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EL H OM BRE QUE

CALCULABA

Malba Tahan *

* M a lba Ta ha n e s u n pse u dón im o de l ve r da de r o a u t or de la obr a : Ju lio


Cé sa r de M e llo e Sou za ( 1 8 9 5 - 1 9 7 4 ) , u n pr ofe sor br a sile ño qu e divu lgó la s
m a t e m á t ica s e n obr a s de liciosa s.
Índice
Pág.

Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2

Dedicatoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

CAPITULO I
En el que se narran las divertidas circunstancias de mi encuentro con
un singular viajero camino de la ciudad de Samarra, en la Ruta de
Bagdad. Qué hacía el viajero y cuáles eran sus palabras. . . . . . . . . . . . . 6

CAPITULO II
Donde Beremiz Samir, el Hombre que Calculaba, cuenta la historia de
su vida. Cómo quedé informado de los cálculos prodigiosos que
realizaba y de cómo vinimos a convertirnos en compañeros de jornada. 7

CAPITULO III
Donde se narra la singular aventura de los treinta y cinco camellos que
tenían que ser repartidos entre tres hermanos árabes. Cómo Beremiz
Samir, el Hombre que Calculaba, efectuó un reparto que parecía
imposible, dejando plenamente satisfechos a los tres querellantes. El
lucro inesperado que obtuvimos con la transacción. . . . . . . . . . . . . . . . . 10

CAPITULO IV
De nuestro encuentro con un rico jeque, malherido y hambriento. La
propuesta que nos hizo sobre los ocho panes que llevábamos, y cómo
se resolvió, de manera imprevista, el reparto equitativo de las ocho
monedas que recibimos en pago. Las tres divisiones de Beremiz: la
división simple, la división cierta y la división perfecta. Elogio que un
ilustre visir dirigió al Hombre que Calculaba. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

CAPITULO V
De los prodigiosos cálculos efectuados por Beremiz Samir, camino de
la hostería “El Anade Dorado”, para determinar el número exacto de
palabras pronunciadas en el transcurso de nuestro viaje y cuál el
promedio de las pronunciadas por minuto. Donde el Hombre que
Calculaba resuelve un problema y queda establecida la deuda de un
joyero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

CAPITULO VI
De lo que sucedió durante nuestra visita al visir Maluf. De nuestro
encuentro con el poeta Iezid, que no creía en los prodigios del cálculo.
El Hombre que Calculaba cuenta de manera original los camellos de
una numerosa cáfila. La edad de la novia y un camello sin oreja.
Beremiz descubre la “amistad cuadrática” y habla del rey Salomón. . . . . 22

CAPITULO VII
De nuestra visita al zoco de los mercaderes. Beremiz y el turbante azul.
El caso de “los cuatro cuatros”. El problema de los cincuenta dinares.
Beremiz resuelve el problema y recibe un bellísimo obsequio. . . . . . . . . 27
Pág.

CAPITULO VIII
Donde Beremiz diserta sobre las formas geométricas. De nuestro feliz
encuentro con el jeque Salem Nassair y con sus amigos los criadores
de ovejas. Beremiz resuelve el problema de las veintiuna vasijas y otro 33
que causa el asombro de los mercaderes. Cómo se explica la
desaparición de un dinar de una cuenta de treinta. . . . . . . . . . . . . . . . . .

CAPITULO IX
Donde se narran las circunstancias y los motivos de la honrosa visita
que nuestro amigo el jeque Iezid, el Poeta, se dignara hacernos.
Extraña consecuencia de las previsiones de un astrólogo. La mujer y
las Matemáticas. Beremiz es invitado a enseñar Matemáticas a una
hermosa joven. Situación singular de la misteriosa alumna. Beremiz
habla de su amigo y maestro, el sabio Nô-Elim. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

CAPITULO X
De nuestra llegada al Palacio de Iezid. El rencoroso Tara-Tir desconfía
de los cálculos de Beremiz. Los pájaros cautivos y los números
perfectos. El Hombre que Calculaba exalta la caridad del jeque. De una
melodía que llegó a nuestros oídos, llena de melancolía y añoranza
como las endechas de un ruiseñor solitario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

CAPITULO XI
De cómo inició Beremiz sus lecciones de Matemáticas. Una frase de
Platón. La Unidad es Dios. ¿Qué es medir? Las partes de la
Matemática. La Aritmética y los Números. El Álgebra y las relaciones.
La Geometría y las formas. La Mecánica y la Astronomía. Un sueño del
rey Asad-Abu-Carib. La “alumna invisible” eleva una oración a Allah. 52

CAPITULO XII
En el que Beremiz revela gran interés por el juego de la comba. La
curva del Morazán y las arañas. Pitágoras y el círculo. Nuestro
encuentro con Harim Namir. El problema de los sesenta melones.
Cómo el vequil perdió la apuesta. La voz del muezin ciego llama a los
creyentes a la oración del mogreb. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58

CAPITULO XIII
Que trata de nuestra visita al palacio del Califa y de la audiencia que se
dignó concedernos. De los poetas y la amistad. De la amistad entre los
hombres y de la amistad entre los números. El Hombre que Calculaba
es elogiado por el Califa de Bagdad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62

CAPITULO XIV
De cuanto nos sucediera en el Salón del Trono. Los músicos y las
bailarinas gemelas. Como Beremiz pudo reconocer a Iclimia y Tabessa.
Un visir envidioso critica a Beremiz. El Hombre que Calculaba elogia a
los teóricos y a los soñadores. El rey proclama la victoria de la teoría
sobre el inmediatismo vulgar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
Pág.
CAPITULO XV
Nuredin, el enviado, regresa al palacio del Califa. La información que
obtuviera de un imán. Como vivía el pobre calígrafo. El cuadro lleno de
números y el tablero de ajedrez. Beremiz habla sobre los cuadrados
mágicos. La consulta del ulema. El califa pide a Beremiz que narre la
leyenda del “Juego del ajedrez”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

CAPITULO XVI
Donde se cuenta la famosa leyenda sobre el origen del juego del
ajedrez, que Beremiz Samir, el Hombre que Calculaba, narra al Califa
de Bagdad, Al-Motacén Billah, Emir de los Creyentes. . . . . . . . . . . . . . . 77

CAPITULO XVII
El Hombre que calculaba recibe innumerables consultas. Creencias
y supersticiones. Unidades y figuras. El contador de historias y
calculador. El caso de las 90 manzanas. La ciencia y la caridad. . . . . . . 85
CAPITULO XVIII
Que trata de nuestra vuelta al palacio del jeque Iezid. Una reunión de
poetas y letrados. El homenaje al maharajá de Lahore. La Matemática
en la India. La hermosa leyenda sobre “la perla de Lilavati”. Los
grandes tratados que los hindúes escribieron sobre las Matemáticas. . . 92

CAPITULO XIX
Donde se narran los elogios que el Príncipe Cluzir hizo del Hombre que
Calculaba. Beremiz resuelve el problema de los tres marineros y
descubre el secreto de una medalla. La generosidad del maharajá de
Lahore. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100

CAPITULO XX
Cómo Beremiz da su segunda clase de Matemáticas. Número y sentido
del número. Las cifras. Sistema de numeración. Numeración decimal. El
cero. Oímos nuevamente la delicada voz de la invisible alumna. El
gramático Doreid cita un poema. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106

CAPITULO XXI
Comienzo a recopilar textos sobre Medicina. Grandes progresos de la
invisible alumna. Beremiz es llamado a resolver un complicado
problema. El rey Mazim y las prisiones de Korassan. Sanadik, el
contrabandista. Un verso, un problema y una leyenda. La justicia del rey
Mazim. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

CAPITULO XXII
De cuanto sucediera en el transcurso de nuestra visita a la prisión de
Bagdad. Cómo Beremiz resolvió el problema de la mitad de los años de
vida de Sanadik. El instante de tiempo. La libertad condicional. Beremiz
explica los fundamentos de una sentencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
Pág.

CAPITULO XXIII
De lo que sucedió durante una honrosa visita que recibimos. Palabras
del Príncipe Cluzir Schá. Una invitación principesca. Beremiz resuelve
un nuevo problema. Las perlas del rajá. Un número cabalístico. Queda
determinada nuestra partida para la India. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

CAPITULO XXIV
Sobre el rencoroso Tara-Tir. El epitafio de Diofanto. El problema de
Hierón. Beremiz se libra de un enemigo peligroso. Una carta del capitán
Hassan. Los cubos de 8 y 27. La pasión por el cálculo. La muerte de
Arquímedes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

CAPITULO XXV
Beremiz es llamado nuevamente a palacio. Una extraña sorpresa. Difícil
torneo de uno contra siete. La restitución del misterioso anillo. Beremiz
es obsequiado con una alfombra de color azul. Versos que conmueven
a un corazón apasionado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134

CAPITULO XXVI
De nuestro encuentro con un teólogo famoso. El problema de la vida
futura. Todo musulmán debe conocer el Libro Sagrado. ¿Cuántas
palabras hay en el Corán? ¿Cuántas letras? El nombre de Jesús es
citado 19 veces. Un engaño de Beremiz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138

CAPITULO XXVII
Cómo un sabio Historiador interroga a Beremiz. El geómetra que no
podía mirar al cielo. La Matemática de Grecia. Elogio de Eratóstnes. . . 141

CAPITULO XXVIII
Prosigue el memorable torneo. El tercer sabio interroga a Beremiz. La
falsa inducción. Beremiz demuestra que un principio falso puede ser
sugerido por ejemplos verdaderos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144

CAPITULO XXIX
En el que escuchamos una antigua leyenda persa. Lo material y lo
espiritual. Los problemas humanos y trascendentes. La multiplicación
más famosa. El Sultán reprime con energía la intolerancia de los jeques
islamitas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

CAPITULO XXX
El Hombre que Calculaba narra una leyenda. El tigre sugiere la división
de “tres” entre “tres”. El chacal indica la división de “tres” entre “dos”.
Cómo se calcula el cociente en la Matemática del más fuerte. El jeque
el gorro verde elogia a Beremiz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
Pág

CAPITULO XXXI
El sabio cordobés narra una leyenda. Los tres novios de Dahizé. El
problema de “los cinco discos”. Cómo Beremiz reprodujo el raciocinio
de un novio inteligente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156

CAPITULO XXXII
En el que Beremiz es interrogado por un astrónomo libanés. El
problema de “la perla más ligera”. El astrónomo cita un poema en
alabanza a Beremiz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

CAPITULO XXXIII
La ofrenda que el Califa Al-Motacén hizo al Hombre que Calculaba.
Beremiz rechaza oro, cargos y palacios. Una petición de mano. El
problema de “Los ojos negros y azules”. Beremiz determina mediante
un raciocinio el color de los ojos de cinco esclavas. . . . . . . . . . . . . . . . . 165

CAPITULO XXXIV
“Sígueme –dijo Jesús-. Yo soy el camino que debes pisar, la verdad en
que debes creer, la vida que debes esperar. Yo soy el camino sin
peligro, la verdad sin error, la vida sin muerte”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

Apéndice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
.
Calculadores famosos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174
Los árabes y las Matemáticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
Algunos pensamientos elogiosos sobre la Matemática . . . . . 178

Consideraciones sobre los problemas planteados . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Lexicón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197

Voces árabes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227

Naciones, ciudades, accidentes geográficos. Nombres de autores,


personajes históricos, matemáticos… etc. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233

Interjecciones árabes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248


I nt r oducción

Los países árabes han ejercido siempre una clara fascinación, por la
diversidad de sus costumbres, de sus ritos, y nada más adentrarnos en la
historia de las naciones ribereñas del Mediterráneo, nos salen al paso los
vestigios de aquella civilización, de la cual somos tributarios en cierto modo
principalmente en aquellas disciplinas que tienen un carácter científico: la
Matemática, la Astronomía, la Física y también la Medicina.
Los árabes, han sido siempre un pueblo paciente, acostumbrado a las
adversidades que les procuran la dificultad del clima, la falta de agua y los
inmensos páramos que les es preciso salvar para comunicarse con los demás
pueblos de su área. La solitud del desierto, las noches silenciosas, el calor
agobiante durante el día y el frío penetrante al caer el sol, impiden en realidad
una actividad física, pero predisponen el ánimo para la meditación.
También los griegos fueron maestros del pensamiento, principalmente
dedicado a la Filosofía y aun cuando entre ellos se encuentran buenos
matemáticos –la escuela de Pitágoras todavía está presente- fue una actividad
de unos pocos y, en cierto modo, era considerada una ciencia menor. Los
pueblos árabes, en cambio, la tomaron como principal ejercicio de su actividad
mental, heredera de los principios de la India a los que desarrollaron y
engrandecieron por su cuenta.
Asombran todavía hoy los monumentos que la antigüedad nos ha legado
procedentes de aquellos países en los que se observa, más que la inquietud
artística, muchas veces vacilante e indecisa, la precisión matemática.
Por esto, cuando en un libro como El Hombre que Calculaba se juntan estas
dos facetas tan distintas, a saber Poesía y Matemática, tiene un encanto
indiscutible y nos adentramos en lo que sería posible aridez en los cálculos, a
través de interesantes historias y leyendas, unas llenas de Poesía, otras de
humanidad y siempre bajo un fondo matemático en el que penetramos sin
darnos cuenta y, mejor dicho, con evidente placer y satisfacción.
Este es un aspecto que es menester resaltar porque, en general, existe una
cierta prevención o resistencia hacia el cultivo de la ciencia matemática para la
cual es menester una adecuación del gusto o una inclinación concedida por la
naturaleza. El educador sabe de cierto, a los pocos días de contacto con sus
alumnos, cuáles de ellos serán los futuros arquitectos o ingenieros por la
especial predisposición que demuestran, para ellos toda explicación relativa a
los números es un placer y avanzan en la disciplina sin fatiga ni prevención. Sin
embargo el número de alumnos que destaquen es limitado y, no obstante, no
se puede prescindir en manera alguna de esa enseñanza fundamental, aun
para aquellos que no piensan dedicar su actividad futura a una de aquellas
ramas, por una sencilla razón; que el cultivo de la Matemática obliga a razonar
de manera lógica, segura, sin posibilidad de error y ésta es un aspecto que es
necesario en la vida, para cualquiera actividad.
Creemos que este es el aspecto principal y que cabe destacar del libro El
Hombre que Calculaba toda vez que no nos presenta unos áridos problemas a
resolver, sino que los envuelve en un sentido lógico, el cual destaca,
demostrando con ello la importantísima función que esa palabra, la Lógica,
tiene en la solución de todos los problemas.
En el campo filosófico la Lógica toma prestada de la Matemática sus
principios y es con ellos y solo con ellos que se puede dar unas normas para
conducir el pensamiento de manera recta, que es su exclusiva finalidad.
El Hombre que Calculaba es, pues, una obra evidentemente didáctica que
cumple con aquel consagrado aforismo de que es preciso instruir deleitando.
Su protagonista se nos hace inmediatamente simpático porque es sencillo,
afable, comunicativo, interesado en los problemas ajenos y totalmente sensible
al encanto poético el cual ha de llevarle a la consecución del amor y, lo que es
más importante, al conocimiento de la verdadera fe.
La acción transcurre entre el fasto oriental, sin dejar por ello de darnos a
conocer los aspectos menos halagüeños de aquellos países en los que la
diferencia social, de rango y de riqueza, eran considerables y completamente
distanciadas. Tiene, además, el encanto poético que nos habla de la
sensibilidad árabe en todo lo concerniente a la belleza y por último la
estimación del ejercicio y dedicación intelectuales al presentarnos un torneo, en
el que juegan tanto el malabarismo matemático, como la poesía y la
sensibilidad.
Dicho torneo representa la culminación del hombre, de humilde cuna, que
gracias a su disposición especial, llega a alcanzar cumbres con las que ni
siquiera podía soñar. Es como una admonición o como un presagio de lo que
en nuestros tiempos se presenta como más importante, en que los medios
modernos de cálculo, con las maravillosas máquinas que el hombre ha creado
–máquinas fundamentadas en principios repetidos a lo largo de los siglos-
están dispuestas al servicio del hombre para que pueda triunfar en cualquier
actividad. No es concebible la acción de un financiero, de un comerciante, de
un industrial, de un fabricante, de todo el engranaje de la moderna industria y
comercio, sin el auxilio de las Computadoras, de manera que bien se puede
decir que la Matemática, se ha adueñado en nuestros tiempos de la sociedad.
Y, sin embargo, con ser mucho, no lo es todo porque si sólo se atiende a esa
materialidad a la que tan eficazmente sirve, la formación integral del hombre
queda descuidada y le hace incompleto.
No solo de pan vive el hombre; también necesita de cuando en cuanto dejar
volar la fantasía y atender a otras inquietudes espirituales de las que no puede
prescindir.
El recto camino nos lo enseña El Hombre que Calculaba, en el que parece
que también está “calculada” la dosis necesaria de los elementos que han de
hacer de la Matemática un poderoso auxiliar, para que el hombre obtenga su
formación total.
Demostrar que también en los números puede haber poesía; que los buenos
y rectos sentimientos no son solo patrimonio de filósofos o practicantes; que la
fantasía no está reñida con la precisión; que la Lógica debe acompañar todos
nuestros actos y que es posible alcanzar el camino verdadero para la completa
satisfacción moral, física e intelectual del hombre es el fruto que se obtendrá de
la lectura de este extraordinario libro.
Representa una ráfaga de aire fresco, un descanso en la senda árida de los
números que nos encadena, y nos advierte que es posible mirar el cielo
estrellado, para admirarlo, y no solo para contar distancias o el número de
cuerpos luminosos que lo integran; penetraremos en ese ignoto mundo, no solo
con la intención de entenderlo, sino también de gozarlo.
¡Cuántas veces en la vida, se nos presentan problemas que parecen
insolubles, como los que en su aspecto matemático nos ofrece El Hombre que
Calculaba, en los que la dificultad es más aparente que real! Bata solo ejercitar
el raciocinio para que nos demos cuenta de que su solución es tan fácil como
deducir que dos más dos suman cuatro. El sentido práctico que esto nos puede
hacer adquirir, junto con la convicción de que la belleza está en todas partes, a
nuestra disposición, con solo tener o sentir la necesidad de buscarla, tiene un
valor formativo tan elevado que indudablemente ha de producir abundantes
frutos en lo relativo a la formación del propio carácter.
El Hombre que Calculaba es como aquellas insignificantes semillas,
pequeñas en tamaño y aparentemente frágiles, que son capaces de desarrollar
un árbol gigantesco que proporcione frutos abundantes, sombra y placer sin fin
a su cultivador.
El que sepa sacar estas consecuencias merecería, sin duda, la bendición del
famoso calculador Beremiz Samir quien, a continuación, va a contarnos su
prodigiosa vida y sus no menos prodigiosos actos.
D e dica t or ia

A la m em oria de los siet e grandes geóm et ras crist ianos o


agnóst icos

Descart es, Pascal, Newt on,


Leibniz, Euler, Lagrange, Com t e

¡Allah se com padezca de est os infieles !

y a la m em oria del inolvidable m at em át ico, ast rónom o y filósofo


m usulm án

Buchafar Moham ed Abenm usa Al Kharism i

¡Allah lo t enga en su gloria!

y t am bién a t odos los que est udian, enseñan o adm iran la


prodigiosa ciencia de los t am años, de las form as, de los núm eros, de
las m edidas, de las funciones, de los m ovim ient os y de las fuerzas
nat urales

yo, el- hadj j erife


Ali I ezid I zz- Edim I bn Salim Hank
Malba Tahan
creyent e de Allah
y de su sant o profet a Mahom a

dedico est as páginas de leyenda y fant asía.

En Bagdad, 19 de la Luna de Ram adán de 1321.


CAPI TULO I

En e l qu e se n a r r a n la s dive r t ida s cir cu n st a n cia s de m i


e n cu e n t r o con u n sin gu la r via j e r o ca m in o de la ciu da d de
Sa m a r r a , e n la Ru t a de Ba gda d. Qué h a cía e l via j e r o y cu á le s
e r a n su s pa la br a s.

¡En el nom bre de Allah, Clem ent e y Misericordioso!

I ba yo ciert a vez al paso lent o de m i cam ello por la Rut a de Bagdad


de vuelt a de una excursión a la fam osa ciudad de Sam arra, a orillas
del Tigres, cuando vi, sent ado en una piedra, a un viaj ero
m odest am ent e vest ido que parecía est ar descansando de las fat igas
de algún viaj e.
Me disponía a dirigir al desconocido el t rivial salam de los
cam inant es, cuando, con gran sorpresa por m i part e, vi que se
levant aba y decía cerem oniosam ent e:
- Un m illón cuat rocient os veint it rés m il set ecient os cuarent a y
cinco…
Se sent ó en seguida y quedó en silencio, con la cabeza apoyada en
las m anos, com o si est uviera absort o en profundas m edit aciones.
Me paré a ciert a dist ancia y m e quedé observándolo com o si se
t rat ara de un m onum ent o hist órico de los t iem pos legendarios.
Mom ent os después, el hom bre se levant ó de nuevo y, con voz
pausada y clara, cant ó ot ro núm ero igualm ent e fabuloso:
- Dos m illones t rescient os veint iún m il ochocient os sesent a y seis…
Y así, varias veces, el raro viaj ero se puso en pie y dij o en voz alt a
un núm ero de varios m illones, sent ándose luego en la t osca piedra
del cam ino.
Sin poder refrenar m i curiosidad, m e acerqué al desconocido, y,
después de saludarlo en nom bre de Allah –con Él sean la oración y la
gloria- , le pregunt é el significado de aquellos núm eros que solo
podrían figurar en cuent as gigant escas.
- Forast ero, respondió el Hom bre que Calculaba, no censuro la
curiosidad que t e ha llevado a pert urbar m is cálculos y la serenidad
de m is pensam ient os. Y ya que supist e dirigirt e a m í con delicadeza y
cort esía, voy a at ender a t us deseos. Pero para ello necesit o cont art e
ant es la hist oria de m i vida.Y relat ó lo siguient e, que por su int erés
voy a t rascribir con t oda fidelidad:
CAPI TULO I I

D on de Be r e m iz Sa m ir , e l H om br e qu e Ca lcu la ba , cu e n t a la
h ist or ia de su vida . Cóm o que dé in for m a do de los cá lcu los
pr odigiosos qu e r e a liza ba y de cóm o vin im os a con ve r t ir n os e n
com pa ñ e r os de j or n a da .

- Me llam o Berem iz Sam ir, y nací en la pequeña aldea de Khoi, en


Persia, a la som bra de la pirám ide inm ensa form ada por el m ont e
Ararat . Siendo aún m uy j oven em pecé a t rabaj ar com o past or al
servicio de un rico señor de Kham at .
Todos los días, al am anecer, llevaba a los past os el gran rebaño y
m e veía obligado a devolverlo a su redil ant es de caer la noche. Por
m iedo a perder alguna ovej a ext raviada y ser, por t al negligencia,
severam ent e cast igado, las cont aba varias veces al día.
Así fui adquiriendo poco a poco t al habilidad para cont ar que, a
veces, de una oj eada cont aba sin error t odo el rebaño. No cont ent o
con eso, pasé luego a ej ercit arm e cont ando los páj aros cuando
volaban en bandadas por el cielo.
Poco a poco fui volviéndom e habilísim o en est e art e. Al cabo de
unos m eses –gracias a nuevos y const ant es ej ercicios cont ando
horm igas y ot ros insect os- llegué a realizar la proeza increíble de
cont ar t odas las abej as de un enj am bre. Est a hazaña de calculador
nada valdría, sin em bargo, frent e a m uchas ot ras que logré m ás
t arde. Mi generoso am o poseía, en dos o t res dist ant es oasis, grandes
plant aciones de dat ileras, e, inform ado de m is habilidades
m at em át icas, m e encargó dirigir la vent a de sus frut os, cont ados por
m í en los racim os, uno a uno. Trabaj é así al pie de las palm eras cerca
de diez años. Cont ent o con las ganancias que le procuré, m i
bondadoso pat rón acaba de concederm e cuat ro m eses de reposo y
ahora voy a Bagdad pues quiero visit ar a unos parient es y adm irar las
bellas m ezquit as y los sunt uosos palacios de la fam osa ciudad. Y,
para no perder el t iem po, m e ej ercit o durant e el viaj e cont ando los
árboles que hay en est a región, las flores que la em balsam an, y los
páj aros que vuelan por el cielo ent re nubes.
Y señalándom e una viej a higuera que se erguía a poca dist ancia,
prosiguió:
- Aquel árbol, por ej em plo, t iene doscient as ochent a y cuat ro
ram as. Sabiendo que cada ram a t iene com o prom edio, t rescient os
cuarent a y seis hoj as, es fácil concluir que aquel árbol t iene un t ot al
de novent a y ocho m il quinient os cuarent a y ocho hoj as. ¿No cree,
am igo m ío?
- ¡Maravilloso! –exclam é at ónico. Es increíble que un hom bre pueda
cont ar, de una oj eada, t odas las ram as de un árbol y las flores de un
j ardín… Est a habilidad puede procurarle a cualquier persona inm ensas
riquezas.
- ¿Ust ed cree? –se asom bró Berem iz. Jam ás se m e ocurrió pensar
que cont ando los m illones de hoj as de los árboles y los enj am bres de
abej as se pudiera ganar dinero. ¿A quién le puede int eresar cuánt as
ram as t iene un árbol o cuánt os páj aros form an la bandada que cruza
por el cielo?
- Su adm irable habilidad –le expliqué- puede em plearse en veint e
m il casos dist int os. En una gran capit al com o Const ant inopla, o
incluso en Bagdad, sería ust ed un auxiliar precioso para el Gobierno.
Podría calcular poblaciones, ej ércit os y rebaños. Fácil le sería evaluar
los recursos del país, el valor de las cosechas, los im puest os, las
m ercaderías y t odos los recursos del Est ado. Le aseguro –por las
relaciones que t engo, pues soy bagdalí- que no le será difícil obt ener
algún puest o dest acado j unt o al califa Al- Mot acén, nuest ro am o y
señor. Tal vez pueda llegar al cargo de visir- t esorero o desem peñar
las funciones de secret ario de la Hacienda m usulm ana.
- Si es así en verdad, no lo dudo, respondió el calculador. Me voy a
Bagdad.
Y sin m ás preám bulos se acom odó com o pudo en m i cam ello –el
único que llevábam os- , y nos pusim os a cam inar por el largo cam ino
cara a la gloriosa ciudad.
Desde ent onces, unidos por est e encuent ro casual en m edio de la
agrest e rut a, nos hicim os com pañeros y am igos inseparables.
Berem iz era un hom bre de genio alegre y com unicat ivo. Muy j oven
aún –pues no había cum plido t odavía los veint iséis años- est aba
dot ado de una int eligencia ext raordinariam ent e viva y de not ables
apt it udes para la ciencia de los núm eros.
Form ulaba a veces, sobre los acont ecim ient os m ás t riviales de la
vida, com paraciones inesperadas que denot aban una gran agudeza
m at em át ica. Sabía t am bién cont ar hist orias y narrar episodios que
ilust raban su conversación, ya de por sí at ract iva y curiosa.
A veces se quedaba en silencio durant e varias horas; encerrado en
un m ut ism o im penet rable, m edit ando sobre cálculos prodigiosos. En
esas ocasiones m e esforzaba en no pert urbarlo. Le dej aba t ranquilo,
para que pudiera hacer, con los recursos de su privilegiada m em oria,
descubrim ient os fascinant es en los m ist eriosos arcanos de la
Mat em át ica, la ciencia que los árabes t ant o cult ivaron y
engrandecieron.
CAPI TULO I I I

D on de se n a r r a la sin gu la r a ve n t u r a de los t r e in t a y cin co


ca m e llos qu e t e n ía n qu e se r r e pa r t idos e n t r e t r e s h e r m a n os
á r a be s. Cóm o Be r e m iz Sa m ir , e l H om br e qu e Ca lcu la ba ,
e fe ct u ó u n r e pa r t o qu e pa r e cía im posible , de j a n do ple n a m e n t e
sa t isfe ch os a los t r e s qu e r e lla n t e s. El lu cr o in e spe r a do qu e
obt u vim os con la t r a n sa cción .

Hacía pocas horas que viaj ábam os sin det enernos cuando nos
ocurrió una avent ura digna de ser relat ada, en la que m i com pañero
Berem iz, con gran t alent o, puso en práct ica sus habilidades de exim io
cult ivador del Álgebra.
Cerca de un viej o albergue de caravanas m edio abandonado, vim os
t res hom bres que discut ían acaloradam ent e j unt o a un hat o de
cam ellos.
Ent re grit os e im properios, en plena discusión, braceado com o
posesos, se oían exclam aciones:
- ¡Que no puede ser!
- ¡Es un robo!
- ¡Pues yo no est oy de acuerdo!
El int eligent e Berem iz procuró inform arse de lo que discut ían.
- Som os herm anos, explicó el m ás viej o, y recibim os com o herencia
esos 35 cam ellos. Según la volunt ad expresa de m i padre, m e
corresponde la m it ad, a m i herm ano Ham ed Nam ur una t ercera part e
y a Harim , el m ás j oven, solo la novena part e. No sabem os, sin
em bargo, cóm o efect uar la part ición y a cada repart o propuest o por
uno de nosot ros sigue la negat iva de los ot ros dos. Ninguna de las
part iciones ensayadas hast a el m om ent o, nos ha ofrecido un
result ado acept able. Si la m it ad de 35 es 17 y m edio, si la t ercera
part e y t am bién la novena de dicha cant idad t am poco son exact as
¿cóm o proceder a t al part ición?
- Muy sencillo, dij o el Hom bre que Calculaba. Yo m e com prom et o a
hacer con j ust icia ese repart o, m as ant es perm ít anm e que una a esos
35 cam ellos de la herencia est e espléndido anim al que nos t raj o aquí
en buena hora.
En est e punt o int ervine en la cuest ión.
- ¿Cóm o voy a perm it ir sem ej ant e locura? ¿Cóm o vam os a seguir el
viaj e si nos quedam os sin el cam ello?
- No t e preocupes, bagdalí, m e dij o en voz baj a Berem iz. Sé m uy
bien lo que est oy haciendo. Cédem e t u cam ello y verás a que
conclusión llegam os.
Y t al fue el t ono de seguridad con que lo dij o que le ent regué sin el
m enor t it ubeo m i bello j am al, que, inm ediat am ent e, pasó a
increm ent ar la cáfila que debía ser repart ida ent re los t res herederos.
- Am igos m íos, dij o, voy a hacer la división j ust a y exact a de los
cam ellos, que com o ahora ven son 36.
Y volviéndose hacia el m ás viej o de los herm anos, habló así:
- Tendrías que recibir, am igo m ío, la m it ad de 35, est o es: 17 y
m edio. Pues bien, recibirás la m it ad de 36 y, por t ant o, 18. Nada
t ienes que reclam ar puest o que sales ganando con est a división.
Y dirigiéndose al segundo heredero, cont inuó:
- Y t ú, Ham ed, t endrías que recibir un t ercio de 35, es decir 11 y
poco m ás. Recibirás un t ercio de 36, est o es, 12. No podrás
prot est ar, pues t am bién t ú sales ganando en la división.
Y por fin dij o al m ás j oven:
- Y t ú, j oven Harim Nam ur, según la últ im a volunt ad de t u padre,
t endrías que recibir una novena part e de 35, o sea 3 cam ellos y part e
del ot ro. Sin em bargo, t e daré la novena part e de 36 o sea, 4. Tu
ganancia será t am bién not able y bien podrás agradecerm e el
result ado.
Y concluyó con la m ayor seguridad:
- Por est a vent aj osa división que a t odos ha favorecido,
corresponden 18 cam ellos al prim ero, 12 al segundo y 4 al t ercero, lo
que da un result ado – 18 + 12 + 4 – de 34 cam ellos. De los 36
cam ellos sobran por t ant o dos. Uno, com o saben, pert enece al badalí,
m i am igo y com pañero; ot ro es j ust o que m e corresponda, por haber
resuelt o a sat isfacción de t odos el com plicado problem a de la
herencia.
- Eres int eligent e, ext ranj ero, exclam ó el m ás viej o de los t res
herm anos, y acept am os t u división con la seguridad de que fue hecha
con j ust icia y equidad.
Y el ast ut o Berem iz –el Hom bre que Calculaba- t om ó posesión de
uno de los m ás bellos j am ales del hat o, y m e dij o ent regándom e por
la rienda el anim al que m e pert enecía:
- Ahora podrás, querido am igo, cont inuar el viaj e en t u cam ello,
m anso y seguro. Tengo ot ro para m i especial servicio.
Y seguim os cam ino hacia Bagdad.
CAPI TULO I V

D e n u e st r o e n cue n t r o con u n r ico j e qu e , m a lh e r ido y


h a m br ie n t o. La pr opu e st a qu e n os h izo sobr e los och o pa n e s
qu e lle vá ba m os, y cóm o se r e solvió, de m a n e r a im pr e vist a , e l
r e pa r t o e qu it a t ivo de la s och o m on e da s qu e r e cibim os e n
pa go. La s t r e s division e s de Be r e m iz: la división sim ple , la
división cie r t a y la división pe r fe ct a . Elogio qu e u n ilu st r e visir
dir igió a l H om br e qu e Ca lcu la ba .

Tres días después, nos acercábam os a las ruinas de una pequeña


aldea denom inada Sippar cuando encont ram os caído en el cam ino a
un pobre viaj ero, con las ropas desgarradas y al parecer gravem ent e
herido. Su est ado era lam ent able.
Acudim os en socorro del infeliz y él nos narró luego sus
desvent uras.
Se llam aba Salem Nassair, y era uno de los m ás ricos m ercaderes
de Bagdad. Al regresar de Basora, pocos días ant es, con una gran
caravana, por el cam ino de el- Hilleh, fue at acado por una chusm a de
nóm adas persas del desiert o. La caravana fue saqueada y casi t odos
sus com ponent es perecieron a m anos de los beduinos. Él –el j efe-
consiguió escapar m ilagrosam ent e, ocult o en la arena, ent re los
cadáveres de sus esclavos.
Al concluir la narración de su desgracia, nos pregunt ó con voz
ansiosa:
- ¿Traéis quizá algo de com er? Me est oy m uriendo de ham bre…
- Me quedan t res panes –respondí.
- Yo llevo cinco, dij o a m i lado el Hom bre que Calculaba.
- Pues bien, sugirió el j eque, yo os ruego que j unt em os esos panes
y hagam os un repart o equit at ivo. Cuando llegue a Bagdad prom et o
pagar con ocho m onedas de oro el pan que com a.
Así lo hicim os.
Al día siguient e, al caer la t arde, ent ram os en la célebre ciudad de
Bagdad, perla de Orient e.
Al at ravesar la vist osa plaza t ropezam os con un aparat oso cort ej o
a cuyo frent e iba, en brioso alazán, el poderoso brahim Maluf, uno de
los visires.
El visir, al ver al j eque Salem Nassair en nuest ra com pañía le
llam ó, haciendo det ener a su brillant e com it iva y le pregunt ó:
- ¿Qué t e pasó, am igo m ío? ¿Cóm o es que llegas a Bagdad con las
ropas dest rozadas y en com pañía de est os dos desconocidos?
El desvent urado j eque relat ó m inuciosam ent e al poderoso m inist ro
t odo lo que le había ocurrido en le cam ino, haciendo los m ayores
elogios de nosot ros.
- Paga inm ediat am ent e a est os dos forast eros, le ordenó el gran
visir.
Y sacando de su bolsa 8 m onedas de oro se las dio a Salem
Nassair, diciendo:
- Te llevaré ahora m ism o al palacio, pues el Defensor de los
Creyent es deseará sin duda ser inform ado de la nueva afrent a que los
bandidos y beduinos le han infligido al at acar a nuest ros am igos y
saquear una de nuest ras caravanas en t errit orio del Califa.
El rico Salem Nassair nos dij o ent onces:
- Os dej o, am igos m íos. Quiero, sin em bargo, repet iros m i
agradecim ient o por el gran auxilio que m e habéis prest ado. Y para
cum plir la palabra dada, os pagaré lo que t an generosam ent e dist eis.
Y dirigiéndose al Hom bre que Calculaba le dij o:
- Recibirás cinco m onedas por los cinco panes.
Y volviéndose a m í, añadió:
- Y t ú, ¡Oh, bagdalí! , recibirás t res m onedas por los t res panes.
Mas con gran sorpresa m ía, el calculador obj et ó respet uoso:
- ¡Perdón, oh, j eque! La división, hecha de ese m odo, puede ser
m uy sencilla, pero no es m at em át icam ent e ciert a. Si yo ent regué 5
panes he de recibir 7 m onedas, m i com pañero bagdalí, que dio 3
panes, debe recibir una sola m oneda.
- ¡Por el nom bre de Mahom a! , int ervino el visir I brahim , int eresado
vivam ent e por el caso. ¿Cóm o va a j ust ificar est e ext ranj ero t an
disparat ado repart o? Si cont ribuist e con 5 panes ¿por qué exiges 7
m onedas?, y si t u am igo cont ribuyó con 3 panes ¿por qué afirm as
que él debe recibir solo una m oneda?
El Hom bre que Calculaba se acercó al prest igioso m inist ro y habló
así:
- Voy a dem ost raros. ¡Oh, visir! , que la división de las 8 m onedas
por m í propuest a es m at em át icam ent e ciert a. Cuando durant e el
viaj e, t eníam os ham bre, yo sacaba un pan de la caj a en que est aban
guardados, lo dividía en t res pedazos, y cada uno de nosot ros com ía
uno. Si yo aport é 5 panes, aport é, por consiguient e, 15 pedazos ¿no
es verdad? Si m i com pañero aport ó 3 panes, cont ribuyó con 9
pedazos. Hubo así un t ot al de 24 pedazos, correspondiendo por t ant o
8 pedazos a cada uno. De los 15 pedazos que aport é, com í 8; luego
di en realidad 7. Mi com pañero aport ó, com o dij o, 9 pedazos, y com ió
t am bién 8; luego solo dio 1. Los 7 que yo di y el rest ant e con que
cont ribuyó al bagdalí form aron los 8 que corresponden al j eque
Salem Nassair. Luego, es j ust o que yo reciba siet e m onedas y m i
com pañero solo una.
El gran visir, después de hacer los m ayores elogios del Hom bre que
Calculaba, ordenó que le fueran ent regadas las siet e m onedas, pues
a m í, por derecho, solo m e correspondía una. La dem ost ración
present ada por el m at em át ico era lógica, perfect a e incont est able.
Sin em bargo, si bien el repart o result ó equit at ivo, no debió
sat isfacer plenam ent e a Berem iz, pues ést e dirigiéndose nuevam ent e
al sorprendido m inist ro, añadió:
- Est a división, que yo he propuest o, de siet e m onedas para m í y
una para m i am igo es, com o dem ost ré ya, m at em át icam ent e ciert a,
pero no perfect a a los oj os de Dios.
Y j unt ando las m onedas nuevam ent e las dividió en dos part es
iguales. Una m e la dio a m í –cuat ro m onedas- y se quedó la ot ra.
- Est e hom bre es ext raordinario, declaró el visir. No acept ó la
división propuest a de ocho dinares en dos part es de cinco y t res
respect ivam ent e, y dem ost ró que t enía derecho a percibir siet e y que
su com pañero t enía que recibir sólo un dinar. Pero luego divide las
ocho m onedas en dos part es iguales y le da una de ellas a su am igo.
Y añadió con ent usiasm o:
- ¡Mac Allah! Est e j oven, apart e de parecerm e un sabio y habilísim o
en los cálculos de Arit m ét ica, es bueno para el am igo y generoso para
el com pañero. Hoy m ism o será m i secret ario.
- Poderoso Visir, dij o el Hom bre que Calculaba, veo que acabáis de
realizar con 29 palabras, y con un t ot al de 135 let ras, la m ayor
alabanza que oí en m i vida, y yo, para agradecéroslo t endré que
em plear exact am ent e 58 palabras en las que figuran nada m enos que
270 let ras. ¡Exact am ent e el doble! ¡Q ue Allah os bendiga
et ernam ent e y os prot ej a! ¡Seáis vos por siem pre alabado!
La habilidad de m i am igo Berem iz llegaba hast a el ext rem o, de
cont ar las palabras y las let ras del que hablaba, y calcular las que iba
ut ilizando en su respuest a para que fueran exact am ent e el doble.
Todos quedam os m aravillados ant e aquella dem ost ración de
envidiable t alent o.
CAPI TULO V

D e los pr odigiosos cá lcu los e fe ct u a dos por Be r e m iz Sa m ir ,


ca m in o de la h ost e r ía “El An a de D or a do”, pa r a de t e r m in a r e l
n ú m e r o e x a ct o de pa la br a s pr on u ncia da s e n e l t r a n scu r so de
n u e st r o via j e y cu á l e l pr om e dio de la s pr on u n cia da s por
m in u t o. D on de e l H om br e qu e Ca lcu la ba r e su e lve u n pr oble m a
y qu e da e st a ble cida la de u da de u n j oye r o.

Luego de dej ar la com pañía del j eque Nassair y del visir Maluf, nos
encam inam os a una pequeña host ería, denom inada “ El Anade
Dorado” , en la vecindad de la m ezquit a de Solim án. Allí nuest ros
cam ellos fueron vendidos a un cham ir de m i confianza, que vivía
cerca.
De cam ino, le dij e a Berem iz:
- Ya ves, am igo m ío, que yo t enía razón cuando dij e que un hábil
calculador puede encont rar con facilidad un buen em pleo en Bagdad.
En cuant o llegast e ya t e pidieron que acept aras el cargo de secret ario
de un visir. No t endrás que volver a la aldea de Khol, peñascosa y
t rist e.
- Aunque aquí prospere y m e enriquezca, m e respondió el
calculador, quiero volver m ás t arde a Persia, para ver de nuevo m i
t erruño, ingrat o es quien se olvida de la pat ria y de los am igos de la
infancia cuando halla la felicidad y se asient a en el oasis de la
prosperidad y la fort una.
Y añadió t om ándom e del brazo:
- Hem os viaj ado j unt os durant e ocho días exact am ent e. Durant e
est e t iem po, para aclarar dudas e indagar sobre las cosas que m e
int eresaban, pronuncié exact am ent e 414.720 palabras. Com o en
ocho días hay 11.520 m inut os puede deducirse que durant e la
j ornada pronuncié una m edia de 36 palabras por m inut o, est o es
2.160 por hora. Esos núm eros dem uest ran que hablé poco, fui
discret o y no t e hice perder t iem po oyendo discursos est ériles. El
hom bre t acit urno, excesivam ent e callado, se conviert e en un ser
desagradable; pero los que hablan sin parar irrit an y aburren a sus
oyent es. Tenem os, pues, que evit ar las palabras inút iles, pero sin
caer en el laconism o exagerado, incom pat ible con la delicadeza. Y a
t al respect o podré narrar un caso m uy curioso.
Y t ras una breve pausa, el calculador m e cont ó lo siguient e:
- Había en Teherán, en Persia, un viej o m ercader que t enía t res
hij os. Un día el m ercader llam ó a los j óvenes y les dij o: “ El que sea
capaz de pasar el día sin pronunciar una palabra inút il recibirá de m í
un prem io de veint it rés t im unes” .
Al caer de la noche los t res hij os fueron a present arse ant e el
anciano. Dij o el prim ero:
- Evit é hoy ¡Oh, padre m ío! Toda palabra inút il. Espero, pues, haber
m erecido, según t u prom esa, el prem io ofrecido. El prem io, com o
recordarás sin duda, asciende a veint it rés t im unes.
El segundo se acercó al viej o, le besó las m anos, y se lim it ó a
decir:
- ¡Buenas noches, padre!
El m ás j oven no dij o una palabra. Se acercó al viej o y le t endió la
m ano para recibir el prem io. El m ercader, al observar la act it ud de los
t res m uchachos, habló así:
- El prim ero, al present arse ant e m í, fat igó m i int ención con varias
palabras inút iles; el t ercero se m ost ró exageradam ent e lacónico. El
prem io corresponde, pues, al segundo, que fue discret o sin
verbosidad, y sencillo sin afect ación.
Y Berem iz, al concluir, m e pregunt ó:
- ¿No crees que el viej o m ercader obró con j ust icia al j uzgar a los
t res hij os?
Nada respondí. Crei m ej or no discut ir el caso de los veint it rés
t im unes con aquel hom bre prodigioso que t odo lo reducía a núm eros,
calculaba prom edios y resolvía problem as.
Mom ent os después, llegam os al albergue del “ Anade Dorado” .
El dueño de la host ería se llam aba Salim y había sido em pleado de
m i padre. Al verm e grit ó risueño:
- ¡Allah sobre t i! , pequeño. Espero t us órdenes ahora y siem pre.
Le dij e que necesit aba un cuart o para m í y para m i am igo Berem iz
Sam ir, el calculador secret ario del visir Maluf.
- ¿Est e hom bre es calculador?, pregunt ó el viej o Salim . Pues llega
en el m om ent o j ust o para sacarm e de un apuro. Acabo de t ener una
discusión con un vendedor de j oyas. Discut im os largo t iem po y de
nuest ra discusión result ó al fin un problem a que no sabem os resolver.
I nform adas de que había llegado a la host ería un gran calculador,
varias personas se acercaron curiosas. El vendedor de j oyas fue
llam ado y declaró hallarse int eresadísim o en la resolución de t al
problem a.
- ¿Cuál es finalm ent e el origen de la duda? pregunt ó Berem iz.
El viej o Salim cont est ó:
- Ese hom bre –y señaló al j oyero- vino de Siria para vender j oyas
en Bagdad. Me prom et ió que pagaría por el hospedaj e 20 dinanes si
vendía t odas las j oyas por 100 dinares, y 35 dinares si las vendía por
200.
Al cabo de varios días, t ras andar de acá para allá, acabó
vendiéndolas t odas por 140 dinares. ¿cuánt o debe pagar de acuerdo
con nuest ro t rat o por el hospedaj e?
- ¡Veint icuat ro dinares y m edio! ¡Es lógico! , replicó el sirio. Si
vendiéndolas en 200 t enía que pagar 35, al venderlas en 140 he de
pagar 24 y m edio… y quiero dem ost rárt elo:
Si al venderlas en 200 dinares debía pagart e 35, de haberlas
vendido en 20, - diez veces m enos- lógico es que solo t e hubiera
pagado 3 dinares y m edio.
Mas, com o bien sabes, las he vendido por 140 dinares. Veam os
cuánt as veces 140 cont iene a 20. Creo que siet e, si es ciert o m i
cálculo. Luego, si vendiendo las j oyas en 20 debía pagart e t res
dinares y m edio, al haberlas vendido en 140, he de pagart e un
im port e equivalent e a siet e veces t res dinares y m edio, o sea, 24
dinares y m edio.

Proporción est ablecida por el j oyero

200 : 35 : : 140 : x

35 x 140
x = - - - - - - - - - - - - = 24 ‘5
200

- Est ás equivocado, le cont radij o irrit ado el viej o Salim ; según m is


cuent as son veint iocho. Fíj at e: si por 100 t enía que recibir 20, por
140 he de recibir 28. ¡Est á m uy claro! Y t e lo dem ost raré.
Y el viej o Salim razonó del siguient e m odo:
- Si por 100 iba a recibir 20, por 10 –que es la décim a part e de
100- m e correspondería la décim a part e de 20. ¿Cuál es la décim a
part e de 20? La décim a part e de 20 es 2. Luego, por 10 t endría que
recibir 2. ¿Cuánt os 10 cont iene 140) el 140 cont iene 14 veces 10.
Luego para 140 debo recibir 14 veces 2, que es igual a 28 com o ya
dij e ant eriorm ent e.

Proporción est ablecida por el viej o Salim

100 : 20 : : 140 : x

20 x 140
x = - - - - - - - - - - - - = 28
100

Y el viej o Salim , después de t odos aquellos cálculos exclam ó


enérgico:
- ¡He de recibir 28! ¡Est a es la cuent a correct a!
- Calm a, am igos m íos, int errum pió el calculador; hay que aclarar
las dudas con serenidad y m ansedum bre. La precipit ación lleva al
error y a la discordia. Los result ados que indicáis est án equivocados,
com o probaré a cont inuación.
Y expuso el siguient e razonam ient o:
- De acuerdo con el pact o que habéis hecho, t ú, dij o dirigiéndose al
sirio, t enías que pagar 20 dinares por el hospedaj e si hubieras
vendido las j oyas por 100 dinares, m as si hubieras percibido 200
dinares, debías abonar 35.
Así, pues, t enem os:

Precio de vent a Cost e del hospedaj e


200 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35
100 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20
100 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15

Fij aos en que una diferencia de 100 en el precio de vent a


corresponde a una diferencia de 15 en el precio del hospedaj e. ¿Est á
claro?
- ¡Claro com o la leche de cam ella! , asint ieron am bos lit igant es.
- Ent onces, prosiguió el calculador, si el aum ent o de 100 en la
vent a supone un aum ent o de 15 en el hospedaj e, yo pregunt o: ¿cuál
será el aum ent o del hospedaj e cuando la vent a aum ent a en 40? Si la
diferencia fuera 20 –que es un quint o de 100- el aum ent o del
hospedaj e sería 3 –pues 3 es un quint o de 15- . Para la diferencia de
40 –que es el doble de 20- el aum ent o de hospedaj e habrá de ser 6.
El pago que corresponde a 140 es, en consecuencia, 25 dinares.
Am igos m íos, los núm eros, en la sim plicidad con que se present an,
deslum bran incluso a los m ás avisados.

Proporción est ablecida por el Berem iz

100 : 15 : : 140 : x

15 x 40
x = ------------ = 6
100

Las proporciones que nos parecen perfect as est án a veces


falseadas por el error. De la incert idum bre de los cálculos result a el
indiscut ible prest igio de la Mat em át ica. Según los t érm inos del
acuerdo, el señor habrá de pagart e 26 dinares y no 24 y m edio com o
creía al principio. Hay aún en la solución final de est e problem a, una
pequeña diferencia que no debe ser apurada y cuya m agnit ud no
puedo expresar num éricam ent e.
- Tiene el señor t oda la razón, asint ió el j oyero; reconozco que m i
cálculo est aba equivocado.
Y sin vacilar sacó de la bolsa 26 dinares y se los ent regó al viej o
Salim , ofreciendo com o regalo al agudo Berem iz un bello anillo de oro
con dos piedras oscuras, y añadiendo a la dádiva las m ás afect uosas
expresiones.
Todos los que se hallaban en la host ería se adm iraron de la
sagacidad del calculador, cuya fam a crecía de hora en hora y se
acercaba a grandes pasos al alm inar del t riunfo.
CAPI TULO VI

D e lo qu e su ce dió du r a n t e n u e st r a visit a a l visir M a lu f. D e


n u e st r o e n cu e n t r o con e l poe t a I e zid, qu e n o cr e ía e n los
pr odigios de l cá lcu lo. El H om br e qu e Ca lcu la ba cu e n t a de
m a ne r a or igina l los ca m e llos de u n a n u m e r osa cá fila . La e da d
de la n ovia y u n ca m e llo sin or e j a . Be r e m iz de scu br e la
“a m ist a d cu a dr á t ica ” y h a bla de l r e y Sa lom ón .

Después de la segunda oración dej am os la host ería de “ El Anade


Dorado” y seguim os a paso rápido hacia la residencia del visir
I brahim Maluf, m inist ro del rey.
Al ent rar en la rica m orada del noble m usulm án quedé realm ent e
m aravillado.
Cruzam os la pesada puert a de hierro y recorrim os un est recho
corredor, siem pre guiados por un esclavo negro gigant esco, ornado
con unos brazalet es de oro, que nos conduj o hast a el soberbio y
espléndido j ardín int erior del palacio.
Est e j ardín, const ruido con exquisit o gust o, est aba som breado por
dos hileras de naranj os. Al j ardín se abrían varias puert as, algunas de
las cuales debían dar acceso al harén del palacio. Dos esclavas kafiras
que se hallaban ent ret enidas cogiendo flores, corrieron al vernos, a
refugiarse ent re los m acizos de flores y desaparecieron t ras las
colum nas.
Desde el j ardín, que m e pareció alegre y gracioso, se pasaba por
una puert a est recha, abiert a en un m uro bast ant e alt o, al prim er
pat io de la bellísim a vivienda. Digo el prim ero porque la residencia
disponía de ot ro en el ala izquierda del edificio.
En m edio de ese prim er pat io, cubiert o de espléndidos m osaicos,
se alzaba una fuent e de t res surt idores. Las t res curvas líquidas
form adas en el espacio brillaban al sol.
At ravesam os el pat io y, siem pre guiados por el esclavo de los
brazalet es de oro, ent ram os en el palacio. Cruzam os varias salas
ricam ent e alhaj adas con t apicerías bordadas con hilo de plat a y
llegam os por fin al aposent o en que se hallaba el prest igioso m inist ro
del rey.
Lo encont ram os recost ado en grandes coj ines, charlando con dos
am igos.
Uno de ellos –luego lo reconocí- era el j eque Salem Nassair,
nuest ro com pañero de avent uras del desiert o; el ot ro era un hom bre
baj o, de rost ro redondo, expresión bondadosa y barba ligeram ent e
gris, iba vest ido con un gust o exquisit o y llevaba en el pecho, una
m edalla de form a rect angular, con una de sus m it ades am arilla com o
el oro y la ot ra oscura com o el bronce.
El visir Maluf nos recibió con dem ost raciones de viva sim pat ía, y
dirigiéndose al hom bre de la m edalla, dij o risueño:
- Ahí t iene, m i querido I ezid, a nuest ro gran calculador. El j oven
que le acom paña es un bagdalí que lo descubrió por azar cuando iba
por los cam inos de Allah.
Dirigim os un respet uoso salam al noble j eque. Mas t arde supim os
que el que les acom pañaba era el fam oso poet a I ezid Abdul Ham id,
am igo y confident e del califa Al- Mot acén. Aquella m edalla singular la
había recibido com o prem io de m anos del Califa, por haber escrit o un
poem a con t reint a m il doscient os versos sin em plear ni una sola vez
las let ras Kaf, Kam y Ayn.
- Me cuest a t rabaj o creer, am igo Maluf, declaró en t ono risueño el
poet a I ezid, en las hazañas prodigiosas de est e calculador persa.
Cuando los núm eros se com binan, aparecen t am bién los art ificios de
los cálculos y las sut ilezas algebraicas. Al rey El- Harit , hij o de Modad,
se present ó ciert o día un m ago que afirm aba podía leer en la arena el
dest ino de los hom bres. “ ¿Hace ust ed cálculos exact os?” , le pregunt ó
el rey. Y ant es de que el m ago despert ase del est upor en que se
hallaba, el m onarca añadió: “ Si no sabe calcular, de nada valen sus
previsiones; si las obt iene por cálculo, dudo m ucho de ellas” . Aprendí
en la I ndia un proverbio que dice:

“ Hay que desconfiar siet e veces del cálculo y cien veces del
m at em át ico” .

Para poner fin a est a desconfianza –sugirió el Visir- , vam os a


som et er a nuest ro huésped a una prueba decisiva.
Y diciendo eso se alzó del cóm odo coj ín y cogiendo delicadam ent e
a Berem iz por el brazo lo llevó ant e uno de los m iradores de palacio.
Se abría el m irador hacia el segundo pat io lat eral, lleno en aquel
m om ent o de cam ellos. ¡Qué m aravillosos ej em plares! Casi t odos
parecían de buena raza, pero ví de pront o dos o t res cam ellos
blancos, de Mongolia, y varios carehs de pelo claro.
- Ahí t ienes, dij o el visir, una bella recua de cam ellos que com pré
ayer y que quiero enviar com o present e al padre de m i novia. Sé
exact am ent e, sin error, cuánt os son. ¿Podrías indicarm e su núm ero?
Y el visir, para hacer m ás int eresant e la prueba, dij o en secret o, al
oído de su am igo I ezid, el núm ero t ot al de anim ales que había en el
abarrot ado corral.
Yo m e asust é ant e el caso. Los cam ellos eran m uchos y se
confundían en una agit ación const ant e. Si m i am igo com et iera un
error de cálculo, nuest ra visit a al visir habría fracasado
last im osam ent e. Pero después de recorrer con la m irada aquella
inquiet a cáfila, el int eligent e Berem iz dij o:
- Señor Visir: según m is cálculos hay ahora en est e pat io 257
cam ellos.
- ¡Exact am ent e! confirm ó el visir. ¡Acert ó! ; el t ot al es realm ent e
257. ¡Kelim et - Uallah!
- ¿Y cóm o logró cont arlos t an de prisa y con t ant a exact it ud?
pregunt ó con curiosidad incont enible el poet a I ezid.
- Muy sencillam ent e, explicó Berem iz; cont ar los cam ellos uno por
uno sería a m i ver t area sin int erés, una bagat ela sin im port ancia.
Para hacer m ás int eresant e el problem a procedí de la siguient e
form a: cont é prim ero t odas las pat as y luego las orej as. Encont ré de
est e m odo un t ot al de 1.541. a ese t ot al añadí y dividí el result ado
por 6. Hecha est a pequeña división encont ré el cocient e exact o: 257.
- ¡Por la gloria de la Caaba! , exclam ó el visir con alegría. ¡Qué
original y fabuloso es t odo est o! ¡Quién iba a im aginarse que est e
calculador, para com plicar el problem a y hacerlo m ás int eresant e, iba
a cont ar las pat as y las orej as de 257 cam ellos!
Y repit ió con sincero ent usiasm o:
- ¡Por la gloria de la Caaba!
- He de aclarar, señor visir, añadió Berem iz que los cálculos se
hacen a veces com plicados y difíciles por descuido o falt a de habilidad
de quien calcula. Una vez, en Khoi, en Persia, cuando vigilaba el
rebaño de m i am o, pasó por el cielo una bandada de m ariposas. Un
past or, a m i lado, m e pregunt ó si podría cont arlas. “ ¡Hay ochocient as
cincuent a y seis! ” respondí. “ ¿Ochocient as cincuent a y seis?” ,
exclam ó m i com pañero com o si hallara exagerado aquel t ot al. Sólo
ent onces m e di cuent a de que por error había cont ado, no las
m ariposas, sino las alas. Hecha la correspondient e división por dos,
encont ré al fin el result ado ciert o.
Al oír el relat o de est e caso el visir solt ó una sonora carcaj ada que
sonó a m is oídos com o m úsica deliciosa.
- En t odo est o, dij o m uy serio el poet a I ezid, hay una part icularidad
que escapa a m i raciocinio. La división por 6 es acept able, pues cada
cam ello t iene 4 pat as y 2 orej as y la sum a 4 + 2 es igual a 6. Luego,
dividiendo el t ot al hallado –sum a de pat as y orej as de t odos los
cam ellos- o sea 1.541 por 6, obt endrem os el núm ero de cam ellos. No
com prendo sin em bargo, porque añadió un 1 al t ot al ant es de
dividirlo por seis.
- Nada m ás sencillo, respondió Berem iz. Al cont ar las orej as not é
que uno de los cam ellos t enía un pequeño defect o: le falt aba una
orej a.
Para que la cuent a fuera exact a había que sum ar 1 al t ot al.
Y volviéndose al visir, le pregunt ó:
- ¿Sería indiscreción o im prudencia por m i part e pregunt aros. ¡Oh
Visir! Cuánt os años t iene la que ha de ser vuest ra esposa?
- De ningún m odo, respondió sonrient e el m inist ro. Ast ir t iene 16
años.
Y añadió subrayando sus palabras con un ligero t ono de
desconfianza:
- Pero no veo relación alguna, señor calculador, ent re la edad de m i
novia y los cam ellos que voy a ofrecer com o present e a m i fut uro
suegro…
- Sólo deseaba, reflexionó Berem iz hacerle una pequeña
sugerencia. Si ret ira ust ed de la cáfila el cam ello defect uoso el t ot al
será 256. Y 256 es el cuadrado de 16, est o es, 16 veces 16. El
present e ofrecido al padre de la encant adora Ast ir t endrá de est e
m odo una perfección m at em át ica, al ser el núm ero t ot al de cam ellos
igual al cuadrado de la edad de la novia. Adem ás, el núm ero 256 es
pot encia exact a del núm ero 2 –que para los ant iguos era un núm ero
sim bólico- , m ient ras que el núm ero 257 es prim o. Est as relaciones
ent re los núm eros cuadrados son de buen augurio para los
enam orados. Hay una leyenda m uy int eresant e sobre los “ núm eros
cuadrados” . ¿Deseáis oírla?
- Con m ucho gust o, respondió el visir. Las leyendas fam osas
cuando est án bien narradas son un placer para m is oídos y siem pre
est oy dispuest o a escucharlas.
Tras oír las palabras lisonj eras del visir, el calculador inclinó la
cabeza con gest o de grat it ud, y com enzó:
- Se cuent a que el fam oso rey Salom ón, para dem ost rar la finura y
sabiduría de su espírit u, dio a su prom et ida, la reina de Saba –la
herm osa Belquisa- una caj a con 529 perlas. ¿Por qué 529? Se sabe
que 529 es igual a 23 m ult iplicado por 23. Y 23 era exact am ent e la
edad de la reina. En el caso de la j oven Ast ir, el núm ero 256
sust it uirá con m ucha vent aj a al 529.
Todos m iraron con ciert o espant o al calculador. Y ést e, con t ono
t ranquilo y sereno, prosiguió:
- Vam os a sum ar las cifras de 256. Obt enem os la sum a 13. El
cuadrado de 13 es 169. Vam os a sum ar las cifras de 169. Dicha sum a
es 16. Exist e en consecuencia ent re los núm eros 13 y 16 una curiosa
relación que podría ser llam ada “ am ist ad cuadrát ica” . Realm ent e, si
los núm eros hablaran, podríam os oír el siguient e diálogo. El Dieciséis
diría al Trece:
“ - Quiero rendirt e un hom enaj e de am ist ad, am igo. Mi cuadrado es
256 y la sum a de los guarism os de ese cuadrado es 13.
“ Y el Trece respondería:
“ - Agradezco t u gent ileza, querido am igo, y quiero corresponder en
la m ism a m oneda. Mi cuadrado es 169 y la sum a de los guarism os de
ese cuadrado es 16” .
Me parece que j ust ifiqué cum plidam ent e la preferencia que
debem os ot orgar al núm ero 256, que excede por sus singularidades
al núm ero 257.
- Es curiosa su idea, dij o de pront o el visir, y voy a ej ercit arla
aunque pese sobre m í la acusación de plagiar al gran Salom ón.
Y dirigiéndose al poet a I ezid, le dij o:
- Veo que la int eligencia de est e calculador no es m enor que su
habilidad para descubrir analogías e invent ar leyendas. Muy acert ado
est uve cuando decidí convert irlo en m i secret ario.
- sient o t ener que deciros, ilust re Mirza, replicó Berem iz, que solo
podré acept ar su honroso ofrecim ient o si hay aquí t am bién lugar para
m i am igo Hank- Tadé- Maiá, el bagdalí, que est á ahora sin t rabaj o y
sin recursos.
Quedé encant ado con la delicada gent ileza del calculador.
Procuraba, de est e m odo, at raer a m i favor la valiosa prot ección de
poderoso visir.
- Muy j ust a es t u pet ición, condescendió el visir. Tu com pañero
Hank- Tadé- Maiá, quedará ej erciendo aquí las funciones de “ escriba”
con el sueldo que le corresponde.
Acept é sin vacilar la propuest a, y expresé luego al visir y t am bién
al bondadoso Berem iz m i reconocim ient o.
CAPI TULO VI I

D e nue st r a visit a a l zoco de los m e r ca de r e s. Be r e m iz y e l


t u r ba n t e a zu l. El ca so de “los cu a t r o cu a t r os”. El pr oble m a de
los cin cu e n t a din a r e s. Be r e m iz r e su e lve e l pr oble m a y r e cibe
u n be llísim o obse qu io.

Días después, t erm inado nuest ro t rabaj o diario en el palacio del


visir, fuim os a dar un paseo por el zoco y los j ardines de Bagdad.
La ciudad present aba aquella t arde un int enso m ovim ient o, febril y
fuera de lo com ún. Aquella m ism a m añana habían llegado a la ciudad
dos ricas caravanas de Dam asco.
La llegada de las caravanas era siem pre un acont ecim ient o puest o
que era el único m edio de conocer lo que se producía en ot ras
regiones y países. Su función era, adem ás, doble por lo que respect a
al com ercio porque eran a la vez que vendedores, com pradores de los
art ículos propios del país que visit aban. Las ciudades con t al m ot ivo,
t om aban un aspect o inusit ado, lleno de vida.
En el bazar de los zapat eros, por ej em plo, no se podía ent rar,
había sacos y caj as con m ercancías am ont onadas en los pat ios y
est ant erías. Forast eros dam ascenos, con inm ensos y abigarrados
t urbant es, ost ent ando sus arm as en la cint ura, cam inaban
descuidados m irando con indiferencia a los m ercaderes. Se not aba un
olor fuert e a incienso, a kif y a especias. Los vendedores de
legum bres discut ían, casi se agredían, profiriendo t rem endas
m aldiciones en siríaco.
Un j oven guit arrist a de Moscú, sent ado en unos sacos, cant aba una
t onada m onót ona y t rist e:

Qué im port a la vida de la gent e


si la gent e, para bien o para m al,
va viviendo sim plem ent e
su vida.

Los vendedores, a la puert a de sus t iendas, pregonaban las


m ercancías exalt ándolas con elogios exagerados y fant ást icos, con la
fért il im aginación de los árabes.
- Est e t ej ido, m iradlo. ¡Digno del Em ir…!
- ¡Am igos; ahí t enéis un delicioso perfum e que os recordará el
cariño de la esposa…!
- Mira, ¡Oh j eque! , est as chinelas y est e lindo caft án que los dj ins
recom iendan a los ángeles.
Se int eresó Berem iz por un elegant e y arm onioso t urbant e azul
claro que ofrecía un sirio m edio corcovado, por 4 dinares. La t ienda
de est e m ercader era adem ás m uy original, pues t odo allí –t urbant es,
caj as, puñales, pulseras, et c.- era vendido a 4 dinares. Había un
let rero que decía con vist osas let ras:

Los cuat ro cuat ros

Al ver a Berem iz int eresado en com prar el t urbant e azul, le dij e:


- Me parece una locura ese luj o. Tenem os poco dinero, y aún no
pagam os la host ería.
- No es el t urbant e lo que int eresa, respondió Berem iz. Fíj at e en
que est a t ienda se llam a “ Los cuat ro cuat ros” . Es una coincidencia
digna de la m ayor at ención.
- ¿Coincidencia? ¿Por qué?
- La inscripción de ese cart el recuerda una de las m aravillas del
Cálculo: em pleando cuat ro cuat ros podem os form ar un núm ero
cualquiera…
Y ant es de que le int errogara sobre aquel enigm a, Berem iz explicó
m ient ras escribía en la arena fina que cubría el suelo:
- ¿Quieres form ar el cero? Pues nada m ás sencillo. Bast a escribir:

44 – 44

Ahí t ienes los cuat ro cuat ros form ando una expresión que es igual
a cero.
Pasem os al núm ero 1. Est a es la form a m ás cóm oda

44
44

Est a fracción represent a el cocient e de la división de 44 por 44. Y


est e cocient e es 1.
¿Quieres ahora el núm ero 2? Se pueden ut ilizar fácilm ent e los
cuat ro cuat ros y escribir:

4 4
-- + --
4 4

La sum a de las dos fracciones es exact am ent e igual a 2. El t res es


m ás difícil. Bast a escribir la expresión:

4 + 4 + 4
4

Fíj at e en que la sum a es doce; dividida por cuat ro da un cocient e


de 3. Así pues, el t res t am bién se form a con cuat ro cuat ros.
- ¿Y cóm o vas a form ar el núm ero 4? –le pregunt é- .
- Nada m ás sencillo –explicó Berem iz- ; el 4 puede form arse de
varias m aneras diferent es. He ahí una expresión equivalent e a 4.

4 - 4
4 + ----------
4
Observa que el segundo t érm ino

4 – 4
4

es nulo y que la sum a es igual a 4. La expresión escrit a equivale a:

4 + 0, o sea 4.

Me di cuent a de que el m ercader sirio escuchaba at ent o, sin perder


palabra, la explicación de Berem iz, com o si le int eresaran m ucho
aquellas expresiones arit m ét icas form adas por cuat ro cuat ros.
Berem iz prosiguió:
- Quiero form ar por ej em plo el núm ero 5. No hay dificult ad.
Escribirem os:
4 x 4 + 4
4

Est a fracción expresa la división de 20 por 4. Y el cocient e es 5. De


est e m odo t enem os el 5 escrit o con cuat ro cuat ros.
Pasem os ahora al 6, que present a una form a m uy elegant e:

4 + 4
---------- + 4
4

Una pequeña alt eración en est e int eresant e conj unt o lleva al
result ado 7.

44
--- - 4
4

Es m uy sencilla la form a que puede adopt arse para el núm ero 8


escrit o con cuat ro cuat ros:

4 + 4 + 4 – 4

El núm ero 9 t am bién es int eresant e:

4
4 + 4 + ---
4

Y ahora t e m ost raré una expresión m uy bella, igual a 10, form ada
con cuat ro cuat ros:

44 – 4
4
En est e m om ent o, el j orobado, dueño de la t ienda, que había
seguido las explicaciones de Berem iz con un silencio respet uoso,
observó:
- Por lo que acabo de oír, el señor es un exim io m at em át ico. Si es
capaz de explicarm e ciert o m ist erio que hace dos años encont ré en
una sum a, le regalo el t urbant e azul que quería com prarm e. Y el
m ercader narró la siguient e hist oria:
Prest é una vez 100 dinares, 50 a un j eque de Medina y ot ros 50 a
un j udío de El Cairo.
El m edinés pagó la deuda en cuat ro part es, del siguient e m odo:
20, 15, 10 y 5, es decir:

Pagó 20 y quedó debiendo 30


“ 15 “ “ “ 15
“ 10 “ “ “ 5
“ 5 “ “ “ 0
Sum a 50 Sum a 50

Fíj ese, am igo m ío, que t ant o la sum a de las cuant ías pagadas
com o la de los saldos deudores, son iguales a 50.
El j udío cairot a pagó igualm ent e los 50 dinares en cuat ro plazos,
del siguient e m odo:
Pagó 20 y quedó debiendo 30
“ 18 “ “ “ 12
“ 3 “ “ “ 9
“ 9 “ “ “ 0
Sum a 50 Sum a 51

Conviene observar ahora que la prim era sum a es 50 –com o en el


caso ant erior- , m ient ras la ot ra da un t ot al de 51. Aparent em ent e
est o no debería suceder.
No sé explicar est a diferencia de 1 que se observa en la segunda
form a de pago. Ya sé que no quedé perj udicado, pues recibí el t ot al
de la deuda, pero, ¿cóm o j ust ificar el que est a segunda sum a sea
igual a 51 y no a 50 com o en el prim er caso?
- Am igo m ío, explicó Berem iz, est o se explica con pocas palabras.
En las cuent as de pago, los saldos deudores no t ienen relación
ninguna con el t ot al de la deuda. Adm it am os que la deuda de 50
fuera pagada en t res plazos, el prim ero de 10; el segundo de 5; y el
t ercero de 35. La cuent a con los saldos sería:

Pagó 10 y quedó debiendo 40


“ 5 “ “ “ 35
“ 35 “ “ “ 0
Sum a 50 Sum a 75

En est e ej em plo, la prim era sum a sigue siendo 50, m ient ras la
sum a de los saldos es, com o véis, 75; podía ser 80, 99, 100, 260,
800 o un núm ero cualquiera. Sólo por casualidad dará exact am ent e
50, com o en el caso del j eque, o 51, com o en el caso del j udío.
El m ercader quedó m uy sat isfecho por haber ent endido la
explicación de Berem iz, y cum plió la prom esa ofreciendo al calculador
el t urbant e azul que valía cuat ro dinares.
CAPI TULO VI I I

D on de Be r e m iz dise r t a sobr e la s for m a s ge om é t r ica s. D e


n u e st r o fe liz e n cue n t r o con e l j e qu e Sa le m N a ssa ir y con su s
a m igos los cr ia dor e s de ove j a s. Be r e m iz r e su e lve e l pr oble m a
de la s ve in t iu n a va sij a s y ot r o qu e ca u sa e l a som br o de los
m e r ca de r e s. Cóm o se e x plica la de sa pa r ición de u n din a r de
u n a cu e n t a de t r e in t a .

Se m ost ró Berem iz sat isfechísim o al recibir el bello present e del


m ercader sirio.
- Est á m uy bien hecho, dij o dando la vuelt a al t urbant e y m irándolo
cuidadosam ent e por un lado y por ot ro. Tiene sin em bargo un
defect o, en m i opinión, que podría ser evit ado fácilm ent e. Su form a
no es rigurosam ent e geom ét rica.
Lo m iré sin poder esconder m i sorpresa. Aquel hom bre, aquel
original calculador, t enía la m anía de t ransform ar las cosas m ás
vulgares hast a el punt o de dar form a geom ét rica incluso a los
t urbant es de los m usulm anes.
- No se sorprenda, am igo m ío, prosiguió el int eligent e persa, de que
quiera t urbant es en form as geom ét ricas. La Geom et ría est á en t odas
part es. Fíj ese en las form as regulares y perfect as que present an
m uchos cuerpos. Las flores, las hoj as e incont ables anim ales revelan
sim et rías adm irables que deslum bran nuest ro espírit u.
La Geom et ría, repit o, exist e en t odas part es: en el disco solar, en
las hoj as, en el arco iris, en la m ariposa, en el diam ant e, en la
est rella de m ar y hast a en un dim inut o grano de arena. Hay, en fin,
una infinit a variedad de form as geom ét ricas ext endidas por la
nat uraleza. Un cuervo que vuela lent am ent e por el cielo, describe con
la m ancha negra de su cuerpo figuras adm irables. La sangre que
circula por las venas del cam ello no escapa t am poco a los rigurosos
principios geom ét ricos, ya que sus glóbulos present an la singularidad
–única ent re los m am íferos- de t ener form a elípt ica; la piedra que se
t ira al chacal im port uno dibuj a en el aire una curva perfect a,
denom inada parábola; la abej a const ruye sus panales con la form a de
prism as hexagonales y adopt a est a form a geom ét rica, creo yo, para
obt ener su casa con la m ayor econom ía posible de m at erial.
La Geom et ría exist e, com o dij o el filósofo, en t odas part es. Es
preciso, sin em bargo, t ener oj os para verla, int eligencia para
com prenderla y alm a para adm irarla.
El rudo beduino ve las form as geom ét ricas, pero no las ent iende; el
sunit a las ent iende, pero no las adm ira; el art ist a, en fin, ve a la
perfección las figuras, com prende la Belleza, y adm ira el Orden y la
Arm onía. Dios fue el Gran Geóm et ra. Geom et rizó el Cielo y la Tierra.
Exist e en Persia una plant a m uy apreciada com o alim ent o por los
cam ellos y las ovej as, y cuya sim ient e…
Y siem pre discurriendo, con ent usiasm o, sobre la m ult it ud de
bellezas que encierra la Geom et ría, fue Berem iz cam inando por la
ext ensa y polvorient a carret era que va del Zoco de los Mercaderes al
Puent e de la Vict oria. Yo lo acom pañaba en silencio, em bebido en sus
curiosas enseñanzas.
Después de cruzar la Plaza Musaén, t am bién llam ada Refugio de
los Cam elleros, avist am os la bella Host ería de las Siet e Penas, m uy
frecuent ada en los días calurosos por los viaj eros y beduinos llegados
de Dam asco y de Mosul.
La part e m as pint oresca de esa Host ería de las Siet e Penas era su
pat io int erior, con buena som bra para los días de verano, y cuyas
paredes est aban t ot alm ent e cubiert as de plant as de colores t raídas
de las m ont añas del Líbano. Allí se vivía en un am bient e de
com odidad y de reposo.
En un viej o cart el de m adera, j unt o al que los beduinos am arraban
sus cam ellos, se podía leer:

“ HOSTERI A DE LAS SI ETE PENAS”

- ¡Siet e Penas! , m urm uró Berem iz observando el cart el. ¡Es curioso!
¿Conoces por casualidad al dueño de est a host ería?
- Lo conozco m uy bien, respondí. Es un viej o cordelero de Trípoli
cuyo padre sirvió en las t ropas del sult án Queruán. Le llam an “ El
Tripolit ano” . Es bast ant e est im ado, por su caráct er sencillo y
com unicat ivo. Es hom bre honrado y acogedor. Dicen que fue al
Sudán con una caravana de avent ureros sirios y t raj o de t ierras
africanas cinco esclavos negros que le sirven con increíble fidelidad.
Al regresar del Sudán dej ó su oficio de cordelero y m ont ó est a
host ería, siem pre auxiliado por los cinco esclavos.
- Con esclavos o sin esclavos, replicó Berem iz ese hom bre, el
Tripolit ano, debe de ser bast ant e original. Puso en su host ería el
núm ero siet e para form ar el nom bre, y el siet e fue siem pre, para
t odos los pueblos: m usulm anes, crist ianos, j udíos, idólat ras o
paganos, un núm ero sagrado, por ser la sum a del núm ero “ t res” –
que es divino- y el núm ero “ cuat ro” - que sim boliza el m undo
m at erial. Y de esa relación result an num erosas vinculaciones ent re
elem ent os cuyo t ot al es “ siet e” .

Siet e las puert as del infierno;


Siet e los días de la sem ana;
Siet e los sabios de Grecia;
Siet e los cielos que cubren el Mundo;
Siet e los planet as;
Siet e las m aravillas del m undo.

E iba a proseguir el elocuent e calculador con sus ext rañas


observaciones sobre el núm ero sagrado, cuando vim os a la puert a de
la host ería, a nuest ro buen am igo, el j eque Salem Nasair, que
repet idam ent e nos llam aba con un gest o de la m ano.
- Muy feliz m e sient o por habert e hallado ahora. ¡Oh Calculador! ,
dij o risueño el j eque cuando nos acercam os a él. Tu llegada es
providencial, no solo para m í, sino t am bién para est os t res am igos
que est án aquí en la host ería.
Y añadió, con sim pat ía y visible int erés.
- ¡Pasad! ¡Venid conm igo, que el caso es m uy difícil!
Nos hizo seguirle por el int erior de la host ería a t ravés de un
corredor sum ido en la penum bra, húm edo, hast a que llegam os al
pat io int erior, acogedor y claro. Había allí cinco o seis m esas
redondas. Junt o a una de est as m esas se hallaban t res viaj eros.
Los hom bres, cuando el j eque y el Calculador se aproxim aron a
ellos, levant aron la cabeza e hicieron el salam . Uno de ellos parecía
m uy j oven; era alt o, delgado, de oj os claros y ost ent aba un bellísim o
t urbant e am arillo com o la yem a del huevo, con una barra blanca
donde lanzaba dest ellos una esm eralda de rara belleza; los ot ros dos
eran baj os, de anchas espaldas y t enían la piel oscura, com o los
beduinos de África.
Se diferenciaban de los dem ás t ant o por su aspect o com o por sus
vest idos. Est aban absort os en una discusión que a j uzgar por los
adem anes era enconada com o ocurre cuando la solución al problem a
es difícil de hallar.
El j eque dirigiéndose a los t res m usulm anes, dij o:
- ¡Aquí t enem os al exim io Calculador!
Luego señalando a ést os añadió:
- ¡Aquí est án m is t res am igos! Son criadores de carneros y vienen
de Dam asco. Se les plant ea ahora uno de los m ás curiosos problem as
que haya vist o en m i vida. Es el siguient e:
Com o pago de un pequeño de lot e de carneros recibieron aquí en
Bagdad, una part ida de vino excelent e, envasado en 21 vasij as
iguales, de las cuales se hallan:

7 llenas
7 m ediadas
7 vacías

Quieren ahora repart irse est as 21 vasij as de m odo que cada una
de ellos reciba el m ism o núm ero de vasij as y la m ism a cant idad de
vino.
Repart ir las vasij as es fácil. Cada uno se quedará con siet e. La
dificult ad est á, según ent iendo, en repart ir el vino sin abrir las
vasij as; es decir, dej ándolas exact am ent e com o est án. ¿Será posible,
¡oh Calculador! , hallar una solución sat isfact oria a est e problem a?
Berem iz, después de m edit ar en silencio durant e dos o t res
m inut os, respondió:
- El repart o de las 21 vasij as podrá hacerse, ¡oh j eque! sin grandes
cálculos. Voy a indicarle la solución que m e parece m ás sencilla. Al
prim er socio le corresponderán:

2 vasij as llenas;
1 m ediada
3 vacías.

Recibirá así un t ot al de 7 vasij as.


Al segundo socio le corresponderán:

2 vasij as llenas;
3 m ediadas;
2 vacías.

Recibirá así t am bién siet e vasij as.

La part e que corresponderá al t ercero será igual a la del segundo,


est o es:

2 vasij as llenas;
3 m ediadas;
2 vacías.

Según la división que acabo de indicar cada socio recibirá 7 vasij as


e igual cant idad de vino. En efect o: Llam em os 2 –dos- a la porción de
vino de una vasij a llena, y 1 a la porción de vino de la vasij a
m ediada.

El prim er socio recibirá, de acuerdo con la división:

2 + 2 + 2 + 1

y esa sum a es igual a siet e unidades de vino.

Cada uno de los ot ros dos socios recibirán:

2 + 2 + 1 + 1 + 1

y esa sum a es t am bién igual a 7 unidades de vino.


Est o viene a robar que la división que he sugerido es ciert a y j ust a.
El problem a, que en apariencia es com plicado, no ofrece la m ayor
dificult ad en cuant o a su resolución num érica.
La solución present ada por Berem iz fue recibida con m ucho
agrado, no solo por el j eque, sino t am bién por sus am igos
dam acenos.
Exposición gráfica de la resolución del Problem a de las Veint iuna
Vasij as. La prim era hilera est á const it uida por las siet e vasij as llenas,
la segunda por las siet e vasij as m edianas y la t ercera por las siet e
vasij as vacías. La part ición propuest a deberá efect uarse siguiendo las
líneas punt eadas.

- ¡Por Allah! , exclam ó el j oven de la esm eralda. ¡Ese calculador es


prodigioso! Resolvió en un m om ent o un problem a que nos parecía
dificilísim o.
Y volviéndose al dueño de la host ería, pregunt ó en t ono m uy
am ist oso:
- Oye, Tripolit ano. ¿Cuánt o hem os gast ado aquí, en est a m esa?
Respondió el int erpelado:
- El gast o t ot al, con la com ida, fue de t reint a dinares.
El j eque Nasair deseaba pagar él solo la cuent a, pero los
dam acenos se negaron a que lo hiciera, ent ablándose una pequeña
discusión, un cam bio de gent ilezas, en el que t odos hablaban y
prot est aban al m ism o t iem po. Al final se decidió que el j eque Nasair,
que había sido invit ado a la reunión, no cont ribuiría al gast o. Y cada
uno de los dam ascenos pagó diez dinares. La cuent a t ot al de 30
dinares fue ent regada a un esclavo sudanés y llevada al Tripolit ano.
Al cabo de un m om ent o volvió el esclavo y dij o:
- El pat rón m e ha dicho que se equivocó. El gast o asciende a 25
dinares. Me ha dicho, pues, que les devuelva est os cinco.
- Ese Tripolit ano, observó Nasair, es honrado, m uy honrado.
Y t om ando las cinco m onedas que habían sido devuelt as, dio una a
cada uno de los dam ascenos y así de las cinco m onedas sobraron
dos. Después de consult ar con una m irada a los dam ascenos, el j eque
las ent regó com o propina al esclavo sudanés que había servido el
alm uerzo.
En est e m om ent o el j oven de la esm eralda se levant ó, y
dirigiéndose m uy serio a los am igos, habló así:
- Con est e asunt o del pago de los t reint a dinares de gast o nos
hem os arm ado un lío m ayúsculo.
- ¿Un lío? No hay ningún lío, se asom bró el j eque. No veo por
dónde…
- Sí, confirm ó el dam asceno. Un lío m uy serio y un problem a que
parece absurdo. Desapareció un dinar. Fíj ense. Cada uno de nosot ros
pagó en realidad solo 9 dinares. Som os t res: en consecuencia el pago
t ot al fue de 27 dinares. Sum ando esos 27 dinares a los dos de la
propina que el j eque ha dado al esclavo sudanés, t enem os 29
dinares. De los 30 que le fueron dados al Tripolit ano, solo aparecen,
29. ¿Dónde est á, pues, el ot ro dinar? ¿Cóm o desapareció? ¿Qué
m ist erio es ést e?
El j eque Nasair, al oír aquella observación, reflexionó:
- Es verdad, dam asceno. A m i ver, t u raciocinio es ciert o. Tienes
razón. Si cada uno de los am igos pagó 9 dinares, hubo un t ot al de
27 dinares; con los 2 dinares dados al esclavo, result a un t ot al de 29
dinares. Para 30 –t ot al del pago inicial- falt a uno. ¿Cóm o explicar
est e m ist erio?
En est e m om ent o, Berem iz, que se m ant enía en silencio, int ervino
en el debat e y dij o dirigiéndose al j eque:
- Est á equivocado, j eque. La cuent a no se debe hacer de ese m odo.
De los t reint a dinares pagados al Tripolit ano por la com ida, t enem os:

25 para el Tripolit ano


2 devuelt os
2 propina al esclavo sudanés.
No desapareció nada y no puede haber el m enor lío en una cuent a
t an sencilla. En ot ras palabras: De los 27 dinares pagados - 9 veces 3,
25 quedaron con el Tripolit ano y 2 fueron la propina del sudanés.
Los dam ascenos al oír la explicación de Berem iz, prorrum pieron en
est repit osas carcaj adas.
- ¡Por los m érit os del Profet a! , exclam ó el que parecía m ás viej o.
Est e Calculador acabó con el m ist erio del dinar desaparecido y salvó
el prest igio de est a viej a host ería… ¡allah!
CAPI TULO I X

D on de se n a r r a n la s cir cu n st a n cia s y los m ot ivos de la


h on r osa visit a qu e n u e st r o a m igo e l j e qu e I e zid, e l Poe t a , se
dign a r a h a ce r n os. Ex t r a ñ a con se cu e n cia de la s pr e vision e s de
u n a st r ólogo. La m u j e r y la s M a t e m á t ica s. Be r e m iz e s in vit a do
a e n se ñ a r M a t e m á t ica s a u n a h e r m osa j ove n . Sit ua ción
sin gu la r de la m ist e r iosa a lu m n a . Be r e m iz h a bla de su a m igo y
m a e st r o, e l sa bio N ô- Elim .

En el últ im o día del Moharra, al caer la noche, vino a buscarnos a


la host ería el prest igioso I ezid- Abdul- Ham id, am igo y confidene del
Califa.
- ¿Algún nuevo problem a a resolver, j eque?, pregunt ó sonrient e
Berem iz.
- ¡Lo has adivinado, am igo m ío! , respondió nuest ro visit ant e. Me
encuent ro ant e un serio problem a. Tengo una hij a llam ada Telassim ,
dot ada de viva int eligencia y de acent uada inclinación a los est udios.
Cuando Telassim nació, consult é a un ast rólogo fam oso que sabía
desvelar el fut uro m ediant e la observación de las nubes y las
est rellas. El m ago m e dij o que m i hij o viviría feliz hast a los 18 años.
A part ir de est a edad, se vería am enazada por una serie de
lam ent ables desgracias. Pero había no obst ant e un m edio de evit ar
que la infelicidad viniera a t urbar t an hondam ent e su dest ino.
Telassim –dij o el m ago- debería aprender las propiedades de los
núm eros y las m últ iples operaciones que con ellos se efect úan. Pero
para dom inar los núm eros y hacer cálculos, es preciso conocer la
ciencia de Al Kharism i, est o es la Mat em át ica. Decidí pues asegurarle
a Telassim un fut uro feliz haciéndole est udiar los m ist erios del Cálculo
y de la Geom et ría.
El generoso j eque hizo una ligera pausa y prosiguió luego:
- Busqué varios ulem as de la cort e, pero no logré encont rar ni uno
que se viera capaz de enseñar Geom et ría a una j oven de 17 años.
Uno de ellos dot ado sin em bargo de gran t alent o, int ent ó incluso
disuadirm e de m i propósit o: “ Quién int ent ara enseñar a cant ar a una
j irafa –m e dij o- cuyas cuerdas vocales son incapaces de producir el
m enor ruido, perdería lam ent ablem ent e el t iem po y haría un t rabaj o
nút il. La j irafa j am ás cant ará. Y el cerebro fem enino –m e dij o el
daroes- es incom pat ible con las m ás sencillas nociones de Cálculo y
de Geom et ría. Est a incom parable ciencia se basa en el raciocinio, en
el em pleo de fórm ulas y en la aplicación de principios dem ost rables
con los poderosos recursos de la Lógica y de las proporciones. ¿Cóm o
va a poder una m uchacha encerrada en el harén de su padre
aprender las fórm ulas del álgebra y los t eorem as de la Geom et ría?
¡Nunca! Es m ás fácil para una ballena ir a La Meca en peregrinación
que para una m uj er aprender Mat em át icas. ¿Para qué luchar cont ra
lo im posible? ¡Makt ub! “ Si la desgracia ha de caer sobre nosot ros,
hágase la volunt ad de Allah…”
El j eque, m uy serio, se levant ó de su coj ín y cam inó cinco o seis
pasos hacia un lado y ot ro. Luego prosiguió con m elancolía aún
m ayor.
- El desánim o, el gran corrupt or, se apoderó de m i espírit u al oír
est as palabras. No obst ant e, yendo un día a visit ar a m i buen am igo
Salem Nasair, el m ercader, oí elogiosas referencias sobre el nuevo
calculador persa que había llegado a Bagdad. Me habló del episodio
de los ocho panes. El caso, narrado con t odo det alle, m e im presionó
profundam ent e. Procuré conocer el calculador de los ocho panes y fui
a esperarle especialm ent e a casa del visir Maluf. Y quedé asom brado
ant e la original solución dada al problem a de los 257 cam ellos,
reducidos al final a 256. ¿Te acuerdas?
Y el j eque I ezud, alzando el rost ro y m irando solem nem ent e al
calculador, añadió:
- ¿Serés capaz, ¡oh herm ano de los árabes! , de enseñar los
art ificios del Cálculo a m i hij a Telassim ? Te pagaré por las lecciones el
precio que m e pidas. Y podrás, com o hast a ahora, seguir ej erciendo
el cargo de secret ario del visir Maluf.
- ¡Oh j eque generoso! , replicó pront am ent e Berem iz. No veo m ot ivo
para dej ar de at ender a su honrosa invit ación. En pocos m eses podré
enseñar a su hij a t odas las operaciones algebraicas y los secret os de
la Geom et ría. Se equivocan doblem ent e los filósofos cuando creen
m edir con unidades negat ivas la capacidad int elect ual de la m uj er. La
int eligencia fem enina, cuando se halla bien orient ada, puede acoger
con incom parable perfección las bellezas y secret os de la ciencia.
Fácil t area sería desm ent ir los concept os inj ust os form ulados por el
daroes. Los hist oriadores cit an varios ej em plos de m uj eres que
dest acaron en el cult ivo de la Mat em át icas. En Alej andría, por
ej em plo, vivió Hiparía, que enseñó la ciencia del Cálculo a cent enares
de personas, com ent ó las obras de Diáfano, analizó los dificilísim os
t rabaj os de Apólonio y rect ificó t odas las t ablas ast ronóm icas
ent onces em pleadas. No hay m ot ivo para incert idum bre o t em or, ¡oh
j eque! Su hij a aprenderá fácilm ent e la ciencia de Pit ágoras.
¡I nch’Allah! Solo espero que det erm ine el día y hora en que t engo
que iniciar las lecciones.
El noble I ezid le respondió:
- ¡Lo ant es posible! Telassim ya cum plió 17 años, y est oy ansioso
de librarla de las t rist es previsiones de los ast rólogos.
Y añadió:
- He de advert irt e, sin em bargo, de una part icularidad que no dej a
de t ener su im port ancia. Mi hij a vive encerrada en el harén y j am ás
fue vist a por ningún hom bre ext raño a nuest ra fam ilia. Solo podrá
asist ir a las clases de Mat em át icas ocult a t ras un espeso t apiz y con
el rost ro cubiert o por un velo y vigilada por dos esclavas de
confianza. ¿Acept as, a pesar de est a condición, m i propuest a?
- Acept o con viva sat isfacción, respondió Berem iz. Es evident e que
el recat o y el pudor de una j oven valen m ás que los cálculos y las
fórm ulas algebraicas. Plat ón, el filósofo, m andó colocar a la puert a de
su escuela el siguient e secret o: “ Nadie ent re si no sabe Geom et ría” .
Un día se present ó un j oven de cost um bres libert inas y m ost ró
deseos de frecuent ar la Academ ia plat ónica. El m aest ro, sin em bargo,
se negó a adm it irlo, diciendo: “ La Geom et ría es t oda ella pureza y
sim plicidad. Y t u falt a de pudor ofende a una ciencia t an pura” . El
célebre discípulo de Sócrat es procuraba de ese m odo dem ost rar que
la Mat em át ica no arm oniza con la depravación y con la t orpe
indignidad de los espírit us inm ort ales. Serán, pues, encant adoras las
lecciones dadas a esa j oven que no conozco y cuyo rost ro j am ás
t endré la fort una de adm irar. Si Allah quiere, m añana m ism o podré
em pezar las clases.
- Perfect am ent e, repuso el j eque. Uno de m is siervos vendrá
m añana a buscart e poco después de la oración segunda. ¡Uassalam !
Cuando el j eque I ezid abandonó la host ería, int erpelé al calculador
porque m e pareció que el com prom iso era superior a sus fuerzas.
- Escucha Berem iz. Hay en t odo est o un punt o oscuro para m í.
¿Cóm o vas a poder enseñar Mat em át icas a una j oven cuando en
verdad nunca est udiast e est a ciencia en los libros ni asist ist e a las
lecciones de los ulem as? ¿Cóm o lograst e aprender el cálculo que
aplicas con t ant a brillant ez y oport unidad? Bien sé, ¡oh Calculador! ,
que em pezast e a desvelar los m ist erios de la Mat em át ica ent re
ovej as, higueras y bandadas de páj aros cuando eras past or allá en t u
t ierra…
- ¡Est ás equivocado, bagdalí! , reconsideró con serenidad el
calculador. Mient ras vigilaba los rebaños de m i am o, allá en Persia,
conocí a un viej o derviche llam ado Nô- Elim . Una vez lo salvé de la
m uert e en m edio de una violent a t em pest ad de arena. Desde
ent onces fue m i m ej or am igo. Era un gran sabio y m e enseñó cosas
út iles y m aravillosas.
Después de las lecciones que recibí de t al m aest ro, m e sient o
capaz de enseñar Geom et ría hast a el últ im o libro del inolvidable
Euclides Alej andrino.
CAPI TULO X

D e n u e st r a lle ga da a l Pa la cio de I e zid. El r e n cor oso Ta r a - Tir


de scon fía de los cá lcu los de Be r e m iz. Los pá j a r os ca u t ivos y
los n ú m e r os pe r fe ct os. El H om br e qu e Ca lcu la ba e x a lt a la
ca r ida d de l j e qu e . D e u n a m e lodía qu e lle gó a n u e st r os oídos,
lle n a de m e la n colía y a ñ or a nza com o la s e n de ch a s de u n
r u ise ñ or solit a r io.

Pasaba m uy poco t iem po de la cuart a hora cuando dej am os la


host ería y t om am os el cam ino de la casa de I ezid- Abul- Ham id.
Guiados por el siervo am able y diligent e, at ravesam os rápidam ent e
las calles t ort uosas del barrio de Muassan y llegam os a un luj oso
palacio const it uido en m edio de un at ract ivo parque.
Berem iz quedó m aravillado del aire dist inguido que el rico I ezid,
procuraban dar a su residencia. En el cent ro del parque se erguía una
gran cúpula plat eada donde los rayos del sol se deshacían en
bellísim os efect os policrom os. Un gran pat io, cerrado por un fuert e
port ón de hierro ornado con los m ás bellos det alles del art e, daba
ent rada al int erior del edificio.
Un segundo pat io int erior, que t enía en el cent ro un bien cuidado
j ardín, dividía el edificio en dos pabellones. Uno de ellos est aba
ocupado por los aposent os part iculares; el ot ro est aba dest inado a los
salones de reunión y a la sala donde el j eque se reunía a m enudo con
ulem as, poet as y visires.
El palacio del j eque, a pesar de la ornam ent ación art íst ica de las
colum nas, era t rist e y som brío. Quien se fij ara en las vent anas
enrej adas no podría apreciar las pom pas del art e con que t odos los
aposent os est aban int eriorm ent e revest idos.
Una larga galería con arcadas, sust ent ada por nueve o diez
esbelt as colum nas de m árm ol blanco, con arcos de herradura, zócalos
de azulej os sin relieve y el piso de m osaico, com unicaba los dos
pabellones y dos soberbias escaleras de honor, t am bién de m árm ol
blanco, llevaban al j ardín, donde había un m anso lago rodeado de
flores de form as y perfum es diversos.
Una gran j aula llena de páj aros, ornada t am bién de arabescos de
m osaico, parecía ser la pieza m ás im port ant e del j ardín. Había allí
aves de cant o exót ico, form as singulares y rut ilant e plum aj e.
Algunas, de peregrina belleza, pert enecían a especies desconocidas
para m í.
Nos recibió, m uy cordialm ent e, el dueño de la casa llegando a
nuest ro encuent ro desde el j ardín. Le acom pañaba un j oven m oreno,
flaco, de anchos hom bros, que no dem ost ró dem asiada am abilidad en
su com port am ient o. Ost ent aba en la cint ura un riquísim o puñal con
em puñadura de m arfil. Tenía una m irada penet rant e y agresiva. Su
m anera de hablar, agit ada e inquiet a, result aba m uy desagradable.
- ¡Vaya! ¿Así que es ese el calculador? Observó subrayando sus
palabras con un t ono de desdén. ¡Qué buena fe t ienes, querido I ezid!
¿Y vas a perm it ir que un m endigo cualquiera se acerque y dirij a la
palabra a la bella Telassim ? ¡Es lo que falt aba! ¡Por Allah! ¡Mira que
eres ingenuo!
Y prorrum pió en una inj uriosa carcaj ada.
Aquella grosería m e indignó y m e dieron ganas de acabar a
puñet azos con la descort esía de aquel at revido. Berem iz, sin
em bargo, no perdió la calm a. Era incluso posible que el calculador
descubriera en aquel m om ent o, en las palabras insult ant es que
acababa de oír, nuevos elem ent os para hacer cálculos y resolver
problem as.
El poet a, m olest o por la act it ud poco delicada de su am igo, dij o:
- Perdona, Calculador, el j uicio precipit ado de m i prim o el- hadj
Tara- Tir. El no conoce y, por t ant o, no puede valorar debidam ent e, t u
capacidad m at em át ica, y est á m ás preocupado ue cualquier ot ro por
el fut uro de Telassim .
El j oven exclam ó:
- ¡Pues claro que no conozco los t alent os m at em át icos de est e
ext ranj ero! No m e im port a en absolut o saber cuánt os cam ellos pasan
por Bagdad en busca de som bra y alfalfa, replicó el iracundo Tara- Tir
con aire desdeñoso y sonriendo t orvam ent e.
Y luego, hablando de prisa, at ropellándose las palabras, cont inuó:
- Puedo probar en pocos m inut os, querido prim o, que est ás
com plet am ent e equivocado con respect o a la capacidad de est e
avent urero. Si m e lo perm it es, voy a acabar con su ciencia
fundam ent ada en dos o t res banalidades que oí a un m aest ro de
Mosul.
- ¡Claro que sí! , ¿por qué no ha de perm it írt elo?, consist ió I ezid.
Ahora m ism o puedes int errogar a nuest ro Calculador y plant earle el
problem a que se t e ocurra.
- ¿Problem as? ¿Para qué? ¿Quieres confront ar la ciencia que aúlla?,
exclam ó groseram ent e. Te aseguro que no va a ser necesario
invent ar ningún problem a para desenm ascarar al sufist a ignorant e.
Llegaré al result ado que pret endo sin necesidad de fat igar la
m em oria, y m ucho ant es de lo que piensas.
Y señalando hacia la gran paj arera int erpeló a Berem iz clavando en
él sus oj os m enudos que dest elleaban con fuerza inexorable y fría.
- ¡Respóndem e, “ Calculador del Anade” . ¿Cuánt os páj aros hay en
esa paj arera?
Berem iz Sam ir se cruzó de brazos y se puso a observar con viva
at ención el vivero indicado. Sería prueba de locura –pensé yo-
int ent ar cont ar los páj aros que revolot eaban inquiet os por la j aula,
salt ando con increíble ligereza de una percha a ot ra.
Se hizo un silencio expect ant e.
Al cabo de unos segundos, el calculador se volvió hacia el generoso
I ezid y le dij o:
- Os ruego, ¡oh j eque! , que m andéis solt ar inm ediat am ent e a t res
de esos páj aros caut ivos; será así m ás sencillo y agradable para m í
anunciar el núm ero t ot al…
Aquella pet ición t enía t odo el aire de un disparat e. Es lógico que
quien sea capaz de cont ar ciert o núm ero podrá cont arlo t am bién con
t res unidades m ás.
I ezid, int rigadísim o con la inesperada pet ición del Calculador, hizo
venir al encargado de la paj arera y dio orden de que fuera at endida la
pet ición de Berem iz. Liberados de la prisión, t res lindos colibríes
volaron raudos hacia el cielo.
- Ahora hay en est a paj arera, declaró Berem iz en t ono pausado,
cuat rocient os novent a y seis páj aros.
- ¡Adm irable! , exclam ó I ezid con ent usiasm o. ¡La cifra exact a! ¡Y
Tara- Tir lo sabe! Yo se lo dij e: m edio m illar exact o había en m i
colección. Ahora, libres los t res que solt am os y un ruiseñor que
m andé a Moscú, quedan 496…
- Acert ó por casualidad, refunfuñó Tara- Tir con gest o de rencor.
El poet a I ezid, inst igado por la curiosidad, le pregunt ó a Berem iz:
- ¿Puedes decirm e, am igo, por qué preferist e cont ar 496, cuando
t an sencillo eran sum ar 496 + 3, o decir sim plem ent e 489?
- Te lo explicaré ¡oh j eque! , respondió con orgullo Berem iz. Los
m at em át icos procuran siem pre dar preferencia a los núm eros
not ables y evit ar result ados inexpresivos o vulgares. Pero ent re el
499 y el 496 no hay duda posible. El núm ero 496 es un núm ero
perfect o y debe m erecer t oda nuest ra preferencia.
- ¿Y qué quiere decir un núm ero perfect o?, pregunt ó el poet a. ¿En
qué consist e la perfección de un núm ero?
- Núm ero perfect o, explicó Berem iz, es el que present a la propiedad
de ser igual a la sum a de sus divisores, excluyéndose claro est á, de
ent re ellos el propio núm ero.
Así, por ej em plo, el núm ero 28 present a 5 divisores m enores que
28:

1, 2, 4, 7, 14

La sum a de esos divisores:

1 + 2 + 4 + 7 + 14

es precisam ent e igual a 28. Luego 28 pert enece a la cat egoría de


los núm eros perfect os.
El núm ero 6 t am bién es perfect o. Los divisores de 6 –m enores de
6- son:

1, 2 y 3
cuya sum a es 6.
Al lado del 6 y del 28 puede figurar el 496 que es t am bién, com o
ya dij e, un núm ero perfect o.
El rencoroso Tara- Tir sin querer oír las nuevas explicaciones de
Berem iz, se despidió del j eque I ezid y se ret iró m ascullando con ira,
pues no había sido pequeña su derrot a ant e la pericia del Calculador.
Al pasar ant e m í m e m iró de soslayo con aire de soberano desprecio.
- Te ruego, ¡oh calculador! , se disculpó una vez m ás el noble I ezid,
que no t e sient as ofendido por las palabras de m i prim o Tara- Tir. Es
un hom bre de t em peram ent o exalt ado y desde que asum ió la
dirección de las m inas de sal, en Al- Derid, se ha vuelt o irascible y
violent o. Ya sufrió cinco at ent ados y varias agresiones de esclavos.
Era evident e que el int eligent e Berem iz no quería causar m olest ias
al j eque. y respondió, lleno de m ansedum bre y bondad:
- Si deseam os vivir en paz con el prój im o t enem os que refrenar
nuest ra ira y cult ivar la m ansedum bre. Cuando m e sient o herido por
la inj uria, procuro seguir el sabio precept o de Salom ón:
El necio al punt o descubre su cólera;
el sensat o sabe disim ular su afrent a.

Jam ás podré olvidar las enseñanzas de m i bondadoso padre.


Siem pre que m e veía exalt ado y deseoso de venganza, m e decía:
“ Quien se hum illa ant e los hom bres se vuelve glorioso ant e Dios” .
Y después de una pequeña pausa, añadió:
- Le est oy m uy agradecido, sin em bargo, al rudo Tara- Tir, y no le
guardo el m enor resent im ient o. Su t urbulent o caráct er m e ha
proporcionado ocasión de pract icar nueve act os de caridad.
- ¿Nueve act os de caridad?, se sorprendió el j eque. ¿Y cóm o fue
eso?
- Cada vez que ponem os en libert ad a un páj aro caut ivo, explicó
Berem iz, pract icam os t res act os de caridad. El prim ero para con la
avecilla, devolviéndola a la vida am plia y libre que le había sido
arrebat ada, el segundo para con nuest ra conciencia, y el t ercero para
con Dios…
- Quieres decir ent onces que si yo diera libert ad a t odos esos
páj aros de la paj arera…
- Te aseguro que pract icarías, ¡oh j eque! , m il cuat rocient os ochent a
y ocho act os de elevada caridad… exclam ó Berem iz pront am ent e,
com o si ya supiese de m em oria el product o de 496 por 3.
I m presionado por esas palabras, el generoso I ezid det erm inó que
fuesen puest as en libert ad t odas las aves que se hallaban en la gran
j aula.
Los siervos y esclavos quedaron asom brados al oír aquella orden.
La colección, form ada con paciencia y esfuerzo, valía una fort una. En
ella figuraban perdices, colibríes, faisanes m ult icolores, gaviot as
negras, pat os de Madagascar, lechuzas del Cáucaso y varios t ipos de
golondrinas rarísim as de China y de la I ndia.
- ¡Suelt en los páj aros! , ordenó de nuevo el j eque agit ando su m ano
resplandecient e de anillos.
Se abrieron las am plias puert as de t ela m et álica. La caut ivas aves
dej aron la prisión en bandada y se ext endieron por la arboleda del
j ardín.
Dij o ent onces Berem iz:
- Cada ave, con sus alas ext endidas, es un libro de dos hoj as
abiert o en el cielo. Feo crim en es robar o dest ruir esa m enuda
bibliot eca de Dios.
Com enzam os ent onces a oír las not as de una canción. La voz era
t an t ierna y suave que se confundía con el t rino de las leves
golondrinas y con el arrullo de las m ansas palom as.
Al principio era una m elodía encant adora y t rist e, llena de
m elancolía y añoranza, com o las endechas de un ruiseñor solit ario.
Se anim aba luego en un crescendo vivo con gorj eos com plicados,
t rinos argent inos, ent recort ados grit os de am or que cont rast aban con
la serenidad de la t arde y resonaban por el espacio com o hoj as
llevadas por el vient o. Después volvió el prim er t ono, t rist e y dolient e
y parecía resonar por el j ardín con un leve suspiro:

Si hablara yo las lenguas de los hom bres


y de los ángeles
y no t uvieracaridad,
sería com o el m et al que suena
o com o la cam pana que t añe.
¡nada sería! ...
¡nada sería! ...

Si t uviera yo el don de la profecía


y t oda la ciencia,
de t al m odo que t ransport ase los m ont es
y yo t uviese caridad,
¡nada sería! ...
¡nada sería! ...

Si dist ribuyese m is bienes t odos


para sust ent o de los pobres,
y ent regase m i cuerpo para ser quem ado,
y no t uviese caridad,
¡nada sería! ...
¡nada sería! ...

El encant o de aquella voz parecía envolver la t ierra en una onda de


indefinible alegría. Hast a el día parecía haberse vuelt o m ás claro.
- Es Telassim quien cant a, explicó el j eque al ver la at ención con
que escuchábam os arrebat ados aquella ext raña canción.
Los páj aros revolot eaban llenando el aire con sus alegres t rinos de
libert ad. Eran sólo 496, pero daban la im presión de ser diez m il…
Berem iz est aba absort o. En su espírit u sensible penet raron las
not as de la canción, uniéndose a la felicidad que le había deparado la
liberación de los páj aros. Luego, alzó los oj os buscando de dónde
part ía aquella voz.
- ¿Y de quién son esos bellísim os versos?, pregunt é.
El j eque respondió:
- No sé. Una esclava crist iana se lo enseñó a Telassim , y ella no lo
olvidó ya m ás. Deben de ser de algún poet a nazareno. Eso m e dij o
hace días la hij a de m i t ío, m adre de Telassim .
CAPI TULO XI

D e cóm o in ició Be r e m iz su s le ccione s de M a t e m á t ica s. Un a


fr a se de Pla t ón . La Un ida d e s D ios. ¿Qu é e s m e dir ? La s pa r t e s
de la M a t e m á t ica . La Ar it m é t ica y los N ú m e r os. El Álge br a y
la s r e la cion e s. La Ge om e t r ía y la s for m a s. La M e cá n ica y la
Ast r on om ía . Un su e ñ o de l r e y Asa d- Abu - Ca r ib. La “a lu m n a
in visible ” e le va u na or a ción a Alla h .

El aposent o donde Berem iz había de dar sus clases era m uy


espacioso. Est aba dividido por un am plio y pesado cort inaj e de
t erciopelo roj o que colgaba desde el t echo hast a llegar al suelo. El
t echo est aba coloreado y las colum nas eran doradas. Sobre las
alfom bras se hallaban ext endidos grandes coj ines de seda, bordados
con t ext os del Corán.
Las paredes est aban adornadas con caprichosos arabescos azules
ent relazados con bellos poem as de Ant ar, el poet a del desiert o. En el
cent ro, ent re dos colum nas, se leía en let ras de oro sobre fondo azul
est e díst ico, procedent e de la m oalakat de Ant ar:

Cuando Allah am a a uno de sus siervos, le abre las puert as de la


inspiración.

Se not aba un perfum e suave de incienso y rosas. Declinaba la


t arde.
Las vent anas de m árm ol pulido est aban abiert as y dej aban ver el
j ardín y los frondosos m anzanos que se ext endían hast a el río de
aguas t urbias y t rist es.
Una esclava negra se m ant enía en pie, con el rost ro descubiert o,
j unt o a la puert a. Sus uñas est aban pint adas con henna.
- ¿Se encuent ra ya present e t u hij a?, pregunt ó Berem iz a j eque.
- Desde luego, respondió I ezid. Le dij e que se colocara al ot ro lado
del aposent o, det rás del t apiz, desde donde podrá ver y oír. Est ará
invisible, sin em bargo, para t odos los que aquí se encuent ran.
Realm ent e las cosas est aban dispuest as de t al m odo que ni
siquiera se not aba la siluet a de la j oven que iba a ser discípula de
Berem iz. Posiblem ent e ella nos observara desde algún m inúsculo
orificio hecho en la pieza de t erciopelo, im percept ible para nosot ros.
- Creo que ya podem os em pezar, dij o el j eque.
y dij o con voz cariñosa:
- Procura est ar at ent a, Telassim , hij a m ía…
- Sí, padre, respondió una bien t im brada voz fem enina al ot ro lado
del aposent o.
Berem iz se dispuso ent onces a com enzar sus lecciones; cruzó las
piernas y se sent ó en un coj ín en el cent ro de la sala. Yo m e coloqué
discret am ent e en un rincón y m e acom odé com o pude. A m i lado se
sent ó el j eque I ezid.
Toda ciencia va precedida por la plegaria. Fue, pues, con una
plegaria com o Berem iz inició sus clases.
- ¡En nom bre de Allah, Clem ent e y Misericordioso! ¡Loado sea el
Om nipot ent e Creador de t odos los m undos! ¡La m isericordia de Dios
es nuest ro at ribut o suprem o! ¡Te adoram os, Señor, e im ploram os Tu
asist encia! ¡Condúcenos por el cam ino ciert o! ¡Por el cam ino de los
ilum inados y bendecidos por Ti!
Term inada la plegaria, Berem iz habló así:
- Cuando m iram os, señora, hacia el cielo en una noche en calm a y
lím pida, sent im os que nuest ra int eligencia es incapaz para
com prender la obra m aravillosa del Creador. Ant e nuest ros oj os
pasm ados, las est rellas form an una caravana lum inosa que desfila
por el desiert o insondable del infinit o, ruedan las nebulosas inm ensas
y los planet as, siguiendo leyes et ernas, por los abism os del espacio, y
surge ant e nosot ros una idea m uy nít ida: la noción de “ núm ero” .
Vivió ant año en Grecia, cuando aquel país est aba dom inado por el
paganism o, un filósofo not able llam ado Pit ágoras - ¡Más sabio es
Allah! - . Consult ado por un discípulo sobre las fuerzas dom inant es de
los dest inos de los hom bres, el sabio respondió: “ Los núm eros
gobiernan el m undo” .
Realm ent e. El pensam ient o m ás sim ple no puede ser form ulado sin
encerrar en él baj o m últ iples aspect os, el concept o fundam ent al de
núm ero. El beduino que en m edio del desiert o, en el m om ent o de la
plegaria, m urm ura el nom bre de Dios, t iene su espírit u dom inado por
un núm ero: ¡la “ Unidad” ! ¡Sí, Dios, según la verdad expresada en las
páginas del Libro Sant o y repet ida por los labios del Profet a, es Uno,
Et erno e I nm ut able! Luego, el núm ero aparece en el m arco de
nuest ra int eligencia com o sím bolo del Creador.
Del núm ero, señora, que es base de su razón y del ent endim ient o,
surge ot ra noción de indiscut ible im port ancia: la noción de “ m edida” .
Medir, señora, es com parar. Sólo son, sin em bargo, suscept ibles de
m edida las m agnit udes que adm it en un elem ent o com o base de
com paración. ¿Será posible m edir la ext ensión del espacio? De
ninguna m anet a. El espacio es infinit o, y siendo así, no adm it e
t érm ino de com paración. ¿Será posible m edir la Et ernidad? De
ninguna m anera. Dent ro de las posibilidades hum anas, el t iem po es
siem pre infinit o y en el cálculo de la Et ernidad no puede lo efím ero
servir de unidad de m edida.
En m uchos casos, sin em bargo, nos será posible represent ar una
dim ensión que no se adapt a a los sist em as de m edidas por ot ra que
puede ser est im ada con seguridad. Esa perm ut a de dim ensiones, con
vist as a sim plificar los procesos de m edida, const it uye el obj et o
principal de una ciencia que los hom bres llam an Mat em át icas.
Para alcanzar nuest ro obj et ivo, la Mat em át ica t iene que est udiar
los núm eros, sus propiedades y t ransform aciones. Est a part e t om a el
nom bre de Arit m ét ica. Conocidos los núm eros, es posible aplicarlos a
la evaluación de dim ensiones que varían o que son desconocidas,
pero que se pueden represent ar por m edio de relaciones y fórm ulas.
Tenem os así el Álgebra. Los valores que m edim os en el cam po de la
realidad son represent ados por cuerpos m at eriales o por sím bolos; en
cualquier caso, est os cuerpos o sím bolos est án dot ados de t res
at ribut os: form a, t am año y posición. Es im port ant e, ues, est udiar
t ales at ribut os. Eso const it uirá el obj et o de la Geom et ría.
Tam bién se int eresa la Mat em át ica por las leyes que rigen los
m ovim ient os y las fuerzas, leyes que aparecen en la adm irable
ciencia que se llam a Mecánica.
La Mat em át ica pone t odos sus preciosos recursos al servicio de una
ciencia que eleva el alm a y engrandece al hom bre. Esa ciencia es la
Ast ronom ía.
Suponer algunos que, dent ro de los Mat em át icas, la Arit m ét ica, el
Álgebra y la Geom et ría const it uyen part es ent eram ent e dist int as; es
un grave error. Todas se auxilian m ut uam ent e, se apoyan las unas en
las ot ras, y, en algunos casos, incluso se confunden.
Las Mat em át icas, señora, que enseñan al hom bre a ser sencillo y
m odest o, son la base de t odas las ciencias y art es.
Un episodio ocurrido con un fam oso m onarca yem enit a es bast ant e
expresivo y voy a narrarlo:
Assad- Abu- Carib, rey del Yem en, hallándose ciert o día
descansando en el am plio m irador de su palacio, soñó que había
encont rado a siet e j óvenes que cam inaban por una senda. En ciert o
m om ent o, vencidas por la fat iga y por la sed, las j óvenes se
det uvieron baj o el ardient e sol del desiert o. Surgió en est e m om ent o
una herm osa princesa que se acercó a las peregrinas llevándoles un
cánt aro de agua pura y fresca. La bondadosa princesa sació la sed
que t ort uraba a las j óvenes y ést as reanim adas, pudieron reanudar
su j ornada int errum pida.
Al despert ar, im presionado por ese inexplicable sueño, det erm inó
Assad- Abu- Carib llam ar a un ast rólogo fam oso, llam ado Sanib, y le
consult ó sobre la significación de aquella escena a la que él –rey
poderoso y j ust o- había asist ido en el m undo de las visiones y de las
fant asías. Y dij o Sanib, el ast rólogo: “ ¡Señor! , las siet e j óvenes que
cam inaban por la senda eran las art es divinas y las ciencias
hum anas; la Pint ura, la Música, la Escult ura, la Arquit ect ura, la
Ret órica, la Dialéct ica y la Filosofía. La princesa carit at iva que las
socorrió era la grande y prodigiosa Mat em át ica” . “ Sin el auxilio de la
Mat em át ica –prosiguió el sabio- las art es no pueden avanzar, y t odas
las ot ras ciencias perecen” . I m presionado por est as palabras,
det erm inó el rey que se organizaran en t odas las ciudades, oasis y
aldeas del país cent ros de est udio de Mat em át icas. Hábiles y
elocuent es ulem as, por orden del soberano, acudían a los bazares y a
los paradores de las caravanas a dar lecciones de Arit m ét ica a los
caravaneros y beduinos. Al cabo de pocos m eses se not ó que el país
despert aba en un prodigioso im pulso de prosperidad. Paralelam ent e
al progreso de la ciencia crecían los recursos m at eriales; las escuelas
est aban llenas de alum nos, el com ercio se desarrollaba de m anera
prodigiosa; se m ult iplicaban las obras de art e; se alzaban
m onum ent os; las ciudades vivían replet as de ricos forast eros y
curiosos. El país del Yem en est aba abiert o al progreso y a la riqueza,
pero vino la fat alidad - ¡Makt ub! - a poner t érm ino a aquel despliegue
prodigioso, de t rabaj o y prosperidad. El rey Assad- Abu- Carib cerró los
oj os para el m undo y fue llevado por el im pío Asrail al cielo de Allah.
La m uert e del soberano hizo abrir dos t úm ulos: uno de ellos acogió el
cuerpo del glorioso m onarca y el ot ro fue a parar la cult ura art íst ica y
cient ífica de su pueblo. Subió al t rono un príncipe vanidoso, indolent e
y de escasas dot es int elect uales. Se preocupaba por las vanas
diversiones m ucho m ás que por los problem as de la adm inist ración
del país. Pocos m eses después, t odos los servicios públicos est aban
desorganizados; las escuelas cerradas; los art ist as y los ulem as,
forzados a huir baj o las am enazas de perversos y ladrones. El t esoro
público fue crim inalm ent e dilapidado en ociosos fest ines y banquet es
desenfrenados. El país fue llevado a la ruina por el desgobierno y al
fin cayó baj o el at aque de enem igos am biciosos que lo som et ieron
fácilm ent e.
La hist oria de Assad- Abu- Carib, señora, viene a dem ost rar que el
progreso de un pueblo se halla ligado al desarrollo de los est udios
m at em át icos. En t odo el universo, la Mat em át ica es núm ero y
m edida. La Unidad, sím bolo del Creador, es el principio de t odas las
cosas que no exist en sino en virt ud de las inm ut ables proporciones y
relaciones num éricas. Todos los grandes enigm as de la vida pueden
reducirse a sim ples com binaciones de elem ent os variables o
const ant es, conocidos o incógnit os que nos perm it an resolverlos.
Para que podam os com prender la ciencia, precisam os t om ar por
base el núm ero. Veam os cóm o est udiarlo, con ayuda de Allah,
Clem ent e y Misericordioso.

¡Uassalan!

Con est as palabras se calló el calculador dando por t erm inada su


prim era clase de Mat em át icas.
Oím os ent onces con agradable sorpresa la voz de la alum na, ocult a
e invisible t ras el cort inaj e de t erciopelo, que pronunciaba la siguient e
oración:

- “ ¡Oh Dios Om nipot ent e! , Creador del Cielo y de la Tierra, perdona


la pobreza, la pequeñez, la puerilidad de nuest ros corazones. No
escuches nuest ras palabras pero sí nuest ros gem idos inexpresables;
no at iendas nuest ras pet iciones, sino el clam or de nuest ras
necesidades. ¡Cuánt as veces soñam os con t ener aquello que nunca
podrá ser nuest ro! ”
“ ¡Dios es om nipot ent e! ”
“ ¡Oh Dios! Te agradecem os est e m undo, nuest ro gran hogar, su
am plit ud y riquezas, la vida m ult iform e que en él se est udia y de la
que t odos nosot ros form am os part e. Te alabam os por el esplendor del
cielo azul y por la brisa de la t arde y por las nubes y por las
const elaciones en las alt uras. Te loam os, Señor, por los océanos
inm ensos, por el agua que corre en los arroyos, por las m ont añas
et ernas, por los árboles frondosos y por la hierba t upida en que
nuest ros pies reposan.
“ ¡Dios es m isericordioso! ”
Te agradecem os, Señor, los m últ iples encant os con que podem os
sent ir en nuest ra alm a las bellezas de la Vida y del Am or…”
“ ¡Oh Dios Clem ent e y Misericordioso! Perdona la pobreza, la
pequeñez, la puerilidad de nuest ros corazones…”
CAPI TULO XI I

En e l qu e Be r e m iz r e ve la gr a n in t e r é s por e l j u e go de la
com ba . La cu r va de l M or a zá n y la s a r a ñ a s. Pit á gor a s y e l
cír cu lo. N u e st r o e n cu e n t r o con H a r im N a m ir . El pr oble m a de
los se se n t a m e lon e s. Cóm o e l ve qu il pe r dió la a pu e st a . La voz
de l m u e zin cie go lla m a a los cr e ye n t e s a la or a ción de l
m ogr e b.

Cuando salim os del herm oso palacio del poet a I ezid era casi la
hora de ars. Al pasar j unt o al m orabit o Ram ih oím os un suave gorj eo
de páj aros ent re las ram as de una viej a higuera.
- Mira. Seguro que son algunos de los liberados hoy, le dij e a
Berem iz. Es un placer oír convert ida en cant o est a alegría de la
libert ad reconquist ada.
Berem iz sin em bargo, no parecía int eresarse en aquel m om ent o de
la puest a del sol por los cant os de los páj aros de la enram ada. Su
at ención est aba absorbida por un grupo de niños que j ugaban en una
calle próxim a. Dos de los pequeños sost enían por los ext rem os un
pedazo de cuerda fina que t endría cuat ro o cinco codos. Los ot ros se
esforzaban en salt ar por encim a de ella, m ient ras los prim eros la
colocaban unas veces m ás baj a, ot ras m ás alt a, según la agilidad del
que salt aba.
- ¡Mira la cuerda, bagdalí! , dij o el Calculador cogiéndom e del brazo.
Mira la curva perfect a. ¿No t e parece digna de est udio?
- ¿A qué t e refieres? ¿A la cuerda acaso?, exclam é. No veo nada de
ext raordinario en esa ingenua diversión de niños que aprovechan las
últ im as luces del día para su recreo…
- Pues bien, am igo m ío, convéncet e de que t us oj os son ciegos para
las m ayores bellezas y m aravillas de la nat uraleza. Cuando los niños
alzan la cuerda, sost eniéndola por los ext rem os y dej ándola caer
librem ent e por la acción de su propio peso, la cuerda form a una curva
que t iene su int erés, pues surge com o result ado de la acción de
fuerzas nat urales. Ya ot ras veces observé esa curva, que el sabio Nö-
Elim llam aba m arazán, en las t elas y en la j oroba de algunos
drom edarios. ¿Tendrá est a curva alguna analogía con las derivadas
de la parábola? En el fut uro, si Allah lo quiere, los geóm et ras
descubrirán m edios de t razar est a curva punt o por punt o y est udiarán
con rigor t odas sus propiedades…
Hay, sin em bargo, prosiguió, m uchas ot ras curvas m ás
im port ant es. En prim er lugar el círculo. Pit ágoras, filósofo y geóm et ra
griego, consideraba el círculo com o la curva m ás perfect a, vinculando
así el círculo a la perfección. Y el círculo, siendo la curva m ás perfect a
ent re t odas, es la de t razado m ás sencillo.
Berem iz en est e m om ent o, int errum piendo la disert ación apenas
iniciada sobre las curvas, m e indicó un m uchacho que se hallaba a
escasa dist ancia y grit ó:
- ¡Harim Nam ir!
El j oven se volvió rápidam ent e y se dirigió, alegre, a nuest ro
encuent ro. Me di cuent a ent onces de que se t rat aba de uno de los
t res herm anos que habíam os encont rado discut iendo en el desiert o
por la herencia de 35 cam ellos; división com plicada, llena de t ercios y
nonos, que Berem iz resolvió por m edio de un curioso art ificio al que
ya t uve ocasión de aludir.
- ¡Mac Allah! , exclam ó Harim dirigiéndose a Berem iz. El dest ino nos
m anda al gran calculador. Mi herm ano Ham ed no acaba de poner en
claro una cuent a de 60 m elones que nadie sabe resolver.
Y Harim nos llevó hacia una casit a donde se hallaba su herm ano
Ham ed Nam ir con varios m ercaderes.
Ham ed se m ost ró m uy sat isfecho al ver a Berem iz, y, volviéndose
a los m ercaderes, les dij o:
- Est e hom bre que acaba de llegar es un gran m at em át ico. Gracias
a su valioso auxilio conseguim os solución para un problem a que nos
parecía im posible: dividir 35 cam ellos ent re t res personas. Est oy
seguro de que él podrá explicar en pocos m inut os la diferencia que
encont ram os en la vent a de los 60 m elones.
Berem iz fue inform ado m inuciosam ent e del caso. Uno de los
m ercaderes explicó:
- Los dos herm anos, Harim y Ham ed, m e encargaron que vendiera
en el m ercado dos part idas de m elones. Harim m e ent regó 30
m elones que debían ser vendidos al precio de 3 por 1 dinar; Ham ed
m e ent regó t am bién 30 m elones para los que est ipuló un precio m ás
caro: 2 m elones por 1 dinar. Lógicam ent e, una vez efect uada la
vent a Harim t endría que recibir 10 dinares, y su herm ano 15. El t ot al
de la vent a sería pues 25 dinares.
Sin em bargo, al llegar a la feria, apareció una duda ant e m i
espírit u.
Si em pezaba la vent a por los m elones m ás caros, pensé, iba a
perder la client ela. Si em pezaba la vent a por los m ás barat os, luego
iba a verm e en dificult ades para vender los ot ros t reint a. Lo m ej or,
única solución para el caso, era vender las dos part idas al m ism o
t iem po.
Llegado a est a conclusión, reuní los sesent a m elones y em pecé a
venderlos en lot es de 5 por 2 dinares. El negocio se j ust ificaba
m ediant e un raciocinio m uy sim ple. Si t enía que vender 3 por 1 y
luego 2 por 1, sería m ás sencillo vender 5 por 2 dinares.
Vendidos los 60 m elones en 12 lot es de cinco cada uno, recibí 24
dinares.
¿Cóm o pagar a los dos herm anos si el prim ero t enía que recibir 10
y el segundo 15 dinares?
Había una diferencia de 1 dinar. No se cóm o explicarm e est a
diferencia, pues com o dij e, el negocio fue efect uado con el m ayor
cuidado. ¿No es lo m ism o vender 3 por 1 dinar y luego 2 por ot ro
dinar que vender 5 por 2 dinares?
- El caso no t endría im port ancia alguna int ervino Ham ed Nam ir, si
no fuera la int ervención absurda del vequil que vigila en la feria. Ese
vequil, oído el caso, no supo explicar la diferencia en la cuent a y
apost ó cinco dinares a que esa diferencia procedía de la falt a de un
m elón que había sido robado durant e la vent a.
- Est á equivocado el vequil, dij o Berem iz, y t endrá que pagar los
dinares de la apuest a. La diferencia a que llegó el vendedor result a de
lo siguient e:
La part ida de Harim se com ponía de 10 lot es de 3 m elones cada
uno. Cada lot e debe ser vendido por 1 dinar. El t ot al de la vent a
serían 10 dinares.
La part ida de Ham ed se com ponía de 15 lot es de dos m elones cada
uno, que, vendidos a 1 dinar cada lot e, daban un t ot al de 15 dinares.
Fíj ense en que el núm ero de lot es de una part ida no es igual al
núm ero de lot es de la ot ra.
Para vender los m elones en lot es de cinco solo los 10 prim eros
lot es podrían ser vendidos a razón de 5 por dos dinares; una vez
vendidos esos 10 lot es, quedan aún 10 m elones que pert enecen
exclusivam ent e a la part ida de Ham ed y que, siendo de m ás elevado
precio, t endrían que ser vendidos a razón de 2 por 1 dinar.
La diferencia de 1 dinar result ó pues de la vent a de los 10 últ im os
m elones. En consecuencia: no hubo robo. De la desigualdad del
precio ent re las part es result ó un perj uicio de 1 dinar, que quedó
reflej ado en el result ado final.

Exposición gráfica de la resolución del Problem a de los Sesent a


Melones. “ A” represent a los t reint a m elones ent regados por Harim y
que, según lo ordenado, debían ser vendidos a razón de t res por un
dinar. “ B” represent a los ot ros t reint a m elones ent regados por
Ham ed, y cuyo precio fue fij ado a razón de dos por un dinar.
Podem os com probar que solo diez lot es de cinco m elones cada uno –
t res de “ A” y dos de “ B” - podían ser vendidos a razón de dos dinares
cada uno. Los dos últ im os lot es com prenderán solo m elones del
grupo B y por consiguient e de m ayor precio.

En ese m om ent o t uvim os que int errum pir la reunión. La voz del
m uezín, cuyo eco vibraba en el espacio, llam aba a los fieles a la
oración de la t arde.
- ¡Hai al el- salah! ¡Hai al el- salah!
Cada uno de nosot ros procuró sin pérdida de t iem po hacer el guci
rit ual, según det erm ina el Libro Sant o.
El sol se hallaba ya en la línea del horizont e. Había llegado la hora
del m ogreb.
Desde la t ercera alm ena de la m ezquit a de Om ar, el m uezín ciego,
con voz pausada y ronca, llam aba a los creyent es a oración:
- ¡Allah es grande y Mahom a, el Profet a es el verdadero enviado de
Dios! ¡Venid a la oración, m usulm anes! ¡Venid a la oración! ¡Recordad
que t odo es polvo, except o Allah! .
Los m ercaderes, precedidos por Berem iz ext endieron sus alfom bras
policrom as, se quit aron las sandalias, se volvieron en dirección a la
Ciudad Sant a, y exclam aron:
- ¡Allah, Clem ent e y Misericordioso! ¡Alabado sea el Om nipot ent e
Creador de los m undos visibles e invisibles! ¡Condúcenos por el
cam ino rect o, por el cam ino de aquellos que son por Ti am parados y
bendecidos!
CAPI TULO XI I I

Qu e t r a t a de n u e st r a visit a a l pa la cio de l Ca lifa y de la


a u die n cia qu e se dign ó con ce de r n os. D e los poe t a s y la
a m ist a d. D e la a m ist a d e n t r e los h om br e s y de la a m ist a d
e n t r e los n ú m e r os. El H om br e qu e Ca lcu la ba e s e logia do por e l
Ca lifa de Ba gda d.

Cuat ro días después, por la m añana, nos inform aron de que


seríam os recibidos en audiencia solem ne por el Califa Abul- Abas-
Ahm ed Al- Mot acén Billah, Em ir de los Creyent es, Vicario de Allah.
Aquella com unicación, t an grat a para cualquier m usulm án, era
ansiosam ent e esperada no sólo por m í, sino t am bién por Berem iz.
Es posible que el soberano, al oír al j eque I ezid narrar alguna de
las proezas pract icadas por el exim io m at em át ico, hubiera m ost rado
int erés en conocer al Hom bre que Calculaba. No se puede explicar de
ot ro m odo nuest ra presencia en la cort e ent re las figuras de m ás
prest igio de la alt a sociedad de Bagdad.
Quedé deslum brado al ent rar en el rico palacio del Em ir. Las
am plias arcadas superpuest as, form ando curvas en arm oniosa
concordancia y sust ent adas por alt as y esbelt as colum nas
germ inadas, est aban adornadas, en los punt os de donde surgían, con
finísim os m osaicos. Pude not ar que dichos m osaicos est aban
form ados por fragm ent os de loza blancos y roj a, alt ernando con
t ram os de est uco.
Los t echos de los salones principales est aban adornados de azul y
oro; las paredes de t odas las salas se hallaban cubiert as de azulej os
en relieve, y los pavim ent os, de m osaico.
Las celosías, los t apices, los divanes, en fin t odo lo que const it uía
el m obiliario de palacio dem ost raba la m agnificencia insuperable de
un príncipe de leyenda hindú.
Allá fuera, en los j ardines, reinaba la m ism a pom pa, realzada por
la m ano de la nat uraleza, perfum ada por m il arom as diversos,
cubiert a de alfom bras verdes, bañada por el río, refrescada por
innum erables fuent es de m árm ol blanco j unt o a las que t rabaj aban
sin cesar m iles de esclavos.
Fuim os conducidos al diván de las audiencias por uno de los
auxiliares del visir I brahim Maluf.
Al llegar, descubrim os al poderoso m onarca sent ado en un
riquísim o t rono de m arfil y t erciopelo. Me t urbó en ciert o m odo la
belleza deslum brant e del gran salón. Todas las paredes est aban
adornadas con inscripciones adm irables realizadas por el art e
caprichoso de un calígrafo genial. Las leyendas aparecían en relieve
sobre un fondo azul claro, en let ras negras y roj as. Not é que aquellas
inscripciones eran versos de los m ás brillant es poet as de nuest ra
t ierra. Por t odas part es había j arrones de flores; en los coj ines, flores
deshoj adas, y t am bién flores en las alfom bras o en las bandej as de
oro prim orosam ent e cinceladas.
Ricas y num erosas colum nas ost ent ábanse allí, orgullosas con sus
capit eles y fust es alegrem ent e ornados por el cincel de los art ist as
arábigo- españoles, que sabían, com o nadie, m ult iplicar
ingeniosam ent e las com binaciones de las figuras geom ét ricas
asociadas a hoj as y flores de t ulipán, de azucenas y de m il plant as
diversas, en una arm onía m aravillosa y de indecible belleza.
Se hallaban present es siet e visires, dos cadíes, varios ulem as y
diversos dignat arios ilust res y de alt o prest igio.
El honorable Maluf t enía que hacer nuest ra present ación. El Visir,
con los codos en la cint ura y las flacas m anos abiert as con la palm a
hacia fuera, habló así:
- Para at ender vuest ra orden ¡oh Rey del Tem plo! Det erm iné que
com pareciesen hoy en est a excelsa audiencia el calculador Berem iz
Sam ir, m i act ual secret ario, y su am igo Hank- Tadé- Maiá, auxiliar de
escriba y funcionario del palacio.
- ¡Sed bienvenidos, oh m usulm anes! , respondió el sult án con
acent o sencillo y am ist oso. Adm iro a los sabios. Un m at em át ico, baj o
el cielo de est e país, cont ará siem pre con m i sim pat ía y, si preciso
fuera, con m i decidida prot ección.
- ¡Allah badique iá sidi! , exclam ó Berem iz, inclinándose ant e el rey.
Yo quedé inm óvil, con la cabeza inclinada y los brazos cruzados,
pues no habiendo sido obj et o de los elogios del soberano, no podía
t ener el honor de dirigirle el saludo.
El hom bre que t enía en sus m anos el dest ino del pueblo árabe
parecía bondadoso y sin prej uicios. Tenía el rost ro m agro, curt ido por
el sol del desiert o y surcado por prem at uras arrugas. Al sonreír, cosa
que hacía con relat iva frecuencia, m ost raba sus dient es blanquísim os
y regulares. I ba vest ido con sencillez. Llevaba en la cint ura, baj o la
faj a de seda, un bello puñal cuya em puñadura iba adornada con
piedras preciosas. El t urbant e era verde con pequeñas barras
blancas. El color verde –com o t odos saben- caract eriza a los
descendient es de Mahom a, el Sant o Profet a - ¡Con El la paz y la
gloria! - .
- Muchas cosas im port ant es quiero aclarar en est a audiencia, dij o el
Califa. No quiero, sin em bargo, iniciar los t rabaj os y discut ir los alt os
problem as polít icos sin recibir ant es una prueba clara y precisa de
que el m at em át ico persa recom endado por m i am igo el poet a I ezid,
es realm ent e un grande y hábil calculador.
I nt erpelado de ese m odo por el glorioso m onarca, Berem iz se sint ió
en el deber im perioso de corresponder brillant em ent e a la confianza
que el j eque I ezid había deposit ado en él. Dirigiéndose, pues, al
sult án le dij o:
- No soy yo ¡oh Com endador de los Creyent es! Más que un rudo
past or que acaba de verse dist inguido con vuest ra at ención.
Y t ras una cort a pausa, siguió:
- Creen, sin em bargo, m is generosos am igos que es j ust o incluir m i
nom bre ent re los calculadores, y m e sient o lisonj eado por t an alt a
dist inción. Pienso, sin em bargo, que los hom bres son en general
buenos calculadores. Calculador es el soldado que en cam paña valora
con una sola m irada la dist ancia de una parasanga; calculador es el
poet a que cuent a las sílabas y m ide la cadencia de los versos;
calculador es el m úsico que aplica en la división de los com pases las
leyes de la perfect a arm onía; calculador es el pint or que t raza las
figuras según proporciones invariables para at ender a los principios
de perspect iva; calculador es el hum ilde est erero que dispone uno
por uno t odos los hilos de su t rabaj o. Todos en fin ¡oh rey! Son
buenos y hábiles calculadores…
Y luego de pasear su noble m irada por los cort esanos que
rodeaban el t rono, prosiguió Berem iz:
- Veo con infinit a alegría que est áis, señor, rodeado de ulem as y
doct ores. Veo a la som bra de vuest ro poderoso t rono hom bres de
valer que cult ivan el est udio y dilat an las front eras de paciencia. La
com pañía de los sabios ¡oh rey! es para m í el m ás grat o t esoro. El
hom bre solo vale por lo que sabe. Saber es poder. Los sabios educan
por el ej em plo, y nada hay que avasalle al espírit u hum ano de
m anera m ás suave y convincent e que el ej em plo. No debe sin
em bargo, cult ivar el hom bre la ciencia si no es para ut ilizarla en la
práct ica del bien.
Sócrat es, filósofo griego, afirm aba con el peso de su aut oridad:

“ Sólo es út il el conocim ient o que nos hace m ej ores” .

Séneca, ot ro pensador fam oso, se pregunt aba incrédulo:

“ ¿Qué im port a saber lo qué es una línea rect a si no se sabe lo que


es la rect it ud?”

Perm it id pues, ¡oh rey generoso y j ust o! que rinda hom enaj e a los
doct ores y ulem as que se hallan en est e salón.
Hizo ent onces el calculador una pausa m uy breve y siguió
elocuent e, en t ono solem ne:
- En los t rabaj os de cada día, observando las cosas que Allah sacó
del No- Ser para llevarlas al Ser, aprendí a valorar los núm eros y
t ransform arlos por m edio de reglas práct icas y seguras. Me sient o,
sin em bargo, en dificult ad para present ar la prueba que acabáis de
exigir. Confiando, sin em bargo, en vuest ra proverbial generosidad, he
de decir no obst ant e que no veo en est e rico diván sino
dem ost raciones adm irables y elocuent es de que la m at em át ica exist e
en t odas part es. Adornan las paredes de est e bello salón varios
poem as que encierran precisam ent e un t ot al de 504 palabras, y una
part e de est as palabras est á t razada en caract eres negros y la
rest ant e en caract eres roj os. El calígrafo que dibuj ó las let ras de
est os poem as haciendo la descom posición de las 504 palabras,
dem ost ró t ener t ant o t alent o e im aginación com o los poet as que
escribieron est os versos inm ort ales.
¡Si, oh rey m agnífico! , prosiguió Berem iz. Y la razón es m uy
sencilla. Encuent ro en est os versos incom parables que adornan est e
espléndido salón, grandes elogios sobre la Am ist ad. Puedo leer allí,
cerca de la colum na, la frase inicial de la célebre cassida de Mohalhil:

Si m is am igos huyeran de m í, m uy infeliz sería, pues de m í huirían


t odos los t esoros.

Un poco m ás allá, leo el pensam ient o de Tarafa:

El encant o de la vida depende únicam ent e de las buenas am ist ades


que cult ivam os.
A la izquierda dest aca el incisivo verso de Labid, de la t ribu de
Am ir- I bn- Sassoa:

La buena am ist ad es para el hom bre com o el agua lím pida y clara
para el sedient o beduino.

Si, t odo est o es sublim e, profundo y elocuent e. La m ayor belleza


reside sin em bargo en el ingenioso art ificio em pleado por el calígrafo
para dem ost rar que la am ist ad que los versos exalt an no solo exist e
ent re los seres dot ados de vida y sent im ient o. La Am ist ad se
present a t am bién ent re los núm eros.
¿Cóm o descubrir, pregunt aréis sin duda, ent re los núm eros
aquellos que est án prendidos en las redes de la am ist ad m at em át ica?
¿De qué m edios se sirve el geóm et ra para apunt ar en la serie
num érica los elem ent os ligados por ese vínculo?
En pocas palabras podré explicaros en qué consist e el concept o de
los núm eros am igos en Mat em át icas.
Considerem os, por ej em plo, los núm eros 220 y 284.
El núm ero 220 es divisible exact am ent e por los siguient es
núm eros:

1, 2, 4, 5, 10, 11, 20, 22, 44, 55 y 110

Est os son los divisores del núm ero 220 con excepción del m ism o.

El núm ero 284 es, a su vez, divisible exact am ent e por los
siguient es núm eros:

1, 2, 4, 71 y 142

Esos son los divisores del núm ero 284, con excepción del m ism o.

Pues bien, hay ent re est os dos núm eros coincidencias


verdaderam ent e not ables. Si sum áram os los divisores de 220 arriba
indicados, obt endríam os una sum a igual a 284; si sum am os los
divisores de 284, el result ado será exact am ent e 220.
De est a relación, los m at em át icos llegaron a la conclusión de que
los núm eros 220 y 284 son “ am igos” , es decir, que cada uno de ellos
parece exist ir para servir, alegrar, defender y honrar al ot ro.
Y concluyó el calculador:
- Pues bien, rey generoso y j ust o, las 504 palabras que form an el
elogio poét ico de la Am ist ad fueron escrit as de la siguient e form a:
220 en caract eres negros y 284 en caract eres roj os. Y los núm eros
220 y 284 son, com o ya expliqué, núm eros am igos.
Y fíj ense aún en una relación no m enos im presionant e. Las 50
palabras com plet an, com o es fácil com probar, 32 leyendas diferent es.
Pues bien, la diferencia ent re 284 y 220 es 64, núm ero que, apart e
de ser cuadrado y cubo, es precisam ent e igual al doble del núm ero de
las leyendas dibuj adas.
Un incrédulo diría que se t rat a de sim ple coincidencia, pero el que
cree en Dios y t enga la gloria de seguir las enseñanzas del Sant o
Profet a Mahom a - ¡Con El sea la oración y la paz! - sabe que las
llam adas coincidencias no serían posible si Allah no las escribiera en
el libro del Dest ino. Afirm o pues que el calígrafo, al descom poner el
núm ero 504 en dos part es - 220 y 284- , escribió sobre la am ist ad un
poem a que em ociona a t odos los hom bres de claro espírit u.
Al oír las palabras del calculador, el Califa quedó ext asiado. Era
increíble que aquel hom bre cont ase, de una oj eada, las 504 palabras
de los 30 versos y que, al cont arlas, com probase que había 220 de
color negro y 284 de color roj o.
- Tus palabras, ¡oh Calculador! , declaró el rey, m e han llevado a la
cert eza de que en verdad eres el geóm et ra de alt o valor. He quedado
encant ado con esa int eresant e relación que los algebrist as llam an
“ am ist ad num érica” , y est oy ahora int eresado en descubrir quién fue
el calígrafo que escribió, al hacer la decoración de est e salón, los
versos que sirven de adorno a est as paredes. Es fácil com probar si la
descom posición de las 504 palabras en part es que corresponden a
núm eros am igos fue hecha adrede o result ó un capricho del Dest ino –
obra exclusiva de Allah, el Exalt ado- .
Y haciendo que se aproxim ara al t rono uno de sus secret arios, el
sult án Al- Mot acén le pregunt ó:
- ¿Recuerdas, ¡oh Nuredin Zarur! , quién fue el calígrafo que t rabaj ó
en est e palacio?
- Lo conozco m uy bien, Señor: vive j unt o a la m ezquit a de Ot m an,
respondió pront am ent e el j eque.
- ¡Tráelo pues aquí, ¡oh Sej id! , lo ant es posible! , ordenó el califa.
Quiero int errogarle de inm ediat o.
- ¡Escucho y obedezco!
Y el secret ario salió, rápido com o una saet a, a cum plir la orden del
soberano.
CAPI TULO XI V

D e cu a n t o n os su ce die r a e n e l Sa lón de l Tr on o. Los m ú sicos


y la s ba ila r in a s ge m e la s. Com o Be r e m iz pu do r e con oce r a
I clim ia y Ta be ssa . Un visir e n vidioso cr it ica a Be r e m iz. El
H om br e qu e Ca lcu la ba e logia a los t e ór icos y a los soñ a dor e s.
El r e y pr ocla m a la vict or ia de la t e or ía sobr e e l in m e dia t ism o
vu lga r .

Después de que el j eque Nuredin Zarur - el em isario del rey-


part iera en busca del calígrafo que había escrit o los poem as que
decoraban el salón, ent raron en él cinco m úsicos egipcios que
ej ecut aron con gran sent im ient o las m ás t iernas canciones y m elodías
árabes. Mient ras los m úsicos hacían vibrar sus laúdes, arpas, cít aras
y flaut as, dos graciosas bailarinas dj alicianas, danzaban para gozo de
t odos en un vast o t ablado de form a circular.
Las esclavas dest inadas a la danza eran part icularm ent e escogidas
y m uy apreciadas pues const it uían el m ayor ornat o y dist racción,
t ant o para la sat isfacción personal com o para obsequiar a los
huéspedes. Las danzas eran dist int as según el origen de las bailarinas
y su variedad era clara señal de riqueza y poderío. Una virt ud m uy
est im ada era el parecido físico ent re ellas para lo cual era m enest er
una cuidadosa y esm erada selección.
La sem ej anza ent re am bas esclavas result aba sorprendent e para
t odos. Am bas t enían el m ism o t alle esbelt o, el m ism o rost ro m oreno,
los m ism os oj os pint ados de khol negro; ost ent aban pendient es,
pulseras y collares exact am ent e iguales y, para com plet ar la
confusión, t am poco en sus t raj es se not aba la m enor diferencia.
En un m om ent o dado, el Califa, que parecía de buen hum or, se
dirigió a Berem iz y le dij o:
- ¿Qué t e parecen m is lindas adj am is? Ya t e habrás dado cuent a de
que son parecidísim as. Una se llam a I clim ia y la ot ra Tabessa. Son
gem elas y valen un t esoro. No encont ré hast a hoy quien fuera capaz
de dist inguir con seguridad una de la ot ra cuando saludan desde el
t ablado t ras la danza. I clim ia, ¡fíj at e bien! , es la que est á ahora a la
derecha; Tabessa est á a la izquierda, j unt o a la colum na, y nos dirige
ahora su m ej or sonrisa. Por el color de su piel, por el perfum e
delicado que exhala, parece un t allo de áloe.
- Confieso, ¡oh j eque del I slam ! , respondió Berem iz, que est as
bailarinas son realm ent e m aravillosas. Alabado sea Allah, el Unico,
que creó la belleza para con ella m odelar las seduct oras form as
fem eninas. De la m uj er herm osa, dij o el poet a:

Es para t u luj o la t ela que los poet as fabrican con el hilo de oro de
sus im ágenes; y los pint ores crean para t u herm osura nueva
inm ort alidad.
Para adornart e, para vest irt e, para hacert e m ás preciosa, da el m ar
sus perlas, la t ierra su oro, el j ardín sus flores.
Sobre t u j uvent ud, el deseo del Corazón de los hom bres derram ó
su gloria.

- Me parece, no obst ant e, ponderó el Calculador, bast ant e fácil


dist inguir a I clim ia de su herm ana Tabessa. Bast a fij arse en los
t raj es.
- ¿Cóm o es posible?, repuso el sult án. Por los t raj es no se podrá
dist inguir la m enor diferencia, pues am bas, por orden m ía, vist en
velos, blusas y m ahzm as idént icos.
- Os ruego que m e perdonéis, ¡oh rey, generoso! , opuso
cort ésm ent e Berem iz, pero las cost ureras no acat aron vuest ras
órdenes con el debido cuidado. La m ahzm a de I clim ia t iene 312
franj as m ient ras la de Tabessa t iene 309. Esa diferencia en el núm ero
t ot al de franj as es suficient e para evit ar cualquier confusión ent re las
herm anas gem elas.
Al oír t ales palabras, el sult án dio unas palm adas, hizo parar el
baile y ordenó que un haquim cont ara una por una las franj as de los
volant es de las bailarinas.
El result ado confirm ó el cálculo de Berem iz. La herm osa I clim ia
t enía en el vest ido 312 franj as, y su herm ana Tabessa sólo t enía 309.
- ¡Mac Allah! exclam ó el Califa. El j eque I ezid, pese a ser poet a, no
exageró. Est e Berem iz es realm ent e un calculador prodigioso. Cont ó
t odas las franj as de am bos vest idos m ient ras las bailarinas giraban
vert iginosam ent e sobre el t ablado. ¡Parece increíble! ¡Por Allah!
Pero la envidia, cuando se apodera de un hom bre, abre en su alm a
el cam ino a t odos los sent im ient os despreciables y t orpes.
Había en la cort e de Al- Mot acén un visir llam ado Nahum - I bn-
Nahum , hom bre envidioso y m alo. Viendo crecer ant e el Califa el
prest igio de Berem iz com o onda de polvo erguida por el sim ún,
aguij oneado por el despecho, deliberó poner en un apriet o a m i
am igo y colocarlo en una sit uación ridícula y falsa. Así pues, se acercó
al rey y dij o pronunciando lent am ent e las palabras:
- Acabo de observar, ¡oh Em ir de los Creyent es! que el calculador
persa, nuest ro huésped de est a t arde, es ilust re en cont ar elem ent os
o figuras de una serie. Cont ó las quinient as y pico de palabras
escrit as en la pared del salón, cit ó los núm eros am igos, habló de la
diferencia - 64 que es cubo y cuadrado- y acabó por cont ar una por
una las franj as del vuelo del vest ido de las bellas bailarinas.
Malo sería si nuest ros m at em át icos se em plearan en cosas t an
pueriles sin ut ilidad práct ica de ningún t ipo. Realm ent e ¿de qué nos
sirve saber si en los versos que nos encant an hay 220 o 284
palabras? La preocupación de t odos los que adm iran a un poet a no es
cont ar las let ras de los versos o calcular el núm ero de palabras
negras o roj as de un poem a. Tam poco, nos int eresa saber si en el
vest ido de est a bella y graciosa bailarina hay 312, 319 o 1.000
franj as. Todo eso es ridículo y de m uy lim it ado int erés para los
hom bres de sent im ient o que cult ivan la belleza y el Art e.
El ingenio hum ano, am parado por la ciencia, debe consagrarse a la
resolución de los grandes problem as de la Vida. Los sabios
- inspirados por Allah, el Exalt ado - no alzaron el deslum brant e edificio
de la Mat em át ica para que esa noble ciencia viniera a t ener la
aplicación que le quiere at ribuir est e calculador persa. Me parece,
pues, un crim en reducir la ciencia de Euclides, de Arquím edes o del
m aravilloso Om ar Khayyam - ¡Allah lo t enga en su gloria! - a esa
m ísera condición de evaluadora num érica de cosas y seres. Nos
int eresa, pues, ver si est e calculador persa es capaz de aplicar las
condiciones que dice poseer a la resolución de problem as de valor
real, est o es, problem as que se relacionen con las necesidades y
exigencias de la vida cot idiana.
- Creo que est áis ligeram ent e equivocado, Señor Visir, respondió
pront am ent e Berem iz, y m e sent iría m uy honrado si m e perm it ierais
aclarar ese insignificant e equívoco, y para ello ruego al generoso
Califa, nuest ro am o y señor, que m e conceda perm iso para seguir
dirigiéndole la palabra en est e salón.
- No dej a de parecerm e hast a ciert o punt o j uiciosa, repuso el rey, la
censura que acaba de hacert e el visir Nahum - I bn- Nahum . Creo que
es indispensable una aclaración sobre el caso. Habla, pues: t u palabra
podrá orient ar la opinión de los que aquí se hallan...
En el salón se hizo un profundo silencio.
Luego habló el calculador:
- Los doct ores y ulem as, ¡oh rey de los árabes! , no ignoran que la
Mat em át ica surgió con el despert ar del alm a hum ana. Pero no surgió
con fines ut ilit arios. Fue el ansia de resolver el m ist erio del Universo
lo que dio a est a ciencia su prim er im pulso. Su verdadero desarrollo
result ó, pues, ant e t odo del esfuerzo de penet rar y com prender lo
I nfinit o. Y aún hoy, después de habem os pasado siglos int ent ando en
vano apart ar el pesado velo, es la búsqueda del I nfinit o lo que nos
hace avanzar. El progreso m at erial de los hom bres depende de las
invest igaciones abst ract as o cient íficas del present e, y será a los
hom bres de ciencia, que t rabaj an para fines puram ent e cient íficos sin
pensar en la aplicación práct ica de sus doct rinas, a quienes deberá la
Hum anidad su desarrollo m at erial en t iem pos fut uros.
Berem iz hizo una pequeña pausa, y prosiguió luego con espirit ual
sonrisa:
- Cuando el m at em át ico efect úa sus cálculos o busca nuevas
relaciones ent re los núm eros, no busca la verdad para fines
ut ilit arios. Cult ivar la ciencia por su ut ilidad práct ica, inm ediat a, es
desvirt uar el alm a de la propia ciencia.
La t eoría est udiada hoy, y que nos parece inút il, t endrá quizá
proyecciones inim aginadas en un fut uro. ¿Quién podrá im aginar ese
enigm a en su proyección, a t ravés de los siglos? ¿Quién podrá
resolver la gran incógnit a de los t iem pos venideros desde la ecuación
del present e? ¡Sólo Allah sabe la verdad! Y es posible que las
invest igaciones t eóricas de hoy proporcionen dent ro de m il o dos m il
años, recursos preciosos para la práct ica.
Conviene no olvidar que la Mat em át ica, apart e de su obj et ivo de
resolver problem as, calcular áreas y m edir volúm enes, t iene
finalidades m ucho m ás elevadas.
Por t ener t an alt o valor en el desarrollo de la int eligencia y del
raciocinio, la Mat em át ica es uno de los cam inos m ás seguros para
llevar al hom bre a sent ir el poder del pensam ient o, la m agia del
espírit u.
La Mat em át ica es, en fin, una de las verdades et ernas, y, com o t al,
lleva a la elevación del espírit u, a la m ism a elevación que sent im os al
cont em plar los grandes espect áculos de la Nat uraleza, a t ravés de los
cuales sent im os la presencia de Dios, Et erno y Om nipot ent e. Hay
pues ¡oh ilust re visir Nahum - I bn- Nahum ! com o ya dij e, un pequeño
error por vuest ra part e. Cuent o los versos de un poem a, calculo la
alt ura de una est rella, cuent o el núm ero de franj as de un vest ido,
m ido el área de un país o la fuerza de un t orrent e, aplico en fin las
fórm ulas algebraicas y los principios geom ét ricos, sin ocuparm e del
lucro que pueda result ar de m is cálculos y est udios. Sin el sueño y la
fant asía, la ciencia se envilece. Es ciencia m uert a.

¡Uassalam !

Las palabras elocuent es de Berem iz im presionaron profundam ent e


a los nobles y ulem as que rodeaban el t rono. El rey se acercó al
Calculador, le alzó la m ano derecha y exclam ó con decidida
aut oridad:
- La t eoría del cient ífico soñador venció y vencerá siem pre al
oport unism o vulgar del am bicioso sin ideal filosófico.
¡Ke1im et - Quallah!
Al oír t al sent encia, dict ada por la j ust icia y por la razón, el
rencoroso Nahum - lbn- Nahum se inclinó, dirigió un saludo al rey, y sin
decir palabra se ret iró cabizbaj o del salón de las audiencias.
Razón t enía el poet a al escribir:

Dej a volar alt o la Fant asía;


Sin ilusión, la vida ¿qué sería?
CAPI TULO XV

N u r e din , e l e n via do, r e gr e sa a l pa la cio de l Ca lifa . La


in for m a ción qu e obt u vie r a de u n im á n . Com o vivía e l pobr e
ca lígr a fo. El cu a dr o lle n o de n ú m e r os y e l t a ble r o de a j e dr e z.
Be r e m iz h a bla sobr e los cu a dr a dos m á gicos. La con su lt a de l
u le m a . El ca lifa pide a Be r e m iz qu e n a r r e la le ye n da de l “Ju e go
de l a j e dr e z”.

Nuredín no t uvo suert e en el desem peño de su com isión. El


calígrafo que el rey, con t ant o em peño, quería int errogar sobre el
caso de los " núm eros am igos" , ya no se encont raba ent re los m uros
de Bagdad.
Al relat ar las providencias que había t om ado a fin de dar
cum plim ient o a la orden del Califa, el noble m usulm án habló así:
- Salí de est e palacio acom pañado de t res guardias en dirección a la
m ezquit a de Ot m an - ¡Allah la ennoblezca cada vez m ás! - . Me inform ó
un viej o im án que cuida de la conservación del t em plo, que el hom bre
que buscaba había vivido realm ent e durant e varios m eses en una
casa cercana. Pocos días ant es, sin em bargo, había salido hacia
Basora con una caravana de vendedores de alfom bras. Me dij o
adem ás que el calígrafo, cuyo nom bre ignoraba, vivía solo y que
raras veces dej aba el exiguo y m odest o aposent o en que vivía. Pensé
que era prudent e revisar la ant igua vivienda del calígrafo pues quizá
allí encont rara alguna indicación sobre el lugar a donde se había
dirigido.
La casa est aba abandonada desde el día en que la dej ó su ant iguo
m orador. Todo allí m ost raba la m ás lam ent able pobreza. Un lecho
dest rozado, colocado en un rincón, era t odo el m obiliario. Había, sin
em bargo, sobre una t osca m esa de m adera un t ablero de aj edrez con
algunas piezas de est e noble j uego, y en la pared un cuadro lleno de
núm eros. Encont ré ext raño que un hom bre t an paupérrim o, que
arrast raba una vida llena de privaciones, cult ivara el j uego del
aj edrez y adornara las paredes con figuras form adas con expresiones
m at em át icas. Decidí t raer conm igo el t ablero y el cuadrado num érico
para que nuest ros dignos ulem as puedan observar esas reliquias
dej adas por el viej o calígrafo.
El sult án, presa de vivo int erés sobre el caso, m andó que Berem iz
exam inase con la debida at ención el t ablero y la figura, que m ás
parecía t rabaj o de un discípulo de Al- Kharism i, que adorno para el
cuart o de un pobre calígrafo.
Después de observar m inuciosam ent e am bos obj et os el Hom bre
que Calculaba, dij o:
- Est a int eresant e figura num érica hallada en el cuart o abandonado
del calígrafo, const it uye lo que llam am os un " cuadrado m ágico" .
Tom em os un cuadrado y dividám oslo en 4, 9 o 16 cuadros iguales,
que llam arem os " casillas" .

Cuadro m ágico de nueve casillas. La sum a de los núm eros de cada


una de est as casillas que form an una colum na, hilera o diagonal, es
siem pre quince.

En cada una de esas casillas coloquem os un núm ero ent ero. La


figura obt enida será un cuadrado m ágico cuando la sum a de los
núm eros que figuran en una colum na, en una línea o en cualquiera de
las diagonales, sea siem pre la m ism a. Est e result ado invariable es
denom inado " const ant e" del cuadrado y el núm ero de casillas de una
línea es el m ódulo del cuadrado.
Los núm eros que ocupan las diferent es casillas del cuadrado
m ágico deben ser t odos diferent es y t om ados en el orden nat ural.
Es oscuro el origen de los cuadrados m ágicos. Se cree que la
const rucción de est as figuras const it uía ya en la época rem ot a un
pasat iem po que capt aba la at ención de gran núm ero de curiosos.
Com o los ant iguos at ribuían a ciert os núm eros propiedades
cabalíst icas, era m uy nat ural que vieran virt udes m ágicas en la
especial caract eríst ica de est os cuadrados.
Los m at em át icos chinos que vivieron 45 siglos ant es de Mahom a,
ya conocían los cuadrados m ágicos.
El cuadrado m ágico con 4 casillas no se puede const ruir.
En la I ndia, m uchos usaban el cuadrado m ágico com o am ulet o. Un
sabio del Yem en afirm aba que los cuadrados m ágicos servían para
prevenir ciert as enferm edades. Un cuadrado m ágico de plat a, colgado
al cuello, evit aba según ciert as t ribus el cont agio de la pest e.
Los ant iguos Magos de Persia, que t am bién ej ercían la m edicina,
pret endieron curar las enferm edades aplicando a la part e enferm a un
cuadro m ágico, siguiendo el conocido principio:

" Prim um non nocere"

o sea: prim er principio, no dañar.


Sin em bargo, es en el t erreno de la Mat em át ica donde el cuadrado
m ágico const it uye una curiosa part icularidad.
Cuando un cuadrado m ágico present a ciert as propiedades, com o,
por ej em plo, ser suscept ible de descom posición en varios cuadrados
m ágicos, lleva el nom bre de hiperm ágico.
Ent re los cuadrados hiperm ágicos podem os cit ar los diabólicos. Así
se denom inan los cuadrados que cont inúan siendo m ágicos cuando
t rasladam os una colum na que se halla a la derecha hacia la izquierda
o cuando pasam os una línea de abaj o arriba.

Cuadro m ágico de dieciséis casillas que los m at em át icos


denom inan " diabólico” . La const ant e " t reint a y cuat ro" de est e cuadro
m ágico, no solam ent e se obt iene sum ando los núm eros de una
m ism a colum na, hilera o diagonal sino t am bién sum ando de ot ras
m aneras cuat ro núm eros del m ism o cuadro:

4 + 5 + 11 + 14 = 34; 1 + 11 + 16 + 6 = 34
4 + 9 + 6 + 15 = 34; 10 + 13 + 7 + 4 = 34

y así de ochent a y seis m odos diferent es.


Las indicaciones dadas por Berem iz sobre los cuadrados m ágicos
fueron oídas con la m ayor at ención por el rey y por los nobles
m usulm anes.
Un viej o ulem a de oj os claros y nariz achat ada, pero risueño y
sim pát ico, después de dirigir palabras elogiosas al " em inent e Berem iz
Sam ir, del país del I rán" , declaró que deseaba hacer una consult a al
sabio calculador.
La consult a del ulem a era la siguient e:
- ¿Serla posible a un geóm et ra calcular la relación exact a ent re una
circunferencia y su diám et ro? En ot ras palabras: " ¿Cuánt as veces una
circunferencia cont iene a su diám et ro?"
La respuest a a est a pregunt a fue form ulada por el Calculador en
los siguient es t érm inos:
- No es posible obt ener la m edida exact a de una circunferencia ni
siquiera cuando conocem os su diám et ro. De est a m edida debería
result ar un núm ero, pero el verdadero valor de est e núm ero lo
ignoran los geóm et ras. Creían los ant iguos ast rólogos que la
circunferencia era t res veces su diám et ro. Pero eso no era ciert o. El
griego Arquím edes encont ró que, m idiendo 22 codos la
circunferencia, su diám et ro debería m edir aproxim adam ent e 7 codos.
Tal núm ero result aría así de la división de 22 por 7. Los m at em át icos
hindúes no est án de acuerdo con est e cálculo, y el gran Al- Kharism i
afirm ó que la regla de Arquím edes, en la vida práct ica, est á m uy lej os
de ser verdadera.
Y Berem iz concluyó dirigiéndose al ulem a de nariz achat ada:
- Dicho núm ero parece envolver un alt o m ist erio por est ar dot ado
de at ribut os que sólo Allah podrá revelar.
Seguidam ent e el brillant e calculador t om ó el t ablero de aj edrez y
dij o dirigiéndose al rey:
- Est e viej o t ablero, dividido en 54 casillas negras y blancas se
em plea, com o sabéis, en el int eresant e j uego que un hindú llam ado
Lahur Sessa invent ó hace m uchos siglos para ent ret ener a un rey de
la I ndia. El descubrim ient o del j uego de aj edrez se halla ligado a una
leyenda que envuelve cálculos, núm eros y not ables enseñanzas.
- ¡Será int eresant e oírlo! , int errum pió el Califa. ¡Deseo conocerla!
- Escucho y obedezco, respondió Berem iz.
Y narró la hist oria que t ranscribim os en el siguient e capít ulo.
CAPI TULO XVI

Donde se cuent a la fam osa leyenda sobre el origen del j uego del
aj edrez, que Berem iz Sam ir, el Hom bre que Calculaba, narra al Califa
de Bagdad, Al- Mot acén Billah, Em ir de los Creyent es.

Difícil será descubrir, dada la incert idum bre de los docum ent os
ant iguos, la época precisa en que vivió y reinó en la I ndia un príncipe
llam ado ladava, señor de la provincia de Taligana. Sería, sin
em bargo, inj ust o ocult ar que el nom bre de dicho m onarca es
señalado por varios hist oriadores hindúes com o uno de los soberanos
m ás ricos y generosos de su t iem po.
La guerra, con su cort ej o fat al de calam idades, am argó la
exist encia del rey ladava, t ransform ando el ocio y gozo de la realeza
en ot ras m ás inquiet ant es t ribulaciones. Adscrit o al deber que le
im ponía la corona, de velar por la t ranquilidad de sus súbdit os,
nuest ro buen y generoso m onarca se vio obligado a em puñar la
espada para rechazar, al frent e de su pequeño ej ércit o, un at aque
insólit o y brut al del avent urero Varangul, que se hacía llam ar príncipe
de Calián.
El choque violent o de las fuerzas rivales cubrió de cadáveres los
cam pos de Dacsina, y ensangrent ó las aguas sagradas del río
Sabdhu. El rey ladava poseía, según lo que de él nos dicen los
hist oriadores, un t alent o m ilit ar no frecuent e. Sereno ant e la
inm inent e invasión, elaboró un plan de bat alla, y t an hábil y t an feliz
fue al ej ecut arlo, que logró vencer y aniquilar por com plet o a los
pérfidos pert urbadores de la paz de su reino.
El t riunfo sobre los fanát icos de Varangul le cost ó
desgraciadam ent e duros sacrificios. Muchos j óvenes xat rias pagaron
con su vida la seguridad del t rono y el prest igio de la dinast ía. Ent re
los m uert os, con el pecho at ravesado por una flecha, quedó en el
cam po de com bat e el príncipe Adj am ir, hij o del rey ladava, que se
sacrificó pat riót icam ent e en lo m ás encendido del com bat e para
salvar la posición que dio a los suyos la vict oria.
Term inada la cruent a cam paña y asegurada la nueva línea de
front eras, regresó el rey a su sunt uoso palacio de Andra. I m puso sin
em bargo la rigurosa prohibición de celebrar el t riunfo con las ruidosas
m anifest aciones con que los hindúes solían celebrar sus vict orias.
Encerrado en sus aposent os, sólo salía de ellos para oír a sus
m inist ros y sabios brahm anes cuando algún grave problem a lo
llam aba a t om ar decisiones en int erés de la felicidad de sus súbdit os.
Con el paso del t iem po, lej os de apagarse los recuerdos de la
penosa cam paña, la angust ia y la t rist eza del rey se fueron
agravando. ¿De qué le servían realm ent e sus ricos palacios, sus
elefant es de guerra, los t esoros inm ensos que poseía, si ya no t enía a
su lado a aquél que había sido siem pre la razón de ser de su
exist encia? ¿Qué valor podrían t ener a los oj os de un padre
inconsolable las riquezas m at eriales que no apagan nunca la nost algia
del hij o perdido?
El rey no podía olvidar las peripecias de la bat alla en que m urió
Adj am ir. El desgraciado m onarca se pasaba horas y horas t razando
en una gran caj a de arena las m aniobras ej ecut adas por sus t ropas
durant e el asalt o. Con un surco indicaba la m archa de la infant ería; al
ot ro lado, paralelam ent e, ot ro t razo m ost raba el avance de los
elefant es de guerra. Un poco m ás abaj o, represent ada por perfilados
círculos dispuest os con sim et ría, aparecía la caballería m andada por
un viej o radj , que decía gozar de la prot ección de Techandra, diosa
de la Luna. Por m edio de ot ras líneas esbozaba el rey la posición de
las colum nas enem igas desvent aj osam ent e colocadas, gracias a su
est rat egia, en el cam po en que se libró la bat alla decisiva.
Una vez com plet ado el cuadro de los com bat ient es con t odas las
m enudencias que recordaba, el rey borraba t odo para em pezar de
nuevo, com o si sint iera el ínt im o gozo de revivir los m om ent os
pasados en la angust ia y la ansiedad.
A la hora t em prana en que llegaban al palacio los viej os brahm anes
para la lect ura de los Vedas, ya el rey había t razado y borrado en su
caj ón de arena el plano de la bat alla que se reproducía
int erm inablem ent e.
- ¡Desgraciado m onarca! , m urm uraban los sacerdot es afligidos.
Obra com o un sudra a quien Dios privara de la luz de la razón. Sólo
Dhanout ara, poderosa y clem ent e, podría salvarlo.
Y los brahm anes rezaban por él, quem aban raíces arom át icas
im plorando a la et erna celadora de los enferm os que am parase al
soberano de Taligana.
Un día, al fin, el rey fue inform ado de que un j oven brahm án
- pobre y m odest o- solicit aba audiencia. Ya ant es lo había int ent ado
varias veces pero el rey se negaba siem pre alegando que no est aba
en disposición de ánim o para recibir a nadie. Pero est a vez accedió a
la pet ición y m andó que llevaran a su presencia al desconocido.
Llegado a la gran sala del t rono, el brahm án fue int erpelado,
conform e a las exigencias de rit ual, por uno de los visires del rey.
- ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué deseas de aquel que por
volunt ad de Vichnú es rey y señor de Taligana?
- Mi nom bre, respondió el j oven brahm án, es Lahur Sessa y
procedo de la aldea de Nam ir que dist a t reint a días de m archa de
est a herm osa ciudad. Al rincón donde vivía llegó la not icia de que
nuest ro bondadoso señor pasaba sus días en m edio de una profunda
t rist eza, am argado por la ausencia del hij o que le había sido
arrebat ado por la guerra. Gran m al será para nuest ro país, pensé, si
nuest ro noble soberano se encierra en sí m ism o sin salir de su
palacio, com o un brahm án ciego ent regado y a su propio dolor.
Pensé, pues, que convenía invent ar un j uego que pudiera dist raerlo y
abrir en su corazón las puert as de nuevas alegrías. Y ese es el
hum ilde present e que vengo ahora a ofrecer a nuest ro rey ladava.
Com o t odos los grandes príncipes cit ados en est a o aquella página
de la hist oria, t enía el soberano hindú el grave defect o de ser m uy
curioso. Cuando supo que el j oven brahm án le ofrecía com o present e
un nuevo j uego desconocido, el rey no pudo cont ener el deseo de
verlo y apreciar sin m ás dem ora aquel obsequio.
Lo que Sessa t raía al rey ladava era un gran t ablero cuadrado
dividido en sesent a y cuat ro cuadros o casillas iguales. Sobre est e
t ablero se colocaban, no arbit rariam ent e, dos series de piezas que se
dist inguían una de ot ra por sus colores blanco y negro. Se repet ían
sim ét ricam ent e las form as ingeniosas de las figuras y había reglas
curiosas para m overlas de diversas m aneras.
Sessa explicó pacient em ent e al rey, a los visires y a los cort esanos
que rodeaban al m onarca, en qué consist ía el j uego y les explicó las
reglas esenciales:
- Cada j ugador dispone de ocho piezas pequeñas: los " peones" .
Represent an la infant ería que se dispone a avanzar hacia el enem igo
para desbarat arlo. Secundando la acción de los peones, vienen los
" elefant es de guerra" , represent ados por piezas m ayores y m ás
poderosos. La " caballería" , indispensable en el com bat e, aparece
igualm ent e en el j uego sim bolizada por dos piezas que pueden salt ar
com o dos corceles sobre las ot ras. Y, para int ensificar el at aque, se
incluyen los dos " visires" del rey, que son dos guerreros llenos de
nobleza y prest igio. Ot ra pieza, dot ada de am plios m ovim ient os, m ás
eficient e y poderosa que las dem ás, represent ará el espírit u de
nacionalidad del pueblo y se llam ará la " reina" . Com plet a la colección
una pieza que aislada vale poco pero que es m uy fuert e cuando est á
am parada por las ot ras. Es el " rey" .
El rey I adava, int eresado por las reglas del j uego, no se cansaba
de int errogar al invent or:
- ¿Y por qué la reina es m ás fuert e y m ás poderosa que el propio
rey?
- Es m ás poderosa, argum ent ó Sessa, porque la reina represent a en
est e j uego el pat riot ism o del pueblo. La m ayor fuerza del t rono reside
principalm ent e en la exalt ación de sus súbdit os. ¿Cóm o iba a poder
resist ir el rey el at aque de sus adversarios si no cont ase con el
espírit u de abnegación y sacrificio de los que le rodean y velan por la
int egridad de la pat ria?
Al cabo de pocas horas, el m onarca, que había aprendido con
rapidez t odas las reglas del j uego, lograba ya derrot ar a sus visires
en una part ida im pecable.
Sessa int ervenía respet uoso de cuando en cuando para aclarar una
duda o sugerir un nuevo plan de at aque o de defensa.
En un m om ent o dado observó el rey, con gran sorpresa, que la
posición de las piezas, t ras las com binaciones result ant es de los
diversos lances, parecía reproducir exact am ent e la bat alla de
Dacsina.
- Observad, le dij o el int eligent e brahm án, que para obt ener la
vict oria result a indispensable el sacrificio de est e visir...
E indicó precisam ent e la pieza que el rey I adava había est ado a lo
largo de la part ida defendiendo o preservando con m ayor em peño.
El j uicioso Sessa dem ost raba así que el sacrificio de un príncipe
viene a veces im puest o por la fat alidad para que de él result en la paz
y la libert ad de un pueblo.
Al oír t ales palabras, el rey ladava, sin ocult ar el ent usiasm o que
em bargaba su espírit u, dij o:
- ¡No creo que el ingenio hum ano pueda producir una m aravilla
com parable a est e j uego t an int eresant e e inst ruct ivo! Moviendo
est as piezas t an sencillas, acabo de aprender que un rey nada vale
sin el auxilio y la dedicación const ant e de sus súbdit os, y que a
veces, el sacrificio de un sim ple peón vale t ant o com o la pérdida de
una poderosa pieza para obt ener la vict oria.
Y dirigiéndose al j oven brahm án, le dij o:
- Quiero recom pensart e, am igo m ío, por est e m aravilloso regalo
que t ant o m e ha servido para el alivio de m is viej as angust ias. Dim e,
pues, qué es lo que deseas, dent ro de lo que yo pueda dart e, a fin de
dem ost rar cuán agradecido soy a quienes se m uest ran dignos de
recom pensa.
Las palabras con que el rey expresó su generoso ofrecim ient o
dej aron a Sessa im pert urbable. Su fisonom ía serena no reveló la
m enor agit ación, la m ás insignificant e m uest ra de alegría o de
sorpresa. Los visires le m iraban at ónit os y pasm ados ant e la apat ía
del brahm án.
- ¡Poderoso señor! , replicó el j oven m esuradam ent e pero con
orgullo. No deseo m ás recom pensa por el present e que os he t raído,
que la sat isfacción de haber proporcionado un pasat iem po al señor de
Taligana a fin de que con él alivie las horas prolongadas de la infinit a
m elancolía. Est oy pues sobradam ent e recom pensado, y cualquier ot ro
prem io sería excesivo.
Sonrió desdeñosam ent e el buen soberano al oír aquella respuest a
que reflej aba un desint erés t an raro ent re los am biciosos hindúes, y
no creyendo en la sinceridad de las palabras de Sessa, insist ió:
- Me causa asom bro t ant o desdén y desam or a los bienes
m at eriales, ¡oh j oven! La m odest ia, cuando es excesiva, es com o el
vient o que apaga la ant orcha y ciega al viaj ero en las t inieblas de una
noche int erm inable. Para que pueda el hom bre vencer los m últ iples
obst áculos que la vida le present a, es preciso t ener el espírit u preso
en las raíces de una am bición que lo im pulse a una m et a. Exij o por
t ant o, que escoj as sin dem ora una recom pensa digna de t u valioso
obsequio. ¿Quieres una bolsa llena de oro? ¿Quieres un arca replet a
de j oyas? ¿Deseas un palacio? ¿Acept arías la adm inist ración de una
provincia? ¡Aguardo t u respuest a y queda la prom esa ligada a m i
palabra!
- Rechazar vuest ro ofrecim ient o t ras lo que acabo de oír, respondió
Sessa, sería m enos descort esía que desobediencia. Acept aré pues la
recom pensa que ofrecéis por el j uego que invent é. La recom pensa
habrá de corresponder a vuest ra generosidad. No deseo, sin
em bargo, ni oro, ni t ierras, ni palacios. Deseo m i recom pensa en
granos de t rigo.
- ¿Granos de t rigo?, exclam ó el rey sin ocult ar su sorpresa ant e t an
insólit a pet ición. ¿Cóm o voy a pagart e con t an insignificant e m oneda?
- Nada m ás sencillo, explicó Sessa. Me daréis un grano de t rigo
para la prim era casilla del t ablero; dos para la segunda; cuat ro para
la t ercera; ocho para la cuart a; y así, doblando sucesivam ent e hast a
la sexagésim a y últ im a casilla del t ablero. Os ruego, ¡oh rey! , de
acuerdo con vuest ra m agnánim a ofert a, que aut oricéis el pago en
granos de t rigo t al com o he indicado…
No solo el rey sino t am bién los visires, los brahm anes, t odos los
present es se echaron a reír est repit osam ent e al oír t an ext raña
pet ición. El desprendim ient o que había dict ado t al dem anda era en
verdad com o para causar asom bro a quien m enos apego t uviera a los
lucros m at eriales de la vida. El j oven brahm án, que bien había podido
lograr del rey un palacio o el gobierno de una provincia, se
cont ent aba con granos de t rigo.
- ¡I nsensat o! , exclam ó el rey. ¿Dónde aprendist e t an necio desam or
a la fort una? La recom pensa que m e pides es ridícula. Bien sabes que
en un puñado de t rigo hay un núm ero incont able de granos. Con dos
o t res m edidas t e voy a pagar sobradam ent e, según t u pet ición de ir
doblando el núm ero de granos a cada casilla del t ablero. Est a
recom pensa que pret endes no llegará ni para dist raer durant e unos
días el ham bre del últ im o paria de m i reino. Pero, en fin, m i palabra
fue dada y voy a hacer que t e hagan el pago inm ediat am ent e de
acuerdo con t u deseo.
Mandó el rey llam ar a los algebrist as m ás hábiles de la cort e y
ordenó que calcularan la porción de t rigo que Sessa pret endía.
Los sabios calculadores, al cabo de unas horas de profundos
est udios, volvieron al salón para som et er al rey el result ado com plet o
de sus cálculos.
El rey les pregunt ó, int errum piendo la part ida que est aba j ugando:
- ¿Con cuánt os granos de t rigo voy a poder al fin corresponder a la
prom esa que hice al j oven Sessa?
- ¡Rey m agnánim o! , declaró el m ás sabio de los m at em át icos.
Calculam os el núm ero de granos de t rigo y obt uvim os un núm ero
cuya m agnit ud es inconcebible para la im aginación hum ana.
Calculam os en seguida con el m ayor rigor cuánt as ceiras
correspondían a ese núm ero t ot al de granos y llegam os a la siguient e
conclusión: el t rigo que habrá que darle a Lahur Sessa equivale a una
m ont aña que t eniendo por base la ciudad de Taligana se alce cien
veces m ás alt a que el Him alaya. Sem brados t odos los cam pos de la
I ndia, no darían en dos m il siglos la cant idad de t rigo que según
vuest ra prom esa corresponde en derecho al j oven Sessa.
¿Cóm o describir aquí la sorpresa y el asom bro que est as palabras
causaron al rey I adava y a sus dignos visires? El soberano hindú se
veía por prim era vez ant e la im posibilidad de cum plir la palabra dada.
Lahur Sessa –dicen las crónicas de aquel t iem po- com o buen
súbdit o no quiso afligir m ás a su soberano. Después de declarar
públicam ent e que olvidaba la pet ición que había hecho y liberaba al
rey de la obligación de pago conform e a la palabra dada, se dirigió
respet uosam ent e al m onarca y habló así:
- Medit ad, ¡oh rey! , sobre la gran verdad que los brahm anes
prudent es t ant as veces dicen y repit en; los hom bres m ás int eligent es
se obcecan a veces no solo ant e la apariencia engañosa de los
núm eros sino t am bién con la falsa m odest ia de los am biciosos. I nfeliz
aquel que t om a sobre sus hom bros el com prom iso de una deuda cuya
m agnit ud no puede valorar con la t abla de cálculo de su propia
int eligencia. ¡Más int eligent e es quien m ucho alaba y poco prom et e!
Y t ras ligera pausa, añadió:
- ¡Menos aprendem os con la ciencia vana de los brahm anes que con
la experiencia direct a de la vida y de sus lecciones const ant es, t ant as
veces desdeñadas! El hom bre que m ás vive, m ás suj et o est á a las
inquiet udes m orales, aunque no las quiera. Se encont rará ahora
t rist e, luego alegre, hoy fervoroso, m añana t ibio; ora act ivo, ora
perezoso; la com post ura alt ernará con la liviandad. Sólo el verdadero
sabio inst ruido en las reglas espirit uales se eleva por encim a de esas
vicisit udes y por encim a de t odas las alt ernat ivas.
Est as inesperadas y t an sabias palabras penet raron profundam ent e
en el espírit u del rey. Olvidando la m ont aña de t rigo que sin querer
había prom et ido al j oven brahm án, le nom bró prim er visir.
Y Lahur Sessa, dist rayendo al rey con ingeniosas part idas e aj edrez
y orient ándolo con sabios y prudent es consej os, prest ó los m ás
señalados beneficios al pueblo y al país, para m ayor seguridad del
t rono y m ayor gloria de su pat ria.
Encant ado quedó el califa Al- Mot acén cuando Berem iz concluyó la
hist oria del j uego de aj edrez. Llam ó al j efe de los escribas y
det erm inó que la leyenda de Sessa fuera escrit a en hoj as especiales
de algodón y conservada en valioso cofre de plat a.
Y seguidam ent e el generoso soberano deliberó acerca de si
ent regaría al Calculador un m ant o de honor o cien cequíes de oro.
“ Dios habla al m undo por m ano de los generosos” .
A t odos causó gran alegría el act o de m agnanim idad del soberano
de Bagdad. Los cort esanos que perm anecían en el salón eran am igos
del visir Maluf y del poet a I ezid. Oyeron pues con sim pat ía las
palabras del hom bre que Calculaba.
Berem iz, después de agradecer al soberano los present es con que
acababa de dist inguirle, se ret iró del salón. El Califa iba a iniciar el
est udio y j uicio de diversos casos, a oír a los honrados cadíes y a
em it ir sus sabias sent encias.
Salim os del palacio al anochecer. I ba a em pezar el m es de Cha-
band.
CAPI TULO XVI I

El Hom bre que calculaba recibe innum erables consult as. Creencias
y superst iciones. Unidades y figuras. El cont ador de hist orias y el
calculador. El caso de las 90 m anzanas. La ciencia y la caridad.

A part ir del célebre día en que est uvim os por prim era vez en el
diván del Califa, nuest ra vida sufrió profundas m odificaciones. La
fam a de Berem iz ganó realce excepcional. En la m odest a host ería en
que m orábam os, los visit ant es y conocidos no perdían oport unidad de
lisonj eam os con repet idas dem ost raciones de sim pat ía y respet uosos
saludos.
Todos los días el Calculador se veía obligado a at ender docenas de
consult as. Unas veces era un cobrador de im puest os que necesit aba
conocer el núm ero de rat ls cont enidos en un abás y la relación ent re
esas unidades y el cat e. Aparecía luego un haquím ansioso de oír las
explicaciones de Berem iz sobre la m anera de curar ciert as fiebres por
m edio de siet e nudos hechos en una cuerda. . Más de una vez el
Calculador fue buscado por cam elleros o vendedores de incienso que
pregunt aban cuánt as veces t enía que salt ar un hom bre sobre una
hoguera para librarse del dem onio. Aparecían a veces, al caer la
noche, soldados t urcos de m irada iracunda, que deseaban aprender
m edios seguros de ganar en el j uego de dados. Muchas veces t ropecé
con m uj eres - ocult as t ras espesos velos- que venían a consult ar
t ím idam ent e al m at em át ico sobre los núm eros que t enían que escribir
en el ant ebrazo izquierdo para lograr buena suert e, alegría y riqueza.
Querian conocer los secret os que aseguran la baraka a una esposa
feliz.
Berem iz Sam ir at endía a t odos con paciencia y bondad. Daba
explicaciones a unos, consej os a ot ros, procuraba dest ruir las
superst iciones y creencias de los débiles e ignorant es, m ost rándoles
que por volunt ad de Dios no hay ninguna relación ent re los núm eros
y las alegrías, t rist ezas y angust ias, del corazón.
Procedía de est a form a guiado sólo por un elevado sent im ient o de
alt ruism o, sin esperar lucro ni recom pensa. Rechazaba
sist em át icam ent e el dinero que le ofrecian y cuando un j eque rico, a
quien había enseñado o resuelt o problem as, insist ía en pagar la
consult a, Berem iz recibfa la bolsa llena de dinares, agradeda el
donat ivo, y m andaba dist ribuir fnt egram ent e el cont enido ent re los
pobres del barrio. Ciert a vez llegó un m ercader llam ado Aziz Nem an,
em puñando un papel lleno de núm eros y cuent as, para quej arse de
un socio a quien llam aba " ladrón m iserable" , " 'chacal inm undo" y
ot ros epít et os no m enos insult ant es. Berem iz procuró calm ar el ánim o
exalt ado del hom bre lI am ándole al cam ino de la m ansedum bre.
- Es convenient e ponerse en guardia, le dij o, cont ra los j uicios
arrebat ados por la pasión, porque ést a desfigura m uchas veces la
verdad. Aquél que m ira a t ravés de un crist al de color, ve t odos los
obj et os del color de dicho crist al. Si el crist al es roj o, t odo le aparece
com o ensangrent ado; si es am arillo, t odo aparece de color de m iel. la
pasión es para el hom bre com o un crist al ant e los oj os. Si alguien nos
agrada, t odo se lo alabam os y disculpam os. Si, por el cont rario, nos
desagrada, t odo lo int erpret am os de m anera desfavorable. Y
seguidam ent e exam inó con paciencia las cuent as y descubrió en ella
varios errores que desvirt uaban los result ados. Aziz reconoció que
había sido inj ust o con su socio y quedó t an encant ado de las m aneras
int eligent es y conciliadoras de Berem iz que nos invit ó aquella noche a
dar un paseo por la ciudad.
Nuest ro com pañero nos llevó hast a el café Bazarique sit uado en el
ext rem o de la plaza de Ot m án.
Un fam oso cont ador de hist orias, en m edio de la sala llena de
hum o espeso, capt aba la at ención de un grupo num eroso de
oyent es.
Tuvim os la suert e de llegar exact am ent e en el m om ent o en que el
j eque el- m edah t erm inaba la acost um brada oración m at ut ina y
em pezaba la narración. Era un hom bre de unos cincuent a años, casi
negro con la barba com o el azabache y grandes oj os chispeant es.
Vest ía, com o casi t odos los narradores de Bagdad, un am plísim o paño
blanco apret ado en t orno de la cabeza por una cuerda de pelo de
cam ello que le daba una m aj est ad de sacerdot e ant iguo. Hablaba con
voz alt a y vaga, alzado en m edio del círculo de oyent es.
Sum isam ent e acom pañado de dos t ocadores de laúd y Tam bor.
Narraba con ent usiasm o una hist oria de am or, int ercalando algunas
vicisit udes de la vida del sult án. Los oyent es est aban pendient es de
sus palabras. Los gest os del j eque eran t an arrebat ados, su voz t an
expresiva, su rost ro t an elocuent e, que a veces daba la im presión de
que había vivido las avent uras que su im aginación creaba. Hablaba
de un largo viaj e. I m it aba el paso lent o del cam ello fat igado. Ot ras
veces hacía gest os de fat iga com o si fuera un beduino sedient o que
buscaba una got a de agua en t orno a sí. Luego dej aba caer los brazos
y la cabeza com o un hom bre hundido en la m ás com plet a
desesperación. iQué adm iración causaba aquel j eque cont ador de
hist orias!
Árabes, arm enios, egipcios, persas y nóm adas bronceados del
Hedj a, inm óviles, cont eniendo la respiración, reflej aban en sus
rost ros t odas las palabras del narrador. En aquel m om ent o, con el
alm a t oda en los oj os, dej aban ver claram ent e la ingenuidad de sus
sent im ient os ocult a baj o la apariencia de una dureza salvaj e. El
cont ador de hist orias iba de un lado a ot ro, ret rocedía at errado, se
cubría el rost ro con las m anos, alzaba los brazos al cielo y, a m edida
que se iba dej ando arrebat ar por sus propias palabras, los m úsicos
t ocaban y bat ían con m ás ent usiasm o..
La narración había arrebat ado a los beduinos. Cuando t erm inó,
los aplausos ensordecieron. Luego t odos los present es em pezaron a
com ent ar en voz baj a los episodios m ás em ocionales de la narración.
El m ercader Aziz Nem an, que parecía m uy popular en aquella
ruidosa sociedad, se adelant ó hacia.el cent ro de la sala y com unicó
al j eque en t ono solem ne y decidido
- Se halla aquí present e, ioh herm ano de los árabes! , el célebre
Berem iz Sam ir, el calculador persa, secret ario del visir Maluf.
Cent enares de oj os se clavaron en Berem iz, cuya presencia era un
honor para los parroquianos de aquel café.
El cont ador de hist orias, después de dirigir un respet uoso saludo
al Hom bre que Calculaba, dij o con voz clara y bien t im brada:
- iAm igos! He cont ado m uchas hist orias m aravillosas de genios,
reyes y efrit es. En hom enaj e al lum inoso calculador que acaba de
llegar, voy a cont ar una hist oria en la que se plant ea un problem a
cuya solución no ha sido descubiert a hast a ahora.
- iMuy bien! iMuy bien! , clam aron los oyent es.
El j eque, después de evocar el nom bre de Allah - iCon El sea la
oración y la gloria! - , cont ó el caso siguient e:
- Vivía ant año en Dam asco un esforzado cam pesino que t enía t res
hij as. Un día, hablando con el cadí, el cam pesino declaró que sus
hij as est aban dot adas de alt a int eligencia y de un raro poder
im aginat ivo.
El cadí, envidioso y m ezquino, se irrit ó al oír al rúst ico elogiar el
t alent o de las j óvenes, y declaró:
- iYa es la quint a vez que oigo de t u boca elogios exagerados que
exalt an la sabiduría de t us hij as! Voy a llam arlas al salón para ver si
est án dot adas de t ant o ingenio y perspicacia, com o pregonas.
Yel cadí m andó llam ar a las t res m uchachas y les dij o.
- Aquí hay 90 m anzanas que iréis a vender al m ercado. Fát im a, la
m ayor, llevará 50; Cunda llevará 30, y Shia, la m enor, llevará las
ot ras 10.
Si Fát im a vende las m anzanas al precio de siet e por un dinar, las
ot ras t endrán que vender t am bién al m ism o precio es decir siet e
m anzanas por un dinar. Si Fát im a vende las m anzanas a t res dinares
cada una, ése será t am bién el precio al que deberán vender las suvas
Cunda y Shia. El negocio se hará de m odo que las t res logren, con la
vent a de sus respect ivas m anzanas, una cant idad igual.
- ¿Y no puedo deshacerm e de alguna de las m anzanas que
llevo?, pregunt ó Fát im a.
- De ningún m odo, obj et ó el im pert inent e cadí. La condición es
ést a: Fát im a t iene que vender 50. Cunda venderá 30, y Shia sólo
podrá vender las 10 que le quedan. Y las ot ras dos t endrán que
venderlas al precio que Fát im a las venda. Al final t endrán que haber
logrado cuant ías iguales.
El problem a, plant eado de est e m odo, parecía absurdo y
disparat ado. ¿Cóm o resolverlo? las m anzanas, según la condición
im puest a por el cadí, t enían que ser vendidas al m ism o precio. Pero
lógicam ent e la vent a de 50 m anzanas t endría que producir una
cant idad m ucho m ayor que la vent a de 300 sólo 10. Y com o las
m uchachas no veían la m anera de resolver el caso, fueron a consult ar
a un im án que vivía en aquella m ism a vecindad. El im án, después de
llenar varias hoj as de núm eros, fórm ulas y ecuaciones, concluyó:
- Muchachas, el problem a es de una sencillez crist alina.
Vended las 90 m anzanas com o el cadí ordenó, y llegaréis al
result ado que os exige.
La indicación dada por el im án en nada aclaraba el int rincado
problem a de las 90 m anzanas propuest o por el cadí.
Las j óvenes fueron al m ercado y vendieron t odas las m anzanas.
Est o es: Fát im a vendió 50; Cunda vendió 30, y Shia las 10 que
llevaba. El precio fue el m ism o en los t res casos y al fin cada una
obt uvo la m ism a cant idad. Aquí t erm ina la hist oria. Corresponde
ahora a nuest ro calculador explicar cóm o fue resuelt o el problem a.
Apenas acababa de oír est as palabras cuando Berem iz se dirigió
al cent ro del corro de oyent es y habló así:
- No dej a de t ener ciert o int erés el problem a plant eado baj o
form a de un cuent o. Muchas veces vi exact am ent e lo cont rario:
sim ples hist orias disfrazadas de verdaderos problem as de Lógica de
Mat em át icas. La solución del enigm a con que el cadí de Dam asco
quiso at orm ent ar a las j óvenes cam pesinas parece ser la siguient e:
Fát im a em pezó la vent a fij ando el precio de 7 m azanas por un
dinar; vendió 49 de las 50 m anzanas que t enía por 7 dinares,
quedándose con una de rest o.
Cunda, obligada a ceder las 30 m anzanas por ese m ism o precio,
vendió 28 por 4 dinares, quedándose con dos de rest o.
Shia, que disponía de 10 m anzanas, vendió 7 por un dinar, y se
quedó con t res de rest o.
Tenem os as! en la prim era fase del problem a:

Fát im a vendió 49 y se quedó con 1


Cunda vendió 28 y se quedó con 2
Shia vendió7 yse quedó con 3

Seguidam ent e, Fát im a decidió vender la ,m anzana que le


quedaba por 3 dinares.
Cunda, según la condición im puest a por el cadí, vendió las dos
m anzanas al m ism o precio, est o es, a 3 dinares cada una,
obt eniendo 6 dinares.
Shia, vendió las 3 m anzanas del rest o por 9 dinares, es
decir.t am bien a t res dinares cada m anzana.

Fát im a:
1° fase 49 m anzanas por 7 dinares
2° fase 1 “ 3 “
Tot al 50 “ 10 “

Cunda:
1° fase 28 m anzanas por 4 dinares
2° fase 2 “ 6 “
Tot al 30 “ 10 “

Shia:
1° fase 7 m anzanas por 1 dinares
2° fase 3 “ 9 “
Tot al 10 “ 10 “

Yt erm inado el negocio, com o es fácil verificar, cada una de las


m uchas obt uvo 10 dinares. De est a singular m anera se resolvió el
problem a del envidioso cadí. iQuiera Allah que los perversos sean
condenados, y los buenos recom pensados! . El j eque el- m edah,
encant ado con la solución present ada por Berem iz, exclam ó alzando
los brazos:
- iPor la segunda som bra de Mahom a! iEst e j oven calculador es
realm ent e un genio! Es el prim er ulem a que descubre, sin ponerse a
hacer cuent as com plicadas, la solución exact a y perfect a del
problem a del cadí!
La m ult it ud que llenaba el café de Ot m án, coreólos elogios del
j eque:
- iBravo! iBravo! iAllah ilum inó al j oven ulem a!
Berem iz, después de im poner silencio a la ruidosa
concurrencia, dij o:
- Am igos m íos: m e veo obligado a confesar que no m erezco el
honroso t ít ulo de ulem a. Loco es aquel que se considera sabio cuando
m ide la ext ensión de su ignorancia. ¿Qué puede valer la ciencia de los
hom bres ant e la ciencia de Dios? Y ant es de que cualquiera de los
asist ent es le int errogara inició la siguient e hist oria:
- Había una vez una horm iguit a que, yendo. por el m undo.
encont ró una gran m ont aña de azúcar. Muy cont ent a con su
descubrim ient o, quit ó de la m ont aña un pequeño grano y lo llevó al
horm iguero. - ¿Qué es est o? - le pregunt aron sus com pañeras- . Est o -
replicó la vanidosa- es una m ont aña de azúcar. La encont ré en el
cam ino y decidí t raerla al horm iguero.
Y añadió Berem iz con una vivacidad m uy fuera de su habit ual
placidez:
- Así hace el sabio orgulloso. Trae una m igaj a recogida en el
cam ino y dice que lleva el Him alaya. La Ciencia es una gran m ont aña
de azúcar; de esa m ont aña sólo conseguim os apoderam os de
insignificant es pedacit os.
E insist ió: La única ciencia que debe t ener valor para los hom bres
es la. Ciencia de Dios.
Un barquero yem enit a que se hallaba en el corro, pregunt ó:
- ¿y cuál es, ioh Calculador! , la Ciencia de Dios?
- La Ciencia de Dios es la Caridad. Recordé en aquel m om ent o la
poesía que había oído en voz de Telassim en los j ardines del j eque
lezid, cuando los páj aros fueron puest os en libert ad:

Si hablara la lengua de los hom bres


y de los ángeles
y no t uviera caridad
sería com o el m et al que suena
o com o la cam pana que t añe.
iNada seria!
iNada seria!

Hacia la m edianoche, cuando salim os del café, varios hom bres se


ofrecieron acom pañam os con pesadas lint ernas en señal de
consideración, pues la noche era oscura, las calles t ort uosas y se
hallaban desiert as.
Miré hacia el cielo. Allá en lo alt o, dest acando en m edio de la
inm ensa caravana de est rellas, brillaba la inconfundible Al- Schira.
iI allah!
CAPI TULO XV I I I

Qu e t r a t a de n u e st r a vu e lt a a l pa la cio de l j e qu e I e zid. Un a
r e u n ión de poe t a s y le t r a dos. El h om e n a j e a l m a h a r a j á de
La h or e . La M a t e m á t ica e n la I ndia . La h e r m osa le ye n da sobr e
“la pe r la de Lila va t i”. Los gr a n de s t r a t a dos qu e los h in dú e s
e scr ibie r on sobr e la s M a t e m á t ica s.

Al día siguient e, a prim era hora de la sob, llegó un egipcio con una
cart a del poet a I ezid a nuest ra m odest a host ería.
- Aún es m uy t em prano para la clase, advirt ió t ranquilo Berem iz.
Tem o que m i pacient e alum na no est é preparada.
El egipcio nos explicó que el j eque, ant es de la clase de
Mat em át icas, deseaba present ar al calculador persa a un grupo de
am igos. Convenía, pues llegar lo ant es posible al palacio dl poet a.
Est a vez, por precaución, nos acom pañaron t res esclavos negros,
fuert es y decididos, pues era m uy posible que el t errible y envidioso
Tara- Tir int ent ase asalt arnos en el cam ino para asesinar a Berem iz,
en quien veía posiblem ent e un odioso rival.
Una hora después, sin que nada anorm al sucediera, llegam os a la
deslum brant e residencia del j eque I ezid. El siervo egipcio nos conduj o
a t ravés de la int erm inable galería, hast a un rico salón azul adornado
con frisos dorados.
Le seguim os en silencio no sin ciert a prevención m ía por lo insólit o
de aquella llam ada.
Allí se encont raba el padre de Telassim rodeado de varios let rados
y poet as.
- ¡Salam Aleicum !
- ¡Massa al- quair!
- ¡Venda ezzaiac!
Cam biados los saludos, el dueño de la casa nos dirigió am ist osas
palabras y nos invit ó a t om ar asient o en aquella reunión.
Nos sent am os sobre m ullidos coj ines de seda, y una esclava negra
de oj os vivos, nos t raj o frut as, past eles y agua de rosas.
Me di cuent a de que uno de los invit ados, que parecía ext ranj ero,
llevaba un vest ido de luj o excepcional.
Vest ía una t única de seda blanca de Génova, ceñida con un
cint urón azul const elado de brillant es, colgaba un bello puñal con la
em puñadura incrust ada de lapislázuli y zafiros. Se cubría con un
vist oso t urbant e de seda rosa sem brado de piedras preciosas y
adornado con hilos negros. La m ano, t rigueña y fina, est aba realzada
por el brillo de los valiosos anillos que adornaban sus delgados dedos.
- I lust re geóm et ra, dij o el j eque I ezid dirigiéndose al Calculador,
bien sé que est arás sorprendido por la reunión que he organizado hoy
en est a m odest ísim a t ienda. Me cabe, sin em bargo, decir que est a
reunión no t iene m ás finalidad que rendir hom enaj e a nuest ro ilust re
huésped, el príncipe Cluzir- el- din- Mubarec- Schá, señor de Lahore y
Delhi.
Berem iz, con leve inclinación de cabeza, hizo un saludo al gran
m aharaj á de Lahore, que era el j oven del cint urón adornado con
brillant es.
Ya sabíam os, por las charlas habit uales de los forast eros en la
host ería, que el príncipe había dej ado sus ricos dom inios de la I ndia
para cum plir uno de los deberes del buen m usulm án; hacer la
peregrinación a La Meca, la Perla del I slam . Pocos días pasaría, pues,
ent re los m uros de Bagdad. Muy pront o part iría con sus num erosos
siervos y ayudant es hacia la Ciudad Sant a.
- Deseam os, ¡oh calculador! , prosiguió I ezid, que nos ayudes para
poder aclarar una duda sugerida por el príncipe Cluzir Schá. ¿Cuál fue
la cont ribución de los hindúes al enriquecim ient o de la Mat em át ica?
¿Quiénes los principales geóm et ras que dest acaron en la I ndia por
sus est udios e invest igaciones?
- ¡Jeque generoso! , respondió Berem iz. Sient o que la t area que
acabáis de lanzar sobre m is hom bros es de las que exigen erudición y
serenidad. Erudición para conocer con t odos los porm enores los
hechos de la Hist oria de las Ciencias, y serenidad para analizarlos y
j uzgarlos con elevación y discernim ient o. Vuest ros m enores deseos
¡oh Jeque! son sin em bargo, órdenes para m í. Expondré, pues, en
est a brillant e reunión, com o t ím ido hom enaj e al príncipe Cluzir Schá
–a quien acabo de t ener el honor de conocer- , las pequeñas nociones
que aprendí en los libros sobre el desarrollo de la Mat em át ica en el
País del Ganges.
El hom bre que Calculaba, em pezó así:
- ¡Nueve o diez siglos ant es de Mahom a, vivó en la I ndia un
brahm án ilust re que se llam aba Apast am ba. Con int ención de ilust rar
a los sacerdot es sobre los sist em as de const rucción de alt ares y sobre
la orient ación de los t em plos, est e sabio escribió una obra llam ada
“ Suba- Sut ra” que cont iene num erosas enseñanzas m at em át icas. Es
poco probable que est a obra pudiera recibir influencia de los
pit agóricos, pues la geom et ría del sacerdot e hindú no sigue el m ét odo
de los invest igadores griegos. Se encuent ran, sin em bargo, en las
páginas de “ Suba- Sut ra” varios t eorem as de Mat em át icas y pequeñas
reglas sobre const rucción de figuras. Para enseñar la t ransform ación
convenient e de un alt ar, el sabio Apast am ba propone la const rucción
de un t riángulo rect ángulo cuyos lados m iden respect ivam ent e 39, 36
y 15 pulgadas. Para la solución de est e curioso problem a aplicaba el
brahm án un principio que era at ribuido al griego Pit ágoras:

El área del cuadrado const ruido sobre la hipot enusa, es equivalent e


a la sum a de las áreas de los cuadrados const ruidos sobre los
cat et os.

Y volviéndose hacia el j eque I ezid, que escuchaba con la m ayor


at ención, habló así:
- Mej or sería explicar, por m edio de figuras, esa proposición fam osa
que t odos deben conocer.
El j eque I ezid alzó la m ano e hizo una señal a sus auxiliares. Al
cabo de un m om ent o dos esclavos t raj eron al salón una gran caj a de
arena. Sobre la superficie lisa podría Berem iz t razar figuras y esbozar
cálculos y problem as a fin de aclarar sus problem as al príncipe de
Lahore.
- He aquí explicó Berem iz t razando en la arena las figuras con
ayuda de una vara de bam bú, un t riángulo rect ángulo. El lado m ayor
de ést e se llam a hipot enusa y los ot ros dos cat et os.
Const ruyam os ahora, sobre cada uno de los lados de est e
t riángulo, un cuadrado: uno sobre la hipot enusa, ot ro sobre el prim er
cat et o y el t ercero sobre el segundo cat et o. Será fácil probar que el
cuadrado m ayor const ruido sobre la hipot enusa, t iene un área
exact am ent e igual a la sum a de las áreas de los ot ros dos cuadrados
const ruidos sobre los cat et os.
Queda pues, dem ost rado la veracidad del principio enunciado por
Pit ágoras.

Dem ost ración gráfica del Teorem a de Pit ágoras


Los lados del t riángulo m iden respect ivam ent e t res, cuat ro y cinco
cent ím et ros. La relación pit agórica se verifica con la igualdad:

5 2= 4 2 + 3 2
25 = 16 + 9

Pregunt ó el príncipe si aquella relación era válida para t odos los


t riángulos.
Con aire grave, respondió Berem iz:
- Est a proposición es válida y const ant e para t odos los t riángulos
rect ángulos. Diré, sin t em or a errar, que la ley de Pit ágoras expresa
una verdad et erna. I ncluso ant es de brillar el sol que nos ilum ina,
ant es de exist ir el aire que respiram os, ya el cuadrado const ruido
sobre la hipot enusa era igual a la sum a de los cuadrados const ruidos
sobre los cat et os.
Se m ost raba el príncipe int eresadísim o en las explicaciones que oía
a Berem iz. Y hablando al poet a I ezid, observó con sim pat ía:
- ¡Cosa m aravillosa es, oh am igo m ío, la Geom et ría! ¡Qué ciencia
t an not able! Percibim os en sus enseñanzas dos aspect os que
encant an al hom bre m ás rudo o m ás despreocupado de las cosas del
pensam ient o: claridad y sencillez.
Y, t ocando levem ent e con la m ano izquierda en el hom bro de
Berem iz, int erpeló al calculador con nat uralidad:
- ¿Y esa proposición que los griegos est udiaron, aparece ya en el
libro “ Suba- Sut ra” del viej o brahm án Apast am ba?
Berem iz respondió sin vacilar.

- ¡Sí, oh príncipe! El llam ado Teorem a de Pit ágoras puede leerse en


las hoj as del “ Suba- Sut ra” en form a algo diferent e. Por la lect ura de
los escrit os de Apast am ba aprendían los sacerdot es la m anera de
calcular la const rucción de los orat orios, t ransform ando un rect ángulo
en un cuadrado equivalent e, eso es en un cuadrado de la m ism a
área.
- ¿Y surgieron en la I ndia ot ras obras de cálculo dignas de dest acar?
indagó el príncipe.
- Varias m ás, respondió pront am ent e Berem iz. Cit aré la curiosa
obra “ Suna- Sidaut a” , obra de aut or desconocido; pero de m ucho
valor, pues expone en form a m uy sencilla las reglas de la num eración
decim al y m uest ra que el cero es de gran im port ancia en el cálculo.
No m enos not ables para la ciencia de los brahm anes fueron los
escrit os de dos sabios que gozan hoy de la adm iración de los
geóm et ras: Aria- Bat a y Bram a- Gupt a. El t rat ado de Aria- Bat a est aba
dividido en cuat ro part es: “ Arm onías Celest es” , “ El Tiem po y sus
Medidas” , “ Las Esferas” y “ Elem ent os de Cálculo” . No pocos fueron
los errores descubiert os en los escrit os de Aria- Bat a. Est e geóm et ra
enseñaba, por ej em plo, que el volum en de la pirám ide se obt iene
m ult iplicando la m it ad de la base por la alt ura.
- ¿Y no es ciert a esa regla?, int errum pió el príncipe.
- Realm ent e es un error, respondió Berem iz. Un com plet o error.
Para el cálculo de volum en de una pirám ide, debem os m ult iplicar no
la m it ad, sino la t ercera part e del área de la base –calculada en
pulgadas cuadradas- por la alt ura –calculada en pulgadas-
Se hallaba al lado del príncipe de Lahore un hom bre alt o, delgado,
ricam ent e vest ido, de barba gris con hebras rubias. Un hom bre
ext raño de apariencia para ser hindú. Pensé que sería un cazador de
t igres, y m e engañé. Era un ast rólogo hindú que acom pañaba al
príncipe en su peregrinación a La Meca. Ost ent aba un t urbant e azul
de t res vuelt as, bast ant e llam at ivo. Se llam aba Sadhu Gang y
m ost rábase m uy int eresado en oír las palabras de Berem iz.
En un m om ent o dado, el ast rólogo Sadhu decidió int ervenir en los
debat es. Hablando m al, con acent o ext ranj ero, le pregunt ó a
Berem iz:
- ¿Es verdad que la Geom et ría, en la I ndia, fue cult ivada por un
sabio que conocía los secret os de los ast ros y los alt os m ist erios de
los cielos?
Aquella pregunt a no pert urbó al calculador. Después de m edit ar
durant e unos inst ant es, t om ó Berem iz su caña de bam bú, borró t odas
las figuras t razadas en la caj a de arena y escribió solo un nom bre:
Bhaskhara, el Sabio.

Y dij o solem nem ent e:


- Est e es el nom bre del m ás fam oso geóm et ra de la I ndia. Conocía
Bhaskhara los secret os de los ast ros y est udiaba los alt os m ist erios
de los cielos. Nació ese ast rónom o en Bidom , en la provincia del
Decán, cinco siglos después de Mahom a. La prim era obra de
Bhaskhara se t it ulaba “ Bij a- Ganit a” .
- ¿Bij a- Ganit a?, repit ió el hom bre del t urbant e azul. “ Bij a” quiere
decir “ sim ient e” y “ ganit a” en uno de nuest ros viej os dialect os,
significa “ cont ar” , “ calcular” , “ m edir” .
- Exact am ent e, confirm ó Berem iz. Exact am ent e. La m ej or
t raducción para el t ít ulo de esa obra sería: “ El Art e de Cont ar
Sim ient es” .
Apart e del “ Bij a- Ganit a” el sabio Bhaskhara escribió ot ra obra
fam osa: “ Lilavat i” . Sabem os que ést e era el nom bre de la hij a de
Bhaskhara.
- Dicen que hay una novela o una leyenda en t orno a Lilavat i.
¿Conoces ¡oh calculador! , esa novela o leyenda de que t e hablo?
- Desde luego, respondió Berem iz, la conozco perfect am ent e, y si
fuera del agrado de nuest ro príncipe podría cont arla ahora…
- ¡Por Allah! , exclam ó el príncipe de Lahore. ¡Oigam os la leyenda de
Lilavat i! ¡Con m ucho gust o la escucharé! Est oy seguro de que va ser
m uy int eresant e…
En est e m om ent o, a una señal del poet a I ezid, dueño de la casa,
aparecieron en la sala cinco o seis esclavos que ofrecieron a los
invit ados carne de faisán, past eles de leche, bebidas y frut as.
Cuando hubo t erm inado la deliciosa m erienda –y hechas las
abluciones de rit ual- , le pidieron de nuevo al calculador que narrara la
leyenda.
Berem iz se irguió, paseó la m irada por t odos los present es y
em pezó a hablar:
- ¡En nom bre de Allah, Clem ent e y Misericordioso! Se cuent a que el
fam oso geóm et ra Bhaskhara, el Sabio, t enía una hij a llam ada Lilavat i.
Su origen es m uy int eresant e. Voy a recordarlo. Al nacer, el
ast rólogo consult ó las est rellas y por la disposición de los ast ros,
com probó que est aba condenada a perm anecer solt era t oda la vida y
que quedaría olvidada por el am or de los j óvenes pat ricios. No se
conform ó Bhaskhara con esa det erm inación del Dest ino y recurrió a
las enseñanzas de los ast rólogos m ás fam osos de su t iem po. ¿Cóm o
hacer para que la graciosa Lilavat i pudiera lograr m arido y ser feliz en
su m at rim onio?
Un ast rólogo consult ado por Bhaskhara le aconsej ó que llevara a su
hij a a la provincia de Dravira, j unt o al m ar. Había en Dravira un
t em plo excavado en la piedra donde se veneraba una im agen de
Buda que llevaba en la m ano una est rella. Solo en Dravira, aseguró el
ast rólogo, podría Lilavat i encont rar novio, pero el m at rim onio solo
sería feliz si la cerem onia del enlace quedaba m arcada en ciert o día
en el cilindro del t iem po.
Lilavat i fue al fin, con agradable sorpresa, pedida en m at rim onio
por un j oven rico, t rabaj ador, honest o y de buena cast a. Fij ado el día
y m arcada la hora, se reunieron los am igos para asist ir a la
cerem onia.
Los hindúes m edían, calculaban y det erm inaban las horas del día
con auxilio de un cilindro colocado en un vaso lleno de agua. Dicho
cilindro, abiert o solo en su part e m ás alt a, present aba un pequeño
orificio de la base, invadía lent am ent e el cilindro, ést e se hundía en el
vaso hast a que llegaba a desaparecer por com plet o, a una hora
previam ent e det erm inada.
Colocó Bhaskhara el cilindro de las horas en posición adecuada con
el m ayor cuidado y esperó hast a que el agua llegara al nivel m arcado.
La novia, llevada por su incont enible curiosidad, verdaderam ent e
fem enina, quiso observar la subida del agua en el cilindro y se acercó
para com probar la det erm inación del t iem po. Una de las perlas de su
vest ido se desprendió y cayó en el int erior del vaso. Por una
fat alidad, la perla, llevada por el agua, obst ruyó el pequeño orificio
del cilindro im pidiendo que ent rara en él el agua del vaso. El novio y
los invit ados esperaban con paciencia, pero pasó la hora propicia sin
que el cilindro la indicara com o había previst o el sabio ast rólogo. El
novio y los invit ados se ret iraron para que, después de consult ados
los ast ros, se fij ara ot ro día para la cerem onia. El j oven brahm án que
había pedido a Lilavat i en m at rim onio desapareció sem anas después
y la hij a de Bhaskhara quedó solt era para siem pre.
El sabio geóm et ra reconoció que es inút il luchar cont ra el Dest ino,
y dij o a su hij a:
- Escribiré un libro que perpet uará t u nom bre y perdurarás en el
recuerdo de los hom bres durant e un t iem po m ucho m ás largo del que
vivirían los hij os que pudieron haber nacido de t u m alograda unión.
La obra de Bhaskhara se hizo célebre y el nom bre de Lilavat i, la
novia m alograda, sigue inm ort al en la hist oria de las Mat em át icas.
Por lo que se refiere a las Mat em át icas el “ Lilavat i” es una
exposición m et ódica de la num eración decim al y de las operaciones
arit m ét icas ent re núm eros ent eros. Est udia m inuciosam ent e las
cuat ro operaciones, el problem a de la elevación al cuadrado y al
cubo, enseña la ext racción de la raíz cuadrada y llega incluso al
est udio de la raíz cúbica de un núm ero cualquiera. Aborda después
las operaciones sobre núm eros fraccionarios, con la conocida regla de
la reducción de las fracciones a un com ún denom inador.
Para los problem as, adopt aba Bhaskhara enunciados graciosos e
incluso rom ánt icos:
He aquí uno de los problem as del libro de Bhaskhara:

Am able y querida Lilavat i de oj os dulces com o la t ierra y delicada


gacela, dim e cuál es el núm ero que result a de la m ult iplicación de
135 por 12.

Ot ro problem a igualm ent e int eresant e que figura en el libro de


Bhaskhara, se refiere al cálculo de un enj am bre de abej as:

La quint a part e de un enj am bre de abej as se posó en la flor de


Kadam ba, la t ercera en una flor de Silinda, el t riple de la diferencia
ent re est os dos núm eros voló sobre una flor de Krut aj a, y una abej a
quedó sola en el aire, at raída por el perfum e de un j azm ín y de un
pandnus. Dim e, bella niña, cuál es el núm ero de abej as que form aban
el enj am bre.
Bhaskhara m ost ró en su libro que los problem as m ás com plicados
pueden ser present ados de una form a viva y hast a graciosa.Y
Berem iz, siem pre t razando figuras en la arena, present ó al príncipe
de Lahore varios problem as curiosos recogidos del “ Lilavat i” .¡I nfeliz
Lilavat i!
Al repet ir el nom bre de la desdichada m uchacha, recordé los versos
del poet a:

Tal com o el océano rodea a la Tierra, así t ú, m uj er rodeas el


corazón del m undo con el abism o de t us lágrim as.
CAPI TULO XI X

D on de se n a r r a n los e logios qu e e l Pr ín cipe Clu zir h izo de l


H om br e qu e Ca lcu la ba . Be r e m iz r e su e lve e l pr oble m a de los
t r e s m a r in e r os y de scu br e e l se cr e t o de u n a m e da lla . La
ge n e r osida d de l m a h a r a j á de La h or e .

El elogio que hizo Berem iz de la ciencia hindú, recordando una


página de la Hist oria de las Mat em át icas, causó ópt im a im presión en
el espírit u del príncipe Cluzir Schá. El j oven soberano, im presionado
por la disert ación, declaró que consideraba al Calculador com o un
gran sabio, capaz de enseñar el Algebra de Bhaskhara a un cent enar
de brahm anes.
- He quedado encant ado, añadió, al oír esa leyenda de la infeliz
Lilavat i que perdió su novio por culpa de una perla del vest ido. Los
problem as de Bhaskhara cit ados por el elocuent e Calculador son
realm ent e int eresant es y present an, en sus enunciados, ese “ espírit u
poét ico” que t an raram ent e se encuent ra en las obras de
Mat em át icas. Lam ent o solo que el ilust re m at em át ico no haya hecho
la m enor referencia al fam oso problem a de los t res m arineros,
incluido en m uchos libros y que se encuent ra hast a ahora sin
solución.
- Príncipe m agnánim o, respondió Berem iz. Ent re los problem as de
Bhaskhara por m í cit ados no figura en verdad el viej o problem a de los
t res m arineros. No cit é ese problem a por la sim ple razón de que solo
lo conozco por una cit a vaga, inciert a y dudosa, e ignoro su
enunciado riguroso.
- Yo lo conozco perfect am ent e, repuso el príncipe, y t endrás un
gran placer en recordar ahora est a cuest ión m at em át ica que t ant o ha
preocupado a los algebrist as.
Y el príncipe Cluzir Schá narró lo siguient e:
- Un navío que volvía de Serendib con un cargam ent o de especias,
se vio sorprendido por una violent a t em pest ad.
La em barcación habría sido dest ruida por la furia de las olas si no
hubiera sido por la bravura y el esfuerzo de t res m arineros que, en
m edio de la t em pest ad, m anej aron las velas con pericia ext rem ada.
El capit án queriendo recom pensar a los denodados m arineros, les
dio ciert o núm ero de cat ils. Est e núm ero, superior a doscient os, no
llegaba a t rescient os. Las m onedas fueron colocadas en una caj a para
que al día siguient e, al desem barcar, el alm oj arife las repart iera ent re
los t res valerosos m arineros.
Acont eció sin em bargo que durant e la noche uno de los m arineros
despert ó, se acordó de las m onedas y pensó: “ Será m ej or que quit e
m i part e. Así no t endré que discut ir y pelearm e con m is com pañeros” .
Se levant ó sin decir nada a sus com pañeros y fue donde se hallaba el
dinero. Lo dividió en t res part es iguales, m ás not ó que la división no
era exact a y que sobraba un cat il. “ Por culpa de est a m iserable
m oneda pensó, habrá m añana una discusión ent re nosot ros. Es m ej or
t irarla” . El m arinero t iró la m oneda al m ar y volvió caut eloso a su
cam ast ro.
Se llevaba su part e y dej aba en el m ism o lugar la que correspondía
a sus com pañeros.
Horas después, el segundo m arinero t uvo la m ism a idea. Fue al
arca en que se había deposit ado el prem io colect ivo e ignorando que
ot ro de sus com pañeros había ret irado su part e, dividió ést a en t res
part es iguales. Sobraba t am bién una m oneda. El m arinero, para
evit ar fut uras discusiones, pensó de igual m odo que lo m ej or era
echarla al m ar, y así lo hizo. Luego regresó a su lit era llevándose la
part e a que se creía con derecho.
El t ercer m arinero, ¡Oh casualidad! t uvo t am bién la m ism a idea. De
igual m odo, ignorando por com plet o que se le habían ant icipado sus
dos com pañeros, se levant ó de m adrugada y fue a la caj a de las
m onedas. Dividió las que hallara en t res part es iguales, m as el
repart o t am bién result aba inexact o. Sobraba una m oneda y, para no
com plicar el caso, el m arinero opt ó t am bién por t irarla al m ar. Ret iró
su t ercera part e y volvió t ranquilo a su lecho.
Al día siguient e, llegada la hora de desem barcar, el alm oj arife del
navío encont ró un puñado de m onedas en la caj a. Las dividió en t res
part es iguales y dio luego a cada uno de los m arineros una de est as
part es. Pero t am poco est a vez fue exact a la división. Sobraba una
m oneda que el alm oj arife se guardó com o paga de su t rabaj o y de su
habilidad. Desde luego, ninguno de los m arineros reclam ó pues cada
uno de ellos est aba convencido de que ya había ret irado de la caj a la
part e de dinero que le correspondía.
Pregunt a final: ¿Cuánt as m onedas había al principio? ¿Cuánt o
recibió cada uno de los m arineros?
El Hom bre que Calculaba, not ando que la hist oria narrada por el
príncipe había despert ado gran curiosidad ent re los nobles present es,
encont ró que debía dar solución com plet a al problem a. Y habló así:

- Las m onedas, que eran, según se dij o, m ás de 200 y m enos de


300, debían ser, en principio, 241.

El prim er m arinero las dividió en t res part es iguales, sobrándole


una que t iró al m ar.

241 : 3 = 80 cocient e 1 rest o

Ret iró una part e y se acost ó de nuevo.

En la caj a quedaron pues:

241 – ( 80 + 1) = 160 m onedas

El segundo m arinero procedió a repart ir ent re las 160 m onedas


dej adas por su com pañero. Mas al efect uar la división, result ó que le
sobraba una, opt ando t am bién por arroj arla al m ar.

160 : 3 = 53 cocient e 1 rest o

Em bolsó una part e y regresó a su lecho. En est e m om ent o, en la


caj a solo quedaron:

160 – ( 53 + 1 ) = 106 m onedas

A su vez el t ercer m arinero repart ió las 106 m onedas ent re t res


iguales, com probando que le sobraba una m oneda. Por las razones
indicadas decidió t irarla al m ar.

106 : 3 = 35 cocient e 1 rest o

Seguidam ent e, ret iró una part e y se acost ó.


Dej aba en la caj a:

106 – ( 35 + 1 ) = 70 m onedas

Est as fueron halladas a la hora del desem barque por el alm oj arife,
quien obedeciendo las órdenes del capit án procedió a un repart o
equit at ivo ent re los t res m arineros. Mas al efect uar la división
observó que después de obt ener t res part es de 23 m onedas, le sobra
una.
70 : 3 = 23 cocient e 1 rest o

Ent rega pues veint it rés m onedas a cada m arinero y opt a por
quedarse la m oneda sobrant e.
En definit iva, el repart o de los 241 m onedas se efect uó de la
m anera siguient e:

1° m arinero 80 + 23 = 103
2° m arinero 53 + 23 = 76
3° m arinero 35 + 23 = 58
Alm oj arife 1
Arroj adas al m ar 3
Tot al 241

Y enunciada la part e final del problem a, Berem iz se calló.


El príncipe de Lahore sacó de su bolsa una m edalla de plat a y
dirigiéndose al Calculador habló así:
- Por la int eresant e solución dada al problem a de los t res m arineros
veo que eres capaz de dar explicación a los enigm as m ás int rincados
de los núm eros y del cálculo. Quiero pues que m e aclares el
significado de est a m oneda.
Est a pieza, cont inuó el príncipe, fue grabada por un art ist a religioso
que vivió varios años en la cort e de m i abuelo. Debe de encerrar
algún enigm a que hast a ahora no consiguieron descifrar ni los m agos
ni los ast rólogos. En una de las caras aparece el núm ero 128 rodeado
de siet e pequeños rubíes. En la ot ra –dividida en cuat ro part es-
aparecen cuat ro núm eros:

7, 21, 2, 98
Conviene señalar que la sum a de est os cuat ro núm eros es igual a
128. ¿Pero cuál es en verdad la significación de esas cuat ro part es en
que fue dividido el núm ero 128?
Berem iz recibió la ext raña m edalla de m anos del príncipe. La
exam inó en silencio durant e un t iem po, y después habló así:
- Est a m edalla, ¡oh príncipe! Fue grabada por un profundo
conocedor del m ist icism o num érico. Los ant iguos creían que ciert os
núm eros t enían un poder m ágico. El “ t res” era divino, el “ siet e” era el
núm ero sagrado. Los siet e rubíes que vem os aquí revelan la
preocupación del art ist a en relacionar el núm ero 128 con el núm ero
7. El núm ero 128 es, com o sabem os, suscept ible de descom posición
en un product o de 7 fact ores iguales a 2:

2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2

Ese núm ero 128 puede ser descom puest o en cuat ro part es:

7, 21, 2 y 98

que present an la siguient e propiedad:


La prim era, aum ent ada en 7, la segunda dism inuida en 7, la
t ercera m ult iplicada por 7 y la cuart a dividida por 7 darán el m ism o
result ado; vean:

7 + 7 = 14
21 – 7 = 14
2 x 7 = 14
98 : 7 = 14

Est a m edalla debe de haber sido usada com o t alism án, pues
cont iene relaciones que se refieren t odas al núm ero 7, que para los
ant iguos era un núm ero sagrado.
Se m ost ró el príncipe de Lahore encant ado con la solución
present ada por Berem iz, y le ofreció, com o regalo, no solo la m edalla
de los siet e rubíes, sino t am bién una bolsa de m onedas de oro.
El príncipe era generoso y bueno.
Pasam os seguidam ent e a una gran sala donde el poet a I ezid iba a
ofrecer un espléndido banquet e a sus convidados.
El prest igio de Berem iz poco a poco iba en aum ent o; buena prueba
de ello fue que le dest inaron un sit io m ás dist inguido del que puede
esperarse de su condición.
Algunos de los invit ados no supieron disim ular la cont rariedad. En
cuant o a m í m e relegaron al últ im o lugar.
CAPI TULO XX

Cóm o Be r e m iz da su se gu n da cla se de M a t e m á t ica s. N ú m e r o


y se n t ido de l n ú m e r o. La s cifr a s. Sist e m a de n u m e r a ción .
N u m e r a ción de cim a l. El ce r o. Oím os n u e va m e n t e la de lica da
voz de la in visible a lu m n a . El gr a m á t ico D or e id cit a u n poe m a .

Term inada la com ida a una señal del j eque I ezid, se levant ó el
calculador. Había llegado la hora señalada para la segunda clase de
Mat em át icas. La alum na invisible ya se hallaba a la espera del
profesor.
Después de saludar al príncipe y a los j eques que charlaban en el
salón, Berem iz, acom pañado de una esclava, se encam inó hacia el
aposent o ya preparado para la lección.
Me levant é t am bién y acom pañé al calculador, pues pret endía
aprovechar la aut orización que m e había sido concedida y asist ir a las
lecciones dadas a la j oven Telassim .
Uno de los present es, el gram át ico Doreid, am igo del dueño de la
casa, m ost ró t am bién deseos de oír las lecciones de Berem iz y nos
siguió, dej ando la com pañía del príncipe Cluzir Schá. Era Doreid
hom bre de m ediana edad, m uy risueño, de rost ro anguloso y
expresivo.
At ravesam os una riquísim a galería cubiert a de bellas alfom bras
persas y, guiados por una esclava circasiana de asom brosa belleza,
llegam os finalm ent e a la sala donde Berem iz t enía que dar la clase de
Mat em át icas. El t apiz roj o que ocult aba a Telassim días at rás había
sido sust it uido por ot ro azul que present aba en el cent ro un gran
hept ágono est rellado.

rca de la vent ana que se abría al j ardín, Berem iz se acom odó com o
la prim era vez, en el cent ro de la sala, sobre un am plio coj ín de seda.
A su lado, en una m esit a de ébano, había un ej em plar de el Corán. La
esclava circasiana y ot ra persa de oj os dulces y sonrient es se
colocaron j unt o a la puert a. El egipcio encargado de la puert a
personal de Telassim se apoyó en una colum na.
Después de la oración, Berem iz habló así:
- I gnoram os cuando la at ención del hom bre despert ó a la idea del
“ núm ero” . Las invest igaciones realizadas por los filósofos se
rem ont an a t iem pos que ya no se perciben, ocult os por la niebla del
pasado.
Los que est udian la evolución del núm ero dem uest ran que incluso
ent re los hom bres prim it ivos ya est aba la int eligencia hum ana dot ada
de una facult ad especial que llam arem os “ sent ido del núm ero” . Esa
facult ad perm it e reconocer de form a puram ent e visual si una reunión
de obj et os fue aum ent ada o dism inuida, est o es, si sufrió
m odificaciones num éricas.
No se debe confundir el “ sent ido del núm ero” con la facult ad de
cont ar. Sólo la int eligencia hum ana puede alcanzar el grado de
abst racción capaz de perm it ir el act o de cont ar, aunque el sent ido del
núm ero se observa ya en m uchos anim ales.
Algunos páj aros, por ej em plo, pueden cont ar los huevos que dej an
en el nido, dist inguiendo “ dos” de “ t res” . Algunas avispas llegan a
dist inguir “ cinco” y “ diez” .
Los salvaj es de una t ribu del nort e de Africa conocían t odos los
colores del arco iris y daban a cada color un nom bre. Pues bien, dicha
t ribu, no conocía la palabra “ color” . De la m ism a form a, m uchos
lenguaj es prim it ivos present an palabras para designar “ uno” , “ dos” ,
“ t res” , et c. y no encont ram os en esos idiom as un vocablo especial
para designar de m anera general al “ núm ero” .
¿Pero cuál es el origen del núm ero?
No sabem os, señora, responder a est a pregunt a.
Cam inando por el desiert o el beduino avist a a lo lej os una
caravana.
La caravana pasa lent am ent e. Los cam ellos avanzan t ransport ando
hom bres y m ercancías.
¿Cuánt os cam ellos hay? Para responder a est a pregunt a hay que
em plear el “ núm ero” .
¿Serán cuarent a? ¿Serán cien?
Para llegar al result ado el beduino precisa poner en práct ica ciert a
act ividad. El beduino necesit a “ cont ar” .
Para cont ar, el beduino relaciona cada obj et o de la serie con ciert o
sím bolo: “ uno” , “ dos” , “ t res” , “ cuat ro” …
Para dar el result ado de la “ cuent a” , o m ej or el “ núm ero” , el
beduino precisa invent ar un “ sist em a de num eración” .
El m ás ant iguo sist em a de num eración en el “ quinario” , est o es el
sist em a en el que las unidades se agrupan de cinco en cinco.
Una vez cont adas cinco unidades se obt iene una serie llam ada
“ quina” . Com o unidades serían así 1 “ quina” m ás 3 y se escribiría 13.
Conviene aclarar que, en est e sist em a, la segunda cifra de la
izquierda vale cinco veces m ás que si est uviese a la derecha. El
m at em át ico dice ent onces que la base de dicho sist em a de
num eración es 5.
De t al sist em a se encuent ran aún vest igios en los poem as
ant iguos.
Los caldeos t enían un sist em a de num eración cuya base era el
núm ero 60.
Y así, en la ant igua Babilonia el sím bolo:

1.5

indicaría el núm ero 65.

El sist em a de base veint e se em pleó t am bién en varios pueblos.


En el sist em a de base veint e nuest ro núm ero 90 vendría indicado
por la not ación:

4.1

que se leería: cuat ro veint e m ás diez.

Surgió después, señora, el sist em a de base 10, que result a m ás


vent aj oso para la represent ación de grandes núm eros. El origen de
dicho sist em a se explica por el núm ero t ot al de dedos de las dos
m anos. En ciert os t ipos de m ercaderes encont ram os decidida
preferencia por la base “ doce” ; en est o consist e el cont ar por
docenas, m edias docenas, cuart os de docena, et c.
La docena present a sobre la decena vent aj a considerable: el
núm ero 12 t iene m ás divisores que el núm ero 10.
El sist em a decim al ha sido universalm ent e adopt ado. Desde el
t uareg que cuent a con los dedos hast a el m at em át ico que m anej a
inst rum ent os de cálculo, t odos cont am os de diez en diez. Dadas las
divergencias profundas ent re los pueblos, sem ej ant e universalidad es
sorprendent e: no se puede j act ar de algo sem ej ant e ninguna religión,
código m oral, form a de gobierno, sist em a económ ico, principio
filosófico, ni el lenguaj e, ni siquiera ningún alfabet o. Cont ar es uno de
los pocos asunt os en t orno al cual los hom bres no divergen pues lo
consideran la cosa m ás sencilla y nat ural.
Observando, señora, a las t ribus salvaj es y la form a de act uar de
los niños, es obvio que los dedos son la base de nuest ro sist em a
num érico. Por ser 10 los dedos de am bas m anos, com enzam os a
cont ar con dicho núm ero y basam os t odo nuest ro sist em a en grupos
de 10.
Posiblem ent e el past or que al anochecer necesit aba est ar seguro
de que t odas sus ovej as habían ent rado al redil, t uvo que pasar, al
cont arlas, de la prim era docena. Num eraba las orej as que desfilaban
ant e él doblando por cada una un dedo, y cuando ya había doblado
los diez dedos, cogía una piedra del suelo. Term inada la t area, las
piedrecillas represent aban el núm ero de “ m anos com plet as” –
decenas- de ovej as del rebaño. Al día siguient e podía rehacer la
cuent a cont ando los m ont oncit os de piedras. Luego ocurrió que algún
cerebro con facilidad para la abst racción descubrió que se podía
aplicar aquel proceso de ot ras cosas út iles com o las frut as, el t rigo,
los días, las dist ancias y las est rellas. Y si en vez de apart ar
piedrecillas se hacían m arcas diferent es y duraderas, ent onces se
dispondría ya un sist em a de “ num eración escrit a” .
Todos los pueblos adopt aron en su lenguaj e oral el sist em a
decim al. Los ot ros sist em as fueron quedando olvidados. Pero la
adapt ación de t al sist em a a la num eración escrit a se hizo m uy
lent am ent e.
Fue necesario un esfuerzo de varios siglos para que la hum anidad
descubriera una solución perfect a para el problem a de la
represent ación gráfica de los núm eros.
Para represent arlos im aginó el hom bre caract eres especiales
llam ados guarism os o cifras, cada una de las cuales represent aba
uno, dos, t res, cuat ro, cinco, seis, siet e, ocho, nueve. Ot ros signos
auxiliares com o d, c, m , indicaban que la cifra que la acom pañaba
represent aba decena, cent enar, m illa, et c. Así, un m at em át ico
ant iguo represent aba el núm ero 9.765 por la not ación 9m 7c6d5. Los
fenicios, que fueron los m ás dest acados m ercaderes de la
Ant igüedad, usaban acent os en vez de let ras: 9'' '7' '6'5.
Los griegos al principio no adopt aron est e sist em a. A cada let ra del
alfabet o, aum ent ada m ediant e un acent o, la at ribuían un valor. Así, la
prim era let ra –alfa- era 1; la segunda let ra –bet a- era 2; la t ercera –
gam m a- era 3, y así sucesivam ent e hast a el núm ero 19. El 6
const it uía una excepción y t enía signo propio.
Est e núm ero se represent aba m ediant e un signo especial –
est igm a- .
Com binando después las let ras: dos a dos, represent aba el 20, 21,
22, et c.
El núm ero 4004 era represent ado en el sist em a griego por dos
cifras, el núm ero 2022, por t res cifras diferent es; el núm ero 3333 era
represent ado por 4 cifras que diferían por com plet o una de ot ras.
Menor prueba de im aginación dieron los rom anos, que se
conform aron con t res caract eres, I , V y X para form ar los diez
prim eros núm eros y con los caract eres L –cincuenca- , C –cien- , D –
quinient os- , M –m il- que com binaban con los prim eros.
Los núm eros escrit os en cifras rom anas eran así de una
com plicación absurda y se prest aban m uy m al a las operaciones m ás
elem ent ales de la Arit m ét ica, de t al m odo que una sum a era un
t orm ent o. Con la escrit ura rom ana la sum a podía en verdad hacerse
pero era preciso colocar los núm eros uno debaj o de ot ro, de t al m odo
que las cifras con el m ism o final quedaran en la m ism a colum na, lo
que obligaba a m ant ener ent re las cifras unos int ervalos para m ost rar
en la línea de cuent a la ausencia de cualquier orden que falt ara.
Así se hallaba la ciencia de los núm eros hace cuat rocient os años
cuando un hindú, cuyo nom bre no ha llegado hast a nosot ros, ideó un
signo especial, el “ cero” , para señalar en un núm ero escrit o, la falt a
de t oda unidad de orden decim al, no efect ivam ent e represent ada en
cifras. Gracias a est a invención, t odos los signos especiales, las let ras
y los acent os result aban inút iles. Quedaron solo nueve cifras y el
cero. La posibilidad de escribir un núm ero cualquiera por m edio de
diez caract eres solam ent e, fue el prim er gran m ilagro del cero.
Los geóm et ras árabes se apoderaron de la invención del hindú, y
descubrieron que añadiendo un cero a la derecha de un núm ero se
elevaba aut om át icam ent e al orden decim al superior a que
pert enecían sus diferent es cifras. Hicieron del cero un operador que
efect úa inst ant áneam ent e t oda m ult iplicación por diez.
Y al cam inar por la larga y lum inosa senda de la ciencia debem os
t ener siem pre ant e nosot ros el sabio consej o del poet a y ast rónom o
Om ar Khayyam - ¡a quien Allah t enga en su gloria! - . He aquí lo que
Om ar Khayyam enseñaba:
Que t u sabiduría no sea hum illación para t u prój im o. Guarda el
dom inio de t i m ism o y nunca t e abandones a la cólera. Si esperas la
paz definit iva, sonríe al dest ino que t e hiere; no hieras a nadie.
Y aquí t erm ino, con la evocación de un fam oso poet a, las pequeñas
indicaciones que pret endía desarrollar sobre el origen de los núm eros
y de las cifras. Verem os en la próxim a clase - ¡si Allah quiere! - cuáles
son las principales operaciones que podem os efect uar con los
núm eros y las propiedades que ést os present an.
Se calló Berem iz. Había t erm inado la segunda clase de
Mat em át icas.
Oím os ent onces la voz crist alina de Telassim que recit aba est os
apasionant es versos:

Dam e, Oh Dios, fuerzas para hacer que m i am or sea fruct ífero y


út il.
Dam e fuerzas para no despreciar j am ás al pobre ni plegar m is
rodillas ant e el poder insolent e.
Dam e fuerzas para levant ar el espírit u bien alt o, por encim a de las
banalidades cot idianas.
Dam e fuerzas para que m e hum ille, con am or ant e t i.
No soy m ás que un t rozo de nube desgarrada que vaga inút il por el
cielo, ¡oh sol glorioso!
Si es deseo o placer t uyo, t om a m i nada, pínt ala de m il colores,
irísala de oro, hazla ondear al vient o y ext enderse por el cielo en
m últ iples m aravillas…

Y después, si fuera t u deseo t erm inar con la noche t al recreo, yo


desapareceré desvaneciéndom e en las t inieblas, o t al vez en la
sonrisa del alba, en el frescor de la pureza t ransparent e.

- ¡Es adm irable! Balbuceó a m i lado el gram át ico Doreid.


- Sí, le dij e. La Geom et ría es adm irable.
- ¡Nada dij e de la Geom et ría! , prot est ó m i im port uno com pañero.
No viene aquí para oír esa hist oria infinit a de núm eros y cifras. Eso
no m e int eresa. Lo que dij e que era adm irable es la voz de Telassim …
Y com o yo lo m irara espant ado ant e aquella ruda franqueza añadió
con aire de m alicia:
- Esperaba que durant e la clase apareciera el rost ro de la j oven.
Dicen que es herm osa com o la cuart a luna del m es de Ram adán. ¡Es
una verdadera Flor del I slam !
Y se levant ó cant ando en voz baj a:

Si est ás ociosa o descuidada, dej ando que el cánt aro flot e sobre el
agua, ven, ven a m i lado.
Verdean las hierbas en la cuest a, y las flores silvest res se abren
ya.
Tus pensam ient os volarán de t us oj os negros com o los páj aros
vuelan de sus nidos.
Y se t e caerá el velo a los pies.
Ven, ¡oh, ven hacia m í!

Dej am os con plácida t rist eza la sala llena de luz. Not é que Berem iz
no llevaba ya en el dedo el anillo que había ganado en la host ería el
día de nuest ra llegada. ¿Habría perdido t an herm osa j oya?
La esclava circasiana m iraba vigilant e com o si t em iera el sort ilegio
de algún dj in invisible.
CAPI TULO XXI

Com ie n zo a r e copila r t e x t os sobr e M e dicin a . Gr a n de s


pr ogr e sos de la in visible a lu m n a . Be r e m iz e s lla m a do a
r e solve r u n com plica do pr oble m a . El r e y M a zim y la s pr ision e s
de Kor a ssa n . Sa n a dik , e l con t r a ba n dist a . Un ve r so, u n
pr oble m a y u n a le ye n da . La j u st icia de l r e y M a zim .

Nuest ra vida en la bella ciudad de los califas se volvía cada día m ás


agit ada y t rabaj osa. El visir Maluf m e encargó que copiara dos libros
del filósofo Rhazes. Son libros que encierran grandes conocim ient os
de Medicina. Leía en sus páginas indicaciones de gran valor sobre el
t rat am ient o del saram pión, la curación de las enferm edades de la
infancia, de los riñones y de ot ros m il m ales que afligen a los
hom bres. Prendido en est e t rabaj o quedé im posibilit ado de asist ir a
las clases de Berem iz en casa del j eque I ezid.
Por las inform aciones que oí de m i am igo, la “ alum na invisible”
había hecho ext raordinarios progresos en las últ im as sem anas. Ya
conocía cuat ro operaciones con los núm eros, los t res prim eros libros
de Euclides, y calculaba las fracciones con num erador 1, 2 o 3.

Ciert o día, al caer la t arde, íbam os a iniciar nuest ra m odest a cena,


que consist ía solo en m edia docena de past eles de carnero con
cebolla, m iel, harina y aceit unas, cuando oím os en la calle gran t ropel
de caballos y, en seguida, grit os, voces de m ano y j uram ent os de
soldados t urcos.
Me levant é un poco asust ado. ¿Qué ocurría? Tuve la im presión de
que la host ería había sido rodeada por la t ropa y que iba a realizarse
ot ra violencia por cuent a del irrit ado j efe de la policía.
La algazara inesperada no pert urbó a Berem iz. Ent eram ent e aj eno
a los sucesos de la calle, cont inuó com o se hallaba, t razando con un
pedazo de carbón figuras geom ét ricas sobre una gran plancha de
m adera. ¡Qué ext raordinario era aquel hom bre! Los m ás graves
peligros, las am enazas de los poderosos, no conseguían apart arlo de
sus est udios m at em át icos. Si Asrail, el Ángel de la Muert e, hubiera
surgido de repent e t rayendo en sus m anos la sent encia de lo
irrem ediable, él hubiese cont inuado im pasible t razando curvas,
ángulos y est udiando las propiedades de las figuras, de las relaciones
y de los núm eros.
En el pequeño aposent o en que nos hallábam os irrum pió el viej o
Salim , acom pañado por dos siervos negros y un cam ellero. Est aban
t odos asust ados com o si algo m uy grave hubiera ocurrido.
- ¡Por Allah! Grit é im pacient e. ¡No pert urben los cálculos de
Berem iz! ¿Qué barullo es ese? ¿Acaso hay una revuelt a en Bagdad?
¿Se ha hundido la m ezquit a de Solim an?
- Señor, t art am udeó el viej o Salim con voz t rém ula y asust ada. La
escolt a… Una escolt a de soldados t urcos acaba de llegar…
- ¡Por el sant o nom bre de Mahom a! ¿Qué escolt a es esa, oh Salim ?
- Es la escolt a del poderoso gran visir I brahim Maluf el Barad - ¡A
quien Allah cubra de beneficios! - . Los soldados t raen orden de
llevarse inm ediat am ent e al calculador Berem iz Sam ir.
- ¿Por qué t ant o ruido, perros?, grit é exalt ado. ¡Eso no t iene
im port ancia alguna! Nat uralm ent e, el Visir, nuest ro grande am igo y
prot ect or quiere resolver con urgencia un problem a de Mat em át icas y
precisa del auxilio de nuest ro sabio am igo.
Mis previsiones result aron ciert as com o los m ás perfect os cálculos
de Berem iz.
Mom ent os después, llevados por los oficiales de la escolt a,
llegam os al palacio del visir Maluf.
Encont ram os al poderoso m inist ro en el rico salón de las
audiencias, acom pañado por t res auxiliares de su confianza. Llevaba
en la m ano una hoj a llena de núm eros y cálculos.
¿Cuál nuevo problem a sería aquel que había venido a pert urbar t an
profundam ent e el espírit u del digno auxiliar del Califa?
- El caso es grave, ¡oh calculador! , com enzó el visir dirigiéndose a
Berem iz. Me encuent ro de m om ent o preocupado por uno de los m ás
com plicados problem as que haya t enido en m i vida. Quiero
inform art e m inuciosam ent e de los ant ecedent es del caso, pues solo
con t u auxilio podrem os t al vez descubrir la solución.
Y el visir narró el siguient e caso:
- Ant eayer, pocas horas después de salir nuest ro glorioso Califa
hacia Basora para una perm anencia de t res sem anas, hubo un
pavoroso incendio en la prisión. Los det enidos, encerrados en sus
celdas, sufrieron durant e m ucho t iem po un t rem endo suplicio,
t ort urados por indecibles angust ias. Nuest ro generoso soberano
decidió ent onces que fuera reducida a la m it ad la pena de t odos los
condenados. Al principio no dim os im port ancia alguna al caso, pues
parecía m uy sencillo ordenar que se cum pliera con t odo rigor la
sent encia del rey. sin em bargo, al día siguient e, cuando la caravana
del Príncipe de los Creyent es se hallaba lej os ya, com probam os que
t al sent encia de últ im a hora envolvía un problem a ext rem adam ent e
delicado, sin cuya solución no podría ser ej ecut ada perfect am ent e.
Ent re los det enidos –prosiguió el m inist ro- beneficiados por la ley
se halla un cont rabandist a de Basora, llam ado Sanadik, preso desde
hace cuat ro años y condenado a cadena perpet ua. La pena de est e
hom bre debe ser reducida a la m it ad. Pero, com o fue condenado a
t oda la vida de prisión, ahora en virt ud de la ley, t endrá que serle
perdonada la m it ad de la pena, es decir la m it ad del t iem po que le
queda por vivir. Pero, no sabem os cuánt o vivirá. ¿Cóm o dividir por
dos un periodo que ignoram os? ¿Cóm o calcular la m it ad –x- de su
t iem po de vida?
Después de m edit ar unos m inut os, respondió Berem iz de m anera
caut elosa y prudent e:
- Ese problem a m e parece ext rem adam ent e delicado porque
encierra una cuest ión de pura Mat em át ica y de int erpret ación de la
ley al m ism o t iem po. Es un caso que int eresa t ant o a la j ust icia de los
hom bres com o a la verdad de los núm eros. No puedo discut irlo con
los poderosos recursos del Algebra y del Análisis, hast a visit ar en la
celda al condenado Sanadik. Es posible que la x de la vida de Sanadik
est é calculada por el Dest ino en la pared de la celda del propio
condenado.
- Me parece ext raordinariam ent e ext raño eso que dices, observó el
visir. No m e cabe en la cabeza la relación que pueda haber ent re las
m aldiciones con que locos y condenados cubren los m uros de las
prisiones y la resolución algebraica de t an delicado problem a.
- ¡Señor! , exclam ó Berem iz. Se hallan m uchas veces en los m uros
de las prisiones frases int eresant es, fórm ulas, versos e inscripciones
que nos aclaran el espírit u y nos orient an hacia sent im ient os de
bondad y clem encia. Const a que, ciert a vez, el rey Mazim , señor de la
rica provincia de Korassan, fue inform ado de que un presidiario había
escrit o palabras m ágicas en los m uros de su celda. El rey Mazim
llam ó a un diligent e escriba y le ordenó que copiara t odas las let ras,
figuras, versos o núm eros que encont rara en las som brías paredes de
la prisión. Muchas sem anas pasó el escriba para cum plir
ínt egram ent e la ext raña orden del rey. Al fin, después de pacient es
esfuerzos, le llevó al soberano decenas de hoj as llenas de sím bolos,
palabras inint eligibles, figuras disparat adas, blasfem ias de locos y
núm eros inexpresivos. ¿Cóm o t raducir o descifrar aquellas páginas
replet as de cosas incom prensibles? Uno de los sabios del país,
consult ado por el m onarca, dij o: “ ¡Oh rey! Esas hoj as cont ienen
m aldiciones, plagas, herej ías, palabras cabalíst icas, leyendas y hast a
un problem a de Mat em át ica con cálculos y figuras” .
- Respondió el rey: “ Las m aldiciones, plagas y herej ías, no
int eresan a m i curiosidad. Las palabras cabalíst icas m e dej an
indiferent e. No creo en el poder ocult o de las let ras ni en las fuerzas
m ist eriosas de los sím bolos hum anos. Me int eresa, sin em bargo,
conocer el verso, lo que dice la leyenda, pues son product os
nobilísim os de los que el hom bre puede hallar consuelo en su
aflicción, enseñanzas para el que no sabe o advert encias para el
poderoso” .
Ant e la pet ición del m onarca, dij o el ulem a:
- La desesperación del condenado es poco propicia a la inspiración.
Replicó el m onarca:
- Aún así quiero conocer lo escrit o.
Ent onces el ulem a sacó al azar una de las copias del escriba y leyó:
- Est os son los versos escrit os por uno de los condenados:

La felicidad es difícil porque som os m uy difíciles en m at eria de


felicidad.
No hables de felicidad a alguien m enos feliz que t ú.
Cuando no se t iene lo que uno am a, hay que am ar lo que se t iene.

El rey perm aneció unos inst ant es en silencio com o ocupado en


profundos pensam ient os y el ulem a, para dist raer la at ención real,
cont inuó diciendo:
- He aquí el problem a escrit o con carbón en la celda de un
condenado:

Colocar diez soldados en cinco filas de m odo que cada fila t enga
cuat ro soldados.

Est e problem a, aparent em ent e im posible t iene una solución m uy


sencilla indicada en la figura, en la que aparecen cinco filas de cuat ro
soldados cada una.
A cont inuación, el ulem a, at endiendo a la pet ición del rey, leyó la
siguient e inscripción:
- “ Se cuent a que el j oven Tzu- Chang se dirigió un día al gran
Confucio y le pregunt ó: ”
“ - ¿Cuánt as veces, ¡oh ilust re filósofo! , debe un j uez reflexionar
ant es de dar sent encia?
- “ Respondió Confucio: ”
- “ Una vez hoy; diez m añana” .
“ Se asom bró el príncipe Tzu- Chang al oír las palabras del sabio. El
concept o era oscuro y enigm át ico.”
“ Una vez será suficient e –replicó con paciencia el Maest ro- cuando
el j uez, t ras el exam en de la causa, se decida por el perdón. Diez
veces, sin em bargo, deberá pensar el m agist rado siem pre que se
sient a inclinado a dar sent encia condenat oria.
“ Y concluyó con su sabiduría incom parable:
“ Se equivoca por ciert o gravem ent e aquel que vacila al perdonar;
se equivoca m ucho m ás aún a los oj os de Dios aquel que condena sin
vacilar.”
Se adm iró el rey Mazim al ent erare de que había en las húm edas
pareces de las celdas de la cárcel t ales j oyas escrit as por los m íseros
prisioneros, t ant as cosas llenas de belleza y de curiosidad.
Nat uralm ent e, ent re los que veían pasar sus días am argados en el
fondo de las celdas, había t am bién gent e int eligent e y cult ivada.
Decidió pues el rey que fuesen revisados t odos los procesos y
descubrió que m uchas de las sent encias pronunciadas encubrían
casos pat ent es de inj ust icia clam orosa. Y así, en consecuencia, y vist o
lo que el escriba había descubiert o, los prisioneros inocent es fueron
puest os inm ediat am ent e en libert ad y se repararon m uchos errores
j udiciales.
- Todo eso puede ser m uy int eresant e, repuso el visir Maluf, pero es
posible que en las prisiones de Bagdad no se encuent ren figuras
geom ét ricas ni leyendas m orales ni versos. Quiero ver sin em bargo el
result ado a que quieres llegar. Perm it iré pues t u visit a a la prisión.
CAPI TULO XXI I

D e cu a n t o su ce die r a e n e l t r a n scu r so de n u e st r a visit a a la


pr isión de Ba gda d. Cóm o Be r e m iz r e solvió e l pr oble m a de la
m it a d de los a ñ os de vida de Sa n a dik . El in st a n t e de t ie m po. La
libe r t a d con dicion a l. Be r e m iz e x plica los fu n da m e n t os de u n a
se n t e n cia .

La gran prisión de Bagdad parecía una fort aleza persa o china. Al


ent rar se at ravesaba un pequeño pat io en cuyo cent ro se veía el
fam oso “ Pozo de la esperanza” . Allí era donde el condenado, al oír su
sent encia, abandonaba para siem rpe t odas sus esperanzas de
salvación.
Nadie podría im aginar la vida de sufrim ient os y m iseria de quienes
se hallaban en el fondo de las m azm orras de la gloriosa ciudad árabe.
La celda en la que se hallaba el infeliz Sanadik est aba sit uada en la
part e m ás profunda de la prisión. Llegam os al espant oso subt erráneo
guiados por el carcelero y auxiliados por dos guías. Un esclavo nubio,
verdaderam ent e gigant esco, llevaba la gran ant orcha cuya luz nos
perm it ía ver t odos los rincones de la prisión.
Después de recorrer el est recho corredor, que apenas perm it ía el
paso de un hom bre, baj am os por una escalera húm eda y oscura. En
el fondo del subt erráneo se hallaba el pequeño calabozo donde est aba
encarcelado Sanadik. Ni el m ás t enue rayo de luz llegaba a aquellas
t inieblas. El aire pesado y fét ido apenas se podía respirar sin sent ir
náuseas. El suelo est aba cubiert o de una capa de barro pút rido y
ent re las cuat ro paredes no había ningún cam ast ro donde el
condenado pudiera t enderse.
A la luz de la ant orcha que llevaba el hercúleo negro vim os al
desvent urado Sanadik, sem idesnudo, con la barba espesa y
enm arañada y los cabellos crecidos cayéndole por los hom bros,
sent ado en una losa, con las m anos y los pies suj et os por grillos de
hierro.
Berem iz lo observó en silencio con vivo int erés. Era increíble que
aquel desvent urado Sanadik hubiera podido resist ir con vida durant e
cuat ro años aquella sit uación inhum ana y dolorosa.
Las paredes de la celda, cubiert as de m anchas de hum edad,
est aban replet as de inscripciones y figuras –ext raños indicios de
m uchas generaciones de condenados- . Berem iz exam inó t odo
aquello, leyó y t raduj o con m inucioso cuidado, det eniéndose de vez
en cuando para hacer cálculos que parecían largos y laboriosos.
¿Cóm o podría el calculador, ent re las m aldiciones y las blasfem ias,
det erm inar los años de vida de Sanadik?

Grande fue la sensación de alivio que sent í al dej ar la prisión


som bría donde eran t ort urados los m íseros det enidos. Al llegar de
vuelt a al rico salón de las audiencias, apareció el visir Maluf rodeado
de cort esanos, secret arios y varios j eques y ulem as de la cort e.
Esperaban t odos la llegada de Berem iz, pues querían conocer la
fórm ula que el calculador iría a em plear para resolver el problem a de
la m it ad de la prisión perpet ua.
- Est am os esperándot e, ¡oh Calculador! , dij o el visir afablem ent e, y
t e ruego nos present es sin dem ora la solución del problem a.
Querem os cum plir con la m ayor urgencia las órdenes de nuest ro gran
Em ir…
Al oír esa orden, Berem iz se inclinó respet uoso, hizo el habit ual
saludo, y habló así:
- El cont rabandist a Sanadik, de Basora, preso hace cuat ro años en
la front era, fue condenado a prisión perpet ua. Esa pena acaba de ser
reducida a la m it ad por j ust a y sabia sent encia de nuest ro glorioso
Califa, Com endador de los Creyent es y som bra de Allah en la Tierra…
Designem os por x el periodo de la vida de Sanadik, periodo que va
desde el m om ent o en que quedó preso y condenado hast a el t érm ino
de sus días. Sanadik fue por t ant o condenado a x años de prisión,
est o es, a prisión perpet ua. Ahora, en virt ud de la regia sent encia,
dicha pena se reducirá a la m it ad. Si dividim os el t iem po x en varios
periodos, im port a decir que a cada periodo de prisión debe
corresponder igual periodo de libert ad.
- ¡Perfect am ent e! , exclam ó el visir con aire int eligent e. Com prendo
m uy bien t u razonam ient o.
- Ahora bien, com o Sanadik ya est uvo preso durant e cuat ro años,
result a claro que deberá quedar en libert ad durant e igual periodo, es
decir durant e cuat ro años.
En efect o, im aginem os que un m ago genial pudiera prever el
núm ero exact o de años de la vida de Sanadik, y nos dij era: “ Est e
hom bre t enía solo por delant e 8 años de vida cuando fue det enido” .
Pues bien, en ese caso t endríam os que x es igual a 8, es decir
Sanadik habría sido condenado a 8 años de prisión y est a pena
quedaría ahora reducida a 4. pero com o Sanadik ya est á preso desde
hace cuat ro años, el hecho es que ya ha cum plido t oda la pena y
debe ser considerado libre. Si el cont rabandist a, por det erm inaciones
del Dest ino, t uviera que vivir m ás de 8 años, su vida –x m ayor que 8-
podrá ser descom puest a en t res periodos: uno de 4 años de prisión –
ya t ranscurrido- , ot ro de 4 años de libert ad, y un t ercero que deberá
ser dividido en dos part es, prisión y libert ad. Fácil es concluir que
para cualquier valor de x –desconocido- , el det enido t endrá que ser
puest o inm ediat am ent e en libert ad, quedando libre durant e 4 años,
pues t iene absolut o derecho a ese periodo de libert ad, conform e
dem ost ré, de acuerdo con la ley.
Finalizado ese plazo, o m ej or, t erm inado ese periodo, deberá
volver a la prisión y quedar recluido durant e un t iem po igual a la
m it ad del rest o de su vida.
Sería fácil t al vez encerrarlo un año y devolverle la libert ad al año
siguient e. Quedaría, gracias a esa resolución, un año preso y ot ro
libre, y de ese m odo pasaría la m it ad de su vida en libert ad conform e
m anda la sent encia del rey.
Tal solución, sin em bargo, solo sería ciert a si el condenado viniera
a m orir el últ im o día de uno de sus periodos de libert ad.
I m aginem os que Sanadik, después de pasar un año en la cárcel,
fuera puest o en libert ad y m uriera por ej em plo en el cuart o m es de
libert ad. De est a part e de su vida –un año y cuat ro m eses- habría
pasado “ un año preso” y “ cuat ro m eses libre” . Est o no sería correct o,
habría un error de cálculo. Su pena no habría sido reducida a la
m it ad.
Mas sim ple sería det ener a Sanadik durant e un m es y concederle la
libert ad al m es siguient e. Tal solución podrá, dent ro de un periodo
m enor, conducir a error análogo. Y est o acont ecería –con perj uicio
para el condenado- si él, después de pasar un m es en la prisión, no
t uviera luego un m es com plet o de libert ad.
Podrá parecer, diréis, que la solución del caso consist irá al fin en
det ener a Sanadik un día y solt arlo al ot ro, concediéndole igual
periodo de libert ad, y proceder así hast a el fin de la vida del
condenado.
Tal solución no corresponderá, con t odo, a la verdad m at em át ica,
pues Sanadik –com o fácil es com prender- podrá ser perj udicado en
m uchas horas de libert ad. Bast a para eso que m uera horas después
de un día de prisión.
Tener det enido al condenado durant e una hora y solt arlo luego, y
así sucesivam ent e hast a la últ im a hora de la vida del condenado,
sería la solución acert ada si Sanadik m uriera en el últ im o m inut o de
una hora de libert ad. De lo cont rario su pena no habría sido reducida
a la m it ad que es lo que dispone el indult o.
La solución m at em át icam ent e ciert a, consist irá pues en lo
siguient e:
Det ener a Sanadik durant e un inst ant e de t iem po y solt arlo al
inst ant e siguient e. Es preciso, sin em bargo, que el t iem po de prisión
–el inst ant e- sea infinit am ent e pequeño, est o es indivisible. Lo m ism o
ha de hacerse con el periodo de libert ad que siga.
En realidad, t al solución es im posible. ¿Cóm o det ener a un hom bre
durant e un inst ant e indivisible y solt arlo en el inst ant e siguient e? Hay
pues que apart ar est a idea y considerarla com o im posible. Solo veo,
¡oh Visir! , una m anera de resolver el problem a: que Sanadik sea
puest o en libert ad condicional baj o vigilancia de la ley. Esa es la única
m anera de t ener det enido y libre a un hom bre al m ism o t iem po.
El gran visir det erm inó que fuera at endida la sugest ión del
calculador y el infeliz Sanadik recibió aquel m ism o día la “ libert ad
condicional” , fórm ula que los j urisconsult os árabes adopt aron en
adelant e con gran frecuencia en sus sabias sent encias.
Al día siguient e le pregunt é qué dat os o elem ent os de cálculo había
conseguido recoger en las paredes de la prisión durant e la célebre
visit a, y qué m ot ivos le habían llevado a dar t an original solución al
problem a del condenado. Y m e respondió:
- Sólo quien ya est uvo, aunque solo fuera por un m om ent o, ent re
los m uros t enebrosos de una m azm orra, sabe resolver esos
problem as en que los núm eros son part es t erribles de la desgracia
hum ana.
CAPI TULO XX I I I

D e lo qu e su ce dió du r a n t e u n a h on r osa visit a qu e r e cibim os.


Pa la br a s de l Pr ín cipe Clu zir Sch á . Un a in vit a ción pr in cipe sca .
Be r e m iz r e su e lve u n n u e vo pr oble m a . La s pe r la s de l r a j á . Un
n ú m e r o ca ba líst ico. Qu e da de t e r m in a da n u e st r a pa r t ida pa r a
la I n dia .

El barrio hum ilde en que vivíam os conoció hoy su prim er día


glorioso en la Hist oria.
Berem iz, por la m añana, recibió inesperadam ent e la visit a del
príncipe Cluzir Schá.
Cuando la aparat osa com it iva irrum pió por la calle, azot eas y
m iradores se llenaron de curiosos. Muj eres, viej os y niños adm iraban,
m udos y sorprendidos, el m aravilloso espect áculo.
Venían delant e cerca de t reint a j inet es m ont ados en soberbios
corceles árabes con arreos adornados de oro y gualdrapas de
t erciopelo bordado en plat a. Llevaban t urbant es blancos con yelm os
m et álicos reluciendo al sol, m ant os y t únicas de seda y largas
cim it arras pendient es de cint urones de cuero labrado. Les precedían
los est andart es con el escudo del Príncipe: un elefant e blanco sobre
fondo azul. Seguían varios arqueros y bat idores, t odos a caballo.
Cerrando el cort ej o iba el poderoso m aharaj á acom pañado por dos
secret arios, t res m édicos y diez paj es. El Príncipe llevaba una t única
escarlat a adornada con hilos de perlas. En el t urbant e, de una riqueza
inaudit a, cent elleaban zafiros y rubíes.
Cuando el viej o Salim vio en su host ería aquella m aj est uosa
com it iva, se puso com o loco. Se t iró al suelo y em pezó a grit ar:
- ¿Men ein?
Mandé que un aguador que allí se hallaba arrast rara al alucinado
am igo al fondo del pat io hast a que volviera la calm a a su cont urbado
espírit u.
La sala de la host ería era pequeña para cont ener a los ilust res
visit ant es. Berem iz, m aravillado con la honrosa visit a, baj ó al pat io a
fin de recibirlos.
El príncipe Cluzir, al llegar con su port e señorial, saludó al
Calculador con un am ist oso salam , y le dij o:
- El peor sabio es aquel que frecuent a a los ricos; el m ayor de los
ricos es aquel que frecuent a a los sabios.
- ¡Bien sé, señor, respondió Berem iz, que vuest ras palabras est án
inspiradas en el m ás arraigado sent im ient o de bondad. La pequeña e
insignificant e part e de ciencia que conseguí adquirir, desaparece ant e
la infinit a generosidad de vuest ro corazón.
- Mi visit a, ¡oh Calculador! , em pezó el Príncipe, viene dict ada m ás
por el egoísm o que por el am or a la ciencia. Desde que t uve el honor
de oírt e en casa del poet a I ezid, pensé en ofrecert e algún cargo de
prest igio en m i cort e. Deseo nom brart e m i secret ario o bien direct or
del Observat orio de Delhi. ¿Acept as? Part irem os dent ro de pocas
sem anas para La Meca y desde allí, sin m ayor dilación regresarem os
direct am ent e a la I ndia.
- Desgraciadam ent e, ¡oh Príncipe generoso! , respondió Berem iz, no
puedo salir ahora de Bagdad. Me liga a est a ciudad un serio
com prom iso. Solo podré ausent arm e de aquí cuando la hij a del ilust re
I ezid haya aprendido las bellezas de la Geom et ría.
Sonrió el m aharaj á y replicó:
- Si el m ot ivo de t u negat iva se apoya en ese com prom iso, creo que
pront o llegarem os a un acuerdo. El j eque I ezid m e dij o que la j oven
Telassim , dados los progresos realizados, est ará dent ro de pocos
m eses en condiciones de enseñar a los ulem as el fam oso problem a de
“ las perlas del raj á” .
Tuve la im presión de que las palabras de nuest ro noble visit ant e
sorprendían a Berem iz. El calculador parecía m uy confuso.
- Mucho m e holgaría, siguió diciendo el Príncipe, conocer est e
com plicado problem a que desafía la sagacidad de los algebrist as y
que se rem ont a sin duda a uno de m is gloriosos ant epasados.
Berem iz, para cum plir el deseo del m aharaj á, t om ó la palabra y
habló sobre el problem a que int eresaba al Príncipe. Y con su hablar
lent o y seguro, dij o lo siguient e:
- Se t rat a m enos de un problem a que de una m era curiosidad
m at em át ica. Su enunciado es el siguient e:

“ Un raj á dej ó a sus hij as ciert o núm ero de perlas y det erm inó que
la división se hiciera del siguient e m odo: la hij a m ayor se quedaría
con una perla y un sépt im o de lo que quedara. La segunda hij a
recibiría dos perlas y un sépt im o de la rest ant e, la t ercera j oven
recibiría 3 perlas y un sépt im o de lo que quedara. Y así
sucesivam ent e.”
Las hij as m ás j óvenes present aron dem anda ant e el j uez alegando
que por ese com plicado sist em a de división result aban fat alm ent e
perj udicadas.
El j uez, que según reza la t radición, era hábil en la resolución de
problem as, respondió prest am ent e que las reclam ant es est aban
engañadas y que la división propuest a por el viej o raj á era j ust a y
perfect a.
Y t enía razón. Hecha la división, cada una de las herm anas recibió
el m ism o núm ero de perlas.
Se pregunt a:
¿Cuánt as perlas había? ¿Cuánt as eran las hij as del raj á?
La solución de ese problem a no ofrece la m enor dificult ad.
Veam os:

Las perlas eran 36 y t enían que ser divididas ent re 6 personas.


La prim era recibió una perla y un sépt im o de 36; cinco. Es decir
recibió realm ent e 6 perlas y quedaban 30.
La segunda, de las 30 que encont ró recibió 2 y un sépt im o de 28,
que es 4. Luego, recibió 6 y dej ó 24.
La t ercera, de las 24 que encont ró recibió 3 y un sépt im o de 21; es
decir 3. Se quedó pues con 6 y dej ó un rest o de 18.
La cuart a, de las 18 que encont ró, se quedó 4 m ás un sépt im o de
14. Y un sépt im o de 14 es 2. Recibió t am bién 6 perlas.
La quint a encont ró 12 perlas. De ellas recibió 5 y un sépt im o de 7,
es decir 1. Luego recibió 6.
La hij a m enor recibió 6 perlas que quedaban.
Y Berem iz concluyó:
- Com o veis, el problem a, realm ent e ingenioso, nada t iene de difícil.
Se llega a la solución sin art ificios ni sut ilezas de raciocinio.
Dem ost ración gráfica de la resolución del Problem a de las Perlas
del Raj á. Los círculos negros de cada grupo represent an el núm ero de
perlas que cada una de las hij as del raj á recibe. Los círculos en
blanco indican las perlas que cada una de ellas dej a, para que
sucesivam ent e las ot ras hij as puedan ir t om ando la part e que les
corresponde, según las órdenes im part idas por el raj á.

En aquel m om ent o la at ención del príncipe Cluzir Schá fue at raída


por un núm ero que se hallaba escrit o cinco veces en las paredes del
cuart o:
142.857

- ¿Qué significado t iene ese núm ero? Pregunt ó.


- Se t rat a, respondió el calculador, de uno de los m ás curiosos
núm eros de las Mat em át icas. Est e núm ero present a, en relación con
sus m últ iplos, coincidencias verdaderam ent e int eresant es:
Mult ipliquém oslo por 2. El product o será:

142.857 x 2 = 285.714

Vem os que las cifras que const it uyen el product o son los m ism os
del núm ero dado, pero en dist int o orden. El 14 que se hallaba a la
izquierda se ha t rasladado a la derecha.
Mult ipliquem os el núm ero 142.857 por 3:

142.857 x 3 = 428.571
Ot ra vez observam os la m ism a singularidad: las cifras del product o
son precisam ent e las m ism as del núm ero pero con el orden alt erado.
El 1, que se halla a la izquierda pasó a la derecha, las ot ras cifras
quedan donde est aban.
Lo m ism o ocurre cuando el núm ero se m ult iplica por 4:

142.857 x 4 = 571.428

Veam os ahora lo que ocurre en caso de que la m ult iplicación sea 5:

142.857 x 5 = 714.285

La cifra 7 pasó de la derecha a la izquierda. Las rest ant es


perm anecieron en su sit io.
Veam os la m ult iplicación por 6:

142.857 x 6 = 857.142

Realizada la m ult iplicación result a que el grupo 142 cam bió de


lugar con relación al 857.
En efect o, el grupo 142 que ant es se hallaba a la derecha del grupo
857, ha pasado a la izquierda de ést e y viceversa.
Una vez llegados al fact or 7 nos im presiona ot ra part icularidad. El
núm ero 142.857 m ult iplicado por 7 da com o product o:

999.999

Núm ero form ado con seis nueves.


Mult ipliquem os ahora el núm ero 142.857 por 8. El product o será:

142.857 x 8 = 1.142.856

Todas las cifras del núm ero aparecen aún en el product o con
excepción del 7. El 7 del núm ero prim it ivo fue descom puest o en dos
part es: 6 y 1. La cifra 6 quedó a la derecha y el 1 fue a la izquierda
com plet ando el product o.
Veam os ahora qué acont ece cuando m ult iplicam os el núm ero
142.857 por 9:
142.857 x 9 = 1.286.713
Observem os con at ención est e result ado. La única cifra del
m ult iplicando que no figura en el product o es el 4. ¿Qué ha pasado
con ella? Aparece descom puest a en dos part es: 3 y 1, colocadas en
los ext rem os del product o.
Del m ism o m odo podríam os com probar las singularidades que
present a el núm ero 142.857 cuando se m ult iplica por 11, 12, 13, 14,
15, 17, 18, et c.
Por eso el núm ero 142.857 se incluye ent re los núm eros
cabalíst icos de la Mat em át ica. Me lo enseñó el derviche Nô- Elin…
- ¡Nô- Elin?, repit ió asom brado y j ubiloso el príncipe Cluzir Schá. ¿Es
posible que hayas conocido a ese sabio?
- Lo conocí m uy bien, ¡oh Príncipe! , respondió Berem iz. Con él
aprendí t odos los principios que hoy aplico a m is invest igaciones
m at em át icas.
- Pues el grande Nô- Elin, explicó el hindú, era am igo de m i padre.
Ciert a vez después de haber perdido a un hij o en una guerra inj ust a y
cruel, se apart ó de la vida ciudadana y nunca m ás volvió a verlo. Hice
m uchas pesquisas para encont rarlo, pero no conseguí obt ener la
m enor indicación sobre su paradero. Llegué incluso a adm it ir que
quizá había m uert o en el desiert o, devorado por las pant eras.
¿Puedes acaso decirm e dónde se halla Nô- Elin?
Respondió Berem iz:
- Cuando salí para Bagdad lo dej ó en Khoi, en Persia, j unt o con t res
am igos.
- Pues en cuant o regrese de la Meca irem os a la ciudad de Khoi a
buscar a ese gran ulem a, respondió el Príncipe. Quiero llevarlo a m i
palacio. ¿Podrás, ¡oh Calculador! , ayudarnos en esa grandiosa
em presa?
- Señor, respondió Berem iz. Si es para prest ar auxilio y hacer
j ust icia a quien fue m i guía y m aest ro, est oy dispuest o a
acom pañaros si preciso fuera hast a la I ndia.
Y así, a causa del núm ero 142.857, quedó resuelt o nuest ro viaj e a
la I ndia, a la t ierra de los raj ás.
Y t al núm ero es realm ent e cabalíst ico…
CAPI TULO XXI V

Sobr e e l r e n cor oso Ta r a - Tir . El e pit a fio de D iofa n t o. El


pr oble m a de H ie r ón . Be r e m iz se libr a de u n e n e m igo pe ligr oso.
Un a ca r t a de l ca pit á n H a ssa n . Los cu bos de 8 y 2 7 . La pa sión
por e l cá lcu lo. La m ue r t e de Ar qu ím e de s.

La am enazadora presencia de Tara- Tir causó en m i espírit u una


desagradable im presión. El rencoroso j eque, que había pasado fuera
de Bagdad algún t iem po, fue vist o al anochecer, rodeado de sicarios,
rondando por nuest ra calle.
Sin duda preparaba alguna celada cont ra el incaut o Berem iz.
Preocupado con sus est udios y problem as, el Calculador no se daba
cuent a del peligro que le seguía com o una som bra negra.
Le hablé de la presencia siniest ra de Tara- Tir y le recordé las
advert encias caut elosas del j eque I ezid.
- Todo ese recelo es infundado, m e respondió Berem iz sin ponderar
det enidam ent e m i aviso. No puedo creer en esas am enazas. Lo que
m e int eresa de m om ent o es la solución com plet a de un problem a que
const it uye el epit afio del célebre geóm et ra griego Diofant o:

“ He aquí el t úm ulo de Diofant o –m aravilla para quien lo cont em pla-


; con art ificio arit m ét ico la piedra enseña su edad” .
“ Dios le concedió pasar la sext a part e de su vida en la j uvent ud; un
duodécim o en la adolescencia; un sépt im o en un est éril m at rim onio.
Pasaron cinco años m ás y le nació un hij o. Pero apenas est e hij o
había alcanzado la m it ad de la edad del padre, cuando m urió.
Durant e cuat ro años m ás, m it igando su dolor con el est udio de la
ciencia de los núm eros, vivió Diofant o, ant es de llegar al fin de su
exist encia” .
Es posible que Diofant o, preocupado en resolver los problem as
indet erm inados de la Arit m ét ica, no hubiera pensado en obt ener la
solución perfect a del problem a del rey Hierón, que no aparece en su
obra.
- ¿Qué problem a es ese?, pregunt é.
Berem iz m e cont ó lo siguient e:
- Hierón, rey de Siracusa, m andó a sus orfebres ciert a cant idad de
oro para que hicieran una corona que deseaba ofrecer a Júpit er.
Cuando el rey recibió la obra acabada, com probé que la corona t enía
el peso del oro ent regado, pero el color del oro le inspiró ciert a
desconfianza pensando que pudieran haber m ezclado plat a con el
oro. Para aclarar sus dudas consult ó a Arquím edes, el geóm et ra.
Arquím edes, habiendo com probado que el oro pierde en el agua 52
m ilésim as de su peso, y la plat a 99 m ilésim as, det erm inó el peso de
la corona sum ergida en el agua y halló que la pérdida de peso era en
part e debida a ciert a porción de plat a adicionada al oro.
Se cuent a que Arquím edes pasó m ucho t iem po sin poder resolver
el problem a propuest o por Hierón. Un día, est ando en el baño,
descubrió el m odo de solucionarlo, y ent usiasm ado salt ó de él
corriendo por el palacio del m onarca, grit ando:
¡Eureka! ¡Eureka!
Que quiere decir: ¡Lo he encont rado! ¡Lo he encont rado!
Mient ras est ábam os conversando así, llegó a visit arnos el capit án
Hassan Manrique, j efe de la guardia del Sult án. Era un hom bre
corpulent o, m uy expedit o y servicial. Había oído hablar del caso de
los t reint a y cinco cam ellos y desde ent onces no cesaba de exalt ar el
t alent o del Hom bre que Calculaba. Todos los viernes, después de
pasar por la m ezquit a, iba a visit arnos.
- Nunca im aginé, declaró después de expresar su profunda
adm iración, que la Mat em át ica fuera t an prodigiosa. La solución del
problem a de los cam ellos m e dej ó encant ado.
Al ver el ent usiasm o del t urco, le llevé hast a el m irador de la sala
que daba a la calle, m ient ras Berem iz buscaba nueva solución al
problem a de Diofant o, y le hablé del peligro que corríam os baj o la
am enaza del odioso Tara- Tir.
- Allí est á, indiqué, j unt o a la fuent e. Los que lo acom pañan son
peligrosos asesinos. Al m enos descuido esos asesinos nos
apuñalarán.
Tara- Tir est á resent ido cont ra Berem iz por ciert a cuest ión ya
pasada pero es hom bre violent o y rencoroso y m ucho m e t em o que
ahora int ent e vengarse. He observado varias veces que nos viene
espiando.
- ¡Por el honor de Am ina! ¿Qué m e dices?, exclam ó Hassan. No
podía ni im aginar que ocurriera una cosa sem ej ant e. ¿Cóm o puede un
bandido pert urbar la vida de un sabio geóm et ra? ¡Por la gloria del
Profet a! Voy a resolver ese caso inm ediat am ent e…
Volví al cuart o y m e acost é. Est uve un rat o fum ando
t ranquilam ent e.
Por violent o que fuera Tara- Tir, el capit án Hassan era t am bién
hom bre expedit ivo y decidido y act uaría en nuest ro favor.
Una hora m ás t arde recibí el siguient e aviso de Hassan:

“ Todo resuelt o. Los t res asesinos han sido ej ecut ados hoy
sum ariam ent e. Tara- Tir recibió 8 bast onazos y pagó una m ult a de 27
cequíes de oro y fue advert ido de que t iene que dej ar
inm ediat am ent e la ciudad. Lo m andé a Dam asco baj o guardia” .

Most ré la cart a del capit án t urco a Berem iz. Gracias a m i eficient e


int ervención podríam os ahora vivir t ranquilos en Bagdad.
- Es int eresant e, sent enció Berem iz. ¡Es realm ent e curioso! Esas
líneas m e hacen recordar una curiosidad num érica relat iva a los
núm eros 8 y 27.
Y com o m ost rase ciert a sorpresa al oír aquella observación, él
concluyó:
- Excluida la unidad, 8 y 27 son los únicos núm eros cubos e iguales
t am bién a la sum a de las cifras de sus respect ivos cubos. Así:

8 3 = 512

27 3 = 19.683

La sum a de las cifras 19.683 es 27.


La sum a de las cifras de 512 es 8.
- ¡Es increíble, am igo m ío! , exclam é. Preocupado con los cubos y
los cuadrados, t e olvidast e de que est abas am enazado por el puñal
de un peligroso asesino.
- La m at em át ica, ¡oh bagdalí! , respondió t ranquilo el Calculador,
prende de t al m odo nuest ra at ención que a veces nos ensim ism am os
y olvidam os los peligros que nos rodean. ¿Recuerdas cóm o m urió
Arquím edes, el gran geóm et ra?
Y sin esperar la respuest a, m e cont ó el siguient e episodio hist órico:
- Cuando la ciudad de Siracusa fue t om ada al asalt o por las fuerzas
de Marcelo, general rom ano, se hallaba el geóm et ra absort o en el
est udio de un problem a, para cuya solución había t razado una figura
geom ét rica en la arena. Allí se hallaba el geóm et ra ent eram ent e
olvidado de las luchas, de las guerras y de la m uert e. Solo le
int eresaba la invest igación de la verdad. Un legionario rom ano lo
encont ró y le ordenó que se present ara ant e Marcelo. El sabio le pidió
que esperara un m om ent o hast a que acabara la dem ost ración que
est aba haciendo. El soldado insist ió y le cogió del brazo: - Cuidado.
¡Mira donde pisas! –le dij o el geóm et ra- . ¡No m e borres la figura!
I rrit ado al ver que no le obedecía inm ediat am ent e, el sanguinario
rom ano, de una puñalada, post ró sin vida al m ayor sabio de aquel
t iem po.
Marcelo, que había dado órdenes de que se respet ara la vida de
Arquím edes, no ocult ó el pesar que le causaba la m uert e del genial
adversario. Sobre la lápida de la t um ba que m andó erigirle, hizo
grabar una circunferencia inscrit a en un t riángulo, figura que
recordaba uno de los t eorem as del célebre geóm et ra.
Y Berem iz concluyó, acercándose a m í y poniéndom e la m ano en el
hom bro:
- ¿No crees, ¡oh bagdalí! , que sería j ust o incluir al sabio siracusano
ent re los m árt ires de la Geom et ría?
¿Qué podía responderle yo?
El fin t rágico de Arquím edes m e t raj o de nuevo al recuerdo la
figura indeseable y rencorosa de Tara- Tir, el pérfido envidioso.
¿Est aríam os realm ent e libres de aquel sanguinario vendedor de
sal? ¿No volvería m ás t arde de su dest ierro en Dam asco para
buscarnos nuevas dificult ades?
Junt o a la vent ana, con los brazos cruzados sobre el pecho,
Berem iz, con ciert o aire de t rist eza, observaba descuidado a los
hom bres que pasaban apresurados en dirección al m ercado.
Me pareció int eresant e int erferirm e en sus m edit aciones,
arrancándolo de su nost algia, y le pregunt é:
- ¿Qué es eso? ¿Est ás t rist e? ¿Sient es añoranza por t u país o es que
est ás planeando nuevos cálculos?
E insist í en t ono divert ido:
- ¿Cálculos o añoranza?
- Am igo bagdalí: la añoranza y el cálculo andan ent relazados. Ya lo
dij o uno de nuest ros m ás inspirados poet as:
La añoranza es calculada
m ediant e cifras t am bién
dist ancia m ult iplicada
por el fact or Am or.

No creo sin em bargo que la nost algia, una vez reducida a fórm ulas,
sea calculable en cifras. ¡Por Allah! Cuando yo era niño oí m uchas
veces a m i m adre, encerrada en el harem de nuest ra casa, cant ando:

Nost algia, viej a canción.


Nost algia, som bra de alguien,
Que solo se llevará el t iem po
Cuando a m í t am bién m e lleve.
CAPI TULO XXV

Be r e m iz e s lla m a do nue va m e nt e a pa la cio. Un a e x t r a ñ a


sor pr e sa . D ifícil t or n e o de u n o con t r a sie t e . La r e st it u ción de l
m ist e r ioso a n illo. Be r e m iz e s obse qu ia do con u n a a lfom br a de
color a zu l. Ve r sos qu e con m u e ve n a u n cor a zón a pa sion a do.

La prim era noche después del Ram adán t ras llegar al palacio del
Califa, fuim os inform ados por un viej o escriba, com pañero nuest ro de
t rabaj o, que el soberano preparaba una ext raña sorpresa a nuest ro
am igo Berem iz.
Nos esperaba un grave acont ecim ient o. El Calculador iba a t ener
que com pet ir, en audiencia pública, con siet e m at em át icos, t res de
los cuales habían llegado días ant es de El Cairo.
¿Qué hacer? ¡Allah Akbar! Ant e aquella am enaza procuré anim ar a
Berem iz diciéndole que debía t ener confianza absolut a en su
capacidad t ant as veces com probada.
El calculador m e recordó un proverbio de su m aest ro Nô- Elin:

“ Quien no desconfía de sí m ism o no m erece la confianza de los


ot ros” .

Con pesada som bra de aprensiones y t rist eza ent ram os en el


palacio.
El enorm e y rut ilant e salón, profusam ent e ilum inado, aparecía
replet o de cort esanos y j eques de renom bre.
A la derecha del Califa se hallaba el j oven príncipe Cluzir Schá,
invit ado de honor, acom pañado de ocho doct ores hindúes que
ost ent aban vist osos ropaj es de oro y t erciopelo, y exhibían curiosos
t urbant es de Cachem ira. A la izquierda del t rono se sent aban los
visires, los poet as, los cadíes y los elem ent os de m ayor prest igio de
la alt a sociedad de Bagdad. Sobre un est rado, donde se veían varios
coj ines de seda, se hallaban los siet e sabios que iban a int errogar al
Calculador. A un gest o del Califa, el j eque Nurendim Barur t om ó a
Berem iz del brazo y lo conduj o con t oda solem nidad hast a una
especie de t ribuna alzada en el cent ro del rico salón.
La expect ación era visible en el rost ro de los allí reunidos si bien
los deseos eran dispares pues no t odos deseaban que el éxit o
acom pañara al Calculador.
Un esclavo negro gigant esco hizo sonar por t res veces consecut ivas
un pesado gong de plat a. Todos los t urbant es se inclinaron. I ba a
iniciarse la singular cerem onia. Por m i im aginación, lo confieso,
volaban alucinados m is pensam ient os.
Un im án t om ó el Libro Sant o y leyó con cadencia invariable,
pronunciando lent am ent e las palabras, las preces del Corán:

En nom bre de Allah Clem ent e y Misericordioso Alabado sea el


Om nipot ent e. Creador de t odos los m undos. La m isericordia es en
Dios el at ribut o suprem o. Nosot ros t e adoram os, Señor, e im ploram os
t u divina asist encia.
Llévanos por el cam ino ciert o. Por el cam ino de aquellos
esclarecidos y bendit os por Ti.

Cuando la últ im a palabra se perdió con su cort ej o de ecos por las


galerías del palacio, el rey avanzó dos pasos, se det uvo y dij o:
- ¡Uallah! Nuest ro am igo y aliado, el príncipe Cluzir- ehdin- Mubarec-
Schá, señor de Lahore y Delhi, m e pidió que proporcionara a los
doct ores de su com it iva la posibilidad de adm irar la cult ura y la
habilidad del geóm et ra persa, secret ario del visir I brahim Maluf. Sería
un desaire dej ar de at ender a esa solicit ud de nuest ro ilust re
huésped. Y así, siet e de los m ás sabios y fam osos ulem as del I slam
van a plant ear al calculador Berem iz una serie de pregunt as relat ivas
a la ciencia de los núm eros. Si Berem iz responde a est as pregunt as,
recibirá –así lo prom et o- , recom pensa t al, que hará de él uno de los
hom bres m ás envidiados de Bagdad.
Vim os en est e m om ent o que el poet a I ezid se acercaba al Califa.
- ¡Com endador de los Creyent es! , dij o el j eque. Tengo en m i poder
un obj et o que pert enece al calculador Berem iz. Se t rat a de un anillo
encont rado en nuest ra casa por una de las esclavas del harem .
Quiero devolvérselo al calculador ant es de que se inicie la
im port ant ísim a prueba a que va a ser som et ido. Es posible que se
t rat e de un t alism án y no deseo privar al calculador del auxilio de los
recursos sobrenat urales.
Y t ras breve pausa, el noble I ezid añadió:
- Mi encant adora hij a Telassim , verdadero t esoro ent re los t esoros
de m i vida, m e pidió que le perm it iera ofrecer al geóm et ra persa, su
m aest ro en la Ciencia de los Núm eros, est a alfom bra por ella
bordada. Est a alfom bra, si lo perm it e el Em ir de los Creyent es, será
colocada baj o el coj ín dest inado al calculador que va a ser som et ido
hoy a prueba por los siet e sabios m ás fam osos del I slam .
Perm it ió el Califa que el anillo y la alfom bra fueran ent regados
inm ediat am ent e al calculador.
El propio j eque I ezid, siem pre am able y lleno de cordialidad, hizo
ent rega de la caj a. Luego, a una señal del j eque, un m abid
adolescent e apareció t rayendo en las m anos una pequeña alfom bra
azul claro que fue colocada baj o el coj ín verde de Berem iz.
- Todo est o es un hechizo; es baraka, insinuó en voz baj a un viej o
risueño, flaco, vest ido con una t única azul, que se hallaba det rás de
m í. Ese j oven calculador persa es un buen conocedor de la baraka.
Hace sort ilegios. Esa alfom bra azul m e parece un t ant o m ist eriosa.
¿Cóm o podía creer la m ayoría de los asist ent es que la gran
disposición de Berem iz para el cálculo fuera frut o de la int eligencia?
El incult o, cuando algo escapa a su com prensión, busca siem pre
una razón en lo desconocido y lo at ribuye a poderes m ágicos y a
sort ilegios. Sin em bargo, el nivel cult ural de los j efes que provocaron
y presidían la reunión era suficient em ent e elevado para com prender
que lo que allí se dilucidaba era exclusivam ent e un j uego de la
int eligencia.
Berem iz iba a ser puest o, pues, a prueba por los hom bres m ás
capaces y precisam ent e en una m at eria en que los árabes hem os sido
siem pre adelant ados.
¿Podría superarla el calculador Berem iz?
Se m ost ró Berem iz profundam ent e em ocionado al recibir la j oya y
la alfom bra. A pesar de la dist ancia a que m e hallaba pude not ar que
algo m uy grave est aba ocurriendo en aquel m om ent o. Al abrir la
pequeña caj a, sus oj os brillant es se hum edecieron. Supe después que
j unt am ent e con el anillo la piadosa Telassim había colocado un papel
en el que Berem iz leyó em ocionado:

“ Anim o. Confía en Dios. Rezo por t i.”

¿Y la alfom bra azul claro?


¿Habría allí realm ent e algo de baraka, com o insinuaba el viej ecit o
alegre de la t única azul?
Nada de sort ilegios.
Aquella pequeña alfom bra que a los oj os de los j eques y los ulem as
era solo un pequeño present e, llevaba, escrit o en caract eres cúficos –
que sólo Berem iz sabría int erpret ar y leer- algunos versos que
conm ovieron el corazón de nuest ro am igo. Aquellos versos, que yo
m ás t arde pude t raducir, habían sido bordados por Telassim com o si
fueran arabescos en los bordes de la pequeña alfom bra:

Te am o, querido. Perdona m i am or.


Fui consolada com o un páj aro que se ext ravió en el cam ino.
Cuando m i corazón fue t ocado, perdió el velo y quedó a la
int em perie. Cúbrelo con piedad, querido, y perdona m i am or.
Si no m e puedes am ar, querido, perdona m i dolor.
Y volveré a m i cant o, y quedaré sent ada en la oscuridad.
Y cubriré con las m anos la desnudez de m i recat o.

¿Est aría el j eque I ezid ent erado de aquel doble m ensaj e de am or?
No había m ot ivo para que t al idea m e preocupara ahora
dem asiado. Solo m ás t arde, com o he dicho yo, m e confió Berem iz el
secret o.

¡Solo Allah sabe la verdad!

Se hizo un profundo silencio en el sunt uoso recint o.


I ba a iniciarse, en el rico salón del palacio del Califa, el t orneo
cult ural m ás not able que hast a ahora había t enido lugar baj o los
cielos del I slam .

¡I allah!
CAPI TULO XXVI

D e n u e st r o e n cu e n t r o con u n t e ólogo fa m oso. El pr oble m a


de la vida fu t u r a . Todo m u su lm á n de be con oce r e l Libr o
Sa gr a do. ¿Cu á n t a s pa la br a s h a y e n e l Cor á n? ¿Cuá nt a s le t r a s?
El n om br e de Je sú s e s cit a do 1 9 ve ce s. Un e n ga ñ o de Be r e m iz.

El sabio designado para iniciar las pregunt as se levant ó con aust era
solem nidad. Era un hom bre respet able, oct ogenario, que m e
inspiraba un m edroso respet o. Las largas barbas blancas, profét icas,
le caían abundant es sobre el am plio pecho.
- ¿Quién es ese noble anciano? Pregunt é en voz baj a a un haquim
oio- ien de rost ro flaco y at ezado que se hallaba j unt o a m í.
- Es el célebre ulem a Mohadeb I bagué- Abner- Ram a, m e respondió.
Dicen que conoce m ás de quince m il sent encias sobre el Corán.
Enseña Teología y Ret órica.
Las palabras del sabio Mohadeb eran pronunciadas con un t ono
ext raño y sorprendent e, sílaba a sílaba, com o si el orador pusiera
em peño en m edir el sonido de su propia voz.
- Voy a int errogart e, ¡oh Calculador! , sobre un t em a de im port ancia
indiscut ible para un m usulm án. Ant e de est udiar la ciencia de un
Euclides o de un Pit ágoras, el buen islam it a debe conocer
profundam ent e el problem a religioso, pues la vida no se concibe si se
proyect a divorciada de la Verdad y de la Fe. El que no se preocupa
del problem a de su exist encia fut ura, de la salvación del alm a, y
desconoce los precept os de Dios, los m andam ient os, no m erece el
calificat ivo de sabio. Quiero pues que nos present es, en est e
m om ent o, sin la m enor vacilación, quince indicaciones num éricas y
cit as not ables sobre el Corán, el libro de Allah.
Ent re esas quince indicaciones deberán figurar:

1. El núm ero de suras del Corán.


2. El núm ero exact o de versículos.
3. El núm ero de palabras.
4. El núm ero de let ras del Libro I ncreado.
5. El núm ero exact o de los profet as cit ados en la página del
Libro Et erno.

Y el sabio t eólogo insist ió, haciendo sonar fuert e su voz:


- Quiero en fin, que apart e de las cinco indicaciones que t e he dado,
nos es ot ras diez relaciones num éricas ciert as y not able sobre el Libro
I ncreado.
¡Uassalam !
Siguió un profundo silencio. Se esperaba con ansiedad la palabra
de Berem iz. Con t ranquilidad asom brosa, el j oven calculador
respondió:
- El Corán ¡oh sabio y venerable m uft i! Const a de 144 suras, de las
cuales 70 fueron dict adas en La Meca y 44 en Medina. Se divide en
611 ashrs y cont iene 6.236 versículos, de los cuales 7 son del prim er
capít ulo Fat ihat y 8 del últ im o, Los Hom bres. La sura m ayor es la
segunda, que encierra 280 versículos. El Corán cont iene 46.439
palabras y 323.670 let ras, cada una de las cuales cont iene diez
virt udes especiales. Nuest ro Libro Sant o cit a el nom bre de 25
profet as, I ssa, hij o de María, es cit ado 19 veces. Hay cinco anim ales
cuyos nom bres fueron t om ados com o epígrafes de cinco capít ulos: la
vaca, la abej a, la horm iga, la araña y el elefant e. La sura 102 se
t it ula: “ La cont est ación de los núm eros” . Es not able ese capít ulo del
Libro I ncreado por la advert encia que dirige en sus cinco versículos, a
quienes se preocupan de disput as est ériles sobre núm eros que no
t ienen im port ancia alguna para el progreso espirit ual de los hom bres.
Al llegar a est e punt o, Berem iz hizo una ligera pausa y añadió
luego:
- Est as son, at endiendo a vuest ra pet ición, las indicaciones
num éricas sobre el Libro de Allah. En la respuest a que acabo de
form ular hay un error que m e apresuro a confesar. En vez de quince
relaciones cit é dieciséis.
- ¡Por Allah! , m urm uró t ras de m í el viej o de la t única azul. ¿Cóm o
puede un hom bre saber de m em oria t ant os núm eros y t ant as cosas¡
¡Es fant ást ico! ¡Sabe hast a las let ras que t iene el Corán!
- Est udia m ucho, replicó casi en secret o el vecino, gordo y con una
cicat riz en la barbilla. Est udia m ucho y lo recuerda t odo. Ya oí algunos
rum ores al respect o.
- Recordar no sirve de nada, cuchicheó aún el viej ecit o de la cara
chupada. No sirve de nada. Yo por ej em plo no m e preocupo de
recordar ni la edad de la hij a de m i t ío.
Me m olest aban enorm em ent e t odos aquellos secret eos, aquellas
palabras cuchicheadas a m edia voz.
Pero el hecho es que Mohadeb confirm ó t odas aquellas indicaciones
que había dado Berem iz. Hast a el núm ero de let ras del Libro de Allah
había sido enunciado sin error de una unidad.
Me dij eron que est e doct o t eólogo Mohadeb era un hom bre que
vivía en la pobreza. Y debía ser verdad. A m uchos sabios Allah les
priva de riquezas, pues raram ent e aparecen j unt as la sabiduría y la
riqueza.
Berem iz había superado con brillant ez la prim era prueba que le
habían plant eado en aquel t errible debat e, pero le flot aban aún unas
seis.
- ¡Allah quiera! –pensé- ¡Allah quiera que t odo pueda seguir así, y
t erm inar bien!
CAPI TULO XXVI I

Cóm o u n sa bio H ist or ia dor in t e r r oga a Be r e m iz. El ge óm e t r a


qu e n o podía m ir a r a l cie lo. La M a t e m á t ica de Gr e cia . Elogio de
Er a t óst n e s.

Solucionado el prim er caso con t odas sus m inucias, el segundo


sabio inició el int errogat orio de Berem iz. Est e ulem a era hist oriador
fam oso que había dado lecciones durant e veint e años en Córdoba y
m ás t arde, por cuest iones polít icas, se t rasladó a El Cairo, donde
pasó a residir baj o la prot ección del Califa. Era un hom bre baj o, cuyo
rost ro bronceado aparecía enm arcado en una barba elípt ica. Tenía los
oj os m ort ecinos, sin brillo.
He aquí las pregunt as que el sabio hist oriador dirigió a Berem iz:
- ¡En nom bre de Allah, Clem ent e y Misericordioso! ¡Se engañan
quienes aprecian el valor de un m at em át ico por la m ayor o m enor
habilidad con que efect úa las operaciones o aplica las reglas banales
del cálculo! A m i ver, el verdadero geóm et ra es el que conoce con
absolut a seguridad el desarrollo y el progreso de la Mat em át ica a
t ravés de los siglos. Est udiar la Hist oria de la Mat em át ica es rendir
hom enaj e a los ingenios m aravillosos que enalt ecieron y dignificaron
a las ant iguas civilizaciones que por su esfuerzo e ingenio pudieron
desvelar algunos de los m ist erios m as profundos de la inm ensa
Nat uraleza, consiguiendo, por la ciencia, elevar y m ej orar la
m iserable condición hum ana. Logam os adem ás, por m edio de las
páginas de la Hist oria, honrar a los gloriosos ant epasados que
t rabaj aron en la form ación de la Mat em át ica, y conservam os el
nom bre de las obras que dej aron. Quiero, pues, int errogar al
Calculador sobre un hecho int eresant e de la Hist oria de la
Mat em át ica. “ ¿Cuál fue el geóm et ra célebre que se suicidó al no
poder m irar al cielo?”
Berem iz m edit ó unos inst ant es y exclam ó:
- Fue Erat óst enes, m at em át ico de Cirenaica y educado al principio
en Alej andría y m ás t arde en la Escuela de At enas, donde aprendió
las doct rinas de Plat ón.
Y com plet ando la respuest a prosiguió:
- Erat óst enes fue elegido para dirigir la gran Bibliot eca de la
Universidad de Alej andría, cargo que ej erció hast a el fin de sus días.
Adem ás de poseer envidiables conocim ient os cient íficos y lit erarios
que lo dist inguieron ent re los m ayores sabios de su t iem po, era
Erat óst enes poet a, orador, filósofo y –aún m ás- un com plet o at let a.
Bast a decir que conquist ó el t ít ulo excepcional de vencedor del
pent at lón, las cinco pruebas m áxim as de los Juegos Olím picos. Grecia
se hallaba ent onces en el periodo áureo de su desarrollo cient ífico y
lit erario. Era la pat ria de los aedos, poet as que declam aban, con
acom pañam ient o m usical, en los banquet es y en las reuniones de los
reyes y e los grandes j erarcas.
Conviene aclarar que ent re los griegos de m ayor cult ura y valor el
sabio Erat óst enes era considerado com o un hom bre ext raordinario
que t iraba la j abalina, escribía poem as, vencía a los grandes
corredores y resolvía problem as ast ronóm icos. Erat óst enes legó a la
post eridad varias obras.
Al rey Pt olom eo I I I de Egipt o le present ó una t abla de núm eros
prim os hechos sobre una plancha m et álica en la que los núm eros
m últ iplos est aban m arcados con un pequeño aguj ero. Se dio por eso
el nom bre de “ Criba de Erat óst enes” al proceso de que se servía el
sabio ast rónom o para form ar su t abla.
A consecuencia de una enferm edad en los oj os, adquirida a orillas
del Nilo durant e un viaj e, Erat óst enes quedó ciego. El que cult ivaba
con pasión la Ast ronom ía, se hallaba im pedido de m irar al cielo y de
adm irar la belleza incom parable del firm am ent o en las noches
est relladas.
La luz azulada de Al- Schira j am ás podría vencer aquella nube
negra que le cubría los oj os. Abrum ado por t an gran desgracia, y no
pudiendo resist ir el pesar que le causaba la ceguera, el sabio y at let a
se suicidó dej ándose m orir de ham bre, encerrado en su bibliot eca.
El sabio hist oriador de oj os m ort ecinos, se volvió hacia el Califa y
declaró, t ras breve silencio:
- Me considero plenam ent e sat isfecho con la brillant e exposición
hist órica hecha por el sabio calculador persa. El único geóm et ra
célebre que se suicidó fue realm ent e el griego Erat óst enes, poet a,
ast rónom o y at let a, am igo frat ernal del fam osísim o Arquím edes de
Siracusa. ¡I allah!
- ¡Por la belleza de Selsebit ! , exclam ó el Califa ent usiasm ado.
¡Cuánt as cosas acabo de aprender! ¡Cuánt as cosas ignoram os! Ese
griego not able que est udiaba los ast ros, escribía poem as y cult ivado
el at let ism o, m erece nuest ra sincera adm iración. De hoy en adelant e,
siem pre, al m irar al cielo, en la noche est rellada, hacia la
incom parable Al- Schira, pensaré en el fin t rágico de aquel sabio
geóm et ra que escribió el poem a de su m uert e ent re un t esoro de
libros que ya no podía leer.
Y posando con ext rem a cort esía su m ano en el hom bro del
príncipe, añadió con caut ivadora nat uralidad:
- ¡Vam os a ver ahora si el t ercer ulem a conseguirá vencer a nuest ro
Calculador!
CAPI TULO XXV I I I

Pr osigu e e l m e m or a ble t or n e o. El t e r ce r sa bio in t e r r oga a


Be r e m iz. La fa lsa in du cción. Be r e m iz de m u e st r a qu e u n
pr in cipio fa lso pu e de se r su ge r ido por e j e m plos ve r da de r os.

El t ercer sabio que debía int errogar a Berem iz era el célebre


ast rónom o Abul Hassan Ali de Alcalá, llegado de Bagdad por especial
invit ación de Al- Mot acén. Era alt o, huesudo, y t enía el rost ro surcado
de arrugas. Su pelo era rubio y ondulado. Exhibía en la m uñeca
derecha un ancho brazalet e de oro. Dicen que en ese brazalet e
llevaba señaladas las doce const elaciones del Zodíaco.
El ast rónom o Abul Hassan, después de saludar al rey y a los
nobles, se dirigió a Berem iz. Su voz, profunda y hueca, parecía rodar
pesadam ent e.
- Las dos respuest as que acabas de form ular dem uest ran ¡oh
Berem iz Sam ir! Que t ienes una sólida cult ura. Hablas de la ciencia
griega con la m ism a facilidad con que cuent as las let ras del Libro
Sagrado. Sin em bargo, en el desarrollo de la ciencia m at em át ica, la
part e m ás int eresant e es la que indica la form a de raciocinio que lleva
a la verdad. Una colección de hechos est á t an lej os de ser una ciencia
com o un m ont ón de piedras de ser una casa. Puedo afirm ar
igualm ent e que las sabias com binaciones de hechos inexact os o de
hechos que no fueron com probados al m enos en sus consecuencias,
se encuent ran t an lej os de form ar una ciencia com o se encuent ra el
espej ism o de sust it uir en el desiert o a la presencia real del oasis. La
ciencia debe observar los hechos y deducir de ellos leyes. Con auxilio
de esas leyes se pueden prever ot ros hechos o m ej orar las
condiciones m at eriales de la vida. Sí, t odo eso es ciert o. ¿Pero cóm o
deducir la verdad? Se present a pues la siguient e duda:
¿Es posible ext raer en Mat em át ica una regla falsa de una
propiedad verdadera? Quiero oír t u respuest a, ¡oh Calculador! ,
ilust rada con un ej em plo sencillo y perfect o.
Berem iz calló, durant e un rat o, reflexivam ent e. Luego salió del
recogim ient o y dij o:
- Adm it am os que un algebrist a curioso deseara det erm inar la raíz
cuadrada de un núm ero de cuat ro cifras. Sabem os que la raíz
cuadrada de un núm ero es ot ro núm ero que, m ult iplicado por sí
m ism o, da un product o igual al núm ero dado. Es un axiom a en
m at em át icas.
Vam os a suponer aún que el algebrist a, t om ando librem ent e t res
núm eros a su gust o, dest acase los siguient es núm eros: 2.025, 3.025
y 9.081.
I niciem os la resolución del problem a por el núm ero 2.025. Hechos
los cálculos para dicho núm ero, el invest igador hallaría que la raíz
cuadrada es igual a 45. En efect o: 45 veces 45 es igual a 2.025. Pero
se puede com probar que 45 se obt iene de la sum a de 20 + 25, que
son part es del núm ero 2.025 descom puest o m ediant e un punt o, de
est a m anera: 20.25
Lo m ism o podría com probar el m at em át ico con relación al núm ero
3.025, cuya raíz cuadrada es 55 y conviene not ar que 55 es la sum a
de 30 + 25, part es am bas del núm ero 3.025.
I dént ica propiedad se dest aca con relación al núm ero 9.801, cuya
raíz cuadrada es 99, es decir 98 + 01.
Ant e est os t res casos, el inadvert ido algebrist a podría sent irse
inclinado a enunciar la siguient e regla:
“ Para calcular la raíz cuadrada de un núm ero de cuat ro cifras, se
divide el núm ero por m edio de un punt o en dos part es de dos cifras
cada una, y se sum an las part es así form adas. La sum a obt enida será
la raíz cuadrada del núm ero dado” .
Est a regla, visiblem ent e errónea, fue deducida de t res ej em plos
verdaderos. Es posible en Mat em át ica, llegar a la verdad por sim ple
observación; no obst ant e hay que poner cuidado especial en evit ar la
“ falsa inducción” .
El ast rónom o Abul Hassan, sinceram ent e sat isfecho con la
respuest a de Berem iz, declaró que j am ás había oído una explicación
t an sencilla e int eresant e de la cuest ión de la “ falsa inducción
m at em át ica” .
Seguidam ent e, a una señal del Califa, se levant ó el cuart o ulem a y
se dispuso a form ular su pregunt a.
Su nom bre era Jalal I bn- Wafrid. Era poet a, filósofo y ast rólogo. En
Toledo, su ciudad nat al, se había hecho m uy popular com o narrador
de hist orias.
Jam ás olvidaré su venerable y singular figura. Nunca se borrará de
m í el recuerdo de su m irada serena y bondadosa. Se adelant ó hacia
el ext rem o del est rado, y, dirigiéndose al Califa, habló así:
- Para que m i pregunt a pueda ser bien com prendida, he de
aclararla cont ando una ant igua leyenda persa…
- ¡Apresúrat e a cont arla, oh elocuent e ulem a! respondió el Califa.
Est am os ansiosos de oír t us sabias palabras, que son, para nuest ros
oídos, com o pendient es de oro.
El sabio t oledano, con voz firm e y sonora com o el andar de una
caravana, narró lo siguient e:
CAPI TULO XXI X

En e l qu e e scu ch a m os u n a a n t igu a le ye n da pe r sa . Lo
m a t e r ia l y lo e spir it ua l. Los pr oble m a s h u m a n os y
t r a sce n de n t e s. La m u lt iplica ción m á s fa m osa . El Sult á n
r e pr im e con e n e r gía la in t ole r a n cia de los j e qu e s isla m it a s.

- “ Un poderoso rey que gobernaba Persia y las grandes llanuras del


I rán, oyó a ciert o derviche decir que el verdadero sabio debía
conocer, con absolut a perfección, la part e espirit ual y la part e
m at erial de la vida.
Se llam aba Ast or ese m onarca, y su sobrenom bre era “ El Sereno” .
¿Qué hizo Ast or? Vale la pena recordar la form a en que procedió el
poderoso m onarca.
Mandó llam ar a los t res m ayores sabios de Persia, y ent regó a cada
uno de ellos dos dinares de plat a, diciéndoles:
- En est e palacio hay t res salas iguales, com plet am ent e vacías.
Cada uno de vosot ros quedará encargado de llenar una de ellas, pero
para est a t area no podrá gast ar sum a m ayor que la que acaba de
recibir.
El problem a era realm ent e difícil. Cada sabio debía llenar una sala
vacía gast ando solo la insignificant e cant idad de dos dinares.
Part ieron los sabios a fin de cum plir la m isión que les había
confiado el caprichoso rey Ast or.
Horas después regresaron a la sala del t rono. El m onarca,
int eresado por la solución del problem a, les int errogó.
El prim ero en ser int errogado habló así:
- Señor: gast é los dos dinares, pero la sala quedó com plet am ent e
llena. Mi solución fue m uy práct ica. Com pré varios sacos de heno y
con ellos llené el aposent o desde el suelo hast a el t echo.
- ¡Muy bien! , exclam ó el rey Ast or; el Sereno. Tu solución est uvo
realm ent e bien im aginada. Conoces, en m i opinión, la part e m at erial
de la vida, y desde est e punt o de vist a habrás de enfrent art e con los
problem as que la vida t e present e.
Seguidam ent e, el segundo sabio, después de saludar al m onarca,
dij o con ciert o énfasis:
- En el desem peño de m i t area, gast é solo m edio dinar. Voy a
explicar cóm o lo hice: Com pré una vela y la encendí en la sala vacía.
Ahora ¡oh rey! podrás observarla. Est á llena, ent eram ent e llena de
luz…
- ¡Bravo! , exclam ó el m onarca. ¡Descubrist e una solución brillant e
para el caso! La luz sim boliza la part e espirit ual de la vida. Tu espírit u
se halla, por lo que puedo deducir, dispuest o a enfrent arse con t odos
los problem as de la exist encia desde el punt o de vist a espirit ual.
Llegó al fin el t ercer sabio, y dij o:
- Pensé en principio, ¡oh Rey de los Cuat ro Rincones del Mundo! , en
dej ar la sala confiada a m i cuidado exact am ent e com o se hallaba. Era
fácil ver que la sala no est aba vacía. Evident em ent e est aba llena de
aire y de oscuridad. No quise, sin em bargo, colocarm e en la cóm oda
post ura de indolencia y picardía. Resolví pues act uar t am bién, com o
m is com pañeros. En consecuencia t om é un puñado de heno de la
prim era sala y lo quem é con la vela de la segunda, y con la hum areda
que se desprendía llené ent eram ent e la t ercera sala. Com o es de
suponer est o no m e cost ó nada, y conservo ínt egro la cant idad que se
m e dio. La sala est á pues llena: llena de hum o.
- ¡Adm irable! , exclam ó el rey Ast or. Eres el m ayor sabio de Persia y
t al vez del m undo. Sabes unir con j ust iciosa habilidad lo m at erial y lo
espirit ual para alcanzar la perfección.”
El sabio t oledano, t erm inó su narración. Luego, volviéndose hacia
Berem iz; habló sonrient e y con aire de ext rem ada am abilidad.
- Mi deseo es, ¡oh Calculaor! , com probar si, a sem ej anza del t ercer
sabio de est a hist oria, eres capaz de unir lo m at erial a lo espirit ual, y
si puedes resolver, no solo problem as hum anos, sino t am bién
cuest iones t rascendent ales. Mi pregunt a es pues la siguient e: ¿Cuál
es la m ult iplicación fam osa, de que hablan las hist orias, m ult iplicación
que t odos los hom bres cult os conocen, y en la que solo figura un
fact or?
Est a inesperada pregunt a sorprendió con sobrada razón a los
ilust res m usulm anes. Algunos no disfrazaron sus cont enidas
m anifest aciones de desagrado o im paciencia. Un cadí a m i lado,
rezongó irrit ado, con gest o desabrido:
- Eso es una insensat ez, un disparat e…
Berem iz se quedó un m om ent o pensat ivo. Después, coordinadas
sus ideas, dij o:
- La única m ult iplicación fam osa con un solo fact or, cit ada por t odos
los hist oriadores y que conocen t odos los hom bres cult os, es la
m ult iplicación de los panes, hecha por Jesús, hij o de María. En
aquella m ult iplicación solo figuraba un fact or: el poder m ilagroso de
la volunt ad de Dios.
- Excelent e respuest a, declaró el t oledano. ¡Ciert ísim o! Es la
respuest a m ás perfect a y com plet a que he oído hast a hoy. Est e
Calculador resolvió de m anera irrefut able el problem a que le plant eé.
¡I allah!
Algunos m usulm anes inspirados por la int olerancia, se m iraron
espant ados. Hubo susurros. El Califa exigió enérgicam ent e:
- ¡Silencio! Venerem os a Jesús, hij o de María, cuyo nom bre es
cit ado diecinueve veces en el Libro de Allah.
Y seguidam ent e se dirigió al quint o ulem a y añadió con voz
am able:
- Esperam os vuest ra pregunt a, ¡oh j eque Nascif Rahal! Seréis el
quint o en int ervenir en est e m aravilloso t orneo de ciencia y fant asía…
Oída est a orden del rey, el quint o sabio se levant ó prest am ent e.
Era un hom bre baj o, gordo, de blanca cabellera. En vez de t urbant e
llevaba un pequeño gorro verde. Era m uy conocido en Bagdad, pues
enseñaba en la m ezquit a y aclaraba a los est udiosos los punt os
oscuros de los hadit hs del Profet a. Yo lo había vist o ya dos veces
cuando salía del ham an. Hablaba nerviosam ent e, de m odo arrebat ado
y un poco agresivo.
- El valor de un sabio, em pezó a decir con grave ent onación, solo
puede ser m edido por el poder de su im aginación. Los núm eros
t om ados al azar, los hechos hist óricos recordados con precisión y
oport unidad, pueden t ener un int erés m om ent áneo, pero al cabo de
algún t iem po caen en el olvido. ¿Quién de vosot ros recuerda aún el
núm ero de let ras del Corán? Hay núm eros, nom bres, palabras y
obras que est án, por su propia nat uraleza y finalidad, condenados al
irrem ediable olvido. El saber que no sirve al sabio, es vano. Voy en
consecuencia a asegurarm e de la capacidad y del valer del Calculador
aquí present e, haciéndole una pregunt a que no se relaciona con
ningún problem a que pueda exigir m em oria ni habilidad de cálculo.
Quiero que el m at em át ico Berem iz Sam ir nos cuent e una leyenda, o
una sim ple fábula, en la que aparezca una división de 3 por 3
indicada, pero no efect uada, y ot ra de 3 por 2 indicada y efect uada
sin dej ar rest o.
- ¡Buena idea! , susurró el anciano de la t única azul. Buena idea la
de est e ulem a de blanca cabellera. Vam os a dej arnos de cálculos que
nadie ent iende y oigam os una leyenda. ¡Qué m aravilla! ¡Al fin vam os
a oír una leyenda!
- Pero esa leyenda t endrá núm eros y cuent as, seguro, rezongó por
lo baj o el haquim llevándose la m ano a la boca. Ya lo verá, am igo
m ío: t odo acaba en cálculos, núm eros y problem as. ¡Mala suert e la
nuest ra!
- Dios quiera que eso no ocurra, dij o el anciano. Quiéralo Dios ¡Al-
uahhad!
Quedé bast ant e desconcert ado y sorprendido ant e la im previst a
exigencia del quint o ulem a. ¿Cóm o iba Berem iz a invent ar en aquel
angust ioso m om ent o una leyenda en la que apareciera una división
plant eada pero no efect uada, y m ás aún, una división de 3 por 2 sin
rest o?
¡Es lógico que quien divide t res ent re dos ha de dej ar un rest o de
1!
Dej é de lado m is inquiet udes y confié en la im aginación de m i
am igo. En la im aginación de Berem iz y en la bondad de Allah…
El Calculador t ras hacer por unos inst ant es una fervient e rebusca
en su m em oria, em pezó a relat ar el siguient e caso:
CAPI TULO XXX

El H om br e qu e Ca lcu la ba n a r r a u n a le ye n da . El t igr e su gie r e


la división de “t r e s” e n t r e “t r e s”. El ch a ca l in dica la división de
“t r e s” e nt r e “dos”. Cóm o se ca lcu la e l cocie n t e e n la
M a t e m á t ica de l m á s fu e r t e . El j e qu e e l gor r o ve r de e logia a
Be r e m iz.

- “ ¡En nom bre de Allah, Clem ent e y Misericordioso! ”

El león, el t igre y el chacal abandonaron ciert a vez la cueva


som bría en que vivían y salieron en peregrinación am ist osa a
vagabundear por el m undo, a la busca de alguna región rica en
rebaños de t iernas ovej as.
En m edio de la gran selva, el t em ible león que dirigía, com o es
lógico el grupo, se sent ó fat igado sobre las pat as t raseras y alzando
la enorm e cabeza solt ó un rugido t an fuert e que hizo t em blar los
árboles m ás próxim os.
El t igre y el chacal se m iraron asust ados. Aquel rugido am enazador
con que el peligroso m onarca t urbaba el silencio del bosque, quería
decir, t raducido lacónicam ent e, en un lenguaj e al alcance de los ot ros
anim ales, lo siguient e.
Tengo ham bre.
- ¡Tu im paciencia es perfect am ent e j ust ificable! observó el chacal
dirigiéndose hum ildem ent e al león. Te aseguro, sin em bargo, que en
est a selva hay un at aj o m ist erioso que ninguna fiera conoce y por el
que podrem os llegar fácilm ent e a un pequeño poblado, casi en
ruinas, donde hay caza abundant e al alcance de las garras y sin el
m enor peligro…
- ¡Vam os, chacal! , ordenó el león. ¡Quiero conocer ese adorable
rincón del m undo!
Al anochecer, guiados por el chacal, llegaron los viaj eros a lo alt o
de un m ont e, no m uy alt o, desde cuya cim a se divisaba una am plia
planicie verdeant e.
En m edio de la llanura se hallaban descuidados, aj enos al peligro
que los am enazaba, t res pacíficos anim ales: una ovej a, un cerdo y un
conej o.
Al ver la presa fácil y segura, el león sacudió su abundant e m elena
con un m ovim ient o de pat ent e sat isfacción, y con oj os brillant es de
guía se volvió hacia el t igre y dij o en t ono aparent em ent e am ist oso:
- ¡Oh t igre adm irable! Veo allí t res bellos y sabrosos bocados; una
ovej a, un cerdo y un conej o. Tú, que eres list o y expert o, has de
dividirlos ent re t res. Haz, pues, esa operación con j ust icia y equidad:
divide frat ernalm ent e las t res presas ent re t res cazadores…
Lisonj eado por sem ej ant e invit ación, el vanidoso t igre, después de
expresar con aullidos de falsa m odest ia su incom pet encia y su
hum ildad, respondió:
- La división que generosam ent e acabas de proponer, ¡oh rey! es
m uy sencilla y se puede hacer con relat iva facilidad. La ovej a, que es
el bocado m ayor y el m ás sabroso t am bién, es capaz de saciar el
ham bre de una banda ent era de leones del desiert o. Pues bien: t e
corresponde, ¡oh rey! . Es t uya, absolut am ent e t uya. Y aquel cerdit o,
flaco, sucio y t rist e que no vale una pat a de ovej a bien cebada,
quedará para m í, que soy m odest o y con bien poco m e cont ent o. Y
finalm ent e, aquel m inúsculo y despreciable conej o de reducidas
carnes, indigno del paladar m im ado de un rey, le corresponderá a
nuest ro com pañero el chacal, com o recom pensa por la valiosa
indicación que nos proporcionó hace poco.
- ¡Est úpido! ¡Egoíst a! Rugió el pavoroso león con furia
indescript ible. ¿Quién t e ha enseñado a hacer divisiones com o ést a?
¡Eres un im bécil! ¿Dónde se ha vist o una división de t res ent re t res
resuelt a de est e m odo?
Y levant ando su zarpa la descargó en la cabeza del inadvert ido
t igre que cayó m uert o a pocos pasos de dist ancia.
Luego, volviéndose hacia el chacal, que había asist ido horrorizado
a aquella t rágica división de t res ent re t res, habló así:
- ¡Querido chacal! Siem pre he t enido el m ás elevado concept o de t u
int eligencia. Sé que eres el m ás ingenioso y hábil anim al de la selva y
no conozco ot ro que sepa resolver con t ant a habilidad los m ás
difíciles problem as. Te encargo pues de hacer est a división, t an
sencilla y t rivial, que el est úpido t igre, com o acabas de ver, no supo
hacer sat isfact oriam ent e. Est ás viendo, am igo chacal, esos t res
apet it osos anim ales: la ovej a, el cerdo y el conej o. Nosot ros som os
dos, y los bocados a repart ir son t res. Pues bien: vas a dividir t res
ent re dos. Vam os: ¡Haz los cálculos, pues quiero saber lo que m e
corresponde exact am ent e…!
- ¡No paso de hum ilde y rudo siervo de Su Maj est ad! , gim ió el
chacal en t ono de hum ildísim o respet o. Tengo, pues, que obedecer
ciegam ent e la orden que acabo de recibir. Com o si fuera un sabio
geóm et ra, voy a dividir por dos aquellos t res anim ales. ¡Se t rat a de
una sencilla división de t res ent re dos!
Una división m at em át icam ent e j ust a y ciert a es la siguient e: La
adm irable ovej a, m anj ar digno de un soberano, corresponde a t us
reales caninos, pues es indiscut ible que eres el rey de los anim ales. El
herm oso cerdit o, cuyos arm oniosos gruñidos se oyen desde aquí,
corresponde t am bién a t u real paladar, pues dicen los ent endidos que
la carne de cerdo da m ás fuerza y energía a los leones. Y el salt arín
conej o, con sus largas orej as, debe ser t am bién para t i, que lo
saborearás com o post re, ya que a los reyes, por ley t radicional ent re
los pueblos, les corresponde siem pre, com o com plem ent o de los
opíparos banquet es, los m anj ares m ás finos y delicados.
- ¡Oh incom parable chacal! , exclam ó el león encant ado con la
división que acababa de oír. ¡Qué arm oniosas y sabias son siem pre
t us palabras! ¿Quién t e enseñó ese art ificio m aravilloso de dividir con
t ant a perfección y aciert o t res ent re dos?
- Lo que t u j ust icia acaba de hacerle al t igre hace un m om ent o por
no hacer sabido dividir con habilidad t res ent re dos cuando uno de
esos dos es un león y el ot ro un chacal. En la Mat em át ica del m ás
fuert e, digo yo, el cocient e es siem pre exact o y al m ás débil, después
de la división, solo le debe quedar el rest o.
Y desde aquel día, sugiriendo siem pre divisiones de aquel t ipo,
inspiradas en la m ás t orpe baj eza, j uzgó el am bicioso chacal que
podría vivir t ranquilo su vida de parásit o, regalándose con las sobras
que dej aba el sanguinario león.
Pero se equivocó.
Pasadas dos o t res sem anas, el león, irrit ado, ham brient o,
desconfió del servilism o del chacal y acabó m at ándolo com o al t igre.
Y la m oralej a es que siem pre la verdad debe ser dicha, una y m il
veces:

“ ¡El cast igo de Dios est á m ás cerca del pecador de lo que est án los
párpados de los oj os! ”

He aquí, ¡oh j ust icioso ulem a! , concluyó Berem iz, narrada con la
m ayor sencillez, una fábula en la que hay dos divisiones. La prim era
fue una división de t res ent re t res, plant eada, pero no efect uada. La
segunda fue una división de t res ent re dos, efect uada sin rest o.
Oídas est as palabras del calculist a se hizo un profundo silencio.
Aguardaban t odos con vivo int erés la apreciación, o m ej or, la
sent encia del severo ulem a.
El j eque Hacif Rahal, después de aj ust arse nerviosam ent e su gorro
verde y pasarse la m ano por la barba, pronunció con ciert a am argura
su sent encia:
- La fábula narrada se aj ust ó perfect am ent e a las exigencias por m í
form uladas. Confieso que no la conocía y, a m í ver, es de las m ás
felices. El fam oso Esopo, el griego, no la haría m ej or. Y ese es m i
parecer. Allah es sin em bargo m ás sabio y m ás j ust o.
La narración de Berem iz, aprobada por el j eque del gorro verde,
agradó a t odos los visires y nobles m usulm anes. El príncipe Cluzir
Schá, huésped del rey, declaró en voz alt a dirigiéndose a t odos los
present es:
- La fábula que acabam os de oír encierra una lección m oral. Los
viles aduladores que se arrast ran en las cort es, en la alfom bra de los
poderosos pueden, al principio, lograr algún provecho de su
servilism o, pero al fin son siem pre cast igados, pues el cast igo de Dios
est á siem pre m uy cerca del pecador. La cont aré a m is am igos y
colaboradores cuando vuelva a m is t ierras de Lahore.
El soberano árabe calificó de m aravillosa la narración de Berem iz. Y
dij o, adem ás, que aquella singular división de t res ent re t res debería
ser conservada en los archivos del Califat o, pues la narración de
Berem iz, por su elevada finalidad m oral, m erecía ser escrit a con
let ras de oro en las alas t ransparent es de una m ariposa blanca del
Cáucaso.
Seguidam ent e t om ó la palabra el sext o ulem a.
Era ést e cordobés. Había vivido quince años en España y había
huido de allá al caer en desgracia ant e su soberano. Era hom bre de
m ediana edad, rost ro redondo, fisonom ía franca y risueña. Decían sus
adm iradores que era m uy hábil en escribir versos hum oríst icos y
sát iras cont ra los t iranos. Durant e seis años había t rabaj ado en el
Yem en com o sim ple m ut avif.
- ¡Em ir del Mundo! , com enzó el cordobés dirigiéndose al Califa.
Acabo de oír con verdadera sat isfacción la adm irable fábula
denom inada la división de t res ent re dos. Est a narración encierra a m í
ver grandes enseñanzas y profundas verdades. Verdades claras com o
la luz del sol en la hora del adduhhr. Me veo forzado a confesar que
los precept os m aravillosos t om an form a viva cuando son present ados
en form a de hist orias o de fábulas. Conozco una leyenda que no
cont iene divisiones, cuadrados ni fracciones, pero que encierra un
problem a de Lógica cuya solución solo es posible m ediant e el
raciocinio puram ent e m at em át ico. Narrada en form a de leyenda,
verem os cóm o resolverá el exim io Calculador el problem a en ella
cont enido.
Y el sabio cordobés cont ó lo siguient e:
CAPI TULO XXXI

El sa bio cor dobé s n a r r a u n a le ye n da . Los t r e s n ovios de


D a h izé . El pr oble m a de “los cin co discos”. Cóm o Be r e m iz
r e pr odu j o e l r a ciocin io de u n n ovio in t e lige n t e .

- “ Maçudó, el fam oso hist oriador árabe, en los veint idós volúm enes
de su obra, habla de los siet e m ares, de los grandes ríos, de los
elefant es célebres, de los ast ros, de las m ont añas, de los diferent e
reyes de la China y de ot ras m il cosas, y no hace la m enor referencia
al nom bre de Dahizé, hij a única del rey Cassim “ el indeciso” . No
im port a. A pesar de t odo, Dahizé no quedará olvidada, pues en los
m anuscrit os árabes se encuent ran m ás de cuat rocient os m il versos
en los que cent enares de poet as alaban y exalt an los encant os de la
fam osa princesa. La t int a gast ada para describir la belleza de los oj os
de Dahizé, daría, t ransform ada en aceit e, el suficient e para ilum inar
la ciudad de El Cairo durant e m edio siglo sin int errupción.
¡Qué exagerado! , diréis.
¡No adm it o eso de exagerado, herm anos árabes! ¡La exageración
es una form a de m ent ira!
Pasem os sin em bargo al caso que narraba.
Cuando Dahizé cum plió dieciocho años y veint isiet e días, fue
pedida en m at rim onio por t res príncipes cuyos nom bres ha
perpet uado la t radición: Aradin, Benefir y Com ozán.
El rey Cassim est aba indeciso. ¿Cóm o elegir ent re los t res ricos
pret endient es aquél que debería ser el novio de su hij a? Hecha la
elección, se present aría la siguient e consecuencia fat al: Él, el rey,
ganaría un yerno, pero en cam bio los ot ros dos pret endient es
despechados se convert irían en rencorosos enem igos. ¡Pésim o
negocio para un m onarca sensat o y caut eloso, que sólo deseaba vivir
en paz con su pueblo y sus vecinos!
La princesa Dahizé, consult ada, declaró que se casaría con el m ás
int eligent e de sus t res pret endient es.
La decisión de la j oven fu recibida con gran cont ent o por el rey
Cassim . El caso, que parecía t an delicado, present aba una solución
m uy sim ple. El soberano árabe m andó llam ar a los cinco sabios m ás
sabios de la cort e y les dij o que som et ieran a los t res príncipes a un
riguroso exam en.
¿Cuál de los t res sería el m ás int eligent e?
Term inadas las pruebas, los sabios present aron al soberano un
m inucioso inform e. Los t res príncipes eran int eligent ísim os. Conocían
adem ás profundam ent e las Mat em át icas, la Lit erat ura, la Ast ronom ía
y la Física. Resolvían com plicados problem as de aj edrez; cuest iones
sut ilísim as de Geom et ría, enigm as enrevesados y escrit os cifrados.
- Nos vem os m añana, declaraban los sabios, de llegar a un
result ado definit ivo a favor de uno u ot ro…
Ant e el lam ent able fracaso de la ciencia, resolvió el rey consult ar a
un derviche que t enía fam a de conocer la m agia y los secret os del
ocult ism o.
El sabio derviche se dirigió al rey:
- Sólo conozco un m edio que nos perm it a det erm inar quién es el
m ás int eligent e de los t res. ¡La prueba de los cinco discos!
- Hagam os, pues esas pruebas, exclam ó el rey.
Los t res príncipes fueron conducidos al palacio. El derviche,
ost rándoles cinco discos de m adera m uy fina, les dij o:
- Aquí hay cinco discos. Dos de ellos son negros y t res blancos.
Todos son del m ism o t am año y de idént ico peso, y solo se dist inguen
por el color.
Act o seguido, un paj e vendó cuidadosam ent e los oj os de los t res
príncipes, de m odo que no podían ver ni la m enor som bra.
El viej o derviche t om ó ent onces al azar t res de los cinco discos y
colgó uno a la espalda de cada uno de los pret endient es.
Dij o luego el derviche:
- Cada uno de vosot ros lleva colgado a su espalda un disco cuyo
color ignora. Serés int errogados uno t ras ot ro. El que descubra el
color del disco que le cayó en suert e, será declarado vencedor y se
casará con la bella Dahizé. El prim er int errogado podrá ver los discos
de los ot ros dos com pet idores. El segundo podrá ver el disco del
últ im o. Y ést e t endrá que form ular su respuest a sin ver nada. El que
dé la respuest a ciert a, para probar que no fue favorecido por el azar,
t endrá que j ust ificarla por m edio de un razonam ient o riguroso,
m et ódico y sim ple. ¿Quién desea ser el prim ero?
Respondió pront am ent e el príncipe Com ozán:
- ¡Yo quiero ser el prim ero!
El paj e le quit ó la venda de los oj os, y el príncipe Com ozán pudo
ver el color de los discos que pendían de la espalda de sus rivales.
I nt errogado en secret o por el derviche, su respuest a fue errada.
Declarado vencido t uvo que ret irarse del salón. Com ozán había vist o
los dos discos de sus rivales y había errado al decir de qué color era
el suyo.
El rey anunció en voz alt a para que se ent eraran los ot ros dos:
- ¡El príncipe Com ozán ha fracasado!
- ¡Quiero ser el segundo! , declaró el príncipe Benefir.
Descubiert os sus oj os, el segundo príncipe vio el color del disco
que llevaba a cuest as su com pet idor. Se acercó al derviche y form uló
en secret o su respuest a.
El derviche sacudió negat ivam ent e su cabeza. El segundo príncipe
se había equivocado, y fue invit ado a abandonar inm ediat am ent e el
salón.
Solo quedaba el t ercer com pet idor, el príncipe Aradin.
Est e, cuando el rey anunció la derrot a del segundo pret endient e, se
acercó al t rono con los oj os aún vendados y dij o en voz alt a cuál era
el color exact o de su disco.
Concluida la narración, el sabio cordobés se volvió hacia Berem iz y
le dij o:
- El príncipe Aradin, para form ular la respuest a, realizó un
razonam ient o riguroso y perfect o que le llevó a resolver con absolut a
seguridad el problem a de los cinco discos y conquist ar la m ano de la
herm osa Dahizé.
Deseo pues saber:

1. ¿Cuál fue la respuest a de Aradin?


2. ¿cóm o descubrió con la precisión de un geóm et ra el color
de su disco?

Berem iz, con la cabeza baj a, reflexionó unos inst ant es. Luego,
alzando el rost ro, discurrió sobre el caso con seguridad y
desem barazo. Y dij o:
- El príncipe Aradin, héroe de la curiosa leyenda que acabam os de
oír, respondió al rey Cassim padre de su am ada:
¡El disco es blanco!
Y al proferir t al afirm ación, t enía la cert eza lógica de que est aba
diciendo la verdad.
¡El disco es blanco!
¿Cuál fue, pues, el razonam ient o que le hizo llegar a est a
conclusión?
El razonam ient o del príncipe Aradin fue el siguient e:
“ El prim er pret endient e, Com ozán, ant es de responder vio los dos
discos de sus dos rivales. Vio los “ dos” discos y equivocó la
respuest a.
Conviene insist ir: De los cinco discos –“ t res” blancos y “ dos”
negros- Com ozán vio dos y, al responder se equivocó.
¿Por qué se equivocó?
Se equivocó porque respondió en la inseguridad:
Pero si hubiera vist o en sus rivales “ dos discos negros” no se
habría equivocado, no hubiese dudado, y habría dicho al rey:
Veo que m is dos rivales llevan discos negros, y com o solo hay dos
discos negros, el m io forzosam ent e ha de ser blanco.
Y con est a respuest a hubiera sido declarado vencedor.
Pero Com ozán, el prim er enam orado, se equivocó. Luego los discos
que vio “ no eran am bos negos” .
Pero sí esos dos discos vist os por Com ozán no eran am bos negros,
cabían dos posibilidades:

Prim era: Com ozán vio que los dos discos eran blancos.

Segunda: Com ozán vio un disco negro y ot ro blanco.

De acuerdo con la prim era hipót esis –reflexionó Aradin- m i disco


“ era blanco” .
Queda por analizar la segunda hipót esis:
Vam os a suponer que Com ozán vio un disco negro y ot ro blanco.
¿Quién t endría el disco negro?
Si el disco negro lo t uviera yo –razonó Aradin- el segundo
pret endient e habría acert ado.
En efect o, el segundo pret endient e de la princesa haría razonado
así:
Veo que el t ercer com pet idor lleva un disco negro; si el m ío fuera
t am bién negro, el prim er candidado –Com ozán- , al ver los dos discos
negros no se habría equivocado. Luego, si se equivocó –concluiría el
segundo candidat o- , m i disco “ es blanco” .
¿Pero qué ocurrió?
El segundo pret endient e t am bién se equivocó. Quedó en la duda. Y
quedó en la duda por haber vist o en m í –reflexionó Aradin- no un
disco negro, sino un disco blanco.
Conclusión de Aradin:
- De acuerdo con la segunda hipót esis, m i disco t am bién es blanco.
Ese fue concluyó Berem iz, el razonam ient o de Aradin, para resolver
con t oda seguridad el problem a de los cinco discos, y por eso pudo
afirm ar: “ Mi disco es blanco” .
El sabio cordobés t om ó ent onces la palabra y se dirigió al Califa
con expresión adm irada diciendo que la solución dada por Berem iz al
problem a de los cinco discos había sido com plet a y brillant ísim a.
El razonam ient o form ulado con sencillez y claridad, era im pecable
para el m ás exigent e geóm et ra.
Aseguró aún el cordobés que las personas allí present es habían sin
duda com prendido en su t ot alidad el problem a de los cinco discos y
que serían capaces de repet irlo m ás t arde en cualquier albergue de
caravanas del desiert o.
Un j eque yem enit a que se hallaba frent e a m í sent ado en un coj ín
roj o, hom bre m oreno, m alcarado, cubiert o de j oyas, m urm uró a un
am igo, oficial de la cort e, que se hallaba a su lado:
- ¿Oyes, capit án, Sayeg? Afirm a ese cordobés que t odos hem os
ent endido esa hist oria del disco blanco y del disco negro. Mucho lo
dudo. Por m i part e confieso que no ent endí palabra…
Y añadió: - Solo a un derviche cret ino se le ocurriría colocar discos
blancos y negros en las espaldas de los t res pret endient es. ¿No
crees? ¿No sería m ás práct ico prom over una carrera de cam ellos en
el desiert o? El vencedor sería escogido ent onces y t odo acabaría
perfect am ent e sin com plicaciones ¿no crees?
El capit án Saveg no respondió. Parecía no prest ar la m enor
at ención a aquel yem enit a de pocas luces que quería resolver un
problem a sent im ent al con una carrera de cam ellos por el desiert o.
El Califa, con aire afable y dist inguido, declaró a Berem iz vencedor
de la sext a y penúlt im a prueba del concurso.
¿Tendría nuest ro am igo el calculador el éxit o que esperábam os en
la prueba sépt im a y final? ¿La coronaría con la m ism a brillant ez?

¡Solo Allah sabe la verdad!

Pero al fin, las cosas parecían correr a m edida de nuest ros deseos.
CAPI TULO XXXI I

En e l qu e Be r e m iz e s in t e r r oga do por u n a st r ón om o liba n é s.


El pr oble m a de “la pe r la m á s lige r a ”. El a st r ón om o cit a u n
poe m a e n a la ba n za a Be r e m iz.

Su nom bre era Mohildín I haia Banabixacar, geóm et ra y ast rónom o,


una de las figuras m ás ext raordinarias del I slam , el sépt im o y últ im o
sabio que debía int errogar a Berem iz. Había nacido en el Líbano, su
nom bre est aba escrit o en cinco m ezquit as, y sus libros eran leídos
hast a por los rum ís. Sería im posible encont rar baj o el cielo del I slam
int eligencia m ás segura ni cult ura m ás sólida y am plia.
El erudit o Banabixacar, el libanés, con su hablar claro e im pecable,
dij o:
- Me sient o realm ent e encant ado con lo que llevo oído hast a ahora.
El ilust re m at em át ico persa acaba de dem ost rar repet idam ent e el
poder indiscut ible de su t alent o. Me gust aría t am bién, colaborando en
est e brillant e t orneo, ofrecer al calculador Berem iz Sam ir un
int eresant e problem a que aprendí, siendo aún j oven, de un sacerdot e
budist a que cult ivaba la Ciencia de los Núm eros.
Exclam ó el Califa, vivam ent e int eresado:
- ¡Oigam os, herm ano de los árabes! Escucharem os con el m ayor
placer vuest ra argum ent ación. Espero que el j oven persa, que hast a
ahora se ha m ant enido incólum e en los dom inios del Cálculo, sepa
resolver la cuest ión form ulada por el viej o budist a - ¡Allah se
com padezca de ese idólat ra! - .
Viendo el sabio libanés que su inesperada propuest a había
despert ado la at ención del rey, de los visires y de los nobles
m usulm anes, habló así, dirigiéndose serenam ent e al Hom bre que
Calculaba:
- Est e problem a podría denom inarse “ Problem a de la perla m ás
ligera” . Y se enuncia así:
- Un m ercader de Benarés, en la I ndia, disponía de ocho perlas
iguales por su form a, t am año y color. De est as ocho perlas, siet e
t enían el m ism o peso; la oct ava era sin em bargo n poquit o m ás ligera
que las ot ras. ¿Cóm o podría el m ercader descubrir la perla m ás ligera
e indicaría con t oda seguridad ut ilizando la balanza y efect uando dos
pesadas, sin disponer de pesa alguna? ¡Est e es el problem a! –Que
Allah t e inspire, ¡oh Calculador! , la solución m ás sencilla y m ás
perfect a- .
Al oír el enunciado del problem a de las perlas un j eque de cabello
blanco, con largo collar de oro, que se hallaba al lado del capit án
Sayeg, m urm uró en voz baj a:
- ¡qué problem a t an herm oso! ¡Ese sabio libanés es adm irable!
¡Gloria al Líbano, el País de los Cedros!
Berem iz Sam ir, después de reflexionar durant e breves m om ent os,
habló con pausada y firm e voz:
- No m e parece difícil el oscuro problem a budist a de la perla m as
leve. Un razonam ient o bien encam inado puede revelarnos desde
luego la solución.
Veam os: “ Tengo ocho perlas iguales. I guales en la form a, en el
color, en el brillo y en el t am año. Rigurosam ent e iguales. Alguien nos
aseguró que ent re esas ocho perlas dest acaba una por ser un poquit o
m ás leve que las ot ras y que las ot ras siet e present aban el m ism o
peso. Para descubrir la m ás ligera solo hay un m edio: usar una
balanza. Y para pesar perlas debe ser una balanza delicada y fina, de
brazos largos y plat illos m uy ligeros. La balanza debe ser sensible. Y
aún m ás: la balanza debe ser exact a. Tom ando las perlas de dos en
dos y colocándolas en la balanza –una en cada plat illo- , se podría
descubrir, nat uralm ent e, la perla m ás ligera. Pero si la perla m ás
ligera fuera una de las dos últ im as, m e vería obligado a efect uar
cuat ro pesadas. Y el problem a exige que la perla m ás ligera sea
descubiert a y det erm inada sólo en dos pesadas, cualquiera que sea la
posición que ocupe. La solución que m e parece m ás sencilla es la
siguient e:
Dividam os las perlas en t res grupos, y llam em os a cada uno de
est os grupos A, B y C.
El grupo A t endrá t res perlas, el grupo B t endrá t am bién t res perla;
el grupo C est ará form ado por las dos rest ant es. Con solo dos
pesadas descubriré así cuál es la perla m ás ligera, sabiendo que siet e
pesan exact am ent e lo m ism o.
Pongam os los grupos A y B en la balanza y coloquem os un grupo
en cada plat illo –efect uarem os así la prim er pesada- . Pueden ocurrir
dos cosas:

1. Que los grupos A y B present en pesos iguales.


2. Que present en pesos desiguales al ser uno de ellos –A por
ej em plo- m ás ligero.

En la prim era hipót esis –A y B con el m ism o peso- podem os


asegurar que la perla m ás ligera no pert enece al grupo A ni figura en
el grupo B. La perla m ás ligera habrá que buscarla ent re las que
form an el grupo C.
Tom em os, pues, esas dos perlas que form an el grupo C y
pongám oslas en los plat illos de la balanza –segunda pesada- . Est a
indicará cuál es la m ás ligera y el caso quedará así resuelt o.
En la segunda hipót esis –A m ás ligero que B- queda claro que la
perla m ás ligera est á en el grupo A, es decir; es una de las t res perlas
del grupo m enos pesado. Tom em os ent onces dos perlas cualesquiera
del grupo A y dej em os la ot ra de lado. Pesem os esas dos perlas –
segunda pesada- . Si la balanza queda en equilibrio, la t ercera perla –
la que dej am os de lado- es la m ás ligera. Si hubiera desequilibrio, la
perla m ás ligera est á en el plat illo que se alza.”
Así queda, ¡oh príncipe de los Creyent es! , resuelt o el “ problem a de
la perla m ás ligera” form ulado por el ilust re sacerdot e budist a y
present ado aquí por nuest ro huésped el geóm et ra libanés, t erm inó
Berem iz.
El ast rónom o Banabixacar el libanés, clasificó de im pecable la
solución present ada por Berem iz, y rem at ó su sent encia en los
siguient es t érm inos:
- Sólo un verdadero geóm et ra podría razonar con t ant a perfección.
La solución que acabo de oír en relación con el “ problem a de la perla
m ás ligera” es un verdadero poem a de belleza y sencillez.
Y rindiendo hom enaj e al Calculador, el viej o ast rónom o del País de
los Cedros, recit ó los siguient es versos de Om ar Khayyam , poet a m uy
delicado y gran geóm et ra de Persia:

Si una rosa de am or t ú has guardado bien en t u corazón…


Si a un Dios suprem o y j ust o dirigist e t u hum ilde oración.
Si con la copa alzada
Cant as un día t u alabanza a la vida.
No has vivido en vano…
Berem iz agradeció em ocionado est e hom enaj e inclinando
levem ent e la cabeza y llevándose la m ano derecha a la alt ura del
corazón.
¡Qué bello era el poem a de Om ar Khayyam ! Sí, realm ent e. ¡No has
vivido en vano, oh Om ar Khayyam !
CAPI TULO XXX I I I

La ofr e n da qu e e l Ca lifa Al- M ot a cé n h izo a l H om br e qu e


Ca lcu la ba . Be r e m iz r e ch a za or o, ca r gos y pa la cios. Un a
pe t ición de m a n o. El pr oble m a de “Los oj os n e gr os y a zu le s”.
Be r e m iz de t e r m in a m e dia n t e u n r a ciocin io e l color de los oj os
de cin co e scla va s.

Term inada la exposición hecha por Berem iz sobre los problem as


propuest os por el sabio libanés, el sult án, después de conferenciar en
voz baj a con dos de sus consej eros, habló así:
- Por la respuest a dada, ¡oh calculador! , a t odas las pregunt as, t e
hicist e acreedor al prem io que t e prom et í. Dej o, pues, a t u elección:
¿Quieres recibir veint e m il dinares de oro o bien prefieres un palacio
en Bagdad? ¿Deseas el gobierno de una provincia o bien am bicionas
el cargo de visir en m i cort e?
- ¡Rey generoso! , respondió Berem iz profundam ent e em ocionado.
No am biciono riquezas, t ít ulos, honores o regalos, porque sé que
nada valen los bienes m at eriales. La fam a que pueden dar los cargos
de prest igio no m e seduce, pues m i espírit u no sueña con la gloria
efím era del m undo. Si, pese a t odo, es vuest ro deseo hacer que m e
envidien t odos los m usulm anes, com o ant es dij ist eis, m i pet ición es la
siguient e: Deseo casarm e con la j oven Telassim , hij a del j eque I ezid
Abul- Ham id.
La inesperada pet ición form ulada por el Calculador, causó un
asom bro indecible. Por los rápidos com ent arios que pude oír not é que
t odos los m usulm anes allí present es quedaron convencidos de que
Berem iz est aba rem at adam ent e loco.
- Est á loco ese hom bre… m urm uró t ras de m í el viej o flaco de la
t única azul. ¡Est á loco! Desprecia la riqueza, rechaza la gloria. ¡Y t odo
por casarse con una m uchacha a quien nunca vio!
- Est e m ozo est á alucinado, com ent ó el hom bre de la cicat riz.
Repit o: alucinado. Pide una novia que t al vez lo det est e. ¡Por Allah, Al
Lat if!
- ¿Será la baraka de la alfom brit a azul?, com ent ó en voz baj a y con
ciert a m alicia el capit án Sayeg. ¿A que ha sido la baraka de la
alfom brit a?
- ¡Qué baraka ni qué diablos! , exclam ó en voz m uy baj a el viej ecit o.
¡No hay baraka capaz de vencer un corazón de m uj er!
Yo oía aquellos com ent arios fingiendo t ener la at ención m uy lej os
de allí.
Al oír la pet ición de Berem iz, el Califa frunció el ent recej o y se
quedó m uy serio. Llam ó a su lado al j eque I ezid, y am bos –Califa y
j eque- conversaron sigilosam ent e durant e unos inst ant es.
¿Qué iba a result ar de aquella grave consult a? ¿Est aría el j eque de
acuerdo con el inesperado noviazgo de su hij a?
Transcurridos unos inst ant es, el Califa habló así, en m edio de un
profundo silencio:
- No pondré, ¡oh calculador! , ninguna oposición a t u rom ánt ico y
feliz m at rim onio con la herm osa Telassim . Est e m i preciado am igo, el
j eque I ezid, a quien acabo de consult ar, t e acept a por yerno.
Reconoce que eres hom bre de caráct er, educado y profundam ent e
religioso. Bien es verdad que la bella Telassim est aba prom et ida a un
j eque dam asceno que se halla ahora com bat iendo en España. Pero si
ella m ism a desea cam biar el rum bo de vida, no seré yo quien cam bie
su dest ino. ¡Makt ub! ¡Est aba escrit o! La fecha, suelt a en el aire,
exclam a llena de alegría: “ Por Allah, ¡soy libre! , ¡soy libre! . Pero se
engaña, pues t iene su dest ino m arcado por la punt ería del t irador.
¡Así es la j oven Flor del I slam ! Abandona a un j eque opulent o y
noble, que podría ser m añana gran visir o gobernador, y acept a com o
esposo a un sencillo y m odest o calculador persa. ¡Makt ub! ¡Sea lo
que Allah quiera!
El poderoso Em ir de los árabes hizo una pausa y luego prosiguió,
enérgico:
- I m pongo sin em bargo una condición. Tendrás, ¡oh exim io
m at em át ico! , que resolver ant e los nobles que aquí se hallan un
curioso problem a invent ado por un derviche de El Cairo. Si resuelves
ese problem a, t e casarás con Telassim . En caso cont rario, t endrás
que desist ir para siem pre de esa fant asía loca de beduino borracho, y
nada recibirás de m í. ¿Acept as las condiciones?
- ¡Em ir de los Creyent es! , replicó Berem iz con seguridad y firm eza.
Sólo deseo conocer el problem a de que m e hablas a fin de poder
solucionarlo con los prodigiosos recursos del cálculo y del análisis…
Y el poderoso Califa le respondió:
- El problem a, en su expresión m ás sencilla, es el siguient e: Tengo
cinco herm osas esclavas. Las com pré hace pocos m eses a un príncipe
m ongol. De esas cinco encant adoras j óvenes, dos t ienen los oj os
negros, y las t res rest ant es los oj os azules. Las dos esclavas de oj os
negros dicen siem pre la verdad cuando se las int erroga. Las esclavas
de oj os azules, son en cam bio m ent irosas, nunca dicen la verdad.
Dent ro de unos m inut os esas cinco j óvenes serán conducidas a est e
salón: t odas llevan el rost ro cubiert o por un t upido velo. El haic que
les cubre la cara hace im posible descubrir el m enor de sus rasgos.
Tendrás que descubrir e indicar, sin error, cuáles son las que t ienen
los oj os azules y cuáles t ienen oj os negros. Podrás int errogar a t res
de las cinco esclavas, pero sólo podrás hacer una pregunt a a cada
j oven. Con las t res respuest as obt enidas t endrás que solucionar el
problem a, y deberás j ust ificar la solución con t odo el rigor
m at em át ico. Las pregunt as, ¡oh calculador! , deberán ser de
nat uraleza que sólo las propias esclavas sean capaces de responder
con perfect o conocim ient o.
Mom ent os después, baj o la m irada curiosa de los circunst ant es,
aparecieron en el gran salón de las audiencias las cinco esclavas de
Al- Mot acén. Se present aron cubiert as con largos velos negros desde
la cabeza hast a los pies. Parecían verdaderos fant asm as del desiert o.
- Aquí est án, dij o el Em ir con ciert o orgullo. Aquí est án las cinco
j óvenes de m i harém . Dos, com o ya he dicho, t ienen los oj os negros,
y solo dicen la verdad. Las ot ras t res t ienen los oj os azules y m ient en
siem pre.
- ¡Fíj ense qué desgracia! , dij o el viej ecit o flaco. ¡Fíj ense en m i m ala
suert e! La hij a de m i t ío t iene los oj os negros, negrísim os, ¡y se pasa
el día m int iendo!
Aquella observación m e pareció inoport una. El m om ent o era grave,
m uy grave, y no adm it ía brom as. Afort unadam ent e nadie hizo el
m enor caso de las palabras m aliciosas del viej o im pert inent e y
hablador. Berem iz sint ió que había llegado el m om ent o decisivo de su
carrera, el punt o culm inant e de su vida. El problem a form ulado por el
Califa de Bagdad, adem ás de original y difícil, podría present ar
dificult ades y dudas im previst as.
El Calculador podría pregunt ar con libert ad a t res de las
m uchachas. ¿Cóm o iba a poder descubrir por las respuest as el color
de los oj os de t odas ellas? ¿A cuáles de ellas debería int errogar?
¿Cóm o det erm inar las dos que iban a quedar fuera del int errogat orio?
Había una indicación precisa: las de oj os negros siem pre dicen la
verdad; las ot ras t res –las de oj os azules- m ient en siem pre,
invariablem ent e.
¿Bast aría eso?
Supongam os que el Calculador int erroga a una de ellas. La
pregunt a debería ser de t al nat uraleza que solo la esclava int errogada
supiera responder. Obt enida la respuest a, seguiría en pie la duda.
¿Habría dicho la verdad la int errogada? ¿Habría m ent ido? ¿Cóm o
com probar el result ado si él no conocía la respuest a ciert a?
El caso era realm ent e m uy serio.
Las cinco em bozadas se colocaron en fila en m edio del sunt uoso
salón. Se hizo el silencio. Nobles m usulm anes, j eques y visires
acom pañaban con vivo int erés la solución de aquel nuevo y singular
capricho del m onarca.
El Calculador se acercó a la prim era esclava –que se hallaba a la
derecha, en el ext rem o de la fila- y le pregunt ó con voz firm e y
t ranquila:
- ¿De qué color son t us oj os?
- ¡Por Allah! La int erpelada respondió en lengua china, t ot alm ent e
desconocida para los m usulm anes present es. Yo no com prendí ni una
palabra de la respuest a.
Ordenó el Califa que las respuest as fueran dadas en árabe puro, y
en lenguaj e sim ple y preciso.
Aquel inesperado fracaso vino a agraviar la sit uación de Berem iz.
Le quedaban solo dos pregunt as, pues la prim era ya se consideraba
ent eram ent e perdida para él.
Berem iz, a quien el fracaso no había desalent ado, se volvió hacia la
segunda esclava y la int errogó:
- ¿Cuál es la respuest a que acaba de dar t u com pañera?
Y respondió la segunda esclava:
- Dij o: “ Mis oj os son azules” .
Est a respuest a no aclaraba nada. ¿Habría dicho la verdad est a
segunda esclava, o bien seguiría m int iendo? ¿Y la prim era? ¿quién
podría confiar en sus palabras?
La t ercera esclava –que se hallaba en el cent ro de la fila- fue
int errogada seguidam ent e por Berem iz:
- ¿De qué color son los oj os de esas dos j óvenes a las que acabo de
int errogar?
A est a pregunt a –la últ im a que podría ser form ulada- respondió la
esclava:
- La prim era t iene los oj os negros, y la segunda los oj os azules.
¿Sería verdad? ¿Habría m ent ido?
Lo ciert o es que Berem iz, después de m edit ar un m om ent o, se
acercó t ranquilo al t rono, y declaró:
- Com endador de los Creyent es, Som bra de Allah en la Tierra: el
problem a propuest o est á resuelt o por ent ero, y su solución puede ser
anunciada con absolut o rigor m at em át ico. La prim era esclava –a la
derecha- t iene los oj os negros. La segunda t iene los oj os azules. La
t ercera t iene los oj os negros, y las dos últ im as t ienen los oj os azules.
Alzando los velos, y ret irados los pesados haics, las j óvenes
aparecieron sonrient es, con los rost ros descubiert os. Se oyó un iallah
de sorpresa en el gran salón. ¡El int eligent e Berem iz había dicho, con
precisión adm irable, el color de los oj os de t odas ellas!
- ¡Por los m érit os del Profet a! , exclam ó el rey. llevo propuest o est e
problem a a cent enares de sabios, ulem as, poet as y escribas y, al fin,
es est e m odest o calculador el único que lo resuelve. ¿Cóm o llegast e a
est a solución? ¿Cóm o dem uest ras que en la respuest a final no había
la m enor posibilidad de error?
I nt errogado así por el generoso m onarca, el Hom bre que Calculaba
repuso:
- Al form ular la prim era pregunt a: “ ¡Cuál es el color de t us oj os?” ,
sabía que la respuest a de la esclava sería fat alm ent e la siguient e:
“ ¡Mis oj os son negros! . Pues si t uviera los oj os negros diría la verdad,
es decir: “ Mis oj os son negros” y si t uviera los oj os azules, m ent iría y
por lo t ant o diría t am bién: “ Mis oj os son negros” . Luego la respuest a
de la prim era esclava sólo podía ser única, m uy concret a y
absolut am ent e ciert a e indudable: “ ¡Mis oj os son negros! ” .
Hecha pues la pregunt a, esperé aquella respuest a que ya
previam ent e conocía. La esclava, al responderm e en un dialect o
desconocido, m e ayudó de m anera prodigiosa. Realm ent e, alegando
no haber ent endido el enrevesado idiom a, int errogué a la segunda
esclava: “ ¿cuál fue la respuest a que acaba de darm e t u com pañera?” .
Y la segunda m e dij o: “ Sus palabras fueron: Mis oj os son azules” .
Est a respuest a venía a dem ost rarm e que la segunda m ent ía, pues,
com o queda ya indicado, en ningún caso podía ser ésa la respuest a
de la prim era esclava. Ahora bien, si la segunda esclava m ent ía, t enía
los oj os azules. Fij aos, ¡oh rey! , en est a part icularidad not able para
resolver el com plicado enigm a. De las cinco esclavas, había ya en
est e m om ent o al m enos una cuya incógnit a había quedado resuelt a
con absolut o rigor m at em át ico. Era la segunda. Había m ent ido, luego
t enía los oj os azules. Quedaban sin em bargo aún por responder
cuat ro incógnit as del problem a.
Aproveché la t ercera y últ im a pregunt a y m e dirigí a la esclava que
se hallaba en el cent ro de la fila pregunt ándole: “ ¿De qué color son
los oj os de las dos j óvenes a las que acabo de int errogar?” . Y obt uve
la siguient e respuest a: “ La prim era t iene los oj os negros, y la
segunda t iene los oj os azules” . Pues bien, con relación a la segunda
yo ya no t enía la m enor duda, com o queda dicho. ¿Qué conclusión
había de ext raer pues de la t ercera respuest a recibida? Muy sencilla.
La t ercera esclava no m ent ía, pues acababa de confirm arm e lo que ya
sabía: que la segunda t enía los oj os azules. Si la t ercera no m ent ía,
sus oj os eran negros y sus palabras eran expresión de la verdad, es
decir: la prim era esclava t enía los oj os negros. Fue fácil deducir que
las dos últ im as, por exclusión –a sem ej anza de la segunda- t enían los
oj os azules.
Puedo asegurar, ¡oh rey del Tiem po! , que en est e problem a,
aunque no aparecen fórm ulas, ecuaciones o sím bolos algebraicos, la
solución ciert a y perfect a t iene que ser lograda por m edio de un
razonam ient o riguroso y puram ent e m at em át ico.
Quedaba resuelt o el problem a del Califa. Pero Berem iz t endría que
resolver m uy pront o ot ro problem a m ucho m ás difícil: Telassim , el
sueño de una noche de Bagdad.

¡Alabado sea Allah, que creó la Muj er, el Am or y las Mat em át icas!
CAPI TULO XXXI V

“Sígu e m e – dij o Je sú s- . Yo soy e l ca m in o qu e de be s pisa r , la


ve r da d e n qu e de be s cr e e r , la vida qu e de be s e spe r a r . Yo soy
e l ca m in o sin pe ligr o, la ve r da d sin e r r or , la vida sin m u e r t e ”.

En la t ercera luna del m es de Rhegeb del año 1258, una horda de


t árt aros y m ongoles at acó la ciudad de Bagdad. Los asalt ant es iban
m andados por el príncipe m ongol, niego de Gengis Khan.
El j eque I ezid - ¡Que Allah t enga en su gloria! - m urió com bat iendo
j unt o al puent e de Solim án. El califa Al- Mot acén se ent regó prisionero
y fue degollado por los m ongoles.
La ciudad fue saqueada y cruelm ent e arrasada. La gloriosa Bagdad,
que durant e quinient os años había sido un cent ro de ciencias, let ras y
art es, quedó reducida a un m ont ón de ruinas.
Afort unadam ent e no asist í a ese crim en que los bárbaros
conquist adores realizaron cont ra la civilización. Tres años ant es, al
m orir el generoso príncipe Cluzir Schá –a quien Allah t enga en su
paz- m e dirigí hacia Const ant inopla con Telassim y Berem iz.
He de aclarar que Telassim era crist iana ya ant es de su
casam ient o, y que al cabo de pocos m eses logró que Berem iz
abandonara la religión de Mahom a y adopt ara ínt egram ent e el
Evangelio de Jesús, el Salvador.
Berem iz se em peñó en ser baut izado por un obispo que supiera la
Geom et ría de Euclides.
Todas las sem anas voy a visit arlo. Llego a veces a envidiar la
felicidad con que vive en com pañía de su esposa y de sus t res hij it os.
Al ver a Telassim , recuerdo las palabras del poet a:

Por t u gracia, m uj er, conquist ast e t odos los corazones. Tú eres la


obra sin m ácula, salida de las m anos del Creador

Y aún m ás:

Esposa de puro origen, ¡Oh perfum ada! Baj o las not as de t u voz,
se alzan las piedras danzando y vienen en orden a erigir un
arm onioso edificio.
Cant ad, ¡oh aves! , vuest ros cánt icos m ás puros. Brilla, ¡oh sol! ,
con t u m ás dulce luz.
Dej a volar t us flechas, ¡oh Dios del Am or…! Muj er, es grande t u
felicidad; bendit o sea t u am or.
No hay duda. De t odos los problem as, el que m ej or resolvió
Berem iz fue el de la Vida y el Am or.

Aquí t erm ino, sin fórm ulas y sin núm eros la sencilla hist oria del
Hom bre que Calculaba.
La verdadera felicidad –según afirm ó Berem iz- solo puede exist ir a
la som bra de la religión crist iana.

¡Alabado sea Dios! ¡Llenos est án el Cielo y la Tierra de la m aj est ad


de su obra!
Apé n dice
Ca lcu la dor e s fa m osos

En el capít ulo segundo de est e libro, dest acam os el párrafo


siguient e:

“ E indicando una pequeña higuera que se alzaba a poca dist ancia,


prosiguió:
- Aquel árbol, por ej em plo, t iene doscient os ochent a y ocho ram as.
Sabiendo que cada ram a t iene por t érm ino m edio t rescient as
cuarent a y siet e hoj as, es fácil concluir que aquel árbol t iene un t ot al
de novent a y ocho m il quinient as cuarent a y ocho hoj as. ¿Será ciert o,
am igo m ío?”

El Calculador efect uó en est e caso m ent alm ent e el product o de 284


por 347. Est a operación se considera por m uy sim ple ant e los cálculos
prodigiosos que efect úan los calculadores fam osos.

El am ericano Art hur Griffit h, nacido en el Est ado de I ndiana,


efect uaba m ent alm ent e en veint e segundos, la m ult iplicación de dos
núm eros cualesquiera, de nueve cifras cada uno. En est e t ipo de
cálculo, hay que recordar a un alem án: Zacarías Dase, que inició a los
quince años la brillant e carrera de calculador. Dase superó los
m ayores prodigios operando con núm eros ast ronóm icos. Los
calculadores m ás hábiles no m ult iplican en general fact ores que
present en m ás de t reint a cifras, pero Dase rebasaba est e núm ero.
En el siglo XVI I , el inglés Jadedish Buxt on consiguió efect uar una
m ult iplicación en la que figuraban 42 cifras en cada uno de los
fact ores. Est a proeza era considerada insuperable. Dase, sin
em bargo, det erm inaba m ent alm ent e el product o exact o de dos
fact ores con 100 cifras cada uno. Para la ext racción de la raíz
cuadrada de un núm ero de 80 a 100 cifras, necesit aba solo 42
m inut os; y est a com plicada operación la efect uaba m ent alm ent e del
principio al fin. Dase aplicó su prodigiosa habilidad de calculador a la
cont inuación de los t rabaj os sobre las t ablas de núm eros prim os de
Burckhard para los núm eros com prendidos ent re 7.000.000 y
10.000.000.
Es curioso const at ar que los conocim ient os de Dase se lim it aban a
las reglas del cálculo. En lo dem ás, su ignorancia era lam ent able.
Est a circunst ancia se repit e, por lo general, en m uchos de los casos
de calculadores prodigiosos.
A part ir de est os calculadores cit ados, hubo ot ros m uchos fam osos
por sus prodigios. Cit em os t an solo los siguient es: Maurice Dagobert ,
francés; Tom Fuller, nort eam ericano; Giacom o I naudi, it aliano; et c…
Los á r a be s y la s M a t e m á t ica s

La cont ribución de los árabes al progreso de la Mat em át ica fue


not able. No solo por las t raducciones y am plia divulgación de las
obras de Euclides, de Menelao, de Apolunio, et c., sino t am bién por las
not ables renovaciones m et odológicas en el cálculo num érico ( sist em a
indo- arábigo) .
La invención del cero, por ej em plo, se at ribuye a un árabe.
Moham m ed I bn Ahm ad ( siglo X) , que aconsej aba en su libro Llave de
la Ciencia: “ Siem pre que no haya un núm ero para represent ar las
decenas, póngase un pequeño círculo para ocupar el lugar” .
Los árabes cont ribuyeron poderosam ent e al progreso de la
Arit m ét ica, del Álgebra, de la Ast ronom ía, e invent aron la
Trigonom et ría plana y la Trigonom et ría esférica.
Es difícil valorar adecuadam ent e lo que nuest ra civilización debe a
los árabes en los am plios dom inios del progreso cient ífico.
Los filósofos Federico Enriques y G. de Sant illana, en el libro
Pequena Hist oria do Pensam ent o Cient ifico exalt an sin exageración,
ant es bien, con j uiciosos fundam ent os, el not able papel represent ado
por los árabes en el engrandecim ient o m oral y m at erial de la
Hum anidad.
A los árabes debem os por encim a de t odo, el advenim ient o del
Renacim ient o en el periodo hist órico en que se realizó.
Veam os lo que dicen los sabios Sant illana y Enriques:

“ Si los árabes fuesen bárbaros dest ruct ores com o lo fueron los
m ongoles, nuest ro Renacim ient o se habría vist o al m enos
t erriblem ent e ret rasado. Pero los est udiosos del I slam no dudaron en
efect uar largas y cost osas invest igaciones a fin de consult ar y
coleccionar los preciosos t ext os ant iguos” .

Y ya en aquel t iem po ( 1234) const ruyeron los árabes una


Universidad:

“ …verdadera ciudad de los est udios donde se proveían t odas las


necesidades de los est udiant es” .
La prim era gran obra orient ada dent ro del pensam ient o
dem ocrát ico ( dat o que m uchos ignoran) fue el Corán:

“ Acept aban el Corán, pero querían que fuera lícit o int erpret arlo de
form a com pat ible con un sist em a de pensam ient o puram ent e lógico.
Los punt os sobre los que se discut ía pueden hoy parecernos
bagat elas, pero en ellas se encerraban problem as filosóficos de
am plio alcance, com o el de la et ernidad del m undo, de la casualidad,
del t iem po, de la razón suficient e.”

Mient as ent re los crist ianos pont ificaban los ast rólogos y
em bust eros con sus charlat anerías, ent re los árabes los ast rónom os
observaban el cielo y procuraban descubrir las leyes que rigen los
infinit os de Allah:

“ En una época en que del cielo solo venían oscuros t errones y


presagios, el único punt o del m undo en que se observaba el
firm am ent o con precisa int ención cient ífica era el observat orio de Al
Bat ani o de Nassir Eddin” .

El pueblo árabe, por su am or al est udio de las ciencias,


especialm ent e de la Mat em át ica y de la Ast ronom ía, fue el pueblo que
m ás colaboró para el progreso m oral y m at erial de la Hum anidad. La
Hist oria avala y cert ifica est a afirm ación.
Algu n os pe n sa m ie n t os e logiosos sobr e la
M a t e m á t ica

La Mat em át ica honra el espírit u hum ano. – LEI BNI Z.

He aquí la Mat em át ica, la creación m ás original del ingenio


hum ano. – WHI TEHEAD.

Se adviert e, ent re los m at em át icos, una im aginación asom brosa…


Repet im os: exist ía m ás im aginación en la cabeza de Arquím edes que
en la de Hom ero. – VOLTAI RE.

No hay ciencia que hable de las arm onías de la Nat uraleza con m ás
claridad que las Mat em át icas. – PAULO CARUS

Toda educación cient ífica que no se inicia con la Mat em át ica es


im perfect a en su base. – AUGUSTO COMTE.

La Mat em át ica no es una ciencia, sino la Ciencia. – FÉLI X


AUERBACH.

La escala de la sabiduría t iene sus peldaños hechos de núm eros. –


BLAVATSKY.

Toda m i Física no pasa de una Geom et ría. – DESCARTES.

El m undo est á cada vez m ás dom inado por la Mat em át ica. – A. F.


RAMBAUD.

La Mat em át ica es la llave de oro que abre t odas las ciencias. –


DURUY.

Sin la Mat em át ica no nos sería posible com prender m uchos pasaj es
de las Sagradas Escrit uras. – SAN AGUSTI N.

Una ciencia nat ural es, t an solo, una ciencia m at em át ica. – KANT.
El que no conoce la Mat em át ica m uere sin conocer la verdad
cient ífica. –SCHELBACH.

Dios es el gran geóm et ra. Dios geom et riza sin cesar. – PLATÓN.

Las leyes de la Nat uraleza son solo pensam ient os m at em át icos de


Dios. – KEPLER.

La Mat em át ica posee una fuerza m aravillosa capaz de hacernos


com prender m uchos m ist erios de nuest ra Fe. – SAN JERONI MO.

La Mat em át ica es el lenguaj e de la precisión; es el vocabulario


indispensable de aquello que conocem os. – WI LLI AM F. WHI TE.

La Mat em át ica es el m ás m aravilloso inst rum ent o creado por el


genio del hom bre para el descubrim ient o de la Verdad. – LASANT.

La Mat em át ica es una ciencia poderosa y bella; problem at iza al


m ism o t iem po la arm onía divina del Universo y la grandeza del
espírit u hum ano. – F. GOMES TEI XEI RA.

Todo aquello que han realizado a lo largo de los siglos las m ayores
int eligencias en relación con la com prensión de las form as por m edio
de concept os precisos, est á reunido en una gran ciencia: la
Mat em át ica. – J. M. HERBART.

La Ciencia, por el cam ino de a exact it ud, solo t iene dos oj os: La
Mat em át ica y la Lógica. – DE MORGAN.

Por la cert eza indudable de sus conclusiones, la Mat em át ica


const it uye el ideal de la Ciencia. – BACON

La Mat em át ica es la m ás sim ple, la m ás perfect a y la m ás ant igua


de las ciencias. – JACQUES HADAMARD.

La Mat em át ica es aquella form a de int eligencia con cuyo auxilio


t raem os a los obj et os del m undo de los fenóm enos hacia el cont rol de
la concepción de la cant idad. – G. H. HOWI SON.
La Mat em át ica de un m odo general, es fundam ent alm ent e la
ciencia de las cosas que son evident es por sí m ism as. – FELI X KLEI N.

La Mat em át ica es el inst rum ent o indispensable para cualquier


invest igación física. – BERTHELOT.

Sin la Mat em át ica no sería posible la exist encia de la Ast ronom ía,
sin los recursos prodigiosos de la Ast ronom ía sería im posible la
Navegación. Y la Navegación fue el fact or m áxim o del progreso de la
Hum anidad. – AMOROSO COSTA.
Con side r a cion e s sobr e los pr oble m a s pla n t e a dos

Si bien ent endem os que las resoluciones dadas por el ingenioso


Berem iz, el Hom bre que Calculaba, habrán sido suficient em ent e
int eligibles, para la com prensión t ot al de cada uno de los problem as
plant eados a lo largo de est a obra y de sus correspondient es
soluciones, no es m enos ciert o que ést as, han sido alcanzadas en la
m ayoría de los casos por m ét odos logíst icos y deduct ivos, aunque no
por ello, m enos exact os.
No obst ant e para alguno de los problem as encont rábam os a falt ar
la solución rigurosam ent e m at em át ica, es decir, ceñida al frío cálculo
num érico. Por ello hem os creído necesario incluir en est e apéndice y
para cada uno de los problem as plant eados, unas consideraciones,
que si bien en algunos de los casos solo se t rat a de unos com ent arios
a la solución ofrecida, en ot ros, es una exposición am plia de la
resolución m at em át ica del problem a, pero que en t odos ellos será
una ayuda, que duda cabe, para una m ej or int erpret ación de las
ingeniosas soluciones ofrecidas por nuest ro am igo, el Hom bre que
Calculaba.
El pr oble m a de los 3 ca m e llos

Para el problem a de los 35 cam ellos podem os present ar una


explicación m uy sencilla.
El t ot al de los 35 cam ellos, de acuerdo con el enunciado de la
narración, t enía que ser repart ido ent re los t res herederos del
siguient e m odo:
El m ayor recibiría la m it ad de la herencia, es decir 17 cam ellos y
m edio.
El m ediano recibiría un t ercio de la herencia, es decir 11 cam ellos y
dos t ercios.
El m ás j oven recibiría una novena part e de la herencia, es decir 3
cam ellos y ocho novenos.
Hecha la part ición de acuerdo con las det erm inaciones del t est ador,
quedaría un rest o:

1 2 8 1
17- - - + 11 - - - + 3 - - - = 33 - - -
2 3 9 8

Se adviert e, pues, que la sum a de las t res part es no es igual a 35,


sino a:

1
33 - - -
8
Y exist e por t ant o, un rest o:

1 17
35 – 33 + - - - = 1 + - - - - -
8 18

17
Est e rest o sería, pues, de un cam ello y - - - - - de cam ello.
18
17
La fracción - - - - - - expresa la sum a:
18

1 1 1
--- + --- + ---
2 3 9

fracciones que represent an los rest os parciales.


Aum ent ando en ½ la part e del prim er heredero, ést e pasaría a
recibir 18 cam ellos.
Aum ent ando en 1/ 3 la part e del segundo heredero, ést e pasaría a
recibir un núm ero exact o de 12; aum ent ando en 1/ 9 la part e del
t ercer heredero, ést e recibiría cuat ro cam ellos –núm eros exact os- .
Obsérvese, sin em bargo que, consum idos con est e aum ent o en t res
rest os residuales, aún queda un cam ello fuera del repart o.
¿Cóm o hacer el aum ent o de las part es de cada heredero?
Dicho aum ent o se hizo adm it iendo que el t ot al no era de 35, sino
de 36 cam ellos –aum ent ando en una unidad el dividendo- ; pero
siendo el dividendo 36, el rest o pasaría a ser de dos cam ellos. Hubo
un error por part e del t est ador.
Todo ello es consecuencia del hecho siguient e:
La m it ad de un t odo, m ás su t ercera part e, m as su novena part e,
no es igual al t odo. Veam os:

1 1 1 27 + 18 + 6 51 17
--- + --- + --- = ---------------- = ----- = -----
2 3 9 54 54 18

Para com plet ar el t odo, falt a aún 1/ 18 del m ism o.


El t odo en est e caso es la herencia de los 35 cam ellos, y com o

1 17
- - - - - de 35 es igual a 1 + - - - - -
18 18
Berem iz con el art ificio em pleado, dist ribuyó los 17/ 18 ent re los
t res herederos –aum ent ando la part e de cada uno- y se quedó con la
part e ent era de la fracción excedent e.
En algunos aut ores encont ram os est e m ism o y curioso problem a,
de origen folklórico, en el que el t ot al de cam ellos es 17 y no 35. Ese
problem a de de los 17 cam ellos puede leerse en cent enares de libros
de ent ret enim ient os m at em át icos.
Para el t ot al de 17 cam ellos, la división se hace por m edio de un
art ificio idént ico –aum ent ando en un cam ello la herencia del j eque- ,
pero el rest o es solo el cam ello en que fue aum ent ada. En el caso del
t ot al de 35 cam ellos, com o ocurrió en el episodio de Berem iz, el rest o
es m ás int eresant e, pues el calculador obt iene una pequeña ganancia
con su habilidad.
Si el t ot al fuera 53 cam ellos, la división de la herencia hecha del
m ism o m odo, aplicando el art ificio, daría un rest o de 3 cam ellos.
He aquí los núm eros que podrían ut ilizarse: 17, 35, 53, 71, et c.

El pr oble m a de l j oye r o

La dificult ad del problem a t iene su origen en la siguient e


part icularidad, que puede ser fácilm ent e com prendida:

No se verifica la proporcionalidad ent re el precio cobrado por el


hospedaj e y la cant idad por la que las j oyas serían vendidas.
Veam os:
Si el j oyero vendiera las j oyas por 100, pagaría 20 por el
hospedaj e. Si las vendiera por 200 t endría que pagar 40 y no 35 por
el hospedaj e.
No hay pues, com o sería racional, una proporcionalidad ent re los
elem ent os del problem a.
Lo proporcional, en buena lógica sería:

Para 100 –de vent a- …………………….. hospedaj e 20


Para 200 –de vent a- …………………….. hospedaj e 40
El acuerdo de los int eresados fue, sin em bargo, ést e:

Para 100 –de vent a- …………………….. hospedaj e 20


Para 200 –de vent a- …………………….. hospedaj e 35

Adm it ida est a relación de valores y siendo 140 el im port e de la


vent a, el precio del hospedaj e podrá est ablecerse aplicando la
fórm ula de int erpolación.

El pr oble m a de los cu a t r o cu a t r os

El problem a de los cuat ro cuat ros es el siguient e:

“ Escribir con cuat ro cuat ros y signos m at em át icos una expresión


que sea igual a un núm ero ent ero dado. En la expresión no puede
figurar –apart e de los cuat ro cuat ros- ninguna cifra o let ra o sím bolo
algebraico que suponga let ras, t al com o: log, lim , et c.

Afirm an los pacient es calculadores que será posible escribir con


cuat ro cuat ros t odos los núm eros ent eros desde 0 hast a 100.
A veces será necesario recurrir al signo de fact orial –que se indica
con el signo ! después del núm ero y equivale al product o de t odos los
núm eros nat urales desde el 1 hast a el núm ero dado- y al de raíz
cuadrada.
La raíz cúbica no puede ser em pleada a causa del índice 3.
La fact orial de 4, represent ada por la not ación 4! , es igual al
product o 1 x 2 x 3 x 4, es decir, 24.
Con auxilio del fact orial de cuat ro escribo fácilm ent e la expresión:

4
4! + 4! + - - -
4

cuyo result ado es 49, pues es expresión equivalent e a 24 – 24 + 1.


Véase ahora la expresión:
4
4! x 4 + - - -
4

cuyo valor es 97.


Para ciert os núm eros, las form as present adas por algunos
m at em át icos son algo forzadas. Así, para el núm ero 24, la solución
dada por uno de ellos, exigiría dos raíces cuadradas, una división y
una sum a.
Para el núm ero 24 podem os indicar una solución m ás sencilla con
ayuda de la not ación fact orial:

4! + 4 ( 4- 4)

Del núm ero 24 es fácil pensar al 25:

25 = 4! – 4 4- 4

Expresión de rara belleza, en la que aparece el exponent e cero.


Sabem os que t oda cant idad elevada a cero es igual a 1. Luego la
segunda part e de la expresión es 1.
El núm ero 26 aparecerá baj o una form a bast ant e sencilla:

4 + 4
26 = 4! + - - - - - - -
4

El pr oble m a de la s 2 1 va sij a s

Adm it e est e problem a una segunda solución t an ingeniosa com o la


prim era, que sería la siguient e:
El 1° socio recibirá: 1 vasij a llena, 5 m ediadas y 1 vacía.
El 2! Socio recibirá: 2 vasij as llenas, 1 m ediada y 3 vacías.
El 3° socio recibirá lo m ism o que el segundo, es decir: 3 vasij as
llenas, 1 m ediada y 3 vacías.
En el libro del Dr. Jules Regnault , Les Calculat eurs Prodiges,
encont ram os un problem a sem ej ant e a los ant eriores, cuyo
enunciado es el siguient e:
Repart ir, a part es iguales, 24 vasij as, 5 de ellas llenas, 8 vacías y
11 m edidas ent re t res personas.
La solución no habrá de ofrecer ninguna dificult ad.
Baj o el t ít ulo Un Part age Difficile, encont ram os el siguient e
problem a:

“ Un com erciant e t iene una vasij a con 24 lit ros de vino. Quiere
repart ir est e vino ent re t res socios en t res part es iguales con 8 lit ros
cada una. El m ercader solo dispone de t res vasij as vacías cuya
capacidad es respect ivam ent e, 13 lit ros, 11 lit ros y 5 lit ros. Usando
est as t res vasij as ¿Cóm o podrá dividir el vino en 3 porciones de 8
lit ros cada una?”

Se t rat a de un problem a de ot ro t ipo, pero de m uy fácil solución


para obt ener la cual es m enest er efect uar las operaciones, en nueve
t iem pos.

El n ú m e r o π

El núm ero π, uno de los m ás fam osos en la Mat em át ica, ya era


conocido por los geóm et ras en la Ant igüedad, así com o la const ancia
de su valor.
Todo nos lleva a afirm ar, conform e podem os inferir de dos cit as
bíblicas bien claras, que los j udíos prim it ivos at ribuían al núm ero π un
valor ent ero igual a 3. en el Libro de los Reyes, podem os leer
realm ent e est a curiosa indicación:

“ Hizo asim ism o un m ar redondo de fundición de diez codos de uno


a ot ro lado, y de cinco codos de alt ura, y la m edida de su
circunferencia era un hilo de t reint a codos” .
Ese m ar de fundición, aclara el exeget a, era en realidad un
pequeño pozo –de acuerdo con la cost um bre egipcia- donde se
bañaban.
Teniendo t al pozo redondo t reint a codos de circunferencia, su
diám et ro era de 10 codos. La conclusión era bien clara. La relación
ent e la circunferencia - 30- y el diám et ro - 10- es exact am ent e 3. Es
ese el valor de π revelado por la Biblia.

En el papiro Rhind, que es uno de los docum ent os m ás ant iguos de


la Hist oria de la Mat em át ica, encont ram os un curioso proceso de
cálculo de la circunferencia c, cuando conocem os su diám et ro d. De
las indicaciones reveladas en el Papiro, inferim os que los geóm et ras
egipcios, 4000 años a. de C. at ribuían al núm ero π un valor
equivalent e al cuadrado de la fracción

16
----
9

que daría en núm ero decim al 3.1605, valor en el que π present a un


error que no llega a 2 cent ésim as de unidad.
Arquím edes, ya en el siglo I I a. de C., probó que el fam oso núm ero
debería est ar com prendido ent re las fracciones siguient es:

1 10
3 ---- y 3 -----
7 71

Bhaskhara, geóm et ra hindú, adm it ía para el núm ero π un valor


expresado por el núm ero:

17
3 -------
120

que equivale al núm ero decim al 3.1416.


El m at em át ico holandés Adrián Ant honisz, llam ado Met ius, ( 1527-
1607) , según los hist oriadores, t om ó el valor

355
113

para el núm ero π, que fue m uy em pleado durant e los siglos XVI y
XVI I .
El alem án Johann Heinrich Lam bert , ( 1728- 1777) t uvo la paciencia
de obt ener para el valor de π una fracción ordinaria cuyo num erador
t enía dieciséis cifras y el denom inador quince.
Para la fij ación de un valor aproxim ado de π - en núm ero decim al-
por m edio de un art ificio nem ot écnico, exist en varias frases.
El m at em át ico francés Maurice Decerf, gran invest igador de
curiosidades, escribió un poem a en el que cada palabra, por el
núm ero de let ras que cont iene, corresponde a una cifra del núm ero π
- en decim al- .
Vam os a indicar los dos prim eros versos de est e poem a:

Que j ’aim e à faire connaît re un nom bre ut ile aux sages Glorieux
Archim ède art ist e ingenieux.

El lect or puede cont ar a part ir del que inicial el núm ero de let ras de
cada palabra y obt endrá –para cada palabra- una cifra de la part e
decim al de π:

3, 14 159 265 358 979

El curioso poem a de Decerf, en su int egridad, dará el valor de π


con 126 casillas decim ales. Pero en esas 126 prim eras casillas
decim ales de π aparecen once ceros. Cada cero lo represent ó el
ingenioso poet a por m edio de una palabra de diez let ras.
Para el valor de π, exist en t am bién frases nem ot écnicas en
español, port ugués, alem án e inglés.
Act ualm ent e, gracias a las m áquinas elect rónicas, el valor de π es
conocido con m ás de diez m il cifras decim ales.
No pert enece el núm ero π al conj unt o de los núm eros racionales.
Figura ent re los núm eros que los analist as denom inan núm eros
t rascendent es.
He aquí una serie fam osa, debida a Leibniz, cuya sum a es π:

1 1 1 1
1 - --- + --- - --- + --- - …
3 5 7 9

El núm ero de t érm inos de est a serie es infinit o y ést os son,


alt ernat ivam ent e posit ivos y negat ivos.

NOTA.- Del libro Les Mat hém at iques et l’im aginat ion –Ed. Payot ,
París 1950, pág. 59- de los m at em át icos Edgard Kasner y Jam es
Newm an, copiam os el párrafo siguient e:

“ Recurriendo a series convergent es, Abraham Sharp, en 1669


calculó π con 71 decim ales. Dase, calculador rápido com o un
relám pago, orient ado por Gauss, calculó en 1824 el núm ero con 200
decim ales. En 1854 el alem án Richt er halló 500 decim ales para el
núm ero π, y Shanks, algebrist a inglés, alcanzó la inm ort alidad de los
geóm et ras det erm inando el núm ero π con 707 cifras decim ales.”

En not a incluida en su libro, el m at em át ico francés F. Le Lionnais


m ut ila y oscurece la gloria de Shanks. Escribe Le Lionnais:

“ Se com probó m ás t arde que el cálculo de Shanks, est á equivocado


a part ir de la cifra 528” .

El pr oble m a de l j u e go de a j e dr e z

Est e es sin duda uno de los problem as m ás fam osos en los am plios
dom inios de la Mat em át ica recreat iva. El núm ero t ot al de granos de
t rigo, de acuerdo con la prom esa del rey I adava, vendrá expresado
por la sum a de los sesent a y cuat ro prim eros t érm inos de la
progresión geom ét rica:

: : 1 : 2 : 4 : 8 : 16 : 32 : 64 : …

La sum a de los indicados 64 prim eros t érm inos de est a progresión


se obt iene por m edio de una fórm ula m uy sencilla est udiada en la
Mat em át ica Elem ent al.
Aplicando dicha fórm ula obt enem os para el valor de la sum a S

S = 2 64 – 1

Para obt ener el result ado final debem os elevar el núm ero 2 a la
sexagésim a cuart a pot encia, est o es; m ult iplicar 2 x 2 x 2 x 2… con
sesent a y cuat ro fact ores iguales a 2. Después del t rabaj oso cálculo
llegam os al siguient e result ado:

S = 18 446 744 073 709 551 616 – 1

Queda ahora por efect uar la sust racción. De t al pot encia de dos
rest ar 1, y obt enem os el result ado final:

S = 18 446 744 073 709 551 615

Est e núm ero gigant esco de veint e cifras expresa el t ot al de granos


de t rigo que el legendario rey I adava prom et ió en m ala hora al no
m enos legendario Lahur Sessa, invent or del j uego de aj edrez.
Hecho el cálculo aproxim ado para el volum en ast ronóm ico de dicha
m asa de t rigo, afirm an los calculadores que la Tierra ent era,
convert ida de Nort e a Sur en un sem brado, con una cosecha por año,
t ardaría 450 siglos en producir sem ej ant e cant idad de t rigo.
El m at em át ico francés Et ienne Ducret incluyó en su libro, j unt o con
ot ros com ent arios, los cálculos realizados por el fam oso m at em át ico
inglés John Wallis, para expresar el volum en de la colosal m asa de
t rigo que el rey de la I ndia prom et ió al ast ut o invent or del aj edrez.
De acuerdo con Wallis, el t rigo cost aría en aquel t iem po al soberano
hindú un t ot al de libras expresado por el núm ero:
855 056 260 444 220

¡Es decir m ás de 855 billones de libras!

Si por sim ple pasat iem po, cont áram os los granos de t rigo del
m ont ón S, a razón de 5 por segundo, t rabaj ando día y noche sin
parar, dedicaríam os a est a t area 1.170 m illones de siglos. Repet im os

¡Mil cient o set ent a m illones de siglos!

De acuerdo con el relat o de Berem iz, el Hom bre que Calculaba, el


ingenioso Lahur Sessa, invent or del j uego de aj edrez, relevó a su
soberano de su prom esa, sacándolo así de un gravísim o com prom iso,
ya que por prim era vez se hallaba ant e la im posibilidad de cum plir la
palabra em peñada. En efect o, solo para pagar una pequeña part e de
aquella deuda, el honrado soberano hubiese t enido que ent regar a
Lahur Sessa t odas sus t ierras, t odos sus palacios, t odos sus esclavos,
sus t esoros y riquezas. Despoj ado de t odos sus bienes quedaba
reducido a la m iseria m ás absolut a y su condición social caía al nivel
de un m iserable sudra.
Tam bién nos dice el relat o de Berem iz que el rey, olvidando la
m ont aña de t rigo que sin querer había prom et ido al j oven brahm án,
le nom bró prim er visir.

El pr oble m a de la s a be j a s

x x x x
--- + --- + 3 (--- - ---) + 1 = x
5 3 3 5

Est a ecuación adm it e una raíz que es 15. Ese núm ero expresa la
solución del problem a. La not ación algebraica era m uy dist int a en
t iem pos de Bhaskhara.
Ese problem a aparece en diversas form as en los libros de
Ent ret enim ient os Mat em át icos.
Con los recursos del Algebra podem os resolverlo de m anera
general e indicar la fórm ula final para el cálculo de la incógnit a.
Designando con x el núm ero de m onedas, la solución sería:

x = 81 K – 2

donde el parám et ro k es un núm ero nat ural cualquiera ( k = 1, 2,


3, …)
Los valores posibles de x son:

79, 160, 241, 322, 403, 484…

Cualquier t érm ino de est a sucesión podría servir para el t ot al de


m onedas en el problem a de los t res m arineros. Es preciso, sin
em bargo, lim it ar el valor de x.
Const ando en el enunciado la afirm ación de que el núm ero de
m onedas es superior a 200 y que no llegaba a 300, el Hom bre que
Calculaba adopt ó el valor 241 que era el único que servía para el
caso.

El pr oble m a de l n ú m e r o cu a t r ipa r t it o

El llam ado problem a del núm ero cuat ripart it o aparece en m uchos
libros didáct icos, aunque es un problem a de nat uraleza puram ent e
algebraica, que sólo debería ser incluido en la Arit m ét ica Recreat iva.
En su enunciado m ás sencillo, el problem a sería el siguient e:

“ Dividir un núm ero A en cuat ro part es t ales que la prim era,


aum ent ada en m , la segunda dism inuida en m , la t ercera m ult iplicada
por m y la cuart a dividida por m , den el m ism o result ado” .

Dos son los elem ent os fundam ent ales del problem a:
1. El núm ero A, que debe ser cuat ripart it o.
2. El operador m .
Con los recursos del Algebra elem ent al será fácil resolver de m odo
general el problem a.
La t ercera part e –z- del núm ero A –que debe ser m ult iplicada por
m puede obt enerse fácilm ent e con el plant eo y resolución de la
sencilla fórm ula que a cont inuación se indica:

A
z = -----------
( m + 1) 2

Obt enido el valor de z podem os obt ener fácilm ent e las ot ras t res
part es del núm ero A:

La 1° part e será: m z – m
La 2° part e será: m z + m
La 4° part e será: m z x m

El problem a solo es posible cuando A –núm ero dado- es divisible


por m + 1 al cuadrado. Debe ser por lo m enos igual al doble de m +
1 al cuadrado.

El pr oble m a de la m it a d de x de la vida

El m at em át ico diría que la vida del condenado debería ser dividida


en una infinidad de períodos de t iem po iguales y, por t ant o,
infinit am ent e pequeños.
Según t al razonam ient o, veríam os que cada periodo de t iem po dt
¡podría ser m ucho m enor que la diezm illonésim a part e de segundo!
Desde el punt o de vist a del Análisis Mat em át ico est e problem a no
t iene solución. La única fórm ula, la m ás hum ana y m ás de acuerdo
con el espírit u de Just icia y de Bondad, fue la sugerida por Berem iz.

El pr oble m a de la s pe r la s de l r a j á

El problem a puede ser fácilm ent e resuelt o con auxilio del Algebra
Elem ent al.
El núm ero x de perlas viene dado por la fórm ula:

z = ( n – 1) 2

Y, en ese caso, la prim era heredera recibiría com o herencia una


perla y 1/ n del rest o: la segunda heredera recibiría dos perlas y 1/ n
de lo que rest ase. Y así sucesivam ent e. El núm ero de herederos es n
- 1.
Berem iz resolvió el problem a para el caso en que n fuera igual a 7.

El núm ero 142857

El núm ero 142 857 nada t iene de cabalíst ico ni de m ist erioso; se
obt iene cuando escribim os la fracción 1/ 7 en form a decim al, com o es
fácil com probar:

1
- - - = 0. 142 857 142 857…
7

Se t rat a de una fracción decim al periódica sim ple cuyo periodo es


142 857.
Podríam os obt ener igualm ent e ot ros núm eros, t am bién
cabalíst icos, convirt iendo en fracciones decim ales periódicas sim ples
las m uchas fracciones ordinarias que es posible hallar.

1 1 1
- - - , - - - , - - - , et c.
13 17 31

El pr oble m a de D iofa n t o

El llam ado problem a de Diofant o o epit afio de Diofant o, puede ser


resuelt o fácilm ent e con auxilio de una ecuación de prim er grado con
una incógnit a.
Designando con x la edad de Diofant o, podem os escribir:

x x x x
--- + --- + --- + 5 + --- + 4 = x
6 12 7 2

Resuelt a esa ecuación encont ram os que:

x = 84

Est a es la solución del problem a


Le x icón

Abigarrado De colores y dibuj os m uy variados.


Abism o Sim a, gran profundidad. Precipicio. Cosa inm ensa,
ext rem ada, incom prensible.
Ablución Acción de purificarse por m edio del agua en algunas
religiones, com o la j udaica, la m ahom et ana et c.
Abnegación Sacrificio, renunciam ient o que uno hace de su
volunt ad, de sus afect os o de sus int ereses en servicio de Dios o para
el bien del prój im o.
Absolut o Que excluye t oda relación. Tot al. Sin rest ricción.
Absort o Adm irado, ensim ism ado, pensat ivo.
Abst racción Conocim ient o de una cosa prescindiendo de las
dem ás que est án con ella.
Abst ract o Difícil de com prender.
Absurdo Cont rario y opuest o a la razón.
Adscrit o Ligado, suj et o.
Adulador Persona que hace o dice con est udio y, por lo com ún
inm oderadam ent e, lo que cree puede agradar a ot ro.
Aedo Poet a o cant or épico de la ant igua Grecia.
Afable Agradable, dulce, suave en la conversación y el t rat o.
Afect ación Falt a de sencillez y nat uralidad.
Afrent a Ofensa, vergüenza y deshonor.
Agnóst ico Que profesa el agnost icism o, o sea, la doct rina que
declara que el ent endim ient o hum ano no puede conocer lo absolut o.
Agresivo Que provoca.
Agrest e Aspero, dificult oso, lleno de m aleza.
Aguador Persona que t iene por oficio, llevar, servir, o vender
agua.
Agudeza Perspicacia o viveza de ingenio.
Aguij onear Est im ular
Aj eno Que pert enece a ot ro.
Alazán Dícese del caballo que t iene el pelo de color m ás o m enos
roj o canela.
Albergue Lugar en que una persona se hospeda o se resguarda.
Alegar Traer uno a favor de su propósit o, com o prueba, disculpa o
defensa, algún hecho, dicho o ej em plo.
Alfa Prim era let ra del alfabet o griego, que corresponde a la que
en el nuest ro se llam a “ a” .
Algazara Alborot o, ruido y vocerío.
Algebra Part e de las Mat em át icas que t rat a de la cant idad
considerada en general, sirviéndose para represent arla de let ras u
ot ros signos especiales.
Algebrist a Persona que est udia o profesa el álgebra.
Alhaj ada Adornada ricam ent e.
Alm ena Cada uno de los prism as que coronan los m uros de las
ant iguas fort alezas.
Alm inar Torre de las m ezquit as desde la cual el alm uédano
convoca a los fieles en las horas de oración. Minaret e.
Alm oj arife Oficial encargado de cobrar rent as y ot ros im puest os.
Aloe Plant a perenne de la fam ilia de las liláceas.
Alt ruism o Am or al prój im o. Com placencia en el bien aj eno, aun a
cost a del propio.
Alucinado Confuso, ofuscado.
Aludir Referirse a una persona o cosa sin nom brarla.
Am ulet o Obj et o al que se le at ribuye superst iciosam ent e, virt udes
sobrenat urales, para alej ar algún daño o peligro.
Ánade Pat o, ave palm ípeda.
Analogía Sem ej anza, sim ilit ud.
Aniquilar Dest ruir, arruinar por ent ero.
Añoranza I m posibilidad de ánim o. Dej adez, indolencia, falt a de
vigor o energía.
Apego Afición o inclinación part iclar.
Aport ar Dar o proporcionar cada cual la part e que le corresponde.
Aposent o Cuart o o pieza de una casa.
Aprensión Miedo, t em or, opinión infundada o ext raña.
Apriet o Apuro.
Árabe Nat ural de Arabia.
Arabesco Adorno com puest o de t racerías, follaj es y cint as,
em pleados com únm ent e en frisos y zócalos.
Arcada Conj unt o o serie de arcos.
Arcano Secret o, recóndit o.
Argent ino Que t iene el sonido vibrant e de la plat a.
Argum ent ación Razonam ient o em pleado para dem ost rar una
proposición o para convencer a ot ro de aquello que se afirm a o se
niega.
Arit m ét ica Part e de las Mat em át icas que est udia la com posición y
descom posición de la cant idad, represent ada por núm eros.
Arm enio Nat ural de Arm enia ( Asia) .
Arm onioso Sonoro y agradable al oído. Que t iene arm onía o
correspondencia en sus part es.
Arm onizar Poner en arm onía com binando sones o cosas
agradables.
Arquero Soldado que peleaba con arco y flecha.
Arraigado Est ar m uy firm e y ser difícil de ext inguir o ext irpar un
afect o, virt ud, vicio, uso o cost um bre.
Arrasar Echar por t ierra, dest ruir, arruinar violent am ent e, no
dej ar piedra sobre piedra.
Arrebat ado Precipit ado e im pet uoso. I nconsiderado y violent o.
Arrebat ar Quit ar con violencia.
Arrullo Cent ro de las palom as y las t órt olas.
Art e Realización de una cosa. Habilidad.
Art ificio Dificult ad, sut ileza. Disim ulo, doblez.
Ast rólogo Persona que profesa la ast rología, o art e de predecir el
porvenir por la observación de los ast ros. Ast rónom o.
Ast ronom ía Ciencia que t rat a de la posición, m ovim ient o y
const it ución de los cuerpos celest es.
Ast ut o Hábil para evit ar el engaño. Sagaz.
At errado I m presionado por el t error.
At ezado Poner liso, t enso o lust roso.
At ónit o Pasm ado, sorprendido.
At ribut o Cada una de las cualidades de un ser. Sím bolo que
denot a caráct er y oficio.
Audiencia Adm isión a presencia de un príncipe o de una
aut oridad.
Augurio Presagio, anuncio, indicio de algo fut uro.
Aúllo Voz quej osa y prolongada del chacal, lobo, perro, et c.
Áureo De oro o parecido al oro.
Aust ero Severo, rígido. Ret irado, m ort ificado y penit ent e.
Avisado Sagaz, discret o, prudent e.
Avist ar Alcanzar con la vist a; ver a lo lej os.
Axiom a Principio o sent encia t an claro que no necesit a explicación
ni dem ost ración.
Azabache Variedad de lignit o, duro y com pact o de color negro
int enso.
Azar Casualidad, caso fort uit o.
Azur Azul en los blasones.

Bagat ela Cosa de poca sust ancia y valor.


Bagdalí Nat ural de Bagdad.
Baj eza Hecho vil o acción indigna.
Balbuceo Acción de hablar o art icular las palabras
defect uosam ent e.
Bam bú Plant a originaria de la I ndia, cuyo t alle leñoso llega a
alcanzar los veint e m et ros.
Banal Com ún, t rivial. ( Es un galicism o) .
Banalidad Galicism o, en vez de com ún, t rivial.
Bandada Gran núm ero de aves que vuelan j unt as.
Bat idor Explorador que descubre o reconoce el cam po o el cam ino
para ver si est á libre de enem igos.
Bazar Tienda donde se venden m ercancías diversas. En Orient e
significa principalm ent e m ercado público.
Beduino Dícese de los árabes nóm adas del desiert o.
Bet a Segunda let ra del alfabet o griego, que corresponde a la que
en el nuest ro se llam a “ be” .
Blasfem ia Palabra inj uriosa cont ra Dios.
Bondad Calidad de bueno. Dulzura, am abilidad.
Braham án Cada uno de los individuos de la prim era de las cuat ro
cast as en que se halla dividida la población de la I ndia y que por
suponer que proceden del dios Bram a, no deben dedicarse m ás que
al sacerdocio y al est udio y m edit ación de los libros sagrados.
Brioso Que t iene brío, puj anza. Aplícase a los caballos.
Bronceado De color de bronce.
Budist a Persona que profesa el budism o.
C

Cabalíst ica Relat ivo a la cábala. Mist erioso, superst icioso.


Cabizbaj o Con la cabeza baj a.
Cadencia Repet ición regular de sonidos o m ovim ient os.
Proporcionada y gat a dist ribución de los acent os, cort és o pausas en
la prosa o verso.
Cadí Ent re los t urcos y m oros, j uez que ent iende en las causas
civiles.
Cairot a Nat ural de El Cairo, ciudad de Egipt o en África.
Cáfila Grupo num eroso de cam ellos u ot ros anim ales.
Caft án Vest im ent a que cubre el cuerpo desde el cuello hast a la
m it ad de la pierna. Abiert a por delant e, con m angas cort as, usada
habit ualm ent e por los persas, y dem ás países islám icos.
Calculador Persona dot ada de facult ades no com unes; que
efect úa com plicados cálculos m ent ales y resuelve problem as difíciles.
Caldeo Nat ural de Caldea, com arca que los hist oriadores griegos
llam aron Babilonia, por el nom bre de su capit al.
Califa Tít ulo de los príncipes sarracenos que com o sucesores de
Mahom a ej ercieron la suprem a pot est ad religiosa y civil en Asia,
África y España. Soberano m usulm án. Al Califa le era concedido el
t ít ulo honorífico de “ Defensor de los Creyent es” .
Calígrafo Perit o en caligrafía.
Cam ast ro Cam a o lecho pobre y sin aliño.
Cánt ico Com posición poét ica. En sent ido poét ico, t rino.
Capit el Part e superior de la colum na.
Caravana Grupo de personas viaj eras que se j unt an para hacer
un viaj e largo o difícil con seguridad. Son frecuent es en los países
para t ransit ar por los desiert os o sit ios peligrosos.
Casilla Escaque o cuadro de un t ablero de aj edrez.
Cat et o Cada uno de los dos lados que form an el ángulo rect o en
el t riángulo rect ángulo.
Caut eloso Que procede con precaución y reserva.
Celada Em boscada, acechanza.
Celador Cuidador, vigilant e.
Celosía Enrej ado que se pone en las vent anas para ver sin ser
vist o.
Cent ellear Que despide dest ellos.
Cequí Moneda ant igua de oro.
Cifrado Escrit o en clave inint eligible para quien no la conoce.
Cilindro del t iem po Reloj de agua denom inado clepsidra.
Cim it arra Alfanj e, sable curvo usado por los pueblos orient ales.
Cincel Herram ient a que sirve para labrar a golpe de m art illo
piedras y m et ales.
Cincelar Labrar o grabar con el cincel.
Circasiano Nat ural de Circasia, región de la Rusia europea.
Circunst ant e Dícese de los que est án present es, asist en o
concurren.
Cít ara I nst rum ent o m úsico ant iguo sem ej ant e a la lira.
Clam or Grit o. Voz last im osa que indica aflicción o pasión de
ánim o.
Clem encia Virt ud que m odera el rigor de la j ust icia. Perdón.
Clem ent e Que m it iga el rigor de la j ust icia. Que perdona.
Código Conj unt o de leyes que form an un sist em a com plet o de
legislación sobre alguna m at eria. Lo que sirve de regla.
Codo Medida lineal.
Colibrí Páj aro insect ívoro, de t am año m uy pequeño; t am bién se
llam a páj aro m osca.
Com it iva Acom pañam ient o num eroso, cort ej o, séquit o.
Com ún Ordinario, general.
Concordancia Correspondencia, arm onía.
Condescender Acom odarse por bondad al gust o y volunt ad de
ot ro.
Confident e Fiel y seguro. Persona en quien se confía.
Consecuencia Hecho o acont ecim ient o que se sigue o result a de
ot ro.
Const elación Conj unt o de varias est rellas fij as en núm ero y
sit uación en el firm am ent o y que se dist ingue por la figura que form a.
Cont rabandist a Persona dedicada al com ercio o producción de
géneros prohibidos por las leyes: com pra, vent a, im port ación o
export ación.
Cont urbado Revuelt o, int ranquilo.
Convincent e Que convence y obliga a reconocer una cosa.
Corcel Caballo ligero.
Corcovado Jorobado. Que t iene una o m as j orobas o corcovas.
Cordelero Persona que hace o vende cordeles, cuerdas y ot ros
art ículos de cáñam o.
Coronar com plet ar, t erm inar.
Corpulent o Que t iene m ucho cuerpo. Grande.
Corrupt or Que corrom pe, daña o vicia.
Cort ej o Personas que form an el acom pañam ient o en una
cerem onia. Com it iva.
Cort esano Pert enecient e a la cort e. Palaciego.
Cot idiano Diario.
Creencia Crédit o que se prest a a un hecho o not icia com o seguro
o ciert o.
Crescendo “ it alianism o” ; significa subiendo, aum ent ando poco a
poco.
Cret ino Est úpido, necio.
Creyent e Que cree. Ent re los árabes persona que profesa la
religión de Mahom a.
Cruent o Sangrient o. Se aplica a los sacrificios con derram am ient o
de sangre.
Cuant ía Cant idad, im port ancia.
Cuchicheo Lo dicho en voz baj a o al oído a uno de m odo que ot ros
no se ent eren.
Cúfico Aplícase a ciert os caract eres em pleados ant iguam ent e en
la escrit ura arábiga.
Culm inant e Sobresalient e, superior o principal.
Cúpula Bóveda sem iesférica de algunos edificios.
Curt ido Endurecido y t ost ado por la acción del sol o el aire.
Curva líquida parábola que form a el agua al caer de un surt idor.

CH

Chacal Mam ífero carnívoro de la fam ilia de los cánidos. Vive en


las regiones t em pladas de Asia y África.
Chinela Calzado casero de suela ligera y sin t alón.
Chusm a Conj unt o de gent e ruin.
D

Dádiva Regalo, obsequio.


Dam asceno Nat ural de Dam asco.
Debat e Cont roversia, discusión.
Declam ar Hablar en público. Recit ar la prosa o el verso con la
ent onación, los adem anes y el gest o convenient es.
Decoro Honor, respet o que se debe a una persona. Pureza,
honest idad.
Deducir Sacar consecuencias. Concluir.
Denodado At revido, esforzado, valient e.
Depravación Corrupción, vicio.
Derviche Religioso m ahom et ano.
Desabrido Áspero y desapacible en el t rat o. Con poco o m al
sabor.
Desaire Desat ender a una persona. Desest im ar.
Desam or Falt a de sent im ient o y afect o, desapego.
Desánim o Desalient o, falt a de ánim o.
Desbarat ar Deshacer, descom poner, est orbar, im pedir.
Descifrar Aclarar lo oscuro e inint eligible.
Descom puest a Dividida.
Desdén I ndiferencia y desapego que denot an m enosprecio.
Desdeñado Despreciado.
Desdeñoso Que m anifiest a indiferencia y desapego de form a
m enospreciat iva.
Designar Señalar o dest inar una persona o cosa para det erm inado
fin. Denom inar, indicar, nom brar.
Deslum brar Dej ar a uno dudoso, inciert o y confuso.
Despecho Malquerencia nacida por desengaños sufridos en los
em peños de nuest ra volunt ad.
Desprendim ient o Desapego, desint erés.
Dest ellar Que despide dest ellos.
Dest ello Rayo de luz. Resplandor vivo y efím ero.
Dest ierro Pena que cosist e en expulsar a una persona del lugar o
t errit orio donde habit ualm ent e m ora, para que t em poral o
perpet uam ent e resida fuera de él. Lugar en que vive el dest errado.
Desvelar Quit ar el sueño. Poner gran em peño en una cosa.
Desvent ura Desgracia, infort unio.
Desvirt uar Quit ar la virt ud a una cosa.
Det erm inar I ndicar con precisión. Señalar, fij ar.
Det est ar Aborrecer.
Diabólico Muy difícil, ent revesado, com plicado.
Dialect o Variedad regional de una lengua.
Diferir Dilat ar, ret rasar una solución.
Dignat ario Persona invest ida de una dignidad. Que desem peña un
cargo o dignidad.
Dilapidar Malgast ar sin t on sin son.
Dinar Ant igua m oneda árabe cuyo peso era de unos cuat ro
gram os.
Dinast ía Fam ilia en cuyos individuos se perpet úa el poder.
Discernim ient o Acción de dist inguir ent re varias cosas. Dist inguir
ent re el bien y el m al.
Discípulo Persona que aprende de un m aest ro a cuya enseñanza
se ent rega.
Discordia Oposición, desavenencia de volunt ades. Diversidad y
cont rariedad de opiniones.
Discret o Dícese de la persona que obra o habla con sensat ez,
rect it ud y t act o.
Disert ación Exposición. Exam en det allado de una cuest ión
cient ífica, lit eraria, et c.
Disparat ado Que es cont rario a la razón.
Díst ico Com posición poét ica de dos versos que expresan un
concept o com plet o.
Diván Suprem o Consej o del Sult án y sala donde se reúne.
Divergencia Diversidad de opinión o parecer. Discrepancia.
Divergir Disent ir; apart arse unas líneas u opiniones de ot ras.
Divisor Subm últ iplo. Divisor com ún, núm ero que divide
exact am ent e a ot ros.
Doct o Muy inst ruido, sabio.
Dolient e Dolorido: lleno de dolor, afligido.
Don Gracia especial que se t iene para hacer una cosa.
Dot ar Poseer; t ener alguna cualidad.
Drom edario Rum iant e parecido al cam ello, pero que solo t iene
una giba en el lom o.
E

Ébano Árbol exót ico, de la fam ilia de las ebenáceas, cuya m adera
m aciza, pesada y negra es m uy est im ada para la fabricación de
m uebles.
Ecuación I gualdad que cont iene una o m ás incógnit as.
Efím ero Pasaj ero, de m uy cort a duración.
Elípt ica De figura de elipse o parecido a ella.
Elocuent e Que habla o escribe de m odo eficaz para deleit ar y
conm over y especialm ent e para persuadir a lect ores u oyent es.
Elogio Alabanza, t est im onio del m érit o de una persona o cosa.
Em balsam ar Perfum ar, arom at izar, llenar de olor suave.
Em bargar Em barazar, agobiar.
Em bozado Con el rost ro cubiert o.
Em ir Príncipe o caudillo árabe.
Em isario Mensaj ero, generalm ent e encargado de una m isión
secret a.
Em peño Tesón, const ancia.
Enalt ecer Ensalzar, engrandecer, exalt ar.
Enconado I rrit ado, con m ala volunt ad, rencor y odio.
Endecha Cant o t rist e y lam ent oso.
Enigm a Cosa difícil de com prender. Dicho o conj unt o de palabras
de sent ido art ificiosam ent e encubiert o para dificult ar su int erpret ación
o significado.
Enigm át ico Mist erioso, de significación oscura.
Enj am bre Grupo de abej as que viven j unt as. El enj am bre es una
colonia nacient e com puest a de una reina, abej as obreras ( 10.000 a
30.000( y algunos cent enares de m achos.
Enm arañado Enredado, revuelt o.
Enrevesado Difícil, int rincado, obscuro o que con dificult ad se
puede ent ender.
Ensim ism arse Abst raerse, quedar pensat ivo.
Ent relazado Enlazado o cruzado una cosa con ot ra.
Enunciar Expresión de una idea, t em a, problem a, et c. en
t érm inos concisos.
Envainar I nt roducir un arm a blanca en su vaina.
Envilecer Volver vil o despreciable.
Epígrafes Tít ulo de un capít ulo. I nscripción sobre un edificio. Cit a
de un aut or que encabeza un libro o un capít ulo.
Epit afio I nscripción que se pone sobre una escult ura.
Epít et o Adj et ivo o equivalent e que no det erm ina ni califica al
sust ant ivo sino que acent úa su caráct er.
Equidad Moderación; t em planza. Just icia nat ural, por oposición a
la j ust icia legal.
Equívoco De doble sent ido, sospechoso, inciert o.
Erigir Fundar, inst it uir, levant ar.
Erudición Conocim ient o profundo de una o varias m at erias.
Saber.
Esbozar Bosquej ar, hacer un bocet o.
Escarlat a Color carm esí, m enos subido que el de la grana.
Esclavo Persona que se halla baj o la dependencia absolut a de ot ra
que la ha com prado, y que por lo t ant o carece de t oda libert ad.
Escolt a Acom pañam ient o de una persona, generalm ent e
im port ant e, en señal de honra y reverencia o sim plem ent e para
prot egerla o vigilarla.
Escriba Escribano, am anuense.
Esm eralda Piedra preciosa –silicat o de alúm ina y glúcina- , que
debe su color verde al óxido de crom o.
Especia Sust ancia arom át ica usada com o condim ent o; clavo,
pim ient a, azafrán, et c. Casi t odas las especias provienen de Orient e.
Espej ism o I lusión ópt ica debida a la reflexión t ot al de la luz
cuando at raviesa capas de aire de dist int a densidad, con lo cual los
obj et os lej anos aparecen en im agen invert ida com o si se reflej asen
en el agua. Est e fenóm eno suele observarse en las grandes llanuras
desért icas, en las alt as regiones de la at m ósfera o en la superficie del
m ar.
Est andart e I nsignia o pabellón. Bandera.
Est erero Persona que hace o vende est eras.
Est éril Que no da frut o; que no produce result ados, inút il.
Est igm a Marca o signo especial.
Est ipular Convenir, acordar, fij ar.
Est rado Tarim a.
Est rat egia Art e de dirigir en la guerra, las operaciones m ilit ares.
Est uco Past a de cal y m árm ol pulverizado con que se cubren las
paredes.
Est upor Asom bro, pasm o.
Evaluación Valoración, est im ación.
Evaluar Valuar, fij ar el valor de una cosa.
Evocar Llam ar, hacer aparecer, t raer a la m em oria.
Exalt ación Elevación, realce a m ayor dignidad.
Expedit o Pront o a obrar o resolver.
Ext asiado Em bargado por un sent im ient o de adm iración, alegría,
et c. Arrobado.
Excelso Muy elevado, alt o, em inent e.
Exiguo Muy pequeño, escaso.
Exim io Muy excelent e.
Exót ico Ext ranj ero, peregrino, raro.
Expresión Manera de m anifest ar los pensam ient os o im presiones
por m edio de la palabra, de los gest os o las act it udes.

Fascinant e Que encant a, deslum bra o seduce.


Febril Act ivo, desasosegado.
Fenicio Nat ural de Fenicia, país del Asia ant igua.
Fért il Abundant e, de m ucho ingenio.
Fervoroso Eficaz, diligent e.
Fest ín Fiest a o banquet e con m úsica, baile y ot ras diversiones.
Filósofo Persona que est udia o profesa la filosofía, ciencia que
t rat a de la esencia, propiedades y efect os de las cosas nat urales.
Finado Persona fallecida.
Finura Excelencia, delicadeza. Calidad de fino. Urbanidad,
cort esía.
Fisonom ía Los rasgos del rost ro y expresión que de ellos result a.
Caráct er especial de las facciones de una persona.
Fracción Núm ero que expresa una o varias part es de la unidad
dividida en ciert o núm ero de part es iguales.
Friso Ornam ent o arquit ect ónico. Faj a m ás o m enos ancha que
suele pint arse en la part e inferior de las paredes, de diverso color que
ést as.
Frondoso Abundant e de hoj as y ram as.
Fruct ífero Que produce frut o o beneficio.
Fundam ent ado Basado, apoyado.
Fust e Part e de la colum na que m edia ent re el capit el y la basa.

Gam m a Tercera let ra del alfabet o griego, que corresponde a la


que en el nuest ro se llam a “ ge” .
Gem ido Quej ido last im oso.
Generoso Que obra con m agnanim idad y nobleza de ánim o.
Geóm et ra Persona que enseña la geom et ría o en ella t iene
especiales conocim ient os. Mat em át ico.
Geom et ría Part e de las Mat em át icas que t rat a de las propiedades
y m edida de la ext ensión.
Gent ileza Am abilidad, cort esía.
Gong Especie de plat o o bandej a m et álica de form a circular que
m ant enida en el aire y golpeada con un bat idor provist o en su
ext rem o de una bola de lana y forrada, produce un sonido m et álico
m uy caract eríst ico.
Gorj eo Quiebro de la voz en la gargant a; se aplica al cant o de los
páj aros.
Gozo Alegría.
Gualdrapa Cobert ura larga, de sea o lana, que cubre y adorna las
ancas del caballo.
Guarism o Cifra o signo arábigo que expresa una cant idad.
Guía Persona que dirige a ot ra, que le da consej os o
inst rucciones.
Gula Apet it o desordenado de com er y beber. Falt a de
m oderación.

Hábil I ngenioso, int eligent e.


Harem Conj unt o de aposent os en las viviendas de los
m usulm anes en que viven sus m uj eres. Conj unt o de las m uj eres que
viven en el harem . Tam bién se escribe “ harén” .
Hat o Manada; porción de ganado m ayor o m enor.
Heno Hierba segada, seca, para alim ent o del ganado.
Hept ágono Polígono de siet e lados.
Hercúleo Sem ej ant e o poseído de las cualidades de Hércules.
Hom bre e m ucha fuerza.
Herej ía Error en m at eria de fe, sost enido con pert inacia. Palabra
inj uriosa.
Herencia Conj unt o de bienes que al m orir una persona pasan a
ser propiedad de sus herederos.
Hindú Nat ural de la I ndia ( Asia) .
Hiperm ágico Mágico en grado sum o.
Hipot enusa Lado opuest o al ángulo rect o en un t riángulo
rect ángulo.
Hipót esis Suposición de una cosa; sea posible, o im posible, para
sacar de ella una consecuencia.
Holgar Alegar, sat isfacer.
Hom enaj e Sum isión, veneración, respet o hacia una persona. Act o
que se celebra en honor de una persona.
Honrosa Que da honra y est im a.
Horda Tropa salvaj e, causant e de innúm eros at ropellos.
Hospedaj e Cant idad convenida que paga el huésped por el
aloj am ient o.
Host ería Posada, casa donde se da de com er y aloj am ient o por
dinero.

I dólat ra Que adora ídolos o falsas deidades.


I m án Encargado de presidir y dirigir la oración ent re los
m usulm anes.
I m pecable Exent o de falt a o defect o.
I m pert inent e Que no viene al caso, o que m olest a de palabra u
obra.
I m pert urbable Que nada puede t urbar. I m pasible.
I m pío Falt o de religiosidad, irreligioso.
I m plorar Pedir con ruegos o lágrim as.
I m properio I nj uria grave de palabra. I nsult o, denuest o.
I nadvert ido No observado o reparado.
I naudit o Ext raordinario.
I ndult o Rem isión de una pena.
I ncaut o Que no t iene precaución, que procede sin recelo.
I ncienso Mezcla de sust ancias resinosas que al arder despiden un
arom a caract eríst ico.
I ncógnit a Causa o razón ocult a de un hecho que se exam ina.
I ncógnit o Sano, sin lesión o m enoscabo.
I ncom pat ible I m pedim ent o, repugnancia o dificult ad ent re dos o
m as personas o cosas para que est én de acuerdo o sean afines.
I nconcebible Que no puede concebirse o com prenderse.
Ext raordinario.
I ncont est able Que no se puede refut ar o cont radecir. I m pugnable.
I ndagar Averiguar, buscar la razón de algo.
I ndecible Que no se puede expresar o decir.
I ndignidad Caráct er de una persona o cosa m ala o perversa.
I ndivisible Que no puede ser dividido o part ido.
I ndolencia Floj era, pereza.
I ndolent e Perezoso, negligent e, apát ico, desidioso.
I nducción Acción y efect o de inst igar o persuadir o m over a uno.
I nexorable Duro, severo, que no se dej a vencer por súplicas.
I nexpresivo Carent e de expresión.
I nfiel Que no profesa la fe verdadera. Para el m usulm án o
m ahom et ano es un infiel t oda persona que no profesa el islam ism o.
I nfinit am ent e De un m odo infinit o. Sin fin, sin lím it es,
ext rem adam ent e.
I nfinit o Que no puede t ener fin o t érm ino.
I nfinit ud I nfinidad, gran núm ero.
I nflam ar Acalorar las pasiones del ánim o.
I nflexible I ncapaz de doblegarse.
I nflexión Acción de doblar o inclinar, cam bio de acent o o t ono en
la voz.
I nfligir Hacer padecer algo a ot ro.
I nfundado Sin fundam ent o o base.
I ngenio Facult ad en le hom bre para discurrir o invent ar con
facilidad, indust ria, m aña y art ificio de uno para conseguir lo que
desea. I nvent iva.
I ngenioso Hecho con ingenio. Con indust ria, m aña y art ificio.
I ngenuo Candoroso, inocent e, sin m alicia.
I ngrat o Desagradecido.
I nint eligible Que no puede ser ent endido o com prendido.
I nj uria Ofensa, ult raj e, insult o.
I nm ut able No m udable, invariable. Const ant e.
I rascible Colérico, furioso, iracundo.
I nscripción Caract eres grabados en el m árm ol o la piedra, et c.
I nsensat ez Necedad, falt a de sent ido o razón.
I nsensat o Tont o, fat uo, sin sent ido.
I nsólit o Desacost um brado, no com ún.
I nsondable Que no puede sondear, averiguar, conocer en t oda su
profundidad.
I nt erferirse I nt erponerse.
I nt erpelar I nst ar o com peler a uno para que de explicaciones o
descargos sobre un hecho cualquiera. Dirigir la palabra a uno para
pedir algo.
I nt olerancia Falt a de respet o y consideración hacia las opiniones o
práct icas de los dem ás, aunque sean cont rarias o repugnen a las
nuest ras.
I nt rincado Enm arañado, enredado, espeso.
I racundo Propenso a la ira, irascible. Colérico.
I rrum pir At acar im pet uosam ent e, invadir, penet rar de súbit o.
I slam it a Que profesa el islam ism o o religión de Mahom a.
I sócrono De igual duración.
I sógono Que t iene sus ángulos iguales.
I sósceles Triángulo que t iene dos lados iguales.
I t inerario Pert enecient e a los cam inos. Descripción de lugares por
donde se ha de pasar.

Jabalina Arm a arroj adiza a m odo de venablo o lanza.


Jact ar Alabarse excesiva y presunt uosam ent e.
Jeque Jefe o superior que gobierna un t errit orio o provincia.
Térm ino respet uoso que se aplica en general a los sabios, religiosos y
personas respet ables por su posición o su edad.
Jerarca Superior y principal en grado u orden.
Jerife Descendient e de Mahom a. Príncipe árabe.
Judío Usurero, persona que prest a dinero con usura o int erés
excesivo.
Juicioso Que t iene j uicio. Que procede con m adurez y cordura.
Sensat o.
Jurisconsult o Persona dedicada a la ciencia del Derecho. Abogado.
Juzgar Decidir una cuest ión.

Laconism o Con brevedad y concisión exagerada.


Lápida Piedra llana en la que ordinariam ent e se pone una
inscripción.
Lapislázuli Mineral de color azul int enso. Es un silicat o de alúm ina,
cal y sosa acom pañado frecuent em ent e de pirit a de hierro.
Laúd I nst rum ent o m úsico de cuerdas.
Legar Dej ar por t est am ent o lo que uno posee.
Let rado Sabio, doct o o inst ruido.
Libanés Nat ural del Líbano ( Asia) .
Libert ino Aplícase a la persona de conduct a desenfrenada.
Lím pido Claro, t ransparent e, t erso.
Lisonj ear Halagar, deleit ar.
Lisonj ero Que agrada y deleit a.
Lit era Vehículo sin ruedas llevado por hom bres o caballerías.
Mueble para echarse a dorm ir.
Lit igant e Que pleit ea o disput a.
Liviandad Con ligereza, sin preocupación.
Loar Alabar.
Lógica Ciencia que expone las leyes, m odos y form as de
conocim ient o cient ífico.
Lógico Que se desprende de un razonam ient o nat ural y
consecuent e.
Lucro Ganancia o provecho que se obt iene de algo.
M

Mácula Mancha. Cosa que deslust ra y desdora.


Madej a Manoj illo de hilo de seda o lana.
Mágico Maravilloso, asom broso.
Magnánim o Generoso en grado sum o.
Magnificencia Calidad de m agnífico, de luj oso, herm oso o
espléndido.
Magnit ud Tam año.
Mago Persona que hace cosas ext raordinarias y adm irables que
incluso pueden parecer sobrenat urales.
Magro Flaco o enj ut o.
Maldición I m precación cont ra una persona o cosa, generalm ent e
con la int ención o deseo de que le ocurra algún m al.
Malogrado No llegar una persona o una cosa a su nat ural
desarrollo.
Mansedum bre Suavidad, apacibilidad en el t rat o.
Márt ir Persona que sufre la m uert e por sost ener la verdad de su
creencia.
Mascullar Hablar ent re dient es.
Mazm orra Calabozo, prisión subt erránea.
Mecánica Part e de la Física que t rat a del m ovim ient o y de las
fuerzas que pueden producirlo, así com o de los efect os que se
producen en las m áquinas.
Medinés Nat ural de Medina, ciudad de Arabia ( Asia) .
Medroso Tem eroso, pusilánim e, que de cualquier cosa t iene
m iedo. Que infunde o causa m iedo.
Melancolía Trist eza vaga, profunda, sosegada y perm anent e.
Menudencia Exact it ud, esm ero y escrupulosidad, sin perdonar lo
m ás m enudo o leve.
Mercader Com erciant e, persona que t rat a o com ercia con géneros
vendibles.
Mesuradam ent e Poco a poco, con circunspección y prudencia.
Mezquit a Edificio –t em plo- al que asist en los m ahom et anos para
la práct ica de sus cerem onias religiosas.
Minucia Menudencia, pequeñez, cosa de poca ent idad.
Mirador Galería o pabellón desde donde se puede explayar la
vist a.
Mist icism o Est ado de la persona que se dedica m ucho a Dios o a
las cosas espirit uales.
Mit igar Suavizar, calm ar, dism inuir.
Módulo Cant idad que sirve de m edida o t ipo de com paración en
det erm inados cálculos.
Monarca Príncipe soberano de un est ado.
Mongol Nat ural de Mongolia ( Asia) .
Monót ono Que t iene unidad o uniform idad enfadosa de t ono en la
voz.
Morabit o Mahom et ano que profesa ciert o est ado religioso a su
m anera a sem ej anza de los anacoret as o erm it años crist ianos.
Morada Vivienda, est ancia.
Mort ecino Apagado, sin vigor.
Mosaico Obra com puest a de pedacit os de piedra, esm alt e, vidrio
de diversos colores, dispuest os de m odo que form en dibuj os.
Mult iform e Que t iene o puede adopt ar m uchas form as.
Múlt iplo Dícese del núm ero o cant idad que cont iene a ot ro u ot ra
varias veces exact am ent e.
Musulm án Mahom et ano, dícese de la persona que profesa la
religión de Mahom a.
Mut ism o Silencio, no decir palabra.
Mut uo Recíproco.

Narrar Cont ar, referir, relat ar lo sucedido.


Náusea Basca, ansia de vom it ar. Asco grande, repugnancia.
Náyade Ninfa de los ríos.
Nazareno Nom bre con que los árabes designan a los crist ianos.
Nebulosa Aglom eración de est rellas que form an una especie de
nube celest e. Oscurecido por las nubes, som brío, t ét rico.
Necio I gnorant e, t ont o, t erco y porfiado.
Negligencia Falt a de cuidado, de aplicación o exact it ud.
Nít ido Lim pio, t erso, claro, puro, resplandecient e.
Nobilísim o Noble, en grado superlat ivo.
Nóm ada Persona pert enecient e a una fam ilia, t ribu o pueblo que
vive errant e, vagabundeando, sin dom icilio fij o. Num erosos pueblos
past ores son nóm adas, pues se ven forzados a cam biar
const ant em ent e de lugar en busca de nuevos past os para sus
rebaños. En griego significa “ que apacient a” .
Nono Cada una de las nueve part es iguales en que se divide un
t odo.
Nost algia Pena de verse ausent e o alej ado de las personas o
cosas queridas. Pesar que causa el recuerdo de algún bien perdido.
Noviazgo Condición o est ado de novio o novia. Tiem po que dura.
Nubio Nat ural de Nubia, com arca de África ent re Egipt o y
Abisinia.
Núm ero Relación ent re una cant idad det erm inada y ot ra
considerada com o unidad. Cifra o guarism o. Se llam a concret o el que
designa cant idad de especie det erm inada; ent ero el que const a de un
núm ero exact o y quebrado si t iene fracción.

Oasis Paraj e con veget ación y a veces con m anant iales que se
encuent ran aislados en los grandes desiert os.
Obcecar Ofuscar, cegar.
Obj et ar Oponer, alegar en cont ra de una cosa.
Ocioso I nút il, sin frut o, provecho ni sust ancia.
Oct ogenario Que ha cum plido la edad de ochent a años sin llegar a
los novent a.
Ocult ism o doct rina que pret ende conocer y ut ilizar t odos los
secret os y m ist erios de la nat uraleza.
Om nipot ent e Que t odo lo puede. Solo es at ribut o de Dios.
Om niscient e Que t odo lo sabe. Tam bién es at ribut o de Dios.
Onda Sinuosidad; m ovim ient o del aire parecido a la ola en el
agua.
Opíparo Copioso y espléndido, t rat ándose de banquet e, com ida,
et c.
Oport unism o Act it ud de los que sacrifican los principios para
adapt arse a las circunst ancias del m om ent o.
Orador Persona que habla en público para persuadir a los oyent es
o m over su ánim o.
Ornar Adornar, poner adornos.
Orat orio I glesia.
Orfebre Art ífice que labra m et ales nobles. Joyero.
Ost ent ar Most rar, evidenciar, hacer gala de una cosa.

Pabellón Edificio por lo com ún aislado pero que form a part e de


ot ro o est á cont iguo a él.
Paganism o Falsa religión.
Pagano Nom bre con que se denom ina a ot ro que t iene una
creencia dist int a de la propia.
Paj e Criado.
Papiro Plant a vivaz, de la fam ilia de las ciperáceas, indígena de
Orient e, cuya m édula em pleaban los ant iguos para escribir en ella.
Parábola Línea cura cuyos punt os son t odos equidist ant es de un
punt o fij o, llam ado foco, y de una rect a fij a llam ada direct riz.
Parásit o Dícese del anim al o plant a que se alim ent a a cost a de las
sust ancias orgánicas cont enidas en el cuerpo de ot ro ser vivo, en
cont act o con el cual vive t em poral o perm anent em ent e. Dícese de la
persona que se anim a a ot ra para vivir a su cost a.
Paria I ndividuo pert enecient e a una de las m ás ínfim as de la cost a
de Corom andel ( I ndia) . Persona a quien se la t iene por vil y es
desdeñada y rechazada por sus congéneres.
Part icularidad Cada una de las circunst ancias o part es de una
cosa.
Part ida Cant idad o porción de una m ercancía.
Pasm ado Asom brado en ext rem o.
Pat ricio Arist ócrat a. Noble privilegiado.
Paupérrim o Superlat ivo de pobre. Muy pobre.
Pausado Lent o, sin prisa.
Pavoroso Espant oso, horrible.
Penet rant e Que penet ra, o indaga.
Penum bra Zona int erm edia en donde se unen la luz y la
oscuridad.
Percha Vara o palo donde se posan las aves.
Perdurar Durar m ucho, subsist ir.
Peregrinación Viaj e que se hace a un sant uario o lugar sagrado
por devoción o por vot o.
Peregrino Singular, ext raño, raro, especial o pocas veces vist o.
Pérfido Traidor, desleal, infiel.
Pergam ino Piel de cabra o de carnero, lim pia de vellón o de pelo,
raída, adobada y est irada, usada ant iguam ent e para escribir en ella.
Docum ent o escrit o sobre pergam ino. ( De Pérgam o, ciudad de la
Misia, donde se usó por prim era vez) .
Pericia Sabiduría, práct ica experiencia y habilidad en una ciencia
o art e.
Peripecia Cam bio súbit o de fort una, accident e im previst o.
Avent ura.
Perj uicio Ganancia lícit a que dej a de obt enerse.
Perm ut a Cam bio, t rueque.
Perpet uar Hacer perdurable. Dar a las cosas una larga duración.
Perpet uo Para t oda la vida. Que dura y perm anece para siem pre.
Persa Nat ural de Persia.
Perspicacia Agudeza de ingenio o ent endim ient o.
Pert urbar Turbar, t rast ornar el orden de las cosas.
Perverso Sum am ent e m alo.
Pesquisa I ndagación que se hace de una cosa para averiguar la
realidad de ella o sus circunst ancias.
Pest e Enferm edad infecciosa y cont agiosa provocada por el bacilo
de Yersin, que se t ransm it e por m edio de las rat as o pulgas y que
llega a causar gran m ort andad en los hom bres o en los anim ales.
Toda enferm edad epidérm ica que causa m ort andad.
Picardía Ast ucia.
Pit agórico Que sigue la escuela, opinión o filosofía de Pit ágoras.
Placidez Sosiego, quiet ud.
Plagiar I m it ar, copiar de ot ro.
Plat ónico Pert enecient e a la escuela de Plat ón.
Plegaria Súplica fervient e, oración.
Policrom o De varios colores.
Pom pa Sunt uosidad, faust o, grandeza.
Ponderar Considerar, valorar, pesar.
Port e Modo de gobernarse y port arse en conduct a y acciones.
Poseso Furioso, loco, dom inado por la ira.
Post rar Derribar
Preám bulo Rodeos o digresiones ant es de ent rar en m at eria o de
em pezar a decir claram ent e una cosa.
Precept o Mandat o, orden, regla.
Preces Versículos t om ados de la Sagrada Escrit ura. Oraciones.
Ruegos, súplicas.
Pregonar Anunciar a voces una m ercancía que se quiere vender.
Prej uicio Juicio u opinión sobre algo ant es de t ener conocim ient o
cabal de ello. Prevención. Manía.
Prem at uro Que ha sucedido o ha sido realizado ant es de t iem po.
Prender Suj et ar, aprisionar.
Present e Regalo, obsequio. Tam bién, que est á en presencia de
ot ro.
Prest igio Ascendient e, influencia, aut oridad.
Previsión Acción de prever, o sea de ver o saber con ant icipación
lo que ha de pasar.
Prim orosam ent e Con perfección, delicadeza y aciert o.
Prism a cuerpo que t iene por base dos polígonos paralelos e
iguales y por caras, paralelogram os, en cant idad igual al núm ero de
lados de los polígonos que det erm inan las bases.
Privilegiado Que goza de un don nat ural poco com ún.
Proceso Causa crim inal seguida para ver la inocencia o
culpabilidad de alguien. Tam bién es el t ranscurso del t iem po.
Prodigio Milagro. Cosa m aravillosa y sorprendent e.
Product o Cosa producida. Cant idad que result a de la
m ult iplicación.
Proeza Hazaña, hecho señalado.
Profecía Predicción de un acont ecim ient o fut uro.
Proferir Pronunciar, decir, art icular palabras.
Profet a Se refiere a Mahom a, fundador del I slam ism o.
Progreso Desarrollo, adelant am ient o, perfeccionam ient o.
Prom edio Punt o m edio de algo. Térm ino m edio ent re dos cosas.
Propicio Favorable, oport uno.
Providencial De m anera que dirige las cosas a sus fines m ej ores.
Proyección I nfluencia, influj o poderoso.
Pudor Recat o, honest idad.
Pueril Propio de los niños.
Puerilidad Cosa de poca im port ancia insignificant e o despreciable.
Fut ilidad, frivolidad.
Pulgada Medida que corresponde a la duodécim a part e del pie y
equivale a algo m ás de 23 m ilím et ros.
Pút rido Podrido, corrom pido.

Querellant e Dícese de las personas ent re las que reina la


discordia y pleit ean por asunt os de int ereses.
Querencia Acción de querer o de am ar. Cariño que t om an los
anim ales a su guarida y t am bién sit io donde uno vive.
Queso Alim ent o obt enido haciendo ferm ent ar la leche cuaj ada.
Era uno de los alim ent os de los árabes nóm adas.
Quilat e Unidad de peso para las perlas y piedras preciosas ( 205
m gm ) . El oro de 24 quilat es t iene 2 de cobre.

Raciocinio Facult ad de razonar para conocer y j uzgar. Argum ent o.


Raudo Rápido, precipit ado, violent o.
Realce Relieve, cosa que sobresale, brillo. Lust re.
Recat o Honest idad, m odest ia.
Recint o Espacio com prendido dent ro de ciert os lím it es.
Recluido Encerrado, preso.
Reconsiderar Considerar de nuevo. Volver a pensar o a
reflexionar sobre una cosa.
Rect it ud Rect a razón o conocim ient o práct ico de lo que debem os
hacer o decir.
Recua Conj unt o de anim ales de carga.
Recurso Acción de dirigirse a uno para obt ener alguna cosa.
Medio, auxilio.
Redil Aprisco. Paraj e donde los past ores recogen el ganado para
resguardarlo de las inclem encias del t iem po y de los predadores.
Reflej ar Dej arse ver.
Refrenar Cont ener, reprim ir. Aplícase a suj et ar un caballo por
m edio del freno.
Refunfuño Gruñido en señal de disgust o.
Reliquia Vest igio que queda de una cosa.
Rem ont ar Subir hast a el origen de una cosa.
Reprim ir Cont ener, refrenar, t em plar o m oderar.
Resent im ient o disgust o o sent im ient o que se experim ent a por
algo. Malevolencia o rencor.
Ret órica Art e de bien decir, de em bellecer la expresión de los
concept os para deleit ar, persuadir o conm over.
Rezongar Gruñir, refunfuñar a lo que se m anda, efect uándolo de
m ala gana.
Rigor Escrupulosa severidad. Ext rem a precisión.
Risueño Que m uest ra risa en el sem blant e. De aspect o deleit able,
o capaz por alguna circunst ancia de infundir gozo o alegría.
Rit ual Acost um brado o cerem onia.
Rubí Piedra preciosa; variedad de alúm ina crist alizada,
t ransparent e y de color roj o vivo.
Rudo Tosco, bast o. Que no se aj ust a a las reglas del art e.
Grosero, áspero.
Rum í Nom bre despreciat ivo que suelen aplicar los m oros a los
crist ianos.
Rúst ico Cam pesino.
Rut ilant e Que brilla com o el oro o resplandece y despide rayos de
luz.

Saciar Sat isfacer, hart ar de com ida o de bebida.


Saet a Flecha, arm a arroj adiza.
Sagacidad Ast ucia y prudencia.
Sagaz Avisado, ast ut o y prudent e. Que prevé y previene las
cosas.
Sanguinario Feroz, vengat ivo, que se goza en derram ar sangre.
Sánscrit o Dícese de la lengua sagrada de los braham anes y a lo
referent e a ella ( lengua sánscrit a, poem as sánscrit os, et c) .
Saqueado Que ha sufrido la acción del saqueo, que es el robo
efect uado con violencia y de result as de una guerra.
Saquear Ent rar en una plaza o lugar robando cuant o se halla.
Sát ira Escrit o, discurso o dicho agudo, picant e y m ordaz, cuya
int ención es censurar acrem ent e o poner en ridículo a persona o
cosas.
Secret eo Lo dicho en secret o de una persona a ot ra.
Secundar Ayudar, servir, favorecer.
Seducir Caut ivar. Engañar con art e y m aña.
Seísm o Terrem ot o.
Sensat o Prudent e, cuerdo, de buen j uicio.
Sent encia Máxim a, pensam ient o cort o. Tam bién es el j uicio o la
decisión de un j uez.
Serenidad Tranquilidad, sosiego.
Servilism o Ciega y baj a adhesión a la aut oridad de uno.
Sicario Asesino asalariado.
Siervo Esclavo sirvient e.
Sigilosam ent e Calladam ent e, con secret o u ocult ación.
Sim bólico Que t iene una significación convencional.
Sim bolizar Servir una cosa com o sím bolo de ot ra, represent arla y
explicarla por alguna relación o sem ej anza que ent re ellas hay.
Sim et ría Proporción adecuada de las part es de un t odo ent re sí y
con el t odo m ism o.
Sim ient e Sem illa.
Sim ún Vient o abrasador de los desiert os de África y Arabia.
Singularidad Part icularidad, dist inción o separación de lo com ún.
Siniest ro Perverso, m al int encionado.
Siracusano Nat ural de Siracusa, puert o de Sicilia.
Siríaco Lengua hablada por los siríacos o los nat urales de Siria.
Sirio Nat ural de Siria ( Asia) .
Sobras Rest os, desperdicios o desechos.
Sobrenat ural Que excede las fuerzas de la nat uraleza.
Ext raordinario.
Solem ne Celebrado con pom pa o cerem onia ext raordinaria.
Sort ilegio Maleficio. Encant am ient o. Adivinación que se hace por
suert es superst iciosas.
Soslayo Oblicuam ent e, de lado.
Súbdit o Suj et o a la aut oridad de un superior con obligación de
obedecerle.
Sublim e Excelso, em inent e, de elevación ext raordinaria.
Sudanés Nat ural del Sudán ( África) .
Sufist a Persona pert enecient e a una sect a m usulm ana de Persia
que profesa el sufism o.
Sum ido Hundido.
Sum isam ent e Obedient em ent e, dócilm ent e.
Sunt uoso Magnífico, espléndido, rico.
Superst ición Creencia ext raña a la fe religiosa y cont raria a la
razón.
Suplicio Cast igo corporal. Vivo dolor físico o m oral.
Suprem o Que no t iene superior. Máxim o.
Suras Cualquiera de las lecciones o capít ulos en que se divide el
Corán.
Suscept ible Capaz de sufrir m odificación.
Sust ent ar Mant ener, sost ener.
Sut il t enue, delicado. Tam bién perspicaz, agudo.
Sut ileza Agudeza, perspicacia, ingeniosidad.

Tablado suelo de t ablas form ado en alt o sobre un arm azón.


Tablazón Conj unt o de t ablas que form an la cubiert a de un barco.
Tablero ( de aj edrez) Tabla de m adera de form a cuadrada, en la
que se hallan dispuest os, en form a alt ernada, sesent a y cuat ro
cuadrit os de dos colores, blanco y negro, usada en el j uego del
aj edrez.
Tacit urno Callado, t rist e, silencioso. Que habla poco.
Talism án I m agen o figura o sím bolo grabado o t allado con
correspondencia a los signos celest es, al cual se at ribuyen virt udes
port ent osas.
Tañer Tocar un inst rum ent o m úsico.
Tárt aro Nat ural de Tart aria ( Asia) .
Tenebroso Obscuro. Sum ido en las t inieblas. Secret o y pérfido.
Teólogo Persona que profesa la t eología o ciencia que t rat a de
Dios y de sus at ribut os y perfecciones.
Teorem a Proposición que afirm a una verdad dem ost rable.
Teoría Conocim ient o especulat ivo puram ent e racional.
Tercio Cada una de las t res part es iguales en que se divide un
t odo.
Terruño Lugar donde ha nacido una persona.
Tét rico Trist e, serio en dem asía, grave y m elancólico.
Tim brado Claro, sonoro.
Tiniebla Falt a de luz, oscuridad. En sent ido figurado y plural,
incert idum bre religiosa.
Tram o Dícese del que abusa de su poder o superioridad o fuerza.
Tit ubeo Duda, pequeña indecisión en el m om ent o de decir o hacer
algo.
Tonada Com posición que puede cant arse y t am bién m úsica que
sirve para la m ism a.
Torneo Com pet ición.
Torpe Lent o, t ardo y pesado. Desm añado, falt o de habilidad y
dest reza. Rudo, t ardo en com prender, indecoroso, feo y t osco.
Tosco Bast o, sin pulim ent o ni labor.
Tort uoso Que t iene m uchas vuelt as y da m uchos rodeos.
Torvam ent e De m odo airado e irrit ado.
Tradición Doct rina, cost um bre, rit o o not icia t ransm it ida de
padres a hij os al correr de los t iem pos y sucederse las generaciones.
Transacción Trat o, negocio, convent o com ercial.
Transcribir Copiar un escrit o.
Trascendent e De m ucha im port ancia o gravedad, por sus
probables consecuencias.
Tribu Conj unt o de fam ilias nóm adas, por lo com ún del m ism o
origen, que obedece a un j efe.
Trigueño De color de t rigo; ent re m oreno y rubio.
Trino Cant o de los páj aros.
Tripolit ano Nat ural de Trípoli ( África) .
Trivial Muy conocido, vulgar, com ún.
Trono Asient o con gradas y dosel usado por los m onarcas y ot ras
personas de alt a dignidad. Dignidad de rey o soberano.
Tropel Movim ient o acelerado y desordenado. Prisa y confusión.
Túm ulo Sepulcro levant ado de la t ierra. Mont ículo de t ierra con
que en algunos pueblos ant iguos era cost um bre cubrir una sepult ura.
Túnica Vest idura ext erior, am plia y larga.
Turbant e Tocado propio de los orient ales que consist e en una faj a
larga de t ela que se arrolla alrededor de la cabeza.
Turbar Alt erar o conm over el est ado o curso nat ural de una cosa.
Sorprender o at urdir a uno de m odo que no aciert e a hablar o a
proseguir lo que est aba haciendo. I nt errum pir violent a o
m olest am ent e la quiet ud.
Turbulent o Confuso, alborot ado, belicoso.
Turco Nat ural de Turquía. Est ado de la península de los Balcanes
y del Asia occident al.

Ulem a doct or de la ley m ahom et ana. Hom bre dot ado de gran
cult ura. Sabio.
Universalidad Calidad de universal, de generalidad, de t ot alidad.

Valer Aprecio, est im a.


Vanidoso Persona engreída, envanecida.
Veda Cada uno de los libros sagrados prim it ivos de la I ndia.
Venerar Respet ar en sum o grado o dar cult o.
Venerable Digno de profundo respet o.
Veracidad Calidad de veraz o verdadero.
Verbosidad Palabrería, abundancia de palabras generalm ent e
inút iles.
Versículo Cada una de las breves divisiones de los capít ulos de
ciert os libros y singularm ent e de las Sagradas Escrit uras.
Vínculo Lazo, at adura, unión a algo.
Visión Percepción im aginaria de obj et os o sit uaciones que no son
reales.
Visir Minist ro de un soberano m usulm án.
Vocablo Palabra.
Vulnerable Que puede ser herido.
Y

Yelm o Part e de la arm adura ant igua que resguardaba la cabeza y


el rost ro, y se com ponía de m orrión, vísera y barbera.
Yem enit a Nat ural del Yem en ( Asia) .
Yerm o Desiert o, incult o.

Zafiro Piedra preciosa. Corindón crist alizado de color azul.


Zoco Plaza, m ercado; lugar en que el m ism o se celebra.
Voce s á r a be s

Abas Unidad de peso em pleada en la valoración de las perlas.


Adj am is Significa “ j óvenes de ot ras t ierras” .
Adduhhr Mediodía. Hora del sol m ás int enso.
Ars Oración de la t arde. Debe hacerse ent re las t res y las cinco de
la t arde, de acuerdo con el clim a de la región o est ación del año.
Ashrs Significa apart ado; breve capít ulo.

Baraka Buena suert e. Cualquier sort ilegio para evit ar la


desgracia.
Beni Voz que significa “ hij o de” y ent ra en la form ación de
m uchos nom bres árabes.

Careh Variedad de cam ello.


Cassida Poem a.
Cat e Medida de peso em pleada en China.
Cat il Moneda, unidad de peso.
Ceiras Unidad de capacidad y peso usada en la I ndia. Su valor
variaba de una localidad a ot ra.

CH

Cha- band Uno de los m eses del calendario árabe.


Chahis Moneda persa de plat a.
Cham ir Jefe de una caravana.
Chilaba Vest idura con capucha.
D

Daroes Sant ón, especie de m onj e m usulm án. En la I ndia se


denom ina faquir. Por lo general, vive de la m endicidad.
Dj aliciana Esclava de origen español, generalm ent e crist iana.
Dj ins Térm ino de la m it ología árabe. Genios sobrenat urales
bienhechores en cuya exist encia creían. Act ualm ent e esas creencias
perviven solo ent re las clases incult as. En “ Las m il y una noches”
aparecen con frecuencia int erviniendo en los dest inos hum anos.

Efrit Genio poderoso; por lo general m aléfico y peligroso.


El- hadj Esa expresión, cuando precede a un nom bre, indica que la
persona ya fue en peregrinación a La Meca
El- m edah Cont ador de hist orias.

Hadit hs Hadices. Denom inación dada a ciert as frases de elevada


lección m oral, m ant enidas por la t radición oral y que encierran
enseñanzas at ribuidas a Mahom a o a los com pañeros del Profet a que
disfrut aban de m erecido prest igio y aut oridad en lo relat ivo a la
doct rina islám ica.
Haic Velo t upido con el cual se cubren el rost ro las m uj eres
m usulm anas.
Ham an Casa de baños.
Haquim Médico a quien el rey confía la salud de sus esposas.
Haquim - oio- ien Ocult ist a.
Henna Tint a que las m uj eres usan para pint arse las uñas.
Hurí Muj er del paraíso m ahom et ano.

I
I m án Encargado de presidir y dirigir la oración del pueblo ent re
los m ahom et anos.
I slam Propiam ent e significa “ salvación” y se aplica a la religión de
Mahom a.

Jam al Voz árabe. Una de las m uchas denom inaciones que los
árabes dan al cam ello.
Jedive Derivado del idiom a persa, era el t ít ulo del virrey de
Egipt o. Es sinónim o de regio.

Kadam ba Flor.
Kaf, lam y ayu Nom bre de t res let ras not ables y de uso corrient e
en el alfabet o árabe. La últ im a no puede ser pronunciada
correct am ent e por un lat ino; es una especie de “ a” sorda y gut ural
que sólo los orient ales reproducen con perfección.
Kafira I nfiel, crist iana.
Khol Cosm ét ico, pint ura para los oj os.
Kif Product o ext raido del cáñam o que los árabes suelen fum ar.
Causa em briaguez.
Krut aj a Flor.

Mabid Servidor, sem iesclavo.


Maharaj á Tít ulo que significa Gran Rey y que se aplica hoy a casi
t odos los príncipes de la I ndia. Fem . Maharani.
Mahzm a Vest ido usado por las bailarinas.
Marazan Cuerda o corde.
¿Men ein? ¿Hacia dónde m e queréis llevar?
Mirza Palabra persa cuyo significado lit eral es: “ nacido de m ir” ,
est o es, noble. Hidalgo.
Moabit a De Moab, en la Arabia Pet rea.
Moalakat Ant iguam ent e era cost um bre ent re los árabes prom over
t orneos lit erarios, especialm ent e poét icos. Muchos poet as
part icipaban en est os t orneos de belleza y fant asía. Cuando el poem a
de un det erm inado poet a era señalado públicam ent e com o obra digna
de adm iración, no solo por la form a sino t am bién por las im ágenes,
est e poem a era escrit o en let ras de oro sobre ricas t elas. Las let ras
eran bordadas por hábiles calígrafos y las t elas eran colocadas en el
t em plo de La Caaba. Tales t elas eran llam adas m oalakat , es decir,
expuest as en lo alt o. Varios poet as de los siglos V y VI fueron
fam osos por sus m oalakat s.
Mogreb Oración de la t arde, al ocult arse el sol.
Moharra Mes del calendario árabe.
Muezín Alm uecín, alm uédano. Religioso m usulm án que, desde el
alm inar a t orre de la m ezquit a, llam a al pueblo a la oración.
Muft i Jurisconsult o m usulm án.
Mut avif Guía de los peregrinos que desean visit ar los Lugares
Sant os del I slam . El m ut avif debe conocer t odas las oraciones y est ar
convenient em ent e inform ado de los deberes de los fieles.

Pandnus Flor
Parasanga Medida it ineraria persa de 5.250 m .

Radj Jefe m ilit ar.


Ram adán Noveno m es del año lunar de los m ahom et anos,
quienes durant e sus t reint a días observan riguroso ayuno.
Rat l Medida de peso equivalent e a un cent ésim o de la arroba.
Rhegeb Sépt im o m es del año lunar de los m ahom et anos.

Salam Expresión de que se sirven los árabes para saludar. Quiere


decir paz. Cuando un m ahom et ano se encuent ra con ot ro lo saluda en
los siguient es t érm inos: Salam Aleikum ( La Paz de Dios sea cont igo) .
Y al pronunciar est as palabras se lleva la m ano derecha a la alt ura del
corazón. La respuest a suele ser: Aleikum salam ( ¡Sea cont igo la
paz! ) .
Segunda oración Oración del m ediodía.
Sej id Tít ulo honroso que se concede a los príncipes descendient es
de Mahom a. Los que se dicen descendient es del fundador del
I slam ism o se j uzgan con derecho a usar el t ít ulo de Jerife o Sej id. El
Jerife, cuando ej erce cargo de alt o prest igio, recibe el t ít ulo de Em ir.
Jerife es en general cualquier persona de origen noble.
Silinda Flor.
Sob Part e de la m añana.
Sudra Esclavo, individuo pert enecient e a la últ im a de las cuat ro
cast as en que se halla dividida la población de la I ndia.
Sunit a Miem bro de una de las sect as m usulm anas adscrit o a la
creencia de la “ Sunnat ” . Los sunit as son cont rarios a t oda
m anifest ación art íst ica.

Tim ún Moneda persa de oro. Tam bién se llam a “ serafín” a part ir


del siglo XV.
Tuareg Pueblo nóm ada de raza berebere, que habit a en los
desiert os del nort e de África.

Vaicia Miem bro de la cast a brahm ánica form ada por los
agricult ores.
Vequil I nt endent e. Encargado de la adm inist ración de un barrio.

Xara Toda ley m ahom et ana que sin est ar expresam ent e indicada
en el Corán se deriva de ella. Las xaras obedecen a circunst ancias
especiales y no obligan a t odos.
Xat rias Cast a m ilit ar y una de las cuat ro en que se divide el
pueblo hindú. Form an las ot ras los braham anes ( sacerdot es) , vairkas
( operarios) y sudras ( esclavos) .
N a cion e s, ciu da de s, a ccide n t e s ge ogr á ficos.
N om br e s de a u t or e s, pe r son a j e s h ist ór icos, m a t e m á t icos…
e t c.

Abul Hassn Ali Not able lit erat o, nat ural de Alcalá la Real ( Prov. De
Jaén, España) ( 1200- 1280) . Era adem ás un fam oso ast rólogo. Nos
legó la obra t it ulada Trat ado de los inst rum ent os ast ronóm icos.

Alej andría Ciudad y puert o de Egipt o, a orillas del Medit erráneo.


Fue fundada por Alej andro Magno ( 331 a. de J.C.) . Célebre por el faro
de 400 pies de alt o que ilum inaba su rada. Cent ro art íst ico y lit erario
de Orient e. Poseía la ciudad una not able bibliot eca incendiada por
prim era vez por los soldados vict oriosos de César; ardió nuevam ent e
en 390 y sus rest os según una leyenda, fueron dest ruidos por el
califa Om ar en 641.

Al- Kharism i Mat em át ico y ast rónom o persa. Vivió en la prim era
m it ad del siglo I X. Cont ribuyó de form a not able al progreso de la
Mat em át ica. A él debem os, ent re ot ras cosas, el sist em a de posición
en la grafía de los núm eros. Era m usulm án.

Allah o Ala Dios. Se adm it e que el vocablo Allah t iene su origen


en la voz Huuu- u, que sería el ruido de las t em pest ades. El vocablo
ya era usual ent re los árabes en el siglo V a. de J.C. Los árabes
designan al Creador con cuat rocient os novent a y nueve nom bres
dist int os. Siem pre que pronuncian el nom bre de Dios, le añaden una
expresión de hom enaj e y adoración. Los m usulm anes, al igual que los
crist ianos, son rigurosam ent e m onot eíst as y su Dios es el m ism o.

Al- Mot acén califa de Bagdad. Subió al t rono en el año 1242 ( 640
de la Hégira) . Fue un soberano bondadoso y sencillo. Gobernó hast a
la invasión de los m ongoles en 1258. su m uert e acaeció el 10 de
febrero de est e m ism o año.

Al- Schira Nom bre dado por los árabes a la est rella Sirius, la m ás
brillant e de la Const elación Osa Mayor.
Am ina Madre del Profet a Mahom a.

Ant ar Poet a y guerrero árabe, act or de una m oalakat de rara


inspiración. Era negro, hij o de una esclava et íope. Su am or por Abla,
su prim a, inspiró un verdadero t esoro de la lit erat ura árabe. Vivió en
el siglo V y su nom bre com plet o era I bn Shaddad Ant ar.

Apast am ba Mat em át ico hindú, que vivió en los siglos I I a I V a. de


J.C.

Apolunio Geóm et ra griego, nacido en Perga ( ¿262- 180? a. de


J.C.)

Ararat Mont aña de Anat olia, Asia Menor; donde, según la Biblia,
encalló el Arca de Noé al descender las aguas del Diluvio. ( 5.165
m et ros de alt it ud) .

Aria- Bat a Ast rónom o y m at em át ico hindú, considerado com o el


prim er algebrist a de ciert a fam a en los dom inios de las ciencias
abst ract as. Det erm inó las causas del m ovim ient o de rot ación de la
Tierra.

Arquím edes Geóm et ra y físico de la ant igüedad, nacido en


Siracusa ( ¿287- 212? a. de J.C.) , aut or de num erosos invent os. Fue
m uert o por un soldado de Marcelo, general rom ano, al apoderarse de
la ciudad.

Asrail El ángel de la m uert e.

At enas Capit al del At ica y ciudad m ás im port ant e de la Grecia


Ant igua. Ent re sus m onum ent os dest aca la acrópolis.

Bagdad Capit al de I rak, sit uada a orillas del Tigres. Fue la capit al
de los califas abbasies y su fundación se at ribuye a Al- Mansur, de
Harem - al- Raschid ( 745- 786) . Fue saqueada y dest ruida en 1258.
Basora Ciudad del I rak, cerca del Golfo Pérsico.

Benarés Ciudad sagrada de la I ndia, a orillas del río Ganges.

Bhaskhara, el Sabio Fam oso geóm et ra hindú. Vivió en el siglo XI I .


Su obra m ás conocida es Lilavat i.

Bidom Ciudad de la I ndia, en la provincia de Decan.

Buda Nom bre con el que habit ualm ent e se designa al fundador
del budism o. Siddhart a Got am a, personaj e hist órico, hij o del j efe de
la t ribu de los zâkyas, Considerando que vivir es sufrir y que el
sufrim ient o result a de la pasión, Got am a vio en la renuncia de sí
m ism o el único m edio de librarse del sufrim ient o. El ideal budist a
consist e en conducir al fiel a la aniquilación suprem a o nirvana. El
budism o cuent a en Ext em o Orient e con 500 m illones de adept os.

Caaba Fam oso t em plo de La Meca, considerado com o el prim er


edificio const ruido para adorar a Allah ( Dios) . Lit eralm ent e significa El
Cubo, pues la piedra que en él se venera t iene la form a de un
hexaedro. Creen los árabes que dicha piedra cayó del cielo.

Cachem ira Provincia del nort e de la I ndia. Fue célebre por sus
chales.

Cairo, El Capit al de Egipt o, ( África) cerca del Nilo, fundada en


969.

Calian Región de la I ndia.

Cáucaso Cadena de m ont añas de la U.R.S.S.C que se ext iende


ent re el m ar Negro y el m ar Caspio.
Cirenaica Ant igua región del nort e de África, al O. de Egipt o, que
fue colonia griega.

Ciudad Sant a Para los m usulm anes, La Meca.

Com t e August o Com t e, filósofo francés nacido en Mont pellier


( 1798- 1857) , creador de la escuela posit ivist a y de la ciencia
sociológica, y aut or de un “ Curso de Filosofía Posit iva” considerada
com o una de las obras capit ales de la filosofía del siglo XX. Su
Geom et ría Analít ica fue de alt o relieve para el progreso de la
Mat em át ica. Era agnóst ico.

Confucio Filósofo chino ( 551- 479 a. de J.C.) fundador de un


elevado sist em a de m oral, que celebra la fidelidad a la t radición
nacional y fam iliar.

Const ant inopla Nom bre dado por Const ant ino a Bizancio. Se t rat a
de la act ual Est am bul, ciudad y puert o de Turquía a orillas del
Bósforo. El est recho de Const ant inopla se llam ó Bósforo de Tracia.

Corán, El El libro sagrado de los m usulm anes, cuyo cont enido fue
revelado a Mahom a por el Arcángel Gabriel. De acuerdo con la
filosofía dogm át ica del I slam , el Corán es obra exclusiva de Allah y
siem pre exist ió, es decir; es el Libro I ncreado que figura ent re las
cosas et ernas. Adm it e la predest inación y de aquí la frase árabe:
“ est aba escrit o” .

Córdoba Ciudad de España, capit al de la provincia del m ism o


nom bre, a orillas del Guadalquivir. Ant igua capit al de los Om eyas y
sede del califat o independient e. Pat ria de Séneca, Avicena. Averroes,
et cét era.

Corom andel Nom bre dado a la cost a orient al de la I ndia, en el


golfo de Bengala.

CH
China Nación de Asia. Lim it a al nort e con la U.R.S.S. y Mongolia;
al E. con el océano Pacífico; al S. con Viet nam del Nort e, Tailandia,
Birm ania, Laos, I ndia y Nepal; al O. con I ndia, Afganist án y la
U.R.S.S.

Chipre I sla del m ar Medit erráneo orient al. Los t urcos se


apoderaron de ella y en 1878 la cedieron a I nglat erra. Hoy es
independient e baj o la influencia griega. Su población est á form ada
por t urcos y griegos.

Dacsina Región de la I ndia.

Dam asco capit al de Siria ( Asia) . Ant igua residencia de los califas
om eyas; célebre en ot ros t iem pos por sus arm as blancas.

Decán Provincia de la I ndia sit uada al sur de los m ont es Vindhias.

Delhi Ciudad de la I ndia, capit al del t errit orio del m ism o nom bre.

Descart es René Descart es, filósofo, m at em át ico y físico francés


nacido en La Haya ( Turena) ( 1596- 1650) . Creó la Geom et ría Analít ica
y descubrió los fundam ent os de la ópt ica geom ét rica. Era crist iano.

Dhanout ara Diosa de la m it ología de la I ndia.

Diofant o Mat em át ico griego nacido en Alej andría ( 325- 409)

Dravira Provincia de la I ndia, al sur del I ndost án.

Erast ót enes Ast rónom o, m at em át ico y filósofo griego ( ¿284- 192?


a. de J.C.) que fue el prim ero en m edir la longit ud del m eridiano
t errest re y la oblicuidad de la eclípt ica. I nvent ó la fam osa t abla de
núm eros prim os llam ada “ Criba de Erat óst enes” .
Esopo Fabulist a griego ( siglo VI I - VI a. de J.C.) prim ero esclavo,
después libert o. Muert o por los habit ant es de Delfos. Las lenguas de
Esopo designan en lit erat ura, las cosas que según se consideren
pueden ser lo m ism o celebradas que vit uperadas.

Euclides, Alej andro Mat em át ico griego, que enseñaba en


Alej andría durant e el reinado de Pt olom eo I siglo I I ant es de J.C. Nos
ha dej ado la obra Elem ent os que const it uye la base de la geom et ría
plana act ual.

Euler Leonardo Euler, m at em át ico suizo ( 1707- 1783) . Hizo


est udios sobre el Análisis Mat em át ico y la Mecánica Racional. Se
calcula que escribió cerca de m il doscient as m em orias sobre
cuest iones cient íficas. Era crist iano- prot est ant e.

Ganges, País del Se refiere a la I ndia.

Gengis Khan Conquist ador t árt aro, fundador del prim er im perio
m ongol ( 1154- 1227) .

Génova Ciudad de I t alia, im port ant e puert o del Medit erráneo.

Gran Geóm et ra Se refiere a Dios.

Grecia Nación europea, en la península de los Balcanes. Lim it a al


N. con Albania, Yugoslavia, Bulgaria y Turquía; al E. S. y O. con el
Mar Medit erráneo y el Mar Jónico.

Hedj az Región de Arabia, en el Mar Roj o.

Hierón Rey de Siracusa ( 265- 215 a. de J.C.) .


Him alaya Cadena de m ont añas de Asia, que se ext iende del E. al
O. ent re los valles del I ndo y del Brahm aput ra, separa el I ndost án del
Tíbet y com prende las cim as m ás elevadas del globo: Everest ( 8.882
m .) .

Hipat ia Vivió en el siglo V. Por ser pagana fue ruelm ent e lapidada
por un grupo de fanát icos crist ianos. Su m uert e ocurrió en el año
415.

Hircania Com arca de la ant igua Persia al S. y SE. del Mar Caspio.
Era célebre por sus t igres y por la rudeza salvaj e de sus habit ant es
que eran huest es m uy aguerridas.

I clim ia Nom bre at ribuido a la m ayor de las hij as de Eva, y era


según la t radición árabe m ás j oven que Caín.

I ndia Est ado de Asia Meridional, lim it ando al N. con el Tíbet y


Nepal; al E. con Paquist aní Orient al, al O. con Paquist aní Occident al y
al SO., S. y SE. con el Océano Í ndico. A los pies de los alt os m ont es
Him alaya circulan por am plios valles los grandes ríos Ganges e I ndo.

I slam Est e t érm ino se em plea en t res sent idos, a) Denom inación
dada a la religión fundada por Mahom a en el año 622. Esa religión se
denom ina “ m usulm ana” . b) Conj unt o de países que adopt an la
religión m usulm ana. c) Cult ura, civilización árabe en general. La
form a I slam deriva del árabe Assalan que significa paz, arm onía,
confrat ernización. Tam bién expresa la resignación a la volunt ad de
Dios.

I ssa Jesús, hij o de María que cit a El Corán.

I st am bul V. Const ant inopla. Su ant iguo nom bre.

J
Juegos Olím picos Se celebraban cada cuat ro años, cerca de
Olim pia, ciudad del Peloponeso ( Grecia) . El vencedor recibía la corona
olím pica. El barón Pierre de Coubert in rest auró los Juegos Olím picos
en 1896 en la ciudad de At enas y desde ent onces se celebran cada
cuat ro años, en dist int a ciudad, con la part icipación de at let as de
t odos los países del m undo.

Júpit er Ent re los rom anos, el padre de los dioses correspondient e


al Zeus griego. Venció a los t it anes, derribó a su padre Sat urno. Dios
del Cielo, de la Luz diurna, del Tiem po y de los Rayos. Se ha dado
est e nom bre al planet a m ayor de nuest ro sist em a solar y est á
rodeado de nueve sat élit es. Su brillo es com parable al de Venus y
recibe del Sol veint icinco veces m enos calor que la Tierra.

Kham at de Maru Ciudad sit uada al pie del Mont e Ararat ( Persia) .

Khayyan Om ar Om ar I brahim al Khayyan Git at - ad- Din Abul Falh.


Fam oso poet a, filósofo y geóm et ra persa ( 1048- 1123) . Aut or de
Rubaiyat .

Khoi Pequeña aldea de Persia, sit uada en el valle del Ararat .

Korassan Provincia del NE de Persia. Su capit al es Meched o


Mechehed, célebre en la ant igüedad por el com ercio y m anufact ura
de pieles.

Labid Fam oso poet a árabe cont em poráneo de Mahom a. Su


nom bre com plet o era Rabia Abul Akil Labid. Se cuent a que ya en su
vej ez oyó al Profet a declam ar un versículo del Corán, quedando
profundam ent e em ocionado. Abandonó la poesía y se dedicó
exclusivam ent e a la religión. Murió en el año 862. Se convirt ió en uno
de los m ás eficaces elem ent os, gracias a su t alent o poét ico, para
increm ent ar los adept os a la nueva religión.

Lagrange Joseph Louis Lagrenge, m at em át ico francés ( 1736-


1813) . Verdaderam ent e genial en sus invest igaciones sobre Física
Teórica, Cálculo Com binat orio, Álgebra y Análisis Mat em át ico. Aut or
de la fam osa Mecánica Analít ica, uno de los m ás dest acados avances
de la Mat em át ica. La m ás noble y m ás abst ract a de las ciencias, en
honor a est e not able analist a, se llam ó “ Ciencia de Lagrange” . Era
crist iano- cat ólico.

Lahur Sessa Nom bre del invent or del j uego de aj edrez. Significa
“ nat ural de Lahur” .

Leibniz Got t fried Leibniz, filósofo y m at em át ico alem án nacido en


Leipzig ( 1646- 1716) que descubrió, al m ism o t iem po que Newt on, el
Cálculo infinit esim al y const ruyó una m áquina de m ult iplicar.

Líbano Est ado del Orient e Medio ( Asia) .

Libro de Allah El Corán.

Libro Et erno El Corán.

Libro I ncreado El Corán.

Libro Sant o Se dice de El Corán.

Maçudi Gran hist oriador y geógrafo árabe, nat ural de Bagdad. Era
descendient e de uno de los com pañeros de Mahom a. Su nom bre
com plet o era: Abul Hassan Al Ben Al Husain al Maçudi. Dej ó m uchas
obras not ables. Murió en el año 936 a los set ent a y dos años.

Madagascar Gran isla del Océano I ndico, separada de África por el


Canal de MNozam bique.
Mahom a Fundador del islam ism o, nacido en La Meca en el año
571. Huérfano desde t em prana edad fue criado prim eram ent e por su
abuelo y luego por un t ío, am bos pobres. Tuvo pues que em plearse
com o past or, pasando a servir m ás t arde com o guía de caravanas;
ent rando, por fin, al servicio de una prim a, viuda y rica, llam ada
Cadidj a. Después de haber m edit ado durant e quince años sobre la
reform a religiosa y social de la nación árabe convirt ió a m uchos
discípulos, pero se hizo asim ism o gran núm ero de adversarios
viéndose obligado a huir ( hégira) en 622, fecha que señala el
principio de la era m usulm ana. Est alló la guerra result ando vencedor.
En el año 630 se apoderó de La Meca. Poco a poco, t odas las t ribus
rebeldes fueron som et iéndose, quedando fundado definit ivam ent e el
islam ism o.

Marcelo, Marco Claudio General rom ano cinco veces cónsul.


Durant e la segunda guerra púnica se apoderó de Siracusa ( 212 a. de
J.C.) donde sus soldados degollaron a Arquím edes. Murió en 208 a.
de J.C. com bat iendo com o Aníbal, al que ant eriorm ent e había
vencido.

Meca, La Ciudad Sant a de la Arabia, pat ria de Mahom a, que t odo


m usulm án t iene la obligación visit ar, por lo m enos una vez en su
vida.

Medina Ciudad de Arabia. Ciudad Sant a de los m usulm anes,


refugio de Mahom a en 622.

Mohalhil Poet a árabe del siglo VI .

Mongolia Vast a región de Asia Cent ral, desiert a en gran part e y


rodeada de alt os m acizos m ont añosos.

Mosul Ciudad de I rak ( Asia) , a orillas del Tigres.

Most adi Moham ed Hassan Califa de Bagdad de la dinast ía de los


abbásidas. Aunque de caráct er débil e indeciso encont ró dos
poderosos auxiliares en Nuredin y Saladit o que hizo que el califat o
recuperase algunas provincias que le habían sido arrebat adas. Baj o el
reinado de su niet o MOSTANSER la España m usulm ana reconoció
com o j efe al califa de Bagdad.

Newt on Sir I saac Newt on, ilust re m at em át ico, físico, ast rónom o y
filósofo inglés nacido en Wolst horpe ( Lincolnshire) ( 1642- 1727) . Se
hizo inm ort al gracias a su descubrim ient o de la Ley de la Gravit ación
Universal y a sus est udios sobre la descom posición de la luz y el
Cálculo infinit esim al. Era crist iano- prot est ant e.

Nilo Gran río de África. Tiene sus fuent es en el lago Vict oria.
Desem boca en el Medit erráneo, cerca de El Cairo. Su curso es de
unos 6.500 kilóm et ros. At raviesa Nubia y Egipt o al que fert iliza por
m edio de sus desbordam ient os periódicos. En la act ualidad se halla
en const rucción la gran presa de Assuan para regularizar su cauce.

Ot m an Nom bre del fundador del im perio de los t urcos ot om anos


( 1250- 1326) , a quien se debe la const rucción de varias m ezquit as.

Ot om anos Nom bre que se dio a los habit ant es del im perio t urco y
que provino del que fue su fundador en el año 1259.

Pascal Blaise Pascal, geóm et ra y filósofo francés nacido en


Clerm ont _Ferrand ( 1623- 1662) . Dej ó profunda huella de su
genialidad en la Geom et ría: el célebre t eorem a de Pascal. I nvent ó la
prim era m áquina de calcular. Es considerado com o uno de los
fundadores del Cálculo de Probabilidades. Era crist iano.

Pent at hlón Conj unt o de cinco pruebas at lét icas que consist en en
la act ualidad en: carrera de 200 y 1.500 m et ros lisos, salt o de
longit ud y lanzam ient o del disco y j abalina.
Persia Act ualm ent e I rán. Reino del SO. de Asia, ent re la U.R.S.S.
y el Mar Caspio al N. Afganist án y Paquist aní al E. el Golfo Pérsico al
S. I rak y Turquía al O.

Pit ágoras Filósofo y m at em át ico griego nacido en la isla de Sam os


( 580- 500?) cuya vida es poco conocida. Fundó la sect a de los
pit agóricos. Nada se sabe de sus descubrim ient os m at em át icos,
geom ét ricos o ast ronóm icos, si bien se le at ribuye el descubrim ient o
de la t abla de m ult iplicar, del sist em a decim al y del t eorem a que lleva
su nom bre.

Plat ón Filósofo griego, nacido en At enas ( 428- 347 o 348 ant es de


J.C.) , discípulo de Sócrat es y m aest ro de Arist ót eles. Es aut or de los
diálogos Crit ón, Fedón, Fedro, Gorgias, El Banquet e, La República,
et c.

Príncipe de los Creyent es Tít ulo dado al Califa.

Pt olom eo I I I Rey de Egit o de 246 a 221 ant es de J. C.

Rhazes Médico árabe de ext raordinario renom bre considerado


com o la figura m ás dest acada de la ciencia m usulm ana ( 865- 925) .
Ej erció la clínica en el Hospit al de Bagdad y llegó a t ener m uchos
discípulos. Era apellidado El Observador.

Rig veda El prim ero de los cuat ro libros sagrados de la I ndia


escrit o en lengua sánscrit a. Nos inform a acerca de la civilización de
los hom bres de raza aria de la I ndia, en especial de su cult o y de su
organización social.

S
Saba, reina de Llam ada t am bién Balkis, Belquiss o Makeda,
célebre por su riqueza, se t rasladó a Jerusalén para visit ar a
Salom ón, at raída por la fam a de su sabiduría.

Sabdhu Río de la I ndia.

Salom ón, rey Hij o y sucesor de David, que reinó de 961 a 922 a.
de J.C. Casó con la hij a del rey de Egipt o, que se convirt ió en aliado
suyo, vivió en buena int eligencia con los t irios y se consagró
ent eram ent e a la adm inist ración y al em bellecim ient o de sus est ados.
Edificó el t em plo de Jerusalén y se hizo legendaria su sabiduría en
t odo Orient e. La t radición le at ribuye el Libro de los Proverbios, El
Cant ar de los Cant ares y El Eclesiast és.

Sam arra Ciudad de I rak, al nort e de Bagdad. Capit al de los


Abat idas en el siglo I X.

Selsebit Fuent e del Paraíso, cit ada en el Corán.

Séneca Lucio Anneo Séneca, filósofo hispanolat ino nacido en


Córdoba ( ¿4?- 65) , hij o de Marco Anneo. Fue precept or de Nerón y
cónsul. Sospechoso de haber part icipado en la conspiración de Pisón,
se suicidó abriéndose las venas.

Serendib Nom bre ant iguo de Ceilán.

Siracusa Ciudad de Sicilia, pat ria de Arquím edes.

Siria El Aram de la Biblia, región de Asia Occident al que


com prende las act uales repúblicas de Siria y el Líbano, el reino de
Jordania y el est ado de I srael. Fue punt o de convergencia de las
civilizaciones de Babilonia, Egipt o y Grecia.

Sócrat es Filósofo griego, nacido en At enas ( 470- 399 ant es de


J.C.) , sím bolo del genio de su civilización. Acusado de at acar a los
dioses y de corrom per a la j uvent ud fue condenado a beber la cicut a,
m uriendo con gran valor y resignación.
Solim án I I Llam ado “ El Magnífico” , el m ás célebre de los sult anes
ot om anos. Reinó de 1520 a 1566.

St ael, Mm e. Escrit ora francesa nacida en París ( 1766- 1817) , hij a


de Necker. Aut ora de novelas ( Delfina, Corinna) y del libro De
Alem ania que cont ribuyó poderosam ent e a difundir las corrient es
rom ánt icas.

Sudán Est ado de Áfric, en el Alt o Nilo.

Tabessa Nom bre fem enino cuyo significado es “ pequeñit a” .

Tagore, Rabindranat h Rabindranat h Thakur, llam ado Tagore,


poet a indio nacido en Calcut a ( 1861- 1941) , aut or de poem as
not ables de la m ás alt a inspiración m íst ica. En 1913 fue galardonado
con el Prem io Nobel.

Taligana Provincia de la I ndia.

Tarafa Poet a árabe del siglo I V. Se llam aba I bn Al- Abd al Bakki
Tarafa. Fue el m ayor de los poet as ant eislám icos. Varios de sus
poem as fueron t raducidos al francés, al it aliano y al alem án.

Techandra Diosa de la m it ología india.

Teherán Capit al de Persia ( Asia Menor) .

Telassim Nom bre fem enino que significa t alism án.

Tigris Río de Asia int erior, que nace en los m ont es de Arm enia,
pasa por Mosul y Bagdad y se une al Éufrat es, poco ant es de
desem bocar en el Golfo Pérsico.

Toledo Ciudad de España, capit al de la provincia del m ism o


nom bre.
Trípoli Capit al de Libia ( África) a orillas del Medit erráneo.

Vichnu Segundo m iem bro de la Trinidad brahm ánica.

Vyasa Anacoret a indio a quien se at ribuye la com pilación de los


Vedas.

Yem en Est ado del SO. de la Península Arábiga, a lo largo del Mar
Roj o.

Yenna Río del I ndost án que nace en el Him alaya, riega a Delhi y
viert e sus aguas en el Ganges.

Zodíaco Zona circular de la esfera t errest re por cuyo cent ro pasa


la eclípt ica, y que cont iene las doce const elaciones que parece
recorrer el sol en el espacio de un año.

Zuna Ley t radicional m ahom et ana. Las zunas vienen im puest as


por el t iem po y no son de obligada obediencia para t odos los
m ahom et anos si bien en ciert as zonas son rigurosam ent e acat adas.
Interjecciones árabes

¡Al Latif! El Revelador. Uno de los noventa y nueve epítetos que


los musulmanes dedican a Dios.

¡Al-uahhad! ¡Oh liberal! Uno de los noventa y nueve epítetos que


los árabes atribuyen a Dios.

¡Alahur Acbar! ¡Dios es grande!

¡Allah Akbar! ¡Dios es grande!

¡Allah badique, la sidi! ¡Dios os guíe, señor!

¡Allah sea contigo! ¡Dios te proteja!

¡Hai al el-salah! ¡Preparaos para la oración!

¡Iallah! ¡Dios sea loado! ¡Exaltado sea Dios!

¡Inch Allah! ¡Quiera dios! ¡Ojalá!

¡Kelimet Uallah! ¡Palabra de Dios!

¡Mac Allah! ¡Poderoso es Dios!

¡Maktub! ¡Estaba escrito! Expresión que refleja perfectamente el


fatalismo musulmán y su creencia en la predestinación.

¡Por Allah, Al Latif! ¡Por Allah, El Revelador!

¡Uassalam! Fórmula usual de despedida.

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