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Don Quijote de la Mancha


(Capitulo 1)

Valentina García Montaño

Imtel

Profesora:

Alba Peñaranda

21 de octubre de 2022
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Nombre del autor: Miguel de Cervantes

Biografía de Miguel de Cervantes

Novelista, poeta y dramaturgo   español. Se cree que nació el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá
de Henares y murió el 22 de abril de 1616 en Madrid, pero fue enterrado el 23 de abril y
popularmente se conoce esta fecha como la de su muerte. Es considerado la máxima figura de la
literatura española. Es universalmente conocido, sobre todo por haber escrito El ingenioso
hidalgo Don Quijote de la Mancha, que muchos críticos han descrito como la primera novela
moderna y una de las mejores obras de la literatura universal. Se le ha dado el sobrenombre
de Príncipe de los Ingenios.
Miguel de Cervantes nació en Alcalá de Henares en 1547. Fue el cuarto de los siete hijos de un
modesto cirujano, Rodrigo de Cervantes, y de Leonor Cortinas. A los dieciocho años tuvo que
huir a Italia porque había herido a un hombre; allí entró al servicio del cardenal Acquaviva. Poco
después se alistó como soldado y participó heroicamente en la batalla de Lepanto, en 1571;
donde fue herido en el pecho y en la mano izquierda, que le quedó anquilosada. Cervantes
siempre se mostró orgulloso de haber participado en la batalla de Lepanto. Continuó unos años
como soldado y, en 1575, cuando regresaba a la península junto a su hermano Rodrigo, fueron
apresados y llevados cautivos a Argel. Cinco años estuvo prisionero, hasta que en 1580 pudo ser
liberado gracias al rescate que aportó su familia y los padres trinitarios. Durante su cautiverio,
Cervantes intentó fugarse varias veces, pero nunca lo logró. Cuando en 1580 volvió a la
Península tres doce años de ausencia, intentó varios trabajos y solicitó un empleo en <<las
Indias>>, que no le fue concedido, Fue una etapa dura para Cervantes, que empezaba a escribir
en aquellos años, En 1584 se casó y, entre 1587 y 1600, residió en Sevilla ejerciendo un ingrato
y humilde oficio –comisario de abastecimientos-, que le obligaba a recorrer Andalucía
requisando alimentos para las expediciones que preparaba Felipe II. La estancia en Sevilla parece
ser fundamental en la biografía cervantina, pues tanto los viajes como la cárcel le permitieron
conocer todo tipo de gentes que aparecerán como personajes en su obra. Cervantes se trasladó a
Valladolid en 1604, en busca de mecenas en el entorno de la corte, pues tenía dificultades
económicas. Cuando en 1605 publicó la primera parte del Quijote, alcanzó un gran éxito, lo que
le permitió publicar en pocos años lo que había ido escribiendo. Sin embargo, a pesar del éxito
del Quijote, Cervantes siempre vivió con estrecheces, buscando la protección de algún mecenas
entre los nobles, lo que consiguió sólo parcialmente del conde de Lemos, a quien dedicó su
última obra, Los trabajos de Persales y Segismundo. 

Resumen del capítulo 1 de Don quijote de la Mancha


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En un espacio de la Mancha, de cuyo nombre no deseo acordarme, no ha un largo tiempo que

vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga vieja, rocín delgado y galgo corredor. Poseía

en su vivienda una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y

un mozo de campo y plaza, que de esta forma ensillaba el rocín como tomaba la podadera.

Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; correspondió a complexión recia, seco

de carnes, enjuto de cara, enorme madrugador y amigo de la caza.

Es, puesto que, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los

más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de

todo punto el ejercicio de la caza y aun la gestión de su hacienda. Y alcanzó tanto su curiosidad y

desatino en esto, que vendió muchas hanegas terrestres de sembradura para mercar libros de

caballerías en que leer, y de esta forma, llevó a su vivienda todos cuantos ha podido haber dellos;

y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el célebre Feliciano de Silva,

pues la claridad de su prosa y esas entricadas causas suyas le parecían de perlas, y más una vez

que llegaba a leer esos requiebros y cartas de retos, donde en muchas piezas encontraba escrito:

El motivo de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal forma mi razón enflaquece, que con razón

me quejo de la vuestra fermosura. EN Un espacio de la Mancha, de cuyo nombre no deseo

acordarme, no ha un largo tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga vieja,

rocín delgado y galgo corredor. Poseía en su vivienda una ama que pasaba de los cuarenta, y una

sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que de esta forma ensillaba el

rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años;

correspondió a complexión recia, seco de carnes, enjuto de cara, enorme madrugador y amigo de

la caza.
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Es, puesto que, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los

más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de

todo punto el ejercicio de la caza y aun la gestión de su hacienda. Y alcanzó tanto su curiosidad y

desatino en esto, que vendió muchas hanegas terrestres de sembradura para mercar libros de

caballerías en que leer, y de esta forma, llevó a su vivienda todos cuantos ha podido haber dellos;

y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el célebre Feliciano de Silva,

pues la claridad de su prosa y esas entricadas causas suyas le parecían de perlas, y más una vez

que llegaba a leer esos requiebros y cartas de retos, donde en muchas piezas encontraba escrito:

El motivo de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal forma mi razón enflaquece, que con razón

me quejo de la vuestra fermosura.

El pobre caballero perdia el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que

no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para únicamente ello. Tuvo

frecuentemente competencia con el cura de su sitio -que era hombre docto, graduado en

Sigüenza-, sobre cuál fue mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas

maese Nicolás, peluquero del mesmo poblado, mencionaba que ninguno llegaba al Caballero del

Febo, y que si alguno se le podía equiparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, ya

que poseía bastante acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan

llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en

claro, y los días de turbio en turbio; y de esta forma, del poco descansar y del mucho leer, se le

secó el celebro, de forma que vino a perder el juicio. Mencionaba él que el Cid Ruy Díaz fue

bastante buen caballero, empero que no se trataba de el Caballero de la Ardiente Espada, que de

únicamente un revés había partido por medio 2 fieros y descomunales enormes.


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En efeto, rematado ya su juicio, vino a ofrecer en el más estraño pensamiento que nunca otorgó

demente en el planeta; y ha sido que le pareció convenible y primordial, de esta forma para el

crecimiento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse

por todo el planeta con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo eso que

él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de ultraje, y

poniéndose a veces y riesgos donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y popularidad.

Limpiólas y aderezólas lo mejor que ha podido, empero vio que tenían una gigantesca falta, y era

que no tenían celada de encaje, sino morrión fácil; más a esto suplió su industria, ya que de

cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una aspecto de

celada completa. Es verdad que para probar si era profundo y podía estar al peligro de una

cuchillada, sacó su espada y le entregó 2 golpes, y con el primero y en un punto desbarató lo cual

había hecho en una semana; y no abandonó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho

pedazos, y, por aseverarse deste riesgo, la tornó a hacer otra vez, poniéndole unas barras de

hierro por de dentro, de tal forma que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer

nueva vivencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

4 días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; pues, según se mencionaba él así

mesmo, no era razón que caballo de caballero tan popular, y tan bueno él por sí, estuviese sin

nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de forma que declarase quién fue,

anteriormente que fuese de caballero andante, y lo cual era entonces; puesto que estaba bastante

puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él además el nombre, y cobrase popular y

de trueno, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a él mismo, y en este pensamiento

duró otros 8 días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron
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situación los autores desta tan verdadera historia que, sin lugar a dudas, se debía de llamar

Quijada, y no Quesada, como otros quisieron mencionar. Empero, acordándose que el valeroso

Amadís no únicamente se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que agregó el

nombre de su reino y patria, por Hepila exitosa, y se llamó Amadís de Gaula, de esta forma

quiso, como buen caballero, aumentar al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la

Mancha, con que, a su parecer, declaraba bastante al vivo su linaje y patria, y la honraba con

tomar el apodo della.

Limpias, puesto que, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y

confirmándose a él mismo, se entregó a comprender que no le faltaba otra cosa sino buscar una

mujer de quien enamorarse; ya que el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto

y cuerpo humano sin espíritu. Decíase él:

-Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por allí con cualquier

grande, como de ordinario les pasa a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le

parto por mitad corporal, o, al final, le venzo y le rindo, ¿no va a ser bien tener a quien enviarle

presentado y que entre y se hinque de rodillas frente a mi dulce señora, y expida con voz humilde

y rendido: «Yo, señora, soy el grande Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien

venció en singular contienda el nunca como se debería alabado caballero don Quijote de la

Mancha, el cual me envió que me presentase frente a vuestra merced, para que la vuestra

grandeza disponga de mí a su talante?».

Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus

pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se

encaminase al de princesa y enorme señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, ya que era
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natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y importante, como todos los otros

que a él y a sus cosas había puesto.

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