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EMILCE DIO BLEICHMAR El feminismo espontaneo Estudio de los trastornos narcisistas de la feminidad EV irricele ene nnwtcnic! Isis ese cme Yo del género aspira para si a desempear roles tipiticados socialmente como masculinos, y el desarrollo del Yo alcanzado le permite obtenerlos si se lo propone. Para el logro de este objetivo puede decidir mutilar la feminidad tradicional y no buscar ni el amor ni la sexualidad, 0 puede tratar de integrarlos pero con tanto celo de que su feminidad corra el riesgo de verse devaluada, que los conflictos inherentes a toda relacién amorosa o sexuial seran considerados afrentas narcisisticas a su posiciOn de sujeto de deseo. CAPITULO Xi LA FEMINIDAD Y/O «NORMALIDAD» DE LA HISTERIA Partiendo de las concepeiones mas radicales sobre la gravedad y ca- racter regresivo de la histeria, las asi llamadas histeria oral o «maligna», hemos llegado, a través de un recorrido de las diferentes propuestas has- ta las formulaciones, también reiteradas y frecuentes en la literatura, s bre la aparente obligatoriedad en el curso de la vida de una mujer, dé pasaje por una etapa histérica, o la identidad de estructura entre histeria y feminidad (Freud, 1933; Lacan, 1956-57; Granoff y Perrier, 1964; ‘Aulagnier, 1966; Perrier, 1974; Nagera, 1975). En este terreno el psicoa- nilisis, lejos de ser innovador, ha penetrado en una de las relaciones consagradas por el saber midltiple —filosdfico, literario, médico, popular—: la mujer es histérica. {Ha contribuido el psicoandlisis a dar cuenta de las razones de esta indisoluble amalgama o se ha sumado a la perpetuacién del mito? (Fendrik, 1976) El punto de pasaje de la histeria a la feminidad «madura» quedara ubicado para Freud en ¢l levantamiento de la represién y en el ejercicio pleno de la sexualidad, que se lograria abandonando «un montante de actividad» —la sexualidad falico-clitoridiana—, renuncia que perm! no sélo alcanzar la heterosexualidad, sino dejar de oscilar entre el Edipo negativo y el positivo, y de esta manera sustituir el deseo de tener el pene por el del hijo. Pero esta conceptualizacién continia manteniendo, des- de el punto de vista de la estructura del deseo y de la organizacion del Yo, una total equiparacién entre histeria y feminidad, pues en thtima instancia la més acabada feminidad no seria sino el deseo narcisista de fobtencién del pene a través del hijo. En este sentido Freud concibe la feminidad basicamente gobernada por un acentuado narcisismo: 1) pre- fiere ser amada a amar; 2) practica el culto a su cuerpo, ya que cuanto més atractivo més lo equipara a la posesién del pene envidiado en la ecuacién cuerpo-falo; 3) la eleccién de objeto es conforme al ideal narci- 193 e sista de hombre que hubiera querido ser; 4) el hijo le deparard las satis- mencionadas) se suman las criticas a la po: bre la mujer (Irigaray, 1974; Kofman, 1980). Sin embargo un repaso de estos desarrollos ulteriores produce la impresién de que si bien se acepta la necesidad de un replanteamiento a fondo, las propuestas que se han presentado como revisiones no sélo mantienen la estrecha relaci6n entre feminidad e histeria, sino que esta relacién se ha consolidado. Las coor- denadas sobre las que se ordena la feminidad son entonces las mism: que para la neurosis: el deseo sexual y su estructuracién en la trama edi- ica. Ademds, en todo momento y en todos los autores —salvo Sto- — existe una superposicioi entre feminidad, sexualidad feme- 1, zona erdgena vaginal y el de objeto heterosexual. Estos t inos son practicamente intercambiables y, en teoria al menos, tribut rios unos de otros, aunque algunos autores como Granoff y Perrier ‘opongan algunas reservas *. Lacan también centra la problematica de la mujer, su «extrafiamien- |, una «verdadera mujer», quedard la orientacién hacia el padre, el hom- idad. Heterosexualidad que enmasca- en iiltima instancia el falo que le dard la comple- tud buscada. Para obtenerlo debe exhibirse y proponerse como objeto de deseo, y esta posicién implica una identificacién latente con el falo, 8 decir, que para «tener» el falo (debe buscar al hombre y a través de él alcanzar la libidinizacién de la vagina y la heterosexualidad) debe «ser + cLo que vale a pena destacares que lac ‘quemas edipicos en relacion desde su orgen, eal, qe habia gue tener en euenta para a 194 medida en que se presenta como del deseo humano, de la transferencia, del Edipo y la bisexualidad, y a través de la teorizacién tltima de este autor, de la estructura misma del sujeto del inconsciente. En esta direccién histeria y feminidad son equi- valentes, ya que la feminidad quedard definida: 1) a partir del deseo se- xual; 2) a partir del deseo del otro a quien se dirige su deseo, es decir, Iéetica de ser y tener-el falo, y 5) al valor preponderante que toma la ex- xr. De ahi que algunos auto- inea de demarcacién entre una periencia patogénica de la pérdida del res, como Perrier (1974), establecen un histeria lograda, «norm: acién imaginarian) y por otra parte y se inclinan a sostener una linea evo- lutiva que necesariamente «debe pasar por los modos histéricos de ma- duracién libidinal». Por tanto, la feminidad en tanto «verdadera» se constituiria en una lad toda mu- engano, icatorios de la etapa falica. Nuevamente la méscara alude a la falicidad subyacen- te aesa aparente feminidad, ya que eliminada toda ilusién de feminidad natural la mujer no puede sino ordenarse segiin las leyes del significante, fundamentalmente del significante félico. De ahi la expresién lacaniana «la mujer no existe», ya que el si un significante perdido. Quizd sea Piera Aulagnier (1966) quien mejor da cuenta de la in wracién de la mujer, al mar da masculina. Para Aulagnier en este punto residiria esa feminidad tan envidiada y explorada, espiada, buscada, que toda mujer persigue. Si 195 mujer esta més o menos siempre en una relacién de rivalidad con sus semejantes (histeria normal), seria para constatar cual es el rango de de- seabilidad y como, a través de qué atributo, «la otra» logra despertar el deseo del hombre, investigacién que también persigue a través del hombre, buscando saber qué desea él en la otra mujer. En una producti- vidad que toma como punto de partida ideas de Lacan, Piera Aulagnier se aparta un tanto de la formulacién estructuralista ahistérica, de que el hombre no tiene mejor suerte que la mujer en Ia organizacién de su deseo (ya que también se halla marcado por la falta, pues en rigor é] tampoco es el falo, s6lo posee un pene que lo simboliza). Puntualiza una clara diferencia entre la estructura del deseo del hombre y la mujer: mientras el hombre puede escindir el deseo det amor, esto es imposible para la mujer. «En esta posibilidad y en esta afirmacién sustentard su potencia masculina, su orgullo, su narcisismo, quiere ser capaz de un deseo auténomo, en estado puro, frente al cual Ja mujer sea un objeto intercambiable (s6lo un «a»).» La estrategia mas- culina para negar la castracién, cuyo espectro se perfila sobre la castra- cién materna, es entendida en estos términos por Aulagnier: «... si es preciso el amor para que exista el deseo, entonces su supremacia revela estar sometida al antojo de la Otra: ta mujer se acerca al lugar vedado que tenia la madre, aquel cuya falta amenaza siempre con remi- tir a la nada su papel de ser que desea. Pero si, por el contrario, cual- quiera puede permitirle reconocerse como ser que desea, si cualquier ‘mujer, sin que tenga ni una palabra que decir, y cualquiera que sea su deseo le basta para que pueda afirmarse como amo del deseo, entonces Ia amenaza materna es vana...» (pag. 71, subrayado del autor). En cambio la mujer se declarard siempre partidaria del amor tinico, ya que algo se opondria a que se conciba sélo como objeto de deseo, siempre buscard el amor y s6lo por amor logrard en el mejor de los casos el goce sexual. No la hiere el ser deseada, lo que no puede tolerar y lo siente como una decadencia es que el hombre le revele saber que ella no 2s slo deseable, sino sobre todo que est deseosa del deseo de l y que se desenmascare su carencia. Tampoco soporta ser descubierta como su- jeto de deseo. Pero, ;por qué esta angustia, qué marca este corte tan ne- to entre el hombre y la mujer, esta fractura entre el placer y el deseo que se situaria en el nudo de la feminidad? Es que para la mujer, si experi- mentar placer no puede transformarse en el signo de otra cosa, si descu- bre que no es para el hombre sino el instrumento de un goce en e! que et amor no tiene lugar alguno, y si su propio placer le confirma que ha revela- 196 do al compaiero que alla fala alg, entonces se desmoronaria toda va- lorzacén nacisistic. De ab que la mujer tome la vin dl sntloces de cengafto, de la mascarada (siendo ella misma la primera engaiiada) y con extrema atencin tratarédeatisbar,desentrafiarcémo élla desea. slo «por amor» asumie el papel que & propor y le ser fil, ya que ev hone jn de su autonomia de ser que desea, no est dspueso a considear la eiprocidad cuando el no ese benefcario, Lo que surge como esclarecedor en el planteamiento de Aulagnier es la articulacién que establece entre la valoracién narcisista y la sexualidad ‘como condicién de acceso a la feminidad. Aunque también el clivaje entre histeria y feminidad pasa por el logro 0 no del goce, este tiltimo seria de- pendiente de un investimento narcisistico previo. Aulagnier sostiene que lo que Freud denominé una feminidad normal implicaria que «...la mujer haya podido hacer del deseo que brilla en la mirada del hombre la fuente misma de su investidura narcisistica, pues, no lo olvidemos, no se puede amar si antes uno no se ama a s{ mismo. Podré aceptar saber que en cuan- to sujeto de la carencia puede encontrar su lugar de deseada...» (pag. 88). Si este prerrequisito no se cumple —la investidura narcisista del deseo del hombre por ella— rehusard a su compafero todo surgimiento de pla- cer, su frigidez desmentiré que el pene sea el emblema y la sede tanto del goce como de la valoracién narcisista y sera él quien deberd interro- ‘garse acerca de qué es para ella el objeto del deseo. En el triunfo del en- gafho la mujer recuperaria el poder, el falo, pero a costa de su goce. Concordamos plenamente con este liicido planteamiento de Aula- gnier, salvo en un punto, y es el de instituir «al deseo que brilla en la mirada del hombre en la fuente misma de la investidura narcisista» de Ia mujer. Pensamos que es justamente esta reduccién, la narcisizacién de la mujer exclusivamente en torno a la sexualidad, Ia que la conduce a exigir una legitimacién del goce por el amor, o que en su defecto lo rehtise. Por el contrario, pensamos que la condicin que garantiza que, 1a mujer acepte de buen grado la mirada deseante del hombre, es que solo espere de elia el goce y que su narcisismo se halle asegurado por ‘medio de otras fuentes, no sdlo por medio de la sexualidad. Si la sexuali- dad y sus avatares deben hacerse cargo exclusivamente del manteni- miento de la autoestima del sujeto, inevitablemente la sexualidad se ver comprometida y seré gobernada por otras leyes que las del deseo sexual. tAcaso no es éste el drama del hombre histérico? CAPITULO XIII DORA, ,HOMOSEXUALIDAD O TRASTORNO NARCISISTA DEL GENERO? MARCO FREUDIANO DE COMPRENSION DE LA HISTERIA El eje de la interrogacién freudiana sobre la histeria se condensa en sus incégnitas frente a Dora: «,cémo se explica su repulsa en la escena del lago, 0 por lo menos la forma brutal, testimonio de indignacién, de dicha repulsa? ;Cémo pudo una muchacha enamorada sentirse insulta- da en una declaracién que, segtin comprobaremos luego, no tuvo nada de grosera, ni de ofensiva?» (pag. 38). En esta repulsa radica la condi cién segiin la cual Freud define la histeria: «...toda persona que en oca- sién de una excitacién sexual experimenta sentiiiientos preponderante ‘0 exclusivamente displacenteros» (pag. 28), y esta subversién de los afectos sera explicada basicamente por la accién del mecanismo de re- resign, que produce una metamorfosis tal, que en lugar de desco se manifiesta lo contrario, asco, repugnancia, rechazo. La razén funda- mental que dispara la represin surge del cardcter incestuoso y prohibi- do de los deseos que se dirigen ya sea hacia el padre, el sefior K 0 la seflo- ra. La sexualidad infantil, los actos masturbatorios (temética del pri- mer sucfto), los deseos sexuales actuales (fantasias de desfloracién, em- barazo y parto en el segundo suefio) en conflicto con las ideas morales, los sentimientos filiales y la culpa edipica encuentran como nica solu- cidn la represién de toda manifestacion sexual. Los sintomas corporales (asma, jaqueca, tos y afonia) aparecen como If Tractura al Bloque de la-conciencia y el Superyo, y se abren camino hacia la satisfaccién por medio de la sustitucidn fantasmética Freud aporta la explicacién, las determinaciones, las mediciones a un saber profano que relacionaba desde los albores de la medicina la se- xualidad a la histeria. En el marco freudiano los sintomas corporales, 199 la depresién de énimo, las fantasias, suefios y problematica de Dora, surgen de la insatisfaccién del deseo sexual, de los celos y necesidad de venganza sobre los agentes de su frustracién sexual. En primer lugar, basicamente su padre, que la relega doblemente por su madre y por la sefiora K; Iuego el sefior K, que, ademés de ser esposo de la amante de su padre, seduce a una institutriz. Las coordenadas de la histeria se tra- zan sobre estos hallazgos: conflicto edi triangularidad, represién, identificacién histérica y conversion. Sin em- bbargo, aunque el desenlace del trat istérica Dora abandona la cura no satisfaci jerre lo deja insatisfecho y Freud se pregunta si habrd com- cabalmente a Dora. Pero ;por qué Dora desea a la sefiora K y no ala madre cuando en el historial el deseo heterosexual parecia po- der deslizarse del padre al sefior K y de éste al padre facilmente? ,Es que acaso Dora desea en el fondo a su madre, siendo la seflora K un sus- tituto? gay simetria entre el desplazamiento del deseo del padre al seor K por un lado, y por otro entre la madre y Ia sefiora K? ‘Veamos cémo caracterizaba Dora a las mujeres que la rodeaban. Su madre: se trataba de una mujer poco ilustrada y sobre todo poco inteli- ‘gente, que al enfermar su marido habia concentrado todos sus intereses ‘en el gobierno del hogar, ofreciendo una imagen completa de aquello que Freud mismo calificaba de «psicosis del ama de casa». «... Falta de ‘ereses de sus hijos, se pasaba el dia velan- les y los utensilios, con ‘su madre, a la que criticaba duramente, y habia escapado por completo ‘su influencian (pag. 20) *. Por el contrario, sabemos que a la sefiora K —a pesar de ser su maxima rival— le profesaba una honda admiracién, habiendo mantenido una estrecha y confiada amistad. La sefo- ra K la habia hecho confidente y consejera de su vida matrimonial y con leer el libro de Mantegaza sobre la Fisiologia del amor. Dora cuerpo de la seftora K, quien conocia sus gustos y podia ele- girle los regalos que la muchacha apreciaba, y, seguin palabras de Freud, nunca habia escuchado una sola palabra hostil contra aquella muj este dato contradictorio en el esq ma de la triangularidad hist hipétesis de la existencia de corti fora K como el , condujo finalmente a Freud haci tes afectivas mas xual, Freud sustenta esta tesis hasta sus ultimas consecuencias. Pero el conocimiento psicoanalitico ha progresado lo suficiente para que ochenta afios después sea posible proponer otra perspe se hallaba, efectivamente, més interesada en la mujer que en el hombre, pero-no.en. su sexo, sino en str feminidad, en la busqueda de un ideal de Yo femenino, que lejos de perfilarse como instituido y fécilmente lo- calizable, se hallaba desdibujado. ;,Cémo podia su madre, mujer de po- as luces, cuyo padre descalificaba totalmente, y para quien «no signi caba nadan, que s6lo podia reinar sobre los objetos del mundo domésti- co, ser el ideal admirado de una muchacha como Dora, a quien Freud describe «...como una joven madura de juicio muy independiente. (pag. 22), «...que rechazaba el cuidado de la casa y el trato soci feria estudios serios, cursos y conferencias para sefioras, La sefiora K parecia més indicada para ser y representar el modelo de feminidad admirada, elegida por su padre y lectora de temas sexuales, constituia un prototipo més valorizado. Si consideramos seriamente el\. juicio de Freud sobre Dora como una mujer inteligente, no es por obra de esta inteligencia y a través de ella por lo que la relacién con su madre en tanto doble de su género y polo de identificacién, es decir, en el regis- tro narcisista, se podia ver seriamentevafectada? cir, el registro de un dominio de algo més alld del mundo doméstico ma- leal femenino, en tanto complementaridad de lo que al cisistas, las ambiciones que se tipifican en un terreno masculino, y el de- seo sexual de Dora por un hombre, no para serlo, sino para tenerlo? Cuales eran las quejas de Dora? Ser sélo un objeto al servicio del narcisismo de los personajes del drama. Objeto de transaccién para el lencio de aquél sobre sus rela- que el sefior K habia tenido con ‘dor para la sefiora K, ya que cultivando la tba el acercamiento con el padre y objeto atin para su propia i, que utilizaba a la muchacha para seducir al padre. ,Cudles eran los sentimientos que predominaban en Dora? La si ta, la humillacién. Le indignaba que su pa- dre la creyera una intrigante fantasiosa, aceptando la opinién de que «tal escena del lago» no habia tenido lugar, consistiendo s6lo en un fe- sueno de su mente erotizada. Le indignaba descubrir la falsedad de cdicacién maternal de un acercamiento er racién de Dora amor. Le indigné serdn estos los términos racionalizadores preconscientes de formulacién del conflicto, cuando en realidad el deseo sexual reprimido, tanto hetero ‘como homosexual, seria el motivo real, generadcr de los sintomas y res- ponsable de la histeria de Dora? que sugeria més una burda seduccién (equipa- tutriz) que una pasién irrefrenable o un gran Freud sostiene que la pugna se entablaba entre la tentacién de ceder represin sexual edipica (pag. 88). ;Cémo se modifica Ia pers conceptual si a los primeros dos érdenes de motivos Te otorgamos una dimension itica dentro del marco del narcisismo? Se puede en- tonces sostener que lo que se opone como repulsa, como rechazo, lo que provoca la indignacién de Dora no es solament. El marcisismo herido no deja que el deseo sexual se org pesar de que Dora entrevé que el valor maximo el sexo, la sexualidad que le toca vivir no se hi e, porque a la feminidad merodea 202 almente la traicién de la seftora K. Ahora bien, ;n0_ a situar. sin repa- icién del sefior K, como sn los efectos desestructurantes que la transgresién 2 la ley por parte de un adulto puede producir en la mente de una adoles- cente, Transgresién que posteriormente no es asumida como libertad del deseo o del amor, sino que cuando es desenmascarado por la denuncia inocente seducido» con qué dere- de Dora, el sefor K no vacila en considerarse el apelando a una supuesta perversin de la adolescente, chos puede escandalizarse una muchacha que I amor...» (pig. 88) argut de subestimar el deseo edipico de Dora, el empilje sexual que una ado- ibrigar hacia un padre atractivo y prestigiado, o por un b también apuesto que la requiere de amores, pero tam- bien es necesario precisar el iferencis seo sexual edipico de una nifia por su padre en la etapa félica y el com- plejo universo psiquico en que ese deseo reemerge en una adolescente como Dora. La nifia puede vivir el espejismo de creerse reina porque pa- A la sube a sus rodillas, mientras mama se halla ausente y slo sohar con alguna bruja nocturna, pero esta simplicidad del conflicto infat el maniqueismo con que se dibujan los buenos y los malos y la grandio- sidad cmodamente sustentada de que gozan los idolos, no se reencuen- tra en la subjetividad de una adolescente debidamente normativizada y sumida en la problematica de su feminidad secundaria. Si Dora es «invitada» a olvidarse de su castidad con la anuencia de su padre, {se asusta sélo de su empuje sexual o también se confunde frente a lo que ella suponia que esperaban ambos de una «mujer que sig- nificara algo», 0 sea, que contuviera su deseo?; ;s6lo se resiente porque su padre la posterga sexualmente por la sefiora K porque parece igno- rar su papel de garante de la honorat adolescente, es ite? Padre que se ‘que no la con- ala indignacién de Do- ra, no era al mismo tiempo una hicida captacién sobre su poca impor- cia como ser humano, como otro significativo para su padre, a quien ella consideraba su Ideal del Yo, ideal que no sélo no la reconocia, sino 203 que tampoco lograba sostenerse en tanto tal? Se ha insistido en la «ca- rencia félica» que ofrecia como imagen el padre de Dora, por la impo- tencia postsifilitica que suftia, sin jerarquizar que el desmoronamiento que tiene lugar es el de su talla en tanto garante del honor, categoria que sobrepasa la falicidad peneana, ,Cémo hard Dora para sentir en forma fresca, espontinea, sin conflicto, su deseo sexual? ;La insistencia freu- diana justamente en este punto, en su masturbacién infantil, en su deseo sexual no correspondido, no ubicaban a Dora exch adolescente «alborotadan, obsesionada por el sexo, lo que la humillaba y confundia una vez més? En qué consiste la especificidad de la lucha falica que se desarrolla en- tre el hombre, el médico, el amo y la histérica, sino en una lucha de poder, de mayor reconocimiento? Dora era susceptible, no aceptaba el menospre- cio al género, si huia de sti madre era probablemente por horror a la in- ferioridad y no por falta de sentimientos filiales. No queria ser reducida a la mujer-mucama que mantiene limpia la casa, ni tampOco& la-que aécéde al erotismo libre de atadura superyoicas, pero no sélo por moral victoriana, sino por un hondo conflicto narcisista en que el sexo se-cons- tituye en signo de degradacién para la mujer («seducida y abandonada»).. Dora odiaba el modelo femenino aportado por su madre, en tanto re- chazada y menospreciada por los hombres de la casa, con quienes Dora se identificaba en sus ideales y ambiciones. La seftora K personificaba otro ideal, deseada y apreciada por su padre, tolerada en su doble vida por su marido; madre y enfermera devota del hombre amado; poseedo- rade un saber sexuab> que compartia con Dora, a quien hacia su confi- dente y amiga. En este acto la sefiora K introducfa a Dora en el mundo de los adultos, de la mujer en tanto tal. Si algo Dora deseaba era esta formacién que no podta recibir de su madre. ;Qué sienten las mujeres, qué viven las mujeres en relacién a los hombres? i hay algo «homosexual» en ta histérica es-su. deseo de homologa- cién y de conocimiento sobre su género, sobre las conductas, activida- des y sentimientos que definen a una mujer en sus distintas y especificas funciones. Si para «saber sobre la mujer» la mujer se dirige al hombre, al amante, no es por homosexualidad latente, buscando que el hombre le hable de las mujeres, ni por una sofisticada relacién con el «saber so- bre el objeto de la tendencian, sino porque la intimidad sexual es el i co dinbito de discurso sexual permitido y existente para una adolescente. Dora, por la peculiaridad del pacto perverso vigente entre los protago- nistas det drama, habia tenido acceso al conocimiento sexual a través de 204 Ja intimidad con una mujer. Si el sefior K pudo enarbotar la acusacién contra Dora para defenderse de su responsabilidad en la escena del lago, Ja muchacha sabia que la informante era la sefiora K, la tinica testigo de sus confidencias y con quien compartia la lectura de la Fisiologia det amor. :Estos hechos no le demostrarian dolorosamente a Dora que tan- to para el hombre como para la mujer la sexualidad en la mujer no es un atributo que la engrandece, la valorice, que no es una virtud, sino una degradacién? Lo que Dora llamé «la traicién de la seftora K» con- siste en la traicién que la propia mujer se hace a si misma al no recono- Cerse el derecho a la actividad sexual, identificada a los paradigmas y sistemas de representaciones del hombre de nuestra cultura. iNo es éste también el conflicto de la histérica, eémo gozar sexual- mente en un mundo en que tanto las mujeres como los hombres no con- sideran este goce como legitimo y engrandecedor de la mujer? Es llama- tivo que la intensidad del conflicto edipico (el deseo sexual de Dora por su padre) no entorpeciera la relacién amistosa y de compafterismo que ‘mantenia tanto con la sefiora K como con su propia institutriz, a quienes sabia enamoradas de su padre. Sélo se desaté la furia narcisista de Dora que por si misma «no representaba nada para ellas», que en ausencia de su padre la institutriz se mostraba indiferente a la joven. «Mi mujer no significa nada para min, en boca de su padre y del sefior K, o la conducta de la institutriz encerraban un mismo significa- do, la descalificacién de su género. La herida infligida era al narcisismo, di mnificaba nada» para las pro- pias mujeres que sucesivamente fue considerando sus modelos —la ins- titutriz, la seflora K—, pero al menos la sefiora K significaba algo para los hombres. Si la tinica mujer del universo simbélico de Dora se desmo- _fonaba,-gquién podia sostener entonces la valorizacién de la feminidad? 10 la bofetada, que, en tanto reaccién, se hacia cargo de la defensa el género como algo mas que la entrega del cuerpo. Tal es asi, que los sintomas por los cuales el padre se dirige a Freud en biisqueda de ayuda en el epilogo de los sucesos del lago, son bésicamente una intensa depre- sidn que conduce a Dora a ideas de suicidio y a una creciente asociabili- dad. ,Cémo entendeF éstos sintomas en el interior de un cuadro de his- teria? ;Son pertinentes a su dindmica interna o pertenecen a otra serie psicopatolégica? Parecieran corresponde’ a las reacciones de una depre- sin narcisista Bleichmar, H., 1976, 1981). La tesis que emerge, entonces, no es que la mujer histérica rechace al hombre a causa de su corriente homosexual o por un acentuado narci- 205 sismo —producto de alguna fijacién a una etapa falico uretral de su deseo—, sino que la mujer histérica rechaza al hombre porque no en- ‘cuentra otra forma de valorar a la mujer que hay en ella, siendo el pre- cio que tiene que pagar, el de una lucha sexista entre ella y el hombre mard a la personalidad .. Su sexualidad podrd permanecer en un letargo asintomatico, si sobre ella no se inviste ningun valor, o la rechazard como lo prescribe el modelo de la pureza. Cuanto més aspire a una equiparacién al hombre, més competitiva, «castradora» y mayor dificultad tendra en aceptarse deseo», pues se sentird reducida a ‘Yo le impone, La identi , ¥ no es esta meta levaria a identificarse a la madre desva- snto que ha sido considerado parte dé sino que se rebela, pues ,qu Torizada sino un secular somet \ su «naturaleza» masoquista? Existe otra dimensién en el deseo del hombre por la mujer que ésta se halla avida por escudrifiar y descubrir: si este deseo recubre algo mas que su sexo, siel padre que comienza a ser atraido por la gracil jovencita también reconoce en ella algo mas que un cuerpo. ;Acaso no era esto Jo que Dora sentia a los dieciocho afios cuando escuchaba: «mi mujer 10 podia imaginar para si como futura Jjerarquizada dentro de ese conjunto, tam- ala categoria de una nada? Al falo no se lo busca como flecha jcadora que conduzca al tercero femenino, no se trata de otra mujer a la que se desea sexualmente, sino una mujer que represente una ima- ‘gen valorizada de la feminidad. Es una biisqueda desesperada por la indicacién narcisista de un género poco narcisizado en la historia de la CAPITULO XIV HISTERIA Y GENERO El feminismo espontaneo de Ia histeria «La mujer se define como un ser humano en busca de valores en el seno de un mundo de valores... vacilante entre el papel de objeto, de otro que le es propuesto y la reivindicacién de su libertad.» Stone DE BEAUVoRR 4Cémo componer el rompecabezas? Por de pronto, resulta imposi- ble seguir denominando en singular la histeria, es decir, mantener una categoria unitaria para englobar configuraciones que se diferencian marcadamente entre si. Queda la alternativa de pluralizar —las histerias—, conservando la denominacién prefreudiana y afladiendo la especificidad que le corresponda. Pero, cual seria entonces el denomi- nador comiin entre una borderline-histérica y una mujer con frigidez, ‘entre un cardcter falico-narcisista y un sintoma conversivo en una mujer obsesiva? {El conflicto sexual subyacente, la estructura del deseo o el hecho de tratarse de la psicopatologia de la mujer? {Es que la histeria. tiene un caracter universal del que la ciencia da cuenta, o ésta no escapa a la imprecisin del saber popular, ya que cuando describe el sobrecom- ppromiso emocional de la personalidad histérica se acota que «observa~ dores no sof 1975, pag. 14). Y los observadores ficativo son las estadisi la personalidad borderline, la depen- Ia personalidad infantil de la ICD-9), la los sintomas somatoformes (que incluyen conversiones y somatizacio- nes) y los del dea sexual muestran una clara prevalencia en la poblacién 207 femenina. ,Podriamos sostener que esta serie de cuadros constituyen un eje por el que transita la mujer, avatares del género femenino? La personalidad dependiente es descripta en los siguientes términos en la DSM-III: «El sujeto pasivamente permite que otro asuma Ja res- ponsabilidad en areas mayores de su vida a causa de un déficit de con: fianza y de inhabilidad para funcionar independiente; se subordinan las propias necesidades a la de los otros, de los cuales ella o él dependen Generalmente los que sufren de esta condicién tienen serios problemas en hacer manifiestos sus deseos y demandas, por temor a poner en ries- go la relacidn de la cual dependen y verse forzados a hacerse cargo de ellos mismos. Por ejemplo, una esposa puede tolerar abusos fisicos de su marido por temor a ser abandonada. Invariablemente existe un dét cit de autoestima y minimizan sus habilidades y poder, sintiéndose im- potentes y desamparados. La ansiedad y la depresion son los rasgos aso- Giados, y, a menos que ¢l sujeto se halle seguro sobre la relacién que satisface su. necesidad de dependencia, la preocupacién invariable y permanente es la posibilidad de ser abandonada» (pags. 324-25). {No constituye esta descripcién un colosal mural de la mujer en nuestra so- ciedad? Krohn (1978) se dispone a pulverizar el tan mentado mito de la ino- cencia y la pasividad en este cuadro. Sostiene que no s6lo es la expr de una fijacién o regresién libidinal, sino una fantasia defensiva para reforzar la negacién de la erotizacién y de la agresividad. Proclamando el deseo de una estrecha, célida y honesta relacién con un hombre dulce, suave y sensitivo la histérica evitaria el reconocimiento de su excitacion sexual, «Si tal fantasia es evaluada como teniendo una real base oral, y las interpretaciones son guiadas hacia los presumibles conflictos ora- la estructura defensiva de la histérica serd a menudo reforzada por Ja fantasia de una pequefia chiquilina con contlictos acerca de la alimen- =, tacién y el cuidado, evitando poner de manifiesto el potencial agresivo 9° y autodestructivo» (pag. 224). No hay ninguna duda de que la inocencia y la pasividad constituyen un mito en la histérica, y coincidimos con Krohn en desechar la tesis de la fijacién oral, pero en este mito no se halla incluido s6lo un peculiar método de enfrentar el conflicto edipico. Sila histérica es dependiente y pasiva, ejemplificando la condicién esencial de la mujer en nuestra cultura, esta defensa es la expresién de una condicin de estructura, ,Acaso en «la dote» psicolégica que debe aportar una jo- ven para ser elevada a la categoria de mujer digna, 0 sea,-casarse, no constituyen la virginidad y la sumisién uno de los rasgos més preciados? 208 Este mito es cuidadosamente construido en la formacién de la joven para esperar y conquistar por medios pasivos ~-su belleza y gracia— un hombre que la conducira a su destino. No resulta ldgico suponer que la histérica encuentre facilitada la via para adjudicar al hombre, ser la fuente de descos sexuales y agresivos que no puede reconocer en si mis- ma? ;Por qué se ha jerarquizado, con tanto énfasis, que la histérica ne siempre el sentimiento de que es el otro el provocador de sus deseos sexuales y agresivos, y no se ha reconocido que el mandato de la pasivi- dad secularmente mantenido por la cultura también compromete lz mente, la accién y la representacién que ella elabora sobre su capacidad para producir efectos en la realidad, aspectos de la personalidad que ex- ceden el campo de los impulsos? ;Por qué se ha reducido la problemati- ca de la histérica a la sexualidad? Pero junto a esta histérica pasiva y dependiente que se especializa en desembarazarse de toda responsabil- dad por sus deseos y acciones, encontramos la silueta opuesta, la falico-" narcisista, empefiada en la decisiOn activa, exquisitamente sensible a cualquier mencién descalificadora, {Una es mds oral y la otra més fali- ca? ZO debemos inclinarnos a pensar las diferencias entre un cuadro y ‘otro como diferentes potenciales del Yo y del Ideal del Yo, no de los im- pulsos? ;Es en este punto donde, al decir de Granoff y Perrier, «todo transcurre como si la mujer, desde su origen, estuviera en una relacién privilegiada con lo real, que habria que tener en cuenta para no reducir- la a las modalidades o caracteres del Edipo»? (pag. 49) El psicoanalisis significé una revolucién en el conocimiento, al per- itr el salto de la psicofisiologia del cuerpo —del cuerpo objeto al cuer- po vivido por el sujeto— a la cabal comprensién de un cuerpo-humano, La histeria dejé de ser un ttero que afectaba la psique, una especie de maldicién de la naturaleza biolégica femenina para convertirse en un efecto del fantasma sexual, de la sexualidad en tanto actividad humana, psiquica, vivencial. El deseo sexual ocupé el centro del sistema y la de- mostracién de su surgimiento y organizacién en el seno de la relacién parental del tridngulo edipico, subjetiviz6 el deseo arrancandolo de su base animal, demostrando que la gente se enferma no por ignorancia de las leyes bioldgicas, sino porque el deseo sexual debe ser reprimido, tal ‘como la ley de la cultura lo exige. Freud comprendié a la histérica, pero ésta habria permanecido insatisfecha a causa de su subterranea e irre- ductible masculinidad. Cuando Lacan propone el retorno a Freud —para rescatar el psico- anélisis de las desviaciones tanto de la psicologia del Yo americana 209 como del enfoque kleiniano de las relaciones de objeto sin mediacién— y sostiene el imperativo de contemplar el orden simbélico en el cual el Sujeto se inscribe, la histérica ve renovada sus esperanzas de ser com- prendida, sobre todo si la propuesta incluye la explicacién de por qué Ia histérica siempre abriga esperanzas. En el seminario de 1969-70 Lacan ubica la histeria como uno de los cuatro discursos —junto al del amo, al de la Universidad y al del analis- ta—, es decir, como un total efecto de la cadena significante. El del amo seria aquel en el cual existiria una supuesta identidad entre el sujeto y cl significante, es decir, el que se cree duefio de la verdad, siendo el de Ia Universidad su versién moderna: la burocracia. Por el contrario, el del analista consistirfa en el que renuncia a todo intento de gobernar 0 ‘educar, como lo softaba Freud. ;Y el discurso histérico? Significativa- mente este discurso no es universal, sino que esta singularizado, es «el de la histérica». Sin embargo es considerado un modelo ejemplar del iscurso del analizando, que buscaria al otro: amo, Universidad o ana- lista para que le descubra la clave de su destino. Si obtiene una respuesta cualquiera, irreductiblemente queda cosificada, definida por otro, redu- ia a objeto del deseo del otro y entonces la rechazara. Por eso, segtin Lacan, ante ella todo amo perder su mascara y se reconocerd castrado, castracién que no involucraria la mas minima intencionalidad, sino que seria un puro efecto de la estructura que determina la demanda. Pero a pesar de estas buenas intenciones y del intento de compren- derla tan castrada como al hombre —que también viviria enganado en la mascara de su completud falica (imaginarizada como posesién del pene)—, la histérica sigue interrogandose si en la estructura del lengua- je, 0 en las leyes de Ia cultura, 0 en las convenciones sociales, o en los mitos sobre la mujer, esa categoria de objeto a la cual se halla condena- da no podria revisarse, ya que Lacan ha logrado arrancarla de la psico- patologia, pero ha fracasado en narcisizarla. ;Por qué la impotencia del saber que la histérica engendraria provoca «...que su discurso se anime del deseo...» (Lacan, 1970, pag. 74). ;Por qué esa tendencia distintiva ala erotizaciOn? Cada vez que la mujer oye hablar de ella, lee sobre lo que es ella, estudia Su tema, fantasea su destino, suena sus:deseos, irre- mediablemente aparece el deseo sexual, la meta del orgasmo vaginal, el hombre como objetivo desu vida... {Es esto cierto, oel malestar histéri- co reside justamente en la reduccin de su condicién humana a su sexua- | tidad, en la superposicién y confusién entre feminidad y sexualidad, en- | tre su ser social y su erotismo? tle gf Auco asta [ee Si se establece claramente la diferencia conceptual entre feminidad y sexualidad femenina pensamos que es posible una mejor comprensién de la histeria, ya que la feminidad constituye un continente negro, un gma quizd mucho més ignorado tanto para la mujer como para el hombre que el constituido por la sexualidad femenina. La feminidad no tiene que ver con el deseo sexual, ni con ningin conjunto de pulsiones, aunque éstas pudieran quedar por fuera del ambito de la represién (Montrelay, 1970), sino con el conjunto de convenciones que cada socie- dad sostiene como tipificadores de lo femenino y lo masculino. La con- ducta sexual de un hombre, su relacién con la mujer, hablardn de su vi- rilidad, pero la masculinidad de un hombre incluye valores como el co- raje, la fuerza, la capacidad de decisién que podran hacerlo mas preci do a los ojos de una mujer, pero hasta ahora estos ragos no parecen pro- venir de ningiin substrato sexual, a menos que le otorguemos al pene es- tos atributos. Si no lo son del pene, sino del falo, ,no es entonces el falo un significante de los valores e ideales masculinos de nuestra cultura y es esta instancia en tanto orden simbélico, cadena significante pero con significados bien abrochados, los que definen y tipifican qué es una mu- jer y qué es un hombre? Si es justamente la histérica la que se interroga sobre esta cuestién, es por una vaga e incipiente conciencia de su insatis- faccién en cuanto a una imposicién que no surge precisamente de su «naturaleza», sino de un orden ajeno que la tipifica como objeto, cacién a la que se resist. Al naturalismo de lo biolégico en que éste generaria obligatoriamen- te un efecto, Lacan agrega otro naturalismo —en el sentido de aquell que no puede ser de otra manera—, el del significante: la histérica es his- térica pues esta marcada por el lenguaje como ser de una «falta» no so- lucionable. Obviamente esta histérica lacaniana ya no es la de la psico- patologia, sélo se ha mantenido la denominacién para referirse a una categoria que adquiere sentido en el interior de las coordenadas laca- nianas. Pero en este juego de la polisemia, tan peculiar a su estilo, mientras por un lado enriquece, pues se amplia la problematica, por el otro se jerde por lo que se sustrae, con el agravante de que el abandono queda la nueva categoria explicita y contiene también a la antigua, sin reparar que se hallan ubicadas en dos érdenes, diferentes. En el caso de la histeria de la psicopatologia el interro- gante pendiente es sobre la muy distinta incidencia en el hombre y en a mujer, au ‘Aunque la histérica legue @ aceptar la aparente simetria que se le propone —tanto el hombre como la mujer son sujetos de la carencia, ambos se dan lo que no tienen—, seguird en la biisqueda del falo, por- que éste simboliza una soberania que se ejerce en otros dominios més alld del amor y la sexualidad. Y son esos otros dominios en los que la \jer constata también su sujecién, su inferioridad, su falta de deci- ssién, su ausencia de deseo. Si para saber cémo es una mujer en la cama, Ia histérica tiene que averiguarlo a través del hombre que le hable 0 la dirija hacia otra mujer en calidad de modelo, za quién puede dirigirse para saber de trabajo 0 negocios que le permitan su autonomia material, para saber de la historia del mundo que la ubiquen en un contexto so- cial, para saber de derechos y poderes que le descubran el arte de gober- nar? Si su feminidad secundaria debidamente asumida le demuestra la supremacia masculina, ;e6mo hard la mujer para no desear ese destino para s{? zCémo puede existir como ser humano sin valorizacién narci- \sista? Cada vez que se siente humillada apelard a su tinica arma para resta~ blecer su narcisismo herido, el control de su deseo y su goce, ¢ invertiré los términos, el amo quedaré castrado. Es comiin que la reaccién preva- lente de la mujer en la pareja, cuando surge un desacuerdo, sea la indife- rencia sexual o la negativa a tener relaciones sexuales (Singer Kaplan). De esta peculiar manera la mujer se hace ofr en tanto sujeto, reivindi- cando su deseo de reconocimiento, de valorizacién en tanto género fe- ‘mening, lo que equivale considerar su feminidad como equivalente de su ser-humano, no solo a su ser-sexuado. En su reivindicacién no puede dejar de permanecer prisionera de los paradigmas y sistemas de repre- sentacién masculina, y su feminismo esponténeo se pondra en juego en el mismo terreno en que ha quedado citcunscripta, el sexo. En el sintoma histérico el conflicto entre sexualidad y valoracién narcisista alcanza su maxima complejidad, y es este conflicto, en su ca- récter genérico y constante para la feminidad, el que se instituye como un sintoma de la estructura cultural. Es esta identidad estructural entre la feminidad y la histeria Ia que wuniversaliza» a la histeria, as{ como simultdneamente le otorga a la feminidad su cardcter sintomal. Siempre ‘que se cree una oposicién entre narcisismo y sexualidad 0 entre narcisis- |. mo y feminidad, y tal feminidad quede reducida a la sexualidad, estare- ‘mos ante una estructura histérica. 212 EL FEMINISMO ESPONTANEO __Lasexualidad ¢s el instrumento y/o la actividad narcisista que la his- térica privilegia para el mantenimiento de su balance narcisista, Pero en tanto actividad narcisista la sexualidad est sujeta —lo hemos visto— a una muy distinta y desigual valoracién social para el hombre y la mujer, lo que determinara que de acuerdo a como se ubique la histé- rica frente a esta distinta valoracién, la sexualidad en tanto actividad se ponga en acto o se sustraiga de la escena. Si en la experiencia singular, la actividad sexual se opone o entra en contradiccién con la valora- cidn narcisista, dicha puesta en acto se vera comprometida, pertur- bada o bloqueada en algiin nivel. La mujer siempre va a requerir que Ia propuesta sexual tome el cardcter de un romance, de un hecho tras- cendente en la vida del hombre. Si, por el contrario, el despliegue de la actividad sexual refuerza o satisface el narcisismo, la puesta en acto se vera favorecida y tenderd a repetirse, lo que ocurre habitualmente en la histeria masculina, de ahi su casi sinénimo de Donjuanismo, y que Hamativamente no encuentra su paralelo para la actividad similar en Ia mujer, sino que en ella se la describe como promiscuidad 0 ninfo- mania. La transformacién de los modelos de feminidad de generacién en ge- neracién, la liberacién sexual que impera actualmente, conduce a la adolescente, a la mujer, a multiplicar crecientemente sus experiencias se- xuales. Pero atin en los afios 80 el goce sexual de la mujer, en tanto goce puro, el ejercicio de la sexualidad como testimonio de un ser que desea el placer y lo realiza en forma absoluta —por fuera de cualquier contex- to legal o moral convencional— se constituye en una transgresién a una ley de la cultura de similar jerarqufa a la ley del incesto. Las relaciones sexuales con los hijos son tan antinaturales como el derecho al puro pla- cer sexual de la mujer. «Ella no lo necesita», dicen las madres y los pa- dres de las adolescentes mujeres, mientras proporcionan una prostituta al varén. Los padres debidamente normativizados transmiten la prohi- bicidn del incesto sin necesidad de amenazas, a través de su propia re- presiOn. De la misma manera estd inscripto en ellos y efectiian la trans- mision de la estructura desigual del deseo del hombre y la mujer. Para el hombre: el derecho y la valorizacién del deseo auténomo, en estado puro, con mujeres como objetos intercambiables; para la mujer: el amor de un hombre que otorgue legitimidad a su goce. Desde esta pers- a jes dificil entender por qué la excitacién sexual puede despertar 213 en la mujerangustia o rechazd, 0 por qué el deseo et fen que el deseo del otro se mantenga insatisfech momento de mayor vorrespondencia entre sexualidad y valoraciOn nar- cisista a la que puede aspirar? Hemos visto que la histeria de los 80 raramente hace crisis, pero siempre podemos reconocer un escenario, un guién, alguna accién ave jene o no tiene lugar, como claramente sostiene Laplanche, una comu Mfamoion que se hace en el rea privilegiada del cuerpo y que implica un mensaje dirigido a otro. Un deseo que no se expresa, un orgasmo que Tho tiene lugar, una presencia que se ausenta, ella debiera venir y se vas Como lo hizo Dora; 0 seduce, o hace el amor pero no se compromete, © parecié estar convencida pero hizo lo que quiso. Laplanche sostiete que invariablemente cualquiera de estas «puestas en escen: Bia una escena sexual del complejo de Edipo. Y aquf radi problemético, que Ia sexualidad sea la actividad que la bi Bhs para balancear su narcisismo no implica que su narcisismo se reduz- ara ia sexualidad, sino que obviamente lo excede. Sustrayendo del esce- Sario aquello por lo tinico que ¢s tenida en cuenta —el sexo—, cserd re narocida como algo mas? En esta sustracci6n, en este rechazo se cucla sigma Existe un ‘esperada, aberrante, actuada, que no llega a art peivindicacin de una feminidad que no quiere ser redt i Gad, de un narcisismo que clama por poder privilegiar la mente, la ac- yon en la realidad, ta moral, los principios y no quedar atrapado s6lo ‘en la belleza del cuerpo (cuando en el hombre la valor sta Se plantea exclusivamente en el ambito de la sexualidad surge 8 ‘masculina), Pero esta dimensién ha permanecido y permanece confundida para lacultura, el tedrico, el terapeuta y para la propia mujer. Cuando la mu- jer accede a cualquier otro émbito se considera que invade io i gculino, que castra al hombre o que se identifica con él (y eso esté mal), o que abandona la feminidad si no lo es de la manera convencio- pal ~_hembra-madre-ama de casa—, feminidad que como hemos subra- yado queda adscripta a dependencia, sobrecompromiso emocional, in; Tevioridad, y atrapada en este narcisismo devaluado, sélo atina al autoengaflo. 214 EL SINTOMA HISTERICO: TESTIMONIO DE IMPOTENCIA «La aparente estupidez de In histerian Jos sintomas van en contra del interés de la scree » etcepocen sree a Bi Cuancor El antecedente de Charcot nos ilumina para emitir un juicio sobre la histeria. Sus manifestaciones pueden agruparse en stntomas de exclu- in de la conciencia y de evitacién del conflicto: amnesia, desmayos, is edeleasy catalépcas, eguera, pardlisis, anestesias, actitud de bella indiferencia» y toda la gama de rechazos de la sexualidad. Es de- ica se sustrae, se escapa, no sabe, no sien- fomas de expresion lad, el sobrecom- Gel que ella misma no se entera y,finalmente, /os sintomas com, fos saad ace Ta hiteion adem de recur a a elemental defense de sustracrse de la escena? Crea disfraces: la ensonaciéndiurma, la alu- cinacién, la ecmenesia, ficiones placenteras pero tan efimeras que se desvanecen en posts horas o en poss as, pus ine l sido on: aje de una buena argumentacién que justifique racionalie la realidad 6 alguna creencia para renegarla,s6lo algunas imagenes que no se sos- tienen y se esfuman por sisolas. La ausencia de combate, cuando domi- nan los sintomas de exclusion y de evitacién, fue interpretada como el éxito de las defensas en Ia hsteria,o lo ventajoso de esta estrategia fren- tea la neurosis obsesiva, en las cuales el to mento concent elu nel cardcter profundamente patético, infantil e impotente que traslu snecanlro ston 3 inher constiuject stoma de laesrct +4 profundamente conflctiva de la feminidad en nuestra cultura, esta ‘apreciacin de la debilidad de sus métodos, de lo inconsistente de sus defensas, de o sordo del grito con que se hace ofr, no hace mds que es- timoniar el cardcter devaluado de su identidad de género. Pero la condicién social del género femeni i ’no se halla en una I pero creciente metamorfosis: de la doncella al cuidado de rel ai Ie ensefiaban el arte del bordado y el recato, a la adolescente de los colle- 215

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