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El Hombre Que Calculaba
El Hombre Que Calculaba
CALCULABA
Malba Tahan *
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2
Dedicatoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
CAPITULO I
En el que se narran las divertidas circunstancias de mi encuentro con
un singular viajero camino de la ciudad de Samarra, en la Ruta de
Bagdad. Qué hacía el viajero y cuáles eran sus palabras. . . . . . . . . . . . . 6
CAPITULO II
Donde Beremiz Samir, el Hombre que Calculaba, cuenta la historia de
su vida. Cómo quedé informado de los cálculos prodigiosos que
realizaba y de cómo vinimos a convertirnos en compañeros de jornada. 7
CAPITULO III
Donde se narra la singular aventura de los treinta y cinco camellos que
tenían que ser repartidos entre tres hermanos árabes. Cómo Beremiz
Samir, el Hombre que Calculaba, efectuó un reparto que parecía
imposible, dejando plenamente satisfechos a los tres querellantes. El
lucro inesperado que obtuvimos con la transacción. . . . . . . . . . . . . . . . . 10
CAPITULO IV
De nuestro encuentro con un rico jeque, malherido y hambriento. La
propuesta que nos hizo sobre los ocho panes que llevábamos, y cómo
se resolvió, de manera imprevista, el reparto equitativo de las ocho
monedas que recibimos en pago. Las tres divisiones de Beremiz: la
división simple, la división cierta y la división perfecta. Elogio que un
ilustre visir dirigió al Hombre que Calculaba. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
CAPITULO V
De los prodigiosos cálculos efectuados por Beremiz Samir, camino de
la hostería “El Anade Dorado”, para determinar el número exacto de
palabras pronunciadas en el transcurso de nuestro viaje y cuál el
promedio de las pronunciadas por minuto. Donde el Hombre que
Calculaba resuelve un problema y queda establecida la deuda de un
joyero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
CAPITULO VI
De lo que sucedió durante nuestra visita al visir Maluf. De nuestro
encuentro con el poeta Iezid, que no creía en los prodigios del cálculo.
El Hombre que Calculaba cuenta de manera original los camellos de
una numerosa cáfila. La edad de la novia y un camello sin oreja.
Beremiz descubre la “amistad cuadrática” y habla del rey Salomón. . . . . 22
CAPITULO VII
De nuestra visita al zoco de los mercaderes. Beremiz y el turbante azul.
El caso de “los cuatro cuatros”. El problema de los cincuenta dinares.
Beremiz resuelve el problema y recibe un bellísimo obsequio. . . . . . . . . 27
Pág.
CAPITULO VIII
Donde Beremiz diserta sobre las formas geométricas. De nuestro feliz
encuentro con el jeque Salem Nassair y con sus amigos los criadores
de ovejas. Beremiz resuelve el problema de las veintiuna vasijas y otro 33
que causa el asombro de los mercaderes. Cómo se explica la
desaparición de un dinar de una cuenta de treinta. . . . . . . . . . . . . . . . . .
CAPITULO IX
Donde se narran las circunstancias y los motivos de la honrosa visita
que nuestro amigo el jeque Iezid, el Poeta, se dignara hacernos.
Extraña consecuencia de las previsiones de un astrólogo. La mujer y
las Matemáticas. Beremiz es invitado a enseñar Matemáticas a una
hermosa joven. Situación singular de la misteriosa alumna. Beremiz
habla de su amigo y maestro, el sabio Nô-Elim. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
CAPITULO X
De nuestra llegada al Palacio de Iezid. El rencoroso Tara-Tir desconfía
de los cálculos de Beremiz. Los pájaros cautivos y los números
perfectos. El Hombre que Calculaba exalta la caridad del jeque. De una
melodía que llegó a nuestros oídos, llena de melancolía y añoranza
como las endechas de un ruiseñor solitario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
CAPITULO XI
De cómo inició Beremiz sus lecciones de Matemáticas. Una frase de
Platón. La Unidad es Dios. ¿Qué es medir? Las partes de la
Matemática. La Aritmética y los Números. El Álgebra y las relaciones.
La Geometría y las formas. La Mecánica y la Astronomía. Un sueño del
rey Asad-Abu-Carib. La “alumna invisible” eleva una oración a Allah. 52
CAPITULO XII
En el que Beremiz revela gran interés por el juego de la comba. La
curva del Morazán y las arañas. Pitágoras y el círculo. Nuestro
encuentro con Harim Namir. El problema de los sesenta melones.
Cómo el vequil perdió la apuesta. La voz del muezin ciego llama a los
creyentes a la oración del mogreb. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
CAPITULO XIII
Que trata de nuestra visita al palacio del Califa y de la audiencia que se
dignó concedernos. De los poetas y la amistad. De la amistad entre los
hombres y de la amistad entre los números. El Hombre que Calculaba
es elogiado por el Califa de Bagdad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
CAPITULO XIV
De cuanto nos sucediera en el Salón del Trono. Los músicos y las
bailarinas gemelas. Como Beremiz pudo reconocer a Iclimia y Tabessa.
Un visir envidioso critica a Beremiz. El Hombre que Calculaba elogia a
los teóricos y a los soñadores. El rey proclama la victoria de la teoría
sobre el inmediatismo vulgar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
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CAPITULO XV
Nuredin, el enviado, regresa al palacio del Califa. La información que
obtuviera de un imán. Como vivía el pobre calígrafo. El cuadro lleno de
números y el tablero de ajedrez. Beremiz habla sobre los cuadrados
mágicos. La consulta del ulema. El califa pide a Beremiz que narre la
leyenda del “Juego del ajedrez”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
CAPITULO XVI
Donde se cuenta la famosa leyenda sobre el origen del juego del
ajedrez, que Beremiz Samir, el Hombre que Calculaba, narra al Califa
de Bagdad, Al-Motacén Billah, Emir de los Creyentes. . . . . . . . . . . . . . . 77
CAPITULO XVII
El Hombre que calculaba recibe innumerables consultas. Creencias
y supersticiones. Unidades y figuras. El contador de historias y
calculador. El caso de las 90 manzanas. La ciencia y la caridad. . . . . . . 85
CAPITULO XVIII
Que trata de nuestra vuelta al palacio del jeque Iezid. Una reunión de
poetas y letrados. El homenaje al maharajá de Lahore. La Matemática
en la India. La hermosa leyenda sobre “la perla de Lilavati”. Los
grandes tratados que los hindúes escribieron sobre las Matemáticas. . . 92
CAPITULO XIX
Donde se narran los elogios que el Príncipe Cluzir hizo del Hombre que
Calculaba. Beremiz resuelve el problema de los tres marineros y
descubre el secreto de una medalla. La generosidad del maharajá de
Lahore. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
CAPITULO XX
Cómo Beremiz da su segunda clase de Matemáticas. Número y sentido
del número. Las cifras. Sistema de numeración. Numeración decimal. El
cero. Oímos nuevamente la delicada voz de la invisible alumna. El
gramático Doreid cita un poema. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
CAPITULO XXI
Comienzo a recopilar textos sobre Medicina. Grandes progresos de la
invisible alumna. Beremiz es llamado a resolver un complicado
problema. El rey Mazim y las prisiones de Korassan. Sanadik, el
contrabandista. Un verso, un problema y una leyenda. La justicia del rey
Mazim. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
CAPITULO XXII
De cuanto sucediera en el transcurso de nuestra visita a la prisión de
Bagdad. Cómo Beremiz resolvió el problema de la mitad de los años de
vida de Sanadik. El instante de tiempo. La libertad condicional. Beremiz
explica los fundamentos de una sentencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
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CAPITULO XXIII
De lo que sucedió durante una honrosa visita que recibimos. Palabras
del Príncipe Cluzir Schá. Una invitación principesca. Beremiz resuelve
un nuevo problema. Las perlas del rajá. Un número cabalístico. Queda
determinada nuestra partida para la India. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
CAPITULO XXIV
Sobre el rencoroso Tara-Tir. El epitafio de Diofanto. El problema de
Hierón. Beremiz se libra de un enemigo peligroso. Una carta del capitán
Hassan. Los cubos de 8 y 27. La pasión por el cálculo. La muerte de
Arquímedes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
CAPITULO XXV
Beremiz es llamado nuevamente a palacio. Una extraña sorpresa. Difícil
torneo de uno contra siete. La restitución del misterioso anillo. Beremiz
es obsequiado con una alfombra de color azul. Versos que conmueven
a un corazón apasionado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134
CAPITULO XXVI
De nuestro encuentro con un teólogo famoso. El problema de la vida
futura. Todo musulmán debe conocer el Libro Sagrado. ¿Cuántas
palabras hay en el Corán? ¿Cuántas letras? El nombre de Jesús es
citado 19 veces. Un engaño de Beremiz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
CAPITULO XXVII
Cómo un sabio Historiador interroga a Beremiz. El geómetra que no
podía mirar al cielo. La Matemática de Grecia. Elogio de Eratóstnes. . . 141
CAPITULO XXVIII
Prosigue el memorable torneo. El tercer sabio interroga a Beremiz. La
falsa inducción. Beremiz demuestra que un principio falso puede ser
sugerido por ejemplos verdaderos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
CAPITULO XXIX
En el que escuchamos una antigua leyenda persa. Lo material y lo
espiritual. Los problemas humanos y trascendentes. La multiplicación
más famosa. El Sultán reprime con energía la intolerancia de los jeques
islamitas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
CAPITULO XXX
El Hombre que Calculaba narra una leyenda. El tigre sugiere la división
de “tres” entre “tres”. El chacal indica la división de “tres” entre “dos”.
Cómo se calcula el cociente en la Matemática del más fuerte. El jeque
el gorro verde elogia a Beremiz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
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CAPITULO XXXI
El sabio cordobés narra una leyenda. Los tres novios de Dahizé. El
problema de “los cinco discos”. Cómo Beremiz reprodujo el raciocinio
de un novio inteligente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
CAPITULO XXXII
En el que Beremiz es interrogado por un astrónomo libanés. El
problema de “la perla más ligera”. El astrónomo cita un poema en
alabanza a Beremiz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
CAPITULO XXXIII
La ofrenda que el Califa Al-Motacén hizo al Hombre que Calculaba.
Beremiz rechaza oro, cargos y palacios. Una petición de mano. El
problema de “Los ojos negros y azules”. Beremiz determina mediante
un raciocinio el color de los ojos de cinco esclavas. . . . . . . . . . . . . . . . . 165
CAPITULO XXXIV
“Sígueme –dijo Jesús-. Yo soy el camino que debes pisar, la verdad en
que debes creer, la vida que debes esperar. Yo soy el camino sin
peligro, la verdad sin error, la vida sin muerte”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Apéndice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
.
Calculadores famosos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174
Los árabes y las Matemáticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
Algunos pensamientos elogiosos sobre la Matemática . . . . . 178
Lexicón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Los países árabes han ejercido siempre una clara fascinación, por la
diversidad de sus costumbres, de sus ritos, y nada más adentrarnos en la
historia de las naciones ribereñas del Mediterráneo, nos salen al paso los
vestigios de aquella civilización, de la cual somos tributarios en cierto modo
principalmente en aquellas disciplinas que tienen un carácter científico: la
Matemática, la Astronomía, la Física y también la Medicina.
Los árabes, han sido siempre un pueblo paciente, acostumbrado a las
adversidades que les procuran la dificultad del clima, la falta de agua y los
inmensos páramos que les es preciso salvar para comunicarse con los demás
pueblos de su área. La solitud del desierto, las noches silenciosas, el calor
agobiante durante el día y el frío penetrante al caer el sol, impiden en realidad
una actividad física, pero predisponen el ánimo para la meditación.
También los griegos fueron maestros del pensamiento, principalmente
dedicado a la Filosofía y aun cuando entre ellos se encuentran buenos
matemáticos –la escuela de Pitágoras todavía está presente- fue una actividad
de unos pocos y, en cierto modo, era considerada una ciencia menor. Los
pueblos árabes, en cambio, la tomaron como principal ejercicio de su actividad
mental, heredera de los principios de la India a los que desarrollaron y
engrandecieron por su cuenta.
Asombran todavía hoy los monumentos que la antigüedad nos ha legado
procedentes de aquellos países en los que se observa, más que la inquietud
artística, muchas veces vacilante e indecisa, la precisión matemática.
Por esto, cuando en un libro como El Hombre que Calculaba se juntan estas
dos facetas tan distintas, a saber Poesía y Matemática, tiene un encanto
indiscutible y nos adentramos en lo que sería posible aridez en los cálculos, a
través de interesantes historias y leyendas, unas llenas de Poesía, otras de
humanidad y siempre bajo un fondo matemático en el que penetramos sin
darnos cuenta y, mejor dicho, con evidente placer y satisfacción.
Este es un aspecto que es menester resaltar porque, en general, existe una
cierta prevención o resistencia hacia el cultivo de la ciencia matemática para la
cual es menester una adecuación del gusto o una inclinación concedida por la
naturaleza. El educador sabe de cierto, a los pocos días de contacto con sus
alumnos, cuáles de ellos serán los futuros arquitectos o ingenieros por la
especial predisposición que demuestran, para ellos toda explicación relativa a
los números es un placer y avanzan en la disciplina sin fatiga ni prevención. Sin
embargo el número de alumnos que destaquen es limitado y, no obstante, no
se puede prescindir en manera alguna de esa enseñanza fundamental, aun
para aquellos que no piensan dedicar su actividad futura a una de aquellas
ramas, por una sencilla razón; que el cultivo de la Matemática obliga a razonar
de manera lógica, segura, sin posibilidad de error y ésta es un aspecto que es
necesario en la vida, para cualquiera actividad.
Creemos que este es el aspecto principal y que cabe destacar del libro El
Hombre que Calculaba toda vez que no nos presenta unos áridos problemas a
resolver, sino que los envuelve en un sentido lógico, el cual destaca,
demostrando con ello la importantísima función que esa palabra, la Lógica,
tiene en la solución de todos los problemas.
En el campo filosófico la Lógica toma prestada de la Matemática sus
principios y es con ellos y solo con ellos que se puede dar unas normas para
conducir el pensamiento de manera recta, que es su exclusiva finalidad.
El Hombre que Calculaba es, pues, una obra evidentemente didáctica que
cumple con aquel consagrado aforismo de que es preciso instruir deleitando.
Su protagonista se nos hace inmediatamente simpático porque es sencillo,
afable, comunicativo, interesado en los problemas ajenos y totalmente sensible
al encanto poético el cual ha de llevarle a la consecución del amor y, lo que es
más importante, al conocimiento de la verdadera fe.
La acción transcurre entre el fasto oriental, sin dejar por ello de darnos a
conocer los aspectos menos halagüeños de aquellos países en los que la
diferencia social, de rango y de riqueza, eran considerables y completamente
distanciadas. Tiene, además, el encanto poético que nos habla de la
sensibilidad árabe en todo lo concerniente a la belleza y por último la
estimación del ejercicio y dedicación intelectuales al presentarnos un torneo, en
el que juegan tanto el malabarismo matemático, como la poesía y la
sensibilidad.
Dicho torneo representa la culminación del hombre, de humilde cuna, que
gracias a su disposición especial, llega a alcanzar cumbres con las que ni
siquiera podía soñar. Es como una admonición o como un presagio de lo que
en nuestros tiempos se presenta como más importante, en que los medios
modernos de cálculo, con las maravillosas máquinas que el hombre ha creado
–máquinas fundamentadas en principios repetidos a lo largo de los siglos-
están dispuestas al servicio del hombre para que pueda triunfar en cualquier
actividad. No es concebible la acción de un financiero, de un comerciante, de
un industrial, de un fabricante, de todo el engranaje de la moderna industria y
comercio, sin el auxilio de las Computadoras, de manera que bien se puede
decir que la Matemática, se ha adueñado en nuestros tiempos de la sociedad.
Y, sin embargo, con ser mucho, no lo es todo porque si sólo se atiende a esa
materialidad a la que tan eficazmente sirve, la formación integral del hombre
queda descuidada y le hace incompleto.
No solo de pan vive el hombre; también necesita de cuando en cuanto dejar
volar la fantasía y atender a otras inquietudes espirituales de las que no puede
prescindir.
El recto camino nos lo enseña El Hombre que Calculaba, en el que parece
que también está “calculada” la dosis necesaria de los elementos que han de
hacer de la Matemática un poderoso auxiliar, para que el hombre obtenga su
formación total.
Demostrar que también en los números puede haber poesía; que los buenos
y rectos sentimientos no son solo patrimonio de filósofos o practicantes; que la
fantasía no está reñida con la precisión; que la Lógica debe acompañar todos
nuestros actos y que es posible alcanzar el camino verdadero para la completa
satisfacción moral, física e intelectual del hombre es el fruto que se obtendrá de
la lectura de este extraordinario libro.
Representa una ráfaga de aire fresco, un descanso en la senda árida de los
números que nos encadena, y nos advierte que es posible mirar el cielo
estrellado, para admirarlo, y no solo para contar distancias o el número de
cuerpos luminosos que lo integran; penetraremos en ese ignoto mundo, no solo
con la intención de entenderlo, sino también de gozarlo.
¡Cuántas veces en la vida, se nos presentan problemas que parecen
insolubles, como los que en su aspecto matemático nos ofrece El Hombre que
Calculaba, en los que la dificultad es más aparente que real! Bata solo ejercitar
el raciocinio para que nos demos cuenta de que su solución es tan fácil como
deducir que dos más dos suman cuatro. El sentido práctico que esto nos puede
hacer adquirir, junto con la convicción de que la belleza está en todas partes, a
nuestra disposición, con solo tener o sentir la necesidad de buscarla, tiene un
valor formativo tan elevado que indudablemente ha de producir abundantes
frutos en lo relativo a la formación del propio carácter.
El Hombre que Calculaba es como aquellas insignificantes semillas,
pequeñas en tamaño y aparentemente frágiles, que son capaces de desarrollar
un árbol gigantesco que proporcione frutos abundantes, sombra y placer sin fin
a su cultivador.
El que sepa sacar estas consecuencias merecería, sin duda, la bendición del
famoso calculador Beremiz Samir quien, a continuación, va a contarnos su
prodigiosa vida y sus no menos prodigiosos actos.
D e dica t or ia
D on de Be r e m iz Sa m ir , e l H om br e qu e Ca lcu la ba , cu e n t a la
h ist or ia de su vida . Cóm o que dé in for m a do de los cá lcu los
pr odigiosos qu e r e a liza ba y de cóm o vin im os a con ve r t ir n os e n
com pa ñ e r os de j or n a da .
Hacía pocas horas que viaj ábam os sin det enernos cuando nos
ocurrió una avent ura digna de ser relat ada, en la que m i com pañero
Berem iz, con gran t alent o, puso en práct ica sus habilidades de exim io
cult ivador del Álgebra.
Cerca de un viej o albergue de caravanas m edio abandonado, vim os
t res hom bres que discut ían acaloradam ent e j unt o a un hat o de
cam ellos.
Ent re grit os e im properios, en plena discusión, braceado com o
posesos, se oían exclam aciones:
- ¡Que no puede ser!
- ¡Es un robo!
- ¡Pues yo no est oy de acuerdo!
El int eligent e Berem iz procuró inform arse de lo que discut ían.
- Som os herm anos, explicó el m ás viej o, y recibim os com o herencia
esos 35 cam ellos. Según la volunt ad expresa de m i padre, m e
corresponde la m it ad, a m i herm ano Ham ed Nam ur una t ercera part e
y a Harim , el m ás j oven, solo la novena part e. No sabem os, sin
em bargo, cóm o efect uar la part ición y a cada repart o propuest o por
uno de nosot ros sigue la negat iva de los ot ros dos. Ninguna de las
part iciones ensayadas hast a el m om ent o, nos ha ofrecido un
result ado acept able. Si la m it ad de 35 es 17 y m edio, si la t ercera
part e y t am bién la novena de dicha cant idad t am poco son exact as
¿cóm o proceder a t al part ición?
- Muy sencillo, dij o el Hom bre que Calculaba. Yo m e com prom et o a
hacer con j ust icia ese repart o, m as ant es perm ít anm e que una a esos
35 cam ellos de la herencia est e espléndido anim al que nos t raj o aquí
en buena hora.
En est e punt o int ervine en la cuest ión.
- ¿Cóm o voy a perm it ir sem ej ant e locura? ¿Cóm o vam os a seguir el
viaj e si nos quedam os sin el cam ello?
- No t e preocupes, bagdalí, m e dij o en voz baj a Berem iz. Sé m uy
bien lo que est oy haciendo. Cédem e t u cam ello y verás a que
conclusión llegam os.
Y t al fue el t ono de seguridad con que lo dij o que le ent regué sin el
m enor t it ubeo m i bello j am al, que, inm ediat am ent e, pasó a
increm ent ar la cáfila que debía ser repart ida ent re los t res herederos.
- Am igos m íos, dij o, voy a hacer la división j ust a y exact a de los
cam ellos, que com o ahora ven son 36.
Y volviéndose hacia el m ás viej o de los herm anos, habló así:
- Tendrías que recibir, am igo m ío, la m it ad de 35, est o es: 17 y
m edio. Pues bien, recibirás la m it ad de 36 y, por t ant o, 18. Nada
t ienes que reclam ar puest o que sales ganando con est a división.
Y dirigiéndose al segundo heredero, cont inuó:
- Y t ú, Ham ed, t endrías que recibir un t ercio de 35, es decir 11 y
poco m ás. Recibirás un t ercio de 36, est o es, 12. No podrás
prot est ar, pues t am bién t ú sales ganando en la división.
Y por fin dij o al m ás j oven:
- Y t ú, j oven Harim Nam ur, según la últ im a volunt ad de t u padre,
t endrías que recibir una novena part e de 35, o sea 3 cam ellos y part e
del ot ro. Sin em bargo, t e daré la novena part e de 36 o sea, 4. Tu
ganancia será t am bién not able y bien podrás agradecerm e el
result ado.
Y concluyó con la m ayor seguridad:
- Por est a vent aj osa división que a t odos ha favorecido,
corresponden 18 cam ellos al prim ero, 12 al segundo y 4 al t ercero, lo
que da un result ado – 18 + 12 + 4 – de 34 cam ellos. De los 36
cam ellos sobran por t ant o dos. Uno, com o saben, pert enece al badalí,
m i am igo y com pañero; ot ro es j ust o que m e corresponda, por haber
resuelt o a sat isfacción de t odos el com plicado problem a de la
herencia.
- Eres int eligent e, ext ranj ero, exclam ó el m ás viej o de los t res
herm anos, y acept am os t u división con la seguridad de que fue hecha
con j ust icia y equidad.
Y el ast ut o Berem iz –el Hom bre que Calculaba- t om ó posesión de
uno de los m ás bellos j am ales del hat o, y m e dij o ent regándom e por
la rienda el anim al que m e pert enecía:
- Ahora podrás, querido am igo, cont inuar el viaj e en t u cam ello,
m anso y seguro. Tengo ot ro para m i especial servicio.
Y seguim os cam ino hacia Bagdad.
CAPI TULO I V
Luego de dej ar la com pañía del j eque Nassair y del visir Maluf, nos
encam inam os a una pequeña host ería, denom inada “ El Anade
Dorado” , en la vecindad de la m ezquit a de Solim án. Allí nuest ros
cam ellos fueron vendidos a un cham ir de m i confianza, que vivía
cerca.
De cam ino, le dij e a Berem iz:
- Ya ves, am igo m ío, que yo t enía razón cuando dij e que un hábil
calculador puede encont rar con facilidad un buen em pleo en Bagdad.
En cuant o llegast e ya t e pidieron que acept aras el cargo de secret ario
de un visir. No t endrás que volver a la aldea de Khol, peñascosa y
t rist e.
- Aunque aquí prospere y m e enriquezca, m e respondió el
calculador, quiero volver m ás t arde a Persia, para ver de nuevo m i
t erruño, ingrat o es quien se olvida de la pat ria y de los am igos de la
infancia cuando halla la felicidad y se asient a en el oasis de la
prosperidad y la fort una.
Y añadió t om ándom e del brazo:
- Hem os viaj ado j unt os durant e ocho días exact am ent e. Durant e
est e t iem po, para aclarar dudas e indagar sobre las cosas que m e
int eresaban, pronuncié exact am ent e 414.720 palabras. Com o en
ocho días hay 11.520 m inut os puede deducirse que durant e la
j ornada pronuncié una m edia de 36 palabras por m inut o, est o es
2.160 por hora. Esos núm eros dem uest ran que hablé poco, fui
discret o y no t e hice perder t iem po oyendo discursos est ériles. El
hom bre t acit urno, excesivam ent e callado, se conviert e en un ser
desagradable; pero los que hablan sin parar irrit an y aburren a sus
oyent es. Tenem os, pues, que evit ar las palabras inút iles, pero sin
caer en el laconism o exagerado, incom pat ible con la delicadeza. Y a
t al respect o podré narrar un caso m uy curioso.
Y t ras una breve pausa, el calculador m e cont ó lo siguient e:
- Había en Teherán, en Persia, un viej o m ercader que t enía t res
hij os. Un día el m ercader llam ó a los j óvenes y les dij o: “ El que sea
capaz de pasar el día sin pronunciar una palabra inút il recibirá de m í
un prem io de veint it rés t im unes” .
Al caer de la noche los t res hij os fueron a present arse ant e el
anciano. Dij o el prim ero:
- Evit é hoy ¡Oh, padre m ío! Toda palabra inút il. Espero, pues, haber
m erecido, según t u prom esa, el prem io ofrecido. El prem io, com o
recordarás sin duda, asciende a veint it rés t im unes.
El segundo se acercó al viej o, le besó las m anos, y se lim it ó a
decir:
- ¡Buenas noches, padre!
El m ás j oven no dij o una palabra. Se acercó al viej o y le t endió la
m ano para recibir el prem io. El m ercader, al observar la act it ud de los
t res m uchachos, habló así:
- El prim ero, al present arse ant e m í, fat igó m i int ención con varias
palabras inút iles; el t ercero se m ost ró exageradam ent e lacónico. El
prem io corresponde, pues, al segundo, que fue discret o sin
verbosidad, y sencillo sin afect ación.
Y Berem iz, al concluir, m e pregunt ó:
- ¿No crees que el viej o m ercader obró con j ust icia al j uzgar a los
t res hij os?
Nada respondí. Crei m ej or no discut ir el caso de los veint it rés
t im unes con aquel hom bre prodigioso que t odo lo reducía a núm eros,
calculaba prom edios y resolvía problem as.
Mom ent os después, llegam os al albergue del “ Anade Dorado” .
El dueño de la host ería se llam aba Salim y había sido em pleado de
m i padre. Al verm e grit ó risueño:
- ¡Allah sobre t i! , pequeño. Espero t us órdenes ahora y siem pre.
Le dij e que necesit aba un cuart o para m í y para m i am igo Berem iz
Sam ir, el calculador secret ario del visir Maluf.
- ¿Est e hom bre es calculador?, pregunt ó el viej o Salim . Pues llega
en el m om ent o j ust o para sacarm e de un apuro. Acabo de t ener una
discusión con un vendedor de j oyas. Discut im os largo t iem po y de
nuest ra discusión result ó al fin un problem a que no sabem os resolver.
I nform adas de que había llegado a la host ería un gran calculador,
varias personas se acercaron curiosas. El vendedor de j oyas fue
llam ado y declaró hallarse int eresadísim o en la resolución de t al
problem a.
- ¿Cuál es finalm ent e el origen de la duda? pregunt ó Berem iz.
El viej o Salim cont est ó:
- Ese hom bre –y señaló al j oyero- vino de Siria para vender j oyas
en Bagdad. Me prom et ió que pagaría por el hospedaj e 20 dinanes si
vendía t odas las j oyas por 100 dinares, y 35 dinares si las vendía por
200.
Al cabo de varios días, t ras andar de acá para allá, acabó
vendiéndolas t odas por 140 dinares. ¿cuánt o debe pagar de acuerdo
con nuest ro t rat o por el hospedaj e?
- ¡Veint icuat ro dinares y m edio! ¡Es lógico! , replicó el sirio. Si
vendiéndolas en 200 t enía que pagar 35, al venderlas en 140 he de
pagar 24 y m edio… y quiero dem ost rárt elo:
Si al venderlas en 200 dinares debía pagart e 35, de haberlas
vendido en 20, - diez veces m enos- lógico es que solo t e hubiera
pagado 3 dinares y m edio.
Mas, com o bien sabes, las he vendido por 140 dinares. Veam os
cuánt as veces 140 cont iene a 20. Creo que siet e, si es ciert o m i
cálculo. Luego, si vendiendo las j oyas en 20 debía pagart e t res
dinares y m edio, al haberlas vendido en 140, he de pagart e un
im port e equivalent e a siet e veces t res dinares y m edio, o sea, 24
dinares y m edio.
200 : 35 : : 140 : x
35 x 140
x = - - - - - - - - - - - - = 24 ‘5
200
100 : 20 : : 140 : x
20 x 140
x = - - - - - - - - - - - - = 28
100
100 : 15 : : 140 : x
15 x 40
x = ------------ = 6
100
“ Hay que desconfiar siet e veces del cálculo y cien veces del
m at em át ico” .
44 – 44
Ahí t ienes los cuat ro cuat ros form ando una expresión que es igual
a cero.
Pasem os al núm ero 1. Est a es la form a m ás cóm oda
44
44
4 4
-- + --
4 4
4 + 4 + 4
4
4 - 4
4 + ----------
4
Observa que el segundo t érm ino
4 – 4
4
4 + 0, o sea 4.
4 + 4
---------- + 4
4
Una pequeña alt eración en est e int eresant e conj unt o lleva al
result ado 7.
44
--- - 4
4
4 + 4 + 4 – 4
4
4 + 4 + ---
4
Y ahora t e m ost raré una expresión m uy bella, igual a 10, form ada
con cuat ro cuat ros:
44 – 4
4
En est e m om ent o, el j orobado, dueño de la t ienda, que había
seguido las explicaciones de Berem iz con un silencio respet uoso,
observó:
- Por lo que acabo de oír, el señor es un exim io m at em át ico. Si es
capaz de explicarm e ciert o m ist erio que hace dos años encont ré en
una sum a, le regalo el t urbant e azul que quería com prarm e. Y el
m ercader narró la siguient e hist oria:
Prest é una vez 100 dinares, 50 a un j eque de Medina y ot ros 50 a
un j udío de El Cairo.
El m edinés pagó la deuda en cuat ro part es, del siguient e m odo:
20, 15, 10 y 5, es decir:
Fíj ese, am igo m ío, que t ant o la sum a de las cuant ías pagadas
com o la de los saldos deudores, son iguales a 50.
El j udío cairot a pagó igualm ent e los 50 dinares en cuat ro plazos,
del siguient e m odo:
Pagó 20 y quedó debiendo 30
“ 18 “ “ “ 12
“ 3 “ “ “ 9
“ 9 “ “ “ 0
Sum a 50 Sum a 51
En est e ej em plo, la prim era sum a sigue siendo 50, m ient ras la
sum a de los saldos es, com o véis, 75; podía ser 80, 99, 100, 260,
800 o un núm ero cualquiera. Sólo por casualidad dará exact am ent e
50, com o en el caso del j eque, o 51, com o en el caso del j udío.
El m ercader quedó m uy sat isfecho por haber ent endido la
explicación de Berem iz, y cum plió la prom esa ofreciendo al calculador
el t urbant e azul que valía cuat ro dinares.
CAPI TULO VI I I
- ¡Siet e Penas! , m urm uró Berem iz observando el cart el. ¡Es curioso!
¿Conoces por casualidad al dueño de est a host ería?
- Lo conozco m uy bien, respondí. Es un viej o cordelero de Trípoli
cuyo padre sirvió en las t ropas del sult án Queruán. Le llam an “ El
Tripolit ano” . Es bast ant e est im ado, por su caráct er sencillo y
com unicat ivo. Es hom bre honrado y acogedor. Dicen que fue al
Sudán con una caravana de avent ureros sirios y t raj o de t ierras
africanas cinco esclavos negros que le sirven con increíble fidelidad.
Al regresar del Sudán dej ó su oficio de cordelero y m ont ó est a
host ería, siem pre auxiliado por los cinco esclavos.
- Con esclavos o sin esclavos, replicó Berem iz ese hom bre, el
Tripolit ano, debe de ser bast ant e original. Puso en su host ería el
núm ero siet e para form ar el nom bre, y el siet e fue siem pre, para
t odos los pueblos: m usulm anes, crist ianos, j udíos, idólat ras o
paganos, un núm ero sagrado, por ser la sum a del núm ero “ t res” –
que es divino- y el núm ero “ cuat ro” - que sim boliza el m undo
m at erial. Y de esa relación result an num erosas vinculaciones ent re
elem ent os cuyo t ot al es “ siet e” .
7 llenas
7 m ediadas
7 vacías
Quieren ahora repart irse est as 21 vasij as de m odo que cada una
de ellos reciba el m ism o núm ero de vasij as y la m ism a cant idad de
vino.
Repart ir las vasij as es fácil. Cada uno se quedará con siet e. La
dificult ad est á, según ent iendo, en repart ir el vino sin abrir las
vasij as; es decir, dej ándolas exact am ent e com o est án. ¿Será posible,
¡oh Calculador! , hallar una solución sat isfact oria a est e problem a?
Berem iz, después de m edit ar en silencio durant e dos o t res
m inut os, respondió:
- El repart o de las 21 vasij as podrá hacerse, ¡oh j eque! sin grandes
cálculos. Voy a indicarle la solución que m e parece m ás sencilla. Al
prim er socio le corresponderán:
2 vasij as llenas;
1 m ediada
3 vacías.
2 vasij as llenas;
3 m ediadas;
2 vacías.
2 vasij as llenas;
3 m ediadas;
2 vacías.
2 + 2 + 2 + 1
2 + 2 + 1 + 1 + 1
1, 2, 4, 7, 14
1 + 2 + 4 + 7 + 14
1, 2 y 3
cuya sum a es 6.
Al lado del 6 y del 28 puede figurar el 496 que es t am bién, com o
ya dij e, un núm ero perfect o.
El rencoroso Tara- Tir sin querer oír las nuevas explicaciones de
Berem iz, se despidió del j eque I ezid y se ret iró m ascullando con ira,
pues no había sido pequeña su derrot a ant e la pericia del Calculador.
Al pasar ant e m í m e m iró de soslayo con aire de soberano desprecio.
- Te ruego, ¡oh calculador! , se disculpó una vez m ás el noble I ezid,
que no t e sient as ofendido por las palabras de m i prim o Tara- Tir. Es
un hom bre de t em peram ent o exalt ado y desde que asum ió la
dirección de las m inas de sal, en Al- Derid, se ha vuelt o irascible y
violent o. Ya sufrió cinco at ent ados y varias agresiones de esclavos.
Era evident e que el int eligent e Berem iz no quería causar m olest ias
al j eque. y respondió, lleno de m ansedum bre y bondad:
- Si deseam os vivir en paz con el prój im o t enem os que refrenar
nuest ra ira y cult ivar la m ansedum bre. Cuando m e sient o herido por
la inj uria, procuro seguir el sabio precept o de Salom ón:
El necio al punt o descubre su cólera;
el sensat o sabe disim ular su afrent a.
¡Uassalan!
En e l qu e Be r e m iz r e ve la gr a n in t e r é s por e l j u e go de la
com ba . La cu r va de l M or a zá n y la s a r a ñ a s. Pit á gor a s y e l
cír cu lo. N u e st r o e n cu e n t r o con H a r im N a m ir . El pr oble m a de
los se se n t a m e lon e s. Cóm o e l ve qu il pe r dió la a pu e st a . La voz
de l m u e zin cie go lla m a a los cr e ye n t e s a la or a ción de l
m ogr e b.
Cuando salim os del herm oso palacio del poet a I ezid era casi la
hora de ars. Al pasar j unt o al m orabit o Ram ih oím os un suave gorj eo
de páj aros ent re las ram as de una viej a higuera.
- Mira. Seguro que son algunos de los liberados hoy, le dij e a
Berem iz. Es un placer oír convert ida en cant o est a alegría de la
libert ad reconquist ada.
Berem iz sin em bargo, no parecía int eresarse en aquel m om ent o de
la puest a del sol por los cant os de los páj aros de la enram ada. Su
at ención est aba absorbida por un grupo de niños que j ugaban en una
calle próxim a. Dos de los pequeños sost enían por los ext rem os un
pedazo de cuerda fina que t endría cuat ro o cinco codos. Los ot ros se
esforzaban en salt ar por encim a de ella, m ient ras los prim eros la
colocaban unas veces m ás baj a, ot ras m ás alt a, según la agilidad del
que salt aba.
- ¡Mira la cuerda, bagdalí! , dij o el Calculador cogiéndom e del brazo.
Mira la curva perfect a. ¿No t e parece digna de est udio?
- ¿A qué t e refieres? ¿A la cuerda acaso?, exclam é. No veo nada de
ext raordinario en esa ingenua diversión de niños que aprovechan las
últ im as luces del día para su recreo…
- Pues bien, am igo m ío, convéncet e de que t us oj os son ciegos para
las m ayores bellezas y m aravillas de la nat uraleza. Cuando los niños
alzan la cuerda, sost eniéndola por los ext rem os y dej ándola caer
librem ent e por la acción de su propio peso, la cuerda form a una curva
que t iene su int erés, pues surge com o result ado de la acción de
fuerzas nat urales. Ya ot ras veces observé esa curva, que el sabio Nö-
Elim llam aba m arazán, en las t elas y en la j oroba de algunos
drom edarios. ¿Tendrá est a curva alguna analogía con las derivadas
de la parábola? En el fut uro, si Allah lo quiere, los geóm et ras
descubrirán m edios de t razar est a curva punt o por punt o y est udiarán
con rigor t odas sus propiedades…
Hay, sin em bargo, prosiguió, m uchas ot ras curvas m ás
im port ant es. En prim er lugar el círculo. Pit ágoras, filósofo y geóm et ra
griego, consideraba el círculo com o la curva m ás perfect a, vinculando
así el círculo a la perfección. Y el círculo, siendo la curva m ás perfect a
ent re t odas, es la de t razado m ás sencillo.
Berem iz en est e m om ent o, int errum piendo la disert ación apenas
iniciada sobre las curvas, m e indicó un m uchacho que se hallaba a
escasa dist ancia y grit ó:
- ¡Harim Nam ir!
El j oven se volvió rápidam ent e y se dirigió, alegre, a nuest ro
encuent ro. Me di cuent a ent onces de que se t rat aba de uno de los
t res herm anos que habíam os encont rado discut iendo en el desiert o
por la herencia de 35 cam ellos; división com plicada, llena de t ercios y
nonos, que Berem iz resolvió por m edio de un curioso art ificio al que
ya t uve ocasión de aludir.
- ¡Mac Allah! , exclam ó Harim dirigiéndose a Berem iz. El dest ino nos
m anda al gran calculador. Mi herm ano Ham ed no acaba de poner en
claro una cuent a de 60 m elones que nadie sabe resolver.
Y Harim nos llevó hacia una casit a donde se hallaba su herm ano
Ham ed Nam ir con varios m ercaderes.
Ham ed se m ost ró m uy sat isfecho al ver a Berem iz, y, volviéndose
a los m ercaderes, les dij o:
- Est e hom bre que acaba de llegar es un gran m at em át ico. Gracias
a su valioso auxilio conseguim os solución para un problem a que nos
parecía im posible: dividir 35 cam ellos ent re t res personas. Est oy
seguro de que él podrá explicar en pocos m inut os la diferencia que
encont ram os en la vent a de los 60 m elones.
Berem iz fue inform ado m inuciosam ent e del caso. Uno de los
m ercaderes explicó:
- Los dos herm anos, Harim y Ham ed, m e encargaron que vendiera
en el m ercado dos part idas de m elones. Harim m e ent regó 30
m elones que debían ser vendidos al precio de 3 por 1 dinar; Ham ed
m e ent regó t am bién 30 m elones para los que est ipuló un precio m ás
caro: 2 m elones por 1 dinar. Lógicam ent e, una vez efect uada la
vent a Harim t endría que recibir 10 dinares, y su herm ano 15. El t ot al
de la vent a sería pues 25 dinares.
Sin em bargo, al llegar a la feria, apareció una duda ant e m i
espírit u.
Si em pezaba la vent a por los m elones m ás caros, pensé, iba a
perder la client ela. Si em pezaba la vent a por los m ás barat os, luego
iba a verm e en dificult ades para vender los ot ros t reint a. Lo m ej or,
única solución para el caso, era vender las dos part idas al m ism o
t iem po.
Llegado a est a conclusión, reuní los sesent a m elones y em pecé a
venderlos en lot es de 5 por 2 dinares. El negocio se j ust ificaba
m ediant e un raciocinio m uy sim ple. Si t enía que vender 3 por 1 y
luego 2 por 1, sería m ás sencillo vender 5 por 2 dinares.
Vendidos los 60 m elones en 12 lot es de cinco cada uno, recibí 24
dinares.
¿Cóm o pagar a los dos herm anos si el prim ero t enía que recibir 10
y el segundo 15 dinares?
Había una diferencia de 1 dinar. No se cóm o explicarm e est a
diferencia, pues com o dij e, el negocio fue efect uado con el m ayor
cuidado. ¿No es lo m ism o vender 3 por 1 dinar y luego 2 por ot ro
dinar que vender 5 por 2 dinares?
- El caso no t endría im port ancia alguna int ervino Ham ed Nam ir, si
no fuera la int ervención absurda del vequil que vigila en la feria. Ese
vequil, oído el caso, no supo explicar la diferencia en la cuent a y
apost ó cinco dinares a que esa diferencia procedía de la falt a de un
m elón que había sido robado durant e la vent a.
- Est á equivocado el vequil, dij o Berem iz, y t endrá que pagar los
dinares de la apuest a. La diferencia a que llegó el vendedor result a de
lo siguient e:
La part ida de Harim se com ponía de 10 lot es de 3 m elones cada
uno. Cada lot e debe ser vendido por 1 dinar. El t ot al de la vent a
serían 10 dinares.
La part ida de Ham ed se com ponía de 15 lot es de dos m elones cada
uno, que, vendidos a 1 dinar cada lot e, daban un t ot al de 15 dinares.
Fíj ense en que el núm ero de lot es de una part ida no es igual al
núm ero de lot es de la ot ra.
Para vender los m elones en lot es de cinco solo los 10 prim eros
lot es podrían ser vendidos a razón de 5 por dos dinares; una vez
vendidos esos 10 lot es, quedan aún 10 m elones que pert enecen
exclusivam ent e a la part ida de Ham ed y que, siendo de m ás elevado
precio, t endrían que ser vendidos a razón de 2 por 1 dinar.
La diferencia de 1 dinar result ó pues de la vent a de los 10 últ im os
m elones. En consecuencia: no hubo robo. De la desigualdad del
precio ent re las part es result ó un perj uicio de 1 dinar, que quedó
reflej ado en el result ado final.
En ese m om ent o t uvim os que int errum pir la reunión. La voz del
m uezín, cuyo eco vibraba en el espacio, llam aba a los fieles a la
oración de la t arde.
- ¡Hai al el- salah! ¡Hai al el- salah!
Cada uno de nosot ros procuró sin pérdida de t iem po hacer el guci
rit ual, según det erm ina el Libro Sant o.
El sol se hallaba ya en la línea del horizont e. Había llegado la hora
del m ogreb.
Desde la t ercera alm ena de la m ezquit a de Om ar, el m uezín ciego,
con voz pausada y ronca, llam aba a los creyent es a oración:
- ¡Allah es grande y Mahom a, el Profet a es el verdadero enviado de
Dios! ¡Venid a la oración, m usulm anes! ¡Venid a la oración! ¡Recordad
que t odo es polvo, except o Allah! .
Los m ercaderes, precedidos por Berem iz ext endieron sus alfom bras
policrom as, se quit aron las sandalias, se volvieron en dirección a la
Ciudad Sant a, y exclam aron:
- ¡Allah, Clem ent e y Misericordioso! ¡Alabado sea el Om nipot ent e
Creador de los m undos visibles e invisibles! ¡Condúcenos por el
cam ino rect o, por el cam ino de aquellos que son por Ti am parados y
bendecidos!
CAPI TULO XI I I
Perm it id pues, ¡oh rey generoso y j ust o! que rinda hom enaj e a los
doct ores y ulem as que se hallan en est e salón.
Hizo ent onces el calculador una pausa m uy breve y siguió
elocuent e, en t ono solem ne:
- En los t rabaj os de cada día, observando las cosas que Allah sacó
del No- Ser para llevarlas al Ser, aprendí a valorar los núm eros y
t ransform arlos por m edio de reglas práct icas y seguras. Me sient o,
sin em bargo, en dificult ad para present ar la prueba que acabáis de
exigir. Confiando, sin em bargo, en vuest ra proverbial generosidad, he
de decir no obst ant e que no veo en est e rico diván sino
dem ost raciones adm irables y elocuent es de que la m at em át ica exist e
en t odas part es. Adornan las paredes de est e bello salón varios
poem as que encierran precisam ent e un t ot al de 504 palabras, y una
part e de est as palabras est á t razada en caract eres negros y la
rest ant e en caract eres roj os. El calígrafo que dibuj ó las let ras de
est os poem as haciendo la descom posición de las 504 palabras,
dem ost ró t ener t ant o t alent o e im aginación com o los poet as que
escribieron est os versos inm ort ales.
¡Si, oh rey m agnífico! , prosiguió Berem iz. Y la razón es m uy
sencilla. Encuent ro en est os versos incom parables que adornan est e
espléndido salón, grandes elogios sobre la Am ist ad. Puedo leer allí,
cerca de la colum na, la frase inicial de la célebre cassida de Mohalhil:
La buena am ist ad es para el hom bre com o el agua lím pida y clara
para el sedient o beduino.
Est os son los divisores del núm ero 220 con excepción del m ism o.
El núm ero 284 es, a su vez, divisible exact am ent e por los
siguient es núm eros:
1, 2, 4, 71 y 142
Esos son los divisores del núm ero 284, con excepción del m ism o.
Es para t u luj o la t ela que los poet as fabrican con el hilo de oro de
sus im ágenes; y los pint ores crean para t u herm osura nueva
inm ort alidad.
Para adornart e, para vest irt e, para hacert e m ás preciosa, da el m ar
sus perlas, la t ierra su oro, el j ardín sus flores.
Sobre t u j uvent ud, el deseo del Corazón de los hom bres derram ó
su gloria.
¡Uassalam !
4 + 5 + 11 + 14 = 34; 1 + 11 + 16 + 6 = 34
4 + 9 + 6 + 15 = 34; 10 + 13 + 7 + 4 = 34
Donde se cuent a la fam osa leyenda sobre el origen del j uego del
aj edrez, que Berem iz Sam ir, el Hom bre que Calculaba, narra al Califa
de Bagdad, Al- Mot acén Billah, Em ir de los Creyent es.
Difícil será descubrir, dada la incert idum bre de los docum ent os
ant iguos, la época precisa en que vivió y reinó en la I ndia un príncipe
llam ado ladava, señor de la provincia de Taligana. Sería, sin
em bargo, inj ust o ocult ar que el nom bre de dicho m onarca es
señalado por varios hist oriadores hindúes com o uno de los soberanos
m ás ricos y generosos de su t iem po.
La guerra, con su cort ej o fat al de calam idades, am argó la
exist encia del rey ladava, t ransform ando el ocio y gozo de la realeza
en ot ras m ás inquiet ant es t ribulaciones. Adscrit o al deber que le
im ponía la corona, de velar por la t ranquilidad de sus súbdit os,
nuest ro buen y generoso m onarca se vio obligado a em puñar la
espada para rechazar, al frent e de su pequeño ej ércit o, un at aque
insólit o y brut al del avent urero Varangul, que se hacía llam ar príncipe
de Calián.
El choque violent o de las fuerzas rivales cubrió de cadáveres los
cam pos de Dacsina, y ensangrent ó las aguas sagradas del río
Sabdhu. El rey ladava poseía, según lo que de él nos dicen los
hist oriadores, un t alent o m ilit ar no frecuent e. Sereno ant e la
inm inent e invasión, elaboró un plan de bat alla, y t an hábil y t an feliz
fue al ej ecut arlo, que logró vencer y aniquilar por com plet o a los
pérfidos pert urbadores de la paz de su reino.
El t riunfo sobre los fanát icos de Varangul le cost ó
desgraciadam ent e duros sacrificios. Muchos j óvenes xat rias pagaron
con su vida la seguridad del t rono y el prest igio de la dinast ía. Ent re
los m uert os, con el pecho at ravesado por una flecha, quedó en el
cam po de com bat e el príncipe Adj am ir, hij o del rey ladava, que se
sacrificó pat riót icam ent e en lo m ás encendido del com bat e para
salvar la posición que dio a los suyos la vict oria.
Term inada la cruent a cam paña y asegurada la nueva línea de
front eras, regresó el rey a su sunt uoso palacio de Andra. I m puso sin
em bargo la rigurosa prohibición de celebrar el t riunfo con las ruidosas
m anifest aciones con que los hindúes solían celebrar sus vict orias.
Encerrado en sus aposent os, sólo salía de ellos para oír a sus
m inist ros y sabios brahm anes cuando algún grave problem a lo
llam aba a t om ar decisiones en int erés de la felicidad de sus súbdit os.
Con el paso del t iem po, lej os de apagarse los recuerdos de la
penosa cam paña, la angust ia y la t rist eza del rey se fueron
agravando. ¿De qué le servían realm ent e sus ricos palacios, sus
elefant es de guerra, los t esoros inm ensos que poseía, si ya no t enía a
su lado a aquél que había sido siem pre la razón de ser de su
exist encia? ¿Qué valor podrían t ener a los oj os de un padre
inconsolable las riquezas m at eriales que no apagan nunca la nost algia
del hij o perdido?
El rey no podía olvidar las peripecias de la bat alla en que m urió
Adj am ir. El desgraciado m onarca se pasaba horas y horas t razando
en una gran caj a de arena las m aniobras ej ecut adas por sus t ropas
durant e el asalt o. Con un surco indicaba la m archa de la infant ería; al
ot ro lado, paralelam ent e, ot ro t razo m ost raba el avance de los
elefant es de guerra. Un poco m ás abaj o, represent ada por perfilados
círculos dispuest os con sim et ría, aparecía la caballería m andada por
un viej o radj , que decía gozar de la prot ección de Techandra, diosa
de la Luna. Por m edio de ot ras líneas esbozaba el rey la posición de
las colum nas enem igas desvent aj osam ent e colocadas, gracias a su
est rat egia, en el cam po en que se libró la bat alla decisiva.
Una vez com plet ado el cuadro de los com bat ient es con t odas las
m enudencias que recordaba, el rey borraba t odo para em pezar de
nuevo, com o si sint iera el ínt im o gozo de revivir los m om ent os
pasados en la angust ia y la ansiedad.
A la hora t em prana en que llegaban al palacio los viej os brahm anes
para la lect ura de los Vedas, ya el rey había t razado y borrado en su
caj ón de arena el plano de la bat alla que se reproducía
int erm inablem ent e.
- ¡Desgraciado m onarca! , m urm uraban los sacerdot es afligidos.
Obra com o un sudra a quien Dios privara de la luz de la razón. Sólo
Dhanout ara, poderosa y clem ent e, podría salvarlo.
Y los brahm anes rezaban por él, quem aban raíces arom át icas
im plorando a la et erna celadora de los enferm os que am parase al
soberano de Taligana.
Un día, al fin, el rey fue inform ado de que un j oven brahm án
- pobre y m odest o- solicit aba audiencia. Ya ant es lo había int ent ado
varias veces pero el rey se negaba siem pre alegando que no est aba
en disposición de ánim o para recibir a nadie. Pero est a vez accedió a
la pet ición y m andó que llevaran a su presencia al desconocido.
Llegado a la gran sala del t rono, el brahm án fue int erpelado,
conform e a las exigencias de rit ual, por uno de los visires del rey.
- ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué deseas de aquel que por
volunt ad de Vichnú es rey y señor de Taligana?
- Mi nom bre, respondió el j oven brahm án, es Lahur Sessa y
procedo de la aldea de Nam ir que dist a t reint a días de m archa de
est a herm osa ciudad. Al rincón donde vivía llegó la not icia de que
nuest ro bondadoso señor pasaba sus días en m edio de una profunda
t rist eza, am argado por la ausencia del hij o que le había sido
arrebat ado por la guerra. Gran m al será para nuest ro país, pensé, si
nuest ro noble soberano se encierra en sí m ism o sin salir de su
palacio, com o un brahm án ciego ent regado y a su propio dolor.
Pensé, pues, que convenía invent ar un j uego que pudiera dist raerlo y
abrir en su corazón las puert as de nuevas alegrías. Y ese es el
hum ilde present e que vengo ahora a ofrecer a nuest ro rey ladava.
Com o t odos los grandes príncipes cit ados en est a o aquella página
de la hist oria, t enía el soberano hindú el grave defect o de ser m uy
curioso. Cuando supo que el j oven brahm án le ofrecía com o present e
un nuevo j uego desconocido, el rey no pudo cont ener el deseo de
verlo y apreciar sin m ás dem ora aquel obsequio.
Lo que Sessa t raía al rey ladava era un gran t ablero cuadrado
dividido en sesent a y cuat ro cuadros o casillas iguales. Sobre est e
t ablero se colocaban, no arbit rariam ent e, dos series de piezas que se
dist inguían una de ot ra por sus colores blanco y negro. Se repet ían
sim ét ricam ent e las form as ingeniosas de las figuras y había reglas
curiosas para m overlas de diversas m aneras.
Sessa explicó pacient em ent e al rey, a los visires y a los cort esanos
que rodeaban al m onarca, en qué consist ía el j uego y les explicó las
reglas esenciales:
- Cada j ugador dispone de ocho piezas pequeñas: los " peones" .
Represent an la infant ería que se dispone a avanzar hacia el enem igo
para desbarat arlo. Secundando la acción de los peones, vienen los
" elefant es de guerra" , represent ados por piezas m ayores y m ás
poderosos. La " caballería" , indispensable en el com bat e, aparece
igualm ent e en el j uego sim bolizada por dos piezas que pueden salt ar
com o dos corceles sobre las ot ras. Y, para int ensificar el at aque, se
incluyen los dos " visires" del rey, que son dos guerreros llenos de
nobleza y prest igio. Ot ra pieza, dot ada de am plios m ovim ient os, m ás
eficient e y poderosa que las dem ás, represent ará el espírit u de
nacionalidad del pueblo y se llam ará la " reina" . Com plet a la colección
una pieza que aislada vale poco pero que es m uy fuert e cuando est á
am parada por las ot ras. Es el " rey" .
El rey I adava, int eresado por las reglas del j uego, no se cansaba
de int errogar al invent or:
- ¿Y por qué la reina es m ás fuert e y m ás poderosa que el propio
rey?
- Es m ás poderosa, argum ent ó Sessa, porque la reina represent a en
est e j uego el pat riot ism o del pueblo. La m ayor fuerza del t rono reside
principalm ent e en la exalt ación de sus súbdit os. ¿Cóm o iba a poder
resist ir el rey el at aque de sus adversarios si no cont ase con el
espírit u de abnegación y sacrificio de los que le rodean y velan por la
int egridad de la pat ria?
Al cabo de pocas horas, el m onarca, que había aprendido con
rapidez t odas las reglas del j uego, lograba ya derrot ar a sus visires
en una part ida im pecable.
Sessa int ervenía respet uoso de cuando en cuando para aclarar una
duda o sugerir un nuevo plan de at aque o de defensa.
En un m om ent o dado observó el rey, con gran sorpresa, que la
posición de las piezas, t ras las com binaciones result ant es de los
diversos lances, parecía reproducir exact am ent e la bat alla de
Dacsina.
- Observad, le dij o el int eligent e brahm án, que para obt ener la
vict oria result a indispensable el sacrificio de est e visir...
E indicó precisam ent e la pieza que el rey I adava había est ado a lo
largo de la part ida defendiendo o preservando con m ayor em peño.
El j uicioso Sessa dem ost raba así que el sacrificio de un príncipe
viene a veces im puest o por la fat alidad para que de él result en la paz
y la libert ad de un pueblo.
Al oír t ales palabras, el rey ladava, sin ocult ar el ent usiasm o que
em bargaba su espírit u, dij o:
- ¡No creo que el ingenio hum ano pueda producir una m aravilla
com parable a est e j uego t an int eresant e e inst ruct ivo! Moviendo
est as piezas t an sencillas, acabo de aprender que un rey nada vale
sin el auxilio y la dedicación const ant e de sus súbdit os, y que a
veces, el sacrificio de un sim ple peón vale t ant o com o la pérdida de
una poderosa pieza para obt ener la vict oria.
Y dirigiéndose al j oven brahm án, le dij o:
- Quiero recom pensart e, am igo m ío, por est e m aravilloso regalo
que t ant o m e ha servido para el alivio de m is viej as angust ias. Dim e,
pues, qué es lo que deseas, dent ro de lo que yo pueda dart e, a fin de
dem ost rar cuán agradecido soy a quienes se m uest ran dignos de
recom pensa.
Las palabras con que el rey expresó su generoso ofrecim ient o
dej aron a Sessa im pert urbable. Su fisonom ía serena no reveló la
m enor agit ación, la m ás insignificant e m uest ra de alegría o de
sorpresa. Los visires le m iraban at ónit os y pasm ados ant e la apat ía
del brahm án.
- ¡Poderoso señor! , replicó el j oven m esuradam ent e pero con
orgullo. No deseo m ás recom pensa por el present e que os he t raído,
que la sat isfacción de haber proporcionado un pasat iem po al señor de
Taligana a fin de que con él alivie las horas prolongadas de la infinit a
m elancolía. Est oy pues sobradam ent e recom pensado, y cualquier ot ro
prem io sería excesivo.
Sonrió desdeñosam ent e el buen soberano al oír aquella respuest a
que reflej aba un desint erés t an raro ent re los am biciosos hindúes, y
no creyendo en la sinceridad de las palabras de Sessa, insist ió:
- Me causa asom bro t ant o desdén y desam or a los bienes
m at eriales, ¡oh j oven! La m odest ia, cuando es excesiva, es com o el
vient o que apaga la ant orcha y ciega al viaj ero en las t inieblas de una
noche int erm inable. Para que pueda el hom bre vencer los m últ iples
obst áculos que la vida le present a, es preciso t ener el espírit u preso
en las raíces de una am bición que lo im pulse a una m et a. Exij o por
t ant o, que escoj as sin dem ora una recom pensa digna de t u valioso
obsequio. ¿Quieres una bolsa llena de oro? ¿Quieres un arca replet a
de j oyas? ¿Deseas un palacio? ¿Acept arías la adm inist ración de una
provincia? ¡Aguardo t u respuest a y queda la prom esa ligada a m i
palabra!
- Rechazar vuest ro ofrecim ient o t ras lo que acabo de oír, respondió
Sessa, sería m enos descort esía que desobediencia. Acept aré pues la
recom pensa que ofrecéis por el j uego que invent é. La recom pensa
habrá de corresponder a vuest ra generosidad. No deseo, sin
em bargo, ni oro, ni t ierras, ni palacios. Deseo m i recom pensa en
granos de t rigo.
- ¿Granos de t rigo?, exclam ó el rey sin ocult ar su sorpresa ant e t an
insólit a pet ición. ¿Cóm o voy a pagart e con t an insignificant e m oneda?
- Nada m ás sencillo, explicó Sessa. Me daréis un grano de t rigo
para la prim era casilla del t ablero; dos para la segunda; cuat ro para
la t ercera; ocho para la cuart a; y así, doblando sucesivam ent e hast a
la sexagésim a y últ im a casilla del t ablero. Os ruego, ¡oh rey! , de
acuerdo con vuest ra m agnánim a ofert a, que aut oricéis el pago en
granos de t rigo t al com o he indicado…
No solo el rey sino t am bién los visires, los brahm anes, t odos los
present es se echaron a reír est repit osam ent e al oír t an ext raña
pet ición. El desprendim ient o que había dict ado t al dem anda era en
verdad com o para causar asom bro a quien m enos apego t uviera a los
lucros m at eriales de la vida. El j oven brahm án, que bien había podido
lograr del rey un palacio o el gobierno de una provincia, se
cont ent aba con granos de t rigo.
- ¡I nsensat o! , exclam ó el rey. ¿Dónde aprendist e t an necio desam or
a la fort una? La recom pensa que m e pides es ridícula. Bien sabes que
en un puñado de t rigo hay un núm ero incont able de granos. Con dos
o t res m edidas t e voy a pagar sobradam ent e, según t u pet ición de ir
doblando el núm ero de granos a cada casilla del t ablero. Est a
recom pensa que pret endes no llegará ni para dist raer durant e unos
días el ham bre del últ im o paria de m i reino. Pero, en fin, m i palabra
fue dada y voy a hacer que t e hagan el pago inm ediat am ent e de
acuerdo con t u deseo.
Mandó el rey llam ar a los algebrist as m ás hábiles de la cort e y
ordenó que calcularan la porción de t rigo que Sessa pret endía.
Los sabios calculadores, al cabo de unas horas de profundos
est udios, volvieron al salón para som et er al rey el result ado com plet o
de sus cálculos.
El rey les pregunt ó, int errum piendo la part ida que est aba j ugando:
- ¿Con cuánt os granos de t rigo voy a poder al fin corresponder a la
prom esa que hice al j oven Sessa?
- ¡Rey m agnánim o! , declaró el m ás sabio de los m at em át icos.
Calculam os el núm ero de granos de t rigo y obt uvim os un núm ero
cuya m agnit ud es inconcebible para la im aginación hum ana.
Calculam os en seguida con el m ayor rigor cuánt as ceiras
correspondían a ese núm ero t ot al de granos y llegam os a la siguient e
conclusión: el t rigo que habrá que darle a Lahur Sessa equivale a una
m ont aña que t eniendo por base la ciudad de Taligana se alce cien
veces m ás alt a que el Him alaya. Sem brados t odos los cam pos de la
I ndia, no darían en dos m il siglos la cant idad de t rigo que según
vuest ra prom esa corresponde en derecho al j oven Sessa.
¿Cóm o describir aquí la sorpresa y el asom bro que est as palabras
causaron al rey I adava y a sus dignos visires? El soberano hindú se
veía por prim era vez ant e la im posibilidad de cum plir la palabra dada.
Lahur Sessa –dicen las crónicas de aquel t iem po- com o buen
súbdit o no quiso afligir m ás a su soberano. Después de declarar
públicam ent e que olvidaba la pet ición que había hecho y liberaba al
rey de la obligación de pago conform e a la palabra dada, se dirigió
respet uosam ent e al m onarca y habló así:
- Medit ad, ¡oh rey! , sobre la gran verdad que los brahm anes
prudent es t ant as veces dicen y repit en; los hom bres m ás int eligent es
se obcecan a veces no solo ant e la apariencia engañosa de los
núm eros sino t am bién con la falsa m odest ia de los am biciosos. I nfeliz
aquel que t om a sobre sus hom bros el com prom iso de una deuda cuya
m agnit ud no puede valorar con la t abla de cálculo de su propia
int eligencia. ¡Más int eligent e es quien m ucho alaba y poco prom et e!
Y t ras ligera pausa, añadió:
- ¡Menos aprendem os con la ciencia vana de los brahm anes que con
la experiencia direct a de la vida y de sus lecciones const ant es, t ant as
veces desdeñadas! El hom bre que m ás vive, m ás suj et o est á a las
inquiet udes m orales, aunque no las quiera. Se encont rará ahora
t rist e, luego alegre, hoy fervoroso, m añana t ibio; ora act ivo, ora
perezoso; la com post ura alt ernará con la liviandad. Sólo el verdadero
sabio inst ruido en las reglas espirit uales se eleva por encim a de esas
vicisit udes y por encim a de t odas las alt ernat ivas.
Est as inesperadas y t an sabias palabras penet raron profundam ent e
en el espírit u del rey. Olvidando la m ont aña de t rigo que sin querer
había prom et ido al j oven brahm án, le nom bró prim er visir.
Y Lahur Sessa, dist rayendo al rey con ingeniosas part idas e aj edrez
y orient ándolo con sabios y prudent es consej os, prest ó los m ás
señalados beneficios al pueblo y al país, para m ayor seguridad del
t rono y m ayor gloria de su pat ria.
Encant ado quedó el califa Al- Mot acén cuando Berem iz concluyó la
hist oria del j uego de aj edrez. Llam ó al j efe de los escribas y
det erm inó que la leyenda de Sessa fuera escrit a en hoj as especiales
de algodón y conservada en valioso cofre de plat a.
Y seguidam ent e el generoso soberano deliberó acerca de si
ent regaría al Calculador un m ant o de honor o cien cequíes de oro.
“ Dios habla al m undo por m ano de los generosos” .
A t odos causó gran alegría el act o de m agnanim idad del soberano
de Bagdad. Los cort esanos que perm anecían en el salón eran am igos
del visir Maluf y del poet a I ezid. Oyeron pues con sim pat ía las
palabras del hom bre que Calculaba.
Berem iz, después de agradecer al soberano los present es con que
acababa de dist inguirle, se ret iró del salón. El Califa iba a iniciar el
est udio y j uicio de diversos casos, a oír a los honrados cadíes y a
em it ir sus sabias sent encias.
Salim os del palacio al anochecer. I ba a em pezar el m es de Cha-
band.
CAPI TULO XVI I
El Hom bre que calculaba recibe innum erables consult as. Creencias
y superst iciones. Unidades y figuras. El cont ador de hist orias y el
calculador. El caso de las 90 m anzanas. La ciencia y la caridad.
A part ir del célebre día en que est uvim os por prim era vez en el
diván del Califa, nuest ra vida sufrió profundas m odificaciones. La
fam a de Berem iz ganó realce excepcional. En la m odest a host ería en
que m orábam os, los visit ant es y conocidos no perdían oport unidad de
lisonj eam os con repet idas dem ost raciones de sim pat ía y respet uosos
saludos.
Todos los días el Calculador se veía obligado a at ender docenas de
consult as. Unas veces era un cobrador de im puest os que necesit aba
conocer el núm ero de rat ls cont enidos en un abás y la relación ent re
esas unidades y el cat e. Aparecía luego un haquím ansioso de oír las
explicaciones de Berem iz sobre la m anera de curar ciert as fiebres por
m edio de siet e nudos hechos en una cuerda. . Más de una vez el
Calculador fue buscado por cam elleros o vendedores de incienso que
pregunt aban cuánt as veces t enía que salt ar un hom bre sobre una
hoguera para librarse del dem onio. Aparecían a veces, al caer la
noche, soldados t urcos de m irada iracunda, que deseaban aprender
m edios seguros de ganar en el j uego de dados. Muchas veces t ropecé
con m uj eres - ocult as t ras espesos velos- que venían a consult ar
t ím idam ent e al m at em át ico sobre los núm eros que t enían que escribir
en el ant ebrazo izquierdo para lograr buena suert e, alegría y riqueza.
Querian conocer los secret os que aseguran la baraka a una esposa
feliz.
Berem iz Sam ir at endía a t odos con paciencia y bondad. Daba
explicaciones a unos, consej os a ot ros, procuraba dest ruir las
superst iciones y creencias de los débiles e ignorant es, m ost rándoles
que por volunt ad de Dios no hay ninguna relación ent re los núm eros
y las alegrías, t rist ezas y angust ias, del corazón.
Procedía de est a form a guiado sólo por un elevado sent im ient o de
alt ruism o, sin esperar lucro ni recom pensa. Rechazaba
sist em át icam ent e el dinero que le ofrecian y cuando un j eque rico, a
quien había enseñado o resuelt o problem as, insist ía en pagar la
consult a, Berem iz recibfa la bolsa llena de dinares, agradeda el
donat ivo, y m andaba dist ribuir fnt egram ent e el cont enido ent re los
pobres del barrio. Ciert a vez llegó un m ercader llam ado Aziz Nem an,
em puñando un papel lleno de núm eros y cuent as, para quej arse de
un socio a quien llam aba " ladrón m iserable" , " 'chacal inm undo" y
ot ros epít et os no m enos insult ant es. Berem iz procuró calm ar el ánim o
exalt ado del hom bre lI am ándole al cam ino de la m ansedum bre.
- Es convenient e ponerse en guardia, le dij o, cont ra los j uicios
arrebat ados por la pasión, porque ést a desfigura m uchas veces la
verdad. Aquél que m ira a t ravés de un crist al de color, ve t odos los
obj et os del color de dicho crist al. Si el crist al es roj o, t odo le aparece
com o ensangrent ado; si es am arillo, t odo aparece de color de m iel. la
pasión es para el hom bre com o un crist al ant e los oj os. Si alguien nos
agrada, t odo se lo alabam os y disculpam os. Si, por el cont rario, nos
desagrada, t odo lo int erpret am os de m anera desfavorable. Y
seguidam ent e exam inó con paciencia las cuent as y descubrió en ella
varios errores que desvirt uaban los result ados. Aziz reconoció que
había sido inj ust o con su socio y quedó t an encant ado de las m aneras
int eligent es y conciliadoras de Berem iz que nos invit ó aquella noche a
dar un paseo por la ciudad.
Nuest ro com pañero nos llevó hast a el café Bazarique sit uado en el
ext rem o de la plaza de Ot m án.
Un fam oso cont ador de hist orias, en m edio de la sala llena de
hum o espeso, capt aba la at ención de un grupo num eroso de
oyent es.
Tuvim os la suert e de llegar exact am ent e en el m om ent o en que el
j eque el- m edah t erm inaba la acost um brada oración m at ut ina y
em pezaba la narración. Era un hom bre de unos cincuent a años, casi
negro con la barba com o el azabache y grandes oj os chispeant es.
Vest ía, com o casi t odos los narradores de Bagdad, un am plísim o paño
blanco apret ado en t orno de la cabeza por una cuerda de pelo de
cam ello que le daba una m aj est ad de sacerdot e ant iguo. Hablaba con
voz alt a y vaga, alzado en m edio del círculo de oyent es.
Sum isam ent e acom pañado de dos t ocadores de laúd y Tam bor.
Narraba con ent usiasm o una hist oria de am or, int ercalando algunas
vicisit udes de la vida del sult án. Los oyent es est aban pendient es de
sus palabras. Los gest os del j eque eran t an arrebat ados, su voz t an
expresiva, su rost ro t an elocuent e, que a veces daba la im presión de
que había vivido las avent uras que su im aginación creaba. Hablaba
de un largo viaj e. I m it aba el paso lent o del cam ello fat igado. Ot ras
veces hacía gest os de fat iga com o si fuera un beduino sedient o que
buscaba una got a de agua en t orno a sí. Luego dej aba caer los brazos
y la cabeza com o un hom bre hundido en la m ás com plet a
desesperación. iQué adm iración causaba aquel j eque cont ador de
hist orias!
Árabes, arm enios, egipcios, persas y nóm adas bronceados del
Hedj a, inm óviles, cont eniendo la respiración, reflej aban en sus
rost ros t odas las palabras del narrador. En aquel m om ent o, con el
alm a t oda en los oj os, dej aban ver claram ent e la ingenuidad de sus
sent im ient os ocult a baj o la apariencia de una dureza salvaj e. El
cont ador de hist orias iba de un lado a ot ro, ret rocedía at errado, se
cubría el rost ro con las m anos, alzaba los brazos al cielo y, a m edida
que se iba dej ando arrebat ar por sus propias palabras, los m úsicos
t ocaban y bat ían con m ás ent usiasm o..
La narración había arrebat ado a los beduinos. Cuando t erm inó,
los aplausos ensordecieron. Luego t odos los present es em pezaron a
com ent ar en voz baj a los episodios m ás em ocionales de la narración.
El m ercader Aziz Nem an, que parecía m uy popular en aquella
ruidosa sociedad, se adelant ó hacia.el cent ro de la sala y com unicó
al j eque en t ono solem ne y decidido
- Se halla aquí present e, ioh herm ano de los árabes! , el célebre
Berem iz Sam ir, el calculador persa, secret ario del visir Maluf.
Cent enares de oj os se clavaron en Berem iz, cuya presencia era un
honor para los parroquianos de aquel café.
El cont ador de hist orias, después de dirigir un respet uoso saludo
al Hom bre que Calculaba, dij o con voz clara y bien t im brada:
- iAm igos! He cont ado m uchas hist orias m aravillosas de genios,
reyes y efrit es. En hom enaj e al lum inoso calculador que acaba de
llegar, voy a cont ar una hist oria en la que se plant ea un problem a
cuya solución no ha sido descubiert a hast a ahora.
- iMuy bien! iMuy bien! , clam aron los oyent es.
El j eque, después de evocar el nom bre de Allah - iCon El sea la
oración y la gloria! - , cont ó el caso siguient e:
- Vivía ant año en Dam asco un esforzado cam pesino que t enía t res
hij as. Un día, hablando con el cadí, el cam pesino declaró que sus
hij as est aban dot adas de alt a int eligencia y de un raro poder
im aginat ivo.
El cadí, envidioso y m ezquino, se irrit ó al oír al rúst ico elogiar el
t alent o de las j óvenes, y declaró:
- iYa es la quint a vez que oigo de t u boca elogios exagerados que
exalt an la sabiduría de t us hij as! Voy a llam arlas al salón para ver si
est án dot adas de t ant o ingenio y perspicacia, com o pregonas.
Yel cadí m andó llam ar a las t res m uchachas y les dij o.
- Aquí hay 90 m anzanas que iréis a vender al m ercado. Fát im a, la
m ayor, llevará 50; Cunda llevará 30, y Shia, la m enor, llevará las
ot ras 10.
Si Fát im a vende las m anzanas al precio de siet e por un dinar, las
ot ras t endrán que vender t am bién al m ism o precio es decir siet e
m anzanas por un dinar. Si Fát im a vende las m anzanas a t res dinares
cada una, ése será t am bién el precio al que deberán vender las suvas
Cunda y Shia. El negocio se hará de m odo que las t res logren, con la
vent a de sus respect ivas m anzanas, una cant idad igual.
- ¿Y no puedo deshacerm e de alguna de las m anzanas que
llevo?, pregunt ó Fát im a.
- De ningún m odo, obj et ó el im pert inent e cadí. La condición es
ést a: Fát im a t iene que vender 50. Cunda venderá 30, y Shia sólo
podrá vender las 10 que le quedan. Y las ot ras dos t endrán que
venderlas al precio que Fát im a las venda. Al final t endrán que haber
logrado cuant ías iguales.
El problem a, plant eado de est e m odo, parecía absurdo y
disparat ado. ¿Cóm o resolverlo? las m anzanas, según la condición
im puest a por el cadí, t enían que ser vendidas al m ism o precio. Pero
lógicam ent e la vent a de 50 m anzanas t endría que producir una
cant idad m ucho m ayor que la vent a de 300 sólo 10. Y com o las
m uchachas no veían la m anera de resolver el caso, fueron a consult ar
a un im án que vivía en aquella m ism a vecindad. El im án, después de
llenar varias hoj as de núm eros, fórm ulas y ecuaciones, concluyó:
- Muchachas, el problem a es de una sencillez crist alina.
Vended las 90 m anzanas com o el cadí ordenó, y llegaréis al
result ado que os exige.
La indicación dada por el im án en nada aclaraba el int rincado
problem a de las 90 m anzanas propuest o por el cadí.
Las j óvenes fueron al m ercado y vendieron t odas las m anzanas.
Est o es: Fát im a vendió 50; Cunda vendió 30, y Shia las 10 que
llevaba. El precio fue el m ism o en los t res casos y al fin cada una
obt uvo la m ism a cant idad. Aquí t erm ina la hist oria. Corresponde
ahora a nuest ro calculador explicar cóm o fue resuelt o el problem a.
Apenas acababa de oír est as palabras cuando Berem iz se dirigió
al cent ro del corro de oyent es y habló así:
- No dej a de t ener ciert o int erés el problem a plant eado baj o
form a de un cuent o. Muchas veces vi exact am ent e lo cont rario:
sim ples hist orias disfrazadas de verdaderos problem as de Lógica de
Mat em át icas. La solución del enigm a con que el cadí de Dam asco
quiso at orm ent ar a las j óvenes cam pesinas parece ser la siguient e:
Fát im a em pezó la vent a fij ando el precio de 7 m azanas por un
dinar; vendió 49 de las 50 m anzanas que t enía por 7 dinares,
quedándose con una de rest o.
Cunda, obligada a ceder las 30 m anzanas por ese m ism o precio,
vendió 28 por 4 dinares, quedándose con dos de rest o.
Shia, que disponía de 10 m anzanas, vendió 7 por un dinar, y se
quedó con t res de rest o.
Tenem os as! en la prim era fase del problem a:
Fát im a:
1° fase 49 m anzanas por 7 dinares
2° fase 1 “ 3 “
Tot al 50 “ 10 “
Cunda:
1° fase 28 m anzanas por 4 dinares
2° fase 2 “ 6 “
Tot al 30 “ 10 “
Shia:
1° fase 7 m anzanas por 1 dinares
2° fase 3 “ 9 “
Tot al 10 “ 10 “
Qu e t r a t a de n u e st r a vu e lt a a l pa la cio de l j e qu e I e zid. Un a
r e u n ión de poe t a s y le t r a dos. El h om e n a j e a l m a h a r a j á de
La h or e . La M a t e m á t ica e n la I ndia . La h e r m osa le ye n da sobr e
“la pe r la de Lila va t i”. Los gr a n de s t r a t a dos qu e los h in dú e s
e scr ibie r on sobr e la s M a t e m á t ica s.
Al día siguient e, a prim era hora de la sob, llegó un egipcio con una
cart a del poet a I ezid a nuest ra m odest a host ería.
- Aún es m uy t em prano para la clase, advirt ió t ranquilo Berem iz.
Tem o que m i pacient e alum na no est é preparada.
El egipcio nos explicó que el j eque, ant es de la clase de
Mat em át icas, deseaba present ar al calculador persa a un grupo de
am igos. Convenía, pues llegar lo ant es posible al palacio dl poet a.
Est a vez, por precaución, nos acom pañaron t res esclavos negros,
fuert es y decididos, pues era m uy posible que el t errible y envidioso
Tara- Tir int ent ase asalt arnos en el cam ino para asesinar a Berem iz,
en quien veía posiblem ent e un odioso rival.
Una hora después, sin que nada anorm al sucediera, llegam os a la
deslum brant e residencia del j eque I ezid. El siervo egipcio nos conduj o
a t ravés de la int erm inable galería, hast a un rico salón azul adornado
con frisos dorados.
Le seguim os en silencio no sin ciert a prevención m ía por lo insólit o
de aquella llam ada.
Allí se encont raba el padre de Telassim rodeado de varios let rados
y poet as.
- ¡Salam Aleicum !
- ¡Massa al- quair!
- ¡Venda ezzaiac!
Cam biados los saludos, el dueño de la casa nos dirigió am ist osas
palabras y nos invit ó a t om ar asient o en aquella reunión.
Nos sent am os sobre m ullidos coj ines de seda, y una esclava negra
de oj os vivos, nos t raj o frut as, past eles y agua de rosas.
Me di cuent a de que uno de los invit ados, que parecía ext ranj ero,
llevaba un vest ido de luj o excepcional.
Vest ía una t única de seda blanca de Génova, ceñida con un
cint urón azul const elado de brillant es, colgaba un bello puñal con la
em puñadura incrust ada de lapislázuli y zafiros. Se cubría con un
vist oso t urbant e de seda rosa sem brado de piedras preciosas y
adornado con hilos negros. La m ano, t rigueña y fina, est aba realzada
por el brillo de los valiosos anillos que adornaban sus delgados dedos.
- I lust re geóm et ra, dij o el j eque I ezid dirigiéndose al Calculador,
bien sé que est arás sorprendido por la reunión que he organizado hoy
en est a m odest ísim a t ienda. Me cabe, sin em bargo, decir que est a
reunión no t iene m ás finalidad que rendir hom enaj e a nuest ro ilust re
huésped, el príncipe Cluzir- el- din- Mubarec- Schá, señor de Lahore y
Delhi.
Berem iz, con leve inclinación de cabeza, hizo un saludo al gran
m aharaj á de Lahore, que era el j oven del cint urón adornado con
brillant es.
Ya sabíam os, por las charlas habit uales de los forast eros en la
host ería, que el príncipe había dej ado sus ricos dom inios de la I ndia
para cum plir uno de los deberes del buen m usulm án; hacer la
peregrinación a La Meca, la Perla del I slam . Pocos días pasaría, pues,
ent re los m uros de Bagdad. Muy pront o part iría con sus num erosos
siervos y ayudant es hacia la Ciudad Sant a.
- Deseam os, ¡oh calculador! , prosiguió I ezid, que nos ayudes para
poder aclarar una duda sugerida por el príncipe Cluzir Schá. ¿Cuál fue
la cont ribución de los hindúes al enriquecim ient o de la Mat em át ica?
¿Quiénes los principales geóm et ras que dest acaron en la I ndia por
sus est udios e invest igaciones?
- ¡Jeque generoso! , respondió Berem iz. Sient o que la t area que
acabáis de lanzar sobre m is hom bros es de las que exigen erudición y
serenidad. Erudición para conocer con t odos los porm enores los
hechos de la Hist oria de las Ciencias, y serenidad para analizarlos y
j uzgarlos con elevación y discernim ient o. Vuest ros m enores deseos
¡oh Jeque! son sin em bargo, órdenes para m í. Expondré, pues, en
est a brillant e reunión, com o t ím ido hom enaj e al príncipe Cluzir Schá
–a quien acabo de t ener el honor de conocer- , las pequeñas nociones
que aprendí en los libros sobre el desarrollo de la Mat em át ica en el
País del Ganges.
El hom bre que Calculaba, em pezó así:
- ¡Nueve o diez siglos ant es de Mahom a, vivó en la I ndia un
brahm án ilust re que se llam aba Apast am ba. Con int ención de ilust rar
a los sacerdot es sobre los sist em as de const rucción de alt ares y sobre
la orient ación de los t em plos, est e sabio escribió una obra llam ada
“ Suba- Sut ra” que cont iene num erosas enseñanzas m at em át icas. Es
poco probable que est a obra pudiera recibir influencia de los
pit agóricos, pues la geom et ría del sacerdot e hindú no sigue el m ét odo
de los invest igadores griegos. Se encuent ran, sin em bargo, en las
páginas de “ Suba- Sut ra” varios t eorem as de Mat em át icas y pequeñas
reglas sobre const rucción de figuras. Para enseñar la t ransform ación
convenient e de un alt ar, el sabio Apast am ba propone la const rucción
de un t riángulo rect ángulo cuyos lados m iden respect ivam ent e 39, 36
y 15 pulgadas. Para la solución de est e curioso problem a aplicaba el
brahm án un principio que era at ribuido al griego Pit ágoras:
5 2= 4 2 + 3 2
25 = 16 + 9
106 – ( 35 + 1 ) = 70 m onedas
Est as fueron halladas a la hora del desem barque por el alm oj arife,
quien obedeciendo las órdenes del capit án procedió a un repart o
equit at ivo ent re los t res m arineros. Mas al efect uar la división
observó que después de obt ener t res part es de 23 m onedas, le sobra
una.
70 : 3 = 23 cocient e 1 rest o
Ent rega pues veint it rés m onedas a cada m arinero y opt a por
quedarse la m oneda sobrant e.
En definit iva, el repart o de los 241 m onedas se efect uó de la
m anera siguient e:
1° m arinero 80 + 23 = 103
2° m arinero 53 + 23 = 76
3° m arinero 35 + 23 = 58
Alm oj arife 1
Arroj adas al m ar 3
Tot al 241
7, 21, 2, 98
Conviene señalar que la sum a de est os cuat ro núm eros es igual a
128. ¿Pero cuál es en verdad la significación de esas cuat ro part es en
que fue dividido el núm ero 128?
Berem iz recibió la ext raña m edalla de m anos del príncipe. La
exam inó en silencio durant e un t iem po, y después habló así:
- Est a m edalla, ¡oh príncipe! Fue grabada por un profundo
conocedor del m ist icism o num érico. Los ant iguos creían que ciert os
núm eros t enían un poder m ágico. El “ t res” era divino, el “ siet e” era el
núm ero sagrado. Los siet e rubíes que vem os aquí revelan la
preocupación del art ist a en relacionar el núm ero 128 con el núm ero
7. El núm ero 128 es, com o sabem os, suscept ible de descom posición
en un product o de 7 fact ores iguales a 2:
2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2
Ese núm ero 128 puede ser descom puest o en cuat ro part es:
7, 21, 2 y 98
7 + 7 = 14
21 – 7 = 14
2 x 7 = 14
98 : 7 = 14
Est a m edalla debe de haber sido usada com o t alism án, pues
cont iene relaciones que se refieren t odas al núm ero 7, que para los
ant iguos era un núm ero sagrado.
Se m ost ró el príncipe de Lahore encant ado con la solución
present ada por Berem iz, y le ofreció, com o regalo, no solo la m edalla
de los siet e rubíes, sino t am bién una bolsa de m onedas de oro.
El príncipe era generoso y bueno.
Pasam os seguidam ent e a una gran sala donde el poet a I ezid iba a
ofrecer un espléndido banquet e a sus convidados.
El prest igio de Berem iz poco a poco iba en aum ent o; buena prueba
de ello fue que le dest inaron un sit io m ás dist inguido del que puede
esperarse de su condición.
Algunos de los invit ados no supieron disim ular la cont rariedad. En
cuant o a m í m e relegaron al últ im o lugar.
CAPI TULO XX
Term inada la com ida a una señal del j eque I ezid, se levant ó el
calculador. Había llegado la hora señalada para la segunda clase de
Mat em át icas. La alum na invisible ya se hallaba a la espera del
profesor.
Después de saludar al príncipe y a los j eques que charlaban en el
salón, Berem iz, acom pañado de una esclava, se encam inó hacia el
aposent o ya preparado para la lección.
Me levant é t am bién y acom pañé al calculador, pues pret endía
aprovechar la aut orización que m e había sido concedida y asist ir a las
lecciones dadas a la j oven Telassim .
Uno de los present es, el gram át ico Doreid, am igo del dueño de la
casa, m ost ró t am bién deseos de oír las lecciones de Berem iz y nos
siguió, dej ando la com pañía del príncipe Cluzir Schá. Era Doreid
hom bre de m ediana edad, m uy risueño, de rost ro anguloso y
expresivo.
At ravesam os una riquísim a galería cubiert a de bellas alfom bras
persas y, guiados por una esclava circasiana de asom brosa belleza,
llegam os finalm ent e a la sala donde Berem iz t enía que dar la clase de
Mat em át icas. El t apiz roj o que ocult aba a Telassim días at rás había
sido sust it uido por ot ro azul que present aba en el cent ro un gran
hept ágono est rellado.
rca de la vent ana que se abría al j ardín, Berem iz se acom odó com o
la prim era vez, en el cent ro de la sala, sobre un am plio coj ín de seda.
A su lado, en una m esit a de ébano, había un ej em plar de el Corán. La
esclava circasiana y ot ra persa de oj os dulces y sonrient es se
colocaron j unt o a la puert a. El egipcio encargado de la puert a
personal de Telassim se apoyó en una colum na.
Después de la oración, Berem iz habló así:
- I gnoram os cuando la at ención del hom bre despert ó a la idea del
“ núm ero” . Las invest igaciones realizadas por los filósofos se
rem ont an a t iem pos que ya no se perciben, ocult os por la niebla del
pasado.
Los que est udian la evolución del núm ero dem uest ran que incluso
ent re los hom bres prim it ivos ya est aba la int eligencia hum ana dot ada
de una facult ad especial que llam arem os “ sent ido del núm ero” . Esa
facult ad perm it e reconocer de form a puram ent e visual si una reunión
de obj et os fue aum ent ada o dism inuida, est o es, si sufrió
m odificaciones num éricas.
No se debe confundir el “ sent ido del núm ero” con la facult ad de
cont ar. Sólo la int eligencia hum ana puede alcanzar el grado de
abst racción capaz de perm it ir el act o de cont ar, aunque el sent ido del
núm ero se observa ya en m uchos anim ales.
Algunos páj aros, por ej em plo, pueden cont ar los huevos que dej an
en el nido, dist inguiendo “ dos” de “ t res” . Algunas avispas llegan a
dist inguir “ cinco” y “ diez” .
Los salvaj es de una t ribu del nort e de Africa conocían t odos los
colores del arco iris y daban a cada color un nom bre. Pues bien, dicha
t ribu, no conocía la palabra “ color” . De la m ism a form a, m uchos
lenguaj es prim it ivos present an palabras para designar “ uno” , “ dos” ,
“ t res” , et c. y no encont ram os en esos idiom as un vocablo especial
para designar de m anera general al “ núm ero” .
¿Pero cuál es el origen del núm ero?
No sabem os, señora, responder a est a pregunt a.
Cam inando por el desiert o el beduino avist a a lo lej os una
caravana.
La caravana pasa lent am ent e. Los cam ellos avanzan t ransport ando
hom bres y m ercancías.
¿Cuánt os cam ellos hay? Para responder a est a pregunt a hay que
em plear el “ núm ero” .
¿Serán cuarent a? ¿Serán cien?
Para llegar al result ado el beduino precisa poner en práct ica ciert a
act ividad. El beduino necesit a “ cont ar” .
Para cont ar, el beduino relaciona cada obj et o de la serie con ciert o
sím bolo: “ uno” , “ dos” , “ t res” , “ cuat ro” …
Para dar el result ado de la “ cuent a” , o m ej or el “ núm ero” , el
beduino precisa invent ar un “ sist em a de num eración” .
El m ás ant iguo sist em a de num eración en el “ quinario” , est o es el
sist em a en el que las unidades se agrupan de cinco en cinco.
Una vez cont adas cinco unidades se obt iene una serie llam ada
“ quina” . Com o unidades serían así 1 “ quina” m ás 3 y se escribiría 13.
Conviene aclarar que, en est e sist em a, la segunda cifra de la
izquierda vale cinco veces m ás que si est uviese a la derecha. El
m at em át ico dice ent onces que la base de dicho sist em a de
num eración es 5.
De t al sist em a se encuent ran aún vest igios en los poem as
ant iguos.
Los caldeos t enían un sist em a de num eración cuya base era el
núm ero 60.
Y así, en la ant igua Babilonia el sím bolo:
1.5
4.1
Si est ás ociosa o descuidada, dej ando que el cánt aro flot e sobre el
agua, ven, ven a m i lado.
Verdean las hierbas en la cuest a, y las flores silvest res se abren
ya.
Tus pensam ient os volarán de t us oj os negros com o los páj aros
vuelan de sus nidos.
Y se t e caerá el velo a los pies.
Ven, ¡oh, ven hacia m í!
Dej am os con plácida t rist eza la sala llena de luz. Not é que Berem iz
no llevaba ya en el dedo el anillo que había ganado en la host ería el
día de nuest ra llegada. ¿Habría perdido t an herm osa j oya?
La esclava circasiana m iraba vigilant e com o si t em iera el sort ilegio
de algún dj in invisible.
CAPI TULO XXI
Colocar diez soldados en cinco filas de m odo que cada fila t enga
cuat ro soldados.
“ Un raj á dej ó a sus hij as ciert o núm ero de perlas y det erm inó que
la división se hiciera del siguient e m odo: la hij a m ayor se quedaría
con una perla y un sépt im o de lo que quedara. La segunda hij a
recibiría dos perlas y un sépt im o de la rest ant e, la t ercera j oven
recibiría 3 perlas y un sépt im o de lo que quedara. Y así
sucesivam ent e.”
Las hij as m ás j óvenes present aron dem anda ant e el j uez alegando
que por ese com plicado sist em a de división result aban fat alm ent e
perj udicadas.
El j uez, que según reza la t radición, era hábil en la resolución de
problem as, respondió prest am ent e que las reclam ant es est aban
engañadas y que la división propuest a por el viej o raj á era j ust a y
perfect a.
Y t enía razón. Hecha la división, cada una de las herm anas recibió
el m ism o núm ero de perlas.
Se pregunt a:
¿Cuánt as perlas había? ¿Cuánt as eran las hij as del raj á?
La solución de ese problem a no ofrece la m enor dificult ad.
Veam os:
142.857 x 2 = 285.714
Vem os que las cifras que const it uyen el product o son los m ism os
del núm ero dado, pero en dist int o orden. El 14 que se hallaba a la
izquierda se ha t rasladado a la derecha.
Mult ipliquem os el núm ero 142.857 por 3:
142.857 x 3 = 428.571
Ot ra vez observam os la m ism a singularidad: las cifras del product o
son precisam ent e las m ism as del núm ero pero con el orden alt erado.
El 1, que se halla a la izquierda pasó a la derecha, las ot ras cifras
quedan donde est aban.
Lo m ism o ocurre cuando el núm ero se m ult iplica por 4:
142.857 x 4 = 571.428
142.857 x 5 = 714.285
142.857 x 6 = 857.142
999.999
142.857 x 8 = 1.142.856
Todas las cifras del núm ero aparecen aún en el product o con
excepción del 7. El 7 del núm ero prim it ivo fue descom puest o en dos
part es: 6 y 1. La cifra 6 quedó a la derecha y el 1 fue a la izquierda
com plet ando el product o.
Veam os ahora qué acont ece cuando m ult iplicam os el núm ero
142.857 por 9:
142.857 x 9 = 1.286.713
Observem os con at ención est e result ado. La única cifra del
m ult iplicando que no figura en el product o es el 4. ¿Qué ha pasado
con ella? Aparece descom puest a en dos part es: 3 y 1, colocadas en
los ext rem os del product o.
Del m ism o m odo podríam os com probar las singularidades que
present a el núm ero 142.857 cuando se m ult iplica por 11, 12, 13, 14,
15, 17, 18, et c.
Por eso el núm ero 142.857 se incluye ent re los núm eros
cabalíst icos de la Mat em át ica. Me lo enseñó el derviche Nô- Elin…
- ¡Nô- Elin?, repit ió asom brado y j ubiloso el príncipe Cluzir Schá. ¿Es
posible que hayas conocido a ese sabio?
- Lo conocí m uy bien, ¡oh Príncipe! , respondió Berem iz. Con él
aprendí t odos los principios que hoy aplico a m is invest igaciones
m at em át icas.
- Pues el grande Nô- Elin, explicó el hindú, era am igo de m i padre.
Ciert a vez después de haber perdido a un hij o en una guerra inj ust a y
cruel, se apart ó de la vida ciudadana y nunca m ás volvió a verlo. Hice
m uchas pesquisas para encont rarlo, pero no conseguí obt ener la
m enor indicación sobre su paradero. Llegué incluso a adm it ir que
quizá había m uert o en el desiert o, devorado por las pant eras.
¿Puedes acaso decirm e dónde se halla Nô- Elin?
Respondió Berem iz:
- Cuando salí para Bagdad lo dej ó en Khoi, en Persia, j unt o con t res
am igos.
- Pues en cuant o regrese de la Meca irem os a la ciudad de Khoi a
buscar a ese gran ulem a, respondió el Príncipe. Quiero llevarlo a m i
palacio. ¿Podrás, ¡oh Calculador! , ayudarnos en esa grandiosa
em presa?
- Señor, respondió Berem iz. Si es para prest ar auxilio y hacer
j ust icia a quien fue m i guía y m aest ro, est oy dispuest o a
acom pañaros si preciso fuera hast a la I ndia.
Y así, a causa del núm ero 142.857, quedó resuelt o nuest ro viaj e a
la I ndia, a la t ierra de los raj ás.
Y t al núm ero es realm ent e cabalíst ico…
CAPI TULO XXI V
“ Todo resuelt o. Los t res asesinos han sido ej ecut ados hoy
sum ariam ent e. Tara- Tir recibió 8 bast onazos y pagó una m ult a de 27
cequíes de oro y fue advert ido de que t iene que dej ar
inm ediat am ent e la ciudad. Lo m andé a Dam asco baj o guardia” .
8 3 = 512
27 3 = 19.683
No creo sin em bargo que la nost algia, una vez reducida a fórm ulas,
sea calculable en cifras. ¡Por Allah! Cuando yo era niño oí m uchas
veces a m i m adre, encerrada en el harem de nuest ra casa, cant ando:
La prim era noche después del Ram adán t ras llegar al palacio del
Califa, fuim os inform ados por un viej o escriba, com pañero nuest ro de
t rabaj o, que el soberano preparaba una ext raña sorpresa a nuest ro
am igo Berem iz.
Nos esperaba un grave acont ecim ient o. El Calculador iba a t ener
que com pet ir, en audiencia pública, con siet e m at em át icos, t res de
los cuales habían llegado días ant es de El Cairo.
¿Qué hacer? ¡Allah Akbar! Ant e aquella am enaza procuré anim ar a
Berem iz diciéndole que debía t ener confianza absolut a en su
capacidad t ant as veces com probada.
El calculador m e recordó un proverbio de su m aest ro Nô- Elin:
¿Est aría el j eque I ezid ent erado de aquel doble m ensaj e de am or?
No había m ot ivo para que t al idea m e preocupara ahora
dem asiado. Solo m ás t arde, com o he dicho yo, m e confió Berem iz el
secret o.
¡I allah!
CAPI TULO XXVI
El sabio designado para iniciar las pregunt as se levant ó con aust era
solem nidad. Era un hom bre respet able, oct ogenario, que m e
inspiraba un m edroso respet o. Las largas barbas blancas, profét icas,
le caían abundant es sobre el am plio pecho.
- ¿Quién es ese noble anciano? Pregunt é en voz baj a a un haquim
oio- ien de rost ro flaco y at ezado que se hallaba j unt o a m í.
- Es el célebre ulem a Mohadeb I bagué- Abner- Ram a, m e respondió.
Dicen que conoce m ás de quince m il sent encias sobre el Corán.
Enseña Teología y Ret órica.
Las palabras del sabio Mohadeb eran pronunciadas con un t ono
ext raño y sorprendent e, sílaba a sílaba, com o si el orador pusiera
em peño en m edir el sonido de su propia voz.
- Voy a int errogart e, ¡oh Calculador! , sobre un t em a de im port ancia
indiscut ible para un m usulm án. Ant e de est udiar la ciencia de un
Euclides o de un Pit ágoras, el buen islam it a debe conocer
profundam ent e el problem a religioso, pues la vida no se concibe si se
proyect a divorciada de la Verdad y de la Fe. El que no se preocupa
del problem a de su exist encia fut ura, de la salvación del alm a, y
desconoce los precept os de Dios, los m andam ient os, no m erece el
calificat ivo de sabio. Quiero pues que nos present es, en est e
m om ent o, sin la m enor vacilación, quince indicaciones num éricas y
cit as not ables sobre el Corán, el libro de Allah.
Ent re esas quince indicaciones deberán figurar:
En e l qu e e scu ch a m os u n a a n t igu a le ye n da pe r sa . Lo
m a t e r ia l y lo e spir it ua l. Los pr oble m a s h u m a n os y
t r a sce n de n t e s. La m u lt iplica ción m á s fa m osa . El Sult á n
r e pr im e con e n e r gía la in t ole r a n cia de los j e qu e s isla m it a s.
“ ¡El cast igo de Dios est á m ás cerca del pecador de lo que est án los
párpados de los oj os! ”
He aquí, ¡oh j ust icioso ulem a! , concluyó Berem iz, narrada con la
m ayor sencillez, una fábula en la que hay dos divisiones. La prim era
fue una división de t res ent re t res, plant eada, pero no efect uada. La
segunda fue una división de t res ent re dos, efect uada sin rest o.
Oídas est as palabras del calculist a se hizo un profundo silencio.
Aguardaban t odos con vivo int erés la apreciación, o m ej or, la
sent encia del severo ulem a.
El j eque Hacif Rahal, después de aj ust arse nerviosam ent e su gorro
verde y pasarse la m ano por la barba, pronunció con ciert a am argura
su sent encia:
- La fábula narrada se aj ust ó perfect am ent e a las exigencias por m í
form uladas. Confieso que no la conocía y, a m í ver, es de las m ás
felices. El fam oso Esopo, el griego, no la haría m ej or. Y ese es m i
parecer. Allah es sin em bargo m ás sabio y m ás j ust o.
La narración de Berem iz, aprobada por el j eque del gorro verde,
agradó a t odos los visires y nobles m usulm anes. El príncipe Cluzir
Schá, huésped del rey, declaró en voz alt a dirigiéndose a t odos los
present es:
- La fábula que acabam os de oír encierra una lección m oral. Los
viles aduladores que se arrast ran en las cort es, en la alfom bra de los
poderosos pueden, al principio, lograr algún provecho de su
servilism o, pero al fin son siem pre cast igados, pues el cast igo de Dios
est á siem pre m uy cerca del pecador. La cont aré a m is am igos y
colaboradores cuando vuelva a m is t ierras de Lahore.
El soberano árabe calificó de m aravillosa la narración de Berem iz. Y
dij o, adem ás, que aquella singular división de t res ent re t res debería
ser conservada en los archivos del Califat o, pues la narración de
Berem iz, por su elevada finalidad m oral, m erecía ser escrit a con
let ras de oro en las alas t ransparent es de una m ariposa blanca del
Cáucaso.
Seguidam ent e t om ó la palabra el sext o ulem a.
Era ést e cordobés. Había vivido quince años en España y había
huido de allá al caer en desgracia ant e su soberano. Era hom bre de
m ediana edad, rost ro redondo, fisonom ía franca y risueña. Decían sus
adm iradores que era m uy hábil en escribir versos hum oríst icos y
sát iras cont ra los t iranos. Durant e seis años había t rabaj ado en el
Yem en com o sim ple m ut avif.
- ¡Em ir del Mundo! , com enzó el cordobés dirigiéndose al Califa.
Acabo de oír con verdadera sat isfacción la adm irable fábula
denom inada la división de t res ent re dos. Est a narración encierra a m í
ver grandes enseñanzas y profundas verdades. Verdades claras com o
la luz del sol en la hora del adduhhr. Me veo forzado a confesar que
los precept os m aravillosos t om an form a viva cuando son present ados
en form a de hist orias o de fábulas. Conozco una leyenda que no
cont iene divisiones, cuadrados ni fracciones, pero que encierra un
problem a de Lógica cuya solución solo es posible m ediant e el
raciocinio puram ent e m at em át ico. Narrada en form a de leyenda,
verem os cóm o resolverá el exim io Calculador el problem a en ella
cont enido.
Y el sabio cordobés cont ó lo siguient e:
CAPI TULO XXXI
- “ Maçudó, el fam oso hist oriador árabe, en los veint idós volúm enes
de su obra, habla de los siet e m ares, de los grandes ríos, de los
elefant es célebres, de los ast ros, de las m ont añas, de los diferent e
reyes de la China y de ot ras m il cosas, y no hace la m enor referencia
al nom bre de Dahizé, hij a única del rey Cassim “ el indeciso” . No
im port a. A pesar de t odo, Dahizé no quedará olvidada, pues en los
m anuscrit os árabes se encuent ran m ás de cuat rocient os m il versos
en los que cent enares de poet as alaban y exalt an los encant os de la
fam osa princesa. La t int a gast ada para describir la belleza de los oj os
de Dahizé, daría, t ransform ada en aceit e, el suficient e para ilum inar
la ciudad de El Cairo durant e m edio siglo sin int errupción.
¡Qué exagerado! , diréis.
¡No adm it o eso de exagerado, herm anos árabes! ¡La exageración
es una form a de m ent ira!
Pasem os sin em bargo al caso que narraba.
Cuando Dahizé cum plió dieciocho años y veint isiet e días, fue
pedida en m at rim onio por t res príncipes cuyos nom bres ha
perpet uado la t radición: Aradin, Benefir y Com ozán.
El rey Cassim est aba indeciso. ¿Cóm o elegir ent re los t res ricos
pret endient es aquél que debería ser el novio de su hij a? Hecha la
elección, se present aría la siguient e consecuencia fat al: Él, el rey,
ganaría un yerno, pero en cam bio los ot ros dos pret endient es
despechados se convert irían en rencorosos enem igos. ¡Pésim o
negocio para un m onarca sensat o y caut eloso, que sólo deseaba vivir
en paz con su pueblo y sus vecinos!
La princesa Dahizé, consult ada, declaró que se casaría con el m ás
int eligent e de sus t res pret endient es.
La decisión de la j oven fu recibida con gran cont ent o por el rey
Cassim . El caso, que parecía t an delicado, present aba una solución
m uy sim ple. El soberano árabe m andó llam ar a los cinco sabios m ás
sabios de la cort e y les dij o que som et ieran a los t res príncipes a un
riguroso exam en.
¿Cuál de los t res sería el m ás int eligent e?
Term inadas las pruebas, los sabios present aron al soberano un
m inucioso inform e. Los t res príncipes eran int eligent ísim os. Conocían
adem ás profundam ent e las Mat em át icas, la Lit erat ura, la Ast ronom ía
y la Física. Resolvían com plicados problem as de aj edrez; cuest iones
sut ilísim as de Geom et ría, enigm as enrevesados y escrit os cifrados.
- Nos vem os m añana, declaraban los sabios, de llegar a un
result ado definit ivo a favor de uno u ot ro…
Ant e el lam ent able fracaso de la ciencia, resolvió el rey consult ar a
un derviche que t enía fam a de conocer la m agia y los secret os del
ocult ism o.
El sabio derviche se dirigió al rey:
- Sólo conozco un m edio que nos perm it a det erm inar quién es el
m ás int eligent e de los t res. ¡La prueba de los cinco discos!
- Hagam os, pues esas pruebas, exclam ó el rey.
Los t res príncipes fueron conducidos al palacio. El derviche,
ost rándoles cinco discos de m adera m uy fina, les dij o:
- Aquí hay cinco discos. Dos de ellos son negros y t res blancos.
Todos son del m ism o t am año y de idént ico peso, y solo se dist inguen
por el color.
Act o seguido, un paj e vendó cuidadosam ent e los oj os de los t res
príncipes, de m odo que no podían ver ni la m enor som bra.
El viej o derviche t om ó ent onces al azar t res de los cinco discos y
colgó uno a la espalda de cada uno de los pret endient es.
Dij o luego el derviche:
- Cada uno de vosot ros lleva colgado a su espalda un disco cuyo
color ignora. Serés int errogados uno t ras ot ro. El que descubra el
color del disco que le cayó en suert e, será declarado vencedor y se
casará con la bella Dahizé. El prim er int errogado podrá ver los discos
de los ot ros dos com pet idores. El segundo podrá ver el disco del
últ im o. Y ést e t endrá que form ular su respuest a sin ver nada. El que
dé la respuest a ciert a, para probar que no fue favorecido por el azar,
t endrá que j ust ificarla por m edio de un razonam ient o riguroso,
m et ódico y sim ple. ¿Quién desea ser el prim ero?
Respondió pront am ent e el príncipe Com ozán:
- ¡Yo quiero ser el prim ero!
El paj e le quit ó la venda de los oj os, y el príncipe Com ozán pudo
ver el color de los discos que pendían de la espalda de sus rivales.
I nt errogado en secret o por el derviche, su respuest a fue errada.
Declarado vencido t uvo que ret irarse del salón. Com ozán había vist o
los dos discos de sus rivales y había errado al decir de qué color era
el suyo.
El rey anunció en voz alt a para que se ent eraran los ot ros dos:
- ¡El príncipe Com ozán ha fracasado!
- ¡Quiero ser el segundo! , declaró el príncipe Benefir.
Descubiert os sus oj os, el segundo príncipe vio el color del disco
que llevaba a cuest as su com pet idor. Se acercó al derviche y form uló
en secret o su respuest a.
El derviche sacudió negat ivam ent e su cabeza. El segundo príncipe
se había equivocado, y fue invit ado a abandonar inm ediat am ent e el
salón.
Solo quedaba el t ercer com pet idor, el príncipe Aradin.
Est e, cuando el rey anunció la derrot a del segundo pret endient e, se
acercó al t rono con los oj os aún vendados y dij o en voz alt a cuál era
el color exact o de su disco.
Concluida la narración, el sabio cordobés se volvió hacia Berem iz y
le dij o:
- El príncipe Aradin, para form ular la respuest a, realizó un
razonam ient o riguroso y perfect o que le llevó a resolver con absolut a
seguridad el problem a de los cinco discos y conquist ar la m ano de la
herm osa Dahizé.
Deseo pues saber:
Berem iz, con la cabeza baj a, reflexionó unos inst ant es. Luego,
alzando el rost ro, discurrió sobre el caso con seguridad y
desem barazo. Y dij o:
- El príncipe Aradin, héroe de la curiosa leyenda que acabam os de
oír, respondió al rey Cassim padre de su am ada:
¡El disco es blanco!
Y al proferir t al afirm ación, t enía la cert eza lógica de que est aba
diciendo la verdad.
¡El disco es blanco!
¿Cuál fue, pues, el razonam ient o que le hizo llegar a est a
conclusión?
El razonam ient o del príncipe Aradin fue el siguient e:
“ El prim er pret endient e, Com ozán, ant es de responder vio los dos
discos de sus dos rivales. Vio los “ dos” discos y equivocó la
respuest a.
Conviene insist ir: De los cinco discos –“ t res” blancos y “ dos”
negros- Com ozán vio dos y, al responder se equivocó.
¿Por qué se equivocó?
Se equivocó porque respondió en la inseguridad:
Pero si hubiera vist o en sus rivales “ dos discos negros” no se
habría equivocado, no hubiese dudado, y habría dicho al rey:
Veo que m is dos rivales llevan discos negros, y com o solo hay dos
discos negros, el m io forzosam ent e ha de ser blanco.
Y con est a respuest a hubiera sido declarado vencedor.
Pero Com ozán, el prim er enam orado, se equivocó. Luego los discos
que vio “ no eran am bos negos” .
Pero sí esos dos discos vist os por Com ozán no eran am bos negros,
cabían dos posibilidades:
Prim era: Com ozán vio que los dos discos eran blancos.
Pero al fin, las cosas parecían correr a m edida de nuest ros deseos.
CAPI TULO XXXI I
¡Alabado sea Allah, que creó la Muj er, el Am or y las Mat em át icas!
CAPI TULO XXXI V
Y aún m ás:
Esposa de puro origen, ¡Oh perfum ada! Baj o las not as de t u voz,
se alzan las piedras danzando y vienen en orden a erigir un
arm onioso edificio.
Cant ad, ¡oh aves! , vuest ros cánt icos m ás puros. Brilla, ¡oh sol! ,
con t u m ás dulce luz.
Dej a volar t us flechas, ¡oh Dios del Am or…! Muj er, es grande t u
felicidad; bendit o sea t u am or.
No hay duda. De t odos los problem as, el que m ej or resolvió
Berem iz fue el de la Vida y el Am or.
Aquí t erm ino, sin fórm ulas y sin núm eros la sencilla hist oria del
Hom bre que Calculaba.
La verdadera felicidad –según afirm ó Berem iz- solo puede exist ir a
la som bra de la religión crist iana.
“ Si los árabes fuesen bárbaros dest ruct ores com o lo fueron los
m ongoles, nuest ro Renacim ient o se habría vist o al m enos
t erriblem ent e ret rasado. Pero los est udiosos del I slam no dudaron en
efect uar largas y cost osas invest igaciones a fin de consult ar y
coleccionar los preciosos t ext os ant iguos” .
“ Acept aban el Corán, pero querían que fuera lícit o int erpret arlo de
form a com pat ible con un sist em a de pensam ient o puram ent e lógico.
Los punt os sobre los que se discut ía pueden hoy parecernos
bagat elas, pero en ellas se encerraban problem as filosóficos de
am plio alcance, com o el de la et ernidad del m undo, de la casualidad,
del t iem po, de la razón suficient e.”
Mient as ent re los crist ianos pont ificaban los ast rólogos y
em bust eros con sus charlat anerías, ent re los árabes los ast rónom os
observaban el cielo y procuraban descubrir las leyes que rigen los
infinit os de Allah:
No hay ciencia que hable de las arm onías de la Nat uraleza con m ás
claridad que las Mat em át icas. – PAULO CARUS
Sin la Mat em át ica no nos sería posible com prender m uchos pasaj es
de las Sagradas Escrit uras. – SAN AGUSTI N.
Una ciencia nat ural es, t an solo, una ciencia m at em át ica. – KANT.
El que no conoce la Mat em át ica m uere sin conocer la verdad
cient ífica. –SCHELBACH.
Dios es el gran geóm et ra. Dios geom et riza sin cesar. – PLATÓN.
Todo aquello que han realizado a lo largo de los siglos las m ayores
int eligencias en relación con la com prensión de las form as por m edio
de concept os precisos, est á reunido en una gran ciencia: la
Mat em át ica. – J. M. HERBART.
La Ciencia, por el cam ino de a exact it ud, solo t iene dos oj os: La
Mat em át ica y la Lógica. – DE MORGAN.
Sin la Mat em át ica no sería posible la exist encia de la Ast ronom ía,
sin los recursos prodigiosos de la Ast ronom ía sería im posible la
Navegación. Y la Navegación fue el fact or m áxim o del progreso de la
Hum anidad. – AMOROSO COSTA.
Con side r a cion e s sobr e los pr oble m a s pla n t e a dos
1 2 8 1
17- - - + 11 - - - + 3 - - - = 33 - - -
2 3 9 8
1
33 - - -
8
Y exist e por t ant o, un rest o:
1 17
35 – 33 + - - - = 1 + - - - - -
8 18
17
Est e rest o sería, pues, de un cam ello y - - - - - de cam ello.
18
17
La fracción - - - - - - expresa la sum a:
18
1 1 1
--- + --- + ---
2 3 9
1 1 1 27 + 18 + 6 51 17
--- + --- + --- = ---------------- = ----- = -----
2 3 9 54 54 18
1 17
- - - - - de 35 es igual a 1 + - - - - -
18 18
Berem iz con el art ificio em pleado, dist ribuyó los 17/ 18 ent re los
t res herederos –aum ent ando la part e de cada uno- y se quedó con la
part e ent era de la fracción excedent e.
En algunos aut ores encont ram os est e m ism o y curioso problem a,
de origen folklórico, en el que el t ot al de cam ellos es 17 y no 35. Ese
problem a de de los 17 cam ellos puede leerse en cent enares de libros
de ent ret enim ient os m at em át icos.
Para el t ot al de 17 cam ellos, la división se hace por m edio de un
art ificio idént ico –aum ent ando en un cam ello la herencia del j eque- ,
pero el rest o es solo el cam ello en que fue aum ent ada. En el caso del
t ot al de 35 cam ellos, com o ocurrió en el episodio de Berem iz, el rest o
es m ás int eresant e, pues el calculador obt iene una pequeña ganancia
con su habilidad.
Si el t ot al fuera 53 cam ellos, la división de la herencia hecha del
m ism o m odo, aplicando el art ificio, daría un rest o de 3 cam ellos.
He aquí los núm eros que podrían ut ilizarse: 17, 35, 53, 71, et c.
El pr oble m a de l j oye r o
El pr oble m a de los cu a t r o cu a t r os
4
4! + 4! + - - -
4
4! + 4 ( 4- 4)
25 = 4! – 4 4- 4
4 + 4
26 = 4! + - - - - - - -
4
El pr oble m a de la s 2 1 va sij a s
“ Un com erciant e t iene una vasij a con 24 lit ros de vino. Quiere
repart ir est e vino ent re t res socios en t res part es iguales con 8 lit ros
cada una. El m ercader solo dispone de t res vasij as vacías cuya
capacidad es respect ivam ent e, 13 lit ros, 11 lit ros y 5 lit ros. Usando
est as t res vasij as ¿Cóm o podrá dividir el vino en 3 porciones de 8
lit ros cada una?”
El n ú m e r o π
16
----
9
1 10
3 ---- y 3 -----
7 71
17
3 -------
120
355
113
para el núm ero π, que fue m uy em pleado durant e los siglos XVI y
XVI I .
El alem án Johann Heinrich Lam bert , ( 1728- 1777) t uvo la paciencia
de obt ener para el valor de π una fracción ordinaria cuyo num erador
t enía dieciséis cifras y el denom inador quince.
Para la fij ación de un valor aproxim ado de π - en núm ero decim al-
por m edio de un art ificio nem ot écnico, exist en varias frases.
El m at em át ico francés Maurice Decerf, gran invest igador de
curiosidades, escribió un poem a en el que cada palabra, por el
núm ero de let ras que cont iene, corresponde a una cifra del núm ero π
- en decim al- .
Vam os a indicar los dos prim eros versos de est e poem a:
Que j ’aim e à faire connaît re un nom bre ut ile aux sages Glorieux
Archim ède art ist e ingenieux.
El lect or puede cont ar a part ir del que inicial el núm ero de let ras de
cada palabra y obt endrá –para cada palabra- una cifra de la part e
decim al de π:
1 1 1 1
1 - --- + --- - --- + --- - …
3 5 7 9
NOTA.- Del libro Les Mat hém at iques et l’im aginat ion –Ed. Payot ,
París 1950, pág. 59- de los m at em át icos Edgard Kasner y Jam es
Newm an, copiam os el párrafo siguient e:
El pr oble m a de l j u e go de a j e dr e z
Est e es sin duda uno de los problem as m ás fam osos en los am plios
dom inios de la Mat em át ica recreat iva. El núm ero t ot al de granos de
t rigo, de acuerdo con la prom esa del rey I adava, vendrá expresado
por la sum a de los sesent a y cuat ro prim eros t érm inos de la
progresión geom ét rica:
: : 1 : 2 : 4 : 8 : 16 : 32 : 64 : …
S = 2 64 – 1
Para obt ener el result ado final debem os elevar el núm ero 2 a la
sexagésim a cuart a pot encia, est o es; m ult iplicar 2 x 2 x 2 x 2… con
sesent a y cuat ro fact ores iguales a 2. Después del t rabaj oso cálculo
llegam os al siguient e result ado:
Queda ahora por efect uar la sust racción. De t al pot encia de dos
rest ar 1, y obt enem os el result ado final:
Si por sim ple pasat iem po, cont áram os los granos de t rigo del
m ont ón S, a razón de 5 por segundo, t rabaj ando día y noche sin
parar, dedicaríam os a est a t area 1.170 m illones de siglos. Repet im os
El pr oble m a de la s a be j a s
x x x x
--- + --- + 3 (--- - ---) + 1 = x
5 3 3 5
Est a ecuación adm it e una raíz que es 15. Ese núm ero expresa la
solución del problem a. La not ación algebraica era m uy dist int a en
t iem pos de Bhaskhara.
Ese problem a aparece en diversas form as en los libros de
Ent ret enim ient os Mat em át icos.
Con los recursos del Algebra podem os resolverlo de m anera
general e indicar la fórm ula final para el cálculo de la incógnit a.
Designando con x el núm ero de m onedas, la solución sería:
x = 81 K – 2
El pr oble m a de l n ú m e r o cu a t r ipa r t it o
El llam ado problem a del núm ero cuat ripart it o aparece en m uchos
libros didáct icos, aunque es un problem a de nat uraleza puram ent e
algebraica, que sólo debería ser incluido en la Arit m ét ica Recreat iva.
En su enunciado m ás sencillo, el problem a sería el siguient e:
Dos son los elem ent os fundam ent ales del problem a:
1. El núm ero A, que debe ser cuat ripart it o.
2. El operador m .
Con los recursos del Algebra elem ent al será fácil resolver de m odo
general el problem a.
La t ercera part e –z- del núm ero A –que debe ser m ult iplicada por
m puede obt enerse fácilm ent e con el plant eo y resolución de la
sencilla fórm ula que a cont inuación se indica:
A
z = -----------
( m + 1) 2
Obt enido el valor de z podem os obt ener fácilm ent e las ot ras t res
part es del núm ero A:
La 1° part e será: m z – m
La 2° part e será: m z + m
La 4° part e será: m z x m
El pr oble m a de la m it a d de x de la vida
El pr oble m a de la s pe r la s de l r a j á
El problem a puede ser fácilm ent e resuelt o con auxilio del Algebra
Elem ent al.
El núm ero x de perlas viene dado por la fórm ula:
z = ( n – 1) 2
El núm ero 142 857 nada t iene de cabalíst ico ni de m ist erioso; se
obt iene cuando escribim os la fracción 1/ 7 en form a decim al, com o es
fácil com probar:
1
- - - = 0. 142 857 142 857…
7
1 1 1
- - - , - - - , - - - , et c.
13 17 31
El pr oble m a de D iofa n t o
x x x x
--- + --- + --- + 5 + --- + 4 = x
6 12 7 2
x = 84
CH
Ébano Árbol exót ico, de la fam ilia de las ebenáceas, cuya m adera
m aciza, pesada y negra es m uy est im ada para la fabricación de
m uebles.
Ecuación I gualdad que cont iene una o m ás incógnit as.
Efím ero Pasaj ero, de m uy cort a duración.
Elípt ica De figura de elipse o parecido a ella.
Elocuent e Que habla o escribe de m odo eficaz para deleit ar y
conm over y especialm ent e para persuadir a lect ores u oyent es.
Elogio Alabanza, t est im onio del m érit o de una persona o cosa.
Em balsam ar Perfum ar, arom at izar, llenar de olor suave.
Em bargar Em barazar, agobiar.
Em bozado Con el rost ro cubiert o.
Em ir Príncipe o caudillo árabe.
Em isario Mensaj ero, generalm ent e encargado de una m isión
secret a.
Em peño Tesón, const ancia.
Enalt ecer Ensalzar, engrandecer, exalt ar.
Enconado I rrit ado, con m ala volunt ad, rencor y odio.
Endecha Cant o t rist e y lam ent oso.
Enigm a Cosa difícil de com prender. Dicho o conj unt o de palabras
de sent ido art ificiosam ent e encubiert o para dificult ar su int erpret ación
o significado.
Enigm át ico Mist erioso, de significación oscura.
Enj am bre Grupo de abej as que viven j unt as. El enj am bre es una
colonia nacient e com puest a de una reina, abej as obreras ( 10.000 a
30.000( y algunos cent enares de m achos.
Enm arañado Enredado, revuelt o.
Enrevesado Difícil, int rincado, obscuro o que con dificult ad se
puede ent ender.
Ensim ism arse Abst raerse, quedar pensat ivo.
Ent relazado Enlazado o cruzado una cosa con ot ra.
Enunciar Expresión de una idea, t em a, problem a, et c. en
t érm inos concisos.
Envainar I nt roducir un arm a blanca en su vaina.
Envilecer Volver vil o despreciable.
Epígrafes Tít ulo de un capít ulo. I nscripción sobre un edificio. Cit a
de un aut or que encabeza un libro o un capít ulo.
Epit afio I nscripción que se pone sobre una escult ura.
Epít et o Adj et ivo o equivalent e que no det erm ina ni califica al
sust ant ivo sino que acent úa su caráct er.
Equidad Moderación; t em planza. Just icia nat ural, por oposición a
la j ust icia legal.
Equívoco De doble sent ido, sospechoso, inciert o.
Erigir Fundar, inst it uir, levant ar.
Erudición Conocim ient o profundo de una o varias m at erias.
Saber.
Esbozar Bosquej ar, hacer un bocet o.
Escarlat a Color carm esí, m enos subido que el de la grana.
Esclavo Persona que se halla baj o la dependencia absolut a de ot ra
que la ha com prado, y que por lo t ant o carece de t oda libert ad.
Escolt a Acom pañam ient o de una persona, generalm ent e
im port ant e, en señal de honra y reverencia o sim plem ent e para
prot egerla o vigilarla.
Escriba Escribano, am anuense.
Esm eralda Piedra preciosa –silicat o de alúm ina y glúcina- , que
debe su color verde al óxido de crom o.
Especia Sust ancia arom át ica usada com o condim ent o; clavo,
pim ient a, azafrán, et c. Casi t odas las especias provienen de Orient e.
Espej ism o I lusión ópt ica debida a la reflexión t ot al de la luz
cuando at raviesa capas de aire de dist int a densidad, con lo cual los
obj et os lej anos aparecen en im agen invert ida com o si se reflej asen
en el agua. Est e fenóm eno suele observarse en las grandes llanuras
desért icas, en las alt as regiones de la at m ósfera o en la superficie del
m ar.
Est andart e I nsignia o pabellón. Bandera.
Est erero Persona que hace o vende est eras.
Est éril Que no da frut o; que no produce result ados, inút il.
Est igm a Marca o signo especial.
Est ipular Convenir, acordar, fij ar.
Est rado Tarim a.
Est rat egia Art e de dirigir en la guerra, las operaciones m ilit ares.
Est uco Past a de cal y m árm ol pulverizado con que se cubren las
paredes.
Est upor Asom bro, pasm o.
Evaluación Valoración, est im ación.
Evaluar Valuar, fij ar el valor de una cosa.
Evocar Llam ar, hacer aparecer, t raer a la m em oria.
Exalt ación Elevación, realce a m ayor dignidad.
Expedit o Pront o a obrar o resolver.
Ext asiado Em bargado por un sent im ient o de adm iración, alegría,
et c. Arrobado.
Excelso Muy elevado, alt o, em inent e.
Exiguo Muy pequeño, escaso.
Exim io Muy excelent e.
Exót ico Ext ranj ero, peregrino, raro.
Expresión Manera de m anifest ar los pensam ient os o im presiones
por m edio de la palabra, de los gest os o las act it udes.
Oasis Paraj e con veget ación y a veces con m anant iales que se
encuent ran aislados en los grandes desiert os.
Obcecar Ofuscar, cegar.
Obj et ar Oponer, alegar en cont ra de una cosa.
Ocioso I nút il, sin frut o, provecho ni sust ancia.
Oct ogenario Que ha cum plido la edad de ochent a años sin llegar a
los novent a.
Ocult ism o doct rina que pret ende conocer y ut ilizar t odos los
secret os y m ist erios de la nat uraleza.
Om nipot ent e Que t odo lo puede. Solo es at ribut o de Dios.
Om niscient e Que t odo lo sabe. Tam bién es at ribut o de Dios.
Onda Sinuosidad; m ovim ient o del aire parecido a la ola en el
agua.
Opíparo Copioso y espléndido, t rat ándose de banquet e, com ida,
et c.
Oport unism o Act it ud de los que sacrifican los principios para
adapt arse a las circunst ancias del m om ent o.
Orador Persona que habla en público para persuadir a los oyent es
o m over su ánim o.
Ornar Adornar, poner adornos.
Orat orio I glesia.
Orfebre Art ífice que labra m et ales nobles. Joyero.
Ost ent ar Most rar, evidenciar, hacer gala de una cosa.
Ulem a doct or de la ley m ahom et ana. Hom bre dot ado de gran
cult ura. Sabio.
Universalidad Calidad de universal, de generalidad, de t ot alidad.
CH
I
I m án Encargado de presidir y dirigir la oración del pueblo ent re
los m ahom et anos.
I slam Propiam ent e significa “ salvación” y se aplica a la religión de
Mahom a.
Jam al Voz árabe. Una de las m uchas denom inaciones que los
árabes dan al cam ello.
Jedive Derivado del idiom a persa, era el t ít ulo del virrey de
Egipt o. Es sinónim o de regio.
Kadam ba Flor.
Kaf, lam y ayu Nom bre de t res let ras not ables y de uso corrient e
en el alfabet o árabe. La últ im a no puede ser pronunciada
correct am ent e por un lat ino; es una especie de “ a” sorda y gut ural
que sólo los orient ales reproducen con perfección.
Kafira I nfiel, crist iana.
Khol Cosm ét ico, pint ura para los oj os.
Kif Product o ext raido del cáñam o que los árabes suelen fum ar.
Causa em briaguez.
Krut aj a Flor.
Pandnus Flor
Parasanga Medida it ineraria persa de 5.250 m .
Vaicia Miem bro de la cast a brahm ánica form ada por los
agricult ores.
Vequil I nt endent e. Encargado de la adm inist ración de un barrio.
Xara Toda ley m ahom et ana que sin est ar expresam ent e indicada
en el Corán se deriva de ella. Las xaras obedecen a circunst ancias
especiales y no obligan a t odos.
Xat rias Cast a m ilit ar y una de las cuat ro en que se divide el
pueblo hindú. Form an las ot ras los braham anes ( sacerdot es) , vairkas
( operarios) y sudras ( esclavos) .
N a cion e s, ciu da de s, a ccide n t e s ge ogr á ficos.
N om br e s de a u t or e s, pe r son a j e s h ist ór icos, m a t e m á t icos…
e t c.
Abul Hassn Ali Not able lit erat o, nat ural de Alcalá la Real ( Prov. De
Jaén, España) ( 1200- 1280) . Era adem ás un fam oso ast rólogo. Nos
legó la obra t it ulada Trat ado de los inst rum ent os ast ronóm icos.
Al- Kharism i Mat em át ico y ast rónom o persa. Vivió en la prim era
m it ad del siglo I X. Cont ribuyó de form a not able al progreso de la
Mat em át ica. A él debem os, ent re ot ras cosas, el sist em a de posición
en la grafía de los núm eros. Era m usulm án.
Al- Mot acén califa de Bagdad. Subió al t rono en el año 1242 ( 640
de la Hégira) . Fue un soberano bondadoso y sencillo. Gobernó hast a
la invasión de los m ongoles en 1258. su m uert e acaeció el 10 de
febrero de est e m ism o año.
Al- Schira Nom bre dado por los árabes a la est rella Sirius, la m ás
brillant e de la Const elación Osa Mayor.
Am ina Madre del Profet a Mahom a.
Ararat Mont aña de Anat olia, Asia Menor; donde, según la Biblia,
encalló el Arca de Noé al descender las aguas del Diluvio. ( 5.165
m et ros de alt it ud) .
Bagdad Capit al de I rak, sit uada a orillas del Tigres. Fue la capit al
de los califas abbasies y su fundación se at ribuye a Al- Mansur, de
Harem - al- Raschid ( 745- 786) . Fue saqueada y dest ruida en 1258.
Basora Ciudad del I rak, cerca del Golfo Pérsico.
Buda Nom bre con el que habit ualm ent e se designa al fundador
del budism o. Siddhart a Got am a, personaj e hist órico, hij o del j efe de
la t ribu de los zâkyas, Considerando que vivir es sufrir y que el
sufrim ient o result a de la pasión, Got am a vio en la renuncia de sí
m ism o el único m edio de librarse del sufrim ient o. El ideal budist a
consist e en conducir al fiel a la aniquilación suprem a o nirvana. El
budism o cuent a en Ext em o Orient e con 500 m illones de adept os.
Cachem ira Provincia del nort e de la I ndia. Fue célebre por sus
chales.
Const ant inopla Nom bre dado por Const ant ino a Bizancio. Se t rat a
de la act ual Est am bul, ciudad y puert o de Turquía a orillas del
Bósforo. El est recho de Const ant inopla se llam ó Bósforo de Tracia.
Corán, El El libro sagrado de los m usulm anes, cuyo cont enido fue
revelado a Mahom a por el Arcángel Gabriel. De acuerdo con la
filosofía dogm át ica del I slam , el Corán es obra exclusiva de Allah y
siem pre exist ió, es decir; es el Libro I ncreado que figura ent re las
cosas et ernas. Adm it e la predest inación y de aquí la frase árabe:
“ est aba escrit o” .
CH
China Nación de Asia. Lim it a al nort e con la U.R.S.S. y Mongolia;
al E. con el océano Pacífico; al S. con Viet nam del Nort e, Tailandia,
Birm ania, Laos, I ndia y Nepal; al O. con I ndia, Afganist án y la
U.R.S.S.
Dam asco capit al de Siria ( Asia) . Ant igua residencia de los califas
om eyas; célebre en ot ros t iem pos por sus arm as blancas.
Delhi Ciudad de la I ndia, capit al del t errit orio del m ism o nom bre.
Gengis Khan Conquist ador t árt aro, fundador del prim er im perio
m ongol ( 1154- 1227) .
Hipat ia Vivió en el siglo V. Por ser pagana fue ruelm ent e lapidada
por un grupo de fanát icos crist ianos. Su m uert e ocurrió en el año
415.
Hircania Com arca de la ant igua Persia al S. y SE. del Mar Caspio.
Era célebre por sus t igres y por la rudeza salvaj e de sus habit ant es
que eran huest es m uy aguerridas.
I slam Est e t érm ino se em plea en t res sent idos, a) Denom inación
dada a la religión fundada por Mahom a en el año 622. Esa religión se
denom ina “ m usulm ana” . b) Conj unt o de países que adopt an la
religión m usulm ana. c) Cult ura, civilización árabe en general. La
form a I slam deriva del árabe Assalan que significa paz, arm onía,
confrat ernización. Tam bién expresa la resignación a la volunt ad de
Dios.
J
Juegos Olím picos Se celebraban cada cuat ro años, cerca de
Olim pia, ciudad del Peloponeso ( Grecia) . El vencedor recibía la corona
olím pica. El barón Pierre de Coubert in rest auró los Juegos Olím picos
en 1896 en la ciudad de At enas y desde ent onces se celebran cada
cuat ro años, en dist int a ciudad, con la part icipación de at let as de
t odos los países del m undo.
Kham at de Maru Ciudad sit uada al pie del Mont e Ararat ( Persia) .
Lahur Sessa Nom bre del invent or del j uego de aj edrez. Significa
“ nat ural de Lahur” .
Maçudi Gran hist oriador y geógrafo árabe, nat ural de Bagdad. Era
descendient e de uno de los com pañeros de Mahom a. Su nom bre
com plet o era: Abul Hassan Al Ben Al Husain al Maçudi. Dej ó m uchas
obras not ables. Murió en el año 936 a los set ent a y dos años.
Newt on Sir I saac Newt on, ilust re m at em át ico, físico, ast rónom o y
filósofo inglés nacido en Wolst horpe ( Lincolnshire) ( 1642- 1727) . Se
hizo inm ort al gracias a su descubrim ient o de la Ley de la Gravit ación
Universal y a sus est udios sobre la descom posición de la luz y el
Cálculo infinit esim al. Era crist iano- prot est ant e.
Nilo Gran río de África. Tiene sus fuent es en el lago Vict oria.
Desem boca en el Medit erráneo, cerca de El Cairo. Su curso es de
unos 6.500 kilóm et ros. At raviesa Nubia y Egipt o al que fert iliza por
m edio de sus desbordam ient os periódicos. En la act ualidad se halla
en const rucción la gran presa de Assuan para regularizar su cauce.
Ot om anos Nom bre que se dio a los habit ant es del im perio t urco y
que provino del que fue su fundador en el año 1259.
Pent at hlón Conj unt o de cinco pruebas at lét icas que consist en en
la act ualidad en: carrera de 200 y 1.500 m et ros lisos, salt o de
longit ud y lanzam ient o del disco y j abalina.
Persia Act ualm ent e I rán. Reino del SO. de Asia, ent re la U.R.S.S.
y el Mar Caspio al N. Afganist án y Paquist aní al E. el Golfo Pérsico al
S. I rak y Turquía al O.
S
Saba, reina de Llam ada t am bién Balkis, Belquiss o Makeda,
célebre por su riqueza, se t rasladó a Jerusalén para visit ar a
Salom ón, at raída por la fam a de su sabiduría.
Salom ón, rey Hij o y sucesor de David, que reinó de 961 a 922 a.
de J.C. Casó con la hij a del rey de Egipt o, que se convirt ió en aliado
suyo, vivió en buena int eligencia con los t irios y se consagró
ent eram ent e a la adm inist ración y al em bellecim ient o de sus est ados.
Edificó el t em plo de Jerusalén y se hizo legendaria su sabiduría en
t odo Orient e. La t radición le at ribuye el Libro de los Proverbios, El
Cant ar de los Cant ares y El Eclesiast és.
Tarafa Poet a árabe del siglo I V. Se llam aba I bn Al- Abd al Bakki
Tarafa. Fue el m ayor de los poet as ant eislám icos. Varios de sus
poem as fueron t raducidos al francés, al it aliano y al alem án.
Tigris Río de Asia int erior, que nace en los m ont es de Arm enia,
pasa por Mosul y Bagdad y se une al Éufrat es, poco ant es de
desem bocar en el Golfo Pérsico.
Yem en Est ado del SO. de la Península Arábiga, a lo largo del Mar
Roj o.
Yenna Río del I ndost án que nace en el Him alaya, riega a Delhi y
viert e sus aguas en el Ganges.