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Gautie EDITADO
Gautie EDITADO
Jérôme Gautié
Ecole Normale Supérieure y Centre d’Etudes de l’Emploi (CEE), Francia
Introducción
Al término de esta publicación conviene volver a una categoría que constituye su núcleo: el desempleo. Este último
constituyó la variable “objetivo” de la intervención pública más importante desde la segunda guerra mundial en los países de
la OCDE. La posguerra, en efecto, vio surgir el reino de las “políticas de pleno empleo”. Estas últimas supuestamente
resolvían la “cuestión social”, de la que el desempleo es la formulación contemporánea, después de la pobreza (hasta fines del
siglo XVIII) y el pauperismo (en el siglo XIX). La categoría de desempleo es en efecto una construcción histórica (lo que
demasiado a menudo olvidan los economistas, que tienden a considerar las categorías y las leyes económicas como generales
en el espacio y el tiempo), que se desprende de un proceso que tuvo como momentos principales el fin del siglo XIX -
comienzos del siglo XX y los años treinta. Ahora bien, hoy esta categoría está en crisis: parece que se asiste a un proceso de
“deconstrucción” de la categoría de desempleo, según un proceso inverso, en algunos aspectos, al que desembocó en su
invención. Este cuestionamiento del “desempleo” como categoría de representación y de acción -en otras palabras, como
categoría “operatoria”- conlleva a cambio una desestabilización de los modos de intervención pública, especialmente en
Europa.
Después de haber trazado las etapas de la génesis de la categoría de desempleo, especialmente en la línea de los trabajos
teóricos recientes de sociólogos y economistas franceses (Salais y alli. (1986), Topalov [1994], Desrosières [1993], Castel
[1995]), trataremos de mostrar algunos síntomas de su cuestionamiento, tanto en Europa como en Estados Unidos..
El giro liberal
A fines del siglo XVIII, comienzos del XIX se asiste a un cambio radical en la concepción de la pobreza, cuyos signos
anunciadores pueden verse desde fines del siglo XVII, pero que se precipitará en esa época debido a dos acontecimientos
fundamentales: la Revolución francesa en el ámbito político, y la Revolución industrial en el ámbito económico. Este período
es el del “giro liberal” en los dos ámbitos, que ve el desmantelamiento, rápido como en Francia, o más progresivo en
Inglaterra, de las regulaciones tradicionales. Esto desembocará en la creación de un verdadero mercado del trabajo, que se
afirmará en la obra de los economistas del período.
La actitud de la Revolución francesa respecto de los pobres se afirmará en los trabajos del Comité para la extinción de la
mendicidad de la Asamblea Constituyente, que enunciará una nueva formulación de la cuestión social, en relación con los
derechos del hombre. En efecto, según los miembros del comité, “ahí donde existe una clase de hombre sin subsistencia, ahí
existe una violación de los derechos de la humanidad, ahí el equilibrio social está roto” (citado por Castel, op. cit.); se trata
de hacer valer “el derecho del hombre pobre sobre la sociedad” al mismo tiempo que el derecho de la sociedad sobre este
último. Este derecho del hombre pobre debe desembocar sobre una ayuda mediante el trabajo. Este punto marca el
inacabamiento del programa revolucionario, el derecho al trabajo no se afirma: la intervención del estado debe ser indirecta;
la idea fundamental es que el libre acceso al mercado del trabajo es lo que debe permitir resolver el problema de la falta de
trabajo. En este marco debe comprenderse la ley Le Chapelier que suprime las corporaciones. Pero como la libertad de trabajo
es supuestamente la condición necesaria y suficiente de la resolución del problema de la pobreza involuntaria, la mendicidad
“voluntaria” se convierte en un delito social, y volvemos a encontrar aquí el aspecto represivo.
Del otro lado del canal de la Mancha, el comienzo del siglo XIX está marcado por el cuestionamiento de las leyes sobre
los pobres, según un proceso que se extenderá unos cuarenta años, y en el que los economistas desempeñarán un papel
fundamental. 1795 había señalado un hito en la historia de las leyes sobre pobres, con la ley de Speenhamland que instauraba
un sistema de ingreso mínimo basado en una ayuda en función de la estructura de la familia y el precio del trigo,
complementario de los eventuales ingresos de trabajo. Aunque la ley fue muy popular en sus comienzos, sus efectos perversos
aparecieron poco a poco, tanto que según Polanyi (1944), el resultado de Speenhamland, que se proponía impedir la
proletarización del pueblo, “fue simplemente la pauperización de las masas, que a lo largo del camino perdieron casi toda
forma humana”. Estos efectos negativos no dejaron de ser denunciados por los economistas de la época.
De hecho, el fin del siglo XVIII y el comienzo del siglo XIX marcan un período de transición en la historia del
pensamiento económico, con la emergencia del pensamiento económico clásico que funda el paradigma de referencia de la
ciencia económica hoy dominante. Este pensamiento se basa en una nueva concepción de la riqueza, a su vez basada en una
nueva concepción del trabajo: se pasa entonces de una concepción predominantemente moral a una más propiamente
económica. Como lo señala Anna Arendt en su obra La condición del hombre moderno, Adam Smith marca así el segundo
momento de la rehabilitación del trabajo en la historia del Occidente moderno. Después de Locke, que lo convierte en el
fundamento de la propiedad, el autor de Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones
abandona la concepción aún muy fuerte del trabajo como signo de la maldición bíblica y consecuencia de la exclusión de la
esfera de la riqueza (en el orden tradicional, los “ricos” no trabajan), para convertirlo por el contrario en el fundamento de la
riqueza con la teoría del valor trabajo. Para que pueda desplegarse plenamente, el trabajo debe estar sometido a las leyes del
mercado. Ahora bien, como lo subrayan cuarenta años después de Smith Malthus y Ricardo, las dos figuras de proa de la
economía clásica de comienzos del siglo XIX, la ley de Speenhamland obstaculiza el libre funcionamiento del mercado de
trabajo y contribuye así a mantener e inclusive agravar la pobreza que supuestamente debe combatir. Como consecuencia de
esos ataques, la ley fue abolida en 1834.
Después del giro liberal se producirá un deslizamiento progresivo hacia otra problemática. En efecto, el desarrollo de la
industrialización decepcionará las esperanzas optimistas sobre la resolución del problema de la pobreza. En efecto, la miseria
lejos de disminuir parece aumentar. A la pobreza clásica, “residuo” compuesto con los desafiliados del orden tradicional,
sucederán una miseria masiva, rápidamente percibida como la consecuencia directa del funcionamiento del nuevo sistema
económico: la fábrica produce dos artículos, según una provocación inglesa, algodón y pobres. Pero lo que es importante es
que al lado del miserable desprovisto de trabajo aparece el trabajador miserable, cuyo ingreso demasiado bajo no le permite
llevar una existencia decente. EL “pauperismo” está doblemente en el corazón de la nueva cuestión social, ya que se
desprende del nuevo orden económico y social, y a cambio, amenaza este orden. Evidentemente, Marx es el que subraya con
mayor fuerza esta contradicción, diagnosticando el aumento del “ejército industrial de reserva” y la pauperización de las
clases trabajadoras.
El siglo XIX (que ve el nacimiento de la economía política y de la sociología modernas) es el período en el que las esferas
económica, social y política se diferencian, debido especialmente a dos revoluciones (industrial y política) mencionadas
anteriormente. Esta diferenciación está marcada de hecho por conflictos; de manera muy simplificada, durante este período la
economía juega contra la sociedad -el desarrollo industrial provoca el de la miseria que amenaza el orden social-, y la política
tendrá por objetivo resolver esta contradicción fundamental, sea por medio de la revolución social (lo que remite a las
diferentes formas de socialismo), sea de manera más pragmática: la “Cuestión Social” (la expresión aparece en esta época)
que está en el corazón de las preocupaciones tanto de los reformadores como de los conservadores.
Esta tensión entre la vía revolucionaria y la vía más pragmática está claramente ilustrada por la revolución de 1848 en
Francia. Esta desemboca en efecto en importantes debates sobre el “derecho al trabajo” (decente), solución de la cuestión
social para los representantes radicales de la nueva asamblea (Donzelot [1984], Rosanvallon [1995]). Para estos últimos, en
efecto, el derecho al trabajo se desprende directamente de los derechos del hombre y marca la conclusión del programa de la
Revolución francesa. Para los liberales-conservadores por el contrario, cuyas grandes figuras en la Asamblea son Thiers y
Tocqueville, el derecho al trabajo no puede tener ningún estatus jurídico. En efecto, remite a un derecho social, un derecho
“deuda” sobre la sociedad, que distingue a los individuos según sus características socioeconómicas, cuando el único derecho
existente es el derecho civil, un “derecho autorización” que se aplica a todos sin distinción. Más allá de esto, como lo ve
claramente Tocqueville, detrás del derecho al trabajo se perfila la sombra del socialismo, lo también subrayará Marx con
fuerza en La lucha de clases en Francia. Estos debates terminarán de hecho con la victoria de los liberales-conservadores,
sancionada por la llegada del Segundo Imperio. Hasta fines del siglo dominará “una política social sin Estado” (Castel, op.
cit.), marcada por la asistencia personalizada a los indigentes y el patronato para la clase obrera, de la que uno de los grandes
promotores franceses es Le Play. Habrá que esperar hasta el cambio de siglo para que aparezcan nuevos paradigmas de
representación y acción.
La invención del desempleo y la edad de oro de la economía
La invención del desempleo marcará esta aparición. Con el cambio de siglo se elabora progresivamente una nueva
categoría de representación, pero habrá que esperar los años treinta para que se vuelva plenamente operatoria en el marco de
un nuevo paradigma de la ciencia económica. Como lo señalan con fuerza varios autores, la aparición del desempleo
corresponde a una invención y no a una simple toma de conciencia de una nueva realidad. En efecto, el desempleo es mucho
más que la nueva apelación de una realidad muy antigua, la falta de trabajo, que habría adquirido dimensiones
particularmente importantes con la industrialización. Remite más bien a una categoría de acción, elaborada por los
reformadores sociales, y de esa manera se coloca de entrada en la perspectiva de la intervención pública.
Referencias bibliográficas
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Notas:
“De l’invention du chômage à sa déconstruction”, Traducción.: Irene Brousse.