero, hijo del notario Manuel Cambronero; en cuyo bufete trabajó como pasante
Juan Bautista Alonso, con quien parece que Dolores intimó antes de separarse de
44 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

su cónyuge. Según la crítica, él no fue su único amante: «Dolores mantuvo rela-


ciones con otro hombre en paralelo a Larra (un joven llamado Bertodano) y Larra
le retó en un duelo a muerte; pero no tuvo consecuencias porque los padrinos
cargaron las pistolas sólo de pólvora. Días después, Larra se suicida, volviendo el
asesinato contra sí mismo» (Marín de Burgos 449).
Es en el verano de 1834 —momento en que Fígaro ya ha alcanzado el reco-
nocimiento público como periodista liberal—, cuando se conoce la relación adúl-
tera y la separación de su mujer embarazada; por lo que, a principios de 1835, el
escritor se ausenta de España huyendo del desamor y las habladurías:

el 1 de mayo de 1834, Larra, enamorado de la «ingrata», creyó que iba a ser


correspondido, pues ella, con sus coqueterías, le animaba y le entretuvo algu-
nos meses. Pero en noviembre o diciembre (según se cuenten las seis lunas) del
mismo año recibió el desengaño más completo. Entonces quiso poner tierra y
mar en medio, a pesar de la tiranía de su amor, que parecía sujetarle las plantas
y aun le incitaba a volverse atrás. Bretón de los Herreros, en su comedia Me voy
de Madrid, alude a Fígaro y a esta ausencia, que supone motivada, entre otras
causas, por el desprecio de una mujer casada. Larra se suicida al ver desairadas sus
continuas e inútiles solicitaciones por espacio de dos años y medio. (Cotarelo)

Carmen de Burgos opina que el padre de Larra era un hombre perturba-


do al describirle como «un espíritu inquieto y aventurero, ávido de saber y de
emociones, algún tanto desequilibrado, que no supo ver gérmenes de su propio
espíritu, engrandecidos y cultivados en su hijo» (cit. en Marín de Burgos 65).
Según el psiquiatra, parecen evidentes «los rasgos de desequilibrio, lindando en
la psicopatía que aparecen en la familia Larra, empezando por el cabeza de fa-
milia, miembro ilustre de la profesión médica que, no obstante su oficio, tenía
una amarga opinión de la ciencia» (Marín de Burgos 65-66). Desengañado del
mundo y depresivo, este doctor había provocado una ruptura con sus padres al
colaborar con los franceses, por lo que su hijo vivió los tres primeros años en casa
de los abuelos y sin la tutela de su progenitor (Ohlmann 103), en la edad en que
un niño se configura a partir del modelo paterno: «Larra se siente huérfano por
la ausencia de su padre» (Zúñiga 18). También en los descendientes de nuestro
autor encontramos rasgos psicopáticos, caso de sus dos hijas: Adela, amante de
Amadeo I, y Baldomera, una conocida estafadora que pisará la cárcel, y cuya pa-
ternidad Larra se negó a reconocer.
Tras el suicidio del periodista, el Dr. Larra se sintió responsable del desorden
de su hijo y lo reconoció: «Yo tengo la culpa de todo; pagaré la pena. Si yo hubiera
dado mejor educación a Mariano…» (Marín de Burgos 275). Así, quien había
sido médico de reyes acabó «viviendo en Navalcarnero, adonde el viejo afrancesa-
do había ido a refugiarse como médico titular» (Cotarelo) Junto al desafecto del
padre, otros factores que desestabilizaron el equilibrio mental de Larra y acaba-
Montserrat Escartín Gual 45

ron abocándole al suicidio fueron la incomprensión del público, las frustraciones


político-sociales y la muerte de su mejor amigo; pudiendo concluir que las claves
para entender a este escritor se hallan más en sus frustraciones que en sus éxitos o
reconocimientos y la primera de todas es la familiar.2

2. Contexto científico de la época

El siglo xix español hereda el atraso del país más la propuesta de avance cien-
tífico que preconizaba la Ilustración. De hecho, sólo es posible entender la pers-
pectiva pseudocientífica de Larra en una era para la que el progreso constituía una
verdadera religión: «La ciencia romántica […] tenía un nuevo compromiso: el de
explicar, educar y comunicar al gran público. Esta fue la primera gran época de las
conferencias científicas públicas, de las demostraciones del trabajo en los laborato-
rios y de los libros divulgativos, a menudo escritos por mujeres. Fue la época en la
que comenzó a enseñarse ciencia a los niños y en la que el «método experimental»
se convirtió en la base de una nueva filosofía de vida, de carácter laico» (Ribera).
Rusell Sebold señala que la denuncia del atraso de la ciencia en nuestro país,
ya la había iniciado José Cadalso en el s. xviii: «Trabajemos nosotros en las ciencias
positivas, para que no nos llamen bárbaros los extranjeros» (Sebold) y la continúa
Fígaro en el siguiente; no en vano «Larra es la primera conciencia intelectual eu-
ropea en la España del siglo xix» (De Torre, cit. en Benítez 97) que denuncia «la
antipatía visible con que el pueblo español solía recibir las innovaciones que tendían
a mejorarle y a aproximarle al centro de Europa» (Lomba y Pedraja, xii). Como so-
lución, nuestro autor propone en sus escritos formar a los españoles —«Reconocía
Fígaro en la instrucción, en la educación, el gran talismán del que solamente podría
esperarse la salud y el porvenir de la patria» (Blanquer)— y difundir el ideario Ilus-
trado, procedente de Francia que estaba en el espíritu de la época, defendiendo la
razón, la ciencia, la verdad y el progreso:

Si alguna vez miramos adelante y nos comparamos con el extranjero, sea


para prepararnos un porvenir mejor que el presente, y para rivalizar en nuestros
adelantos con los de nuestros vecinos; sólo en este sentido opondremos noso-
tros en algunos de nuestros artículos el bien de fuera al mal de dentro. (Fígaro,
«En este país»). [...] Para que un pueblo esté bien gobernado, para que sea feliz,
es preciso que se difunda la ilustración; para que un pueblo sea libre, es preciso
que sepa mucho... y esté bastantemente ilustrado... véase, si no, Grecia y Roma:
aquellos eran pueblos libres; ¡pero lo que se sabía allí! ¡Qué pueblos tan ilus-
trados! ¡Qué tiene que ver la España del siglo xix con la Grecia de Licurgo y la
Roma de Numa! (Larra, «Por ahora»)

2
Véase Blanquer, 1978.
46 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

Pese al auge de los avances técnicos en Europa y algunas voces reformistas,


como la de Larra, la ciencia no vivió en nuestro país sus mejores momentos: «El
curso de la historia de la primera mitad de ese siglo en nuestro país no fue en
absoluto favorable al desarrollo científico, pues el despegue industrial y técnico
de los países europeos coincidió con un estancamiento de España» (Gutiérrez Ro-
dilla 80). A partir de 1895, sin embargo, el interés por las ciencias y la tecnología
cambiará, haciéndose muy evidente en la literatura: «El cientifismo estuvo en el
Parlamento, y antes en la prosa satírica de Larra, porque estaba en la atmósfera
misma del siglo xix» (Varela, Larra y España 175-176 y 211);3 no en vano esta
centuria es alabada, sobre todo, por sus inventos y progreso: «Para Campoamor,
la cultura de una época tiene dos insignes manifestaciones: la ciencia y el pensa-
miento. De ahí que afirme que es menester poner las ciencias al servicio del arte,
agrandando su esfera con esa magnífica irrupción de ideas, de frases y de giros que
en forma de literatura prosaica, de filosofía y de ciencias naturales van elevando
cada vez más el nivel del espíritu humano» (Urrutia 123-124).
No hay muchos estudios del interés que la ciencia despertaba en nuestro
periodista, salvo el de su descendiente, Jesús Miranda de Larra (Varela, Larra y
España 211), quien redacta un escrito para conmemorar el Centenario del 98.
Dado el carácter precursor que Fígaro ejerció en sus autores, el sr. Miranda expo-
ne que le han encargado «el siguiente artículo sobre la vinculación de Larra con el
trabajo científico». El trabajo, sin embargo, se limita a una introducción de una
página, en la que afirma:

Desde luego, como hombre poseedor de conocimientos adquiridos por el


estudio, la investigación y la meditación, podríamos calificar a nuestro satírico
como hombre de ciencia. No obstante, hoy entendemos la ciencia de forma sepa-
rada de la literatura o del arte. Pero Fígaro se plantea su trabajo, digo más, su vida
entera como una investigación del pueblo español y para el pueblo español. Sus
dotes de observador y crítico son las propias del científico, del investigador. […]
Su método se muestra científico en toda su obra, pues aplica la razón y la lógica
con profusión en sus artículos, muchas veces en boca de personajes con diálogos
jocosos […] Dijo «Amo demasiado a mi propia patria para ver con indiferencia
el estado de atraso en que se halla». (cit. en Miranda de Larra)

Buena muestra del auge cientifista en la época es la primera publicación de


Larra, un folleto de dieciséis páginas titulado Oda a la exposición de la Industria
española (1827) donde, tras elogiar el progreso industrial, el joven de 18 años
denuncia su inexistencia en la atrasada España. También señala con ironía la
necesidad de regeneración económica del país, con elogios a las máquinas y al
futuro, en su reseña de una comedia de don Ángel Saavedra:
3
Para más información acerca del interés de Larra en las ciencias y su reflejo en la literatura,
consúltense los trabajos de Litvak (1980) y Cano Ballesta (1981).
Montserrat Escartín Gual 47

En el siglo xix, siglo harto matemático y positivo; siglo del vapor; siglo en
que los caminos de hierro pesan sobre la imaginación como un apagador sobre
una luz; […] en un siglo en que se avergüenza uno de no haber inventado algún
utensilio de hierro, en que no se puede hacer alarde de una pasión caballeresca
o de una vida poética y contemplativa, sin ser señalado como un ser de otra
especie por cien dedos especuladores. (Fígaro, «Representación de»)

Litografía de Pedro Hortigosa (1843)


basada en la de Rosario Weiss

Con el mismo propósito pero con ironía rimada, Larra fustiga la falta de
interés por las ciencias en nuestro país en su Sátira contra los vicios de la corte:

Mal haya para siempre el torpe suelo


donde el pícaro sólo hace fortuna;
donde vive el honrado en desconsuelo,
donde es culpa el saber; donde importuna
la ciencia, y donde el genio perseguido
ahogados mueren en su propia cuna.
(Pérez de Munguía, «Sátira contra los vicios de la Corte», vv. 148-150)

Para situar a nuestro autor en el contexto cientifista de su siglo, es útil recordar


algunos de los descubrimientos realizados en el s. xix, como la electrólisis del agua
en 1800; el estetoscopio, en 1804, la máquina hiladora, en 1814; la fotografía, en
1816; la primera transfusión de sangre exitosa, en 1818; un sistema de lectura para
invidentes, en 1825; la llamada ley de Ohm, en 1827; el uso de máquinas de vapor,
en 1829; etc. No sorprende que algunos de estos inventos aparezcan mencionados
por Larra, quien se burla de los progresos científicos que ha visto en Europa: «¿Qué
a mí tanta ciencia y tanta industria, tanto progreso, tanto teatro y tanto camino de
hierro? Hombres hay aquí que tienen ciencia, y la mayor, por cierto: la ciencia del
vivir y la de hablar después de vivir». (Larra, «Fígaro de vuelta» xx). De hecho, tanto
la ironía como el pesimismo de Fígaro nacen de constatar el atraso de España en
48 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

relación a Europa (en industria, ciencia, progreso técnico), y de la desesperación de


no poder cambiar el modo de ser de sus gentes. A ello debió sumarse la tristeza de
contemplar una sociedad altamente civilizada en Francia, donde se había puesto de
moda la tendencia cientifista tras la publicación de la Physiologie du gout, de Brillat-
Svavarin, en 1828 y la Physiologie des Passions, del barón Alibert:

El siglo xviii es el gran siglo de los viajeros, coleccionistas y clasificadores.


La necesidad práctica de ordenar las plantas en los jardines botánicos, las co-
lecciones en los gabinetes e, incluso, la necesidad de confeccionar e imprimir
catálogos, son las causantes del auge de las clasificaciones. Quizá la misma que
alienta el nacimiento de la Encyclopédie. (Gutiérrez Rodilla 214)

Tras el auge, culminación en 1841 y olvido de las colecciones de fisiologías,


el género fue acogido tanto por los costumbristas españoles como por Larra en
sus artículos, quien los utiliza irónicamente para su fin satírico y de humor en
«El castellano viejo», «Ascensión aerostática», «El hombre-globo»... Como apunta
Gutiérrez Rodilla, era propio de esta modalidad el uso de un determinado léxico
en la clasificación o caracterización de tipos, partiendo de las mencionadas fisio-
logías, tratados zoológicos y botánicos (215):

En ciencias como la botánica y la zoología, por ejemplo, las nomencla-


turas están íntimamente relacionadas con el concepto de especie biológica,
formulado durante el siglo xviii —aunque con antecedentes fundamental-
mente renacentistas— y desarrollado en estrecha relación a la clasificación de
organismos vivos que culminó con las obras de Linneo (1707-1778). (Gutié-
rrez Rodilla 208)

En este juego de parodiar ensayos científicos, Fígaro siempre observa, des-


cribe y clasifica a un tipo social o a un político —haciendo un remedo de las
ciencias naturales— para criticar, por ejemplo, a los representantes del liberalismo
moderado:

Las referencias humorísticas a la pretensión científica de estos «estudios»


son continuas, y a veces vienen advertidas desde el mismo título o subtítulo,
otras veces en el texto («una vez comprendido este principio general de física»,
«esta investigación»). Este cientifismo paródico ha sido referido a la oratoria
parlamentaria y en particular a la cultivada en cierto momento por los modera-
dos, a los que Larra parodiará a su vez. (Varela, Larra y España 175)

Larra «fue un descontento, un censor de cuanto le rodeó en su época» (Zúñi-


ga 79), de «conducta desarreglada» (89), «periodista descreído y rebelde» (90),
cuyas ideas subversivas cuestionaron las «sanas creencias con su ironía y sátiras»,
que «criticó las costumbres atrasadas y fanáticas, el absolutismo, las injusticias»
Montserrat Escartín Gual 49

y, como buen liberal, «dijo verdades sobre la censura, las cárceles, la policía, opo-
niéndose a Mendizábal, a Fernando VII, a Martínez de la Rosa, a don Carlos,
a Calomarde… (103-105). Y lo hizo clasificando a estos personajes como si se
tratase de plantas, animales u objetos, usando «la perspectiva naturalista, que con-
siste, como dice su nombre, en la observación, descripción y clasificación seudo-
científicas de un tipo social o político» (Zúñiga). Para este fin, el autor recurre a
la comparación degradadora con las fórmulas (parece a..., semejante a…, como...),
cuyo resultado es el desprestigio de lo aludido por la carga satírica tras la retórica
de las fisiologías. Así sucede cuando Fígaro usa el argot del mundo de la botánica
para describir al periodista, al que identifica con diversos vegetales, o al ridiculizar
a los seguidores de Don Carlos Mª Isidro de Borbón:

el carlista suele criarse escondido en la tierra como la patata, pica como la ce-
bolla, y tiene más dientes que el ajo, pero sin tener cabeza, cría, en fin, mucho
pelo como el coco, cuyas veces hace en ocasiones […] Los parisinos forman
grupos de vida como los gusanos producidos por un queso de Roquefort […],
a los facciosos puede vérseles en muchas casas como los tiestos en los balcones
(Fígaro, «La planta nueva»)

El autor mantendrá dicha estrategia a lo largo de toda su producción perio-


dística, siendo frecuentes «las comparaciones de sus tipos humanos o políticos
por la escala animal, vegetal o social.» (Varela, Larra y España 211). Gracias a
esta nueva perspectiva, Larra «viene a degradar intencionadamente al hombre en
ejercicio de una cualquiera de sus funciones con su adscripción al mundo de la
zoología o de la botánica» (Fígaro, «El hombre lobo»). Una de sus más célebres
taxonomías se recoge en «El hombre globo», donde Fígaro trata el invento del
globo aerostático y demuestra sus conocimientos de física, fingiendo escribir un
artículo con contenidos de esta disciplina, aunque asegura «no trato de instalar un
curso de física» (Fígaro, «El hombre lobo»):

La física ha clasificado los cuerpos, según el estado en que los pone el ma-
yor o menor grado de calórico que contienen, en sólidos, líquidos y gaseosos.
Así el agua es sólido en el estado de hielo, líquido en el de fluidez, y gas en
el de la ebullición. Es ley general de los cuerpos la gravedad o la atracción
que ejerce sobre ellos el centro común; es natural que esta atracción se ejerza
más fuertemente en los que reúnen en menor espacio mayor cantidad de las
moléculas que los componen; que éstos por consiguiente tengan más grave-
dad específica, y ocupen el puesto más inmediato al centro. Así es que, en la
escala de las posiciones de los cuerpos, los sólidos ocupan el puesto inferior,
los líquidos el intermedio, y los gaseosos el superior. Una piedra busca el
fondo de un río; un gas busca la parte superior de la atmósfera. Cada cuerpo
está en continuo movimiento para obedecer a la ley que le obliga a buscar el
puesto, variable, que corresponde al grado de intensidad que adquiere o que
pierde. La nube, conforme se condensa, baja, y cuando se liquida, cae; este
50 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

mismo cuerpo, puesto al fuego, se dilata, y cuando se evapora y se gasifica,


sube. (Fígaro, «El hombre globo»)

Grabado del primer vuelo en globo pilotado por


Pilâtre de Rozier y el Marqués de Arlandes (21.11.1783)

Es bueno recordar que, en la primera mitad del s. xix, se elevan por los cielos
de Europa los primeros globos aerostáticos. Ante la novedad, Larra escribe un ar-
tículo titulado «Ascensión aerostática» y el ya citado «El hombre globo» donde los
menciona: «De todos nuestros lectores es conocida la historia de los globos desde
las primeras mongolfieras hasta el último experimento de la dirección, emprendido
y malogrado últimamente en París» (Fígaro, «El hombre-globo»). En este escrito,
la crítica ve la parodia de los tratados de taxonomías propias del momento con el
fin de realizar una sátira política, que Larra niega con sarcasmo: «Esta investigación
me conduciría muy lejos. Mi objeto no ha sido más que pintar el hombre globo de
nuestro país; un artículo de física no puede ser largo; si fuera de política sería otra
cosa» (Fígaro, «El hombre-globo»).
Dicho de otro modo:

En «El hombre-globo» encontramos una pequeña clasificación política y


social, derivada de la física, que abarca al hombre-sólido, al hombre-líquido y
al hombre-gaseoso [...] El hombre-gaseoso es el que busca su lugar en las alturas;
con un pie sobre el hombre-sólido y otro sobre el líquido, toma impulso y dice a
todos ellos: «Yo mando, no obedezco». Si encerramos a ese gas en un recipiente
adecuado tendremos al hombre-globo. (De Mazade, cit. en Benítez 248-249)

Nacido el mismo año que Larra, Edgar Allan Poe (1809-1849) también se
interesa en sus relatos por los avances técnicos, caso de La incomparable aventura
Montserrat Escartín Gual 51

de un tal Hans Pfaall (1935), donde describe un viaje en globo aerostático a la


luna, o en El engaño del globo (1844), cuento en que se presenta el diario de un
aeronauta que cruza el Atlántico usando dicho medio. Al autor bostoniano le
gustaba crear estas fantasías como sátira contra las modas de la época, siendo el
primer romántico en aplicar los avances científicos y tecnológicos de su tiempo,
con humor y burla, al estilo de Fígaro en «El hombre globo» (1835).

3. El lenguaje médico, la ironía científica y el humor

Dado el contexto de época descrito y el interés de Larra por los avances de la


ciencia, es lógico que utilice el lenguaje científico en sus escritos. La actitud obser-
vadora y curiosa, propia del hombre de ciencia, permite entender la preocupación
por su idioma que el periodista siempre mostró: «la lengua es para un hablador lo
que el fusil para el soldado; con ella se defiende y con ella mata. Tengamos, pues,
prevenidas y en el mejor estado posible nuestras armas» (Larra, «Filología»), así
como su interés por estudiarla, como ya vimos anteriormente. El motivo del uso
de este lenguaje especializado por parte del escritor fue aportar la precisión que
buscaba a la lengua literaria, expresar su crítica de una manera satírica o divulgar
los nuevos descubrimientos técnicos en sus artículos: «el bachiller murió, lo cual
se supo por los últimos partes telegráficos» (Pérez de Mungía, «Carta última»).
De este modo, Larra «contribuyó a que la transferencia de conocimientos desde
el exterior se acompañara del inevitable trasvase terminológico, a lo largo de todo
el siglo, originando una queja continua por la entrada masiva de neologismos y la
acuñación de términos nuevos» (Gutiérrez Rodilla 80).4
Un recurso importante en la lengua del periodista es acudir a los tecnicismos
procedentes de diferentes materias científicas (física, botánica, zoología, medici-
na…) con el fin de deslumbrar al lector ignorante o ganar prestigio y reconoci-
miento personal, usando «muchos latines, o palabras técnicas y científicas que
entienden pocos» ante las que «cada cual se apresura a reírse, para que no piense
el de al lado que no ha entendido toda la picardía de aquella palabra. Tal es la con-
dición de nuestra pueril vanidad» (Pérez de Mungía, «Manía de citas»), siendo la
causa de nuestro atraso «el medio saber que reina entre nosotros» (Fígaro, «En este
país»). Este uso de voces técnicas, que distorsionan satíricamente una escena, hace
que los artículos de este autor sean imposibles de clasificar como costumbristas,
ya que no son fines del Costumbrismo ni lo artístico ni lo satírico (Lorenzo-Rivero
72),5 y Larra no duda en usar la caricatura a partir de tecnicismos: «…no aparecía
ingenuamente alegre, y en sus ademanes se dejaba notar cierto aire antisténico»
4
En cuanto a la incorporación de lenguaje científico a sus artículos, véase Martínez Díaz, 1980.
5
Véase Romero Mendoza, 1960.
52 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

(Larra, El Mundo). Es importante destacar el gesto precoz del escritor al elegir


y buscar sinónimos de términos técnicos en su diccionario particular,6 pues el
Diccionario tecnológico —propósito de la Academia de Ciencias al constituirse en
1848— empezó a gestarse en 1910, presentó su primer cuadernillo en 1926, que
no se publicará hasta 1930, año en que se aplaza su realización. Tras mil avatares,
saldrá a la luz en 1984 el Vocabulario científico y técnico, heredero de aquel Diccio-
nario tecnológico. (Gutiérrez Rodilla 80).
Sin duda, los términos científicos más numerosos que utiliza Fígaro proce-
den del campo de la física (estado eléctrico, magnetismo, atmosfera, grado de caló-
rico, aerostato, aerostática…); no escatimando referencias al mundo de la óptica,
la luz o los colores. Así, se habla de la existencia de almas cándidas como de «una
prueba viva del principio de física que asegura que los colores de las cosas no están
en ellas» (Fígaro. «¿Qué dice usted?»). El escritor también utiliza alusiones a la
química en «El día de difuntos», «La planta nueva», «Los tres no son más que
dos», «¿Quién es el público», «Vuelva usted mañana»…; acude al ámbito de la
geología para hablar de política, equiparando un torrente a una revolución; utiliza
plantas y estratos geológicos para describir al ministerial, e identifica al periodista
con minerales o agua termal:

parece el periodista a la piedra en que no hay picapedrero que no le quite una


esquirla y que no le dé un porrazo; ha de tener tantos colores como el jaspe,
si ha de parecer bien a todos; ha de ser frío como el mármol debajo del pie
del magnate; ha de tener los pies de plomo; ha de servir como el bronce para
inmortalizar hasta los dislates de los próceres; lo ha de soldar todo como el
estaño; ha de tener más vetas que una mina y más virtudes que un agua termal.
Y después de tanto trabajo y de tantas calidades, ha de saltar, por fin, como el
acero en dando con cosa dura. (Fígaro, «El periodista»)

Larra también recurre a vocablos propios del campo de la zoología como


procedimiento satírico, remedando las ciencias naturales, al presentar a figuras
humanas como especies clasificadas en géneros (insectos, jirafas, gamos, linces o
asnos); por lo que no duda en definir el oscurantismo como «la alimaña de moda»
(Larra, «Carta de Fígaro») al retratar al periodista cual camello, gamo, perro, lin-
ce, jabalí, tortuga, cangrejo, culebra, buey o sanguijuela y emparentar al minis-
terial con la mona, el papagayo, el cangrejo, la abeja, el reptil o el camello por su
conducta política: «es mona por su capacidad de remedo, papagayo por su dócil
capacidad de repetir lo ajeno, cangrejo por su aptitud para caminar hacia atrás en
sus palabra e ideas» (Fígaro, «El ministerial»). Fígaro también mecaniza o cosifica
a los humanos para degradar intencionalmente a sus congéneres, mucho antes de
que lo hiciera Valle-Inclán en sus esperpentos, tras comprobar con amargura que

6
Véase Martínez Díaz, 1980.
Montserrat Escartín Gual 53

«el hombre, a fuerza de hacer máquinas, ¡se vuelve máquina el mismo!» (Varela,
Larra y España 218); por lo que describe a un grupo humano destacando su acti-
vidad gregaria y mecánica: «pronto, con la rapidez del golpe eléctrico, un crecido
número de máquinas vivientes la repite y la consagra» (Fígaro, «En este país»).
Nuestro autor tampoco omite la referencia al mundo de la Botánica en sus
artículos (caso de «Heliotropo»), usando el vocabulario propio de esta disciplina.
Así, si «El zapatero se agarra a la casa como un alga a las rocas»; el faccioso es visto
«como una patata, como un jaramago» (Fígaro, «La planta nueva»); el carlista,
cual patata o cebolla; España, a modo de pera podrida; y el periodista:

parécese el periodista a las plantas en acabar con ellas un huracán sin servirles
de mérito el fruto que hayan dado anteriormente: como la caña, ha de doblar
la cerviz al viento, pero sin murmurar como ella; ha de medrar como el junco y
la espadaña en el pantano; ha de dejarse podar cómo y cuándo Dios disponga,
y tomar la dirección que le dé el jardinero; ha de pinchar como el espino y la
zarza los pies de los caminantes desvalidos, dejándose hollar de la rueda del po-
deroso; en días oscuros ha de cerrar el cáliz y no dejar sus pistilos como la flor
del azafrán; ha de tomar color según le den los rayos del sol; ha de hacer som-
bra, en ocasiones dañinas, como el nogal; ha de volver la cara al astro que más
calienta como el girasol, y es planta muerta sino; seméjase a las palmas en que
mueren las compañeras, empezando a morir una; así ha de servir para comer,
como para quemar, a guisa de piña; ha de oler a rosa para los altos, y a espliego
para los bajos; ha de matar halagando como la hiedra. (Fígaro, «El periodista»)

Mucho más importante en cantidad es el vocabulario procedente del mundo


de la medicina (estornudorífico, síntoma, antídoto, autopsia, pulmonía, apoplejía,
facultativo…). Si en «Carta de Andrés Niporesas al Bachiller», Larra afirma: «Aquí
no tendremos un principio de esperanza sino cuando conozcan todos la necesidad
de no sacar más sangre de este cuerpo ya desangrado» (Niporesas, «Carta de An-
drés»), en «El castellano viejo», acude a expresiones más precisas: «Una parienta
mía, que se muere por las jorobas sólo porque tuvo un querido que llevaba una
excrecencia bastante visible sobre entrambos omoplatos» (Pérez de Minguía, «El
castellano viejo») y, en especial, de la práctica forense con voces como autopsia,
víctima, conocimientos anatómicos, victimario…, asociando la partición de un ca-
pón en raciones a una autopsia en la que se describe «el convidado de enfrente que
se preciaba de trinchador...» cual forense diseccionando al ave.
Con ironía, Fígaro elimina de la imaginación del lector las escenas desagra-
dables que ofrecían las autopsias y vivisecciones practicadas en siglos anteriores,
como las descritas en la República literaria (1655), donde se muestra la frialdad de
los galenos al estudiar las vísceras y la normalidad con que se abrían cuerpos: «Los
médicos eran carniceros, enterradores de muertos y ejecutores de justicia […],
vi a Galeno haciendo anatomía de algunos cuerpos humanos» (Saavedra Fajardo
54 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

142, 145). Sin alusiones escatológicas, nuestro escritor acude a términos médicos
del ámbito de la anatomía, vocablo que se mantiene desde su irrupción en el
s. xvi, cuando los experimentos anatómicos transformaron la comprensión del
cuerpo humano. Anatomia Animata fue la expresión utilizada para referirse a los
estudios con seres vivos, por la sensación de «realidad animada» que transmitían
las imágenes en los libros de anatomía.
Heredero de dicha tradición, en «En este país», Larra observa a su amigo
don Periquito y comienza «a estudiar sobre aquella máquina como un anatómico
sobre un cadáver» (Fígaro, «En este país»). En «Los calaveras», Fígaro inicia su
artículo queriendo definir el término, trabajo que —a su entender— requeriría
anatómicos de la lengua para actuar al modo de los médicos que diseccionaban
cuerpos: «Es cosa que daría que hacer a los etimologistas y a los anatómicos de len-
guas el averiguar el origen de la voz calavera en su acepción figurada, puesto que la
propia no puede tener otro sentido que la designación del cráneo de un muerto,
ya vacío y descarnado» (Fígaro, «Los calaveras»).
Edgar Allan Poe compartió el interés de Larra por la medicina en sus relatos
pseudocientíficos y son muchos los cuentos en que este autor aborda la locura
presentando a seres con patologías de conducta, como en «El sistema del Dr.
Tarr y el Profesor Fether». En El caso del Dr. Valdemar, Poe va más allá y analiza
la hipnosis y el mesmerismo,7 al describir el experimento de hipnotizar a una
persona, in articulo mortis, para prolongarle la vida por voluntad propia. El uso
de un lenguaje médico revela la atracción y conocimientos del escritor en relación
a la disciplina médica:

El pulmón izquierdo se hallaba hacia dieciocho meses en un estado se-


mióseo o cartilaginoso, y era en consecuencia completamente inútil para toda
función vital. El derecho, en su parte superior se había también osificado, si no
todo parcialmente, mientras que la región inferior era meramente una masa de
tubérculos purulentos que se penetraban los unos a los otros. Existían diversas
perforaciones profundas y en un punto había adherencia permanente de las
costillas. Estos fenómenos del lóbulo derecho eran de fecha relativamente re-
ciente. La osificación había procedido con una rapidez desacostumbrada; no se
había descubierto ninguna señal aún un mes antes, y la adherencia no se había
observado hasta los tres últimos días. Independientemente de la tuberculosis, se
sospechaba en el enfermo un aneurisma de la aorta; pero en este punto los sín-
tomas de osificación hacían imposible cualquier diagnóstico exacto. (Poe 377)

Menos osado, el periodista español plantea el misterio del mundo del sueño
y del estado de semivigilia en «El fin de la fiesta» preguntándose: «Quisiera yo,
además, que me asegurasen hábiles fisiólogos cuándo sueño y cuándo estoy des-

7
Doctrina del magnetismo animal, expuesta en el s. xviii por el médico alemán Franz Mesmer.
Montserrat Escartín Gual 55

pierto; porque es a veces tanta la confusión que de la contrariedad de los sucesos


nace en mi fantasía, que, perdido ya el hilo, me entrego a creerlo y a dudarlo todo,
y no diera un real de a ocho por la certeza de aquello mismo que estoy viendo»
(Fígaro, «El fin de la fiesta»).
No es difícil encontrar muestras de los conocimientos de medicina que Larra
tenía en algunas de sus páginas, caso de «El ministerial», donde valora positiva-
mente al médico austríaco Franz Joseph Gall (1758-1828), quien localizaba las
facultades del alma en zonas del cerebro que llamaba órganos: «Soy de los que
opinan en los ratos que estoy de opinar algo sobre algo, con muchos fisiólogos
y con Gall, sobre todo que el alma se adapta a la forma del cuerpo, y que la ma-
teria en forma de hombre da ideas y pasiones, así como da naranjas en forma de
naranjo» (Larra, «El ministerial»). Hoy los críticos nos sitúan a este galeno en
su contexto: «Sus ideas chocaban con la ortodoxia médica y religiosa, y en 1801
se le prohibió seguir difundiéndolas en Viena. Gall acabó trasladándose a París,
donde publicó sus obras principales. Sus ideas tuvieron enorme influencia en toda
Europa y América, no sólo en la medicina, sino también en la literatura y otros
campos» (Pérez Vidal, Larra 242).
Fígaro no sólo está al día y conoce la profesión de su padre; sino que, como
su admirado Quevedo, no duda en denunciar, en prosa y en verso, el pragma-
tismo de médicos y boticarios: «Por acá no se encuentra un procurador, ni un
cajista de imprenta, ni un médico, ni un limón, ni una sanguijuela por un ojo de
la cara» (Fígaro, «Carta de Fígaro»); «Y el médico aquí viva, que se entiende / con
algún boticario, y nos receta / drogas que a medias con aquel nos vende» (Pérez
de Munguía, «Sátira contra los vicios»); así como el abuso de su título de «doctor»
en un Epigrama antiguo contra el doctor don Juan Pérez de Montalván, que reza así:
«El doctor tú te lo pones, / el Montalván no le tienes, / con que quitándote el don
/ vienes a quedar Juan Pérez» (Pérez de Munguía, «Quien es el público»).
Si bien los expertos han señalado las influencias literarias en nuestro pe-
riodista (el estilo de Quevedo; la sátira de Jouy; el cientifismo, talante liberal,
dandismo, anticlericalismo, cierto satanismo y la actitud literaria ante la vida, de
Voltaire…); nos parece pertinente destacar la admiración que Larra sintió por
Diego de Torres Villarroel. Este médico y escritor había utilizado la literatura para
analizarse, buscando «la autoafirmación y la autoburla», consciente de las propias
contradicciones en escritos con los que «inaugura en España la autobiografía mo-
derna» (Pérez López 28). Tras sus huellas, Larra logra una fórmula triunfadora
en sus artículos al fundir el estilo mordaz quevedesco, con el deseo ilustrado de
Voltaire y el modelo de Torres Villarroel, para hablar por primera vez de sí mismo,
de forma continua y con descaro, en la brevedad de un artículo para la prensa:
«…la aproximación de Fígaro es dieciochesca y escéptico-irónica, más próxima
al corrosivo racionalista de Voltaire que al cientifismo espiritualista de su citado,
56 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

aunque no sé si leído, Feijoo. […] Larra hereda todos los principios, tópicos de
su tiempo, del progresismo racionalista. Pero sus dudas revelan el envejecimiento
inevitable de la utopía; estas afectan a la razón misma, al destino de las artes y aún
a las metas de la libertad» (Varela, Larra y España 215, 212-233). 8
Como Torres Villarroel, un ingrediente fundamental que Fígaro maneja es el
humor, en sintonía con la ironía cientifista del momento, por lo que el público de
su tiempo le consideró un periodista que buscaba ante todo divertir y distraer, sin
darse cuenta que sus chanzas ocultaban un llanto interno. Si el humor va muchas
veces unido a la crítica, en el caso de Larra constituye parte de su identidad más
que un rasgo de su estilo: él es humor y lo usa para evidenciar la ridiculez de lo
que observa (Muñiz 102). Así, la risa que provoca nace tanto de su talante, su tono
satírico como de la España descrita, pues «para Fígaro la realidad inmediata era una
portentosa fábrica de ridículo» (Romero Tobar 49).
En consecuencia, al presentar El pobrecito hablador, Larra anuncia en el pró-
logo: «Consideramos la sátira de los vicios, de las ridiculeces y de las cosas, útil,
necesaria y sobre todo muy divertida» y asegura que el objetivo del periódico es
«divertir al público» por lo que, «no siendo nuestra intención sino divertirle, no
seremos escrupulosos en la elección de los medios». En suma, para nuestro perso-
naje, el humor fue un mecanismo, un recurso en sus escritos para influir y refor-
mar la sociedad española, por entender que los autores satíricos tienen una clara
misión social; de ahí su pretensión de «reírnos de las ridiculeces, ésta es nuestra
divisa; ser leídos, éste es nuestro objeto; decir la verdad, éste es nuestro medio»
(Pérez de Munguía, «Dos palabras»).
Con los años, sin embargo, Larra sufre un desengaño semejante al de Que-
vedo, tras sumar al mal de la patria el mal del siglo y su malestar personal. Eu-
ropeísta y con buena formación, nuestro hombre se dio cuenta que España no
estaba preparada para un régimen constitucional a la europea. De hecho, Fígaro
se hizo famoso por los artículos políticos en los que hablaba como testigo del paso
del Régimen tradicional español al moderno constitucionalismo. Con talante de
dandi solitario e incomprendido en el cambio de dos épocas, el escritor advirtió
de antemano el fracaso al constatar que la revolución no podía triunfar en su
país, no tanto por sus políticos; sino por la nula aptitud y predisposición de los
españoles para el cambio.
Larra se empeñó en mostrar la idiosincrasia nacional y nadie lo advirtió; sino
que fue celebrado por razones secundarias (agudeza, chispa, dicción), no por su
acertado análisis de la psicología española al atacar nuestro atraso («Las batue-
cas»), el absolutismo y el carlismo («Nadie pase sin hablar al portero»), el libera-
lismo moderado («Dios nos asista», «Los tres no son más que dos») y la censura

8
Véanse los trabajos de Varela (1960) y Ruiz Otín (1983).
Montserrat Escartín Gual 57

que impedía la libre circulación de ideas («Lo que no se puede decir no se debe
decir»). Por dicha censura, Fígaro se verá obligado a usar distintas estrategias para
expresar sus ideas: escribir aparentes artículos de costumbres, fantasías literarias,
ficciones epistolares, aparentes alabanzas al gobierno que acaban en crítica y, so-
bre todo, parodias de tratados científicos.
Más allá de estas caricaturas, el humor fue con frecuencia un modo de oculta-
ción de la intimidad del hombre sufriente que, fingiendo insensibilidad, enmascara-
ba su dolor tras las chanzas y la ironía aunque, en alguna ocasión, se sinceraba: «una
sonrisa de indignación y de desprecio quiso desplegar mis labios, pero sentí opri-
mirse mi corazón, y una lágrima se asomó a mis ojos. [...] Entonces el escritor de
costumbres no observaba: el hombre era sólo el que sentía» (Fígaro, «Impresiones»).
Según Larra, Molière fue el hombre más triste de su siglo, a la vez que reconocía que
también él sólo era capaz de divertir a los demás en momentos de tristeza (Fígaro,
«De la sátira»). De ahí que Cotarelo señalase que, pese a las muchas biografías del
periodista, «nos queda por conocer el Larra íntimo, la biografía de su corazón y de
su espíritu» (Cotarelo xx). Así, entre la alegría y el dolor, nuestro periodista gustó de
usar determinados símbolos, como la máscara, el carnaval y el disfraz, indicativos de
la doblez y ocultamiento de quien escribía (Pérez de Munguía, El Mundo): «[Larra]
ha vivido rodeado de caretas, falsos rostros y falsas palabras, y él mismo, al escribir
sus artículos de oculta intención, o cuando exaltaba sus amores en el drama Macías,
quería cubrir toda su vida con una máscara mentirosa y así ha ido madurando en
años y trabajos, ocultando su auténtico ser» (Zúñiga 19-20).
Sin duda, el humor de Fígaro fue una defensa —como su dandismo— a
diferencia de los artículos, pura arma arrojadiza (Sanz Agüero 149), de ahí que en
sus últimos meses de vida el periodista reconociera el daño causado con sus sátiras
incisivas, por ensañarse con aquellos que pretendía corregir, y que le condenaron
a su aislamiento final (Espejo Saavedra 44). Así, tras la sonrisa del autor hubo
ironía romántica y distanciamiento ante el absurdo de la vida colectiva; también,
desengaño, ridiculización propia y una desolación que nos llevan a considerarle
un enfermo: «aunque los demás crean vérmela, intentaré no llevarla. Mi careta
será mi risa. Pero no ocultará nada al que sepa leer» (Buero Vallejo 89).

4. Un enfermo del Mal du siècle

Parece que Larra gozó de salud y no tuvo enfermedades físicas salvo una que
simuló, estando en Francia, para atrasar unos pagos a su padre:

fingió de manera bastante dramática una misteriosa enfermedad con varias re-
caídas que atrasó su vuelta a Madrid y la entrega consiguiente de los fondos.
Mientras tanto, Larra parece haber invertido estos fondos, junto con dineros
58 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

malversados de procedencia estatal, obtenidos por el Duque de Frías, amigo de


Larra y embajador español en París, en un proyecto de periódico que fracasó.
Así fingió la enfermedad y una recuperación incluso con sanguijuelas, la cual
resultó tan costosa que milagrosamente no sobraba nada del dinero paterno.
(Ohlmann 111-112)

Así se justificaba el protagonista:

Sin mi enfermedad hubiera enviado a ustedes siquiera 1000 francos; pero


me ha sido imposible […] Convaleciente ya, espero el momento en que el
médico me dé licencia para echar a correr a España por mil y una razones […]
Sólo tengo confianza en usted en punto a medicina y estoy seguro de que a
poco tiempo de estar a su lado estaré como nuevo. Mi enfermedad ha sido una
irritación violenta: me hallaba en el mismo estado que el año pasado cuando
se me hizo sangrar; no me sangré, me descuidé, y las circunstancias, que me
han hecho hacer disparate sobre disparate, han convertido en cosa seria lo que,
atajado, no hubiera sido nada. (Larra, cit. en Marín de Burgos 120-121)

Lo que sí padeció este escritor fueron ciertas alteraciones del ánimo (triste-
za, melancolía), denominadas murrias en el xix: «A pesar de su crítica y festiva
pluma, dicen que padecía fuertes murrias» (cit. en Marín de Burgos 295), que él
mismo reconoce: «Háse apoderado hoy la murria de nosotros; no espere, pues,
el lector donaires ni chanzonetas; nos hallamos en uno de aquellos momentos de
total indolencia y de qué se me da a mí, a que está por desgracia demasiado sujeta
a esta miserable humanidad» (Larra, Obras 48). En el siglo xx esta alteración del
ánimo se ha calificado como depresión: «Creemos que Larra a lo largo de su corta
vida pasó varias fases depresivas de duración variable» (Marín de Burgos 430),
cuyos síntomas aparecen repetidamente en sus escritos: «…en estos días en que el
fastidio se apodera de mi alma, y en que no hay cosa que tenga a mis ojos calor,
y menos color agradable. En estos días llevo cara de filósofo, es decir, de mal hu-
mor; una sonrisa amarga de indiferencia y despego a cuanto veo se dibuja en mis
labios» (Fígaro, «Varios caracteres»).
Progresivamente, la melancolía, tedio y soledad de Larra fueron confor-
mando su carácter introvertido, dado a la reflexión e inseguro pues, a medida
que fue aumentando su escepticismo y misantropía, se agudizó su desilusión
hasta desembocar en desesperanza, ambas muy propias de la época (Piñeyro
25-27). De hecho, será Chateaubriand en el Romanticismo quien acuñe la ex-
presión: el Mal de mense o Mal du siècle, que hará fortuna hasta convertirse en
tópico literario y que se refiere a la crisis de creencias y valores que inunda la
Europa del siglo xix. Este sentimiento de hastío y decadencia ante el sinsenti-
do de la vida, que protagoniza la literatura del momento, afectará mucho a la
juventud. La causa es el vacío existencial dejado por el Racionalismo ilustrado
Montserrat Escartín Gual 59

que, al destruir las bases metafísicas y religiosas de la sociedad tradicional, deja


sin respuesta las grandes preguntas.
«Larra es romántico entero, consciente del mal del siglo que es su enfermedad,
pero también su salud», pues «sólo se vive de lo que se muere» (Marín de Burgos
90). Como su personaje Macías —aunando sentimientos pasionales y muerte por
suicidio—, la biografía de Larra le convierte en arquetipo de la existencia román-
tica, más que por su desgraciado matrimonio y adulterio, por su ansia de libertad,
su pesimismo desesperado, y su desengaño final. Si de joven, el periodista se había
batido por una mujer, mucho después del suceso, escribirá «El duelo», para de-
nunciar la inutilidad de aprobar leyes que prohíban este exceso en España si antes
no se erradica el sentimiento del honor calderoniano que lo provoca.
En consecuencia, el autor «habla de sí mismo cuando está hablando de los
otros» o se proyecta en sus criaturas, sea Macías o El Doncel de don Enrique el
Doliente, ambas «obras autobiográficas» (Umbral 36). Ya Azorín se interesó por
«la identificación del héroe Macías con Larra, personaje de ficción convertido en
el alter ego de Larra» y, al referirse al perfil del protagonista, lo califica de orgulloso
y de impetuoso carácter, como el temperamento del escritor (Rubio Cremades,
«Anotaciones» 81): «[Macías] era el mismo Larra que con una obra teatral justifi-
caba sus amores con la joven esposa del hijo del notario Cambronero, una aventu-
ra que en todos los círculos de Madrid se comentaba» (Zúñiga 55). Recordemos
que, cuando en abril de 1935 Dolores Armijo le rechaza, nuestro autor la sigue
arrebatadamente hasta Extremadura.
Figuras como el Werther de Goethe son representativas de este sentir que lle-
vó a muchos personajes al suicidio. La novela encarnó tanto el llamado mal del
siglo que dicha afección también se denominó el Mal de Werther (Werther-Fieber
o Fiebre de Werther). Lo cierto es que el impacto de su lectura produjo una reac-
ción de suicidios «literarios» tras las huellas del joven protagonista enamorado de
una mujer casada, cuyo amor era imposible. Como él, la literatura romántica gustó
de presentar personalidades enfermizas y autodestructivas, precursoras de los anti-
héroes novelescos del siglo xx. Fuera emulando a figuras reales con biografías no-
velescas (Byron, Poe, Larra…) o adelantándose a la estética decadente de finales del
xix —que cantaría la abulia finisecular, spleen, ennui o angustia, en versos de poetas
malditos como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud o el marqués de Sade—, la literatura
romántica se llenó de hipocondríacos apáticos: «La simbiosis melancolía-creati-
vidad se justifica porque dicho estado de tristeza revela una mayor sensibilidad,
imprescindible para crear. Ya Aristóteles se preguntaba por qué todos los hombres
que destacaban en la filosofía, en la poesía y en las artes eran melancólicos. La
respuesta podría ser que los afectados por este temperamento tienen percepciones
que les permiten plasmar de manera diferente sus sentimientos, o personalidades
complejas, por lo que piden crear nuevos lenguajes u obras» (Escartín 6).
60 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

Estos melancólicos, acuciados por humores sombríos y presagios funestos


vivían entre dudas interrogándose sobre la vida y su sentido; preguntas que Larra
también se formuló, prefigurando al enfermo de spleen finisecular: «Hice perio-
dismo, teatro y política, pero ¡que si quieres! El tedio me seguía como un perro
que rezonga sombrío» (cit. en Nieva 73). Aunque nuestro autor era hijo de su
tiempo, también fue un empedernido paseante, que se anticipó al flânneur de
Baudelaire, perdiéndose entre la multitud de la metrópoli; con la diferencia que el
inventor de la Modernidad no era alguien tan famoso como el periodista español:
«[a Fígaro] Le han cansado sus pseudónimos, le ha cansado su mujer, sus amigos.
Es el tedio, que está de moda en la época. El spleen —dice López Ibor— «No era
sino una actitud sentimental, que consistía en que todas las cosas que ocurrían
alrededor del sujeto víctima del spleen dejaba de interesarle y él se consumía en el
tedio» (Marín de Burgos 130).
Curiosamente el Larra que critica en sus artículos de juventud a estos dolien-
tes afectados del mal del siglo acabará siendo víctima de dicho desarreglo al rendir
culto a la pasión, al pesimismo, a la angustia existencial y al suicidio, resultando
«una contradicción que él se meta a escarnecer a los elegantes que van a la moda
de París, al tiempo que los imita» (Nieva 90). En «El casarse pronto y mal», el
periodista ridiculiza con sarcasmo esta enfermedad literaria que arrastraba a los
jóvenes a la tristeza absoluta, la desesperación y la muerte, parodiando el nuevo
sentir que alimentaba la literatura en boga. Aunque en el artículo se describe el
caso de un sobrino del escritor, entre líneas se adivina la experiencia del propio
Fígaro quien, como el protagonista, decide casarse muy pronto con una joven que
«no sabía gobernar una casa». Tras tener tres hijos y fracasar el matrimonio con un
adulterio descubierto, el sobrino venga su deshonor de forma libresca: disparando
al traidor, provocando la muerte de la esposa y suicidándose. La única variación
del artículo con la realidad del autor es que este no disparó más que a su persona.
El resto, es similar (casarse a los 20 años con Pepita Wetoret, de 17, tener con ella
tres hijos y separarse por el escándalo de su adulterio tres años antes de suicidarse).
En el siglo xix, Cesare Lombroso señalaba el don artístico como una forma de
desequilibrio mental, vinculando la creatividad con la esquizofrenia, por el alto ín-
dice de pacientes que plasmaron su tormentosa existencia en las artes, concluyendo:
«Los gigantes del genio pagan por su potencial intelectual con la degeneración y la
locura» (Lombroso 2009). En su libro Genio e follia (1872), Lombroso enumera los
rasgos físicos que comparten el genio y el loco: como pequeñez del cuerpo, frente
alta, nariz o cabeza notables y gran vivacidad de la mirada; caso de Alejandro Mag-
no, Spinoza, Montaigne o Larra, quien se reconoce pequeño: «nadie podría echar
de ver mi figura, que por fortuna no es de las más abultadas,»; «míreme de alto
abajo, sorteando un espejo que a la sazón tenía, no tan grande como mi persona,
que es hacer el elogio de su pequeñez» (Larra, «El café»; Fígaro «Ya soy redactor»).
Montserrat Escartín Gual 61

El primer biógrafo del periodista, Manuel de Chaves, lo describe así: «Era La-
rra de pequeña estatura», destacando su mal aspecto: «Su color moreno tirando a
verdoso»; igual que Galdós: «Era pequeño de cuerpo […] su color era malo, bilioso,
y sus ojos grandes y tristes […] fumaba sin descanso, como si padeciera una sed de
humo, y jamás podía aplacarse, y era en su vestir pulcro, elegante y casi lechugui-
no», víctima de un «humor hipocondríaco» y «bruscas oscilaciones de un ánimo
arrebatado» (Galdós, «Los apostólicos»; Varela, Larra y España 24, 26). Este retrato
recuerda el que después le haría el psiquiatra Marín de Burgos; «Larra era menudo,
caviloso, ingenioso» (Martín de Burgos 113) o, más recientemente, Juan E. Zúñiga:
«su pelo negro un poco levantado sobre la frente, la pequeña perilla, sus ojos gran-
des y oscuros que parecen tener sueño, las manos blancas y finas del que nunca las
ha hecho trabajar; estará en su despacho, así, pequeño de estatura, con larga levita
[…] este periodista gustaba mucho a las mujeres, podía atraer a cualquiera sólo por
el prestigio que tenía, era educado e iba bien vestido y no fue un tipo abyecto de
los que andaban vagando por las redacciones de los periódicos» (Zúñiga 26 y 55).
Lo cierto es que Larra medía 1,61 de estatura, que intentaba aumentar con
el peinado elevando su tupé, medidas que «frisan la anormalidad», al decir de
José Luis Varela, cuando formula su valoración: «[Larra era] menudo, mordaz,
indiscreto, iracundo, cavilosos, ingenioso» (Varela, Larra y España 26 y 300). El
heredero del escritor, Jesús Miranda de Larra, cedió un retrato suyo al Museo Ro-
mántico en 2015, del que explicaba: «Existe en nuestro poder el único retrato al
óleo que merced a las reiteradas súplicas del notable autor dramático D. Ventura
de la Vega consiguió en dejarse hacer, Fígaro, obra maravillosa del pintor Gutié-
rrez de la Vega y de parecido exacto al original, sin la cual no conoceríamos hoy la
fisonomía del notable satírico» (Luis de Larra, El Heraldo de Madrid, 24.3.1909).

Larra pintado por José Gutiérrez


62 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

Otros rasgos que relacionan la genialidad y la locura, según Lombroso, son


la precocidad —Larra lo fue en su condición de niño aplicado en la escuela, capaz
de leer con sólo tres años, y de escribir «una gramática de la lengua española y
un cuadro sinóptico de ella»— o traducir del francés La Ilíada una década des-
pués: «Tenía sólo trece años de edad cuando compuso estos primeros trabajos»
(Muñiz 42). Más factores compartidos serían cierta psicosis en los genios menos
peligrosos como el orgullo, los excesos sexuales, la tendencia al vagabundeo, actos
surgidos de un impulso o violentos y arrebatos convulsivos; perfil en muchos
casos cercano al de nuestro periodista, pues había en él «una líbido en perpetua
insatisfacción, que puede ser motivo del nerviosismo temperamental del escritor»
(Umbral 148).
Lo cierto es que Larra tuvo «unas aptitudes, una cierta predisposición para
el suicidio», causa de «una difícil y equilibrada o desequilibrada mezcla de lucidez
y pasión» que no siempre dominó (Umbral 132). De hecho, son bien conocidos
sus repetidos lances amorosos, de los que Larra fanfarronea y de los que se hablaba
mucho en Madrid, como sus amores con una actriz llamada Grisi o su decisión de
batirse en duelo por una mujer; su impulsiva boda, frente a la oposición de sus pa-
dres; la persecución de su esposa, ya roto el matrimonio, arrastrado por los celos...
No en vano y tras separarse de su cónyuge, el escritor reconoce que ella fue «víctima
de su crueldad» (cit. en Varela, Larra y España 36) y, consciente de sus golpes de ira,
la llamará «esa infeliz» o «mi difunta».
En las obras del periodista son abundantes las referencias al temperamento
de quien las escribe —como «cierta inconstancia y versatilidad, bases de mi ca-
rácter» (Fígaro, «Las antigüedades»)—, que le empujan a presentar la verdad sin
tabúes, apasionarse o ser un tanto misántropo. El mismo Larra admite sus «senti-
mientos de misantropía», llegando a negar la existencia de la amistad que, según
él, no existe porque los hombres «se empeñan en exigir de la flaca humanidad más
de lo que puede dar de sí» (Larra, «Los amigos»). De todos los rasgos que definen
el perfil de Fígaro, la inseguridad vital será uno de los más decisivos, como reco-
noce en carta a su padre: «y como estoy viviendo de milagro desde el año 26, me
he acostumbrado a mirar el día de hoy como el último» (Larra, «Los amigos»).
En suma, hablamos de un hombre desarraigado, con una idea pesimista del
mundo, que fracasará en su intento de cambiar España, pudiendo sólo castigar
a su entorno con la indiferencia del dandi: «Larra se descubre diferente y da lec-
ciones silenciosas con su elegancia», pues a través de su creciente exquisitez «está
realizando en sí mismo el orden estético que deseaba para el país» (Umbral 83,
85). Su final heterodoxo y volteriano provocó que la Iglesia debatiera si debía ser
enterrado o no en sagrado, hecho que tal vez Fígaro habría cuestionado: «porque
soy de mío tan indómito e independiente, que me asustaría la idea de proponer
yo y de que dispusiesen de mis propósitos millares de dioses» (Fígaro, «El perio-
Montserrat Escartín Gual 63

dista»). Así, cuando su cadáver fue depositado en la iglesia, «el cura párroco de
Santiago dudó de si debía enterrarse en sagrado o no. Fue a consultar al Vicario
General, quien le dijo: ‘¿Los locos se entierran en sagrado? ¿Sí? Pues los que se
suicidan están locos, y debe éste también ser enterrado en sagrado» (cit. en Rubio
22). ¿Era Larra un loco? Si no lo fue, sí quiso discernir qué era la locura frente a
la demencia y la manía:

Locura es el desarreglo del cerebro, a veces parcial; la ausencia de juicio;


pero puede entenderse a una sola manía, con respecto a la cual tiene las ideas
trabucadas; en lo que se distingue del maniático: de suerte que el loco suele
hablar muy racionalmente, no tocándole al objeto de su manía: así era loco
D. Quijote […] La demencia es el desarreglo completo del cerebro, que queda
inepto para todo. Por esto nunca Cervantes llamó a D. Quijote demente, ni
demencia la suya, sino locura. [...] la locura tiene lúcidos intervalos; la demen-
cia, no. La manía es el acto de fijar la imaginación en un solo objeto; pero el
maniático puede ver claramente aquel objeto: toda su enfermedad está reduci-
da a circunscribirse a él: el loco tiene manía o manías, pero no ve claro el objeto
de su manía, aunque vea claro en todo lo demás que no tiene con él relación.
(Larra, Tratado de sinónimos de la lengua castellana)

5. La lucha del escritor: entre Larra y Fígaro

Del talante romántico de Larra, el aspecto que más nos interesa es la frag-
mentación de su personalidad, visible en sus artículos donde disecciona su yo ín-
timo o se desdobla para mostrar al otro: «Yo soy Fígaro; todo el mundo sabe quién
es Fígaro, y por si acaso alguien lo ignora, añadiré que Fígaro y Mariano José de
Larra son uña y carne, como el diputado Argüelles y la Constitución del año
1812, y que no se puede herir al uno sin lastimar al otro. Juntos vivimos, juntos
escribimos y juntos nos reímos de ustedes, de los demás y de nosotros mismos»
(Fígaro, «Fígaro a los redactores de El Mundo»).
La dualidad del personaje ya se intuye en algunos epígrafes: «Yo y Chateau-
briand», «Yo y mi criado» (Romero Tobar 23); en varios heterónimos que llevan
a nuestro autor a firmar como Mariano José de Larra, con sus iniciales (MJL),
enmascarado bajo pseudónimos: «cien veces dejé aquel [nombre] con que vine
al mundo, y ora fui el Duende satírico, ora el Pobrecito hablador, ora el Bachiller
Munguía, ora  Andrés Niporesas, ora  Fígaro, ora…» (Larra, «Las casas nuevas»),
oculto tras iniciales para no ser reconocido (H.W.); bajo anagramas (Ramón
Arriala), nombres simbólicos (Mateo Pierdes, Frasco Botiller, Simón Sinsitio) o el
anonimato. Las variaciones en la firma del autor revelan su inseguridad:9

9
Para un estudio grafológico de las firmas de Larra, véase el ensayo de Ermita Penas Varela,
1980.
64 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

Diversas firmas del autor

Los pseudónimos manifiestan la complejidad del periodista al revelar aspectos


de su perfil a través de figuras literarias desdobladas de su creador, con distinta voz y
función e, incluso, enfrentándolas, cual «heterónimos avant la lettre». Así, en 1832,
Larra dará a la estampa cinco cuadernos bajo el apartado Duende satírico del día, en
cuya portada se lee: «lo publica de su parte Mariano José de Larra» (Romero Tobar
25). De todos los alter ego inventados, Fígaro se impondrá al escritor desde que em-
pieza a usarlo en enero de 1833, elección que justifica en un artículo:

quedábame aún que elegir un nombre muy desconocido que no fuese el mío,
por el cual supiese todo el mundo que era yo el que estos artículos escribía;
porque esto de decir «yo soy fulano», tiene el inconveniente de ser claro, enten-
derlo todo el mundo y tener visos de pedante; y aunque uno lo sea, bueno es,
y muy bueno, no parecerlo. Díjome el amigo que debía de llamarme «Fígaro»,
nombre a la par sonoro y significativo de mis mañas, porque aunque ni soy
barbero, ni de Sevilla, soy, como si lo fuera, charlatán, enredador y curioso,
además, si los hay: sea esto dicho con permiso y sin perjuicio de la curiosidad
del señor Parlante, que es otra curiosidad. Me llamo, pues, Fígaro. (Larra, «Mi
nombre y mis propósitos»)

El personaje gana tanto reconocimiento que acabará por usurpar la identidad


de su creador, siendo Mariano José quien se equivoca o fracasa y Fígaro quien le
supera y trasciende: «Larra logró ser popular con sus artículos, había publicado un
periódico, se inventó un seudónimo por el que fue famoso, tenía de amante una
mujer casada, bella codiciada por todos, le pagaban en los periódicos lo que nun-
Montserrat Escartín Gual 65

ca se había pagado…» (Zúñiga 72). Prueba de esta popularidad es el contrato de


su periódico exigiéndole que firme los artículos no bajo el nombre de Larra sino
de su ente de ficción, cuya fama le procurará grandes beneficios y le convertirá en
uno de los escritores españoles mejor pagados del momento:

Ya para la época en que Larra adoptó el seudónimo de «Fígaro» su voz na-


rrativa había cobrado una identidad lo suficientemente definida como para que
se identificara con la figura profesional de su autor, una estrategia literaria pero
también comercial que iba a rendir beneficios muy concretos. Buen ejemplo de
la importancia económica que llegó a tener el personaje de Fígaro es el contrato
que firmó Larra en 1836 por un sueldo de 40.000 reales anuales: «Don M. J.
de Larra procurará al periódico titulado El Redactor General seis artículos al mes
firmados Fígaro, no pudiendo usar esta firma en ningún otro periódico, sino en
El Mundo». (Espejo-Saavedra 42)

La razón del éxito fue haber sabido crear una fórmula original que sumaba
rasgos de su carácter a la voz narradora propia del género satírico. El resultado
fue un personaje que despertó el interés del público, ávido por saber qué opinaba
su autor de la sociedad que enjuiciaba, pues: «los pocos detalles físicos que apa-
recen desperdigados a lo largo de su obra son una referencia clara (y fácilmente
reconocible en el reducido mundo literario de Madrid) al aspecto real de Larra, lo
cual sólo sirve para reforzar la identificación entre autor y narrador en su público»
(Espejo-Saavedra 34).
Es en «Nochebuena de 1836» donde el periodista muestra con nitidez el des-
doblamiento claro de su yo en otro, cuando Fígaro habla a través de la figura de su
criado y convierte el diálogo en una larga confesión de los propios pecados (Espe-
jo-Saavedra 43). En este sentido, tanto Romero Tobar, como Pérez Vidal, Gullón
o Kirkpatrick consideran que el artículo revela la bifurcación de personalidad en
Larra (Romero Tobar 27), quien usó la sátira, el tono mordaz, el escepticismo y
la agresividad como máscaras literarias; aunque para el público ese fuera su verda-
dero modo de ser. Varios meses antes de morir, y pese a la fama y reconocimiento
obtenido, el escritor parece querer alejarse de Fígaro, dado que el personaje no le
permite comunicar su malestar del momento tras su rápida evolución vital. Así,
en «De la sátira y de los satíricos,» vemos llegar a su fin la división entre el autor
y el narrador inventado por Larra, quien pide la compasión de sus lectores por el
sufrimiento que se esconde tras la máscara sarcástica de Fígaro, arrancándose el
antifaz y mostrándose como víctima de la sociedad que ha celebrado sus ataques
(Espejo-Saavedra 42-43):

nuestros lectores perdonarán fácilmente este atrevimiento, si antes de concluir


este artículo les confesamos que sólo ha podido dar lugar a él una inculpación
que nos ha sido hecha recientemente: hay quien supone que sólo una «pasión
dominante» de criticar guía nuestra pluma. [...] hemos tratado de salir a la
66 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

defensa de su supuesta maligna condición. Ignoramos si lo habremos logrado,


pero nunca creeremos inútil hacer nuevas profesiones de fe, por más que las
hayamos repetido, en punto tan importante». (Fígaro, «De la sátira y de los
satíricos»)

Este personaje bifronte buscó equilibrar su fondo íntimo, cariñoso y sen-


sato —visible en las cartas a su familia— con el hombre que se interesaba por
el mal, representando la farsa del bien con una aparente vida de burgués. En su
mundo interno, sin embargo, el escritor se debatía con sus demonios y se culpa-
ba por su división e impostura; no en vano «Las cartas del buen hijo, del buen
padre, y del que, a pesar de todo, hubiera querido ser buen esposo», encubren
«las otras cartas a Dolores Armijo, el trasfondo nihilista de sus artículos, los
apuntes secretos y solitarios, de quien redactaba un tratado de demoniología…»
(Umbral 72). Aunque el periodista tuvo una vida breve, intensa y pasional,
también poseyó una inteligencia extraordinaria y un discurso racional y crítico
que le condenaron a una continuada dualidad en conflicto y «el propio Larra
reflejaba en su vida y escritura esta dualidad. En sus pasiones y suicidio se mos-
tró romántico, mientras que en su racionalismo y en la forma de sus obras se
mostró neoclásico, afrancesado, según sus críticos» (Nieva 28).10
Lo cierto es que nuestro autor inventó el periodismo del yo, y las desdichas
y veleidades de la subjetividad aparecen en todos sus escritos (Molina Foix). De
hecho, el eje de la obra del escritor es un proceso autocrítico que se va haciendo
creciente con los años y los artículos. Primero, Larra habla de sobrinos y amigos
inventados (alter egos), hasta mostrar su desdoblamiento en el criado de «Noche-
buena de 1836», que encarna un yo más íntimo y al mismo tiempo un yo antípoda
en el que hace el repudio y la anatomía de ciertos defectos propios. De este modo,
el escritor no trata sólo de censurar las costumbres de los españoles, sino las suyas.
Dado el desdoblamiento interior que sufrió el periodista, obligándole a llevar una
doble vida que no pudo resolver, se entiende su decisión de suicidarse. Tras su gesto,
podemos decir: «¡Muerto Larra, viva Fígaro!» (Nieva 133).
En consecuencia, es fácil ver la evolución del periodista desde los artículos
de juventud hasta los anteriores a su muerte. Así, nuestro hombre se describe
como alguien curioso en 1828: «No sé en qué consiste que soy naturalmente
curioso; es un deseo de saberlo todo que nació conmigo, que siento bullir en to-
das mis venas, y que me obliga más de cuatro veces al día a meterme en rincones
excusados por escuchar caprichos ajenos, que luego me proporcionan materia
de diversión para aquellos ratos que paso en mi cuarto y a veces en mi cama sin
dormir; en ellos recapacito lo que he oído, y río como un loco de los locos que
he escuchado» (Larra, «El café»).

10
Para un estudio más amplio de esta dicotomía, véase Ortiz Sánchez, 1967.
Montserrat Escartín Gual 67

En 1832, Larra se confiesa un ser ingenuo: «Yo vengo a ser lo que se llama en
el mundo un buen hombre, un infeliz, un pobrecillo, como ya se echará de ver en
mis escritos» (Pérez de Munguía, «Quien es el público») y, a principios de 1833, se
muestra como persona de firmes convicciones: «Ya en mi edad pocas veces gusto de
alterar el orden que en mi manera de vivir tengo hace tiempo establecido» (Pérez
de Munguía, «El castellano viejo»), satírico mordaz según el público: «No fuera yo
Fígaro, ni tuviera esa travesura y maliciosa índole que las malas lenguas me atribu-
yen» (Fígaro, «Yo quiero ser»), a la vez que se reconoce demasiado sincero: «... suelo
hallarme en todas partes, tirando siempre de la manta y sacando a la luz del día
defectillos leves de ignorantes y maliciosos; y por haber dado en la gracia de ser in-
genuo y decir a todo trance mi sentir, me llaman por todas partes mordaz y satírico;
todo porque no quiero imitar al vulgo de las gentes, que, o no dicen lo que piensan,
o piensan demasiado lo que dicen (Larra, «Mi nombre y mis propósitos»). No fuera
yo Fígaro, ni tuviera esa travesura y maliciosa índole que las malas lenguas me atri-
buyen, si no sacara a la luz pública cierta visita…» (Fígaro, «Yo quiero ser cómico»).
Ya en 1834, el autor se confiesa dividido: «soy periodista, paso la mayor
parte del tiempo, como todo escritor público, en escribir lo que no pienso y en
hacer creer a los demás lo que no creo» (Fígaro, «La vida»). Si, en sus primeros
artículos, Larra defendía las ideas de la Ilustración (convencido que la literatura
era un medio para educar y reformar la sociedad difundiendo conocimientos, con
fe en la razón y en el positivismo), desde 1835 su actitud será más romántica, tras
perder la confianza en sus ideales y no ver ya en la literatura una plataforma donde
reivindicar la verdad; sino un cuadro donde se refleje la sociedad del momento
para crear conciencia social. En suma, el escritor dejará de defender el ideal del
justo medio y hablará con ironía, mostrándose más radical, pesimista, exigente
y desilusionado ante la moderación. Convencido de que es preciso mostrar el
mundo tal como es para poder cambiarlo, Fígaro pretende no tanto solucionar
los problemas como plantearlos. En 1836, sin embargo, se reconoce ya un hom-
bre sin esperanza: «dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro?
Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. […] Quise salir
violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón,
lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro
cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién
ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!» ¡Silencio, silencio!
(«Día de difuntos»).
Es significativo que, durante ese año, la producción del periodista no sea
satírica, aunque siga firmando como Fígaro, y que se proponga utilizar su pro-
pio nombre para El Español, en vez del pseudónimo que presuponía una voz
satírica y artículos jocosos que —confiesa— «en el día no puedo escribir» (Kirk-
patrick 275); y más, después de reconocer el daño causado por la mordacidad
68 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

de sus publicaciones (Fígaro, «De la sátira»). El año 1836 es intenso para el


autor en lo político y personal: logra ser diputado, cambia su domicilio, se reen-
cuentra con Dolores…, por lo que su misantropía y depresión aumentan, como
atestiguan sus artículos. Será en diciembre cuando el escritor se presente como
un ser acabado. En su lucha entre autor y personaje, el satírico señala una de las
paradojas de sus escritos «herir a los que pretendía corregir», cuya consecuencia
fue «el aislamiento profundo que Larra sintió en los últimos meses de su vida»
(Espejo-Saavedra 44), pues le afectaba la opinión del lector: «Somos satíricos
porque queremos criticar abusos, porque quisiéramos contribuir con nuestras
débiles fuerzas a la perfección posible de la sociedad a la que tenemos la honra
de pertenecer. Pero [...] somos sumamente celosos de la opinión buena o mala
que puedan formar nuestros conciudadanos de nuestro carácter (Fígaro, «De la
sátira y de los satíricos»).
Así, «Nochebuena de 1836» es el desesperado reconocimiento de un hombre
que no ha hallado en la vida nada de lo que ha buscado (felicidad, justicia, verdad...)
y para quien no existe un mañana.11 Aunque Larra fingía referir casos de su entorno
para hablar de sí, en este artículo, se muestra al descubierto y hace confesión gene-
ral. Los reproches que por boca del criado se dirige son los típicos de la depresión y
de un hondo sentimiento de culpa. Más que un artículo de prensa, su escrito parece
la página de un diario íntimo en el que el diarista no sólo siente que ha hecho daño
a otros (a su esposa, a su amante), sino que reconoce en sí un malestar metafísico
generado por una parte sombría. Convencido que su enemigo ha sido el talento,
Larra se acusa «de haber tenido clarividencia suficiente para reconocer el mal dentro
de sí mismo» (Umbral 118).
Cuando en 1836 aparece traducido en España Antony, de Alejandro Dumas,
nuestro autor escribe una reseña teatral con una crítica demoledora del joven (Fí-
garo, «Anthony»). Hasta tal punto Larra reprueba posiciones propias al atacar a
su alter ego en este personaje, que el texto puede considerarse un suicidio literario
(Fígaro, «Anthony»), o un ensayo del suicidio real que llevará a cabo en 1837.
Lo cierto es que la evolución del escritor hacia el pesimismo le aíslan, le vuelven
introvertido, «fuera de la norma» (Ohlmann 103-104), un outsider obsesivo y le
empujan a quitarse la vida; proceso que le hace encarnar cierto grado de locura
romántica descrita en la literatura que él parodiaba, como ya vimos.
En 1837, y tras la muerte del Conde de Campo Alange, nuestro autor sen-
tencia amargamente que al ser humano sólo le queda el desengaño o la muerte
como alternativa, firmando su escrito del 16 de enero con su nombre y no con el
habitual pseudónimo de Fígaro (Larra, «Necrología») . Así, Larra se convierte en
un solitario, un «hombre sin amigos» (Umbral 222), pues ni Mesonero ni Bretón

11
Véase Miranda de Larra, 2009.
Montserrat Escartín Gual 69

le entendieron; sólo Espronceda y Campo-Alange. Pasado un mes de su pérdida


y siendo coherente con su pensar, el escritor se suicidará el 13 de febrero al no
quedarle nada por lo que vivir. Es cierto que tenía una casa, pero no un hogar;
hijos, pero no familia; admiraba a Francia, pero quería con dolor a España, di-
vidido entre dos culturas y una consecuente sensación de desarraigo. En suma,
hablamos de «un triunfador que fracasa», «un fracasado que triunfa», «un español
sin patria, un patriota sin España» (Nieva 133), motivo por el que, aunque su país
era España, su verdadera patria fue la calle donde encontró su hogar.
Sin duda, Larra fue un ser frustrado tanto por su aspecto, relaciones per-
sonales, afectivas, familiares, como por su faceta de poeta y dramaturgo o sus
aspiraciones políticas; frustraciones que originaron una agresividad que él su-
blimó en sus artículos en forma de denuncia social o expresó en una constante
desvalorización y crítica contra sí mismo. A lo largo de su vida, la desazón exis-
tencial del periodista se manifestó siempre vinculada a la desesperanza política;
pues, tras vivir esperando una transformación social imposible, el escritor se
abisma en el desengaño, la melancolía y el retraimiento, sobre todo tras perder
su cargo de diputado. Así, nuestro autor se refugió en la soledad hasta hundirse
en una depresión que explicaría sus episodios de ira y agresividad o la reclusión,
el insomnio crónico, la dependencia del tabaco, la lucha contra la inseguridad
y la decisión de matarse.
De hecho, el psiquiatra Marín de Burgos señala tres fases depresivas en su
obra periodística y califica de psicosis fasotímica el perfil del autor12 cuyo desequi-
librio diagnostica como depresión paranoide, por alternar elementos de una fase
eufórica y otra hipocondríaca o aparecer de forma simultánea rasgos de las dos.
Ante esta realidad, nuestro personaje buscó el poder curativo de la palabra, rea-
firmándose al explicar su malestar, a la vez que se ayudaba a superarlo. Podemos
concluir que, para Larra, escribir no sólo fue una profesión o un talento, fue una
necesidad terapéutica, una catarsis de culpas y dolor.

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12
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70 La relación de Larra con la medicina y la enfermedad

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¿SIMILA SIMILIBUS CURENTUR?
TEATRO Y HOMEOPATÍA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX

Jorge Avilés Diz


University of North Texas

Introducción

La irrupción de la doctrina homeopática en España en las primeras décadas


del siglo xix trajo consigo un debate científico-social cuyos ecos siguen sorpren-
dentemente vivos y presentes en la actualidad.1 En ese sentido no deja de ser
significativo que, a pesar de los constantes cuestionamientos metodológicos y de
la ausencia de pruebas científicas sobre su validez real como sistema médico que
siempre le acompañaron desde su nacimiento, el viejo sistema hahnemaniano siga
siendo enseñado en España en universidades de primer nivel y sus productos se
vendan en farmacias al lado de otros que sí han probado su efectividad a través de
rigurosos exámenes y ensayos clínicos.
Como han señalado en varias ocasiones los pocos críticos que se han acerca-
do al tema, el éxito de la homeopatía en España, al menos durante sus primeros
años, tuvo no solo un importante componente social y político —por el cues-
tionamiento del estatus exclusivo de la medicina tradicional—, sino una fuerte
justificación estética. Como apunta Albarracín Toulón al hablar de medicina en
el siglo xix, «[b]asta meditar sobre el espectáculo estético que el uso profuso de
sangrías, sanguijuelas, escarificaciones, ventosas, eméticos y purgantes constituía

1
El 2018 ha sido sin duda un mal año para la homeopatía. Ante el considerable aumento de
muertes de pacientes oncológicos tratados homeopáticamente, el gobierno español, en una decisión
no exenta de polémica, ha trasladado a la Unión Europea la necesidad urgente de cambiar la legis-
lación vigente en cuanto a la homeopatía por considerarla una pseudociencia y, por consiguiente, un
peligro para la salud (Güell, «Sanidad alerta»). No obstante, es paradójica por un lado la insistencia del
gobierno en eliminar sistemas como la homeopatía, con la pervivencia de muchas de estas disciplinas
acientíficas en el seno de la universidad española. La Universidad de Valencia y la de Barcelona cerraron
sus másteres de homeopatía en el año 2016, mientras que la Universidad Nacional de Educación a
Distancia lo haría tan solo un año después. Sin embargo, instituciones como la propia Universidad de
Barcelona mantienen cursos sobre otras pseudoterapias, como las Flores de Bach, el reiki, o la fitotera-
pia (Güell, «La Universidad española»). La presencia de estas disciplinas en los centros académicos, a
pesar de su carencia de aval científico, no hacen otra cosa que legitimar su existencia.
74 ¿Simila similibus curentur?

en la pasada centuria para comprender de inmediato la antítesis que la terapéutica


globulista supuso en la actividad médica» (216).2
El propósito de este artículo es el análisis del papel del teatro burgués del dieci-
nueve no tanto como campo o vehículo de transmisión de novedades médicas ho-
meopáticas, sino como termómetro sobre su percepción como sistema médico y la
valoración social acerca de su efectividad frente a la medicina alopática tradicional.
Para ello analizaremos cinco obras de teatro, menores en cuanto a su autoría y a su
papel en el desarrollo del teatro decimonónico español, pero que tratan de alguna
forma —en ocasiones ya desde el mismo título— el tema de la homeopatía: me
refiero a Una cura por homeopatía. Comedia en tres actos (1847), de Juan del Peral y
Richart; Homeopáticamente (1855) de Luis Martínez; Simila similibus curantur o un
clavo saca a otro clavo (1860) de Calixto Boldún; y Sistema homeopático. Comedia en
un acto y en verso (1864) de Miguel Pastorfido.3 A estos títulos añadiremos Amor
homeopático. Comedia en cuatro actos y en prosa (1859) de José Sañudo de la Pelilla,
obra que nunca llegó a estrenarse y cuyo manuscrito se encuentra en la Biblioteca
Nacional de Madrid.

1. Homeopatía: teoría y repercusión social

Para llevar a cabo el propósito de este ensayo se hace necesario recordar,


aunque sea de forma somera, el concepto médico decimonono de homeopatía y
su aplicación. La homeopatía (ὅμοιος [igual]; πάθος [dolencia]) es un sistema
médico, alternativo a la medicina tradicional, establecido a finales del siglo xviii
por el médico sajón Samuel Hahnemann (1755-1843), basado en la doctrina
similia similibus curentur —lo similar cura lo similar—, o de otra forma, en
la idea de que «toda enfermedad se cura más pronto y con más seguridad con
aquella medicina o sustancia que en cuerpos sanos produce los mismos sínto-
mas y efectos que produce la enfermedad» (Hahnemann, Exposición 87-88,
Muller 5).

2
Este componente estético fue sin duda uno de los reclamos más utilizados por los defensores
de la homeopatía en la promulgación de sus ideas y en la justificación de la necesidad del nuevo
sistema médico. En uno de los manuales homeopáticos de mayor difusión a lo largo de todo el siglo,
el Manual de medicina homeopática moderna, de Clotardo Muller, se lee: «Con este manual y la pro-
visión de buenos medicamentos, no tendrás necesidad de apelar jamás a los incómodos, cruentos
y debilitantes remedios que por regla general se emplean para combatir aún la más insignificante
dolencia, y al mismo tiempo podrás ver con tus propios ojos la gran diferencia que hay entre los
antiguos conceptos, entre los medios y los resultados de la antigua medicina y la homeopatía» (iii).
3
A estos títulos se podría añadir La homeopatía (1848), del dramaturgo cubano Ambrosio Apa-
ricio. Lamentablemente, el único ejemplar conservado de la obra pertenece a la Biblioteca Nacional
de Cuba José Martí, que no participa en el servicio de préstamo interbibliotecario (ILLIAD) ni tam-
poco facilita copias digitales de los libros de su catálogo, por lo que no hemos podido consultarlo.
Jorge Avilés Diz 75

Para Hahnemann las causas de las enfermedades radicaban en unos fenó-


menos a los que llamó miasmas, a cuya eliminación o en su detrimento control,
estaban dirigidos los remedios homeopáticos. Estos remedios, alejados de la far-
macología más tradicional de la época, estaban elaborados en agua destilada en la
que a partir de la llamada «tintura madre» o primera destilación, se diluía suce-
sivamente hasta cantidades infinitesimales la sustancia elegida —flores, semillas,
hojas, tallos y raíces— según la enfermedad a tratar por el homeópata.
El otro gran cambio que la medicina homeopática iba a ofrecer con respecto
a la alopática tiene que ver con el propio concepto total o globalizador de la enfer-
medad. A diferencia del alópata, preocupado ante todo por la eliminación de los
síntomas, el médico homeópata buscará no solo la eliminación de estos, sino de
«todos los obstáculos que se oponen al restablecimiento de la salud, separándolos
para que el restablecimiento sea duradero» (88). Para ello, el médico se auxilia de
todo cuanto puede averiguar:

ya sea respecto de la causa ocasional mas verosímil de la enfermedad aguda, ya


de las principales fases de la enfermedad crónica, que le permitan hallar la causa
fundamental de esta, debida el mayor número de veces a un miasma crónico.
En las investigaciones de este género debe prestarse, consideración a la consti-
tución física del enfermo, sobre todo si se trata de una afección crónica, al giro
de su espíritu y de su carácter, a sus ocupaciones, a su género de vida, a sus cos-
tumbres, a sus relaciones sociales y domésticas, a su edad, a su sexo, etc.4 (88)

También el aspecto social de la homeopatía —sin duda del que menos se ha


ocupado la crítica— jugó un papel clave a la hora del asentamiento de la doctrina
homeopática en España. Me refiero aquí no solo a la cantidad de médicos «con-
vertidos» a las teorías de Hahnemann, sino a la cantidad de personajes influyentes
que dieron de alguna forma un respaldo a la homeopatía al admitir públicamente
seguir —con mayor o menor rigidez— sus preceptos. José Sebastián Coll recoge
con precisión los datos de la enorme cantidad de médicos, abogados, banqueros
e ingenieros que abrazaron la homeopatía a lo largo de toda la geografía española
(344-386). A esto habría que añadir sin duda la irrupción de la homeopatía en la
corte: la propia reina Isabel II tuvo como médico de cámara a un homeópata, el Dr.

4
La insistencia en esta mirada globalizadora es una constante en el Organon. Más adelante,
Hahnemann insistirá: «En las afecciones de este género, es necesario proceder con un cuidado
enteramente particular en la investigación del conjunto de los signos, tanto respecto a los síntomas
corporales, como notablemente al síntoma principal y característico, al estado del espíritu y de la
moral. Este es el solo medio de conseguir después encontrar, en el número de los medicamentos
cuyos efectos puros son conocidos, un remedio homeopático que tenga la potencia de extinguir la
totalidad del mal a la vez, es decir, cuya serie de síntomas propios contenga algunos que semejen lo
más posible no solamente a los síntomas corporales del caso presente de enfermedad, sino también,
y sobre todo, a sus síntomas morales» (188).
76 ¿Simila similibus curentur?

José Núñez Pernía, y el Dr. Joaquín Hyrsen y Mollens, también homeópata, fue
el responsable de la salud de los infantes de España (Albarracín Teulón 218-219;
Valtueña Borque 342).5
Hahnemann reunió las directrices básicas de su nuevo planteamiento médico
en su libro Organon del arte de curar, publicado por primera vez en 1810. El texto
tuvo una difusión enorme para le época: hacia 1830 tenemos datos de la existencia
de una quinta edición, y la sexta, escrita en 1843 y publicada de forma póstuma en
1921 es todavía usada hoy como manual de referencia en las instituciones académi-
cas homeopáticas. En España, la doctrina de Hahnemann iba a aparecer publicada
por primera vez bajo el título Exposición de la doctrina médica homeopática u Orga-
non del arte de curar (1835), texto que ya desde su portada, reconoce estar basado
en la «quinta traducción inglesa y segunda francesa», lo cual vuelve a dar una idea
de la difusión del volumen en Europa.
Como ya se ha mencionado con anterioridad, la irrupción de la homeopatía
en España tuvo un enorme impacto social. Muestra de ello son todas las organiza-
ciones y asociaciones de estudios homeopáticos que se establecieron a lo largo de
las principales ciudades españoles orientados tanto a la mejora como a la difusión
de la nueva ciencia médica. La primera de ellas, la Sociedad Hahnemanniana Ma-
tricense, fue fundada en 1845, y constituiría el germen de muchas más que iban
a seguir apareciendo y desapareciendo de escena entre 1845 y finales de la década
de 1880. Cada una de estas instituciones tenía su propio órgano difusor, publi-
caciones —orientadas hacía un sector muy especializado o al menos culto— y
destinadas a transmitir y defender las bondades de la homeopatía: el Boletín oficial
de la Sociedad Hahnemanniana Matricense (1846-1850); Anales de la Medicina
Homeopática (1851-1857), El criterio médico (1860-1883)… Estas publicaciones
iban a compartir escenario con otras, también periódicas, que podríamos llamar
menores, escritas en clave de humor en las que aunque colaboraban médicos, es-
taban dirigidas a un prospecto de público más amplio, como sería el caso de
El duende homeopático (1850) y El centinela de la homeopatía (1850-1851) y La
linterna médica (1851).
Los estudios existentes sobre estos grupos nos presentan no obstante a unos
médicos homeópatas fragmentados, escindidos, divididos en grupos enfrentados
por razones en ocasiones más personales que científicas, algo que explicaría al
menos en un primer momento, sino el fracaso de la homeopatía, sí su retraso en
comparación con lo que sucedía en ese momento en otros lugares de Europa. En

5
Al igual que en el caso anterior, los servicios del Dr. Hyrsen fueron ampliamente reconocidos,
tal y como recoge la prensa de la época: «El Sr. D. Joaquín Ilysern y Molleras, dignísimo catedrático
de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de esta corte, y médico homeópata puro,
ha sido agraciado con la gran Cruz de Isabel la Católica, en justa recompensa de su relevante mérito
y distinguidos servicios, prestados a la humanidad en el ejercicio de la medicina [homeopática, se
supone] con aplauso público y buen acierto» (El centinela de la homeopatía 8).
Jorge Avilés Diz 77

realidad, los homeópatas españoles se dividían entre los puros —que aunque con
divergencias importantes en cuanto a aspectos técnicos de los procedimientos
médicos defendían el uso único y exclusivo de la homeopatía en el tratamiento de
las dolencias y enfermedades— y aquellos que, tal vez ante la vista de los ataques
y las controversias médicas, buscaban posturas conciliadoras entre la alopatía y la
homeopatía. Esa postura, irónicamente similar a la que sostiene la homeopatía
contemporánea, constituyó ya hacia la década de 1850, probablemente la esci-
sión más importante desde un punto de vista teórico en el seno de la homeopatía
contemporánea.6
La revolución médica que trajo consigo la homeopatía junto a las dudas
sobre su eficacia que le acompañaron desde sus orígenes atrajo también el interés
de una burguesía decimonónica cada vez más interesada en cuestiones de higiene
y salud. Ese interés pronto iba a ser satisfecho por la incipiente industria editorial
española, que ya en esos momentos —mediados del siglo xix— vivía una época
de auge y esplendor gracias al boom de la novela de folletín, la histórica de aven-
turas y posteriormente, ya hacia finales de siglo, de la literatura infantil. A juzgar
por la enorme cantidad de títulos publicados entre 1840 y 1880, es evidente
que los editores vieron en este interés otra oportunidad mercantil imposible de
rechazar. Un breve vistazo a la lista de títulos sobre el tema publicada en los años
mencionados es suficiente para notar que, al lado de la publicación de los textos
de Samuel Hahnemann y de otros especializados dirigidos sobre todo al profesio-
nal médico —me refiero, por poner un ejemplo a la obra del médico e historiador
Pedro Mata (1850-1851) o a la de Ramón Frau (1851)—, se observa una clara
tendencia a la publicación de obras que acerquen al gran público las directrices
básicas del pensamiento homeópata. Destacan en ese sentido las llamadas guías
homeopáticas al estilo de la del médico inglés Gregorio Moore, de amplia difu-
sión en Inglaterra —que a España llegaría en 1870—, textos orientados al uso de
la homeopatía en el seno familiar. En muchas de estas publicaciones se marcará,
como marchamo de veracidad o justificante de calidad, el carácter extranjero de
estas obras, algo que parece funcionar como herramienta de marketing en casos
como el de La salud: Manual de homeopatía para el uso de las familias, de Cesáreo
Martín Somolinos y Jaime Piza Rosselló que desde su primera edición en 1864
vería múltiples reimpresiones. A este se podría añadir otros títulos que también
llegarían a ser clásicos dentro de este tipo de obras, como el caso del de Clotar-
do Muller Manual de medicina homeopática doméstica para el uso de las familias

6
«Libertad absoluta para los médicos, que siendo socios del Instituto, quieran valerse de los
medios terapéuticos, quirúrgicos ó farmacéuticos que aconseja la antigua escuela, en los casos en
que por falta de recursos homeopáticos propios, se vean obligados a tratar a sus enfermos alopáti-
camente o a practicar en estos operaciones quirúrgicas, como último y eficaz remedio del arte» (El
Propagador viii).
78 ¿Simila similibus curentur?

(1857), el de Constatin Hering Medicina homeopática doméstica (1850); el de


D.M. Freligh Homeopatía familiar (1869) o La práctica de la homeopatía simpli-
ficada (1875), de Alexis Espanet, por citar algunos de los textos más reeditados a
lo largo del siglo.7
La controversia entre defensores y detractores de la homeopatía se extendió
por tanto a todos los ámbitos posibles del diálogo social, y la producción editorial
será testigo de ello, albergando en su seno las opiniones de aquellos que veían la
homeopatía como «la medicina de la esperanza, […] una verdad, una ciencia, una
ley natural, la verdadera verdad, la verdadera ley terapéutica fuera de la cual no hay
salud para los enfermos» (Guyard 100, la traducción es mía), y la de los médicos más
tradicionales, que desde la información y la educación, trataban de alertar sobre
una ciencia que a su juicio, estaba llena de «lugares comunes, aserciones gratuitas,
hechos incompletos y mal interpretados, y una falta absoluta de datos racionales
para poderse erigir en jueces de una materia sobre la cual se tiene una profunda y
total ignorancia» (Barredo 6). El peligro, a juicio de los alópatas, estaba en caer en
la superchería de los que

no tienen otra habilidad que la de prometer, con una impudencia que asombra,
toda clase de curaciones, armados siempre de las más fútiles y pueriles discul-
pas, para el caso de que el resultado sea funesto; ni otra ciencia que la de explo-
tar con una sagacidad no menos sorprendente, los errores, ciertos o supuestos,
de los médicos, de que andan siempre a la caza, no dejando jamás de imputar al
arte los errores del artista, como si la ciencia fuera responsable de los yerros de
los que la cultivan; como si porque una suma esté mal hecha se debiera poner
en duda la exactitud de las matemáticas. (Barredo 7)

7
El interés por la homeopatía por parte del público no especializado provocó también cierta
especialización —permítaseme el retruécano— en este tipo de textos. Véanse si no los orientados al
público femenino, como el de Cayetano Cruxent Cartas edificantes e instructivas sobre la homeopatía
dirigidas a una persona del bello sexo (1857) o incluso el libro del doctor Gottlieb Heinrich Georg
Jahr Del tratamiento homeopático de las enfermedades de las mujeres (1862), en el que se dan consejos
médicos para tratar desde el dolor menstrual, a hongos vaginales o el cáncer de matriz, pasando
por problemas relacionados con la maternidad y la lactancia. También la homeopatía pediátrica fue
objeto de interés, y textos como el Tratado homeopático de las enfermedades agudas y crónicas de los
niños (1850) de Alphonse Teste o el del doctor alemán Franz Hartmann Terapéutica homeopática
de las enfermedades de los niños (1853), tuvieron una enorme circulación entre 1850 y 1860. Por
otra parte, el desarrollo de las ciudades y con él el de problemas sociales relacionados con la urbe,
como la prostitución, tuvo también su reflejo en manuales homeopáticos: Tratado de las enferme-
dades venéreas y su tratamiento homeopático (1860), de François Simon. Por último, y no por orden
de importancia sino para ilustrar la fiebre homeopática que se vivió en España durante esos años,
quiero mencionar un ejemplo de los manuales destinados a los «otros» miembros de la familia: las
mascotas, que también tenían su derecho a la homeopatía: la guía de Miguel Marzo Manual de me-
dicina veterinaria homeopática (1850) ofrecía soluciones varias desde cómo curar el catarro del perro
o la sordera del gato, hasta cómo mejorar el deseo «inmoderado de coito en los caballos» o remover
el cáncer de sus genitales. Homeopáticamente, se entiende.
Jorge Avilés Diz 79

De todos los textos mordazmente críticos con la homeopatía que se publicaron


y circularon por el Madrid de mediados del siglo xix, tal vez el más importante fue-
ra El diablo-homeópata, subtitulado «opúsculo satírico para ridiculizar la homeopa-
tía y a los danzantes que la siguen», publicado por primera vez en 1846. En realidad,
según confiesa el anónimo autor del panfleto en la introducción que abre la obra, el
texto es una contestación a otro opúsculo escrito contra los alópatas dos años antes
y que, «hartos de que se confundan con la verdad, tomamos las armas del ridículo
en la que ellos nos han dado ejemplo y atropellados por todo si fuera preciso, les
damos cada zurribanda que cante el credo: ¡fuera consideraciones» ! (v). Escrito en
verso y en clave de humor, el opúsculo se divide en tres partes o cantos: el primero
(1), en el que el diablo-homeópata —«que vale por cien diablos» (6)— planea la
creación de «un sistema de medicina» (7) que llene el infierno tanto de nuevas vícti-
mas como de los propios galenos que creyeron «hacer patente y pública su ciencia»
(8); en segundo lugar, un canto dialogado entre el diablo y el propio Hanhemann
en el que el primero le reprocha al médico sajón no haber sacado más partido de su
plan: «Todo fue palabrería, /el simila no entonaste / como yo, Hanhemann quería,
/ y en tu nueva Homeopatía /el curantur no lograste» // ¿Quién seguirá la vereda
/ que yo te enseñé al principio? / ¿Quién habrá que usarla pueda /si has dado un
solemne ripio / que un grave triunfo nos veda?» (xx). Finalmente, en último lugar,
el opúsculo termina con un canto en el que vuelve a presentar la homeopatía como
un plan diabólico de desengaños con el único propósito de aumentar el número de
víctimas: «Y torna con nuevo afán, / con el afán de un demonio, / pero al fin es tan
bolonio / como cualquier alemán» (12). La obra concluye con un deseo alopático:
«Tengamos nosotros lástima / de esos pedantes estólidos, / y que en la opinión del
público / se estrellen con su periódico» (15).

2. Homeopatía y literatura: el papel del teatro

Testigo de los cambios históricos, políticos y sociales del siglo xix, la lite-
ratura se convirtió también en vehículo de transmisión de novedades científicas
y en el campo de batalla ideal para el inevitable enfrentamiento entre presente
y pasado, antigüedad y modernidad, ciencia y religión que la llegada de la mo-
dernidad trajo consigo. Las innovaciones y descubrimientos médico-científicos
experimentados desde finales del siglo xviii transformarán radicalmente la ima-
gen y la concepción del médico, quien se convertirá además, por esa búsqueda
implícita a la profesión del saber y el conocimiento en pieza clave y fundamental
del desarrollo de la modernidad.8
8
La narrativa decimonona finisecular se llenará así de textos en los que los protagonistas son
médicos, algunos de ellos homeópatas, como el entrañable don Basilio Aguado, personaje de Su
80 ¿Simila similibus curentur?

En cuanto a la homeopatía se refiere, tal vez uno de los ejemplos más repre-
sentativos en cuanto al papel de la literatura en esta labor pedagógica de difusión
y discusión de novedades científicas lo constituya la capillada de Modesto La-
fuente titulada homónimamente «La homeopatía», en la que Fray Gerundio le
explica a su inseparable amigo el lego Pelegrín Tirabaque, en qué consiste y las
bondades atribuidas por sus fieles seguidores a la nueva disciplina médica frente
a la alopática.9
Se trata en realidad de una artículo en cuatro entregas: en la primera (1), se
justifica la trama y se explica qué es la homeopatía, qué cura, cómo funcionan y
se aplican sus medicamentos y se argumenta si es válido o no cómo tratamiento
médico.10 En la segunda parte (2), se habla de porcentajes de resultados entre
homeopatía y alopatía aplicados a las mismas enfermedades, y una tercera (3) en
la que Tirabeque decide ponerse en manos de un médico homeópata —ni más
no menos que en las de José Nuñez Pernía, padre de a homeopatía en España y
médico de cámara de la reina—, que lo curará satisfactoriamente de sus dolen-
cias. En la cuarta parte, Fray Gerundio a modo de apéndice, recoge «una breve y
compendiosa exposición o extracto de los principales capítulos que constituyen
los principales postulados de esta nueva escuela» (Lafuente, IV «Los principales
capítulos» 142), algo que sin duda Lafuente conocía a la perfección por ser hijo
de médico homeópata (Fuentes Arboix 82).
Más allá de la ironía que caracterizó al género de las capilladas y el humor
socarrón de sus cervantinos personajes, lo interesante para lo que nos ocupa es la
estructura dialogada «pregunta-respuesta» que vertebra toda la obra, en donde las

único hijo de Clarín: «El inopinado personaje era un hombre como de cuarenta años, que procuraba
disimular más de diez; más bajo que alto, delgado, a su modo esbelto, de largo levitón-gabán, muy
ceñido y de color manteca, sombrero de copa de anchas alas; su rostro era blanco, anémico; los ojos
azules oscuros, vivarachos, y, al quedarse quietos, penetrantes; usaba gafas de oro, largas patillas, tal
vez untadas de negro; tenía labio fino y mano pulida, pie pequeño y bien calzado; era homeópata,
y muy sentimental; a pesar de la homeopatía, que profesaba acaso por moda y para el vulgo de las
damas, era especialista en partos y en enfermedades de la matriz y de la mala educación de las seño-
ritas y señoras que las hacía aprensivas, antojadizas, caprichosas. Reconocía ante las damas la eficacia
terapéutica de la fe y de los cuarterones de aceite ardiendo en los altares; pero en cambio exigía que
se diese crédito a los misterios de sus glóbulos. Creía, o decía creer mucho, en la influencia de lo
moral sobre lo orgánico, y tenía una sonrisa singular, melancólica, de resignación e inteligencia,
para comunicar con las señoras guapas esta su creencia» (172).
9
La serie de artículos sobre homeopatía a la que se hace referencia fueron publicados original-
mente entre 1837 y 1842, y recogida posteriormente en el Teatro social del xix (1846). A no ser que
se especifique lo contrario, las citas se corresponderán con ésta última edición.
10
El tema de los límites curativos de la homeopatía va a ser utilizado en tono humorístico en
multitud de comedias breves de enredo desde mediados del siglo diecinueve, afirmándose que podrá
curar todos los males, pero no tiene poder para curar los del corazón. Véase como ejemplo la come-
dia de Ildefonso Antonio Bermejo Ninguno se entiende (1852), donde una apesadumbrada Loreto
ante la aparente indiferencia de su enamorado Honorato, le dice a su padre: «No cura la homeopatía
/ las infecciones del alma» (12).
Jorge Avilés Diz 81

preguntas —un tanto inocentes en ocasiones— de Tirabeque constituyen un fiel


reflejo de las dudas e inquietudes sobre la homeopatía del grueso de la masa social
de la España de la época: su origen, su funcionamiento, qué enfermedades puede
curar y sobre todo sí funciona o no como sistema médico son las preguntas ante
la llegada de una dolencia y la necesidad de escoger entre alopatía y homeopatía a
la hora de escoger tratamiento.11 Fray Gerundio le explicará pormenorizadamente
los detalles de la homeopatía, elogiará su nueva estética exenta de «sangrías, san-
guijuelas, acósitos, cantáridas, cataplasmas, drogas, brebajes, unturas ni nada de
eso que tanto encomoda al enfermo y a sus familias» (51-52), compartirá los fríos
resultados de las estadísticas, reconocerá haber sido tratado él mismo homeopá-
ticamente con éxito, pero sin posicionarse, sin dar nunca la ansiada y definitiva
respuesta que espera con ansia Tirabeque: «Repito, […] yo ni aconsejo ni garanti-
zo, no hago más que exponer lo que ellos dicen con el objeto de que así tú como
otros que están en el caso que tú, tengan idea de que acaso no la tendrían, y que
cada cual juzgue y obre con arreglo a sus creencias» (II, 110).
El teatro, como testigo y representación de los cambios sociales y políticos
de su siglo, no iba a permanecer ajeno a este inusitado debate científico y social
entre alópatas y homeópatas. La homeopatía comenzará a ser referenciada con
frecuencia en las piezas teatrales e incluso, como después se verá, en tema cen-
tral de varios textos tanto en España como en Hispanoamérica. En el caso de
España, las obras teatrales sobre la homeopatía se pueden dividir en dos grupos
claramente diferenciados. Por un lado, una pieza como El médico de un monarca
(1851) de Ricardo López Arcilla constituye por sí misma una excepción, un
caso único dentro de los textos dramáticos que desarrollan el tema. Esa ex-
cepcionalidad no radica tanto en la condición de homeópata del propio autor,
discípulo aventajado de doctor José Sebastián Coll, —uno de los doctores que
«más contribuyó a afianzar los progresos de la homeopatía en España y que lle-
gó a fundar en Toro uno de los primeros centros homeopáticos del país» (Avilés
Diz 136-137)—, sino en el propio planteamiento dramático de la obra: López
Arcilla convierte a un médico en héroe y protagonista principal de la obra al
salvar la vida del rey Enrique III por medio de tratamientos homeopáticos. El
grueso de textos sobre el tema pertenecerá como se analizará a continuación
al género de la comedia, y tratarán de usar desde un humor decimonono no
exento de crítica social, el tema de la homeopatía como recurso para reflexionar
sobre aspectos de tipo moral considerados peligrosos por su capacidad de poner

11
El género de las capilladas fue tremendamente popular sobre todo entre las clases bajas. (Me-
sonero Romanos 520). Los protagonistas son Fray Gerundio, un monje exclaustrado que se gana
la vida como periodista —obvio alter ego de Modesto Lafuente— y el lego Tirabeque, «su Sancho
Panza, el contrapunto de su conciencia política», que encarna la opinión del pueblo. (Fuertes Ar-
boix 83).
82 ¿Simila similibus curentur?

en entredicho o al menos en peligro, los pilares básicos de la idiosincrasia y


estructura social burguesa de la época.

2.1. Una cura por homeopatía (1847)

La obra del crítico y dramaturgo Juan Peral y Richart constituye la primera


obra que introduce —ya desde el mismo título, como luego será la norma— el
tema de la homeopatía en el teatro español de mediados del siglo xix.12 Más allá
del posible valor literario de la pieza, el interés de la obra de Peral radica en el he-
cho de que va a asentar una serie de pautas formales de las que partirán las futuras
obras que van a tratar el tema.
La fecha de composición y estreno de Una cura por homeopatía es confusa.
Cejador y Frauca la sitúa erróneamente en 1848 (VII 435). Se tiene noticias de que
la empresa teatral a cargo del Teatro de la Cruz compró los derechos para la repre-
sentación de la obra el 27 de octubre de 1846 (Diario de avisos de Madrid), pero
no hay indicio de que se publicara ese mismo año. La única edición disponible del
texto no incluye año de publicación, pero indica expresamente que fue «arreglada
a la escena española para representarse en Madrid en el año de 1847» (Peral 1). Te-
niendo en cuenta la costumbre imperante en la época de publicar el texto de forma
simultánea a su presencia en las tablas o, en su defecto, inmediatamente después a
su retirada de la cartelera teatral, no parecería demasiado aventurado situar la fecha
de publicación y estreno en 1847. Sin embargo, no hay noticias de su estreno ni ese
año ni tampoco entre 1848 y 1850 (Herrero Salgado 54-72).
Una cura por homeopatía narra la historia de don Benito, un hombre mayor
que vive en el pueblo de Santa María de Nueva con su hermana y su ahijada, doña
Blanca, enamorada de su tío, don Simón. Benito es un hombre de origen pobre y
humilde pero que a base de trabajos y sacrificios ha creado un imperio económico
que además de dinero, da trabajo a la práctica totalidad de un pueblo que lo idolatra
por su bondad. Benito ha enviado a su sobrino a Madrid «a recoger cuarenta mil
reales que tenía mi corresponsal de los paños que me ha vendido a principios de
invierno» (3), pero los dos meses se han convertido en tres y no tienen noticias de
él. Por medio de su intermediario en Madrid, les llega la noticia de que Simón ha
dejado la pensión en la que estaba y que ha caído en manos de un grupo de vivi-
dores que se están aprovechando de él: Adela, una bailarina de dudosa reputación

12
Juan del Peral y Richart (?-1888). Periodista y director de revistas especializadas en la escena
madrileña de su época, como El entreacto y Revista de teatros. Como dramaturgo, destacó por las
traducciones y las adaptaciones de obras extranjeras al gusto español, de la que Una cura por ho-
meopatía (1847) es un buen ejemplo. Véase Rodríguez Sánchez (451); Cejador y Frauca (VII, 435).
Jorge Avilés Diz 83

de la que se ha enamorado y con la que se piensa casar, y un maestro vividor, don


Jacinto, que le quita todo su dinero y lo empuja a una vida de gastos y opulencia
que paga la fortuna de su tío.
Don Benito se presenta en Madrid dispuesto a salvar y rescatar a su sobrino.
Cuando llega a Madrid a la casa en la que Simón vive con Adela se da cuenta en-
seguida de lo que sucede, pero con el fin de evitar una desherencia, Adela y Jacinto
lo engatusan mostrándole todo lo que el dinero puede hacer por él en Madrid. En
tan solo unos días, lo convierten a la vida licenciosa de la capital: baile, cabarets,
champán, fiestas, palcos en el teatro, salas de espectáculos… Cuando Simón ve el
tipo de vida que lleva su tío, el despilfarro descontrolado y su decisión de vender la
fábrica, dejar a la familia e irse a vivir a Madrid con otra bailarina amiga de Adela,
se preocupa por lo que este ritmo de vida puede suponer para el negocio familiar y
la reputación del nombre de la familia.
Al final, como el lector intuye desde el principio, todo forma parte del plan
de don Benito para darle una lección a su sobrino, quien descubrirá además por
casualidad que Adela, lejos de estar enamorada de él, es una caza maridos pro-
fesional que solo quiere su fortuna. Simón se dará cuenta de su error, volverá de
nuevo al pueblo a ocuparse del negocio familiar y a casarse con María, y don Be-
nito cierra la obra, explicando al espectador que a su regreso al pueblo, «les haré
ver a todos que para corregir la juventud, simila similibus curantur» (16), frase con
la que se cierra la comedia.
Como señalé con anterioridad, la importancia de Una cura por homeopatía
radica en que será este texto —traducción adaptada de una comedia de Mélles-
ville— el que sentará las bases formales para las obras posteriores sobre el tema.
En pleno debate sobre la utilidad real de la homeopatía y sobre lo que puede o
no puede curar como nuevo sistema médico, los dramaturgos añadirán su apor-
tación al diálogo mediante el humor de la comedia y siempre alrededor de dos
motivos dramáticos: en primer lugar, el motivo áureo del amor como enfermedad
(la malattia d’amore) que lleva a la tristeza, la desazón y la locura;13 y en segundo
lugar, los errores o vicios sociales de orden moral —una moral, recordemos, laica,
vinculada al pensamiento burgués— que ponen en peligro el orden social y el

13
Aunque los griegos ya habían identificado el amor (Eros) con la enfermedad (Vidorreta Torres
314), sería el Siglo de Oro el que llevaría la imagen del amor como enfermedad a su máxima expresión,
sobre todo a través del teatro. El teatro de Lope de Vega es probablemente el que está más lleno de esas
imágenes; recuérdese el diálogo que abre El caballero de Olmedo, en el que Fabia le preguntará a Tello
«¿Qué enfermedad tiene?», y ante la respuesta de este —«Amor»—, contestará: «La nueva historia /
de tu amor cubriera en vano / vergüenza o respeto mío / que ya en tus caricias veo / tu enfermedad»
(101-102). O en La dama boba, donde Pedro afirma: «Ciencia es amor, / que el más duro labrador / a
pocos cursos la adquiere. / En comenzando a querer, enferma la voluntad / de una dulce enfermedad»
(95-96). No es, de todos modos, el único que desarrolla la imagen, ya que Tirso de Molina, la usará
también con cierta frecuencia en su obra: «Con razón se llama amor / enfermedad y locura; / pues
siempre el que ama procura, / como enfermo lo peor» (El vergonzoso en palacio 95).
84 ¿Simila similibus curentur?

bien común y que, como en el caso que nos ocupa, serán curados «homeopática-
mente», dando a los enfermos lo similar, es decir, dándoles a probar un poco de
su propia medicina.
Desde un punto de vista dramático y ya a la hora de conseguir su objetivo, es
interesante notar la habilidad de Peral y Richart a la hora de construir a sus persona-
jes don Benito y Simón, convirtiéndolos desde el principio y en una clara estructura
in crescendo en personajes antagónicos. Don Benito se presenta desde el arranque
como el ideal burgués: un hombre de origen pobre y humilde, pero con la firme
convicción de que «con aplicación y trabajo, todo hombre puede labrar su fortuna»
(2). Esa norma de vida y ética de trabajo, tomadas del pensamiento de un Benja-
mín Franklin que conoce y cita constantemente de oídas,14 le han permitido sacar
adelante una hacienda y fundar una compañía de textiles que provee de paños a las
mejores y más exclusivas tiendas de Madrid, éxito que le ha llevado a conseguir el
apodo de «el millonario» (3). El éxito personal y profesional de don Benito va ade-
más acompañado de una intachable conducta moral. Se rige por la idea de que «las
personas ricas estamos obligadas a socorrer a las pobres y virtuosas» (2), máxima que
se ha convertido en la ley que rige su vida: es generoso con sus trabajadores, conoce
sus intereses y necesidades personales y se desvive por ayudarles, por lo que es defi-
nido ya desde el arranque de la comedia por su ahijada como «un ángel bueno» (2).
Este personaje se contrapone desde el principio al de su sobrino, don Si-
món, hijo de su hermana Blasa, «heredero único de un viejo palurdo que apalea
los doblones» (5), como lo define la criada de Adela. Simón ha crecido ya ro-
deado del bienestar del trabajo de su tío, y no conoce los sacrificios que llevan al
éxito. A juicio de su propio tío «es un buen muchacho aunque no ha inventado
la pólvora», y siempre «ha tenido un instinto lechugino» (3) que le ha llevado
a tratar de aparentar más de lo que es. Así se lo reprocha su tío en su primer
encuentro en Madrid, en el primer momento en el que se encuentran a solas,
ya en el piso de Adela: «En lugar de negociar y de aumentar mi peculio, en vez
de decir dos y dos son cuatro dices cuatro y cuatro cero; gastas y triunfas con lo
que tu pobre tío ha ganado con el sudor de su frente. ¿Qué has hecho con los
cuarenta mil reales? ¡Malgastarlos en tres meses, cuando yo he empleado años
para reunirlos!» (8).

14
Los textos de Benjamín Franklin (1705-1790) tuvieron amplia difusión en España a prin-
cipios del siglo xix. Tras la derrota de los franceses y con un país en búsqueda de identidad y en
necesidad de reconstrucción, la figura de Franklin «artesano laborioso, ciudadano honrado, físico
esclarecido, moralista profundo, hábil diplomático, patriota puro y escritor elegante» (3) se convir-
tió en muchos círculos en un referente clave de la moral y la ética del orden social burgués. Las citas
al pensamiento frankliano que cita de manera tan peculiar don Benito está tomada de El libro del
hombre de bien (1843), que gozó de amplia difusión y varias reediciones en los años siguientes. Ni
que decir tiene que esa conjunción de valores como el ahorro, el trabajo, el sacrificio, la educación,
la preocupación por el bien común —de ecos ilustrados—, y la moral convierten a don Benito si
no en trasunto, si en un guiño a la figura de uno de los «padres» fundadores de Estados Unidos.
Jorge Avilés Diz 85

A partir de la escena que cierra el acto segundo, la función de estos personajes


se va a intercambiar, como el propio Benito anticipa cuando María y Blasa se pre-
sentan en Madrid y lo sorprenden bebiendo y bailando en el piso de Adela: «Yo
le he dado [a mi sobrino] una lección de moral; y él me está dando ahora una de
baile» (10). El arranque del acto tercero es significativo, convirtiendo a Simón en
el motor dramático de las acciones: es él el que acude a ver a su tío y es su tío el
que no tiene tiempo para él: «Se ha empeñado en hacerse elegante, como decimos
en Madrid, León que llaman los franceses y dandy en Inglaterra. […] Tiene por
sastre a Utrilla, aprende a cantar, a tirar el florete, ha comprado caballos, tiene co-
che y palco en el Circo. Yo se lo he proporcionado todo» (11), asegura Jacinto. La
visión de su propia vida de descontrol y derroche en la de su tío intercambia los
papeles, convirtiendo a Simón de repente en la voz moral de la obra, adoptando
el «aire de misionero» que su tío presentaba al principio: «Yo debo en conciencia
daros buenos consejos y apartaros del camino que habéis emprendido» (12). Que-
da no obstante un escolle por resolver: el amor del don Simón por Adela, que el
dramaturgo resuelve con el recurso aurisecular del papel, quedando al descubierto
la ausencia de sentimientos y las verdaderas intenciones de la bailarina. Como
el público espera, la obra termina con el arrepentimiento del joven Simón, su
regreso al pueblo al lado de María y con esa moraleja en boca de don Benito tan
del gusto del público burgués de la época: «nada cura tanto, como una cura por
la homeopatía» (18), palabras que cierran la obra.

2.2. Simila similibus curantur, o un clavo saca a otro clavo (1860)

Escrita por el actor cómico Calixto Boldún,15 la obra se estrenó en el Teatro del
Circo un 8 de marzo de 1858, contando para el día de la premiere con la presencia
de la familia real (Diario de avisos de Madrid, 1858). El día de su estreno compartió
cartel con el drama de Narciso Serra El reló de San Plácido (1858), y compitió por
el público madrileño con La Traviata de Guiseppe Verdi, que ese mismo día se re-

15
Calisto Boldún y Conde. Poco se sabe acerca de la figura de este actor cómico y autor teatral.
Cejador y Frauca lo define, en sus breves líneas biográficas como «un autor malo, [que] refundía
obras del teatro antiguo y las daba por suyas» (VIII, 132). Su haraganería y su tendencia a la apro-
piación de la actividad intelectual ajena era bien conocida en los ambientes literarios de la época,
como se desprende de la semblanza que de él hacen Manuel del Palacio y Luis Rivera: «Boldún,
pedazo de atún, / haragán de profesión, / tú deberías ser baldón / en lugar de Boldún» (97). Es-
cribió dramas y zarzuelas, pero sobre todo comedias, género en el que sin duda por su experiencia
profesional, mejor se desenvolvía. Destacan textos como La flor de la esperanza (1857); La cortesana
y la lugareña (1858); El fuego y la estopa (1859); y Furor parlamentario (s.a); títulos a los que se
podrían añadir, ya en colaboración con Vicente Lalama, Los cabellos de mi marido (1858), La mujer
a los treinta años (1858) y la zarzuela Amor y travesura (1865). Véase Rodríguez Sánchez 102-103,
Catálogo teatral 30, y Paz II, 580.
86 ¿Simila similibus curentur?

presentaba en el Real. Apenas tuvo eco en la prensa de le época y llegó tan solo a las
cinco representaciones (Vallejo y Ojeda 302).
Estrenada en 1858 y publicada dos años después, Simila similubus se acerca
conceptualmente al texto de Peral y Richart, aunque técnicamente se trata de una
obra mucho menor y más limitada conceptual y sobre todo técnicamente. Al igual
que su predecesora y que el resto de las obras de las que se ocupa este ensayo, la
obra de Boldún anticipa ya desde su título el tema de la homeopatía, aunque en este
caso, la introducción y uso de la máxima hahnemaniana para el propio título de la
obra da una idea de lo arraigado que estaba ya en el imaginario cultural colectivo del
Madrid de mediados del xix la polémica homeopática y su lucha con los alópatas
en la disputa de los principios médicos en una sociedad, la decimonónica, cada vez
más preocupada por problemas y cuestiones de salud. Por otra parte, la segunda
parte del título, anticipa ya al espectador el mecanismo o recurso dramático que va
a articular la pieza, anunciado al tiempo el final feliz que el público esperaba de este
tipo de composiciones.
Simila Similibus es una comedia de enredo protagonizada por don Simón,
médico homeópata especializado en la sordera, y su esposa doña Cecilia. Fingién-
dose enferma, doña Cecilia regresa antes a casa del teatro para esperar a su amiga
Luisa, recién casada, a quien su esposo acaba de abandonar al descubrir que su
esposa estaba más sorda que una tapia y a la que pretende curar. Cecilia ha cita-
do también al esposo de esta, don Cándido Figueres, quien acude al misterioso
encuentro desconociendo las verdaderas intenciones de la llamada y dando por
hecho un interés romántico-sexual hacia él por parte de Cecilia. El regreso de don
Silvestre del teatro antes de tiempo dará lugar a la serie de equívocos propios de
este tipo de comedias, terminando con la firme convicción por parte de su don
Silvestre que Cándido es el amante de su mujer. Al final de la obra, se confirma
la teoría de don Silvestre: «una terrible emoción privó a Luisa del oído, pero otra
tal vez puede hacérselo recobrar» (30), algo que ocurre finalmente cuando Luisa
ve entrar en su habitación a Silvestre y a su marido espada y escopeta en mano,
confundiéndolos con ladrones.
La obra de Boldún parece alinearse con el texto de Peral y Richart al indivi-
dualizar la enfermedad al caso de Luisa, pero a diferencia de aquella, ni siquiera
presenta un motivo educador o restaurador que busque solucionar un conflicto
o desorden de tipo moral. Simila similibus parece más orientada a presentar des-
de el humor una visión negativa de la práctica homeopática, pero también en
ese propósito se ve abocada al fracaso, debido en parte a la inexperiencia y las
limitaciones creativas del autor a la hora de desarrollar situaciones y personajes.
Don Silvestre, representación de la homeopatía en la obra, aparece caricaturizado
como un personaje histriónico, dispuesto a usar una falsa enfermedad para curar
la sordera y demostrar así su teoría, recogida en su libro Tratado de la sordera de la
Jorge Avilés Diz 87

mujer, obra que el mismo define como «la mejor obra del siglo» (9).16 Boldún nos
presenta así su escepticismo sobre el método homeopático mediante la mirada
entre inocente e irónica del médico, un homeópata puro que cita la Gaceta y que
quiere llevar más allá la nueva estética médica, «sustituyendo las sanguijuelas con
las moscas, sedales y botones de fuego» (10). La crítica a las capacidades curativas
de la homeopatía llegará a su máxima expresión más adelante cuando Cándido
Figueras, sorprendido por don Silvestre en su propia casa, finja ser un paciente
aquejado de una enfermedad inexistente, «sordera presunta» (18), que don Sil-
vestre promete curar de inmediato. El género, tal y como había sucedido con Una
cura, impone un final feliz: Luisa recupera el oído y regresa al lado de su marido,
al tiempo que don Silvestre otorga de forma irónica a la homeopatía la razón de la
curación de Luisa, cerrando la obra con una suerte de moraleja y con la petición
de un aplauso aprobatorio del público.

2.3. Homeopáticamente (1855)

Ocho años después del estreno de Una cura por Homeopatía se publica Ho-
meopáticamente (1855), una obra igualmente arreglada del francés por un drama-
turgo del que apenas hay información, Luis Martínez.17 La obra se estrenó un 12
de julio de 1855 en el Teatro Variedades, fuera de las grandes temporadas teatrales
del año, tal vez por lo desconocido del autor. Compartió cartelera con el drama
de Ramón de Valladares y Saavedra Pobre Mártir (1855), y tuvo como rivales en
el Teatro de la Cruz dos reposiciones: la enésima del juguete cómico de Bretón
de los Herreros No más muchachos o el solterón y la niña (1833) —enésima que
no la última, ya que se seguirá presentando hasta la década de 1880— y la de la
zarzuela El grumete (1853), de Antonio García Gutiérrez y Emilio Arrieta.
La obra de Martínez pasó de puntillas por la prensa madrileña del momen-
to, incluso por la prensa médica especializada de la época, que tampoco se hizo
eco del estreno. Tal vez por el descanso estival propio de la temporada teatral, o
porque los pocos teatros que seguían abriendo en el verano madrileño de 1855
presentaban reposiciones, solo el Diario de avisos se hace eco del estreno, limitán-
dose tan solo a recoger el título de la obra en su sección de espectáculos (Diario
de avisos de Madrid 12.07.1855).

16
En esa misma línea, Domingo el portero del edificio definirá los libros y artículos de don
Silvestre como «romances» (8-9), enfatizando aún más si cabe ese carácter «ficcional» de la homeo-
patía.
17
Se desconoce su fecha de nacimiento y muerte. Rodríguez Sánchez solo puede apuntar otros
títulos de sus obras, como Martín el guardacostas (1855) escrito al alimón con Ramón de Valladares
y Saavedra y La sencillez provinciana (1856). Véase Rodríguez Sánchez (361) y Catálogo de Obras de
Teatro Español (131).
88 ¿Simila similibus curentur?

El uso de la forma adverbial del término homeopatía escogido por Martí-


nez para dar título a su pieza advierte ya al lector de alguna forma el enfoque
dramático del texto, en obvia línea con sus antecesores. En el salón de una casa
acomodada de la capital, Amelia recibe la visita de su amiga Enriqueta, que llega
a Madrid desde Bilbao donde ha estado recuperándose de problemas de salud. Al
ponerse al día de sus cosas tras dos años sin verse, Amelia le cuenta que su marido,
tras pasar una temporada en Madrid, pasó de ser un literato «mordaz y envidioso
como lo son todos» a un escritor de novelas «que lo desacreditan a los ojos de las
gentes razonables» (1).18 Para ayudar a su amiga, Enriqueta pondrá a buen uso
sus facultades como actriz: vistiéndose de hombre se hará pasar por Federico, un
joven libertino que se presenta en su casa como admirador de su obra La emanci-
pación de las mujeres, definiéndolo como «el defensor de las desgraciadas víctimas
de la civilización» (2).19 Este se presenta como un joven modelo: huérfano, rico,
sin virtudes especiales, soltero, sin hijos, y tras darle una enorme lista de sus malos
hábitos y costumbres (3) le dice que su deseo es convertirse en su colaborador.
Federico quiere instaurar el divorcio,20 pues está enamorado de una mujer que
conoció en el Circo durante el estreno de Los diamantes de la Corona. Federico le
pregunta si debe robar a la mujer o matar directamente al «clarín visionario» (3)
que tiene por marido, a lo que este, que no tiene ni idea de que está hablando de
Amelia, le da una tercera opción: la lectura de su libro y de otros tratados, como
Tratado moral del divorcio, para que su enamorada vea la locura que es «exigir
amor eterno» y que la fidelidad no es necesaria para el reposo de un matrimonio.
Cuando está a punto de salir, le confiesa que esa mujer es su esposa Amelia que,

18
Véase que, aunque sin desarrollar, nos encontramos una vez más con el recurso de ciudad vs.
pueblo, donde de nuevo la ciudad es presentada como la desencadenante de una depravación ética
y moral que no existe en la periferia.
19
Reelaboración deturpada del viejo motivo del Siglo de Oro de la mujer vestida de hombre.
José de Prades apunta que el enorme éxito que el recurso tuvo en el teatro aurisecular se debía a
lo que este implicaba metafóricamente: «la irrupción solapada, la conquista efímera del libérrimo
mundo masculino» (216). En la Comedia del Siglo de Oro el motivo estaba vinculado casi exclusi-
vamente al tema del amor, ya que es el sentimiento amoroso la principal fuente de problemas de la
mujer en el teatro áureo: amantes que prometen, seducen y huyen, hombres distanciados por mo-
tivos militares, etc. De forma especial destaca el de la mujer que viaja vestida de hombre para lavar
su honra, como sería el caso de Rosaura en La vida es sueño, que viaja con el propósito de matar a
su violador, Ataulfo, o el caso de Dorotea en El Quijote (I, 28-29), quien tras ser engañada por don
Fernando y sus falsas promesas de amor, sale vestida de hombre buscando justicia para su agravio.
20
Como toda controversia social que se preste, el divorcio también tuvo amplia representación
temática en las tablas españolas a lo largo de todo el Xix, sobre todo por parte de los comediógra-
fos que, sin delimitar su crítica social, exprimieron los aspectos humorísticos del tema. Véase por
ejemplo El divorcio por amor. Comedia en tres actos y en verso de Félix Enciso Castrillón (1808); Un
divorcio de Lorenzo Ucelay (1848); El divorcio. Drama en tres actos de José de Andrés Barón de Ros-
tán (1858); A caza de divorcio. Comedia en tres actos y en verso de Mariano Pina Domínguez (1863);
y ya hacia finales de siglo Las sorpresas del divorcio. Comedia en tres actos y en prosa, de Ceferino
Palencia (1893).
Jorge Avilés Diz 89

en complot con Enriqueta, llega en ese momento para decirle que se van a vivir
juntos con una hija de dos años de la que Federico no sabe nada. Siguiendo las
propias teorías libertarias de su marido, le confiesa que todo es verdad y que no
tiene nada de lo que arrepentirse, que las leyes «son para el vulgo, no para noso-
tros los emancipadores» y que debe ser consecuente con sus propias ideas. Ante
la oposición de Federico que trata de impedir la huida de los amantes, deciden
batirse en duelo. Ya a solas, Federico le confiesa a su mujer que tras una primera
reacción «animal» ha recuperado el estoicismo; no siente celos, y cuando le re-
cuerda que «el hombre es el señor absoluto», esta le contesta, citando a su propio
marido, que el hombre «es un animal estúpido que al casarse no toma mujer sino
para condenarla a educar a sus hijos» (5). Ante la marcha de la mujer, Federico
repudia sus textos, confesando que la ama y que tiene celos. La madeja se desen-
reda con la presencia de Enriqueta, ya vestida de mujer, recoge para el público la
lección presentada: «Y yo aquí el médico he sido / si hay aquí alguna paciente /
que venga y me lo cuente / que pronto la curaré. / Ya me han visto que curar sé…/
homeopáticamente» (6).
Escrita tan solo ocho años después de la obra de Peral y Richart, Homeopá-
ticamente presenta ya un cambio de enfoque significativo en su planteamiento
dramático. Aunque ambas obras aplican desde el humor el concepto básico de
homeopatía a la solución o curación de un problema de índole moral, mientras
en Una cura el problema estaba personalizado e individualizado en la figura de
don Simón, en Homeopáticamente asistimos a una mayor proyección social del
problema o situación que se pretende corregir. Es necesario recordar en este senti-
do que a partir de la segunda mitad de siglo, comienza a establecerse en el teatro
español un discurso ideológico de tipo moral que tratará de detener o al menos
de hacer frente a las nuevas ideas y modelos de comportamiento venidos desde
el exterior que eran considerados disruptivos por poner en cuestionamiento el
modelo estructural de la sociedad burguesa. Los dramaturgos se autoproclaman
así en representantes de los miedos y preocupaciones de la clase media, usando
las tablas como púlpito y convirtiéndose en defensores de lo que Checa Olmos
y Fernández Soto denominan la «microsociología hispana» (156), atacando la
incipiente relajación moral. Dentro de esas preocupaciones y coincidiendo con el
inicio en España del debate sobre el nuevo papel de la mujer en la sociedad, iban
a ser recurrentes el adulterio femenino, el valor del matrimonio, la importancia
de la unidad familiar —es decir, el divorcio— y sobre todo, la reivindicación de
un papel más tradicional de la mujer en el ámbito social que llevaba consigo,
como no podía ser de otra forma, una apología de la autoridad social y moral del
hombre.21
21
Como toda controversia social que se preste, el divorcio también tuvo amplia representación
temática en las tablas españolas a lo largo de todo el xix, sobre todo por parte de los comediógra-
90 ¿Simila similibus curentur?

En Homeopáticamente, a diferencia de otras obras de temática similar como


Una mujer literata (1851) de Juan Gutiérrez del Alba y como obvio recurso hu-
morístico, es el propio don Federico quien, desde sus colaboraciones en prensa
y sus libros pretende liberar a la mujer de la tiranía del hogar y el matrimonio,
defendiendo su emancipación. Sobra decir que sus ideas no son ni nuevas ni ori-
ginales, sino un guiño a las de Amand Bazard y Barthélemy Prosper Enfantin —
quienes habían abogado por otorgar la emancipación absoluta a la mujer en Fran-
cia—, o incluso a la del progresista inglés John Stuart Mill, quien unos años antes
había retado la tradicional moral victoriana de su momento no solo por defender
la emancipación de la mujer, sino por intentar promover su inclusión de la mujer
de todos los ámbitos civiles. Ante la inevitable llegada de esas ideas a España, co-
mienzan a publicarse y a llevarse acabo entre 1850 y 1875 —fechas entre las que
se componen las piezas de Martínez y Pastorfido— toda una serie de libros, artí-
culos, conferencias y simposios dedicados a reflexionar sobre el papel de la mujer
en la sociedad y los peligros que las nuevas ideas de modernidad llegadas desde el
exterior pueden traer consigo en caso de asentarse. Parece innecesario decir que la
práctica totalidad de estas obras, desde las famosas Guías para las mujeres hasta los
ensayos que se dedican especialmente al tema, presentan y defienden una imagen
domesticada de la mujer, relegada al ámbito familiar y, sobre todo, separada de
todo activismo social que le pueda dar notoriedad. De todas formas, es impor-
tante tener presente tal y como la crítica ha recordado en muchas ocasiones, que
aunque el discurso no haya variado, sí varió su justificación, ya que si antes esa
derivación al ámbito familiar descansaba en la supuesta inferioridad intelectual
de la mujer, ahora se justifica en una superioridad moral de esta, única y posible
garantía desde el hogar, del mantenimiento de la moral nacional burguesa (Jagoe
126). Es el caso de un texto como el de Francisco Alonso y Rubio, publicado
en 1863, para quien «el destino de la mujer es embellecer y sembrar de flores el
árido camino de la vida del hombre, formar el corazón de los hijos y ser el ángel
tutelar de todos los desdichados que demandan a la sociedad consuelo, amparo y
protección» (55). En la misma línea de pensamiento, el mismo autor recordaba
que la mejor situación de la mujer se correspondía precisamente con la de la clase
media, protagonista de las comedias y principal objetivo de las obras de teatro a
las que nos referimos, ya que es en este medio, donde «la mujer vive en armonía
con su destino: recogida en su hogar, considera como ocupación preferente el
cuidado de la familia, la educación de sus hijos, la vigilancia de sus domésticos;

fos que, sin delimitar su crítica social, exprimieron los aspectos humorísticos del tema. Véase por
ejemplo El divorcio por amor. Comedia en tres actos y en verso de Félix Enciso Castrillón (1808); Un
divorcio de Lorenzo Ucelay (1848); El divorcio. Drama en tres actos de José de Andrés Barón de Ros-
tán (1858); A caza de divorcio. Comedia en tres actos y en verso de Mariano Pina Domínguez (1863);
y ya hacia finales de siglo Las sorpresas del divorcio. Comedia en tres actos y en prosa, de Ceferino
Palencia (1893).
Jorge Avilés Diz 91

arregla el orden de su casa, administra económica y prudentemente sus intereses,


y establecida la conveniente regularidad en sus tareas, dedica algunas horas al
descanso y á honestas distracciones. La mujer que así vive, cumple su misión en
la tierra: es modelo de costumbres, solaz de la familia y ángel tutelar del hogar
doméstico» (145-146). No obstante, es importante tener en cuenta que esta línea
de pensamiento no era solo exclusiva de los hombres, sino también de las mujeres:

No soy yo de las que abogan por la emancipación de la mujer, ni aún entro


en el número de personas que la crea posible; espíritu débil, creo que toda la
fuerza de mi sexo consiste en la bondad, en la virtud, en el amor: creo que la
mujer necesita constantemente el amparo de un padre, de un esposo, de un
hermano, de un hijo; pero creo también que ella puede ser a su vez el apoyo
moral de los suyos, el consuelo y la alegría de los que la aman; creo que la esfera
de acción de la mujer es tan extensa como la del hombre, pero en condiciones
totalmente distintas: el hombre, por medio de la razón, debe realizar todos los
hechos de la vida exterior; la mujer, por medio de su bondad inteligente, debe
dirigir toda la vida interior de la familia (Sinués 7-8)

El hecho de que sea precisamente Enriqueta la restauradora de la unidad


familiar perdida y de que sea esta precisamente la que cierre la obra dirigiéndose
al público ya vestida de mujer —aceptando así, simbólicamente, el lugar que la
sociedad ha establecido para ella— añade la obra de Luis Martínez a toda esa serie
de textos que alertaban de los peligros de una relajación moral y de la importancia
de perpetuar la domesticación de la mujer, relegándola al ámbito del hogar. En
el caso de Homeopáticamente, lo más significativo no es el uso de la enfermedad
como metáfora de los efectos nocivos de la modernidad y sus repercusiones so-
ciales, sino el uso de la homeopatía como solución. Independientemente de sus
proyecciones humorísticas, el final del texto de Martínez nos da una idea no solo
del nuevo interés del público burgués en cuestiones de salud, sino de lo arraigado
que ya estaba el concepto en el imaginario social colectivo del Madrid de media-
dos del siglo xix, algo que confirmará de nuevo la obra de Pastorfido nueve años
después.

2.4. Sistema Homeopático (1864)

Sistema homeopático se estrenó por primera vez en el Teatro de la Zarzuela un


8 de noviembre de 1864. Su autor, o al menos el escritor firmante Miguel Pastor-
fido, es uno de esos autores misteriosos y desconocidos de la bohemia romántica
del xix, del que incluso se duda si verdaderamente existió. Tuvo una asociación
profesional con el poeta y dramaturgo Pelayo del Castillo (1837-1883), quien, en
sus primeros años, escribió obras que Pastorfido publicaba con su propio nombre.
92 ¿Simila similibus curentur?

Sistema homeopático compartió cartel con el drama de Joaquín Tomeo y Be-


nedicto Jacobo Trezzo (1863) y, dadas las fechas, se disputó la audiencia madrileña
de la semana con la ya tradicional reposición del Don Juan Tenorio en el Teatro
Novedades —que en esta ocasión ofrecía también como colofón la parodia de
Mariano de Pina y Bohigas Don Juan el perdío (1849)— y con El amor de los
amores (1864), de J. C. Rodríguez en el teatro del Príncipe. La obra pasó de
puntillas por la prensa de la época, a pesar de llegar a las seis representaciones
ininterrumpidas. Los periódicos se limitaban a recoger el título de la obra en la
sección de espectáculos, a excepción del Diario de avisos que, además de recalcar
su condición de novedad, añadió el nombre del elenco de actores encargados de
la representación, por si pudiera servir como reclamo al espectador habitual de los
teatros de la capital. (Diario de avisos de Madrid 08.11.1864). Tan solo el crítico
teatral Nemesio Fernández Cuesta le dedica unas palabras en su columna de El
Museo Universal, más ocupada en realidad a la crítica despiadada y mordaz de la
ya mencionada Jacobo Trezzo:

Después del drama se puso en escena una comedia en un acto del señor Pas-
torfido titulada Sistema homeopático. Esta piececita hizo reír mucho; está versifi-
cada con gracia y dialogada con talento y fue aplaudida por ello. Por lo demás,
lo inverosímil de muchas de sus escenas; lo falso del principal carácter que si
existió algún tiempo hoy no existe y sobre todo la especie de moraleja con que
concluye, diciendo que las mujeres no deben leer mas libros que el catecismo
y el arte de cocina, deslucen el mérito intrínseco de esta producción, que a
tomarse en serio vendría a proclamar la absurda teoría de que debe condenarse
a la ignorancia más absoluta a la mitad del género humano, desarrollando solo
en ella los instintos animales y un instinto religioso poco ilustrado. Creemos
que no ha sido esta la mente del autor, sino que se propuso tan solo hacer una
comedia que hiciese reír. Si así es, lo ha conseguido, y aconsejamos al público
que acuda a verla. (362)

El argumento de Sistema es sencillo: don Pantaleón, angustiado por la ac-


titud de su mujer y las ideas liberales que le llegan por medio del «maldecido
teatro» (11), llama a Amadeo, su médico, para que trate a su mujer y la cure de su
locura, algo que Amadeo promete hacer usando el método homeopático aplicado
a la moral (14). Ya a solas con Gertrudis, la mujer de Pantaleón, esta le confiesa
su cansancio de su marido y su deseo de ser libre del yugo del matrimonio, algo
que Amadeo le promete conseguir. Brusca y arisca con su marido, le dice que
pronto acabará su tiranía, que alguien vendrá a rescatarla y que quiere la libertad
para ella y para las mujeres, convirtiéndose en la George Sand española, llegando
a comprar pantalones de hombre para vestir y comportarse igual que su heroí-
na. Cuando Amadeo regresa y como parte de su cura homeopática, se declara a
Gertrudis, jurándole amor y anunciándole que todo está preparado para una fuga
Jorge Avilés Diz 93

inmediata. A pesar de unas dudas iniciales, Gertrudis acepta irse con él, momento
en el que entra Pantaleón, desconocedor del plan de Amadeo. Pantaleón avisa a
las autoridades, pero Gertrudis, lejos de amilanarse, decide morir con sus ideas,
convirtiéndose en un ejemplo de integridad para las mujeres españolas: «¡Sí! Con
asombro y respeto / dirá la posteridad / la muerte la altiva saña / a la española no
doma. / Si hubo una Lucrecia en Roma / hubo una Tula en España» (30).22 Los
«amantes», en una escena de melodramática de amplia tradición literaria, deciden
envenenarse juntos para acabar con su vida. Los dos toman el veneno, pero cuan-
do Amadeo comienza a relatarle los síntomas que van a experimentar, Gertrudis
se arrepiente, «renegando de las plumas». Gertrudis se arrepiente, pide perdón, y
promete dejar de leer novelas e ir al teatro. Amadeo «despierta» afirmando que la
homeopatía ha producido su efecto, terminando con una suerte de moraleja que
afirma que las únicas lecturas que debe llevar a cabo una mujer son el catecismo
y los libros de cocina.
Una vez más nos encontramos el mismo modelo adelantado por Juan del Peral
y Luis Martín: el uso del tema de la homeopatía para curar o corregir un teórico mal
social de orden moral que, en este caso, el controvertido tema del papel de la mujer
en la sociedad, tiene que ver con el divorcio la consiguiente ruptura de la unidad fa-
miliar, elemento clave para el mantenimiento de la estructura social burguesa. Cabe
recordar en este sentido que desde la Constitución de 1812, la presencia ideológica
de la Iglesia católica en la formación legal del Estado fue constante, a pesar de que
en determinadas ocasiones, los distintos partidos en la gobierno pudieran suavizar
en algún grado dependiendo de su ideología sus planteamientos en cuanto a la
función del Estado en el control del pensar y el sentir religioso de la nación y sus
líderes.23 Aún así, como apunta Inés Alberdi, a la hora de controlar y de hacer frente
a las ideas llegadas del exterior, no es exagerado afirmar que «la Iglesia española en

22
Referencia a la escritora y poetisa cubano-española Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-
1873), apodada cariñosamente por sus amigos «Tula». A lo largo de 1860 iba a publicar en un
periódico local una serie de artículos —recogidos posteriormente en sus obras completas— donde
reflexiona anticipándose en buena medida al pensamiento feminista español de finales de siglo en
la figura de la mujer y su papel en la sociedad española del diecinueve. En ellos, al hablar sobre la
inteligencia y el carácter de la mujer, no solo afirma la igualdad de los dos sexos, sino que llega a
defender «la superioridad del nuestro en el desempeño de aquella misión augusta, la más ardua de
cuantas plugo al cielo encargar a los humanos» (297).
23
La Constitución Española de 1812 promulgaba que «la religión de la nación española es
y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera. La nación la protege por
leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra» (Constitución política 7). Quince años
después, la Constitución de 1837 suavizará notablemente los términos, afirmando simplemente
que: «[l]a nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica que profesan
los españoles» (Constitución de la Monarquía 9). Las distintas versiones, vinculadas al carácter más o
menos conservador de los distintos gobiernos que se iban a alternar en el poder a lo largo de todo el
siglo xix, no iba en ningún caso a evitar ni su presencia ni su peso político-ideológico. Para más in-
formación sobre las distintas constituciones y sus variedades, consúltese el trabajo de Andrés Sevilla.
94 ¿Simila similibus curentur?

el siglo xix fue una de las fuerzas sociales más reaccionarias y oscurantistas con las
que contó el país» (80).

2.5. Amor homeopático

Por último, es necesario hacer un breve comentario a la obra Amor homeopá-


tico, escrita al alimón hacia 1859 por el dramaturgo y traductor Manuel Leiva
Daroca y el editor José Sañudo de la Pelilla (Lafarga 332). No hay constancia
alguna de que la obra llegara a representarse nunca ni en Madrid ni en provincias,
como tampoco hay indicación de que llegara a publicarse.24
Desprovista de cualquier tipo de reflexión crítica sobre un problema social y
más en línea con el humor festivo de la obra de Boldún, Amor homeopático se de-
sarrolla alrededor de la figura de Pío Prieto Vázquez, un joven donjuán y calavera
de la alta sociedad madrileña famoso por sus múltiples conquistas. Pío alardea de
no creer en el amor y de que, en caso de amar, es necesario hacerlo «homeopática-
mente»: esto es, «con un glóbulo de pasión, una décima de glóbulo de delirio y una
centésima de ídem de frenesí; todo disuelto en un vaso de agua del cual se prueba
una cucharadita» (49-50). El modus vivendi de Pío se verá amenazado cuando su
padre, cumpliendo una promesa de juventud, regrese a Madrid para casarlo con la
hija de su amigo y compañero de negocios don Prieto, que resultará ser, como el
espectador intuye desde el principio, la joven María de la que Pío está enamorado
desde los compases iniciales de la obra (4-5). La relación se va a ver en peligro gra-
cias a la aparición de don Próspero y su sobrina Concha, una familia venida a menos
que ve en la fortuna de la familia de Pío, la solución a su situación económica. Pío se
resistirá a la idea del matrimonio hasta el final —«Amar aunque sea alopáticamente;
pero matrimonio ni aún en la cantidad más homeopática posible» (46)—, pero el
interés de su amigo el conde de Verdesauces por María, le hará cambiar de opinión.
Ya hacia el final de la obra, su padre culpará a la educación recibida su actitud a ha-

24
La Biblioteca Nacional guarda dos manuscritos de Amor Homeopático. El primero (mss 14
305 n°8), está firmado en la hoja de protección por Manuel Leiva Daroca y José Sañudo de la Pe-
lilla. Es, de los dos manuscritos, el que presenta un peor estado de conservación y, a juzgar por la
cantidad de anotaciones y tachaduras bien podría ser un borrador inicial de la obra o más probable-
mente una copia del otro manuscrito. No recoge año de composición y presenta sello de la sección
de manuscritos de la Biblioteca Nacional en la portada. El segundo manuscrito (mss. 14109 n°15),
aparece firmado solo por José Sañudo de la Pelilla, y recoge ciudad (Burgos) y año, 1859. Se trata
de una copia limpia, sin tachaduras, correcciones y notas al margen. Presenta además un intento
de sistematización mediante el uso de dos colores: texto en tinta negra y tinta de color rojo para los
nombres de los personajes y didascalias. En la última página del manuscrito aparece una nota del
censor: «Aprobada con las supresiones señaladas en la escena segunda del primer acto, tercera del
segundo y en los dos lugares de la decimotercera del tercer acto» (s.p), señaladas en el texto. A no ser
que se mencione lo contrario, todas las citas de Amor homeopático se corresponderán con el segundo
manuscrito (mss. 14109 n° 15) y con la paginación insertada manualmente que aparece en él.
Jorge Avilés Diz 95

cia el amor y las mujeres, dándole un plazo de tres años para trabajar y labrarse un
futuro propio antes de casarse con María, plan al que este accede gustoso.
Amor homeopático se aleja por tanto de la mirada crítica hacia aspectos
sociales como el papel de la mujer en la sociedad española de mediados del
siglo diecinueve, la importancia de la unidad familiar o el divorcio para confor-
mar un texto —construido alrededor de motivos y recursos teatrales de sobra
conocidos para el espectador— orientado únicamente al entretenimiento y la
diversión. La reunión clandestina en el baile para tratar el matrimonio de los
hijos, los parlamentos de don Canuto hacia el final de la obra culpando a la
educación de la actitud misógena de su hijo —de obvios ecos a un El sí de las
niñas que se seguía representando en los teatros del Madrid de medio siglo—25
o la visión del matrimonio como contrato social repetida hasta la saciedad por
don Próspero a lo largo de toda la pieza no son sino mecanismos de un engra-
naje teatral dirigidos a entretener a un espectador que espera paciente un final
feliz, conocedor de que por muchas vueltas de tuerca que de la trama, esta no
puede concluir sino con la derrota de los planes de Próspero y Concha y con la
boda de María y de un regenerado Pío.
La originalidad de la pieza de Sañudo de la Pelilla estriba por tanto no en
su tema o en los recursos dramáticos planteados, sino en la adaptación de unos
principios homeopáticos —ya ampliamente diseminados hacia 1859— que van
mucho más allá de la inserción de la máxima de Hahnemann en la pieza, algo ya
habíamos visto en la obra de Peral y Richart o en la de Boldún, que iba a aparecer
por esas mismas fechas. Al igual que ocurrirá en Simila similibus, la incorporación
de la teoría homeopática a una comedia de enredo de trama amorosa aporta tam-
bién, más allá del elemento humorístico, una mirada entre irónica y ridiculizadora
de la homeopatía representada en ese Pío que, a pesar de proclamar hasta el final
«que ama homeopáticamente» y su veneración por Hahnemann —«[Hahnema-
nn ] no hubiera inventado la homeopatía si no hubiese conocido el coquetismo
y estudiado lo que se llama amor» (51)—, termina por claudicar de su teoría del
amor infinitesimal para aceptar el plazo de tres años para demostrar ser digno de
la mano de María, manifestando así con su fracaso, el de la homeopatía.

3. Conclusiones

La irrupción de la doctrina homeopática en España en las primeras déca-


das del siglo xix así como la polémica que envolvió su llegada solo puede ser
entendida desde la combinación de dos factores coincidentes; por un lado (1),
25
Compárese los parlamentos de don Canuto acerca de la educación de su hijo (Amor homeopá-
tico 150-151) con el de don Diego sobre la educación de Paquita (El sí de las niñas 236).
96 ¿Simila similibus curentur?

el propio estado de la medicina a principios del siglo xix y el cambio concep-


tual y estético que la homeopatía pretendía imponer en el imaginario colectivo
nacional; y por otro lado (2) el propio espíritu de modernidad de la sociedad
española decimonónica, cada vez más preocupada y consciente de los proble-
mas relacionados con la salud (Goñi Pérez 117-118). Por su cuestionamiento
del papel tradicional del médico y del sistema alopático imperante hasta en-
tonces, la llegada de la homeopatía trajo consigo un inusitado debate que iba a
transcender el marco de lo meramente médico o científico, para extrapolarse a
campos ajenos, alejados del suyo propio, como el periodismo o la literatura. La
novela y las obras de teatro comenzarán así a llenarse te personajes y situaciones
que reflejan ese sentimiento de incertidumbre que era el sentir general de la
sociedad ante esta nueva opción médica que se habría ante ellos. Y ahí es donde
especialmente el teatro, por su función mimética de la realidad, se convierte en
el campo de batalla ideal para el desarrollo y transmisión del debate científico,
así como en el termómetro del sentir social sobre la homeopatía. Algunos tex-
tos, desde su mirada irónica y burlona, se acercaban a la homeopatía para ridi-
culizarla, buscando la sonrisa cómplice e incrédula del espectador, invitándole a
asistir al diálogo con la ciencia desde la prudencia de la indiferencia. Otros, tal
vez la mayoría, vieron en la homeopatía y en la enfermedad la metáfora perfecta
para expresar su incertidumbre y sus miedos ante la llegada imparable de la mo-
dernidad, alertando al espectador desde el miedo a lo desconocido contra todos
los cambios, reales o imaginados, llegados o por venir que pudieran alterar la
comodidad de su status social. En cualquier caso, la presencia temática de la ho-
meopatía en el teatro del diecinueve constituye uno de los mejores reflejos del
verdadero calado y extensión de la doctrina homeopática en España, así como
el mejor termómetro para medir el interés social en el tema.

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«LA HIGIENE ES UNA RELIGIÓN HUMANA…»:
REGENERACIÓN, SALUD E HIGIENE EN ESPAÑA
EN EL SIGLO XIX

Solange Hibbs-Lissorgues
Universidad de Toulouse-Jean Jaurès

Para José Bolado, esclarecido explorador y


divulgador de la obra de Rosario de Acuña (1850-1923)

Hemos querido abordar el tema de nuestra contribución con esta cita de Rosa-
rio de Acuña «La higiene es una religión humana…» (Acuña, «La higiene es una
religión humana» 745) para acercarnos a unos textos que constituyen, a nuestro
juicio, una aportación fundamental y quiza poco conocida de una humanista e
intelectual progresista al tema de la higiene y de la regeneración en la Espana de
finales del xix e inicios del xx.
En su Conferencia «La higiene en la familia obrera», dada en el Centro Obrero
de Santander el 23 de abril de 1902, se encuentran los principios higienistas que
la autora desarrolló a lo largo de su vida y que puso ella misma en práctica: prin-
cipios inspirados en la profunda creencia de que la naturaleza era fuente de vida
y «regeneradora de equilibrios del cuerpo y del ánimo» (Bolado, «Introducción»
119). Su constante preocupación por la armonía y el perfeccionamiento humano,
por la regeneración social se expresa mediante la afirmación vibrante de su fe en «el
sacerdocio de la ciencia» y supone una total adhesión, podríamos decir incluso mís-
tica, a los principios que la sustentan. Una vibrante defensa de la «augusta ciencia»
y de la filosofía de la naturaleza que no sufre ni compromisos, ni temores como lo
sugieren expresiones impregnadas de resonancias religiosas: la «sublime misión de la
higiene», los «preceptos sublimes de la ciencia higiénica», la «trinidad higiénica», la
higiene privada como «dogma que toda familia debe tener a la cabecera del lecho»
(Acuña, «La higiene» 752-754-756 y «Conversaciones» 1465).
En su biografía sobre Rosario de Acuña, José Bolado ha señalado que no era la
primera vez que se ocupaba de este asunto muy presente en sus preocupaciones so-
102 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

ciales pues esta orientación se había iniciado a finales de los años ochenta al hilo de
otro discurso leído en el Ateneo-Casino Obrero de Gijón en el que «tocaba diversos
aspectos de la salud en la familia obrera, con el problema del alcoholismo como
centro motivador» (252). Entre los muchos textos en los que comparte su alegato
higienista, se encuentran los que Rosario de Acuña dedica más especialmente a las
enfermedades como la tuberculosis o la escrofula, la epilepsis y las enfermedades
mentales y los artículos publicados en la década de los años 80 y en las primeras dé-
cadas del siglo xx. La mayoría de los textos se reparten en varias secuencias temáticas
como «En el campo» (1881-1884), «Las especialidades en avicultura» y «Avicultura
popular» (1901), «La tuberculosis del pueblo montañés» (1901) y «Conversaciones
femeninas» (1902). Todas estas contribuciones ilustran el compromiso de una mu-
jer cuya observación de los males endémicos de la España de su tiempo desemboca
en la denuncia del abandono sanitario de los pueblos, del fanatismo religioso y de
las supersticiones, verdadera rémora para el progreso y la ciencia. También estig-
matiza la centralización política de un sistema que se apoya en las élites e ignora el
estado de postergación social y económica de las clases populares.1
Si el complejo entramado socio-político y cultural de su época, así como la
asimilación de corrientes higienistas europeas y de novedades científicas constitu-
yen el telón de fondo imprescindible para el acercamiento a los textos de Acuña,
otra clave de lectura son sus propias coordenadas biográficas.

1. Una misión en adecuación con la experiencia del dolor y de la rege-


neración

Profundamente comprometida con los debates del momento sobre salud pú-
blica e higiene, Rosario de Acuña siempre parte de la observación del entorno,

1
Transcribimos a continuación uno de los pasajes característicos del tono y del estilo de Rosario
de Acuña cuyos textos reflejan, mediante la densidad de su ritmo y de las interpelaciones, el vigor,
la determinación e incluso la ira de una mujer más preocupada por la verdad que por el beneplácito
de sus lectores: «¿De qué está formada esta atmósfera que alimenta nuestro Estado? ¡Qué es esto que
nos rodea, que todo lo ruin, lo bajo, lo impío, lo podrido, lo anti-humano, encuentra calor para
desarrollarse y fuerzas para sostenerse? ¿Dónde está el poder gubernamental de La Coruña, de este
pueblo que se queda sin agua con que deje de llover un mes seguido; de este pueblo de pestilencias
insufribles por su alcantarillado antihigiénico y defectuoso, que estando rodeado por el mar no tiene
una gota de agua para apagar sus incendios; de ese pueblo al que no se le puede llamar «ciudad»,
que con sus ínfulas de cultura y sus atrevimientos de civilizado en sus clases superiores que a diez
kilómetros de su radio se revuelquen en dolorosas convulsiones algunos pobres enfermos que no
cometieron otro delito que pagar contribuciones abrumadoras para vivir sumidos en la ignorancia
más completa de los fundamentales preceptos de la salud? ¿O es acaso que, a pesar de esta centrali-
zación absorbente, estéril y viciosa, que domina en todas las provincias de España, las autoridades
de La Coruña no tienen poder sobre las aldeas? ¿Y en éstas no hay médicos?», «Los endemoniados
de Arteijo y el santuario de Pastoriza» (Acuña, Obras reunidas II 1171).
Solange Hibbs-Lissorgues 103

de los conocimientos que estimulan su reflexión y su escritura, de su experiencia.


Al hilo de varios textos en los que analiza la situación física y moral de las clases
trabajadoras y proletarias, surgen retazos de sus vivencias y aprendizajes persona-
les. Animada por el prurito de la sinceridad y el afán didáctico, evoca en varias
ocasiones su propia enfermedad y la «odisea dolorosa» que sufrió durante largos
años.2 Los dolores a los que alude son los que provocaron una temprana enfer-
medad crónica de la vista, una conjuntivitis escrofulosa con episodios de ceguera:

Desde mis cuatro años empezaron a poblarse mis ojos de úlceras perforan-
tes de la córnea. El cauterio local, los revulsivos, las fuentes cáusticas…. todo
el arsenal endemoniado de la alopatía sanguinaria y cruel empezó a ejercitarse
sobre mis ojos y sobre mi cuerpo. Y, si las quemaduras con nitrato de plata
roían los cristales de mis pupilas y las cantáridas en la nuca y detrás de las orejas
llegaban a veces a descubrir el hueso, era sólo para darme algunas semanas de
respiro. Un constipado, un granito de arena, un exceso de golosina infantil,
volvían a intronizar el proceso ulceroso, y mis ojos tornaban a la ceguera, y el
quejido del atenazante dolor helaba la risa en mis labios de niña (…)». (Acuña,
«Conversaciones… Los enfermos» 1487)

En la evocación de las adversas circunstancias de su enfermedad y achaques,


alternan momentos de emotividad, privacidad y distanciamiento reflexivo. Las
huellas de la experiencia íntima siempre se escrudiñan desde una postura ética y
crítica. Después de haber recorrido los diferentes momentos de su deterioro físico
debido a la conjuntivitis de su infancia, a las fiebres palúdicas en la edad madura
y al catarro pulmonar en la última etapa de su vida enaltece algunos de los prin-
cipios que se convertirán en dogma: el retorno a la naturaleza como ley de vida y
fundamento de la higiene.
Largas y poéticas descripciones de la fusión regeneradora con la naturaleza
evocan el proceso de mejoramiento físico y el fortalecimiento de una conciencia
vital:

¡Ah! En medio de aquel agotamiento de todas mis energías vitales, entre


las nieblas de la muerte que cercaban mi inteligencia, surgía como luz diáfana
sin entoldar por ningún crespón la esperanza honda y ardiente de correr a los
campos, a las montañas, a las costas […] El heroico esfuerzo de mi voluntad,
secundado por cuanto la ciencia y el cariño hacían por mi salud, pudo al fin te-
nerme en pie; y así que de pie me tuve, sin oir a nadie, como somnámbula que
acude a la cita sugestionadora, firme, terca, arrolladora de toda otra voluntad
que no fuera mi deseo de marchar a los campos, acribillándome yo misma a

2
«Me vais a permitir, en esta jornada, exponer a vuestra consideración particularidades de mi
vida, pues, aunque soy refractaria al estilo subjetivo […], no es posible en un trabajo didáctico que
se desarrolla en términos casi familiares, desentenderse en absoluto de la personalidad del autor»
(Acuña, «Conversaciones… Los enfermos» 1485).
104 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

inyecciones de quinina para concluir mi reclusión, corrí a Galicia, a las ásperas


escolleras que se extienden desde el cabo Silleiro a La Guardia, donde viene a
estrellarse la corriente del golfo mexicano, saturada de yodo y del sodio del mar
del sargazo». (Acuña, «Conversaciones… Los enfermos» 1492-93)

Las excursiones por el monte, sus exhaustivos recorridos por tierras españo-
las, así como la difícil conquista de una luz que tan cruelmente le hizo falta en los
tiernos años de la infancia se experimentan como una profunda empatía, como
una total entrega a las fuerzas vivificadoras de la naturaleza y se funden en la subs-
tancia perenne e íntima de su vida y de sus luchas.
Su pasión por la naturaleza evocada a lo largo de su obra, se reinvidica no
solo como una opción personal saludable sino también como una posible vía de
regeneración social (Bolado 41).3
Para Rosario de Acuña el desprecio de las leyes naturales que entrañan el equi-
librio entre las partes de la inteligencia intuitiva del mundo y del acercamiento al
ritmo orgánico del planeta representa un obstáculo para la regeneración y el iti-
nerario físico e intelectivo del ser humano. En su visión organicista convergen la
germinación de la materia, la mutua fertilización entre el hombre y una naturaleza
«finita en sus transformaciones y eterna en sus fines» (Hibbs, «La naturaleza» 195).
La vida en la ciudad es una aberración con respecto a la evolución natural del
ser humano que no es más que uno de los eslabones de la prolífica cadena de la
evolución de la naturaleza y de «sus energías fecundas» (Acuña, «Conversaciones
femeninas» 1507»). Una evolución que argumentaba desde un punto de vista
biológico y filosófico y que justificaba la inmersión en el campo: «Levantemos
en los campos la morada racional de nuestra especie» (Acuña, «Conversaciones
femeninas» 1507»).
La apología de una existencia en contacto permanente con el entorno natural
y las fuerzas vivas de la tierra se convirtió en uno de los principios inspiradores de
su filosofía y ley de vida personal.
A modo de confesión y con efusión lírica, Rosario de Acuña comparte con
sus lectores su sentimiento de total identificación con una naturaleza que la
acompañó toda su vida:

(…) hoy que los años comienzan a inclinar hacia tierra mis cansados mús-
culos, no busco ni pretendo más que acabar mis días oyendo, en las ásperas so-
ledades de los acantilados cántabros, la sonata majestuosa o idílica del Océano.

3
Al evocar los largos paseos por montes y sierras con su padre, Rosario de Acuña recuerda cómo
aprendió a comprender las «sublimes bellezas del planeta»: «Allí, en aquellas inolvidables horas, mi
espíritu se fue desposando con la naturaleza, y desde entonces el culto de mi vida, los afanes de mi
voluntad, las energías de mi carácter, mi ambición, mi pasión, mi entendimiento y mis sentidos, todo
mi ser entero ha luchado y vivido por y para la naturaleza» («Avicultura femenina» 1382).
Solange Hibbs-Lissorgues 105

Y hoy al recorrer con el pensamiento los lejanos pasados, al recontar todos los
dolores y todas las alegrías de la vida, confieso, con toda la sinceridad del que
nada espera ni nada teme, que le debo a la contemplación de la naturaleza, a
la compenetración de sus preceptos y de sus hermosuras, las únicas y positivas
felicidades por las cuales el alma se ha encontrado de haber nacido. (Acuña,
«Avicultura femenina» 1383-4)

Rosario de Acuña enaltece con frecuencia su apego a los pueblos en los que
vivió, sumergida en el campo: la finca familiar de Pinto en los alrededores de
Madrid, durante sus primeros años de mujer casada. Evoca la elección, al final
de su vida, del pueblo de Cueto en la cantábrica Montaña, lo que sería su últi-
ma morada, una casita en un acantilado cerca de Gijón: «Luego se dice que, a
instancias de algunos amigos de la junta directiva del Ateneo Obrero de Gijón,
se traslada a esta ciudad y construye una casa sobre un acantilado, en un lugar
solitario, El Cervigón, pero con vistas plenas sobre el mar y sobre los valles de la
ciudad» (Bolado 265).
Es este contacto indefectible con la naturaleza el que constituye la principal
fuente de conocimiento para una mujer autodidacta, abierta a las ciencias natura-
les y predispuesta a captar las ideas y corrientes higienistas de su época.

2. Una naturaleza infinita en sus transformaciones y eterna en sus fines

Educada en un entorno liberal e ilustrado, aprovechó el magisterio de su


abuelo Juan Villanueva Juanés, conocido médico y naturalista que estudió en
Alemania y fue uno de los primeros introductores de Darwin en España. Las
enseñanzas de su padre de espíritu tolerante y liberal favorecieron su curiosidad
por las ciencias naturales. José María López Piñero ha destacado el prestigio de
la medicina germánica como en general de su ciencia y de su cultura y cómo los
médicos españoles, que pudieron estudiar en el extranjero gracias a viajes de estu-
dio en Alemania y Francia, introdujeron en España, como lo hizo Juan Villanueva
Juanés, las ideas ilustradas y las nuevas teorías científicas (López Piñero 671).
Como ha mencionado José Bolado en su detallada biografía de Rosario de
Acuña, los relatos de esta autora de matiz autobiográfico son valiosos testimo-
nios. Reflejan las fuentes de sus conocimientos y la relevancia del magisterio de
su entorno familiar: «Confieso humildemente que siempre fue el placer de mi
vida el estudio de cuanto se relaciona más o menos con las ciencias naturales y
he procurado, con toda mi voluntad, cultivar mi inteligencia por cuantos medios
estuvieron a mi alcance; y acaso en esto entre también la ley de herencia pues
nieta de un famosísimo médico y naturalista, el doctor Villanueva (…) a su lado,
e inspirada como digo, por la ley de herencia, adquirí conocimientos fisiológicos
106 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

y naturalistas en edad en que apenas la mujer tiene otra pasión que las muñecas»
(Bolado 41).
Rosario de Acuña había recogido esta herencia familiar y desarrolló una no-
table labor de difusión de muchas de las ideas nuevas que brotaban en campo
científico y filosófico de una Europa en plena expansión (Hibbs, «El pensamien-
to» 148).
Una de las muchas iniciativas personales de Rosario de Acuña en el ámbito
de la ciencia fue precisamente la organización en 1882, con su marido Rafael de
Laiglesia, de un premio dotado de mil pesetas para el mejor trabajo sobre medici-
na legal presentado por doctores o licenciados. Esta iniciativa, desgraciadamente
poco documentada por el momento, ha sido mencionada por José Bolado que
recalca muy oportunamente la cercanía de una mujer pionera con los círculos
intelectuales progresistas y científicos de finales del siglo xix (Bolado 98-99).
El interés de Rosario de Acuña por la medicina se manifiesta en las frecuentes
referencias a los médicos a los que conocía y a los gajes de un oficio enfrentado a
veces con insuperables dificultades en la España de su época. Las alusiones a cono-
cidos profesionales como el doctor Enrique Gutiérrez se acompañan de reflexiones
desilusionadas sobre las numerosas trabas administrativas y materiales que provo-
can, en muchos casos, el abandono del oficio: «Que mi respetuoso saludo vaya,
desde estas páginas, a la morada del noble médico don Enrique Gutiérrez, que no
encontrándose, acaso, con fuerzas para la lucha tenaz y dura que se impone a su
profesión, en todos los concejos de la patria, renunció a una carrera dignamente
ganada (…)» (Acuña, «Conversaciones femeninas. XVI. Industrias rurales» 1553).
En varias ocasiones denuncia la precariedad de las condiciones laborales de
los médicos rurales que no pueden cumplir con sus obligaciones debido a la esca-
sez de medios y que tienen que luchar contra la falta de reconocimiento por parte
de un Estado excesivamente centralizado, contra la ignorancia y la superstición.
Esta situación de postergación sanitaria refleja el peso abrumador del fanatismo
religioso alimentado por una institución eclesíastica hostil a la ciencia raciona-
lista. Al evocar el cuadro de enfermedades que afectan las poblaciones rurales,
estigmatiza «las idolátricas supersticiones del sensual catolicismo» como en el caso
de las comarcas de Arteijo y de Pastoriza en Galicia, en las que los habitantes
«viven sumidos en la ignorancia más completa de los fundamentales preceptos de
la salud» y donde casos de demencia y de epilepsis se curan a base de exorcismos.
Estos cuadros aterradores captados por la mirada sociológica y compasiva de su
autora, constituyen una indignada denuncia de la situación del total abandono
sanitario de algunas regiones españolas:

¿O es acaso que, a pesar de esta centralización absorbente, estéril y viciosa,


que domina en todas las provincias de España, las autoridades de La Coruña
no tienen poder sobre las aldeas? ¿Y en éstas no hay médicos? ¿Qué hacen éstos
Solange Hibbs-Lissorgues 107

que, al ver a los habitantes de sus distritos empeñados en ejecutar este drama
espantoso, no rompen en mil pedazos sus nombramientos, prefiriendo morir
de hambre con su honra científica inmaculada antes que hacerse cómplices de
estos lentos y crueles asesinatos, donde no solamente perece el individuo y la
especie, sino que sucumbe algo que es más alto ¡la razón de nuestra humana
naturaleza que se hunde oscurecida por estas costumbres horribles! (Acuña,
«Los endemoniados» 1173-1174)

José Bolado ha señalado sus vinculaciones con la ciencia médica y las fre-
cuentes referencias a médicos a los que conoció: «A la vida», poema dedicado a
don Andrés del Busto y López, con motivo de su curación y el homenaje «A la
memoria de mi inolvidable amigo el doctor Delgado y Jugo»: «Delgado ha muer-
to dejando arraigada en nuestra patria la semilla de un arte elevado por él hasta
lo sublime: de un arte, acaso, el más difícil escollo de la ciencia médica, que con
tantos escollos cuenta» (Acuña, «A la memoria de mi inolvidable amigo el doctor
Delgado y Jugo» 649-650).
Sus viajes y recorridos a lo largo y ancho de tierras españolas, a veces por
rincones recónditos, se convirtieron en una exploración antropológica que nos
ha facilitado valiosos testimonios acerca de la situación humana y sanitaria. Estos
textos reflejan el profundo conocimiento que tenía esta mujer ilustrada acerca
de teorias científicas relativas a la evolución, la herencia y lo que podría llamar-
se la «proto-ecología».4 Una visión indudablemente influida por las lecturas de
las obras de Darwin, Haeckel y Spencer y que se plasmó, en su vertiente más
«ecológica», en su capacidad de análisis del entorno natural. Sus reflexiones se
fundamentan en postulados epistemológicos que están siendo debatidos en su
época y en un contexto que partía «de la creencia generalizada, proveniente de
las tradiciones empírica y racional ilustradas de que la ciencia encarna la clave del
progreso» (Cuñat Romero 229).
Las filiaciones de su pensamiento humanista y progresista con las ideas de
pensadores y científicos europeos y, en particular con las del denominado grupo
de los  «idéologues» franceses cuya aportación vino de la mano de higienistas
como Felipe Monlau (1808-1871), son explícitas. Un elemento fundamental
de estas teorías «consistía en la consideración de la medicina como esa «ciencia
del hombre», como el único vehículo hacia la comprensión total no sólo de
los individuos sino también de las sociedades y de su funcionamiento» (Cuñat
Romero 78).

4
El concepto de proto-ecología, con el prefijo griego «prôtos» que expresa un estado de ante-
rioridad, ha sido acuñado por investigadores en el ámbito de las ciencias sociales. Merecen citarse
Camille Limoges y Pascal Acot que, al estudiar El origen de las especies de Darwin, han puesto de
relieve su papel en la historia de la constitución de la ecología. También habría que mencionar la
introducción por Haeckel en 1866 del término «oecologie» en el vocabulario científico.
108 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

Su filosofía de la naturaleza, sus convicciones acerca de una ciencia positiva


beben en las fuentes de intelectuales krausistas y científicos progresistas como Au-
gustín Gónzalez de Linares (1845-1904) al que tributa un homenaje emocionado
el día de su fallecimiento.5
Este apasionado filósofo de la naturaleza, como se llamaba a sí mismo, había
participado en la recepción crítica de las ideas evolucionistas de la España de la
Restauración, interesándose por la obra de Darwin y Haeckel. Nos parece opor-
tuno destacar la repercusión de los postulados defendidos por este naturalista
krausista sobre el pensamiento de Rosario de Acuña que compartía su visión de
la naturaleza como un todo organizado, caracterizado por su actividad, evolución
y dinamismo. La adhesión de Augusto Gónzalez al darwinismo fue matizada y
crítica como bien lo han demostrado varios estudiosos sobre la recepción de las
teorías transformistas en España. Si bien «se situó inequivocadamente del lado
de las nuevas ideas transformistas», que propugnaban la evolución general de los
seres vivos a lo largo del tiempo, a partir de formas anteriores que, a lo largo del
proceso, alcanzarían un grado específico de diferenciación, criticó el mecanicismo
de Darwin y la supremacía del medio sobre la herencia (Blanco Nieto). Es de
suponer que Rosario de Acuña, para quien Darwin «con su apasionamiento en el
sistema» le parecía «frío, calculador, sublime en la investigación», compartía estas
reticencias (Acuña, «En el campo» 779).
La presencia de las obras de Darwin (1809-1882) en la biblioteca de Rosario
de Acuña así como sus referencias a las teorías evolucionistas no son ninguna
casualidad ya que la idea de evolución había ido emergiendo a lo largo del siglo
«abriéndose caminos en todos los órdenes de la vida y en la mayoría de los campos
de pensamiento tanto en el conocimiento de la naturaleza como en la compren-
sión de los fenómenos sociales» (Blanco Nieto).6
Merece destacarse la extraordinaria capacidad de Rosario de Acuña para anu-
dar «todos los hilos de una reflexión compleja y sintética que integra sus conoci-
mientos sobre la medicina, la fisiología, las ciencias naturales» (Hibbs, «Rosario
de Acuña» 204). En otras contribuciones, hemos comentado cómo su fe en la
perfectibilidad humana y en «la marcha evolutiva del progreso humano» consti-
tuyen el fundamento de su ideal regeneracionista (Hibbs, «El pensamiento» 150).
Para esta mujer filósofa y humanista, «el principio de la existencia reside en la
evolución: un movimiento que partiendo de desarmonías, aspiras a nuevas armo-
nías y fusiones» (Hibbs, «El pensamiento» 150). La dialéctica del movimiento y

5
«¡La Montaña está de luto! Don Augusto G. Linares ha muerto y al lado de su cadáver debe
llorar con desconsuelo inagotable, toda alma que sienta el amor infinito de la Naturaleza…» (Acu-
ña, «Duelo. Augusto G. Linares» Obras reunidas III 797-798).
6
En sus contribuciones sobre la avicultura, Rosario de Acuña expone su proyecto de selección
de «una selecta raza de avecillas que rindan a la masa general del pueblo aldeano mayores productos
que los acostumbrados» («Avicultura femenina» 1385).
Solange Hibbs-Lissorgues 109

del tránsito se oponen a la inmovilidad de los dogmas, de las certidumbres y el


ciclo vital está abierto a infinitas virtualidades. Su aspiración a la superación de
sí misma, basada «en la autoridad de la experiencia y de la observación» la llevó a
implicarse personalmente en varias empresas de centros rurales. Es de notar que
las misiones que se asigna siempre están adecuadas con su propia experiencia.
Pensar, sentir, conocer, «penetrarse de la ciencia de la tierra, de las estacio-
nes, de los vientos, de las semillas, del frío, del calor, de la luz, de la sombra, del
movimiento, de la vida, del reposo…» (Acuña, «La educación» 666) es la filosofía
que Rosario de Acuña pone en práctica con su finca agrícola dedicada a la avi-
cultura en tierras santanderinas. Esta industria, que propicia la observación y el
conocimiento de las leyes más esenciales de la evolución de las especies, es uno
de los ámbitos de las ciencias naturales en el que se pueden «estudiar los resortes
de la vitalidad (…), la ley del medio y de la selección» (Acuña, «Las especialida-
des» 1302-1305). A partir de los años 1901 y 1902, cuando su reflexión sobre la
preservación de la naturaleza, la salud, la higiene y su conciencia medioambiental
han alcanzado su plena madurez, la mayoría de sus artículos reflejan el afán de
extender una cultura popular basada en los preceptos de una vida sana y la auto-
subsistencia. Sus reflexiones apuntan hacia un proyecto amplio de reforma social,
de herencia ilustrada que propugna para el campo la organización de un orden
social que gravite en torno a familias autosuficientes y autogobernadas sin pre-
juicio del sistema económico. En este esquema las mujeres resultan un elemento
central. La agricultura y la avicultura que conllevan una fuerte compenetración
con el entorno natural son la base de la regeneración tanto personal como colec-
tiva que preconiza Rosario de Acuña. Sus contribuciones al hilo de los artículos
publicados en la prensa y en los folletos que recogen sus conferencias contienen
elementos relevantes con respecto a su cultura científica.
Verdadera pionera como mujer en el conocimiento y la práctica profesional
de la avicultura, ámbito en el que quiere aplicar la ley del medio y de la selección,
Rosario de Acuña se benefició de un reconocimiento inédito ganando el segundo
premio de la Exposición Internacional de Avicultura en 1901. La publicación de
la serie de artículos sobre el tema y recogidos en un folleto que salió a la luz en
1902, ilustra la voluntad de «propagar y extender entre la gran masa del pueblo
toda clase de cultura y conocimientos» y la puesta en práctica reflexiva de ideas,
intuiciones y convicciones basadas en la ciencia (Acuña, «Avicultura popular II»
1320). La necesidad de «manosear la ciencia avícola» está inspirada en el afán
de mejorar las razas de aves para el desarrollo de una industria rural propicia al
trabajo autónomo y favorecedora del mejoramiento de la salud tanto humana
como animal. La constatación de la miseria humana y animal, de la postergación
de los campos y de las deplorables condiciones higiénicas aflora a lo largo de las
páginas que su autora dedica a la salud y a las interacciones complejas entre el ser
110 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

humano y su entorno: «Al cruzar por nuestros campos y montañas, al pernoctar


en nuestras aldeas y cortijadas, poco trabajo le cuesta al observador hacerse cargo
de que la miseria que generalmente reina en nuestros hogares populares no se
detiene sólo en el aldeano, su familia y sus enseres, sino que, extendida como
mancha negra e infecta, acomete y repudre a sus animales domésticos» (Acuña,
«Avicultura popular I» 1314).
En la línea de higienistas y sociólogos de la naturaleza como Juan Giné y
Partagás (1836-1903), y quizá más especialmente de Pedro Felipe Monlau, Ro-
sario de Acuña aboga por la creación de centros rurales o núcleos «de acción
eminentemente popular» en los que, gracias al manejo de principios vitales de
la higiene y de conocimientos agrícolas básicos, se pueden producir, repartir y
extender «productos aclimatados, cruzados, seleccionados por la propia mano del
dueño» (Acuña, «Avicultura popular II» 1320). Esta «ruralización» de pequeñas
industrias cumple una función social e higiénica ya que las ciudades y los centros
industriales son focos de enfermedades y de contagio. En su reiterada crítica de
la vida en los centros urbanos, hace hincapié en el deterioro de la vivienda, de las
infraestructuras e incluso en lo que podría llamarse hoy la contaminación del aire,
factores agravantes para la salud y que afectan más particularmente a las clases
trabajadoras.
Muchas consideraciones sobre la selección y el mejoramiento de las razas
avícolas llegan a constituir un verdadero tratado práctico puesto al alcance de
los hogares campesinos y más especialmente, al alcance de las mujeres. Rosario
de Acuña recurre a las teorías evolucionistas y de transformación de las especies
siempre inspirada por la meta del progreso y del perfeccionamiento social. El
desarrollo de las pequeñas industrias rurales, tan esenciales para el mejoramiento
de las condiciones de vida en el campo y para la preservación de los equilibrios
naturales, supone una extensa y generosa labor de vulgarización: «¡Extendamos,
extendamos en bendito amor al trabajo avícola entre nuestra masa popular! Doté-
mosla de elementos para que produzca lo suficiente, siquiera en algunos ramos de
la agricultura, al abastecimiento de los mercados patrios; armémonos de paciencia
y valor (…) para llevar al hogar del pueblo rural un destello siquiera de aquellos
conocimientos que engrandecen los pueblos de otras naciones» (Acuña, «Avicul-
tura popular II» 1320-21).
Para ella no cabe duda que gracias a un proceso de sucesivas transformacio-
nes y mejoramiento de las características de determinadas especies, se puede llegar
a un grado de diferenciación específica y alcanzar las variaciones más beneficiosas
para la adaptación al medio:

¿Se trata de formar un buen corral de ponedoras? Pues a buscar reproduc-


tores de raza conocida por esta aptitud y en seguida ejercitar la observación y
a aplicar las leyes del medio y de la selección: observar con qué piensos ponen
Solange Hibbs-Lissorgues 111

más las aves, de todas ellas , elegir en una y otra generación, las más ponedoras
y las que ofrezcan en su organismo los rasgos típicos de la raza progenitora;
entrecruzar estos individuos, desechando los flojos en postura y precocidad, y
si el cruce consanguíneo resulta, cruzar y cruzar sobre la misma familia (…) Así
se llega a formar las castas ponedoras por excelencia (…). (Acuña, «Las especia-
lidades en avicultura III» 1305-1306)

El universo es un equilibrio de todos sus componentes que interactúan per-


manentemente; un equilibrio que supone también el constante acomodamiento
al entorno natural y la selección de caracteres óptimos. La «marcha evolutiva
de la especie humana» implica la lucha por la supervivencia (Hibbs, «El pensa-
miento utópico» 149). Si la adaptación al medio y la evolución de los seres vivos
conllevan cierta selección natural, no se trata para Rosario de Acuña de un mero
proceso biológico. La noción de «cuerpo social», de «cuerpo de la nación» que
menciona explícitamente se sustenta en la convicción humanista de que tanto los
individuos como las sociedades pueden regenerarse «mediante el perfecto equili-
brio en la organización física» y la ascendente «actividad moral de la conciencia»:

El hombre y la mujer buenos; he ahí el ideal de toda la filosofía humana,


el ideal de todo régimen social, de todo propósito científico, de toda volun-
tad racional (…). ¡Cuán fácil y hacedero sería el estado social, hoy tenido por
utópico, si cada individuo estuviera regido por las leyes de la sanidad física y
psíquica! ¡qué pronto, faltas de base, se disiparían en un nirvana absoluto, leyes,
códigos, autoridades, privilegios, tiranías, dominios, injusticias y dolores, si se
llegase a formar una inmensa mayoría de individualidades, cuya bondad, tras-
cendiendo a toda relación social, familiar y humana, hiciese de la salud, de la
verdad, de la razón, los únicos nortes de la existencia. (Acuña, «Conversaciones
femininas XII» 1474-75)

En su defensa de una civilización «alejada de las falsas preseas» y sustentada


por la «piedra angular de la ciencia, la higiene y el estudio de la naturaleza», Ro-
sario de Acuña recoge el legado de los higienistas del siglo xix. Sus aportaciones
pioneras en materia de epidemiología, de salud privada y pública son el resultado
a la vez de su experiencia cotidiana, de sus constantes lecturas y de su contacto
con los intelectuales y científicos humanistas y progresistas de su época.

3. La higiene en el siglo xix: una doctrina de base científica

Si es cierto que el higienismo se desarrolló a lo largo del siglo xix a partir de


los presupuestos de base ilustrada, su consolidación conceptual definitiva como
doctrina de base científica se verificó «durante la compleja transición histórica
entre los años finales de la Ilustración y los primeros albores del movimiento
112 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

romántico» (Alcaide Rodríguez, «La introducción»). Varios estudiosos han mos-


trado cómo, en tanto que disciplina científica, la higiene se encuentra en el cen-
tro de todos los cambios característicos del siglo en Europa: complejos cambios
demográficos y sociopolíticos, cambios en las ciudades como consecuencia del
éxodo rural, cambios en el ámbito de la asistencia sanitaria (Cuñat Romero 1).
El higienismo como doctrina y en sus aplicaciones prácticas estaba compuesta
por una gran heterogeneidad de materias como lo refleja la definición de Monlau
en su lección inaugural del curso de Estudios superiores de higiene pública y
epidemiología del 8 de octubre de 1868: «La Higiene (bien lo sabéis) no es ni la
Física, ni la Química, ni la Historia, ni la Fisiología, ni la Patología, ni la Moral,
ni la Economía política, ni la Administración pero es todo esto, y algo más que
esto, porque es la resultante de todas estas ciencias aplicadas a la conservación y al
mejoramiento de los individuos y de los pueblos» (Cit. en Cuñat Romero 179).
Estas palabras de uno de los más conspicuos representantes del higienismo
en la España de la segunda década del siglo xix revelan la filiación explícita de la
doctrina higienista con los presupuestos del ideal ilustrado: progreso y perfeccio-
namiento del género humano cuya meta es la felicidad. También son una buena
muestra de este «despliegue discursivo higiénico-moral» que higienistas como
Monlau se esforzaron por hacer llegar a otros espacios privados, como los hogares
y las familias. Como señala Marta Cuñat Romero, la higiene como disciplina en
pleno desarrollo y en busca de un espacio propio «fue cobrando cada vez más
una significación propia en torno a dos caras de una misma moneda: la higiene
pública y la higiene privada» (Cuñat Romero, 10).
El cruce entre las esferas privada y pública no está exento de cierto solapa-
miento entre higiene y moral ya que el interés por la salud del cuerpo revela una
evidente preocupación por la salud mental de los individuos y de la nación. Esta
«ciencia del hombre» que vinculaba el intelecto y el pensamiento a lo fisiológi-
co, propició una medicalización de la moral cuya consecuencia más inmediata
fue una mayor atención no solo a los individuos sino también a las sociedades
y a su funcionamiento (Cuñat Romero 77). Historiadores como Rafael Alcaide
Rodríguez y Marta Cuñat han destacado la relevancia de la historia de la higiene
y de la salud pública dentro del proceso de fortalecimiento del Estado moderno
y en la progresiva conquista de derechos por parte de las clases trabajadoras que
emergen con la industrialización: derechos políticos y sanitarios que acompaña-
ron las distintas iniciativas en materia de salud pública. Si la problemática del
proletariado industrial empieza a estar presente en las últimas décadas del siglo
xviii, las transformaciones que se producen en el campo científico a lo largo del
xix, concretamente en la medicina, supusieron una mayor atención médica a las
clases sociales desfavorecidas (Alcaide Rodríguez «La introducción y el desarrollo
del higienismo»). Para los más relevantes higienistas del siglo como Pedro Felipe
Solange Hibbs-Lissorgues 113

Monlau y Francisco Méndez Álvaro (1806-1883), influidos por el magisterio de


Mateo Seoane Sobrae (1791-1870), la higiene como ciencia profiláctica tenía que
ser capaz de obrar directa o indirectamente sobre las condiciones de vida insalu-
bres y la miseria sanitaria.
En un contexto político en el que, desde las Cortes de Cádiz, se había ido
afianzado el liberalismo, la especialización y la organización de la higiene como
especialidad científica no pueden disociarse de las especiales circunstancias políti-
cas de España. A partir de la década de 1840, y con la estabilización en el gobier-
no de la hegemonía moderada, la legislación sobre cuestiones de salud pública se
benefició de cierta continuidad. En su esclarecedor trabajo sobre el papel de re-
levantes higienistas españoles como Monlau, Marta Cuñat ha mostrado cómo la
estabilidad que proporcionaron los moderados en el poder a partir de la segunda
mitad de la centuria permitió la emergencia y el fortalecimiento de instituciones
que habían de consolidar el Estado liberal. A lo largo de este proceso fue cuando
se creó una administración sanitaria embrionaria. La constitución de la Dirección
General de Beneficiencia en 1847, fecha a partir de la cual el Estado fue recupe-
rando cada vez más competencias en materia de salud, así como la creación del
Consejo de Sanidad del Reino en 1847, y la primera Ley de sanidad española
aprobada el 28 de noviembre de 1855 por las Cortes Constituyentes durante el
Bienio liberal (1854-1856) son algunos de los hitos más relevantes de este pro-
ceso. En aquel período también se organizan las primeras Conferencias sanitarias
internacionales (Cuñat Romero 176). Quiza el momento más fecundo para el
desarrollo de la corriente higienista fue la década de 1880 durante la que se fundó
la Sociedad Española de Higiene que propició el debate en torno a la situación sa-
nitaria del país. Durante este período, la generación de médicos que protagonizó
el desarrollo del sistema sanitario liberal y que pertenecían a la llamada «genera-
ción intermedia» estaba compuesta por científicos e intelectuales que, a su vuelta
del exilio, habían propiciado la progresiva recuperación y la introducción de las
corrientes europeas en el país.7 Grandes figuras del proyecto médico-social como
Mateo Seoane Sobrae y sus discípulos, Pedro Felipe Monlau y Francisco Méndez,
desempeñaron un destacado papel de vulgarización de las novedades científicas.8

7
Recuerda López Piñero que «el reinado de Isabel II ha de ser considerado como una «etapa
intermedia» entre el hundimiento anterior y la modesta pero efectiva recuperación de las décadas
finales del siglo xix» (665).
8
Pedro Felipe Monlau fue comisionado como delegado médico español en la primera Confe-
rencia sanitaria internacional de 1851 y estuvo asociado al Consejo de Sanidad del Reino de 1847
a 1855. Francisco Méndez Alvaro, presidió la Sociedad Española de Higiene en 1882. La década de
1880 se caracterizó por una intensa labor de difusión de las corrientes higienistas con la aportación
de Luis Comenge, director del Instituto de higiene urbana de Barcelona, de Juan Giné y Partagás
y de Rafael Rodríguez Méndez, continuadores de la escuela de Felipe Monlau y que «desarrollaron
su intensa e influyente actividad en el campo de las ciencias médicas» (Alcaide Rodríguez «La intro-
ducción y el desarrollo del higienismo»).
114 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

Llegados a este punto, quisiéramos destacar la probable filiación del pen-


samiento higienista de Rosario de Acuña con las reflexiones y aportaciones de
las figuras más relevantes del higienismo como Pedro Felipe Monlau, Francisco
Méndez Alvaro, Rafael Rodríguez Méndez y Juan Giné y Partagás con los que
comparte las preocupaciones por la sanidad pública y una postura de compro-
miso social. No es nuestro propósito profundizar en la obra de estos higienistas
pero nos parece oportuno recordar a grandes rasgos algunos de los aspectos más
sobresalientes de su obra y de su actuación ya que existe una clara convergencia
en sus aportaciones teóricas y prácticas y que todos esgrimen una misma vo-
luntad de participar en la organización de un tejido institucional propiamente
higienista.
Merece especial mención el afán de difusión de conocimientos en materia de
salud pública y de higiene privada de muchos de estos representantes del ámbito
científico. Quizá una de las personalidades más influyentes en este sentido haya
sido Pedro Felipe Monlau, figura polifacética y mediador cultural cuyo afán de
popularizar los conocimientos en materia de higiene se plasmó en El monitor de
la salud de las familias y de la salubridad de los pueblos. Revista de higiene pública y
privada, una publicación que fundó y dirigió de 1858 a 1864. Dicha revista, que
iba dirigida a un lectorado muy amplio y que fue «la primera publicación específi-
ca de higiene del período además de una herramienta de divulgación de la higiene
decisiva», se centraba en temas como la situación de los médicos rurales, las epi-
demias e infecciones, el alcoholismo, la insalubridad de las viviendas obreras de-
rivada de la industrialización, la situación y la curación de los dementes (Cuñat,
196). Proponía un extenso abanico de consejos higiénicos de diversa índole en
materia de higiene privada. Los conocidos tratados de Monlau, Elementos de hi-
giene privada (1846) y Elementos de higiene pública (1847), fueron recomendados
como libros de textos para las asignaturas de higiene en las facultades de medicina
y tuvieron un notorio éxito editorial. Dentro de este esfuerzo de vulgarización se
sitúan otros órganos de difusión y expresión de la progresiva institucionalización
de la higiene como El siglo médico fundado en 1854 por Francisco Méndez Álvaro
así como las numerosas ediciones de obras como el Tratado de Higiene rural de
Juan Gine y Partagás.9
Gran lectora y abierta a las novedades científicas de su época, Rosario de
Acuña aborda la higiene en amplia sintonía con muchas de las temáticas de inte-
rés social presentes en la obra de estos higienistas: la marginación y el pauperismo,
el éxodo rural y el estado de abandono sanitario de las poblaciones en el campo,

9
Remitimos una vez más al trabajo de tesis de Marta Cuñat Romero que nos proporciona
una esclarecedora y apasionante sintesis de la obra y de las aportaciones de Pedro Felipe Monlau.
El exhaustivo trabajo de Alcaide sobre revistas y publicaciones higienistas en el siglo xix ofrece un
detallado panorama de los medios y espacios dedicados a la higiene.
Solange Hibbs-Lissorgues 115

las prejudiciables repercusiones de la industrialización que entraña fuertes des-


igualdades en materia de salud y de higiene.

4. Una pionera en el ámbito de la higiene y de la epidemiología

La abundante producción ensayística de Rosario de Acuña revela la conti-


nuidad y la coherencia de un compromiso humano y social: un compromiso que
la propia autora define como una labor regeneradora del ser humano. Con el
simptomático título de «Vivir para los demás» publicado en 1885 en Las Domi-
nicales del Libre Pensamiento, hace un vibrante alegato contra los egoismos y los
dogmatismos, la falta de solidaridad y de fraternidad que constituyen un freno
para la regeneración física y social: «(…) alejemos el pensamiento de todo peligro
propio y acudamos al peligro ajeno» (Acuña, «Vivir para los demás» 1033). Este
peligro es «el espectro del cólera» que tantas veces ha asolado España desde prin-
cipios del siglo y cuya última epidemia irrumpió en 1865. El morbífico veneno
del cólera descrito con tintes naturalistas y alegorizado «con sus palideces de cera
y sus ojos vidriosos» adquiere un valor metafórico: el miasma destructor no es
más que la otra cara de una ciencia impotente que se burla «del análisis» y de la
experimentación, de las limitaciones de una sociedad y de un sistema político
incapaces de oponer la fuerza de la compasión y de la solidaridad a los embates de
un mal que suelta «un rastro de luto y de lágrimas sobre las ciudades, los pueblos
y los campos» (Acuña, «Vivir para los demás» 1032). El texto resuena como una
urgente advertencia frente «al espanto que causan esas epidemias que no se detie-
nen ante los valladares» del humano poder. El cólera no es un castigo divino que
debe aceptarse con la fatalidad impuesta por las supersticiones o el miedo: «Fuera
dudas y subterfugios: hay que mirarlo cara a cara, tal como apareció en los años
1865 y 1866 (…)» (Acuña, «Vivir para los demás» 1031). En esta lucha contra la
enfermedad y las angustias del dolor, son las mujeres a las que incumbe un papel
especial. Por ser perpetuadoras de la vida y por tener «asignado el sitio de más
riesgo en la naturaleza» les corresponde «la aceptación verdadera del dolor y de la
muerte» (Acuña, «Vivir para los demás» 1031). Debido a su situación de margi-
nación social tienen una inmensa responsabilidad y una irreversible oportunidad:
emprender el camino de la libertad y del progreso y avanzar en plena conciencia
en consonancia con las leyes de la Naturaleza.10

10
En uno de sus más líricos y vibrantes textos dedicados a las mujeres, «A las mujeres del siglo
xix», Rosario de Acuña las exhorta a enfrentarse con todas las pesadumbres y todos los poderes do-
minantes: «La libertad es nuestra redención. Este siglo xix, servido por las ciencias físico-químicas,
alentado por el gran principio de equidad, sintiendo el amor, no en paraíso de alucinados, sino en
las supremas leyes de la Naturaleza; caminando con plena conciencia de que avanza a suprimir el
dolor y a eternizar la vida, ha levantado a la mujer desde los linderos de la bestia a las fronteras del
116 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

El asiduo y humano interés de Rosario de Acuña por las condiciones de vida


arcaicas de los pueblos y del campo aflora en muchas de las páginas en las que,
con mirada sociológica e incluso científica, diseca los males que aquejan los cuer-
pos y las almas. En la década de 1880, período en el que se publican muchos de
sus textos en el semanario librepensador Las Dominicales del Libre Pensamiento,
el compromiso de Rosario de Acuña encaja políticamente en el marco formal del
librepensamiento y del anticlericalismo. Otros hitos relevantes de su existencia
como mujer y escritora son su afiliación a la masonería y su cercanía a los ámbitos
republicanos y obreros. Al hilo de sus colaboraciones en Las Dominicales…, em-
prende una labor propagandística en sintonía con sus convicciones humanistas y
progresistas. La degeneración, el pauperismo, el abandono sanitario son algunas
de las plagas que denuncia con especial vigor. La miseria y las roñas sociales resul-
tan de la ignorancia y de la superstición, del deterioro cívico y moral. Los blancos
de sus afiladas críticas son la Iglesia y el clericalismo retrógrado, el atraso tanto
científico como social de España, la falta de sensibilidad social de gobiernos que
se sustentan en la densa enredadera de la burguesía y de la nobleza.11
Los desastres físicos y mentales causados por la superstición son motivo de
varias descripciones aterradoras como la que nos proporciona al referirse al caso
de los endemoniados de recónditos pueblos de Galicia. En «Los endemoniados
de Arteijo y el santuario de Pastoriza», texto publicado en 1887 en Las Domi-
nicales…, los endemoniados que describe no son más que enfermos en estado
gravísimo, algunos de ellos afectados por enfermedades mentales. La marginación
social y el alejamiento geográfico de estos pueblos, la falta de asistencia sanitaria
y el peso abrumador de las supersticiones mantenidas por la Iglesia, son algunas
de las causas que provocan este decaímiento físico y moral. Siempre desde el
mismo compromiso humanista que cohesiona su obra, Rosario de Acuña quiere
compartir la indignación y el desprecio que le inspiran estos cuadros de la miseria
ajena: «Cien leguas, cien idiomas, cientos de imaginaciones, multiplicadas por
miles de talentos, serían pocos para servir a esta bravura de mi espíritu que se
revuelve como rastro de fuego sobre todas las fibras de mi ser, sacudiéndolo con
ecos ensordecedores que vocean: «¡Justicia!, ¡Humanidad!, ¡Razón!» («Los ende-
moniados» 1163).
El relato se ofrece a los lectores a modo de tragedia y de sainete en el que se
imbrican descripciones naturalistas del entorno y de los habitantes y una fuerte

ángel» («A las mujeres del siglo xix» 1230).


11
La indignación y las condenas que suscitan la indiferencia y la instrumentalización de la mi-
seria por parte de los poderes religiosos y políticos son palpables en textos como «Los endemoniados
de Arteijo»: «Los endemoniados de Arteijo son víctimas indefensas de un fanatismo sin entrañas,
regido, apadrinado, consentido por los poderes públicos del Estado y los poderes influyentes de las
clases conservadoras, en todos sus matices, desde el liberal hasta el absolutista (…)» («Los endemo-
niados» 1161-88).
Solange Hibbs-Lissorgues 117

tensión emotiva. Desde las primeras líneas se presenta una visión panorámica
y detallista de la putrefacción física y moral: «Es el padecimiento larvado de la
pobreza sucia, acusando al olfato su presencia, y su cortejo de enfermedades in-
fecciosas y de organismos deformes» («Los endemoniados» 1164).
El contraste entre el escenario grandioso y el abandono de los habitantes
acentúa la dimensión trágica, y la presencia en segundo plano de una capilla ló-
brega anuncia el sainete:

El escenario es grandioso: cerrado, por una parte, con las colinas revestidas
del suave verdor de los campos gallegos y, por otra, con la llanura azul del At-
lántico. El primer término es una capilla de piedra, húmeda, lóbrega, sin más
entrada que una puerta baja y estrecha; al exterior, en un rincón con forma de
alberca, se hacina un montón de huesos y calaveras revueltas, confundidas y
con esa mueca que ofrecen los desnudos cráneos humanos vueltos hacia los cie-
los, como si les mandasen con su risa sin ecos la protesta muda de las demencias
que miran a su alrededor. («Los endemoniados» 1165)

Vivaces imágenes sensoriales bosquejan el desgarro psíquico, el desconyun-


tamiento corpóreo de los epilépticos y enfermos mentales que aullan sobre las
gradas del altar mayor en espera del exorcismo: «Es el epiléptico de convulsiones
cotidianas que camina ya sobre la huesa, con la torcedura de la boca expresando la
noche de su razón y la insensibilidad de sus músculos. Su piel está seca, resquebra-
jada, como, si todos los jugos de su organismo, huidos sobre las contracciones del
espasmo, lo hubieran dejado momificado antes de ser muerto. Tiembla y mira de
cuando en cuando con espanto de imbécil aquella muchedumbre (…)» (Acuña,
«Los endemoniados» 1167).
En medio de la muchedumbre frenética que administra el brebaje del exor-
cismo, un vaso de agua bendita tomado de la pila de la entrada del templo, Ro-
sario de Acuña como testigo de las aterradoras escenas opone la racionalidad de
la ciencia a los desvaríos de la superstición: «Durante toda esta tragedia, mi mano
logró estrechar la suya sin que a causa de la confusión se observase; su pulso, el
temple de su piel, el estado de ésta al tacto, acusaron los tres periodos convulsivos
de la epilepsia: era un enfermo» («Los endemoniados» 1168).
El estado de prostración de los enfermos mentales es una de las tremendas
consecuencias del abandono sanitario denunciado por la autora. En Arteijo don-
de reinan «el fanatismo bestial, la ignorancia impía, la ferocidad sangrienta», no
llegan los médicos, ni existen las más minimas condiciones higiénicas: el pueblo
está aquejado por épocas de sequía, por pestilencias que emanan de un alcantari-
llado defectuoso y antihigiénico.
Los símiles referentes al deterioro físico de los enfermos y a la degenera-
ción del cuerpo social de una nación responsable del atraso en materia de salud
constituyen un denso légamo fermentado con intensidad: los pobres enfermos
118 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

«se revuelcan en dolorosas convulsiones»  y viven sumidos en la ignorancia más


completa de los preceptos de la salud, en la indiferencia de las leyes, de los poderes
constituidos, ignorados por «los rebuscadores de fortuna (…) que se empeñan en
sustituir con sus personas el programa de los principios democráticos», olvidados
por «los conceptos agotados, las conciencias vacilantes, las inteligencias cansadas»
(«Los endemoniados» 1177-78). La exhortación final no deja lugar a dudas: sólo
la ciencia médica y la higiene pueden servir de sustento a la autoridad moral y
social de los gobiernos.
Las mismas constataciones y reflexiones acerca de la lamentable situación
de la salud pública desatendida por los poderes públicos son las que nos brinda
Rosario de Acuña durante su estancia en la santanderina región de La Montaña.
En los años en los que vive en el pueblo de Cueto, mantiene relaciones con los
científicos Augustín González Linares y Enrique de Madrazo e inicia una serie
de colaboraciones bajo el epígrafe «La tuberculosis del pueblo montañés» con el
diario El Cantábrico. Los cinco artículos en los que comparte las observaciones y
reflexiones que emergen a lo largo de sus peregrinaciones por «montes, peñascos,
selváticas cañadas, desfiladeros, cuencas, vegas y mesetas», constituyen otro testi-
mono estremecedor sobre la alarmante situación sanitaria de los pueblos monta-
ñeses (Acuña, «La tuberculosis V» 1333). Para Rosario de Acuña que afirma con
la acostumbrada humildad de que se trata de cumplir con una misión inspirada
por «el derecho del sentimiento» y la compasión, la experiencia de la miseria y del
dolor ajeno debe llamar la atención del público y contribuir a la lucha contra las
enfermedades. La voluntad que la mueve «de ayudar en algo a la extirpación del
funesto enemigo» es la que justifica el «cuadro fastidioso y horrendo que ofrece
en esta privilegiada tierra la obra cruel y devastadora de la tuberculosis» (Acuña,
«La tuberculosis I» 1333).
Desaparecidas las epidemias coléricas durante un largo período, la tubercu-
losis pulmonar así como las enfermedades infecciosas agudas experimentaron un
fuerte aumento en los años ochenta (López Piñero 674-75). Desde una perspec-
tiva epidemiológica, Rosario de Acuña llama la atención sobre la importancia y la
vigencia de la tuberculosis:

Y aquella patología especial de los países sanos que no contaba en su estadís-


tica más que un número escaso de enfermedades, casi todas agudas, casi todas
a modo de tormenta pasajera que fecunda más que destroza, hoy ha cambiado
radicalmente (bien lo deben saber los profesionales encargados de la salud del
pueblo); hoy ha cambiado por una terrible invasión de enfermedades infeccio-
sas y crónicas, de la cual no sana nunca el montañés, por las cuales van cayendo,
¡cayendo!, como gigante herido de muerte por legión de pigmeos. (Acuña, «La
tuberculosis III» 1350)12

12
Marta Cuñat ha recalcado cómo el desarrollo de la higiene se vio influenciado por los avances
Solange Hibbs-Lissorgues 119

Muchas de las observaciones que hace revelan su perfecto conocimiento de


los avances de la ciencia de su época como los avances en la ciencia estadística de
particular relevancia para los higienistas. También merece destacarse su concien-
cia de que la tuberculosis significaba una enfermedad social cuyas causas iden-
tificaba con notable clarividencia: el pauperismo como fenómeno que afectaba
al conjunto de las zonas rurales apartadas, la desnutrición y el hambre, la falta
de educación y la ignorancia en materia de preceptos higiénicos: «A poco que
se ahonde en la vida y costumbres de este pueblo, veremos surgir, junto a cada
llar de la montaña, el prototipo fisiológico del hambriento de vida, del ser cuyos
tejidos insuficientemente nutridos albergan en sus células el plasma predispuesto a
todas las infecciones» (Acuña, «La tuberculosis I» 1334).
Rosario de Acuña recoge, desde un punto de vista antropológico, la asocia-
ción por parte de los higienistas de su época entre salud y entorno, un enfoque
contrario a la visión del cuerpo humano disociado del entorno. Es de notar la in-
fluencia de la tradición hipocrática para la que las condiciones ambientales cons-
tituyen un factor decisivo y justifican que se tengan en cuenta factores geográfi-
cos, económicos y sociológicos. Con minuciosa perseverancia, Rosario de Acuña
describe las características físicas y sociales de las regiones afectadas por distintas
patologías y analiza, con especial clarividencia sus causas: unas causas muchas
veces debidas a la incuria humana más que a un entorno natural desfavorable
como en el caso de la Montaña. A su juicio no cabe duda de que «existen núcleos
generadores de esta depauperación orgánica completamente locales» (Acuña, «La
tuberculosis II» 1338). Sus observaciones no difieren de las conclusiones a las
que habían llegado higienistas y médicos como Monlau al abordar la cuestión de
la transmisión de enfermedades. La comprensión de los mecanismos infecciosos
se beneficiaban de los avances de la microbiología y de las explicaciones de tipo
miasmática según las cuales había que buscar las causas de las epidemias en el
entorno local y no a un germen importado. Para Rosario de Acuña «este más
formidable enemigo de toda la sociedad» (Acuña, «La tuberculosis II» 1350) y
la proliferación de microbios morbosos sólo pueden achacarse a la total falta de
higiene de los hogares montañeses, verdaderos «antros de tuberculosis» (Acuña,
«La tuberculosis IV» 1355).
La mayoría de los hogares ignoran los preceptos esenciales de la sanidad:
no disponen de agua potable ya que las fuentes, hechas en un socavón del cerro
«están rodeadas de fangales, donde patea a su gusto el ganado (…), estanquillos
de agua abiertos a todas las infecciones»; hay estercoleros en las mismas puertas
de las viviendas, charcas de aguas estancadas en medio de las aldeas. La falta de
aire y de luz en las habitaciones y la promiscuidad con los animales y el tufo y el

de la estadistíca, que se había convertido, a principios del siglo xix en una herramienta de visibilidad
y de censo de relevante utilidad social (70).
120 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

estiércol del establo favorecen la propagación de la infección en hogares donde «se


masca el miasma, la nube y vibriones de toda infección» (Acuña, «La tuberculosis
II» 1343). A causa de la fermentación de las barreduras, de los desperdicios y de
los detritus que forman un montón de abono, se produce una descomposición
de la materia orgánica que, como lo predicaban algunos higienistas, estaba en el
orígen etiológico de las enfermedades. En el centro de preocupación de esta co-
rriente higienista había la mejora del entorno y la purificación del aire, un aspecto
de la teoría miasmática que se había convertido en una referencia ineludible para
Rosario de Acuña.: «(…) estos hogares montañeses tienen miedo a la luz, miedo
al aire; aunque en ellos haya ventanas (siempre son chicas), rara vez se abren; las
ropas del lecho al sol en las primeras horas de la mañana, el ventanaje abierto de
par en par, esto ¡nunca!» (Acuña, «La tuberculosis II» 1343).
Mediante figuraciones plásticas de índole naturalista, describe los estragos
físiológicos provocados por la tuberculosis y, en una densa descripción en la que
el ritmo desvastador del tubérculo infeccioso se insinúa con anáforas, Rosario de
Acuña enfatiza la urgencia de la situación sanitaria:

[…] el tubérculo, ese nódulo que invade, corroe y transforma en detritus el ór-
gano donde se afirma, se extiende en legión invasora lo mismo en los meninges
cerebrales que en los ganglios mesentéricos que en los lóbulos pulmonares […].
Allí está, vertiendo la supuración corrosiva generadora en el torrente circulato-
rio, llevando a todos los senos donde se producen las fuerzas vitales el aliento
fétido de sus productos morbosos que las agotan y petrifican. Allí está el tu-
bérculo limando energías asimiladoras, royendo vigores intelectuales, restando
elementos de poder y de Resistencia para desenvolver las actividades humanas.
Allí está el tubérculo sembrando en las generaciones que nacen la miseria fisio-
lógica, o sea el destino de ser vencido en la lucha por la existencia. (Acuña, «La
tuberculosis I» 1335)

La desigualdad humana ante la enfermedad y la muerte es otra observación


que se deriva de lo que entonces se consideraba como enfermedad social y pro-
blema colectivo. Las condiciones a veces infrahumanas de los habitantes de zonas
rurales como las que Rosario de Acuña observa en La Montaña pero también
en Asturias y Galicia, el pauperismo, la adicción al alcohol y la promiscuidad
«preparan para el sufrimiento a una serie entera de generaciones (Acuña, «La
tuberculosis II» 1340).13
Una situación debida a la criminal indiferencia de los poderes públicos y po-
líticos, muchas veces corruptos, y en los que se ceba el flagelo crítico de la autora.
A pesar de una visión a veces profundamente negativa de su entorno alimentando
«en su ánimo el temor a una progresiva degeneración nacional, a un deterioro

13
Véase López Piñero, pp. 674-675.
Solange Hibbs-Lissorgues 121

cívico y moral», Rosario de Acuña denuncia la responsabilidad de las autoridades


que han desatendido la salud pública (Hernández Sandoica 11). Porque no es
sólo una «cuestión de caridad o de sentimiento» sino también una cuestión social,
política para la que se deben movilizar todos los medios sanitarios y profilácticos:
«¿Hay algún remedio? Sólo el profiláctico» (Acuña, «La tuberculosis III» 1351).
La estricta observancia de los preceptos de higiene por los que aboga se ins-
piran en algunos de los textos más relevantes de higienistas como Monlau.14 La
responsabilidad de los Estados sobre la capacidad de contagio de sus ciudadanos
afecta tanto a la higiene privada como la pública. Si algunas de estas medidas son
impuestas y dependen del poder central, otras dependen de la educación sanitaria
elemental que tanta falta hace en España:

Todo esto y cien casos similares, ¿No será posible que los remedie el caci-
cato? Con el prestigio de su poder que cite el amo de cada localidad junta de
vecinos y haciéndolos sentir el peso de su autoridad, con las leyes de sanidad en
la mano y en la otra el látigo de su influencia caciquil, dicte un breve decreto
de limpieza y saneamiento, con pocos artículos, pero radicales. Esto respecto a
la higiene privada del hogar; respecto a la pública, fuentes, lavaderos, cemen-
terios, etcétera, aún puede hacerlo más fácilmente, pues casi todo depende del
poder central. Item más: que ordene el reparto de cartillas higiénicas […], car-
tillas que sólo ofrezcan dos o tres asuntos de higiene esencial, particularísima al
individuo y al hogar […] que las aprenda de memoria, como romance de ciego,
la familia campesina. (Acuña, «La tuberculosis IV» 1357)

El desarrollo de la higiene también tiene que apoyarse en dos figuras de-


masiado infravaloradas e incluso despreciadas en la sociedad finisecular: las del
maestro y del médico, «dos faros encendidos por el progreso en todos los pue-
blos de la patria» y cuyos dictámenes deben considerarse como «verdaderos
evangelios para el bienestar individual y colectivo» (Acuña, «La tuberculosis
IV» 1358).
Las preocupaciones sociales que se habían manifestado en Rosario de Acu-
ña desde finales de los años ochenta, la acercaron al Ateneo Casino obrero de
Gijón y propiciaron más colaboraciones en períodicos y semanarios dedicados
a la defensa de las clases trabajadoras y obreras como La Acción Fabril dirigido
a las mujeres proletarias de la industria textil (Bolado 148). Una de las cues-
tiones a las que tenía que enfrentarse la higiene pública era precisamente las

14
Nos referimos más precisamente a Elementos de higiene pública o arte de conservar
la salud de los pueblos, obra publicada en 1847, e Higiene industrial (1856), memoria en
la que presenta una serie de medidas como el reparto de cartillas higiénicas, libritos o
compendios divulgadores con nociones básicas de higiene. También recomienda las vi-
sitas de médicos inspectores que pueden desempeñar el papel de celadores de la higiene,
la descentralización de fábricas y talleres por ser las condiciones de vida en el campo más
propicias que en la ciudad (Cit. en Cuñat Romero 206-208).
122 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

condiciones del proletariado industrial. El éxodo rural, el hacinamiento en los


centros urbanos e industriales y las deficientes condiciones de vida y de vivien-
da eran cuestiones que Rosario de Acuña no podía desatender. En 1902, con
motivo de una conferencia que imparte en Centro Obrero de Gijón, repasa la
situación física y moral de las familias trabajadoras «agobiadas por la suciedad,
las enfermedades la explotación, las supersticiones…» (Bolado 252). En varios
textos suyos, la autora ya había estigmatizado un contexto productivista propi-
ciador de la concentración en las urbes y de la explotación de una mano de obra
desamparada: la de mujeres y niños. La contratación masiva de mano de obra
femenina y de niños es el resultado desalentador de la sangría de los campos, de
«esta inmensa corriente de inteligencia que emigra de los campos» dejándolos
huérfanos y «contribuyendo a la vida enervadora y corrupta de las ciudades»
(Acuña, «Conversaciones femeninas. I. Absentismo» 1398-1399). Los destina-
tarios de la conferencia en el Ateneo Casino Obrero son las clases trabajadoras
y más precisamente las obreras por ser las que más sufren de la explotación y
de las lacras de la promiscuidad urbana y del agotamiento: las tabernas y el
alcoholismo de los obreros, el trabajo extenuante realizado por las mujeres en
la fábrica y en los talleres. En consonancia con su ideal emancipador y su fe
en el progreso y en la fraternidad, se siente plenamente comprometida con la
causa de la clase obrera. La educación, motor del perfeccionamiento humano,
es la preocupación que guía a Rosario de Acuña que reivindica con fervor su
papel de intermediaria para traer «desde las alturas de la ciencia a las honduras
de la ignorancia lo poco que sé» (Acuña, «La Higiene» 749). Al dirigirse a las
mujeres «madres», que pueden «hacerse cargo de las ciencias positivas y tomar
a su cargo la higiene de la familia, reafirma el papel de la mujer educadora que
fue siempre central en su pensamiento como lo subraya oportunamente Elena
Sandoica: «Su idea de la maternidad iría evolucionando con el tiempo, pero el
papel de la mujer madre y educadora fue siempre central en su pensamiento, y
aparecerá también en sus textos sobre la higiene como agente de la salud indivi-
dual y colectiva. Otra forma de concebir el nexo entre lo personal y lo público
como forma de progreso, de avance en el destino de la humanidad» (Hernández
Sandoica, 32).
Los temas desarrollados no son novedosos, pero llaman la atención por
el tono sumamente didáctico de la conferenciante y por los profundos co-
nocimientos que tiene sobre higiene y salud pública. El didactismo a veces
moralizante de Rosario de Acuña se expresa mediante el denso despliegue de
imágenes visuales y de experimentos sinestéticos que reflejan la composición
de los elementos naturales esenciales para la vida: el aire, el agua y la luz, «las
tres personas de la trinidad higiénica» (Acuña, «La higiene» 756). Se entrelazan
admoniciones y recomendaciones para mejorar las condiciones higiénicas de
Solange Hibbs-Lissorgues 123

la vida privada y explicaciones más técnicas con respecto a los posibles agentes
de contaminación. Un lenguaje adecuado a la dimensión sociológica del tema
alterna con descripciones líricas e incluso poéticas: «Y si la luz entibia, purifica y
robustece las energías musculares y el aire alimenta, nutre y fecunda los vigores
sanguíneos, el agua, ese blando y suave tapiz que extendió la Naturaleza sobre
una parte de nuestro planeta, endulza y regulariza la actividad de nuestras vís-
ceras (…)» (Acuña, «La higiene» 763).
El recorrido por las sendas de la higiene retoma elementos de la doctrina
privada construida sobre el esquema de la tradición galénica. Una tradición que
establecía en el estudio de la fisiología, una distincción entre los componentes
del cuerpo humano o res naturales como los órganos y los humores y los res non
naturales como el aire, la comida y la bebida, el descanso, incluso los movimien-
tos del alma… Esta visión conlleva los habituales preceptos higiénicos basados
en la templanza y la moderación. La cuidadosa elección de alimentos naturales,
así como la práctica del ejercicio físico durante excursiones en el monte compo-
nen la «cartilla» higiénica propuesta por Rosario de Acuña que no escatima sus
condenas del alcohol y de las diversiones en tabernas y «en las sofocaciones de
la gula y de la lujuria» (Acuña, «La higiene» 771). Advertimos en estas palabras
cierto solapamiento entre higiene y moral presente en muchos textos de higie-
nistas como Monlau, Giné y Partagás. Una moral que, en el caso de la autora
de la conferencia, responde a una misma finalidad: el perfeccionamiento del ser
humano en armonía con los equilibrios vitales de la naturaleza. El fortalecimiento
de la inteligencia racional, meta insoslayable para Rosario de Acuña, supone la
conducta de su vida y la integridad física y mental: «Y la lucha humana no está
basada en esta o en la otra fórmula social, ni en este o el otro método de conducir
a los hombres; la lucha humana tiene su fundamento inconmovible entre la salud
y la insania. Asegurad vuestra salud y aseguraréis el triunfo de vuestros ideales»
(Acuña, «La higiene» 772).
Este texto ejemplar por la coherencia en el pensamiento, refleja la fuerza
del compromiso humanista de Rosario de Acuña, su empática comprensión del
entorno y de los seres humanos. Un compromiso apasionado que se expresa me-
diante un lenguaje religioso, propio del humanismo y de la búsqueda espiritual
que nos recuerda su proximidad con el krausismo.15

15
Muchas referencias a la «sublime higiene» la asemejan a una religión cuyos preceptos son «su-
blimes» y que lleva a las almas y a los cuerpos «el sagrado beso de la salud moral y física». Con cierto
sentido del humor, habitual en ella, sugiere que «hay que descolgar de las paredes de la casa obrera
las estampas de un san Roque y poner en ellas con la limpieza, el trabajo y la honradez, la imagen
de la higiene» (Acuña, «La higiene» 775).
124 «La higiene es una religión humana…»: regeneración, salud e higiene
en España en el siglo xix

Conclusión «Alma sana en cuerpo sano»

Con esta contribución hemos querido dejar constancia de la modernidad


del pensamiento y de la obra de una mujer que fue, en muchos aspectos, pionera
e incluso visionaria. Para Rosario de Acuña los preceptos de la higiene vinculan
todos los órdenes de la vida de los individuos y no pueden disociarse de su fe en
el progreso y el perfeccionamiento del ser humano. Nos parece oportuno concluir
con sus propias palabras que resumen su ideal de bondad y de belleza: un alma
sana en un cuerpo sano. Un ideal que defendió a lo largo de su vida y que se plas-
mó en una obra adecuada con la propia experiencia. Una obra en la que asumió
plenamente los riesgos de su autoafirmación como mujer progresista y librepen-
sadora, y atravesada por emociones y convicciones éticas y sociales.

Obras citadas

Acot, Pascal. «Darwin et l’écologie.» Revue d’Histoire des Sciences, Tomo 36, N° 1, 1983,
pp. 33-48
Acuña, Rosario de. Obras reunidas. I. Artículos (1881-1884), José Bolado (ed.), Oviedo,
KRK Ediciones, 2007
–––«En el campo. VIII. El trabajo (El estudio).» Obras reunidas I, Artículos (1881-1884),
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–––«La tuberculosis del pueblo montañés I.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923).
Ed. José Bolado, 2007, pp.1331-1335.
–––«Conversaciones femeninas. I. Absentismo.» Obras reunidas II, Artículos (1885-1923).
Ed. José Bolado, 2007, pp. 1397-1401.
–––«Conversaciones femeninas XII. Buenos y sabios.» Obras reunidas II, Artículos (1885-
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Solange Hibbs-Lissorgues 125

–––«Avicultura femenina.» Obras reunidas, II, Artículos (1885-1923). Ed. José Bolado,
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MEDICINA, INSTRUCCIÓN Y REGENERACIÓN:
LOS RELATOS DE VIAJE
DE CALATRAVEÑO Y VALLADARES (1898) Y
TOLOSA LATOUR (1908)

José Manuel Goñi Pérez


Aberystwyth University

El recuerdo vivo, perenne, de lo pasado,


agradable, es lo que embellece nuestra
existencia (Olas y brisas, 15)

1. Introducción

Los relatos de viaje han sido a lo largo de la historia una forma con la que pro-
pagar, a través del entretenimiento y la imperiosa necesidad de fomentar y saciar
el interés sobre lo desconocido, ideologías, estéticas, ideas económicas y políticas,
avances científicos, modas artísticas y, en el campo de la medicina, diagnosis,
prácticas quirúrgicas, avances clínicos y asimismo instruir sobre el camino que
debía tomar la sociedad y la política en materia de medicina social.1 El siglo xix
no fue una excepción a estas prácticas de los galenos, continuando así con la ob-
sesión taxonómica, el carácter educativo y el poder de la imagen de la tradición
dieciochista (Bleichmar 26-7), a pesar de que ya a finales del xix los modelos del
relato de viajes fueran paulatinamente cambiando.2 La prensa en este sentido fue
uno de los actantes responsables de tales cambios, sobre todo con la propagación
de las ilustraciones y posteriormente la fotografía. Hasta entonces, como comenta
Bas Martín «[…] los libros de viajes se convirtieron en el caleidoscopio en el cual
mirar más allá de nuestras fronteras, en el espejo en el que comprender lo más ob-
jetivamente posible, la cultura, economía, sociedad, política y modos de vida de

1
Véase a este respecto la clasificación de los libros de viaje propuesta por Roussel-Zuazu, 2010.
2
A tenor de las múltiples referencias existentes a De Madrid a Nápoles (1861) en los libros de
viajes de finales del xix, Alarcón se convierte en uno de los referentes del relato de viaje. No fueron
ajenos Calatraveño (1898) y Latour (1908) a las narraciones de Alarcón, quedando expresa su ad-
miración por este relato de viajes.
128 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

una sociedad determinada» (5). En un siglo predominantemente científico,3 hay


que destacar que el relato de viajes fue adoptado por médicos como pábulo con
el que encandilar y aleccionar a la clase burguesa acerca de los adelantos foráneos;
y de esta manera inculcar prácticas cimentadas en los valores positivistas que se
expandirían a lo largo y ancho de este siglo. Menester es advertir que muchos de
estos valores positivistas fueron aderezados con elementos de la moralidad cató-
lica como la caridad,4 un concepto este puesto de manifiesto en algunos de los
relatos de viaje de los mismos galenos,5 además de contener una paladina crítica a
las instituciones del Estado. Conforman, precisamente, estos temas el interés de
este estudio: descubrir cómo los médicos trataron de inducir a la clase política en
la toma de decisiones y persuadir a la sociedad acerca de la necesidad de inversión
tanto pública como privada para construir un sistema sanitario que estuviese a la
altura de lo que la modernidad empezaba a demandar en los países desarrollados.
El relato de viaje se convirtió en otro recurso más, utilizado por los galenos en esa
cruzada contra la enfermedad y la muerte.
En este contexto, supieron ver en el relato de viajes un género feraz con el que
instruir sobre la importancia de la medicina, los hospitales y sanatorios especiali-

3
El mismo Tolosa Latour justificaba su colaboración, que con el título de «Apuntes científicos»
publicó en la revista el Semanario farmacéutico, alegando que en «el movimiento científico en la pre-
sente época, son tan numerosas las experiencias, tan atrevidas las hipótesis y tan esenciales algunos
importantes descubrimientos llevados a cabo por incansables sabios extranjeros, que difícilmente
puede darse extensa cuenta de todos y cada uno de aquellos en las columnas de los periódicos
científicos españoles cuyas tareas son tan generales como variadas (253). Curiosamente Rodolfo
del Castillo —autor de Apuntes de un viaje a Italia (1882)—, creó y dirigió la revista La Andalucía
Médica: revista médico-quirúrgica, fotográfica y de ciencias accesorias, en cuyo primer número de 1876
explica que «La necesidad de publicaciones científicas, se hace cada día mas indispensable, si hemos
de marchar en armoniosa paz con las corrientes de la época» (cit. en Fernández Dueñas 448-449).
4
Publicaciones destacadas serían El cristianismo o La caridad, revista de corta vida que se publi-
có en 1877 perteneciente a la Asociación Nacional para la Fundación y Sostenimiento de Hospitales
de Niños en España, y en su «sección literaria» incluía artículos de higiene doméstica, educación
moral, literatura y Bellas Artes; o La Voz de la Caridad. En esta última destacaría la figura de Con-
cepción Arenal como garante de esa caridad que buscaba en la segunda mitad del siglo xix corregir
los defectos sociales derivados de una cada vez más insalubre industrialización (véase a este respecto
el trabajo de Simón Palmer, 2014). El mismo Latour recomendaba en la prensa leer el Manual del
visitador del pobre «de la inolvidable Concepción Arenal, busquen aquellas páginas sublimes que
con el título de La voz de la caridad escribió en medio de la indiferencia de sus contemporáneos
y verán cómo logran hacerse dignas del amor y de la admiración de todos sin prodigar mimitos
estudiados» («Mimitos» 7).
5
El viaje no es nada nuevo en la historia de la medicina. De hecho, la proliferación de publi-
caciones periódicas de medicina, así como la organización de congresos internacionales y la agru-
pación de especialistas de la medicina en asociaciones y sociedades científicas tales como la Real
Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid en 1847; Sociedad Nacional de Gineco-
logía, Obstetricia y Pediatría en 1873, o en México, por ejemplo, la Academia Mexicana de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales en 1895 (Saldaña 142) hicieron que los viajes no fueran tan necesarios
como en siglos anteriores. Aun así, el siglo xix bebió de esa necesidad viajera producto del colo-
nialismo y de los avances científicos derivados del asentamiento de las nuevas naciones imperiales.
José Manuel Goñi Pérez 129

zados para niños, así como la necesidad de establecer médicos pediatras utilizando
para ello conceptos en boga como el bienestar social, las clases sociales, la educación
o la regeneración de la raza.6 Algunos médicos, como fuera el caso de Rodolfo del
Castillo, utilizaron este género ora para defender la calidad de la medicina en Es-
paña, los menos, ora como acicate a las nuevas generaciones y a los individuos que
podían cambiar, a través de la filantropía y la dadivosidad, el rumbo de las prácticas
médicas en España y el conocimiento médico que tenía la burguesía lectora, ya que
para algunos de estos galenos la vulgarización se convirtió en uno de los elementos
de mayor preponderancia en una sociedad cambiante que prestaba cada vez más
atención a la palabra escrita, a las imágenes de la prensa ilustrada y a la política so-
cial.7 Medicina, sociedad y política irán pues unidos como un tratado en ese intento
por establecer los estelos de esa modernidad imparable que se iría paulatinamente
fraguando en la España de la segunda mitad del siglo xix.8 La literatura serviría
como acólito a este tríptico, pues fue percibida y valorada por la profesión médica
como un instrumento, cuasi-quirúrgico, con el que poder adoctrinar, penetrar en
el individuo y, por lo tanto, curar imbuyendo. Si Latour al hablar a sus amigos doc-
tores italianos que tanto hicieron por los niños dice de ellos que fueron eminentes
doctores y «propagandistas de hecho» (Olas y brisas 45), lo mismo puede decirse de
Calatraveño y del mismo Latour, entre otros médicos españoles.
Uno de los elementos más significativos de estos relatos de viaje es la impron-
ta que dejaron, al adentrarse estos respetados profesionales de la medicina en el

6
Ramírez Vas en su trabajo «Necesidad de dar más amplitud al estudio teórico y práctico de las
enfermedades de la infancia», publicado en El estandarte médico en 1855 —según el trabajo de Peral
Pacheco y Sánchez Álvarez, de donde cito— «aboga por la especialización en pediatría, con centros
específicos para niños» (113). Peral y Sánchez advierten de que «aunque los primeros tratados sobre
pediatría en España hay que buscarlos dos siglos antes, los programas de enseñanza tardaron en
reflejar la nueva tendencia. La primera cátedra de pediatría en España data de 1887 y el primer hos-
pital pediátrico, el Niño Jesús, de Madrid, es de 1876» (113). Ramírez Vas publicaría en 1852, con
la intención de que se convirtiera «en texto escolar, cosa que no fue posible» (Peral Pacheco 110), su
obra Compendio de higiene o arte de conservar la salud.
7
Fueron determinantes en el siglo xix los «médicos e higienistas; también, pedagogos, juristas
y reformadores sociales, sin olvidar la filantropía, la caridad, y la actuación de mujeres que empeza-
ron a participar activamente en el desarrollo social como fue, por ejemplo, el caso de Concepción
Arenal», para que la medicina infantil fuera percibida como una «ciencia social» (Zafra y García
«Historia» 236 y Zafra y Medino «El nacimiento» 11).
8
A este respecto hay que tener en cuenta la proliferación de las cartillas de higiene infantil y
de lactancia en el último tercio del siglo xix y principios del xx, tales como Cartilla sanitaria de
higiene de la primaria infancia (1898) de José María Gorostiza; Higiene del embarazo y de la primera
infancia (1907) de Manuela Solís y Claras; o Cómo se cría un niño. Tratado práctico de puericultura
(1907) de Eduardo Toledo y Toledo. Allende los mares, la Cartilla de Higiene (1886) del doctor
puertorriqueño Francisco del Valle y Atiles, abogaría tanto por la higiene individual como la colecti-
va. Como comenta con gran acierto Hernández Delgado, la higiene para Valle y Atiles representará
«una especie de antídoto contra el desorden en la sociedad. Por eso el autor plantea que se utilizará
esta «Cartilla» para «perfeccionarse» y lograr curarse de los males de una sociedad vil y corrompida.
[...] a través de una buena higiene tendremos un progreso ordenado» (6).
130 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

campo de las publicaciones de vulgarización didácticas y de entretenimiento, un


tema este poco trabajado si lo comparamos con otras literaturas foráneas.9 Do-
cumentos híbridos, impresiones, cuentos, memorias, cartas dadas a la imprenta,
fueron entre otros los del oftalmólogo Rodolfo del Castillo Apuntes de un viaje a
Italia (1882); Olas y brisas. Cartas a Mimí (1908) del médico pediatra Tolosa La-
tour (1857-1919) o Impresiones de Viaje (1898) del Dr. Calatraveño y Valladares
(1851-1916), en un contexto en el que se publicaban relatos de viaje de carácter
científico, como lo fueron Viaje de Ceylan a Damasco (1871) y Viaje al interior
de Persia (1880) de Adolfo Rivadeneyra (1841-1882), entre muchos otros.10 Es-
tas publicaciones —a caballo entre el libro de entretenimiento y la información
científico-social— han caído en el olvido y apenas aparecen hoy mencionadas,
inclusive en los estudios sobre los relatos de viaje.11 Algo que, por otro lado, no
nos sorprende si nos acercamos de una forma más amplia a la relación entre la li-
teratura y la medicina: parca atención, salvo loables excepciones, le ha dispensado
la crítica decimonónica a la narrativa escrita por médicos.
No obstante, el incipiente interés dispensado a la injerencia de estos mé-
dicos en el campo de la narrativa está provocando un replanteamiento sobre
los distintos géneros literarios decimonónicos, basado en un canon literario,
que hasta la fecha no refleja en toda su extensión la relación de la literatura y
su carácter interdisciplinar como respuesta al diálogo que se estableció entre la
ciencia y la sociedad, y que constituyó parte del acervo decimonónico.12 Men-
cionadas por los historiadores de la medicina de pasada y alejadas asimismo de
los cánones literarios finiseculares, estas obras pueblan hoy en día las entradas
de los catálogos de libros raros. Por otro lado, el hibridismo, caracterizador
de estos libros de viajes, conforman la naturaleza oportunista de tales publi-
caciones cuyos fines y propósitos fueron muy diversos, dado que, menester es
recordarlo, estos médicos supieron ver en la literatura la tribuna desde la que
vulgarizar sus ideas respecto no ya solo a las prácticas médicas —pues estas se
divulgaron en publicaciones especializadas y tratados científicos—, sino especí-
ficamente sobre el estado de la medicina en España, ahondando en las mejoras
necesarias que solo habrían de llegar por la presión y el altruismo de las clases
pudientes a las que Tolosa Latour —«filántropo perseverante y lleno de fe»

9
Bas Martín comenta con acierto que «España continúa estando muy alejada del interés que
el género de la literatura de viajes ha despertado en otros países europeos» («Los repertorios» 10).
10
Hay que destacar el esfuerzo de algunos de estos libros científicos de viaje para recordar al
lector que sus trabajos no eran de entretenimiento sino de conocimiento, separándose así de cual-
quier posible lectura de viajes de carácter ficcional, pero no sin dejar de lado cierto exotismo (véase
a este respecto Goñi, 2012).
11
Entre estas ausencias, destaca la de Bertrán y Rubio (1838-1909) de quien poco sabemos a
pesar de su relación con la literatura. Recordemos así obras como Croquis humanos: Cuentecillos y
bocetos de costumbres (1878) o El doctor Storm (1909).
12
Véase a este respecto «Medicina y literatura en el mundo hispánico» (Goñi, 2018).
José Manuel Goñi Pérez 131

(ABC, «Sanatorios de la infancia» 08.02.1909, 9)— entre otros, intentó de


forma persuasiva adunar.13
Divulgar sus argumentos médico-sociales fue la intención primigenia de esta
relación con la literatura y, asimismo, ya fuera parcial o totalmente, con la prensa
periódica que ya desde los años de la Revolución Gloriosa se convirtió en un arma
de inducción social para poder llevar a cabo una regeneración en consonancia a la
de los países avezados. Asimismo, estos autores supieron aprovechar los conceptos
más recurrentes que preocupaban a la sociedad española y que aparecían en los dis-
cursos políticos y debates sociales sobre el mal de España en el último tercio del siglo
xix y principios del xx, para persuadir al lector sobre la importancia de su empresa
médica, dentro de un contexto mayor denominado «biopolítica» (Loredo Narcian-
di y Jiménez Alonso 1958-1960). Estructurados en torno al entretenimiento, la no-
ticia y el conocimiento, la alocución de la clase médica fue vertida a la sociedad en
formato de cuentos, novelas, escenas costumbristas, poemas, así como en los relatos
de viaje de los que aquí doy cuenta. Asiduo cuentista en la prensa periódica con
muy diversos pseudónimos Tolosa Latour publicaría cuentos, de marcado realismo,
en un volumen publicado en 1889, con el título de Niñerías, la Noche Buena de un
médico y del que habría una segunda edición en 1897. Toda su obra, hay que adver-
tir, gravita en torno al desarrollo de las medidas necesarias para instruir a la sociedad
acerca de los avances médico-pediátricos. Sus cuentos serían pues una extensión de
esa intención educativa que le llevó a pronunciar múltiples discursos, muchos de
ellos en capitales de provincias, sobre la educación y la medicina.
En este sucinto adeudo —que forma parte de un trabajo más amplio sobre
la relación de la medicina y la literatura en la segunda mitad del siglo xix y
específicamente sobre la figura del médico pediatra Manuel Tolosa Latour—14
expongo que, a pesar de la escasa importancia concedida en la actualidad a estos
relatos de viajes, estas obras gozaron de una gran divulgación en el último tercio
del siglo xix y principios del xx formando parte de las lecturas recomendadas
por la prensa periódica, tanto en sus catálogos bibliográficos como en concisas
recensiones. Centrándome como paradigma en Olas y brisas (1908) del Dr.
Tolosa Latour, en Impresiones de viaje del Dr. Calatraveño (1898)15 y en menor
medida en Apuntes de un viaje a Italia del Dr. Rodolfo del Castillo (1882),
pongo de manifiesto: por un lado, la suma importancia que adquirieron los
balnearios y los incipientes sanatorios y hospicios marítimos para niños, llenan-
do buena parte de los discursos médicos sobre pediatría dentro de lo que fue la

13
Los esfuerzos a este respecto de Tolosa Latour han sido estudiados por Rodríguez Pérez («Ma-
nuel Tolosa», especialmente las páginas 364-370).
14
Mi agradecimiento al Medical Humanities (Wellcome Trust), por haberme otorgado una beca
de investigación (105487/Z/14/Z) sin la cual este trabajo no hubiese sido posible.
15
Escribió, entre otros trabajos, libros como Los niños que sufren (1901-1904); Un estudiante de
medicina; poemita en varios cantos (1880), o el «Prólogo» a Monografía acerca de la difteria (1889).
132 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

preocupación finisecular por la salud infantil, la madre16 y la lactancia, al igual


que la higiene en la escuela17, para así poder paliar el alto índice de morbilidad y la
mortalidad infantil y mitigar el sostenido retraso respecto a otros países europeos;
por otro lado, dentro de este interés didáctico los galenos intentaron reanimar
de forma hábil con sus críticas a esa España adormecida, utilizando para ello un
discurso basado en la regeneración de la raza y así combatir la desidia percibida;
asimismo, la importancia y el compromiso con la beneficencia condujo a Tolosa
Latour a publicar este librito de viajes, un libro de abstrusa estructura que como
luego veremos sería muy crítico con aquellos que cohonestarían ciertas decisiones
políticas regeneracionistas del periodo de la Restauración; aunque con una crítica

16
Ante tal interés por la infancia y la madre no es de extrañar que entre 1883 y 1884 Tolosa
Latour dirigiera la revista La madre y el niño, una publicación periódica que se sumaría a otras tantas
que ahondaron en cuestiones de higiene, del cuidado de los niños, de su protección y de su forma-
ción tanto física como intelectual y moral, y de la regulación laboral de los menores. Atrás quedaba
la llamada «Ley Benot», del 24 de julio de 1873 (Véase La Gaceta de Madrid, año CCXII, número
209, lunes 28 de julio de 1873, tomo III, p. 1183, y cuya proposición de Ley data del 26 de octubre
de 1872 «Proposición de ley, del Sr. Becerra, sobre mejora de las condiciones morales de las clases
obreras» Diario de las Sesiones de Cortes. Congreso de los diputados, Legislatura 1872-1873. Apén-
dice vigésimo tercero al N.º 37, de 1 a 2. Ya durante los primeros años de la Restauración algunas
revistas, como el Monitor (1886: 973), resumían los avances históricos sobre las regulaciones del
trabajo de los niños en Alemania y en Francia. No hay que olvidar a este respecto que publicaciones
como el Boletín de la Sociedad Protectora de los Niños que data de 1881, La Escuela Moderna. Revista
Pedagógica Hispano-Americana de 1891 o el mismo Boletín de la Institución Libre de Enseñanza de
1887 abordaron este problema endémico. De sus páginas concluyen que el término protección
infantil encerraba todos los elementos que pudieran contribuir a su mejora y desarrollo, de ahí que
las colonias, las excursiones y los sanatorios fueran desde la educación infantil todo uno. Estudios
como los de O. Meyrich Nuevos estudios sobre la higiene doméstica de los escolares, o las sesiones cele-
bradas por la Sesión de Higiene de la Sociedad de Maestros de Leipzig, o avisos y precauciones de las
enfermedades como el sarampión, la escarlata y la difteria, o las inspecciones sobre la higiene en las
escuelas de Dresde (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza Año xxi, 30.04.1897, N.º 445), eran
resúmenes que provenían, por ejemplo, de la Revista de higiene escolar de Hamburgo. A este respec-
to, Rodríguez Pérez comenta al estudiar la primera colonia escolar de 1887, que «desde las páginas
del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza [...], Rafael Torres Campos (1884) se lamentaba de
que nuestro país no dispusiera de centros marinos para acoger a niños anémicos o víctimas de la
escrófula que les conde­naba a una muerte casi segura. Afirmaba en sus textos que estaba demostrado
que la vida a orillas del mar y bajo un régimen de alimentación abundante y sana, permitía fortificar
las constituciones débiles y enfermas. Tomaba como ejemplo los excelentes resultados alcanzados
en los sanatorios habilitados en las costas francesas e italianas» («La primera colonia» 412-413).
Hay que precisar que los sanatorios marítimos no son los precursores de las colonias escolares en
España, ya que «El Museo Pedagógico de Instrucción primaria, años más tarde Museo Pedagógico
Nacional, había fundado de forma oficial las colonias escolares en el verano de 1887» (Rodríguez
Pérez, «Salud, higiene» 177).
17
En la Conferencia de Extensión de Cultura Médica, celebrada en la Real Academia de Medi-
cina, en 1907, Tolosa Latour hacía un recorrido por la situación de las escuelas y la higiene en Espa-
ña desde mediados del siglo xix, un recorrido no muy halagador en el que daba cuenta de muchas
voces que pusieron su empeño en el desarrollo de un sistema escolar adecuado para el crecimiento
de los niños: «A qué seguir, si cuanto se exponga y se denuncie está muy por debajo de la espantosa
realidad. En tales tugurios no es posible que reinen ni la limpieza, ni la disciplina, ni la alegría, las
tres condiciones para la vida normal escolar» («La vida en la escuela» 12).
José Manuel Goñi Pérez 133

algo más sutil a la de, por ejemplo, el «médico de los locos», José María Esquerdo,
aunque no por ello menos escrupulosa y directa. Mucho más severas fueron, por
otro lado, las demoledoras críticas a la España finisecular de Calatraveño en la
conclusión de su obra. Las palabras de Esquerdo son iluminadoras sobre la opi-
nión que se tenía en estos años sobre la clase política:

Acabo de recorrer media España y no he oído más que una sola voz, la voz
del pueblo, que pide se vayan de una vez, para no volver más, los que nos han
desgobernado, empobrecido y conducido a la derrota. Esa es la opinión uná-
nime en todas las provincias. Un fallo condenatorio en bloque, sin conceder
siquiera a los culpables el honor de juzgarles separadamente, de citar uno a uno
a los Gobiernos que se han sucedido en el período de veinticinco años. (Dr.
Esquerdo, 29.09.1898)18

La evaluación histórico-literaria de estos relatos de viaje hay que enjuiciarla


en el contexto y con el propósito para el que estos libros fueron escritos, pues
una lectura diacrónica que deje fuera su primigenia intención, aunque loable,
interfiere con el propósito de los mismos y, como consecuencia, nos aleja del en-
tendimiento de las aportaciones de esos galenos «representativos», por utilizar un
término de Emerson, a ese diálogo entre la medicina, la sociedad y la política, en
la que la literatura fue un diligente actante.

José María Esquerdo

2. Algunas consideraciones teóricas sobre el género

Sin querer adentrarme en disquisiciones teóricas que están lejos del propósito
de este trabajo, es necesario precisar algunos aspectos específicos sobre el género
del que tratamos. Luis Alburquerque-García en sus trabajos de 2006 y 2011 ha
explicado con suma precisión algunos de estos elementos. El relato de viaje tendría,

18
Estas críticas sirvieron a su vez de contrapunto a esas crónicas encomiásticas sobre España en
sus diversas participaciones en las Exposiciones Universales que laudaba la prensa periódica desde
un arbitrio de dudosa equidad. Véase a este respecto Pageaux «Las exposiciones» y «Ecos» (2013).
134 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

según este autor, tres rasgos esenciales que lo distinguen de otros géneros similares:
a saber, «(1) son relatos factuales, en los que (2) la modalidad descriptiva se im-
pone a la narrativa y (3) en cuyo balance entre lo objetivo y lo subjetivo tienden a
decantarse del lado del primero, más en consonancia, en principio, con su carácter
testimonial […] El relato factual nace, se desarrolla y termina siguiendo el hilo de
unos hechos realmente acaecidos que forman su columna vertebral» («El relato de
viajes» 16-17). El viaje, la descripción o écfrasis de todo lo que le rodea —o en el
caso de Latour y Calatraveño, como ellos mismos indican, de todo lo que le inte-
resa al viajero—, definen el texto escritural. Alburquerque identifica asimismo dos
aspectos «que apuntalan […] la índole del género» derivados de los tres anteriores,
la paratextualidad y la intertextualidad, marcas que «actúan en cierta manera como
el correlato de la factualidad del texto, de las que se sirven los autores para hacer
explícita la autenticidad de su contenido» (18). La relación entre el narrador-autor-
lector cobra una dimensión distinta en los relatos de viaje, como es también el caso
de los epistolarios, las memorias o los diarios. Esta relación está muy presente en la
temporalidad de la información dada en el texto escrito, pues en el relato de viaje
de los galenos estudiados en este trabajo los dos tiempos, el de la escritura y el de la
lectura, no han de diferir en demasía, pues de otra el propósito adoctrinador y per-
suasivo de los relatos dejaría de tener el impacto deseado.19 Para Alburquerque, la
modalidad factual sería la que diferencia al relato de viajes de las novelas de viaje, de
modalidad ficcional, «entre las que tendrían cabida novelas de aventuras, de ciencia
ficción, utopías, etc.» (21). Asimismo, y teniendo en cuenta en su trabajo las dos
funciones del discurso que caracteriza a estos relatos de viaje, la representativa y la
poética, y a que ninguna de las dos sobresale en los relatos de viaje, Alburquerque
sostiene que «durante mucho tiempo han sido considerados como libros de un in-
negable interés histórico-documental, pero de escaso o nulo valor artístico-literario,
con el consiguiente desinterés y preterición de la crítica y de las historias de la lite-
ratura» («Los libros» 72).
A pesar de las vagas lindes que separan los géneros narrativos, es preciso aña-
dir que la ficción es también uno de esos actantes que, capaz a la vez de rescribir y
de reescribir con una visión crítica o propagandística, recrea los acontecimientos
históricos comunes a través de las experiencias individuales de quienes o bien
participaron de un hecho histórico o bien participaron de él a través de las cró-
nicas, las opiniones en prensa o los ensayos: son los angostos lindes que separan
la historia vivida de la historia narrada. A la historia vivida es a la que pertenecen
los relatos de viajes de los galenos aquí analizados. Estos relatos se acercan a esa

19
Dejo al margen en este sucinto bosquejo las disquisiciones sobre la literariedad y el concepto
de literatura personal del yo. Para una profundización sobre la relación entre el yo escritural y la
temporalidad narrativa de la carta, la memoria y el diario véase Goñi, 2010, especialmente las
páginas 108-129.
José Manuel Goñi Pérez 135

posible verdad que confiere al viajero la potestad de hablar, comentar o criticar


desde su elevada posición sin que la función poética del discurso desaparezca en
ningún momento. Pedro Salinas prestaría atención y a esos lindes genéricos de los
que vengo hablando, argumentando con respecto a la carta que:

es terreno tan resbaladizo, que la intención estrictamente humana de comu-


nicarse con otra persona por escrito, al tener que servirse inevitablemente del
lenguaje, puede deslizarse al otro lado de las fronteras de lo privado sin que el
autor se dé cuenta apenas, y convertirse en intención literaria, porque el lengua-
je tiene sus misteriosas leyes de hermosura, sus secretas exigencias que tiran del
que escribe. Es muy difícil que la persona que se ponga a escribir no sienta, dese
o no cuenta de ello, prurito de hacerlo bien, y si lo logra, la pena que le guarda
ya sabemos cuál es: la caída de Ícaro de los cielos limpios —lo privado— a las
aguas dudosas de la publicidad. (31)

La teleología de los relatos de viaje no es otra que su publicación, mientras


que la de la carta privada no lo es en su vertiente consciente, ya que la inconscien-
te definida como «la idea o esperanza del autor de la carta que esta sea guardada
y así llegue a ser conocida algún día» (Biruté Ciplijauskaité 62) es caracterizadora
de ese prurito de hacerlo bien.
Las expresiones narrativas sobre un mismo hecho, la factual y la ficcional, aun-
que tengan al viaje como elemento central de sus narraciones tienen una caracterís-
tica que las hace incompatibles y las discrimina: el contexto sobre el que se escribe y
los valores sociales, es decir la proximidad temporal entre la narración y la lectura de
los mismos; y una característica a su vez que las convierte en Jano de faces opuestas:
el juego y la verdad. La etiología de la historia, ya sea sincrónica o diacrónica, es
una misma: la búsqueda de la verdad. La historia busca y necesita de esa verdad; la
poiesis narrativa juega con esa necesidad de búsqueda por parte del lector ya que no
presta atención a la verdad en sí al estar su discurso exento de tal característica por
su carácter ficcional. La oposición propuesta por Isidore de Seville entre res fictae
y res factae —«attributing to poetical fictions (fabulae) the qualities of argumenta,
fictional narratives like the truth» y dejando pues dos categorías opuestas fabula e
historia «according to an etimological distinction (ficta/facta) derived from Varro»
(Irvine 237)—, no abarca todo el problema en sí, ya que la divergencia residiría en
la manera en la que el lector acepta la res narrada. En otras palabras, la verdad, en
un sentido biológico, sería para la historia como su órgano vital; mientras que la na-
rrativa ficcional actuaría como un virus capaz de alterar y modificar constantemente
esa búsqueda de la verdad, ese órgano vital en el que se convierte la historia para el
ser humano. Es decir, la interpretación de un hecho histórico es la etiología de esa
patología humana que es la búsqueda de la verdad de un hecho dado.
De ahí que sea absolutamente imperioso tanto para la historia narrada como
para la ficción histórica esa aceptación no ya entre el autor y el lector, sino entre
136 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

la naturaleza del texto y el lector, en tanto que es la misma naturaleza conferida al


texto —es decir, la teleología—, lo que determina el posicionamiento que ha de
tomar el lector a la hora de interpretar el texto escrito. No obstante, la ficción tiene
la potestad de jugar con esta misma dicotomía biológica, de ahí que los elementos
paratextualues e intertextuales puedan formar parte también de la ficción narrativa.
Y aun así al adentrarnos en un relato de viajes como Olas y Brisas o Impresiones de
viaje aceptemos el elemento histórico, lo objetivo no prima necesariamente sobre
lo subjetivo, sino que es el contexto y la búsqueda de la verdad lo que determina al
lector descodificar el texto como un «relato de viaje». Lo interesante es el posiciona-
miento del lector para con el texto, la relación entre el lector y la res narrada.
La visión de la crítica sobre la relación entre la literatura y la historia no ha
sido siempre, por otro lado, explicada de forma opuesta a como yo mantengo aquí.
Muy al contrario, su relación ha sido entendida y descrita como simbiótica, como
podemos ver en la explicación de Carlos Mata: «La frontera que separa los territo-
rios de la historia y la literatura ha sido, pues, permeable a lo largo de los tiempos
y, así —pese a la conocida distinción aristotélica de historia y poesía— se han pro-
ducido frecuentes incursiones de un género en el otro: la savia de la historia vivifica
la literatura, y viceversa, la literatura es una fuente —si bien indirecta o secunda-
ria— para el conocimiento histórico» (14). La historia puede defender la verdad,
la posible verdad, falsearla, alterarla o distorsionarla, ya sea de forma intencionada,
con propósito propagandístico, protector de los intereses nacionales, políticos o
incluso, por intereses personales, o simplemente errar en sus planteamientos; y, aun
así, la búsqueda de la verdad sigue siendo la primigenia característica de la historia,
pues es a través de la identificación de los elementos paratextuales y textuales que el
lector decide aceptar o desechar esa verdad teniendo en cuenta el elemento factual
desde su propia interpretación. Decía que la historia puede mentir, falsear o atener-
se a la posible verdad; a la ficción no le compete tal potestad, pues su característica
primordial es la historia peregrina: los conceptos de verdad y mentira no son rasgos
biológicos de su idiosincrasia. La intención es la que marca la distinción de esos
siempre nebulosos límites entre la res fictae y la res factae.
La narrativa ficcional, presente como se la presente al lector, no dejará de ser
un juego con la verdad y, por lo tanto, una alteración de los tejidos que confor-
man la historia. Como ha expuesto de forma precisa Cecilia Fernández Prieto so-
bre ese juego del que vengo hablando: «los elementos históricos se ficcionalizan y
los ficticios se revisten de historicidad» (166). Los rasgos intrínsecos de esos textos
narrativos pueden coincidir en gran medida con muchos de los hechos aceptados
históricamente, como la crítica ha demostrado en el caso de textos canónicos
como La forja de un rebelde de Arturo Barea o Imán, de Ramón J. Sender. No
obstante, esta fiabilidad del texto ficcional no deja de ser otro nivel de ese mismo
juego al que aludía antes. La narrativa ficcional puede, si así lo decidimos, formar
José Manuel Goñi Pérez 137

parte de las llamadas fuentes históricas, aunque no lo sean; mientras que forma
parte, aunque no lo hayamos decidido así, de nuestro conocimiento histórico
sobre un hecho. La fuente histórica busca la verdad de un hecho; la narrativa his-
tórico ficcional juega con esa búsqueda de la verdad. Ambas vertientes conforman
el nivel ontológico de nuestro conocimiento; la literatura participa de ese conoci-
miento creando un mundo paralelo que no explica la historia, sino que la utiliza;
no la imita, sino que la aprehende y la posee. Una narración que según Ricoeur
«es narrarla como si hubiese acontecido» (913) —esto es, argumentum, nada nue-
vo por otro lado—, pero sin llegar a saber si aconteció o no, y lo que es aún más
significativo, sin que los lectores tengamos la necesidad de saber si ocurrió o no, o
si de haber ocurrido, ocurrió de tal suerte. De ahí que el conocimiento histórico
no esté ligado al concepto de verdad histórica, ni determine la posibilidad de
llegar al concepto global de Verdad que ya desde la segunda mitad del siglo xix
fuera piedra de toque en los debates intelectuales y en los nuevos límites de la
realidad que se esbozaban a la luz de los descubrimientos de la ciencia y al amparo
de un positivismo necesario para la incipiente modernidad que veía en la ciencia
la irrefutable prueba que necesitaba el mundo occidental.20
El escritor de la novela histórica, de la novela de viajes, incide —sabedor de ese
pacto de lectura— en el juego que transgrede nuestro conocimiento de la historia
con específicas estrategias narrativas. Esta habilidad inherente a la narración y acen-
tuada por la habilidad del escritor al confeccionar en muchos casos un entramado
de relaciones híbridas entre lo inventado y lo factual, hace que la verosimilitud sea
un elemento de suma importancia —hasta la llegada de la tardía postmodernidad a
las letras españolas— y que esté siempre en el centro del juego narrativo.
La narrativa juega con la verdad a través de los conceptos de la simulatio y la
dissimulatio,21 sin olvidar que estos dos conceptos son voluntariamente parte de la
selección del narrador de los relatos de viaje. El mismo Tolosa Latour elige en sus
viajes aquello que quiere descubrir, que quiere pintar pues su intención es la de
persuadir al lector ocultando, a su vez, lo que no le facilita tal misión; de ahí que
la elocutio —una de las cinco partes de las que estaba compuesta la retórica—, sea
esencial en estos relatos de viaje, pues es la disposición y elaboración lingüístico-
verbal del discurso, la marca textual que confiere credibilidad al relato.
Parte de la crítica, tiende a identificar el juego con la verdad, al abordar la
historicidad de la ficción y los conceptos aquí desarrollados, con la verdad misma
o la búsqueda de esta. Algunos críticos han caído de lleno en el seno del mismo
juego que la literatura propone, como demuestra, por poner un ejemplo, la ex-
plicación de Lourdes Ortiz quien se apoya tanto en el concepto subjetivo de «las

Sobre una reflexión en torno al concepto de la «Verdad» véase Goñi, 2014.


20

Polyanthea: «Simulo et dissimulo ita differunt: simulamus enim esse ea quae non sunt, dissi-
21

mulamus ea non esse quae sunt» (Mirabelli 274).


138 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

buenas novelas», como en el de la «historia verdadera», dos conceptos loables en


esta reflexión, pero inservibles en la explicación de la relación entre la literatura
y la historia: «Muchas veces la novela, las buenas novelas y no la torpe historia
novelada, penetra mucho más allá y nos da una visión más rica y más verdadera
de lo que la historia nos cuenta, sobre una época y unos personajes. La novela es
así una indagación sobre el corazón humano y los mismos hechos pueden volver
a ser desmontados y analizados desde otro ángulo» (25). Siguiendo el trabajo de
Lourdes Ortiz, los pares «novela/libertad», «historia/limitada al dato», anteponen
un criterio dual que como el de «objetividad/limitación», «subjetividad/libertad»,
poco añade acerca de la relación entre la historia y la literatura. Las palabras so-
bre el poder de la ficción no pueden ser más acertadas, si las juzgamos desde el
elemento lúdico, ya que la ficción ni busca la verdad ni inquiere la «verdad de la
ficción» (27), sino que tan solo juega con los datos para crear un mundo posible,
para desvirtuar y, en algunas ocasiones, para destruir (argumentum) pues es no
más que, a nivel ontológico, una intencionada calígine.
Asimismo, tanto el relato de viaje como la narrativa ficcional de viajes, compar-
ten las estrategias de la simulazione y la dissimulazione. Lo que las diferencia es que
el relato de viajes puede crear u ocultar hechos, pero siempre amparada en la noción
ciceroniana de la Virtud, con la que Cicerón aludía a la voluntariedad, opuesta a la
ficción;22 mientras que la narrativa ficcional utilizará las nociones de la simulazione
y la dissimulazione amparada en la noción de su juego con la creación de la realidad,
lugar en el que radica la astucia de su patraña. Es decir, a pesar de que las dos utili-
cen las mismas estrategias, la ficción narrativa las utiliza sin tener presente la virtud
y la moral, y no hay búsqueda de la verdad que no esté basada en los principios de
la virtud. Es simplemente una cuestión de intención textual por parte del autor y
de conformidad y descodificación textual por parte del lector. No existe en la fabu-
lación la virtud; la fabulación —aunque se pueda leer y descodificar como tal— no
es un procedimiento cognoscitivo, aunque colabore en nuestro conocimiento, que
insisto, es capaz de utilizar estrategias aceptadas como históricas. No olvidemos los
versos de Pessoa en los que irónicamente nos decía:

O poeta é um fingidor.
Finge tão completamente
Que chega a fingir que é dor
A dor que deveras sente (46)

Y si el poeta juzga que es dolor verdadero el que expresa en la escritura, no deja


de ser ese juicio fingido pues el poeta é um fingidor. El acceso a la veracidad de ese

22
«In amicitia autem nihil fictum est, nihil simulatum et, quidquid est, id est verum et volun-
tarium» (8).
José Manuel Goñi Pérez 139

dolor se produce a través del juego entre la dissimulazione, ocultamiento de aquello


que existe, y la simulazione, crear lo que en verdad no existe. El mismo Cicerón
ya comentaba de forma tácita que ambas formas había que erradicarlas de la vida.
Para Cicerón, pues, el concepto de virtud estaba enfrentado a la dissimulazione y a
la simulazione: «Quod si Aquiliana definitio vera est, ex omni vita simulatio dissi-
mulatioque tollenda est. Ita nec ut emat melius nec ut vendat quicquam simulabit
aut dissimulabit vir bonus» (De officiis, 330).23 El problema teórico lo retomaría el
mismo Cervantes cuando en el capítulo III de la segunda parte explicaba la diferen-
cia entre el poeta y el historiador, siendo este quien «ha de escribir, no como debían
ser, sino como fueron, sin añadir o quitar a la verdad cosa alguna» y el poeta aquel
que «puede cantar o contar las cosas, no como fueron, sino como debían ser» (49).
La clave reside en el verbo «poder», ya que la libertad del poeta radica en la elección
y, por tanto, en el juego que con el concepto de la historia quiera llevar a cabo. El
poeta no está comprometido con la virtud, sino con la belleza de los hechos conta-
dos, sean o no sean de carácter histórico. Algo que, por otro lado, ya había esbozado
Aristóteles en su Poética (cap. IX 451a/451b). No obstante, y esta es una de las
características que otorga la prensa escrita decimonónica al concepto del entendi-
miento moderno de la verdad, las afirmaciones particulares y universales se urden
en el telar de la misma ficción siendo muy difícil distinguir en el nivel inmanente
del texto lo poético de lo histórico. De ahí que Tolosa Latour insistiera desde su de-
dicatoria que en estas cartas «fui consignando las dulces emociones experimentadas
al contemplar cuadros sencillos, muchos de ellos dolorosos, refiriendo sensaciones
diversas con la rapidez y fidelidad de una instantánea (5).
El escritor basa sus estrategias narrativas ficcionales en un conocimiento del
hecho histórico que se sabe existente en el acervo popular a través muchas veces
de su propia experiencia, de lo aprendido en la prensa y de los ensayos políticos
o conferencias médico-sociales. Lo importante no es la realidad histórica en la
narrativa, en su defecto ha de conformarse con la búsqueda de la verdad en la que
entran en contacto sus dos premisas, la construcción y a la vez la reconstrucción,
no siendo siempre clara al lector la par relación entre lo objetivo y lo subjetivo.
La historia lo hará a través de la virtud; la literatura a través del juego establecido
entre la imaginación narrada y el conocimiento del lector; esto es, una verdad
imaginada como podría haber pasado.
A raíz de la expansión de la prensa como base de conocimiento univer-
sal —véase la enorme importancia de la ciencia y los avances de progreso en

23
«Así que, siendo verdadera la definición de Aquilino se ha de apartar de todas nuestras ac-
ciones el engaño y disimulación. De modo que el hombre no fingirá, ni callará cosa alguna por
comprar ni vender con más conveniencia» (trad. de Manuel Valbuena. Obras completas de Marco
Tulio Cicerón, T. IV, p. 178). Sobre la problemática de estos dos términos desde el punto de vista de
la medicina véase el interesante discurso de Costantino Ciallella y Raffaella Rinaldi, 2009.
140 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

publicaciones periódicas como las ilustraciones de la segunda mitad del siglo


xix— las crónicas sociales, artículos, opiniones, discursos… alimentaron gran
parte de la opinión pública sobre el conocimiento que se tenía de esa aceptada
sociedad en constante formación. Las crónicas periodísticas sobre los problemas
sociales, y en el caso que nos concierne, sobre la higiene, salubridad y estado de
la infancia supusieron pues una vía de conocimiento, que se unieron a las carti-
llas de higiene y publicaciones periódicas.24 Estas vías de conocimiento serán las
utilizadas por la narrativa ficcional, ya que el medio de publicación de muchos
cuentos, narraciones por entregas, folletines… sería el mismo: la prensa sema-
nal y la prensa ilustrada, compartiendo así los mismos lectores. Recordemos que
Olas y brisas fue publicado por Vida marítima en formato coleccionable y ABC
publicó algunas de estas cartas en 1906; y que Impresiones de viaje fue publicado
por la Revista contemporánea en 1898.

D. Manuel Tolosa Latour


Eminente médico español, a cuyos desvelos se debe la organi-
zación de la Asamblea de Protección a la Infancia, celebrada en
Madrid recientemente. El Sr. Tolosa Latour es el creador de la
benéfica Institución de Protección a la Infancia
y Represión de la Mendicidad, que funciona desde [el] 12 de
Agosto de 1904.
La esfera. Ilustración mundial. Año I, N.º. 17, 25 de abril de
1914.
Dibujo de Gamonal.

24
Gorostiza en su Cartilla sanitaria de higiene de la primera infancia explica que no siendo todavía
España consciente de la importancia de la higiene «[…]el pueblo está dominado por infinidad de
preocupaciones, muchas de ellas peligrosas, que son una de las principales causas de las enfermedades
de la infancia, que unidas al criminal abandono e indiferencia de muchos padres, dan clara explicación
de la mortalidad aterradora de los niños. En otras naciones han existido estos mismos defectos, pero
la constancia en corregirlos, por medio de la enseñanza y la generalización de los preceptos higiénicos,
ha contribuido poderosamente a disminuir el mal» (6). Gorostiza iría aún más lejos, advirtiendo que
sin hacer caso de las recomendaciones del médico se acude a «conjuros, exorcismos, axpersiones y otras
prácticas» ya que piensan que las enfermedades de sus infantes se deben a «maldiciones, maleficios,
mal de ojo y otra porción de supercherías» (32). De ahí que Latour luchara a través de La madre y
el hijo por instruir a las familias con casos relatados por médicos acerca de la falta de confianza en la
medicina, como los del Doctor Benavente «Errores populares: Teta y gloria» (2-4). Como afirma Loredo
Narciandi y Belén Jiménez Alonso «la puericultura representó la penetración de los expertos donde
antes existía una mezcla de creencias populares e influencia desigual de consejos médicos diversos en
unas u otras capas de la sociedad. En el contexto de las reformas sociales características de los Estados
nacionales de la época, ahora se intentaban desterrar dichas creencias implantando en toda la sociedad
unas mismas pautas para criar a los niños, basadas en la ciencia. En Europa y en los países de Amé-
rica del Sur seleccionados, fueron los médicos quienes protagonizaron este proceso aconsejando a las
madres cómo cuidarse durante el embarazo, qué hacer durante el parto, cómo alimentar a sus bebés,
cómo vestirles, qué pautas de sueño imponerles, cómo actuar ante las enfermedades, etc. Varios de los
autores que hemos tomado en consideración subrayan que no basta el amor materno, instintivo, para
criar hijos saludables: hace falta formación y asesoramiento» (1958).
José Manuel Goñi Pérez 141

3. Sobre Impresiones de viaje (1898) y Olas y brisas (1908)

Un análisis pormenorizado de la prensa periódica más relevante nos alerta


de la relevancia que tuvieron estos relatos de viaje, máxime tratándose de obras
firmadas entre otros por Tolosa Latour, el «ilustre paidópata»,25 cuya obra El niño:
apuntes científicos (1880) llegara a ser un libro de referencia en las dos últimas
décadas del siglo xix en las casas de las familias instruidas.26 El interés de estos
relatos de viaje no reside solo en lo que cuentan, ni siquiera en el género elegido
para hacerlo, sino en la influencia de estos hombres de ciencia en la esfera pública
española a finales del xix y principios del xx. Sorprende hoy en día, si leemos el
libro alejados de la tan necesaria lectura sincrónica, que un libro como Olas y bri-
sas, abstruso, de estructura híbrida y desviado de los cánones de los libros de viaje,
tuviese tras su publicación asaces menciones en la prensa periódica. Un libro apre-
ciado por su «gran amenidad y soltura de estilo» (El cuento semanal, 29.05.1908),
«bella, interesante y plausible» (La correspondencia, 06.03.1908, 3); «interesantes
[…] por su fondo, […] agradabilísima su lectura por el fácil y ameno estilo en
que están escritas», juzgaría Blanco y Negro, augurándole además un «gran éxi-
to en librería» («Bibliografía» 07.03.1908, 23). Asimismo el doctor J. Fernán
Pérez, desde la Ilustración española y americana, destacaba del mismo Latour su
amenidad como escritor científico, y de sus artículos de vulgarización y literarios
subrayaba la «vasta cultura y [el] léxico depurado y castizo» (30.01.1917, 60).27
Comentarios laudatorios que se van repitiendo sin ningún comentario crítico
que reseñar de la obra misma. La prensa destacaría el carácter altruista de Latour

25
Ya en la prensa ilustrada y tras la muerte de Tolosa Latour se hacía referencia a que con él
surgiría «una generación de médicos paidólogos brillantísima: Benavente, Ulecia, Benítez, Martínez
Vargas, Carazo, González Álvarez, Fernández Gómez, Hernández Briz, etc., (Fernán Pérez 60). A
los que cabría añadir García del Real, Gómez Ferrer, Borobio, Luis Moragas Pomar, Farrióls Angla-
da, Viura, Guerra Estapé, García Mansilla, Francisco Ledesma y Ribas Perdigó. Véase a este respecto
Granjel, «Pediatría española ochocentista» 7.
26
Se contabilizan hasta la fecha al menos 6 ediciones entre 1880 y 1897, siendo esta última
ilustrada por Comba: «obra popularísima acaba de ser lujosamente reimpresa por el autor, desti-
nando el producto de la venta a beneficio del Sanatorio marítimo de Santa Clara, recientemente
inaugurado en Chipiona a expensas del filántropo doctor y escritor amenísimo que hizo popular
el seudónimo de El Doctor Fausto. Al recomendar a nuestros lectores la adquisición de esta obra,
enviamos doble enhorabuena a nuestro querido amigo el Dr. Tolosa por la obra literaria, que es a la
vez una obra de caridad» (Blanco y Negro, 27.11.1897, 18).
27
Tolosa Latour colaboraría con amenos resúmenes acerca de los descubrimientos científicos
más significativos y noticias de interés en publicaciones como el Semanario farmacéutico. En el
número del 08.04.1877, cuando Latour contaba con veinte años, comenta en la sección «Asun-
tos científicos» que la ingente cantidad de trabajos científicos, vitales descubrimientos y «atrevidas
hipótesis» hace difícil que pueda «darse extensa cuenta de todos y cada uno de aquellos en las co-
lumnas de los periódicos científicos españoles cuyas tareas son tan generales como variadas». Con-
siderando esencial divulgar al público ilustrado «ligera pero claramente, los principales fenómenos,
los más culminantes experimentos, las más brillantes conclusiones» científicas (253).
142 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

para con los niños enfermos y pobres, así como la utilidad del libro, pues —lejos
de reflejar como turista los sitios visitados—, este libro de viajes es «un estudio
interesante y útil de los sanatorios y dispensarios que ha visitado, con objeto de
sacar de sus estudios aplicaciones prácticas para nuestro país» (La correspondencia,
06.03.1908, 3). La prensa juzgaba ya estos relatos de viaje como documentos
pseudo-científicos en los que su reflexión se aderezaba con el entretenimiento y
la didáctica.
Estos autores y sus relatos de viaje han tenido en las modernas historias de la
literatura poca relevancia; y parca, aunque mayor, en ese mapa cultural decimonó-
nico aún en construcción. Las razones de la publicación de estos relatos de viajes
fueron muy diversas y en muchos casos contribuyeron a establecer copiosas com-
paraciones entre distintas prácticas médicas. Comparaciones como luego veremos
que si algunas veces fueron positivas, en otros casos dejan entrever un halo crítico
para con la situación médica en España y la desidia y lentitud con la que se llevaban
a cabo proyectos tan necesarios como la construcción de los Sanatorios marítimos
infantiles.28 El motivo del viaje como entretenimiento se convirtió en algunos casos
en mera excusa para alcanzar a buena parte de la sociedad lectora que, a través de
los Ateneos, los Casinos, las Conferencias públicas y las revistas ilustradas estaban
al tanto de esa vorágine científica que impregnó a todos en la segunda mitad del
siglo xix.29 Sin adentrarnos en las conferencias y los discursos de corte ideológico, a
los que fueron asiduos tanto Rodolfo del Castillo y Fernando Calatraveño, como el
mismo Tolosa Latour, estos tuvieron —al margen de sus investigaciones y prácticas
científicas— un elemento en común: supieron ver en el relato de viaje a ese feraz
aliado en la vulgarización médica y en la educación social.

28
Como advierte Rodríguez Pérez, a los centros marítimos se les dieron distintos nombres «en
función del objetivo específico que pretendían […]: sanatorios marítimos, preventorios, escuelas
flotantes, hospicios marinos, escuelas sanatorios y casa de curación» («Salud, higiene» 179). El
carácter temporal o permanente, del que da cuenta a su vez Latour en Olas y brisas al hablar de
distintos centros en Europa, o su carácter de admisión dependiendo de la convalecencia del infante,
eran algunas de las diferencias entre los distintos tipos de centros. Para Rodríguez Pérez todos estos
centros «coincidían en un punto fundamental: el empleo de los recursos terapéuticos que ofrecía el
clima marítimo y el agua de mar como base del tratamiento al que debían ser sometidos los niños»
(«Salud, higiene» 179). Latour consideraba a Italia la cuna de los Hospicios marinos, y hablando
de Guseppe Barellai diría que «podría afirmarse que gracias a él y a la generosa cooperación de sus
compañeros, se realizó un movimiento favorable a las instituciones que proporcionan aire y sol al
niño. Los Hospicios marinos, los Institutos de raquíticos, las Colonias alpinas, las Sociedades de
gimnástica, los Dispensarios, los Hospitales, cuantos medios contribuyen a regenerar la raza, fueron
surgiendo en Italia» (Olas y brisas 44-45). Curiosamente no hay referencias en Olas y brisas e Impre-
siones de viaje al impacto que tuvieron los Sanatorios marítimos en Inglaterra.
29
Ejemplo irónico de esta obcecación decimonónica por las conferencias públicas la encontra-
mos en algunas de las narraciones de Peregrín García Cadena (Una víctima del ideal, 01.01.1873),
revelando lo difícil que era distinguir entre la charlatanería y los discursos científicos propiamente
dichos; tema este, que es menester decir, copó buena parte de los ataques entre alópatas y homeópa-
tas en la segunda mitad del siglo xix, y que la literatura supo utilizar en sus narraciones.
José Manuel Goñi Pérez 143

Rodolfo Castillo y Quartiellers (1850-1913)


En senado.es

Olas y brisas, subtitulado Cartas a Mimí, fue publicado por Tolosa Latour
en formato de libro en 1908. En una reseña de ABC se comenta que «Las
«Cartas a Mimí» […] bien merecen quedar reunidas en páginas impresas por la
amenidad de su estilo y la importancia de sus observaciones y juicios» (ABC,
28.02.1908, 5). Vida marítima describiría la obra como:

interesante e instructiva, cuyo elogio lo hemos de hacer, tratándose de un tan


distinguido compañero, limitándonos a decir que los productos de este libro
se destinan al Sanatorio marítimo de Santa Clara, en Chipiona, para niños
escrofulosos y raquíticos. Editado con gran lujo en papel couché e ilustrado
con numerosos grabados, el libro del Sr. Tolosa lleva una carta prólogo de D.
Ángel Avilés y muchos dibujos de nuestro redactor artístico D. Guillermo de
Federico. Los pedidos pueden hacerse a la Secretaría general de la «Asociación
Nacional para la fundación de Sanatorios y Hospicios marinos en España»,
Atocha, 133, Madrid». (20.03.1908, 126)

Las cartas fueron publicadas, no obstante, en la sección encuadernable de la


revista de Vida Marítima, en 1907 («Bibliografía»). Asimismo, fueron a su vez
publicadas en ABC en la revista ilustrada Blanco y negro, con el pseudónimo de
El Dr. Fausto (Blanco y Negro, «Bibliografía» 07.03.1908, 23).30 Como podemos
apreciar la recepción de estas publicaciones en la prensa respondió a un esfuerzo
común y a una depurada estrategia con la que conseguir los fines que se habían
propuesto los galenos.31
30
Véanse: «Cartas I», 08.10.1906, 9; «Cartas II», 9.10.1906, 9-10; etc.
31
En el «Índice General Alfabético 1907» de Vida Marítima publicado en 1908 se da cuenta de
dos publicaciones de Latour, la primera «Los sanatorios infantiles marítimos en Alemania: 206-403»,
y la segunda «Olas y brisas: impresiones de un viaje marítimo. (Obra encuadernable): 196 a 216»
(1908, II). Aparece la referencia en el índice de la revista Vida marítima del 10.07.1907. Al tratarse
144 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

Olas y brisas fue dedicado a María del Pilar de León y Gregorio (1843-1915),
I marquesa de Squilache, benefactora de proyectos como los Sanatorios maríti-
mos y Asilos benéficos para la infancia. No es baladí esta dedicatoria, muy al con-
trario, pues responde a esa fijación de Tolosa Latour por involucrar a la clase social
pudiente en el desarrollo de las instituciones más necesarias para el progreso social
y regeneración de la raza, y con ello asentar la idea de esa filantropía advenediza.
Los hospitales marítimos que gozaban de gran esplendor en el extranjero, como lo
era la Sociedad de Sanatorios Marítimos y Asilos de Viena, gozaban de la protección
en este caso de la archiduquesa María Teresa (Ontañón 30.09.1897, 266). No
hay que olvidar que la duquesa de Santatoña (María Hernández Espinosa de los
Monteros) sería la benefactora del Hospital y Asilo del Niño Jesús (1881); sin obviar
que el Balneario en los manantiales de Lanjarón, como comentaba su director-
médico entre 1891 y 1898, D Arsenio Marín Perujo, vio mejoras sustanciales tras
ser adquirido por la duquesa (Perujo, 12).32
En la dedicatoria del libro Tolosa Latour comenta que estas cartas que dirige
a una niña «pertenecen a usted, pues al escribirlas no podía por menos de recordar
su noble corazón la generosa caridad que inspira todos sus actos, bien semejantes
a los de esas ilustres damas italianas, fundadoras de obras benéficas importantísi-
mas» (5). En su artículo «La defensa del niño» (ABC, 06.08.1909, 14) decía que:

Gracias a Dios que, aunque un poco tarde, los vientos de fuera orean la at-
mósfera enrarecida, disipando las causas que han entorpecido la propaganda por
el hecho que desde 1892 viene haciéndose en España a favor de esta última insti-
tución [Sanatorios marítimos]. La pasividad, la inercia, y sobre todo el siempre
eficaz sistema de aislar en silencio las obras benéficas, no ha sido suficiente para
ahogar en sus comienzos institución tan bienhechora para la infancia. Ya empie-
za un movimiento en las altas esferas oficiales, encaminado a utilizar antiguos
lazaretos para Hospicios marinos; pero no debe olvidarse que en esta clase de
fundaciones es más práctico construir los edificios para las necesidades particu-
lares de los distintos casos. Así se ha hecho en Hendaya, en Berck-sur Mer, en
varios puntos de Alemania, en muchos de la costa italiana. (14)

Muy distinta sería la dedicatoria de Impresiones de viaje de Calatraveño,


a los príncipes de Baviera Don Luis Fernando (1859-1949) y Doña Paz de
Borbón y Borbón (1862-1946), «en testimonio de respetuosa consideración y
afecto». La admiración por el Príncipe médico-quirúrgico y científico le llevaría

de separatas encuadernables no he logrado localizar la publicación de los textos en Vida marítima


que dieron base, en su totalidad o parcialmente, a la obra impresa del mismo título. Fue anunciado
a su vez en la sección «Publicaciones» de la prensa periódica (El Día, 25.06.1907, 2). El Meridional
(15.07.1907, 2) anunciaría asimismo la publicación de un artículo de Tolosa Latour titulado Olas y
Brisas en el número 199 del mismo año en la revista Vida marítima.
32
Curiosamente, Rodolfo del Castillo obtendría el puesto de médico-director del balneario de
Arteijo de La Coruña en 1873 (Fernández Dueñas 445). Véase asimismo Maraver, 2006.).
José Manuel Goñi Pérez 145

a criticar de manera elegante y diplomática esa falta de pragmatismo y visión de


futuro de algunos príncipes, recordando que este libro se publicó en la España
de 1898: «¡Ojalá todos los príncipes poseyeran algunos conocimientos médi-
cos! Así podrían caminar del brazo de la realidad, sabrían acomodar sus leyes y
disposiciones a lo que el hombre reclama y no seguirían caminos ideales que,
como tales, son propensos al extravío» (41). Desde la dedicatoria, Calatraveño
y Valladares deja claro que la crítica será un elemento importante en el devenir
de su relato de viaje.
Durante toda la narración de su viaje por la Costa Azul e Italia, de estructura
epistolar, y de apenas 150 páginas, la descripción en Olas y brisas de los lugares
de paso —edificios, hoteles, orografía, playas y naturaleza, etc.— se entremezclan
con los conceptos de la caridad, la generosidad y la bondad humana, dado que el
concepto de la beneficencia, que «tiene mucho de artística y de poética» (Olas y
brisas 32) estará siempre presente en cada una de las cartas recogidas en este libro:

Las naciones más grandes no son las más ricas, sino aquellas en donde la
prosperidad pacífica está mejor repartida. […] No esperemos, pues, la llegada
de la muerte inevitable para ser buenos ni para hacer el bien. Seamos en vida
fieles ejecutores de nuestros propósitos caritativos, procurando que nuestras
obras produzcan pan y amor, no se cim[i]enten en piedra y vanidad. Demos a
los niños aire, luz olas y brisas, eduquémosles con amor, saquemos sus cuerpos,
vigoricemos sus almas contribuyendo de este modo a la suspirada regeneración
de la raza. (Olas y brisas 5)33

Tolosa Latour insistirá sin descanso en la valía de la misericordia y la compa-


sión, el bien y el amor al prójimo, pues bien entendió ya desde 1880 cuando erige
el proyecto de levantar un Sanatorio marítimo en España que, sin la ayuda de
las donaciones y los comités de beneficencia de las clases privilegiadas, a imagen
y semejanza de esos comités ingleses, franceses e italianos, poco y lentamente se
avanzaría. Siempre positivo en su visión sobre los avances que habrían de llegar
en su trabajo La defensa del niño en España (1916), o incluso dos años antes de
su fallecimiento en una de sus múltiples conferencias, esta vez en La Real Acade-
mia de Medicina, seguía alertando a la sociedad acerca de la importancia de los

33
Se distinguió Latour por abogar por la creación y el mantenimiento de Asociaciones de cari-
dad como la de Trillo, indispensables para poder llevar a cabo la obra médico-social que se propuso
(«Trillo» 3-4). En el artículo «Al empezar» y publicado en ABC el 08 de marzo de 1908, acerca de
la nueva sección titulada La madre y el niño del suplemento del mismo periódico, Tolosa Latour
diría: «La concisión y la claridad serán nuestros principales objetivos literarios. El bien y la verdad,
nuestros inspiradores y maestros. La caridad nuestra consejera en todo momento. Al escribir pen-
saremos constantemente en la Patria española» (6). Hay que recordar la importancia que tuvieron
estas secciones en la prensa periódica, al igual que en revistas especializadas, entre las que cabría
destacar, La revista de enfermedades de los niños y ya en la segunda década del xx Archivos de medicina
y cirugía de los niños.
146 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

sanatorios y de la educación infantiles y animaba a la clase médica a seguir con su


labor social, ya que:

la verdad y la justicia se impondrán, pues estoy persuadido además de que el


ideal de la cultura humana, que en la escuela comienza, estriba en vigilar la nor-
malidad de los órganos del niño y contribuir al perfecto cumplimiento de todas
las funciones fisiológicas a fin de que la voluntad rija consciente al organismo
entero y éste, con vigor interno y robustez externa, se defienda de los contagios
y afronte virilmente los peligros, siendo el niño activo, fuerte, ágil y diestro,
con lo cual su cuerpo adquirirá garbo y belleza. («La vida en la escuela» 14)34

Las críticas hacia la lentitud y parsimonia en los proyectos sociales que tanto
necesitaba España van apareciendo por las páginas de Olas y brisas. Al hablar
sobre el sanatorio francés de Banuyls, perteneciente a la Obra de Sanatorios ma-
rítimos de Francia, comenta que tras ponerse la primera piedra en 1887 se termi-
naría su construcción al año siguiente, añadiendo irónicamente «¡Lo mismo que
en España!» (16).35 Y es que compraría Tolosa Latour los terrenos en Chipiona
para la construcción de El Sanatorio marítimo para niños, se pondría la primera
piedra en 1892, y no se inauguraría hasta el 12 de octubre de 1897. Su labor de
persuasión social acerca de la importancia de los sanatorios para niños empezaría,
no obstante, hacia 1878 (Robert Ricard).36
Tras la carta-dedicatoria a la Marquesa de Squilache, Olas y brisas se divide
en dos partes: las cartas enviadas a Mimí, que contienen dos cartas llamadas
«Preliminares» —una de ellas sobre la importancia de los sellitos benéficos y la
segunda sobre lo que representa una pesetilla— y las 23 cartas que conforman
los 23 capítulos de Olas y brisas, algunas de las cuales fueron publicadas en la

34
De la misma opinión serían muchos higienistas, argumentando a su vez que el ejercicio fí-
sico en la escuela actuaría «como descanso a los trabajos de la inteligencia», siendo positivo para el
alumno pues le haría mejorar en su educación y siendo además un factor que facilitaría al profesor
su misión educadora (Valle y Atiles 38). Para la importancia de la gimnasia y el ejercicio como
bien higiénico véase el interesante estudio de Fernando Calatraveño «Del velocipedismo» (Revista
contemporánea 15.09.1895, 449-465), o su trabajo «Necesidad e importancia de la educación física»
(Revista contemporánea 15.05.1896, 298-305).
35
Rodríguez Pérez comenta a este respecto que «De forma tardía, el 12 de octubre de 1897,
abrió sus puertas el Sanatorio marítimo infantil de Santa Clara en Chipiona (Cádiz). La ocupación
fue inmediata gracias al alojamiento de los hijos de los repa­triados de Cuba» (2016: 412). El Sa-
natorio de Santa Clara fue también denominado la Casa de Mamá (Olas y brisas 12). Fernán Pérez
comentaría que «este admirable Sanatorio […] lleva la invocación de Santa Clara en recuerdo de la
virtuosa madre de Tolosa Latour, dando hospitalidad á un centenar de niños escrofulosos y raquíti-
cos, amenazados del terrible bacilo de koch» (60). En la Sala sexta de la exposición del IX Congreso
Internacional de Higiene y Demografía celebrado en Madrid en los días 10 al 17 de abril de 1898,
se expondrían las fotografías del Sanatorio de Santa Clara, además del plano y la bandera (Véase el
«Catálogo» 33).
36
De 1869 sería el primer Hospicio marino de Italia impulsado por el médico Giuseppe Barellai.
Véase la Carta IX a Mimí (Olas y Brisas 45-46).
José Manuel Goñi Pérez 147

prensa durante el curso de 1906-1907. La segunda parte de la obra denomina-


da «Fuera de valija» son tres textos, supuestamente enviados también en carta
a Mimí sobre los sanatorios marítimos de Berck-sur-Mer, Pen-Bron, y Santa
Clara: el primero fechado en junio de 1883, 25 años antes de la publicación
de este libro, y que por razones obvias no pudo ser enviado por carta a Mimí,
la niña receptora de las mismas; el segundo, el de Pen-Bron, no lleva fecha y es
además la traducción del capítulo VI de Le Livre de la Pitié et de la Mort (1891)
de Pierre Loti sobre este sanatorio y que fuera publicado por La España Mo-
derna en septiembre de 1892; Latour le dice a Mimí que lea y conserve lo que
Loti escribió acerca de «la santa obra de los hospitales marítimos para niños»
(101).37 La tercera y última de estas tres cartas se refiere al Sanatorio construido
por el mismo Tolosa Latour en Chipiona, en la playa de la Regla,38 pero rehúsa
hablar del mismo y copia, suprimiendo ciertos nombres, un artículo publicado
en 1901 por el Catedrático de pediatría Javier Lasso de la Vega sobre el Sanato-
rio.39 Estas tres cartas contienen mapas de las zonas de los balnearios, así como
copiosas fotos y datos profusos de los mismos.
El libro termina con una carta firmada por Ángel Avilés; carta-epílogo que,
para añadir más confusión a la estructura de este libro de viajes, no está escrita por
Ángel Avilés sino por la misma Mimí quien envió una carta a este para instruirle
sobre las virtudes y decoros del libro de Tolosa Latour y así influir en el juicio que
pudiera tener de este libro —en caso de que prologuistas y epiloguistas hayan caí-
do alguna vez en la objetividad—; carta que adjunta Avilés, como él mismo dice,
«por indiscreción» (125) ya que no puede decir él «nada más ni mejor que lo que
ella [Mimí] dice»; así que la acepta como si él mismo la hubiera escrito, «en fe de
lo cual pongo mi firma» (125). Rocambolesca estructura, fruto de ese hibridismo
que caracterizó algunos de los relatos de viaje de la segunda mitad del xix, en el
que el entretenimiento y la estructura narrativa, encierra un sobrio mensaje sobre
las enfermedades infantiles contra las que luchaban los médicos decimonónicos y
sobre la importancia de mirarse en espejo ajeno.

37
La España Moderna no da el nombre del traductor del texto de Loti.
38
El Padre Lerchundi creó en Chipiona entre 1880-1882, un colegio franciscano cuyo «objeto
era la formación de misioneros para Marruecos y Tierra Santa. Este colegio se estableció en el anti-
guo convento agustino de Nuestra Señora de Regla […], ubicado en dicha localidad de Chipiona»
(Ricard).
39
Javier Lasso de la Vega y Cortezo (1855-1911), médico y escritor que colaboraría en publi-
caciones periódicas como Revista literaria. Adición a la Revista de los Tribunales en la que publicaría
su trabajo «Biografía y estudio crítico de las obras del médico Nicolás Monardes» (1891), fue ca-
tedrático de enfermedades de la infancia en la Universidad Hispalense Real Academia de Medicina
y Cirugía de Sevilla, escritor literario y asiduo colaborador en la prensa médica y de divulgación.
148 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

«Los hombres del día. Nuestros médicos (primera serie)»


Ilustraciones de Ramón Cilla
Blanco y Negro, 10.02.1892

A este hibridismo cabe añadir que Tolosa Latour se separa constantemente de


los cánones de los libros de viaje. A su paso por las ciudades más emblemáticas de
la Italia artística le dice a Mimí que no espere écfrasis en sus cartas ni comentarios
al uso, sino que mejor tenga ella por coger alguno de los libros de su padre y ver
por sí misma los cuadros y la arquitectura de esas ciudades, aduciendo que bien
haría en leer De Madrid a Nápoles de Pedro Antonio de Alarcón,40 al que también se

40
Dice Tolosa Latour del libro de Alarcón «Eché en mi maleta para este viaje una barra de oro
viejo español que no puede convertirse en moneda, pero que despertara en mi espíritu un caudal
de nobles ideas. Es el libro de Alarcón […] si no lo conoces, léelo. Si lo leíste, vuélvelo a leer» (Olas
y brisas 18).
José Manuel Goñi Pérez 149

refiere en ciertos pasajes Rodolfo del Castillo en su Viaje por Italia, libro éste que al
contrario que el de Tolosa Latour, está lleno de precisas y detalladas descripciones de
objetos artísticos, de estilo recargado y científica prosa. Las descripciones de Latour
serán precisas cuando pinta los Sanatorios y las comodidades construidas en San
Salvadour: «¡Si vieras qué bañeras de porcelana para los pequeños, qué cochecillos
para los impedidos, qué dormitorios, qué comedores! Es preciso examinarlo todo
para formarse exacta idea de lo que esto es» (Olas y brisas 28). En ese estilo retórico
y persuasivo de Latour está siempre presente la ecfonesis, pues es su propósito trans-
mitir fuertes emociones al lector, despertar su curiosidad y dejar que sea él mismo
el que compare esos Hospitales y Sanatorios de la Costa Azul y de Italia con los que
habían empezado a construirse en España no mucho ha.41
La estructura de Olas y brisas es opuesta a la estructura utilizada por Calatra-
veño ya que de forma lineal va dando cuenta en sus Impresiones de viaje42 todo lo
concerniente a la sociedad y a los hospitales que va viendo en sus visitas a Francia,
Bélgica, Alemania y Austria; una estructura simple y lineal que acabará con su re-
greso a España. En el mismo prólogo «A quien leyere», advierte que en este libro
no espere el lector encontrar «materia de estudio en estas páginas, pues solo hallará
impresiones rapidísimas, notas tomadas sin orden, concierto ni estilo literario, y
apreciaciones puramente personales, que tal vez en algunos asuntos no estén del
todo acordes con su manera de sentir y pensar» (7). Una advertencia con la que
quiere disfrazar el profundo valor crítico de algunas de estas impresiones, sobre todo
al relacionar lo positivo que percibe en las sociedades que visita con lo que falta en
España. De tal manera que en la sucinta conclusión de su libro volverá a ese lector
«amigo o enemigo –que más tendré de estos que de los primeros» advirtiéndole que
no tiene, de haberles parecido mal las impresiones, «derecho a llamarte a engaño,
puesto que cuide de advertirte de su insignificancia al comenzarlas» (101). Muy
lejos de esa insignificancia y de esa falta aparente de intención crítico-social, es este
uno de los relatos de viaje más ladinos de los galenos finiseculares.
Así, en París, y guiado «por sus particulares aficiones» Calatraveño visitaría el
Hospital de niños de la Calle Sevres, dando datos tales como el número de niños
admitidos, el número de fallecidos, etc. Asimismo, de aquellos niños en conva-
lecencia comenta que salían cada lunes a las afueras de París para aprovechar «las
suaves brisas, respirando el aire oxigenado, que tanto ha de influir en su buena
hematosis» y que «recobran su salud perdida, volviendo al seno de sus familias

41
Recordemos que el Hospital del Niño Jesús comenzaría en 1877, y que a finales de siglo abriría
el Asilo de niños de San Sebastián (1897), además del consabido Sanatorio de Santa Clara en (1897).
42
Impresiones de viaje se publicó en 4 entregas entre el 15 de enero de 1898 y el 28 de febrero
de 1898 en la Revista Contemporánea: Impresiones de viaje I Número 109, 15.01.1898, 79-96;
Impresiones de viaje II Número 110, 30.01.1898, 213-228; Impresiones de viaje III Número 111,
15.02.1898, 290-313; e Impresiones de viaje (conclusión) Número 112, 28.02.1898, 417-446. A
pesar de que no hay diferencias significativas, cito por la edición impresa del mismo año.
150 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

completamente sanos; los que necesitan la atmosfera marina –sabida es su con-


veniencia en los afectos escrofulosos, tan frecuentes en los niños de las grandes
capitales– marchan al mar en todo tiempo, no siguiéndose, como en nuestro
país, la rutina de esperar a la estación estival para acudir a tan eficaz metido
curativo» (Impresiones 10). Y si estas prácticas debían implementarse en nuestro
país, las prácticas de desinfección y aislamiento de los niños afectados de difteria
que se seguían en este hospital serían a su vez dignas de mención, profiriendo
dicterios y provocaciones sobre la política social en España: «¡Cuánto se echan de
menos tales preceptos en nuestro Madrid y por qué no decirlo, en toda España!
El médico debiera ser en cada localidad, por pequeña que sea, el jefe absoluto en
cuestiones sanitarias, y sus opiniones seguirse a despecho de influencias, caciques
y demás gente menuda. Pero no divaguemos…» (11). De igual manera al elogiar
el dispensario para niños enfermos fundado en 1887 (Cloître Notre-Dame), y tras
comentar que se habían atendido a 41.346 niños, diría que era «una lástima que
en nuestro país no se haya podido establecer uno solo, siendo así que la mortali-
dad de niños alcanza a cifras a aterradoras» (12).43
Para Tolosa Latour asiduo viajero por la península en la que impartió confe-
rencias y visitó hospitales como parte de su idea de aleccionar y aunar fuerzas con
las que construir un sistema de sanidad afín al sistema puesto en marcha en países
europeos, los viajeros se dividían en dos categorías: por un lado, «los serios, elegan-
tes, perfumados y opulentos que van diciendo a poblaciones y hosteleros: ¡Miradme
y servidme!», y por otro lado, «los ingenuos, modestos y sencillos que exclaman, con
la sonrisa alegre en los labios: ¡Vengo a veros! Aquellos no se libran de la fatiga ni
del sueño. Es cosa interesante contemplar la lenta descomposición de facciones de

43
Citando los trabajos de Ponce de León (1884) y de Mikelarena y García-Sanz (1995), Ro-
dríguez Pérez comenta que «la infancia de los sectores más humildes estaba determinada desde su
nacimiento por un conjunto de situaciones adversas generadas por el medio familiar, económico,
urbanístico y sanitario. El escenario se agravaba con la incorporación temprana al trabajo, el aban-
dono de cientos de niños y la práctica de la mendicidad. […] Los datos sobre la mortalidad infantil
en los últimos años del siglo xix en España, se habían disparado hasta alcanzar el 50% hasta los 6-7
años. Además, a comienzos del xx, el índice se había situado en un preocupante 20% en el primer
año de vida» (2013: 178). Asimismo, según este crítico, «al concluir el siglo xix, las cifras de mor-
talidad infantil eran aterradoras y uno de cada cinco nacidos en España no llegaba al primer año
y casi dos no cumplían el quinto. Estos números aumentaban considerablemente en las inclusas,
alcanzándose cifras de más del 70% de los ingresados. Los datos estremecedores eran denunciados
en la prensa de la época y en la bibliografía en general, llegando a denominar a la situación como
un «sistema de infanticidio legal» que se producía en estos centros. En otros casos, la mortalidad
infantil era debida a las condiciones de pobreza y hacinamiento en que vivían muchas familias» («La
protección» 30). No obstante, y aunque hay que advertir que las estadísticas sobre la mortalidad
infantil difieren ligeramente, lo importante al analizar el contexto social de la España de la segunda
mitad del xix es comprender la función que cumplieron los galenos en la construcción y vulgariza-
ción de las mejoras sanitarias infantiles. A este respecto véanse los estudios de López Piñero (2009)
y Ballester Añón (1995) y el interesantísimo trabajo de Sanz Gimeno y Ramiro Fariñas (2002)
siguiendo las aportaciones de Thomas McKeown.
José Manuel Goñi Pérez 151

las muñecas bonitas, su malhumor al ver ajado el traje, su aburrimiento mortal, su


excitabilidad nerviosa. Pasan ante sus ojos paisajes hermosísimos, mientras que se
hayan leído la novela de moda. Las impresiones más hondas las perciben ante las
cuentas de los hoteles» dice en Olas y brisas (14). El concepto de la humildad y el
aprendizaje chocan con las modernas prácticas de viajes, en las que el transporte
empieza a reconfigurar Europa.44 Estas opiniones aparecen reflejadas también en
alguno de sus cuentos en los que la acción transcurre, por ejemplo, en los balnea-
rios.45 Su espíritu crítico aparece en casi todos sus cuentos, siendo uno de los más
elaborados y de mayor calidad poética «La Noche Buena de un médico» (1889),46
en el que describe las negligencias de la clase pudiente para con sus infantes cuyo
cuidado corría a cargo de las nodrizas. Ninguna clase social quedó exenta de ese
adoctrinamiento médico-social del que la literatura fue un notable acólito.

Sanatorio Marítimo de Santa Clara, Chipiona (Cádiz)


Vista panorámica del Proyecto premiado con la medalla de honor en la Exposición internacional
de Higiene de 1997

Como comenté anteriormente, la interacción entre la prensa y estos libros de


viaje fue una práctica común debido a la importancia de la prensa a lo largo de la

44
El viaje a París ya no era considerado como un viaje elitista y diferenciador, y las noticias de
los corresponsales extranjeros en países más exóticos, si se permite el adjetivo, aparecían en la prensa
ilustrada con imágenes que ocupaban buena parte de los pliegos. Las exposiciones universales supu-
sieron asimismo una plataforma, como la de Filadelfia, para despertar el interés por esos lugares de
viaje menos concurridos y, como consecuencia, más diferenciadora y rectora.
45
Recordemos que años más tarde, Tolosa Latour en el Primer Congreso Nacional de Tubercu-
losis (Zaragoza, 2-6 de octubre de 1908) advertía de la conveniencia de «la creación de Sanatorios
adecuados en los establecimientos balnearios de aguas minero-medicinales, sulfurosas, clorurado-
sódicas, azoadas, etcétera, y otros manantiales beneficiosos para las múltiples dolencias que afectan
a la infancia» (ABC, «Sanatorios marítimos de altura para los niños» 04.10.1908, 13).
46
Se publicó en El día, suplemento literario, el 24.12.1882.
152 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

segunda mitad del xix. Lo curioso, pues, no es que diera a la prensa estas cartas para
su publicación sino que en las cartas enviadas a Mimí recogidas en el libro Olas y
brisas encontramos referencias internas a estas publicaciones en la misma prensa,
como por ejemplo en la carta que lleva por título «Lo que significa un sellito», en la
que Latour le dice a Mimí que ha respondido en un artículo enviado a la prensa a
su pregunta sobre qué hacer con los sellos de beneficencia que ha comprado, ya que
considera que esa es una respuesta de interés público.47 De hecho, la respuesta la po-
demos hallar publicada en ABC con el título de «El sellito» el 24 de junio de 1906,
y firmada por «El doctor Fausto».48 La interacción entre el texto narrativo, las cartas
privadas y los artículos publicados en la prensa nacional es una práctica en este libro
que demuestra la intención del autor de hacer públicas todas las cuestiones que pue-
dan afectar a la mayoría de los jóvenes lectores para aleccionarles sobre las acciones
que llevarían a la regeneración de la raza y de la patria. Este discurso está dentro
de esa preocupación por la moralidad de los jóvenes que se extendió en la segunda
mitad del siglo xix, advirtiendo sobre los peligros acerca de la inmoralidad del arte
y específicamente de la literatura. Calatraveño no dejaría sin juzgar en Impresiones
de viaje la inmoralidad parisina (19-23) o las referencias al arte modernista al que
denomina mamarrachista o patología del arte (45-46).49 Si como vengo sosteniendo
la contextualización es de suma importancia para poder comprender estos relatos de
viaje, no están de sobra las palabras de Riera en 1884 para ayudarnos a comprender
el debate sobre la higiene física y la higiene moral: «Los tribunales austriacos han
declarado atentatoria a la moral pública una de las recientes novelas de Emilio Zola,
y han prohibido su traducción en el Imperio. Esa novela y todas andan traducidas
en español y en ediciones baratas. Los alimentos sanos para el cuerpo están aquí
muy caros, y en cambio los venenos para las almas abundantes y baratísimo. Con
esta higiene ¿Qué miedo puede darnos el cólera?» (267). Este alegato no era exclu-
sivo de la península ibérica, ya que desde la provincia de Puerto Rico Valle y Atiles
enlazaba los conceptos de nación, moralidad, intelectualidad y salud física como un
todo para el desarrollo del individuo y de la raza:

47
No perdía oportunidad Latour para solicitar ayuda benéfica o agradecer a quienes de forma
altruista colaboraban en el sostenimiento de los sanatorios y hospitales benéficos. En un artículo
publicado en El Imparcial, por dar solo un ejemplo, «Entretanto permanezco, como hace doce años,
esperando cartas como la que recibí el otro día, y, en la cual, una tetra de mujer decía así: «Para
el sostenimiento del sanatorio de niños escrofulosos de Chipiona tiene el gusto de mandarle las
adjuntas dos mil pesetas. —Caridad.» Sentí profundísima emoción ante ese hermoso rasgo, que me
compensó de muchas penas. ¡Dios bendiga la desconocida protectora, y cuando lea estás líneas, si es
que las lee, no olvide nunca la gratitud de los niños del Sanatorio, y muy singularmente la de este
pobre médico, que todo lo espera y desea, de la verdadera caridad!» («Caridad» 1-2).
48
De otra no se entendería que el mismo Latour dijese en esta carta preliminar «Lo que signi-
fica un sellito» que «hace catorce años que con motivo del llamado Centenario de Colón se puso la
primera piedra del primer Sanatorio en la playa de Chipiona» (Olas y brisas 8).
49
Para un acercamiento más detallado sobre este tema véase Goñi («De la moralidad»).
José Manuel Goñi Pérez 153

Nación es toda colectividad de hombres constituidos en familias que vi-


ven en grupos esparcidos sobre una superficie del globo terráqueo, observan-
do costumbres análogas, hablando un lenguaje común y obedeciendo a leyes
iguales para todos. La nación será tanto más poderosa cuanto la moralidad,
desarrollo intelectual y orgánico de los individuos que la componen sean más
completos; de este modo influye el individuo en el perfeccionamiento propio;
y el conjunto de esos esfuerzos reflejado por la nación reacciona a su vez sobre
el individuo. Tanto nuestros intereses particulares cuanto el amor a la patria,
son por lo tanto razones para que nos esforcemos en mejorar todas nuestras
cualidades. (113-114)

En julio de 1906 en un artículo titulado «Mimitos y Palmetazos», Latour


comenta que el director del periódico le ha había hecho llegar dos cartas escritas
por dos distintas Mimís aclarando que ninguna de las anónimas escritoras «es la
verdadera Mimí a quien yo hablé del sellito de caridad» (6).50 Recrimina en este
artículo que ninguna de estas Mimís se acordaran

de enviar al periódico ni la más pequeña limosna para la obra que tanto elogian
y ensalzan. En estos empeños de amor al prójimo, sobre todo, cuando se halla
representado este por centenares de niños que esperan la vida que les falta, las
frases son inútiles, urgen los hechos. Sí, todos tardamos en realizar el bien y
creemos cumplir con nuestra conciencia ensalzando las cosas que creemos bue-
nas; pero dejando solos a los buenos, casi siempre víctimas de la maledicencia
calumniosa que contribuye por envidia impotente a secar todas las fuentes de
piadosa ternura hacia los pobres.51 (6)

Lo curioso, y lo que nos permite la prensa comprender, es ese diálogo de La-


tour con el lector y con su obra benéfica. Olas y brisas está impregando tanto en su
forma y su contenido, como en la interacción de sus cartas, de ese carácter educativo
y didáctico que tuvieron muchos de los libros de viaje de este periodo. Promete ade-
más en una de sus cartas a Mimí ser breve en sus impresiones, «sin galas retóricas»,
con prosa sincera «cariñosamente, para enseñanza, para ejemplo» (Olas y Brisas,
13). Advertencias al lector que hallamos también en Rivadeneyra quien insistió en
el carácter didáctico-científico de su prosa, de estilo llano, directo y sin retóricas al
uso. Sin adentrarme aquí en preceptivas, estos autores se separan intencionadamen-
te del estilo literario, a pesar de que caigan en ese estilo que frisa lo sentimentalista
en algunas descripciones, como el mismo Latour al reiterar las miserias que sufrían

50
Guerra González comenta que en España «la emisión postal Pro-Sanatorio Marítimo anti-
tuberculoso de Santa Clara de Chipiona, Cádiz, es considerada la primera a favor de la obra antitu-
berculosa con valores en céntimos como tasa voluntaria para adherir junto a los sellos de franqueo
ordinario y ser matasellado [..] Estos sellos se autorizaron por el prócer sevillano D. Pedro de León
y Manjón, según escrito de él mismo al periódico El correo de Andalucía» (153).
51
Véase la «Lista de donativos recibidos por el Dr. Tolosa Latour para el sostenimiento del
Sanatorio» (1901).
154 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

los niños de corta edad, intencionadamente pseudotrágico para así defenderse de


aquellos que calificaban tales sentimientos escritos de jeremiadas, e incidir así en la
valía del viaje científico que lleva a cabo y en las recomendaciones que va poco a
poco esgrimiendo. Si Todorov decía que «The most appropriate term with which to
designate the nonallegorical travel narratives would perhaps be impressionist, since
it has been historically tested and clearly suggests that the traveler is content to offer
us his impressions, without attempting to teach us ‘something else’» (66) es induda-
ble que no cabría calificar a Olas y brisas e Impresiones de viaje como impresionistas
pues la instrucción y la crítica, siempre a través de los comedidos sentimientos
por el enfermo y la importancia de los sanatorios marítimos son la columna que
vertebra estos relatos de viaje. Latour no rehusaría, por otro lado, profundizar en
la expresión de los sentimientos en sus cuentos, como tampoco lo haría el doctor
Bertrán y Rubio ni tampoco Lasso de la Vega y Cortezo en su narrativa.
Otra de las curiosidades de Olas y brisas es que Tolosa Latour va criticando la
guía de viajes que lleva consigo pues considera que estas guías alejan y esconden
al turista la verdad de las ciudades; como el caso de Nápoles, criticando las indica-
ciones dadas específicamente en la guía Baedeker;52 y al hablar del Vesubio explica
la verdadera intención de su libro:

Pero yo no pienso humillarme ante el cruel tirano, no he de emprender la


ascensión a la cumbre del volcán, ni quiero soñar ante lo pasado; ansío contem-
plar lo presente, busco la vida perfecta entre lo enfermizo y lo deforme, pues
me consta que existieron almas grandes, amantes de los desgraciados y de los
doloridos; apetezco conocer sus obras, tan generosas, nunca percibidas para la
mayor parte de los que recorren Italia. En lugar de deleitarme en el espectáculo
extraño de la vieja ciudad, como los turistas curiosos, deseo apreciar las ventajas
higiénicas del sventramento de las callejas inmundas, en las cuales se cebó el có-
lera. Esos tugurios son la cuna del raquitismo y de la escrófula.53 Para destripar
la inmunda urbe, Italia ha presupuestado cien millones de liras, porque bella y
patriótica empresa es sin duda conservar los restos del pasado, pero mucho más
trascendental es pensar en lo provenir y regenerar la raza. (72) […] Perdona,
por lo tanto, si no te describo cuadros y estatuas […] En cambio, lo que voy a
contarte, muy pocos lo saben. (74)

52
Muy probablemente Latour se refiera a la guía Italy, from the Alps to Naples: handbook for
travellers publicada en 1904, y que era una versión compilada de los tres volúmenes sobre el Norte,
el Centro y el Sur de Italia, publicados en 1868. Como se indica en el prefacio esta guía «estaba
diseñada para que la utilizaran aquellos viajeros que no podían disponer de más de cuatro o cinco
semanas o que, teniendo estas semanas a su disposición, deseaban concentrarse en las atracciones
que Roma y Nápoles ofrecía» (v).
53
Para Calatraveño el agua fría era el mejor remedio para combatir el linfatismo en los niños,
evitando así con la hidroterapia que cayera «en brazos de la escrófula», considerando que a cualquier
edad podía llevarse a cabo tal terapia teniendo siempre en cuenta desde el nacimiento hasta los 3
años ciertas reglas, tales como adición del cloruro sódico, estación del año, temperatura del agua,
etc. («La escrófula y la atrepsia» 614).
José Manuel Goñi Pérez 155

También se queja de los trabajos publicados sobre los mismos sanatorios cu-
yos autores –aludiendo específicamente a la fundación de madame Armaingaud
en 1874– «no se tomaron el trabajo de informarse más en detalle. Citan las casas,
señalan cifras aproximadas de niños recogidos y nada más […]» (19). Esa verdad,
para Latour pasa por el tamiz de la higiene, la salubridad, las calles, las edifica-
ciones de la ciudad moderna, causante de los estragos de los niños escrofulosos y
raquíticos, y que evitaban la regeneración de la sociedad. La originalidad del libro
de viajes de Tolosa Latour es la de describir los lugares que va visitando desde el
tamiz del médico, del ser político que desea cambiar esas afecciones sociales que
proscribían la regeneración de la raza, habiendo de empezar con los expósitos
y los niños menos privilegiados.54 Calatraveño no dejará de precisar asimismo
la calidad de la ciudad de Stuttgart: la salubridad del agua, el alcantarillado, el
alumbrado, la higiene de las calles, la policía urbana que hacían que las calles
estuviesen limpias (Impresiones 27-32).
Destaca en las cartas de Latour en cuanto al diseño de los hospitales y sanato-
rios infantiles que va visitando la importancia de los pabellones aislados; los cua-
renta metros cúbicos de aire por cama; las condiciones topográficas, pues las pla-
yas han de ser arenosas, abiertas, seguras, que brinden a la creación de sanatorios,
destacando que no eran a buen seguro mejores que las playas españolas.55 Acentúa
asimismo lo absurdo de separar a las madres de sus hijos y piensa en un Sanatorio
que albergue a las familias pues «con más razón –dice– podrían venir a orillas del
mar los más pobres y su prole» (Olas y brisas 20). De otros sanatorios destacaba
que contaran con enfermeras, personal médico completo, gabinete radiográfico

54
No hay que olvidar otros factores en los que insistieron los galenos como artífices de esa raza
fuerte como fue el ejercicio físico: «bajo su influencia [el ejercicio] se regenerará el organismo y gana
en robustez, todos los cambios nutritivos adquieren mayor energía, y el hombre alcanza la agilidad
que denotan un desarrollo y funcionamiento orgánico perfecto» (Valle y Atiles 32). La higiene no
era ya entendida como un elemento con el que mejorar físicamente, sino también con la que poder
mejorar el desarrollo «intelectual y moral» (Valle y Atiles 11). Para muchos higienistas finiseculares
la higiene y las mejoras sanitarias eran elementos claves para evitar la degeneración social.
55
El mismo Calatraveño el 30 de julio de 1891 ya había advertido en el Primer Congreso
Médico-Farmacéutico regional, celebrado en Valencia de las posibilidades de las playas españolas para
poder combatir estas enfermedades: «Tristeza nos da confesar que, poseyendo nuestro país playas en
gran número, dotadas de condiciones excepcionales, especialmente las enclavadas en las provincias
de Valencia, Castellón y Alicante, cuyos climas deliciosos en invierno reúnen para el tratamiento
de los niños escrofulosos cuantas condiciones pueda desear el más exigente, no contemos con un
solo establecimiento donde enviar a los niños que se hallen bajo el influjo de la escrófula; sobre este
punto nos permitimos llamar especialmente la atención del ilustre Congreso Médico valenciano, a
fin de que si lo juzga oportuno, y revestido de la importancia y significación, en la cual se hiciera
constar el abandono en que nuestro país tiene a los pobres niños, lo cual da por resultado cifras
de mortalidad realmente aterradoras; el año 1889 murieron en España 10.163 niños; en 1890 au-
mentó la cifra, falleciendo 10.938; desde 1880 a 1884, solo de difteria hemos tenido 3.157 niños
muertos; extragos que en gran parte podrían evitarse con la creación de estos establecimientos y
otros análogos, y que tan excelentes resultados dan en naciones más cultas que la nuestra […]» (La
escrófula y la atrepsia» 615-616).
156 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

y mecanoterápico, salita de operaciones, linda capilla, piscina, donde llegaba el


agua por medio de poderosas bombas.56 Haciendo referencia a los presupuestos
de tales Sanatorios y la generosidad y organización de algunos Estados, denomina
al Estado de España un avaro «crupier, que no se sacia nunca, cuyos dominios
están desorganizados, que no piensa jamás en lo porvenir» (Olas y brisas 32). La
constante comparación entre estos países y España le llevaría, al explicar las im-
presiones que le deja su visita a Roma, a aludir que allí no se hablaba del «famoso
problema religioso, el coco de los pueblos» sino que contemplaba a «soberanos que
piensan en su Patria y que aman a los niños» (Olas y brisas 61).
Sería mucho más directo Calatraveño quien, en su visita a Bruselas, al diri-
girse al hospital de niños de la calle du Conseil á Iseles, a cargo de las hermanas
de San Vicente de Paul –y ante la negativa de que pudiera ver el hospital ese día,
refiriéndole a que lo visitara el siguiente día, algo que no lleva a cabo pues salía
para Francia– manifestará su enojo con los estamentos religiosos: «no merecía la
pena perder un día por conocer un establecimiento que, al no enseñarlo espontá-
neamente, poco bueno ni de enseñanza debe guardar en sus salas», comentando
asimismo que hacía votos para que se le quitara lo antes posible «a las dichosas
hermanitas el monopolio de todos los hospitales y casas de caridad del mundo, de
los cuales, en vez de ser servidoras pagadas, parecen amas y dueñas» (Impresiones
24). De las «enfermeras laicas» de los hospitales franceses dirá que «con sus vesti-
dos negros, su blanco delantal y el aspecto de limpieza que en toda su persona se
nota, parecen doncellas de casa grande en vez de sirvientas de un asilo de caridad»
(Impresiones 12). En su visita a Múnich, destaca nuevamente que en el hospital
de la Cruz Roja hubiese «una escuela de enfermeras, a las cuales instruye uno de
los médicos […], la enseñanza, aunque elemental, es completa, y los profeso-
res están satisfechísimos de los buenos resultados que obtienen y de los grandes
servicios que a los enfermos, tanto en el hospital como en las casas particulares,
prestan dichas practicantes» (Impresiones 37). Tolosa Latour hablaría también de
las enfermeras, «jóvenes, amables y simpáticas, vestidas a la manera de doncellas
de casa grande» (Olas y brisas 24), o de esas señoras religiosas al hablar de la Saint
Salvadour que «estudian para enfermeras, hacen votos perpetuos, probablemente,
y se dedican al cuidado de enfermos, con especialidad niños», pero sin entrar en la
dialéctica de Calatraveño ni en materia religiosa. Latour defenderá la idea del bien
común, del aporte de cada organismo público y de la generosidad del benefactor
en la batalla contra la enfermedad infantil. Como demuestra al describir no ya

56
Francisco Herrera et al. al referirse al médico Medinilla y Bela comentan, siguiendo las pala-
bras de Granjel, que la fe en el poder terapéutico de los baños marítimos estuviese tal vez «motivada
porque en el siglo xix es manifiesta la crisis de la terapéutica tradicional, ya puesta en entredicho por
las farmacopeas ilustradas. La patología romántica y las corrientes médicas no oficiales que aparecen
en Europa desde finales del xviii, contribuyen al auge de los remedios que ofrece la naturaleza,
inscribiéndose en este contexto los baños de mar» (99).
José Manuel Goñi Pérez 157

esos «esposos amantísimos» que construyeron el Sanatorio Renée Sabrán en Giens


tras perder a su hija, sino la importancia de que la Compañía de ferrocarril (París,
Lyon, Mediterráneo) facilitara «un magnífico coche con camas, cocina y otras
dependencias para transportar los enfermos con todo esmero» (Olas y brisas 27).
Tolosa Latour era consciente de que sin la involucración de las instituciones, de
todas las clases sociales y de todas las ideologías, sin el necesario diálogo, la bene-
ficencia y la enseñanza médica, el progreso y la regeneración de la raza avanzaría
remisamente.
El diálogo y el aleccionamiento no fue la única razón para que esos textos
vieran la luz. Olas y Brisas supuso un ingreso económico para poder afrontar los
costes del Sanatorio marítimo de Santa Clara, Chipiona;57 una práctica esta de lo
más común en la época que alternaba con la emisión de sellos benéficos, postales
o la venta de poesías para financiar orfelinatos, inclusas o ayudar a aquellos caídos
en las guerras. Los beneficios de Olas y brisas, junto a los de los libros La protección
de la infancia en España, Los sanatorios marítimos y el Sanatorio de Santa Clara, así
como los beneficios derivados de La colección de postales ilustradas del Sanatorio, a
la venta por una y dos pesetas, estaban destinados a ayudar a los niños escrofulo-

57
Además del mencionado Sanatorio Marítimo de Santa Clara, «tal vez el legado más inte-
resante de este pediatra […] fue la creación de un sanatorio de montaña en Trillo (Guadalajara),
donde acudían todos los veranos niños raquíticos, anémicos y escrofulosos de Madrid, que fun-
cionó con éxito desde 1897 hasta 1913» (Sánchez Múgica). Fernán Pérez comentaba que Tolosa
«En primer término consiguió que el propietario de los baños de Trillo cediese una finca rústica
dedicada al sanatorio infantil, gobernado hoy por la «sociedad protectora de los niños» («Las
grandes figuras» 60). Asimismo, fomentaría «la creación de otros sanatorios en Trillo y otro en
la sierra de Madrid» en 1913 (Médicos históricos). Según Rodríguez Pérez «La amistad que unía a
Manuel Tolosa con Francisco Morán, propietario del Bal­neario de Carlos III en Trillo (Guadala-
jara), impulsó la idea y anhelo de Tolosa de fundar un centro sanitario de montaña para la mejora
de la salud de los niños pobres. De esta forma la familia Morán, donó en usufructo una finca
colindante con el Balneario y con varias edificaciones que se encontraban en dicha parcela. En
poco tiempo, se habilitaron las instalaciones de lo que pasó a denominarse Sanatorio de Nuestra
Señora del Pilar. El centro se caracterizó por acoger colonias escolares en la temporada de estío.
De los niños y niñas acogidos en Madrid, cada año se seleccionaba a una treintena de anémicos,
raquíticos y escrofulosos para que pudieran recuperarse de sus dolencias. Desde 1896 y hasta
1913 el establecimiento funcionó durante la época de verano» («Manuel Tolosa» 363). «El 15 de
agosto de 1896, la Sociedad Protectora de los Niños de Madrid inauguró oficialmente, en plena
Alcarria y a orillas del río Tajo, el Sanatorio de Nuestra Señora del Pilar de Trillo (Guadalajara),
gracias a la actitud generosa y caritativa de Francisco Morán, propietario del Balneario de Carlos
III de aquella población, que cedió el usufructo de una finca colindante con el centro de reposo
y efectuó a su costa las obras pertinentes en el inmueble existente para la adaptación a su nuevo
uso» (Las colonias escolares 297). Tolosa Latour prefería como hacían los franceses que los Hospi-
tales marítimos permanecieran abiertos durante todas las estaciones, quejándose de que Viareggio
no abriera sus puertas todo el año (Olas y brisas, 46).
158 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

sos58 y raquíticos.59 La acción fue la teleología de estos relatos de viaje; la palabra


una forma de persuadir a que el lector se uniera a tal acción.

Dr. Fernando Calatraveño y Valladares (1851-1916)

4. Regeneración y función médico-social

Si el concepto de la regeneración –que ya se encuentra adjunto a los pro-


blemas de la patria mucho antes de ese discurso intelectual y político cimentado
sobre las observaciones de Mallada en Los males de la patria (1890) y La futura
revolución española (1897-8)60– integraba a todas las esferas de la sociedad espa-
ñola, Tolosa Latour lo utilizará en su libro de viajes para persuadir a médicos y
políticos de que esa regeneración de la raza empezaba con olas y brisas, que no era
posible tal regeneración sin acometer las tan necesarias inversiones en el cuidado
de las generaciones futuras, debido a lo que denomina salus infirmorum,61 una
debilidad de la salud que se refiere tanto a lo físico como a lo moral, pues la crítica
a los viajeros ricos, a las guías de viaje que obviaban a los desamparados y menos

58
Es pertinente señalar que en la decimoprimera Memoria Anual de la Sociedad de Sanatorios
Marítimos y Asilos de Viena (1896) se dan datos específicos sobre las curaciones de los niños es-
crofulosos y raquíticos en los dos establecimientos que tenía. Lo más significativo es que los datos
aportados –de los 620 niños 300 se curaran, 79 mejoraran, 200 siguieran al final de año en ejer-
cicio en tratamiento y que 41 de ellos hubiesen cesado­­y que los costes totales ascendían a 62.655
florines­–, fueran parte de la educación social del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. En una
época de avances sociales la educación de la población estaba adjunta al bienestar de la salud infantil
(Ontañón 30.09.1897, 266). Véase la cronología propuesta por Antonio Viñao sobre las relaciones
entre higiene y educación en España, especialmente las páginas 195-213.
59
Lamentablemente tenemos pocos datos fidedignos sobre el peculio que dejaron estos trabajos.
La falta de cartas, datos de las editoriales y la ausencia de biografías sobre estos personajes decimo-
nónicos son una traba constante para poder hacernos una idea más precisa.
60
«La futura revolución española» se publicó en Revista Contemporánea, número 106, 632-637;
número 107, 53-59; 141-147; 488-497 y 622-629; número 108, 291-298 y 495-503; número
111, 5-11.
61
Es necesario consignar la doble naturaleza del término non firmus, infirmus: moral y física; ya
que el enfermo era también aquel débil de espíritu y físicamente.
José Manuel Goñi Pérez 159

agraciados, y a aquellos que no participaban de la beneficencia convertían a la


sociedad en moralmente débil.62 De ahí que Latour depositara grandes esperanzas
en la Reina Victoria Eugenia quien había abogado por la introducción de sellos
benéficos con los que sufragar los costes de hospitales tuberculosos y pro-infancia.
En Olas y brisas encontramos, y no es casualidad, una ilustración de uno de esos
sellos emitidos en 1906: «Salus informorum aparece en la bandera de una institu-
ción nueva en España, destinada a dar vida, fuerza e instrucción educadora a los
niños débiles que están heridos por el raquitismo y la escrófula o que pueden ser
víctimas de la implacable tuberculosis».63
Las olas, las brisas y el sol (Heloterapia y tasaloterapia –Thalassomeli) eran
los elementos de regeneración positiva desde el punto de vista médico que ayu-
darían a la regeneración de la raza. Tolosa Latour aparecía en la prensa como ese
«apóstol entusiasta de la idea y propagandista fervoroso del gran principio ence-
rrado en la talasoterapia» (Redondo 471). De ahí la importancia de este viaje por
la Costa Azul y por Italia, pues así visitaría «la cuna de los sanatorios y hospicios
marinos, el centro donde la cruzada contra el raquitismo ha conseguido mayores
triunfos», es decir, Viareggio «centro del gran movimiento de regeneración en
1853, al cual debe en gran parte su prosperidad Italia» (13). Y para regenerar la
raza, había que convencer como lo hiciera José Beralai, a través de un movimiento
social que favoreciese a esas instituciones «que proporcionan aire y sol al niño. Los
Hospicios marinos, los Institutos de raquíticos, las Colonias alpinas, las Socieda-
des de gimnasia, los Dispensarios, los Hospitales…» (44).64 Todo un plan que

62
Estos conceptos se encuentran ya en las bases de sus discursos médicos y en sus intervenciones
socio-políticas tanto en Madrid como en las ciudades de provincias.
63
«En España –comenta José Manuel Rodríguez–, la primera vez que se usó el correo para
apoyar iniciativas benéficas en el campo sanitario fue con unas viñetas con la efigie de la reina
Doña Victoria Eugenia y la leyenda salus infirmorum aparecidas en 1906. Sin valor postal ni uso
obligatorio, aunque sí recomendado, dado el patronazgo real de la iniciativa. Incluso, se mandó un
telegrama circular por el: ««Director General de Correos y Telégrafos a las oficinas postales en el
que se decía: Le encarezco que esa Principal y oficinas dependientes de la misma se procure que, al
estampar en los sellos de franqueo el de fechas, inutilicen a la vez las etiquetas conmemorativas del
matrimonio de SS.MM., editadas por la Asociación para la fundación de Sanatorios y Hospicios
marinos en España, recomendando al público coloque dichas etiquetas cerca de los sellos». Sociedad
Filatélica de Madrid»» («Antecedentes de las emisiones»).
64
Sin adentrarse en ningún momento en este discurso socio-político, sino más bien en las
excelencias de las aguas del Puerto de Santamaría y de las aguas del río, Joaquín Medinilla y Bela
(1880) hablaba ya sobre las excelencias de la talasoterapia en la Bahía de Cádiz indicando, aunque
si dar razones médicas que lo justificaran, el beneficio del mar en una larga lista de enfermedades,
hasta 29, entre las que se encuentran: el escrofulismo, raquitismo, en ciertos casos de convulsiones
o epilepsias infantiles, y en muchas de las enfermedades de niños mayores de dos años (1880, 23-
27). Insistiendo a su vez en la importancia del conocimiento médico para dirigir tales baños con la
mayor efectividad posible: «estas mismas enfermedades que decimos que se curan por estas aguas,
pudiera suceder que alguna de ellas, por circunstancias determinadas y del momento, se agravara
considerablemente si una persona inteligente no dirigiera su aplicación […] aconsejara lo oportuno
de estos casos» (26). La intención de este libro de Medinilla y Bela fue la de promocionar los baños
160 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

empezaría a ejercer en la década de los 80 y que, a pesar de los avances obtenidos a


finales de la primera década del siglo xx, las aspiraciones de los galenos quedaban
todavía lejos de materializarse. De ahí que puesto ya el pie en el estribo podamos
leer de forma incansable y repetitiva ese discurso regeneracionista en los artículos
de prensa tanto en Latour como en Calatraveño.
Para poder cimentar esta anhelada regeneración se destinaban los beneficios
no ya solo de Olas y brisas, sino como se advierte al final del libro de otras obras de
beneficencia Estudio sobre la verdadera Religión, de Monseñor A Briganti, o las obras
del mismo Latour El niño, La protección de la infancia en España, Los Sanatorios ma-
rítimos y el Sanatorio de Santa Clara, e incluso una colección de postales ilustradas
del Sanatorio. Pedidos que se podían realizar a través de la Secretaria General de la
Asociación Nacional para la fundación de Sanatorios y Hospicios marinos en España.
Las referencias a la beneficencia y la necesidad de mantener vivas las fundaciones
que surgieron de esos actos de caridad fue una constante asimismo en La Madre
y el niño (1883-1884). En algunos de sus artículos más que describir el estado de
algunos de esos centros en Madrid, se recordaba al lector los problemas sociales por
los que atravesaba la sociedad española, desidia, dejadez y pesimismo: «Nuestro
carácter y nuestras tradiciones, amante el uno, humanitarias las otras, dan lugar
a generosos actos. Sin embargo, las veleidades de la moda unidas a una vivacidad
propia de nuestro temperamento, son causa de que o los impulsos más espontáneos
tengan una reacción de dudas y pesimismos, o las obras queden iniciadas sin la
debida terminación» («Beneficencia» 13).65 Menester es recordar que Tolosa Latour
involucraría a cuantos pudieron aportar algo a su obra. Así, por ejemplo, Fernando
Fe, Rafael Hernández (Salón del Heraldo) y los Sres. Romo y Füssel no cobrarían
comisión por la venta de su obra El niño. El mismo Latour recaudaría 1.097 pesetas
de la venta de la uva procedente de la viña contigua al Sanatorio entre 1897 y 1899
para costear los gastos del sostenimiento del Sanatorio marítimo de Santa Clara.
Los datos aportados tanto en el relato de viajes de Latour como el de Cala-
traveño inciden en ese retraso que llevaba España con respecto al desarrollo pediá-
trico en países como Gran Bretaña, Alemania y Francia. Tal era el caso que, como

de agua en la Bahía de Cádiz debido al auge que empezaban a tener tales baños en otras zonas
del norte de la geografía española: «Por ser imperceptible el movimiento de las mareas en el mar
Mediterráneo, llevan nuestras aguas gran ventaja sobre aquellas, estando en las mismas condiciones
que las costas del Norte de la península, y teniendo su abono lo alegre de sus habitantes […]» (5).
65
Concepción Arenal abogaba de forma positiva en 1861 por una evolución y mejora social
en la que la mujer tendría un papel preponderante: «La historia de la Beneficencia en España debe
notar en este siglo, y principalmente en estos últimos años, un gran progreso que prepara sin duda
otros mayores. Las mujeres que hasta aquí no se habían asociado sino para alabar a Dios, empiezan
a reunirse para hacer bien a los hombres. Arrancan a la muerte millares de niños abandonados por
los autores de sus días, consuelan a los pobres enfermos, reúnen fondos para distribuirlos entre los
necesitados, establecen colegios donde alimentan y enseñan a los niños pobres, talleres, escuelas,
donde a veces sirven ellas mismas de maestras» (28-29).
José Manuel Goñi Pérez 161

comenta Rodríguez Pérez, Gran Bretaña contaba en 1899 con 30 hospitales y a


principios del xx, Alemania contaría con unos 80 sanatorios infantiles («Salud,
higiene» 180-181). El concepto de regeneración y patria fue una constante en el
discurso médico finisecular. Incluso en la conclusión final de algunas de las confe-
rencias de Latour podemos observar esa llamada al espíritu latino, perdido tras la
derrota de Francia ante Prusia (1870-1971) y la pérdida de los últimos territorios
de ultramar en 1898:

España es prolífica, sus hijos emigran y en tierras extranjeras desarrollan ac-


tividades portentosas y logran no pocos enriquecerse. Pero para ello mantienen
muy apretados y cordiales los vínculos de la familia, asociándose disciplinados
bajo la bandera de la lejana Patria, y cuando a ella regresas fundan, en sus pue-
blos natales, centros de enseñanza con lo que demuestran prácticamente que la
vida escolar ha de seguir la influencia materna, y que la escuela (Alma mater de
los latinos) será en todos los tiempos y en todos los pueblos donde reine una
verdadera civilización, el hogar nacional. («La vida en la escuela» 16)

Una educación social que empezaba por la escuela, identificando tanto La-
tour como Calatraveño uno de los estamentos más necesitados de la clase médi-
ca.66 Aun así el espíritu positivo prevalecería en estos autores y Latour vaticinaría
que la educación en España habría de transformarse: «[…] me atrevo a afirmarlo
rotundamente, pues habrán de crearse numerosas escuelas sanitarios, escuelas de
bosque, escuelas al aire libre, desapareciendo para siempre la clasificación de lo-
cales malos y medianos que aún perdura, huyendo de los espantosos tugurios para
siempre los infelices niños» («La vida en la escuela» 15).67 La persuasión verbal
será utilizada por Calatraveño para describir de forma idealizada la ciudad de
Stuttgart, en la que los niños tenían un papel primordial:

Una policía urbana celosísima hace que las calles estén sumamente lim-
pias, invitando a pasearlas. Por medio de ellas circulan incesantemente tranvías
eléctricos y entre sus ruedas, sin asustarse, familiarizadas con los transeúntes,
porque saben que no han de causarles ningún daño, revolotean infinitas palo-

66
Curioso es que en algunos de los cuentos publicados en la prensa apareciera el nombre del
Dr Calatraveño al tratar enfermedades a los niños, como sucede en el cuento de María de Belmonte
«¡Pobre Carlota!» (Revista Contemporánea Número 105, 30.01.1897, 171-181), como a su vez apa-
recerá Tolosa Latour en El árbol de la ciencia de Pío Baroja.
67
Este discurso data de 1917, pero ya en sus primeros escritos Latour abogaba por los «Viajes
de estudio», como forma de aprendizaje y citaba una Sociedad francesa «Viajes de estudio alrededor
del mundo» («Apuntes científicos» 256)». Dávila y Naya, comentan que es a lo largo del siglo xx
cuando se produce «un cambio en la consideración jurídica» de los niños, pasando de «objetos de
derecho» a «sujetos de derecho» (72). Como comentan Ballester y Balaguer, hay que tener en cuenta
el cambio progresivo de percepción que sobre el niño se tiene en esa transición entre el siglo xix
y el xx, por un lado, del «niño trabajador al niño escolar», y por otro «la transmutación del niño
romántico […] había ligado […] la inocencia a la muerte» («La infancia como valor» 180).
162 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

mas, que no son molestadas por los niños que salen de las escuelas, silenciosos
y formales como hombres en miniatura, llevando a la espalda, en forma de
mochila, la cartera en que guardan los libros de estudio; sumamente respe-
tuosos con los mayores, siempre les ceden la acera y jamás se permiten con los
extranjeros burlas ni chacotas, tan comunes, por desgracia, en otros países; en
fin, a mí me parecieron aquellos niños demasiado formales para sus pocos años.
(Impresiones 29)

Pero esta visión de la limpieza de las calles y de la higiene se extendía también


a los mercados. Nuevamente eran los de Stuttgart los que surtían de alimentos a
«gentes modestas, obreros, amas de casa de pocos recursos» y de pescado vivo «en
grandes estanques llenos de agua […] así no cabe la menor duda acerca de sus
buenas condiciones para el consumo», reflejando la falta de higiene en los merca-
dos de nuestras ciudades:

¡Cuándo veremos todo esto en nuestro país, donde en los mismos puertos
de mar se encuentra con lamentable frecuencia en mal estado la pesca! Una
de las cosas en que las autoridades deben fijarse más es en la perfecta sanidad
de los comestibles, pues de su bondad depende muchas veces la salud públi-
ca, trayendo grandes perjuicios la sofisticación de cuantos alimentos o bebidas
constituyen el cotidiano sustento del hombre. (Impresiones 30)

No se quedarían sin juzgar los elevados precios de los servicios mortuorios en


España al comprarlos con el precio y el servicio de los mismos en Múnich. Hasta
el servicio de carruajes es laudado, para así vilipendiar al servicio español:

los coches de alquiler son guiados por cocheros perfectamente uniformados, y


los encuarteros de los tranvías visten de postillones, con medias botas, guantes
y fustas de lujo, van montados en el caballo delantero y no al lado sacudiendo
latigazos a las infelices mulas, como aquí sucede; también los conductores y
cobradores de los mismos coches llevan siempre puestos guantes blancos su-
mamente limpios, sin manchas ni el más pequeño descosido. (Impresiones 53)

La Universidad de Viena servirá asimismo para recordarnos que «en nuestro


país, donde todo lo relativo a enseñanza se mira y mide con mezquino criterio»
(61). Las críticas que van apareciendo poco a poco a lo largo del texto son un
síntoma —a diferencia de la visión de Del Castillo que se vanagloriaba del nivel
de la Oftalmología en España y de la asistencia médica a los pobres, «a la altura
de las grandes naciones» (Apuntes 67-69)—68, son un síntoma, decía, de la crítica

68
«Nos declaramos partidarios de la asistencia domiciliaria, si bien haciendo constar que hay
casos excepcionales en que esta es de todo punto imposible de practicar, a cuyo efecto presentamos
una proposición redactada en tal sentido y que fue hábilmente sostenida por nuestro compañero el
Dr. Ferrada, quien consiguió que se aceptase en principio. Al reasumir la discusión el Dr. Corradi,
presidente de la sesión, dedicó halagüeñas frases a España, manifestando que en esta materia nada
José Manuel Goñi Pérez 163

visión de los galenos sobre la situación de España. Una crítica sobre la necesidad
de otorgar a los médicos una mayor preponderancia en la toma de decisiones que
ayudaría a ir cambiando la fatua visión de esa España de antaño, y creando faustos
designios de regeneración.
Al hacer repaso de la arquitectura y las riquezas que ha visto en su viaje,
de la degeneración moral de la enferma Viena, así como de la magnificencia de
ciudades como Colonia, Stuttgart o Múnich, Calatraveño mostrará su vena más
irónica al comentar que:

Decididamente los españoles somos unos infelices que no sabemos sacar


partido de las riquezas que poseemos; si otras naciones contaran con catedrales
como las de León, Burgos, Toledo, Palencia y otras muchas que pudiera citar,
Museos de pintura como el del Prado, Panteones y Monasterios como los de
El Escorial, en todos los cuales se amontonan las joyas artísticas, los sepulcros
magníficos, las alhajas de valor inapreciable, los bordados maravillosos, etc., no
sé a quién se encargaría el papel de cicerone para que las mostrara con toda elo-
cuencia, como no fuera a Castelar, ahora que, prófugo de la política, se dedica a
llorar sus funestas predicaciones, libro de misa en mano, en el presbiterio de la
Colegiata de San Isidro, cuando hay función solemne. (Impresiones 91)

Más lejos iría Latour quien al comparar la regeneración de Italia, antaño


«segmentada [...] dividida por la política, por los dialectos, por las seculares ten-
dencias regionales» exclama «¡Qué enseñanza para los pueblos que, medio ador-
milados, sueñan con separatismos suicidas!», reflexiona sobre «nuestra España»,
y persuadido «de que podría volver a recuperar sólida grandeza» incide en la idea
regeneracionista de la modernidad al sostener que «el renacimiento glorioso de las
naciones se fundamenta en el cultivo de la ciencia, que es siempre humanitaria,
progresiva, vivificadora» (Olas y brisas 91-92).
A pesar de tan larga cita, me resisto a parafrasear o resumir las palabras de
Calatraveño que resumen de forma tan sutil y a su vez de forma tan esclarecedora
los problemas que abordaron los galenos en su lucha por ese bien social llamado
la medicina:

Rendido el ánimo con tanta y tan diversa impresión, regreso a mi querida


España, digna de mejor suerte, privilegiada por la Providencia con cuantos
dones pudo soñar, y víctima de la ineptitud, mala fe y rapacidad de la inmensa
mayoría de los hombres que han regido sus destinos. A medida que me acerco
a la frontera española, aumentan estos sentimientos de profunda tristeza: nin-
gún pueblo más honrado, trabajador, sobrio, valiente y sufrido que el nuestro,
demasiado condescendiente con sus gobernantes éstos le llevan por donde sus
miras egoístas ansían; nuestro clima, nuestro suelo y producciones se codician
en todas partes; nosotros tenemos sabios, artistas notables, y hemos contado

teníamos que envidiar a las demás naciones […]» (69-70).


164 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

con guerreros de primer orden, y sin embargo, en Europa hoy se nos mira con
cierta desconfianza. ¿Y por qué? Por nuestros detestables políticos, que con su
gestión desgraciada todo lo pervierten.
Mi impresión general última es que nada tenemos que envidiar a los demás
pueblos civilizados; lo que ellos logran a fuerza de grandes trabajos y sacrificios,
lo tendríamos nosotros con la mitad del esfuerzo. Salga, pues, nuestro país de
esa apatía invencible; limpie de una vez el campo de la política española de
tanto bribón como por él pulula; destierre para siempre los que por realizar un
negocio venden la patria y amenguan su prestigio; cuelgue, si es preciso, de la
farola de la Puerta del Sol, a quien por desaciertos en el gobierno lo merezca,
siquiera ostente los entorchados de general, la morada sotana de obispo o la
casaca de ministro que con sus bordados oculísticos parece justificar el dicho del
Evangelio, «tienen ojos y no ven», porque realmente ciego se necesita estar para
no prever ciertos acontecimientos que presienten hasta las clases populares.
Hagamos todo esto, y recobraremos en Europa el prestigio perdido y la impor-
tancia que tuvimos en pasados tiempos. (Impresiones 100-101)

Cuatro años después de la publicación de Impresiones de viaje la Asociación


Nacional para la Fundación de Sanatorios y Hospicios Marinos en España concluiría
una de sus publicaciones con las siguientes palabras: «Los Sanatorios marítimos
no sólo contribuyen a regenerar la raza, sino que constituyen la positiva y más
eficaz profilaxis de la tuberculosis. Fomentar estas instituciones es contribuir a la
prosperidad del país» (1902: 57). No es coincidencia, pues, que tanto José María
Esquerdo (1842-1912) como Tolosa Latour (1957-1919) llevaran a la práctica
sus doctrinas y certitudes con sendos sanatorios en 1877 y 1897, respectivamente.
Esta regeneración y su consecuente prosperidad hay que entenderla en ese con-
texto sobre la patología social, la abulia y el marasmo generalizado de la España
finisecular. En uno de sus «palmetazos», y hablando sobre la pereza, diría Latour:

La pereza no es un delito; pero es un vicio que engendra otros muchos.


El perezoso, aparentemente no hace daño, pero contribuye a destruir su vida
física y mental; por muy indiferente que sea hacia los demás, el trabajo ajeno
le molesta, toda actividad externa le excita, engendrando en su ser un extraño
pesimismo origen de la decadencia de la nación a la cual pertenecen los holga-
zanes. El vago sin dinero es tan perjudicial como el haragán millonario. Ambos
constituyen microbios parasitarios distintos de la patología social («Mimitos y
Palmetazos», 07.07.1906, 7).

Aun así y a pesar de las críticas expuestas en estas páginas, Calatraveño, en


un artículo publicado el 15 de marzo de 1898 en la Revista Contemporánea haría
una llamada a la ciudad ya que era «[…] preciso demostrar ante los extranjeros
que el espíritu español no se abate por contrariedades ni amengua su entusiasmo
científico ante la adversidad; se hace necesario que todos, chicos y grandes, sabios,
y modestos obreros de la ciencia, trabajemos con afán para que el Congreso tenga
José Manuel Goñi Pérez 165

el mayor lucimiento posible» («Congreso internacional de higiene y demografía»


536). Se vierten por lo tanto en estos relatos de viaje, por un lado, la crítica y, por
otro lado, la esperanza de que España recobrara el rumbo perdido.

Crónica Meridional. Diario liberal independiente y de intere-


ses generales. Año XxXII, Número 9435.
20 de octubre de 1891, p. 3

En conclusión, literatura menor como se le ha denominado, textos secun-


darios alejados de los cánones literarios decimonónicos, aceptados hoy; pero
narrativa al fin y al cabo que colaboró en el avance científico, en su vulgari-
zación e instrucción social, siendo el viaje un mero conductor narrativo. La
intención de Rodolfo del Castillo, de Calatraveño y de Tolosa Latour fue la de
hacer conocer al lector en el caso del primero, los Congresos de medicina a los
que asistió en Italia, y sus visitas a los departamentos de oftalmología en el ex-
tranjero que no le impresionaron, dando copiosos resúmenes de los debates en
los que intervinieron, y no sin cierto patriotismo al describir el reconocimiento
internacional a la labor de los médicos españoles, sobre todo en lo atinente al
debate entre la asistencia hospitalaria y la asistencia domiciliaria (Apuntes de
un viaje a Italia 69-ss.) y que ha de ser entendida dentro de la vulgarización
que comenzó al crear y dirigir la publicación periódica La Andalucía médica.
Por otro lado, tal vez sea Impresiones de viaje de Calatraveño uno de los relatos
más inclementes de finales del xix, cuyos comentarios laudatorios acerca del
progreso extranjero activaron una constante crítica a una España adocenada
en la que el agiotaje era más importante que la inversión que trajeran los tan
166 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

necesarios avances médico-sociales. Su aversión a la involucración misoneísta


de la religión en lides médicas cruzaba las fronteras nacionales y dejaba claro
su idea de un sistema médico liberado de presiones políticas y religiosas. Final-
mente, Tolosa Latour se centró en las visitas que realizó a distintos Sanatorios
marítimos, casi una veintena, y cuyas descripciones casi todas positivas, inciden
en la necesidad de que el lector aprenda no ya de los servicios que proveen esas
sociedades, sino, lo más importante, sobre la génesis de tales proyectos, esto es,
sobre la importancia de embarcar a esos dadores que otorgaran a primerizos y
párvulos de la tan necesitada protección:69 la munificencia y la beneficencia es
realmente la intención de este libro de viajes, sin las cuales no era posible abor-
dar la regeneración de la raza que habría de comenzar por las inclusas, las casas
de mamá, las gotas de leche, las casas de maternidad70, los asilos de huérfanos,
los institutos de raquitismo, las instituciones pro infancia y los hospitales para
niños raquíticos y tuberculosos.71 Poco se avanzó durante el periodo de entre-
siglos si lo comparamos a otros países, pues menester fue la cruz y los ciriales
para poder llegar a conseguir los objetivos propuestos en asistencia médica,
cuidado infantil, sanatorios marítimos, educación, higiene o salubridad; y aun
así, de lo que no cabe duda es del mérito y del incansable esfuerzo de estos ga-

69
En palabras de Santos Sacristán «[…] la participación de la medicina en los movimientos sal-
vadores de la infancia no se limitó al problema de la mortalidad y a la protección sanitaria e higiénica
de los primeros años de la vida del recién nacido, sino que comprendió varios aspectos del desarrollo
del niño. La infancia se medicalizó e hicieron su aparición los vocablos de infancia débil, retrasada y
anormal. Muchos médicos serían los responsables de las reformas y los que redactarían las medidas
legislativas de protección a la infancia. Entre ellos destacaba Vidal Solares y, especialmente Manuel
Tolosa Latour, y, junto a este el doctor Ulecia, con quien fundaría el consultorio de niños de pecho
(1904). Tolosa Latour, junto con el doctor Pulido, serían los que lograrían la aprobación de la Ley ge-
neral de Protección a la Infancia (1904). La ley redactada por el Dr. Tolosa Latour, basada en sus ideas
higienistas y protectoras de la infancia, estaba inspirada en la ley francesa de 1874 (Ley Roussel)» (4).
70
Véase, por ejemplo, la Casa de Maternidad cuyo Reglamento General fuera publicado por la
Diputación Provincial de Vizcaya en 1895, y cuya función era como reza en su artículo primero,
«proporcionar asilo a las jóvenes abandonadas» para evitar así «en lo posible los crímenes y la pros-
titución a la que pudiera verse inducidas» (5). La Casa de Maternidad estaba como muchas durante
esta época al cuidado de la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, quienes rendían cuentas a la
Diputación mensualmente. A su vez la Administración estaría a cargo de la oficina de Expósitos de
la misma diputación. En su capítulo IV, artículos 18 al 35, el reglamento escribe las normativas del
Médico director, del Capellán, de la Comadrona, enfermeras y demás empleados, siendo la mitad
de estos artículos destinados a las responsabilidades del Médico Director, lo que viene a confirmar
la importancia que iban adquiriendo los médicos pagados por las Diputaciones en el servicio social
tan ansiado por los galenos. Algunos galenos como el Dr. Francisco del Valle y Atiles hablaba de
ciertas instituciones en la provincia española de Puerto Rico, como los llamados «tornos», que
recogían a los niños abandonados de ser «de dudosa utilidad» y que eran acusadas «y con visos de
justicia de favorecer la inmoralidad» (102).
71
Al hablar de su estancia en Marsella, en la Carta III, Tolosa Latour habla de las múltiples
fundaciones que junto con las Sociedad Protectora de los niños ayuda contra la mendicidad y la
asistencia por el trabajo, «cuyo solo nombre explica sus fines: El bocado de pan, La cucharita de sopa,
El horno de la familia, La viuda y el huérfano, La ropa y el abrigo» (Olas y brisas 23).
José Manuel Goñi Pérez 167

lenos, para quienes la palabra escrita no era más que un arma arrojadiza contra
la desidia y la abulia. Latour volvería en 1908 desde las páginas de ABC, vein-
ticinco años después, a la «hoja diaria», con una sección llamada La madre y el
niño72 —continuación de la revista de mismo nombre que comenzara en 1883
y desapareciera en 1884 y que formó parte de ese elenco de publicaciones en
las que colaboraron o dirigieron los médicos para la correcta formación de los
niños y la salud de las madres—, pues:

El momento es oportuno para acentuar el trabajo emprendido. Hay aún


mucho por hacer. […] Ni el libro ni la conferencia son suficientes. Es necesario
que la hoja diaria difundidora de cultura, esparza periódicamente y del modo
más sencillo posible. Ideas que parecen triviales; pero que contienen la semilla
de grandes cosas. Convencidos de esta verdad, La Madre y el Niño se publicará
los domingos en las columnas de ABC, constituyendo uno de sus populares
suplementos. Su tarea es modesta y no exenta de dificultades. Esperemos que
obtendrá el beneplácito del público y la benévola simpatía de las lectoras. 73
(«Al empezar», 08.03.1908, 6)

Estos relatos de viaje, compartieron asimismo una faceta común a la que de-
sarrollarían los Congresos internacionales sobre la Infancia y su protección (1883,
1890, 1895, 1896, 1902), sobre la Gota de leche (1905, 1907, 1911, y las cele-
bradas en distintos puntos de España en 1903, 1904 y 1906), o sobre Pediatría
(1895, 1898, 1904); y esta fue la de hacer saber a la sociedad que los problemas
a los que se enfrentaba la sociedad española no eran exclusivos y que las posibles
soluciones a estas dificultades de carácter global requerían de un esfuerzo común.
Los relatos de viajes fueron una feraz plataforma desde la que reflexionar sobre los
problemas de España cotejándolos con las soluciones dadas a esos mismos pro-
blemas en los nuevos países desarrollados. A diferencia de muchos discursos sobre

72
Durante los años de esta publicación Tolosa Latour andaba «en activa correspondencia» con
doctores que tenían en Italia el mismo propósito que él, tales como Gamba, Pini, José Somma,
Luis Somma, y Guaita, quien «fundó poco después de mi revista La Madre y el Niño, su Mamma é
Bambino» (Olas y brisas 45) publicada en 1884 y que buscaba como La madre y el niño adentrarse
en todas las unidades familiares para educar tocando todos los temas referentes a la educación y la
higiene del niño, para lo cual el lenguaje habría de ser claro y comprensible (Giordano 215).
73
Cabe señalar que la relación entre los climas marítimos y la longevidad eran ya tema de
investigación y de debate en los círculos higienistas de la segunda mitad del siglo xix. Así en el IX
Congreso de higiene Olóriz Aguilera comentaba que cabía conjeturar, a pesar de que los datos esta-
dísticos eran incompletos que «el marítimo, con escasas variaciones de temperatura, es más favora-
ble al centenarismo que los climas continentales y variables» (189). De lo que ya no había duda tras
los trabajos realizados por Calot era el positivo «influjo del aire del mar sobre los niños escrofulosos»
que «no permiten ya dudar de que su eficacia es superior a la de todos los demás agentes curativos.
Las estadísticas de los sanitarios marítimos (que dan hasta un 86 por 100 de curaciones), compradas
con los del interior, aun los de mejores condiciones, así lo demuestran; la misma ventaja se ve en la
población general de las provincias marítimas respecto de las demás (v.g., un escrofuloso por cada
1.000 jóvenes, en la costa, y hasta 30 por 1.000, en otras regiones)» (112-113).
168 Medicina, instrucción y regeneración: los relatos de viaje de Calatraveño y Valladares
y Tolosa Latour

el regeneracionismo político, el intelectual o el castrense, los galenos aportaron


soluciones a través de la beneficencia, haciendo llegar a las casas, a través de la
prensa en la que originariamente se publicaron estos relatos de viaje, el principio
de la concienciación higiénica y de salubridad, para crear una visión común que
regenerara esa España de la Restauración.

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NO PLACE FOR US: STIGMATIZATION AND EXCLUSION IN «DÚO
DE LA TOS»
BY LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)

Margot Versteeg
University of Kansas

During the last decades of the nineteenth century, the Spanish state headed
out on an intensive project of nation building that focused on turning the inha-
bitants of the national territory into Spaniards. The goal of this process was to
create a homogeneous national society that could impose standardized norms of
bourgeois conduct on all its citizens. The main problem, however, remained the
inclusion of those inhabitants who were considered problematic, such as women
and the working classes, or plainly unwanted, such as beggars, homeless, and
criminals, and of course those who suffered from infectious diseases. The modern
industrialized nation-state had a hard time assigning a place in society to these
heterogeneous but invariably difficult groups.
Leopoldo Alas (better known as Clarín) metaphorically contributes to this
discussion about inclusiveness with his short story «Dúo de la tos» (1896), by
pointing to the unfair and often disastrous consequences of the imposition of
the bourgeois norms of conduct on all citizens.1 The author particularly warns
against the Spanish state’s attempts to enforce disciplinary regimes and strict
surveillance on its inhabitants, and he strongly disapproves of the intrusions
(by doctors, hygienist reformers, and city planners, among others) into people’s
private lives in order to diffuse the norms of the new capitalist order throug-
hout the social domain, and especially among Spain’s marginal or migrant po-
pulation. In «Dúo de la tos», Alas manifests his discontent not only with the
power structures of Restoration Spain, but also with the boundaries of realism
as the literary mode that was so often used to express them.
«Dúo de la tos» focuses on the untold stories of a young man and a young

1
The story, published in Alas’ 1896 volume Cuentos morales, has received minimal critical atten-
tion and comments are often quite general. See, for instance, Ríos, Baquero Goyanes, Richmond,
Emiliozzi. More specific and interesting are the proposals by Audubert, Botrel, Jofre, Kronik, and
Mayoralas.
174 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

woman who are stigmatized as dangerous subjects from the very moment they
have been diagnosed with pulmonary tuberculosis. Instead of receiving help and
support, they are expulsed from their homes and marginalized by the same in-
dustrialized society responsible for their disease. The two characters are alienated
from the national community and forced to migrate to the fringes, where they
eventually face a solitary death. By the end of the nineteenth century, tuberculo-
sis, as I hope my discussion of Alas’ short story will make clear, offered an imagery
that could be used to talk about issues of inclusion, to counter the values of the
bourgeois homo economicus, to undercut official (biopower) discourses, and —
most importantly perhaps— to deal with modernity itself.
Several decades ago, Susan Sontag famously noticed that tuberculosis of the
lungs, or pulmonary phthisis, is a highly flexible trope that can be used to deal
with a wide range of concerns. The many fantasies inspired by tuberculosis as an
intractable and capricious —not understood— disease, generated a cluster of
metaphors that provided authors with a means to reflect on a large number of
societal problems and to provide astute social criticism in remarkably complex
literary representations (5). The illness could also offer imagery to inquire into
the human psyche. Or, as Diego Armus explains, «tuberculosis [is] a way of spea-
king not only about biomedical issues but also about other matters, matters not
necessarily located in the social and cultural realms» (11).
In nineteenth-century texts the illness is often used to articulate criticism of
the negative outgrows of the new capitalist world order. This is not surprising since
the rise of tuberculosis occurred in the context of profound urban changes. In-
dustrialization and a population boom modified the urban geographies. The new
liberal order conceived the modern city as a space planned according to health-
conscious ideals, with socially segregated areas and an infrastructure that facilitated
the circulation of both people and goods. But in spite of the well-meant intentions
of the urban planners to create a hygienic and orderly city, in the old urban centers,
members of the middle and upper classes continued to live side by side with the
lower classes (Parsons 38). The resulting overcrowding and poor living conditions
created the perfect breeding ground for contagious diseases such as tuberculosis that
constituted a serious threat to public health.2 This threat was perceived as similar
to that of the masses of workers that shared the urban space with the upper classes.
Both patients and workers were identified as dangerous and unwanted groups; they
were hearths of infection for the nation’s moral and physical stability.
Bourgeois class domination was not only achieved on economical or ideo-

2
This does not mean that tuberculosis did not occur in the countryside, on the contrary.
According to a report published in 1890 by the Comisión de Reformas Rurales it was not only in
the cities that people suffered from tuberculosis but also in the countryside where people lived in
«inmundas e insalubres barracas en las poblaciones rurales» (Molero-Mesa 31).
Margot Versteeg 175

logical levels, it was also a physical matter (Foucault 125). The bourgeois world
considered the social and the corporeal as inevitably bound together, and viewed
the body as the foremost object of the intervention of power (Gold 142). Whe-
reas the aristocracy had asserted the special character of its body in the form of
the antiquity of its lineage, the bourgeoisie looked to its progeny and the health
of its organism (Foucault 125). The bourgeois body should give expression to
«the indefinite expansion of strength, vigor, health, and life» (125) and in order
to accomplish this the bourgeois order developed a project of biopolitics mar-
ked by discipline and control (139). In nineteenth-century fiction, illness, and
in particular tuberculosis, could be used to illustrate the disciplinary control of
deviant social types and bodies. Especially in the urban centers, where people
lived close together, the disease was surrounded by a tremendous fear (Sontag 6).
This horror towards tuberculosis generated a collective phobia, and converted the
illness into a taboo (9). Tuberculosis became a symptom of social disorder and
infectious patients had to be removed from the wider population just as persons
with ideas that were potentially threatening for the bourgeois project, needed to
be separated from harmless ones.
Tubercular patients are not uncommon in Spanish realist fiction.3 Stig-
matized through their disease as the «enemy within» they are convenient cha-
racters in a literature that, as Jo Labanyi has so cogently argued, depicts and
critiques a modernity that is merely constituted by representation. At the end
of the nineteenth century, confidence wanes in the representational practices of
realist fiction. Spain’s engagement with the socio-economic impact of European
modernity affected authors’ views of reality and produced a shift from a mime-
sis of things to a mimesis of perception that was inextricably linked to the rise
of mercantilism, or as Labanyi explains, to paper money and credit. If what is
real is nothing but a representation, a piece of fiction, in a way that is similar to
the relationship of paper money to coins and bars of gold, without any stable
referent, then reality and representation can be collapsed into one single entity
(Labanyi, «Modernity as Representation» 241-242). In short, Spanish realism
claimed to document a reality that it was effectively constructing, while at the
same time exposing the process of representation itself.4
Leopoldo Alas’s later fiction, like that of other Spanish realist authors at the
end of the nineteenth century, constantly questions any transparent representa-
tion of his society, even as he depicts and affirms the world he is living in (Parsons
37). This is also the case in «Dúo de la tos», one of twenty-eight stories collected
in the volume Cuentos morales, published in 1896. In his prologue, the author
provides an explanation for the title and elucidates the unifying characteristics
3
A well-known example is Emilia Pardo Bazán’s Un viaje de novios
4
For a more elaborate discussion see Jo Labanyi, 2000.
176 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

underlying this collection:

Los llamo así [i.e. Cuentos morales] porque en ellos predomina la atención
del autor a los fenómenos de la conducta libre, a la psicología de las acciones
intencionadas. No es lo principal, en la mayor parte de estas invenciones mías,
la descripción del mundo exterior, ni la narración interesante de las vicisitudes
históricas, sociales, sino el hombre interior, su pensamiento, su sentir, su voluntad
(109, my italics).

Consistent with this introductory statement, in «Dúo de la tos» the narrative


voice hesitates between omniscience and uncertainty, and the story no longer
observes an outside reference, but shifts focus to what Hazel Gold describes as
«the interiorization within human consciousness; a constant and ironic move-
ment between the fictive and metafictive planes of narration» (141). Because of
its minimal anecdote, the narrative can be concerned with its characters’ thoughts
and feelings, moving away from the realist esthetics and bringing us closer to the
subjectivity and interiority of modernism.
All of this does not mean that Leopoldo Alas isn’t portraying the society of
his time.
On the contrary, the story allows the author to give expression to his criticism
of both Restoration Spain and the realist mode that was used to depict it. His text
signals a sense of both a social and literary crisis that is highly representative of the
late nineteenth century. In Spain, realism coincided with the country’s belated
industrialization but also with the consumerist phase of capitalism that generated
a concern with imitation as well as anxieties about the possible exhaustion of
natural resources since the country’s consumerism was not supported by a conti-
nuous production (Labanyi, «Modernity as Representation» 240). Tuberculosis’
early name, «consumption,» refers to the fact that patients, especially patients
from the lower classes —predominantly the exploited urban populations—, were
often perceived as very visibly consumed by the disease. The term’s allusion to
consumerism as one of the benchmarks of capitalism also linked the illness to the
(sexual, alimentary, social, and mental) excesses and the reckless behavior of the
more affluent members of society, as unregulated spending and limitless, extrava-
gant consumption caused a squandering of vitality, and in the end a wasting away
of the body. In literature, tubercular or «consumptive» protagonists are therefore
often treated as undesirable subjects, and are unidimensionally represented as ex-
ponents of their illness, instead of being portrayed as multidimensional characters
that, like any others, have a right to live a socially integrated existence.5
To be sure, pulmonary tuberculosis was a very real disease and real people

5
For a historical disentanglement of the medical terms phthisis, consumption, and tuberculo-
sis, see Linda and Michael Hutcheon, «Famous Last Breaths,» 1.
Margot Versteeg 177

got sick and died from it.6 A life-threatening bacterial lung infection, pulmo-
nary tuberculosis killed more people than any other disease in the nineteenth
century. Especially in Spain, where the rate of tuberculosis mortality was one
of the highest in Europe, the illness undeniably formed a considerable threat to
public health.7 Before the discovery of the infectious nature of tuberculosis, the
disease was considered the result of one’s hereditary «consumptive disposition».
In certain circles it was even a fashionable disease as it made its sufferers look
«interesting». The tuberculosis-influenced idea of the body, writes Susan Sontag,
was a new model to create aristocratic looks at the very moment when the in-
fluence of the aristocracy was no longer based on its dominating power but on its
image. This romanticizing of tuberculosis, continues Sontag, was indeed the first
widespread example of the distinctively modern activity of promoting the self as
an image (Sontag 28). It was therefore highly appropriate to critique a realism
merely based on representation.
Things changed radically when in 1882 German microbiologist Robert Koch
managed to isolate the tubercle bacillus. His discovery put an end to the romantic
representation of the tubercular patient (often a delicate and pale woman, or a
suffering male artist), and revolutionized the popular view of the disease. Even
if Koch’s findings were not always directly assumed, the Western world quickly
got the message that the illness was transmitted from person to person. One had
to steer away from people with tuberculosis, who became complete outcasts in
society. Although the cause of tuberculosis was now known, Koch’s discovery did
not immediately lead to a reliable therapy. Until the development of an effective
chemotherapeutic treatment well into the twentieth century, being diagnosed
with tuberculosis was often tantamount to receiving a death sentence.
Once diagnosed, tuberculosis could either be acute and advance rapidly, lea-
ding to death within a mere couple of weeks, or be of chronic nature and slowly
weaken the patient over the course of various years. Even if the disease was mode-
rate and controllable later recurrences were never excluded (Armus 24). Before the
wide-spread use of antibiotics in the late 1940s and 1950s, any efforts to control
tuberculosis mortality and morbidity turned out to be fruitless. There was simply
no effective therapy. For a very long time, tuberculosis was therefore treated as a
social malady (Barnes 16). Medical professionals tended to cope with the disease
by using a hygienic discourse steeped in ideas of morality and respectability, and
emphasizing individual responsibility and self-discipline (Armus 142-44). When

6
Sontag’s point is precisely «that tuberculosis is not a metaphor and that the most truthful way
of regarding illness - and the healthiest way of being ill - is the most purified of, most resistant to,
metaphoric thinking» (3).
7
In 1908, the mortality from tuberculosis in Spain was 185 per 100,000 inhabitants. In 80%
of the cases the patients’ age was between 18 and 35 years (Molero-Mesa 31).
178 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

homecare proved insufficient, and the ailment could no longer be disguised, pa-
tients devised their own course of therapy, one that depended on their personal
situation and financial means. Doctors encouraged those who could afford it
to leave the unhealthy space of the cities (with their overcrowding, unsanitary
living and working conditions, malnutrition, and lack of ventilation) and travel
to health resorts in the countryside, where they could find better air and enjoy
a healthy diet. It was assumed that tuberculars would benefit from a change of
environment and of mind. For the patients, this meant quitting their jobs and
leaving everything behind, literally becoming homeless. Those who could allow
the extra expenditures embarked on a journey for an impossible health that in
many cases was one without return.
A rest cure implied opting for a kind of self-exile, a voluntary confinement,
in order to disinfect oneself from the pathological structures of the city in an
environment that associated health and countryside. Before the establishment of
the twentieth-century sanatoria, these cures initially took place in spa-resorts that
in Spain were often located in the country’s northern regions. Although some
medical assistance was being provided, these health resorts offered only limited
control over the sick subjects.8 The scarcely supervised spa-cures mainly depen-
ded on the self-discipline of the patients, as they had to engage themselves in a
certain hour-by-hour physical discipline. One of the aims of the rest cure —even
the scarcely supervised cure— was to reeducate the patients by turning them into
homus higienicus, hygienic citizens capable of surrendering to self-regulating. It
was all about cultivating discipline, obedience, and sacrifice. No wonder that the-
se places were not overly attractive. As Diego Armus writes, these rest cures «move
patients into a slow-moving world in which the aspiration to health dissolves in
an immense sea of death» (81).
Towards the end of the nineteenth century, however, these rather austere
retreats into nature lost their strictly medical focus and gradually changed into
profitable businesses. They became fashionable tourist destinations for the midd-
le and upper classes who needed ways to spend their ample leisure time. In order
to attract visitors/patients, the privately-owned establishments advertised with all
kinds of modern amenities (such as theaters, casinos, and restaurants) (Pozo, «Gé-
nero» 248, 278). Visits to the health resorts were no longer exclusively determi-
ned by medical reasons. Instead they were based on factors such as consumption,
distinction, and pleasure, as only those privileged with sufficient means could
afford the stay. One did not have to be officially declared ill to visit these resorts
(Pozo, «Género» 279), and patients in the later stages of their diseases were even

8
Juan Rodríguez notes that contrary to the extensive medical staff in hospitals, the spa resorts
only disposed of one doctor for each establishment, and that among medical practitioners this
position was not in particular high demand (qtd in Pozo, «Género» 284).
Margot Versteeg 179

explicitly discouraged to do so. As Alba del Pozo explains, the health-resorts were
organized according to a rather paradoxical dynamic: on the one hand, the na-
ture of the place made illness an inevitable presence, while on the other hand its
connection with leisure time and tourism changed disease, pain, and death into a
topic that was never openly mentioned since it did not enter into the concept of
the health-resort as a place of pleasure («Género» 285).
For the patients, the spas provided a way to escape from the panoptic vigi-
lance in the cities. They were a space where anonymity offered the possibility to
create a different identity. That did not mean, however, that surveillance ceased
altogether. The profit-based nature of the establishments only resulted in a shift
in the origins of vigilance from the control exercised by the medical professionals
to the eyes of the other guests. The health-resort was an isolated, frivolous, mi-
niature world, with special rules and with dynamics that were based on mutual
observation and watchfulness. Boredom and lack of action generated a desire in
the guests to uncover the identities of the other diseased subjects.
Narratives about rest cures often rework the contemporary medical discour-
ses that turn out to be not so hegemonic after all. In the context of the spas, pa-
tients tried to counter the classificatory purposes of nineteenth-century medicine.
Against the medical rhetoric that established the limits of the body from a posi-
tivistic and scientific point of view, and tried to classify the patients according to
the characteristics of their condition (Molero-Mesa 39), they explored the iden-
tities and psychologies of the individual patients. The will to know, uncover, and
classify identities based on physical essentialism and human pathology that rules
medical discourse, is now being replaced by a strategy of seduction and a play
with different alibis driven by the desire and the sexuality of the patients. This
drive to solve an ontological enigma by inquiring into other patients’ identities
often becomes a narrative device as the question «Who is he or she?» is at the basis
of elaborate fictions. The spa thus gradually evolves from a space that disciplines
and imposes norms into a space where the patients engage in forbidden eroticism
and esthetic creation.
This is also the case in «Dúo de la tos». Leopoldo Alas, himself a tubercular,
presents us with two anonymous individuals suffering from pulmonary tuber-
culosis, two «living deaths,» who have abandoned their homes and families to
embark on an uncertain journey to the supposedly health-bestowing countryside,
looking for recovery. Just like the plots of many nineteenth-century novels are lar-
gely driven by chance meetings between characters (Parsons 40), the story’s pro-
tagonists incidentally «meet» in a spa-hotel on Spain’s northern coast where they
occupy almost adjacent rooms. The hotel’s location, a sleepy «pueblo de comer-
ciantes y bañistas» (Clarín, «Cuentos morales» 196), points to the establishment’s
connection with tourism and commerce: the fat barges («panzudas gabarras»
180 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

196) floating in the harbor are a reference to a self-gratulatory population of


complacent bourgeois.
The Hotel del Águila is a huge somber and graceless building, that with its
square shape, its continuously variable population of transiting patients, and its
equally frequently changing leadership, reminds us of the Spanish nation-state. The
eagle in the hotel’s name is not only Spain’s national bird, but with its keen eyesight,
it is also a symbol of vigilance. For the hotel guests, their voluntary banishment
entails a combination of hope and fear. Although the resort promises health and
well-being, in reality the spa-hotel in the middle of nowhere (the surroundings are
being compared to a dessert), is a rather depressive environment (comparable to a
prison or a cemetery), and its rooms (like cells or coffins) are closed and oppressive
spaces, that denote suffocation and a lack of freedom. Alas compares the spa-resort
with a phalanstery, «falansterio del azar» (195). The positive, utopian note of this
comparison of the hotel to Charles Fourier’s self-contained utopian community of
production, consumption, and residence, where people of all social classes would
live together free of external regulation and holding property in common, howe-
ver, is immediately tainted by the fact that in the very same sentence the author
compares the building to a «negocio por acciones» and «dirección por contrata»,
comparisons that denote a clear economic interest (195).
From the outset Alas exposes the discourse of the nineteenth-century hygie-
nists and medical professionals in his story. He shows the regulatory and disci-
plinary power at work to deprive the patients of their human quality and submit
them to a process of invisibility and homogenization. Compared to the exagge-
rated size of the building, the protagonists are minimalized and insignificant;
they have been reduced to mere objects. The readers will never know the names
of the characters that are staying in the «lujosas celdas» with their «lujo uniforme
y vulgar» of the spa-hotel (198), where the servants do not even show up when
they are needed. Without distinction of their gender, the anonymous protago-
nists’ identities have been limited to their room numbers (room 32; room 36), a
technique that the patients internalize themselves as well while referring to each
other. As Oscar Pérez notes, by stripping them of their identities, the patients/
guests are being reduced to what philosopher Giorgio Agamben calls «bare life,»
that is a life without rights or status (235). Understood as a threat to a society
in constant need of purification, these right-less patients can be removed with
impunity (236).9
The first instance of contact between the protagonists in the story occurs

9
By recurring to the discursive strategy of stripping the patients/guests of their identities and
limiting these to their room numbers, Alas makes the patients dispensable. After the departure or
death of the patient, the room can be reassigned to a new patient/guest without face or name (Pérez
233).
Margot Versteeg 181

when at night they step out on the balconies of their cold and impersonal rooms
situated on the third floor of their hotel. Although it’s summer, the cloudy Au-
gust-night does not represent a romanticized moonlighted setting. The only light
is provided by the brilliance of the water that slightly shines in the darkness.
This unstable light, that puts the imagination to work, is nothing but an optic
illusion, and the switching off of the nearby lighthouse brings back reality in a
flash. The darkness of the setting (marked by «sombra,» «oscuridad,» «tiniebla»),
suggests however, that there are identities and secrets that need to be revealed,
«vislumbrar» (196).
Patients of tuberculosis are trapped in their disease as the disease is trapped
within their chests and ailing bodies, even if they try to hide their illness under
clothing that has become several sizes too large. The narrator informs us that the
man is dressed in a light overcoat that has obviously become too big for him, whi-
le the woman is wrapped in a thick wintry shawl, «un chal de invierno tupido»
(196). It’s significant that in the dark night, these two bulky shapes («bultos»)
cannot see each other’s faces from their respective locations, just like in darkness
they cannot see the ravages that the disease has caused on each other’s bodies.
There are, however, other ways through which they become aware of each other’s
company, a company that they experience as a solace against the anonymity, in-
difference, sadness, and solitude that reign supreme in the resort, and that causes
them to feel a vague, «indeciso» (196) pleasure.
Although the darkness hides the visual signs of the illness, tuberculosis is
a performative disease with distressing symptoms that are highly recognizable
and that project the private disease into the public domain (Tankard, «Victo-
rian» 19). These symptoms consist of, among others, prolonged coughing and
sneezing, as well as fever, night sweats, loss of weight and energy, poor sleep and
appetite. Labored breathing and a dry cough that produced sputum or, even
worse, blood, were thought to be fairly certain signs that one had contracted
the disease (Armus 153). The man on balcony number 36 is therefore quick to
identify his female companion in number 32 by her coughing. It is immedia-
tely clear to him that the three spells of dry cough are those of a tubercular pa-
tient. However, he does not stop there, but shows an interest in his fellow guest
as a subject. He identifies her not only as a patient but also as a woman, as he
notices the pleasant smell of her shawl. Her cough is for him much more than
just the cough of a patient; it is the sweet chant of a «codorniz madrugadora»
(197), the early-morning song of a quail, notorious for its chant of «wet-my-
lips». The narrative voice gives indeed a highly sexualized representation of the
female character by introducing her as a sighing «busto delicado, quebradizo»
and «pecho débil» (195-6).
The initial impression that the woman has of her companion is also tainted
182 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

with sexual connotations, as she quickly notices the moving light of his cigar:
«algún viajero que fuma» (195). This cigar (a zigzagging «gusano de luz» [195])
is, of course, a phallic symbol and the woman is mostly interested in him being
a man. Having spied on him in the hallway, she identifies him as the occupant
of room number 36, in front of which door she has seen a pair of elegant shoes
that qualify him as male and of well-to-do origins.10 Tuberculosis did not spare
the more affluent population. For the bourgeois order, the social indeterminacy
of the disease, was a particularly alarming phenomenon.
Being outside at these late hours (even in the absence of a breeze), and espe-
cially the act of smoking, would have been against any medical recommendation,
but patients often enjoyed breaking the rest therapy’s routine and discipline, as
a way of enjoying the little time they had left in live. This kind of transgression
was a way to escape the slow spread of the disease and the ineluctable final death.
The mention of the male patient on balcony number 36 allowing himself to
smoke as a way of celebrating a «fúnebre orgía» (197) gives the readers a clue
about a possible interpretation of this act of protest. When the man hears his
female companion coughing, he becomes alerted to his own foolishness that he
then describes as «una gran calaverada, una locura» (197) and it is ambiguous if
this reaction refers to being outside, to smoking, or to the idea of becoming ro-
mantically involved, as all these things would be forbidden to tubercular patients.
Although both patients receive a noninstitutionalized form of therapy, they have
internalized the medical advice concerning the physical restrictions of their con-
dition (Tankard, «Emasculation» 69) and the man therefore rapidly returns to his
room (described as a prison, grave, and niche). The woman, who is left behind in
complete solitude, will soon follow his example.
«Dúo de la tos» centers on the protagonists’ inner worlds, their affections,
alienations, peculiarities, and obsessions, and on their inquiry into each other’s
identity, as from the interiors of their respective rooms they engage in a subtle,
wordless dialogue, reminding of an opera duet. Alas shows in his story how the
imagery of tuberculosis not only determines the object of representation but also
the stylistic flow of his prose. As Sontag notes, tuberculosis «is a disease of time; it
speeds up life, highlights it» (14) and the panting tone of the writing, interrupted
by the solemn strokes of various clocks in the village, that through their represen-
tation of eternal movement indicate the relentless progress of time, translate the
consuming regularity of tuberculosis into the text (Nouzeilles 302). At the same
time Alas’ prose exploits the associations of the tubercular body language with
passion (302).
The wordless dialogue between the man and woman in fact really begins
10
The shoes and shawl are gendered symbols that reaffirm the individual identity of the prota-
gonists Pérez (238).
Margot Versteeg 183

when both are inside their respective rooms. Actually, it’s more of a crossed mo-
nologue, which shows its illusionary nature. Although the patients are not res-
ponsible for their disease, they are the ones who shut the doors to the balconies
and hide in their private thoughts. The result is even more isolation, loneliness,
and boredom. As for the patients’ thoughts, the narrative voice, implicitly refe-
rring to the anxiety of knowing, revealing, and classifying identities that is typical
of medical discourses, now applies this urge to know («desvelar») to the patients
themselves, while gradually, between the moments of coughing, inserting some
bits of background information for the readers.
The male patient of room 36, coughs with a rapid, energetic cough that
contains the hoarse groan of protest. As an exponent of a world in which all is
being determined by economic profit, the character relates his own coughing to
the presence of Death, who as his creditor demands payment for the promissory
notes he has signed during his lifetime. The narrative voice identifies the man as
a thirty-year old male, alone in this world, with no company other than the me-
mories of his family home. The text hints at misfortunes and errors («desgracias
y errores» 198), and tuberculosis was indeed often associated with (sexual and
alcoholic) excesses. It was seen as a disease of exhaustion. The human body sup-
posedly had a limited capacity for resistance, and due to a weakened immunity,
and to certain lifestyles or morality, it could break down and be the recipient of
several illnesses. The man, prone to self-pity, complains about the lack of em-
pathy he encounters in a world where all sympathy is now for the proletariat: «El
pobre jornalero, ¡el pobre jornalero!»—repetía, y nadie se acuerda del pobre tísico,
del pobre condenado a muerte de que no han de hablar los periódicos.11 La muer-
te del prójimo, en no siendo digna de la agencia Fabra, ¡qué poco le importa al
mundo!». This last sentence is a reference to the famous final verse of Espronceda’s
Canto a Teresa («Que haya un cadáver más, ¡qué importa al mundo!»), indicating
that the romantic era has given way to a more pragmatic and cynical way of loo-
king at the world (Jofre 96).This statement not only positions the male character
—with his elegant shoes— solidly in the affluent classes, but also establishes the
connection between two unwanted societal groups: unhealthy persons and ideo-
logically dangerous ones.
In the lugubrious silence of the hotel the male patient of room 36 perceives
the echo of the coughing woman in room 32 as an answer. The woman, we learn,
is a poor, twenty-five-year old foreigner, who had come to Spain to make a living
as a governess in an aristocratic family. Once her employers became aware of their
governess’ disease, they rejected her. Out of fear of contagion, they moved her

11
Leopoldo Alas tackled the «workers question» in a series of articles titled «El hambre en
Andalucía» (1882-83) and also in several short stories, among them «El jornalero» (1893). See
Lissorgues, 1984.
184 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

away from her students, not after first easing their consciousness by providing her
with enough money to wander through the world for some time. It is apparent
not only that money has contaminated society, but also that families were trying
to avoid dealing with the uncomfortable presence of a tubercular. The panic ge-
nerated by the knowledge of the infectious character of the disease resulted in the
patients’ rejection by society and them being considered as outcasts. Many lost
their jobs while landlords refused to house them. In the case of the woman of
room 32, instead of returning to her fatherland, she decides to stay in Spain with
its milder, more benign climate, although she did travel to the northern coast as
that resembled her own country. It is well known that some consumptives took
exhausting journeys (to Italy, for instance) in search of climates supposed to pro-
long their lives (Tankard, «Victorian» 21).
The migration of these anonymous, mobile subjects dramatizes a scandalous
negation of what Gold calls the «señas de identidad» most closely identified with
the bourgeoisie of Restoration Spain: work and family. Their identity is a negative
identity that is founded on what they do not have (a home) and what they do not
do (work) (Gold 145). The loss of the home afflicts both characters in the story,
caught as they are in the harsh realities of the new capitalist society. In a time that
so many nineteenth-century realist texts center on the family home as the locus
of social relations, Alas presents us with a society where whole groups of people
are displaced from their geographical origins; they have no permanent domicile
and are constantly on the move. For these people, home is always elsewhere. Even
worse, the Homeland («Heimat») has given way to its inhospitable other, the un-
canny («das Unheimliche») (Gold 150). Without the security offered by a fixed
domicile, the characters are condemned to be nomads. As such, they signal the
structural and economic imbalances that afflict Spain at the end of the nineteenth
century. They foreground the false promises of economic prosperity offered by the
nineteenth-century liberal state, and emphasize that the dream of the bourgeoisie
programmatically excludes certain categories of citizens or may fail even those it
includes (Gold 143). In 1870, Spain’s foremost realist author Benito Pérez Galdós
could still write that Spain’s middle-classes were the country’s inexhaustible source.
According to Galdós the new social order was order built on the middle-classes
that through its initiative and intelligence had taken on the sovereign role in all na-
tions; it is there that nineteenth century man was to be found, with all his virtues
and vices, his noble, insatiable aspirations, his passion for reforms and his frantic
activity (Parsons 34). This was a vision that Leopoldo Alas, writing towards the
end of the nineteenth century, would no longer have shared.
Homelessness was particularly harsh for women as nineteenth-century bour-
geois society was based upon the foundational institutions of family and marria-
ge. Home is often praised as a peaceful haven of intimacy set apart from commer-
Margot Versteeg 185

ce and industry, where the «ángel del hogar» lives in function of her husband and
children, as described by Bridget Aldaraca in her eponymous study. Although we
see this idea contested in numerous nineteenth-century realist novels that repre-
sent the home as a space of enclosure for women, it’s definitely true that without
a home, women found themselves in a very precarious situation. As a governess,
the female character of «Dúo de la tos» is —like any servant— in some ways,
always already homeless. Living in other people’s households, domestic personnel
can be seen as «symbolic of the threshold between the public and the private
spheres» (Gold 145). Alas’ adventurous, transgressive young protagonist, moves
continuously in and out the home thus challenging not only the concept of do-
mestic family life but also the construct of nineteenth-century femininity itself.
This emphasis that «Dúo de la tos» puts on homelessness points to a series
of unrepairable epistemological fissures both in the social and narrative realms.
Hazel Gold, referring to a similar phenomenon in Pérez Galdós’ novel Miseri-
cordia (1897), considers the preeminence of homelessness both a refusal and a
critique of a certain set of bourgeois norms and values (151). It reveals a crisis of
personal identity, since society neither recognizes nor addresses homeless people.
It also signals a crisis of social authority, for itinerant lives posit a challenge to the
ordered life of the community. Peripheral subjects, outsiders, are visible proof of
failed reform programs and unsteady social hierarchies (150). Homeless persons
must therefore be dispersed before they can contaminate the social body (and in
the case of tubercular patients this contamination is a very literal threat). Finally,
homelessness points to a crisis of Spain’s national image and identity, and exposes
the country as economically, technologically, and culturally inferior (143-4). This
disenchantment that we notice in Alas’ short story, is not only with the power
structures of the Restauration but, as we shall see, also within the limitations of
realist fiction.
The title of the story, «Dúo de la tos,» and its balcony setting, obviously su-
ggest a comparison with opera. In the nineteenth century, several popular operas
dealt with tuberculosis and, more in particular, with dying and desired consump-
tive heroines. Just think of Antonia in Offenbach’s Hoffman’s Erzählungen (1881),
Violeta in Verdi’s La Traviata (1853) and Mimi in Puccini’s La Bohème (1896).12
Tuberculosis, write Linda and Michael Hutcheon, is perhaps the perfect operatic
disease. This is not only because of the performative nature of the illness, but also
because tuberculosis involves the breath of the singing and dying protagonist as
both the site of inspiration and expiration, and her breast as both the site of her
singing and the locus of the illness («Famous Last Breaths» 6). The conjunction
of disease, desire, and an aestheticized death proved to be a successful recipe for
12
The importance of music in Alas’ creative world is well known, see for instance Ruiz Tarazona
and Richmond.
186 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

moving operatic narratives (16).


In opera, the notion of tuberculosis as a romantic disease of the soul and the
passions, persisted long after Koch’s discovery exposed the contagious nature of
the illness. Tuberculosis, explains Susan Sontag, was originally understood as a di-
sease of passion. The tubercular was a person consumed or dissolved by passion, a
passion leading to the dissolution of the body. At first tubercular metaphors were
used to decry love, and that lead to the image of «diseased» love, of a passion that
«consumes». Eventually this image was inverted, and tuberculosis was conceived
as a variant of the disease of love. A love that was now lethal (20). According to
this romantic operatic vision, those who suffered from tuberculosis had an aura
of exceptionality that made them interesting in the eyes of their contemporaries
(Pôrto 1-2). Characters with tuberculosis could display sensibility and physical
weakness, but also intense sexual ardor and open eroticism. In short, tuberculosis
was a sign of refinement; a disease of waning energy and of exacerbated sensi-
bility; connected to vulnerability and spiritual elevation, but also to euphoria,
optimism, creativity, and sexual appetite. By the end of the nineteenth century,
this is of course an outdated and false representation of the illness that did not
conform with any scientific or social reality.
The romantic notion of tuberculosis, however, allowed the disease to flourish
in opera as a supreme act of representation that gave its performers the opportu-
nity to use the body as spectacle and transform suffering into a vast artistic work.
In over-the-top scenes characterized by coughing, vomiting blood, and ecstatic
emotions, they showed the artificial nature of this representation of tuberculosis
in front of a public that led itself be seduced by the esthetics of the disease (Nou-
zeilles 299).13
By performing something that is like a romantic operatic duet, the prota-
gonists in «Dúo de la tos» are able to move beyond the late nineteenth-century
stigmatization of patients infected with tuberculosis as unwanted in the modern
nation-state. It allows them to show aspects of themselves that the label of «tuber-
culars» makes go unnoticed; those aspects of «el hombre interior, su pensamien-
to, su sentir, su voluntad» that Alas had made the object of his Cuentos morales.
Tubercular patients experience not only the sensation of being separated from
social life, but also and possibly much more tragically, the sensation of separation
between their bodies and spirits. However, the operatic duet transforms these
nameless characters, these faceless numbers, «into feeling human beings whose
intense self-consciousness converts the monotony of daily existence into valuable

13
In similar vein, actress Sarah Bernhard enjoyed tremendous success while representing Mar-
guerite Gautier, the consumptive courtesan in La Dame aux Camélias by Alexandre Dumas (fils),
adapted as play for the stage before it would be reworked as opera with the title La Traviata.
Margot Versteeg 187

moments in time» (Charlebois, qtd in Pérez 235):

La del 32 tosía, en efecto; pero su tos era… ¿cómo se diría? más poética,
más dulce, más resignada. La tos del 36 protestaba; a veces rugía. La del 32 casi
parecía un estribillo de una oración, un miserere; era una queja tímida, discreta,
una tos que no quería despertar a nadie. El 36, en rigor, todavía no había apren-
dido a toser, como la mayor parte de los hombres sufren y mueren sin aprender
a sufrir y a morir. El 32 tosía con arte; con ese arte del dolor antiguo, sufrido,
sabio, que suele refugiarse en la mujer.
Llegó a notar el 36 que la tos del 32 le acompañaba como una hermana que
vela; parecía toser para acompañarle.
Poco a poco, entre dormido y despierto, con un sueño un poco teñido de
fiebre, el 36 fue transformando la tos del 32 en voz, en música, y le parecía
entender lo que decía, como se entiende vagamente lo que la música dice. (199)

By engaging in forms of theatrical and seductive display, characters labelled


as «tuberculars» recovered their lost identity and subjectivity. They display the
richness of their emotions and show an interest in the other as subject. In moder-
nist fashion they become artists through their own bodies. Furthermore, the use
of the operatic intertext allows the realist text to comment on its own procedures
and self-reflexively question the representation of the two young protagonists
exclusively as dangerous subjects. Concealed under the oversized overcoat and
the thick, well-smelling shawl, are human beings/characters with hidden, darker,
drives that the «operatic» performance brings to the fore. In their duet these cha-
racters that are expelled from society perform as romantics in need of compassion
and communion, but also of love and, even more, sex.
When the woman in room 32 hears the man in room 36 coughing, her reac-
tion is one of compassion and sympathy towards this fellow patient, while at the
same time longing for protection against the dark, the loneliness, and the silence.
«Amor de matrimonio antiguo» (201) is how she defines what is occurring bet-
ween the two, and the characterizations that both patients provide of themselves
are indeed the ones that were at the basis of bourgeois marriage. The woman
praises herself as the perfect angel of the house: «¿No conoces en mi modo de ser
que soy buena, delicada, discreta, casera, que haría de la vida precaria un nido de
pluma blanda y suave […]? ¡Cómo te cuidaría yo!» (201). The man easily slips in
his role as protector who will introduce his innocent wife to the secrets of love:
«Soy un enfermo, pero soy un galán, un caballero; sé mi deber; allá voy. Veras
qué delicioso es […] ese amor que tú solo conoces por los libros y conjeturas»
(201). With this sentimentalist note, Alas emphasizes the disastrous effects that
the forced displacement has on these diseased subjects whose basic needs are
indeed very similar to those of the members of the same bourgeois society that
is so eager to expel them. Alluding to the qualification of tuberculosis as a social
188 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

malady, the author denounces that in the end consumption is the result of human
insensitivity and neglect for human living conditions. Encouraging love and soli-
darity rather than science as the cure, Alas aims to instill empathy and affiliation
in his readers as he points towards their responsibility towards each other. Social
support, the realization that one is cared for and can count on the assistance of
other people, and is accepted even if one is ill, is a very effective way of fighting
the disease. But in a society driven by money, compassion will be hard to find.14
It is the woman in the story who first realizes that the two characters are sin-
ging a love duet, and that mere idea inspires her with shame. Even as she pretends
that what they are experimenting is nothing but «amor de matrimonio antiguo»
the associations that she establishes points more to passion and lust than to a
boring marriage. With her associative mind, the governess, delirious from fever,
links this coughing companionship to the souls in the purgatory, purgatory to
hell, hell to Dante’s Inferno and —particularly illuminating— to the passionate
and illicit love story of Paolo and Francesca, which is, of course, a hint for the
reader to look for more hidden drives.15 In «Dúo de la tos» everything is covered
by darkness, shadow, and this is not only a reflection of the characters’ mood. The
night, the hotel, and the scarce lighting (among others produced by the cigar!)
suggest that there are things that need to be brought to light; things that have
been erased, censured, displaced, repressed but are waiting to come out in a flash,
as a «relámpago». Writing about Alas’ short stories, Jean-François Botrel alludes
to a «tal vez, reprimido erotismo» and he ads that he is refering to «esa corriente
de erotismo recóndito y asociado con un sentimiento de culpabilidad, expresión
virtual de una libido a la que se le da así metafórico y eufemístico paso» (743).
In his lacanian reading of the story, José Mayoralas invites his readers to explore
what is behind the pun ¨bul-tos» as a combination of «vultus» (face in latin) and
«tos». He points to the protagonists’ complex inner lives, tormented by frustrated
desires. It’s particularly the protagonists’ faces that the narrative censures and that
are never described or seen. In the story two tormented, wounded, suffering and
infected bodies/bultos experimenting a fatal lack, take comfort and pleasure, this
«indeciso placer», in coughing together. The sounds of their bodies that rhythmi-
cally —quickly, energetically but with pauses, interruptions, scansions— protest,
roar, groan and grind, refer to a shared longing for erotic communion. It is here
that everything comes together. «Tanto en el sexo como en la tos», writes Gabrie-
la Nouzeilles, «el jadeo y la intermitencia de la falta de aliento constituirían la
unidad básica de la dimensión casi musical del orden tísico de acuerdo con una

14
See Hristo Boev and Lachezar Popov, 2013, for similar ideas in Charles Dickens’ Dombey
and Son.
15
The lovers Pablo and Francesca figure in Canto V of the Inferno section of Dante’s Divina
Comedia.
Margot Versteeg 189

partitura virtual en que a la rapidez del prestissimo le sucede necesariamente el


estilo moroso y expresivo del largo» (301).
Just as Dante’s illicit lovers Paolo and Francesca were punished for their sin-
ful lust by being swept about by eternal winds, embraced in the air, the patients in
«Dúo de la tos» are not allowed a sexual relationship. As Alba del Pozo writes, the
spa is a problematic place that generates erotic impulses that are not in line with
the goals of the rest cure («Género» 293). According to the eugenic discourses
that were increasingly vociferous from the 1890s onwards and that promoted a
healthy national race and advocated celibacy for consumptives, sexual intercourse
was sinful for consumptives who were considered unsuitable as a sexual partner,
spouse, or prospective parent (Tankard, «Victorian» 23). Pulmonary consumption
mostly affected young people between the ages of fifteen and thirty-five —that
is, in their economic and reproductive prime (Tankard, «Emasculation» 62).16 But
although doctors strongly discouraged marriage and sexual contacts, tuberculosis
did not render the patients unsuited to love, and their desire did not evaporate
simply because they were not allowed to satisfy it (Tankard, «Emasculation» 69).
It is clear that «Dúo de la tos» parodies the romantic qualities of tuberculosis,
as the story takes place in a time during which the redemptive qualities of the
disease have long disappeared (Pozo, «Género» 243). Although the characters are
projecting a literary —in this case, operatic— model, contemporary reality has
no room for these illusions: «en estos tiempos, ni siquiera los tísicos son conse-
cuentes románticos» (201). The metaphors that romanticism connected with the
illness are now being inserted in a much more pragmatic reality: «ya había pasado
el romanticismo que había tenido alguna consideración con los tísicos. El mundo
ya no se pagaba de sensiblerías, o iban estas por otra parte» (198-199). At dawn,
the male character has forgotten his fantasy while the woman hopes to hear him
cough the next night. In vain, since he has already vacated his room and moved
on. The woman, however, is not surprised: «Era sentimental la pobre enferma,
pero no era loca, no era necia» (201). But while the text brings back a much more
realist perspective of the situation, the fact that at the very moment that the man
is about to know the woman, he escapes, is a clear indication that the interest in
an encounter resides more in the memory of such a desire than in the object that
provoked it. Just as in Baudelaire’s poem «A une passante», this desire is born
from the ephemeral nature of the appearance. More than love at first sight, it’s
love at last sight (Nouzeilles 307). In a very modernist way, the cultural imagery

16
This becomes painfully clear in the comments of the male guest in room 36, who identifies
himself as a patient but also as an attractive young gentleman. Young men diagnosed with tuber-
culosis were largely excluded from the arenas of commercial and reproductive success in which
manliness was publicly displayed. They were measured unfavorably against their era’s standards of
masculinity (Tankard, «Emasculation» 62).
190 No place for us: Stigmatization and exclusion in «Dúo de la tos»

related to tuberculosis deals with an excess of desire and the constant search for
satisfaction that always leads to failure (307).
The final paragraphs of the story provide a short epilogue that stresses the
permanent process of transition to which the characters are doomed. As deraci-
nated individuals, these tubercular outcasts are condemned to live a vagrant life.
Eternally on the move, from one hospital/hotel/spa to the next, their existence is
highly precarious. The story’s ending also shows that although the illness causes
their lives to run more or less parallel for a while, each of the patients faces the
reality of their disease and consequent death in a very different way. The man lea-
ves the village for the famous sanatorium of Panticosa where he will find his last
abode; the woman still has two or three more years to live. Maintaining control
and autonomy while bravely facing life’s ending, she prefers a hospital to a hotel
and dies in a clinic ran by the Sisters of Charity where she receives a less aliena-
ting, gentler form of care (disinterested Christian Charity). In the concluding
sentences, the narrative voice asks the question if, in their very last moments, the
patients would have had any memories of their coughing duet. The final answer
of «maybe» however, undercuts the authority of this narrative voice in a similar
fashion as the text intends to undercut the stigmatized representation of its pro-
tagonists. There is no homecoming for these patients, in the same way as there is
no authoritative center for the text (Gold 151).
Exposing and critiquing the way in which nineteenth-century bourgeois
society represents patients who have contracted tuberculosis —as enemies and
unwanted citizens condemned to social marginality—, realist author Leopoldo
Alas participated in turn-of-the-century debates about the (lack of ) inclusiveness
of the Spanish state, and engaged in a self-reflexive questioning of representation.
Parodying an outdated romantic representation of tubercular patients as a (fal-
se) construction or image, he shows that the unidimensional depictions of these
patients as social outcasts have nothing to do with how these characters really
are, and underlines that in nineteenth-century Spain reality has become mere
representation.
In the story, the patients use their sick bodies to become modernist artists,
performers, whose delirious dreams and fevers place them in a superior position
in regards to the healthy. In modernist fashion, these patients take advantage of
the heightened sensibility caused by their pathology as a privileged way of en-
try into the world of the imagination (Nouzeilles 304). They engage in esthetic
practices that are located outside of market capitalism and the bourgeois order of
the homo economicus. In their operatic duet the patients denounce the morbidity
of their disease and the stigmatizing that takes place in a world that is saturated
with terrible fantasies about their condition. Against their doctors’ labeling they
try to discover who they really are. Instead of obeying the medical prescriptions
Margot Versteeg 191

that were targeted towards the imposition of standardized norms of bourgeois


conduct, they undermine the discipline of the bourgeois body and manifest
hidden —and for them illicit— erotic drives. A disease of the lungs, notes Son-
tag, is metaphorically a disease of the soul (18), and as counterexamples to the
happily procreating couples that we so often find in foundational narratives of
nineteenth-century nation building, the protagonists of «Dúo de la tos» express
the author’s downright pessimism when it comes to the inclusive soul of the mo-
dern Spanish nation-state.

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BACTERIA, THOUGHT AND IDEOLOGICAL INFECTIONS
IN GALDOS’S NOVELAS CONTEMPORÁNEAS

Dale J. Pratt
Brigham Young University

The communication of pure insight is... comparable


to a silent extension or the expansion, say, of vapour in the
unresisting atmosphere. It is a penetrating infection...

G. W. F. Hegel
The Phenomenology of Mind II, 252

¿Por qué la besabas tú a ella? Te has contagiado con sus microbios, con
los microbios de su personalidad, porque cada uno de nosotros tiene su microbio,
su microbio especial y específico, el bacillus individuationis

Don Fulgencio Entrambosmares


Amor y pedagogía, 65

During the nineteenth century, the communication of ideas was often cha-
racterized using terms associated with infection and the transmission of disea-
se. From Hegel’s description of enlightenment in The Phenomenology of Mind
(1807), through many representations in literature, ideas, and by extension ideo-
logy, were seen as infectious agents wafting in the air (resembling miasmas) or as
being contagious and transmissible by proximity or touch (as in germ theory). In
Spain, Benito Pérez Galdós (1843-1920) wrote first-hand journalistic accounts of
cholera epidemics in Madrid and displayed a deep understanding of competing
theories of infection. Many scholars have examined the place of diseases —both
literal and metaphorical— in Galdós’s works, including illuminating studies by
Teresa Fuentes Peris, Michael W. Stannard, Carmen Parrón, Kevin Larsen, Tho-
mas R. Franz, Collin McKinney and others. The present study marshalls insights
from these scholars to list and analyze the metaphors Galdós creates to describe
ideation and how ideology channels the thoughts and actions of human beings,
194 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

with special focus on novels from 1880 onward (roughly coetaneous with news
in Spain of theories and discoveries by Louis Pastuer (1822-1895), Robert Koch
(1843-1910), Joseph Lister (1827-1912), and Jaime Ferrán (1851-1929).1 Tris-
tana (1892), written after more than a decade’s worth of Galdós novels utili-
zing metaphors of infection, merits special emphasis. Galdós’s treatment of the
pathological possibilities of ideas takes on deeper significance in Tristana as the
ideological conflict between the masculine and the feminine in the novel occurs
even on the microscopic level. Tristana acts as both a carrier of the infection of
incipient feminism and of its symbolic reversal, the countering reinfection of
her life by masculine discourse. Although other scholars have read Tristana’s life
as an abortive quest for authentic feminine being,2 the present analysis instead
examines infection as a metaphor of ideology and of Tristana’s frustrated attempt
to create her own epistemology and new feminine language.

1. Infectious Ideologies

Galdós is not alone in associating ideology with infections to describe people


and their ideas. Nineteenth-century Spanish novels often characterize the exchan-
ge of ideas as being transmitted imperceptibly through the air. For instance, in
the second letter of the epistolary novel Pepita Jiménez (1874), Juan Valera’s cha-
racter Luis de Vargas suggests that he might serve God more usefully by evange-
lizing in Andalucía rather than on his projected mission to the Orient, the need
to stay arising from the perverse effects of contemporary ideas on the common
people: «dicen algunos que las ideas modernas, que el materialismo y la incre-
dulidad tienen la culpa de todo» (168). However, Luis cannot understand how
these novel concepts and habits of thought can find their way into the minds
and hearts of the people: «es lo cierto que nadie lee aquí libro alguno ni bueno ni
malo, por donde no atino a comprender cómo puedan pervertirse con las malas
doctrinas que privan ahora» (168). The answer: through the air. In La Regenta,
for example, ideology has its own perfume or stench, as in the «olor a herético»
from Darwinism (II: 151). The bad feelings between Remigio Vega Armentero’s
Carlos and his estranged wife Adriana —whom he will eventually murder in
broad daylight— practically suffocate them: «flotaba en su hogar una a modo de
atmósfera que apenaba el ánimo y sofocaba el pecho» (¿Loco o delincuente? 140).
In Nicomedes Pastor-Díaz’s novel De Villahermosa a la China (1858), impiety

1
For a fascinating discussion of the use of biological metaphors to characterize language, see
Salverda, 1998.
2
See Bly, Ciallella, Concejo, Dash, Feal Deibe, Livingstone, Miró, Ordoñez, Percival, Valis
(«Art»), and many others. Akiko Tsuchiya summarizes many of these critical perspectives (330-31).
Dale J. Pratt 195

and desperation are carried in the characters’ breath and their clothes: «la pa-
sión, el deseo, la presunción, la impiedad, el egoismo y la desesperación descreída
han venido con nosotros, como los miasmas de una universal epidemia, que con
nuestro aliento y nuestras ropas traemos» (184). In Galdós’s Tormento, Amparo
Sánchez Emperador’s uneasy guilt over past transgressions fills the very air she
breathes: «hasta el aire que respiraba en Madrid parecíale tener en su vaga sus-
tancia algo que la denunciaba, algo de indiscreto y revelador» (195). José María
Bueno de Guzmán, the first-person narrator of Galdós’s Lo prohibido, speaks of
«la atmósfera moral que respiramos» (148), and his detailed explanation of ideo-
logy underscores the depth he plumbs in this metaphor: «esas resobadas frases
que parecen un fenómeno atmósferico, porque las hallamos diluidas en el aire
de nuestro aliento y en sus ondas sonoras que nos rodean» (146-47). While the
notion that ideas travel through the air is nothing new —other people’s spoken
words obviously travel to us through vibrations in the air— Valera’s Luis ventu-
res an additional explanation: «Estarán en el aire las malas doctrinas, a modo de
miasmas de una epidemia?» (168). Luis’s rhetorical question, spoken with the me-
taphorical flourish typical of his letter-writing, hints at how nineteenth-century
epidemiological investigations and debates over hygiene, miasmas and the germ
theory charge realist representations of ideas in the air.
Critics have written a great deal about illnesses and diseases in Galdós Don
Benito’s fascination with symptoms and etiologies, and the symbolic potential of
specific maladies and problems, make the study of disease and health in Galdo-
sian texts a fruitful hermeneutic enterprise. These Galdosian studies usually posit
an idealized state of physical and mental health against which to compare certain
obviously unhealthy characters. However, Galdós’s paradigmatically «normal»
characters in fact do not truly enjoy «health» or freedom from all illnesses real
or imagined. Ideology and external social forces permeate Galdosian characters,
including the most admirable and beloved characters as well as the abominable
ones. They, too, are infected or innoculated with foreign ideas or «ideological
bacteria».
Galdós frequently establishes analogies between ideology and unseen orga-
nisms. From La Fontana de Oro (1870) and throughout his novelas contemporá-
neas, Galdós often characterizes ideas as miasmas, agents of contagion, germs and
illnesses. While the examples from Pepita Jiménez demonstrate that this imagery
is not confined to Galdós, it seems clear that as germ theory and other knowled-
ge about microscopic entities like bacteria and viruses developed in the latter
third of the nineteenth century, Galdós became progressively more systematic
in his use of these types of metaphors. Whether he accepted Pasteur’s and Koch’s
thinking early on, it seems clear that Galdós was aware of germ theory several
years before this epidemic. In novels such as El amigo Manso (1882), El doctor
196 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

Centeno (1883), Tormento (1884), La de Bringas (1884), Lo prohibido (1884-85,


coetaneous with Galdós’s reporting of a cholera epidemic), and Tristana (1892),
Pasteur’s and Koch’s ideas informed the creations of some of his most memorable
characters.
In Pepita Jiménez, Luis de Vargas compares modern ways of thinking to
miasmatic vapors. As Laura Otis explains, until the middle of the nineteenth
century, the two competing theories of disease transmission were contagionism,
the notion «that diseases are transmitted from one person to another» and anti-
contagionism or miasmatism (10). Otis also notes that the liberal hygienists who
fought «for adequate water supplies, waste disposal systems, and clean, ventilated
living quarters» typically did so based on incorrect theorizing about miasmatism
(10-11). Miasmas —the noxious vapors emanting from decomposing organic
material and putrid sewage— were thought to spread disease through the air.
Proximity to the sources of miasmas (typically in lower-class neighborhoods) led
to inhaling the vapors, thereby causing diseases such as cholera. McKinney notes
the ironies involved in debates about miasmatism versus contagionism, because
«while the two theories differed radically on how disease was transmitted, on the
level of practical hygiene they were difficult to distinguish» (33). He continues:

Hygienists who subscribed to the miasmatic theory identified dark, damp


and poorly ventilated living spaces —in other words, those dwellings typically
inhabited by the poor and working class— with decomposition and thus with
the noxious emanations that supposedly caused cholera and other diseases. For
proponents of germ theory such places were simply the natural habitat of the
living organisms that caused disease and the overcrowding of these spaces fa-
cilitated spread of the germs from one individual to the next. (McKinney 33)

Many of the physical ailments afflicting Galdós’s characters are associated


with their living areas or working conditions, and his narrators often imply that
miasmas are the cause. However, Galdós just as frequently uses miasmas as vehi-
cles for metaphorical infection by ideology.
Even very early in his career, Galdós associates ideology with contagionism
and miasmatism. In Crónica de Madrid, societal preoccupations fill the air: «Res-
piramos un aire cálido y nos asfixiamos en un medio sofocante, saturado de re-
celos, de impaciencia, de agitación, de inquietudes» (1293). Similarly, in last pa-
ragraph of La Corte de Carlos IV —the second of Galdós’s Episodios nacionales—,
revolution and war are in the air: «En la atmósfera, en el ambiente moral del
pueblo había no sé qué sombras avanzadas de aquellos desastres, no conocidos
todavía» (278). In Galdós’s first novel, La Fontana de Oro, —set in 1821 but pu-
blished in 1870—, the conservative doña María de la Paz Porreño warns young
Clara against the progressive ideals of liberalism: «estas ideas del día lo invaden
Dale J. Pratt 197

todo. No extraño que le haya alcanzado a usted su influencia pestilencial» and she
later promises or threatens Clara that «la libraremos de la influencia infernal de
las ideas del día» (152-53). Doña Paz does not herself feel affected by any strain of
conservative effluvia, even though her cohorts Salomé Porreño and don Elías Mo-
rejón y Paredes, whose own statements about the new ways of thinking echo doña
Paz’s, clearly conspire with her in every sense of the term. Her niece Salomé sees
others besides just young women as vulnerable to liberalism; for instance, such
ideas infect the mildly liberal priest Lorenzo de Soto, just as they do Clara: «es
un clérigo pervertido, contaminado con las ideas del día» (176). Don Elías parses
out differences in his expansive diatribe. He reaffirms feminine susceptibility to
perverse ways of thinking: «Estas ideas del día ... pervierten hasta a las muchachas
más recatadas» (135). But he continues on to imply that ideology not only infects
but results in ostracism for the patient: «¡Estas ideas del día, esta lepra social!»
(135). Modern ideas equal social leprosy.3 Leprosy usually takes a long time to kill
its victim, leaving the patient continually available as a storehouse of microbes to
infect other members of the group (Diamond 204). Since ancient times societies
have cast out lepers, to prevent infections through contact with their diseased
flesh; however, in the eighteenth and nineteenth centuries, miasmatic theory held
that miasmas originated in leper colonies (see Grzybowski et. al.). But Don Elías,
like Luis de Vargas, remains unsure about how the ideas of «social leprosy» are
transmitted: «¡Se difunde sin saber cómo! ¡Penetra en todas partes!» (La fontana
135). Contagionism or miasmatism; it is all the same to him. The supposedly
uncontaminated people are like the Porreñas, who are «personas virtuosas, libres
del contagio del día» (135). Their contented immunity to the ideas of today in
reality denotes their infection by ideas from the past.
In Torquemada en la hoguera, set in the mid-1870s —prior to the wide diffu-
sion of germ theory—, but written in 1889 after Galdós had accepted the theory,
the main characters believe in miasmatism. Torquemada and his friend José Bai-
lón worry about possible sources of miasmas: «la higiene pública les preocupaba
a entrambos: el clérigo [José Bailón] le echaba la culpa de todo a los miasmas,
y formulaba unas teorías biológicas que eran lo que había que oír» (24). During
his son Valentín’s illness, Torquemada rages against miasmas: «¡Ah! Los malditos
miasmas tenían la culpa de lo que estaba pasando. Tanta rabia sintió don Fran-
cisco, que si coge un miasma en aquel momento lo parte por el eje» (27). There
is no talk of germs. The miasma theory medically licenses Torquemada’s business
model: for him to remain healthy, he must only avoid stench and filthy vapors.

3
In Tormento, when Amparo despairs of ever marrying Agustín Caballero because of her past
relationship with Pedro Polo, she compares her dishonored and fallen status with leprosy: «La des-
honra era inevitable. Tendría que escoger entre darse la muerte o soportar la ignominia, que iba a
cubrirla como una lepra moral, incurable y asquerosa» (230).
198 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

However, if contagionism is correct and diseases are transmitted by contact with


infected persons or their things, then Torquemada’s frequent collections of rent
money in slums and his dealings with those poor souls unlucky enough to have
to pawn their possessions to him would gravely endanger him. When he surprises
the consumptive Martín and Isidora with his charitable interest-free loan (later
converted into a gift), he licks his fingers as he counts out the bills, and he hugs
both of them several times, without worrying about the possibility of infection
through personal contact (52-61).
Yet, contagionism carries the day in most of Galdós’s novelas contemporá-
neas. In La desheredada (1881), when Isidora Rufete visits the asylum in Lega-
nés to see her father, she converses with the scribe Canencia, who breathes very
deeply. She begins to mimic his style of breathing, because —according to the
narrator— «todo es contagioso en este mundo» (86). Sometimes the texts cast
human beings themselves as miasmatic sources, an apparent nod to the possi-
bility of contagionism and carriers of disease.4 For example, in La de Bringas,
whenever Gonzalo Torres smiles at Rosalía, she suffers «el efecto de un fluído
miasmático que se filtraba en ella y la ponía enferma» (91). After Jaime Ferrán’s
successful experiments in 1884-85, the terms «miasma» and «miasmático» lost
their theoretical underpinnings and became metaphorical, such as when Galdós
describes vaccination with attenuated cholera bacteria: «El cólera experimental
apenas desfigura el semblante por uno o dos días, y después de sufrido, la perso-
na puede afrontar impunemente los focos miasmáticos más peligrosos» (Cronicón
181-82; emphasis mine). For Máximo Manso, just associating regularly with
the pseudo-poet Sainz del Bardal «era […] como sucesivas absorciones de no
sé qué miasmas morbosos» (El amigo Manso 76). A walking source of miasmas
resembles a contagious leper, and is therefore a miasma only metaphorically.
Manso and his associates, living in the late 1870s, decide that contagions best
characterize Sainz del Bardal’s terrible poetry and obnoxious personality: «Ma-
nuel Peña lo odiaba tanto, que le había puesto por nombre el tifus, y huía de
él como de un foco de intoxicación» (76). The nickname sticks throughout
the book. Additionally, civil servants, such as Ramón María Pez and Federico
Cimarra, are members of what Manso calls «una determinación cancerosa» and
should be observed with care: «Estudiémoslos de lejos, porque estos apestados
tienen notorio poder de contagio, y es fácil que el observador demasiado atento
se encuentre manchado de su gangrenoso cinismo cuando menos lo piense»

4
Noël Valis explains that in the nineteenth century, the prostitute’s body «was associated with
vile odors and decay» (i.e., miasmas). She adds: «Cloacal imagery, in particular, suggested analogies
between the prostitute’s body and sewers and drains, in which the commercialized woman functio-
ned, on the one hand, as a cleansing agent, ridding the social body of excess, possibly harmful fluids
and, on the other hand, as the menacing site of accumulated filth and corruption» («On Monstrous
Birth» 201; see also Fuentes Peris, Visions of Filth, chapter 1).
Dale J. Pratt 199

(75; emphasis mine). Close association and conversation expose characters to


infectious ideas.
Fortunata y Jacinta (1886-87) likewise depicts bad writing a contagion.
When Jacinta hears the very unpleasant rumor that her husband has fathered an
illegitimate child, she immediately disparages José Ido del Sagrario’s sick imagi-
nation as the source of the idea. For Jacinta, Ido «era autor de novelas de brocha
gorda, y no pudiendo ya escribirlas para el público, intentaba llevar a la vida real
los productos de su imaginación llena de tuberculosis. Sí, sí, sí: no podría ser otra
cosa: tisis de la fantasía» (529; emphasis mine). Here the infected imagination
coughs out unhealthy thoughts which are coded not as miasmatic but as germ-
ridden, dangerous to all who are exposed to them.5 Another José (Bueno de Guz-
mán) likewise emits noxious ideas about adultery in Lo prohibido —in this case,
his own desires for his cousin Camila. But Camila, who nicknames José María
«Tísico» (see Lo prohibido 373), resists infection: «en Camila no aparecían ni li-
geros indicios de ser contaminada de mi romanticismo; al contrario, lo repelía,
como rechaza el organismo las sustancias de imposible asimilación» (Lo prohibido
400). These two novels, Fortunata y Jacinta set in the 1870s and Lo prohibido set
in the 1880s, make apparent the shift in Galdós’s thinking about miasmas and
contagionism. Camila’s successful battle against contamination, which includes
bathing several times a day, takes place as the cholera epidemics rack Spain in the
mid— 1880s.
After decades of debate, the work of Louis Pasteur and Robert Koch put
miasmatism to rest. In 1862, Pasteur discovered microorganisms active in the
fermentation of wine into vinegar, and by 1865 was advocating the pasteurization
of wines and beers. Throughout the 1860s his work on silkworm diseases helped
him understand the nature of infections, and that the environment influenced
the spread of disease but was not the source of it. In 1878, Pasteur presented his
support for the Germ Theory of disease before the French Academy of Medici-
ne. In 1879, Pasteur discovered the attenuation of chicken cholera germs, and
proceeded to work out methods of vaccinating for anthrax in 1881 and rabies in
1885.6 Pasteur was not alone in these discoveries. In 1882 his sometimes anta-
gonist, German microbe hunter Robert Koch, isolated the tuberculosis bacillus, a
particularly elusive organism because of its smaller size and resistance to staining
techniques useful on other common bacteria. In 1883-84, Koch identified the
cholera bacillus. Koch also long believed that ostensibly healthy people could
carry disease, a notion that Galdós also subscribed to, as shown below. According
to López Piñero, Pasteur’s and Koch’s ideas were disseminated in Spain early on,

5
For in-depth discussion of diseases in Fortunata y Jacinta (including the miasmatic environ-
ment of Las Micaelas) see Larsen, Fuentes Peris, McKinney (YEAR).
6
For an excellent overview of Pasteur’s and Koch’s discoveries, see Waller.
200 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

even though they were viewed with skepticism by many. However, dire need led
to acceptance, led by Spanish bacteriologist Jaime Ferrán «La doctrina bacterioló-
gica acabaría por imponerse en nuestro país después de la gran polémica en torno
a la vacunación anticolérica de Ferrán en 1885, en la que sirivió de trasfondo más
o menos abiertamente confesado» (López Piñero 672-73).
Galdós had more than a casual understanding of bacteria and infections.
Spain suffered grievous cholera epidemics during Galdós’s lifetime.7 Galdós was
living in Madrid during the 1865 and 1884-85 epidemics, and he wrote jour-
nalistically about both. While in his 1865 text Crónica de Madrid he dedicates a
few pages to cholera, during the 1884-85 epidemic Galdós composed a series of
articles (collected in Cronicón (1883-1886) in which he describes in detail various
competing theories about cholera’s etiology and its anxiously sought for cure.
Throughout these articles, Galdós shows cautious respect for some figures in the
medical community, yet skepticism about the efficacy of many of their attemp-
ted cures, as well as pessimism about their research methods and debates—«los
contagionistas y los anticontagionistas dan una batalla cada día, tan sin fruto,
que más valdría que se fueran a sus casas» (Cronicón 74). He also displays a clear
awareness of available knowledge about microbes and how they interact with
human bodies (individually and in communities).
Galdós’s thoughts on the microscopic components and invaders of human
bodies color the ways he characterizes individuals and societies in his novels.
Character and infectious diseases share reciprocal influences in Galdós, as can be
seen in anthropomorphic descriptions of germs and in characterizations of hu-
mans as germ-like. Germs and a variety of other creatures and objects resembling
germs «infect» many of Galdós’s characters, causing all manner of unpleasant yet
memorable symptoms. Also, the microscopic observations undertaken by medi-
cal researchers during the cholera epidemic resemble the perspective and proces-
ses adopted by Galdós’s realist narrators. These connections between scientific
and medical discourses and realist depictions of character illustrate not only how

7
Cholera, known as the «viajero de Ganges» or «el hijo de Ganges,» first entered Spain in 1833
in the Atlantic port of Vigo. 300,000 Spaniards died of cholera in 1833-34. In 1853, again arriving
in Vigo and then in Barcelona and travelling down the coast and throughout Andalucía, 236,000
fell that year, with the case mortality rate in Madrid reaching 50%, with 50 people dying each day.
In July 1865 cholera returned, this time by way of Valencia, leaving 120,000 dead. In a single week
in October, 2900 madrileños died. In 1884, cholera arrived on a passenger ship from Oran, and
spread from Alicante to Granada, Valencia, and Zaragoza. 120,200 died in that epidemic, but the
case-mortality rate improved to 28%, due to important epidemiological advances. Robert Koch
had discovered the cholera bacillus in 1883, and throughout 1884-85 scientists were steadily wor-
king on remedies. Jaime Ferrán created a successful vaccine, which the relatively unknown Santiago
Ramón y Cajal, among others, was asked to evaluate. The work was tremendously effective--during
the final outbreak, in 1890, only 4,000 people lost their lives (Kohn 316-18; Stannard 38-40;
McKinney 30-31).
Dale J. Pratt 201

Galdós could incorporate current events and ideas into his writing but how his
ruminations on infection, germs, and communicable diseases expanded his un-
derstanding of what it meant to be human and outfitted him with further tools
and imagery for creating characters.

2. Microscopic Realism

In the prologue to Niñerías (1889), Dr. Manuel Tolosa Latour’s book on sto-
ries of childhood illness, Galdós compares medical observations and descriptions
with the observing eye of the realist narrator. Doctors observe more completely,
but have no interest in writing literature:

los más [de los médicos] viven siempre apartados de toda tentativa de este
género [la literatura], callándose muy buenas cosas, archivando experiencias y
casos que nos serían muy útiles a los que tenemos por oficio el pintar la vida
y el dolor» (1256). Lacking the diagnostic tools of medicine, especially mi-
croscopy, realist authors necessarily confine themselves to the moral nature of
human beings: «estudiamos nuestro asunto menos directamente que el médico,
a mayor distancia de la verdaderas causas, y fijándonos en la naturaleza moral
antes que en la física» (1256). Galdós affirms that medicine holds the key to
moral nature as well, and for this reason, he is attracted to medicine: «vivo en
continua flirtation con la Medicina, incapaz de ser verdadero novio suyo, pues
para esto son necesarios muchos perendengues; pero la miro de continuo con
ojos muy tiernos...» (1256).

Yet in Cronicón, as Galdós chronicles the search for a vaccine and a cure for
cholera, we find the realist observer studying and weighing out the microscopic
observations and theorizing of others. This journalistic incursion into the world
of bacteriology and medicine has deep resonances with ideas and images Galdós
had been exploring for several years before the 1884-85 cholera epidemic. In
fact, we might even discern in Galdós’s interest in characterizing the cholera ba-
cillus the logical extension of his tendency to characterize his fictional creations
through the accumulations of minute, sometimes seemingly meaningless details.
Though the cholera epidemic and the debate about Ferrán’s vaccine represent
high-stakes reality, in the end Galdós’s voice sounds the same as in his novels. If
the medical-style vision helps an author in understanding «la vida y el dolor,» an
author’s experiences characterizing life and its pains in fiction facilitate his com-
prehension of the microscopic realities best known by medicine.
Galdós devotes the initial pages of Cronicón to comparing France with Ger-
many, using terminology associated with disease and hygiene. He reports that
some say of Paris, «la higiene y la policía del continente exigen que se desinfecte
202 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

esa zona de Europa» (13), but that others speak of German ideas as a disease: «la
filosofía germánica es la enfermedad encefálica de una raza» —with «el cáncer del
socialismo» devouring its innards (16). Yet when his journalistic record focuses
on describing medical debates around the 1884-85 cholera epidemic and the ulti-
mately successful search for an effective vaccine, Galdós turns from using diseases
as vehicles for metaphors about politics to the inverse: using metaphorical tenors
illustrated by anthropomorphic imagery. As he characterizes the antagonist of
his story— «[el] famoso microbio, origen y simiente de la temida enfermedad,»
he admits that its nature and effects are still mostly undefined: «ser tan pequeño
como maligno, que unos tienen por vegetal y otros por animal. Sea lo que quiera,
el tal es de lo más malo que la divinidad ha echado a este mundo para castigo
de nuestras culpas» (24-25). In the 1865 text, Crónica de Madrid, he does not
hesitate to use cholera as a vehicle for caustic social critique—» la caridad nea
atribuye la visita del cólera a una venganza del Creador del mundo […] creyendo,
sin duda, que el que envió las plagas a Egipto no cree suficiente para castigar la
moderna sociedad la plaga nea que hoy invade, corroe, apolilla, destruye, pudre,
descompone las sociedades donde inocula, como la culebra, su mortífero veneno»
(Crónica de Madrid 1311). In the Cronicón articles, however, he is much more
matter-of fact, and for the most part avoids ancillary commentary although he
does sardonically point out that the priestly custodian of miraculous oil supposed
to cure the disease himself succumbed to it (217). Galdós ostensibly exercises care
in his word choice in an article about José de Letamendi’s research,8 he states that
although the lab contains what he calls «un verdadero rebaño de diferentes tipos
de microbios» the metaphor really obscures their nature: «es impropio el término
rebaño, pues parece resuelto ya por la ciencia que las bacterias no son animales,
sino vegetales bien definidos, plantas elementales dotadas de movimiento y per-
tenecientes a la familia segunda del orden primero de las algas» (38). Despite
positing cholera to be on the microscopic level some sort of plant, Galdós uses
a variety of anthropomorphizing metaphors for the cholera bacillus throughout
the articles, in passages which sometimes sound almost like Ramón y Cajal’s own
descriptions of cells.9 For example:

En todos los líquidos de nuestro cuerpo nadan, haciendo graciosas curvas,


infinitos seres de esta clase, cuya misión es perseguir las sustancias nocivas que
pudieran inficcionar dichos líquidos. Hacen papel semejante al de los gorriones

8
In his lengthy Plan de reforma de la patalogía y su clínica (1878), Letamendi had articulated his
«anatomía simbólica,» illustrating how components of the outside world («el Pericosmos») came to
be incorporated within a human body («el Endocosmos») —basically, the model for infection by
bacteria. In Cronicón, Galdós appreciates Letamendi’s insights without giving him the unmerited
praise that Baroja later satirizes in El árbol de la ciencia (see Pratt, «José de Letamendi» 41-49).
9
See Pratt, Signs of Science, chaps. 3 and 4
Dale J. Pratt 203

limpiando los campos de la destructora oruga. Si estos tales microbios, a quie-


nes desde luego daremos el nombre de amigos, perecieran, moriríamos instan-
táneamente. Ellos son nuestros defensores de la misteriosa lucha entablada en
las profundidades de lo infinitamente pequeño. Nuestro cuerpo es su campo;
ellos nos lo defienden, al paso que realizan las condiciones de su vida. (38-39)

Like the multitudes of fictional characters to whom he gives life, even


Galdós’s microbes have diverse natures and what might even be termed interests:
«no todos los microbios son dañinos. Con estos seres, que ahora están dando
tanto que hablar, pasa como con los ángeles; es decir, que los hay buenos y malos»
(37). Some microbes serve to «purgarnos de influencias nocivas y pecaminosas,»
while others are «criados para ofendernos y llevarnos a nuestra perdición» (37).
Galdós telescopes outward from the anthropomorphized processes of cells to
see Madrid as a body with its inhabitants as cells or germs. Just after the deadly
second week of October, 1865, he writes: «Ya Madrid ha entrado en el período
de su convalecencia. Felizmente, las dosis de azufre y de fenianato de amoníaco
producen paulatinamente una salutífera reacción en su aterido cuerpo» (1310-
11). As part of his novelistic explorations of the self and its interactions with the
social world, Galdós regularly echoes Virchow’s famous comparison of human
individuals in society with cells in a body. When the invisible world of bacteria
became more accessible to observation and manipulation by humans, human
beings came to be seen as increasingly germ-like, and were more frequently repre-
sented as infected or as carriers of infectious diseases, this not only at the literal,
physical level, but also on the level of the psyche, with ideas and personalities
sharing attributes with infections and germs. Throughout his novels of the 1880s
and early 1890s, Galdós frequently compares humans and their ideas to germs.
In Galdós’s novelistic world, thoughts and ideas regularly appear as living
creatures, a shift from tradition depictions of ideas as miasmas or as somehow
merely «in the air.» In his delirium, the narrator of La novela en el tranvía (1871)
conjures up novelistic events and characters to infiltrate the real world, including
his creation of the evil Mudarra who appears in the trolley seat across from him.
Benina’s don Romualdo from Misericordia and the speaker who says «yo no exis-
to» in the first and last chapters of El amigo Manso represent the most perfectly
human-like fruits of mental labors, but Galdós also depicts thoughts as various
other types of life, including germs. In Tormento, when Rosalía de Bringas sees
the mature but wealthy Agustín Caballero next to her young daughter, a thought
about how much better life would be if the daughter were a little older and Caba-
llero ten years younger suddenly becomes a living creature: «Era tan enérgico, tan
vivo, este pensamiento, que la ambiciosa dama lo veía fuera de sí misma, cual si
tomase forma y consistencia corpóreas. La tarde caía, el comedor estaba oscuro. El
pensamiento revoloteaba por lo alto de la sombría pieza, chocando en las paredes
204 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

y en el techo, como un murciélago aturdido que no sabe encontrar la salida» (Tor-


mento 48). While that bat-like thought flits about, Rosalía also has another, more
insidious thought, that perhaps, should Bringas for some unfortunate reason pass
away before his time, she could bring herself to marry Caballero. Here we see the
«germ» of Rosalía’s eventual unfaithfulness to Bringas. Indeed, the words almost
seem to describe a bacterium or a virus: «este pensamiento estaba tan agazapado
en la última y más recóndita célula del cerebro, que la misma Rosalía apenas se
daba cuenta de él claramente» (Tormento 48). The thought resides in Rosalía’s
mind, but is not really a part of it--it is a tiny product of but a single, hidden cell.
Galdós’s sometimes all-seeing narrator can bring Rosalía’s thought to light, but
only through surgery: «helo aquí sacado con la punta de un escapelo más fino que
otro pensamiento, como se podría sacar de un lagrimal un grano de arena con el
poder quirúrgico de una mirada» (49). This scene ends with Bringas’s return and
call for light, a foreshadowing of the blindness he will suffer throughout the du-
ration of Rosalía’s almost incessant shopping in the following novel, La de Brin-
gas. It also serves as a call to see the Rosalía’s ideas with clarity, as if the surgeon
or the caver needed more light to examine the cell or the bat. These examples
highlight several changes in the way Galdós depicts ideas using pathological ima-
ges. Rosalia’s thoughts live independently of her, with their own lives and at least
in the case of the bat-like thought, their own purposes. Rosalía carries the second
thought around submerged deep in her mind, and though it colors her activities
and foreshadows her downfall, Rosalía remains unaware of it. She is an infected
carrier, who, like Tristana after her, will suffer terribly because of her infection.
In the nineteenth century, the word «virus» was often used as a synonym for
«germ.» Máximo Manso speaks of habits of thought as viruses: «Me daba tanta
lástima de turbar la paz de aquel virginal espíritu [Lica], inoculándole el virus de
la desconfianza, que decidí respetar su condición ingenua, más propia para la vida
en las selvas que en las grandes ciudades» (El amigo Manso 67; emphasis mine).
In La de Bringas, Francisco Bringas believes that school infected Paquito de Asís
with «el virus revolucionario» and the pestilential krausismo (240). However, la-
ter in the book Paquito feels a symptom of strange joy at the start of the Glorious
revolution, and attributes it to the revolutionary air of the capital: «No acertaba
a comprender la causa de ello; pero era, sin duda, que su alma no había podido
precaverse contra el alborozo expansivo de la capital, y lo había respirado como
los pulmones respiran el aire en que los demás viven» (273). From Bringas’s point
of view, «el alboroto expansivo» would be a miasma. Tormento and La de Bringas
might best be seen as transitional works in the way Galdós expresses his ideas
about miasmatism and germs because although the novels are set in the mid-
1860s, the narrator tells his story in 1884, after Galdós had accepted the ideas of
Pasteur and Koch.
Dale J. Pratt 205

The interplay between microscopic and macroscopic entities resolves the


longstanding problem of why Felipe Centeno does not often appear in his epon-
ymous novel. In her illuminating essay «Looking for the Doctor in the House,»
Hazel Gold discusses the noted absence of Felipe Centeno from his own text.
She writes: «the real novel of Centeno’s exploits and those of his acquaintances,
we are told, is not to be found within the text of Part 1 of El doctor Centeno but
rather somewhere outside of it or beyond it, either in Part 2, or in the subsequent
Novelas contemporáneas, or perhaps even in the germ of another, ultimately un-
written work […]». Gold continues «neither individually nor together do the
two books deliver the promised novel of young Felipe» (221; see also Ribbans,
«Amparando»). The key to Felipe’s absence can be found in the novel’s first para-
graph. Felipe climbs the steep hill up to the Observatory at the southwest corner
of the Retiro park. The huge telescope allows observation of far-distant celestial
objects, but a human observer standing next to Felipe sees nothing in him. The
narrator tells us: «es […] un héroe chiquitito […] tan insignificante, que ningún
transeunte, de estos que llaman personas, puede creer, al verle, que es de heroico
linaje y casta de inmortales» (9). Felipe is much more like a bug, something too
small even to be collected or examined: «porque hay... héroes más o menos tallu-
dos que, mirados con los ojos que sirven para ver las cosas usuales, se confunden
con la primera mosca que pasa o con el silencioso, común e incoloro insectillo
que a nadie molesta, y ni siquiera merece que el buscador de alimañas lo coja para
engalanar su colección entomológica» (9). Felipe is ostensibly absent from his no-
vel because he is microscopic. Felipe (and the narrator observing him observing)
models how the reader is to observe. When he reaches the top of the hill, Felipe
carefully examines a cigar he is about to smoke, giving attention to minute details
«observa la rígida consistencia de las venas de su capa, admira su dureza, el color
verdoso de la retorcida hierba, toda llena de ráfagas negras y de costurones y cica-
trices como piel de veterano» (12). Felipe gets even closer: «parece, por partes, un
pedazo de cobre oxidado, y por partes, longaniza hecha con distintas sustancias y
despojos vegetales» (12). The implication, here as in the description of Francisco
Bringas’s hair picture in La de Bringas, is that in fictional narratives, objects and
even characters can be divided and subdivided into increasingly minute parts,
eventually to evanesce. However, as mentioned above, Felipe barely merits the
attention of the realist observer.
If Felipe Centeno lives on the scale of a tiny bug, then the large telescope
towards which he climbs —an instrument Gold says is «scrutinized and transfor-
med into an object of observation» (228)— can be re-envisioned as a microscope.
In Leopoldo Alas’s La Regenta, Fermín de Pas’s telescope helps him «imaginarse a
los hombres como infusorios» (104) from the tower of Vetusta’s cathedral. Fermín
dedicates himself to «aquella inspección minuciosa, como el naturalista estudia
206 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

con porderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos» (105), and his telesco-
pic/microscopic vision secures him great power. Felipe Centeno is the opposite
of Fermín de Pas, though, because while Felipe Centeno «observaba todo» and
«nada perdía su activa penetración... su instintivo examen de las cosas» (El doctor
Centeno 24), the microscope/telescope does not belong to him. He remains a
(tiny) observer and object of observation who readily disappears from the field of
vision of the narrative.
Other characters in El doctor Centeno benefit from the reader’s attention to
the processes of fermentation, infection and disinfection. The novel associates
two other characters with wine and the microbes which ferment it —don Floren-
cio Morales and Alejandro Miquis’s «tiíta» Isabel Godoy de la Hinojosa. Morales
will not drink wine— his friends know him as a great conniseur of waters, and
he prides himself on being able to identify the origen of a sample of water upon
tasting it: «Era hombre de gran sobriedad, enemigo de las bebidas espirituosas
y aun de la horchata de cepas; muy inteligente en aguas; de estos catadores de
manantiales que distinguen con admirable paladar el agua de la Fuente del Berro
de la Alcubilla y en cuentran diferencias notables entre la de la Encarnación y la
del Retiro» (36). He sips a glass of water, savoring it much like a wine-taster. His
friends joke that his drinking habits support all manner of swamp creatures in
his belly: «se reían de Morales, considerándole el estómago lleno de ranas, sapos,
anguilas y otras diversas alimañas acuáticas» (86). Of course, the irony here is
that don Florencio’s care in selecting his water keeps him safe from microscopic
entities far more dangerous to humans than frogs and toads —such as the cholera
bacillus which spreads though contaminated drinking water.
Alejandro Miquis says his great aunt Isabel Godoy de la Hinojosa is so old
that «[ella] era contemporánea del protoplasma» (El doctor Centeno 128). The
woman has a number of obsessions, most centered on cleanliness —she is very
much like Tristana’s mother, Josefina, who is constantly washing and disinfecting
things (see below). The protoplasmic Isabel extends her scruples about cleanliness
to her food. She refuses to eat beef, and «cuando se dignaba admitir en su cocina
medio cabrito, o recental, o bien gorda gallina, lo lavaba tanto y en tantas aguas,
que le hacía perder toda sustancia» (129). And she refuses wine: «el vino no lo
probaba, por ser de las cosas más sucias que existen» (129). Perhaps she dislikes
the idea of someone’s feet stomping grapes in a winevat, but the real «filthiness»
of wine obtains at the microscopic level. Though the narrator makes no mention
of Pasteur and nothing in doña Isabel’s character sketch indicates she might have
any knowledge of him, Galdós knew all about him. In 1857, Pasteur set forth
the Germ Theory of Fermentation, and in 1865 publicly advocated the pasteuri-
zation of wines and beers. It is no coincidence that the word «fermentación» ap-
Dale J. Pratt 207

pears in the first paragraph of the novel.10 Though Morales appears to be a crank,
and Isabel a crazy old woman, their idiosyncrasies happen to align them with the
most advanced medical science of her day.
Galdós employs microscopic realism throughout his fiction to create his
hosts of characters. An individual’s character is a set of habits, the virtues and
vices acquired through the repetition of actions, as conditioned by nature. Cha-
racter, as a function of habits of the soul, thus constitutes our «second nature.» If
character is a habit (or a set of habits), then characterization in fiction is a habit,
first practiced by the narrator and then by the reader, of noticing certain words
in patterns associated with particular characters. By habituating the reader to
sets of words, in particular combinations, the characters become knowable as
figures discrete from the surrounding milieu of words. Don Florencio becomes
associated with clear water, doña Isabel with cleanliness and disinfection, and Fe-
lipe Centeno with microscopic significance. The repetitions with subtle variations
build sets of words into lives, just as Felipe’s teacher’s calligraphy —complete with
anthropomorphic letters, each with its own personality— spells out the teacher’s
name and character for us: José Ido del Sagrario (El doctor Centeno 44-45).
The hair picture at the start of La de Bringas similarly evinces the microscopic
vision and the effects of minute details, so important in characterization, that
when taken as a whole give us the big picture of the character or setting: «En las
tintas muy finas, Bringas había extremado y sutilizado su arte hasta llegar a lo mi-
croscópico» (La de Bringas 17). The finely clipped hair turned into «cuerpecillos
que parecía moléculas» (17). The microscopic hairs in Bringas’s cenotaph parallel
the novelistic details or habits of phrases that together form a portrait of a charac-
ter or a place: «el artista había querido expresar el conjunto, no por el conjunto
mismo, sino por la suma de pormenores, copiando indoctamente a la Naturaleza»
(9). Of course, Francisco Bringas’s attention to detail —«habíalas tan diminutas,
que no se podían ver sino con microscópico» (9)— literally blinds him, making
him oblivious to Rosalía’s infidelities.11 But the painful irony of the situation
depends on the ultimate validity of focusing on details as a means for discerning
character —if Bringas would only pay attention to the clues in his wife’s behavior,
then the novel would end differently.
The action of Lo prohibido, Galdós’s next novel, occurs in the early 1880s,
more than a decade after the «Gloriosa» revolution recounted at the end of La
de Bringas. The core of the novel is economic collapse, mirrored in the moral

10
Felipe is «un héroe más oscuro que las historias de sucesos que aún no se han derivado de la
fermentación de los humanos propósitos» (9).
11
Despite the mob’s blinding rage during the sack of Manuel Godoy’s palace in Aranjuez, Ga-
briel Araceli finds a piece of decorated armor «en cuyo peto y casco se veían batallas microscópicas»
(El 19 de marzo y el 2 de mayo (1873) 359).
208 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

bankrupcy of the Bueno de Guzmán family. Wadda Ríos-Font uncovers in Lo


prohibido Galdós’s efforts at economic realism, with the novel providing «the ideal
vehicle for... experimentation with both economic content and economic form»
(167). She views the characters as «items that don’t add up to a balanced accou-
nt,» their fictional subjectivity being implausible (176). This model underscores
Galdós’s deep understanding of the economic realities of his day. An additional
set of unhealty pseudo-economic exchange also takes place in the transmission
of germs in the novel. Lo prohibido furnishes multiple proofs that germs were
on Galdós’s mind during the composition of the novel. Galdós wrote the novel
during the months he was also reporting on the 1884-85 cholera epidemic, and
many of the characters suffer mortal illnesses in the novel, albeit not from cho-
lera. James Whiston writes: «Lo prohibido es con toda probabilidad la novela gal-
dosiana en que más hay una abundancia de enfermedades, reales o imaginarias»
(109). Whiston rightly views «la omnipresencia de la enfermedad» in the novel as
pointing to a perhaps fatal illness in sector of Madrid’s society «... minada en sus
cimientos por una confusión de principios tan arraigada que es, en la ficción de
Lo prohibido, casi totalmente endémica y poco susceptible a programas o recetas
de curación» (109). Interestingly, the novel boasts many passages paralleling the
aforementioned techniques of relating ideation to living creatures or infectious
microbes, replacing metaphorical miasmatism with contagionism, and represen-
ting characters living in good health due to their dedication to physical and moral
hygiene and disinfection.
José María Bueno de Guzmán, the first-person narrator of Lo prohibido, of-
ten describes thoughts and ideas as living creatures having physical effects on tho-
se who think them. When he considers leaving Madrid to overcome his feelings
for his cousin Eloísa, he cannot decide the exact date of the move: «este detalle
era el que me hacía cosquillas en el cerebro, no dejándose coger. Se me escapaba,
se me deslizaba como un reptil de piel viscosa resbala entre los dedos» (204).
His idea recalls Eden’s serpent. Later, when José María’s memory fails him, he
decribes ideas flying from his mind «en figura de mosquitos» (579). His confused
love affairs with Eloísa and her sister María Juana cause him to start losing his
mind, as metaphorical plants overpower his reason: «el maldito amor habíame
trastornado el seso, sembrando en mi cerebro un berenjenal» (580). María Juana
berates him for failing to cover a debt: «¿Qué grillera tienes dentro de esa cabeza?»
(580; «grillera» means bedlam but also a cageful of crickets). Words and ideas also
resemble the sprouting seeds that gave their name —«gérmenes»— to infectious
microbes: «En mí renacía de súbito el hijo de mi madre, el inglés, que llevaba en
su cerebro, desde la cuna, gérmenes de la cantidad y los había cultivado más tarde
en la práctica del comercio» (2961, emphasis mine). Likewise emotions: «eché de
ver que llevaba en mí el germen de una pasión nueva» (353).
Dale J. Pratt 209

José María also makes many references to possible miasmas, metaphorical


and real. When Pepe Carillo, Eloísa’s cuckolded husband, falls ill, José María vi-
sits his sickroom, which is filled with the stink of laudanum, a sign of «la pasada
batalla entre la química y el dolor» (286). Overcome by «un secreto miedo supers-
ticioso» (286) because of his betrayal, José María focuses the steaming bath in the
center of the room: «el baño despedía un vapor tibio que me sofocaba, como si
el dolor [de Pepe] que se había disuelto en el agua se exhalara en ondas y viniera
a mugir en mis oídos y a acariciarme la piel» (287). Pain floats in the vapor. El-
sewhere, José María characterizes the words of the Minister of Public Works as if
they were miasmatic sources: «palabras estercolosas, todas las materias de lenguaje
en descomposición, que manchan, apestan y fecundan» (387; cf. Jacinta’s opinion
of Ido del Sagrario’s imagination). Late in the novel, when Eloísa falls ill, José
María finds visiting her to be suffocating, and mixes metaphors of miasmatism
with disinfection: «la atmósfera de la alcoba era espesa, repugnante; ambiente am-
biente de enfermería que se hace irrespirable para todo el que no lo acometa con
el desinfectante de la abnegación y del amor» (485). Again, words are miasmatic;
when Eloísa speaks, «con las palabras salía del lecho un vaho infecto y pesado»
(485). But José María’s words also infect —he lies repeatedly to Eloísa during the
visit, because he has long ago ceased to love her: —Tienes poca fiebre— le dije,
observando que tenía mucha y que las pulsaciones eran muy irregulares» (485).
José María punctuates this lie by repeatedly kissing Eloísa’s hand; as in the exam-
ple from Torquemada en la hoguera, he fears the vapors, not physical contact. The
stricken Eloísa, however, now living with a terminal illness, is more familiar with
germs and disinfection, and encourages him: «puedes besarla sin cuidado […]
Cuando supe que estabas aquí, hice que Micaela me las lavara» (486). Her belief
in disinfection mirrors her understanding of inoculation; earlier in the novel El-
oísa had contemplated a monumental remodeling project that included scotias
decorated with important figures «representando todos los ideales del mundo
antiguo y los prodigios del moderno,» including the figure of Edward Jenner, the
pioneering discoverer of the smallpox vaccine (265).
Eloísa’s youngest sister, Camila, successfully repulses all of José María’s ad-
vances, a feat attributable, at least metaphorically, to her attention to health and
disinfection. Presciently, she calls José María by the nickname «Tísico» (373), a
metaphorical diagnosis that keeps her protected from his efforts at seduction. Her
behavior —what might be called her «moral hygiene»— stands at odds with the
loose morality of society; her disregard of José María’s flirtations inoculates her
against them. Camila also bathes several times a day, a practice to which José Ma-
ría attributes her robust health: «Era fanática por el agua fresca, y salía del baño
más ágil, más colorada, más hermosa y gitana» (373). She forces her husband
Constantino (who himself also has a strong constitution) to undergo «hidrote-
210 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

rapia,» detailed in a page-long description of her violently scrubbing and rinsing


him (373-74). Augusto Miquis, Constantino’s brother and an excellent doctor
renowned throughout Galdós’s novelistic world, characterizes his brother as suffe-
ring from «los vicios de la tontería» —an inability to navigate treacherous Madrid
society— but adds that Camila has cleansed him: «estos vicios que no dañan el
alma y son como la suciedad, que con el agua se limpia. Camila le ha lavado, y
hoy es todo oro de ley, mal labrado, pero fino» (564). When, because of the in-
nuendo of others she later suspects Constantino of unfaithfulness, Camila thinks
she literally can smell it on him, like a malodorous pestilence or miasma: «le olía
la cara, el pecho, le olfateaba como los perros, diciendo: "Sí; no me lo niegues...
¿No te da vergüenza, truhán? Traes pegado el tufo o el bouquet podrido... Lárgate,
quítate de delante de mí, no me pegues esa peste... no quiero más hombre, me
emancipo, me adulterizo..."» (511). Although the couple’s first child, Alejandro,
dies in infancy, at the end of the novel Camila is pregnant again when José María
on his deathbed decides to name her unborn child his heir. This decision seems to
affirm for nearly everyone the erroneous assumtion that José María has fathered
the child. However, Camila cares little for social convention and accepts the mo-
ney: «si te empeñas en ello y me nombras tu heredera, no haremos la gazmonería
de rechazarlo por una papa o calumnia de más o de menos. Nuestra conciencia
está en paz» (619). According the corrupted mores of Madrid’s high society, José
María’s bequest codes Camila as fallen woman, but she attributes his generosity
to her good conduct and moral health: «Si algún estupido sinvergüenza cree que
me dejas tu fortuna por haber sido tu querida, Dios, tú y yo sabemos que me la
dejas por haberme portado bien» (619-20). The novel ends when she gives birth
to not one, but two, healthy babies, symbols of the vitality and unsullied moral
conduct of Camila and Constantino.
One of the key insights in the debates over miasmatism and contagionism was
that microscopic organisms independent of ourselves (i.e., bacteria) could infiltrate
and flourish within our bodies. Germs are real entities, and human beings need to
prevent germs from infecting us whenever possible; when that is not sufficient, we
need somehow to combat them within our bodies without killing ourselves in the
process. The thematic thrust of Lo prohibido follows a similar etiology. In a moment
of moral lucidity, José María envisions Madrid’s environment, physical, social and
moral, as never-ceasing processes of assimilation and rejection of ideas, behaviors
and physical elements belonging to others or to no one:

me ocurrió que la vida es un constante trabajo de asimilación en todos los ór-


denes; que en el moral vivimos porque nos apropiamos constantemente ideas,
sentimientos, modos de ser que se producen a nuestro lado, y que al paso que
de las disgregaciones nuestras se nutren otros, nosotros nos nutrimos de los in-
finitos productos del vivir ajeno. La facultad de asimilación varía según la edad
Dale J. Pratt 211

y las circunstancias; en las épocas críticas y en las crisis de pasiones adquiere


gran desarrollo. (558)

The disintegration of the self leads to its fragmented integration into other
people (Ríos-Font’s implausible subjectivities); our words, ideas, moral habits and
even our physical bodies feed the minds, behaviors and bodies of others. What
José María calls «los infinitos productos del vivir ajeno» clearly includes a vision
of infectious ideology; his cousin Raimundo feels similarly: «Raimundo hablaba
también de esto, y lo expresaba de una manera gráfica diciendo: —El alma es
porosa, y lo que llamamos entusiasmo no es más que la absorción de las ideas
que nadan en la atmósfera» (558). The ideas themselves, not the air that contains
them, are the germs infecting our porous souls.
Galdós has little to say about built-up —or acquired— immunity. For him,
innoculation is the injection of foreign substances and nothing more, as in the
chapter from El amigo Manso titled «La llevaba conmigo»: «Era como si la natu-
raleza de ella hubiera sido inoculada milagrosamente en la mía» (105), or with
Pedro Polo’s harsh teaching methods in El doctor Centeno: «Polo no enseñaba
nada: lo que hacía era introducir en la mollera de sus alumnos, por una operación
que podríamos llamar inyecto-cerebral, cantidad de fórmulas, definiciones, reglas,
generalidades y recetas científicas, que luego se quedaban dentro indigeridas y
fosilizadas» (1331). However, diseases and their treatments, germs and the drugs
used to treat the symptoms they cause, all can ironically intermingle, sometimes
sharing origins and properties. Galdós himself recalls this irony in Cronicón: «El
pensamiento de curar los estragos de un mal con el mal mismo no es nuevo en
medicina. Lo prueban la variolización y la sifilisación para evitar con la mis-
ma enferemedad benigna el desarrollo de la maligna» (179-80). Máximo Manso
suggests that Tifus’s odes, like medicines from the pharmacy, induce sleep and
paralyze the muscles, and his ballads can remove boils (El amigo Manso 73). But
Sainz de Bardal’s poems also have noxious effects: «este tipo […] aún suele visi-
tarme y regalarme alguna jaqueca o dolor de estómago» (74). Inoculating an indi-
vidual with «good» (i.e., attenuated) germs should, in theory, protect that person
from the «bad» germs. However, inoculation can be ineffectual or even deadly.

3. Feminine Infection of Language: «Tú eres y yo ero»

The Torquemada novels (1889, 1893-1895) and Tristana complete Galdós’s ex-
positions about ideas as bacteria.12 In Torquemada en la hoguera, servant Tía Roma

12
For a careful analysis of Galdosian representations of actual (not metaphorical) epidemics in
the Episodios nacionales and Nazarín, see Parrón.
212 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

refuses to accept Torquemada’s bed as a charitable gift; she fears Torquemada’s ideas
have infected or infested the bed (if the sleep of reason engenders monsters, what
happens when a monster like Torquemada sleeps?):

No, no quiero los colchones, que dentro de ellos está su idea..., porque
aquí duerme usted, y por la noche, cuando se pone a cavilar, las ideas se meten
por la tela adentro y por los muelles, y ahí estarán, como las chinches cuando
no hay limpieza. Accionaba la viejecilla de una manera gráfica, expresando tan
bien con el mover de las manos y de los flexibles dedos cómo la cama del ta-
caño se contaminaba de sus ruines pensamientos, que Torquemada la oía con
verdadero furor... ¡Pa que a medianoche me salga toda la gusanera de las ideas
de usted y se me meta por los oídos y por los ojos, volviéndome loca y dándo-
me una mala muerte...! Porque, bien lo sé yo..., a mí no me la da usted. . ., ahí
dentro, ahí dentro están todos sus pecados, la guerra que le hace al pobre, su
tacañería, los réditos que mama y todos los números que le andan por la sesera
para ajuntar dinero. (65)13

Even though Bailón and Torquemada have discussed miasmas earlier in the
novel, Tía Roma rejects the infected object used by Torquemada, who is a carrier
of the «diseases» of avarice and usury.
In Tristana, Don Lope Garrido operates under a complex morality uniting
an old-fashioned notion of «caballerosidad» with sexual licentiousness. In a passa-
ge reminiscent of José María’s notion of identity formation through assimilation,
the narrator ascribes Lope’s activities and attitudes to the benighted morality of
the day: «interpretaba las leyes de aquella religión [la caballerosidad sedentaria]
con criterio excesivamente libre, y de todo ello resultaba una moral compleja, que
no por ser suya dejaba de ser común, fruto abundante del tiempo en que vivi-
mos» (13). As with the other novelas contemporáneas, ideology infiltrates human
consciousness the same way bacteria from the external world permeates the body:
Lope’s (im)moral code, «aunque parecía de su cosecha, era en rigor concreción
en su mente de las ideas flotantes en la atmósfera metafísica de su época, cual las
invisibles bacterias en la atmósfera física» (13).14 However, Tristana differs from
the earlier novels in that ideological infection and disinfection exxplicity provi-

13
Guilt-ridden and racked with disease, Eloísa imagines a similar scene: «una estampa en las
prenderías, en la cual hay uno que agoniza, y salen de debajo de las almohadas bichos muy feos y
asquerosos, lagartos y demonios horribles que lo roen y se lo comen» (Lo prohibido 491-92).
14
Interestingly, even the Golden Age literature that Lope takes for his model depicts women
wary of breathing infected air, as in Calderón’s El pintor de su honra (circa 1640s): Serafina says:
Yo, don Álvaro, no aliento
sin temer que inficionado
el aire de los suspiros
de Don Juan, encuentre (Act III: vv193-96).
The Don Juan whose whispering breath Serafina fears is not, of course, Tirso de Molina’s Bur-
lador
Dale J. Pratt 213

de the foundation for the novel’s action. Ideology no longer arises from «focos
miasmaticos,» but rather from exposure to recognizable contagious agents. In
Tristana, the illness of masculine ideology threatens to infect the lives of all, male
and female alike.
Attempts at disinfection in the novel require enormous energy, and when
not fatal, yield only partial or truncated outcomes. Geoffrey Ribbans describes
the problem: «Don Lope’s polluted and antiquated criterion and conduct are so
widespread and so pernicious in current society that wholesale fumigation would
be required to make it wholesome» (Ribbans, «Persistance...» 88). Despite midd-
ling results, several of the female characters in the book seek to protect themselves
from these types of moral contagion. Tristana’s mother, Josefina Reluz, for exam-
ple, constantly worries about hygiene, always avoiding contact with microbes
and also, symbolically, with men. After the death of her husband, Josefina moves
repeatedly from house to house (a habit that leads to almost immediate financial
ruin). Once she arrives, she continually washes herself, the house, and Tristana.15
Although the narrator never reveals when the action of Tristana takes place, the
novel was published in 1892, long after the acceptance of the Germ Theory. Un-
like the earlier novels, there is no mention of miasmas, and Josefina’s cleansing
mania seems clearly focused on disinfection: «el tiempo corto que mediaba entre
mudanza y mudanza empleábalo Josefina en lavar y fregotear cuanto cogía por
delante, movida de escrúpulos nerviosos y de ascos hondísimos, más potentnes
que una fuerte impulsión instintiva» (19). She seeks security in the newly recom-
mended tactics against germs: «rodeábase de desinfectantes y antisépticos, y hasta
en la comida se advertían tufos de alcanfor» (19).16 Despite constant cleansing,
Josefina does not remain germ-free; she dies of rheumatic fever.
Symbolically, though, Josefina’s obsessions yield good results: Josefina avoids
falling prey to don Lope’s amorous advances by repelling him like a germ. The last
paragraph of chapter two recounts Antonio Reluz’s death and the list of his survi-
vors, Josefina and Tristana, with the word Tristana culminating the chapter. The
first sentences of chapter three, clearly focalized through Lope on Josefina, show
the natural progression of Lope’s thoughts from his friend to the possibilities of
an adventure with his friend’s widow. But Josefina has an effective defense, and it
is not premature old age:

15
Josefina’s frenetic cleansing hearkens back to the Spanish government’s flailing policies du-
ring the cholera epidemic. Galdós writes: «La actividad febril que desplegan los funcionarios más
allegados al señor ministro de la Gobernación, sería de eficaces resultados metódicamente dirigida.
Nunca hemos visto aquí un furor de limpieza semejante, ni un rigor más inflexible para hacer cum-
plir ciertas prescripciones municipales que atañen a la salud públic. Lo malo es que lo que hoy se
dispone y se hace no se haya hecho siempre, porque entonces viviríamos en el mejor y más higiénico
de los mundos posibles» (Cronicón 195).
16
Alcanfor or camphor is an ingredient in insect repellent.
214 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

su envejecer no fue tan rápido y patente que le quitara a don Lope las ganas de
cortejarla... Estaba de Dios, no obstante, que por aquella vez no le saliera bien
la cuenta, pues a las primeras chinitas que a la inconsolable tiró, hubo de obser-
var que no contestaba con buen acuerdo a nada de lo que se le decía, que aquel
cerebro no funcionaba como Dios manda, y, en suma, que a la pobre Josefina
Solís le faltaban casi todas las clavijas que regulan el pensar discreto y el obrar
acertado. Dos manías, entre otras mil, principalmente la trastornaban: la manía
de mudarse de casa y la del ase. (18)

Her obsessions, interpreted by Lope as mental illness, are an effective innocula-


tion against his infected moraltiy. Josefina’s obsessions also evince a clear connection
in her mind between germs and sex: «no daba la mano a nadie, temerosa de que le
pegasen herpetismo o pústulas repugnantes» (19). Even in her food she avoids an-
ything connected with «lo macho»: «no comía más que huevos, después de lavarles
el cascarón, y recelosa siempre de que la gallina que los puso hubiera picoteado en
cosas impuras» (19). Whereas previously she could cite from memory lengthy pas-
sages from Golden-Age plays, such as Calderón’s El mágico prodigioso, Josefina loses
he memory as she descends into mental illness. These symptoms are so off-putting
to don Lope that they keep her free don Lope’s seductions.17
Before she dies, Josefina fails to innoculate Tristana against don Lope, and
Tristana falls to his advances within two months of coming under his care. The
paradigmatic instance of male «infecting» female is, of course, insemination; from
the moment of Tristana’s sexual awakening, the novel traces competition between
don Lope’s masculine discourse and Tristana’s nascent feminism. Chapter four
passes without any direct discourse from Tristana, and she begins to speak in the
third paragraph of chapter five as narrator records a conversation between Tris-
tana and the criada Saturna. The chat moves from complaints about don Lope
to Tristana’s more generalized ideas about marriage and about the possibilities
of liberty for women. According to the narrator in the first paragraph, during
her first months with don Lope, Tristana learns «mil cosas», «sin que nadie le
enseñara» among which we count the ability to dissemble and twist words to her
benefit «a valerse de las ductilidades de la palabra» (28). She learns from Lope,
as he unconsciously infects her with his liberal ideas about marriage: «era que
[…] algunas ideas de las que con toda lozanía florecieron en la mente de la joven
procedían del semillero de su amante y por fatalidad maestro» (28). The narra-
tor confirms the analogy between ideas and infection: «hallábase Tristana en esa
edad y sazón en que las ideas se pegan, en que ocurren los más graves contagios
del vocabulario personal, de las maneras y hasta del carácter» (28). Galdós keeps
Tristana silent until don Lope has had his contagious effects on her character and

17
Calderón’s El mágico prodigioso (1637) depicts how the saintly Justina maintains her virginity
in the face of diabolical seductions.
Dale J. Pratt 215

vocabulary; Tristana’s abortive feminist awakening can only find expression after
she is symbolically infected, and for that reason is doomed. Tristana’s struggle
against Lope’s infected (and infectious) morality reiterates and amplifies Josefina’s
struggle against infection and men.
The entire novel illustrates a struggle between masculine and feminine dis-
course. At first, Tristana communicates almost without speaking; when don Lope
suspects her of having a love affair with the impoverished artist Horacio, «con gestos
más que palabras dio a entender Tristana que le importaba un bledo la pobreza»
(72). Don Lope warns her that he understands her without words: «sin hablar me
lo estás contando» (73). When Tristana confesses to Horacio that she is not ma-
rried, she stumbles over her words: «no estoy casada con mi marido […] digo, con
mi papá […] digo, con ese hombre» (63). In contrast, Don Lope wields language
without regard for the semantic boundaries, and thus can live unconcerned over his
sin: «tú no eres una víctima» he says, and explains «Te miro como esposa y como
hija, según me convenga» (69). His is the power to name. His words turn Tristana’s
food into poison, (and here we remember Josefina’s camphor in her food) —«Du-
rante la comida, don Lope estuvo decidor y echaba chafalditas a Saturna... Seguía
Saturna la broma mientras Tristana se requemaba interiormente, y lo poco que
comió se le volvía veneno» (65-66). Finally, and most menacingly, don Lope’s words
can change themselves, or the realities they refer to, according to his needs: «guarda
tus encantos juveniles para algún otro monigote de estos ahora, sí, de estos que no
podermos llamar hombres sin acortar la palabra o estirar la persona» (73). Sadly, in
Tristana’s case Lope’s words become inverted, with her personhood truncated to try
to fit a word adequately referring to her relationship.
As she becomes more communicative and her words and voice begin to take
up space in the novel, Tristana gains power, relative freedom from don Lope, and
a sense of authority about her own language and body. Don Lope, though always
a looming shadow on the margins, grows silent. As Akiko Tsuchiya explains:
«Tristana’s self-realization as a feminist is virtually inseparable from the act of lin-
guistic mastery, because this self is given to her through language» (342). Mastery
over language appear to open for Tristana a vast panorama of new possibilities.
Tristana’s discourse achieves its greatest expression when Horacio heads to the
coast (to the «botiquín» represented by the ocean, a haven from the intensities of
his affair with Tristana) and she flourishes alone. In her letters, written in isolation
from men, and which appear unmediated by the narrator or by dialogue, she
creates a a new language and with it a new way of considering feminine being.
Not only Tristana’s ideas, but the individual words and neologisms she uses
to express them, convey feminist images.18 She consciously adapts new words to
18
Gilbert Smith locates the source of this lovers’ vocabulary in Galdós’s correspondence with
Ruth-Concha Morell.
216 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

her way of thinking: «quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo
misma y ser mi propia cabeza de familia» (104). She takes English lessons from
«una sacerdota protestanta,» a woman who had served as a protestant minister, un-
til her Evangelical congregation «le cortaron los víveres» (108), (another ominous
foreshadow of Tristana’s fate), perhaps because of the way she preached. Trista-
na begins to sprinkle her letters with English words, many of them taken from
Macbeth. Her favorite character, is Lady Macbeth, another famous handwasher
like Josefina and powerful woman like Tristana: «¡Ay hijo, aquella exclamación
de la señá Macbeth, cuando grita al cielo con toda su alma: Unsex me here, me
hace estremecer y despierta no sé que terribles emociones en lo más profundo
de mi naturaleza!» (113). Finally, Tristana continues in her letters the practice of
inventing new words she and Horacio had started in the art studio. In her letters,
though, she invents with a purpose: «cuando considero la pobreza de palabras,
me dan ganas de inventar muchas, a fin de que todo pueda decirse» (115). Pepe
Ruiz, Saturna’s brother-in-law, who had worked pouring lead into letter-shaped
molds for the presses, once told Saturna that «entre los de pluma todo es hambre
y necesidad, y que aquí no se gana el pan con el sudor de la frente, sino con el de
la lengua» (31), evoking biblical imagery to describe the fallen world of words.
Tristana desires a prelapsarian world, where language and reference are not fallen
and imperfect. There, like Adam, she could go about naming things according to
her own light. As she says: «esta lengüecita mía hace todo lo que quiero» (111).
Her new lexicon, formulated in her letters after her exile from the Eden of her
affair with Horacio (and which she instructs Horacio to note down) deals with
ways of living and knowing. For Horacio, a new lifestyle: «tu rustiquidad»; for
herself, a new adjective: «tu fenómena» (117), a new way of thinking: «mi marisa-
bidillismo» (111), a way to describe female-gendered words she uses: «cuálas» (as
in the phrase, «mis ideas... no sé con cuálas quedarme» (112)), and new verbs for
her way of thinking and for her way of being: «sabo» and «ero» (111). In the last
letter of chapter eighteen she mentions the Leibnizian monad, the absolutely fun-
damental unit of being, but teases Horacio for thinking she has written «monada»
instead of «mónadas». The passage underscores her isolation, because although
she has invented a new vocabulary, she has no interlocutor.
Gonzalo Sobejano has written an excellent study cataloguing the colorful
vocabulary of these lovers, and in which he classifies the phrase «tú eres y yo ero»
among the childish trifles. But «tú eres y yo ero» is a feminist childish trifle because
it treats ideological complexities at work throughout the text. «Tú eres» represents
the otherness of the male interlocutor. The word Tristana chooses to speak of her
own feminine being —«yo ero»— is a childish word, fruit of a mistake only small
children would make. Nevertheless, this word evokes other words and concepts
replete with ideological import. The feminist project can be viewed in part as
Dale J. Pratt 217

an effort to create new modes of existence, thus it is natural that a new langua-
ge formed specifically to express this ontology would include a new vocabulary
of being. «Ero,» the word in Tristana’s language for «I am,» evokes the eros and
sensuality of Tristana’s being before amputation. However, the word shows the
susceptibility of Tristana’s new language to contamination and infection by mas-
culine discourse. «Ero» refers to the being of the woman and her relationship with
her interlocutor. Alas, despite the liberating power promised by a new vocabulary,
«eres» and «ero,» the masculine you and the feminine I, look very similar on the
page, a hint that the new feminine being remains subordinated to the masculine
world with which it dialogues. The very word for feminine being itself acquires a
masculine tinge, as if it were infected by masculine ideology. «Ero», derived from
«eres,» also resembles a masculine noun or adjective. Additionally, and ironically,
it also looks like the imperfect form «era,» hearkening back to the past instead
of towards the future liberated time Tristana envisions. Tristana is therefore not
the new woman but the old Eve, cast from the Garden into the fallen world of
truncated possibilities, pain, and disease.
Much like «Typhoid Mary, Tristana acts as a carrier of the new «illness» of
feminism. First don Lope, then Horacio, feels the affects of her feminism, with
Lope suffering from jealousy and Horacio seeking out the curative powers of the
«botiquín» and his escape to the coast.Later, Tristana herself feels the pain of her
ideas: «ya me tienes con mi plaga de ideítas que me están atormentando» (117),
as if the ideological combat between don Lope’s morality and Tristana’s new being
had become malignant as her language became its most expressive. The chapters
of the novel dealing with the infected leg and the efforts of the male doctors to
save Tristana’s life reverse the direction of symbolic infection. The masculine no
longer infects, but serves as antidote or triaca in the treatment of the contagion
of feminism. The new physical disease and its treatment follows the metaphorical
model of infectious ideology. First, don Lope reinfects Tristana, this time not
with his perverse morality but with a literal infection: «es que don Lope me ha
pegado su reuma» (115). She immediatley assures Horacio that she doesn’t have
venereal disease: «hombre, no te asustes; don Lope no puede pegarme nada, por-
que... ya sabes... no hay caso» (115). Still, she continues to suspect that Lope’s
will has somehow been manifest in her pain: «Pero se dan contagios intenciona-
les. Quiero decir que mi tirano se ha vengado de mis desdenes comunicándome
por arte gitanesco o de mal de ojos la endiablada enfermedad que padece» (116).
From a male perspective, Tristana’s infected leg resolves the problems she and her
feminist discourse represented, because soon after she falls ill, she ceases to write
letters (thereby losing her unmediated conduit for self expression in the novel),
invent words, or even have new ideas: «No sé por la congoja que siento, o el efecto
de la enfermedad, ello es que todas las ideas se me han escapado, como si se echa-
218 Bacteria, Thought and Ideological Infections in Galdos’s Novelas Contemporáneas

ran a volar... Debe de andar revoloteando en torno de mi cabeza [like Rosalía’s


bat]... No quiero alemán, no quiero lenguas, no quiero más que salud, aunque sea
más tonta que un cerrojo» (120). As a carrier instead of a fully realized, «healthy»
representative of feminism, Tristana suffers the «cure» of her disease by way of
amputation. Here we discern the culminating moment in the struggle between
feminism and the ideology of the time: if Tristana wishes to continue to live, she
must cast off her feminist ideas and also her femininity itself. The silence of her
life after the operation represents the victory, however cruel and Pyrrhic, of mas-
culine discourse. Though the ending constitutes a call for a better life for men and
women, the sad phrase «¿Eran felices uno y otro?... Tal vez» (182) shows the need
for a new word. The ambiguity of the phrase implies that such a change might be
possible... if only we could find a new vocabulary of being, from a new discourse,
to describe better, healthier, ways of living.
Galdós’s use of vocabulary associated with miasmatism, contagionism, and
bacteriology, coupled with his realist attention to even microscopic detail, not
only witnesses his attention to pioneering advances in medicine and science
of his day, but also provides a heuristic for close readings of his fiction. When
Máximo Manso attempts to divine what his older brother thinks, «Es curioso
estudiar la filosofía de la Historia en el individuo, en el corpúsculo, en la célu-
la. Como las ciencias naturales, aquélla exige también el uso del microscopio»
(96). What we seem to find as we perform such investigations are thoughts as
independent entities, such as Rosalía’s bat-like thought or the worms and germs
in Torquemada’s bed, and the characters as vessels or carriers of diseases phy-
sical or allegorical. In Galdós’s novelistic world, diseases and their treatments,
germs and the drugs used to treat the symptoms they cause, all can ironically
intermingle, sometimes sharing origins, properties and ultimately, meanings.
Thoughts and ideation vary as widely as miasmas, bats, grains of sand, «mal de
piedra de la cabeza» insects, and germs. Literally or metaphorically, characters
can infect or be infected, and also disinfect, succumb to disease or give birth.
The question of whether Galdós’s characters consist of more than the foreign
thoughts for which they serve as hosts broaches on the global issues of inter-
textuality and the interplay of consciousness, language and selfhood. But we
should not forget that when the speaker who was «Máximo Manso» leaves his
associates, his fictional world, and finally his own name behind, he nevertheless
retains something of his characterhood as he floats around —ever so much like
a bacterium— in his metafictional dream-world. And of course, every one of
Galdós’s characters also resides with that «yo no existo,» each a germ of a person
waiting to reinfect us as we read their stories.
Dale J. Pratt 219

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«¡ESTE HOMBRE ESTÁ LOCO!»
MALFORMACIONES NACIONALES
EN LA ESPAÑA DE FIN DE SIGLO

Sara Muñoz-Muriana
Dartmouth College

Cada hombre lleva dentro de sí un germen de locura


(Ernest Feuchtersleben, 122)

Llamamos loco a todo hombre cuyo modo de pensar y acciones


están en contradicción con el común de los demás
(Zacarías Acosta, 405)

Las décadas centrales del siglo xix fueron testigo en España de la progresiva
transición a una sociedad moderna que, entre múltiples consecuencias a nivel
económico, social, urbanístico y político, posibilitó y fomentó la implantación
y desarrollo de diversos discursos y prácticas de la medicina mental como disci-
plina científica.1 La irrupción de una nueva concepción de la locura, «en tanto
condición individual y responsabilidad colectiva» (Novella 42) hizo que esta en-
fermedad se convirtiera a lo largo del siglo xix en objeto de notable y creciente
interés público, interés que tuvo su eco en la literatura y el arte. Ya desde el siglo
xviii, el tema de los establecimientos psiquiátricos era recurrente en las tertu-
lias de los Ilustrados españoles, especialmente en el marco del potenciamiento
y desarrollo de la Medicina y de las Ciencias a través de una renovación de la

1
El trabajo de Enric Novella, La ciencia del alma. Locura y modernidad en la cultura española del
siglo xix, da cuenta del nuevo rumbo adquirido por la medicina con el advenimiento de la Moderni-
dad y, en particular, de la emergencia de la medicina mental como producto culturalmente asociado
a los tiempos modernos, a los cambios económicos y sociales que se venían produciendo desde el
siglo xviii y a las revoluciones políticas de la época. Ver especialmente su capítulo introductorio
(15-42). Ofrece, así mismo, una nutrida y numerosa bibliografía compuesta de textos de época que
apuntan en esta dirección y contribuyen a contextualizar la locura en el marco de la modernidad.
Para una contextualización más general, véase el artículo de José María López Piñero, en el que
ofrece una trayectoria en la España del siglo xix del cultivo de las ciencias médicas y de los saberes
que sirven de fundamento al sistema médico-científico moderno.
224 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

enseñanza y la educación durante el reinado de Carlos III.2 La locura es igual-


mente un tema recurrente en la obra de Francisco de Goya. En el óleo «Casa de
locos o Manicomio» (1812-19) esta dolencia constituye el eje principal, con un
grupo de enfermos mentales, desnudos y en actitudes diversas, repartidos por
una amplia estancia. De modo parecido, los tonos oscuros, la deformación in-
tencionada, lo grotesco y la desolación en las facciones envejecidas y sin cordura
de las figuras de las catorce Pinturas negras convierten esta enigmática colección
en una fuente esencial para analizar la función tematizadora y formal de la locu-
ra en el artefacto cultural. Goya parece abrir la puerta para que arte y sinrazón
introduzcan su estrecha conexión en el mundo moderno, en el que la locura
es elevada a categoría estética como visión sombría e irracional de la condición
humana. Pensemos en personajes que caminan por obras como Don Álvaro o la
fuerza del sino (1835) del Duque de Rivas, El estudiante de Salamanca (1840) de
José de Espronceda o la novela Pequeñeces (1890) de Luis Coloma. Tópico que
se repite en la literatura romántica más folletinesca, el Romanticismo presenta
la locura como el aislamiento, la vía de escape y la enajenación del hombre
frente a un orden social que le disgusta y que lo margina. Estos son sólo algunos
ejemplos de cómo la locura se convierte en un producto estético característico
de los tiempos modernos, de esa «horrible dolencia que ha hecho la moderna
civilización», como dijera el folletinista Wenceslao Ayguals de Izco en 1845 en
su María, la hija de un jornalero (384).
Sin embargo, en este ensayo no se pretende abordar los estados de enaje-
nación causados por esas obsesiones que asaltaban al sujeto romántico —amor,
desamor, celos, venganza, vicios, exaltaciones o explosiones nerviosas—. No nos
interesa la locura como consecuencia del vicio, una concepción sobre la que con-
tamos con numerosos ejemplos narrativos en la literatura decimonónica (pen-
semos en personajes como Mauricia la Dura en Fortunata y Jacinta o Antonio,
El trapero de Madrid, quienes pierden la razón en momentos de borrachera y de
delirio). Por el contrario, propongo ubicar la locura en el contexto histórico de
finales del siglo xix, etapa más madura del capitalismo en España, para exami-
narla a la luz de las exigencias de una sociedad en plena transformación cultural,
política y económica. Son muchos los estudios que señalan a los tiempos de tur-
bulencia política y social característicos del siglo xix como responsables de un
claro aumento en la incidencia de la locura: «Las enfermedades de los nervios
aumentan en todas las naciones en relación con el refinamiento de sus costumbres
y el nivel de su cultura, de manera que apenas las encontramos entre los pueblos

2
Véase el capítulo IV del libro de Eladio Mateo Ayala, dedicado a locura e Ilustración (81-84),
para una variedad de textos de esta época en los que diversos médicos e intelectuales ilustrados pu-
blicaron trabajos en torno a la locura, melancolía y otras dolencias de la mente.
Sara Muñoz-Muriana 225

primitivos», dirá en 1802 el médico alemán Johann Christian Reil (cit. en Nove-
lla 33). Si, como apuntara Rousseau, el influjo degradante de la civilización hizo
que desde el siglo xviii se produjera un deterioro físico y moral del individuo,
bien podría afirmarse que la locura es el precio a pagar por ser civilizados, tesis
desarrollada por Deleuze y Guattari (40) y que Freud adelantó en 1930 en El
malestar en la cultura. Proponemos dar un paso adelante y analizar la locura como
enfermedad esencialmente moderna, tal y como Franco Moretti entendió esta
dolencia, propia de una sociedad en la que la civilización ha llegado a un ritmo
frenético y vertiginoso, al compás de una serie de «economic waves originating in
the capitalist core» las cuales «strike with unfathomable and hyperbolic violence»
(157), lo que conduce irremediablemente a una conducta irracional y posterior
degeneración del individuo.
Analizamos esta concepción de la locura como dolencia moderna en dos
textos de finales de siglo, Las novelas de Torquemada (1889-1895), de Benito Pérez
Galdós y La espuma (1890), de Armando Palacio Valdés, a partir de dos de sus
personajes quienes terminan su itinerario narrativo asaltados por la sinrazón: el
usurero Francisco de Torquemada y el banquero Antonio de Salabert. Estas dos
novelas están ancladas en la lógica del capitalismo y bien podrían ser consideradas
«finance fictions», haciéndonos eco del título del reciente libro de Arne De Boever
en el que analiza la relación entre psicosis y realismo literario en el contexto de un
mundo dominado por las finanzas. En Torquemada y La espuma, prácticamente
todos los personajes están dominados por relaciones materialistas, por el manda-
to productivo de la compra-venta y por las redes sistémicas del consumo, pero
no deja de extrañar que sean únicamente estos dos individuos, dos banqueros,
negociantes y usureros deshumanizados —«heartless usurer» llamará Moretti a
Torquemada (149)— quienes, todavía practicantes de viejas formas tradicionales
de gestionar el dinero, se vean forzados a habitar un mundo moderno dominado
por nuevos negocios y una nueva circulación del capital, y acaben su existencia
narrativa acosados por la locura.
Personajes cuya existencia vital gira en torno al mundo de las finanzas, Fran-
cisco y Antonio son avaros de antiguo cuño que pugnan por destacar como ver-
daderos hombres del siglo xix y adaptarse a los tiempos modernos. Estas dos
existencias individuales conforman excelentes ejemplos que nos permiten obser-
var el curso de una sociedad que lucha por ser moderna pero que no puede des-
pojarse de sus lazos con el pasado. En efecto, su locura sólo podrá explicarse por
ser la única salida posible a esa «embattled coexistence of capitalism and the old
regime», la cual resulta en una malformación generada por ese extraño «embrace
between the old metaphysics and the new cash nexus» (Moretti 149). Aquí resi-
de precisamente el interés de examinar la locura de estos personajes al calor del
momento histórico en el que viven: «caught in the middle», con rasgos profun-
226 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

damente modernos pero sin poder deshacerse completamente del viejo mundo,
Francisco y Antonio habitan en los márgenes del sistema moderno y, como tal,
son individuos inadaptados y por tanto condenados a desaparecer del espacio
textual y de la sociedad moderna. Es esta vida moderna la que los vuelve locos,
haciéndonos eco de la tesis de Deleuze y Guattari (40), pero es ante todo la impo-
sibilidad de adaptación plena a este sistema que los condena a desaparecer. Quizás
sea por ello que tanto Pérez Galdós como Palacio Valdés elijan implantar la locura
en estos personajes marginales y secundarios (a pesar de ser personaje principal en
la serie de novelas homónimas, Torquemada aparece en la producción galdosiana
como un individuo esencialmente secundario). Pero desde su marginalidad na-
rrativa, estos personajes cumplirán dos propósitos fundamentales para impulsar
hacia adelante el orden narrativo y entender las contradicciones de la vida mo-
derna: por un lado, evidencian la necesidad en el proyecto moderno de sujetos
que se rebelen, que se opongan a la norma y que, contrarios a los modelos de
actuación cultural y socialmente aceptados, se resistan a los agentes representan-
tes de los poderes modernos —político, religioso, médico— garantes del orden y
del mantenimiento de una normatividad social, identificando así la locura como
síntoma de contraorden y de rebelión. Y, por otro lado, la degeneración de estos
sujetos metaforiza una profunda crisis social y política que los autores supieron
elevar a categoría estética por medio del tópico de la locura. Esta dolencia será por
tanto un estigma necesario en una sociedad moderna que necesita de procesos de
disidencia y de poderosas armas de crítica política desde la que abogar e impulsar
el cambio social y abrazar el progreso de los nuevos tiempos.
Un análisis de la degeneración y última sinrazón de estos personajes (y por
extensión, de una sociedad en los márgenes del sistema financiero moderno) o,
en otras palabras, de experiencias subjetivas tal y como aparecen representadas
en dos obras literarias realistas, nos proporcionará información relevante sobre
la realidad objetiva del momento en que estas obras fueron escritas. El realismo,
siguiendo la teoría de Ernst Bloch, debería representar —y nos atrevemos a afir-
mar, construir y problematizar— la experiencia subjetiva trastornada, perturbada
y fragmentada de la vida bajo el capitalismo, y así, «if literature is a particular
form by means of which objective reality is reflected, then it becomes of crucial
importance for it to grasp that reality as it truly is» (Adorno et al. 33).
La espuma (1890) es una novela de Palacio Valdés que ha pasado bastante
desapercibida por la crítica. Gira en torno a la familia del banquero Antonio Sa-
labert, duque de Requena, la cual le sirve al autor para ofrecer una construcción
mordaz y satírica del Madrid de la época; de su aristocracia que, inmovilista,
defensora de la religión y con un profundo sentimiento de casta, todavía se aferra
a dejar de serlo; de la burguesía, que seducida por los prestigios de la nobleza,
no tendrá reparo en degradarse para mimetizar sus hábitos, faltos de ética social
Sara Muñoz-Muriana 227

y de sensibilidad moral; y de las clases trabajadoras, que ya iluminan un cambio


de actitud frente a las clases dirigentes, pero que aparecen todavía definidas por
una relación de opresión y servilismo. Entre una constelación de personajes re-
presentantes de diferentes clases sociales, destaca Clementina, hija ilegítima del
banquero, como principal protagonista del relato, siguiendo la estela de una se-
rie de novelas de inusitado protagonismo femenino que pueblan las páginas de
la novela decimonónica. Joven caprichosa, fría y arrogante, Clementina usurpa
un rol masculino al disfrutar de una agencia económica —gasta y malgasta a su
gusto—, espacial —se mueve con plena libertad, a pie y en coche, por las calles
madrileñas— y sexual, pues casada con Osorio, se entrega a relaciones ilegítimas
con diferentes hombres a lo largo de la novela. Sin embargo, aunque la novela
se presta y pide un estudio de la subjetividad desde una perspectiva de género y
de clase, nos interesa la trayectoria de su padre, el duque de Requena, personaje
secundario que pasa a ocupar un lugar central en la narrativa gracias a sus hábitos
económicos, ilustrando las palabras de Moretti de que «at the margins of capita-
list Europe, the weakness of capitalism as a system leaves much greater freedom to
imagine powerful individuals» (17). En La espuma, la falta de consolidación de las
estructuras capitalistas permite que ciertos individuos periféricos ocupen el cen-
tro del espacio textual, como será el caso del duque. Nacido de baja cuna, Salabert
ha ascendido a la más alta espuma de la sociedad madrileña gracias a sus negocios
de distinta índole, que ha ido sacando adelante a lo largo de los años con enorme
fecundidad, desde estancias americanas donde consiguió reunir «miles de duros»
(Espuma 177), a negocios de tabacos, subasta de carreteras y suministros al Esta-
do. En el espacio textual de la novela, sin embargo, el personaje seguirá haciendo
crecer su capital económico gracias a estafas y a la explotación de los trabajadores.
La ambición económica del personaje camina a la par de un proceso de moder-
nización caracterizado por la concentración y centralización de poder político y de
recursos materiales que tuvo lugar durante el periodo de la Restauración española.
En esta transición a la modernidad, la banca jugó un papel fundamental, tal y como
ha explicado Edward Baker, perceptible en el crecimiento y concentración de capi-
tal y en el posicionamiento de los bancos cerca del poder estatal (79). Salabert, con
sus ansias de pertenencia al mundo moderno, representa bien este momento de do-
minio del capital en la España de finales de siglo, un capital que no es únicamente
de índole económica. A pesar del desprecio que le inspira el común de los mortales
y de la «franqueza» rayada «en el cinismo y la desvergüenza» con que se dirige a
ellos, «cuando tropezaba con un personaje político de los que a él le convenía tener
propicios, esta franqueza se transformaba en adulación y casi casi en servilismo»
(Espuma 178). En términos bourdieuianos, en la sociedad moderna, la existencia de
una red de conexiones «is not a natural given», sino que es producto de un esfuerzo
por cultivar una formación social para asegurar un «set of exchanges which bring to-
228 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

gether individuals as homogeneous as possible in all the pertinent respects in terms


of the existence and persistence of the group». De esta manera, el banquero se sirve
de su capital económico para adquirir un capital social que es esencial «to produce
and reproduce lasting, useful relationships that can secure material or symbolic pro-
fits» (Bourdieu 111), relaciones que, a su vez, le permitirán generar nuevo capital.
Ambas formas de capital, económico y social, se retroalimentan, y así los opulentos
banquetes, bailes y reuniones en los que Salabert «traía los reyes a su casa» funcionan
no sólo como forma de acumular y mantener su posición social en sociedad, sino
también para incrementar su «vanidad», sostener «su avaricia» y aspirar «a grandes
bocanadas el aire de grandeza y de fuerza que sus millones le daban» (Espuma 380).
Esta imagen, la cual vincula las nuevas psicologías racionales y la economía mone-
taria, captura a la perfección la identidad del banquero como «capital personified»,
tipo paradigmático burgués (Moretti 17), y es altamente significativa para ilustrar
la circulación del capital —tanto social como económico— en la capital, divisa
fundamental de la modernidad.
El desprecio del banquero de la dignidad humana, su falta de empatía y
su concepción del prójimo como un mero instrumento a su servicio apuntan a
otro rasgo de una subjetividad moderna que, siempre posicionado al lado de los
intereses materiales, ha interiorizado una serie de discursos corrompidos y conta-
minados, propios de un moderno entorno urbano en el que las relaciones huma-
nas e intersubjetivas son, ante todo, materialistas y corruptibles —como David
Harvey nos recuerda, «the miseries of the city were an inevitable concomitant to
an evil and avaricious capitalist system» (133). El personaje es introducido en la
narración como alguien que una vez ahorró algún dinero en Cuba para poder res-
tituirse en España, vendió «taberna, mobiliario, la negra... ¡y los hijos!» (Espuma
177), pura evidencia de que todo, objetos y personas, están a la venta para una
conciencia especuladora y falta de sentido moral. Viene a la mente el fenómeno
de la «reificación», propio de la sociedad capitalista desarrollada, el cual ocurre
cuando «a relation between people takes on the character of a thing» asumiendo
las personas la forma de objetos en tanto «they are exchangeable» (Lukács 83,
85). Es incluso en el momento de la muerte de su esposa, doña Carmen, que el
personaje muestra una indiferencia y una deshumanización que coinciden con el
inicio de su locura.3
Ahora bien, a pesar de sus continuados esfuerzos por consolidarse como un
sujeto moderno, Antonio Salabert presenta lazos con el pasado de los que no pue-

3
El mismo título de este capítulo, «Una que se va», apunta a esta deshumanización de la que
hace gala el banquero y que se extiende a su mujer, cuyo nombre ni siquiera es contenido en el títu-
lo. Se prefigura así el intercambio en el ámbito humano que está a punto de producirse en la novela:
tras la muerte de doña Carmen, Salabert se vuelve loco y una de las expresiones que toma su sinra-
zón es suplantar a su mujer, en su vida y en su palacio, con Amparo, ex-florista, plebeya ascendida a
patriciado, mujer tosca, incivil que tomará las riendas de la riqueza del banquero.
Sara Muñoz-Muriana 229

de substraerse. No sólo tiene sus oficinas «en los altos de un palacio del paseo de
Luchana» (Espuma 172), en un soberbio edificio que representa bien la estructura
de un palacio típico de la España canovista y que, ubicado en la céntrica calle de
Luchana, conforma un guiño a esa «ciudad del antiguo régimen» cuya morfología
urbana estaba organizada en torno a una «densidad palaciega y conventual» (Juliá
344). Junto a ello, las prácticas materiales y financieras del personaje, así como sus
viejas formas de acumular capital económico, presentan vestigios del pasado: en
efecto, el personaje es un «avaricioso» (Espuma 173) que amasa su capital a través
de la explotación del más débil, «sacando al prójimo su dinero» (Espuma 177),
como la novela deja en evidencia en multitud de ocasiones. Salabert presenta
vicios que Antonio Domínguez Ortiz ha asociado con el Antiguo Régimen, entre
ellos, «la ambición, la avaricia, el despotismo, la soberbia y el afán pleitista» (235),
como manifiesta el pleito final entre padre e hija por la herencia de doña Carmen.
Su forma de leer la sociedad en términos jerárquicos apunta igualmente a esta
influencia del antiguo régimen, como puede apreciarse en el capítulo en que el
grupo representante de las clases dirigentes, liderado por el banquero, visita las
minas en el pueblo de Riosa, al norte de España, pobladas de muchedumbres de
obreros que, explotados y oprimidos, viven en condiciones ínfimas, sustentadas y
motivadas por la élite que propone soluciones faltas de operatividad para aliviar la
situación de los trabajadores, pues un cambio en la situación de los obreros haría
que dejaran de «ser un negocio» para los poderosos (Espuma 451). No en vano
teóricos y estudiosos de la modernidad identifican el final del siglo xix como el
punto de inflexión entre el viejo régimen —caracterizado por las jerarquías esta-
bles, una movilidad limitada y categorías espaciales fijas— y uno moderno, que
introduce el desmantelamiento del orden social, la disolución de las categorías
sociales y espaciales y una sociedad en perpetua circulación (Kern 210; Delgado
12). Este posicionamiento de la burguesía alude, en un sentido bourdeauiano, a
una larga tradición de jerarquizaciones sociales que mantiene el capital simbólico
de los ricos y que identifica a su vez la nación española como un «estancado estado
posimperial… asfixiada cultural, ideológica y económicamente por las cuentas
pendientes de su tradición católica imperial» (Vilarós 155), de la cual un persona-
je como Salabert no puede escapar. La cruel pérdida de la razón al final del relato
es el epítome de tal incapacidad.
Francisco de Torquemada compartirá muchas de estas ataduras con el pasado
que impiden al personaje caminar libremente por el camino de la modernidad.
Habitante igualmente en el palacio de las Gravelinas, una «mansión de príncipes»
ubicada «entre las calles de San Bernardo y San Bernardino» (Torquemada 504),
era ésta un área del viejo centro histórico madrileño conocida antiguamente por
acoger numerosos palacios, conventos e iglesias. Esta ubicación es perfectamente
coherente con la «sedación taciturna» (Torquemada 565) que rodea al palacio y
230 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

a los aristócratas contenidos en el interior de sus paredes, entre los que se halla
Torquemada, recién ascendido a Marqués. Nacido en las filas del pueblo, el per-
sonaje, «pasito a paso y a codazo limpio, se había ido metiendo en nuestra bona-
chona clase media» (Torquemada 15-16), gracias al matrimonio aristócrata con
Fidela del Águila y a sus negocios urbanos que, en palabras del historiador Santos
Juliá, consisten en «ser propietario», que era «el destino natural de la clase media
madrileña (382). En efecto, convertido en propietario gracias a sus hábitos como
prestamista de dinero, Torquemada es un producto de los tiempos modernos:
«El año de la revolución compró Torquemada una casa de corredor en la calle de
San Blas, con vuelta a la de la Leche; finca bien aprovechada, con veinticuatro
habitacioncitas, que daban, descontando insolvencias inevitables, reparaciones,
contribución, etc., una renta de mil trescientos reales al mes, equivalente a un
siete o siete y medio por ciento del capital» (Torquemada 10).
Como sujeto moderno, Torquemada se aprovecha de la coyuntura socio-
histórica y como Isabel Chumillas explica en su trabajo sobre geografía urbana
y propiedad en el Madrid de finales del xix, el personaje viene a representar «el
prototipo de casero de nuevo cuño que se enriquece fácilmente y prospera en
una época en la que el crecimiento demográfico y urbano convierten al negocio
de casas en algo más que una ocupación rentable» (65-66). La nueva «capacidad
social y financiera» (Torquemada 17) adquirida por el usurero requiere dejar atrás
viejas formas de hacer dinero con las que él está familiarizado. Al principio de la
novela, Torquemada es introducido en la narración como un «avaro de antiguo
cuño», en línea con aquéllos que «afanaban riquezas y vivían como mendigos»
y que esconden las monedas en un lugar «donde alma viviente no los pueda en-
contrar» (Torquemada 14). Pero en el contexto de la segunda mitad del siglo xix,
esta forma medieval de manejar el dinero ha quedado desfasada y Torquemada
no tendrá más remedio que adaptarse y convertirse en un moderno hombre de
finanzas que colocará «el dinero en mayor escala», en «operaciones lucrativas sin
ningún riesgo», «dividendos», «manejos de Bolsa» y «todo el mecanismo del Ban-
co» (Torquemada 138). Esto es, según Luis Fernández-Cifuentes, «la disolución
de los rasgos convencionales del avaro tradicional» (79) y apunta sin duda a la
transición a una modernización financiera en la sociedad española que vimos en
el caso de Salabert.
La vía de entrada del usurero de antiguo cuño a la modernidad urbana ha
sido, precisamente, el suelo urbano —la ciudad es, después de todo, «ámbito
indiscutible de la modernidad», como bien ha dicho Carlos Ramos (4)— el cual
ha sabido convertir en capital económico. Y es precisamente gracias a esta circula-
ción de capital, pero también por la capital, que el personaje se adapta a los nuevos
tiempos, una circulación que es necesaria para cristalizar el proceso de la moder-
nidad. De hecho, Lois Baer ha afirmado que el personaje «pertenece» al mundo
Sara Muñoz-Muriana 231

moderno gracias a su constante movilidad (74). De modo parecido a Antonio


Salabert, Torquemada siempre está caminando por la ciudad, vigilando y cuidan-
do sus negocios, abanderando así la experiencia urbana moderna caracterizada
por todo «except solidity and stability» (Berman 19). Será, por tanto, otra versión
de «capital personified», siguiendo la elaboración que hace Moretti de la noción
marxista: como encarnación de un emergente discurso económico que empieza a
abrirse paso en numerosas obras decimonónicas de la literatura española del siglo
xix, en el contexto de las transformaciones económicas y sociales traídas por la
implantación del capitalismo industrial; pero también como la personificación de
la capital, a saber, la ciudad de Madrid, en su pugna por establecerse como una
urbe moderna en la que nada ni nadie es estable y todo fluye —ideas, mercancía,
individuos, valores— incluyendo la existencia del protagonista.4
Ahora bien, ilustrando el aserto de Marshall Berman de que uno de los aspec-
tos básicos de la vida moderna es que es «radically contradictory» (19), las raíces
de su viejo mundo no dejarán que la subjetividad moderna florezca en su plenitud
y traerán consigo aflicción, angustia y, en última instancia, locura a la vida del
usurero. Como bien ha afirmado Moretti, «no new man can simply be "new": the
old world resists him, and distorts his plans in all sorts of ways» (151), palabras
aplicables tanto a Francisco Torquemada como a Antonio Salabert. La misma
circulación que lo identificaba como hombre moderno lo pone en contacto con
su mundo pasado, cuando sus pasos lo conduzcan a las afueras de Madrid y lo
reconecten con la gente del pueblo del que una vez salió, con su habla, espacios,
hábitos y costumbres,5 ilustrando ese «middlingness» a la que se refiere Moretti,
catalizadora de una locura a nivel individual que termina cruelmente con su vida
al final de la narración y señal de una malformación nacional, privativa de esas
sociedades situadas en los márgenes del mundo moderno (8, 149).
La pérdida de la razón de Torquemada cobra primeramente una deforma-
ción física —«el enfermo se desfiguró visiblemente... ojos en blanco, piel como
papel de estraza... cuencas amoratadas que apenas brillaban ya... frío labio... des-
composición fisonómica» (Torquemada 662, 665-66)— a la que le sigue la mental
—«cabeza débil» (625), llena de «insanas ideas» (645), «excitación cerebral» (648)
de una «cabeza que no rige» (651)— hasta que finalmente ambas manifestaciones

4
La historia de Torquemada se puede resumir como la del fracaso de un aristócrata-financiero,
alguien que convierte su capital social en capital financiero y vice versa. Sigue los pasos de otros
modelos similares, como el del reconocido Marqués de Salamanca, quien obtuvo su título en 1863
y el Marqués de Urquijo, en 1871, dos figuras quienes, tras gran éxito en los negocios, superaron sus
orígenes de la clase media y de la clase trabajadora, respectivamente, para acceder a la aristocracia.
Su entrada en esta reducida y privilegiada clase no es lo que les hace daño; en otras palabras, no es
la clase social la que los destruye en última instancia, sino el mercado o la ambición en los negocios.
5
Véase Sara Muñoz-Muriana, «The Modern Usurer Consecrates the City», para un análisis más
exhaustivo de este episodio en la vida de Torquemada.
232 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

confluyen, y cuerpo y mente se conjugan para dar lugar a la identidad del loco:
«El enfermo se hallaba destroncado, aturdido, tembloroso de pies y manos, y tan
descompuesto de rostro como de espíritu, sin dar pie con bola en nada de lo que
decía» (632). Llama la atención que, tanto en Francisco como en Antonio, la
sinrazón encuentre su vía de expresión en una «desatinada palabrería» (656), un
lenguaje incoherente y una logorrea, fruto de una «mente trastornada» sin «con-
ciencia ni responsabilidad» (655).6 Y la mayor parte de este discurso incoherente
girará en torno a la tensión entre la religión y los negocios, entre la entrega a
Dios o el amor por el dinero, que es al fin y al cabo el nuevo Dios en la sociedad
capitalista; o en palabras de Moretti, entre «the old metaphysics and the new cash
nexus» (149), causa de esa locura endémica que afecta a sociedades «caught in the
middle» y por ello ubicadas en la periferia del mundo moderno (157).
Ahora bien, alejándonos de la idea de que la locura —o la esquizofrenia,
como es referida aquélla por Deleuze y Guattari (40)— es la enfermedad de los
tiempos modernos que afecta a todas las sociedades capitalistas, no podemos sino
concluir que en este proceso moderno incompleto e inacabado que afecta a una
sociedad periférica como la española en la que progreso social y capitalismo no
terminan de consolidarse, el caso de estos dos personajes lunáticos es único, pues
vienen a representar (y ésta es mi propuesta de lectura de la locura en los textos)
una alternativa a los planes del poder, condición necesaria en el proyecto de la na-
ción moderna en la que debe existir una relación entre disciplina y rebeldía, con
sujetos capaces de articular una resistencia y reto al poder. Así mismo lo afirma
Blanca Acinas Lope, quien señala que en la realidad de la locura existe «un com-
ponente crítico o de contestación» (155). En efecto, Antonio y Francisco se con-
vierten al final de sus respectivos relatos en sujetos rebeldes que, desde su locura,
se oponen a un mundo marcado por las instancias del poder: al poder religioso,
pues hasta el final de sus días, Salabert no «tiene más Dios ni más amor que el
dinero» (Espuma 473), mientras Torquemada verá la salvación de su alma como
una transacción puramente económica, una «operación mercantil» (Torquemada

6
Esta voluntad de habla desencadenada por la locura podría interpretarse desde la negativa de
estos personajes a desprenderse de su identidad moderna —recordemos que uno de los logros del
romanticismo fue el afianzamiento del individualismo y la personalidad, «los temperamentos, los
gustos, las rarezas... en resumen, el yo, afirmado anárquicamente» (Pardo Bazán 64-65), todos ellos
rasgos característicos de lo que Novella ha denominado una «privacidad moderna» (83). Catalizado-
ra de la actitud parlante de estos personajes, la locura es una forma de interacción social, siguiendo
a Michel Foucault, forma de poder individual del hombre que no es sino su propia voluntad (219);
pero al mismo tiempo debe leerse como dolencia moderna y como condición de un individuo que
hace oír su voz y afirma su identidad desde los márgenes de la sociedad y por lo tanto como un acto
de rebelión y de crítica hacia una sociedad que pretende acallar a aquéllos identificados por una
condición médica como anormales y diferentes. La locura constituiría un espacio de construcción y
emancipación desde la enunciación, estrechamente ligada a la capacidad del sujeto de pronunciarse
vía el lenguaje, especialmente a la luz de la afirmación hegeliana de que el ser humano «becomes
self-aware at the very moment when he says ‘I’» (cit. en Wollen 92).
Sara Muñoz-Muriana 233

628) y un «trato» en el que exige la salvación a cambio de dar «el tercio disponi-
ble a la santa Iglesia» (640), a pesar de que nunca quedará claro si la conversión
final se refiere a su alma o a la de la Deuda (667); al poder económico, pues con
la negativa a que su hija herede la parte que le corresponde tras la muerte de su
madre, Salabert intentar alterar la ley y fuerza de la herencia e interrumpir así el
curso natural de traspaso de riqueza y el mantenimiento del orden económico y
social; al poderío social, pues recordemos que tras la muerte de su legítima esposa,
Salabert la reemplaza con Amparo, miembro de las clases populares que viene a
usurpar un rol y un espacio que no le pertenece, desafiando de este modo la nor-
matividad social; y por último, contestación al poder médico, pues Torquemada
no cesa de cuestionar el saber, disputar la autoridad y desacreditar a Miquis en
una época en la que los médicos disponen del conocimiento necesario para evitar
la propagación de la enfermedad y preservar la armonía y el orden social, ejer-
ciendo como «representantes de un saber, un poder, una clase social en ascenso y
los agentes cualificados de una intromisión prestigiosa que descalifica los valores
tradicionales favoreciendo los cambios y rompiendo los viejos sistemas de transac-
ciones reguladas y estereotipadas por la costumbre» (Álvarez-Uría 73).
Esta voluntad de insumisión o resistencia a conformarse a las exigencias de
los poderes que emanan del Estado es perfectamente coherente con la concep-
tualización de la locura como arma de rebelión: «Las danzas de los locos forman
parte de una lógica insurreccional» (Álvarez-Uría 22), y no pueden separarse de
una práctica subversiva que pide ser reprimida por los representantes y agentes de
los poderes modernos —político, religioso, médico—, gestores del orden y en-
cargados de garantizar el orden y la normatividad social, en una relación siempre
institucionalmente desigual con el enfermo y que vendría a justificar las medidas
de corrección —encerramiento, ocultamiento, confesión religiosa y, en última
instancia, la muerte— sobre el sujeto.
La locura funciona como dispositivo de comportamientos que no tienen
otro objeto que disentir, llamar la atención y distanciarse de los otros; en resu-
men, sembrar la discordia —ya lo había dicho Vives en 1529 a colación de los
locos: «la discordia es el regocijo del infierno» (cit. en Álvarez-Uría 41)—, como
bien demuestran las continuas señales de enajenación del duque de Requena y
las reacciones de estupor, a medio camino entre la fascinación y el pavor, de los
que lo rodean. No es de extrañar que la locura de estos personajes los infantilice y
los sitúe al mismo nivel que los niños: Torquemada delira como «niño enfermo»
(Torquemada 642) mientras Salabert «se había convertido en un niño... com-
pletamente idiota» y «casi enteramente imbécil» (Espuma 490, 495-96).7 Dos

7
Este diagnóstico permite leer en la malformación cerebral del loco los principios científicos de
la medicina moderna que se empezaba a institucionalizar en el país. La idiotez o idiocia, trastorno
caracterizado por  una  deficiencia  muy profunda  de  las facultades mentales, es una perturbación
234 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

son las motivaciones de convertir al loco en un niño: por un lado, subrayar su


carácter transgresor y rebelde, «de salvajismo bruto» (Torquemada 657), de estos
individuos menores de edad; y por otro lado, derivado de lo anterior, justificar
una relación de patriarcalismo, sumisión y dependencia con un poder superior;
una relación de nuevo desigual entre una figura de autoridad o padre —Familia
y Estado, dos entidades análogas— y un hijo obediente, incapaz de autogober-
narse, quien necesita de una figura paterna para ser cuidado, instruido y educado.
Los niños personifican el desbordamiento de la insumisión y se caracterizan por
una forma instintiva de reacción, como bien manifiestan en numerosas ocasiones
los niños que pueblan el universo galdosiano, lo que los convierte en epítomes
corporales sobre los que ejercer un poder disciplinar.
Ahora bien, el intento de la literatura realista de contener el desorden y la
desviación es a menudo fallido (Labanyi 77). La locura, como venimos vien-
do, hace destacar a estos personajes desviados, condición sine qua non se podrá
producir la constitución del sujeto moderno, proceso que pasa «por la necesaria
confección de su soledad y su diferencia» (Medina 13). Estos personajes siguen
aferrándose a su subjetividad moderna hasta el final de sus días, a pesar de que «la
Modernidad siempre se ha entendido a sí misma como un horizonte histórico y
cultural destinado a erradicar la alteridad» (Novella 17), a la luz de la necesidad de
establecer una uniformidad generalizadora del sujeto que convertía en transgresor
al que no se adaptaba a las normas establecidas por la moral, la ética y la ciencia,
como Rosa Ríos Lloret ha teorizado en otro contexto y en referencia a la subje-
tividad femenina (188). Es por ello que cuestionando la vocación universalista
y normativa y destacando por medio de sus comportamientos insurreccionales,
estos personajes ponen el foco en las deficiencias de una sociedad que, lejos de re-
insertar al diferente, procurar la curación del enfermo y enfrentarse a la alteridad
a través de las armas del conocimiento (Moravia 260-65), lo rechaza, lo separa,
lo convierte en objeto de burla, lo degrada y lo despoja de su propia identidad
(recordemos una de las últimas imágenes grotescas del duque de Requena, que
despierta las risas y las burlas crueles de los criados: tras sufrir un nuevo ataque
de idiotez, vaga por las habitaciones del palacio en bata grasienta y gorro, entre-

congénita y, adquirido en las primeras edades de la vida, es originada en un defecto de conforma-


ción y desarrollo del cerebro. La historia cultural de la idiotez ha sido brillantemente estudiada por
Patrick McDonagh, quien nos recuerda que a pesar de emerger como objeto de representación
artística en el siglo xiv, es en la segunda mitad del xix con la emergencia de la medicina moderna
cuando empieza a proliferar una producción cultural y sobre todo médica en torno a la idiotez. Y
es precisamente hacia finales de siglo que el idiota infantilizado es elevado a categoría marginal y
se convierte en un criminal degenerado, una construcción normalmente asociada a procesos de in-
dustrialización y al crecimiento urbano con la consecuente pobreza citadina que aquel trajo consigo
(McDonagh 289-99). Recordemos cómo los suburbios madrileños de Fortunata y Jacinta están
plagados de idiotez bajo la forma de «pilletes salvajes» de comportamientos bestializados (Pérez
Galdós 300).
Sara Muñoz-Muriana 235

gado a recoger pedacitos de pan y amontonarlos en un rincón de su cuarto hasta


que allí se pudrían, (Espuma 496-97), confinándolo «en un universo psicológico
del que ya nunca podrá escapar» (Novella 24) e identificando la locura como un
profundo fracaso constitutivo de lo humano. El siguiente artículo publicado en
1838 en Revista de Madrid explica esta tensión entre la civilización antigua y la
moderna en lo que se refiere al trato del individuo que necesita del amparo del
Estado de forma ilustrativa: «Los caracteres distintivos de la civilización antigua
son desaparecer el hombre ante el conjunto de los ciudadanos, subordinarlo todo
al principio social, y olvidarse los intereses y las pasiones individuales, atendiendo
sólo a la felicidad y a la conservación del Estado» [Morales Santisteban 202]. Por
el contrario, «la civilización moderna ha extendido su benéfico influjo a la suerte
de los particulares; los mira con predilección, y los ampara con la égida de dere-
chos protectores (214).
No es de extrañar que tanto Francisco como Antonio sean confinados en
sus respectivas casas una vez empiezan a mostrar síntomas de locura: encerrado
intramuros, Salabert intenta escaparse en varias ocasiones y ante el bochorno
que su presencia pública levanta, surge la posibilidad de enviarlo a un mani-
comio, aunque su hija y yerno terminan teniéndole «guardado en casa», posi-
blemente para evitar habladurías del pueblo de Madrid o, como el narrador
apunta sagazmente, «quizá por un vago temor de que pudiera curarse» (Espuma
495-96). La inserción en un manicomio o casa de dementes no sólo apuntaría
al desarrollo en España de las instituciones propias del Estado moderno, sino
que también supondría un adelanto en la percepción del loco como sujeto dig-
no de estudio y una nueva comprensión moral de la locura en tanto que delirio
con posibilidad de reversión. Los doctores Juan Fourquet y Francisco Méndez
Álvaro, en nombre de la Junta Municipal de Beneficencia, acusaban en el pe-
riódico conservador El Heraldo del 21 de junio de 1845 «el mal estado» de las
instituciones españolas, a pesar de ser España «la primera nación del mundo
donde se conocieron las casas de locos», y afirmaban que los asilos para demen-
tes deberían servir para que estos «sean tratados como reclama su triste estado
y como aconsejan los adelantos de la ciencia que tan maravillosos resultados
está ya produciendo en otros países» (4). De modo parecido, el médico francés
Philippe Pinel, dedicado al estudio y tratamiento de las enfermedades mentales,
argumentaba en 1831 que la reclusión manicomial debe seguir «un método
curativo moral... se les consuela y se les habla; se entra en discusión con ellos,
conviniendo en algo con sus ideas, y aun juegan los facultativos con los demen-
tes», un tratamiento que se sigue en la casa de locos de París (El Correo 1). En
el caso de Torquemada, la institución del manicomio nunca surge como una
opción, teniendo al enfermo recluido en su «suntuosa morada», donde todo era
«recogimiento y devoción» (Torquemada 658), hasta el momento de su muerte.
236 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

El temor y la vergüenza hacia el loco justifican su encierro con el fin de neutra-


lizar el peligro que entrañan estos personajes, lo cual señala a una sociedad del
pasado que aún mantiene los límites entre el adentro y el afuera y que todavía
tiene prejuicios hacia las personas con discapacidades, un anquilosamiento que
quedará más que manifestado con la depreciación simbólica a la que tanto Sa-
labert como Torquemada son sometidos.8
Tan pronto dan muestra de su locura, Antonio y Francisco dejarán de ser
tales y pasarán a ser referidos como «enfermos» y «locos» en el espacio textual,
lo cual es perfectamente coherente con el intento del texto de deslindar las con-
figuraciones convencionales de lo «normativo» y lo «desviado», demonizando al
diferente y degradándolo hasta arrebatarle su identidad: mientras Torquemada es
señalado como «muerto» incluso antes de expirar (Torquemada 667), un «enfer-
mo destroncado, aturdido, tembloroso» y «desfigurado» (632, 662) y un «hombre
acabado» (655) que se autodefine como «loco» (631), el marqués de Requena se
convertirá en «el loco que acostumbraba a vagar por las habitaciones del palacio»
(Espuma 496); un «loco» que «aparece en la puerta con una bandeja en la mano
con mendrugos... preciosa mercancía» (497) para ser el hazmerreír de los criados,
y un «loco» cuyo «furor» carece de límites, que emana bramidos que nada tenían
de humanos, y que infunde pánico entre los habitantes del palacio (498). El uso
del término «loco» forma parte de una lógica insurreccional que sitúa a estos per-
sonajes, al mundo en el que viven y a la obra literaria en la que se insertan como
forma «by means of which objective reality is reflected», recuperando a Lukács, en
los tiempos premodernos y pre-racionalistas, donde todavía perviven las prácticas
denominadas diabólicas. Fernando Álvarez-Uría lo explica bien:

El racionalismo moderno transformó la luz de los poderes medievales en


una larga noche secular, con el fin de que resplandeciese el brillo de las nuevas
ciencias. Al apagarse las hogueras de los endemoniados, surgió de sus cenizas,
como si se tratara de un fantasma, la locura, privada de todo sentido, para ser
encerrada en oscuras celdas, de las que, paradójicamente, se servirá más tarde
la psiquiatría para triunfar sobre ella, mostrando su carácter luminoso y sus
humanitarios principios. En un mundo teocrático, la alianza con el demonio
constituía un crimen contra la sociedad, del mismo modo que, en un mundo
dominado por la diosa Razón, lo constituirá la locura. (22)

8
En este sentido, la locura como dolencia moderna vendría a introducir un componente crítico
o de contestación en tanto cataliza un desmantelamiento del orden, si no en lo espacial, sí en el
ámbito social, al disolver las categorías sociales por medio de lo que podríamos llamar una «demo-
cratización de las formas». La locura de Salabert ofrecerá a los criados la oportunidad de tratarlo
con la misma falta de respeto, irreverencia y mofa con la que el banquero se dirigía a ellos páginas
antes en la novela. La jerarquización dentro del palacio ya no existe y señores y criados se sitúan al
mismo nivel.
Sara Muñoz-Muriana 237

En efecto, el desmedido amor a las riquezas ha convertido a Torquemada en


un «maldito Satán» y un «demonio maldito» que se halla «poseído de furor diabó-
lico» (Torquemada 660-61). Incluso sus prácticas se asemejan a las de un poseído:
«Puso los ojos en blanco, soltó de su boca un sordo mugido, y cuerpo y cabeza se
hundieron más en las blanduras del lecho» (662), una reacción muy parecida al
loco de La espuma, quien «convulso, rechinando los dientes, con los ojos encendi-
dos... lanzaba bramidos» (498), tenía «perturbado el cerebro» al estar «hechizado
por su querida» (485). La referencia al «hechizo» del que es preso Salabert es una
referencia directa a ese «reino de las tinieblas» que Álvarez-Uría identifica con la
época medieval en la que las clases endiabladas se materializan fundamentalmente
«en los pactos maléficos con la bruja (en el campo) y con la hechicera (en la ciu-
dad)» (21). Pero una vez más, esta forma de posesión del cuerpo del banquero tie-
ne una motivación económica, pues está referida al uso y abuso de sus posesiones
materiales por parte de su querida, Amparo, quien derrocha el capital amasado
por aquél a su antojo. El discurso religioso sigue permeando el económico en una
sociedad en tránsito a la modernidad, atrapada por los preceptos de la Religión
y sacudida por las estratagemas del dinero, por utilizar terminología morettiana.
A pesar de vivir en tiempos de progreso, dirigidos por la antorcha de la razón,
como afirmaría José Morales Santisteban en 1838 (218); tiempos de profundas
transformaciones experimentadas por la medicina a lo largo del siglo xix, en que
emerge la psiquiatría como disciplina científica, estos textos terminan contenien-
do el desorden mediante la identificación de la locura como cosa del pasado, sin
posibilidad de cura ni tratamiento. El objeto cultural bien podría haber intro-
ducido al médico especializado en los nuevos avances de la psiquiatría, esto es,
el médico alienista, que ya existía y gozaba de reconocida fama en España: a lo
largo del siglo xix, el conocimiento secular del psiquismo y de la individualidad
reflexiva del individuo se difundía por las aulas españolas, especialmente desde
1845, con una «creciente apropiación discursiva del psiquismo por parte de los
médicos y, en suma, la cristalización histórica de disciplinas como la medicina
mental, la psicología experimental o las neurociencias» (Novella 106-107). En
efecto, en la Restauración aumentó en España el número de locos, como atesti-
guan numerosos documentos —«¿Qué español de esta época puede decir que no
ha delirado o enloquecido?», adelantaba retóricamente el periodista, historiador
y escritor satírico Modesto Lafuente ya en 1846 (Teatro social 353)— y esto hizo
que se ampliaran los poderes psiquiátricos y se afianzara el poder y saber de los
especialistas de la disciplina, como bien ha afirmado Álvarez-Uría (211). Una de
las nuevas vetas de la medicina moderna es la «conquista del mundo psicológico»:
el loco se convierte en sujeto psicológico, objeto de un saber especializado y dis-
positivo de los tiempos modernos que corren a la par del cultivo de la interioridad
y del estudio de la conciencia individualista y reflexiva del ser humano. Las novelas
238 «¡Este hombre está loco!» Malformaciones nacionales en la España de fin de siglo

de Torquemada y La espuma conforman una excelente oportunidad para poner de


manifiesto el progreso sustancial en la percepción del individuo y la alteridad, y
ensalzar la psicología como disciplina selecta y rigurosa propia de naciones avan-
zadas y bien posicionadas en los avances modernos. Si bien es cierto que, ante el
ejercicio persistente de la violencia perpetrada por Antonio y Francisco, demonios
enloquecidos, la figura del médico es la única que osa acercarse a ellos, como
bien indica el narrador de La espuma (486), pronto el mismo médico, agente del
conocimiento y representante de la Ciencia moderna, se aparta para dejar paso
a la Religión, a quien corresponde la labor de reprimir las prácticas subversivas y
salvar al demonio.
La locura es, o debería ser, síntoma de ruptura con el pasado en tanto esta
condición mental ya no es percibida como «una alteridad esencial y sin retorno,
sino como una potencialidad reversible» (Novella 66). Ante el encasillamiento
de esta dolencia médica en ese «reino de las tinieblas» asociado a tiempos me-
dievales (Álvarez-Uría 21), el texto literario pone de relieve una serie de ansieda-
des culturales muy presentes en la época, convirtiéndose en un espacio simbóli-
co ideal para representar el imaginario cultural y poner sobre la mesa conflictos
en torno a cuestiones relacionadas con desorden y disidencia. Estaríamos ante
la expresión máxima de una «malformación nacional», propia de una sociedad
atrapada entre el capitalismo y el viejo régimen, en una coexistencia que impide
avanzar y consolidarse como plenamente moderna. Y la locura es la vía de ex-
presión de esta incapacidad: aquí es donde el texto literario emerge como vehí-
culo de construcción y negociación de subjetividades modernas, y más allá que
un simple objeto estético, se permite fabular con lo que ocurre, pero también
con lo que no debería ocurrir, ofreciendo un espacio performativo en tanto que
no sólo describe una realidad sino que también incita a la transformación de la
misma realidad que describe. Tanto Palacio Valdés como Pérez Galdós se sirven
de niños, idiotas, enfermos, demonios y, como rasgo identitario común a todos
ellos, de locos, para introducir un componente de contestación en sus novelas,
recrear una sociedad que necesita de procesos de resistencia y de sujetos que
la ejerzan —la modernidad es esencialmente un proyecto disciplinario, como
Foucault ha dejado más que claro— y para someter a crítica a una nación atra-
sada en sus instituciones sociales y médicas que no atiende ni se ocupa de sus
enajenados, de las perturbaciones de la personalidad de sus ciudadanos ni de los
estados anormales relacionados con un mal físico y mental. Ambos escritores
supieron ver el potencial de la locura para capturar este atraso de una sociedad
ubicada en la periferia o en los márgenes del mundo moderno. Al fin y al cabo,
la modernidad es un proyecto incompleto e inacabado, haciendo referencia al
título del trabajo de Habermas, y todos esos locos que pueblan las páginas de la
literatura decimonónica están ahí justamente para recordarnos que se necesita
Sara Muñoz-Muriana 239

seguir avanzando por la senda del progreso, fomentar las Ciencias, terminar de
consolidar la empresa psiquiátrica y desarrollar las instituciones propias de un
Estado moderno. Como dijera Modesto Lafuente en una de sus piezas satíricas,
«locorum infinitus est numerus» («De los locos» 282). Hay muchos más locos
de los que se cree, pero lejos de ser motivo de alarma, este numerus debería
leerse como síntoma constructivo de crítica política y social, necesaria para la
modernización de una sociedad comprometida en preservar el orden social y
consolidar su proyecto de nación moderna.

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DISCURSO MÉDICO EN LOS TEXTOS LITERARIOS
DE SABINO ARANA

Mikel Lorenzo-Arza
Villanova University

1. Regeneracionismo y Nacionalismo Vasco: el problema de la raza

Durante las últimas décadas del siglo xix, la glorificación de la salud en mu-
chos países europeos es inversamente proporcional a la condena de la enfermedad
como tara nacional. Tras la inauguración de la carrera imperial con el Congreso
de Berlín de 1878, el éxito de la nación sólo es posible a partir de un cuidado mi-
nucioso de la raza que la hizo posible. En este contexto se popularizan discursos
patrióticos que reivindican el abolengo nacional como primer paso hacia el impe-
rio. Estas palabras del líder del partido liberal, Lord Rosebery, se ofrece como un
ejemplo perfecto de las pretensiones de muchas naciones europeas:1

Un imperio como el nuestro requiere como primera condición —una raza


vigorosa, industriosa e intrépida—. Pero ¿estamos criando semejante raza? Re-
cordemos que cuando promovemos la salud y combatimos la enfermedad, con-
vertimos a un ciudadano enfermo en uno sano además de cumplir con nuestro
deber estamos trabajando para el Imperio. La salud de cuerpo y de espíritu
exalta a una nación en la competición por el universo. (Skarabanek 124 )

Si en otros países europeos, el problema de la degeneración racial se vincula


con la emergencia del imperialismo o con las cada vez más precarias condiciones
de vida del proletariado en los núcleos urbanos, en España, por el contrario, es

1
Alemania fue uno de los países pioneros en el desarrollo de políticas sanitarias a partir de la
popularización de conceptos como ciencia médica del estado (saatsarzneiwissenschaft) y salud de la
nación (Gesundheit des Staates). El Estado es comparado con el cuerpo humano y sus ciudadanos
son células que los médicos deben de proteger para asegurar la pervivencia de las nuevas generacio-
nes. La salud se convierte en un arma de control que trata de regular la natalidad, la prostitución o
la emigración, pero también se adentra en la esfera de la vida privada del ciudadano (su dieta o su
comportamiento sexual). Es así que reformadores de la alimentación como Eustace Miles abogan
en Avenues to the Health (1902) por la implantación de una dieta nacional que garantice la vitalidad
y la fuerza moral de la nación inglesa. La combinación de darwinismo social, moralidad y cierto
estilismo convierte a las naciones en pacientes y es responsabilidad del gobierno vigilarlas a través de
una observación minuciosa de los comportamientos de sus ciudadanos.
242 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

el colapso del Imperio lo que genera un cuestionamiento profundo sobre el ser


nacional y el destino de la raza.2 Con el Desastre del 98 aflora un grupo de intelec-
tuales nacionales (regeneracionistas, noventayochistas…) que abordan este pro-
blema de la debilidad de la raza española.3 Sin embargo, esta supuesta fragilidad,
se convierte también en el punto de partida para que una hornada de ideólogos
funden movimientos nacionalistas periféricos que competirán con el español a
raíz de la desmembración del imperio español: «De igual manera, puede afir-
marse que nunca se perdió una patria gallega, catalana o vasca, sino un imperio
—el español— del que habían sido fieles soportes los gallegos, los catalanes, los
asturianos, los aragoneses, y no faltaban más, los vascos» (Juaristi, El bucle 49).4

2
En su clásica obra El antisemitismo en España: La imagen del judío (2002), Gonzalo Álvarez
Chillida considera que el racismo entendido como una doctrina que predica la existencia de razas y
de diferencias físicas, morales y hereditarias entre ellas, no entró en España hasta mediados del siglo
xix. Una de las razones principales para este retraso tiene que ver con que la definición más castiza
del nacionalismo español se sustenta sobre mito motores de carácter religioso (la identificación de
la nacionalidad española con el catolicismo y su oposición radical al moro y en menor medida al
judío). En cualquier caso, los primeros estudios frenológicos se desarrollan ya durante la década de
1830 aunque no desembocaron en un racismo de corte más cientifista hasta finales de siglo con las
obras de Telesforo Aranzadi o Federico Olóriz. Otra cuestión diferente es el origen y desarrollo de
la biopolítica, entendida como el conjunto de tecnologías políticas impulsadas por el Estado para
regular los procesos biológicos de su población. El racismo puede integrarse a veces como estrategia
dentro de la biopolítica y en este caso Francisco Vázquez García, La invención del racismo: nacimien-
to de la Biopolítica en España (2009) la incluye dentro algunas de las formas de biopolítica que se
desarrollan durante la Historia española.
3
Durante la segunda mitad del siglo xix, gran parte de los regionalismos literarios que se habían
desarrollado en España desembocan (con muchos matices) en movimientos nacionalistas (vasco,
catalán, gallego) que compiten ya abiertamente con el nacionalismo español contemporáneo tras
el desencanto del 98. Tanto el nacionalismo gallego como el catalán presentan diferentes formas
durante las décadas finales: el gallego se desmiembra entre el provincialismo de 1840-46, el federa-
lismo (1865-75) de Alfredo Brañas y finalmente el regionalismo gallego de Manuel Murguía; por
otro lado, el catalán se inaugura en los últimos decenios con líderes muy diversos (Valentín Almirall,
Prat de la Riba…). El punto de engarce de muchos de estos nacionalismos es la españolofobia. Tanto
Sabino Arana Goiri como Manuel Murguía o el doctor barcelonés Bartolome Robert coinciden
en que los españoles son racialmente inferiores a los vascos, catalanes o gallegos. El racismo del
primero es indiscutible y posiblemente el que manifiesta una mayor morbosidad y detalle a la hora
de remarcar las diferencias raciales (envergadura física, catadura moral, costumbres...). En lo que
insisten más Manuel Murguía y también Bartolomé Robert es en que sus respectivas razas son las
únicas capacitadas para reconducir la trayectoria histórica de la nación española.
4
Los vascos son una de las comunidades más beneficiadas del imperialismo español durante los
siglos xvi-xvii ya que acceden a múltiples cargos en la administración gracias a un relato histórico-
identitario que les faculta como una comunidad «limpia de sangre judía y mora« además de otor-
garles el título de ser los descendientes de Tubal, el primer poblador de la Península Ibérica (Juaristi,
Vestigios de Babel 34). La definitiva desaparición del Imperio transoceánico tiene efectos traumáticos
en muchas partes de España y particularmente en Bilbao donde una manifestación españolista orga-
nizada por la Sociedad El Sitio aglutina a 8000 personas y culmina con un apedreamiento de la casa
de Sabino Arana Goiri que en ese momento se encuentra en la localidad vizcaína de Pedernales. Tal
y como narra Joseba Aguirrezkuenaga en su trabajo, Patria y libertad: los vascos y la guerra de Inde-
pendencia en Cuba (1868-98), la participación vasca en la contienda fue bastante reseñable con ter-
cios de voluntarios vascongados que también tomaron parte en la Guerra de Marruecos (1859-60).
Mikel Lorenzo-Arza 243

La pérdida del imperio desencadena una polifonía de pequeñas patrias en las que
surgen nuevas razas que son la antítesis de la española.
El nacionalismo vasco emerge como el movimiento periférico más interesado
en marcar distancias morales y biológicas con esa raza que porta muchos de los
males que habían apuntado los regeneracionistas cuando analizan el ocaso nacio-
nal.5 A lo largo de este artículo vamos a estudiar el racismo aranista y también
señalaremos como en ciertos momentos, su fundador encuadra el problema de la
nacionalidad vasca como una cuestión médica donde el eje central de su discurso
es el interés en que la raza vasca evite el contacto físico y moral con los españoles.
Su mayor denuncia es ese proceso de maketización (españolización) de los vascos
que sólo puede detenerse si se toma conciencia moral y biológica de lo importante
que es la pureza de su sangre. Los vascos no solo deben conservar su religiosidad
y su pureza racial sino que también deben cuidarse de cualquier contacto físico
o cultural.6
La mayoría de los estudiosos insisten en la importancia de un relato de es-
tructura tríadica en el desarrollo del discurso aranista. Las tres partes del discurso
serían las siguientes: en primer lugar, el País Vasco se asocia con una Edad de Oro
en el que la patria era homogénea y feliz; posteriormente se produce la invasión
española que perturba esta felicidad edénica; finalmente los vascos coexisten con
los males de la patria en un presente tumultuoso pero esperanzados con la lle-

5
El nacionalismo vasco nace oficialmente en el momento que Sabino Arana Goiri funda el
Partido Nacionalista Vasco en 1895. Como bien apunta José Luis Granja Sainz, uno de los rasgos
fundamentales del nacionalismo vasco es su antiespañolismo que se manifiesta en la concepción
de España como nación extranjera. El objetivo fundamental del aranismo es conservar la pureza
de la nación vasca a partir de la conservación biológica de sus características físicas y morales («El
antimaketismo« 191-201). Para Arana Goiri los maketos o españoles son un agente nocivo porque
provienen de una raza enferma.
6
Para el fundador del nacionalismo vasco, la raza —elemento determinante de la nación— se
define por los apellidos. En el reglamento de la primera asociación nacionalista vasca (Euskeldun
Batzokija) (1894) se clasifica a los socios por originarios, adoptados y adictos en función al número
de apellidos vascos que tienen. Si los apellidos son euskéricos se presupone que su portador es de
sangre pura y limpia de mezcla por lo que se le considera racialmente puro. «Cuando Sabino Arana
Goiri contrae matrimonio con Nicolasa de Achica-Allende e Iturri no sólo comprueba que su futura
esposa no hubiera tenido ningún aborto sino que también comprueba el origen vasco de sus ape-
llidos. Mauro Elizondo recoge en su Correspondencia inédita (1981) recoge esta carta con Engracio
Aranzadi en relación a su futura esposa: «es una bizkaina originaria; todas las familias originarias
eran de Bizkaya, nobles; todos los vascos descendemos de aldeanos, de caseríos; nuestras doctrinas
son esencialmente democráticas y se fundan en el amor al pueblo» (Carta del 28 de Marzo 435).
En esta carta, Sabino Arana Goiri trata de explicarle a Engracio Aranzadi que su casamiento con
una aldeana de clase inferior no supone una ventaja para sus adversarios, sino que, por el contrario,
reafirma los postulados ideológicos del partido recién fundado. En esta carta, Sabino Arana Goiri
trata de explicarle a Engracio Aranzadi que su casamiento con una aldeana de clase inferior no su-
pone una ventaja para sus adversarios, sino que, por el contrario, reafirma los postulados ideológicos
del partido recién fundado. Algunos sus artículos más conocidos en relación con la cuestión de la
proliferación de apellidos españoles en Bizkaia: «Algo de Euskalerría»; «Plato de todos los días»; «La
invasión maketa».
244 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

gada de una figura mesiánica que restablecerá el orden transgredido (Levinger


113-134; Muñoz Molina 86; Fernández Soldevilla 28-29).7 La novedad de este
artículo reside en que a esta estructura trinómica se le superpone una lectura de
los textos aranistas no solo como diagnóstico médico y moral de la raza vasca sino
también como una retórica higienista y sanitaria. Muchos textos del fundador
del nacionalismo vasco pueden interpretarse con un tono moralizante y como un
alegato constante para que los vascos cuiden de su salud como pueblo. Los objetos
de estudio van a ser los textos literarios que utiliza para expandir su doctrina: rela-
tos históricos como Bizkaia por su independencia (1892), pequeñas piezas teatrales
como De fuera vendrá (1898) y diversos artículos o poemas que inciden en los
tópicos comunes: la expulsión del maketo o la conservación del catolicismo y la
raza. Esta serie de misiones providenciales llevan a Sabino a diseñar la estructura
del Partido Nacionalista Vasco (PNV) a imagen y semejanza de la de la Compañía
del Sagrado Corazón de Jesús. Nuestro protagonista profesa una gran admiración
por su fundador y como si de una figura quijotesca se tratase, se autonomía como
guía de la raza vasca hacia su regeneración.
Sabino Arana Goiri emerge en la Historia española como una desviación
macabra de ese arquetipo del «cirujano de hierro» a través del que los intelec-
tuales regeneracionistas corporeizan su capacidad de diagnosticar los problemas
nacionales de manera aséptica y lejos del apasionamiento de las fuerzas políticas

7
En su clásico título, Poder terrenal: religión y política en Europa (2005), el historiador Michael
Burleigh define como religiones seculares a aquellas doctrinas que ocupan en el alma de los con-
temporáneos el lugar de las religiones tradicionales (25). Los nacionalismos decimonónicos son las
grandes «religiones políticas» que heredan gran parte de la sacralidad de las religiones tradicionales
en sus rituales y en sus promesas de eternidad. En el campo del nacionalismo vasco, Antonio Elorza
o Jon Juaristi entre otros, han analizado sobremanera esta transferencia de sacralidad que se produce
en Sabino Arana Goiri desde su esfera religiosa a su esfera política (Tras las huellas de Sabino, 24).
Este artículo va a profundizar sobre todo en la dimensión higienista del discurso aranista más que
en su reverso religioso-político, pero es obvio que muchas de las prédicas de Sabino Arana Goiri
pueden entenderse como una tentativa de retrotraer al País Vasco a una mítica Edad de Oro. De esta
manera el relato mítico del nacionalismo vasco puede entender como una derivación más de esas
historias folclóricas que recolecta Giorgio Santillana en su libro Hamlet Mill (1969). Nuestro autor
recoge casi 200 mitos e historias folclóricas de hasta 30 culturas que hablan de una humanidad re-
gida por edades que varían en función del movimiento de los astros. De ahí se explicaría el carácter
cíclico de la Historia de la humanidad que atraviesa edades decadentes con el fin de retornar a una
primigenia Edad de Oro. Este mito se recoge por primera vez en Los Trabajos y los días (s.VII a.c) de
Hesiodo y nunca fue negado por los Padres de la Iglesia entre ellos San Agustín y San Ambrosio que
introdujeron la noción del pecado original como fuerza destructora de este estado ideal. Los males
de este paraíso son casi siempre la enfermedad, la condena al trabajo o la guerra y ya en la moder-
nidad todos estas lacras se tipifican más como «enfermedades». Ya los ilustrados franceses aspiran
a un paraíso donde rija un cuidado estricto y riguroso de la «salud pública» como medio racional
para que el ser humano recobre su antiguo estado natural. Como bien apuntaría Michael Foucault
en su The birth of the clinic (1976), los hombres de la Revolución francesa son los primeros que
imaginan una comunidad de hombres saludables que prosperan en su perfección física y espiritual
en la medida que cumplan los requerimientos dictados por un gobierno dictatorial que les garantice
llegar sanos a la vejez.
Mikel Lorenzo-Arza 245

tradicionales. Macías Picavea o Joaquín Costa añoran ese hombre histórico que
opera sobre el cuerpo de la nación con una frialdad instrumental y a cuya ausen-
cia histórica no tendrán más remedio que sobreponerse. La falta de este «apóstol»
o «mesías del pueblo» debe suplirse con la aspiración de un Estado bismarckiano
que intervenga en los procesos biológicos, de la nación, a fin de estimular: «la
cooperación de todos los sanos y todos los sanables. Ninguna exclusión: ¡todos,
todos! Todos los redimidos y redimibles» (El problema nacional, 325-26).8 Para el
regeneracionismo, los miembros más saludables del cuerpo nacional tienen que
revitalizar a aquellas partes más afectadas por enfermedades nacionales como el
estancamiento industrial, la polarización social o el caciquismo.9 Estos problemas
deben encararse desde la tutela pedagógica del pueblo o desde la exigencia de una
modernización económica.
Otra cuestión más espinosa es el problema de la raza española cuyo declive
histórico resulta notorio y no puede atribuírsele al «otro» como en el caso del
nacionalismo vasco Los regeneracionistas no ofrecen otra solución más allá de
la educación física y el reencuentro con la naturaleza patria pero también son
los primeros en divulgar un lenguaje higienista que se preocupa por cuestiones
sanitarias como la disminución de talla de los españoles, el nacimiento de ni-
ños enclenques o el raquitismo. Todavía carecen de la perspectiva moderna de
la sociedad de masas y no están familiarizados con la eclosión de los deportes a
principios del siglo, pero en cualquier caso abren una vía para ese lenguaje peda-
gógico y sanitario en torno al deporte y la educación física que se institucionaliza

8
En Historia y nación: Costa y el regeneracionismo en el fin del siglo (2013), Pedro José Antonio
Chacón analiza el origen y el desarrollo de esta figura del «dictador tutelar» / «cirujano de hierro»
que resume la mayoría de las aspiraciones históricas del regeneracionismo español (en Macías 325-
26). El núcleo originario de este mito se localiza en los cursos organizados por el Ateneo de Madrid,
«La tutela de los pueblos en la Historia», entre 1895 y 1896, y la posterior relación de obras en las
que Joaquín Costa se había ocupado del tema de dictador/cirujano: Representación política del Cid
en la epopeya española (1878), Cavour-Bismarck- Cánovas (1880), Programa político del Cid Campea-
dor (1885) y Regeneración y tutela social (1895).
9
Como bien apunta Lily Litvak en su clásico Latinos y anglosajones: orígenes de una polémica
(1980), algunos regeneracionistas se plantean la repoblación de algunas partes de la Península Ibé-
rica con habitantes de aquellas regiones donde haya más elementos arios. Una de ellas sería el País
Vasco donde la vitalidad de sus habitantes se explica por la pureza sine qua non de sus habitantes
que no se mezclaron ni con sangre mora ni con sangre judía (51). Este afán regeneracionista de
trasplantar aquellos elementos más positivos de algunas regiones de la nación a las más desfavore-
cidas se trasluce en autores noventayochistas como Miguel de Unamuno: «Aquí, en España, cada
región debe esforzarse por expansionar el espíritu que tenga, por dárselo a las demás, por dar a éstas
el ideal de vida civil pública que tuviere, y si no le tiene, acaso no lo adquiera sino buscándolo para
darlo; por sellar a las demás regiones con su sello. El deber patriótico, y aun más que patriótico,
humano, de Castilla, es tratar de castellanizar a España y aun al mundo; el de Galicia, galleguizarla;
andalucizarla, el de Andalucía; vasconizarla, el de Vasconia, y el de Cataluña, catalanizarla» («Su
Majestad la lengua española» 481-82). Tanto la generación del 98 como la de 1914 conceptualizan
la diversidad regional como característica sustancial del ser peninsular y aspiran a la confluencia de
todas las fuerzas locales en un mismo destino o proyecto común.
246 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

en media Europa. La dictadura de Primo de Rivera (1923-30) establece una corte


de pedagogos, médicos y militares que introducen toda esta retórica higienista
en España. Los regeneracionistas no llegan más allá de establecer un marco re-
lativamente cientifista para tratar de explicar las causas de la degeneración racial
de los españoles. Dos son los axiomas científicos más extendidos: 1) La noción
del medio ambiente como conjunto de factores estrechamente enlazados y que
determinan parte de la experiencia vital de los individuos de un espacio concreto.
Su difusión es muy amplia en la literatura regeneracionista a la hora de recolectar
los rasgos esenciales de la psicología nacional. De esta manera, el carácter patrio es
una consecuencia de las singularidades de los individuos que habitan un espacio
físico concreto; 2) la teoría de la degeneración racial según la cual el individuo se
define por su pertenencia a una raza que cristaliza en una patria o una nación.
El sujeto es portador de un patrimonio racial y sus acciones vitales le trascienden
ya que sus consecuencias son heredadas por las generaciones futuras. No solo el
regeneracionismo español recurre a este marco cientifista sino también uno de los
principales detractores de la raza española: Sabino Arana Goiri explica la degene-
ración de los vascos a partir de su excesiva fricción con una raza latina y decadente
que habita un país en franco declive. España ejerce una influencia muy perniciosa
sobre los vascos teniendo en cuenta que los triunfos de la Inglaterra victoriana y
la Alemania de Bismarck manifiestan que el futuro pertenece a las razas nórdicas.
Sabino Arana Goiri no tiene duda que la degeneración racial de los vascos es una
consecuencia de su proximidad con un medio ambiente latino: «Verdaderamente,
las razas latinas tienen que reconocer la superioridad de las del norte en todas las
manifestaciones de la doble vida, espiritual y material: en religiosidad, en ciencia,
y en artes, en agricultura, industria y comercio, en seriedad de juicio y acción, en
actividad y firmeza de carácter, en orden y respeto social.» («La pureza de la raza»
2197)
Tras su muerte en 1902, uno de sus discípulos más fervientes, Engracio
Aranzadi, no tiene duda sobre cuál era el propósito del líder nacionalista: «Arana
quería la libertad para arrancar a nuestro pueblo de las garras de la impiedad y el
libertinaje, que nos arrastran a las profundidades cenagosas en que se revuelven
las gentes latinas. La blasfemia, la prensa sin pudor, la irreligión, la lascivia y la
anarquía minan las bases de las sociedades latinas» (327). Este deseo de liberarse
del influjo latino persigue a Sabino Arana Goiri hasta prácticamente sus últimos
días cuando sueña incluso con una futura colaboración británica para liberar al
pueblo vasco en su lucha por la independencia. Según rumor popular, un coronel
inglés está en San Sebastián planeando una supuesta alianza con Francia para
ocupar la Península Ibérica y desmembrarla («Carta a Aranzadi del 5 de enero de
1901» 2396-44). Esta fijación por liberarse del contacto latino se manifiesta en
el terreno de lo moral y lo biológico. A continuación, vamos a estudiar las me-
Mikel Lorenzo-Arza 247

didas que SAG propone para liberar a la raza vasca del contacto con esa «nación
de toreros y tullidos» («Nuestros moros» 196). Algunas prescripciones tienen un
carácter sanitario ya que el objetivo es mantener la salubridad de la raza vasca.10

2. Bizkaia por la independencia (1892) como una purga de la sangre vasca

El racismo como fijación neurótica por determinar las características bioló-


gicas de una etnia emerge con la segunda generación de escritores regionalistas
vascos (Vicente Arana, Arturo Campión…) que popularizan una imagen del es-
pécimen vasco como sujeto biológicamente quintaesenciado en los dos últimos
decenios del siglo xix. En Visión en la niebla (1885), el médico Nicasio Landa
imagina un mítico desfile de guerreros vascos de todas las épocas (rebeldes cán-
tabros, soldados de Prim, hordas paleolíticas…) que lucen un depurado perfil
craneológico: «su cabeza, ensanchada por detrás, lo haría parecer africanos si su
Ángulo facial no fuera el más aventajado de las razas humanas» (181-91). Con
esta descripción se rebasa el viejo prejuicio casticista de «la limpieza de sangre»
para entrar ya en un racismo que se sustenta sobre virtudes hematológicas o cra-
neológicas.
La publicación de Bizkaia por la independencia (1892) hereda esta estética ra-
cista y conecta también con un tipo de corriente pictórica vasca (Lecuona, Arrue,
Guinea, Guiard…) que no cesa de retratar a pescadores y campesinos en sus
escenas cotidianas; preconizando de esta manera una imagen viril de la raza. No
es raro entonces suponer de donde le vienen a Sabino Arana Goiri esos ensueños
sobre una raza de hombres con anchas espaldas que se alzan como el epítome de
la especie frente a la debilidad de los maketos o incluso, sorprendentemente, de

10
Uno de los hechos más reseñables de los textos aranistas son la cantidad de sobrenombres
que aparecen para calificar a los españoles como un mal patológico a lo largo de sus textos: «la
nación más degradada y abyecta de Europa», «nación de toreros y tullidos», «la hez de los pueblos
europeos», «el pueblo de la blasfemia y la navaja», «el pueblo del pan y los toros», «la raza más vil y
despreciable de Europa», «la raza vil, rastrera, servil y fementida» («Fiestas euskaras» 180 ; «Nues-
tros moros 196-199; «Los invasores» 438-441; «Peregrinación obrera» 1681-82; «Conócete a ti
mismo» 1780-81. Algunos de los artículos más memorables sobre el antimaketismo son «Efectos de
la invasión» (1326-27) y «Egundokoa» (Bizkaitarra 30.06.1895). Paradójicamente como sostiene
Javier Corcuera Atienza en su texto canónico, Orígenes, ideología y organización del nacionalismo
vasco (1876-1904) (1980), el antiespañolismo no es un invento original de Sabino Arana Goiri,
sino que su paternidad proviene de los euskalerriacos (sociedad fuerista) que busca la restitución del
orden foral abolido por Cánovas del Castillo en 1876. El impacto de la II Revolución industrial en
Bilbao genera una campaña antiespañolista y xenófoba que tiene que ver con las protestas xenófobas
de las clases medias nativas ante la masiva llegada de emigrantes españoles. En su famoso artículo,
«El antimaquetismo», Miguel de Unamuno señala que más que de separatismo habría que hablar
de antimaquetismo ya se trata sobre todo de una reacción hacia ese emigrante español que injerta
costumbres exógenas en el cuerpo cultural vasco (El Heraldo, 18-IX-1898).
248 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

los indigentes vascos («Llanto y diagnóstico» 125). En cualquier caso, esta incli-
nación costumbrista del arte vasco inaugura también una tendencia al narcisismo:
«la apología de las particularidades nativas sobre los valores interculturales, exal-
tando la conciencia colectiva sobre la individualidad, insistiendo en las diferencias
del yo colectivo respecto a los otros» (Gorriarán 38). A esta inclinación hacia el
ensimismamiento le añade Sabino su énfasis en las diferencias biológicas entre
una raza de hombres superdotados y el resto de la Península. Como desarrolla en
Bizkaya por la independencia (1892), los vascos no son ni un pueblo ni afeminado
ni corrupto, no: se trata de una raza de hombres vigorosos que aman la indepen-
dencia y que venden su libertad por su sangre sin ningún temor a derramarla si se
da el caso (54). Bizkaya por la independencia (1892) enfatiza estas ideas evocando
cuatro batallas medievales entre vizcaínos y leoneses (Arrigorriaga, Gordexola,
Mungia, Otxandiano). La primera de las batallas tiene un simbolismo mayor que
el resto ya que introduce importantes novedades que distancian al nacionalismo
vasco del fuerismo que le precede:11

Primero, para él Vizcaya carecía de vínculos con Castilla con lo que desapa-
recía la razón del ataque leonés. En segundo término, el Señor Jaunzuría ya no
descendía de una familia real extranjera, sino que se trataba de un humilde hijo
de la tierra. Además, perdía el papel protagonista que Sabino transfería colecti-
vamente a los habitantes de Vizcaya. Por último, los invasores, en vez de como
leoneses, eran identificados genéricamente como españoles lo que justificaba su
condición de enemigos ancestrales de la raza vasca. (Fernández Soldevilla 224)

Sabino Arana Goiri interpreta la historia vasca como un largo proceso de


convalecencia desde la integración del Señorío vizcaíno en el reino castellano has-
ta las sucesivas modificaciones del régimen foral tras las guerras carlistas y su
definitiva abolición por Cánovas del Castillo (1876). Ahora Maketania (España)

11
Por fuerismo se conoce al regionalismo literario vasco que se desarrolla durante el periodo
isabelino y la Restauración a través de dos generaciones de escritores regionalistas (Navarro Villosla-
da, Antonio de Trueba, Vicente Araquistaín…). Durante medio siglo de producción literaria, estos
escritores desarrollan lo que Jon Juaristi denomina como «materia vascona»: un repertorio temático
destinado a encumbrar los hechos diferenciales vascos con el fin de legitimar y preservar el régimen
foral vasco durante el periodo isabelino y hasta su definitiva abolición en 1876 por Cánovas del
Castillo (Juaristi, Linaje de Aitor 48-49). La leyenda de Jaunzuría es un relato reelaborado por dis-
tintos apologetas medievales (el Conde de Barcelos, Lope García de Salazar…) para manifestar la
existencia de un pacto entre los vizcaínos (integrados dentro del condado castellano) y los leoneses.
En la historia se relata la victoria de las huestes vizcaínas sobre el rey leonés Ordoño y se proclama
al mítico caudillo de Jaunzuría como primer Señor de Vizcaya (este príncipe escocés habría irrum-
pido en la costa mundaquesa para acaudillar a los vizcaínos). Los escritores fueristas convierten esta
leyenda en un tópico común y el fundador del nacionalismo vasco introduce en el relato las mo-
dificaciones indicadas para darle una significación política completamente opuesta a la fuerista (la
negación de cualquier tipo de pacto histórico, la sustitución del caudillaje de Jaunzuría en la batalla
por la iniciativa involuntaria del pueblo anónimo…).
Mikel Lorenzo-Arza 249

inocula el virus del socialismo y la irreligiosidad en la raza vasca además de condu-


cirla hacia un mestizaje degenerativo. A las cuatro batallas de Bizkaya por la inde-
pendencia (1892) le precede un escenario paradisiaco: un decorado de robledales
y caseríos donde habita una raza portentosa que se ve arrastrada a una guerra que
no es más que una purga. El líder nacionalista considera que cada cierto tiempo
histórico el cuerpo de la nación debe liberarse de los residuos acumulados durante
siglos. La tierra se ofrece como una pila sacrificial para los vizcaínos: «Cubierto de
cadáveres queda el campo, y enrojecido de humeante sangre; pero los bizkainos
no abandonarán a su presa hasta hacerla trasponer los límites» (Bizkaya 26). Los
vizcaínos deben abandonar sus tareas cotidianas para convertirse en «anticuerpos»
que persiguen al invasor hasta los límites de su territorio. La batalla no puede
terminar hasta que la sangre derramada redima la tierra de tantos siglos de con-
taminación racial. Esta necesidad de que la raza vasca se someta a una purga cada
cierto tiempo se debe a los malos hábitos que adoptaron los Señores de Vizcaya
casándose con aristócratas españolas y extendiendo una costumbre muy peligrosa
para sus súbditos.
Uno de los objetivos más importantes de Bizkaya por la independencia
(1892) es familiarizar a los vascos con una noción biológica de su sangre como
sustancia preciada donde se conservan lo más esencial de su raza. Si la corrom-
pen es necesaria una purga y es aquí donde se introduce lo que Antonio Elorza
define como «la lógica de la guerra»: «En la década de 1880 los componentes de
la amalgama se hallaban perfectamente configurados. No había contradicción
alguna entre la idealización de la guerra, a partir de las estampas medievales, y
la apología del orden rural regido por los fueros» («Guerra en Paz. Lógica de la
guerra» 13). A esta idealización de la guerra, le añado la metáfora cultural de la
«purga» como mecanismo sacrificial que impulsa a los vascos a regar la tierra
baldía en los momentos críticos de su historia. Así lo proclama Sabino en varios
momentos de la obra: «¡Oh patriotismo de nuestros padres! Oh sangre bizkai-
na que bulles en las venas y saltas copiosa al suelo, ¡regándolo por sustentar al
Roble de tus libertades! Pluguiera a Dios que ese cuadro a un tiempo glorioso y
sangriento se presentara vivo ante el siglo xix para enseñanza de estas generacio-
nes degradadas» (Bizkaya 49). Cada cierto tiempo el roble de Guernica necesita
nutrirse con la sangre de sus propietarios ya que su pervivencia representa la
continuidad biológica de la raza.12

12
Esta imagen del «roble de Guernica regado con la sangre de los vascos» pervive extensamente
en el imaginario cultural del nacionalismo vasco. En los prolegómenos del nacimiento de ETA
(Euskadi ta Askatasuna) la activa producción de la diáspora vasca de Venezuela o México recurre
en muchas ocasiones a esta metáfora cultural del árbol sediento que debe ser regado con la sangre
de sus militantes tal y como apunta Gaizka Fernández Soldevilla en su reciente libro La voluntad
del gudari (2016): «Según los redactores de Euzkadi Azkatuta: «nuestra lucha es a muerte, y, por lo
tanto, la acción violenta es nuestra única arma. En efecto, el árbol de la libertad debe ser regado de
250 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

Con este discurso no es difícil suponer que muchos de los primeros segui-
dores de Sabino Arana Goiri ensalce la lucha armada de los mambises en Cuba
o Filipinas. La guerra adquiere casi la categoría de solución médica para paliar el
problema de la degradación racial. El recuerdo de las pasadas contiendas carlistas
irrumpe también como un recuerdo que legitima este mecanismo cultural de la
guerra como purga o solución médica puesto que los vascos siempre han luchado
por preservar sus virtudes como raza: «Sin duda perduraba en nosotros alguna
reliquia de la impresión recibida en la niñez de los relatos escuchados a viejos
guerrilleros del País, a jefes que durante años habían andado a tiro limpio con los
guiris en los montes de Guipuzkoa y Nabarra» (Eleizalde 6). Tal y como apunta-
ban nacionalistas como Eleizalde en consonancia con el pensamiento generaliza-
do de su tiempo, en el pasado o el presente, la guerra es necesaria para delimitar
la frontera entre lo saludable y lo insalubre. Sirve para marcar la diferencia entre
una raza varonil, laboriosa e inteligente y esa otra femenil, torpe y cobarde. En
el ambiente internacional encuentra SAG esta racionalización de la guerra como
una especie de fumigación o purga imprescindible para que la raza se purifique:

No sabemos que tienen en la sangre ciertas razas que todo cuanto está en con-
tacto con ellas degenera y se prostituye. Ejemplos de ellos nos da en abundancia
la historia del pueblo romano y la historia de las naciones que llevan en su sangre,
la sangre latina. Mientras en los Estados Unidos alcanzan las ciencias un grado tal
de adelanto que causa asombro, la América latina cierra las puertas al progreso y
las abre de par en par a todos los vicios. («Vocación de esclavos» 1798)

A pesar de que el fundador del nacionalismo vasco comparte algunos de los


presupuestos del racismo darwinista también hay otros muchos testimonios donde
su desprecio por lo latino se complementa con su acusación a la «raza blanca» de
someter a todos los pueblos del mundo («Caridad» 1303). El racismo cientifista
le sirve a Sabino Arana para alinear a los vascos con ese grupo de razas civilizadas
que se opone a las moribundas donde se integran los españoles. Los vascos deben
de mantenerse biológicamente puros y evitar cualquier contacto con esos a los que
machaconamente se refiere con metonimias como la taberna, el baile flamenco o
los toros.13 La navaja es también compañera inseparable de los españoles cuando

vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos» (96). A esta recurrente figura literaria del árbol
regado con la sangre, hay que añadirle el de la leche materna que brutalmente se trastoca en sangre
cuando hay una guerra.
13
La obra en prensa de Sabino Arana Goiri es difícilmente clasificable ya que abarca un gran
número de temas, aunque no cabe duda que el antiespañolismo es uno de los rasgos más reseñables
de sus escritos. Uno de los ejes fundamentales de este antimaketismo tiene que ver con la preocu-
pación de SAG por mantener la integridad de las costumbres vascas porque en ellas se refleja el
carácter nacional: «Porque no puede ser lo mismo, para el nacionalismo vasco, el cabaret que la
campa ante la ermita; no puede ser lo mismo el pasodoble, el tango o la habanera, que el aurresku,
la ezpata-dantza o el arin-arin. El pueblo que adopta un idioma extraño está invadido en su espíritu;
Mikel Lorenzo-Arza 251

participan en las fiestas vascas corrompiendo su ambiente idílico. Además, estos


españoles introducen también la taberna en la vida de los vascos y alcoholizan al
hombre de campo manteniéndolo fuera de casa hasta altas horas de la noche. Por
si fuera poco, en estas tascas se producen la gran mayoría de los delitos y trifulcas
que ocurren en Bilbao y son provocados por los españoles o vascos españolizados.
Durante las veladas en las tabernas o en las romerías irrumpen el baile aga-
rrado y el organillo que inciden indirectamente en gran parte de los embarazos
no deseados de las jóvenes vascas («Que somos» 234). La obsesión de Sabino
Arana por defender la castidad de las jóvenes vascas le lleva incluso a establecer
angustiosas correlaciones entre la navaja de las reyertas maketas y el símbolo fálico
con el que corrompen a las muchachas vascas («Arantzak» 345). Esta neurosis por
evitar los enlaces sexuales adquiere incluso connotaciones antropológicas ya que
a medida que los vascos se mezclan más con los españoles dejan de pertenecer a
esa «raza de las altas cumbres» que sólo puede habitar las montañas («Efectos de
la invasión» 1326).14 Tales evocaciones poéticas le llevan a adscribirse a las teorías
del monje francés Lewy Abartiague que afirma que los vascos son descendien-
tes directos de los atlantes («Del origen de nuestra raza» 464). Toda esta serie
de símbolos y referencias configuran un sermón que se repite machaconamente
por vías muy diversas y que constituye el plano más costumbrista del discurso
aranista. En otro nivel diferente, se sitúan las epopeyas bélicas de Bizkaya por la
independencia (1892) que se enmarcan dentro de un uso metafórico de la Historia
para afirmar los presupuestos ideológicos del nacionalismo vasco. Por supuesto,
persiste también esa obsesión por imaginar una Vasconia donde no exista ni el
mestizaje ni conductas irresponsables que pongan en riesgo la continuidad de la
raza (Juaristi, El bucle 178-79). Como SAG ve imposible restablecer la Historia
tal y como la imagina, considera más viable adoctrinar a la juventud y centrarse

pero el que, cediendo de su costumbrismo nacional, desfigura su propio carácter y se adapta al del
extranjero, es un esclavo espiritual, y no merece gozar de la libertad política» («Costumbrismo»,
OC, III, 222). La contraposición entre las sanas costumbres vascas y las españolas es un leitmotiv
constante en numerosos artículos sobre todo con la finalidad de evitar que los vascos se corrompan.
Por ello, Sabino Arana aboga por el teatro con un medio muy eficaz para propagar de manera muy
eficaz algunos de sus temas más recurrentes: la castidad de las mujeres vascas o, por ejemplo, la
sustitución de los maestros castellanos por los íntegramente vascos (otro de los temas característicos
de su producción periodística).
14
Una de las obras más emblemáticas sobre el pueblo vasco, Paz en la guerra (1897) de Miguel
de Unamuno termina con la ascensión de Pachico a lo alto del Pagasarri (monte colindante a la villa
bilbaína) y la contemplación de la ciudad derruida tras el final de la II Guerra Carlista: «Contempla
Pachico las quietas y apacibles formas de aquella lucha silenciosa, viendo en la paz del bosque la
alianza del grande con el pequeño, del vencedor con el vencido, la humildad de este, la miseria del
parásito. La guerra misma se encierra en paz» (506). A través de los ojos de Pachico, el joven Miguel
de Unamuno aboga porque los vascos abandonen la «soledad de sus montañas» para aceptar las co-
rrientes de la cultura universal y mezclarse con ellas en detrimento de los paraísos edénicos (Juaristi,
El Linaje, 268). Por el contrario, SAG entiende que los vascos deben de trazar un cordón sanitario
que les aísle del capitalismo industrial y sus consecuencias.
252 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

en la vigilancia y la denuncia de aquellos hábitos que deterioran la idiosincrasia de


la raza vasca. En este punto entra su labor como dramaturgo y la manera en que
estas obras se dirigen especialmente a jóvenes y mujeres.

3. El teatro como transmisor de medidas sanitarias para los vascos: de


fuera vendrá (1897)

Para el ideólogo vasco la propaganda es imprescindible y establece una jerar-


quía entre los medios utilizados en lo que se refiere a su mayor o menor eficacia a
la hora de influir entre la población vizcaína: la prensa periódica, el teatro y el libro
se constituyen en las vías preferidas por orden de preferencias («El doctrinario bi-
zkaino» 469-71). En lo que se refiere a su afán por concienciar a los vascos (jóvenes
y mujeres especialmente) sobre su herencia biológica y moral, el teatro adquiere un
peso específico, y no tanto como creación estética y manifestación cultural. Sabino
Arana Goiri utiliza el teatro para dividir la sociedad vasca en tres perfiles: el vasco sa-
ludable (nacionalista), su antagonista biológico y moral, el maketo, y, por otro lado,
el maketofilo, que se erige en el grupo más odiado. Dentro de este grupo se inscriben
todos los vascos adscritos a partidos políticos españolistas. En el famoso Discurso de
Larrazábal (1893) señala como maketofilos a los vizcaínos que militan en todos los
partidos vascos incluyendo a aquellos con los que comparte cierto legado ideológico
como carlistas o fueristas de la sociedad Euskalerría. De hecho, muchos miembros
de este último se pasarían al recién fundado partido nacionalista vasco, aunque con
la premisa en mente de restituir los privilegios forales abolidos en 1876. En cual-
quier caso, menos el PNV todos los partidos son fuentes de futuros males:

En ocho partidos diferentes están principalmente divididos en la actualidad


los bizkaínos: tres católicos y cinco liberales; quedan los ocho partidos convic-
tos de españolistas y cinco de ellos de anticatólicos. ¡Pobre Bizkaya!, si tu desti-
no estuviese a merced de estos partidos españolistas que te van carcomiendo las
entrañas. («Bizkaya en 1893» 156)

Los dramas teatrales más importantes de Sabino Arana, De fuera vendrá


(1897) y Libe (1902), plasman de manera trágica esta españolización de la raza
vasca y en el caso de la primera, señalan lo pernicioso de ese emergente ambiente
urbano donde germina la corrupción electoral y los maketofilos venden a su patria
por su prosperidad material. En sus piezas teatrales, el ideólogo vasco reproduce
la misma narrativa que repite insistente en sus publicaciones periódicas: la ne-
cesidad de tejer un cordón sanitario que proteja a la raza vasca de una serie de
males muy específicos. Así los enumera en su crítica sobre el estreno de Bizkaitik
Bizkaira (1895) del sacerdote carlista Resurrección de Azkue:
Mikel Lorenzo-Arza 253

el autor de esta obra demuestra en su obra; que las quintas, esa terrible con-
tribución de sangre que el gobierno español ha impuesto a Bizkaya, no solo
produce daños materiales, sino inmensos daños morales, que, según va el vasco
abandonando su lengua patria y adoptando la española, así va perdiendo las
virtudes de su carácter, haciéndose indiferente en punto a religión y pervirtién-
dose en sus costumbres; que el maestro español, el más abominable destructor
inmediato de la lengua, del carácter de nacionalidad y de las sanas creencias
y costumbres del vasco; que el español, nuestro invasor, no solamente quiere
destruir nuestra religiosidad, sino también nuestra lengua, nuestra raza, nues-
tro carácter, porque pertenece a una raza que siempre ha odiado a la nuestra.
(«Teatro Nacional» 490-91)

La principal obra dramática de nuestro autor, De fuera vendrá (1897) repro-


duce los mismos tropos de la obra del sacerdote carlista pero a diferencia de esta
se sitúa en un ambiente urbano como es el Bilbao mercantil que ha perdido casi
por completo su carácter nacional y por lo tanto, anticipa el trágico final al que
se enfrentan los protagonistas a diferencia de la obra de Azkue.15 De fuera vendrá
(1897) ofrece un final extremadamente pesimista para el pueblo vasco ya que el
maketo y el maketofilo triunfan sobre el vizcaíno y sólo le ofrecen la posibilidad del
exilio patrio. Parte de esta triste conclusión se explica por cuestiones biográficas
puesto que cuando Sabino Arana Goiri inicia la redacción de esta obra, su recién
fundado partido está en periodo de expansión. Sin embargo, cuando la concluye
sufre un primer estancamiento tanto por crisis internas como por las primeras
medidas coercitivas del gobierno español.
El desenlace de la obra coincide con el pesimismo de «¡Lenago il!» (1897)
que publica un año antes de terminar la obra: «¿Qué ven mis ojos? / todo lo
veo/ perdido/ heredad, bosque/ monte y muralla/ ciudad/ aldea/ y lo demás. /
He aquí que el maketo/ recién llegado/ todo lo ha destruido/ Prefiero morir/
antes que ver/ el fin/ de la Patria» («¡Lenago il!» 2405-2406). El poema guarda
reminiscencias quevedianas, pero también nos informa sobre el estado mental de
SAG en las postrimerías del siglo cuando atisba que la independencia de Vizcaya

15
La elección de De fuera vendrá (1897) como obra de análisis en lugar de su otro drama Libe
(1902) se explica por este carácter urbánita que tiene y porque sintetiza muy bien la preocupación
porque la juventud vasca no esté expuesta a ciertos males que irrumpen con mayor frecuencia en el
ámbito urbano. Por otro lado, la acción dramática de Libe coincide en su evocación medieval con
las leyendas de Bizkaya por la independencia (1892). El relato se centra en la protagonista Libe y su
enamoramiento con el Conde de Salinas que decide invadir Vizcaya poniendo a nuestra heroína en
una situación complicada: debe elegir entre su amor conyugal o su amor patrio. Elegirá lo segundo.
También esta obra tiene ese carácter sacrificial en cuanto que la heroína debe exponerse a una purga
para redimir a la patria sedienta de sangre. Por esta razón termina pidiendo perdón y muriendo en
el campo de batalla mientras proclama la independencia de Vizcaya. A diferencia de la obra que
nos ocupa, en este texto prolifera ese ruralismo que concibe el País Vasco como un paraíso hasta la
llegada del invasor español. La temática de los matrimonios mixtos como hecho nefando para la
patria es también visible en esta obra.
254 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

no se va a producir. Las medidas restrictivas de los sucesivos gobiernos españoles


amenazan con liquidar el partido. Es así que para salvar la idea no cabe otra op-
ción que hacer algún tipo de concesión tal y como parece aceptar en su conocido
artículo, «Grave y Trascendental»: SAG aboga por crear un partido que será vasco
y español al mismo tiempo y que aspira a la consecución de la máxima autonomía
posible dentro de los límites marcados por el Estado liberal (Corcuera, Orígenes e
ideología, 524). A partir de este movimiento apunta Jon Juaristi que tanto Sabino
Arana como Miguel de Unamuno confluyen en una misma noción de intrahis-
toria: «Como Unamuno, Arana ha llegado a la conclusión de que el único modo
de no perder nunca, es separar la nación histórica del pueblo eterno, renunciar
a la primera para conservar el segundo como potencialidad infinita, inagotable,
intrahistórica» (El bucle 199). Entre 1897 y 1898, el ideólogo vasco atraviesa un
periodo de melancolía que incide en esta evolución espiritual pero que se visibi-
liza también en su preocupación excesiva por los comportamientos sexuales de
los vizcaínos. La anexión de su nativa anteiglesia de Abando por la villa bilbaína
(1876) expone a las jóvenes bilbaínas a los ojos de los obreros recién llegados.
Desaparecen los partidos del frontón, los bailes pudorosos y las peleas a garrotazos
entre carlistas y liberales tan características de las campas de la Albia. Proliferan
locales de dudosa reputación tal y como relata su hermana Paulina (96). Uno de
estos es propiedad de los Arana Goiri y es así que no duda en desalojar a uno de
sus propietarios cuando que se va a celebrar un baile de máscaras.
Esta anécdota se inscribe dentro de una creciente preocupación por preser-
var a las jóvenes vascas de cualquier contacto sexual con los maketos: por estas
fechas abundan los artículos sobre la desnacionalización de las romerías y el uso
del manubrio o el piano en los bailes (Corcuera, Historia del nacionalismo 543).
Parte de esta retórica coincide con esa evolución de los nacionalismos europeos
de fin de siglo hacia un lenguaje cada vez más eclesial donde se condena la pro-
miscuidad sexual o el vagabundeo o cualquier tipo de actividad que envilece el
cuerpo y lo imposibilita para el sacrificio patrio. La pureza física de los cuerpos
se focaliza sobre el cuerpo femenino y en el caso del aranismo se sintetiza en una
macabra imagen como que la leche materna se transforma en sangre redentora tal
y como se muestra en el poema «Itxaskurdinja» (234). La misma aparece en otro
poema donde la muerte de la madre patria implica que la leche materna con la
que alimenta a sus hijos se transforme ahora en la sangre («Agur Bizkayari» 2100).
En «¡Lenago il!», la sangre corre ya en torbellino por los campos vascos ante un
exaltado yo poético (2405).16

16
La extensa producción periodística de Sabino Arana Goiri contempla un gran número de
metáforas e imágenes de cierta significación antropológica para entender el subconsciente de la
retórica nacionalista. Algunos autores como Antonio Elorza, Jon Juaristi o Javier Corcuera y recien-
temente Gaizka Fernández Soldevilla o Raul López Romo han profundizado en los mitos culturales
Mikel Lorenzo-Arza 255

La atmósfera trágica en la que se envuelve el argumento de «De fuera ven-


drá» se relaciona también con una profunda revolución industrial que desembo-
ca en el ensanche urbano de Bilbao y en la acumulación de industria siderúrgica
en los márgenes de la ría.17 El argumento de la obra se centra en las aspiraciones
matrimoniales de un joven nacionalista, Juan Aretxalde, que desea casarse con
la hermana de su amigo, Ignacio Errekakoetxea. El rechazo a este matrimonio
por parte del padre de Anita (la joven bilbaína) se debe a que no se considera
al pretendiente lo suficientemente valido desde un punto de vista económico y
social. A su vez, el otro solicitante de la mano de Anita, que paradójicamente
casi no aparece en la obra, el burgalés Don Filomeno Cordero y Halcón parece
partir con ventaja en comparación con el joven vasco.18 A pesar de que Ignacio

que vertebran el discurso nacionalista como, por ejemplo, el relato de «la guerra imaginaria». Según
estos autores la transversalidad del nacionalismo vasco y su transmisión de generación en generación
se explica a partir de la convicción entre sus feligreses de que existe un conflicto milenario entre
vascos y españoles desde el principio de los siglos (Elorza, Ideologías del nacionalismo vasco 13). Hay
múltiples análisis sobre este tipo de mito vertebradores pero, sin embargo, no existen tantos dedica-
dos a la recurrencia de ciertas imágenes en que en muchos casos tienen reminiscencias médicas: la
fijación neurótica por purificar la tierra con ríos de sangre, la propia conversión de la leche en sangre
o la fijación homosexual por imaginar una nación vasca de hombres de anchas espaldas, castos y
entregados al martirologio patrio si es necesario («Inauguración de la Sociedad Euskal Lagun de
Ondarroa» 546).
17
En Sabino Arana: padre de las nacionalidades (1981) de Mauro Elizondo, se recoge mucha
de la correspondencia inédita del hombre que nos ocupa con distintas personalidades del partido.
En una de esas misivas dirigidas a su sucesor Zabala Ozamiz, el fundador del nacionalismo vasco
lamenta el aumento de abortos en los márgenes de la ría bilbaína y se los atribuye a la polución
causada por las nuevas fábricas siderúrgicas. El ensanche bilbaíno coincide con el de otras ciudades
españolas y se inicia en 1876 con la anexión del barrio de Abando y culmina en 1920 con el de la
anteiglesia de Begoña. La expansión urbanística de Bilbao se debe sobre todo al descubrimiento
del hierro en las vegas de la ría bilbaína lo cual le otorga el sobrenombre de «La California del
hierro» a la provincia vizcaína (Montero, La California, 12). Desde un punto de vista sociológico,
la irrupción del emigrante que se enriquece con la industrialización genera animadversión entre las
élites tradicionales de la villa bilbaína que patentan el antimaketismo. Las posiciones inicialmente
anticapitalistas de Sabino Arana Goiri cambian a principios de siglo, y también su percepción de
este ensanche urbanístico que es para muchos estudiosos, un factor determinante en el origen del
nacionalismo vasco (Juaristi, El Bucle, 157-203). Como bien apunta Javier Corcuera: «el primer
anticapitalismo tradicionalista ha desaparecido y la labor de nacionalización no habría de consistir
en desindustrializar sino en vasquizar las industrias existentes» (Historia del nacionalismo vasco, 365-
66). Esta evolución coincide con la creciente presencia del sector más autonomista o fuerista dentro
del partido y que aspira a constituir un capitalismo nacional vasco. Es de esta manera que lo que
en un primer momento era para Sabino Arana Goiri una coyuntura negativa y poco sanitaria para
la salud de la raza vasca, se convierte después (el industrialismo) en una muestra del genio vasco.
18
Como bien señala Nerea Aresti en su artículo, «De heroínas viriles a madres de la patria. El
nacionalismo vasco y las mujeres» (1893-37), el canon femenino varía bastante en la cultura del
nacionalismo vasco desde finales del siglo Xix y los años 20 o 30, donde, por ejemplo, las mujeres
nacionalistas juegan un papel clave en la difusión propagandística ante la censura de la dictadura de
Primo de Rivera (1923-31). La posición de Sabino Arana Goiri respecto a las mujeres queda patente
en esta misiva al que será su sucesor en la dirección del partido tras su muerte: «en la feminidad
están todas las debilidades congénitas del ser humano. La mujer necesita ser tutelada por el hombre
y la única feminidad posible es la del hombre» (Correspondencia inédita, 34). En la obra de Arana
256 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

cuenta con todas las credenciales para aspirar a un puesto de funcionario en


la Diputación vizcaína, es el burgalés quien mediante diferentes tretas consiga
llevárselo y también la mano de Anita. Además, fuerza el exilio del joven vasco
a las Américas. Por entonces, ya el propio Sabino Arana denuncia la cada vez
mayor tendencia de los vascos a la emigración y la consiguiente despoblación
de la provincia vizcaína («La emigración» 24.06.1899). Paradójico es que, por
las mismas fechas, el escritor cántabro José María Pereda dedique también uno
de los relatos de sus Escenas montañesas (1864), «El Jándalo», a la incipiente
emigración de campesinos montañeses a América.
Desde una perspectiva narratológica, el contenido mítico de la comedia se
adscribe a arquetipos tradicionales muy difundidos en el folclore popular: matri-
monio del héroe con la princesa implica el acceso al trono del héroe y su dominio
sobre el reino. En un plano mítico, la princesa representa a esa tierra que además
dentro del lenguaje médico aranista, se trata de una tierra que abastece con su
leche materna a los jóvenes vascos, pero a su vez les obliga a derramar su sangre
(purga) cuando la tierra está baldía (Propp 72). En este caso, el falso héroe (el
maketo) usurpa el trono y esto implica la corrupción de la tierra. Llama la aten-
ción que el resto de los personajes tanto maketos como vizcaínos, no se rebelan
ante esta expoliación de la tierra que lleva a cabo el burgalés y que, por lo tanto,
aparecen como cómplices de este.
En cualquier caso, lo que nos ocupa en esta obra es la obsesión de SAG por
mantener la castidad de las mujeres vizcaínas y que alcanza tal pudor que Anita ni
siquiera aparece en ninguna escena de la obra. La crítica sostiene que dicha ausen-
cia se explica sobre todo por la escasez de actrices en la época y también en ciertos
reparos morales que supone la participación de una mujer en la obra: «Yo no lo
creo. Dice V. que, además, eso de hacer trabajar en el teatro a mujeres está reñido
con la integridad del espíritu nacional; pero a mí me parece que puede hallarse
muchachas muy formales que se presten a representar y lo hagan sin mengua
alguna de su pudor» («Regeneración» 2396). Al margen de todas estas razones,
paradójicamente, la joven bilbaína está en el foco de la obra ya que el virus maketo
tiene las mujeres vizcaínas como objetivo primordial. Ni la proliferación de cas-
tellanos en los puestos del funcionariado ni la laicización de los jóvenes bilbaínos
preocupa tanto al ideólogo vasco como la exposición de las mujeres bilbaínas a la
lascivia española.
La misión tiene un carácter tan providencial que el propio sacerdote, Don
Crisóstomo interviene para que Don Cándido sea más comprensivo con el joven
bilbaíno y sus pretensiones de pedir la mano de Anita. A pesar de la diferencia

Goiri, el único pasaje de su obra en el que la mujer adquiere cierto protagonismo es en el primero
de los relatos de su Bizkaya por la independencia (1892) donde una «varonil mujer bizkaina» asienta
un hachazo brutal al rey Ordoño (25).
Mikel Lorenzo-Arza 257

económica entre ambos, el padre de Anita (fuerista, y, por lo tanto, maketofilo)


debería aceptar el matrimonio por cuestiones puramente biológicas: «tanto se
esforzó en hacerme comprender que nunca se debe mirar a la diferencia de cla-
ses cuando no va unida a la educación religiosa, moral, y tales argumentos me
puso, en fin, de religión, de moral, de bizkainía, que no tuve más remedio que
arriar velas» (Arana, De fuera vendrá 51). Don Crisóstomo (sacerdote bizkaitarra)
consigue darle más tiempo a Juan para que pueda adquirir una colocación lo sufi-
cientemente ventajosa como para aspirar a la dote de la joven. Sin embargo, muy
a pesar de los alegatos del sacerdote bizkaitarra por el clásico argumento de que
el padre debe tener en cuenta la decisión de la hija en el establecimiento de rela-
ciones conyugales, el fin de su discurso es proteger la raza vasca de una tendencia
dominante en los últimos tiempos: la llegada de jóvenes castellanos que no tienen
ocupación conocida y que buscan emparentarse con las inocentes bilbaínas. Así lo
resume el propio Inocencio, amigo personal del padre: «El dejando su distinguida
familia en Aranda de Duero, vino acá próximamente un mes, porque ha oído que
la mujer bilbaína es fiel, modesta y hacendosa» (54). El propio Don Crisóstomo
adopta una posición que traspasa los límites de sus labores eclesiásticas para tomar
claro partido por Juan y denunciar la situación que viven los jóvenes vascos: «Él,
que es bizkaíno de pura sangre, suele tener el cuidado de poner en todas las soli-
citudes sus cuatro apellidos y la circunstancia de saber Euzkera. Como si no: ya
sabe usted que estas cosas son… ridiculeces… locuras… y resultan contraprodu-
centes» (59). Don Crisóstomo no sólo denuncia la situación que viven los jóvenes
vizcaínos, sino que, durante su conversación con Don Cándido, lo plantea como
un conflicto sanitario en tanto que el espíritu de igualdad del catolicismo no im-
plica que las diferentes razas en las que se divida la humanidad deban mezclarse
moral y físicamente.
Para el sacerdote, el ser humano pertenece por igual a la gran familia de la
Religión católica y al gran mosaico de la Naturaleza en el que los seres humanos
se dividen en diferentes razas, algunas más dotadas que otras para la superviven-
cia. En cualquier caso, como bien apunta al final de su monólogo: «ambas cosas
son dadas por Dios al mismo ser, y un ser no puede tener más que un fin» (60).
Aunque Cándido no lo reconoce abiertamente, por sus palabras se aprecia que la
unión entre dos razas biológicamente diferentes implica un pecado contra Dios
y nunca va a ser partidario de que los vascos pongan en riesgo su salud: «En los
Estados Unidos, en Inglaterra, y en cualquier nación que no sea la propia nuestra,
y esa que tenemos al sur, es preferido el vasco al individuo de la raza latina que
habita esta península para cualquier empleo que sea» (62). En el monólogo final,
Crisóstomo lamenta la marcha del joven a las Américas y alude a la traición que
esta raza vasca comete contra sus antepasados que habían permanecido aislados
en las montañas por los siglos de los siglos. En este caos en el que viven los vascos
258 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

como raza, su amigo Ignacio considera que para un espécimen biológicamen-


te saludable es imposible formarte parte de esta atmósfera de degeneración: «Es
inútil que trate usted de disuadirnos porque no es posible que, siendo patriota,
vivir en este pueblo degenerado y corrompido… ¡oh raza miserable que renuncias
a constituir tu antigua Patria y no das cabida en tu pecho a ningún sentimiento
levantado!» (115). En las últimas páginas no escatima Sabino Arana Goiri los
descalificativos para denunciar la degeneración en la que vive su raza.
El propio Ignacio (hermano de Anita y cómplice de Juan de Arechalde) eleva
este tipo de uniones a la categoría de crimen leso contra la raza. De esta forma
reacciona cuando piensa en la posibilidad de que su hermana se una a Juan: «Si
tal acontece, ¡juro por la sangre de mi raza!, que he de largarme al fin del mundo,
para no ver más a quienes así y por un plato de lentejas, ¡menosprecian a su raza
y venden a su Patria!» (111). Las fuertes palabras de su hermano se revisten de un
tono más trágico si tenemos en cuenta que la hermana (principal ejecutante del
matrimonio) no aparece en toda la obra. Esta invisibilidad se vincula directamen-
te con la obsesiva preocupación del autor porque la raza preserve la pureza de su
sangre. Cuando la mujer se expone en la vía pública, surgen este tipo de enredos
que ponen en riesgo el futuro de los vascos. A esto hay que añadirle la irrespon-
sabilidad de la autoridad paterna que antepone los intereses económicos de la
familia a la cuestión de la pureza racial. La no presencia de Anita en toda la obra
teatral se explica por este anhelo subyacente de una Vasconia independiente don-
de la absoluta desaparición de la mujer vizcaína de la vía pública la prevenga del
talante seductor del maketo, tal y como lo describe el propio Filomeno Cordero:

Se conoce que el bárbaro ese de la boina (Juan de Arechalde) la había hecho


tilín. ¡Ca! Si me hacía hasta desprecios… Pero hay que tener aguante para todo,
aguante de español y parla, parla fina castellana… Y luego todo este gracejo
que tenemos hablar los que hemos estado en Andalucía…Por fin ya cedió un
poco, y empezó por tolerar mi compañía; luego ya le iban gustando mis chistes
y mis flores. (134)

El cortejo latino se plantea como una amenaza clara para ese género femeni-
no de la raza que es el foco más débil para la contaminación. Esta pequeña bur-
guesía vasca debe priorizar su condición racial sobre los problemas de clase y más
teniendo en cuenta las consecuencias médicas que sobrevienen a los pueblos mix-
tos y heterogéneos según las últimas investigaciones hematológicas. Por entonces,
el científico austriaco Karl Landsteiner (1868-43) ha descubierto cuatro grupos
sanguíneos diferentes (A, B, O, AB) que parecen explicar la incompatibilidad que
los médicos han observado entre la sangre de diferentes pacientes. Esta existencia
de diferentes cuatro grupos sanguíneos demuestra la existencia de cuatro razas
originarias y las complicaciones subyacentes de la mezcla racial (Vázquez García
Mikel Lorenzo-Arza 259

200). Tras la I Guerra Mundial, se popularizan los estudios con heridos de guerra
de los ejércitos aliados y se clasifican sistemáticamente los tipos sanguíneos de
diferentes razas y nacionalidades. No tarda la comunidad científica internacional
en establecer un posible vínculo entre el temperamento y el tipo de sangre por lo
que estas ideas se popularizan durante la década de 1930 y 1940.
El subtema de los inconvenientes que conlleva la mezcla sanguínea entre
diferentes razas se entremezcla con el tradicional peso que tienen «los estatutos de
limpieza de sangre» en el imaginario histórico español desde los siglos xvi y xvii.
En la mentalidad popular se llega a considerar que la sangre y la leche materna
transmiten las creencias, la forma de ser, así como las aptitudes de los antepasados.
Esta superstición opera en la retórica aranista cuando plantea esa cosmovisión pa-
triótica en la que la leche materna de la patria se transmuta en sangre derramada
por los vizcaínos. Las novedades hematológicas de corte más o menos cientifistas
se entremezclan con los prejuicios de la mentalidad popular como que las virtudes
biológicas de la sangre se mantienen al menos hasta cuatro generaciones.
Para el primer nacionalismo vasco ya no es sólo ni siquiera la sangre lo que
hay que conservar, sino que el «contagio españolista» sobreviene incluso por el
aire. Así lo presiente el trágico héroe de la obra a medida que se atisba el fatal
desenlace: «Y este mismo viento español que parece salido de los infiernos… si
muge con salvaje complacencia al precipitarse por las angostas calles pobladas de
latinos, y desgaja y derriba con jactanciosa facilidad las ramas de nuestros viejos
robles» (Arana De fuera vendrá 80). En el discurso aranista se fusionan las tra-
dicionales connotaciones socio religiosas y raciales de los «estatutos de limpieza
de sangre» y ciertas imágenes literarias inspiradas en un cientifismo de carácter
popular. En algunos momentos, la «españolización» adquiere la forma de un pro-
ceso vírico que ataca a los vascos por todos los flancos y el nacionalismo vasco se
presenta como un remedio médico.
El paciente es claramente ese sector urbano y pequeño burgués que no es
protagonista de la II Revolución Industrial y que culpa por igual a la oligar-
quía minera y a esas hornadas de emigrantes castellanoparlantes ajenos al modus
vivendi tradicional. En la invisibilidad de Doña Anita (el objeto de deseo del
pretendiente vasco y el castellano) se presiente un guiño cómplice a ese concepto
de feminidad característico de la cultura burguesa: la «ley del padre «o el sistema
simbólico autorizado por la razón masculina» (Rojas Audas 105). En torno al
cuerpo femenino confluye el purismo racista y la tradicional preocupación de los
patriarcas burgueses por que las mujeres del hogar cuiden de su salud y aseguren
así una correcta transmisión del linaje.
La eficiencia de las féminas vascas en estas labores parece incuestionable a
partir de una curiosa tradición entre algunos visitantes del País Vasco (Alexan-
der Von Humboldt, Emilia Pardo Bazán) de representarse a estas mujeres como
260 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

robustas, saludables, y especialmente dotadas para las labores del campo (Aresti
285). Para Sabino Arana Goiri, este tipo de mujer es la más saludable y la que más
destaca por su virilidad. Es así que no duda en criticar a la mujer bilbaína por su
emperifollamiento: «Bella y delicadamente gentil es entonces la que en el campo
había sido varonilmente apuesta. Ciertamente: la genuina mujer bilbaína va sien-
do cada vez más rara: ya en muchas la pérdida de aquellas virtudes se revela en su
vestir. Pero esto es también fruto de la influencia exótica» («Conócete a ti mismo»
1780-81). La protagonista invisible de la comedia se adscribe a esta descripción,
pero es que ahora ya no preocupa únicamente su indumentaria sino también su
exposición pública al paseo, el baile agarrado o las romerías con el organillo. A
raíz de estas festividades aumentan las posibilidades de que los matrimonios mix-
tos se generalicen y que la raza se desvirtué biológicamente. La mera hipótesis de
que esto pudiera ocurrir preocupa de tal manera que prefiere Anita desaparece de
la escena pública y se reduce a la condición de objeto de conversaciones y preocu-
paciones de la burguesía bilbaína. En esta treta hay también un obvio intento de
que el lector de la obra identifique nacionalismo vasco con la preservación de la
moral y buenas costumbres burguesas.

4. Conclusión: el nacionalismo vasco como discurso médico y regenerador

En la introducción de este artículo señalamos como durante las últimas dé-


cadas del xix se afianza la necesidad de prestar todo tipo de cuidados a la raza
como principal patrimonio histórico y cultural de la nación. La expansión impe-
rialista obliga a que las principales potencias europeas consideren que una estirpe
nacional saludable es sinónimo de éxito. Con el imperialismo aflora también la
necesidad de liberar al mercado nacional de constricciones externas y armonizar-
lo con el cuidado de todos esos procesos biológicos que afectan al conjunto de
la población (natalidad, mortalidad, morbilidad, longevidad) (Vázquez García
194-95). El éxito del Estado controlando toda esta suma de inercias naturales
de la población determina el destino de la raza como unidad en lo espiritual y lo
biológico. Del mismo modo que debe cuidarse su moralidad también es impres-
cindible que la raza permanezca siempre libre de ciertas enfermedades como la
pauperización, la emigración, o incluso otro tipo de problemáticas vinculadas con
la mujer (lactancia, nutrición, castidad…).
En España, estos problemas coinciden con la irrupción de una generación
de intelectuales españoles que recoge el testigo de los krausistas y que trata de
ofrecer un diagnóstico sosegado sobre el progresivo declive de la nación. Joa-
quín Costa, Rafael Altamira o Julián Sanz del Río consideran que la solución de
muchos males se encuentra en un estudio concienzudo de la historia nacional
Mikel Lorenzo-Arza 261

puesto que dentro de esta se encuentra el rastro de las virtudes y los defectos de
la raza. Cuando se potencien los atributos y se reduzca el influjo de los defectos
nacionales a partir del estudio de sus orígenes y causas, entonces será posible
una resurrección. Sin embargo, desde la periferia nacional, algunos regeneracio-
nistas como Pompeius Gener o Valentín de Almirall (algunos de los precursores
del nacionalismo catalán) apuntan una serie de males que se enmarcan dentro
de la propia fisonomía moral y biológica de la raza española. En plena pree-
minencia de las razas nórdicas, el atavismo de la raza española como producto
híbrido de la sangre semítica, berebere y mongólica, no se ofrece como un ho-
rizonte especialmente halagueño. Tampoco la primacía castellana y su carácter
despótico en el curso de la Historia nacional alienta un proyecto unitario donde
convergan todos los pueblos peninsulares según denuncia Valentín de Almirall
poco antes del Desastre del 98 (El catalanismo 16). Ante el colapso de la nación
española transoceánica los discursos nacionalistas (catalán, vasco, gallego) que
imaginan un sujeto racial extremadamente refinado y contrapuesto al español.
Este artículo vincula el origen del nacionalismo vasco con este ambiente pesi-
mista en torno al futuro de la raza española tras la definitiva pérdida de sus últimas
posesiones en ultramar. Sabino Arana Goiri contribuye con la construcción de
la raza vasca como sujeto biológica y moralmente superdotado que tiene más en
común con las emergentes razas nórdicas que con la decadencia de las latinas. Para
conservar tal privilegio, es imprescindible que los vascos adopten ciertas medidas y
uno de los ejes motrices del discurso nacionalista va a girar en torno a los preceptos
que todo nacionalista debe conocer para diferenciarse claramente del maketo. Esta
normativa antimaketa se formula de manera literal a través de artículos diarios
pero otras veces se construye una retórica literaria donde el contacto entre vascos y
españoles se problematiza como una cuestión médica. La recurrencia en el uso de
ciertos vocablos (sangre, leche materna, contagio racial…) convierte la emigración
o la industrialización ya no tanto en cuestiones socio-históricas sino en problemas
sanitarios que afectan a la salud moral y física del pueblo.
En Bizkaya por la independencia (1892), Sabino Arana Goiri proclama la
necesidad de que los vascos protejan su pureza racial y para ello inventa una
metáfora cultural que tiene un carácter recurrente en el devenir del discurso na-
cionalista. A lo largo de su Historia, la raza vasca se ha sometido a una serie de
purgas donde su sangre derramada redimió a la tierra de los pecados cometidos
por sus habitantes. El hecho de que los Señores de Vizcaya formalizasen relacio-
nes matrimoniales con una raza inferior como la española durante generaciones
provocó esta condena para los vascos. Ahora no queda otra vía que resucitar una
guerra porque la convivencia biológica y moral entre las dos razas es imposible.
De fuera vendrá (1897) se dirige a esa clase media bilbaína que vive enfrentada
a la oligarquía minera y a esas masas de maketos que alteran las costumbres vascas.
262 Discurso médico en los textos literarios de Sabino Arana

Su mensaje se dirige especialmente a las mujeres y a sus progenitores para que an-
tepongan los intereses morales y biológicos de la raza sobre cualquier otro tipo de
prebenda económica. SAG elimina cualquier rastro de presencia física de la mujer
en la obra y lanza un mensaje subliminal sobre la necesidad de que no se expongan
demasiado en la vía pública. Este alegato coincide con su rechazo furibundo al baile
agarrado o a instrumentos musicales típicamente maketos como el organillo o el
manubrio. El discurso nacionalista de la obra trata de conectar con la tradicional
preocupación burguesa por la castidad y la virginidad de sus mujeres.
En definitiva, estos dos textos testimonian la intencionalidad de SAG de
presentar ciertos problemas sociales y políticos derivados de la Modernización
industrial, como cuestiones médicas. El maketo no es ya un emigrante sino un
agente patógeno que contagia todas sus deficiencias morales y físicas al nativo.
La supuesta integridad del carácter nacional se resguarda en la sangre que opera
como una sustancia sagrada dentro de la retórica política-religiosa de los naciona-
lismos. El mayor o menor contacto de los vascos con otras comunidades mide la
pureza de su sangre dentro de la taxonomía racial que opera en el mundo. Aquí
es donde interviene el discurso aranista predicando la necesidad de que las clases
medias protejan a sus mujeres del contagio moral y sexual que conllevan las re-
laciones con los maketos. En esta intermediación entre lo político, lo moral y lo
sanitario opera el éxito de la retórica nacionalista. El nacionalismo ya no es sólo
un proyecto ideológico sino una solución trasnsversal para muchos de los desafíos
que sobrevienen con el nuevo siglo.

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SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL:
VIDA, CIENCIA Y LITERATURA

Hugo Fernández de Castro Peredo


Médico-Cirujano, Facultad de Medicina, UNAM

Introducción

[…] la hoy poco leída obra literaria de Santiago Ramón y Cajal, obedece al
derecho a «explayar la imaginación por los amenos vergeles de la literatura, el
arte, la política, el costumbrismo, etc.» qué, según el histólogo navarro (navarro
de nacimiento, aragonés de sentimiento y madrileño de adopción), tienen los
hombres de laboratorio que no desean anquilosarse en la engañosa comodidad
de la rutina diaria. (Fuster 11).

Al término del primer decenio del siglo xxi, un espectro recorre el mundo:
el fantasma del neopositivismo.1 Bajo el influjo de esta corriente filosófica se ha
generado el sinfín de conflictos, dilemas y problemas que padece el homo scientifi-
cum actual, deshumanizado y convertido en el depredador mayor de las eras tanto
del ambiente, naturaleza y vida como de la sociedad, cultura, moral filosófica, for-
mación y ejercicio de profesionistas y oficios varios cual es patente en costumbres,
hechos, prácticas, saberes y usos como los siguientes:
1. Aborto;2 alcoholismo; drogadicción; endemia de enfermedades crónica-
degenerativas,3 accidentes automovilísticos y homicidios; radioactividad; sida;
tuberculosis; violencia intrafamiliar y social y su difusión en cine, prensa, radio
y televisión.
2. Escasez de agua de riego y desperdicio de agua potable; daño de la capa de
ozono; incremento demográfico desmesurado en países en vías de desarrollo; de-

1
Llamado también positivismo lógico o empirismo lógico, es una corriente filosófica producto del
Círculo de Viena (1920-1930) (Abbagnano 400-403).
2
Indiscutiblemente, la mujer es dueña y responsable de sus aparatos, sistemas y cuerpo; pero,
el cigoto, embrión, feto y producto no son simplemente células, tejidos u órganos de su soma, sino
otro ser humano que está desarrollándose en su seno, tiene autonomía y por lo tanto no le pertenece
y posee el derecho inalienable de nacer.
3
Ateroesclerosis, cáncer, cardiopatías, diabetes mellitus tipo II, hipertensión arterial, obesidad
y sobrepeso.
266 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

forestación; desertificación; hacinamiento urbano; maternidad y paternidad irres-


ponsables; miseria en países africanos y caribeños y en estratos bajos de naciones
industrializadas o subdesarrolladas, narcotráfico.
3. Suplantación del arte,4 ateísmo; falta de respeto al derecho y la dignidad
de los seres vivos; exaltación del deporte y relego del intelecto y humanidades;
guerras imperialistas por la posesión o usufructo del petróleo; incultura galo-
pante; inmediatez; inmoralidad rampante; libertinismo erótico y destrucción del
patrimonio artístico e histórico.
Colofón: el problema de fondo —el enfoque neopositivista— perturba na-
tura y cultura de los pueblos, sociedades e individuos en los cuatro puntos de la
rosa de los vientos.
Educación, formación y pedagogía: En las esferas pedagógica, educativa y
formativa, el neopositivismo ha causado un problema agudo: muchas curricula
han suprimido civismo, moral filosófica y urbanidad en la educación primaria
y secundaria,5 mientras que en el bachillerato de varios países de habla española
han eliminado lengua alemana, francesa e italiana dejando sólo la inglesa como
opción de segunda lengua, más el agravante de que han descartado —o tornado
optativas— las asignaturas de artes; ética; etimología greca-latina de la lengua
española; lenguas clásicas (griega y latina); historia de las doctrinas filosóficas, his-
toria nacional y universal; lengua y literatura española, mexicana, iberoamericana
o universal; lógica y moral filosófica.
Preeminencia de la ciencia y la técnica y relego de las humanidades: En las
licenciaturas, la planeación curricular neopositivista ha hecho que la educación
y la formación del alumno vayan de mal en peor: se han privilegiado las asigna-
turas de ciencias exactas6 y ciencias naturales,7 al tiempo que se han excluido las
asignaturas de artes, ciencias sociales,8 humanidades9 y filosofía,10 haciendo caso
omiso del proverbio latino de Publius Terentius Afer (194-159ac), de su comedia
Heautontimorumenos:11 Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Hombre soy,
nada de lo humano me es ajeno).
Lo mismo ha sucedido —en aras de la educación laica— con la religión, ésta
como materia de la cultura humana que en el ámbito escolar debería verse no como

4
Canto, danza, escultura, música, pintura, teatro.
5
Junior High School en el sistema escolar de Estados Unidos de América.
6
Estadística, geometría, matemáticas. Cajal coincide con el maestro Ignacio Chávez en su con-
cepto de ciencia: … la ciencia, creadora de riqueza y de fuerza. (Ramón y Cajal, «Post scriptum» 79).
7
Biología, física, química.
8
Administración, derecho, ciencia política, comunicación, economía, geografía, historia, poli-
ticología, sociología.
9
Etimología greca-latina de la lengua española, gramática y redacción españolas, lenguas ex-
tranjeras, lenguas griega y latina, literatura.
10
Epistemología, ética, historia de las doctrinas filosóficas, lógica, moral filosófica.
11
El enemigo.
Hugo Fernández de Castro Peredo 267

una disciplina dirigida a demostrar la existencia de un Ser Supremo, cuál es el credo


mejor o el único verdadero, ni tampoco a inculcar el cumplimiento de las obli-
gaciones religiosas del creyente, sino como un enfoque antropológico de la vida
conforme lo ha concebido un pueblo en el instante histórico de su latitud, tiempo
y circunstancia. Por eso el mito no es ficción, leyenda ni fábula y hay que respetarlo
y tomarlo en cuenta por ser legado fidedigno —y guardián— de las costumbres,
creencias, destrezas, saberes y usos de un pueblo, ateniéndose a valorarlo estricta y
únicamente acorde la realidad de la época en que devienen, originaron, existió.
Para terminar hic et nunc con el tema religioso, no está por demás recordar
que al juntarse los extremos y ser uno y el mismo (Heráclito de Éfeso dixit), es
posible lograr —en un punto intermedio— cierta coincidencia entre dos concep-
tos radicales, opuestos, tal y como se conceptúa y dilucida en el cuadro siguiente:

1. Creencia en Dios 2. Agnosticismo 3. Ateísmo


Certeza de la existencia del Abstención de creencia o Negación de la existencia
Supremo Hacedor. inexistencia divina, por in- del Ser Supremo.
Producto de la cultura y la capacidad humana de pro- Producto de natura: la evo-
fe: el Universo y los seres bar una y otra. lución de la materia y la
vivos fueron creados por el La naturaleza y sus fenó- energía fue por el estallido
Ser Supremo. menos se originaron en de una nube de gases dis-
una Divinidad basada en el persos.
raciocinio.

Es decir, cesa el conflicto entre creyentes y ateos, al postular la gnosis que la


evolución de los mundos biótico y abiótico se norma por leyes cuya fuente es una
entidad basada en el raciocinio.
Volviendo al tema filosófico-pedagógico, en la América Mexicana dos es-
tablecimientos educativos de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) han limitado el neopositivismo en sus curricula, la Escuela Nacional
Preparatoria y la Facultad de Ingeniería, mientras que los planes de estudios de
otras facultades, como Medicina, han reducido las humanidades prácticamente a
la nada: hasta el año 2000, el currículo de la carrera de médico general y cirujano
tenía historia y filosofía de la medicina como asignatura humanista única, con 120
horas al año; después, la acortaron a un semestre y sólo 60 horas y, a partir de
2010, dejaron nada más tres mini-asignaturas: 1. Historia y filosofía de la medici-
na. 2. Ética médica y profesionalismo. 3. Antropología médica.
A cada una de estas tres asignaturas le fijaron cuatro horas semanarias y cin-
co semanas de clase, un tiempo a todas luces insuficiente para que el binomio
268 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

profesor-alumno abarque y revise en el aula los conocimientos,12 habilidades13 y


afinidades14 básicos de esas materias, por lo que todo estudiante las aprueba con
saberes mínimos —exiguos— que en el currículo real son una farsa programática
porque no inciden un ápice en la educación y formación del profesionista en
cierne.
Junto a este mare magnum, la formación y educación resienten una práctica
dañina recomendada por autoridades y pedagogos: las (TIC) o tecnologías de la
educación e internet, que tanto yerra y se desvía, han hecho que el alumno no
tenga espíritu crítico, cultura general ni escala de valores porque ya no lee, busca
ni decide nada por sí mismo.
La relación medicina-literatura: Pero, dirá el lector observador, inquisitivo,
cuestionador y, por ende, inconforme ¿Qué tiene que ver toda la argumentación
anterior con la medicina y la literatura?
He ahí precisamente el quid de la cuestión: el español Santiago Ramón y
Cajal (1852-1934) y el mexicano Ignacio Chávez Sánchez (1897-1979),15 son
arquetipos que muestran cómo su voluntad férrea, sentido de responsabilidad,16
tenacidad, esfuerzo y educación de otrora les permitió conjugar humanidades,
ciencia y técnica y forjar una obra científica que contribuyó a la extensión —en
calidad y cantidad— del bienestar general de sus pueblos y de los habitantes de
todo el orbe, a la vez que escribieron páginas literarias que son modelo de recrea-
ción anímica y solaz de la gente y han perdurado de una centuria a la otra.
Predominio del deporte: Sin embargo, pregúntesele a los adolescentes y jóvenes
en Hispanoamérica y España quiénes fueron y que hicieron grandes científico-
humanistas como Chávez,17 Cajal, Pío Baroja, Gregorio Marañón y… ¡Ninguno

12
Dominio cognoscitivo: actitud, conocimientos teóricos disciplinarios, deontología, episte-
mología, morales, potencias, razón, virtudes.
13
Dominio psicomotor: habilidades técnicas, comportamiento, ejercicio de una profesión, eti-
queta, etiqueta social, relación social del profesionista.
14
Dominio afectivo: conducta, deber, espíritu crítico, intuición humanista (intuición en el sen-
tido de tendencia anímica que el ser pone en acción no por azar, sino volitivamente, con decisión y
esfuerzo propios), reflexión ética, valores, vocación, voluntad.
15
Rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (¡a los 23 años de edad!);
fundador del primer servicio de cardiología en un hospital, revista e instituto de cardiología en todo
el mundo; director del Hospital General de la ciudad de México y de la Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional Autónoma de México y rector de ésta.
16
Responsabilidad: el sentir de una persona que cumple con su compromiso de responder el
interrogante planteado por la vida, sin eludirlo ni caer en el colectivismo y la anonimia.
17
Nada más certero e incisivo para demostrar la necesidad de las humanidades junto a la ciencia
y la técnica, que las palabras del doctor Ignacio Chávez: El humanismo no es un lujo ni un refina-
miento de estudiosos que tienen tiempo para gastarlo en frivolidades disfrazadas de satisfacciones
espirituales. Humanismo quiere decir cultura, comprensión del hombre en sus aspiraciones y mise-
rias, valoración de lo que es bueno, lo que es bello y lo que es justo en la vida, fijación de las normas
que rigen nuestro mundo interior, afán de superación que nos lleva, como en la frase del filósofo, a
«igualar con la vida el pensamiento». Esa es la acción del humanismo al hacernos cultos. La ciencia
Hugo Fernández de Castro Peredo 269

lo sabrá! Pero, inquiéraseles por futbolistas como Hugo Sánchez, Cuauhtémoc


Blanco, Diego Maradona, Cristiano Ronaldo, Lionel Messi, Iker Casillas, David
Beckham o Franz Beckenbauer y darán santo y seña de cuándo y dónde nacieron
y sus esposas, hijos, equipos, goles, jugadas meritorias, salario recibido, mansiones
y coches.
Cierto, en la Grecia Clásica florecieron los deportes, la gimnasia, el cultivo
del músculo y nacieron los Juegos Olímpicos; pero, como ningún pueblo lo ha-
bía hecho nunca, sus ciudades-estados griegas les sobrepusieron las artes bellas, el
derecho, la filosofía, la geografía, la historia, la literatura y la psicología, así como
también la razón, la academia y la explicación —ya no divina, sino interpretación
humana— científica de los fenómenos naturales y de la vida, salud, enfermedad
y muerte.
¿Galeno o escritor?: Aunque austríaco y no español, un paradigma adecuado
para este artículo es Sigmund Freud, el médico psiquiatra autor del psicoanálisis
y la teoría de la personalidad que tuvo siempre el anhelo de ser poeta o novelista,
conforme se lo confió a Giovanni Papini (Londres, 1934) cuando se entrevistaron
(Navarro 33): «There is a terrible error, that has prevailed for years and that I have
been unable to set right. I am a scientist by necessity, and not by vocation. I am
really by nature an artist. Ever since childhood my secret hero has been Goethe.
I would have liked to have become a poet, and my whole life long I’ve wanted to
write novels. [...] My oldest and strongest desire would be to write real novels».18
Enlazamiento filosófico-literario: ¿Motivos de un médico para escribir? Antón
Chéjov (1860-1904) dio una versión aceptable cuando su editor Suvorin le solici-
tó que se dedicara sólo a las letras y dejara la medicina: «La medicina es mi mujer
legítima y la literatura, mi amante. Cuando una me cansa, paso la noche con la
otra. Esto, irregular, no es monótono; y ninguna de las dos pierde con mi infide-
lidad. Si no tuviese mis ocupaciones médicas, difícilmente podría dar mi libertad
y mis pensamientos perdidos a la literatura» (Navarro 40). Es que la filosofía y la
literatura no son saberes y prácticas rechazantes entre sí, como el agua y el aceite,
sino dos secciones entrelazadas de una unidad e «interpretación en palabras del
mismo universo real, cada un[a] a su manera, original y perfecta, algo así como
agua en río y agua en nube. Para ciertos menesteres vale más agua líquida que en
vapor [o congelada];19 para otros, no» (García Bacca 7).

es otra cosa: nos hace fuertes, pero no mejores. Por eso, el médico mientras más sabio debe ser más
culto. (33)
18
Hay una equivocación terrible, que ha prevalecido durante años y que no he podido corre-
gir. Soy un científico por necesidad y no por vocación. Yo soy realmente por naturaleza un artista.
Desde la infancia mi héroe secreto ha sido Goethe. Me hubiera gustado ser poeta y durante toda
mi vida he querido escribir novelas. [...] Mi deseo más antiguo y fuerte sería escribir novelas reales.
[Traducción de Hugo Fernández de Castro].
19
El agua puede congelarse cual el granizo y un cubo o contemplarse: una estatua de hielo. Pero
270 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

El autor de esta sección del libro Literatura y medicina en España. Teoría y


praxis (1800-1930), coincide con María Zambrano en que la creación literaria es
la acción y «… el acto creador por antonomasia [en el que] se muestra la identi-
dad de lo que aparecía separado por un abismo: el espíritu y la naturaleza. El arte,
lejos de ser forjador de sombras y fantasmas, es la revelación de la verdad más
pura [y] en vez de pretender eternizar lo que es contradictorio, es la manifestación
más inmediata de la identidad». (78) En cuanto a las sombras y fantasmas citados
por Zambrano, aunque no son producto de las artes bellas sí son integrantes del
acontecer diario en lo que concierne a su simbolismo literario y la quimera de
los sueños, una tesis refutada desde la centuria pasada por el empirismo lógico o
neopositivismo. Otra cita de María Zambrano aclarará más el dilema: «La palabra
de la poesía […] quiere fijar lo inexpresable, porque quiere dar forma a lo que
no la ha alcanzado: al fantasma, la sombra, el ensueño y el delirio mismo». (115)
Hoy en día, debido a que el neopositivismo confinó al ostracismo los anhelos
y modalidades del romanticismo de la primera mitad del siglo xix:

el ademán utilitarista que distingue las ideas de este siglo… de fantasmas al


entorno humano. Desde finales del siglo pasado —cuando la ciencia positiva
fue entronizada como rectora predilecta en la indagación epistemológica— las
especulaciones metafísicas que aquejaron el alma de los hombres románticos
son refutadas categóricamente como padecimientos inverosímiles e inútiles.
Únicamente el decadentismo pudo hendir esa supremacía con la inminen-
cia pavorosa que decretaba el advenimiento de la nueva centuria. La muerte
y sus cortesanas espectrales volvieron entonces a enturbiar algunos recintos
literarios de donde emanaba un desprecio inenarrable hacia los estudiosos em-
peñados en desandar todo misterio, enredándolo a su vez en la órbita de la
enfermedad. (Sactis 7)

La ciencia médica y su enlace con la filosofía y la literatura: Mariano J. de La-


rra (1809-1837), escritor madrileño romántico y costumbrista muerto a la corta
edad de 27 años, precisó la conjunción entre el arte literario y la ciencia:

Rehusamos, pues, lo que se llama en el día literatura entre nosotros; no


queremos esa literatura reducida a las galas del decir, al son de la rima, a ento-
nar sonetos y odas de circunstancias, que concede todo a la expresión y nada
a la idea […] sino una literatura hija de la experiencia y de la historia y faro,
por tanto, del porvenir, estudiosa, analizadora, filosófica, profunda, pensándo-
lo todo, diciéndolo todo en prosa, en verso, al alcance de la multitud ignorante
aún […] enseñando verdades a aquellos a los que interesa saberlas, mostrando

el hecho se interpreta sólo según lo vea el comentarista coetáneo o posterior, mas no se plasma ni se
torna un objeto observable secula seculorum y descrito fidedignamente, una realidad que ni siquiera
el doctor Fausto poseyó al grado de qué, no obstante sus tratos con Mefistófeles, no pudo impedir
que el momento se escapara pese a su reclamo imperioso ¡Detente! ¡Eres tan bello! («Verwelle doch!
Du bist so Schön!», Goethe 199).
Hugo Fernández de Castro Peredo 271

al hombre, no como debe ser, sino como es, para conocerle; literatura, en fin,
expresión toda de la ciencia de la época, del progreso intelectual del siglo. (44)

Estafeta del romanticismo al realismo, en la era positivista: El idealismo y la


escuela romántica,20 cuyo empiezo es a partir del tercio último del siglo xviii
y florecientes durante la primera mitad decimonónica, atenuaron su influencia
en la filosofía y las artes en el resto del siglo xix porque fueron trocados por el
positivismo,21 la corriente filosófica creada por Auguste Comte, así como —litera-
riamente— por el realismo, pero sólo en parte porque la substancia de éste es un
renuevo del romanticismo.22 Esto es, el positivismo y el realismo son paradigma
igual del abandono del idealismo utópico, que de la tendencia hacia la obtención
del conocimiento racional y científico y hacia lo delimitado, observable y de-
mostrable sólo empíricamente, todo ello con el fin de acrecentar los proyectos de
transformación de la realidad mundana (Pover Zamora 2).
La literatura, el médico y la recreación de la realidad: Antes de entrar de lleno
al análisis de —y reflexiones sobre— la vida y obra del sabio español don Santiago
Ramón y Cajal, miembro de la Generación del 98, se precisa que él no fue un
novelista, autor de cuentos ni poeta sino un científico de excelencia en su patria y
en el mundo que en sus años maduros decidió escribir —con un lenguaje sencillo,
ameno, castizo y una prosa armoniosa y elegante— los recuerdos de su vida, sus
descubrimientos y sucesos varios del acontecer de su tiempo y de su patria.
Ya el sabio mexicano Ignacio Chávez Sánchez reveló cómo puede ser el estilo
de escribir de un científico culto y amante de la literatura, al relatar que logró es-
tudiar cardiología en París y luego en clínicas de Berlín, Bruselas, Praga, Roma y
Viena merced a la poesía que cultivó en su juventud, aunque luego la dejó porque
—dice él—: «Mi amor por las letras me llevo a escribir versos. Yo los creía impe-
cables en cuanto a metro y rima, porque sabía bien mis reglas; pero pocas veces
tenían aliento poético. Sólo eran versos, no poesía, y cuando me convencí de ello
dejé de escribirlos. Ese largo ejercicio de años me obligó después al esfuerzo de
que mis lecciones huyeran de la aridez, tan común en los trabajos técnicos y bus-

20
Las primeras manifestaciones del romanticismo fueron de Johann Wolfgang von
Goethe (1749- 1832), el poeta y científico teutón creador del Sturm und Drang (Tormenta e ímpe-
tu), movimiento literario que privilegió el sentimiento frente a la razón del neoclasicismo. Quizás
el ejemplo mejor de sus obras románticas más famosas y primeras sean Los sufrimientos del joven
Werther (1774) y Fausto (1772-1829).
21
El 20 de diciembre de 1899, Cajal escribió: «Porque en estos tiempos de frío positivismo sólo
España hace política de sentimiento» («Post scriptum» 79).
22
Por ejemplo, La historia de San Michele y Lo que no conté en la Historia de San Michele, obras
maestras literarias del médico sueco Axel Munthe (1847-1949), que estudió la carrera de médico
y la especialidad de psiquiatra en París y ejerció tanto en París y Roma como en Anacapri, Italia.
Munthe, pese a que se formó según los cánones de la medicina positivista, fue tan humanista como
científico y mantuvo siempre una existencia y una práctica médica humanitarias.
272 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

caran tener la claridad, que es cortesía y de ser posible, la agilidad, que es elegancia»
(593, las cursivas son de Hugo Fernández de Castro). Don Santiago Ramón y Ca-
jal, en contraste aunque también aficionado desde joven a la literatura, primero
escribió sus obras de anatomía, histología, sistema nervioso y neuronas, y luego
sus recuerdos, cuando era ya un hombre sesentón y setentón:

Dedicado por completo a la investigación científica, ha dejado también


una breve producción literaria, interesante más que por su valor intrínseco, por
cuanto pueda significar este tipo de obra, ajena a toda preocupación estilística y
procedente de campos extraliterarios, en contraste con la literatura profesional;
adviértase que al menos en cierto sentido, indirectamente, lo que al cabo se
contrasta en la propia literatura con las demás actividades humanas, vieja con-
frontación y problema del que no pocas veces han derivado importantes reno-
vaciones literarias. Comprobando esto está el hecho de la buena aceptación con
que son acogidas estas obras, siempre con el interés de la incidencia en la litera-
tura de un gran talento científico. Escritas durante su vejez, se entrevé en ellas
al gran investigador en su faceta más humana de preocupación por los temas de
nuestra época. […] predomina el tono autobiográfico, con los siguientes giros
de nostalgia, de experiencia, de estoicismo, de silencio de fondo; es refiriendo
estos valores a su extraña capacidad científica como adquieren todo un sentido
de mundo colmado, bien dirigido, al cabo de un largo proceso de inteligencia y
voluntad perfectamente compenetradas y que ahora se nos muestra sabiamente
reposando en una actividad literaria de equilibrida y profunda ideología y de
una prosa sencilla y elegante. (Bompiani, Diccionario de autores 2.302-2.303)

Influencia de Apolo y San Lucas en Cajal: La vida y obra científica-literaria de


don Santiago no son legado paterno ni las generó la influencia de los científicos
europeos o españoles coetáneos, sino son producto de su voluntad, esfuerzo y
sapiencia. Pero, el autor de este artículo no pudo resistirse a exponer su figura-
ción de que Cajal nació bajo la égida tanto del dios Apolo, divinidad griega de
la medicina,23 la lira, la música y la poesía, como del evangelista San Lucas, cuya
estatua se erige en la escalera del edificio barroco de la antigua Escuela Nacional
de Medicina de México y tiene una inscripción en su pedestal que precisa: Este
médico fue santo. No obstante, Ramón y Cajal fue más dionisíaco que apolíneo.
Ambiente, vida y obra de don Santiago: Hasta Perogrullo sabe que, salvo
excepciones contadas, todo ser vivo tiene progenitores; pero, en lo que no se
ha parado mientes es que comparten un denominador común con el material
abiótico y objetos manufacturados: unos y otros no salieron de la nada y tienen
antecedentes y causas generadoras. Estas aseveraciones quizás no sean novedad,
ateniéndose al legado de la máxima bíblica que ha instituido con certeza abso-
luta e irrebatible que nihil novo sub sole. Pero, el dilema no se para ahí sino que

23
Cabe Apolo (Febo), vástago de Zeus, los dioses griego y romano de la medicina fueron sus
hijos Asclepio y Esculapio, todos antecedidos por Imhotep, en Egipto (Falcón Martínez 51-68).
Hugo Fernández de Castro Peredo 273

abarca también todo producto de la mente, lo mismo afán, amor, anhelo, certeza,
creación, charlatanería, descubrimiento, dogma, duda, ensueño, fantasía, idea,
ilusión, invención, libertad, quimera, recreación y sentimiento, que autarquía,
conjetura (eikasía), determinación, dóxa, ciencia, hipótesis, identidad, indetermi-
nación, interpretación (hermenéutica), investigación (heurística), irresponsabili-
dad, responsabilidad, rumor, teoría, tesis y voluntad.
Por eso el ambiente, azares, familia, formación y vida del sabio Cajal son
parte de él mismo y factores inseparables igual de su obra científica que de sus
textos literarios. Los unos componen la unidad con los otros, es decir, se requirió
la interacción de esas partes para formar el todo de su personalidad, dar lugar a la
creación de sus descubrimientos e integrar su legado científico y humanista. Tales
son los motivos de que se discurra aquí y ahora por los lugares de nacimiento y
etapas de la vida de Cajal, así como de su actitud, aficiones adquiridas y tenden-
cias natas (afinidades), ambiente de solaz y de trabajo, anhelos, carácter,24 conduc-
ta, estudios, lecturas y temperamento.25
Nacimiento, niñez y adolescencia: De padres originarios de Larrés, provincia
de Huesca, Aragón, Cajal nació en un pueblo aragonés montañoso, Petilla, de la
provincia de Zaragoza pero perteneciente por azares políticos a Navarra (Ramón
y Cajal, Recuerdos 99-103). No estuvo ahí más de dos años y luego sus padres
se regresaron a vivir con sus hermanos y él a Larrés y Luna, reino de Aragón, de
modo que es aragonés de pura cepa y luego —la mitad de su vida— madrileño
por vivencia, querencia, adopción y fallecimiento.
La destreza cajiana del dibujo: Gracias a la gran habilidad de Cajal para
dibujar y colorear en tiempos decimonónicos y tempranos del siglo xx, cuando
no había aún microfotografía, pudo representar tan fotográficamente las neu-
ronas y sus órganos que es mínima la diferencia cualitativa con las fotografías
que después la técnica permitió obtener: «Tendría yo como ocho o nueve años,
cuando era ya en mi manía irresistible manchar papeles, trazar garambainas en
los libros y embadurnar las tapias, puertas y fachadas recién revocadas del pue-
blo, con toda clase de garabatos, escenas guerreras y lances del toreo. Una pared
lisa y blanca ejercía sobre mí fascinación irresistible […] Holgábame también
en embardurnar mis diseños con colores […] Mis gustos artísticos, de cada vez
más definidos y absorbentes, crearon en mí hábitos de soledad y contribuyeron
no poco al carácter huraño que tanto disgustaba a mi padre» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 132-3). Este párrafo revela que Ramón y Cajal nació con aptitud para
el dibujo, tornándola habilidad que él —motu proprio— desarrolló desde su

24
Un componente de la personalidad propio sólo del ser humano que lo forja conciente, tenaz
y voluntariamente.
25
Este componente del temple del hombre le es ajeno, pues lo posee de modo natural y nato sin
haber hecho nada para tenerlo, cambiarlo o desecharlo.
274 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

niñez y luego asumió y utilizó en sus investigaciones en el microscopio26 y con


sus alumnos (en el pizarrón).
La educación decimonónica: En el año 1861, cuando el niño Santiago tenía
casi 10 años, su padre lo envió a un «colegio de padres Escolapios» en Jaca para
que estudiara el bachillerato. Ahí percibió su antipatía por la gramática latina y la
didáctica de la época:

Cobré odio a la Gramática latina, en donde no veía sino un chaparrón


de reglas desautorizadas por infinitas excepciones, que había que meter en la
cabeza, quieras que no, a martillazo limpio. Desazonábame también esa aridez
desconsoladora del estilo didáctico, seco y enjuto, cual carretera polvorienta en
el verano […] en mi desdén por el estudio entró por algo el sistema de ense-
ñanza y el régimen de premios y castigos usados por aquellos padres Escolapios.

Como único método pedagógico, reinaba allí el memorismo puro. Preo-


cupábanse de crear cabezas almacenes en lugar de cabezas pensantes. (Ramón y
Cajal, Recuerdos 142, 147-48)
En 1864, ya de 12 años, (Ramón y Cajal, Recuerdos 168, 190-92) para pro-
seguir sus estudios de bachillerato y a petición suya su padre lo llevó de la villa de
Ayerbe, provincia de Huesca, donde se habían ido a vivir, a la ciudad de Huesca,
lugar donde pudo empezar a satisfacer su afición por la literatura que hasta en-
tonces había estado como mariposa en la fase de crisálida, apenas fraguándose y
gestándose.27
La afición literaria. Caracterización y desarrollo: En el verano de 1864, tras de
los exámenes, el mozalbete Ramón se regresó a Ayerbe para pasar sus vacaciones
en la casa de sus padres y, poniendo como pretexto que necesitaba «silencio y
recogimiento absoluto» para cumplir con la exigencia paterna de que durante la
canícula repasara las asignaturas cursadas recientemente y abandonara su afición
al dibujo, obtuvo el permiso para habilitar como gabinete de estudio el palomar,
situado arriba del granero y con una ventana que daba hacia el tejado de la casa
contigua, donde vivía y tenía su tienda el señor R. Cuiduras, confitero y hombre
culto que en su desván, donde almacenaba los dulces y frutas secas que confeccio-
naba, guardaba también trastos viejos y una copiosa y variadísima sección de no-
velas, versos, historias, poesías y libros de viajes: «Allí se mostraban, tentando mi
ardiente curiosidad, el tan celebrado Conde de Montecristo y Los tres Mosqueteros,

26
Cuando el autor de este artículo fue estudiante de medicina en los años 50 del siglo Xx, le
tocaron aún en sus prácticas de histología, embriología, microbiología y parasitología microscopios
decimonónicos como los de don Santiago, que no eran eléctricos y para iluminar el portaobjetos
tenían debajo un espejo que se inclinaba y dirigía hacia donde estaba la fuente de luz: el rayo del sol
en el día y una vela en la tarde o noche.
27
Se abre dudosa:/no sabe si es orquídea/o es mariposa. Haikú del médico epidemiólogo y poeta
Jorge Fernández de Castro Peredo. (Obra inédita)
Hugo Fernández de Castro Peredo 275

de Dumas (padre); María o la hija de un jornalero, de E. Sué; […] Los Mártires,


Atala y Chactas y el René de Chateaubriand; Graziella, de Lamartine; Nuestra Se-
ñora de París y Noventa y tres, de Victor Hugo; Gil Blas de Santillana, de Le Sage;
Historia de España, por Mariana; Las comedias de Calderón, varios libros y poesías,
de Quevedo, Los viajes del capitán Cook, el Robinson Crusoe, el Quijote e infinidad
de libros de menor cuantía…» (Ramón y Cajal, Recuerdos 191). Cajal tuvo mu-
cho cuidado de no comerse una sola golosina y también de poner exactamente
en su lugar cada libro que leía, con el fin de que el confitero nunca percibiera su
presencia ni el préstamo y uso de sus textos.
El parricidio platónico de Cajal: Él se había subido papel y sus lápices de di-
bujo y de colores y dibujaba, mientras aparentaba «traducir el Cornelio Nepote o
estudiar la psicología de Monlau y el álgebra de Vallín y Bustillo», ocultando sus
útiles de dibujo o novela en cuanto oía ruidos o pasos sospechosos, de modo que
su padre nunca lo atrapó atendiendo su afición literaria.28 El padre de Cajal, un
médico trabajador y estudioso como pocos, adolecía de una laguna mental: care-
cía casi totalmente de sentido artístico y repudiaba o menospreciaba toda cultura
literaria y de pura ornamentación y recreo. Se había formado de la vida un ideal
extremadamente austero y positivo […] En su sentir, la pintura, la escultura, la
música, hasta la literatura, no constituían modos formales de vivir, sino ocupacio-
nes azarosas, irregulares, propia de gandules y de gente voltaria29 y trashumante
y cuyo término, salvo casos excepcionales, no podía ser otro que la miseria y la
desconsideración social. (Ramón y Cajal, Recuerdos 133, 142)
La forja de la personalidad cajiana: La faceta —humanista— del científico
Ramón y Cajal es parte del cambio hecho en su personalidad por él mismo: la
1/9 parte conciente de su Yo substituyó su temperamento (innato y ajeno) con su
carácter (adquirido y propio), forjado mediante su voluntad, esfuerzo y tenacidad.
Esto es, pasó de la primera a la segunda naturaleza, proceso mediante el cual dejó
de ser un individuo común y corriente y se convirtió en persona,30 el ser humano
que cumple su misión en la vida de modo responsable y comprometido.31
Para salir al escenario, el histrión latino se ponía una máscara (persōna, æ)
con expresión de admiración, alegría, enojo, placer, sorpresa, tristeza, etcétera,
artefacto y gesto que le mostraban al espectador el estado de ánimo que estaba

28
El padre de Cajal, en su casa no consentía «libros de recreo» y no le parecía conveniente que
durante sus vacaciones los jóvenes se distrajeran con «lecturas frívolas», criterio opuesto a la madre
que a escondidas del padre permitió que sus hijos leyeran las novelas románticas que tenía escondi-
das en el fondo de su baúl de soltera, por ejemplo La caña de Balzac, Catalina Howard o Genoveva
de Brabante, (Ramón y Cajal, Recuerdos 190).
29
Voluble, inestable
30
De la lengua latina: persōna, æ, máscara (de actor), de per, por, a través de, y sono , ās, āre,
sonui, sonitum (sonus), resonar, sonar (Blanco García 353, 363, 461).
31
Véase Jorge Fernández de Castro y Finck, Madero y la democracia. Estudio sobre la doctrina de
la superación.
276 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

representando. Además, al no haber micrófonos, la máscara hacía que a través de


ella la voz se abocinara al concentrarse en la boquilla y sonara con claridad.
Antes que el pueblo latino los helenos, inventores del drama, la comedia y la
tragedia, ya habían empleado la máscara en el teatro para representar un tempera-
mento o identidad (Beristáin 308): el nombre de tragedia proviene de τραγωδία,
ας ἡ (Gómez de Silva 686), a su vez de τράγος ου ὁ, macho cabrío (chivo), y de
ὠδή ῆς ἡ, canto, himno, oda (Urbina 174, 653), significando que en los albores
del teatro griego era la oda o canto del macho cabrío porque por lo común figuraba
un actor disfrazado de sátiro (con patas y careta de chivo).
Cada ser humano tiene la máscara de la que fue dotado al nacer o reprodujo
por influencia de su educación y formación en el hogar, escuela, empleo y en
la vía pública, pero que también puede ser hecha por sí mismo al cambiar de
naturaleza y labrar su carácter. El sabio Ramón y Cajal confeccionó su máscara
de humanista —previa a la de científico— al volcarse desde la adolescencia en la
literatura, adquirir el hábito de leer y por medio de ambos aprender gramática
española, manejo del lenguaje y redacción.
Paralelismo humanista-científico de Cajal y Chávez: Singulares fueron los ca-
minos trazados —y transitados— por los sabios Ramón y Cajal y Chávez Sánchez,
pero plurales en cuanto a su calidad de grandes científicos, escritores humanistas y
el empiezo de su afición a la literatura y lectura, ambos en la mocedad, cursando
el bachillerato y fuera de su poblado nativo, aunque don Ignacio sin la rebeldía de
Cajal ni padecer el autoritarismo, prohibiciones y castigos de padre y profesores.
El maestro Chávez lo describe de modo incomparable, al referirse a sí mismo
como:

El niño de pueblo [que] se fue a estudiar a la ciudad y creció al cuidado de


cuatro tías ancianas, figuras admirables para un retablo. Ir a la escuela, rezar,
estudiar para niño bueno, esos eran mis días. Más tarde me di cuenta de que yo
no jugué de niño ni tuve amigos, como no fueran los de la hora del recreo. A
pesar de eso, mi niñez no fue triste y yo no me sentía infeliz.
Así llegó la adolescencia y se acercó la juventud. Entonces hubo un cambio
en mi vida. En la época de mis estudios preparatorios pasé por el deslumbra-
miento de leer de todo, de discutir todo, de devorar libros, historia, novela y
poesía. Fue entonces mi primera crisis espiritual, cuando el joven se vuelve
rebelde y aun llega a iconoclasta.
Despegado del mundo, refugiado en mis libros y mis sueños, fui definitiva-
mente romántico, enamorado de mis ideales, convencido de que la vida podía
ser como la soñaba […] El romanticismo flotaba en ese tiempo en el aire y me
despegaba de la realidad… (Chávez 592)

Etiología de las enfermedades respiratorias: Como parte de la formación del


carácter científico y humanista y del psiquismo de Cajal, vale la pena recordar la
aventura que el joven Santiago tuvo en Huesca, lance que casi le cuesta la vida
Hugo Fernández de Castro Peredo 277

y que además incide en la creencia errada de tantos médicos de hoy en día de


que acostarse con la cabeza mojada, el agua, caminar descalzo en piso frío, los
chiflones de aire, la humedad y los cambios bruscos de temperatura son agentes
etiológicos —en vez de los gérmenes patógenos—32 de enfermedades del aparato
respiratorio y el istmo de las fauces como la rinitis, amigdalitis, faringitis, laringi-
tis, traqueítis, bronquitis, pleuresía y neumonía.
El suceso ocurrió en un día de invierno crudo de enero de 1864: Cajal y
varios de sus amigos jugaban sobre la capa de hielo del estanque de un molino,
cuando otros muchachitos tiraron piedras y abrieron un gran hoyo, dando lugar
a que se le ocurriera proponerle a sus acompañantes que brincaran sobre tal agu-
jero, él el primero. Mas, para dar el salto, se apoyó en una porción de hielo que
no estaba fija y al pisarla se resbaló y por el boquete cayó al agua helada, sin poder
salir porque no atinaba a encontrar la brecha para emerger y respirar, mientras
que los otros niños, creyéndolo ahogado, no lo ayudaron y huyeron asustados.
Paralizado por el frío pudo salir con mucho trabajo y comenzar a caminar;
pero como el agua se le congelaba en los pantalones y le impedía andar se fue a
una parte del campo donde no corría ningún cierzo, se desnudó y puso a secar su
ropa mojada o helada mientras procuraba calentarse un poco dándose un baño
de un sol ya rumbo al ocaso, a la vez que se puso a correr una hora para que sus
músculos se movieran y su sangre, al calentarse, (Ramón y Cajal, Recuerdos 180-
81) entibiara sus órganos internos y piel.33 Vistióse con su ropa aún húmeda, se
fue a su casa a ponerse ropa seca y, cavilando luego sobre su aventura y que no se
hubiera enfermado ni muerto, Cajal comentó que: «El lector que haya seguido el
relato precedente, imaginará, sin duda, que la citada aventura polar tuvo graves
consecuencias para mi salud, provocando alguna de las muchas inflamaciones a
frigore catalogadas y descritas minuciosamente en los libros de Patología ¡Pues ni
siquiera me constipé!… No hay torpeza de la cual no quepa extraer alguna útil
enseñanza; y yo, del tremendo remojón, saqué dos apotegmas, uno fisiológico y
otro moral: 1.º Digan lo que quieran los patólogos, el frío, obrando exclusiva-
mente, no constipa ni causa pulmonías…» (Ramón y Cajal, Recuerdos 181)
Equilibrio científico-humanista en la enseñanza media-superior decimonónica:
En su adolescencia, Cajal cursó en el bachillerato las asignaturas científicas de
física (y técnicas como la electricidad, magnetismo y óptica), historia natural,
matemáticas (álgebra, geometría y trigonometría) y química, a la vez que discipli-
nas humanistas como ética, lenguas griega y latina, lógica, metafísica y psicología,

32
Bacterias, cocos, hongos, parásitos y virus.
33
Luis de Góngora y Argote (1561-1627): Ándeme yo caliente/y ríase la gente./Traten otros del
gobierno/del mundo y sus monarquías,/mientras gobiernan mis días/mantequillas y pan tierno;/y
las mañanas de invierno/naranjada y aguardiente,/y ríase la gente (Luis de Góngora, Letrillas 115-
116).
278 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

estudios mediante los cuales tuvo indicios de la existencia y obra de Aristóteles,


Santo Tomás, Condillac, Locke, Voltaire y Rousseau y de temas como la escolás-
tica, «pluralidad de las escuelas filosóficas», materialismo, fe religiosa, «impiedad
protestante», experiencia, razonamiento y verdad (Ramón y Cajal, Recuerdos 217-
18, 238).
Cajal descubre la fotografía y es iniciado en la anatomía humana: En 1868
supo —y quedó admirado y aficionó intensamente— del daguerrotipo y la fo-
tografía (Ramón y Cajal, Recuerdos 225-26) y, en el verano y en un tiempo en el
cual Louis Pasteur y Robert Koch no habían descubierto aún la microbiología
ni concebido la teoría bacteriológica y la vacunación,34 por vez primera estudió
anatomía, materia que su padre conocía bien, cultivaba y se apresuró a enseñarle
empezando por la osteología y desarrollándole «la sensibilidad anatómica […] o
aptitud de percibir accidentes y detalles en lo al parecer corriente y uniforme».
Fue también entonces cuando conoció a una chiquilla de su misma edad, María,
y se enamoró por vez primera (Ramón y Cajal, Recuerdos 226-33).
Formación médica. Doctrina y praxis pedagógicas de Cajal: En 1870 la familia
Ramón Cajal se transladó a vivir a la ciudad de Zaragoza, donde el joven Santiago,
de 18 años de edad, empezó a estudiar medicina. Ya entonces Cajal ha aprendido
tanto que la cualidad para ser buen profesor es dar con «corazón y entusiasmo»
cada lección y «que no hay profesor más celoso que el que estudia para enseñar»,
como que «sólo se sabe bien lo que se cultiva asiduamente» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 239, 245, 250-51), dos concepciones que hacen falta en las ciencias de
la educación y el salón de clases del fin del segundo decenio del siglo xxi, donde
pululan las doctrinas educativas incongruentes y fútiles de pedagogos teorizantes
y los profesores que asumen su oficio como un empleo y no como misión.
En Zaragoza estudió fisiología y anatomía descriptiva y anatomía topográfica y
operaciones y embriología, aprendiendo a ver «en el cadáver, no la muerte, con su
cortejo de tristes sugestiones, sino el admirable artificio de la vida» y pudiendo
ahora sí (para satisfacción y orgullo paternos) poner en acción sus destrezas de di-
bujante. Poco caso les hizo —confiesa— a asignaturas como la patología médica y
la quirúrgica ni tampoco a la terapéutica y la higiene, en tanto que otras clases que
tuvo fueron clínica médica, medicina legal y obstetricia (Ramón y Cajal, Recuerdos
251, 253-60). En el segundo año de su carrera, el joven estudiante Ramón y Cajal
fue nombrado ayudante de disección, suceso que halagó su amor propio, fomentó
sus aficiones anatómicas y le hizo ganar algunos duros con clases particulares de
anatomía (Ramón y Cajal, Recuerdos 251-52).

34
Con su derivación hacia Joseph Lister (1827-1912) y su descubrimiento y aplicación de la
asepsia y la antisepsia, que junto con la anestesia (éter, óxido nitroso y cloroformo) hizo que la
cirugía diera un paso gigantesco para el alivio de tantas enfermedades que hasta entonces habían
sido inoperables.
Hugo Fernández de Castro Peredo 279

De 1871 a 1873 adquirió «tres nuevas manías: la literaria, la gimnástica y la


filosófica», consideradas por él «enfermedades de crecimiento», llamando la aten-
ción que sus afanes poéticos tengan, a través del tiempo y el espacio, parangón
admirable y asombroso con Ignacio Chávez, el joven médico mexicano de los
años veinte y su persecución de la creación del verso:

En la novela, nuestro ídolo era Víctor Hugo; en el género lírico, Espronceda


y Zorrilla y en la oratoria, Castelar. Débiles ante la avasalladora sugestión del
medio, muchos jóvenes fuimos gravemente atacados de la enfermedad a la moda.
Según era de temer, los temperamentos sentimentales como el mío sufrieron ma-
yor estrago que las cabezas frías y utilitarias. Caí pues, en la tentación de hacer
versos, componer leyendas y hasta novelas. Transcurridos algunos años, sobrevino
al fin la convalecencia y con ella el amargo desengaño […] ¿Para qué hablar de
mis versos? Eran imitación servil de Lista, Arriaza, Bécquer, Zorrilla y Espronce-
da. […] Mayor influencia ejercieron todavía en mis gustos las novelas científicas
de Julio Verne […] De la Tierra a la Luna, Cinco semanas en globo, La vuenta la
mundo en ochenta días, etc. (Ramón y Cajal, Recuerdos 262-63)

La Habana y Cuba: Cajal se recibió de médico (junio, 1873) a los 21 años,


tiempo en el cual sucedió que la reina Isabel II fue destronada, el rey Amadeo I
abdicó y luego soplaran los vientos de la I República (1873-1874), gobernada
por el gran orador Emilio Castelar que estableció el servicio militar obligatorio.
Ante tal circunstancia, Cajal tuvo que engancharse y empezar una vida de sol-
dado raso; pero, Sanidad Militar convocó un concurso de oposición en Madrid
para 32 plazas de médico segundo y, entre 100 concursantes, ganó una al que-
dar en sexto lugar. Inquieto por naturaleza y por carácter, Cajal escogió irse a
servir a Cuba y para tales efectos se transladó a Cádiz y luego navegó a San Juan
(Puerto Rico) y La Habana, que le pareció una ciudad maravillosa e inolvidable
lo mismo que «su fértil campiña», la flora y las frutas tropicales (Ramón y Cajal,
Recuerdos 276-77, 284-90).
Estancia en Cuba, Puerto Rico, la malaria: En la Perla de las Antillas, Cajal fue
puesto al cuidado de una enfermería con más de 200 pacientes:

casi todos palúdicos o disentéricos», y para tratarlos tenía un botiquín con me-
dicamentos diversos, entre ellos el sulfato de quinina. Pero, en sus Memorias co-
menta que su ración alimentaria no «era la más adecuada para criar buena sangre
[y] … flaqueó mi resistencia y enfermé de paludismo. Nubes de mosquitos nos
rodeaban: Además del Anopheles claviger, ordinario portador del protozoario de
la malaria, nos mortificaban el invisible gegén, amén de ejércitos innumerables de
pulgas, cucarachas y hormigas. La ola de la vida parásita se encaramaba a nuestros
lechos, saqueaba las provisiones y nos envolvía por todas partes […] Al fin quedé
postrado, siéndome imposible atender a los enfermos. Un practicante estulto me
suplía; todo iba manga por hombro. Para colmo de desdicha ¡al paludismo se
agregó la disentería!… (Ramón y Cajal, Recuerdos 296)
280 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

Como no mejoraba y estaba con «caquexia palúdica», pidió una licencia de


un mes que le fue concedido y lo transladaron a Puerto Príncipe, donde lo me-
dicaron y estuvo un mes y medio, aparte de que en Cuba había permanecido
durante cuatro meses. Ya convaleciente, lo nombraron encargado de la enfermería
de San Isidro, con 300 pacientes, lugar donde pudo comprobar la corrupción y
autoritarismo reinantes en el ejército español y la mala administración de los fon-
dos (Ramón y Cajal, Recuerdos 295-310). Pero, salvo mejorías leves y temporales,
la salud de Cajal seguía mal, su bazo e hígado estaban tumefactos y su solicitud
de licencia absoluta no fue atendida hasta que lo ayudó un «caballeroso brigadier
¡Oh inconsciente ingratitud! no puedo hacer memoria» cuyo nombre olvidó. Fue
llevado al hospital de San Miguel, ya no como director médico sino como uno de
tantos enfermos atendido por hermanas de la caridad.
El retorno a España: Pudo mejorar bastante y al fin obtener —mayo de
1875— licencia absoluta como «inutilizado en campaña y [el] diagnóstico de
caquexia palúdica grave», pasando después muchos trabajos para que le dieran su
pasaporte, pasaje gratuito de La Habana a Madrid y el pago de sus haberes atrasa-
dos, aunque no sin dar cohecho; juntó 600 pesos, con parte de los cuales liquidó
deudas y compró los artículos necesarios para su viaje de retorno a Santander en
el barco de vapor España. Ya en su patria, «era otro hombre: comía con apetito,
estaba sin fiebre y podía corretear por la ciudad montañesa. ¡Me había salvado!…
Quedábame sólo cierta demacración alarmante y la palidez pajiza de la anemia».
(Ramón y Cajal, Recuerdos 317)
Vocación, voluntad y esfuerzo: Regresó a la Facultad de Medicina de Zaragoza,
disecó nuevamente en el anfiteatro, se puso a leer sus libros de anatomía y de
histología y a prepararse para una oposición, hasta que fue nombrado ayudante
interno de anatomía y, en el 1877, la Facultad de Medicina lo nombró profesor
auxiliar interino, sin perder de vista en todo momento su anhelo «a ser algo, a
emerger briosamente del plano de la mediocridad, a colaborar […] en la obra
magna del conocimiento científico». Esa «aurea mediocritas cifrábase entonces
para mí en la honrosa toga del maestro» (Ramón y Cajal, Recuerdos 312-23).
Estudios para el doctorado. Micrografía: 35 Don Santiago relata que nada nota-
ble le ocurrió en 1876-1877, en su estancia en Zaragoza, donde —ya con 25 años
a cuestas— siguió estudiando embriología y anatomía humanas y dependiendo
de las preferencias laborales que su padre anhelaba para él, al tiempo que prac-
ticaba su profesión como ayudante paterno en el hospital y atendiendo la etapa
postoperatoria de sus pacientes particulares. Así fue como, debido a que corría el
riesgo de distraerse con sus devaneos pictóricos si se preparaba en la Corte y Villa
de Madrid, su padre lo inscribió en la capital aragonesa para estudiar Historia de
35
Conjunto de normas técnicas para obtener y describir objetos que sólo pueden verse con
microscopio o lupa.
Hugo Fernández de Castro Peredo 281

la medicina, Análisis química [sic] o Química analítica e Histología normal y pato-


lógica, asignaturas obligatorias para la borla de doctor.
En esta etapa de su vida académica, en la cual fue autodidacto para preparar-
se, Cajal le cogió aversión a «la mal llamada libertad de cátedra». Pero, los libros
de texto y consulta y las materias de estudio eran diferentes en Zaragoza y Ma-
drid, por lo cual durante «tres o cuatro días de trabajo febril» [tuvo que estudiar
para] salir del apretado lance» (Ramón y Cajal, Recuerdos 325).
Véase aquí la faceta poética y humanista de Cajal, en parangón con un poe-
ma de San Juan de la Cruz:

Tras de un amoroso lance y no de esperanza falto, volé tan alto, tan alto, que
le di a la caza alcance. Para que yo alcance diese a aqueste lance divino, tanto
volar me convino que de vista me perdiese; y con todo, en este trance, en el
vuelo quedé falto; mas el amor fue tan alto, que le di a la caza alcance. Cuanto
más alto subía deslumbróseme la vista y la más fuerte conquista en obscuro se
hacía; mas, por ser de amor el lance, di un ciego y obscuro salto y fui tan alto,
tan alto, que le di a la caza alcance. Cuanto más alto llegaba de este lance tan
subido, tanto más bajo y rendido y abatido me hallaba; dije: «¡No habrá quien
alcance!»; y abatime tanto, tanto, que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza
alcance. Por una extraña manera, mil vuelos pasé de un vuelo, porque esperan-
za de cielo tanto alcanza cuanto espera; esperé sólo este lance y en esperar no fui
falto, pues fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance. San Juan de la Cruz
(1542-1591). Tras de un amoroso lance. (San Juan de la Cuz, Obras completas
115-116)

Durante su estancia matritense, «para sufrir la prueba del curso» se compró


en abonos un microscopio, un microtomo, rueda giratoria, útiles, libros y revistas
micrográficas y creó en Zaragoza su propio laboratorio micrográfico, pagando
con sus ahorros cubanos, el salario modesto de su plaza de auxiliar y lo que ganaba
con sus clases particulares de anatomía.36
Atraso científico en la España decimonónica. El intelecto inquieto de Cajal: En
el tercio último del siglo xix, España atravesaba por una época de atraso en la
cual el profesor de la carrera de medicina le hablaba al alumno de células sanas
y enfermas, «sin hacer el menor esfuerzo por conocer de vista a esos transcen-
dentales y misteriosos protagonistas de la vida y el dolor», [menospreciando] «el
microscopio, juzgándolo hasta perjudicial para el progreso de la Biología» (Ra-
món y Cajal, Recuerdos, 328). «A juicio de nuestros misoneístas del magisterio,
las descripciones de células y de parásitos invisibles constituían pura fantasía.
[Carecían] de esa fe robusta y de esa inquietud intelectual que inducen a com-
probar personal y diligentemente las descripciones de los sabios… […]» (Ramón

36
No hay mal que por bien no venga, tal y como Cajal lo comentó: «Véase como las enfermeda-
des adquiridas en la gran Antilla resultaron provechosas» (Ramón y Cajal, Recuerdos 327).
282 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

y Cajal, Recuerdos 328). «Empecé a trabajar en la soledad, sin maestros y con no


muy sobrados medios; más a todo suplía mi ingenio, entusiasmo y mi fuerza de
voluntad. Lo esencial para mí era modelar mi cerebro, reorganizarlo con vistas a
la especialización, adaptarlo, en fin, rigurosamente a las tareas del Laboratorio.»
(Ramón y Cajal, Recuerdos 327).
Cátedra de anatomía descriptiva. Timidez, inhabilidad oratoria y fracaso: Es-
taba Cajal en estos menesteres, cuando la Gaceta publicó la convocatoria para las
cátedras de anatomía descriptiva y general en Zaragoza (1878) y Granada (1879).
Por mandato paterno «irreductible» y en contra de su voluntad, el joven galeno
Santiago se presentó al concurso zaragozano de oposición y no ganó la plaza
debido a que si bien en anatomía humana y prácticas de disección «rayaba tan
alto como el que más», reconoce que tenía deficiencias en anatomía comparada,
ontogenia, filogenia y:

ciertas minucias y perfiles de técnica histológica, […] especulaciones de carác-


ter ornamental […] y lagunas de educación intelectual y social […] y formas
de cortesía al uso en los torneos académicos, […] además de que me deslució
una emotividad exagerada, achacable sin duda a mi nativa timidez,37 pero so-
bre todo a la falta de costumbre de hablar ante públicos selectos y exigentes;
hízome, en fin, fracasar la llaneza y sencillez del estilo [y] la total ausencia de
pedantismo y solemnidad expositiva. (Ramón y Cajal, Recuerdos 329-31)

Pese a sus destrezas de las lenguas inglesa y francesa, habilidad de traducción


de la lengua tudesca y mejoramiento de la técnica histológica, tampoco le fue bien
a Cajal en la oposición a la cátedra granadina, porque además hubo influyentismo
y la plaza la ganó otro concursante, por cierto brillante y preparado.
Profesor de anatomía: Pero, en marzo del mismo año ganó en oposición el
puesto de director de museos anatómicos de la Facultad de Medicina de Zaragoza
y cuatro años después, el 1883, la cátedra de anatomía de la Facultad de Medicina
de Valencia. (Ramón y Cajal, Recuerdos 332-37)
Cajal y el mal del Siglo del Romanticismo-Realismo: En el año 1878, don San-
tiago hallábase —tal y cual era la costumbre en esos tiempos— en el café de la
Iberia jugando ajedrez cuando de pronto le sobrevino una hemoptisis,38 que disi-
muló; en cuanto pudo se fue a su casa donde, ya acostado, tuvo otra vez el acceso,
pero ahora con la sangre saliéndole a borbotones por la boca. Le avisó a su padre,

37
Es impresionante verdaderamente la analogía del carácter de genio y sabio compartido por
Cajal y Chávez. El cardiólogo y educador mexicano, Ignacio Chávez Sánchez, relata que «Junto a
las virtudes esenciales de la juventud, había en la mía muchas limitaciones. De mano con mi timi-
dez iban mi espíritu contemplativo, forma quizá de disfrazar mi tendencia a la molicie, y mi repulsa
franca para la acción, forma velada de no forzar mi timidez…» Chávez, op. cit. p. 594, t. II. (letras
cursivas de HFdeCP)
38
Expectoración con sangre proveniente de los pulmones.
Hugo Fernández de Castro Peredo 283

que confirmó el diagnóstico de tuberculosis pulmonar que ya desde hacía unos


meses le pronosticaba a su hijo al verlo pálido y emaciado por el paludismo adqui-
rido en Cuba y del que nunca se había recobrado. Cajal pasó dos meses en cama,
recobrándose un poco, tiempo durante el cual se llenó de amargura pensando que
su destino se había frustrado y moriría tísico, enfermedad galopante del siglo que
cobraba vidas por doquier.
Casamiento y mortaja, del Cielo baja: Cajal, con tos pertinaz, fiebre alta, dis-
nea y demacración fue atendido por su padre, que le recetó los medicamentos
(beber agua nitrogenada) de esa época contra el bacilo de Koch, lo envió a tomar
las aguas de los «acreditados baños de Panticosa» y que estuviera un mes o dos
oreándose y fortaleciéndose en las alturas del monte Pano (San Juan de la Peña)
con ejercicios y grandes caminatas, baños de sol y alimentación con base en pro-
teínas (leche, carne), lo cual le activó la circulación de la sangre, creó anticuerpos,
linfocitos y antígenos y reforzó su aparato inmunitario dando pie a que la cura-
ción viniera según el principio terapéutico establecido 2.400 años antes de Cristo
por el padre Hipócrates: la fuerza curativa de la naturaleza, en lenguas griega y
latina Νόσων φύσεις ἰητροί y Vis medicatrix naturae en lenguas griega y latina
(Guthrie 71).
Contra lo que pudiera pensarse el enfermo mejoró; cesó la hemoptisis, men-
guó la fiebre, mejoró el estado general y recobró su ánimo y deseo de vivir. Mien-
tras estuvo enfermo, se entretuvo perfeccionándose en fotografía y fabricando
placas al gelatino-bromuro, emulsión cuya fórmula mejoró y le permitió sacar
imágenes instantáneas que entusiasmaron a los aficionados. En octubre de 1879
regresó a Zaragoza a cumplir con sus deberes como director del Museo Anató-
mico, «con salud casi floreciente [y,] olvidado de mis achaques […] tomé la re-
solución de casarme contra la opinión de mis padres y amigos» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 345).
Se casó con Silveria Fañanás García, una muchacha de 20 años con la que
tuvo siete hijos y duró desposado 51 años. Ella murió (tísica) en 1930, cuatro
años antes que él. Hay una anécdota que revela tanto el poco caso que Cajal le
hacía al dinero como la abnegación de su esposa, dedicada amorosamente al cui-
dado del hogar, hijos y marido y con poca participación en las decisiones.
Cuando en el 1906 Cajal obtuvo el premio Nobel de Fisiología y Medicina,
su esposa le comentó que en buena hora se lo habían dado pues sus hijos necesi-
taban ropa nueva y en la casa faltaban algunas cosas. Pero, para su desconsuelo, su
marido le dijo a doña Silveria que no disponía de un solo duro porque, contando
con todo lo necesario para la visión microscópica de células y tejidos, ahora que-
ría lo contrario: la observación macroscópica del Universo, posible sólo con un
telescopio y que tal aparato ya lo había pedido a Alemania y pagado con el dinero
del galardón (Ramón y Cajal, Recuerdos 338-48).
284 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

Ciencia española. Los arcanos de la vida: En la parte segunda de sus Memorias,


escritas no tanto para «especialistas, sino para un público culto de aficiones diver-
sas», Cajal dedica muchas páginas a dejar constancia de sus trabajos de laboratorio
y «de su afán de fabricar histología española, a despecho de la indiferencia cuando
no de la hostilidad del medo intelectual», porque en su siglo todos los tratados,
técnicas, investigaciones y grabados de anatomía humana micro y macroscópica
eran traducciones o copias de textos y dibujos europeos pues «¡… en la entraña de
nuestra raza [se] había arraigado la convicción de nuestra triste y radical incapaci-
dad para el cultivo de la ciencia!» (Ramón y Cajal, Recuerdos 352).
En Zaragoza escribió y publicó varios artículos histológicos producto de
sus investigaciones y, desde enero de 1884, se fue con su esposa e hijos a vivir a
Valencia, donde había ganado por oposición la cátedra de anatomía. Se integró
plenamente al ambiente académico levantino e ingresó al Ateneo Valenciano,
centro científico-literario similar al de Madrid, tocándole colaborar en la aten-
ción de enfermos —y hacer investigaciones científicas inéditas— cuando la
epidemia de cólera de 1885, propagada después por España (Ramón y Cajal,
Recuerdos 362-68).
Prosiguió con sus estudios histológicos, entre ellos el análisis de tejidos vivos
(cartílago, cristalino, fibra muscular) y, de 1884 a 1888 preparó y editó su libro
Técnica micrográfica y elementología, incluyendo 203 grabados en madera copia-
dos de sus preparaciones, a la vez que publicó artículos histológicos que tenían
«el buen propósito de llamar la atención de los médicos curiosos sobre el encanto
inefable del mundo, casi ignoto, de células y microbios, y de la importancia […]
de su estudio objetivo y directo [y de] la trascendental teoría celular de Schwann
y Virchow» (Ramón y Cajal, Recuerdos 373).
Fue entonces cuando Cajal se interesó definitivamente por «el estudio de los
arcanos de la vida»: el sistema nervioso, ganglios raquídeos y las células neuroglia
y neurona, ésta con sus dendritas, axón o cilindro-eje y «conexiones intercelula-
res», enterándose entonces del descubrimiento hecho por Camillo «Golgi, eximio
histólogo de Pavía», de la atracción del protoplasma de la neurona por el preci-
pitado de cromato de plata, que tiñe los corpúsculos de la substancia gris de un
negro marrón, mostrándolos claramente sobre un fondo amarillo.
Alrededor de 1888, a Cajal le «surgió y se realizó el pensamiento un poco
quimérico de fabricar histología española, a despecho de la indiferencia, cuando
no de la hostilidad, del medio intelectual» (Ramón y Cajal, Recuerdos 351), así
como de publicar en el extranjero sus investigaciones: «sólo luchando con los
fuertes se llega a ser fuerte» (Ramón y Cajal, Recuerdos 379-81).
Barcelona. Cerebro, cerebelo. Diferencias con Golgi: A mediados de 1887 re-
formaron el plan de estudios de la carrera de medicina y le añadieron la asigna-
tura de histología normal y patológica, a la vez que convocaron a oposición plazas
Hugo Fernández de Castro Peredo 285

vacantes en Zaragoza y Barcelona; Cajal optó por la Ciudad Condal en contra


de la opinión paterna y un poco de sí mismo, que aún se sentía arrastrado por
«el amor a la tierra, los recuerdos de la juventud y el afecto a la familia» (Ramón
y Cajal, Recuerdos 394).
Supo que su elección había sido la mejor y sin lugar a deplorarlo, porque fue
en sus primeros años en la capital de Catalunya donde «aparecieron las más im-
portantes de [sus] comunicaciones científicas», dedicando una parte de su tiempo
a disecar cadáveres en el hospital de la Santa Cruz y a dibujar figuras «relativas a la
inflamación, degeneraciones, tumores e infecciones» para su Manual de anatomía
patológica general (1890). Narra don Santiago qué: «Consciente de haber encon-
trado una dirección fecunda, procuré aprovecharme de ella, consagrándome al
trabajo, no ya con ahínco, sino con furia. Al compás de los nuevos hechos apare-
cidos en mis preparaciones, las ideas bullían y se atropellaban en mi espíritu. Una
fiebre de publicidad me devoraba…» (Ramón y Cajal, Recuerdos 404).
Publicó trabajos suyos en la Gaceta médica catalana, pero impaciente por «la
lentitud de la imprenta y del atraso de las fechas» resolvió editar a su costa la Revis-
ta trimestral de histología normal y patológica a partir de mayo de 1888, actividades
y gastos que causaron estragos en la economía hogareña por lo cual doña Silveria,
«mi pobre mujer, atareada con la cría y vigilancia de cinco diablillos […] resolvió
pasarse sin sirvienta. Adivinaba, sin duda, en mi cerebro, la gestación de algo in-
sólito y decisivo para el porvenir de la familia y evitó, discreta y abnegadamente,
todo conato de rivalidad y competencia entre los hijos de la carne y los hijos del
espíritu» (Ramón y Cajal, Recuerdos 404).
Un paréntesis en el relato cajiano, para enfatizar cómo al paso de los años
se va haciendo notorio el progreso de la investigación y descubrimientos cien-
tíficos de don Santiago, al tiempo que su prosa rememora, se extiende, embe-
llece y gratifica al lector. Es decir, medicina y literatura van en él al unísono y al
unígrafo.
Ajedrez. Juego, afición, vicio y emancipación: Don Santiago era muy aficio-
nado al ajedrez, ante cuyo tablero en una mesa del café donde estuviera con sus
amigos se pasaba horas enteras, distrayéndose y descansando el cerebro. Pero, se
dio cuenta de que: «el aristocrático recreo [se me había hecho] un vicio tenaz e
inveterado [que] no podía continuar. La fatiga y la congestión cerebral casi per-
manentes me enervaban. Si en el juego del ajedrez no se pierde dinero, se pierde
tiempo y cerebro que valen infinitamente más. Y se despolariza nuestra voluntad,
que corre por cauces extraviados. En mi sentir, el ajedrez la descentra y degasta».
(Ramón y Cajal, Recuerdos 405).
Daímon socrático: Un hombre como él, esmerado en cultivarse, estudiar,
investigar y ejercer la hermenéutica en grado tan alto, no podía permitirse nada
que lo desviara de su quehacer y de su misión, motivos por los cuales su daímon
286 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

socrático le señaló —en el proceso para convertirse en persona y pasar de la


primera a la segunda naturaleza— que debía curarse radicalmente de su apego
al ajedrez.
¿Cómo lo logró? Aplicó una variedad del principio similia similibus: se puso
a estudiar las partidas más famosas de ajedrez, disciplinó sus nervios, acrecentó
«la tensión imaginativa y reflexiva», hizo a un lado su estilo de ataques audaces y
se tornó prudente, medidas con las cuales demostró su superioridad al derrotar
durante una semana a sus mejores competidores, al tiempo que lisonjeó y ador-
meció su «insaciable amor propio». Así fue como merced «a mi ardid psicológico,
emancipé mi modesto intelecto, secuestrado por tan rudas y estériles porfías y
pude consagrarle39 [sic], plena y serenamente, al noble culto de la ciencia» (Ra-
món y Cajal, Recuerdos 404-06).
Año cumbre, año de fortuna: Así llama Cajal el año de 1888, porque fue
cuando «surgieron al fin aquellos descubrimientos interesantes, ansiosamente es-
perados y apetecidos […] la nueva verdad, laboriosamente buscada y tan esquiva
durante dos años de vanos tanteos, surgió de repente en mi espíritu como una
revelación. Las leyes que rigen la morfología y las conexiones de las células ner-
viosas en la substancia gris, patentes primeramente en mis estudios del cerebelo,
confirmándose en todos los órganos sucesivamente explorados. […] Las ramifi-
caciones colaterales y terminales de todo cilindro eje acaban en la substancia gris,
no mediante red difusa según defendían Gerlach y Golgi [y otros,] sino mediante
arborizaciones libres [, ramificaciones aplicadas] al cuerpo y dendritas de las célu-
las nerviosas.» (Ramón y Cajal, Recuerdos 400).
¿Cómo y por qué la labor de don Santiago «adquirió de repente vuelo y
originalidad sorprendentes»? Desde luego a su perfeccionamiento del método
cromo-argéntico, relata él mismo, pero «la causa verdaderamente eficiente con-
sistió —¡Quién lo dijera!— en haber aplicado a la resolución del problema de
la substancia gris los dictados del más vulgar sentido común» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 394-407).
Teoría neuronaria e hipótesis reticular. Diferencias con Golgi: En 1888-1889
siguió investigando la neurona y sus organelos en órganos del sistema nervioso de
la vida de relación, precisando ya desde entonces la discrepancia científica entre su
teoría de la individualidad de la neurona y su interrelación con otras mediante los
cilindro-ejes o axones y las dendritas, con la hipótesis reticular de Golgi (Ramón
y Cajal, Recuerdos 408-27). En 1892-1993, para su sorpresa y sin saber cómo ni
porqué, tradujeron y publicaron en lenguas extrajeras varios de sus artículos de la
Revista de ciencias médicas (de Barcelona) lo cual, junto con sus destrezas lingüís-
ticas tudescas, francesas e inglesas, dio lugar a que se vinculara con científicos de

39
Leísmo.
Hugo Fernández de Castro Peredo 287

otros países (Ramón y Cajal, Recuerdos 474-76).


Translado a la Corte y Villa de Madrid: Tras de varios meses de presentar
exámenes de oposición en la Universidad Central de Madrid para la cátedra de
histología normal y anatomía patológica, ganó la plaza en abril de 1892 y ya con
40 años a cuestas y un sexto hijo más,40 dejó Barcelona y se fue a Madrid (Ramón
y Cajal, Recuerdos 476-78). Lo despidieron sus amigos de la «tertulia célebre de
la Pajarera» y sus colegas de la Academia de Ciencias Médicas de Cataluña y de
la Facultad de Ciencias, más los de Zaragoza, agasajándolo con dos banquetes,
respectivamente de homenaje y de honor.
Cajal, modesto por naturaleza y convicción, se regocijó de que en la facultad
y universidad matritenses «nadie hacia caso de nadie […] "Vivimos sin conocer-
nos y morimos sin amarnos",» según decir de Félix Guzmán, profesor de higiene.
Para él, Madrid «no puede ser para el hombre laborioso y modesto que gusta de
las dulzuras del trato social, la soñada "tierra de amigos" del poeta [porque] dura
y febril es la existencia en las grandes urbes [y] cultivar relaciones mundanas re-
sulta un lujo que sólo pueden permitirse los ricos y los ociosos. [Pero] esa relativa
soledad sentimental […] fue siempre mi felicidad [porque] ¡Cuánta libertad de
pensamiento y de trabajo!» (Ramón y Cajal, Recuerdos 481). Le fue bien a don
Santiago desde su llegada, pues encontrándose con un laboratorio que era un
pasillo estrecho y sin ningún equipo, hizo un proyecto de reformas cuyo presu-
puesto le aprobaron y dio lugar a que le construyeran un laboratorio de micro-
grafía e histología con gabinetes, salas, salones, libros, revistas, equipos y aparatos
(Ramón y Cajal, Recuerdos 478-89).
El científico ¿un cartujo?: Cajal testimonia en sus Recuerdos que la antigua
Magerit era la gran capital de la política, filosofía, arte, literatura, teatro, depor-
tes y atracciones que «tiran del alma con mil hilos rígidos e invisibles [y] ciudad
peligrosísima para el provinciano laborioso y ávido de ensanchar los horizontes
de su inteligencia [, donde] la abeja se ha convertido en mariposa cuando no en
zángano [y] los callos se pierden [,] las manos se enguantan [y el] tiempo se va
en admirar e imitar» (Ramón y Cajal, Recuerdos 490). Logró cerrar sus oídos al
canto de las sirenas llamándolo al ocio y el esparcimiento, aunque sin pretender
que «el hombre de ciencia sea un cartujo» (Ramón y Cajal, Recuerdos 491) sin
distracciones, sobre todo las excursiones (ahora a los alrededores de Madrid) y
la asistencia a las tertulias y peñas de los cafés matritenses.41 Véase ahora cómo
el genio científico, se desarrolló en Cajal simultáneamente con la belleza de su
prosa literaria:

40
Doña Silveria y él tuvieron siete hijos.
41
Cuatro cafés fueron los preferidos de Ramón y Cajal en Madrid: El Diván, El Inglés, Del
Levante y Suizo.
288 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

Vivimos en las faldas de una sierra, cuyo elegante perfil embellece nuestro
horizonte y cuyas auras purifican nuestro ambiente. Y en la primavera y otoño
la llanura castellana se ofrece cubierta de césped y salpicada de flores. […] Cual-
quiera que sea la preocupación del espíritu, siempre hallaremos un rincón soli-
tario cuya belleza apacible apague las vibraciones del dolor y abra nuevo cauce
al pensamiento. ¡Cuántos pequeños descubrimientos asócianse en mi memoria
a tal sendero solitario de la Moncloa o a un fresno ribereño del Manzanares o
alguna colina del Amaniel o de la Dehesa de la Villa, esplendidos miradores
desde los cuales ostenta el Guadarrama, asomado entre pinos, toda su augusta
majestad! (Ramón y Cajal, Recuerdos 490-91)

Real Sociedad de Londres: En febrero de 1894 le cogió por sorpresa una misiva
de la Real Sociedad de Londres invitándolo a pronunciar la Croonian Lecture, un
discurso sobre temas biológicos. Pero, como se le enfermó de cuidado una hija y
no quería abandonarla, decidió no ir a Londres y no aceptó hasta que lo conven-
cieron la entereza e insistencia de su esposa, la seguridad de los cuidados que el
médico le dijo que le daría a la niña y dos cartas: una, «agradable», del secretario
de la Royal Society, el doctor M. Forster, y otra, «halagadora», del sabio fisiólogo
Ch. Sherrington.
Sintiendo que no tenía dominio suficiente de la lengua inglesa, escribió en
lengua francesa su conferencia, versión que le fue corregida por su traductor
que vivía en la antigua Lutecia, el doctor León Azoulay. Cajal relata que «…
la lección resultó, a despecho de mi emoción, bastate clara y persuasiva. Si mi
memoria no falla fue pronunciada el 8 de marzo, en el palacio llamado Bour-
lington House, casa social de la Sociedad Real. Conprendió mi discurso lo más
fundamental de mis pesquisas en orden a la morfología y conexión de las células
nerviosas de la médula espinal, ganglios, cerebelo, retina, bubo olfatorio, etc.
[y] terminé mi oración desprendiendo de los hechos expuestos algunas inter-
pretaciones fisiológicas y aun psicológicas…» (Ramón y Cajal, Recuerdos 505).
Bien decía don Manuel Flores Rosa, eximio profesor de anatomía topográfica
en la antigua Escuela Nacional de Medicina de México (UNAM), que el estu-
dioso que sabe anatomía sabe fisiología.
Don Santiago fue obsequiado con banquetes en su honor en la Real
Sociedad,42 la Embajada de España y King’s College, a la vez que aprovechó su
estancia en Gran Bretaña para pasear por la ribera del río Támesis y conocer
el Museo Británico, la Ciudad Cristal, la catedral de Westminster, la estatua de
Newton, la tumba de Darwin, los hospitales del King’s College, Bartholomew y

42
Cuenta Cajal que Mr. Forster, «que decoraba sus ideas con esa fina sal del humour anglosajón
[dijo] entre otras cosas halagadoras para España y para mí, "que gracias a mis trabajos, el bosque
impenetrable del sistema nervioso se había convertido en parque regular y deleitoso y que mis inves-
tigaciones habían establecido colaterales de conexión y placas motrices entre las almas de España y de
Inglaterra, antes apartadas por siglos de incomprensión y desvío"» (Ramón y Cajal, Recuerdos 506).
Hugo Fernández de Castro Peredo 289

London, el Royal College of Surgeons, la Royal Medical and Chirurgical Society


y las universidades de Cambridge y Oxford.
A su regreso a la patria, Cajal encontró a su hijita ya en convalecencia franca;
en cambio, sufrió un gran desencanto al comparar el esplendor y grandeza de los
hospitales y edificios escolares de Gran Bretaña con los de España: vetustos, an-
tihigiénicos, «liliputienses» y desahuciados administrativamente (Ramón y Cajal,
Recuerdos 503-15).
El amor más antiguo y tenaz. La hipótesis reticular: Don Santiago regresó a
su laboratorio y cátedra y en el trienio 1894-1896 prosiguió su investigación de
«centros nerviosos de textura sumamente intrincada, [entre ellos] el bulbo raquí-
deo, la protuberancia [anular,] el tálamo óptico y los tubérculos cuadrigéminos,
[considerados] los laberintos de la Neurología, [aunque] yo llegaba al filón un
poco tarde para alcanzar […] descubrimientos de primera fuerza. Edinger, Van
Gehuchten y particularmente Kölliker y Held se me habían adelantado […]»
Además, en «[…] uno de estos ritornellos ataqué, con nuevos bríos la retina, el
más antiguo y pertinaz de mis amores de laboratorio. Fue la nueva contribución
de índole polémica, enderezándose particularmente a refutar la teoría de ciertos
autores (Kallius, Renaut y Dogiel) que pretendían resucitar, bajo formas especia-
les, la vieja y siempre retoñante teoría de las redes interneuronales». (Ramón y
Cajal, Recuerdos 516-32)
Figuras de su tiempo. Método expositivo y el arte del buen decir: Ramón y Cajal
nos legó su sentir sobre personas notables de la Corte que tuvo oportunidad de
tratar en persona en el período 1892-1896, entre ellos el gran orador, conversador
y político Emilio Castelar; el político-filósofo Nicolás Salmerón Alonso; el filósofo
y gran pedagogo Francisco Giner de los Ríos; Marcelino Menéndez Pelayo, «tar-
tajoso como Cervantes, pero tan erudito y elocuente que sus alumnos olvidaban
su tartamudez para recoger la rica miel de sus concienzudos y vastísimos estudios
literarios y a Miguel Morayta y Sagrario, historiador de polendas y, en todas las
procedentes excursiones al través de la Universidad, del Ateneo y de algún Círculo
político y literario, conseguí algo precioso e inestimable: la medida del talento y
las normas del buen método expositivo [, así como] el arte del buen decir [, todo
lo cual] fue bastante provechoso para mis ulteriores tareas de profesor» (Ramón y
Cajal, Recuerdos 533-40).
Hechos, teoría, hipótesis: Ramón y Cajal, científico y literato, coincide con
el filósofo Friedrich Nietzsche en lo relativo a heurística, hermenéutica, hechos
y permanencia en el tiempo o movilidad. Aceptando que la heurística es el mé-
todo mediante el cual un investigador hace descubrimientos o des-vela hechos,
debe concordarse también con que tales actividades serían intrascendentes sin
290 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

la hermenéutica,43 técnica de la interpretación vinculada con un axioma de su


coetáneo Friedrich Nietzsche (1844-1900): ¿Hechos? Eso es precisamente lo que
no existe. Algunos traductores han preferido otra versión: No hay hechos, sólo
interpretaciones.44
Refiriéndose a la bacteriología, la embriología y la histología, don Santiago
refuta a los que ignoran el «carácter esencialmente objetivo de las ciencias micrográ-
ficas» y cuestionan que el conocimiento que se tiene de las doctrinas histológicas en
un tiempo determinado se mantenga al paso de los años: «…confunden lastimosa-
mente el hecho de observación, noción fija y perenne, con la interpretación teórica,
esencialmente mudable y acomodaticia» (Ramón y Cajal, Recuerdos 541).

Desconfiar de la realidad de las adquisiciones histológicas, vale tanto como


suponer que la especie nueva descubierta por el naturalista corre riesgo de in-
mediata desaparición; que el ganglio, la glándula o el vaso discernidos por el
anatómico están en trance de evaporarse; o que, en fin, al astro sorprendido
por el astrónomo, hállase amenazado de súbita extinción. La naturaleza del
instrumento de observación ¿puede cambiar la realidad de los hechos? […] el
dato histológico de primera mano, bien descrito y presentado, constituye algo
fijo y absolutamente estable, contra lo cual ni el tiempo ni los hombres podrán
nada. (Ramón y Cajal, Recuerdos 542).

Asimismo, confiesa ser «adepto ferviente de la religión de los hechos [y estar


de acuerdo en] que los hechos quedan y las teorías pasan; […] pero también es
cierto que, sin teorías e hipótesis, nuestro caudal de hechos positivos resultaría
harto mezquino [y que] la hipótesis y el dato objetivo están ligados por estrecha
relación histológica. […] Observar sin pensar es tan peligroso como pensar sin
observar» (Ramón y Cajal, Recuerdos 543-544).
Ciencia y humanidades. Razón y sentimiento: Ramón y Cajal asienta que el
científico se aferra al rigor del análisis, pero también atiende «a tendencias lógicas
y sentimentales casi irrefrenables» y —mostrando como se han conjugado en él
el hombre de ciencia y el humanista— confiesa que es difícil «contrarrestar el
impulso de la imaginación postergada, que reclama a gritos su turno de acción»
(Ramón y Cajal, Recuerdos 544). En fin, sobre estos procedimientos y proceso, se
atreve a apartarse de la posición de Goethe de que «la indagación de las causas fi-
nales carece de sentido; que nuestra tarea consiste en resolver el cómo y el porqué».
[En] las ciencias biológicas, para llegar al cómo […] es preciso pasar por el preli-
minar para qué de la curiosidad inexperta e insaciada […] Nunca fueron buenos
amigos la razón y el sentimiento» (Ramón y Cajal, Recuerdos 544).

43
Interpretación.
44
Contra el positivismo, que se queda en el fenómeno, sólo hay hechos, yo diría; no, precisa-
mente no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún factum en sí. (Nietzsche
241)
Hugo Fernández de Castro Peredo 291

Llama la atención que el científico Cajal siempre está interesado en la parte


fisiológica-humanista de sus investigaciones y hallazgos anatómico-histológicos
del sistema nervioso central, conjugando heurística y hermenéutica e incidien-
do en temas que hasta hoy en día siguen sin desentrañarse: «Naturalmente, al
interpretar psicológicamente los rasgos de la morfología celular, no excluíamos,
ni mucho menos, la parte que, andando el tiempo, habría de ser atribuida a los
efectos de explicar histológicamente el hábito, el talento y el genio a la sutilísima
urdidumbre del protoplasma nervioso». (Ramón y Cajal, Recuerdos 541-47)
Primeros honores: En 1897 le confirieron la distinción de dar una conferencia
en el Ateneo de Madrid, Leyes de la morfología y dinamismo de las células nerviosas,
tras de lo cual lo eligieron miembro de las reales academias de Ciencias y de Me-
dicina de Madrid, le adjudicaron los premios Rubio y Fauvelle, le dieron el doc-
torado honoris causa en la Universidad de Wúrzburgo y lo nombraron miembro
correspondiente de la Academia de Medicina de Berlín, sociedades de Psiquiatría
de Viena, de Biología de París, Frenática Italiana y Academia de Ciencias de Lis-
boa (Ramón y Cajal, Recuerdos 547-53).
Guerra hispano-estadounidense: En 1898 España entera fue sacudida, junto
con lo más hondo de la conciencia, orgullo nacional y patriotismo de Cajal y sus
compatriotas, por el conflicto bélico con Estados Unidos de América, que desde
hacía muchos años quería apropiarse de los restos del imperio colonial de España
en el mar Caribe y de las islas Filipinas. Los cubanos, por su parte, luchaban por
su independencia y habían tenido dos guerras con Estados Unidos: de los Diez
años y la Chiquita.
El conflicto comenzó tras de que, anclado frente a La Habana, el acorazado
de segunda clase Maine estalló el 25 de enero de 1898, un incidente causado por
los estadounidenses para tener un pretexto para intervenir. En 1902 la nación
vencedora fue EUA, un país rico, industrializado y con 90 millones de habitantes
contra España, pobre y con 17 millones de habitantes. España perdió Cuba, Puer-
to Rico, Filipinas y la isla Guam que pasaron a ser dominio estadounidense y, en
1899, le vendió al Imperio Alemán las islas Carolinas, Marianas (menos Guam) y
Palaos. Don Santiago, dolorido, realista y certero, comentó que:

[…] diputados, periodistas [y] militares creían de buena fe que nuestros ins-
trumentos bélicos en Cuba y Filipinas —buques de madera y ejércitos de en-
fermos— podían medirse ventajosamente con los formidables de que disponía
el enemigo. [...] El recuerdo del desastre colonial hállase vinculado en mi me-
moria […] con la redacción de un trabajo de tendencias filosóficas acerca de la
organización fundamental de las vías ópticas y la probable significación de los
entrecruzamientos nerviosos […] La trágica noticia interrumpió bruscamente
mi labor, despertándome a la amarga realidad. Caí en profundo desaliento.
¿Cómo filosofar cuando la patria está en trance de morir? (Ramón y Cajal,
Recuerdos 554-56)
292 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

Cargo directivo y viaje a Estados Unidos: En el año 1900, último decimonóni-


co, fue creado el Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII. Cajal fue designado
su director y, aunque su intención primera fue rechazar el nombramiento, aceptó
porque había una epidemia de peste en Portugal y le pareció que era su respon-
sabilidad tratar de que no se propagara en España. Antes, el 1899, fue invitado
a sustentar conferencias en la Universidad de Worcester (en Massachusetts), y
aceptó pese a su amargura por la guerra perdida en Cuba. Después, visitó Nueva
York. Columbia University, West Point y Boston y conoció los inventos de Edi-
son. (Ramón y Cajal, Recuerdos 574, 577-595)
Reconocimientos. Crisis cardíaca. Instituto de Investigaciones Biológicas: Tam-
bién en 1900 el Congreso Internacional de Medicina, reunido en París, le otorgó
el premio internacional instituido por la ciudad de Moscú, al tiempo que Cajal
padecía «neurastenia, palpitaciones, arritmias cardíacas, insomnio [y] abatimien-
to de ánimo» (Ramón y Cajal, Recuerdos 596-597). Tal distinción causó que le
llovieran felicitaciones de gente encumbrada en la ciencia y la política, junto con
banquetes y agapes de amigos; después el gobierno, acuciado por la prensa, le creó
el Laboratorio de Investigaciones Biológicas,45 lo nombró su director y lo dotó
de cuanto instrumento, equipo y material necesitaba, gracias a lo cual prosiguió
sus investigaciones y descubrimientos. Fue en esta época cuando, con su esposa
y ambas hermanas, recorrió las ciudades principales del país que llamó «la patria
del arte»: Italia (Ramón y Cajal, Recuerdos 596-636).
La cumbre. Teoría neuronaria. La verdad: Cuenta en sus Recuerdos de mi vida
que en el trienio 1905-1907 fue cuando «[llegué] al cenit de mi carrera científica
[y] sonriome la fortuna hasta el punto de alcanzar los más altos galardones a que
un hombre de ciencia puede aspirar [a la vez que] efectué observaciones decisivas
para la consolidación de la concepción neuronal, a la sazón muy discutida sobre
todo por los científicos que porfiaban en el error del reticularismo». Cajal era
opuesto a las polémicas, considerándolas pérdida de «un tiempo precioso que
mejor podría emplearse en allegar hechos nuevos». Y, afirma y cuestiona: «¿Quién
ignora, además, que la verdad, aun indefensa, acaba por prevalecer?» (Ramón y
Cajal, Recuerdos 637-50).
Medalla Helmholtz y premio Nobel: En el mes de febrero de 1905, don San-
tiago recibió la noticia muy grata de que la Real Academia de Ciencias de Berlín
le había adjudicado la medalla de oro de Helmholtz, la cual «se otorgaba cada
dos años al autor que hubiere dado cima a [los] más importantes descubrimien-
tos en cualquiera rama del saber humano». Le llovieron felicitaciones y mensajes
congratulatorios, volvió a su trabajo y luego, en octubre de 1906, «sorprendiome

45
Véase el artículo de Ángel Luis González de Pablo «El Noventayocho y las nuevas institu-
ciones científicas. La creación del Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Ramón y Cajal».
Dynamis. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. illus. 1998, 18, 51-79.
Hugo Fernández de Castro Peredo 293

[…] cierto lacónico telegrama expedido de Estocolmo y redactado en alemán


[que] decía solo: Carolinische Institut verliehen Sie Nobelpreiss» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 652). Días después le llegó el mensaje oficial del Real Instituto Caroli-
no de Estocolmo, comunicándole que le habían adjudicado el premio Nobel de
Fisiología y Medicina por «sus meritorios trabajos sobre la estructura del sistema
nervioso», mitad para él y mitad para el «ilustre profesor de Pavía Camillo Golgi
[, galardón que le produjo] un sentimiento de contrariedad y casi de pavor» (Ra-
món y Cajal, Recuerdos 653).
Timidez. Tristeza del alma: Como puede verse, la timidez y modestia de Ca-
jal nunca lo dejaron. Previniendo el alud de felicitaciones, homenajes, mensajes
y banquetes quiso ocultar el suceso, pero «la prensa vocinglera lo divulgó a los
cuatro vientos [convirtiéndolo] en foco de las miradas de todos» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 653). Y, efectivamente, durante cuatro meses se le vinieron encima tele-
gramas, mensajes, cartas, homenajes de alumnos y profesores, diplomas, corpora-
ciones literarias y científicas, calles, golosinas y pócimas a las que les pusieron su
nombre, ofertas de participación en empresas, demanda de autógrafos y petición
de sinecuras, todo lo cual agradeció a la vez que deploró «con la sonrisa en los
labios y la tristeza en el alma» (Ramón y Cajal, Recuerdos 654).
Ceremonia en Estocolmo. Altivez y egolatría de Camillo Golgi: Llegó a Estocol-
mo el 6 de diciembre, fue presentado a Golgi y a los demás profesores laureados y
luego participó en la ceremonia de adjudicación de los premios, el 10 de diciem-
bre, presidida por los reyes suecos y con la presencia de funcionarios, familia de
Alfredo Nobel y miembros del Patronato Nobel. Días después, en las conferencias
sustentadas por los candidatos premiados, Cajal hizo del profesor Golgi «el elogio
cordial imperiosamente exigido por la justicia y la cortesía. Siempre le rendí el tri-
buto de mi admiración y en todos mis libros pueden leerse entusiastas encomios
[de él.] Tenía, pues, derecho a esperar de él un tratamiento igualmente amistoso
con ocasión de su discurso sobre La doctrine de neurones» (Ramón y Cajal, Re-
cuerdos 659).
Contra lo que todos esperaban, en su discurso Golgi sacó «a flote su casi
olvidada teoría de las redes intersticiales nerviosas [e] hizo gala de una altivez y ego-
latría inmoderadas que produjeron efecto deplorable en la concurrencia», pues
entonces sabios como Retzius, His, Waldeyer, Kölliker, el mismo Cajal y otros
no habían «añadido nada interesante a sus hallazgos de antaño… [. No rectificó]
ninguno de sus viejos errores y de sus lapsus de observador [y la] misma olímpica
altivez y pretencioso empaque mostró en su brindis del banquete oficial» (Ramón
y Cajal, Recuerdos 660). Resta sólo agregar que «todos los neurólogos e histólogos
suecos contemplaban al orador con estupor [y yo —dice Cajal—] temblaba de
impaciencia al ver que el más elemental respeto a las conveniencias me impedía
poner oportuna y rotunda corrección a tantos vitandos errores [e] intenciona-
294 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

dos olvidos. No he comprendido jamás esos extraños temperamentos mentales,


consagrados de por vida al culto del propio yo, herméticos a toda innovación e
impermeables a los incesantes cambios en el medio intelectual» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 651-66).
La obra científica: En resumen, Santiago Ramón y Cajal es el médico y
científico español que recibió el año 1906 el premio Nobel de Fisiología y Me-
dicina por sus estudios e investigación de la neurona y su papel singular en la
recepción de estímulos y transmisión de respuestas, una posición antagónica
de la de Golgi para el que el mecanismo nervioso se hacía por medio de la
organización reticular de las neuronas. Aparte de Ramón y Cajal sólo a otro ga-
leno español le ha sido otorgada dicha presea, 53 años después: Severo Ochoa,
que con el científico estadounidense Arthur Kornberg, la obtuvo en 1959 nada
menos que por descubrir el mecanismo de la síntesis biológica de los ácidos ri-
bonucleico desoxirribonucleico (ADN), es decir, la entraña de la vida. Además
de los innumerables artículos científicos que publicó,46 los textos científicos de
Ramón y Cajal principales son:

Manual de histología normal y técnica micrográfica. (1889)


Manual de anatomía patológica general seguida de un resumen de microscopía
aplicada a la histología y bacteriología patológicas. (1890)
Les nouvelles idées sur la anatomie du système nerveux. (1894)
Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados. Estudios sobre el plan
estructural y composición histológica de los centros nerviosos adicionados de conside-
raciones fisiológicas fundadas en los nuevos descubrimientos. (1899-1904)
La fotografía de los colores. Bases científicas y reglas prácticas. (1912)
Los tónicos de la voluntad. (1926)
Elementos de técnica micrográfica del sistema nervioso. (1933)47

La obra literaria: El autor de este trabajo quiere dejar claro que la obra
científica de Cajal es lo que hizo que este sabio español fuera famoso y pasara a
la posteridad, no obstante lo cual hay que reconocerle su dominio de la lengua
española igual en lo referente al lenguaje científico que a la expresión literaria,
discursos ambos en los que se advierte la ausencia retórica y de adjetivos y,
en contraste, se denota el casticismo, la sobriedad, claridad y elegancia de su
prosa, lo ameno e interesante de los recuerdos de su vida y su entusiasmo por su
tarea y los avatares de sus descubrimientos, constituyendo formas de actitud,
pensamiento, conducta y expresión que permiten adentrarse en la constitución
y el conocimiento humano, cívico, humanista, científico, hispanista, europeo,
universal y filosófico de don Santiago.

46
Por ejemplo, en la Revista trimestral de histología que fundó el año 1897.
47
«Bibliografía» (Ramón y Cajal, Recuerdos 74-77).
Hugo Fernández de Castro Peredo 295

Otro ejemplo de su dominio de la lengua española escrita y de la elegancia


de su estilo, es el párrafo donde relata sus impresiones primas al llegar a Valencia,
escogido al azar entre muchos otros de sus memorias:

Visité la magnífica Catedral, subí al Miguelete para admirar la frondosidad


y extensión de la huerta y la cinta de plata del lejano mar latino; escudriñé los
alrededores de la ciudad y los encantadores pueblecillos del Cabañal, Godella,
Burjasot, etc. […] y asalté, en fin, henchido de voracidad artística y arqueoló-
gica, las ruinas del teatro romano de Sagunto.
Me encontraba en un país nuevo para mí, de suavísima temperatura, en
cuyos campos florecían la pita y el naranjo, y en cuyos espíritus anidaban la
cortesía, la cultura y el ingenio. Por algo se llama a Valencia la Atenas española
[…] la Atenas levantina. […]
Allí, en aquella incubadora de artistas de la palabra o de la pluma […] la
elocuencia soberana de Moret […] pintaba cuadros tan plásticos y reales, que al
evocar entonces, por contraposición con la moderna civilización, basada en la
libertad, la civilización antigua, basada en la esclavitud, nos parecía contemplar
al suavísimo Platón filosofando con sus discípulos en el jardín de Academo,
entre calles de mirtos y adelfas y a la sombra de plátanos seculares… (Ramón y
Cajal, Recuerdos 358-60)

Sus obras literarias principales son:

Cuentos de vacaciones. Narraciones pseudocientíficas. (1905)


Charlas de café. Pensamientos, anécdotas, confidencias. (1921)
Memorias de mi vida. (1901, 1917 1923)
El mundo visto a los 80 años. Impresiones de un arterioesclerótico. (1934)

Grande finale: conjugación de la medicina y la literatura en la vida y obra de


Cajal: Los años posteriores a la medalla Helmholtz y el premio Nobel, el científi-
co Santiago Ramón y Cajal continuó dedicándolos a la investigación del sistema
nervioso central del hombre y de la estructura y funciones de las neuronas y sus
organelos, así como a la regeneración nervioso, el transplante de ganglios y la pro-
ducción de nervios artificiales. Asimismo, a la docencia, no jubilándose sino hasta
1926, mismo año en el cual el rey don Alfonso XIII inauguró el monumento de
Cajal, en el parque matritense del Retiro. Durante sus años últimos le otorgaron
no menos de una docena más de premios y distinciones de las instituciones más
afamadas y serias de siete países europeos, que ya no es posible pormenorizar
ahora por la cortedad del espacio.
A Cajal le perturbó mucho el espíritu la Gran Guerra o Primera Guerra
Mundial, librada de 1914 a 1918 para obtener la hegemonía europea y mundial,
que asoló el Viejo Continente desde Rusia hasta Francia y de Alemania a Italia,
padeciendo alteraciones de su salud y enfriamiento de su entusiasmo por la inves-
tigación científica, afligido de constatar que en la crisis de la civilización «sólo son
296 Santiago Ramón y Cajal: vida, ciencia y literatura

apreciadas aquellas ciencias puestas, con vergonzosa sumisión, al servicio de los


grandes aniquiladores de pueblo» (Ramón y Cajal, Recuerdos 674-744). Cuatro
años más tarde, en agosto de 1930, doña Silveria Fañanás García murió a causa
de la tuberculosis, catástrofe que afectó mucho a don Santiago, esposo afligido.
El gran sabio y literato Santiago Ramón y Cajal falleció el 17 de octubre de 1934
por causas intestinales y cardíacas, siendo inhumado junto a su esposa en el ce-
menterio madrileño de Almudena.
No cabe duda de la certeza del proverbio que establece: Sic transit gloria
mundi. Poca gente se acuerda ya de él y de sus grandes descubrimientos y publi-
caciones literarias tan amenas, interesantes y bien escritas, un fenómeno que no
es sólo de hoy en día, sino que se dio desde el día de su muerte, velorio y entierro,
pues el gobierno republicano envió representantes segundones y al camposanto
acudieron cuando mucho 100 dolientes. Por todo lo argumentado, nada mejor
para cerrar con broche de oro estas letras sobre la conjunción de la medicina y
la literatura en un sabio y científico eminente, que el soneto escrito por el poe-
ta asturiano e hispano-mexicano Alfonso Camín (1890-1982) para su paisano
Cajal, «que refleja el profundo dolor ante la pérdida del genio» (Ramón y Cajal,
Recuerdos 73).

Llanto del sol, que se escondió en la altura


—Madrid en llanto torrencial se baña,
llanto en la tierra propia y en la extraña,
llanto en la piedra inexorable y dura.
En el Madrid de aquella tarde obscura
sobre la caja el pabellón de España
fuimos a darle tierra a una montaña
que no encontraba espacio en la llanura.
En medio de dramáticos asombros
creí, al mirar el féretro en la acera
—el cielo llanto, el Universo escombros,
¡Que al carpintero le faltó madera,
que les faltaban a los hombres hombros
y que hasta a España le faltó bandera!

Obras citadas

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Beristáin, Helena. Diccionario de retórica y poética. Ed. Porrúa, 2001.
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BIOGRAFÍAS

Jorge Avilés Diz, es profesor titular de Literatura Peninsular en la Universidad de


North Texas (EEUU). Doctorado por la Universidad de Salamanca, su principal campo
de investigación es la literatura dramática, con un especial interés en el teatro posro-
mántico de mediados del siglo xix. En este campo ha publicado diferentes ediciones,
entre las que se encuentran El teatro de Manuel Fernández y González. Traición con
traición se paga y Cid Rodrigo de Vivar (GES, Universidad de Salamanca, 2012), y más
recientemente la primera edición moderna de Alfredo de Joaquín Francisco Pacheco
(Universitas Castellae, 2015). Sus trabajos sobre este campo y otros relacionados con
la literatura teatral han aparecido en revistas académicas europeas y norteamericanas,
como Bulletin of Hispanic Studies, Modern Language Review, Modern Language Notes,
Hispanófila y Neophilologus, entre otras.
José Manuel Goñi Pérez, licenciado en Filología hispánica por la Universidad de Murcia
y doctor por la Universidad de Surrey, Roehampton, en la que recibió el premio Gerhard
Weiler por su contribución a los estudios literarios, es en la actualidad profesor titular de Li-
teratura hispánica en la Universidad de Aberyswyth, Reino Unido. Especialista en literatura
del siglo xix, su interés se centra en la literatura y la sociedad de la segunda mitad del xix,
específicamente sobre la relación de la literatura con la medicina, la religión, la ciencia y la
prensa periódica. Asimismo, ha trabajado sobre las literaturas de la ciudad internacional de
Tánger y el Protectorado. Ha publicado ampliamente en revistas especializadas y colaborado
en más de una veintena de libros; ha coeditado varios libros sobre la literatura del siglo xix
y xx, y organizado una decena de congresos internacionales. Es en la actualidad Editor de
la revista Siglo diecinueve (Literatura hispánica) y el Presidente de la Asociación de Hispanistas
«Siglo Diecinueve». Entre sus proyectos más recientes destaca el Proyecto de investigación
«Medicina y Literatura» financiado por el Wellcome Trust medical Humanities del Reino
Unido.
Montserrat Escartín Gual, doctora en Filología Románica Hispánica por la Universi-
dad de Barcelona (1980) y Premio Extraordinario de Licenciatura. Ha permanecido 35
años como Catedrática de Literatura en el Departamento de Filología de la Universidad
de Girona. Su especialidad es la Literatura Española Contemporánea y su línea de trabajo,
ediciones críticas de autores del siglo xx, como Diario de un enfermo, de Azorín; Retahílas,
de Carmen Martín Gaite y, en especial, la poesía de Pedro Salinas, de quien ha publicado
su trilogía amorosa, reconstruido uno de sus libros (Largo lamento), fijado el texto de su
Poesía completa y descubierto 150 inéditos. Colaboradora habitual de las publicaciones y
300 Literatura y Medicina: teoría y praxis (1800-1930)

editoriales más reconocidas (Ínsula, Quimera, Revista de Literatura o Editorial Cátedra),


su bibliografía es extensa. Por todo ello, el Ministerio Español premió su labor investi-
gadora en los Estados Unidos desde 1992 a 1994 y la Comisión Nacional Evaluadora de
la Actividad Investigadora le ha reconocido su labor científica de forma ininterrumpida
durante tres sexenios.
Hugo Fernández de Castro, Médico cirujano y profesor en la Universidad Nacional Au-
tónoma de México (UNAM), se licenció asimismo en Ciencia política y Administración
pública. Fue Becario del Curso de Formación de Profesores. Becario del curso Programa
interno (ONU, Nueva York). Estudios completos de Maestría de salud pública y Maestría
de administración del trabajo. Doctorado de ciencias. Curso diplomado Análisis del mito.
Curso diplomado Los imprescindibles de la ética y la política. El compromiso con la justi-
cia. Educación para la salud (anatomía y fisiología humanas y salud pública), en la Escuela
Nacional Preparatoria. Historia y Filosofía de la Medicina. Ética y moral médicas. Profesio-
nalización, en la Facultad de Medicina. 1,365 artículos sobre temas académico-culturales
multidisciplinarios; 28 artículos publicados en revistas. Así como capítulos en publicaciones
académicas entre las que podemos destacar: Eutanasia. Aspectos Jurídicos, filosóficos, médicos
y jurídicos (2001); De la vida y trabajos. Homenaje al doctor Ernesto de la Torre Villar (2005);
Temas actuales de justicia penal (2006). Estado constitucional, derechos humanos, justicia y vida
universitaria (2015). Ha editado libros como Las migraciones y los transterrados de España y
México. Una segunda mirada, humanística (2004); coautor junto a Jorge Fernández de Cas-
tro del libro Endemias y epidemias de México en el siglo xx (2015); y autor de Ética, moral y
etiqueta y moral médica en la literatura del siglo xix (2011); La Escuela Nacional Preparatoria
del siglo xix. Arquetipo positivista de un régimen bonapartista (2017), entre otros.
Solange Hibbs-Lissorgues, es catedrática emérita de la Universidad de Toulouse-Jean
Jaurès. Ha impartido cursos de literatura, lengua y cultura españolas. Es miembro del
equipo de investigación de FRAMESPA UMR 5136 y especialista en historia religiosa
y cultural de España (siglos xix y principios del xx). Ha publicado numerosos artículos
y editado más de 10 volúmenes sobre prensa católica, edición e impresión y literatura
edificante en el siglo xix e inicios del xx. Destacan entre sus publicaciones dedicadas a la
historia cultural e historia de la Iglesia: Iglesia, prensa y sociedad en España (1868-1904),
Instituto Gil-Albert, 1995; Historia social y literatura: Familia y nobleza en España (siglos
xviii-xix), coedición con C. Trojani, R. Fernández, M.J. Vilalta, Editorial Milenio, 2007;
Le temps des possibles. Regards sur l’utopie dans l’Espagne du xixe siècle, coedición con Jac-
ques Ballesté, Lansman, 2009; Femmes criminelles et crimes de femme en Espagne (xixe et xxe
siècles), Lansman, 2010; El liberalismo es pecado de Félix Sardá y Salvany, edición crítica y
estudio preliminar, Editorial Pagès, 2009; y Los discursos de la ciencia y de la literatura en
España (1875-1906), coedición con Carole Fillière, Editorial Academia del Hispanismo,
2015.
Mikel Lorenzo-Arza, se doctoró en Filosofía y letras en la Universidad de Connecticut
(2014) y actualmente es profesor asistente en Villanova University. Su trayectoria investi-
gadora se orienta hacia el estudio del paisaje como producto cultural y social dentro de los
Biografías 301

discursos nacionalistas de la España de la segunda mitad del siglo xix. Sus publicaciones
recogen una importante nómina de artículos que prestan atención a las vinculaciones en-
tre el paisaje como concepto geo-cultural y el efluvio de los regionalismos en la España de
la segunda mitad del siglo xix. Algunas de sus publicaciones más recientes son su artículo
sobre el 98 y los regionalismos, «Las fuentes regionalistas de la Castilla noventayochista»
en Anales de la literatura española contemporánea (2018) y su colaboración en el monográ-
fico Paisaxes nacionais no mundo global (2019) editado por la Universidad de Santiago de
Compostela con el fin de ofrecer una panorámica sobre paisajes y nacionalismos a lo largo
del siglo xix y xx. Nuestro autor contribuyó con un breve resumen sobre la construcción
social y cultural de un «paisaje vasco», «La construcción ideológica y estética del paisaje
vasco finisecular (1876-1900)». Actualmente se encuentra inmerso en otra serie de pro-
yectos vinculados con su campo de investigación.
Sara Muñoz-Muriana, se doctoró en literatura y cultura española en la Universidad de
Princeton. Es profesora titular en el Departamento de español y portugués de Dartmouth
College, donde imparte clases de lengua, literatura y cultura española. Se especializa en
los siglos xviii y xix y sus áreas de investigación incluyen los estudios urbanos, las subjeti-
vidades marginales, la cultura material, las representaciones de género, las construcciones
artísticas de lo monstruoso en la cultura española y la representación de las realidades
socio-políticas del xviii y del xix a través del cine español. Ha publicado artículos sobre
Galdós, Pardo Bazán, Goya, Buñuel, entre otros, y sobre cuestiones de género, religión,
moda, teatro, la ciudad y las masas. Ha coeditado junto a la profesora Analola Santana el
volumen Freakish Encounters (Hispanic Issues Online, 2018), sobre la construcción de la
figura del «freak» en la cultura hispánica. Su libro, Andando se hace el camino. Calle y sub-
jetividades marginales en la España del siglo xix (Iberoamericana-Vervuert, 2017), explora
el papel fundamental de la calle urbana en la configuración de una serie de identidades
periféricas que cobran recurrente expresión literaria en la España moderna durante la
transición a la sociedad industrial. Actualmente, está trabajando en un manuscrito sobre
las representaciones culturales del pueblo en España desde finales del siglo xviii, como
uno de los principales agentes históricos, actores sociales y protagonistas de la moderni-
dad cultural española.
Dale J. Pratt, es catedrático de Literatura Española y Comparada en la Universidad de
Brigham Young, donde dicta cursos desde la introducción a la literatura hispánica hasta
seminarios graduados sobre el Quijote, Galdós y la narratología realista, la ciencia ficción
española, la ciencia y la literatura y el mito de Don Juan. Entre sus publicaciones figuran
dos monografías, Sueños, recuerdon memoria: La metaficción en las novelas de Joaquín-
Armando Chacón (UNAM, 1994), y Signs of Science: Literature, Science and Spanish Mo-
dernity Since 1868 (Purdue UP, 2001), además de varios artículos sobre Pardo Bazán,
Unamuno, Ramón y Cajal, La Regenta, la literatura y la ciencia en España, los viajes en el
tiempo, y la representación de la sujetividad en las novelas de la prehistoria. Actualmente
prepara dos libros: España poshumana: literatura, tecnología y las identidades poshumanas y
Los soñadores: la ficción sobre la prehistoria ibérica y sus autores. Junto con su esposa, Dra.
302 Literatura y Medicina: teoría y praxis (1800-1930)

Valerie Hegstrom, Pratt organizó el Grupo del Teatro Aurisecular de BYU, y, con el apoyo
del National Park Service estadounidense y el Ministerio de Cultura, Educación y Depor-
tes de España, montó más de 10 obras teatrales auriseculares en español (entre otros, La
dama duende, El caballero de Olmedo y Don Gil de las calzas verdes) para públicos diversos
en el suroeste de los Estados Unidos y en México.
Esther Sánchez-Couto, es profesora de español en la Universidad de North Texas. Li-
cenciada en Filología Hispánica por la Universidade de Vigo. Ya en EEUU, obtuvo su
M.A. en la University of North Carolina en Greensboro y su doctorado en la University
of North Carolina (Chapel Hill). Su principal campo de investigación es el de las mujeres
escritoras contemporáneas, tanto en México como en España. Sus investigaciones se cen-
tran tanto en estudios de género transatlánticos como en teoría literaria, de forma especial
en el uso retórico del silencio. Sus publicaciones han aparecido en revistas como Letras
femeninas, Siglo Diecinueve and Hispanic Journal entre otras.
Margot Versteeg, es catedrática de español en la Universidad de Kansas. Ha publicado
ampliamente sobre literatura y cultura de finales del siglo xix y principios del siglo xx.
Es la autora de De fusiladores y morcilleros: el discurso cómico del género chico (1870-1910)
(Rodopi 2000) y Jornaleros de la pluma (Iberoamericana/Vervuert 2011). Su proyecto más
reciente es Propuestas para (re)construir una nación. El teatro de Emilia Pardo Bazán (Pur-
due 2019). Versteeg ha coeditado Teaching the Works of Emilia Pardo Bazán (MLA 2017,
con Susan Walter), e Imagined Truths: Realism in Modern Spanish Literature and Culture
(University of Toronto Press 2019, con Mary Coffey).
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