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La sopa de piedra
Un grupo de viajeros pasó una tarde por el pueblo de
Almeirim. Como estaban muy hambrientos se
detuvieron en la primera casa que vieron y tocaron
la puerta. Un anciano mal encarado les abrió:

—Buenas tardes, respetable señor —dijo el más viejo


de los viajeros, un hombre muy sabio e ingenioso.

El viejo apenas y refunfuñó un saludo.

—Pasamos por aquí en nuestro viaje hacia Lisboa.


Vamos allá a trabajar en la construcción de una
gran catedral que será el orgullo de Portugal. Hemos
caminado muchos días y nos hemos quedado sin
alimento. ¿Podría usted darnos algo que llevarnos
a la boca? —dijo con toda amabilidad el jefe de
los viajeros.

El viejo lo miró de arriba a abajo y cerró la puerta


sin siquiera refunfuñar una despedida. Los viajeros
no desesperaron y tocaron en la siguiente puerta,
pero la respuesta fue la misma. Así anduvieron por
el pueblo, pidiendo la ayuda de la gente.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó el más joven, un


muchachito escuálido al que le brillaban los ojos de
hambre.

—¡No te preocupes! —dijo el jefe—. Haremos una


sopa de piedra.
Los viajeros pensaron que su jefe se había vuelto loco,
pero como confiaban mucho en él decidieron obedecerlo.

—Manuel y Joao, traigan leña de las afueras


del pueblo, tenemos que hacer una buena hoguera.
Mateus, limpia muy bien el caldero grande que hemos
traído desde casa y llénalo con agua del río. Y tú,
Airton, busca tres piedras grandes y lisas, que tengan
la forma de una gran papa, y tráelas lavadas.

El viejo se sentó en la fuente y esperó. Manuel y Joao


comenzaron a encender una hoguera en la plaza. Una
vez que el fuego estuvo listo colocaron el caldero lleno
de agua sobre las llamas. Unos vecinos se detuvieron
a mirar. Entonces el viejo tomó una de las piedras que
Airton había encontrado y se la acercó a la nariz. La
olió con mucho cuidado, la palpó con gran esmero.

—¿Se puede saber qué hace usted con esa piedra? —dijo,
con gran curiosidad, uno de los vecinos que se había
detenido.

—Veo si está buena para hacer sopa, pero esta piedra no


sirve. ¡No tiene buen color!

Entonces tomó otra piedra: la olió, la palpó y la miró


con mucha atención. Incluso la chupó con la punta
de la lengua.

—¡Uh, es perfecta! Tiene muy buen color y seguramente


hará la sopa más deliciosa. ¡No puedo esperar a que esté
lista!
Ante el asombro de los vecinos y de sus propios compañeros,
el viejo arrojó la piedra al caldero.

—Cuénteme, ¿a qué sabe la sopa de piedra? —dijo el vecino.

—Es exquisita. No se parece a nada que usted haya probado,


se lo aseguro. Lamentablemente, me falta un poco de tocino
que haría aún mejor su sabor.

—Yo tengo algo de tocino —dijo otro de los vecinos—. Si lo


pongo en la olla, ¿podría probar tan maravillosa receta?

—Por supuesto, será un gusto compartirla con usted. Si tuviera


algo de cebolla también mejoraría mucho el sabor.

—Yo tengo unas cebollas maravillosas, doradas como la luz


de la tarde —dijo otro vecino—. ¿Las traigo y compartimos
la sopa?

—¡Claro, señor, no podemos dejar de ponerle al caldero unas


cebollas tan suculentas!

Pronto el aroma del caldero comenzó a extenderse por las calles


y su historia también. Y entonces algunos ofrecían chorizo,
carnes, zanahorias, papas, apios y ajos. ¡Todos querían probar
la sopa!

—¡Deliciosa! Con un poco de pan para acompañar sería digna


del rey de Portugal —decía el viejo para animar a los vecinos.

Cuando la sopa estuvo lista, algunos llevaron jarras de vino.


Viajeros y vecinos se sentaron alrededor de la hoguera para
comer la sopa bajo las primeras estrellas.
¡Aquella sopa era verdaderamente deliciosa!
El caldero era tan grande que todos pudieron
comer hasta quedar saciados. Sin duda, era la
mejor comida que habían probado en mucho
tiempo.

Así, con la barriga llena, comenzaron a


conversar. Los viajeros les contaron sobre su
lejano pueblo en las montañas. Les narraron
también sus aventuras en su largo camino
hacia Lisboa. Pronto, los vecinos comenzaron
a compartir sus propias historias. ¡Fue una
velada maravillosa!

A la mañana siguiente, los viajeros


emprendieron su camino. Al despedirse, el
mayor de los viajeros sacó la piedra del caldero,
la limpió con un poco de agua y se la dio
al vecino curioso.

—Tenga usted vecino —dijo—, ahora ya sabe


cómo se hace la mejor sopa de piedra.

Desde entonces, en Almeirim se cocinan


grandes sopas de piedra que no sólo son
deliciosas, sino que reúnen a todo el pueblo y
enseñan a todos lo delicioso que es compartir.

Cuento tradicional portugués.


Versión de Natalia Sandaza.

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