Está en la página 1de 554

TIRANO IMPERFECTO

LA BRATVA ZHUKOVA
LIBRO 1
NICOLE FOX
ÍNDICE

Mi lista de correo
Otras Obras de Nicole Fox
Tirano Imperfecto

1. Belle
2. Belle
3. Nikolai
4. Nikolai
5. Belle
6. Belle
7. Nikolai
8. Belle
9. Nikolai
10. Nikolai
11. Nikolai
12. Belle
13. Nikolai
14. Belle
15. Nikolai
16. Belle
17. Nikolai
18. Belle
19. Nikolai
20. Nikolai
21. Belle
22. Belle
23. Nikolai
24. Nikolai
25. Belle
26. Nikolai
27. Belle
28. Nikolai
29. Belle
30. Belle
31. Nikolai
32. Belle
33. Nikolai
34. Belle
35. Nikolai
36. Belle
37. Nikolai
38. Belle
39. Nikolai
40. Belle
41. Belle
42. Nikolai
43. Belle
44. Nikolai
45. Nikolai
46. Belle
47. Belle
48. Nikolai
49. Belle
50. Nikolai
Copyright © 2022 por Nicole Fox
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma ni por ningún medio electrónico o
mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso
por escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.
MI LISTA DE CORREO

¡Suscríbete a mi lista de correo! Los nuevos suscriptores reciben GRATIS


una apasionada novela romántica de chico malo. Haz clic en el enlace para
unirte.
OTRAS OBRAS DE NICOLE FOX

La Bratva Makarova
Altar Destruido
Cuna Destruida

Dúo Rasgado
Velo Rasgado
Encaje Rasgado

la Mafia Belluci
Ángel Depravado
Reina Depravada
Imperio Depravado

la Bratva Kovalyov
Jaula Dorada
Lágrimas doradas

la Bratva Solovev
Corona Destruída
Trono Destruído

la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo

La Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
TIRANO IMPERFECTO
LIBRO 1 DE LA BRATVA ZHUKOVA

Quedé embarazada en la aventura de una noche.


No iba a decirle al padre…
Hasta que entré a la oficina y descubrí que es mi nuevo jefe.

Te daré un consejo: No te acuestes con tu jefe.


Te daré otro: no te acuestes con tu jefe casado.
Y ya que estoy en esto: no te acuestes con tu jefe casado, peligroso,
multimillonario, totalmente sin sentimientos, porque todo lo que él hará es
partir tu alma, romper tu corazón y dejarte llorando sobre las cenizas.

Claro que nunca se me ha dado bien seguir mis propios consejos.


En mi defensa, yo no sabía que Nikolai Zhukova era nada de esas cosas
cuando nos conocimos.
Solo pensé que era un atractivo pecador de ojos grises viajando en primera
clase.
Y cuando sufrí un ataque de pánico por la repentina turbulencia, también
pensé que él era un alma amable que me calmaría.

Pero Nikolai es lo más alejado de eso.


Es cruel, es poderoso, es arrogante.
Y ahora, según la prueba en mi mano…
Es el padre de mi hijo.
1
BELLE

Este aeropuerto es un manicomio. Hay locos idiotas que van en todas


direcciones sin tener en cuenta la vida humana o la decencia social.
Aprieto aún más fuerte la muñeca de mi hermana menor mientras
esquivamos una pareja que comparte un beso de despedida muy público y
muy gráfico.
—No hace falta que me agarres —se queja Elise, tirando de su brazo.
—Solo no quiero que nos separemos. ¿Recuerdas Silver Dollar City? —le
señalo.
—Tenía seis años —gime Elise.
—Y una correa —le recuerdo—. Y aun así te escapaste como el maldito
Houdini. No quiero que se repita. Ya vamos con retraso.
Compruebo la tarjeta de embarque por millonésima vez. Tenemos menos de
noventa minutos hasta que nuestro vuelo embarque, y aún no hemos pasado
por el control de seguridad.
—No estamos tarde. Es el aeropuerto de Oklahoma, Belle. No Atlanta.
Estaremos bien.
— ¿Cuándo has estado acaso en el aeropuerto de Atlanta?
Elise rueda sus ojos, la señal inequívoca de una niña de catorce años incluso
para el más mínimo inconveniente o molestia. La he visto innumerables
veces desde que se mudó conmigo hace dos meses, pero no consigo
inmunizarme. Me irrita cada vez.
—Conoces la Torre Eiffel y nunca has estado en París, ¿verdad? —gruñe
ella.
Dejo escapar un suspiro angustiado.
—Solo quédate cerca de mí, ¿vale? No tengo tiempo de vigilarte. Tengo que
buscar a Roger.
—Espera, ¿qué? —chilla ella.
Sigo caminando durante unos segundos antes de darme la vuelta y
comprobar que Elise ya no está conmigo. Se detuvo en medio del
aeropuerto, bloqueando el paso de un hombre de negocios con traje y
corbata.
La alcanzo y la saco del camino, disculpándome con el hombre a medida
que avanzamos. Él refunfuña algo amargo sobre ‘los niños de estos días’ y
pasa a nuestro lado.
—Quizá deberíamos replantearnos lo de la correa —murmuro—. Vamos,
Elise. Acabamos de hablar sobre...
— ¿Vamos a volar con Roger? —Pregunta ella, su labio superior se curva
con disgusto—. ¿El mismo tipo que te hizo trabajar hasta tarde y luego
intentó meter su mano bajo tu falda?
— ¿Cómo lo sabes? —digo, inhalando fuertemente.
—Las paredes de tu casa son delgadas —dice con desdén—. Te escuché
hablar con Georgia.
—Debí haber tomado un café esta mañana —señalo y paso una mano por
mi cara.
Volar me pone nerviosa, así que pensé que mi cuerpo no necesitaba la
ansiedad adicional inducida por la cafeína sumada a la ansiedad de volar.
Pero después de una noche fatal de sueño y, ahora, la amenaza de que mi
media hermana diga algo condenatorio delante de mi súper pervertido jefe...
puedo decir que necesito el café con leche más grande del mundo. O quizás
una IV de expreso, no estoy segura.
—No quiero viajar con ese asqueroso —dice ella con firmeza.
—Yo tampoco. Por eso me pagan por hacerlo.
Los ojos de Elise se agrandan enormemente.
—¡¿Te está pagando para viajar con él?!
—Sí. Porque es mi trabajo. Él es mi jefe.
—Ah, claro —acepta Elise, frunce el ceño y luego niega con la cabeza—.
Aun así, no habría venido contigo si hubiera sabido que él iba a estar aquí.
Deberías denunciarlo a… alguien. No sé. Eso es acoso sexual.
Miro boquiabierta a Elise, preguntándome cuándo tuvo la edad suficiente
para decir cosas como ‘acoso sexual’. Cuando yo me fui de casa, ella tenía
nueve años y le gustaban las sirenas.
Mucho ha cambiado desde entonces.
—Pues tú vienes conmigo porque de ninguna manera te voy a dejar sola en
el apartamento durante una semana —le digo. Estoy bastante segura de que
eso es ilegal.
— ¡Yo puedo hacerme cargo de mí misma!
—No según la ley. Así que vienes conmigo y vas a ser amable con Roger y
vas a...
— ¡Tú no eres mi mamá!
Elise no está gritando del todo, pero su voz se eleva y la gente se da cuenta.
Si yo fuera su madre, la cogería de la mano y la arrastraría tras de mí,
pataleando y gritando. Nadie nos miraría.
Pero tiene razón, no soy su madre. Soy su hermana. Sin embargo, yo soy la
que está aquí lidiando con su angustia. Como si yo no tuviera suficiente con
la mía.
Respiro hondo y abro la boca, con un montón de cosas lamentables en la
punta de la lengua, cuando suena el teléfono.
Miro hacia abajo y veo la estúpida cara de Roger sonriendo. Se ve tan
profesional en su foto de empresa. Nada que ver con el bocazas de cara roja
y brazos tentaculares que el resto de las mujeres de la oficina ha aprendido
a evitar hace mucho tiempo.
—Hola, Roger —respondo, alejándome de Elise—. Lo siento, llegamos
tarde. Todavía no hemos pasado por seguridad, pero...
— ¿Qué? —grita él. Hay música agresiva golpeando de fondo. Parece que
está en una especie de club—. Lo siento, no puedo oírte. Este club es muy
ruidoso.
— ¿Desde cuándo hay un club en el aeropuerto?
—No hay. No estoy en el aeropuerto. ¡Estoy en Aruba! —dice luego de reír.
— ¿Aruba? ¿De qué estás hablando? —sacudo mi cabeza, tratando de
decidir si todavía estoy dormida. Si fuera así, este es un extraño sueño
ansioso—. Salimos para Nueva York en ochenta minutos. ¿Zhukova
Incorporated? ¿La auditoría?
—No lo he olvidado —dice con demasiado descaro—. Tú vas por tu
cuenta. No me necesitas, ¿verdad? ¿No es eso lo que dijiste?
Los recuerdos de esa traumática noche en la oficina se abren paso en mi
mente, ya presa del pánico.
‘Si quieres ascender en esta empresa, necesitarás una recomendación’ me
había dicho Roger, deslizando la mano por mi muslo. ‘Puedo ser una
ventaja para ti’.
Apartando su mano le había contestado: ‘No te necesito’.
Esas palabras regresan ahora para perseguirme.
—Nunca antes he hecho una auditoría por mi cuenta —murmuro.
Odio sonar inexperta. He sido una luchadora toda mi vida. Dios sabe que he
superado muchas cosas. Pero esto me parece cruel e inusual.
Roger se ríe cruelmente.
—Hay una primera vez para todo. ¡Buena suerte! —dice y cuelga.
Me quedo mirando el teléfono, tratando de decidir si debo llamarlo y
rogarle que venga conmigo. Entonces Elise se acerca sigilosamente.
— ¿Era Roger? —me pregunta.
Repaso los hechos en mi cabeza muy rápido.
Necesito este trabajo.
Necesito vigilar a Elise.
Elise odia a Roger.
Roger ya no viene con nosotras.
En cierto modo, parece una bendición. Georgia siempre me dice que debo
concentrarme más en lo positivo. Quizá hoy sea un buen día para empezar.
—Roger ya no viene con nosotras. Vamos solas —digo, giro y empiezo a
caminar hacia el control de seguridad—. Mantente cerca.

P , hoy no es el día para empezar a pensar en positivo. Porque ahora,


estoy segura, este avión se va a estrellar.
Estaba durmiendo. O descansando, al menos. Con los ojos cerrados,
intentando calmar la punzada de ansiedad en mis entrañas. Casi estaba
funcionando, pero obviamente fue cuando comenzó la turbulencia.
El despegue y el aterrizaje son siempre la peor parte. Una vez que el avión
está en el aire, por lo general suelo relajarme. Pero ahora, la pantalla frente
a mí parpadea junto con las luces de la cabina mientras el avión se sacude y
tiembla.
—Por supuesto, la única vez que volaré en primera clase es la que se
estrellará —murmuro para mis adentros. Elise está en la fila detrás de mí,
así que no tengo ninguna mano a la que agarrarme. Por ello me agarro con
fuerza a los reposabrazos y cierro mis ojos.
Al abordar, la azafata notó que Elise y yo quedamos sentadas directamente
en medio de una ruidosa despedida de soltero, así que nos cambió a dos
asientos vacíos en primera clase.
—Muchas gracias —le dije, vergonzosamente cerca de las lágrimas por
gratitud—. Estoy en un viaje de trabajo y las cosas no van saliendo como
pensaba. Realmente... necesitaba esto.
Elise estaba tan avergonzada por mis emociones que fingió no conocerme.
Pero la azafata palmeó mi espalda y me susurró al oído
—Las mujeres debemos permanecer unidas.
Todos los que me rodean en primera clase lucen como de su clase. La mujer
que está a mi lado lleva un conjunto deportivo de terciopelo con un antifaz
de satén. Todo, desde sus pantuflas de felpa hasta sus auriculares con
cancelación de ruido, grita lujo.
El hombre sentado en diagonal al otro lado del pasillo gruñe algo en ruso,
haciendo caso omiso de la norma ‘Prohibido el uso de teléfonos móviles’
que el resto de los pasajeros de segunda tenemos que obedecer. No veo
nada más allá de un hombro ancho y una mandíbula cuadrada con
incipiente barba, pero me alegro de no estar en el pellejo de la pobre alma
que está al otro lado de su regaño.
Si el avión se separa al estilo de Lost y las dos primeras filas nos vemos
obligadas a buscarnos la vida en una isla desierta, quedamos Elise, yo, la
Mujer con Ropa de Terciopelo y el Tipo Ruso.
De repente, no sé si la azafata me ha hecho un favor o no. El Tipo Ruso no
parece jugar limpio con los demás.
Justo cuando la luz del cinturón de seguridad se enciende, mi estómago da
un peligroso vuelco. Tengo la certeza inmediata de que voy a vomitar.
Abro los ojos y busco una bolsa para vomitar, pero no hay nada. El asiento
de adelante está vacío. No hay revista de a bordo, ni manta envuelta en
plástico, ni bolsa para los vómitos.
¿Podré aguantarlo? Mente sobre la materia. Mente sobre la materia.
Pero luego mi estómago se contrae y mi mente ya no es la primera al
mando. Ni siquiera es la segunda. Mi estómago manda y mis pies acatan
órdenes sin rechistar.
Antes de poder detenerme, me levanto y corro hacia el baño.
—Señorita, tiene que sentarse —me regaña la azafata de antes—. La luz del
cinturón de seguridad está encendida y…
La ignoro y sigo adelante. Ella se desabrocha el cinturón de seguridad como
si pretendiera ponerse de pie y bloquearme para que no entre al baño.
Hasta aquí lo de ‘las mujeres debemos permanecer unidas’.
Entro rápidamente al baño, cierro la puerta detrás de mí, caigo de rodillas y
levanto la pequeña tapa de plástico.
Y tan pronto como lo hago, la sensación en mi estómago se desvanece.
— ¡Qué demonios! —jadeo, casi molesta conmigo misma por no vomitar.
Supongo que hay una primera vez para todo. Roger tenía razón en eso.
Hay un golpe en la puerta del baño.
—Señora, no puede estar ahí. Esta puerta debería estar cerrada. Tiene que
salir.
El avión sigue temblando, pero no tanto como hace unos momentos. Mi
corazón late con fuerza y hay sudor en mi nuca... pero no vomito.
Cierro la tapa y me pongo de pie, luego lavo las manos antes de finalmente
abrir la puerta. La azafata me está mirando.
—Tiene que sentarse, señora. Ahora mismo.
Asiento lastimosamente y empiezo a caminar por el pasillo hacia el asiento.
—Lo siento. Soy una viajera nerviosa y con la turbulencia... pensé que iba a
vomitar.
—Cuando la luz del cinturón de seguridad está encendida, debe permanecer
sentada y...
Antes de que pueda terminar su regaño, otra ráfaga de turbulencias golpea
el avión de lado. La azafata sale disparada hacia un lado, yo salgo hacia el
otro...
Y aterrizo justo en el regazo del Aterrador Tipo Ruso.
Grito y trato de enderezarme.
—Lo siento mucho. No quería... Las turbulencias, yo...
Me agarra por la cintura y me levanta como si yo no pesara nada.
—Respira. No pasa nada.
Su voz es profunda y helada. Por fin le miro a la cara y me quedo helada.
Puta madre, este hombre es atractivo. Como la portada de una revista
masculina o el sexy protagonista de una franquicia de superhéroes.
Sus ojos son como plata fundida que se agitan en una emoción ilegible.
Tiene la mandíbula apretada, el pelo alborotado, una fragancia seductora.
La azafata viene a intentar devolverme al lugar al que pertenezco, pero mis
piernas ya no funcionan. Estoy atascada, mirando fijamente al hombre,
imaginando todas las cosas sucias que esa voz suya podría susurrarme al
oído. Posiblemente en ruso.
Mi estómago vuelve a agitarse, pero por un motivo muy distinto. Entonces
más turbulencias sacuden el avión y la azafata se harta.
— ¡Siéntese! —Ordena, señalando el asiento vacío junto al hombre—.
¡Ahora!
—Pero... pero ese no es mi... mi asiento está...
Me empuja hacia el asiento. El hombre vuelve a agarrarme suavemente por
la cintura y me ayuda a pasar a su lado.
En cuanto se da cuenta de que ya no soy un estorbo, se marcha resoplando.
Me quedo mirando a mi nuevo compañero de asiento con una sonrisa
nerviosa.
—Lo siento. Creí que iba a vomitar —digo y mi cara arde de vergüenza—.
Es decir, no lo hice. No he vomitado. Pensé que lo haría, pero no fue así.
Soy una viajera nerviosa. Por si no te habías dado cuenta.
El hombre me mira, sus grises ojos son observadores pero distantes. Es
realmente difícil mirarlo. La gente no debería poder ser tan atractiva. O tan
fría bajo presión. Yo pensé que iba a morir, y él parece tan relajado como si
nada. La peor turbulencia que he sentido, y sin embargo el ritmo cardíaco
de este hombre ni siquiera parece acercarse a la temperatura ambiente.
— ¿Te vas a enfermar otra vez? —pregunta. No hay acento detectable. El
ruso debe ser su segunda lengua.
—No —niego con la cabeza con una mueca—. No lo creo, de todos modos.
Mete la mano en un pequeño compartimento entre los asientos y saca una
bolsa impermeable azul hospital.
—Usa esto si lo necesitas.
—Ni siquiera se me ocurrió mirar ahí. Imaginé que las bolsas estarían en el
respaldo de los asientos —digo con un respingo.
— ¿Primera vez en primera clase? —pregunta, más como una afirmación.
Podría ofenderme su suposición si no fuera tan increíblemente acertada.
Asiento con la cabeza.
—Sí. Me cambiaron. Creo que la azafata se apiadó de mí. Probablemente
no vuelva a cometer ese error.
— ¿Por qué ella se apiadaría de ti?
Levanto mi pulgar señalando hacia la mitad trasera del avión.
—Hay una despedida de soltero allá atrás. Estaban siendo bastante
ruidosos, y yo estaba sentada justo en medio de ellos.
—Bien pensado de parte de ella —dice, recostándose en su asiento—.
Sentar a una mujer bonita cerca de un grupo de hombres cachondos es una
receta para el desastre.
Coloca su brazo en el reposabrazos, y aunque hay mucho espacio para los
dos, su cálida piel roza la mía. Se me pone la carne de gallina.
Como si su piel sobre la mía no fuera suficiente, mi cerebro se engancha a
‘mujer bonita’. Como una adolescente tonta hablando con su enamorado,
me pregunto: ¿Él piensa que soy bonita?
—Oh, bue... bueno —tartamudeo, y mi lengua se siente como si tuviera el
doble de su tamaño normal—. No sé si sea por eso. He estado estresada.
Estoy en un viaje de trabajo y las cosas han sido un desastre. Creo que se
dio cuenta de eso y quiso ayudar.
— ¿Estás diciendo que no crees que eres bonita?
Yo respiro sorprendida y luego me giro hacia él. Me está mirando de nuevo,
su rostro aun completamente ilegible.
Sin saber qué hacer, me río como una loca.
—Yo no, no decía eso... No puedes simplemente preguntarle a la gente algo
así.
— ¿Por qué no? —dice, encogiéndose de hombros.
—Porque es... incómodo.
— ¿Para quién? —pide él—. Yo no estoy incómodo. Te llamé hermosa, y
pareces estar en desacuerdo. Quiero saber por qué.
—Bonita.
— ¿Disculpa? —señala, frunciendo el ceño.
Yo trago fuerte.
—Dijiste que era bonita, no hermosa.
—Pues me equivoqué —dice con frialdad—. Hermosa. Última palabra.
Ahora tengo la cara roja. Podría colgarme en los cruces y dirigir el tráfico.
Estoy ardiendo de vergüenza y nervios.
—Entendido. Gracias.
— ¿Te estoy haciendo sentir incómoda? —pregunta él.
—No —niego con la cabeza—. Tal vez… tal vez ‘incómoda’ no sea la
palabra adecuada. Me estás poniendo nerviosa.
Su boca se curva en una sonrisa.
— ¿Por qué?
—Como si no lo supieras —resoplo. Y no es una exageración, resoplo en
realidad. Como un legítimo cerdo. Bajo la cara, pero el hombre se inclina y
me levanta la barbilla con un dedo calloso.
—Quiero oírte decirlo.
No estoy seguro de si en realidad no lo sabe o si solo quiere escucharme
decir que es el hombre más guapo que he visto en mi vida.
—Bueno, para empezar, tú eres el hermoso —le digo, haciéndole un gesto
con ambas manos como si fuera el gran premio en un programa de
concursos—. Eres bastante apuesto y claramente exitoso y muy en tu
elemento. Mientras que yo estaba a punto de vomitar en el baño de un avión
mientras una azafata golpeaba la puerta.
—Estoy seguro de que es absurdo —sugiere.
—Lamentablemente no —niego con la cabeza—. Mi vida es... es un
desastre, para abreviar una larga historia. Así que estar cerca de alguien
como tú es mucho para mí. Me preocupa hacer el ridículo. Aunque estoy
bastante segura de que ya lo he hecho. Y todavía lo hago. Como ahora. Y
ahora. Y ahora.
—No has hecho el ridículo —negando con la cabeza.
—Oh, Dios, también eres amable —gimo—. Está claro que sólo lo dices
para no herir mis sentimientos.
—Si de verdad te apetece menospreciarte, te diré una cosa: no sabes juzgar
muy bien a las personas.
—Oh, ¿no lo hago?
—No —dice, acercándose. Su aliento huele a menta—. Porque yo soy lo
más alejado posible de ser bueno o amable.
La imagen de él ladrando algo cruel en ruso en su teléfono surge en mi
mente. Quiero preguntarle de qué se trata. Tal vez él también está teniendo
un mal día en el trabajo. Tal vez podríamos unirnos por tener jefes con
cerebros de mierda.
Pero lo dudo.
Algo me dice que él es el jefe.
—Has sido agradable conmigo —respondo sin convicción.
—Porque eres interesante —dice—. Tenías razón: tengo éxito. Y sé que soy
atractivo.
—Humilde, también.
—No necesito serlo. Y tú tampoco —dice pasando sus dedos por mis
nudillos y yo aprieto mis piernas—. Estoy rodeado de gente que sabe
exactamente cómo actuar y siempre dice lo correcto. Es aburrido. Prefiero
un poco de... espontaneidad.
— ¿Espontaneidad? —repito.
No estoy segura de ser su chica en ese sentido. Claro, ‘espontáneamente’
robé a mi hermana menor de nuestra madre psicópata y la mudé conmigo.
Pero dudo que ‘dejar que una chica de catorce años se mude a tu
apartamento de mierda’ sea el tipo de espontaneidad de la que él habla.
—Me gusta mantener las cosas emocionantes —asiente.
Sus palabras se sienten como una invitación. Una que me siento incapaz de
rechazar. Quiero decir, el destino hizo que me cambiaran a primera clase y
me sentara a su lado. Quién soy yo para rechazar el destino, ¿verdad?
Justo cuando estoy a punto de intentar algo parecido a un flirteo, el avión se
tambalea de nuevo una vez más.
— ¡Mierda! —grito y sujeto mi mano al reposabrazos.
Corrección: a un brazo, no al reposabrazos. El brazo del Tipo Ruso, para ser
específica. Hay marcas de uñas en su piel cuando retiro la mano, pero estoy
demasiado ida como para siquiera disculparme. El miedo me ahoga y no
puedo evitarlo.
El piloto habla por los altavoces para decirnos a todos que mantengamos la
calma. Pero apenas lo escucho. Vamos a morir. Estoy segura de ello. Esto es
el fin.
—Oye —dice el Tipo Ruso con su irrazonablemente sexy voz—. ¿Estás
bien?
Debería asentir, parpadear o decir algo. Ni siquiera tiene que ser lindo,
divertido o encantador. Solo una palabra, cualquier palabra, para hacerle
saber que no estoy loca.
Pero no logro que mi cuerpo haga nada. Estoy en modo lucha o vuela…
mientras vuelo.
¡Eso sería genial para decir ahora mismo! Un pequeño juego de palabras
para impresionarlo. Pero en lugar de eso, niego con la cabeza mientras el
avión se sacude y traquetea de nuevo.
Entonces me pongo de pie y me arrastro sobre él.
—Voy a vomitar. Segura esta vez.
La azafata ni siquiera parece sorprendida cuando me ve pararme de nuevo.
Ella solo me mira y niega con la cabeza.
Una vez que me acerco lo suficiente, me señala con un dedo.
—No, señora. Tiene que sentarse ahora mismo. Si se siente mal, tome la
bolsa entre los asientos y...
—Voy a vomitar —jadeo. Se siente como si mis pulmones fueran a explotar
—. Necesito...
Bajarme de este avión, pienso. Aunque en realidad no es una opción.
—Tiene que sentarse —dice ella de nuevo.
Ella mira hacia el pasillo, y estoy segura de que observa a un oficial de
vuelo que viene a atarme con cinta adhesiva. Ni siquiera los culparía. Estoy
siendo una amenaza.
Pero mi corazón se acelera, y...
— ¿Por qué este maldito avión sigue temblando? —digo un poco
demasiado fuerte.
La azafata se pone rígida.
—Está causando una escena. Necesita...
—Déjala pasar —dice una voz profunda tras de mí. No necesito darme la
vuelta para saber quién es.
La mortificación me recorre al saber que el Hermoso Extraño,
anteriormente conocido como el Tipo Ruso, está presenciando este épico
colapso. Pero el avión se tambalea de nuevo y yo caigo hacia atrás.
Al instante, uno de sus fuertes brazos se envuelve alrededor de mi cintura,
sosteniéndome firmemente. Me hundo en su calor y suspiro sin siquiera
darme cuenta de que lo estoy haciendo.
—Abre el baño —ordena—. Ahora.
La asistente de vuelo entrecierra sus ojos hacia mí, pero incluso ella no es
inmune a los encantos y/o amenazas implícitas del Hermoso Extraño. El
rostro de ella se suaviza y gira sobre sus talones, con la llave del baño en la
mano. Luego abre la puerta y la mantiene abierta.
—No quiero más problemas. Haga que ella se relaje y regresen a sus
asientos.
Él asiente, me empuja hacia el pequeño espacio y cierra la puerta detrás de
nosotros.
Estaba consumida antes por el miedo, la ansiedad y el pánico, pero en
cuanto estamos juntos en el pequeño baño, solo está él. Huele a menta y a
cítricos, un brillante aroma que atraviesa la antiséptica neblina del baño.
— ¿Vas a vomitar? —inquiere él.
Parpadeo, sorprendida por lo cerca que está de mi cara. Sus manos acarician
mis brazos.
—Porque si vas a vomitar, me gustaría saberlo.
—No —digo con voz áspera, tragando audiblemente—. Estoy bien. Estoy...
—Estás teniendo un ataque de pánico —dice—. No estás bien.
Me derrumbo en su agarre.
—Odio volar.
— ¿Entonces, porque estás aquí?
—Porque necesito el dinero —digo—. Voy a ver a un gran cliente. Mi jefe
me abandonó para que manejara este viaje por mi cuenta, y el cliente
aparentemente es un gran idiota, así que estoy muy estresada y luego este
condenado avión sigue avanzando entre malditas turbulencias, y solo
necesito que mi bendito cerebro esté tranquilo. Necesito descubrir cómo
apagar mis pensamientos para poder...
De repente, el Hermoso Extraño me levanta sobre el lavabo, se mete entre
mis piernas y presiona sus labios contra los míos.
Y todo mi cerebro se queda en silencio.
Su boca es suave y su cuerpo es firme, y no puedo pensar en nada excepto
en el hecho de que me está tocando. Besándome.
Santo... Dios.
Su lengua se desliza por mi labio inferior y yo abro la boca lentamente. Sus
manos suben por mi espalda y me acercan a él mientras mete su lengua en
mi boca. Yo gimo como... ¿cómo era que lo llamaba aquel novio de mamá?
Oh, sí, como una perra en celo.
La vergüenza consciente de mí misma lo atraviesa todo y me aparto de él de
un tirón. Me tapo la boca con la mano y lo miro con los ojos muy abiertos.
Pero él no los tiene muy abiertos. Son perfectamente normales.
Perfectamente grises.
— ¿Qué ha sido eso? —jadeo.
—Espontaneidad —dice él—. ¿Funcionó?
No necesito mirar hacia abajo para saber que mis pezones están muy
visibles a través de la fina camisa de algodón. Y que hay humedad entre mis
piernas.
¿Funcionó? pregunta. Vaya que sí funcionó. Funcionó tan bien que no estoy
segura de que ningún otro hombre me haga ‘funcionar’ nunca más.
Trago saliva y asiento.
—Sí... hm, gracias por eso. Supongo. Lo necesitaba. Y un beso es mejor
que una bofetada, así que...
— ¿Por qué habría de abofetearte? —dice y ladea la cabeza. Ojalá hubiera
pasado las manos por su cabello cuando tuve la oportunidad. Es castaño
dorado y le cae sobre la frente como la seda.
—No lo sé. ¿Cómo en las películas quizás? ¿Para sacarme del pánico?
— ¿Esa es la única razón por la que crees que te besé?
Mierda, espero que no. Pero no puedo decir eso. No puedo admitir que
deseo a este extraño. Apenas lo conozco, por favor.
Mi cara está caliente y sonrojada. Él alarga la mano y pasa su pulgar por mi
mejilla.
— ¿Te estoy poniendo nerviosa otra vez?
— ¡No puedes hablarle así a la gente! —exclamo.
— ¿Así cómo?
—Así tan... sinceramente —digo y me doy cuenta de lo ridículo que suena
en cuanto las palabras salen de mi boca—. Me refiero a hacer este tipo de
preguntas a la gente. Ni siquiera sé tu nombre.
—Nikolai.
Me muevo en el lavabo, desesperadamente consciente de que él todavía está
de pie entre mis muslos.
—Oh... hm. Hola, Nikolai.
El misterioso Hermoso Extraño tiene un misterioso y hermoso nombre. No
debería sorprenderme.
Ahora baja su mano de mi mejilla y la deja caer sobre mi muslo. Sus dedos
queman mi carne a través de mis jeans.
— ¿Y el tuyo?
—Belle.
Sus cejas bailan con una sutil sonrisa.
—Entonces deberías estar acostumbrada a que la gente te llame hermosa.
Es tu nombre.
El corazón me retumba de nuevo, el pánico crece en mi interior. Me aprieto
los ojos con las palmas de las manos.
—No tienes por qué quedarte conmigo. Estaré bien sola —murmuro—. Sé
que solo has venido porque te sientes responsable de mí. Desde que caí
accidentalmente en tu regazo. Pero te eximo de tus responsabilidades
caballerescas— y, sin abrir mis ojos, hago un gesto con la mano para que se
vaya—. Puedes irte. No te molestaré más.
Él no dice nada. Yo abro un ojo entonces.
— ¿Y bien?
—Te dije que no sabías juzgar a las personas —me dice.
Frunzo el ceño, pero antes de poder preguntarle qué quiere decir, Nikolai
desliza la mano entre nuestros cuerpos y acaricia mi calor.
—No soy jodidamente bueno. Y desde luego no soy un puto caballero —
gruñe.
Incapaz de detenerme, giro mis caderas contra la base de su palma. Persigo
el placer que se ha estado acumulando en mi vientre desde el momento en
que lo miré a los ojos.
Él desliza su mano hacia arriba y comienza a desabotonar mis jeans.
—Dime que pare —dice—. Dime que no quieres esto.
Hago exactamente lo contrario: levanto mis caderas y lo ayudo a bajar los
jeans por mis piernas, mi cuerpo se mueve como si estuviera en trance.
— ¿Por qué? —casi chillo.
¿Por qué diablos haría eso? ¿Por qué alguien sentiría las manos de este
hombre sobre su piel y le diría que se detuviera? No puedo imaginar a una
mujer heterosexual viva que sea lo suficientemente tonta como para
rechazar esto.
Agarra la braga y la baja, dejándome desnuda de la cintura para abajo sobre
el pequeño mostrador. Pero estoy tan obsesionada viéndolo desabrocharse
los pantalones y sacar su polla increíble hinchada que no puedo encontrar la
energía para avergonzarme.
—Porque si no lo haces —dice, agarrando su longitud y presionándose
contra mi entrada— te voy a follar hasta que grites tan fuerte que todos en
este avión podrán oírte.
No puedo evitar jadear y farfullar como un pez fuera del agua.
—Yo… yo… yo…
A lo lejos, puedo sentir el avión aun temblando. Sé que todos mis
problemas seguirán existiendo cuando estemos de vuelta en tierra firme.
Pero ahora mismo, estoy volando alto.
Y quiero aprovecharlo al máximo antes de aterrizar.
Envuelvo los brazos alrededor de su cuello.
—Quiero esto.
De un solo empujón, Nikolai me penetra. Inclino la cabeza hacia el espejo y
gimo.
—Sabía que estarías apretada —dice Nikolai entre dientes.
—Sabía que serías grande —señalo.
Nikolai se aparta y me sonríe.
—Quizá, después de todo, sepas todo lo que hay que decir.
Sonrío, pero luego se desliza hacia afuera y empuja de nuevo dentro de mí,
y así ya no puedo sonreír. O hablar. O pensar.
Sus enormes manos palmean mis muslos, enganchando mis piernas
alrededor de su cintura mientras me llena con un salvaje empuje tras otro.
Luego desliza su mano entre nosotros otra vez, su pulgar haciendo círculos
sobre el clítoris, y una descarga eléctrica me recorre.
—Oh, Dios mío —gimo.
— ¿Te gusta esto? —pregunta, con voz áspera.
No digo nada. Estoy demasiado ocupada desmoronándome en su mano.
Entonces vuelve a preguntar.
— ¿Te gusta esto, Belle?
La forma en que dice mi nombre, su lengua languideciendo sobre la doble
L... Es lo más sexy que he escuchado en toda mi vida.
—Dime —ordena—. Dime lo que te gusta. Lo que quieres.
—Sí —jadeo—. Me gusta... todo esto. Tú. Me gustas.
Su pulgar se mueve ahora más rápido sobre mi clítoris, golpeando y
masajeando hasta que estoy viendo estrellas.
—Eso no basta. Tienes que decirme exactamente lo que quieres —insiste él.
La presión aumenta cada vez más y todo lo que quiero es... es...
—Quiero correrme —jadeo, y él empuja hasta el fondo.
—Hazlo entonces. Córrete para mí como una buena chica.
Oh, por el amor de Dios.
Me corro.
El orgasmo es como el sol saliendo entre las nubes después de una
tormenta. Ocurre de repente y no hay forma de detenerlo, ni de atenuarlo.
Gimo, mis músculos se contraen y se relajan. Gritos de placer suben por mi
garganta.
Nikolai me tapa la boca con la mano y trago mis gritos hasta que quedo
inerte contra él. Mi cuerpo está agotado, pero cuando miro hacia abajo, él
todavía está duro.
—No... ¿No te ha pasado? —frunciendo el ceño.
—No te preocupes —dice y roza su pulgar, el mismo pulgar que me envió
al borde, sobre mi labio inferior—. Va a pasar.
Luego me baja del mostrador y me gira para que quede frente al espejo, con
Nikolai flotando como un ángel dorado sobre mi hombro. Agarra mis
caderas y se desliza de nuevo dentro de mí.
El ángulo es diferente y me quedo con la boca abierta. Me inclino hacia
delante, absorbiéndolo más profundamente, deseando más y más y todo de
él.
A la distancia, soy consciente de las vibraciones del avión, del hecho de que
docenas de pasajeros están sentados a escasos metros, con sólo una
desvencijada puerta de plástico entre nosotros. Pero el mundo se ha
estrechado para abarcar sólo esto. Sólo esta habitación. Sólo nosotros.
El hombre de los ojos de plata me ha quitado la ansiedad y el miedo.
—Nos escucharán —gimoteo.
—Déjalos —dice Nikolai y me penetra con más fuerza—. Quiero que todo
este avión te oiga correrte de nuevo.
—Nunca me ha pasado dos veces —admito, casi con vergüenza. Pero estoy
inclinada sobre un lavabo frente a un extraño. Quizá ya nada pueda ser
vergonzoso. Nikolai sonríe en el espejo.
—Hay una primera vez para todo.
Luego, con su mano alrededor de mi pierna, levanta mi rodilla hasta la
esquina del fregadero. Todavía estoy tratando de ubicarme cuando se
desliza completamente fuera de mí y luego me golpea de nuevo hasta el
fondo.
—Oh, Dios mío —gimo—. Es tan...
—Profundo —susurra él.
Con cada embestida, está tocando lugares dentro de mí que nunca han sido
tocados. Mis muslos comienzan a temblar y antes de que siquiera pueda
prepararme adecuadamente, otro orgasmo se dispara a través de mí.
Este es aún más poderoso que el anterior. Mis músculos se contraen, mi
cuerpo se aprieta alrededor de la longitud de Nikolai.
Y luego siento al apuesto desconocido palpitando dentro de mí.
Él gruñe mientras entra hasta el fondo. Sus sonidos y sus embestidas se
desvanecen poco a poco hasta que solo queda el ruido de los motores
rugiendo y mi propia respiración jadeante.
Cuando terminamos, me apresuro a bajar la pierna y ponerme de pie. Y
entonces suenan campanas de alarma en mi cabeza.
¿Qué he hecho? ¿Con quién lo he hecho?
Él podría estar casado. O ser un asesino. Podría ser un asesino casado.
¡Puede que Nikolai ni siquiera sea su verdadero nombre!
El mismo pánico que acababa de llevarme al sexo comienza a invadirme,
pero me lo trago.
Siento el calor que fluye por el interior de mis piernas, la evidencia de lo
que hemos hecho pintada entre mis muslos.
Nikolai se sube el cierre de los pantalones y alcanza la manija de la puerta.
—Vístete y salimos juntos.
Me observa mientras me limpio las piernas y me pongo los jeans. Cualquier
audacia que me había poseído brevemente, ya se ha ido. Soy un rubor que
camina y habla.
—Está bien —digo en voz baja una vez que he retocado mi labial en el
espejo y alisado mi cabello—. Estoy lista.
Nikolai abre la puerta sin mirarme. Los asistentes de vuelo se están
moviendo ahora por toda la aeronave. En algún momento mientras
estábamos allí, la luz del cinturón de seguridad se apagó. Una mujer mayor
con cabello gris rizado está esperando junto a la puerta del baño. Si escuchó
algo de lo que sucedió adentro, no lo hace saber.
Sigo a Nikolai por el pasillo central. Cuando llega a su asiento, casi lo sigo,
antes de recordar dónde se supone que debo sentarme.
Dudo por un segundo, esperando a ver si me mira y me ofrece una sonrisa o
un saludo. Una especie de reconocimiento por lo que acabamos de hacer
juntos en el baño.
Pero él no levanta la vista.
Y por más patética que pueda ser a veces, no estoy lo suficientemente
desesperada como para avergonzarme rogando por su atención.
Así que sigo caminando hacia mi asiento.
Antes de sentarme, miro la fila detrás de mí donde está sentada Elise. Tiene
las piernas dobladas debajo de ella y la cabeza apoyada en su sudadera
doblada. Está profundamente dormida. Parece que ella ha estado así por un
buen rato.
—Lógico —murmuro. Niego con la cabeza y me dejo caer en mi silla.
Todavía puedo ver la mandíbula cuadrada de Nikolai desde aquí atrás, pero
luce más lejos que nunca. Si no fuera por el dolor entre mis piernas, podría
creer que todo fue un sueño.
Tal vez sea mejor así. Que el Hermoso Extraño se desvanezca como un
sueño que apenas pueda recordar después de despertar.
Tal vez entonces todo lo que suceda a continuación no duela tanto.
2
BELLE

Si el viaje en avión fue un sueño, el hotel es una pesadilla.


—No esperarás que duerma aquí —dice Elise y se aleja de la cama como si
tuviera miedo de que se la trague entera.
No la culpo del todo. El edredón está raído, el estampado descolorido. La
delgada alfombra se ve lo suficientemente limpia, pero se siente pegajosa
en mis pies. Y la porcelana del baño está teñida de un amarillo que eriza mi
piel.
—No está tan mal —le digo, sin embargo.
Sus ojos se abren desorbitadamente.
— ¡Belle!
— ¿Qué? —Respondo con brusquedad—. ¿Qué quieres que haga al
respecto? Este es el lugar que la empresa reservó para que nos quedáramos.
—Querrás decir Roger —señala ella.
—Sí, Roger. Mi jefe. Él reservó las habitaciones y es aquí donde nos
quedaremos.
—No sé por qué estoy castigada también. No soy yo quien lo rechazó —
cruzándose de brazos
—No estoy siendo castigada.
Aunque en realidad es una mentira. Es indiscutiblemente propio de Roger
hacer que mi vida en el trabajo sea un infierno porque no quiero acostarme
con él. Elise tiene razón: debería informarlo a Recursos Humanos o algo
así.
Pero carajo, necesito este trabajo. Lo necesitaba aún antes de que Elise
viviera conmigo, pero ahora, definitivamente no puedo vivir en el umbral
de la pobreza mientras sea responsable de una adolescente.
Elise merece tener algo parecido a la estabilidad por una vez en su vida. Yo
tengo que ser ese algo.
Lo cual significa que tengo que aguantar a imbéciles manoseadores para
asegurarme un sueldo. Hay cosas peores en el mundo. Soy fuerte, puedo
sobrevivir. He sobrevivido mucho tiempo para llegar hasta aquí.
Elise se gira y abre las cortinas de la única ventana. Inmediatamente, nos
recibe una impresionante vista de... un edificio de ladrillos manchado de
hollín y grafitis.
—Tienes razón. Esto no parece una celda de prisión en lo absoluto —dice
con evidente sorna—. Este lugar es genial. Diez estrellas.
—Me encantaría que al menos fingieras pasarlo bien mientras estamos aquí
—gruño, mientras rebusco en mi maleta
Elise estudia la cama un momento antes de cambiar de opinión y posarse en
el borde del sillón que hay en un rincón. Una nube de polvo se levanta de
los cojines, arremolinándose en la luz mortecina que entra por la ventana.
—Pero no me lo estoy pasando bien —señala con un mohín.
—Lo has dejado muy claro. Por eso he dicho ‘fingir’. Estoy aquí para
trabajar, así que acabemos con esto y luego podemos irnos a casa, ¿está
bien?
—A tu apartamento, querrás decir —contesta ella ahora.
Cierro los ojos y respiro hondo. Los adolescentes también son personas. Mi
hermana lo ha pasado mal. No es culpa suya. Tengo que ser menos dura con
ella.
¿De verdad esperaba acaso que le hiciera ilusión tener su propia habitación
y que me diera las gracias todos los días por darle una cama caliente dónde
dormir? Parece que sí. Pero ahora soy más sabia y menos idealista.
Suelto el aliento en un silbido entre los labios fruncidos.
—Sí. A mi apartamento. Donde vives ahora. No estaremos aquí mucho
tiempo. Quizá una semana.
— ¿Una semana? ¡Creía que sólo eran tres días!
—Oh, no escuchas cuando te pregunto cómo estuvo tu día, pero si escuchas
cuando te explico nuestro itinerario de viaje.
Me quito los jeans, que todavía huelen al Hermoso Extraño, y me pongo un
par de pantalones negros de cintura alta. Si el reloj de arriba del televisor
funciona bien, tengo solo veinte minutos para cruzar la ciudad hasta las
oficinas de Zhukova Incorporated.
— ¡Belle! —Grita Elise—. ¡Respóndeme!
Me encojo de hombros mientras me abrocho una blusa rosa pálido.
—Como sea, sí, una semana. El plan original de tres días fue antes de que
Roger me dejara sola. Ahora, estoy haciendo esto por mi cuenta. Es para
una gran empresa, y las cosas pueden llevar más tiempo.
—Llama a alguien para que venga a ayudarte —dice, en tono de súplica—.
Como... como Georgia, por ejemplo. Es tu amiga.
—Compañera de trabajo —señalo, y la sola admisión me da vergüenza.
Realmente necesito más amigos—. Y no, lo haré sola. ¿Puedo confiar en
que permanecerás aquí mientras no estoy?
Elise resopla y hace un puchero con el labio inferior. Se parece mucho a
mamá cuando hace pucheros, pero tiene el cabello rubio rojizo y los ojos
verdes de su padre. Me produce escalofríos.
— ¿Qué se supone que debo hacer para conseguir comida?
Saco un billete de veinte de mi bolso y lo dejo sobre el mueble del televisor.
—Puedes caminar hasta la bodega que está en la esquina y luego regresar.
No más lejos.
Ella agarra el dinero y se lo mete en el bolsillo trasero.
— ¿Entendido? —le pregunto.
Ella hace un gesto de saludo militar y dice:
—Señor, sí señor.
Odio dejar las cosas así. Odio tener que interpretar el papel de su madre.
Que no podamos ser hermanas normales que solo se pelean por la ropa y
ven películas juntas.
Pero no hay tiempo para nada de eso. Ya se me está haciendo tarde.
—Bien. Tengo que irme.
Agarro el bolso y meto dentro el móvil, la botella de agua y el portátil.
Luego salgo a toda prisa por la puerta.
Justo antes de cerrarla, asomo la cabeza de nuevo en la habitación.
—Te quiero, E.
Elise suspira.
—Yo también te quiero, B.
Por ahora, eso tendrá que bastar.

F de pie frente al edificio sede de Zhukova Incorporated.


Sudorosa y jadeante, pero aquí. Y no gracias al tránsito de Nueva York ni a
los millones de taxis amarillos que han pasado por delante de mis brazos.
Suena el teléfono. Contesto aturdida y agotada.
—No puedo hablar ahora, Georgia —murmuro, colocándome el teléfono
entre la oreja y el hombro mientras rebusco en el bolso una servilleta o un
trozo de papel para secar la frente.
—Entonces, ¿por qué contestas?
—Porque yo... mierda, no lo sé.
— ¿Será porque te está dando un infarto? ¿O estás delirando?
Decido que un protector íntimo diario es tan bueno como cualquier otra
cosa y me limpio la cara con él.
—No sé cómo funciona el metro. Ni siquiera cómo hacerle señas a un taxi
—digo.
—Pero Roger ha estado en Nueva York un millón de veces. ¿Por qué no le
pides ayuda?
—Porque no sé cómo él podría ser de ayuda desde Aruba —suelto, y mis
palabras salen tan amargas como me siento.
La línea se queda en silencio, y yo espero. Finalmente, Georgia sisea al
teléfono.
— ¿Ese imbécil está en Aruba? ¿Qué carajos pasó? Se supone que debería
estar en este viaje contigo.
—Lo sé. Pero llamó esta mañana y me lo dijo justo antes de que subiera al
avión.
—Mierda —dice Georgia—. —¿Así que te toca manejar este proyecto a ti
sola?
—A menos que quieras subirte a un avión y venir a ayudarme —propongo
bromeando, pero apenas. En realidad, me encantaría contar ahora con la
ayuda de Georgia.
Fui honesta cuando le dije a Elise que Georgia es solo una compañera de
trabajo. Pero sigue siendo lo más parecido que tengo a una amiga. Solo he
estado en la ciudad de Oklahoma durante ocho meses, dos de los cuales
giraron en torno a instalar a Elise en mi apartamento. Mi círculo social es
menos que un círculo, en realidad es más un punto.
Georgia suelta una carcajada.
—Muchas gracias, pero yo ya cumplí mi condena en Zhukova Inc.
Probablemente por eso Roger te dejó sola. El dueño es un cretino.
—Ojalá todo el mundo dejara de decir eso —suspiro.
—Pero es verdad. La mayoría de estos sitios quieren adular a los contables,
¿sabes? Les ofrecen comida y se paran a charlar, te enseñan fotos de sus
hijos o lo que sea. Pero Zhukova está dirigido como una base militar.
Miro el edificio plateado. Brilla como una bala, y desaparece en el cielo
azul brillante.
— ¿Conoces al dueño?
—No. Cuando estuve allí hace dos años, hablé fue con el vicepresidente. El
dueño ni se dignó a verme. Sólo emite notas escritas desde su despacho.
Como si fuera un villano de una película de Bond o algo así, acechando en
las sombras.
— ¿Qué tipo de notas?
—La mayoría fueron para decir que me diera prisa —resopla Georgia—.
Por lo visto, no iba lo bastante rápido para él. Terminó enviando a algunos
de los contables de la empresa para que me ayudaran y me apurara.
—Pero eso arruina un poco la integridad de la auditoría, ¿no? —subrayo y
frunzo el ceño.
—Cuando entres, lo entenderás. Haz lo que sea necesario para terminar
rápido. Luego vuelve y me lo cuentas todo. Cuando llegues a casa, iremos a
tomar unas copas, ¿ok? Las necesitarás.
—Sí, sin duda —digo sonriendo. Al momento escucho que, en la iglesia,
unas manzanas más abajo, dan las campanadas—. Mierda. Ya son las tres.
Voy muy tarde. Me tengo que ir.
—Buena suerte y que Dios te acompañe —dice Georgia.
Cuelgo y me apresuro a entrar al edificio. El primer ascensor está repleto,
así que espero tres minutos más hasta que haya uno abierto y luego subo al
piso treinta y cinco.
En cuanto se abren las puertas, me encuentro frente a un escritorio de
madera redondeada con la inscripción Zhukova Incorporated en letras
doradas. La mujer que está detrás tiene el pelo negro y liso, la cara larga y
estrecha y los pómulos increíblemente altos. Parece que podría tener una
segunda carrera como modelo.
— ¿Tiene cita? —pregunta con inexpresiva voz.
—Oh, eh… Sí. Bueno, no —sonriendo torpemente—. Estoy aquí para hacer
la auditoría. Se suponía que mi jefe, Roger, estaría conmigo, pero...
—Belle Dowan —interrumpe ella—. Sígueme —dice y se pone de pie.
Viste una falda lápiz ajustada que abraza su delgada cintura y sigue de cerca
la curva de sus caderas. La mujer es verdaderamente hermosa. Me cuesta
seguirla por el pasillo.
Finalmente, se detiene ante la puerta de un despacho y golpea la madera
con los nudillos. Un segundo después, abre la puerta.
— ¿Arnold? Belle Dowan ha venido a verte para la auditoría.
Si alguien me dijera que la mujer es un robot con una biblioteca de
mensajes pregrabados, le creería. Suena sin vida.
Desde el interior de la oficina se oye un ‘Adelante’ igual de inerte. La mujer
me hace señas para que entre en la habitación y cierra la puerta tras de mí.
Tengo que parpadear ante la repentina oscuridad. Es como entrar en una
mazmorra.
—Lo siento —dice quien supongo que es Arnold—. Soy sensible a la luz.
Oigo girar una silla y una luz blanca y penetrante me ciega por segunda vez
cuando tira del cordón de las persianas.
—Entonces estás aquí para la auditoría —comenta él.
Suena como afirmación, no una pregunta. Camino dentro de la habitación a
tientas, con mis ojos intentando nuevamente adaptarse.
—Sí —afirmo, me sujeto al respaldo de una silla de cuero y maniobro a su
alrededor—. Soy Belle. Se suponía que mi colega, Roger, iba a estar aquí
conmigo, pero debido a… circunstancias imprevistas, hoy me encargaré
sola de esta auditoría.
— ¿Está todo bien?
Teniendo en cuenta que Roger probablemente esté bebiendo cócteles junto a
la playa en este momento, diría que sí, todo está bien.
—Sí, todo está bien —digo y fuerzo una sonrisa—. Gracias por su
preocupación.
— ¿Tú no tuviste los mismos imprevistos? —pregunta Arnold, aclarándose
la garganta.
— ¿Disculpe?
—Esperamos puntualidad. Confiabilidad. Lealtad —y sus ojos parecen
brillar en la última cualidad, mirándome fijamente por un momento antes de
volver su atención a una pila de papeles que de repente necesita ordenar
sobre su escritorio.
Asiento con la cabeza.
—Lo entiendo. Absolutamente. Sé que estoy llegando tarde hoy, pero esto
no es habitual en mí. Mi vuelo llegó esta mañana y no pude conseguir un
taxi. Será como debe ser el resto de la semana.
No sé si Arnold está convencido o no, porque se niega a mirarme. Coge la
pila de papeles de su escritorio y gira para meterla en el archivador que
tiene detrás.
—Has trabajado en la auditoría antes de llegar aquí hoy, ¿verdad?
Asiento con la cabeza y me aclaro la garganta antes de hablar.
—Sí. Yo fui una de... de los muchos que participaron en las primeras fases
de este proceso de auditoría.
Esto no es del todo cierto. En realidad, ni siquiera es un poco cierto. Roger
guarda todos los archivos en su oficina. Me dejó trabajar en algunos clientes
más pequeños, pero mantuvo Zhukova Incorporated solo para sí mismo.
Hoy será la primera vez que vea el papeleo o los números.
—Genial —dice. Rebusca en las carpetas del archivador y saca algunas al
azar—. Entonces necesitaré los toques finales de toda esta cosa en tres días.
No más tarde.
Por suerte, no me está mirando porque se me cae la mandíbula.
— ¿Tres días? —inquiero.
—Ese fue el acuerdo.
—Sí —admito—. Sé que lo fue. Pero...
—Ya has tenido seis semanas con nuestros documentos —continúa Arnold
—. ¿Hiciste tu trabajo o no? Tenía la impresión de que solo falta darle los
toques finales a todo esto.
—Si hicimos nuestro trabajo —me apresuro a explicar—. Es solo que... el
tiempo se estableció en base a que mi colega estaría aquí conmigo. Ahora,
yo estoy trabajando sola.
Arnold se da la vuelta y frunce el ceño.
—Eso no cambia los parámetros del trabajo para el que los contratamos.
Tres días. No es una negociación.
Siento lágrimas quemando la parte de atrás de los ojos, pero me niego a
llorar frente a este hombre. No en mi primer día.
—Arnold... señor —corrijo— puede que me haya expresado algo mal. Mi
colega manejaba la mayoría de los documentos relacionados con esta
auditoría. Necesitaré al menos un día, quizá dos, para revisar la información
que él reunió. Para familiarizarme. Entonces iniciaré el proceso.
—Y el ‘proceso’ ¿te llevará cuánto?
—Tres o cuatro días, por lo menos.
—Puede que yo no sea un rimbombante contable como tú —expresa con
sarcasmo— pero soy el Vicepresidente de Finanzas. Y estoy bastante
seguro de que los dos días para familiarizarte y los tres del proceso suman...
hm, cinco días. ¿Correcto?
Aprieto los dientes.
—Sí, así es.
—Son dos días de más —gruñe—. Tres es lo que te corresponde. Como he
dicho antes, esto no es una negociación.
Si le doy una bofetada a este engreído imbécil, perderé mi trabajo. Por otra
parte, tal vez eso no sea tan malo.
Pero tan pronto como el pensamiento se asoma a mi mente, veo también la
cara de Elise. Entonces, respiro hondo.
—Comprendo que debe tener un horario que cumplir —señalo— y siento si
mi empresa le complica las cosas. No es nuestra intención. Pero no podré
hacer un buen trabajo en tres días.
Arnold se echa hacia atrás en su silla. Los muelles chirrían.
—Oh. Llegamos al meollo del asunto: tu trabajo. Estoy seguro de que tienes
tu propia idea de lo que implica, pero creo que tengo una solución que hará
que este trabajo se haga en tres días. ¿Te gustaría escucharla?
No. Doble No. Triple No con un ‘vete a la mierda’ al lado. Pero asiento con
la cabeza.
—Por supuesto.
Él sonríe
—Nuestra empresa hace muchos negocios. El dinero cambia de manos. Se
mueve de una cuenta a otra. Lo ganamos, lo perdemos. Así son los
negocios.
—Así son todos los negocios, por lo que yo también sé.
La sonrisa de Arnold se agudiza.
—Sí. Bueno, es comprensible entonces que parte de ese dinero pueda...
desaparecer.
— ¿Desaparecer? —inquiero.
—Desaparecer —repite él—. Perderse en la confusión de las cosas. ¿Lo
entiendes?
Maldición. Claro que lo entiendo. Lo entiendo perfectamente.
Este hombre está desfalcando a Zhukova Incorporated.
Mi cuello de repente se siente muy caliente.
Roger nunca me entrenó para manejar algo como esto. Este tipo de asuntos
normalmente se descubre cuando aún estamos trabajando en la auditoría
desde nuestras oficinas. Esto no es algo que se descubre tan tarde en el
proceso.
Pero yo aún no he visto los archivos de Zhukova. Roger sí.
De repente, me golpea. No me extraña que ese maldito imbécil esté en
Aruba.
Es un cobarde. Él lo sabía.
Pero dibujo una fina sonrisa y digo:
—Desapariciones como esa es el tipo de problema que se supone que debo
descubrir y resolver. Ese es mi trabajo.
—Por supuesto. Tú tienes tu trabajo y yo tengo el mío. Tú eres buena en tu
trabajo, estoy seguro. Y yo soy bueno en el mío. ¿Estás de acuerdo?
Me pongo rígida en la silla. La luz de las ventanas parece ahora un foco. Tal
vez por eso Arnold mantiene las persianas cerradas, para poder hacer sus
fechorías en la oscuridad.
—Eso es lo que voy a averiguar durante esta auditoría —señalo.
Se ríe sin gracia.
—Bueno, en realidad no hace falta. Te diré lo que le he dicho a todos los
auditores que han venido: soy un profesional. No pasa nada en las cuentas
de esta empresa que yo no sepa. Así que, si encuentras excedentes o
pérdidas no contabilizadas, puedes asumir que yo ya lo sé. No hay razón
para informar de nada. Los negocios a veces pueden ser complicados, como
seguro ya sabes.
¿Le dio este mismo discurso a Roger? ¿A Georgia?
¿Y ellos estuvieron de acuerdo?
Estudio el rostro de Arnold, tratando de decidir si se trata de algún tipo de
prueba. Él solo me devuelve la mirada, como esperando.
—Lo que me pide que haga es ilegal —expreso con firmeza—. Yo voy a
hacer mi trabajo exactamente como me han enseñado. Y si usted ha hecho
el suyo, no debería haber ningún problema.
Parece sorprendido de que le responda, pero no luce nervioso. Tengo la
sensación de que se necesita mucho más para poner nervioso a un engreído
imbécil como este.
—Harás lo que te digo o serás reemplazada. Te enviaré a casa ahora mismo.
—Es uno de nuestros mayores clientes —suelto, aunque estoy segura de
que él ya lo sabe.
— ¿Y qué cree que pasaría, señorita Dowan, si su empresa perdiera uno de
sus mayores clientes?
— ¿Me está chantajeando? —inquiero parpadeando.
—No. Solo estoy explicando una serie lógica de eventos. Si te niegas a
hacer lo que digo, cortaré los lazos con tu empresa y te despedirán. Pareces
bastante joven y tu dedo anular desnudo es una indicación de que no estás
casada. ¿Cuánto tienes ahorrado?
El golpe cae exactamente como Arnold esperaba.
Me levanto de mi silla.
—Me gustaría hablar con su jefe. Ahora mismo.
—Este asunto está por debajo de él.
—Usted está por debajo de todos. Pero eso no viene al caso. Quiero ver a su
jefe.
—Está ocupado —contesta sin inmutarse.
—Entonces esperaré —digo entre dientes—. Puede que me despidan. Pero
si pierdo mi trabajo, lo arrastraré conmigo.
Se ríe entre dientes.
— ¿Crees que puedes hacer que me despidan?
Bueno, en realidad eso pensaba... hasta que él lo dijo con una sonrisa tan
confiada.
—Si le digo a su jefe que está malversando dinero, entonces sí, creo que
podré.
—Está bien —dice Arnold, se levanta y rodea el escritorio. Me echo hacia
atrás, esperando que me ataque. En lugar de eso, se acerca a la puerta y la
mantiene abierta—. Ven conmigo.
Sigo a Arnold por el pasillo hasta el despacho de la esquina. Las paredes
son de cristal, pero todas las cortinas blancas están cerradas.
Mi estómago se revuelve nervioso. Técnicamente, aún no tengo pruebas de
que Arnold haya hecho nada malo. Todo lo que tengo es su extraña
petición. Pero tendrá que ser suficiente. Suficiente para que el dueño me
deje seguir adelante con la auditoría como es debido.
E incluso, si al final de esto me despiden, tal vez pueda utilizar las noches
mientras estoy aquí para alinear mi próximo trabajo.
Porque necesito un trabajo. Necesito cuidar de Elise. Ella es lo único que
me importa.
Arnold golpea la puerta con los nudillos. Una voz apagada desde el otro
lado le indica que entre. Una vez abierta la puerta, la voz se hace más clara.
— ¿Qué pasa, Arnold? —escucho, en profundos y aterciopelados tonos,
melódicos.
—Siento molestarle, señor —señala Arnold—. Pero la auditora deseaba
hablar con usted.
—Te pedí que te encargaras de eso.
Algo se registra en el fondo de mi cerebro. Una vaga sensación de déjà vu.
De familiaridad. Pero estoy demasiado nerviosa para pensar ahora mismo
en ello.
—Ella insistió —dice Arnold y se aparta para dejarme pasar—. Creo que le
gustará conocerla.
Lo miro fijamente al pasar, sin saber qué quiere decir con eso. ¿Está siendo
sarcástico? ¿O hace alguna sugerencia porque soy mujer? En cualquier
caso, me dan ganas de patearle las bolas.
Pero entonces el CEO vuelve a hablar. Esta vez, no hay puerta ni pared
entre nosotros. Le escucho claramente.
—Es cierto, Arnold —dice—. De hecho, ya nos conocemos.
Me golpea de golpe.
Recuerdo esa melodiosa voz en mi oído.
Recuerdo el calor de su aliento en mi nuca.
Ya sé a quién veré sentado tras el escritorio incluso antes de mirar, pero no
puedo evitar ir hacia él. Confirmar mi propia pesadilla despierta.
El Tipo Ruso, el Hermoso Extraño, está sentado detrás de un enorme
escritorio con un elegante y muy formal traje de diseñador.
La boca de Nikolai se tuerce en una sonrisa diabólica. —Hola, Belle.
Si negarme a hacerme la vista gorda ante la malversación de fondos de
Arnold no hace que me despidan, unirme al Mile High Club con el CEO de
Zhukova Incorporated sin duda si lo hará.
¡Que me jodan!
Pensándolo bien, mejor no.
Eso es lo que me metió en este lío en primer lugar.
3
NIKOLAI

— ¿Ustedes dos se conocen? —pregunta Arnold, mirando de mí hacia la


belleza de cabello castaño a su lado.
Normalmente, habría mandado a Arnold a la mierda si hubiera intentado
traer a un auditor a verme. Como si yo no tuviera nada mejor que hacer que
supervisar el trabajo pesado. Pero entonces vi a Belle en las cámaras de
seguridad.
Se cambió desde que la vi hace unas horas, va vestida con unos pantalones
ajustados y una blusa suelta, pero la reconocí al instante. Mi polla también.
—Por supuesto. Me empeño en conocer a la gente que trabaja bajo mis
órdenes.
Mi doble sentido no pasa desapercibido para Belle. Su atención se dirige a
mí.
—Nos conocimos en el avión —explica ella de mala gana, preocupada de
que yo ofrezca algo más colorido.
—Así es. Ya conozco a Belle —asiento. ‘Y a cada parte de ella’ pienso.
El recuerdo de ella inclinada frente a mí se ha estado reproduciendo en mi
mente toda la mañana. Su trasero, manoseado por mis manos. La forma en
que se mordió el labio inferior y frunció el ceño cuando se corrió apretando
mi polla.
Resulta que de vez en cuando hay algunas ventajas de volar en primera
clase en lugar de viajar en un vuelo privado.
—Entonces supongo que las presentaciones no son necesarias —añade
Arnold.
—En realidad, un repaso podría ser una buena idea. No hablamos mucho —
enuncio y me pongo de pie, tendiendo una mano en dirección a Belle—.
Soy Nikolai. Nikolai Zhukova.
A ella se le ensancha la nariz y noto que Arnold intenta reprimir una
carcajada. Belle, sin embargo, está pálida. Peor que en el avión.
—Olvidaste mencionar tu apellido en el vuelo —dice ella con frialdad.
Está haciendo todo lo posible por ser profesional. Es admirable, la verdad.
La forma en que cree que puede controlar esta conversación.
—No me pareció necesario. Asumí que nos tuteábamos teniendo en cuenta
que...
— ¿Tú sabías que iba a ser yo quien hiciera la auditoría? —me interrumpe
—. Cuando nos conocimos en el vuelo... ¿lo sabías?
Arnold sigue observando nuestra andanada verbal con evidente alegría.
Todo lo que necesita es un balde de palomitas de maíz y listo. Pero por
mucho que me gustaría seguir jugando con Belle, necesito hablar con ella.
—Déjanos, Arnold —replico, moviendo mi mano perezosamente hacia la
puerta—. La señorita Dowan y yo tenemos asuntos pendientes que discutir.
Él se desploma decepcionado, pero se apresura a salir de la habitación. Sabe
muy bien que espero que obedezcan mis órdenes de inmediato y sin
rechistar.
En cuanto la puerta se cierra, Belle se acerca a mi escritorio.
— ¿Qué clase de juego enfermizo es este?
— ¿Juego? —repito, recostándome en la silla y disfrutando de la vista. La
mujer es realmente impresionante. Siempre he admirado las cosas bonitas.
—Esto —espeta ella—. Este lugar. Primero, tu... tu secuaz me pide que
mienta para cubrir su trasero en la malversación, y ahora, tú...
Ella dice ‘malversación’ como si fuera una mala palabra. Podría ser el peor
crimen que pueda imaginar, dada su profesión.
Ella no tiene ni idea de dónde se ha metido realmente.
Su voz se apaga. Aprovecho la oportunidad.
—Y ahora yo ¿qué?
—Tú sabes.
—Me temo que no —señalo y me pongo de pie. Camino alrededor del
escritorio. No me pasa desapercibida la forma en que Belle retrocede,
tratando de mantener cierta distancia entre nosotros. Como si yo no hubiera
visto ya su lujuria. Escuchado y saboreado.
—Esto —dice de nuevo, sonrojándose—. Tú me trajiste aquí, y… esto es
un truco.
— ¿Qué es un truco? ¿Estás hablando de cómo tuvimos sexo en un avión
cuando ni siquiera sabías mi apellido? —digo con un gesto pensativo— ¿O
de que tiramos y no sabías dónde yo trabajaba? ¿O tal vez estás hablando de
cuando te hice correrte dos veces en el baño del avión, a solo unos pasos de
todos los demás pasajeros, incluida tu hermana? Eso es una especie de
truco, supongo. ¿Estás hablando de eso?
Si la cara de Belle estuviera más roja, podría confundirse con una señal de
alto. Respira con dificultad y, con cada inhalación, capto el tenue contorno
de sus erizados pezones.
—Estoy hablando de ponerme en ridículo delante de todo el mundo —
escupe—. El truco en el que consigues tener sexo conmigo y luego me
chantajeas para... para lo que sea que estés haciendo aquí.
No es frecuente que juegue con mi comida antes de comerla. No en estos
días, al menos.
Pero planeo hacer que esto dure. Me apoyo en el borde del escritorio y
cruzo mis tobillos.
—A ver si lo he entendido bien: ¿crees que me enteré de a quién iba a
enviar de tu empresa para auditarme, rastreé la información de tu vuelo,
volé hasta el maldito agujero de mierda que es el aeropuerto de Oklahoma
para coger el mismo vuelo de madrugada en el que ibas a volar tú, te seduje
en pleno vuelo convenciendo a la azafata para que ‘accidentalmente’ te
metiera en mi regazo durante las turbulencias... cosa que también debí
provocar yo... y luego te follé hasta dejarte tonta en el baño? —Inclino mi
cabeza hacia un lado—. ¿Entendí todo bien?
Ella entrecierra los ojos hasta convertirlos en rendijas.
—Más o menos.
—Eso es lindo.
—Nada de esto es ‘lindo’ —gruñe ella—. El chantaje no es ‘lindo’. El
crimen de cuello blanco no es ‘lindo’.
Me inclino hacia ella y le quito una imaginaria pelusa de su hombro. Todo
su cuerpo se pone rígido. Prácticamente puedo ver chispas saliendo de ella
por la química pura que fluye entre nosotros. Cuando me recuesto, su
cuerpo se inclina naturalmente hacia mí. Como un imán, libre ante la
atracción.
—No, no lo es —asiento en acuerdo—, lo que es lindo es que pienses que
me tomaría todas esas molestias por ti. Como si yo no pudiera salirme con
la mía a pesar de todo. Como si tú tuvieras algún control sobre el resultado.
Su rostro se afloja, el dolor o la sorpresa, o ambas cosas, parpadean en sus
rasgos.
—Acabas de admitirlo.
— ¿Lo hice? —digo y niego con la cabeza. No me parece. Esa era una
teoría. Tu teoría.
—Entonces, ¿cuál es la verdad?
— ¿Estás segura de que estás lista para saber?
—Lo estoy pidiendo, ¿no?
Me río entre dientes.
—Es justo lo que es. Pero no estoy seguro de que estés preparada para
aceptar que eso es exactamente lo que pasó.
Ella sacude la cabeza.
— ¿Qué eso es lo que pasó? No... No entiendo.
—Que tú lo pediste —susurro, inclinándome hacia ella de nuevo—. Yo era
un extraño en un vuelo. No tenía ni puta idea de quién eras hasta que caíste
en mi regazo. Entonces te seguí hasta el baño y me suplicaste que te follara.
No había truco. Ningún motivo oculto. Tú lo pediste, hermosa Belle. Lo
deseabas. Me lo suplicaste. Lo pediste.
Estamos a solo centímetros de distancia. Sus ojos van de los míos a mi boca
y viceversa. Observo cómo la comprensión se asienta lentamente sobre ella.
Me deseaba. Todavía me desea.
Pero entonces Belle retrocede bruscamente, su labio superior se curva con
disgusto.
— ¡Tú... tú... tú imbécil!
—Dices eso como si yo te hubiera quitado algo. Yo no lo hice. Tú me lo
diste. Y luego gemiste por más.
—Imbécil —sisea de nuevo—. ¿Entonces esperas que yo crea que todo esto
es solo una coincidencia aleatoria?
—Sí. Porque eso es lo que es.
—No. Tú tienes un plan —dice, sacudiendo la cabeza.
—Eso es más cierto de lo que crees —admito—. Siempre tengo un plan. No
te conviertes en lo que soy dejando que tonterías como el destino
determinen las cosas.
— ¿Y quién eres tú, exactamente?
Tengo la verdad en la punta de la lengua. Podría decírselo. No es como si
ella pudiera hacer algo al respecto, de todos modos.
Pero no estoy aquí para traumatizarla. Sólo necesito que ella coopere.
—Soy el CEO de Zhukova Incorporated —le digo con tranquilidad—. Y
estoy dispuesto a hacer que esto valga la pena.
Ella duda por un segundo, su mirada escudriñándome. Luego niega con la
cabeza.
—No —expresa tajante.
Pero vi la vacilación. El hambre en sus ojos. Lo he visto innumerables
veces antes. Gente hambrienta de dinero, de poder, de un favor. Me he
convertido en un experto en entender lo que la gente necesita y hacer que
ese suceda para ellos...
Por un precio, por supuesto.
—Dinero en efectivo —le digo.
—No — y sus ojos brillan de nuevo.
Ruedo mis ojos en blanco.
—No tienes que hacerte la fuerte. Sólo somos nosotros dos, hermosa Belle.
—No me llames así —advierte ella.
—No tienes que ocultarme quién eres —continúo—. Ya conozco los
pensamientos sucios que flotan en tu cabeza.
—Tú no sabes nada.
—Sé cómo hacerte sentir bien —y me muevo hacia ella. Ella retrocede,
paso a paso—. Sé que te preocupas hasta hacerte nudos, un nudo que solo
yo podría desenredar. Dos veces, en realidad.
Ella levanta la barbilla, el verde de sus ojos brilla mientras me mira.
—No quiero nada de ti.
Pongo mi dedo sobre el pliegue furioso entre sus cejas.
—Déjame desenredar este nudo también. ¿Cuánto me costará este truco:
diez mil dólares?
El aire sale silbando de sus pulmones.
—Eso no es nada para mí —agrego, sonriendo—. Llevo años pagando a
auditores engreídos como tú.
—Entonces has estado contratando a un puñado de rastreros sin brújula
moral.
— ¿Sabes a dónde te lleva una brújula moral? —señalo—. A un futuro sin
dinero en el bolsillo. A un futuro en el que no tienes trabajo. ¿Qué sentido
tiene dejar que esa molesta brújula te lleve a la pobreza?
Ella hincha su pecho. Se estremece sobre mi piel. Mi cuerpo recuerda la
forma en que se sentía y la parte delantera de mis pantalones se aprieta aún
más.
— ¿Eso es una amenaza? —pregunta.
El fuego en sus ojos me conmueve. No hay mucha gente dispuesta, o lo
bastante estúpida, para enfrentarse a mí.
Probablemente sea eso: es una novedad. Por eso esta mujer me ha
provocado una dura erección dos veces en unas pocas horas, porque me está
enfrentando. Y eso no me gusta, pero lo respeto.
Hasta cierto punto.
—Ni siquiera cerca. ¿Quieres oír una verdadera amenaza? —proclamo y me
inclino más cerca hasta que su cara llena toda mi visión—. Te dije en el
avión que no soy un buen hombre. Pero eso ni siquiera comienza a describir
la oscuridad que puedo descargar sobre tu vida. Acepta mi oferta y saldrás
de aquí con diez mil dólares en el bolsillo. Pero rehúsala, y puedo
desmantelarte ladrillo por ladrillo hasta que no quede nada de ti. Y puedo
hacerlo antes de que siquiera se abran las puertas del ascensor al final del
pasillo.
Ella traga saliva. Su preciosa garganta se bambolea nerviosa. Quisiera
lamerla de arriba a abajo, probar el sabor salado de su miedo y la dulzura de
su perfume.
— ¿Quién te crees que eres? Acaso ¿Dios?
—En esta ciudad, soy lo más parecido a él.
Ella me mira fijamente y yo sé que cederá. Todo el mundo lo hace. Si le
lanzas una amenaza y un poco de dinero, la gente normal se rinde como un
traje barato.
Pero Belle me sorprende.
—Mi integridad no está a la venta —increpa, enfatizando el punto al clavar
un dedo en mi pecho—. Vete a la mierda. Y búscate un nuevo auditor.
Entonces ella abre de un tirón la puerta de mi despacho y sale de la
habitación.
Pero aún antes de que haya salido, mi teléfono está en mi mano. Tan pronto
como la línea se conecta, doy la orden.
—Llámame cuando esté hecho.
Cuelgo justo a tiempo para oír el timbre de las puertas del ascensor al final
del pasillo.
Sonrío satisfecho. Belle Dowan no tiene idea del error que acaba de
cometer.
4
NIKOLAI

Hace más de diez años que no tengo que preocuparme por el dinero, pero
las viejas costumbres no mueren.
Los hombres que me rodean meten billetes de cincuenta y de cien en los
tangas de las bailarinas. Estoy sentado con los brazos cruzados.
Tiran fajos de billetes sobre la mesa y anuncian borrachos: ‘La siguiente
ronda pago yo’ antes de caer desmayados. Yo sorbo agua de una botella que
he traído conmigo.
Me sorprende el despilfarro de todo aquello.
Arslan me diría que me relajara. Te has ganado esta vida. Disfrútala, es lo
que dice siempre.
Pero sé muy bien lo fácil que las cosas se desmoronan. Y al final del día,
prefiero ser yo que cualquiera de estos malditos borrachos que pululan
alrededor. Porque yo soy el que tiene el poder.
—Deberías probar el salmón —proclama Giorgos.
—Paso —digo, rodando mis ojos en blanco
— ¡Anímate, diviértete! —Cacarea Giorgos—. Aquí todos somos amigos,
Nikolai.
—Sabes tan bien como yo que nada está decidido hasta que esté decidido
—digo—. De todas formas, tengo que irme pronto.
Realmente no creo que Giorgos Simatou tenga las agallas o los motivos
para atentar contra mi vida, pero la mafia griega es notoriamente temeraria.
Es decir, Giorgos quiere que me case con su hermana. Así que no se puede
confiar en el juicio de este hombre.
—En realidad deberías comer —dice Xena, inclinándose sobre la mesa para
que pueda ver directamente dentro de su blusa. Con tetas como esas, podría
tener a cualquiera de los cachondos veinteañeros de la mafia de su hermano
a su entera disposición. Pero sus ojos han estado fijos en mí durante
demasiado tiempo—. ¿Tengo que alimentarte?
— ¿Parezco acaso un maldito animal de granja? —contesto, lo
suficientemente alto como para que la atención de toda la mesa gire hacia
nosotros.
—No. No, es que yo... estaba... —balbucea ella. Sus ojos abiertos de par en
par.
—A menos que seas tú la que cerrará el trato. Si no, no me importa —y me
vuelvo hacia Giorgos—. ¿Estamos aquí para hacer una alianza o qué?
—Estamos. Por eso lo estamos celebrando —dice Giorgos y levanta un
vaso de vino casi vacío—. Siempre celebramos un nuevo trato.
Sus hombres aplauden ruidosamente, brindando y bebiendo.
—Todos ustedes celebran por cualquier cosa —murmuro.
Giorgos se me queda mirando fijamente, con la tensión ondulando entre
nosotros, antes de echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada.
— ¡Porque hay mucho que celebrar, amigo mío!
— ¿Como el tibio salmón del club de striptease? —exclamo.
— ¡Como ser el puto Poseidón! —Grita a la sala—. Yo controlo el agua, los
puertos y los cargueros. Todo lo que entra o sale de esta ciudad pasa por mí.
Exagera, pero por muy poco. Su familia empezó con un barco de madera y
un sueño. Ahora, hay cargueros de tres campos de fútbol de largo con el
nombre de Simatou estampado en el costado. Ver mierda como esa, día tras
día, podría dar a cualquiera un complejo de Dios.
— ¿Estás seguro? —pregunto—. Pensé que era por tu hermana.
Xena entiende la puya de inmediato e inhala con fuerza, pero a Giorgos le
toma un segundo darse cuenta. Cuando lo hace, palmea a su hermana en la
espalda y sonríe.
—Mi hermana se abre de piernas por el bien de todos nosotros. Y ahora, lo
hará una última vez por ti. Con nuestro nuevo trato, Nikolai Zhukova será el
último en tener a la adorable Xena.
Xena golpea el brazo de su hermano.
—No soy una perra que le ofreces a un semental, hermano.
—Por supuesto que no —dice Giorgos todavía sonriendo—. Eres la
princesa de la mafia Simatou y nos has servido bien.
—Terminemos con esto de una vez —dice Xena, rodando sus ojos en
blanco.
—Por una vez, Xena y yo estamos de acuerdo en algo —señalo.
—Está impaciente —expresa Giorgos con un guiño—. ¿Tú también estás
impaciente, Nikolai?
Niego con la cabeza.
—Nunca he tenido necesidad de impaciencia. Obtengo lo que quiero en el
segundo que lo quiero.
Las cejas de Giorgos se levantan.
— ¿Eso significa que no quieres a mi hermana? Ella es hermosa, ¿no es así?
Estudio a Xena por un momento. Ella levanta la barbilla, haciendo todo lo
posible para mostrar sus delicados rasgos. Pero mirarla es como mirar una
estatua de mármol: puedo apreciar su belleza, pero hay una distancia
infranqueable entre nosotros.
No la deseo. No la seguiría al baño de un avión, por ejemplo, con la
esperanza de deshacerme del dolor en mis bolas causado por una simple
conversación.
Aparto los pensamientos sobre Belle. Arslan ya me ha enviado un mensaje
para decirme que se ha ocupado de nuestro pequeño problema. No necesito
volver a pensar en ella.
Especialmente no cuando estoy en medio de un trato.
—La belleza de tu hermana no tiene nada que ver con mi interés en esta
sociedad. Es tu control de los puertos, como mencionaste, lo que me
interesa.
—Un hombre de negocios hasta la médula —dice Giorgos, pareciendo
mucho más complacido que su hermana—. Ese es el tipo de enfoque que
hizo que Zhukova Incorporated triplicara sus márgenes de beneficio en tan
solo los dos últimos años. Tienes una verdadera historia de ‘la pobreza a la
riqueza’. Es inspirador.
Si sus intenciones aún no estaban lo suficientemente claras, la sonrisa que
se extiende por el rostro de Giorgos las deja muy claras.
— ¿Quieres hablar sobre de dónde vengo? —pregunto peligrosamente.
La expresión del griego palidece. Agita una mano.
—No, solo quise....
—Querías recordarme de dónde vengo, como si yo pudiera olvidar los
primeros años de mi vida —digo—. Como si el penoso ascenso que hice de
la pobreza a la prosperidad pudiera haberme debilitado de algún modo.
Sacude la cabeza.
—No, Nikolai, no era mi intención....
—No era tu intención enfadarme, pero es que poca gente lo pretende.
Porque los que lo hacen, no viven para volver a intentarlo.
Los hombres que nos rodean guardan un silencio inquietante, irradiando
una energía nerviosa de la que me alimento. El sabor del miedo nunca pasa
de moda.
—Si soy una inspiración, es por miedo. Por el respeto. Es la razón por la
que me vendes a tu hermana. Para que me interponga entre tú y la mafia
Battiato —agrego.
La sonrisa de Giorgos se desvanece.
—Y compartirás el control de mis puertos, mi hermano de armas. Cualquier
buen trato es mutuamente beneficioso. No permitiré que esto se haga pasar
por una especie de caridad hacia mí.
—Y a mí no me venden —interviene Xena. Yo le sonrío.
—Pues quítame el incentivo y a ver si sigo queriendo casarme contigo.
Se le pone la cara roja de vergüenza. Entonces me vuelvo hacia Giorgos.
—Puede que me conozcas mejor como el CEO de Zhukova Incorporated,
pero eso es solo mi máscara. Ante todo, soy el Don de la Bratva Zhukova.
Y mi camino al trono se pavimentó con los cuerpos destrozados de aquellos
que pensaron que podían intervenir. No me cuesta nada añadir algunos más.
Giorgos se pasa la lengua por los dientes unas cuantas veces antes de lograr
otra sonrisa.
—No olvide que somos aliados, Don Zhukova. No hay necesidad de
violencia.
—Entonces hagamos el puto trato antes de que cambie de opinión.
—Nuestras condiciones ya están fijadas —responde Giorgos—. Nos ofreces
protección mientras reclamamos más territorio, y yo te daré acceso a mis
puertos y barcos de carga. Olvídate de triplicar: tus beneficios se
multiplicarán por diez. Es un trato muy justo.
Xena le da un codazo a Giorgos y él se aclara la garganta.
—Y te casarás con mi hermana, por supuesto. Así se cerrará el acuerdo y....
—Entiendo cómo funciona un matrimonio simbólico —interrumpo.
Giorgos asiente.
—De acuerdo. Bien, ahora...
—No es simbólico —chilla Xena, inclinándose hacia delante—. Será un
matrimonio de verdad.
—Nadie dice que no será de verdad, hermana.
— ¡Acaban de hacerlo ustedes dos! —espeta ella.
—Espero que interrumpir reuniones importantes no sea una costumbre tuya
—digo hacia ella. Xena parece querer agregar algo, pero su hermano le da
un codazo.
—Legalmente, nuestro matrimonio será vinculante. Eso es lo que acordé y
eso es lo que tendrás. Mi palabra está dada —señalo.
El tono de mi voz basta para que Giorgos agache la cabeza.
—Nadie está sugiriendo que no lo sea. Xena sabe que eres un hombre
honesto. Tan honesto como puede serlo cualquiera de nosotros, bastardos
mafiosos —dice y se ríe.
Pero yo no me río.
—Sé que su palabra está dada, Don Zhukova —señala Xena en una
sorprendente muestra de sumisión—. Por eso me gustaría su palabra de que
será fiel en nuestro matrimonio.
Giorgos dirige su atención a su hermana.
—¿Quieres decir físicamente?
—Esto es entre mi futuro esposo y yo, hermano. Pero sí, me gustaría que
Don Zhukova me fuera fiel física y emocionalmente. El matrimonio es
sagrado. Me niego a profanarlo.
—Tonterías —resoplo—. Tú no crees que nada sea sagrado. Solo es por
celos. Al menos ten el valor de ser sincera al respecto.
Antes de que llegara este trato, nunca me había planteado casarme. Las
mujeres son una distracción en el mejor de los casos y un estorbo en el peor.
Quieren más de lo que un hombre como yo puede dar. El dinero y el estilo
de vida no son suficientes: quieren amor y atención. Devoción.
Pero esas cosas no son gratis. Vienen a expensas de todo lo demás. Y no
estoy dispuesto a tirar por la borda todo lo que me he ganado por ninguna
mujer.
Xena aprieta tanto la mandíbula que creo que se le van a partir los dientes.
—Las dos cosas no son mutuamente excluyentes. El matrimonio es
sagrado, por eso me pondría celosa si te acostaras con otra.
— ¿Así que quieres poner un lazo alrededor de mi polla?
—Más bien un anillo en tu dedo —dice con una sonrisa socarrona— ¿Estás
de acuerdo?
Considero mis opciones. Podría rechazar su oferta y obligarla a aceptar el
trato sin ese compromiso. Sería muy fácil. Un poco de presión, una
amenaza, y boom, ella cedería.
Pero...
—No haré el amor con ninguna otra mujer —le digo.
Ella sonríe, ajena a la distinción que he expresado. Nunca he hecho ni haré
el amor con ninguna mujer.
Pero follaré con quien me dé la gana.
Giorgos aplaude y vuelve a levantar la copa.
—Entonces Nikolai, parece que estamos juntos en el negocio. Y ahora,
tenemos una boda que planear.

A de la risa cuando le cuento sobre la reunión.


— ¿Oyó las palabras ‘hacer el amor’ salir de tu boca y pensó que hablabas
en serio? —ríe a carcajadas.
—Me sorprende que no sufrí una combustión espontánea.
—Creo que eso es un mito, pero aun así es más probable que eso ocurra a
que te enamores —dice, y se deja caer en la silla de la esquina de mi
despacho imitando una explosión, haciendo ruidos estruendosos con su risa
—. No puedo creer que me lo perdiera.
—Tenías cosas más importantes de las que preocuparte.
Se sienta un poco más recto y se pone serio, como siempre que hablamos de
trabajo. Arslan puede joder el noventa y nueve por ciento del tiempo, pero
por algo es mi mano derecha.
— ¿Te encargaste de todo? —inquiero.
— ¿No lo hago siempre? —dice. Yo lo miro fijamente, esperando una
confirmación. Al final, suspira—. Claro que sí. ¿De verdad creías que te iba
a fallar?
—Sabes que me gusta la confirmación verbal.
—Sé que te gusta controlar hasta el más mínimo detalle —replica—. Por
eso he venido a verte a tu oficina. Sabes, por una vez, podríamos tener un
encuentro en un bar, con bebidas. O en tu casa con el partido en marcha.
— ¿Qué partido? —pregunto con el ceño fruncido.
Se encoge de hombros.
—No lo sé. Un juego. Cualquier partido. Tú eliges, yo miro. Cualquier cosa
para que te relajes.
—Mi mujer probablemente querrá lo mismo.
Arslan sacude la cabeza.
—Mierda... No puedo creer que Xena Simatou vaya a ser tu mujer.
—Sólo de nombre —le recuerdo. A él. Y a mí mismo.
—Lo dices como si eso supusiera una gran diferencia —se burla Arslan—.
En cualquier caso, estás casado. Ella va a vivir contigo. Te despertarás
con....
—Una cama vacía —digo rápidamente—. Ella tendrá su propia habitación.
Tal vez su propio ático, incluso. Si tengo suerte, no tendré que verla mucho.
—Yo no contaría con eso. No tienes tanta suerte.
—Cuidado con lo que dices.
—No, hablo en serio —dice—. Nada de lo que tienes es fruto de la suerte,
Nik. Has trabajado duro para conseguirlo. Lo sé porque estuve ahí en cada
paso del camino.
Hago una mueca.
— ¿Sabes qué? Tienes razón. He tenido que lidiar contigo desde que tenía
siete años. Eso definitivamente es mala suerte.
—Vete a la mierda, sobrat —dice y me muestra ambos dedos medios.
Luego se ríe y continúa—. Pero de verdad, que vivamos los dos uno al lado
del otro en el mismo barrio de mierda no es suerte. Sacamos lo mejor de
una mala situación. Nos ayudamos mutuamente a sobrevivir.
—Así será mi matrimonio con Xena. Sacaré lo mejor de una mala situación.
—O podrías... no sé —y se encoge de hombros—. Podrías cancelar todo
esto y casarte con alguien que te guste de verdad.
Arqueo una ceja.
— ¿Jessica te está convirtiendo en un romántico?
—Se llama Jennica —me corrige—. Y el coño de esa mujer podría
convertirte incluso a ti en un simpático.
Hago el amago de llevarme las manos a las mejillas.
— Oh, ¿sí? Llámala. Quizá lo intente.
—No eres gracioso.
—Tú tampoco. No quiero casarme con Xena ni con nadie. Así que mejor
me caso con Xena y hago algo útil por la Bratva. Giorgos Simatou es un
cabrón molesto, pero eso no significa que no sea una conexión útil.
—Entonces únete a una liga de bolos con él. Empieza una noche de póquer.
No te cases con su loca hermana.
— ¿Qué te importa, de todos modos? Esto te hará la vida más fácil. No más
sobornos a estibadores para meter nuestra mierda en los barcos. De nada,
por cierto.
—No me importa hacer ese trabajo extra si eso significa que eres libre,
hermano.
—Yo siempre soy y seré libre. Ya sea de Xena Simatou o de cualquier otra
mujer sobre la faz del planeta... eso no cambia una mierda.
—Lo sé, lo sé. Créeme, he oído el discurso muchas veces —asiente Arslan
—. Pero te has pasado la vida superando tus lazos familiares para
convertirte en quien eres. Odio verte atado a alguien que no es digno.
Extiendo el brazo y le doy una palmada en el hombro a Arslan.
—Eres un buen amigo. Pero cállate y déjame tomar mis propias decisiones.
—Bien. Haré tu trabajo sucio y mantendré la boca cerrada —dice
sonriendo.
—Genial. Por fin nos entendemos. Sólo han hecho falta treinta y un años
señalo y me inclino hacia atrás en mi silla, sonriendo—. Hablando de
trabajo sucio, ¿aún tienes los ojos puestos en El León?
Arslan asiente.
—Siempre. Cada vez es más difícil seguirlo, pero lo encontré por....
Alzo una mano para detenerlo.
—No necesito los detalles. Sólo saber que está vigilado.
—Lo está —asegura Arslan—. Y añadiré a Xena a la lista de vigilancia si
quieres.
— ¿Por qué querría eso?
—Porque hay mucha gente que podría joderte la vida. Imagino que querrás
tenerla vigilada.
Ruedo mis ojos en blanco.
—Gracias por preocuparte, pero soy la única persona con poder para
joderme la vida.
Arslan suspira.
—Eso es exactamente lo que me preocupa, amigo.
5
BELLE

El viaje de regreso al hotel no es mejor que mi viaje de la mañana.


Principalmente porque estoy demasiado temblorosa por la ira como para
pensar siquiera en tomar un taxi o averiguar cómo funciona el sistema de
metro.
Una charla ociosa con un conductor me llevaría a soltar todo lo que me ha
pasado en las últimas doce horas, algo que no estoy preparada para
procesar.
No sé si alguna vez lo estaré.
Estaba estresada solo por manejar la auditoría Zhukova, luego tuve sexo en
un avión con el propietario sin saberlo, y luego ese mismo propietario trató
de sobornarme para cometer fraude en su nombre. ‘Espectáculo de mierda’
ni siquiera empieza a describirlo.
Además, si vuelvo al hotel ahora, Elise tendrá preguntas. Preguntas que no
puedo responder.
Sé que no necesito cuidarla. Dios sabe que a menudo me recuerda que no
soy su madre. Pero maldición, el mundo puede ser un desastre. No quiero
intentar desempacar el caos en ella. Al menos todavía no.
Así que me desvío hacia una pequeña cafetería y espero en una larga fila.
—Un café grande —le digo a la camarera cuando finalmente llego al
mostrador.
— ¿Oscuro, medio o claro?
— ¿Qué? Contesto, arrugando la frente
— ¿Qué tostado quieres?
—Vaya, hm... Medio, supongo —y me encojo de hombros.
Ella lo marca en la caja registradora.
— ¿Con leche?
—Sí, por favor.
— ¿De qué tipo? —me pregunta ahora.
—No sabía que esto podía ser un interrogatorio —digo y me río—.
Oklahoma no suele requerir tanta toma de decisiones previa a la cafeína.
La joven luce ahora molesta conmigo.
—Entera, dos por ciento, desnatada, avena, almendra, anacardo, soja,
cáñamo....
—Santo cielo... Eso es mucha leche —digo en un suspiro—. Oh, lo siento...
Por Dios, fue horrible. No estaba lista, ni para esto ni para nada. Ha sido un
mal día.
Ella mira más allá de mí a la línea que se balancea impaciente detrás de mí.
—Está bien. No soy tu único cliente —murmuro—. Hm... Con leche entera.
Y dame dos.
— ¿Dos leches? —dice y frunce el ceño.
—Dos cafés —aclaro—. Ambos con leche entera.
Lo marca y luego deslizo mi tarjeta. Le dejo una generosa propina. Tal vez
ella también esté teniendo un mal día.
Parada al final de la cola del café, mirando a los clientes que entran y salen
por la puerta, me doy cuenta de cuánta gente hay en el mundo. Cuánta gente
con trabajos diferentes. Trabajos que no los obliguen a trabajar para una
basura como Roger. Trabajos en los que no tienen que ayudar a alguien a
malversar y encubrirlo.
Tal vez perder mi trabajo no sería tan malo, después de todo.
La camarera me acerca los dos vasos con café.
— ¿Es un buen trabajo? —le suelto de repente—. ¿Ser camarera?
—Es la única alegría de mi vida —exclama ella con un sarcasmo
fulminante.
Bien, eso vale como un ‘NO’ para ser camarera. Pero, ¿por qué no puedo
encontrar otro trabajo? Antes tenía esperanzas y sueños. Solía pensar que
todo era posible.
Aparece en mi mente la imagen de un cuaderno de bocetos bien gastado,
con garabatos y rayas entre las páginas y...
—Elise —murmuro para mis adentros mientras camino por la calle, con el
café caliente quemándome los dedos a través de los delgados vasos de
cartón—. Elise es la razón por la que haces esto. Sé práctica.
El pasado y el futuro se mezclan en mi mente, lo bueno, lo malo y lo
mortificante, mientras emprendo el camino de vuelta al hotel. Cuando subo
las interminables escaleras poco iluminadas hasta nuestra planta, los cafés
ya están tibios.
Golpeo la puerta con un pie.
—Soy yo. Tengo las manos ocupadas.
Espero, pero no hay movimiento dentro. Vuelvo a patear la puerta.
—Elise, soy yo. Abre.
Espero otros quince segundos, pero nada.
Refunfuñando, bajo el café y saco la llave de la habitación del bolso.
—Seguro que lleva puestos los auriculares y se está destrozando el oído. Y
si digo algo al respecto, la estoy regañando. No puedo ganar.
Tan pronto como la puerta está abierta, la atajo con el pie y arrastro el resto
de mis cosas adentro. Mientras me pongo de pie y me giro, empiezo a decir:
—Muy dulce de tu parte ayudar a tu hermana. ¿Qué hiciste todo el día?
¿Fuiste a la bodega para conseguir...? —pero me callo.
La habitación está vacía.
No sólo de gente. Sino de todo.
Las maletas que puse sobre la cama, el dinero que coloqué sobre el mueble
de la tele y la hermana que dejé en la sucia silla junto a la ventana... todo ha
desaparecido.
— ¿Elise? —la llamo, aunque sé que no contestará.
Ella se ha ido.
Se ha ido.
Se ha ido.
El pánico se apodera de mí, empiezo a temblar hasta que estoy segura de
que voy a desmoronarme.
Ella huyó. Me lo temía en Oklahoma City, pero ¿adónde iba a ir? Sería fácil
descubrirla. ¿Pero una niña de catorce años suelta en Nueva York?
—Dios, nunca la encontraré.
Mi estómago se revuelve. Sólo me había sentido así una vez: la noche que
dejé a Elise hace cinco años.
Aún puedo ver su carita en la ventana, mirándome a través de las persianas.
Se suponía que estaba dormida, pero se despertó al oír el portazo. O cuando
oyó a mamá gritarme que no volviera nunca. Me despedí con la mano y ella
se escondió en la habitación oscura y se perdió de vista.
Y ahora, se ha ido otra vez.
—No entres en pánico —me digo a mí misma. Y entonces pienso: ‘la
recepción’.
El hombre en el mostrador de la entrada estaba viendo animes en su
teléfono cuando nos registramos esta mañana, pero quizá vio algo después.
Quizá sepa adónde ella ha ido.
Me giro sobre mis talones y voy hacia la puerta. Pero un destello llama mi
atención.
Bajo mi mano del pomo de la puerta y observo fijamente.
Encajada en la chapa de la mirilla hay una tarjeta de presentación
rectangular con los bordes dorados. Está en blanco.
Bueno, no, no está del todo en blanco.
Impresas en el centro hay dos palabras que hacen que mi mandíbula se
apriete lo suficiente como para rechinar mis dientes: el nombre del
mismísimo diablo.
Nikolai Zhukova.

—E una teoría de la conspiración del tipo ‘lagartos en el


Congreso o abducción alienígena’ —grito, con lágrimas de frustración
quemándome el fondo de los ojos—. Oficiales, tienen que confiar en mí.
Nikolai Zhukova secuestró a mi hermana.
El mayor de los dos policías, el oficial Sweeney, se pasa una mano por la
barba.
—¿Tiene pruebas de que su hermana fue secuestrada?
—Ha desaparecido de nuestra habitación de hotel.
—Podría haber huido —sugiere el agente Hedger. Es joven y hace todo lo
posible por mantenerme tranquila. Casi me hace odiarlo más.
—No se ha escapado —replico, aunque al principio yo pensaba lo mismo
—. Nikolai dejó su tarjeta de presentación en nuestra habitación de hotel.
—Pero usted dijo que está trabajando para el Sr. Zhukova, ¿verdad? —
Pregunta el oficial Sweeney—. ¿Qué estuvo en su oficina justo antes de
descubrir que su hermana había desaparecido? Podría haber traído la tarjeta
accidentalmente con usted.
—Ya hemos pasado por todo esto.
—Responda a la pregunta, por favor, señora.
Suspiro.
—Sí. Vine aquí a hacer un trabajo para su empresa y estuve en su despacho.
Quería que encubriera los delitos que está cometiendo y me negué. Así que
secuestró a mi hermana.
El agente Hedger sacude la cabeza.
—No entiendo cómo pudo secuestrar a su hermana mientras usted estaba
con él.
— ¡Tiene secuaces! —grito de nuevo.
Los dos agentes comparten una mirada, y sé que he elegido la palabra
equivocada. Me hace parecer trastornada.
Diablos, tal vez estoy trastornada. Estamos parados en la acera frente al
edifico de Zhukova Incorporated, y me siento como una loca.
Pero estoy segura de una cosa: estos policías no van a hacer nada a menos
que yo los obligue.
Antes de que puedan hacer más preguntas, me doy la vuelta y entro al
edificio. Los oigo correr detrás de mí, ladrando órdenes. Pero yo sigo hasta
el vestíbulo principal... donde me detiene inmediatamente un guardia de
seguridad.
—El edificio está cerrado a todo el que no sea personal nocturno —
refunfuña—. ¿Tiene usted permiso para estar aquí?
—No, no lo tiene —dice el agente Hedger detrás de mí—. Señora, debo
pedirle que...
—Necesito ver a Nikolai Zhukova —le digo al guardia de seguridad—.
Ahora mismo.
Los ojos del hombre se abren de par en par. Sé que sabe exactamente de
quién estoy hablando. Este edificio es enorme, está repleto de docenas de
empresas y de personas que trabajan para ellas. Pero Nikolai tiene todos los
contactos adecuados. Y el guardia que vigila las puertas principales es una
persona clave que hay que conocer.
—Llámelo —continúo—. Dígale que estoy aquí. Con la policía. Él me
dejará subir.
En realidad, no sé si esto es cierto, pero la confianza ciega es todo lo que
tengo en este momento. Nikolai tiene miles de millones de dólares a su
disposición. Tengo dos policías que piensan que estoy loca y alrededor de
setenta y cinco dólares en tarjetas de regalo de Chipotle. No es exactamente
una pelea justa.
El guardia mira a los policías en busca de permiso y el oficial Sweeney se
encoge de hombros.
—De todos modos, no tenemos nada más que hacer.
Lo mejor de la ciudad de Nueva York, para todos.
El guardia se agacha detrás de su escritorio y coge el teléfono. Entonces le
oigo hablar.
—Una mujer quiere verle —dice y me mira—. Sí, una cosita bajita con el
pelo rojizo. Sí. Gracias, señor.
Me levanta el pulgar.
—Puede subir. El Sr. Zhukova le espera en su despacho.
Mi corazón se acelera y prácticamente corro hacia los ascensores. Los
policías me siguen.
—Ya verán —digo cuando se cierran las puertas del ascensor—. Ha sido él.
No estoy loca.
Ninguno de los agentes dice nada. Mantengo la mirada al frente. Tengo que
concentrarme en lo que le diré a Nikolai cuando vuelva a verlo. La última
vez, me pilló desprevenida. Me irritó con demasiada facilidad.
Esta vez, debo mantener el control.
En cuanto se abre el ascensor, salgo, dispuesta a marchar por el pasillo
como un vikingo en pie de guerra, pero me detengo al encontrarme a
Nikolai de frente.
—Me alegro de volver a verte —saluda con una sonrisa fácil.
Dios, es guapo. Melancólico o con una sonrisa de oreja a oreja, da igual. El
hombre es perfectamente proporcionado y perfectamente hermoso.
También es un perfecto y jodido psicópata.
— ¿Dónde está mi hermana? —chasqueo. A mi modo de ver, ya hemos
pasado del saludo.
Nikolai frunce el ceño.
— ¿Cómo dices?
—No juegues conmigo. Sé que tú sabes dónde está ella.
Sacude la cabeza y mira más allá de mí.
—Buenas noches, oficiales. No esperaba que vinieran hasta aquí.
— ¿Realmente pensaste que dejaría que te llevaras a mi hermana y no
llamaría a la policía?
—Lo siento. ¿Tú hermana? Ni siquiera sabía que tenías una hermana —
dice.
Resoplo.
—Tú lo sabes todo. Eres como Dios en esta ciudad, ¿recuerdas? ¿Dónde
está ella?
El agente Sweeney se adelanta y se coloca ligeramente delante de mí.
—Sentimos molestarle, Sr. Zhukova, pero esta mujer cree que usted tiene a
su hermana.
— ¿Contra su voluntad? —Pregunta Nikolai, haciendo un trabajo
maravilloso al parecer sorprendido—. ¿Hablamos de secuestro? ¿De verdad
crees que secuestré a alguien, Frank?
— ¿Frank? —repito con sorpresa hacia el oficial Sweeney
Él me ignora y le da a Nikolai una pequeña sonrisa.
—Por supuesto que no, Sr. Zhukova. Intentamos escoltar a esta mujer fuera
del edificio, en realidad, pero está haciendo un berrinche.
—Mi nombre es Belle Dowan —le recuerdo—. No ‘esta mujer’. Y no estoy
‘haciendo un berrinche’... ¡estoy intentando rescatar a mi hermana menor!
—Se nos ocurrió venir con ella y asegurarnos de que usted sabía de su
amenaza —añade el agente Hedger como si yo nunca hubiera hablado.
Casi se me cae la mandíbula al suelo.
— ¿Amenaza? ¿Creen que yo soy la amenaza? ¿Están todos locos?
Todos me ignoran.
—Gracias a ambos —dice Nikolai en tono muy sincero—. Hemos salido
juntos algunas veces, pero yo terminé las cosas recientemente. Y supongo
que la señorita Dowan no está contenta con esa decisión.
— ¡Imbécil! —jadeo.
—Oiga, señorita —interrumpe el agente Hedger—. No hay necesidad de...
— ¡Les está mintiendo! En sus caras —digo y ya estoy temblando—. Me
amenazó y cumplió. Secuestró a mi hermana.
—Ni siquiera eres de Nueva York. ¿Por qué estaría tu hermana aquí
contigo? —dice Nikolai.
—Porque no podía dejarla sola en casa —digo—. Tuve que traerla
conmigo, de viaje.
Nikolai rueda sus ojos en blanco.
—Saben caballeros, no me sorprendería que ni siquiera tuviera una
hermana.
— ¡Sí la tengo! ¡Y lo probaré! —digo sacando mi teléfono antes de darme
cuenta de que no tengo ninguna foto reciente de Elise y yo. Los gruñones de
catorce años no son especialmente fotogénicos. Así que me giro—. Llamaré
a la recepción del hotel. Me vieron registrarme. Dirán que había dos
personas en mi habitación.
Marco el número mientras Nikolai se inclina para hablar con los oficiales.
—Lamento haberles hecho perder el tiempo. Sé que están muy ocupados.
Intento sofocarlo. En cuanto contesta la recepción, pongo mi teléfono en el
altavoz.
—Hola, soy Belle Dowan de la habitación 307 —digo.
—Señorita Dowan, sí, dice el hombre, sonando extrañamente formal
considerando que lo vi sonarse la nariz en un recibo cuando nos registramos
esta mañana—. ¿Le puedo ayudar en algo?
—Quisiera confirmar que me vio registrarme con otra chica esta mañana
¿Está mi habitación reservada para dos personas? —mientras sonrío hacia
Nikolai, segura de que mi historia está a punto de ser verificada.
Hay una pausa en el aparato.
—Hm… no, lo siento. No recuerdo que estuviera con nadie.
—Espera ¿qué? —tartamudeo.
—Estaba sola esta mañana —dice—. Reservó habitación para uno.
Habitación individual.
Las modernas paredes grises del vestíbulo de Zhukova Incorporated giran
en torno a mí. Me siento mareada. Como si el mundo estuviera temblando
bajo mis pies.
El oficial Sweeney suspira y se vuelve hacia Nikolai.
— ¿Sabe si ella tiene algún otro familiar a quién podríamos llamar?
—Mi hermana —digo con voz áspera y delirante—. Mi hermana estaba
conmigo. Yo... ella estaba conmigo.
—Lo siento —dice el torpe empleado—. Si hay algo más en lo que pueda
ayudarle....
—Tú —espeto con ira hacia Nikolai, mientras cuelgo la llamada.
Me mira con sus ojos grises como el acero, penetrantes e inamovibles.
Ahora sé lo que pasó aquí: él sobornó al empleado.
—Señorita —advierte el agente Sweeney— vamos a tener que insistir en
que venga con nosotros. El Sr. Zhukova ha...
—Ha frustrado mi plan —lo interrumpo, hundiéndome dramáticamente—.
Tiene razón. Soy su ex novia loca.
El agente Hedger arruga su frente con suspicacia.
— ¿Cómo dice?
—Es que lo quiero mucho —digo, ahogando un falso sollozo—. Dejé que
mis emociones sacaran lo peor de mí. Siento haberles hecho perder el
tiempo.
Todos, incluido Nikolai, parecen confusos ahora.
Aprovecho la oportunidad para lanzarme sobre Nikolai. Salto y él me atrapa
como si estuviera ensayado, deja caer todo lo que tenía en sus manos sin
pensarlo dos veces. Sus brazos me enganchan, y yo enrosco las piernas
alrededor de su cintura y aprieto su camisa entre mis manos.
Nuestros rostros están muy cerca, pero no puedo dejar que eso me perturbe.
Ahora no.
—Lo siento, Nicky —digo y hago un mohín—. ¿Me perdonas?
Nikolai arquea una ceja. Hay un desafío en su expresión. Y yo lo acepto,
me muerdo el labio inferior mientras me deslizo un poco por su pecho,
hasta que mis caderas llegan a su entrepierna.
¿Quiere jugar sucio? De acuerdo.
Juguemos sucio.
6
BELLE

Los oficiales Sweeney y Hedger están tensos, listos para saltar y arrancarme
de Nikolai a la primera señal de problemas. Todo lo que esperan es que
Nikolai dé la orden.
Pero yo ya sé que no lo hará.
Me mira fijamente a los ojos, hay una notable erección en sus pantalones.
Luego sonríe y mira a los policías.
—Disculpen las molestias, agentes, yo puedo ocuparme de ella desde aquí.
— ¿Está seguro? —Pregunta el agente Sweeney—. Si quiere presentar una
denuncia...
—No hay denuncia. Yo me encargo.
—Está bien, Sr. Zhukova —suspira Sweeney.
Los dos hombres se dan la vuelta y entran al ascensor. Justo cuando las
puertas se cierran, oigo al oficial Hedger resoplar:
—Él ‘se ocupará’ de ella.
Entonces Nikolai y yo nos quedamos solos.
En cuanto se cierran las puertas, lo empujo lejos de mí.
—Suéltame, psicópata.
—Fuiste tú la que se me tiró encima —comenta.
Se arregla los puños, que no hacía falta arreglar, y se arranca una pelusa
imaginaria del hombro, que no hacía falta arrancar. Todo es una actuación
para demostrar que tiene el control. A decir verdad, es difícil imaginar que
una sola de sus fibras esté fuera de lugar.
¿Yo, por otro lado? Me siento más que agotada.
—Porque era la única forma de evitar que esos dos policías, a los que
obviamente estás pagando, me sacaran de aquí.
—Si estuviera sobornando a esos agentes, tú lo sabrías.
— ¿Cómo?
—Estarías muerta —y me dedica una sonrisa letal.
Un escalofrío me recorre la espalda, pero hago todo lo posible por
mantenerme firme.
—Devuélveme a mi hermana y me iré.
— ¿Por qué crees que yo quiero que te vayas? —replica.
—Vaya, no sé, ¿quizá porque acabas de amenazarme de muerte?
Sueno mucho más valiente de lo que me siento. En mi cabeza, sin embargo,
soy muy consciente de lo oscuro y vacío que está el pasillo detrás de
Nikolai. No hay nadie más aquí. Estamos completamente solos.
—Yo no hago amenazas, corderito. Sólo promesas.
Esta vez no puedo ocultar el escalofrío que me recorre.
Nikolai se da cuenta y sonríe.
— ¿Qué te pasa, lapochka? ¿Tienes miedo?
—Lógico que así sea —digo—. Estás loco.
Él sacude la cabeza.
—No. Los locos no saben que lo están. Ellos creen que son perfectamente
normales. Pero yo sí sé que no soy normal.
—Qué reconfortante —murmuro mientras me acerco sigilosamente a las
salidas. Miro a un lado, fijándome en la señal que marca el hueco de la
escalera. Tal vez pueda correr y bajar las escaleras antes de que Nikolai
pueda detenerme.
Y quizá también aprenda por arte de magia artes marciales o cómo volar.
No, escapar no es una opción.
— ¿Sabes por qué lo sé? —Susurra, acercándose aún más—. Porque la
gente normal no tiene ‘secuaces’, como tú los llamas, capaces de secuestrar
a niñas de catorce años en su habitación de hotel, sobornar al recepcionista
y esconderlas en lugares donde nadie pueda encontrarlas.
Sé que Nikolai es culpable, pero oírle admitirlo tan abiertamente sigue
siendo un shock.
—Devuélvemela —suelto entre mis labios repentinamente entumecidos.
—Acepta mis condiciones para la auditoría y lo haré.
— ¿En serio? —Y sacudo la cabeza—. ¿Todavía se trata de tu maldita
auditoría? No se lo diré a nadie si eso es lo que te preocupa, ¿ok? Me iré y
no se lo diré a nadie. No tienes que preocuparte por eso.
—No lo estoy.
— ¿Entonces qué quieres?
Nikolai me estudia un momento. Mi cuerpo se calienta en cada lugar que
sus ojos tocan. Luego suelta un suspiro contenido y se aparta de mí.
—Vuelve cuando estés lista para hacer lo que te pido —dice por encima del
hombro.
Antes de que pueda pensar en lo que hago, me abalanzo hacia él y agarro su
brazo.
Lo primero que me sorprende es lo musculoso que es. Siento su antebrazo
como hierro en mi mano.
Segundo, me sorprende lo rápido que es. Antes de que pueda pestañear,
Nikolai gira y me aprisiona contra el mostrador de la recepcionista.
Jadeo tanto por el susto como por la forma en que el mostrador me golpea
la columna vertebral, pero el sonido se interrumpe cuando él me rodea la
garganta con la mano.
—Está viva porque yo quiero que esté viva, señorita Dowan —sisea—.
Estás aquí ahora mismo porque yo quiero que estés aquí. Y te deslizaste
sobre mi polla en el baño del avión porque yo quería que lo hicieras.
¿Entiendes?
Trago saliva. Mi garganta se sacude contra su áspera palma.
Se inclina hacia mí y su aliento me calienta la mejilla. Mis labios se separan
al inhalar.
Por un momento, creo que va a besarme.
Y por un momento... quiero que lo haga.
Entonces sus ojos vuelven a los míos y me doy cuenta de que estoy ante la
mirada de la maldad pura.
—Siempre tengo lo que quiero —afirma, pronunciando cada palabra con
nitidez—. Podrías ahorrarnos tiempo a los dos y seguirme la corriente.
Me quita la mano de la garganta, me acaricia la mejilla y me roza el labio
inferior con el pulgar. De violento a tierno en un abrir y cerrar de ojos.
Tiene razón, no es normal en absoluto.
Entonces, de repente, Nikolai me suelta y se aleja. Se convierte en una
silueta que se funde con las sombras en el oscuro pasillo y desaparece.
Me quedo sola en el vestíbulo, respirando agitadamente. La adrenalina y el
miedo se apoderan de mí, pero no tengo dónde poner esa energía.
Atacar a Nikolai no es una opción válida. Ahora lo entiendo. Es fuerte,
rápido y despiadado.
Pero no puedo irme.
No sin mi hermana.
Estoy entumecida, atrapada en un purgatorio que nunca imaginé. Elise sólo
ha vivido conmigo dos semanas y ya está en peligro.
¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a…?
Un destello plateado en el suelo llama mi atención.
Nikolai soltó todo cuando salté a sus brazos... y nunca lo recogió. Dejó un
juego de llaves. Llaves de auto, por lo que parece.
No puedo creer mi suerte. Más que nada porque nunca la he tenido. Pero
decido no pensar en ello. Tan rápido como puedo, pulso el botón de la
puerta del ascensor, me abalanzo para agarrar las llaves y salgo por la
puerta.
No pierdo de vista el pasillo por el que desapareció Nikolai hasta que se
cierran las puertas. Entonces pulso la ‘E’ de estacionamiento y rezo para
que mi buena suerte continúe.
Sería la primera vez.
El estacionamiento está poco iluminado y casi vacío. El resplandor
amarillento de las luces me hace sentir como si estuviera caminando por
una película aterradora. Sola en un páramo moribundo.
Levanto el elegante llavero negro y pulso el botón. Un seductor timbre
emana de un coche situado inmediatamente a mi izquierda. Es el que está
más cerca de la puerta, con una placa en negrita encima en la que se lee
‘SR. ZHUKOVA’.
—No me sorprende —murmuro con sarcasmo.
Salto al asiento delantero de cuero y cierro inmediatamente las puertas tras
de mí. El coche huele a él. Ese embriagador aroma a cuero, especias y lujo.
Me abstraigo de mi lujuriosa niebla mental y arranco el motor. No soy muy
aficionada a los cambios. Cuando el mecánico me pregunta qué tipo de
coche tengo, le digo ‘ecológico’.
Pero este coche ronronea debajo de mí.
Se siente como una bestia viva en la punta de mis dedos, estirándose y
gruñendo y calentándose para el camino. Incluso su maldito coche es sexy.
Su opulencia es muy molesta, pero está trabajando en mi favor. Porque, tal
y como sospechaba, el coche tiene más pantallas que una tienda Apple.
Toco la consola central y aparece un menú. Me desplazo hasta el GPS y
luego tanteo varios ajustes hasta que encuentro lo que busco: el historial de
ubicaciones.
Al instante, aparece una lista de direcciones y negocios con nombre. Hago
una foto de la pantalla con el teléfono. Iré a todas las direcciones de la lista
si hace falta. Lo que haga falta para encontrar a mi hermana.
Cojo la llave para apagar el coche y me detengo. Una pequeña sonrisa se
dibuja en mi cara.
—Es lo justo, ¿no? —Murmuro encogiéndome de hombros—. Él se llevó
algo mío, yo me llevo algo suyo.
Agarro la palanca, pero justo cuando voy a poner la marcha atrás, el motor
se para.
— ¿Qué demonios?
Entonces las puertas se abren.
— Pero ¿qué…? —y la puerta del conductor se abre. Grito justo cuando
Nikolai mete la mano en el coche y me saca de un tirón. Me pega al coche
con sus caderas.
— ¿Vas a algún sitio? —gruñe.
Adentro, incluso mientras me amenazaba, Nikolai parecía un hombre de
negocios. Una parte de mí sintió que estaba a salvo. Un hombre de negocios
no me mataría en su oficina, ¿verdad? Un hombre de negocios no
mancharía de sangre su camisa, ¿verdad?
Pero aquí fuera, en el aire oscuro y fresco, Nikolai parece un salvaje. Es
sombrío y fuerte.
No tengo ninguna posibilidad.
— ¿Cómo tú...? —intento.
Él sostiene frente a mí un segundo juego de llaves.
—Quería saber exactamente hasta dónde pensabas llevar esto. Hasta el
final, por lo visto.
Su rodilla se introduce entre mis piernas. Jadeo involuntariamente por la
fricción.
— ¡Suéltame!
Él chasquea con su lengua.
—Todavía no, corderito.
Su mano se desliza entre nosotros y me pongo rígida. Su tacto me calienta
adentro y afuera.
Debería luchar más. En algún lugar de mi cerebro, la parte racional grita
que despierte.
¡Dale un buen golpe en la polla, zorra! ¡Pelea! ¡Grita! ¡Corre!
Pero ya hay humedad entre mis muslos, y así de cerca, Nikolai huele
incluso mejor que el interior de su coche.
Entonces llega a mi bolsillo y saca mi teléfono. Me agarra de la muñeca y
coloca mi pulgar en el escáner de huellas dactilares, desbloqueándolo antes
de que pueda darme cuenta de lo que está pasando.
Niega con la cabeza mientras mira la pantalla, que sigue mostrando la foto
que acabo de tomar de su historial de ubicaciones.
— ¿Cuál era tu plan, Belle? ¿Ibas a rescatar a tu hermana tú sola?
—Lo dices como si fuera un mal plan.
Se ríe entre dientes.
—Es un plan idiota. No tendrías ninguna oportunidad.
—Me subestimas.
—Ah, ¿sí?
—Sí —asiento con la cabeza.
—Bien —y maniobra mi teléfono durante un segundo. Cuando levanta la
vista, está sonriendo—. Entonces demuéstrame que me equivoco. Dime que
memorizaste, aunque sea una de las direcciones de mi historial GPS.
Mierda. Eso habría sido inteligente. Él puede borrar una foto, pero no
borrar mi mente.
En realidad, considerando los recursos a su disposición, no me sorprendería
tanto que tuviera ese tipo de capacidades.
—No tuve tiempo suficiente —digo.
—Porque en lugar de sacar mi auto del estacionamiento y entonces mirar el
GPS, decidiste hacerlo aquí mismo, en el estacionamiento. A un paso de mi
despacho. En todo caso, te he sobrestimado, Belle.
La vergüenza me invade.
— ¡Lo siento, no soy una ladrona profesional como tú!
— ¿Eso es lo que crees que soy? ¿Un ladrón? —resopla él.
—Viendo cómo te llevaste a mi hermana, yo diría que como mínimo eres
un ladrón de personas. Y viendo que realmente quieres que cumpla con tu
fraudulenta auditoría de mierda, diría que también eres un ladrón común y
corriente de dinero.
Nikolai se me queda mirando un momento. Me doy cuenta de que quiere
decir algo. Algo que espera detrás de sus labios pecaminosos, deseando
salir y arruinar mi mundo para siempre.
Pero no lo hace. En lugar de eso, se inclina hacia delante, rozando su nariz
con la mía.
—Vete ahora y no vuelvas a tocar lo que me pertenece —susurra.
De repente, retrocede. Su pérdida me hace tambalear, pero él no vacila.
Nikolai pasa junto a mí y se sube al coche. Antes de que yo pueda decir
nada, él cierra la puerta de golpe.
— ¡No! ¡Espera! —grito, pero el gruñido del motor ahoga mis palabras.
Apenas puedo ver a Nikolai a través de los cristales tintados, pero no
necesito verlo para saber lo que viene a continuación. Va a dar marcha atrás
y marcharse, y cuando lo haga, no tendré forma de encontrar a mi hermana.
Sin él, no tengo nada.
Me lanzo hacia la puerta, golpeando la ventana con ambos puños.
— ¡Oye! ¡Espera!
La ventana se abre un poco. Veo sus ojos asomándose.
— ¿Sí?
—Lo haré.
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas. Pero incluso
cuando tengo un segundo para pensarlas, no puedo arrepentirme de lo que
ya he dicho. Es mi única opción.
La ventanilla baja otro poco.
— ¿Harás qué, exactamente? Quiero oírlo —y sus ojos recorren mi cuerpo
de arriba a abajo.
Me estremezco.
—La auditoría. Haré la auditoría para ti. Haré... lo que quieras —y trago
saliva—. Pero tienes que llevarme con mi hermana.
La ventana baja en su totalidad, dejando ver a Nikolai detrás del marco,
fresco sin esfuerzo, completamente en su elemento.
Entonces su barbilla se inclina un poco y todo en él cambia. Es como si se
hubiera quitado su máscara pública, revelando la oscuridad que hay debajo.
Retrocedo medio paso por puro instinto.
—Si me mientes para sólo llegar hasta tu hermana, te destruiré —advierte
—. Su voz es inquietantemente plana.
Sé que habla en serio.
—No soy una mentirosa —mirándole a los ojos
Me mira un segundo más y luego señala con la cabeza el asiento contiguo.
—Sube.
Antes de que pueda empezar a preguntarme hasta qué punto he metido la
pata, me apresuro hacia la puerta del acompañante y me meto dentro.

M , miro por la ventanilla, esperando que la ciudad


se desvanezca. Quizá Nikolai me lleve a un búnker de cemento enterrado en
el bosque. Imagino guardias armados, alambres de púas y perros ladrando y
gruñendo. Pero eso nunca ocurre.
Sale del estacionamiento y gira a la derecha. Y navegamos veinticinco
minutos, con el río Hudson a nuestra izquierda y un muro de rascacielos de
cristal a nuestra derecha.
Finalmente, se detiene frente a un alto hotel de lujo. El hombre que está
detrás del puesto de estacionamiento se precipita hacia el coche como si su
vida dependiera de ello.
— ¿Qué hacemos aquí? —pregunto, y me aferro inconscientemente al
cinturón de seguridad como si me estuviera ahogando y eso fuera mi
salvavidas.
Nikolai me ignora y abre la puerta. Saluda con la cabeza al aterrorizado
mozo y le tira las llaves por encima del techo del coche. Es sorprendente lo
despreocupado que puede parecer cuando lo quiere. No sé si alguna vez me
habría cruzado con Nikolai por la calle sin fijarme en él, pero al menos
habría pensado que era un hombre normal. Ahora sé que no es así.
Él se vuelve y me mira por la ventanilla del conductor.
— ¿Vienes o te vas a quedar aquí?
El mozo está esperando en la acera para llevarse el coche, así que salgo a
regañadientes y sigo a Nikolai hacia la puerta principal.
—Dijiste que me llevarías con mi hermana. ¿Dónde estamos?
—Observa a tu alrededor.
— ¿El Zinc? —leo, frunciendo el ceño ante el letrero dorado sobre las
puertas giratorias.
—Zhukova Incorporated —explica Nikolai con impaciencia— El Zinc, haz
el cuadre.
— ¿También eres el dueño? A lo mejor si eres Dios en esta ciudad —gruño
con sorpresa.
—Y quizá si te pueda enseñar después de todo —ríe entre dientes, y hace
un gesto para que yo pase primero por la puerta.
Quiero responderle con una puya, pero entro en el edificio y pierdo la
capacidad de hablar.
El vestíbulo es un paisaje de ensueño de estilo moderno japonés de
mediados de siglo. Los techos son altos como catedrales, pero todo el
espacio presenta líneas horizontales que le dan un aire terrenal y acogedor.
Hay bancos bajos de bambú integrados en paredes de bambú a juego y
bosques de bambú auténtico. El mostrador de recepción es ancho y está
hundido unos pasos en el suelo. Un delicado biombo de papel separa la
parte delantera, orientada a los clientes, de la trasera, más recogida. Y en
medio de la sala hay un pequeño estanque con una pasarela de mármol
alisado que lo rodea y gordos peces Koi revoloteando bajo la superficie.
—Santo cielo —suspiro—. Este sitio es precioso —añado en tono suave.
Nikolai sonríe. Siento que cedo ante él. Es mi débil deseo humano de
relacionarme, de establecer algún tipo de conexión con el ser que tengo al
lado.
Pero debo resistirme. Un hombre como él tomará esa conexión y la pondrá
alrededor de mi garganta como un lazo.
— ¿Qué hacemos aquí? —digo, cambiando el tono.
Se abre el ascensor y entra, pero yo me quedo afuera, me niego
obstinadamente a moverme.
—No iré a ninguna parte contigo hasta que sepa adónde me llevas.
— ¿Te preocupa acaso que vaya a encadenarte en mi secreta mazmorra del
sexo?
De inmediato, me turbo. La sola idea es suficiente para provocar un paro
cardíaco incluso a una mujer fuerte. Estoy segura de que me he ruborizado,
pero hago lo que puedo para disimularlo.
—No juegues conmigo.
—Por supuesto que no —dice—. Aquí no. Lo dejaré para la mazmorra del
sexo.
—Nikolai —suelto en casi un gemido— hicimos un trato.
Las puertas empiezan a cerrarse y su mano sale, deteniéndolas.
—Y yo lo mantengo.
— ¿Mi hermana está aquí? —frunciendo el ceño. Él me mira como si fuera
estúpida.
— ¿Dónde creías que estaba? Quizá en mi...
—No vuelvas a decir ‘mazmorra del sexo’. Ni ahora ni nunca —y entro
furiosa en el ascensor, recostándome contra la pared más alejada de él.
—Iba a decir ‘cámara de tortura’ esta vez —dice y abre la pequeña puerta
del panel de control, mostrando un botón independiente con la etiqueta
‘Suite Pent-house’.
Sacudo la cabeza.
—Igual. No deberías decir esas cosas. La gente podría no saber qué estás
bromeando.
De repente, acerca su cuerpo al mío, y sus labios rozan el lóbulo de mi
oreja.
—Puede que no lo esté haciendo —me susurra.
Reprimo un escalofrío, me trago mi respuesta y miro fijamente hacia
delante. No le des la satisfacción de tu miedo.
Él retrocede y me mira con frialdad. Treinta segundos después, las puertas
del ascensor se abren en una sala muy parecida a la del vestíbulo. Los
suelos de madera son de un marrón cálido y una pared de ventanas
ininterrumpidas da al Hudson.
Es una vista tan impresionante que casi ignoro a la adolescente tirada sobre
la butaca.
—Hey —dice Elise, levantando la mano en un gesto perezoso de saludo.
Parpadeo y me quedo mirándola. Por primera vez en mi vida, estoy
teniendo una experiencia extracorpórea. Mis expectativas y la realidad están
tan alejadas que durante unos segundos no consigo conciliarlas. Y
entonces...
— ¿Hey? —le grito, con las cejas tan levantadas que estoy segura de que se
me van a salir de la cara—. ¿Eso es lo que tienes que decirme? ¿Después de
desaparecer y darme un susto de muerte, me dices ‘Hey’?
— ¿Hubieras preferido ‘Hola’? —Dice Elise frunciendo el ceño—. Cielos,
relájate. ¿Qué te pasa?
Cruzo la habitación y le doy una patada en las piernas.
— ¡Hey! —grita ella ahora.
— ¿No tienes más nada qué decir? —Siseo—. ¿Qué demonios, Elise? Esto
está un poco más lejos que la bodega de la esquina, ¿no crees?
Ahora ella frunce el ceño y me mira como si yo fuera la mala.
—Tú fuiste la quien envió a ese tipo al motel para decirme que nos iban a
subir de categoría. ¿Has oído hablar de las llamadas telefónicas? Pensé que
me iban a secuestrar o algo así.
Oigo una risita de Nikolai detrás de mí, y de repente me doy cuenta de lo
fuera de lugar que está todo mi enfado. Me doy la vuelta para mirarle.
— ¿Qué le has dicho?
—Nada —contesta. Se inclina a mi lado y saluda a Elise con una
inclinación de cabeza—. No nos conocemos. Soy Nikolai Zhukova.
—Oh, ¿el dueño idiota? —pregunta enseguida Elise.
—Mi reputación me precede —se ríe entre dientes. Me mira. Si fuera una
persona normal, diría que casi parece ofendido—. Tú debes de ser la
hermana.
—Esa soy yo. Me llamo...
—Basta —interrumpo moviendo mi brazo en el aire—. No le digas nada.
Vámonos.
— ¿Qué? ¿Por qué? Chilla Elise.
—Recoge tus cosas, Elise —gruño.
—No —espeta ella, golpeando fuerte el suelo de madera.
—Elise —infiere Nikolai con suficiencia—. Bonito nombre.
Lo ignoro.
—Elise, haz lo que te digo.
—Tú no eres mi madre.
Suspiro. Esa frase ya se está gastando.
—Puede que sea cierto, pero he estado practicando su mirada para
momentos como este. No me hagas darme la vuelta y usarla. En especial
porque tendría que darle la espalda al Sr. Zhukova aquí presente. Y él podría
aplicarme cloroformo si tuviera la oportunidad.
Nikolai pone los ojos en blanco, pero no lo niega.
— ¿Qué? —Rebate Elise—. ¿Qué está pasando? Creía que estábamos aquí
por tu trabajo.
—Lo están —responde Nikolai—. Las dos lo están. Y no irán a ninguna
parte.
—Ya tenemos una habitación de hotel, muchas gracias —contesto en tono
molesto.
— ¿Así llamas a esa pocilga infestada de ratas? —dice él y se ríe.
Elise se ríe con él, y odio que sea la primera vez que la oigo reír desde que
se vino a vivir conmigo. Más aún, odio que él sea el responsable de ello.
— ¡Al menos estábamos a salvo allí! —espeto.
— ¿A salvo de qué? —Se burla Nikolai—. ¿Una vida larga y feliz? Me
sorprende que te hayas registrado sin ser asaltada. Te garantizas un caso de
tiña si usas la ducha.
—Hablas como un verdadero rico snob —increpo—. Estás tan
acostumbrado a tu torre de marfil que no tienes ni idea de cómo vive la otra
mitad.
De repente, el enfado de su cara se transforma en otra cosa. Es el mismo
cambio que he visto varias veces. Es como una nube moviéndose sobre el
sol. Cuando el mundo cambia de color y baja la temperatura. Todo parece
igual, pero es completamente diferente.
—Te quedarás aquí por ahora —afirma, con voz uniforme, pero con una
rabia apenas contenida bajo la superficie—. Te mandaré un coche por la
mañana.
—Gracias a Dios —dice Elise, volviendo a la sala de estar—. Este lugar es
el paraíso.
Veo a Nikolai entrar en el ascensor y girarse hacia mí. Nuestras miradas se
cruzan cuando se inclina para pulsar el botón.
Me guiña un ojo cuando se cierran las puertas y me estremezco.
—No —murmuro—. Esto es el infierno.
7
NIKOLAI

Llaman a la puerta una vez, y Arslan entra en mi despacho.


—Hola, quería...
—Puedes perder una mano por irrumpir en mi despacho antes de que te
invite a entrar —lo interrumpo.
Él resopla.
— ¿Arnold te permite que le hables así? Si es así, es aún más blando de lo
que pensaba.
—Arnold entiende su puesto.
—Arnold es un aburrido —se queja Arslan.
—Arnold es perfecto para este papel. La gente lo acepta como
vicepresidente.
—Lo sé, lo sé, todo se trata de la imagen. Ahórrame el sermón —suspira
Arslan—. Sé que no tengo ese porte —y levanta las manos para que pueda
ver los tatuajes de sus nudillos.
—Eso te pasa por tatuarte ‘sandwich’ en los nudillos —le digo sacudiendo
la cabeza.
—Tenía dieciocho años. Y es un buen rompehielos —dice. Luego aprieta la
mano de ‘wich’ en un puño y sonríe—. También es un buen rompe
mandíbula.
Le tiendo la mano, pidiéndole en silencio el informe que me trae.
—No hay tanta información sobre Belle Dowan como crees —advierte
mientras me lo pasa—. No tiene redes sociales.
Dejo la carpeta sobre mi escritorio y la abro.
—Si confías en las cuentas de Instagram para tu información, estás
despedido.
—No puedes despedirme. Sé demasiado.
—Entonces tendré que matarte.
—No me molestes con eso, Nikolai —y se posa en el brazo del sillón de
cuero frente a mi escritorio—. Por supuesto que tengo otras fuentes. Soy un
profesional.
—Dime entonces, ¿qué has encontrado? —Cerrando la carpeta—. Dame la
versión corta, estoy ocupado.
— ¿Para qué hago el informe si no vas a leerlo? —refunfuña.
—Porque si no lo hicieras, te despediría. Y como bien lo has dicho, no
puedo despedirte. Así que tendría que matarte. De hecho, si tu molestia
supera tu utilidad en algún momento, te mataré. Y si un día estoy de mal
humor, te mataré. Así que te sugiero que empieces a hablar. Antes de que te
mate.
—Siempre tan encantador —suspira con tono afligido, y empieza a recitar
los hechos—. Belle Marie Dowan. Nació y creció en un parque de tráileres
a las afueras de Omaha, Nebraska, pero se mudó sola a Oklahoma cuando
tenía dieciocho años. Su madre tiene una lista de arrestos más larga que mi
brazo, todos por consumo y posesión de drogas.
— ¿Su madre es yonqui? —Subrayo y hago una mueca—. Eso explicaría
por qué viaja con su hermana menor. Probablemente esté cuidando de ella.
—Puede ser —dice Arslan—. Estudió contabilidad en la Universidad de
Oklahoma y luego aceptó su actual trabajo en McCorman Partners
Auditing. Acaba de salir de la universidad.
—Es joven —digo distraídamente—. Aunque luce mayor.
— ¿Eso es importante? —pregunta Arslan.
— ¿Qué?
—Que parezca mayor.
Frunzo el ceño.
—No importa como luce.
Arslan se echa hacia atrás, cruzado de brazos. Tiene una expresión estúpida
en la cara, y sé que en cualquier momento va a hacer que me arrepienta de
no haberlo echado del despacho y haber leído el informe por mi cuenta.
—Importa si te gusta —finalmente dice.
Suelto una carcajada.
— ¿’Si me gusta’? ¿Acaso tengo doce años?
—No, tienes treinta y ocho, y nunca te había visto mostrar tanto interés por
una mujer. Eso es digno de mención.
—Ella está haciendo nuestra auditoría y causando problemas. Tengo que
mostrar interés por ella para asegurarme de que la policía no muestre interés
por nosotros.
Él entrecierra los ojos.
—Tal vez es eso... o tal vez quieres follártela.
—O quizá ya me la he follado —escupo.
Una sonrisa bobalicona se dibuja en la cara de Arslan. Yo esperaba que mi
confesión lo callara, pero yo debería conocer mejor a mi buen amigo.
— ¿Antes o después de secuestrar a su hermana?
—Yo en realidad no secuestré a nadie —señalo—. Y fue antes. En realidad,
incluso antes de saber que ella iba a ser nuestra auditora.
Él frunce el ceño.
— ¿Pasas mucho tiempo en Oklahoma que yo no lo sepa?
—Nos conocimos en el avión.
—Oh —asiente Arslan y entonces se da cuenta. Sus ojos se abren de par en
par—. ¿Te la follaste en el avión?
—Sí. Bueno, en el baño. Tengo algo de decencia.
—Apenas —se burla—. Santa madre. No puedo creer que la contable lo
hiciera.
Hay algo en la forma en que dice ‘contable’ que parece un insulto. Pero
Belle es diferente de la larga serie de contables que nos han auditado antes.
Todos estaban dispuestos a ceder por mucho menos de los diez mil dólares
que le ofrecí a ella, pero Belle apenas se inmutó antes de negarse. De hecho,
se opuso. Trajo a la policía a mi oficina y trató de robar mi coche. La chica
tiene agallas.
—Eso es porque aún no la conoces.
— ¿Y tú sí?
Puedo decir por la mirada de Arslan que está sugiriendo algo. Algo que no
quiero alentar.
—Es una guerrera. A eso me refería.
—Entonces ¿le gusta duro? —expresa, moviendo las cejas.
—Vete a la mierda.
Arslan se ríe y levanta las manos en señal de rendición.
—Lo siento, amigo. Veo que te sientes posesivo. No te preocupes, la
contable es toda tuya.
—No es mía. Lo único que quiero de ella es una auditoría sin discrepancias.
En cuanto la tenga, ella podrá irse.
Y cuanto antes, mejor.
Porque trajo a la policía a mi oficina y casi me roba el puto coche. La mujer
es ardiente. Entre ambos, las cosas podrían ser explosivas. Y yo no tengo
tiempo para eso.
—Pero también podrías disfrutar de ella hasta entonces, ¿no? —insiste
Arslan.
Ruedo mis ojos en blanco, pero en algún lugar de mi mente, la idea se
anida. La imagen de Belle apretada contra la puerta de mi despacho, con la
falda subida. O de ella tumbada desnuda en el asiento trasero de mi coche,
calentando el aire con el vapor de su aliento.
Después de la tensión que hubo entre nosotros anoche, me fui a casa y me
masturbé dos veces. Incluso ahora, me pone duro solo pensar en ella. Me
siento como un adolescente otra vez.
—Mierda, hermano —se ríe Arslan—. Ella te gusta.
—No. Me gustaría estar dentro de ella —aclaro—. Hay una diferencia muy
grande.
Pero usualmente, hacerlo con ella una vez habría sido más que suficiente.
La verdad es que la singular concentración de mi cerebro en la chica se sale
un poco de la norma. Pero no es nada de lo que preocuparse. Nada que no
se pueda arreglar con un segundo asalto, en cualquier caso.
Le hago señas a Arslan para que salga de mi despacho.
—Vete. Tengo trabajo pendiente.
— ¿Y por ‘trabajo’ quieres decir ‘un contable pendiente’?
—Vete a la mierda —repito.
Y Arslan se va, riendo todo el camino.

T he evitado la sala de conferencias donde Belle ha estado


trabajando. En parte porque estoy ocupado y en parte porque me gusta la
idea de dejarla sola un rato.
Estoy seguro de que ella esperaba que vigilara todos sus movimientos. Me
gusta la idea de que se haya pasado el día mirando por encima del hombro
como si yo fuera un fantasma escondido en las sombras.
Pero cuando por fin voy hacia la sala de conferencias acristalada en medio
de nuestra planta, Belle no está mirando por encima del hombro. Está
hablando por teléfono.
Me acerco a la puerta detrás de ella y escucho.
—...me las arreglo bien sola —dice—. Me llevará un par de días más
tenerlo todo listo, el dueño está... eh, muy involucrado. Todo irá bien.
—Perfecto —dice una voz masculina en el altavoz—. Por eso te contraté,
parecías... flexible.
Frunzo el ceño. El tono sórdido del hombre ya es motivo suficiente para
presentar una demanda por acoso sexual. ¿Quién será este imbécil?
—Gracias —contesta Belle en voz baja.
—De nada —le dice él como si le hubiera hecho un favor—. Sin embargo,
lamento que estés allí sola. Ojalá hubieras podido venir a Aruba también. Te
mereces un descanso. Un pequeño bikini y un Mai Tai te vendrían bien.
—No soy mucho de vacaciones tropicales —dice Belle.
—Qué pena. Te verías estupenda en una playa —y se ríe—. Por extraño que
parezca, hoy casualmente llegué a una playa topless. Menuda sorpresa.
Deberías haber estado allí.
—Hm —contesta Belle y sigue trazando algo en un cuaderno abierto, sin
prestar mucha atención a la llamada.
—También era de lujo —continúa él—. Sólo dejan entrar a lo mejor.
Cuerpos hermosos por todas partes. Tú encajarías bien...
— ¿Oye, Roger? —Dice Belle de repente—. Tengo que irme. Esta noche
trabajo hasta tarde y tengo mucho que hacer.
—Sí, claro. Pero mientras trabajas, imagina que estás en la playa conmigo.
Eso hará que el tiempo te pase más rápido.
Belle se despide apresuradamente y cuelga el teléfono.
—Sigue soñando, asqueroso —murmura una vez que se desconecta la línea.
Entonces entro en la sala.
—No hay romance entre ustedes dos entonces —digo.
Belle casi se cae de la silla al girarse para verme detrás de ella. Se lleva una
mano al pecho y no puedo culpar del todo a su jefe por imaginársela en una
playa topless. Yo hago lo mismo.
—Santo Dios. Me has asustado.
—Estabas muy enfrascada en tu llamada. Amigo tuyo ¿eh?
Tal vez lo secuestre a él también. Podría mandar a Arslan a Aruba en el
próximo vuelo. Cualquiera que hable así a sus empleadas merece los
nudillos de Arslan tatuados en su puta cara.
Y cualquiera que le hable así a Belle merece algo mucho, mucho peor.
Ella me mira por encima del hombro, sus ondas castañas se reflejan en los
cristales.
—Era Roger.
—Tu jefe.
—El inigualable —dice en un suspiro—. Estaba chequeando cómo van las
cosas.
— ¿Hablándote de las playas topless a las que fue?
—Ese es Roger —me dice, encogiéndose de hombros
Camino alrededor de la mesa. Belle no se da cuenta, pero noto que me está
observando.
—Deberías haberlo mandado a la mierda.
—Seguramente se lo tomaría como una invitación a correrse por teléfono.
Resoplo, sorprendido por su rápida respuesta.
Belle también parece sorprendida.
—Lo siento. No debería haber hablado así.
—No te disculpes —le digo.
—Es inapropiado. Y no debería hablar mal de mi jefe. Él es... es...
—Un pervertido —señalo.
Ella se sonroja.
—Sí. Eso mismo. Un loco del sexo.
—Claro —digo— no somos quienes, para hablar, tú y yo, ¿verdad?
Sus largas pestañas revolotean y sus labios carnosos se curvan en una
nerviosa sonrisa. El recuerdo del encuentro en el avión no le hace ningún
favor a mi polla. Ya estoy a media asta.
—La diferencia es que ambos queríamos lo que pasó en ese avión —digo
—. Tú lo pediste. ¿Le pediste a Roger que te hablara sucio durante las horas
de trabajo?
—Técnicamente, son más de las cinco.
—Deberías decirle que se ahogue con su propia polla —negando con la
cabeza.
— ¡Ugh!
—Exacto —subrayo—. Deberías hacerlo sentir tan incómodo como él te
hace sentir a ti.
—Eso no es posible. Porque él tiene el poder de dejarme sin hogar y sin
empleo —dice a toda prisa—. Así que no puedo decirle lo que yo quiero.
Me despedirá.
—Debes enfrentar tus problemas de frente.
Se da la vuelta para mirarme de frente.
— ¿Así?
—Casi. Pero deberías elegir una batalla que puedas ganar.
Belle pone los ojos en blanco.
—Oh, me olvidé. No debería pelear con un dios.
—Y afortunadamente, tu jefe no es nada por el estilo. Yo lo sabría.
Los ojos de Belle brillan con pánico.
— ¿Conoces a Roger?
Escuchar el nombre de otro hombre en sus labios me pone los pelos de
punta. Sobre todo, porque parece culpable. Como si la hubieran pillado con
las manos en la masa.
—No, pero lo he visto.
Ella inhala fuertemente.
— ¿Dónde?
—Para ser un hombre que quiere meterse en la cama con sus empleadas, no
se preocupa mucho por su arreglo personal. Debería buscar fotos
profesionales para la página web. O al menos una foto en la que no esté
sudando activamente.
—Él no quiere meterse en la cama con sus empleadas —dice con amargura.
— ¿Solo quiere verlas en topless en la playa? Tienes razón, mucho mejor.
—Prefiero que mi jefe quiera acostarse conmigo a que secuestre a mi
hermana —y se da la vuelta para mirarme de nuevo.
—Quizá por eso te resignas y aceptas sus gilipolleces. Porque en el fondo te
gusta —sugiero con frialdad.
Su cara se sonroja con ira, y creo que he traspasado su barniz. Que he
llegado a la mujer ardiente que hay debajo.
Pero luego respira hondo y se vuelve hacia la mesa, agarrando el cuaderno
que estaba dibujando antes.
—Necesito volver al trabajo.
Observo por encima de su hombro el dibujo incompleto que tiene delante.
No puedo ver mucho, pero sé que no está relacionado con el trabajo.
— ¿Ahora te estoy pagando para que hagas garabatos? —señalo. Ella
intenta cubrir la página con la mano, pero yo la rodeo y le arrebato el
cuaderno.
— ¡Oye! ¡Eso es mío!
—Mientras estés trabajando aquí, tú y todo lo que tienes me pertenece.
Sostengo la página a contraluz. Los trazos a lápiz son ligeros, de color gris
pluma contra la página rayada, pero la visión es clara.
Es una casa alta y estrecha con un porche profundo y sombreado. La
inclinación del tejado es pronunciada y hay un rosetón de vidrieras en el
hastial. Algunos elementos de la casa son más detallados que otros. Por
ejemplo, el porche tiene barandillas muy elaboradas, las marcas de lápiz son
más oscuras en esas zonas. Pero los detalles alrededor del tejado apenas son
visibles. Aún están en su primera pasada de diseño
— ¿Tú has hecho esto? —pregunto, mirándola.
—Es algo que hago cuando me aburro —asiente, mordiéndose el labio
inferior.
—Si puedes dibujar así, ¿por qué trabajas para Roger?
Parece sorprendida por el cumplido solapado. Para su crédito, no los doy a
menudo. Se aparta el cabello de la cara y luego se lanza hacia el cuaderno
una vez más.
Lo mantengo fuera de su alcance.
— ¿Acaso hay dibujos de desnudos aquí o algo así?
—Trabajo para Roger porque algunos de nosotros necesitamos una
estabilidad financiera garantizada —espeta—. No tenía dinero para
malgastarlo en una carrera de arquitectura.
A Belle probablemente le encantaría saber las similitudes en nuestros
antecedentes. Quizá mi historia de ‘pobreza a riqueza’, como la llamó
Giorgos, podría servirle de inspiración.
Pero no estoy aquí para ser la puta inspiración de nadie. Y no necesito que
se identifique conmigo.
Necesito que me escuche.
—Ahora devuélvemelo, gilipollas —escupe de nuevo.
Hojeo las páginas y vislumbro otras casas y edificios que ha dibujado.
— ¿Tal vez haya aquí una representación distinguida de un hombre en
particular en un baño de avión en particular que quieras esconder?
—O un retrato hablado que pueda mostrarle a la policía.
La miro por encima del cuaderno de bocetos.
—Ya probaste la ruta policial. No funcionó.
—Porque no tenía pruebas —y pone su mano en su portátil—. Ahora, tengo
muchas. Hay muchas discrepancias aquí.
La amenaza, aunque sin fuerza, me irrita. Mi vida está llena de amenazas,
pero generalmente las lanzan hombres que tienen algo en que apoyarse.
Belle no tiene nada.
—Si no quieres volver a ver a tu hermana, entonces sí, eso suena como un
plan estupendo.
Parece darse cuenta de mi cambio de actitud. Su ceño se frunce, sus ojos
color avellana me evalúan.
—Tú no eres un asesino.
—Yo no estaría tan seguro. Conozco un baño de avión que puede dar fe de
tu asombrosa falta de juicio.
Aprieta la mandíbula y vuelve a intentar coger el cuaderno. Esta vez, dejo
que lo coja y tire de él hacia ella, pero me muevo con él, negándome a
soltarlo del todo.
En un instante, estoy en su espacio. Ella intenta retroceder, pero yo me
inclino hacia ella.
—No tienes idea de quién soy o de lo que soy capaz —y recorro con la
mirada su rostro en forma de corazón—. Es difícil saber de lo que una
persona es capaz. Yo nunca hubiera imaginado que te follarías a tu jefe para
mantener tu trabajo.
—Tú no eras mi jefe —dice entre dientes.
—No estaba hablando de mí —le digo, negando con la cabeza.
Se necesita un segundo para que la comprensión se asiente sobre ella, pero
cuando lo hace, se pone de pie de un salto.
— ¿Hablas en serio? ¡Nunca he follado con Roger!
Suelto el cuaderno. Golpea sobre la mesa.
—Estás muy desesperada por conservar tu trabajo. Y es obvio que tienes
un... apetito sexual insaciable.
En realidad, no creo que se haya acostado con su jefe, solo intento
provocarla porque me gusta el aspecto de corderito cuando se pone
nerviosa, pero la sola idea retuerce algo dentro de mí. Un hombre tan
asqueroso como él nunca debería llegar a tocar algo tan impecable como
ella.
—Tú fuiste quien me siguió hasta el baño —grita—. Tú... ¡prácticamente
me obligaste!
—’Quiero esto’ —digo, repitiendo lentamente sus palabras, las cuales se
han estado reproduciendo en mi mente desde que nos conocimos—.
‘Quiero correrme’. ¿Suena eso como alguien que fue forzado?
Incluso retorcido por el odio, su rostro es hermoso. La punta de su barbilla,
la carnosidad de sus labios. Ella no tiene algún ángulo o expresión fea.
—Te desprecio.
Doy un paso adelante, aprisionando a Belle entre mi cuerpo y la mesa de la
sala de conferencias.
—No mientas.
—No soy una mentirosa —sisea, enfrentándose a mí a pesar de que es
quince centímetros más baja—. Sobre nada. No me acosté con mi jefe. Y
realmente te odio.
— ¿No mientes?
—No.
—Vale —Levanto mi mano y ahueco su delicada mandíbula. Puedo sentir
su pulso aleteando contra mis dedos. Arrastro mi mano más abajo, hacia el
hueco debajo de su clavícula—. Entonces responde a esto, princesa: ¿te
hago mojar?
Se pone rígida bajo mi toque y presiona sus muslos como si estuviera
preocupada de que bajara a comprobarlo.
Para ser justos, lo estoy considerando.
—Ni en tus sueños más locos.
Sacudo la cabeza y deslizo mi dedo hacia abajo, girando alrededor de su
pezón claramente puntiagudo. Su espalda se arquea ante mi toque y me río.
—Mentirosa.
— ¡No miento!
—Desear que no te sientas atraída por mí no significa que no lo estés.
Sus mejillas tienen ahora un hermoso color rosa y sus labios están
entreabiertos, jadeando, mientras su cuerpo responde a lo cerca que
estamos.
Mi cuerpo también está respondiendo. Belle baja la mirada y se da cuenta.
—También te sientes atraído por mí.
—Mucho —acepto, asintiendo con la cabeza.
Ella no esperaba la honestidad, pero yo no tengo nada que ocultar.
—No tengo el hábito de follar con personas que no me atraen —continúo
—. Pero dada tu situación con Roger, tal vez no entiendas cómo es eso.
Belle me da un puñetazo en el pecho.
—No estoy follando con él, gilipollas.
Agarro su brazo y lo giro para que su muñeca esté contra mis labios. Hace
un esfuerzo a medias por apartar el brazo, pero sus ojos están fijos en mi
boca.
— ¿Es por eso que estás haciendo todo esto? —susurra ella—. ¿Porque... te
gusto?
Las palabras de Arslan resuenan en mi cabeza, pero las aparto. Le digo a
ella lo mismo que le dije a él:
—Me gustaría estar dentro de ti. Hay una diferencia.
Ella arruga la nariz.
—Eres repugnante.
—Pronto te librarás de mí —digo, mordisqueando la delicada vena azul de
su muñeca—. Mis enamoramientos no duran mucho.
Ella tiembla, su cuerpo vibra con un deseo palpable. El esfuerzo que hace
falta para no presionarla contra el escritorio y ceder a lo que ambos
deseamos es agotador.
Pero algunas cosas son mejores cuando se trabaja por ellas.
Ella deja escapar un suave gemido de frustración.
— ¿Qué pasa? ¿No puedes dar placer a una mujer a largo plazo? ¿Se
aburren con tus trucos?
Le agarro la muñeca y me rodeo el cuello con su brazo, acercándonos aún
más. Belle jadea, pero nuestros cuerpos ya están amoldados, mi boca
pegada a su oreja.
—Te corriste en mi polla dos veces, en caso de que lo hayas olvidado. Pero
si eso no es prueba suficiente, te daré una probada la próxima vez.
—No habrá una próxima vez —escupe, mientras pone sus manos en puños
en mi camisa.
—La habrá —le aseguro—. Y como la primera vez, me lo pedirás. Me
rogarás que te haga sentir bien. Y lo haré. Primero, con la mano. Luego,
cuando todavía estés temblando por tu liberación, usaré mi boca y te lameré
hasta que grites.
Ella inhala con fuerza, pero sus caderas rozan las mías. Aunque lo niegue,
Belle no puede evitar buscarme.
Sé que volveré a correrme en mi propia mano esta noche, pero valdrá la
pena cuando la doblegue. Cuando finalmente se someta a mí.
Esta es mi obra maestra en proceso.
—Y cuando eso ya no sea suficiente, te clavaré mi polla hasta que no
puedas soportarlo. Hasta que tu cuerpo esté demasiado agotado físicamente
por el placer para moverse. Te volveré loca por mí, corderito. Te haré
estallar. Arruinaré esa linda carita tuya con mi semen. Y entonces terminaré
contigo para siempre.
Siento el aire salir de sus entrañas. Se hunde contra mí, la decepción y el
dolor pesan sobre ella. Pero antes de que pueda decir una palabra, me alejo
y salgo de la habitación.
8
BELLE

Por la mañana, me duele la muñeca. Y la vergüenza se asienta en mi


estómago como un bloque de plomo.
Nikolai Zhukova es un monstruo. Es un criminal y un mentiroso. Un
secuestrador y un malversador. Él es todo lo que debería odiar.
Entonces, ¿por qué llegué anoche y me pasé una hora en el jacuzzi
intentando, sin conseguirlo, correrme?
Ni hablar de dos veces seguidas, si ni siquiera pude correrme una vez.
Lo deseaba... desesperadamente. Pero el placer estaba fuera de mi alcance.
Imaginé a Nikolai sosteniendo mi orgasmo frente a mí, colgándolo como
una zanahoria mientras yo gemía y jadeaba tras él. Todo lo que tenía que
hacer era rendirme ante él. Si me hubiera permitido volver a imaginar todas
las palabrotas que me había susurrado al oído en la sala de conferencias,
probablemente me habría ahorrado el dolor de muñeca.
Pero no pude. No podía.
Nikolai es un cáncer. Si le dejo entrar, se replicará, duplicándose y
triplicándose y tragándose todo el Belle que encuentre hasta que no quede
nada de mí.
Cuando me voy, Elise sigue dormida, tumbada en la cama con un antifaz de
seda sobre los ojos. No hace falta dejar veinte en la mesa para comer,
porque Nikolai nos da servicio de habitación ilimitado y gratuito.
Dios, lo odio por eso.
Y odio no poder odiarle más
Cuando llego a Zhukova Incorporated, me dirijo directamente a la sala de
conferencias y deshago mis valijas. Hoy no me entretengo ni hago
garabatos. Tengo que superar esta falsa ‘auditoría’ lo antes posible y
largarme de aquí. Cuanto antes llegue a casa, antes podré empezar a borrar
a Nikolai Zhukova de mi memoria.
—Aunque eso podría requerir una lobotomía —murmuro.
— ¿Disculpa?
La voz femenina detrás de mí me hace dar un respingo. Me doy la vuelta y
veo a la asistente ejecutiva de recepción en la puerta. Hoy lleva un vestido
blanco ajustado con una abertura en el muslo más apropiado para una noche
de discoteca con las chicas que para un día en la oficina. El pelo le cae
sobre los hombros con ondas negras y brillantes, del tipo que dice me he
levantado muy temprano para estar perfecta.
—Me has asustado —río nerviosamente.
Ella no me devuelve la sonrisa.
— ¿Has dicho algo?
—No —digo—. Bueno, sí, pero estaba... estaba hablando sola. No es nada.
Su ceja perfecta se arquea. Me siento como un insecto bajo un microscopio.
—Vale. Bueno, el Sr. Zhukova quiere verte.
— ¿A mí? —Me siento estúpida en cuanto lo digo. Por supuesto, se refiere
a mí—. ¿Por qué?
—Porque le gustaría verte.
Contengo un gemido. Ella suena como su jefe.
Pregunta: ¿Por qué?
Respuesta: Porque yo lo digo.
Cierro el portátil y la sigo fuera de la habitación.
Sus largas zancadas la llevan medio pasillo por delante de mí, y ella no hace
ningún esfuerzo por aminorar la marcha o esperarme. Así que me apresuro
a seguirla, medio trotando.
— ¿Llevas mucho tiempo trabajando para el Sr. Zhukova? —pregunto.
Levanta la barbilla y me mira por encima del hombro.
—Sólo unos meses. Soy nueva. Pero el señor Zhukova me ofreció el trabajo
él mismo.
Sí, tiene sentido. La mujer es una bomba. Y Nikolai dijo que su capacidad
de atención es corta. Imagino que el proceso de la entrevista fue... poco
ortodoxo.
Pero en cuanto se me cruza ese pensamiento por la cabeza, y mientras el
calor tan obvio que debería haber visto venir se enciende entre mis muslos,
lo reprimo.
No tiene importancia. Nada de esto importa.
— ¿Alta tasa de rotación? —pregunto.
—El Sr. Zhukova no soporta la incompetencia.
Vaya. No me había dado cuenta de que Nikolai tenía su propio equipo
trabajando en la recepción. Quiero preguntar si todas las recepcionistas
anteriores eran también antiguas o futuras modelos, pero creo que ya sé la
respuesta.
Me duele la mandíbula. Me doy cuenta de que estoy apretando los dientes.
Cuando la recepcionista llama a la puerta de Nikolai, me obligo a respirar
hondo.
Relájate. Unos días más y esto habrá terminado
Durante dos gloriosos segundos, ese pensamiento me tranquiliza. Pero
cuando la puerta se abre, la tensión vuelve con fuerza.
—Hola —ronronea la recepcionista a través de la rendija de la puerta, su
voz infinitamente más cálida de lo que nunca fue conmigo—. Se la he
traído.
Hace que suene como si yo fuera un hueso que le enviaron a buscar.
—Puedes dejarla entrar, Bridget, —dice Nikolai. No iguala su calidez, pero
claro, por supuesto que no. No lo necesita.
Ella le adulará, y todo lo que él tiene que hacer es existir. Sonreirá, se la
follará hasta que esté destrozada como yo, dependiente de él para
liberarse... y luego la devolverá a la naturaleza.
Bridget retrocede, con expresión de suficiencia.
—Avíseme si necesita algo más, Sr. Zhukova.
Como un rapidito antes del almuerzo, parece tener justo en la punta de su
lengua.
Me apresuro a pasar junto a la recepcionista y cierro la puerta en su
estúpida y perfecta cara.
— ¿Querías verme? —pregunto, volviéndome hacia él sin mirarlo a los
ojos. La razón es que, si lo miro a los ojos, recordaré lo que me dijo anoche
mientras me presionaba contra la mesa de la sala de conferencias. Perderé la
poca dignidad que he logrado reunir.
—Quiero verte —dice—. Pero también quiero hablar contigo.
Mis ojos saltan a los suyos antes de que pueda detenerme.
—Qué mono —digo con sarcasmo.
—No es mono. Sólo honesto. Igual que lo fui anoche.
Mi corazón late con fuerza en el pecho, y estoy segura de que él puede
oírlo.
—Tengo mucho que hacer hoy. ¿Qué quieres de mí?
Se pone de pie, devastador en sus pantalones de traje azul marino a la
medida y una camisa azul pálido. La tela se ciñe a sus bíceps y al plano de
sus abdominales. Quiero pasar los dientes por sus músculos y comérmelo
como si fuera un bufé.
—No creo que tengamos tiempo para hablar de todo lo que quiero de ti,
Belle.
Mi lista es corta: quiero matarlo.
—Pero —continúa, caminando alrededor de su escritorio y apoyándose en
el borde frontal—, me gustaría saber que entiendes lo que está en juego
aquí.
— ¿Tus antecedentes penales? —rodando mis ojos en blanco.
Su nariz se tuerce en una sonrisa sin gracia.
—No es lo que está en juego para mí. En realidad, puedo perder muy poco
si reúnes pruebas para usarlas contra mí. No soy tan fácil de atrapar como
crees. No, quiero asegurarme de que entiendes lo que está en juego para ti.
Porque anoche...
—Ya me has amenazado, Nikolai. Entiendo...
—No había terminado —ladra.
Sus pupilas se dilatan, el negro se come el gris. Siento la energía que emana
de él. Mi confianza se debilita ante su auténtica ira.
Se aclara la garganta y vuelve a relajarse.
—Anoche, me amenazaste.
—No hablaba en serio —digo rápidamente—. Revisa mi cuaderno si
quieres. Realmente no tengo un retrato tuyo allí.
—Por tu bien, espero que no lo tengas. Porque como dije anoche, tengo
planes para los dos, Belle. Pero si vas a traicionarme, esos planes pueden
cambiar.
Un futuro lleno de orgasmos múltiples pasa por mi mente. Trago saliva y
me los trago.
—Los únicos planes que tengo son terminar esta auditoría e irme. Nada
más.
Nikolai sonríe.
— ¿No quieres quedarte a jugar?
—Quiero hacer mi trabajo e irme.
Se levanta de la mesa y me rodea como un tiburón a un buzo. Excepto que
yo no tengo el lujo de una jaula protectora.
—Sé más específica.
—Quiero completar la auditoría, subirme a un avión con mi hermana y
volar a casa en la ciudad de Oklahoma —digo en un suspiro.
—Pero, ¿vas a hacer la auditoría a tu manera? —pregunta, deteniéndose
justo detrás de mí—. ¿O a mi manera?
—Ya te lo he dicho. Voy a hacer mi trabajo y...
De repente, Nikolai se presiona contra mi espalda. Su mano contra mi
estómago.
— ¿Cuál es tu trabajo, Belle?
Se me atasca el corazón en la garganta y tengo que tragar saliva para
encontrar la voz.
—Soy contable. Estoy aquí para completar la auditoría y redactar el
informe final para...
—No —y su mano se mueve lentamente hacia abajo, enviando enjambres
de mariposas revoloteando a través de mí—. ¿A quién has venido a
complacer, Belle?
—No... No sé a qué te refieres —y cierro los ojos con fuerza, como una
cobarde. Debería empujarlo lejos, debería salir corriendo de esta
habitación... pero quiero que su mano baje. Quiero la liberación que no
pude encontrar anoche.
Que Dios me ayude, lo deseo.
Con un simple movimiento de los dedos, me desabrocha los pantalones.
— ¿Vas a obedecerme, lapochka?
Recostarme contra él se siente como estar en un sueño. Su calor y su olor y
la sensación de sus dedos moviéndose sigilosamente hacia abajo, bajando y
bajando...
—Sí —jadeo.
Se desliza por mi raja, abriéndome antes de meterme un dedo. Gimo y me
muerdo el labio.
— ¿Recuerdas cuando estaba dentro de ti? —Ruge en mi oído—. Cuando te
penetré desde atrás.
Descanso mi cabeza en su hombro, con los ojos cerrados. Me acaricia
lentamente. Tortuosamente.
—Pensé en eso anoche —admito, hablando tan bajo que apenas puedo
escucharme.
Nikolai desliza un segundo dedo dentro de mí.
— ¿Lo pensaste? Buena chica.
Asiento con la cabeza, aún con los ojos cerrados.
—Me toqué después de irme. Yo... yo necesitaba esto. Liberarme.
— ¿Lo conseguiste? —pregunta mientras su pulgar hace círculos en mi
clítoris.
—Oh Dios —gimo. Me siento demasiado bien para avergonzarme. Para
abochornarme. Para sentir otra cosa que no sea placer y un dulce, dulce
alivio.
— ¿Conseguiste lo que buscabas? —pregunta de nuevo.
Niego con la cabeza.
—No pude apagar mi cerebro.
—Como lo hiciste en el baño del avión —susurra—. ¿Te acuerdas? ¿Cómo
te hice olvidar? No importaba que fuera contra las reglas o que la gente
pudiera oírnos. Simplemente disfrutaste. Menuda pasada.
Rechino descaradamente contra su mano. Con cada roce de sus dedos, me
está llevando cada vez más cerca del borde, y estoy lista para saltar. Puede
que me queme antes de que acabe, pero al menos el dolor en mi interior
habrá desaparecido.
—La vida es eso —continúa—. Se trata de lo que te hace sentir bien. Lo
que te beneficia. A la mierda todo y todos los demás.
En algún lugar de mi cabeza, siento un cosquilleo de inquietud. Una
pequeña señal de alarma que lucha por hacerse oír por encima del zumbido
de la sangre en mis venas, la mayor parte de la cual corre directamente entre
mis piernas.
Nikolai mueve los dedos a un ritmo que parece imposible, bombea dentro
de mí mientras trabaja mi clítoris. Me tiene en sus manos, flácida y
necesitada.
Y entonces siento que el orgasmo llega. Mi cuerpo se tensa, preparándose
para la liberación.
Quizá Nikolai tenga razón. La vida es sólo lo que te hace sentir bien. ¿Qué
más hay? Podrían ofrecerme mil millones de dólares ahora mismo y no
podría, por mi vida, dar otra respuesta
—Me voy a correr —digo entre dientes, meciendo mis caderas en su mano.
Estoy a segundos de distancia. Sólo unos cuantos pulsos más y...
—Córrete para mí —sisea contra mi cuello—. Te volveré loca, hermosa
Belle. Sométete y te daré lo que no puedes darte a ti misma.
Vuelvo a sentir ese cosquilleo y, de repente, me golpea: es mi conciencia.
Mi cuerpo se tensa, pero no con un orgasmo.
Con pánico.
De alguna manera, me las arreglo para romper el hechizo que tejió a mí
alrededor. Agarro la muñeca de Nikolai y lo saco de mis pantalones. Luego
me doy la vuelta, desesperada por separarme de él.
—No me toques.
—Es un poco tarde para eso —dice y levanta la mano, brillante con mis
jugos. Luego desliza lentamente sus dedos en su boca.
¿Qué tan jodida estoy que me excita como nada antes? La puta
desvergonzada que tengo entre las piernas se retuerce, como un grito
lastimero que me pide que me baje de mi pedestal moral y deje que este
hombre maravilloso me meta los dedos hasta el éxtasis.
—No —digo, señalando con un dedo en su dirección—. No volveré a
hacerlo. No importa que seas atractivo y que se te dé bien burlar todas mis
defensas...
—Bueno, gracias.
Estrecho los ojos.
—No es un cumplido. Nada de eso importa porque sigues siendo un
criminal. Y no voy a dejar que me conviertas en ti.
Nikolai se encoge de hombros.
—Yo no estaría tan seguro. Creo que, dado lo que tengo sobre ti, puedo
conseguir que hagas o seas lo que me dé la gana.
—Tú no eres un asesino —digo, repitiendo lo que le dije anoche—. No
lastimarás a Elise.
—Quizás tengas razón, quizás estés equivocada —y se encoge de hombros
—. Pero con este video, no importa. No tendré que matar a nadie.
— ¿Qué? ¿Qué video?
Se me aprieta el pecho, el corazón me salta latido tras latido hasta que tengo
que llevarme una mano al pecho para asegurarme de que no me va a dar un
paro cardíaco.
Señala la esquina superior de la habitación y luego mueve sus dedos aún
húmedos.
—Saluda a la cámara, Belle. Eres una estrella.
Sigo su señal y veo un pequeño punto rojo que no vi antes. Mi cuerpo se
entumece.
— ¿Tú... tú nos grabaste?
Él sonríe.
—Y fue mucho más fácil de lo que pensé que sería. Gracias por tu
cooperación.
La sonrisa en su rostro es tan completamente opuesta al horror y la
confusión que palpita a través de mí que me lanzo hacia él. Levanto mi
brazo, lista para abofetearlo. Pero antes de que pueda siquiera acercarme,
Nikolai me arrebata el brazo en el aire y me hala contra su cuerpo.
—No te obligué a abrir las piernas, Belle. Lo has elegido tú sola. No te
enfades conmigo.
—Te odio —escupo—. Te odio tanto.
Arquea mi espalda, inclinándose sobre mí, así que me veo obligada a
mirarlo a los ojos.
—Bien. Ódiame Entonces. Pero a menos que quieras que nuestra pequeña
cinta salga a la luz, harás lo que te diga.
El miedo me revuelve el estómago.
—No puedes chantajearme para tener sexo contigo.
—Y está claro que no tengo por qué hacerlo —resopla—. La garantía no es
por sexo. Es por la auditoría. Dijiste que tus amenazas de anoche eran
vanas, pero no se llega a ser tan poderoso como yo arriesgándose. No me
dejaste otra opción.
Aprieta su agarre alrededor de la muñeca que me lastimé anoche. La que
está adolorida por tocarme mientras pensaba en él.
Resulta poético, en cierto modo, que me la agarre ahora. Un recordatorio
del peligroso control que tiene sobre mí. El agarre que necesito hacer todo
lo posible por romper.
Finalmente, me suelta.
—Si tú y yo nos llevamos bien… si necesito liberar esta garantía o no…
todo está en tus manos ahora, Belle. Elige sabiamente.
9
NIKOLAI

—Tu chica está muy concentrada en su trabajo —dice Arslan mientras entra
a mi oficina.
—Entonces la envidio.
Él se ríe y se deja caer en la silla de cuero.
—Si no te gustan mis visitas, entonces quítame la autorización. ¿Sabías que
Stan, el de seguridad, ya ni siquiera comprueba mi identificación?
Simplemente me deja subir.
—Probablemente también esté molesto contigo. Tal vez por el bien de
ambos, te prohibiré la entrada al edificio.
Arslan solo se ríe de nuevo. Él sabe que no lo haré. Más concretamente, no
puedo. Es mi mejor amigo y mi mano derecha, y ha sido ambas cosas desde
que tengo memoria.
Además, también es mi mayor grano en el culo. Aunque Belle le sigue de
cerca.
Se inclina hacia delante con impaciencia.
— ¿En que estas trabajando? Déjame ayudar.
—Debes estar aburrido.
—No ha habido nada que hacer desde que te portaste bien con los griegos.
—Deberías estar agradeciéndome —digo—. Menos gente que matar.
—Bueno, ¿y si me gustara matar?
—Entonces mueve el culo y descubre cómo acabar con la mafia Battiato.
—Como si fuera tan fácil —se burla él.
—Exacto —señalo—. Por eso necesito que vayas a hacer tu trabajo y me
dejes hacer el mío.
— ¿Qué estás haciendo ahora?
Cierro de un tirón el expediente de Belle.
—Estaba repasando la información que me diste ayer.
Y mirando a su escoria de ‘jefe’. Si Belle no va a defenderse, quizá sea hora
de que alguien lo haga por ella. Pero decido no mencionarle esa parte a
Arslan. Me echaría la bronca y no estoy de humor.
— ¿Estudiando sobre ella y deseando que hubiera incluido fotos a todo
color? —sonríe.

L una mueca Resulta que me echará la bronca de todos modos, sin


importar qué.
—Está justo al final del pasillo, mudak. ¿Qué clase de patético imbécil sería
yo aquí sentado mirando fotos cuando podría ir andando veinte metros y
tener la real?
A decir verdad, llevo toda la mañana luchando contra las ganas de ir a ver a
Belle. Desde nuestra pequeña discusión en mi oficina esta mañana. Pero
quiero darle mucho tiempo para pensar. Tiempo para tomar la decisión
correcta.
Tiempo para entender que lo que digo se hace.
—Eso no fue una negación —señala Arslan.
—Porque te conozco demasiado bien. No quiero desperdiciar mi aliento.
—Más de dos décadas de amistad es mucho tiempo —Me lanza una mirada
de soslayo—. El tiempo suficiente para reconocer cuándo estás colgado por
una mujer.
—Por el amor de Dios, Arslan.
—Escúchame —dice más sobriamente que antes—. Obviamente, te estoy
echando mierda. Es mi pasatiempo favorito. Pero también hablo en serio.
—Nunca hablas en serio.
Me pone su mejor aproximación de cara severa.
—Es por eso que deberías escucharme ahora.
Suspiro y le hago señas para que siga.
—Bien. Di lo que tengas que decir.
—He estado contigo desde casi el principio, hermano, —dice—. Estuve ahí
cuando eras sólo un pequeño gamberro sin un centavo. Pero siempre has
tenido empuje. Enfoque. Tu familia lo perdió todo a manos de los Battatios,
y tú estabas decidido a llegar hasta la cima y hacérselo pagar.
— ¿Estás diciendo que he perdido mi enfoque? —digo y me cruzo de
brazos.
—No —me hace señas para que me espere—, pero...
—’Pero’ implica que crees que he perdido el enfoque —le gruño.
—Le prometiste a Simatou que serías exclusivo para con su loca hermana.
—Le dije que no haría el amor con nadie más —le recuerdo.
—Oh, chico listo, te ganaste un caramelo. Vamos, Nikolai, los dos sabemos
que esa mierda no se sostendrá.
—Xena aún no es mi esposa.
Arslan se ríe.
—Me encantaría oírte explicarle a esa zorra demente cómo follarse con los
dedos a tu contable no constituye engaño. Justo después de que le expliques
la diferencia entre ‘follar’ y ‘hacer el amor’. No dirás ni dos palabras antes
de que te dé un puñetazo en la garganta, y te lo merecerás.
Mis ojos se abren.
— ¿Cómo sabías que...? Maldita sea, Arslan, ¿me estás espiando??
—No. Y ahora no necesito hacerlo —dice Arslan, luciendo demasiado
complacido de hacer que me delatara a mí mismo—. Bridget me dijo que
Belle estaba en tu oficina. Ella lucía enojada por ello. Supuse que algo
había pasado, así que fanfarroneé. Y di en el clavo. ¡Un puto bingo!
—Bridget necesita mantener su maldita boca cerrada —refunfuño.
—Tal vez lo haría, si te la estuvieras follando a ella en lugar de a la
cerebrito de los números.
Levanto mis manos.
— ¿Intentas evitar que engañe a Xena o lo fomentas? Decídete de una
maldita vez.
—No te estoy diciendo que hagas nada. Ambos sabemos que no serviría de
nada.
—Eso es verdad.
Arslan pone los ojos en blanco.
—Solo digo… has trabajado mucho tiempo para llegar donde estás. Y
ahora, estás al borde de algo grande. No quiero que nada, ni nadie, te
distraigan de ello.
Frunzo los labios.
—Haría falta mucho más que una pelirroja con un buen culo para
distraerme de mis objetivos.
—Bien. Estupendo. Maravilloso —dice Arslan—. Entonces me bajo del
estrado y vuelvo a mis tonterías habituales, ¿vale?
—O podríamos saltarnos las gilipolleces y…
—Pero, ¿hay una cinta de tu espectáculo de dedos esta mañana? Por favor,
dime que hay un video. Quiero mirar. La mierda gratis en Internet ya no me
sirve.
Señalo la puerta.
—Vete a la mierda.
—Estaba bromeando —y se ríe. Luego se encoge de hombros—. Vale, no lo
estaba. Pero sabía que dirías que no. Sin embargo, lo grabaste, ¿verdad?
—Obviamente.
Arslan suspira.
—Tu trabajo es mucho mejor que el mío. Quiero decir, yo me paso el día
recopilando información y rastreando a viejos borrachos por la ciudad. Y tú
estás en tu oficina teniendo sexo con chicas como garantía.
—Si la promesa de sexo te saca de esta habitación, entonces vete —digo—.
Le pagaré a alguien para que tenga sexo contigo; solo ve a buscar a la dama
desafortunada y pídele que diga su precio. Pero ahora mismo, por el amor
de Dios, vete.
—Tal vez llegue a la contable —dice, moviendo las cejas—. Puedo pasarme
por la sala de conferencias al salir. No hay tal cosa como demasiada
garantía, ¿verdad?
Algo afilado me atraviesa.
—Ni siquiera la mires, joder, —ladro, antes de que poder controlarlo.
La boca de Arslan se convierte en una sonrisa.
—Mensaje recibido, capitán.
—No me gusta compartir —gruño—. Y aún no he terminado con ella.
Eso es todo. Le he prometido a Belle orgasmos que le crisparán los dedos
de los pies. Tenemos una ‘próxima vez’ que esperar. Y no acepto los
segundos de Arslan. No acepto los segundos de nadie.
—Estaba bromeando, de todos modos —dice—. No me gusta que me miren
y ella tiene una niña allí con ella.
— ¿Una niña?
—Su hermana, Elise —y señala la carpeta frente a mí—. Tiene catorce
años, es una estudiante C y tiene una cuenta secreta de Instagram que su
hermana no conoce.
—Bueno saberlo.
—Y es por eso que aguantas mi mierda —dice Arslan, girándose para salir
—. Porque soy el mejor en el negocio.
Pongo los ojos en blanco. Pero no se equivoca.
En cuanto Arslan se va, me levanto y salgo al pasillo. Esto es una oficina,
no una guardería. No voy a ceder el ático en El Zinc para que Elise se pasee
por mi despacho todo el día.
En cuanto doblo la esquina, veo a Belle y a Elise a través del cristal. Elise
se pasea como un animal enjaulado mientras Belle le habla tranquilamente.
Avanzo por el pasillo y me detengo ante la puerta abierta.
—No puedes salir de la habitación del hotel sin decírmelo —dice Belle.
— ¡Te envié un mensaje de texto!
—Y estoy trabajando —argumenta Belle—. Me diste cuatro minutos para
responder antes de irte. La única razón por la que sé dónde estás ahora
mismo es porque el conductor...
—Es un mentiroso —termina Elise—. Le di la dirección y me trajo aquí.
Dijo que fue por orden del Sr. Zhukova.
—Gracias a Dios por eso.
Sonrío. Me sorprende que Belle pueda decirlo sin estallar.
Sabía que haría falta algo más que servicio de habitaciones ilimitado y
horas interminables de televisión para mantener a una niña de catorce años
encerrada en Nueva York. Así que le pedí a mi chófer, Gora, que aceptara
llevar a Elise adonde quisiera, pero luego la dejara en Zhukova
Incorporated.
—Habría estado bien —dice Elise—. Estaré bien. Zach es realmente
agradable.
Belle resopla.
— ¿Y lo sabes porque has pasado una hora con él?
—Dos horas —argumenta ella—. Me senté con él mientras limpiaba.
Arrugo la frente. Zach. ¿Conozco a un Zach?
Belle niega con la cabeza.
—Por supuesto. Qué suerte la mía. Estamos en un hotel que contrata a
hombres de veinte años como criadas.
Mierda. Zach es un nuevo empleado. Un primo de uno de los lavaplatos de
la cocina. No suelo estar al tanto de las contrataciones, pero la Directora
General me llamó ella misma para preguntarme qué hacer. Contrataron a
Zach como ayudante de camarero, pero era inapropiado con los clientes. Le
dije que lo pusiera de camarero. Renunciará en una semana, le había
asegurado.
Al parecer, el hijo de puta tenía un poco más de poder de permanencia que
eso. No por mucho tiempo, sin embargo.
— ¡Es un buen tipo! —argumenta Elise.
—Es demasiado mayor para ti —Belle respira hondo—. Lo siento. Sé que
te gusta, pero ni siquiera debería haber hablado contigo.
— ¡Es el único que me habla!
— ¿Qué significa eso?
—Significa que tú nunca estás cerca —espeta Elise—. Siempre estás
trabajando.
Los hombros de Belle se hunden.
—Mira, E, este es un gran proyecto. Ya estoy atrasada y...
—No solo aquí. En casa, también. Te levantas temprano y vuelves tarde.
Demándame por tratar de encontrar compañía humana.
Belle gira la cabeza hacia un lado. Capto un vistazo de su mandíbula. De la
tensión que está sosteniendo, sus dientes apretados. Luego, con un esfuerzo
coordinado, lo deja ir todo.
—Sé que no estoy mucho últimamente, y lo siento —dice ella—. Me alegro
mucho de que vivas conmigo, pero cuesta dinero. Tengo que hacer horas
extras cuando puedo para pagarlo todo. Espero que las cosas se calmen
pronto. Pero hasta entonces, necesito que...
— ¿Que me calle y no te estorbe?
—Eso no es lo que yo dije.
—Pero es lo que quisiste decir —le dice ella.
Belle se acerca a ella, pero Elise se aparta. Ella suspira y deja caer su mano.
—Te quiero conmigo, Elise. Sí. No te habría traído a vivir conmigo si no
fuera así. Pero va a tomar un poco de ajuste. Solo necesito que cooperes
conmigo hasta que pueda resolverlo todo, ¿de acuerdo?
Belle y Elise no son como ningunas hermanas que haya visto. Belle es casi
maternal con Elise. Y supongo que tiene sentido. Su madre es un puto
desastre, así que, a menos que Belle quiera que Elise crezca con una yonqui
narcisista como modelo, no tiene más remedio que hacer de mamá.
Aun así, es impresionante. Tal vez Elise no puede ver exactamente lo
impresionante que es, pero yo sí.
Se necesita mucho para que un niño rompa el ciclo de la adicción. Y Belle
está intentando salvar a Elise de sí misma.
—Vamos —dice Belle, evitando que Elise tenga que pensar en una
respuesta—. Vamos a almorzar y luego te llevaré de regreso al pent-house.
Me doy la vuelta y me alejo antes de que puedan verme.
Algunas cosas hay que dejarlas estar.
10
NIKOLAI

Es tarde cuando oigo pasos en el pasillo.


La tarde se me ha escapado como suele ocurrir. Siempre hay algo que hacer.
Arslan dice que soy un adicto al trabajo, pero ni siquiera él entiende la
presión. Él ve la mitad trasera de mi trabajo. La mitad clandestina.
Pero Zhukova Incorporated, por mucho que sea una tapadera para la Bratva,
es un negocio en sí mismo. Tengo dos organizaciones en expansión que
dirigir, por no mencionar el hotel y los bares y restaurantes en los que he
invertido. No me falta nunca mierda que hacer.
La cabeza a la cabeza, como se suele decir, o como coño se diga.
Cuando levanto la vista, mis ojos tienen que ajustarse. Hace horas que no
necesito ver más allá de mi escritorio. La puerta se ve borrosa durante un
segundo. Pero entonces parpadeo y veo claro.
Y la veo a ella.
Belle está de pie en la puerta, con el pecho agitado. Sigue llevando los
pantalones de vestir y la camisa abotonada de esta mañana, aunque ahora
parecen más desaliñados.
Y sus ojos están llenos de terror
—Se ha ido —dice con voz áspera, agarrando ambos lados de la puerta.
Sus mejillas están sonrojadas. Claramente está molesta y aunque ahora no
es el momento de pensar en cómo se sentiría, cálida y respirando con
dificultad debajo de mí, el pensamiento cruza mi mente de todos modos.
— ¿Quién se ha ido? —le pregunto.
—Elise —gime ella—. Regresé al hotel, pero ella no está.
—Por el amor de Dios. ¿No la escoltaste de vuelta al pent-house a las…? —
Miro el reloj—. Hace ocho horas.
Maldita sea. Ha pasado incluso más tiempo de lo que pensaba.
Ella frunce el ceño.
— ¿Cómo supiste eso?
—Yo lo sé todo.
— ¡Entonces dime cómo recuperarla! —grita ella.
—No sé dónde está. A diferencia de la última vez, no soy responsable de la
desaparición de tu hermana.
La línea entre sus ojos se suaviza y se muerde el labio inferior.
—Lo sé. Mierda, lo sé. No estoy aquí porque... ¡maldita sea! ¿Por qué hizo
esto?
Belle está enojada, pero no conmigo. Está enfadada con Elise. Y con ella
misma.
La única razón por la que está aquí es porque...
—Crees que puedo ayudar —proclamo. No es realmente una pregunta,
porque ya sé la respuesta.
—No seas engreído —se queja.
Sonrío de todos modos.
— ¿Tienes alguna idea de dónde puede haber ido?
Me tiende un papel con las palabras ‘Ruby Room—BBL’ garabateadas en
el centro. Elise ha firmado al pie.
—Vale —le digo, arqueando una ceja—. Entonces no estoy seguro de por
qué necesitas mi ayuda. Sólo ve a buscarla.
—Lo intenté —grita ella—. Fui a la discoteca, pero no me dejaron entrar.
Dejaron entrar a una chica de catorce años, lo que anuncié a gritos a todos
los que esperaban fuera, pero se negaron a dejarme entrar.
—Bueno, ese fue tu primer error.
— ¿Qué? —contesta y frunce el ceño
—Gritar que estaban infringiendo la ley. Podrían perder la licencia de
licores o algo peor si las autoridades se enteran de que no fichan a las
chicas.
—Por supuesto que te pondrás de su parte. Los malos se mantienen unidos.
Pongo los ojos en blanco.
— ¿Quieres mi ayuda o no?
—Sí —asiente, apretando sus rosados labios en un puchero de frustración.
—Vale. Entonces quítate esa ropa.
Los ojos de Belle se abren de golpe.
— ¿Qué? ¿Estás...? ¿Qué? ¡No! ¡No me voy a acostar contigo por tu ayuda!
Por el amor de Dios, eres repugnante. Repulsivo. Eres...
Dejo de escuchar. Mientras Belle sigue despotricando contra mí, me doy la
vuelta y abro el armario que tengo detrás. En el estante inferior hay una caja
rectangular poco profunda envuelta en un lazo de satén negro. La saco y la
dejo caer sobre mi escritorio con un suave golpe.
Belle se sobresalta.
— ¿Qué es eso?
—Ábrelo y descúbrelo.
Sus ojos todavía están entrecerrados con sospecha hacia mí, pero abre la
tapa como si esperara que le saliera una serpiente.
Cuando ve lo que hay dentro, respira sorprendida.
— ¿De dónde has sacado este vestido?
—Algo que tenía por ahí.
No es una mentira. Simplemente no es toda la verdad.
Saco el material verde bosque y lo coloco sobre mi brazo.
—Póntelo.
Me lo quita de las manos como si fuera algo valioso, que en realidad no está
muy lejos.
— ¿Por qué?
—Porque la segunda razón por la que el portero no te dejó entrar es por tu
ropa.
— ¿Qué tiene de malo mi ropa? —y se gira sobre cada pierna como si
estuviera inspeccionando sus pantalones de lana en busca de rasgaduras o
manchas.
—Estás cubierta desde el tobillo hasta el cuello —digo y me acerco,
separando ligeramente el cuello de su camisa. Lo suficiente para revelar el
más mínimo indicio de escote—. Muestra un poco de piel y habrás entrado
fácilmente.
Ella se aleja de mí y frunce el ceño.
—No estoy segura de sí sentirme ofendida o halagada.
—Lo poco que sé de ti hasta ahora, es ambas cosas —le digo—. Ahora,
cámbiate e iremos a buscar a tu hermana.
—Vale. Date la vuelta.
— ¿Hablas en serio? —digo con burla.
—Sí.
—Te he visto, en caso de que lo hayas olvidado. Todo de ti. No creo que
haya mucho misterio entre nosotros.
—No se trata de misterio. Se trata de la decencia —dice ella—. De lo cual
no tienes nada.
—Correcto.
Belle me mira fijamente durante un largo segundo, pero cuando me cruzo
de brazos y vuelvo a mirarla fijamente, encorva los hombros.
—Bien —dice y procede a ponerse el vestido de seda sobre su ropa.
— ¿Qué diablos estás haciendo?
—Fui salvavidas tres veranos seguidos —dice mientras busca debajo del
vestido y comienza a desabotonarse la camisa—. Podía ponerme y quitarme
un traje de baño mojado sin necesidad de estar en un vestidor.
—Pagaría por ver eso —me río entre dientes, aunque mi polla se endurece
al pensar en Belle, chorreando agua del océano.
Se quita una manga y luego la otra antes de sacar la camiseta por debajo del
vestido y dejarla caer al suelo.
—Sería una pérdida de dinero porque no habría nada que ver.
Observo mientras se baja la cremallera y se quita los pantalones y el
sujetador de encaje blanco sin mostrar ni el más mínimo atisbo de piel.
Finalmente, se sube la cremallera del vestido y se mira a sí misma.
—Es algo pequeño —dice, ajustando su pecho y bajando el material
alrededor de sus caderas—. Pero has hecho bien en encontrar mi talla.
‘Bien’ es un eufemismo. No podría haber elegido mejor incluso si hubiera
sido para ella para quien lo estaba comprando.
Tiene razón: el vestido le queda un poco ajustado. Pero eso lo hace aún
mejor. El material se estira y se adapta deliciosamente a cada una de sus
curvas. Y el dobladillo que está pensado para llegarle por la rodilla, está
más cerca de la mitad del muslo. La discreta abertura se abre de par en par,
dejando ver su largo y delgado muslo.
No me jodas.
Xena Simatou parecería la opción de descuento con este vestido. No puedo
creer que casi se lo diera a ella.
Este vestido fue hecho para Belle.
Y ella fue hecha para mí.
— ¿Entonces? —Pregunta Belle, abriendo los brazos de par en par—. ¿Me
veo bien? ¿Estamos listos?
—Bien —gruño—. Te ves bien.
Bien como el vino. Bien como el arte. Bien como si quisiera inspeccionar
cada centímetro de ella con mis dedos y mi lengua.
Cojo las llaves y salgo al pasillo.
—Vamos.
11
NIKOLAI

La mano de Belle está agarrada a la mía mientras pasamos junto a la fila de


personas que esperan afuera del Ruby Room.
—Ya intenté esto —sisea ella, tirando torpemente del vestido que se le sube
aún más por los muslos.
Un tipo con la cabeza rapada y una cadena de plata en el cuello la mira con
avidez. La acerco más a mí y lo miro por encima de la cabeza de ella hasta
que él retrocede.
—No, no fue así —le digo—. No me tuviste a mí la última vez.
— ¿Y qué vas a hacer?
Hago un gesto hacia el vestido.
—Yo ya hice la mayor parte del trabajo poniéndote eso. Todos los hombres
de esta fila quieren follarte.
Ella mira a su alrededor con nerviosismo.
—Qué asco.
—Así que ahora, todo lo que tienes que hacer es actuar como si hubieras
seducido a un hombre, aunque sea una vez en tu vida, y estamos dentro.
—Lo hice contigo, ¿no?
— ¿Cómo pude olvidarlo? —digo sarcásticamente—. La forma en que casi
vomitaste en ese avión me dejó sin aliento.
Se sonroja y vuelve a tirar del vestido, intentando cubrirse. Le agarro las
manos y se las estrecho entre las mías.
—Deja de moverte y mantente erguida. Actúa como si tu cuerpo fuera un
regalo, no una carga.
Ella resopla y endereza los hombros. Inmediatamente, su pecho se ve más
lleno y su cintura se ve más pequeña. Llevarse a sí misma con un poco de
confianza hace una gran diferencia.
—Ahora, sonríe.
Su ceño se profundiza.
—No soy tu poni de feria.
Me detengo, giro y me pongo frente a ella.
— ¿Quieres o no atravesar esa puerta y encontrar a tu hermana? —le gruño.
Me mira durante un segundo y luego su rostro se divide en una amplia y
brillante sonrisa. Sé que es falsa, pero eso no disminuye el impacto. La
mujer es preciosa.
—Buena niña.
—Vete a la mierda —dice ella, con la sonrisa aún pegada en su rostro.
Reprimo una sonrisa burlona. Luego tomo su mano y la conduzco hacia la
puerta.
El portero es un hombre enorme, con la cabeza calva y una barba gris
trenzada que le llega hasta la mitad del pecho. Tiene una mano fornida
sobre la cuerda de terciopelo.
—Lo siento, señor. Esta noche hay una fiesta privada. El aforo está
completo. Tendrá que esperar su turno en la cola.
Belle me rodea y mueve sus largas pestañas hacia el hombre. Aunque su
expresión no cambia, veo cómo sus ojos la miran. Está claro que le gusta la
vista.
Lucho contra el impulso de ponerme delante de ella como un escudo. Y
también las ganas de romperle a él el puto cuello.
—Prometemos no causar ningún problema —dice ella con una voz delicada
y coqueta que nunca antes le había escuchado. Se muerde el labio inferior y
sonríe—. Bueno, no a menos que me lo pidas amablemente.
La ceja perforada del hombre salta.
—Ya estás causando suficientes problemas con ese vestido.
Belle se ríe y levanta mi brazo para girar en círculos.
—Me lo regaló él. ¿Te gusta?
—Me gusta —asiente él y me mira mientras habla con Belle—. ¿Él es tu
novio?
—No.
—Entonces creo que tenemos espacio dentro para uno más —señala el
portero y se inclina sobre la cuerda—. Mi turno termina en una hora. ¿Qué
tal si tú y yo...?
— ¿Y qué tal si yo mejor te dejo mantener tus ojos en tu maldita cabeza? —
gruño.
Él se pone de pie de nuevo.
—Pensé que no eras su novio.
Belle se ríe y presiona su espalda contra mi pecho, colocando mi brazo
sobre su hombro.
—Es protector, eso es todo. Ladra, pero no muerde.
Contengo una sonrisa. Belle no tiene idea de lo mal que está eso.
—Bueno, no queremos ningún problema adentro —dice el portero—. Si
quieres entrar sola, cariño, puedes hacerlo. Pero tú no—novio tiene que
quedarse aquí.
Siento que Belle se aleja un poco de mí, pero aprieto mi brazo alrededor de
ella y la abrazo contra mi pecho. Ella hizo su mejor esfuerzo, y la aplaudo
por eso.
Pero yo tomaré las cosas desde aquí.
—Si no quieres problemas, te sugiero que me dejes entrar.
—Bien, hombre. Es hora de que te vayas —dice el portero—. Escucho más
que suficientes amenazas de tipos que quieren hacerse los duros, y...
—Yo no hago amenazas —digo—. Hago promesas. Y si no nos deja entrar,
te prometo que no estarás vivo para ver el final de tu turno en una hora.
El miedo parpadea en las facciones del hombre. Abre la boca para
responder, pero Belle gime. Acaricia mi mano, envolviendo la suya en la
mía y halándome. Entre eso y su trasero pegado contra mí, estoy luchando
por mantener la concentración.
El portero también está observando sus movimientos.
—No matarás a nadie esta noche —dice ella—. Lo prometiste.
Belle está interpretando un papel, pero no tiene ni idea de lo cerca que está
de la verdad.
—Prometiste que tendríamos una buena noche —continúa ella—. Solo
págale, Niki.
Desliza entonces su mano entre nuestros cuerpos y la mete en mi bolsillo.
Siento cómo se desliza mi cartera, pero dejo que Belle tome la iniciativa.
Sobre todo, porque el portero la mira con bastante curiosidad. Por lo menos,
le estamos haciendo la noche más interesante.
Abre mi cartera y saca un montón de dinero. Lo abanica delante del portero.
—Por favor, toma el dinero y déjanos entrar. Pareces agradable. No quiero
que te lastime.
Los celos se me revuelven en el estómago, pero entonces Belle vuelve a
rodar sus caderas contra mí. No sé si lo hace a propósito para calmarme,
pero funciona. De algún modo.
Los ojos del hombre pasan del dinero a Belle y viceversa. Finalmente, le
arrebata el dinero de la mano y levanta la cuerda.
—No causen ningún problema, ¿entendido?
Esta vez Belle me coge de la mano y dejo que me lleve dentro.
La música retumba en el local en cuanto cruzamos las puertas. El bajo
resuena en el suelo como un latido. Belle se acerca a mí mientras la
multitud nos rodea.
—Hay mucha gente —grita, y tiene que girarse hacia mí para que la oiga,
nuestros cuerpos se acercan aún más.
—Si Elise está aquí, la encontraré —afirmo, pasando una mano alrededor
de su cintura.
El club está diseñado con una barra de forma ovalada en el centro y un
anillo de mesas a su alrededor. La parte trasera del espacio está abierta para
bailar. Una cabina de DJ se cierne sobre una plataforma elevada a lo largo
de la pared trasera. Y, como sugiere el nombre del lugar, todo el espacio
está pintado de un rojo rubí intenso.
La acerco más a mí y le digo al oído.
—Voy a por algunas bebidas.
Ella niega con la cabeza, su cabello castaño suelto roza mi piel.
—Solo quiero encontrar a mi hermana.
—No hay razón por la que no puedas divertirte un poco también.
Ella me mira por encima del hombro, las luces sobre la barra capturan las
motas verdes en sus ojos. Alguien se aprieta detrás de ella y ella se acerca a
mí, nuestros cuerpos encajan sin esfuerzo.
Es fácil tocarla. Estar junto a ella.
Y, como una droga, cada dosis que recibo de ella solo me hace querer más.
—Creo que debo tener cuidado al divertirme contigo —señala Belle, apenas
lo suficientemente alto para que yo lo escuche.
—Prometo no llevarte al lado oscuro. A menos que lo pidas amablemente
—agrego, repitiendo su misma frase.
Ella esboza una sonrisa e inclina su cabeza hacia la parte trasera del club.
—Sigamos buscando.
—Tengo una mejor idea —digo, tirando de su mano.
Antes de que Belle pueda preguntar a qué me refiero, la agarro por la
cintura y la levanto. Ella grita antes de darse cuenta de lo que estoy
haciendo y planta sus pies en la mesa más cercana.
—¿La ves?
Belle entrecierra los ojos por las luces intermitentes, sus ojos escanean a la
multitud. Desde este ángulo, su vestido es aún más devastador. Sus piernas
están a la vista y el oleaje de su trasero es visible justo debajo del material.
Quiero lamer toda su piel como un cono de helado.
—Hay demasiada gente. No puedo distinguirla.
Detrás de mí, oigo un silbido de lobo. Cuando me doy la vuelta, el hombre
con la cabeza rapada y la cadena de plata de la fila está de pie a unos
metros. Su mirada es hambrienta mientras observa a Belle.
— ¿Vas a darnos un espectáculo, cariño? —grita, silbando de nuevo.
Belle lo mira mal y me tiende las manos para que la ayude a bajar. Pero
justo cuando me muevo para ayudarla, el hombre salta hacia delante y la
agarra por el culo.
—Aquí. Déjame ayudarte —dice él con una sonrisa de comemierda en su
rostro.
— ¡Oye! —Grita Belle, salta de la mesa y se gira—. ¿Qué mierda...?
Pero ni siquiera la dejo terminar antes de rodear la mesa y golpear al
gilipolla en la mandíbula.
Mi puño se conecta fuerte a su cara. Algo se rompe debajo de mis nudillos
y él se aleja girando por la fuerza. La multitud a nuestro alrededor jadea y
se aparta, pero Belle se adelanta para agarrarme del brazo.
— ¡Nikolai! ¡No!
Me la quito de encima. Justo cuando el hombre se vuelve hacia mí, le
golpeo de nuevo. Casi no es divertido golpear a un tan pobre y derrotado
hijo de puta.
Pero no controlo el sentimiento que me recorre. Es una rabia indomable,
caliente y pura.
—No pongas tus putas manos en ella —digo entre dientes. Avanzo para
agarrar al hombre por delante de la camisa. Su estúpida cadena se enreda en
mi mano. Enrollo los dedos en ella y tiro como de un lazo. El hombre
empieza a chisporrotear y a ponerse azul.
Belle me agarra del brazo e intenta apartarme.
— ¡Nikolai, detente! Él no vale la pena.
Puedo oír lo que está diciendo, pero las palabras no penetran. Todo en lo
que puedo pensar es en hacer que el hombre que puso sus manos sobre ella
pague.
El hombre araña mis manos mientras su rostro pasa por todos los colores
del arco iris. Con gusto esperaría verlo morir. Pero de repente, Belle gira y
se pone delante de mí. Coloca sus manos a ambos lados de mi cara y me
obliga a mirarla.
—Nikolai.
Parpadeo y lentamente, la enfoco. Sus ojos color avellana, sus labios
carnosos.
—Vámonos. Olvídate de este tipo y vámonos, ¿vale?
Aflojo mi agarre en la cadena del hombre, y él jadea aspirando
desesperadamente.
Belle me quita la cadena de la mano y me aprieta los dedos.
—Él no es nuestra prioridad. Elise lo es. Vamos.
Dejo que mis puños caigan a mi lado y los aflojo.
— ¿Estás bien? gruño.
Belle traga nerviosamente y asiente.
—Estoy bien. Completamente bien. El tipo apenas me tocó.
—No debería haberte tocado en absoluto.
Me aparta y apoya la palma de su mano en mi pecho. Se le forma una
arruga entre las cejas.
— ¿Cómo es que tu corazón está tan estable después de eso? —Se inclina
hacia adelante y presiona su oreja contra mi pecho—. Debes tener un ritmo
cardíaco en reposo de cero si así es como respondes a casi matar a un
hombre por tocarme. ¿Quién eres?
La pregunta resuena en mi mente. Es un buen recordatorio.
¿Quién soy? Siempre hay dos respuestas.
Pero esta noche, no soy Nikolai Zhukova, Don de la Bratva y bestia
violenta.
Esta noche, soy Nikolai Zhukova, CEO de Zhukova Incorporated y
multimillonario playboy.
No puedo estrangular a un hombre por tocar a Belle. No delante de ella, al
menos. Tengo que mantener el control.
—Vamos —digo, agarrando su mano y empujándola más hacia la multitud
—. Busquemos a tu hermana.
Nos alejamos de la barra y nos adentramos en la multitud de bailarines. La
gente salta y gira, y Belle se aprieta a mí para que no nos separemos. Nos
movemos por la pista una y otra vez, zigzagueando entre las parejas
mientras buscamos a Elise.
— ¿Dónde está? —se queja Belle, poniéndose de puntillas y mirando a su
alrededor.
Me coloco detrás de ella y me apoyo en su espalda.
—El problema es que no dejamos de movernos. Tenemos que quedarnos
quietos y esperar a que ella venga hacia nosotros.
Ella frunce el ceño.
—Esa es una idea terrible.
—Porque ¿crees que no encontraremos a tu hermana? —Pregunto,
deslizando un brazo alrededor de ella y frotando mis caderas contra su
trasero—. O porque ¿te preocupa lo que sucederá si bailamos?
Deslizo mi mano por su estómago de la misma manera que lo hice esta
mañana, y ella apoya su cabeza en mi hombro.
—Ambas cosas.
—Confía en mí —le susurro. Luego la agarro por la cadera y la hago girar
para que mire.
Belle chilla, pero en cuanto nuestros cuerpos se juntan, se derrite contra mí.
Tiene un cuerpo hecho para ser abrazado. Su cintura se adapta
perfectamente a mi mano y cada parte de ella es suave y atractiva.
Su suavidad contrasta con la creciente dureza entre nosotros. Con cada roce
de sus caderas contra las mías, siento un dolor delicioso.
—No puedo confiar en ti —murmura—. Pero...
— ¿Pero?
Sus ojos son redondos y sinceros cuando me mira.
—No puedo confiar en ti, pero me siento segura contigo.
Resoplo.
—No estoy seguro si lo acabas de ver, pero casi estrangulo a un hombre ahí
atrás.
—Hiciste eso para protegerme —dice y se acerca más a mí, si eso es
posible. Nos estamos tocando en todas partes, sellados juntos de todas las
formas posibles, pero aún no es suficiente.
Joder, quiero todo de esta mujer.
—Nadie me había cuidado antes así —admite—. Nadie ha luchado nunca
por mí.
Con cada giro de sus caderas, su vestido se eleva más y más. Agarro su
muslo desnudo.
—No estoy pensando en protegerte en este momento.
— ¿Qué estás pensando?
Me inclino hacia adelante y presiono mis labios en su oído.
—Rasgar ese vestido y follarte frente a toda esta gente hasta que grites.
Cuando retrocedo, Belle me mira. La expresión de su rostro no es lo que
esperaba. No es horror, ni repugnancia. No es miedo.
Es calor. Lujuria en estado puro. Y sé sin lugar a dudas que ella está de
acuerdo. Que me va a dejar hacer lo que yo quiera, aquí mismo, en medio
de esta multitud.
Pero luego miro por encima de su hombro.
—Allí —siseo.
— ¿Qué? —Parpadea Belle como si saliendo de un trance—. ¿Qué es?
Presiono mi frente contra la de ella, deseando por primera y única vez en mi
vida ser menos observador.
—Encontré a tu hermana.
Belle se aleja de mí y gira en círculos.
— ¿Dónde?
—Allí —y señalo un hueco entre la multitud. Elise está de pie justo delante
de los altavoces, con los brazos por encima de la cabeza mientras baila.
Belle corre hacia ella. Yo la sigo a paso depredador.
Veo cómo Belle agarra a su hermana y la hala hacia ella. Se gritan, pero
estoy demasiado lejos para oír nada. Cuando me acerco, me doy cuenta de
que a Elise le cuesta mantenerse en pie.
— ¿Estás borracha? —Grita Belle—. ¿Quién te sirvió? ¡Ni siquiera tienes
permiso de conducir!
—Pero yo no… he…bebido nada… nada —murmura Elise.
—Ay dios mío. ¿Estás drogada? —Belle se vuelve y me mira, con los ojos
muy abiertos y aterrorizados. Y lo único que quiero es resolver esto por
ella.
Me doy la vuelta y enseguida veo al responsable. Es rubio y musculoso,
pero de una forma que indica que pasa todo su tiempo libre en el gimnasio.
Su corpulencia es estética, no funcional. Y mira a Belle y a Elise con cara
de horror.
Le hago señas para que se acerque. Obedece, aunque de mala gana.
— ¿Qué pasa, hombre? —dice, balanceándose junto con la música.
— ¿Conoces a esta chica?
Mira a Elise y se encoge de hombros.
— ¿Qué clase de respuesta es esa? —pregunto—. ¿La conoces o no?
—La conozco, pero la acabo de encontrar. Ella apareció aquí.
— ¿Cómo entró?
Vuelve a encogerse de hombros, y nunca en mi vida he deseado tanto
golpear a alguien. Pero eso sería contraproducente.
De momento.
Sonrío agradablemente y me inclino hacia él.
—Son hermanas, ¿lo sabías? Buenos genes.
—Muy buenos. No me importaría darme un chapuzón en esa piscina, si me
entiendes —y se ríe de su propia broma.
Aprieto mi puño detrás de mi espalda para que no pueda verlo.
—Compraré la primera ronda de bebidas y tú la segunda.
—No es necesario, hombre —dice, moviendo las cejas hacia mí—. La más
joven ya está a tope. Es un peso ligero.
—Eso te ahorra algo de dinero, entonces.
—Y tiempo —se ríe—. Si sabes a lo que me refiero.
De tanto apretarme la lengua, sangro. Todo el mundo sabe lo que quiere
decir este cabrón.
—Vuelvo en un minuto —le digo.
Luego voy hacia Belle y Elise. En el minuto en que me aparté, Elise ha
perdido aún más la coherencia. Belle prácticamente la sostiene en pie.
—Ella tomó algo —grita Belle, con lágrimas en los ojos—. Tengo que
sacarla de aquí.
Asiento con la cabeza.
—Encuéntrame en el frente. Quédate junto al portero hasta que yo llegue.
Belle parece querer discutir, pero Elise va a desmayarse pronto. Sabe que se
le acaba el tiempo. Así que rodea a su hermana con ambos brazos y
empieza a escoltarla hacia las puertas. Me dirijo a Zach.
—Van a reunirse con nosotros en una habitación privada —digo—. Ven
conmigo.
Sus ojos se abren de par en par.
— ¿Este lugar tiene habitaciones privadas?
Asiento con la cabeza y le hago señas para que me siga.
Sigo el camino que Belle ha abierto entre la multitud hasta que llegamos a
la mitad del club y luego giro a la izquierda hacia un pasillo oscuro. No
necesito girarme para asegurarme de que Zach me sigue. Sé que me sigue.
Tiende trampas a adolescentes desprevenidas, pero no tiene el sentido
común para saber cuándo le están tendiendo una a él.
Me meto en el pasillo y giro a la izquierda, despejando la abertura. Y en el
momento en que Zach llega allí, lo agarro por la parte delantera de su
camisa y lo jalo hacia la oscuridad conmigo.
— ¿Qué coño? —Grita, envolviendo sus manos alrededor de mis muñecas
—. Vamos, hombre. ¿Qué mierda es esta?
Lo golpeo contra la pared, dejándolo sin aliento.
— ¿Crees que está bien dar drogas a niñas de catorce años, gilipollas?
— ¿Catorce? ¿Qué? No sabía que ella...
Lo aturdo con un gancho de derecha en la mandíbula.
—No me mientas, carajo.
Está oscuro, pero puedo ver la luz reflejándose en las crecientes lágrimas en
sus ojos.
—No estoy mintiendo. No sabía...
—Entraste en mi hotel —digo, golpeándolo por segunda vez—. Y escogiste
a un huésped menor de edad —Lo golpeo de nuevo—. Y la drogaste.
Con el último golpe, empieza a desplomarse contra la pared. Por un
segundo, creo que podría estar inconsciente. Pero entonces escupe sangre al
suelo y me mira.
—Espera... eres... —frunciendo el ceño—. ¿Usted es el Sr. Zhukova?
—Bingo, mudak —Agarro su camisa y lo levanto hasta que sus pies
cuelgan sobre el suelo—. Pero si alguna vez vuelves a hacer una mierda
como esta, seré tu más puta pesadilla.
Le suelto de golpe y cae al suelo como una marioneta a la que le han
cortado los hilos.
Paso por encima de él y vuelvo a fundirme entre la multitud.
Belle espera fuera junto a un nuevo portero. Al parecer, el cambio de turno
se produjo mientras estábamos dentro. Elise está hundida contra ella,
babeando sobre su hombro.
Cuando Belle me ve, parece aliviada.
— ¿Qué pasó?
—Encontré a Zach —le explico—. La situación está resuelta. No volverá a
molestarte.
Su boca forma una preocupada ‘O’ y quiero presionar mis labios contra
ella.
— ¿Acaso tú...?
—Todo está bien —la interrumpo—. Vamos a meter a Elise en el auto.
Me muevo para pasar junto a ella, pero me agarra del brazo.
—No lo lastimaste, ¿verdad?
Belle no me mira los nudillos, pero si lo hiciera vería que están
ensangrentados. Aparto la mano y me la meto en el bolsillo.
—Lo despedí. Pero está bien.
—Vale. Bien —exhala ella.
Me agacho y saco a Elise de sus brazos, acuno a la niña en mis brazos
contra mi pecho. Está fuera de sí, pero todavía consciente. Apenas.
— ¿Quién eres? —murmura—. Ba...bájame de una puta vez, cabrón.
Resoplo. Belle me toca el hombro.
—Gracias, Nikolai. Por... por todo. No tenías que hacer esto. Pero gracias.
Ella está en lo correcto. Yo no tenía que hacer esto. Entonces, ¿por qué lo
hice?
Probablemente por la misma razón por la que golpeé al imbécil con la
cadena y golpeé a mi propio empleado hasta dejarlo inconsciente.
Porque Belle Dowan me hace cosas que no puedo explicar.
Y me hace hacer cosas que nunca podría explicarle.
Será mejor para ambos que esto no vaya más lejos. Intento encontrar las
palabras para decir eso, pero no me salen.
Así que solo me doy la vuelta y me alejo.
12
BELLE

—No soy una maldita niña. Soy adulta —espeta Elise, pero su voz vacila y
se apaga. Luego se abalanza sobre el vaso vacío de Big Gulp y vomita.
Le doy una palmadita en la espalda.
—Mejor sácalo todo.
Nikolai no dice nada, pero baja las ventanillas. El aire fresco dispersa el
espeso olor a vómito, cosa que agradezco.
Cuando Elise termina, deja el vaso en el portavaso y sigue despotricando.
— ¡Yo estaba completamente bien! Zach me cuidaba y yo me divertía.
—Zach te llenó de alcohol y drogas.
—También planeaba llenarla de otra cosa —murmura Nikolai.
Elise no lo escucha, pero yo veo sus ojos grises en el retrovisor. Un
escalofrío me recorre al pensar en lo que podría haber pasado si él no me
hubiera ayudado a entrar en el club.
Y lo que podría haber pasado si él no hubiera visto a Elise. No solo a
Elise... sino también entre nosotros. Por un segundo, vuelvo a estar en la
pista de baile, con su cuerpo pegado al mío, la música sonando a nuestro
alrededor y ahogando al resto del mundo.
Me sentía felizmente libre. Y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con él,
por él.
—Yo puedo tomar mis propias decisiones —farfulla Elise, sacándome de
mis pensamientos. Su enfado se ha convertido en lágrimas—. Tú no eres mi
madre.
—Solo hace un par de días que te conozco y ya me lo has dejado
jodidamente claro, chaval —espeta Nikolai.
No ha dicho casi nada en todo el viaje, así que me sorprende oírle hablar.
También es agradable tener a alguien que me defienda. No solo de los
ataques verbales de mi hermana apenas adolescente, sino también en el
club.
Nunca me han atraído los —machos. Los hombres a los que les gusta
golpearse el pecho y enfrentarse a otros hombres para ver quién es el
dominante. ¿Pero ver a Nikolai derribar a ese pervertido con cadenas por
agarrarme? Que alguien me pase un abanico de papel y me deje
desmayarme.
El efecto tampoco se pierde cuando se enfrenta a mi hermanita en mi
nombre. Se me sonroja la cara y evito a propósito mirar por el retrovisor
para que no vea los evidentes pensamientos lujuriosos en mis ojos.
Elise parece confundida por un segundo al ver que hay alguien más en el
coche. Pero entonces ve a Nikolai y se inclina hacia delante, tensando el
cinturón de seguridad.
— ¿Qué ha sido eso, el puto Bruce Wayne?
—Cuidado con lo que dices —le advierto.
—Oh, lo entiendo —sisea ella—. ¿Te haces pasar por mi madre y ese
gilipolla multimillonario va a ser mi nuevo padre?
— ¡Pues ese gilipolla multimillonario es la razón por la que no te han
violado esta noche, Elise! —grito. Luego cierro los ojos y respiro hondo—.
Lo siento. No debería... Esta noche me has asustado.
Si Elise es consciente del peligro que corre, no lo demuestra. Me ignora y
se vuelve hacia Nikolai.
—Creía que eras su jefe.
—Cliente —la corrijo—. Yo trabajo para Roger.
—Vale, ¿por eso intentas tirarte a mi hermana? —resopla hacia Nikolai.
— ¡Elise! —jadeo.
— ¿Por qué crees si no que te ha ayudado, Belle? —y me mira como si
fuera estúpida, con los ojos inyectados en sangre y los párpados muy
abiertos—. Vino y me cargó como a una niña pequeña porque cree que tú...
Le cubro la boca con mi mano.
—No te atrevas a terminar esa frase.
Espero unos segundos antes de apartar la mano.
—Tirarás con él —dice rápidamente, entrecerrando los ojos en señal de
desafío.
Gimo y me tapo la cara con ambas manos, pero oigo una risita de Nikolai
desde el asiento delantero. Le pongo atención.
— ¿Qué demonios tiene esto de gracioso?
—He asustado a gente mucho más ruda que tu hermana con solo mirarles
de reojo, pero ella no se asusta en absoluto. Es impresionante.
—Es vergonzoso —corrijo, mirando a Elise, que vuelve a aferrarse al vaso
de Big Gulp como si estuviera lista para el segundo asalto. Me acerco a ella
y le retiro el pelo de la cara—. Es vergonzoso para las dos.
Elise no vomita, pero las náuseas la mantienen callada hasta que volvemos
al hotel, por suerte.
Nikolai aparca en la parte trasera del edificio.
—Hay una entrada trasera que podemos usar para no tener que llevarla a
través del vestíbulo.
—Estoy segura de que no se vería muy bien que metieras a una adolescente
borracha en tu negocio —digo.
Nikolai se encoge de hombros.
—Mi reputación ha ido a peores.
No estoy segura de lo que eso significa, y no creo que quiera preguntar.
Nikolai se baja y se acerca al asiento trasero. Y aunque Elise apenas puede
formar una frase, se acerca y cierra la puerta.
— ¡No!
—Elise —indico, agarrándola del brazo y desbloqueando la puerta—, va a
ayudarte a subir a la cama. Tienes que dormir la mona.
—Yo puedo andar —insiste.
Nikolai está en la puerta dispuesto a agarrarla, pero ella se agita como una
jodida borracha.
— ¡Bien! —le digo, prácticamente empujándola fuera del coche—. Prueba
a andar y verás que tan lejos llegas. Andando.
Elise sale a toda prisa del coche y Nikolai retrocede con elegancia, viendo
cómo se desarrolla nuestro drama familiar delante de él. Demasiado para
mantener un cierto nivel de profesionalidad delante de mi cliente.
Aunque creo que ese barco hace tiempo que zarpó.
Elise sigue agarrada a la puerta cuando salgo detrás de ella y le separo las
manos del coche.
—Vamos. Entra. Impresióname.
La entrada trasera del hotel está a solo tres metros, pero en cuanto Elise da
un paso, todo su cuerpo se inclina hacia un lado.
Me abalanzo sobre ella, pero Nikolai llega antes. La coge en brazos.
—Mejor deja lo de andar para la gente que no ha tomado decisiones
estúpidas esta noche.
Elise refunfuña algo ininteligible, pero no discute más.
Sigo a Nikolai por la puerta trasera hasta un ascensor de servicio. Nos lleva
al nivel inmediatamente inferior al pent-house, y luego cambiamos a otro
para subir a la última planta.
En cuanto se abren las puertas de nuestra suite, Elise araña a Nikolai.
—Bájame. Ya estamos dentro. Ya no avergonzaré a nadie.
—De alguna manera, lo dudo —gruñe Nikolai.
—Vamos, E —le digo lo más suavemente que puedo—. No querrás decir
nada de lo que te puedas arrepentir. Recuerda, Nikolai nos sacó de esa
asquerosa habitación de hotel en la que estábamos. Te gusta estar aquí.
Lo único que he aprendido realmente sobre la paternidad en los últimos dos
meses es que las órdenes no funcionan. Es mejor recordarle a Elise que no
quiere hacer algo.
No quieres suspender la clase de matemáticas a estas alturas del semestre.
No quieres esconderte en tu habitación todo el verano.
Pero al diablo sí sé lo que ella realmente quiere. Un hecho que se demuestra
cada día de nuestra vida juntas.
Nikolai me hace señas para que la deje.
—Puedo manejarlo.
Elise se lo toma como un desafío, con una sonrisa cruel en la boca.
—La única razón por la que estás aquí es porque tienes la polla pequeña.
Es el insulto más infantil que he oído nunca, pero me quedo con la boca
abierta ante la audacia de mi hermana. Pero Nikolai solo echa la cabeza
hacia atrás y se ríe.
Elise tampoco ha terminado.
—Nos has metido en este ático y has corrido por la ciudad como un
superhéroe ayudando a mi hermana porque tienes que compensar el hecho
de que eres malísimo en la cama.
Agarro a mi hermana por la camisa.
— ¡Basta, Elise! Eso es... —incorrecto, como puedo atestiguar—. Eso es
desagradable. No seas grosera.
—Dios, B, intentas parecer perfecta todo el tiempo —sisea—. Siempre
estás montando este espectáculo, actuando como si fueras mejor que yo.
Mejor que todos. Pero ambos venimos del mismo lugar. No te enfades
conmigo porque no finjo.
Nikolai suspira.
—Eres tú la que la ha cagado esta noche, niña. No la tomes con tu hermana.
— ¡No me llames niña! No soy un crío. He lidiado con más mierda de la
que tú puedas imaginar, niño rico.
La oscura ceja de Nikolai se arquea.
—El hecho de que creas que tienes el monopolio de los padres de mierda es
prueba más que suficiente de que eres una niña inmadura. Ahora, deja que
tu hermana te acueste.
Elise abre mucho los ojos. Siento que se avecina una crisis épica. Como si
esta noche no hubiera sido ya bastante mala.
—Vamos, Elise —le digo, tratando de empujarla hacia el dormitorio—.
Vamos a...
—No digas nada de mi madre. No conoces a mi familia —le grita a Nikolai
por encima del hombro. Luego me aparta las manos de un manotazo—.
Quítate, Belle. No eres mi...
Sé lo que va a decir. Lo he oído un millón de veces en los últimos dos
meses y ahora mismo estoy al límite.
— ¡Sé que no soy tu madre, Elise! —le grito en la cara. Está tan
sorprendida que retrocede un paso. Una parte enferma de mí disfruta con su
sorpresa—. Porque soy yo la que cuido de ti. Me aseguro de que te
alimentes y te vistas. Me preocupo de que recibas una educación y crezcas
para convertirte en un ser humano decente. Y nuestra madre no hace nada
de eso. Así que, si eres tan infeliz conmigo, ¿por qué no regresas y vives
con ella?
La descarga se siente increíble. Es como soltar un peso enorme que he
estado cargando durante ocho semanas.
Pero en el momento en que el peso desaparece, me doy cuenta de que no
sólo lo he soltado y dejado caer al suelo. Lo he colgado del cuello de mi
hermanita.
Elise se hunde. Le tiembla el labio inferior y, de repente, se me parte el
corazón.
Alargo la mano hacia ella.
—Mierda, Elise. Lo siento mucho. No debí...
En el momento en que una lágrima se desliza por su mejilla, Elise se da la
vuelta y entra en su habitación. Antes de que me plantee seguirla, cierra la
puerta con pestillo.
—Joder —gimo.
—Se estaba portando como una mocosa.
Miro a Nikolai.
—Bienvenido a la adolescencia.
—Ella no puede esperar que aceptes esa mierda —me dice—. En el trabajo,
es Roger...
—Y tú —añado.
—Eso es diferente y lo sabes —dice—. Roger te acosa en el trabajo. Luego
llegas a casa y ella te habla así. Tienes que defenderte, Belle.
Suspiro.
—Hay una diferencia entre defenderme y ser cruel. Yo... no debería haber
dicho esas cosas sobre nuestra madre.
— ¿Es verdad?
Dudo. Nikolai me rodea y me mira.
— ¿Es verdad todo lo que dijiste?
—Eso no significa que esté bien que lo diga —respondo—. Elise ha pasado
por muchas cosas con nuestra madre. No debería haberle hurgado así en las
heridas.
La luz que salía por debajo de su puerta ya está apagada. Quiero llamar a la
puerta y hablar de esto, pero tengo que trabajar según los plazos de Elise.
Lo que suele implicar al menos veinticuatro horas para hacer pucheros y
otras veinticuatro horas para volver a ser una mierda conmigo antes de que
esté dispuesta a hacer las paces.
El pulgar de Nikolai me roza la suave piel de detrás de la oreja.
— ¿Y tus propias heridas?
—Yo estoy bien —le digo, demasiado deprisa para resultar convincente.
Él arquea una ceja.
—Eres una mentirosa de mierda.
Sus palabras son tan ásperas como siempre, pero me toca como si yo fuera
algo frágil. Odio eso. Nunca he querido ser una víctima. Otra pobre alma
sufriendo en el ciclo de la paternidad tóxica y la drogadicción.
¿Pero la forma en que Nikolai me mira? Me dan ganas de caer en sus brazos
y esconderme. Quiero que me abrace y me diga que todo irá bien.
Lo cual no está nada bien.
No sólo porque volveré a casa en menos de una semana, a cientos de
kilómetros de Nikolai. Sino porque si la vida me ha enseñado algo, es que
nadie va a abrazarme y resolver mis problemas.
Tengo que resolverlos yo misma.
Así que hago lo imposible: me alejo de él y me dirijo a la cocina para beber
agua.
— ¿Tienes sed?
Niega con la cabeza, así que me sirvo un vaso y me lo bebo de un trago.
Cuando me giro, él está al otro lado de la isla con un móvil en la mano.
—Lo cogí del bolsillo de Elise cuando entrábamos.
— ¿Su móvil? —le pregunto, a pesar de que puedo ver la familiar pegatina
rosa que empieza a despegarse en la parte de atrás.
—Puedo hacer que le pongan un software de rastreo si te preocupa —me
ofrece—. Ella nunca sabrá que está ahí. Y de esa manera, sabrías dónde está
siempre. Aquí o en casa.
—Oh. Hm... Hm... —Tuerzo los labios, sopesando los pros y los contras—.
La verdad me simplificaría mucho la vida. Pero Elise nunca me lo
perdonaría si se enterara.
—No se enterará.
Sonrío.
—Siempre tan seguro de ti mismo.
—Tengo un buen historial.
Resoplo.
—Bueno, yo tengo un historial de mierda. Así que voy a seguir
construyendo la confianza por un largo período de tiempo de estar allí para
ella. Y con suerte, eso empezará a dar sus frutos más pronto que tarde.
Nikolai desliza el teléfono hacia el centro de la isla y camina hacia mí, se
acerca lentamente.
—Suena a trabajo duro —señala.
—Lo es. Muy duro.
Asiente con su cabeza.
—Apuesto a que te vendría bien un descanso de tanto trabajo. Tal vez una
distracción. Una forma de... desconectar tu cerebro.
Sus palabras son como una suave caricia, un trazo que envía directamente
sacudidas de alerta entre mis piernas. Aprieto los muslos.
—Todo el mundo necesita un descanso —continúa—. Yo podría darte uno.
O dos, o tres.
Recuerdo la promesa que me susurró al oído anoche. Y la forma en que me
tocó esta mañana.
“Te volveré loca, hermosa Belle”.
Un gemido se escapa de entre mis labios.
Nikolai me estrecha contra él y siento su dura longitud contra mi muslo. Me
froto contra él, y un gemido retumba en su pecho.
—Te habría follado en medio de aquella pista de baile —susurra. La barba
incipiente de su mejilla roza mi piel.
Deslizo la mano entre los dos y lo acaricio por la parte delantera de su
pantalón.
—Te habría dejado.
Se muerde el labio con la sonrisa más sexy que he visto nunca y se inclina
hacia delante. Dejo que se me cierren los ojos y aprieto la punta de los pies,
dispuesta a cerrar la brecha que nos separa...
Cuando una alarma corta el aire y rompe el momento.
13
NIKOLAI

He asignado a Giorgos Simatou un tono de llamada corto, estridente e


irritante. Me recuerda a Xena, por razones obvias. Así que sé exactamente
quién me está jodiendo el rollo cuando el teléfono empieza a sonar en mi
bolsillo.
Belle se echa hacia atrás, con los labios aún fruncidos pero los ojos abiertos.
— ¿Qué pasa?
—Tengo una llamada.
Estoy empalmado. Dolorosamente duro. Esta mujer me ha estado llevando
al límite toda la puta noche, y necesito esta liberación tanto como mi
próximo aliento.
— ¿Tienes que contestar?
Bajo su pregunta entrecortada, oigo lo que está diciendo en realidad.
No te muevas. Ignóralo. Fóllame.
Y maldita sea, quiero hacer todas esas cosas.
Pero quizá sea lo mejor. Mi prioridad es asegurarme de que Belle termine la
auditoría y se vaya sin decir una palabra a nadie más. No cuidar de su
hermana menor y secarle las lágrimas.
Cuanto más me involucro con ella, más se complica esto.
Para todos nosotros.
Agarro mi teléfono y veo el nombre de Giorgos en la pantalla.
—Sí, tengo que hacerlo. Saldré a ello.
— ¿Salir? ¿Cómo irte? Puedes quedarte. Toma la llamada aquí. Yo... —Sus
ojos se dirigen a la puerta de su dormitorio. Te esperaré en el cuarto, es lo
que quiere decir. Pero Belle no se atreve a decir lo que quiere.
Quizá su hermana menor tenía razón: a Belle le gusta aparentar. Quiere ser
profesional, respetable y decente. Con eso en mente, admitir lo mucho que
quiere acostarse conmigo no es exactamente una buena imagen.
Tiene el vestido subido hasta los muslos. Me mira suplicante, con sus ojos
avellana. Pero me doy la vuelta y me dirijo al ascensor.
—Nos vemos mañana.
No me giro para ver si está decepcionada; sé que lo está. Pero mi vida no
permite reflexiones ni arrepentimientos. Tomé mi decisión y ahora los dos
tenemos que vivir con ella.
En cuanto se cierran las puertas, respondo a la llamada.
—Hola —dice Giorgos, con un montón de falsa genialidad en la voz—.
¿Cómo estás, Nikolai?
Suspiro.
— ¿Qué quieres, Giorgos? Es tarde.
—Sí, es tarde. Por eso me sorprendió oír que estabas de fiesta —dice y
chasquea la lengua—. Que un hombre de tu edad vaya a discotecas a mitad
de semana es inusual, digo yo.
Me pongo rígido.
— ¿Me estás siguiendo?
Tuve a Arslan vigilando a Giorgos y a Xena durante meses antes de que
pusiéramos en marcha nuestro actual trato. No hay tal cosa como ser
demasiado cauteloso cuando se forma una alianza.
Pero eso fue antes. Ahora, estamos destinados a ser socios. No hay lugar
para la desconfianza.
—No. Por supuesto que no —dice. Parece ofendido de que lo sugiera—.
Pero tengo contactos en todas partes. Y tú no eres exactamente discreto,
amigo mío. Golpeaste a un hombre hasta dejarlo sin sentido a los pocos
minutos de entrar. Ese tipo de cosas llaman la atención.
Gilipolleces. Mentiroso. Giorgos no tiene tantos contactos como me quiere
hacer creer. Lo que tenía era un hombre siguiéndome, de eso estoy seguro
ahora.
—Golpeé al bastardo porque se lo merecía. Siempre me aseguro de que la
gente tenga lo que se merece.
Es tanto una advertencia como una explicación. Giorgos entiende
implícitamente.
—No hay necesidad de amenazas, Nikolai. Pelea todo lo que quieras.
Desahógate. Todo eso no significa nada para mí —dice—. Mi verdadero
problema es con tu compañera.
Salgo del ascensor en el vestíbulo.
— ¿Qué compañera? —miento.
—Llegamos a un acuerdo, eso pensé. Sobre tu... lealtad hacia a mi hermana.
—No le debo una mierda a tu hermana.
— ¡Le debes respeto! —gruñe él. Un momento de ira desquiciada, pero
luego cambia a una risa suave y vuelve a serenarse—. Perdóname, Nikolai.
Quiero mucho a mi hermana y no me gusta que jueguen con sus emociones.
Hay rumores sobre Giorgos y los griegos. Rumores sobre lo que realmente
les pasó a sus padres. Después de todo, él reclamó su papel de líder a una
edad muy temprana, y de forma tan abrupta. La historia oficial es un
asesinato, pero la única persona que conozco que querría a sus padres
muertos era el propio Giorgos. Él es el único que podía ganar algo.
En todo este tiempo, no pude verlo. Pero ahora, aquí está. Bajo el tonto
sonriente y torpe con el que cené la otra noche hay un bastardo loco capaz
de matar a su propia familia.
Puedo manejar a hombres despiadados, violentos y sedientos de poder.
Puedo intimidarlos y aplastarlos hasta la sumisión tan fácilmente como
cualquier otro.
¿Pero loco? Los locos son otra cosa. Los locos no son racionales ni
predecibles.
No tengo miedo de Giorgos Simatou. Pero sería tonto si no estuviera
preparado para lo que pueda hacer a continuación.
—Y a mí no me gusta que me acusen de cosas que no he hecho —contesto
con un gruñido gélido—. Le dije a tu hermana que no haría el amor con otra
mujer, y no lo he hecho. Quienquiera que me siguiera en ese club...
—No te seguía nadie —me interrumpe—. No te están siguiendo.
—Quienquiera que me siguiera en ese club —repito tajante— no estaba
haciendo bien su trabajo. Y si alguna vez veo a alguien siguiéndome, lo
mataré en cuanto lo vea.
Suspira.
—Nikolai, eso no es necesario.
—Si realmente no me estás rastreando, entonces no tienes nada de qué
preocuparte —digo—. Y si es así, entonces no tendrás que preocuparte de
que viole nuestro trato. Porque lo terminaré yo mismo.
Arslan tendría un ataque de nervios si pudiera oírme ahora mismo. Hemos
estado discutiendo los detalles de este acuerdo durante meses, y ahora,
estoy amenazando con volar todo por los aires. ¿Y por qué?
Por Belle, diría Arslan. Estás obsesionado. Estás ofuscado.
Pero él estaría equivocado. Esto no se trata de una mujer, se trata de respeto.
No por Xena Simatou, quien debería reconocer la suerte de que aceptara
casarme con ella.
Sino por mí mismo.
—No te precipites —protesta Giorgos.
— ¿Hablas de respeto? —Continúo en tono ácido—. No me faltarán al
respeto rastreándome en mi maldita ciudad. Estás avisado. Si me entero de
que vuelve a ocurrir, tu hermana será la única Simatou al frente de la
familia. Y tú te estarás enfriando en un puto depósito de cadáveres.
Cuelgo el teléfono justo al salir.
La noche es húmeda, el callejón carece de brisa cruzada o desahogo. Me
siento en el asiento del conductor y pongo el aire acondicionado a tope.
Y me llega el olor a vómito desde el asiento trasero. Me giro y veo el vaso
de Big Gulp lleno de vómito en el portavaso.
Lo cojo y lo tiro por la ventanilla, dejando que salpique contra la acera y el
lateral del edificio.
A la mierda esta noche.
Mi teléfono vuelve a sonar. Es Giorgos. Sin duda llama para intentar decir
la última palabra. Pero he terminado de hablar con él.
Tal como le dije a Belle: el próximo movimiento está en sus manos ahora.
Él debe elegir sabiamente.
14
BELLE

La puerta de Elise sigue cerrada cuando me dispongo a salir por la mañana,


aunque la oigo moverse dentro.
—Me voy a trabajar —grito a través de la puerta—. Volveré a las cinco e
iremos a cenar, ¿vale?
No contesta. No esperaba que lo hiciera. Sólo llevamos unas horas de
silencio. Aún queda mucho camino por recorrer.
Suspiro y bajo las escaleras. En cuanto salgo a la calle, está el coche con
chofer esperando. Una parte de mí no esperaba encontrarlo. Después de la
forma en que Nikolai se largó anoche como si el ático estuviera ardiendo,
no estaba segura de qué esperar.
No es tu novio, pienso. No te debe nada.
Y gracias a Dios por eso, es lo que me digo a mí misma. El hombre es un
criminal. A la dura luz del día, veo su comportamiento de anoche en el club
bajo una totalmente nueva perspectiva.
Es violento y temerario y lo peor de todo, impredecible. Un minuto está que
arde, al siguiente está frío como el Ártico.
—Haz tu trabajo y vete —murmuro al subir al asiento trasero—. Solo haz
tu trabajo y vete.
Y cuando entro en el vestíbulo de Zhukova Incorporated, eso es
exactamente lo que estoy decidida a hacer. Voy a agachar la cabeza y hacer
lo que me pidan.
Entonces voy a poner fin a este capítulo de mi vida.
Pero cuando me dirijo a la sala de conferencias, oigo pasos detrás de mí.
Me doy la vuelta justo cuando pasa a mi lado un hombre de hombros
anchos cubierto de tatuajes.
—Señora —saluda, con una sonrisa socarrona en la comisura de los labios.
Por razones que no puedo explicar, siento un escalofrío.
Le miro marcharse. El hombre sigue por el pasillo, apretando y soltando las
manos mientras se acerca a la puerta del despacho de Nikolai. Por detrás,
puedo ver los tatuajes que asoman por el cuello de su camiseta oscura.
Está claro que no es un hombre de negocios. Debería entrar en la sala de
conferencias e ignorarlo. Ignorar lo que esté haciendo Nikolai.
Pero me quedo inmóvil.
El hombre se detiene al final del pasillo y llama a la puerta de Nikolai. No
oigo lo que dice Nikolai, pero el hombre contesta en voz alta, como si
quisiera que le oyeran todos los presentes.
—Giorgos Simatou para ver al señor Zhukova —resopla, como si el título
fuera una broma—. Tu recepcionista me ha dejado pasar.
Un segundo después, la puerta se abre de un tirón y Giorgos entra. La
puerta se cierra tras él.
— ¿Qué demonios ha sido eso? —susurro.
La indecisión me hace dudar entre caminar por el pasillo para entender lo
que está pasando o entrar en la sala de conferencias y enterrar la cabeza en
la arena.
Entonces Bridget aparece detrás de mí en el pasillo, moviéndose
rápidamente. Su rostro esculpido se tuerce hacia el pánico mientras se
apresura por el pasillo. Y así, sin más, tomo una decisión.
—El señor Zhukova quiere que salgas corriendo por el desayuno —le digo,
tomándola del codo.
Ella se detiene en seco sobre sus altísimos tacones y me mira con el ceño
fruncido.
— ¿Cómo dices?
—Yo estaba en su despacho —miento— cuando llegó el señor Simatou, y
me pidió que te enviara a por café y pasteles.
— ¿Café y pasteles? —Pregunta con duda—. ¿Para Giorgos?
Me encojo de hombros.
—A mí también me pareció extraño. Yo me ofrecí, pero él dijo que sólo
confiaba en ti.
Es una estratagema barata, pero por la pequeña sonrisa que se dibuja en su
rostro me doy cuenta de que Bridget se siente halagada. La mujer está
chiflada por Nikolai. Pobrecita.
— ¿Dijo dónde comprarlas?
—Dijo que tú ya sabes lo que le gusta —afirmo, negando con la cabeza.
Me preocupa estar yendo demasiado lejos, pero entonces la sonrisa de
Bridget se transforma en una sonrisa de oreja a oreja.
—Vale —asiente ella. Sin vacilar, se da la vuelta y se apresura a volver por
el pasillo, con un poco más de ánimo en el paso.
En cuanto desaparece al doblar la esquina, me deslizo hasta el despacho de
Nikolai.
La puerta es sólida y pesada, y no me extrañaría que las paredes estuvieran
insonorizadas, porque apenas oigo nada. Sólo distingo voces masculinas
apagadas. Tampoco ayuda el hecho de que cada vez que oigo un ruido en
cualquier otra parte del edificio, me alejo bruscamente de la puerta,
asustada e intentando parecer despreocupada. Pero es casi como si todos los
que trabajan aquí hubieran sido entrenados para evitar el despacho de
Nikolai. La mayoría de las veces ni le molestan ni le dirigen la mirada.
Lo que hace aún más raro que alguien tan extraño entre en la oficina de
Nikolai a primera hora de la mañana sin previa cita.
Todavía estoy fuera de la puerta, con la oreja pegada a la madera, cuando
sus voces se hacen más fuertes.
—No puedes presentarte aquí sin avisar —gruñe Nikolai—. O en absoluto.
Se ve muy mal.
—No tuve elección. No cogiste mi llamada.
—Acepté tu primera llamada y dije lo que tenía que decir —replica Nikolai
—. No debiste seguir intentándolo.
¿Es esa la llamada que Nikolai cogió anoche? Cuando sonó su teléfono,
parecía molesto. Pero fue suficiente para que se alejara de mí.
Mi cara se sonroja de vergüenza por lo estúpida que fui. Hizo una cosa
buena por mí y me olvidé de todo lo demás. Al parecer, todo lo que hace
falta es una cara bonita y un pequeño favor para meterme en la cama de un
hombre malo.
—Hiciste un trato conmigo, Nikolai —responde el hombre—. No me
gustará que lo rompas.
Más púas furiosas vuelan de un lado a otro. No capto la mayoría, así que
escucho con más atención. No me doy cuenta de lo expuesta que estoy
hasta que oigo moverse el picaporte.
Horrorizada, salto hacia atrás y me pego a la pared junto a la puerta. Es un
escondite horrible, pero, por suerte, el hombre sale disparado por la puerta y
se mete en el pasillo sin mirar atrás. No creo que me vio. Si lo hizo, no
pareció importarle.
Suspiro con alivio, pero dura poco. Un segundo después, Nikolai aparece en
la puerta.
Me giro y veo sus ojos grises clavados en mí.
—Adentro —dice en tono sombrío—. Ahora.
Miro hacia el pasillo como si allí pudiera haber un portal mágico por el que
pudiera escapar, pero Nikolai hace un ruido bajo en el fondo de su garganta.
—Estás trabajando aquí, Belle. Estás en mi hotel. No puedes huir. Te
encontraré.
Frunzo el ceño y paso junto a él.
—No sabes en qué estaba pensando.
—En realidad, sí lo sé. Eres bastante fácil de leer.
Él cierra la puerta. Es como estar encerrada dentro de un cohete espacial.
Como si el mundo más allá estuviera muy lejos y sólo estuviéramos
nosotros.
Inmediatamente me siento atraída hacia él. Es una atracción magnética, un
cosquilleo en mi cuerpo que parece saber dónde está él en todo momento.
Lo siento detrás de mí. Se acerca. Cuando me susurra al oído, ni siquiera
pego un respingo. Ya sé que está ahí.
— ¿Estabas escuchando a escondidas?
Niego con la cabeza.
—Venía a verte.
— ¿Sobre qué?
—Sobre... —digo y mi boca queda abierta, la mentira se niega a salir. No
tengo excusa.
Él chasquea la lengua.
—Tendrás que mentir mejor si quieres que te crean.
De repente, me viene a la cabeza.
—Sobre anoche. Sobre... lo que pasó entre nosotros.
Me rodea y se apoya en el escritorio. Es criminal lo bien que se ve allí. Sus
piernas musculosas se tensan contra la tela de sus pantalones gris oscuro, su
camisa abotonada ceñida al pecho. El pelo oscuro de sus sienes está
cubierto de canas, y cada uno de sus malditos centímetros es una obra de
arte.
—No pasó nada entre nosotros —afirma.
—Lo sé —acepto, ignorando la punzada de anhelo que brota de entre mis
piernas—. Parecías... disgustado cuando te fuiste. Quería asegurarme de
que estabas bien.
Él resopla.
— ¿Has venido a ver cómo estoy?
—Si —suelto, esperando que la mentira resulte convincente—. Pero vi un
tipo raro entrar.
—No habría sospechado que fueras tan pre juiciosa, Belle. ¿Un par de
tatuajes y ya asumes que alguien es un criminal?
Lo dice en un tono cantarín. Sé que está jugando conmigo. Es divertido para
él, verme retorcerme. Verme intentar desvelar las oscuras verdades ocultas
bajo sus brillantes mentiras.
—No, supuse que era un criminal cuando le gritaste que se veía muy mal
que viniera aquí.
A Nikolai se le escapa la sonrisa. Sé que he dado con algo.
—No suele ser sospechoso que hagas negocios legítimos en tu lugar de
trabajo, ¿verdad? —señalo, desafiándolo—. A menos, claro, que el negocio
que estés llevando a cabo no sea oficial. A menos que sea ilegal.
—Ya hemos hablado de esto. Muchas veces —me ataja, levantando una
mano, y no puedo evitar recordar que esos mismos dedos estaban ayer
dentro de mí, lo que obviamente es su intención—. Si necesitas un repaso
de por qué harás exactamente lo que yo te diga, estaré encantado de
dártelo... y sé que tú estarás encantada de recibirlo.
—Eres repugnante.
—Sólo para usted, Srta. Dowan —asegura y me guiña un ojo. Es más
devastador de lo que debería ser—. Ahora, vuelve al trabajo. Tienes una
fecha límite.
Camina alrededor de su escritorio como si me hubiera despedido. Estoy
tentada a huir. Esta es mi oportunidad de salir de aquí, de desenredarme de
este hombre.
Pero es un truco. Se burla de mí, me avergüenza y luego confía en que
saldré corriendo y haré lo que me diga.
Hasta ahora, ha funcionado demasiado bien.
Esta vez no.
—Me parece que eres tú quien tiene una fecha límite —digo. Me tiembla la
voz, pero insisto—. ¿Qué pasa? ¿Te está presionando el jefe?
Nikolai se da la vuelta, sus ojos grises duros como el acero.
— ¿Disculpa?
—Si tienes problemas, puedo ayudarte —digo en voz baja—. Yo pensaba
que estabas malversando dinero para ti, llenándote los bolsillos. Pero si este
hombre, Giorgio o George o como sea, está blanqueando dinero a través de
tu negocio o forzándote a hacer algo, puedo ayudar. Estoy entrenado para
reportar este tipo de cosas a las autoridades. Puedo respaldarte.
Ni siquiera he terminado de hablar cuando Nikolai echa la cabeza hacia
atrás y se ríe.
Es una risa profunda y odiosa. Como si acabara de contar el chiste más
gracioso del mundo.
Ruedo mis ojos en blanco.
—Hablo en serio.
—Por eso es tan gracioso. De verdad crees que puedes salvarme.
—Si estás en problemas, sí, yo...
—No puedes salvarme, porque no estoy en problemas.
Suspiro.
—Sé que puede ser vergonzoso admitir que estás en problemas. Pero
puedes darle la vuelta. Juntos podemos sacarte de esta.
Nikolai rodea el escritorio tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de
retroceder antes de que esté frente a mí. Tengo que estirar el cuello hacia
atrás para mirarle a la cara
—No formo parte de nada de lo que no quiera formar parte —gruñe—. Si
yo fuera tú, contable, te sugeriría que mantuvieras la boca cerrada sobre lo
que no sabes. Que por lo que veo, es la mayoría de las cosas.
Gilipollas. ¿Cómo hace para que "contable" suene como un insulto?
Respiro hondo y me armo de valor, aunque lo único que quiero es hacerme
un ovillo.
—Al menos yo no tengo miedo de enfrentarme a la gente que quiere
controlarme —digo, clavándole un dedo en el pecho—. Si crees que voy a
quedarme de brazos cruzados y dejar que me conviertas en cómplice de tus
crímenes, estás loco. Puede que tengas miedo de ese tal Giorgos, pero yo
no.
—Por el amor de Dios —sisea—. Ya ne boyus’ etogo zhalkogo
podrazhatelya mafioznogo bossa. On boit’ sya menya.
No me sorprende tanto que Nikolai cambiado sin problemas hacia el ruso
como la cantidad de cosas que entiendo.
Llegué a hablarlo casi con fluidez, pero dejé de hacerlo en cuanto murió mi
padre. Lo enterré con él cuando era demasiado joven para pensarlo mejor.
Aun así, entiendo lo suficiente.
“No tengo miedo de ese patético aspirante a jefe de la mafia. Él me teme a
mí”.
¿Mafia? ¿He oído bien? Imágenes de gánsteres de la vieja escuela con
pistolas cómicamente grandes y fedoras inundan mi mente.
¿En qué demonios está metido Nikolai?
¿En qué demonios estoy metida yo?
De repente, Nikolai inclina la cabeza hacia un lado y arquea una ceja,
sospechoso.
Estoy a punto de responderle antes de decidir mentir. Cuanto menos sepa él
que yo sé, mejor.
—Tendrás que hablar en español si quieres que te entienda.
Hago lo posible por parecer enfadada, aunque el corazón me retumba en el
pecho. Esto es mucho peor que un simple caso de malversación. Si Nikolai
está implicado en algún sindicato del crimen o en la mafia, yo podría estar
en grave peligro.
También Elise.
—Hice dos semestres de francés en el instituto —añado—, así que, si
alguna vez me pierdo en Francia y busco un baño, estaré bien. Más allá de
eso, todo es un misterio para mí.
Nikolai frunce el ceño y se aparta el pelo de la frente. Un reloj de oro en su
muñeca capta la luz. Bajo él, veo asomar los bordes de un tatuaje.
No sé si Nikolai es un rico hombre de negocios que intenta jugar con los
chicos malos o si es un jefe del crimen por derecho propio.
Pero no quiero averiguarlo.
15
NIKOLAI

— ¿Una invitación formal más café y pasteles? —Dice Arslan alegremente,


sentándose frente a mí y cogiendo un pastel de manzana de la caja sobre mi
mesa—. Qué raro. Es un honor.
—No me des las gracias. Los ha comprado Bridget.
Bridget apareció con la caja unos diez minutos después de que Belle se
marchara.
—La contable me dijo que los querías —dijo cuándo la miré sin
comprender—. Ella dijo que confiabas en mi gusto. ¿No te gustan? Es que
pensé…
Casi me eché a reír. Belle leía a Bridget como a un libro. La mujer se me
lanzaba encima desde que la contraté. Me preguntaba por qué no derribaba
mi puerta para disculparse por dejar entrar a Giorgos a verme, y ahora,
tengo mi respuesta: porque Belle desvió su atención.
Chica lista.
—Bueno, ya he tenido hoy un gilipolla en mi despacho —le digo a Arslan
—. ¿Por qué no añadir otro?
Arslan frunce el ceño, su temperamento cambia en un instante.
— ¿Quién?
— ¿Quién crees tú?
Suspira.
— ¿En qué está pensando Giorgos? Ese hombre va a conseguir que lo
maten un día de estos.
—Se lo dije cuando me llamó anoche.
Arslan me lanza una mirada preocupada, como sabía que haría.
—Soy todo oído en cuanto estés dispuesto a dar más detalles.
—Me dio a entender que me está siguiendo —le explico—. Le he dicho
que, si pillo a alguno de sus hombres siguiéndome, lo mataré. Y a él con
ellos. Debería estar agradecido de que le diera una advertencia.
—Joder. ¿Pero el trato sigue en pie?
—Siempre y cuando Xena no esté muy molesta porque salí con Belle
anoche.
Arslan parpadea un par de veces antes de pasarse lentamente una mano por
la cara.
—Me tomo una noche libre y la mierda golpea el ventilador. ¿Qué hacías
anoche con la contable?
—Lo creas o no, mis intenciones eran puras.
Resopla.
—De todas las mentiras que has dicho, esa es la menos creíble.
—Su hermana se lio con un gamberro de mierda que contraté en el hotel.
Era mi deber corregirlo.
—Sí, totalmente. Porque eres muy conocido por corregir tus errores.
Arqueo una ceja.
—Soy todo oído en cuanto estés dispuesto a explicarte —digo entre dientes.
—Digo que no haces nada que no te beneficie a ti o a la Bratva. Y te
queremos por ello, añade apresuradamente—. Así es como reconstruiste el
nombre de tu familia desde los cimientos. Por eso eres el gran hombre
ahora. Así que me sorprende oír que anoche estuviste de buenas acciones.
No se equivoca. Si alguien me pide un favor, le doy un precio. Pero con
Belle, ni siquiera dudé en intervenir.
—Ella lleva nuestros libros. Si quiero que ayude a cubrir nuestras huellas,
no puedo dejar que su hermana sea violada por alguien con mi firma en sus
cheques. No fomenta exactamente sentimientos de buena voluntad.
—Para eso es que sirve follársela —replica—. Eso fomenta mucha buena
voluntad.
—Y por eso es que estás soltero.
Se lleva las manos al pecho como si estuviera herido, pero Arslan ha dejado
más que claro que no tiene intención de sentar la cabeza. De todas formas,
no estoy seguro de qué clase de mujer podría con él.
— ¿Ha pasado algo entre vosotros dos por lo que Xena deba preocuparse?
Sacudo la cabeza.
—Casi. Pero Giorgos llamó e interrumpió. Así fue que supe que me estaba
siguiendo. Dijo que alguien nos vio a Belle y a mí en el club y le informó,
pero...
—El hombre no tiene ese tipo de red. No en esta zona.
—Exactamente —digo—. Y le dejé en claro que no creía su mentira ni por
un segundo. Pero vino hoy para asegurarse de que Belle no sería un
problema.
— ¿Y qué le dijiste?
— ¿Quieres la historia completa o el resumen? —inquiero—. En realidad,
las dos son iguales: le dije que se fuera a la mierda.
Arslan se ríe.
—Y se lo tomó bien, estoy seguro.
—No me importa cómo se lo tome. No me voy a dejar intimidar por él y su
hermana. Me follaré a quien yo quiera.
—Lo cual significa Belle —sugiere Arslan.
—Me refiero a quien yo quiera —repito.
Arslan sonríe satisfecho.
—Entonces, es Belle.
—No soy un colegial enamorado —replico—. Además, está resultando ser
más problemática de lo que vale. Se puso en mi puerta mientras Giorgos
estaba aquí.
—Mierda. ¿Qué ha oído?
—No lo suficiente, porque después de la reunión vino convencida de que
había que salvarme de Giorgos.
—Estás de broma —ríe Arslan con incredulidad.
—Ojalá lo estuviera —señalo. Me pellizco el puente de la nariz. La
habitación aún huele a ella. A champú de flores y a piel limpia. Es como si
hubiera entrado y me hubiera marcado con su olor—. Ella no quería dejarlo
así. Estaba convencida de que yo tenía miedo de ese ridículo y pequeño
granuja.
—Ese ‘pequeño granuja’ es el que tiene miedo de ti. Por eso se apareció
aquí —ratifica Arslan—. No habría venido si no le preocupara que el trato
se viniera abajo. Tiene más que perder que nosotros.
—Lo sé. Eso es lo que le dije a ella.
— ¿Qué significa eso? ¿Cuánto le has dicho? —pide. No es propio de
Arslan preocuparse, pero hay genuina preocupación en su rostro.
—Lo dije en ruso —le explico—. Me cabreó. No creí que lo entendiera,
pero... no sé.
— ¿No sabes qué?
—Ella lucía como que había entendido. Su cara cambió después de que lo
dije. Parecía... asustada.
Ver a Belle pálida y conmocionada... hizo que algo en mi pecho se
estremeciera. Al menos, hasta que entendí lo que realmente significaba. Me
quedé allí de pie y la vi desaparecer en sus propios pensamientos, como si
estuviera tratando de procesar lo que yo había dicho.
—Quizá estaba sorprendida —sugiere—. O asustada porque estabas
gritando en otro idioma. El ruso no es exactamente el idioma del amor,
¿sabes? Probablemente se sintió intimidada. Por cierto, la vi de nuevo
cuando venía hacia aquí. Es bien menuda. Tamaño divertido.
—No te llamé para que pasearas por la oficina —Pensar en Arslan mirando
a Belle me hace hervir la sangre—. ¿Hablaste con ella?
Levanta ambas manos.
—Sólo es una observación, jefe. Ya la has reclamado. No la tocaré.
—No lo he hecho... —me interrumpo y le hago un gesto para que se vaya
—. No importa. La cuestión es que sé lo que parece cuando alguien no
entiende lo que digo. Belle no lo parecía.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?
Me reclino en la silla.
—Voy a matar dos pájaros de un tiro.
Arslan frunce el ceño.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que esta noche estás de guardia —digo—. Prepárate para
cualquier cosa.

B a la parte de atrás, cierra la puerta y rebusca en su bolso algo


de lápiz de labios antes de levantar la vista y darse cuenta de que estoy
sentado en el asiento del conductor del coche que se suponía que iba a
llevarla de vuelta al Zinc.
— ¿Dónde está el chofer? —inquiere.
—A su servicio.
Inspira con fuerza y se lanza hacia la puerta trasera. Cuando tira de la
manilla, no pasa nada.
— ¿Cerraduras para niños, Nikolai? ¿En serio?
Me encojo de hombros.
—Deberías comprobar siempre quién conduce antes de subirte a un coche.
Es una ciudad grande. No puedes permitirte ser tan descuidada.
—Déjame salir —espeta. Su mandíbula se aprieta—. Tengo que ir a casa
con Elise.
—Ya le envié la cena. Ella está bien.
— ¿Tú qué? ¿Cómo has...? —suspira—. ¿Hablaste con ella?
—Las criadas dicen que lleva todo el día en su habitación. Dudo que esté
lista para hablar contigo. Será mejor que vengas conmigo.
—Prefiero sentarme sola y comer del servicio de habitaciones que ir a
ningún sitio contigo.
—Mentira.
Sus ojos avellana se entrecierran hasta convertirse en rendijas.
—No sabes nada de la verdad. No reconocerías la verdad, aunque te diera
una bofetada.
—Y tú nunca sabrás la verdad con esa actitud.
Su mandíbula va y viene. No quiere preguntar. Es obvio que quiere
ignorarme. Pero no puede luchar contra su curiosidad.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que siempre he preferido tener conversaciones importantes
durante la cena.
Belle se inclina hacia delante, trayendo consigo su aroma floral.
— ¿De qué quieres hablar?
—De lo que quieras preguntar —respondo con calma. Nos separan unos
centímetros y ella frunce los labios en señal de indecisión.
— ¿Vas a responder a mis preguntas?
Asiento con la cabeza.
— ¿Por qué?
Niego con la cabeza.
—No daré más respuestas hasta que aceptes.
Me mira fijamente durante unos segundos. Luego suelta un largo suspiro y
escala hasta el asiento delantero. Una vez acomodada en el asiento del
copiloto, con el cinturón de seguridad abrochado sobre el pecho, cruza las
manos sobre el regazo y asiente.
—Vale. A cenar. Ya estoy lista.
Me río. Puede que ella crea que lo está, pero no tiene ni puta idea de lo que
le espera.
16
BELLE

Nikolai me acompaña hasta la discreta entrada del restaurante que ha


elegido, pero en cuanto se abren las puertas, intento detenerme.
—No estoy lista —digo, tratando de retroceder para salir de la habitación.
—No seas tan dramática. Estás perfecta.
—No, este sitio está ‘perfecto’ —argumento en un susurro—. Mira a tu
alrededor. Es el país de las maravillas y yo voy vestida casual. No estoy
preparada para esto.
Me quedo corta. Nunca podría haber estado preparada para esto.
Siento que me van a cobrar sólo por mirar. El comedor principal es un
enorme cubo de cristal enmarcado en hierro negro. Las paredes son espejos
de estilo Art Déco diseñados para que parezcan rayos de sol. En el extremo
de la sala hay un árbol de cristal con farolillos de cristal colgando de las
frágiles ramas, y frente a nosotros hay un oso de cristal de tamaño natural
que hace malabares con globos de espejo. Cada centímetro del espacio está
coloreado, es reflectante y está lleno de detalles que hacen que la amante
del diseño que hay en mí quiera llorar de alegría.
Pero todo lo que puedo hacer es señalar y gruñir a la estatua más cercana.
—Es un oso.
—Astuta observación, señorita Dowan —dice Nikolai.
Miro hacia él, pero él no me está mirando. Está sonriendo a la anfitriona
mientras se acerca.
—Me alegro de verle, señor Zhukova —saluda ella—. Tengo preparada su
mesa de siempre.
— ¿Tu mesa de siempre? —Balbuceo—. ¿Sueles venir aquí? ¿Con qué
frecuencia?
Me pone una mano en la espalda y me hace bajar unos escalones hasta el
comedor. Las paredes están llenas de cabinas de terciopelo rojo y las mesas
circulares están dispuestas en fila en el centro de la sala.
La anfitriona nos dirige a un reservado en la esquina del fondo. Justo
encima hay una estantería de cristal con huevos Fabergé, y justo debajo,
una estantería con muñecas rusas.
Frunzo el ceño y me vuelvo hacia Nikolai.
—Este sitio es ruso.
Él arquea una ceja y mira a la anfitriona.
—Nichto ne prokhodit mimo neye.
“No se le escapa nada” dijo él. La mujer se ríe de su broma y él le sonríe
con demasiada cordialidad. Pero los ojos de Nikolai están puestos en mí.
No me gusta ser el blanco de sus bromas, pero no puedo decir nada sin
revelar que sé exactamente lo que ha dicho, y esta parece ser una de esas
mentiras de las que no hay vuelta atrás. Es redoblar la apuesta o morir.
Así que reprimo los celos que se retuercen en mi interior y me dirijo a la
cabina.
Justo antes de hacerlo, Nikolai me coge de la mano y me ayuda a bajar.
—Gracias —le digo de mala gana.
La anfitriona deja una jarra de agua y dos vasos sobre la mesa y nos deja un
minuto para que leamos el menú.
— ¿Por qué estamos aquí? —pregunto.
—Vamos a cenar. Y aquí sirven comida.
—No creo que nada sea tan sencillo contigo —murmuro.
—Eto potomu, chto ty nichego ne znayesh’ —suspira él.
“Eso es porque no sabes nada”. Me está poniendo a prueba. Intenta
frustrarme para que me derrumbe. No tengo ni idea de por qué juega
conmigo. Honestamente, estoy empezando a pensar que sólo le gusta
hacerlo.
—Si quieres tener una conversación conmigo, tendrás que hablar en
español.
— ¿Y si no quiero tener una conversación?
—Entonces eres un mentiroso. Vine aquí porque me prometiste respuestas.
—Entonces haz una pregunta.
Mi corazón salta. Haría bien en mantener la boca cerrada y no preguntar
nada. La ignorancia es felicidad, ¿verdad? Pero Nikolai Zhukova es
demasiado tentador. Quiero saber todo lo que hay que saber sobre él.
—De acuerdo. ¿Quién es el hombre que estuvo hoy en tu oficina?
—Una molestia —contesta Nikolai haciendo una mueca.
— ¿La molestia tiene nombre?
—Se llama Giorgos Simatou. Es un hombre de negocios griego.
— ¿Qué estaba haciendo allí?
—Negocios.
— ¿Qué clase de negocios? —exclamo, cansada ya de estas idas y venidas.
Sonríe.
— ¿Hay diferentes tipos? Unimos nuestros recursos para ganar más dinero.
Eso es un negocio, en pocas palabras.
— ¿Qué clase de recursos?
—Has visto mi hotel y mis oficinas. Cuando se trata de recursos, los tengo
todos.
Gruño.
— ¿Me vas a decir una sola cosa útil?
—No, si puedo evitarlo.
Levanto las manos, disgustada, y me tumbo en el asiento justo cuando se
acerca una camarera. Me mira con desconfianza, como si pensara que yo no
pertenezco aquí (ya somos dos, tonta), pero enseguida ella esboza una
agradable sonrisa.
— ¿Qué desea, señor Zhukova? —pregunta ella.
Nikolai no duda.
—Empezaremos con el khinkali. Que sean dos órdenes. De entrante, yo
tomaré el boeuf à la stroganoff y ella la kulebyaka. ¿Te gusta el caviar,
Belle? —me pregunta mientras dobla el menú y se lo entrega a la camarera.
No espera mi respuesta y añade— también nos gustaría un servicio de
degustación de vodka y caviar.
Sin siquiera dirigirme una mirada, la camarera asiente con la cabeza y se
retira a hacer nuestro pedido.
—Yo podría haber pedido por mí misma —digo cuando ella se ha ido.
— ¿Podrías? —Pregunta—. El menú está en ruso.
Pongo los ojos en blanco.
— ¿Qué es kulebyaka?
—Salmón envuelto en hojaldre.
—Ni siquiera me gusta el pescado.
—Eso es porque seguramente nunca has comido un buen pescado. Eres del
centro del país. El pescado empanizado procesado con patatas fritas y
mucho kétchup son más de tu estilo.
—Eres un sabelotodo, ¿lo sabías?
— ¿Es una pregunta oficial? —sonríe—. En cualquier caso, la respuesta es
"sí". Pero solo porque lo sé todo.
Sacudo la cabeza.
—No lo sabes todo. Porque seguro que pensaste que llegaría a trabajar para
ti y lo obviaría como todos los demás.
—Eso puede que sea cierto. Pero prefiero mucho más la forma en que
elegiste obviarlo.
Aunque debería tirarle el agua a la cara y largarme, se me revuelve el
estómago al recordar lo que hemos hecho. Lo que le he dejado hacerme.
Lo que le dejaría hacerme otra vez, si soy brutalmente sincera.
— ¿Por eso me seguiste hasta el baño? ¿Porque lo sabes todo? ¿Me miraste
y pensaste: ‘Esa mujer está tan desesperada como para follarse a un
desconocido en un avión’? Probablemente esa sea la mejor forma de anotar,
¿no?
—Si parecías desesperada —comenta.
—Vete a la mierda —replico.
Se ríe y continúa.
—Desesperada por un poco de diversión. Desesperada por un momento de
respiro de la tormenta en tu cabeza. Desesperada por un respiro que no
podías recuperar por mucho que lo intentaras.
Cierto en todos los sentidos, sorprendentemente cierto, aunque nunca lo
admitiré.
— ¿Y tú pensaste que podías ayudar?
—Lo hice, ¿no?
—Pensé que era yo quien hacía las preguntas.
Nikolai se lo piensa un momento y niega con la cabeza.
—Yo también quiero saber sobre ti.
— ¿Por qué?
Arquea una ceja.
— ¿De verdad tienes una opinión tan baja de ti misma?
—Claro que no. ¿Qué significa eso?
—Eres tú quien me pregunta por qué querría saber más sobre ti —dice.
Frunzo el ceño.
—No quería decir eso.
Pero ahora que lo dice... es exactamente lo que quería decir. No pensaba
que Nikolai quisiera saber algo de mí. ¿Por qué querría? Es rico y exitoso.
Tiene una vida excitante, aunque sea criminal. ¿Qué querría de una pobre
contable de familia desestructurada en un pueblo de mierda con una
adolescente malcriada a cuestas?
—Aparentemente no has tenido muchos hombres interesados en conocerte
—supongo.
—Porque he estado ocupada. Cuidar de mi hermana es mucho trabajo. Ya la
conoces, lo sabes. No tengo tiempo para nada más.
—No tienes tiempo para una vida, quieres decir.
—Estás tergiversando mis palabras.
—Estoy leyendo entre líneas, diciendo lo que a ti te da miedo admitir. Pero
si me equivoco, por favor, háblame de todos los hombres con los que has
salido en los últimos... oh, seamos generosos y digamos cinco años.
Hago una mueca con los labios apretados.
—’Generoso’ es la última palabra que alguien usaría para describirte.
—No te distraigas, hermosa Belle. Estamos hablando de ti.
— ¡No me llames así!
—Pero es tu nombre —contesta. Me guiña un ojo y parece un jaque mate.
Sea cual sea el juego que estamos jugando, acabo de perder.
Intento formular una respuesta, pero no se me ocurre ninguna antes de que a
nuestra mesa lleguen dos pedidos de lo que parece sopa de dumplings.
— ¿Dumplings? —Pregunto enarcando las cejas—. Creía que era un
restaurante ruso.
—Albóndigas georgianas —aclara—. Están rellenas de ternera especiada y
caldo. Te encantarán —y saca una de las albóndigas con una cuchara y me
la tiende para que yo la coma.
— ¿Me estás dando de comer?
—Considéralo tu día de suerte —dice.
Quiero negarme, pero la comida huele increíble. Así que me inclino hacia
delante y tomo el bocado que me ofrece. En cuanto lo muerdo, la albóndiga
se deshace en mi boca y gimo. El caldo, la carne y las especias... es lo mejor
que he probado nunca, sin discusión.
Miro a Nikolai. Sus ojos se han oscurecido y tiene los labios entreabiertos.
Si no lo conociera, pensaría que está tan afectado por toda esta situación
como yo.
—Está increíble —murmuro, limpiándome la comisura de los labios con la
servilleta de tela.
—Desde luego —asiente en acuerdo—. Y he aprendido algo nuevo sobre ti.
— ¿Y qué es eso?
—Que estás soltera por elección propia.
Resoplo.
— ¿Y eso lo puedes decir porque me comí un dumpling?
—Eso lo puedo decir porque si puedes hacer que comer una albóndiga
luzca tan sexy, es porque eres más que capaz de conseguir al hombre que
quieras.
Me sorprende su franqueza. Entre su sorprendente calidez y la deliciosa
comida, bajo la guardia a pesar de mis mejores instintos.
—Te sorprendería saber cuántos hombres rechazan la carga emocional —Y
engancho otro dumpling del plato y me lo como. No puedo evitar cerrar los
ojos mientras lo saboreo.
Cuando los abro, Nikolai me está mirando.
—Trakhni menya —gruñe en voz baja.
“Que me jodan”. Esta vez es difícil no sonreír. Resuelvo el problema
pillando otro más.
—Ya veo —dice Nikolai—. Estamos aprendiendo mucho el uno del otro.
—Sí, así parece. Como que me he enterado de que secuestras a tus
empleadas y las traes aquí para inducirlas a que cumplan. ¿A cuántas otras
mujeres desprevenidas has traído aquí?
—A ninguna.
Casi me atraganto con el bocado.
— ¿A ninguna? Eso es una mentira.
—No tengo citas.
Sacudo la cabeza.
— ¿Qué significa eso? Todo el mundo tiene citas. A menos que... oh Dios.
¿Estás casado? —Sale la pregunta antes de que pueda detenerla—. No,
espera. No quiero saberlo. No me lo digas. Sólo... prefiero no...
—Relájate. No estoy casado.
Recupero el aliento.
— ¿En serio?
Levanta la mano izquierda sin anillo.
—Sigo esperando a ‘la elegida’ —señala en tono de broma.
El alivio que me inunda es casi abrumador. No quiero pararme a
preguntarme por qué.
—Haces que parezca una tontería.
—Porque lo es —afirma con absoluta certeza—. ¿Te has fijado alguna vez
en que la mayoría de la gente encuentra a ‘los elegidos’ en un radio de
veinticinco kilómetros de donde vive? Que conveniente, ¿no?
—Una relación a larga distancia es difícil.
Nunca he salido con nadie a larga distancia, pero vivir lejos de Elise durante
la universidad fue una tortura. Intentaba mantenerme en contacto y saber
qué pasaba en su vida, pero era diferente no poder estar con ella. No poder
verle la cara cuando volvía del colegio o abrazarla fuerte cuando mamá
estaba drogada y desmayada en el sofá.
—Y menos mal que el destino lo tiene en cuenta asignando a todo el mundo
su alma gemela a poca distancia.
—Vaya. Vale. Acabo de aprender algo más sobre ti. Eres un cínico.
—Soy realista —dice—. La mayoría de la gente exitosa lo es.
—Hay más de una forma de tener éxito.
Nikolai se ríe.
—Hablas como una persona que creció pobre. No pretendo ofender, yo lo
sé porque yo también crecí pobre.
Es difícil imaginar que Nikolai alguna vez no tuvo el control. Es difícil
imaginar que hubo un tiempo en el que no pudo tener a quien quisiera o lo
que quisiera.
— ¿Cómo eran tus padres?
— ¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo? —pide en lugar de
responder.
Me ruborizo.
—Yo hice mi pregunta primero.
Se encoge de hombros.
—No me importa.
Soy más que consciente de que no tiene sentido discutir con él. Además, la
respuesta es fácil.
—En el avión, contigo.
—Antes de conmigo —corrige.
—No lo voy a decir.
— ¿Por qué no? ¿Ty slishkom zastenchiv?
—Claro que no... —empiezo a decir, respondiendo a su pregunta antes de
darme cuenta de que lo ha dicho en ruso. ¿Te avergüenza?
—...voy a contarte sobre mi vida sexual.
Me meto la última bola de masa en la boca para no decir ninguna otra
estupidez.
La mirada de Nikolai se agudiza. Siento sus ojos raspando mi piel como si
me estuviera abriendo capa por capa.
Por suerte, la camarera viene con el siguiente plato y me salva de la
inquisición.
Por el momento.
Durante la cena, la conversación fluye y refluye. Hay ratos de silencio en
los que me zambullo en el salmón envuelto en hojaldre que ha pedido
Nikolai, intentando ocultar lo mucho que lo estoy disfrutando. Su ego ya es
bastante grande. Hablamos sin problemas de la decoración y de los otros
clientes.
Pero la tensión sigue latente.
—La pareja de la esquina viene aquí dos veces por semana —dice Nikolai,
señalando a una pareja de ancianos frente a nosotros. Están muy juntos,
comparten bocados y ríen—. Se escaparon juntos del Bloqueo Soviético y
vinieron a Estados Unidos. Llevan cincuenta años casados.
—Son almas gemelas —le digo, mirándole con suficiencia.
Sacude la cabeza.
—Dos personas con experiencias similares a quienes ayudaron y que han
permanecido juntas porque se les hacia la vida más fácil que si estuvieran
separadas. Es un negocio, nada más.
Miro a la pareja. La forma en que sus ojos brillan cuando se conectan, la
forma en que el hombre tiene su mano en la rodilla de la mujer debajo de la
mesa.
—No, es amor. Es el destino. Me doy cuenta.
— ¿Qué vas a saber tú de todo eso? Hace años que ni siquiera tienes sexo.
—Que no me haya acostado con nadie en mucho tiempo no significa... —
me interrumpo. Mis ojos se abren de par en par—. Me engañaste.
Nikolai da un mordisco a su estofado y se encoge de hombros.
—Fue tan fácil que casi no fue divertido.
Estoy segura de que tengo la cara roja. Me quedo mirando fijamente mi
plato, empujando la comida con el tenedor.
—Seguro que eso es lo que pensaste de mí después de que cedí en el baño.
—Eso fue fácil —asiente en acuerdo—. Pero fue muy divertido.
Levanto la vista y él me sonríe. Es lo bastante cálida como para ser sincera
y, durante unos brevísimos segundos, me permito imaginar cómo sería estar
con Nikolai. Ser la mujer a la que él adula y cuida. Ver esa sonrisa todos los
días.
Anoche lo aprecié en el club, en la forma en que me protegía de los tipos
raros y me mantenía cerca. De pie junto a él, me sentí atesorada, cuidada.
Fue... agradable.
Mi boca esboza una sonrisa y me dejo llevar por la fantasía por un
momento.
Entonces Nikolai aparta la mirada. Su mirada se posa en algún lugar por
encima de mi hombro.
Y la fría y dura realidad se instala de nuevo en mí.
Esta semana, pase lo que pase, no es más que un vistazo detrás del telón.
Una mirada a una realidad alternativa en la que no tendría que luchar por
salir adelante en un trabajo de mierda con un jefe aún peor. Una mirada a
sentirme querida y deseada en lugar de olvidada y descartada.
Pero al final de esta semana, estaré en un vuelo de regreso a casa.
Y nunca volveré a ver a Nikolai Zhukova.
—Sigue comiendo. Ahora vuelvo —dice, deja caer la servilleta sobre la
mesa y se levanta.
Le hago un gesto para que se vaya, intentando alejar la decepción que me
corroe por dentro.
—Sí, sí. Estoy acostumbrada a comer sola, de todas formas.
El paso de Nikolai, normalmente elegante, vacila cuando se aleja de la
mesa. Rápidamente, se recupera y se dirige hacia la cocina.
Y cuando la puerta de la cocina se cierra, me doy cuenta de por qué.
Me habló en ruso.
Y yo le respondí.
17
NIKOLAI

Vi al hombre vestido de oscuro a través de la ventana del restaurante.


Y justo así, recordé por qué estoy aquí.
Ha sido muy fácil distraerse con ella. Por lo descuidada que es con los
detalles privados de su vida, dejando escapar jugosos detalles de sus
perfectos labios antes de darse cuenta de lo que está confesando.
Como el hecho de que soy el primer hombre que se la folla en años.
Eso no debería importarme. No soy un vampiro a la caza de vírgenes. Pero
saber que soy el único en la historia reciente que la hace sentir así... me
hace algo.
El problema es que le dije a Arslan que mataría dos pájaros de un tiro.
Y el otro pájaro acaba de aparecer afuera.
El espía de Giorgos no sólo lleva ropa oscura, sino también una capucha a
pesar de que es una tarde templada. O su jefe no transmitió mi advertencia
de que mataría al próximo espía que viera, o este idiota tiene ganas de
morir.
Algo que estoy feliz de complacer.
—Prodolzhay yest’. Ya vernus’ —gruño, levantándome y moviéndome
alrededor de la mesa.
— Sí, sí. Estoy acostumbrada a comer sola, de todas formas —responde
Belle.
Hay medio segundo de retraso entre su respuesta y mi comprensión.
Me contestó. Ella me contestó.
Podría ser una coincidencia. Está claro que me voy de la mesa, y ella no
necesita saber ruso para llegar a la conclusión lógica de que he dicho que
volveré.
Pero no soy tan estúpido como para creer eso.
Sólo quiero oírlo de ella directamente. Por cualquier medio que sea
necesario. Me encantaría arrancarle la verdad con mis propias manos. Tal
vez haga el mismo truco que hice en el avión y la siga hasta el baño. La
apretaré contra la pared y me la follaré hasta dejarla medio loca, y le
murmure al oído sucias palabras en ruso. La llevaré al borde de la
liberación y luego la haré suplicar en mi lengua materna, simplemente por
la emoción de escuchar palabras destinadas a mí y sólo a mí. Las últimas
palabras que ella dirá jamás.
Haré lo que sea necesario para sacarle respuestas a ella... eventualmente.
Pero también le hice una promesa a Giorgos y ahora tengo que cumplirla.
Me dirijo a la cocina y saludo con la cabeza al jefe de cocina. Oleg y yo
tenemos un acuerdo. No lo mato por cobrarme de más de vez en cuando, y
él mantiene la boca cerrada sobre los negocios que llevo aquí.
No mentí cuando le dije a Belle que nunca traigo mujeres a este lugar. Es
puramente para negocios. Ella es la única excepción.
Atravieso la ajetreada cocina y camino por el estrecho pasillo que conduce
a la puerta trasera. De camino, saco el móvil y envío un mensaje a Arslan.
Prepárate. Estoy en El Salón Ruso.
Él sabrá lo que significa. Estate cerca, pero que no te vean. Prepárate para
cualquier cosa. Estoy seguro de que ya está acechando cerca, en alguna
parte.
Atravieso la puerta trasera, la húmeda noche me inunda, y estoy a punto de
adentrarme en el callejón hasta que veo una figura apoyada en la pared de
ladrillo fumando un cigarrillo.
Es el hombre. El espía.
Una puta presa fácil.
Vuelvo al pasillo y cierro la puerta en silencio. El hombre no debe verme
llegar. Hará una escena. Gritará, chillará, suplicará por su vida. Si quiero
que esto sea limpio, no puedo ser descubierto...
— ¿Nikolai?
No me jodas.
Me doy la vuelta y veo a Belle detrás de mí. Sus ojos color avellana están
muy abiertos y preocupados.
— ¿Qué estás haciendo?
— ¿Qué haces tú? —contraataco—. Te dije que te quedaras en la mesa.
—Dijiste algo en ruso —señala mordiéndose el labio inferior—. No te
entendí.
Si no estuviera en medio de algo, aplaudiría su actuación. De verdad, es
digna de un Oscar.
Pero si ha venido hasta aquí para intentar demostrarme que no tenía ni idea
de lo que quería decir cuando me levanté de la mesa, entonces no es del
todo un genio.
—Bien. Ahora estoy hablando español —ladro—. Y tú tienes que largarte
de aquí.
La expresión dócil de su rostro se transforma de inmediato en indignación.
Se cruza de brazos.
—Perdóname si sueno como mi hermana, pero tú no eres mi puto jefe.
Aprieto los dientes justo cuando mi teléfono zumbó con un mensaje de
Arslan.
El griego me ha visto y se ha metido en el callejón de atrás. Puerta
trasera.
—Joder —murmuro.
— ¿Qué? —Inquiere Belle—. ¿Qué es lo que está pasando?
Tengo segundos. Quizá menos. No hay tiempo para explicar. Apenas
tiempo para pensar.
Agarro a Belle y la meto a la fuerza en un armario detrás de ella. Grita, pero
la cocina es ruidosa y bulliciosa. Nadie le hace caso.
— ¡Nikolai! —lucha, golpeándome—. ¿Qué estás...?
Cierro la puerta de golpe y la aguanto con mi pie mientras cojo una silla de
comedor con una pata rota del montón que hay junto al cubo de la basura.
Lo calzo con fuerza bajo el pomo de la puerta.
Tampoco hay tiempo para asegurarse de que la improvisada cerradura
aguantará. En cuanto la silla está en su sitio, doy media vuelta y salgo al
callejón.
Tal y como dijo Arslan, el hombre viene hacia mí.
En cuanto abro la pesada puerta de metal, él se aparta dando tumbos.
—Guao... cuidado.
Le golpeo en la mandíbula antes de que pueda terminar.
Él maldice a gritos y retrocede, pero se mantiene en pie. Está demasiado
lejos para asestarle un puñetazo, así que le doy una patada en la rodilla.
La patada no es sólida, así que el hueso no se rompe, pero él sigue gritando.
Un camión de bomberos pasa por la calle detrás de nosotros, así que es
posible que nadie le haya oído. Pero voy a asegurarme de que no vuelva a
hacer ruido.
Saco la navaja del bolsillo, extiendo la hoja y se la meto en el cuello.
Él abre la boca para gritar, pero es demasiado tarde. Le atravieso la garganta
con la hoja, cortando tendones y arterias de un solo tajo. Sus cuerdas
vocales están destrozadas. Cuando saco el cuchillo, ya está inerte.
Treinta segundos después, está quieto y callado en el pavimento.
—Bueno, esto ha sido un puto desastre —dice una voz familiar. Me giro y
veo a Arslan caminando hacia mí—. Podrías haberme avisado lo del
cadáver. Casi me traigo la moto.
—Podrías haberlo sentado en tu regazo. Habría sido muy mono —digo.
Él entrecierra los ojos.
—Tú puedes bromear porque no tienes que deshacerte de un cadáver esta
noche. Dios, voy a estar despierto para siempre cavando una tumba para
este lamentable bastardo.
—Pensé que vivías para esta mierda.
—Dije que me gustaba matar —aclara—. La limpieza apesta.
—Le hubiera pedido a Misha que se encargara, pero tú estabas en mi
oficina. Parecía más conveniente.
Se burla.
— ¿Esto es un castigo por visitar a mi mejor amigo en el trabajo?
—Te dije que dejaras de ir sin avisar. Te lo mereces.
—Eres un hombre cruel, Nikolai Zhukova —afirma en un suspiro.
Me lanza una toalla y me limpio las manos. El hombre estaba de lado, así
que la mayor parte de la sangre salpicó la pared y no mi ropa, pero no hay
forma de evitar ensuciarse las manos cuando se trata de una herida abierta
en el cuello.
— ¿Dónde lo entierro?
—Tirarlo frente a la puerta de Giorgos debería bastar —señalo—. Te
ahorraría cavar.
Arslan suspira.
—Eso es poético, pero un poco arriesgado. ¿Tienes un plan para sacarme de
prisión cuando me atrapen entregando un cuerpo?
—Nunca te pillan.
Se ríe entre dientes.
—Sí, tienes razón. Yo me encargo. Y será mejor que vuelvas a tu cita.
—Joder —exclamo. Miro hacia atrás y casi me sorprende que Belle no esté
en la puerta. La mujer tiene una forma astuta de escabullirse, en más de un
sentido.
—Ay no, ¿La cita no va bien?
—No es una cita. Y teniendo en cuenta que la dejé atrapada en un armario,
diría que no, no va muy bien, nada bien.
— ¿Atrapada en un...? —Repite Arslan, levanta las manos y sacude la
cabeza—. ¿Sabes qué? No tengo tiempo para esto. Tengo un cuerpo que
transportar.
—Bien. Yo no tengo tiempo para explicaciones —alego. Le hago un gesto
para que se vaya y me vuelvo hacia la puerta.
Justo cuando la abro, Arslan me llama.
—Si alguien puede encerrar a una mujer en un armario y aun así acabar la
noche follándosela, ese eres tú —enuncia.
—Gracias por el voto de confianza.
—Ve a por ella, amigo.
Sacudo la cabeza y entro.
18
BELLE

Me caigo a pedazos.
Prácticamente puedo sentir el recuerdo de Elise apretada contra mi costado,
su pequeño cuerpo temblando. Es como si volviera a tener trece años.
— ¿Quién es ese hombre? —pregunta ella.
—Un amigo de mamá —digo entre dientes, esforzándome por parecer
normal—. Se irá pronto.
— ¿Y entonces saldremos de aquí?
Miro alrededor de la pequeña y oscura habitación. Olía a pies sudados y a
polvo. Una pequeña luz entraba por la rendija de la puerta. A veces, mamá
deslizaba una toalla delante para amortiguar nuestras voces y que sus
amigos no nos oyeran gritar. Pero hoy la había dejado al descubierto. Tenía
prisa.
—Sí, saldremos —digo—. Siempre lo hacemos. Sólo tenemos que esperar.
Esperar y quedarnos calladas. No suelen ser los puntos fuertes de una niña
de cuatro años, pero Elise hizo lo que pudo. Era muy pequeña para
enfrentar el castigo por hacer demasiado ruido, por interrumpir el ‘tiempo’
de mamá. Pero yo estuve sola en el armario noche tras noche antes de que
naciera Elise. Me sentaba sola en la oscuridad mientras mamá se pinchaba
con agujas, inhalaba pipas de cristal y bailaba al ritmo de música
demasiado alta hasta que la radio se apagaba.
Al menos Elise me tenía a mí para enseñarle lo que estaba bien y lo que
estaba mal.
Yo tuve que aprender las reglas por las malas.
Ahora, estaba atrapada de nuevo en la oscuridad, y ni siquiera tengo el
consuelo del pequeño cuerpo de Elise junto al mío. Las sombras presionan
por todos lados, consumiendo y oprimiendo.
—Estoy en un restaurante de Nueva York —susurro para mis adentros, con
la voz entrecortada por el pánico—. No estoy en el tráiler. No soy una niña
asustada. Soy adulta.
Los hechos dichos con calma son una defensa de mierda contra las
incontables horas que pasé sentada en un oscuro armario con las lágrimas
de mi hermana menor empapándome la camisa. Sucedía varias veces a la
semana cuando las cosas iban mal. Menos a menudo cuando mamá hacía
uno de sus intentos poco entusiastas de limpiarse.
Pero ninguno duraba mucho.
Nos encerraba antes de que su traficante apareciera, supongo que por miedo
a que le bajáramos su placer. O, más probablemente, para poder acostarse
con el tratante y compensar lo que no podía pagar en efectivo.
Elise lloraba y yo la hacía callar, recordándole el castigo por hacer
demasiado ruido.
Nada de comer. Nada de salir. Una gran paliza, si realmente arruinábamos
las cosas.
No hagas ruido. Pórtate bien. Ese entrenamiento arraigado es la única
razón por la que no grité con todas mis fuerzas cuando Nikolai cerró la
puerta de golpe. Es la razón por la que ahora estoy acurrucada en un suelo
sucio, intentando respirar a través del trauma reprimido que intenta
ahogarme.
—Estoy bien —murmuro—. Saldré de aquí. La puerta se abrirá. Me pondré
bien.
No sé si algo de esto es cierto. No sé por qué Nikolai me encerró aquí,
primero que todo. Lo único que sé es que estoy lejos de casa y que no hay
un alma en la tierra a la que le importe saber dónde yo estoy.
Un sollozo se aloja en mi garganta justo cuando oigo un golpe al otro lado
de la puerta. Un momento después, se abre.
Una luz intensa atraviesa el estrecho espacio y sólo puedo distinguir su
silueta. Pero es suficiente.
— ¡Gilipollas! —grito y me lanzo hacia la puerta, pero Nikolai acciona un
interruptor, cegándome aún más.
Tapo mis ojos con las manos, siseando como un vampiro rociado con agua
bendita.
—Te dije que esperaras en la mesa —dice él simplemente.
Tengo los ojos húmedos e intento convencerme de que es por la luz. Pero
yo sé la verdad: estoy aliviada.
Nikolai es quien me ha encerrado aquí y, sin embargo, me siento
extrañamente feliz de volver a verle. Agradecida por salir de la oscuridad.
Le empujo a él hacia el pasillo. Cuando estoy fuera, respiro profundamente
el aire fresco y el malestar se me pasa un poco. En su lugar fluye la ira.
—No me puedo creer que hayas hecho eso.
— ¿De verdad? —Dice, con una ceja levantada—. ¿No te lo puedes creer?
—Tienes razón, debería haberlo visto venir. Supongo que soy la idiota que
intenta ver lo mejor de la gente.
Él asiente.
—Ahí está tu error.
Lo fulmino con la mirada, deseando que su hermoso exterior se
corresponda con su asqueroso y retorcido interior. Debería lucir tan cruel y
despreciable como es en realidad.
Pero Nikolai se vuelve hacia la cocina, comprobando si nos observan, y
luce tan esculpido e impecable como siempre. Excepto...
— ¿Eso es sangre? —indago, alargando la mano hacia su cuello. Es una
pequeña mancha de color rojo óxido que no recuerdo haber visto antes.
Pero antes de poder tocarla, Nikolai se aparta.
—Es vino —aclara. Tira de su cuello, ajustándoselo para que la mancha sea
menos visible.
Entonces me fijo en sus nudillos. Están magullados y hay algo rojo seco en
los pliegues.
Sigue mi mirada hasta sus dedos y se mete la mano en el bolsillo.
—Vámonos.
—Diablos, no —siseo—. No voy a ninguna parte contigo.
—No montes una escena.
Jadeo.
— ¿Tú me estás diciendo a mí que no monte una escena? Acabas de
encerrarme en un armario en medio de nuestra...
Me detengo, tragándome la palabra. Pero Nikolai es demasiado observador
para no darse cuenta de que casi resbalo.
— ¿Nuestra qué?
—Nuestra cena —termino.
Se acerca y me mira por debajo de la nariz.
—Si esto fuera una cita, lo sabrías, Belle.
El estómago se revuelve nervioso, pero aplasto las mariposas antes de que
levanten el vuelo.
—No quiero salir contigo. No quiero hablar contigo. No quiero estar cerca
de ti.
—Eso no es lo que dijiste cuando mis dedos estaban dentro de ti.
Se me sonroja la cara, pero me cruzo de brazos.
—Vete a la mierda. Me marcho.
Avanzo por el pasillo, pero Nikolai me agarra del brazo.
—Sí, te vas. Pero antes pediré un coche.
— ¡Ya te dije que no voy a ningún lado contigo!
—Por eso te llamaré un chofer —suelta—. Sólo porque tú seas tan ingenua
como para huir de mí y ponerte en peligro volviendo sola a casa no
significa que yo vaya a quedarme de brazos cruzados.
—Ya soy mayorcita. Puedo arreglármelas sola.
—Claramente no —señala, haciéndome un gesto como si mi sola existencia
fuera la prueba de lo que está diciendo—. Hay gente mala ahí fuera.
¿Eres tú uno de ellos? Tengo la pregunta en la punta de la lengua, pero no
la formulo.
— ¿Por qué te importa? —Cuestiono en su lugar—. Parece que si yo
desapareciera sería una cosa menos de la que preocuparte.
—La policía llamaría a la puerta si uno de mis empleados no se presentara a
trabajar.
—Yo no soy tu empleada —digo, negando con un dedo hacia él.
Él arquea peligrosamente una oscura ceja.
—Peor aún. No puedo falsificar documentos que digan que has dimitido de
repente y te has unido al circo.
Frunzo el ceño.
—Suenas familiarizado con el proceso.
—Soy un hombre con muchos talentos —dice con una sonrisa que no acabo
de entender.
La mancha de su cuello adquiere de pronto un matiz más amenazador. Me
estremezco. Cuanto antes me aleje de él, mejor será.
—Está bien. Llama a un coche.
—Actúas como si tuvieras elección en el asunto —dice él, indicándome que
pase por la cocina—. Ya lo he hecho.
Caminamos por el comedor hacia la puerta principal cuando la camarera
nos detiene.
— ¿Pasó algo con su comida, Sr. Zhukova?
—Todo estaba perfecto —afirma Nikolai muy tranquilo. Mete la mano en la
cartera y saca un grueso fajo de billetes. La camarera no duda en
cogérselos. Realmente debe ser un habitual cliente—. Pero tenemos que
irnos pronto.
—Pero... pero... —insiste la camarera, negando con la cabeza—. El servicio
de degustación de vodka y caviar es muy costoso. ¿Está seguro...?
—Llévaselo a los Schneider —dice, señalando a la pareja de ancianos de la
esquina—. Yo invito. O tíralo todo, me importa un bledo.
La camarera mira a Nikolai como si fuera un regalo de Dios en la Tierra. Si
me dedicara siquiera una mirada de pasada, la desengañaría de esa idea.
Pero no le quita los ojos de encima mientras atravesamos el comedor,
decorado con todo lujo de detalles, y salimos por las puertas doradas de la
entrada.
Tal como dijo Nikolai, un coche negro sin matrícula espera en la acera. Me
abre la puerta trasera, me mete dentro y se inclina para hablar con el
conductor.
—Llévala directamente al hotel. A ningún otro sitio.
—No soy tu prisionera —argumento—. No puedes controlar dónde...
Antes de que pueda terminar, Nikolai cierra la puerta trasera y se aleja del
bordillo.
Lo miro a través del cristal tintado.
—Gilipollas.
Se queda como una estatua en la acera mientras el coche se aleja.
Estoy furiosa durante un rato. Pero cuando el conductor me deja en el hotel,
la adrenalina ya ha desaparecido y empiezo a sentir pánico.
Nikolai me encerró en un armario y luego reapareció con una mancha de
sangre en el cuello y moratones en los nudillos. ¿Se peleó? Lo vi en el club
la otra noche. No sería tan sorprendente. Pero entonces, ¿por qué
encerrarme para que no pudiera ver?
La respuesta obvia: porque habría sido testigo.
Un testigo de qué, no lo sé. Pero sé que no es bueno.
—No puedo quedarme aquí —susurro mientras atravieso las puertas del
vestíbulo—. Debemos irnos.
Ya he cruzado la mitad del vestíbulo y estoy decidida a recoger nuestras
cosas y salir de Nueva York con Elise esta misma noche... cuando recuerdo
que dejé el portátil en la sala de conferencias de Zhukova Incorporated.
—Mierda —siseo.
Si lo pierdo, el dinero para sustituirlo saldrá de mi sueldo. Roger ya lo dejó
claro antes de que me fuera de viaje, y no puedo permitírmelo.
Me quedo estática en el suelo de madera, la mente me da vueltas mientras
intento averiguar qué hacer a continuación.
— ¿Señorita? ¿Está todo bien?
Me giro y veo a la encargada sonriéndome por encima del mostrador.
—Sí, es sólo que... —explico, mientras me acerco—. ¿Podrías llamar un
coche por mí?
— ¿A cuenta del señor Zhukova? —pregunta en voz baja, casi como si
fuera un secreto.
Sonrío.
—Sí. Sería estupendo.
Si me voy a ir de la ciudad, también puedo exprimir a Nikolai hasta el
último centavo.
D Z I , me siento como si hubiera estado
dando tumbos durante el día más largo de la historia.
Me duelen los pies a pesar de mi supuestamente adecuado calzado, y el
estómago no para de rugirme. No terminé de cenar y tengo hambre. Quizá
aproveche el servicio de habitaciones ilimitado una vez más antes de que
Elise y yo nos larguemos de Dodge.
Entro en el vestíbulo y me giro hacia el mostrador de seguridad, pero la luz
está apagada y Stan no está sentado allí.
—Bien por mí —murmuro. No me importa subir yo sola.
Pero cuando me dirijo al ascensor y pulso el botón, no pasa nada. Ni
siquiera parece que el ascensor funcione. Que mierda.
—Necesita permiso para usar el ascensor a esta hora —dice una voz detrás
de mí.
Me giro y veo a un hombre de mediana edad apoyado en una escoba. A sus
pies hay un montón de polvo y basura.
—Stan no está en su puesto —le explico—. Pero tengo que subir y...
—Llame a alguien de su empresa para que le deje subir.
Le dedico una sonrisa paciente.
—No hay más nadie arriba.
—Lógico. Es tarde —dice. Sus ojos están rojos. Parece que también es
tarde para él.
—Lo sé. Olvidé mi portátil, así que tengo que subir y...
—Stan ya salió —me interrumpe—. El acceso está cerrado a menos que
alguien pueda dejarla subir.
—Pero no hay nadie.
Se encoge de hombros.
—Qué pena —señala. No podría sonar menos comprensivo, aunque lo
intentara.
— ¿Cómo sube usted? —pregunto—. Tiene que limpiar los demás pisos,
¿no?
Se palpa la cadera con una mano arrugada y callosa.
—Tengo llaves. Yo voy por las escaleras.
— ¿Dónde están las escaleras? Yo puedo ir por...
—Necesita las llaves.
Me quedo mirándole unos segundos, parpadeando despacio.
—Usted las tiene.
—Así es.
—Entonces... ¿podría abrirme la puerta?
Vuelve a negar con la cabeza.
—No estoy autorizado a dejar entrar a nadie en el edificio. La única razón
por la que usted entró es porque olvidé cerrar la puerta principal después de
mi descanso para fumar. Podría meterme en problemas por su mera
presencia aquí.
Suelto un pequeño suspiro.
—Escuche, señor, yo...
— ¿Señor? —y se ríe—. Qué bien.
—Escuche, señor —repito—. Mañana me voy en un vuelo muy temprano, y
me he dejado el portátil arriba. Si no lo recupero, tendré serios problemas.
¿Podría ayudarme, por favor?
Me mira de arriba abajo, pero no de forma insinuante. Más bien tengo la
sensación de que es un hombre con muy poco poder que de repente está
saboreando lo que se siente al tener todas las cartas.
Y le gusta.
—Lo siento —expresa, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza
—. No puedo hacerlo. No tiene suerte, señorita.
Aflojo.
—Sólo me tomará un minuto allí arriba. Subo corriendo y...
Se vuelve hacia la entrada.
—La acompaño hasta la salida, para cerrar detrás de usted. Buena suerte
con todo.
Durante medio segundo, me planteo seguirle y abandonar el edificio en
silencio.
Siempre he sido una seguidora de las reglas. Una ‘niña buena’. No contesto
mal ni causo problemas. No me quejo cuando equivocan mi pedido en un
restaurante. Cuando alguien me corta el paso en el tráfico, me freno para
dejarle más espacio.
Pero hoy ya estoy harta de que me empujen.
—Escucha —espeto, con toda la cortesía ausente en mi voz—, esta noche,
en mi regreso a casa fui obligada a acompañar a un CEO en un momento de
poder y me encerraron en un armario.
Los ojos del conserje se abren de par en par.
—Qué...
—La única razón por la que sigo en esta ciudad olvidada de Dios es porque
mi jefe me abandonó en el trabajo para irse a Aruba. Si él no hubiera hecho
eso, yo ya habría terminado. Estaría de vuelta en casa, sana y salva, de
vuelta a mi habitual rutina. Pero no, en vez de eso, estoy aquí, lidiando con
otro imbécil machista en otro momento de poder.
— ¡Eh! —ladra, teniendo la audacia de parecer ofendido—. ¡No puedes
hablarme eso!
—Esto es lo que va a pasar —digo, todavía con el subidón de mi bronca—.
Me vas a dar las llaves que cuelgan de tu cinturón y yo voy a subir a por mí
portátil. Si no, me aseguraré de informar a tu supervisor de que te estás
tomando descansos para fumar en mitad de tu turno.
Su cara está arrugada y enfadada.
—Tengo permitido un descanso para fumar cada hora.
—Para fumar cigarrillos ¿verdad? —afirmo—. Seguro que tu jefe no sabe
que enciendes porros en el trabajo.
Era una suposición basada en el leve aroma y sus ojos rojos, pero la forma
en que aprieta los labios me dice que he dado en el clavo.
—No tienes ninguna prueba de nada.
—Puedo olerlo desde aquí —chasqueo la lengua—. Pero dame las llaves y
esto quedará entre nosotros.
El hombre se me queda mirando un momento, sopesando sus opciones.
Al final, decide que no valgo la pena.
—Te abriré la puerta —refunfuña, caminando por un pasillo que va por
detrás de los ascensores—. Podrás acceder a los ascensores o a las escaleras
cuando bajes. Entra, haz lo que necesitas y sal. No quiero volver a verte
después de esto.
Desliza una llave plateada en una puerta de metal macizo con un cristal
rectangular dentro. En cuanto se abre, entro antes de que cambie de opinión.
—Gracias por su amabilidad —murmuro, ya subiendo las escaleras.
El conserje refunfuña algo detrás de mí.
Es un largo camino hasta el piso treinta y cinco, de lo que me doy cuenta a
los diez tramos. Mi pecho aprieta y mis piernas arden, así que me meto en
un piso cualquiera y tomo el ascensor hasta el trigésimo cuarto. Luego subo
un piso más por las escaleras para que el tintineo del ascensor no llame la
atención.
El escritorio vacío de Bridget en el vestíbulo de Zhukova Incorporated está
iluminado por un único panel fluorescente sobre su escritorio, pero el resto
del vestíbulo está a oscuras. No oigo ninguna voz ni veo ningún
movimiento. Aun así, pienso seguir el consejo del conserje: entrar, hacer lo
que necesito y salir.
El pasillo está iluminado por una de cada tres luces. La alternancia de luces
y sombras desprende un inquietante brillo, como de otro mundo. Me siento
como en el decorado de una película y no en la vida real.
Por eso, cuando oigo voces graves y airadas al final del pasillo, ni siquiera
me sorprendo.
La escena está preparada. Sólo faltaba la acción.
—Entra y sal —me digo en voz baja—. Entra y sal. No te quedes.
Pero mientras voy diciendo las palabras, paso de puntillas por la sala de
conferencias hacia las voces. Hacia la oficina de Nikolai.
Debe ser un deseo de morir. Un instinto de autodestrucción. Lo más
probable es que lo haya heredado de mi madre.
Cuanto más me acerco, más claras son las voces. Pero sigo sin entenderlas.
Porque están hablando ruso, me doy cuenta de repente.
En cuanto me doy cuenta, se activa el filtro adecuado en mí y me llegan
fragmentos.
—El hombre era un don nadie —dice una voz desconocida—. Me importa
un carajo él, pero casi me atrapan.
—Pero no lo hicieron.
Nikolai. Sé que es él. No importa el idioma, su voz es intensa y lacónica.
—Soy tu segundo. Deberías haberme advertido que esto venía. Podría
haberme preparado mejor.
—No sabía que iba a pasar —replica Nikolai.
— ¡Pura mierda! Tú lo sabes todo, cabrón arrogante.
Me sorprende que alguien pueda hablarle así a Nikolai y salirse con la suya,
pero de alguna manera, el hombre no hace que el insulto suene como un
insulto. Suena como cariñoso. Tengo la sensación de que Nikolai y este tipo
son cercanos.
—Tenía que demostrarle a Giorgos que no estoy bromeando —expresa
Nikolai—. Hice una amenaza, y tuve que cumplirla.
— ¿Aunque matar a ese imbécil arruinara tu cita?
De repente, siento como si el pasillo se cerrara sobre mí. ¿Nikolai mató a
alguien? ¿Esta noche? ¿Durante la cena?
Vi la mancha de sangre en su cuello y la sangre seca en sus nudillos. Una
prueba clara que decidí ignorar. ¿Porque era demasiado enredo? ¿Porque
tenía miedo? Todo lo anterior, quizá.
Pero ya no puedo ignorarlo.
—No era una cita, ladra Nikolai—. Estaba allí para reunir información.
Belle sabe demasiado.
Peligro. Peligro. Peligro.
La palabra titila en mi cabeza, como una señal de advertencia que me dice
que gire y corra.
—Tengo que salir de aquí —jadeo, intentando convencer a mis piernas.
Siento que mi cuerpo pierde el equilibrio. El pánico me constriñe los
pulmones y me siento como si estuviera corriendo en una pesadilla, con los
pies arrastrándose por arenas movedizas.
La sala de conferencias está ahí delante. Tengo que aguantar hasta que
pueda coger el portátil y salir de aquí. Lejos del hombre de negocios
asesino.
Joder, ¿cómo no me di cuenta antes? Secuestró a Elise. Me dijo que era
Dios en esta ciudad. ¿Por qué no escuché?
Dijo que sé demasiado. ¿Eso significa que planea callarme? ¿Hasta dónde
me seguirá? ¿Qué hará cuando nos atrape?
Me invade una nueva oleada de pánico y estiro una mano para apoyarme en
la pared.
Al hacerlo, golpeo un interruptor.
Las luces sobre mí parpadean.
Entonces, mi peor pesadilla, todo el pasillo se llena de zumbidos, los
fluorescentes se encienden a toda potencia y zumban como un enjambre de
abejas.
—Mierda.
19
NIKOLAI

— ¿Qué demonios fue eso? —pregunta Arslan.


Las luces del pasillo se encendieron y volvieron a apagarse. Se supone que
somos las únicas dos personas en todo el piso. Las únicas dos personas en el
edificio.
Me levanto y atravieso mi despacho.
—No lo sé. Pero creo que tengo una muy buena y jodida suposición.
Salgo al pasillo y miro a ambos lados. Está aparentemente vacío, pero
siento que no estamos solos.
El hormigueo en mi pecho es un sensor que me lleva más y más. A ella.
Porque, por supuesto, es ella. Siempre es ella. Escuchando cuando no debe,
acechando fuera de mi despacho, robándome el coche, siguiéndome por la
cocina del restaurante mientras intento cometer un asesinato.
Belle Dowan no sabe cuándo dar un maldito descanso.
—Sal, Belle —llamo, mi voz resuena en el largo pasillo—. No tienes por
qué esconderte.
— ¿Belle? —Sisea Arslan detrás de mí—. No lo sé, tío. Podría ser Giorgos.
Cualquiera de los griegos. Acabamos de dejar un muerto en su puerta, así
que...
—Basta —siseo. Arslan cambió al ruso, pero tengo la sensación de que eso
no importa con Belle.
La pequeña kiska sabe más de lo que dice.
Ambos dejamos de movernos y contenemos la respiración. El silencio que
nos rodea parece amplificarse. Cada crujido del edificio, cada zumbido
electrónico, cada latido de mi corazón. Todo parece imposiblemente
ruidoso.
Y entonces una puerta chirría.
Me doy la vuelta. La cara asustada de Belle me mira a través del hueco. En
cuanto nuestras miradas se cruzan, ella echa a correr.
— ¡Belle! —rujo tras ella, pero no se detiene.
Se dirige hacia la escalera. La persigo.
—Le cortaré el paso —grita Arslan, yendo en la otra dirección.
Pase lo que pase, no saldrá de este edificio. No hasta que yo esté listo para
que se vaya.
Es decir, si es que la dejo irse.
Belle abre de un tirón la puerta de la escalera y desaparece.
En cuanto estoy en la escalera, oigo sus pasos en los escalones. Frenéticos,
temerosos. Ahora estoy medio piso por detrás de ella. Cada vez que doblo
un tramo, veo su pelo castaño bailando detrás de ella.
Entonces oigo un grito, seguido de golpes bajos y gruñidos.
—Joder —siseo—. ¿Belle?
Doblo la siguiente esquina y la veo tirada al pie de la escalera. Tiene el pelo
alborotado y la pierna derecha torpemente doblada.
Bajo las escaleras de dos en dos y me arrodillo a su lado.
— ¿Qué te duele?
—Todo —gruñe—. No me toques, joder.
Ruedo los ojos en blanco.
—Sigues siendo demasiado cabezota para tu propio bien. Supongo que eso
significa que no es una herida en la cabeza.
—Suéltame —dice de nuevo, intentando alejarse de mí a gatas. El tobillo
empieza a hinchársele y a ponerse morado—. No escuché nada.
Resoplo. Eso garantiza que definitivamente ha oído algo.
—Ven conmigo.
Tomo su brazo, pero Belle me golpea. Su puño apenas roza mi nariz.
—Has perdido, Belle. Ya déjalo.
Le agarro por la cintura, inmovilizándole el brazo derecho, y me doy cuenta
de que está temblando. Todo su cuerpo, de la cabeza a los pies, tiembla sin
control.
Puede que se haga la dura, pero está aterrorizada.
—Vas a matarme, ¿verdad?
—Debería —lo admito—. Has sido un verdadero grano en el culo.
De repente, oigo abrirse una puerta más abajo.
— ¿Todo bien? —llama Arslan.
—Sí, todo bien —digo.
—Bien, regreso a entonces a tu...
—En realidad —lo interrumpo—, vete a casa por esta noche. Yo me
encargo desde aquí.
Belle me mira fijamente. Tiene los ojos color avellana muy abiertos,
escrutadores. Intenta adivinar lo que viene a continuación. Pero es una tarea
imposible.
Porque ni siquiera yo sé lo que va a pasar.
—Oh, entendido —dice Arslan—. Hasta mañana.
Espero en silencio. Una puerta se abre y se cierra.
Estamos solos.
Una vez que Arslan se ha ido, me subo a Belle al hombro mientras ella
lucha durante todo el trayecto.
—Puedo andar —argumenta, dándome palmadas en la espalda—. Bájame.
— ¿Para qué te caigas por las escaleras? —pido—. No, gracias. No puedo
interrogar a una muerta.
— ¿Vas a… interrogarme? ¿Sobre qué?
Le doy una palmada en el culo, ganándome otro golpe en la espalda que
solo me hace soltar una sonrisa.
—Vamos, señorita Dowan. No arruinemos la sorpresa.

A a Belle es más divertido de lo que debería. La áspera cuerda parece


tan tosca contra su suave piel, una deliciosa yuxtaposición. Me quedo
mirando cómo tira de sus muñecas en lugar de terminar de hacer los nudos.
Intenta luchar, pero no tiene ninguna posibilidad. En cuanto tiene los brazos
atados a la silla, ella no puede hacer gran cosa. Se agita de un lado a otro,
tambaleando la silla sobre dos patas.
—Te vas a volcar —le advierto—, y cuando lo hagas, no te ayudaré a
levantarte.
Resopla y se hunde en el cojín. Sabe que tengo razón.
— ¿Por qué tienes cuerdas aquí?
—No hagas preguntas de las que ya sabes la respuesta.
Ella niega con la cabeza.
—No sé la respuesta. No sé nada de ti.
—Y no me mientas —gruño—. No me mientas nunca, joder.
Mi voz es tan despiadada que ella se sobresalta. Estoy acostumbrada a que
me presten atención, pero hay algo en sus ojos que me embriaga
extraordinariamente.
Retrocedo y camino lentamente por la habitación.
—Creo que es hora de que seamos sinceros el uno con el otro.
—He sido sincera.
—Eso es mentira. Te acabo de advertir que no lo hagas.
—Yo he sido sincera —insiste—. ¿Cuándo te he mentido?
—Cuando me dijiste que no me deseabas. Cuando dijiste que no querías
follar conmigo.
Sus mejillas arden.
—No quiero desearte. Deseo no hacerlo. Esa es la verdad.
Su honestidad es sorprendente, pero no es esa la revelación por la que estoy
aquí.
—Me dijiste que no entendías el ruso.
Frunce el ceño. Parpadea. Puedo ver el miedo en sus ojos. He visto esa
emoción suficientes veces como para estar íntimamente familiarizado con
todas sus formas.
—No lo entiendo.
—Izhets —siseo—. Estás mintiendo.
—No miento —espeta y su voz se quiebra. Ahora está a punto de llorar,
haciendo fuerza contra las cuerdas que rodean sus muñecas—. Lo que creas
que sé, no lo sé. No he oído nada. No sé nada.
Me acaricio la barbilla.
—Eres una chica lista, Belle. Por eso te haces la tonta. Por eso finges que
no sabes que Giorgos Simatou es un capo de la mafia.
Sus ojos se abren de par en par.
— ¡Basta!
— ¿Basta qué? —pregunto sonriendo—. ¿Que deje de decirte que no soy
solo un hombre de negocios?
Belle gime. Las muñecas le aprietan tanto contra las cuerdas que los dedos
se le ponen blancos. Quiere taparse los oídos, enterrar la cabeza en la arena.
—Nikolai, por favor. No me digas nada más.
—No te voy a decir nada que no sepas ya —le digo y camino delante de
ella—. ¿Cuánto has averiguado por tu cuenta?
—Sólo déjame ir a casa.
— ¿Quieres decir al hotel del que soy propietario? ¿O a tu apartamento de
dos dormitorios en Oklahoma City? ¿El que está en Lincoln Boulevard y
tiene vistas al glamuroso aparcamiento?
— ¿Cómo...? —jadea ella.
—Yo lo sé todo —proclamo y me inclino hacia ella, estudiando la oscura
ondulación de su pelo sobre los hombros, la forma en que sobresale su labio
inferior, frunciéndose mientras lucha contra las lágrimas. Su aroma flota en
el límite de mi percepción, embriagador—. Y también sé que me entiendes
cuando hablo en ruso.
Ella niega con la cabeza.
—No. No te entiendo. No sé...
—Soy el líder de una Bratva —declaro, susurrándole las palabras en ruso al
oído.
Todo su cuerpo se pone rígido.
—Y esta noche he matado a un hombre con mis propias manos en el
restaurante.
Ella se estremece.
Yo sonrío.
—Lo sabía, hermosa Belle. No puedes ocultarme nada.
El reloj de la pared marca los segundos uno a uno.
— ¿Por qué haces esto? —gime.
—Porque mentiste y ahora, no puedo confiar en ti.
—Vale, pero... si no puedes confiar en mí, ¿por qué me cuentas todo esto?
No lo alargues. No me tortures. Si vas a matarme, mátame.
Enrosco los dedos alrededor de sus delicadas muñecas y me inclino para
que mi cara quede a escasos centímetros, obligándola a mirarme a los ojos.
—No mato a la gente sin motivo.
—Mataste a ese hombre esta noche —dice—. En medio de nuestra cena.
—Entonces debo haber tenido un motivo.
Ella se burla.
— ¿Cómo podrías tener un motivo? Estábamos hablando, pasándolo bien, y
entonces te levantaste y te fuiste. Sólo te habías ido unos minutos cuando te
seguí. ¿Qué pudo haber pasado en unos minutos para merecer la muerte?
—Nos estaba espiando. A mí —señalo—. Aún después de advertirle a su
jefe lo que pasaría si pillaba a sus hombres haciendo exactamente eso. El
muy cabrón se lo estaba buscando.
Su ceño se frunce.
— ¿Y Giorgos Simatou es su jefe?
—Pensaba que no querías saber nada.
Me fulmina con la mirada.
—Considéralo mi último deseo.
Contengo una sonrisa. Me estaba suplicando que la enviara a casa y ahora
me pide más información. La curiosidad podría matar a este gato.
— ¿Estás segura de que es eso lo último que quieres? —susurro. Mis ojos
bajan hacia su escote, donde la piel se ruboriza de ira y miedo.
Su mirada se cristaliza.
—Estoy segura.
Me río entre dientes.
—Sí, Giorgos es el jefe del hombre. Él y yo trabajamos juntos, pero parece
que no confía en mí. Me ha hecho seguir para asegurarse de que no rompo
nuestro acuerdo. Pero no me gusta mucho que me vigilen.
— ¿Entonces lo mataste?
—Después de una advertencia.
—Eso no hace que esté bien —suelta—. Tu vida no vale más que la de él.
—Depende de a quién le preguntes. Para mí, mi vida es mucho más
importante.
— ¡Ser rico y poderoso no te hace más importante!
—Tal vez no, pero desafortunadamente para el difunto, ser rico y poderoso
me permite tomar las decisiones. Y yo decidí que él tenía que morir. Por lo
tanto, está muerto.
Belle cierra los ojos y respira hondo. Cuando por fin vuelve a mirarme,
tiene los ojos vidriosos.
— ¿Cómo vas a hacerlo?
Le acaricio la suave piel de los brazos con los pulgares.
— ¿Hacer qué?
—Matarme —ronca, sin apenas poder pronunciar las palabras—. ¿Cómo
vas a matarme?
Me inclino hacia delante, y le digo con voz baja.
—Lapochka, ¿por qué iba a querer matarte?
—Porque acabas de confesármelo todo.
— ¿Y?
—Entonces... soy un cabo suelto, ¿no?
—Es tu palabra contra la mía —digo encogiéndome de hombros.
—No, tengo pruebas.
Resoplo.
— ¿Intentas convencerme de que te mate? Porque no pensaba hacerlo, pero
si quieres argumentar, entonces...
— ¡No! No. Pero yo no... ¿Por qué me cuentas todo esto si no piensas
matarme? —gimotea—. No lo entiendo.
Sonrío y me inclino aún más hacia ella.
—Porque no hay nadie en el mundo a quien puedas contárselo que te crea.
La policía ya cree que eres un problema, y la mitad de ellos están en mi
nómina. Sé dónde está tu hermana ahora mismo. Además, tengo nuestro
pequeño video como plan de respaldo para mantenerte callada.
Ella estrecha sus ojos en furiosas rendijas.
—Ese video no es prueba de nada.
—Es la prueba de que te sometiste a mí voluntariamente —señalo—. Es la
prueba de que estás en esto conmigo. Que tú y yo estamos trabajando
juntos. O, al menos, que sabías más de lo que decías.
Más aún, es la prueba de que ella también siente esta cosa animal entre
nosotros. Sólo que ella no puede combatirlo tan bien como yo.
—Sería más fácil matarme —susurra.
Su aliento es cálido en mi cara.
—Tal vez. Pero sería mucho menos divertido.
Belle se relame el labio inferior y quiero llevármelo a la boca. Quiero
saborear cada parte de esta desconcertante mujer.
Y por la forma en que me mira, creo que ella siente lo mismo.
De repente, exhala bruscamente y se aparta. Todo lo que puede mientras
está sujeta. Pero cuando se aparta, noto una mueca de dolor.
— ¿Estás herida? —pregunto, dando un paso atrás para evaluarla.
Ella niega con la cabeza.
—Solo es el tobillo.
Miro su pierna. Es evidente que está lastimada. La hinchazón que noté en la
escalera se ha duplicado desde que la até y su tobillo presiona con fuerza
contra las cuerdas.
Cojo el cuchillo del escritorio, el mismo que le clavé en el cuello al hombre
no hace ni una hora, y le corto las ataduras de la pierna derecha. En cuanto
se libera, Belle la endereza y dobla la rodilla. Luego intenta girar el tobillo,
pero vuelve a estremecerse.
—Deja de moverte —le ladro.
—Estoy bien. Suéltame.
La ignoro y me dirijo al mini bar. Parece un mueble de madera normal, pero
el cajón de abajo es un congelador y el de arriba, una licorera refrigerada.
Meto la mano en el congelador y saco un puñado de hielo.
— ¿Qué haces?
—No te estoy preparando una copa, si es eso lo que me pides.
—De todos modos, no lo aceptaría —sisea ella—. Podría estar envenenada.
—Hay formas mucho más interesantes de matarte si así lo decidiera.
Dejo caer el hielo sobre mi escritorio y empiezo a desabrocharme la camisa
con los dedos húmedos.
— ¿Qué haces ahora? —vuelve a preguntar con más urgencia en la voz.
— ¿Por qué? —me burlo—. ¿Te interesa rodar una secuela?
Su labio superior se curva con disgusto.
—Eres un cerdo.
Me quito la camisa, sin perderme cómo Belle recorre con la mirada mi
pecho y mis abdominales. Luego ato el extremo de la manga de la camisa y
dejo caer el hielo en ella.
Cuando me vuelvo con la improvisada bolsa de hielo y me arrodillo frente a
ella, Belle aprieta las rodillas.
Casi me dominan las ganas de separarle las piernas y hacer que se sienta
mejor de una forma totalmente distinta. Pero me resisto y le presiono el
tobillo con la bolsa de hielo.
Hace una mueca de dolor, pero levanta ligeramente el pie. Le sujeto la
camisa a la pierna, agarrando su delgada y lisa pantorrilla. Su piel está
caliente contra mis dedos, sus músculos tiemblan.
—Puedes dejar de temblar. No voy a matarte, Belle.
Se obliga a quedarse quieta.
—Lo sé. No te tengo miedo.
—No he dicho eso.
Me mira con las cejas fruncidas.
— ¿Qué?
—He dicho que no te mataré. No he dicho que no debas tenerme miedo.
Traga saliva.
—Pero no lo tengo —canturrea al final.
—Entonces me retracto —digo, arrastrando el dedo por su otra rodilla y
bajando por su espinilla. Se le pone la piel de gallina tras mi contacto—.
Quizá no seas una chica lista. Porque cuando se trata de mí, deberías tener
mucho, mucho miedo.
Me acerco para desatarle las muñecas, pero ella no afloja su agarre a los
brazos de la silla. Tiene los nudillos blancos.
—Si no vas a matarme, ¿por qué debería tener miedo?
Me acerco peligrosamente a su boca mientras aflojo las cuerdas y las dejo
caer al suelo. Inconscientemente, inclina la cara hacia la mía y separa los
labios en un suave suspiro.
—Porque hay cosas peores que la muerte, hermosa Belle —le susurro
encima—. Y yo las conozco todas.
Justo antes de que nuestros labios se toquen, me alejo y la dejo sola en mi
despacho.
20
NIKOLAI

Estoy en mi teléfono, volviendo a ver la grabación de seguridad de Belle


cuando salió cojeando de mi despacho.
Hago una mueca. Debí haberla acompañado de vuelta al hotel. No mentí
cuando dije que su muerte podría ser un problema para mí, no necesito a la
policía husmeando más de lo normal.
Al menos, esa es la razón que me doy a mí mismo.
La verdad es que desprecio verla herida. Verla sola.
Una servilleta arrugada cae sobre mi pantalla. Levanto la vista y veo a
Arslan mirándome por encima de la stripper que baila a horcajadas sobre su
regazo.
—Parece que estás en un puto funeral, tío, —me grita por encima de la
música.
—Dado lo que ha pasado esta noche, yo diría que el ambiente es apropiado.
Arslan le da un vistazo a la rubia teñida que se restriega sobre él, pero ella
no presta atención a lo que decimos. Le pagan un buen dinero por bailar
sobre su polla, así que eso es lo que está haciendo.
El resto de las bailarinas se congregan alrededor de nuestra mesa, todas
sonríen en mi dirección y mueven las pestañas esperando una invitación.
Saben que Arslan tira el dinero como si estuviera pasado de moda, y se
preguntan si yo seguiré su ejemplo.
—No sé de qué estás hablando. Esta noche fue un éxito —dice Arslan—. Te
propusiste matar dos pájaros de un tiro, ¿verdad? Y como yo lo veo, lo
hicimos. Así que podrías celebrarlo ahora quitándote la descarga con uno de
estos hermosos pájaros.
Pongo los ojos en blanco.
—Tus metáforas necesitan trabajo.
Él se burla de mí.
—Quizá un baile te haga sentir mejor. Elige tú. Yo invito.
Me restriego la mano por la cara. Quizá un baile sea exactamente lo que
necesito para quitármela de la cabeza.
Observo el semicírculo de mujeres que rodean nuestra mesa. Todas están en
distintas fases de desnudez. Una lleva un sujetador negro de encaje con una
minifalda de cuero y medias de red. Otra lleva una camiseta blanca
recortada, se le ven los pezones a través y en vez de la falda lleva un tanga
rojo intenso.
Me encojo de hombros y hago un gesto con la mano. Todas las mujeres
avanzan, pero una se aparta de la multitud. Lleva un vestido ceñido con
cremallera en la parte delantera. La cremallera está lo suficientemente baja
para mostrar un sujetador de encaje en su amplio escote.
— ¿Necesita algo, Sr. Zhukova? —pregunta con voz entrecortada.
—Un baile —responde Arslan por mí—. Dale un baile, cariño. Está
estresado.
La mujer sonríe seductoramente y se acerca, balanceando las caderas a cada
paso.
— ¿Necesita relajarse, Sr. Zhukova?
Tengo la polla dura entre las piernas, pero no tiene nada que ver con esta
mujer. Estoy así desde que salí de mi despacho hace una hora.
La stripper no se molesta en esperar una respuesta. Se acerca a mí y se baja
la cremallera del vestido para abrirse de piernas y sentarse a horcajadas
sobre mí. En cuanto lo hace, desliza su coño por la parte delantera de mis
pantalones, refregando mi duro miembro a través del material.
—Oh —se ríe—. Parece que alguien ha tenido un realmente duro día.
—No hables —gruño.
Ella sigue sonriendo, pero un poco tensa.
—Lo que usted quiera, señor Zhukova. Yo puedo ayudarle a relajar todo.
Debería estar concentrado en la mujer que me está machacando la polla,
pero sólo puedo pensar en Belle.
Belle cuando entró en pánico en el avión, con la cara pálida y aterrorizada.
Belle sonrojada y respirando agitadamente en el baño, con las piernas
abiertas para que pudiera embestirla desde atrás.
Belle gimiendo: ‘Lo quiero. Quiero correrme’.
Yo la ayudé a apagar todo eso. Yo la ayudé a olvidar.
Y ahora, no puedo sacarme a esa bendita mujer de la cabeza.
La bailarina arquea su espalda, empujando sus tetas hacia mi cara. Y no me
hace ni puñetera gracia. Le agarro por la cintura y la aparto. Ella abre los
ojos y se pone en pie.
— ¿Algo no está bien? —pregunta ella.
Le hago un gesto para que se vaya.
—No te preocupes. Igual cobras.
—Por supuesto que lo hará —se queja Arslan—. Yo invite, ¿recuerdas?
Pero tú no recibiste la invitación. ¿Qué te pasa?
—Tuviste la idea correcta —murmuro—. Pero la mujer equivocada.
Empuja a un lado a la bailarina que tiene en el regazo, sin preocuparse en
absoluto cuando ella casi cae al suelo de culo—. Se trata de Belle, ¿verdad?
Abro la boca para responder, pero antes de que pueda hacerlo, un fuerte
estruendo corta el barullo de música y voces.
Arslan y yo nos miramos, y ambos sabemos al instante lo que es.
Un disparo.
— ¡Al suelo! —grita Arslan a las chicas mientras más disparos y gritos se
cuelan entre el ruido.
Esto está oscuro. No veo de dónde vienen los disparos. Las bailarinas que
estaban alrededor de nuestra mesa se dispersan, gritando y tropezando con
sus tacones. Pero Arslan y yo permanecemos agazapados detrás de la
cabina.
Agarro la pistola que llevo oculta en la chaqueta. Cuando miro, Arslan
también tiene la suya preparada. Y una gran sonrisa bobalicona en la cara.
—Sería grandioso si no lucieras tan feliz ahora —digo mientras suenan
otros dos disparos.
Una de las balas da en la parte superior de la cabina y arranca un trozo de
madera. Me llueven astillas y pedazos de acolchado.
—Lo siento, hermano —señala Arslan—. Pero vivo para esto. ¿A la de
tres?
Asiento con la cabeza.
—Uno, dos, tres...
Salimos en direcciones opuestas. Arslan va hacia la barra y yo hacia los
baños.
Las luces de colores siguen parpadeando frente a la cabina del DJ,
reflejándose en la bruma del aire e impidiendo la vista. Miro hacia allí y ni
siquiera puedo ver a Arslan a través de la penumbra.
— ¿Arslan? —grito, y enseguida se oye otro disparo. Rebota en el poste
que tengo detrás y me agacho detrás de una cabina para cubrirme un poco
más.
Entonces lo escucho gritar desde el otro lado del club, mientras suenan más
disparos.
— ¡Está huyendo! —ruge Arslan.
Me pongo en pie de un salto y los dos salimos corriendo hacia la puerta
principal, dejando atrás a la gente tirada en el suelo. Salimos a la caótica
noche.
En la acera, la gente se ha dispersado y se oyen sirenas a lo lejos, pero ni
rastro del tirador.
—No pude ver una mierda ahí dentro —gruño—. ¿Viste quiénes eran?
Él sacude la cabeza.
—Llevaban ropa oscura y había demasiado humo.
—Mierda —espeta Arslan, dando vueltas como un perro buscando
ansiosamente su cola—. Nos separamos y buscamos o...
—No hace falta —señalo. Enfundo mi pistola y marcho hacia mi coche—.
Sé exactamente dónde buscar.

G en su mesa habitual, en la esquina trasera del restaurante


griego, desde donde puede ver todo lo que pasa.
Tan pronto como Arslan y yo cruzamos la puerta principal del restaurante,
una camarera viene hacia nosotros.
—El señor Simatou está atendiendo a otro cliente —nos dice en cuanto
cruzamos la entrada—. Le pide que espere aquí y...
—Vete a la mierda —escupo.
Ella abre la boca como si fuera a decir algo más, pero Arslan le advierte
mientras yo sigo mi camino, pasando a su lado.
—No es buena idea interponerse entre un león y su cena, cariño. Te
prometo que no te pagan lo suficiente para ocuparte de esto.
La mujer parece indecisa, pero decide apartarse.
Buena decisión.
Cruzo el restaurante hacia Giorgos. Noto que intenta despachar rápidamente
a los otros dos hombres sentados a su mesa, pero no es lo bastante rápido.
—Te lo advertí, Simatou —gruño, golpeando la mesa con el puño lo
bastante fuerte como para volcar un vaso de vino tinto medio lleno. El
mantel se empapa como si fuera sangre.
Sonríe a los ahora nerviosos hombres que le acompañan.
—Lo siento, caballeros. Nos reuniremos más tarde.
—Si te dejo salir de aquí —gruño.
Giorgos se ríe como si fuera una broma, pero puedo ver la inquietud en su
frente. En cuanto sus invitados se van, él deja de sonreír y baja la barbilla.
— ¿Qué mierda pasa, Nikolai?
—Qué mierda tú preguntándole ‘qué mierda pasa’ a él —balbucea Arslan
con malicia—. No, él te está preguntando a ti ‘qué mierda pasa’. Yo
también. Entonces... ¿qué mierda pasa?
— ¿Qué mierda pasa? —repito—. ¿Disparar a todo un club para
eliminarme? Eso es una torpeza, amigo. Muy jodidamente torpe.
—Y los que enviaste tienen una puntería de mierda —añade Arslan—. Ni
siquiera se acercaron. Aunque supongo que debería agradecértelo.
Giorgos levanta una mano para detenernos.
—Amigos, por favor. ¿Te dispararon? Son noticias inquietantes.
Exhalo con rabia.
—No me hagas perder el tiempo actuando como si no lo supieras. Estabas
cabreado porque maté a tu espía y pensaste que tomarías represalias.
Al oír eso, sus ojos se desorbitan.
— ¿Qué? ¿Mataste a uno de mis hombres?
Arslan emite un sonido grave y ansioso en el fondo de su garganta.
—Quizá realmente no lo sabe, jefe.
Tengo que admitir que sería una actuación bastante convincente, sobre todo
para Giorgos. Actuar no es uno de sus puntos fuertes.
—Corta el rollo y dime lo que sabes, Giorgos.
—No sé nada, aparentemente —escupe—. Vine a cenar y a tomar algo.
Llevo horas aquí. No he oído nada sobre el hombre que... ¿a quién mataste?
—Al que enviaste a vigilarme al Salón Ruso. Le corté la garganta.
Silba.
—Bueno, se lo merecía entonces. Les advertí a mis hombres que cesaran de
vigilar.
Arqueo una ceja.
— ¿Así que estás diciendo que uno de tus hombres decidió pasar la noche
vigilándome a mí y a mí... contable por diversión? ¿Bajo amenaza de
muerte?
—Mis hombres son leales, pero nunca he dicho que fueran brillantes —dice
encogiéndose de hombros—. Además, tengo mucho que perder si estás
muerto, Nikolai. Somos aliados.
—En teoría —le recuerdo—. Las cosas pueden cambiar.
—Pero algunas cosas no —señala—. Por eso sé que esto fue obra de la
mafia Battiato.
— ¿Cómo demonios sabes eso? —declara Arslan.
— ¿Quién tiene más motivos para diezmar la Bratva Zhukova? Ya lo
hicieron una vez.
—Y entonces saqué el legado de mi familia del abismo —gruño—. He sido
el rey de esta ciudad durante años. Este trato graba eso en piedra. Así que el
momento de este ataque es un poco conveniente, ¿no te parece?
Giorgos asiente.
—Estoy de acuerdo. Intentan matarte justo cuando tú y yo estamos sellando
nuestro acuerdo.
Siento que Arslan me mira. Giorgos tiene un buen punto.
—Quieren destruir el acuerdo y evitar que ambos ganemos más influencia
—señalo, argumentando la teoría.
—Tiene sentido —afirma Giorgos con entusiasmo, aliviado de no ser ya el
principal sospechoso—. Ellos quieren ser los mandamases. Y no tienen
heredero.
Entrecierro los ojos.
—Tú tampoco.
Levanta las manos.
—Eso no es una amenaza. Si recuerdas, nuestro trato te proporciona los
medios para continuar tu línea familiar.
Arslan resopla.
—Habla así de tu hermana delante de ella y te destripará. Esa perra está
loca.
—Loca, tal vez —asiente Giorgos—. Pero también es fuerte. Y hermosa. Y
viene de una familia poderosa. Si no quieres aliarte con nosotros, otro lo
hará.
Doy un paso adelante, con los dedos tamborileando sobre la mesa cerca de
un reluciente cuchillo de carne.
— ¿Amenazas con aliarte con los Battiato a mis espaldas?
Giorgos mira el cuchillo y luego vuelve a mirarme, con una sonrisa
nerviosa en el rostro.
—Quiero trabajar contigo, Nikolai. No tengo intención de romper nuestro
trato. Pero si no respetas el acuerdo... bueno, tú harías lo mismo en mi
lugar.
No se equivoca.
Pero eso no significa que tenga que gustarme.
La idea de que Giorgos y los Battiato se unan contra mí... joder. Nací en la
mugre, y luché y arañé mi camino desde la oscuridad. Moriré por lo que he
construido.
Es más, mataré por ello.
—Tu familia tiene una exquisita historia —continúa Giorgos—. Y a mí,
nunca me han gustado los fracasados. Te elegiría a ti antes que a los
Battiato en todo momento. Yo te elegí. Como compañero para mí... y para
mi hermana.
No hay que malinterpretarlo ahora.
—Quieres que le jure lealtad a tu hermana.
Se encoge de hombros.
—Es una mujer orgullosa. No se casará contigo si hay otras mujeres en tu
vida. Y si no se casa contigo, el trato se viene abajo. Lo siento, Nikolai.
Pero sé que lo entiendes.
Arslan nos mira a los dos como si estuviera en un partido de tenis,
esperando a ver quién marca.
Aprieto los dientes, irritado. Los Battiato han metido la pata hasta el fondo
y no tengo elección. O pierdo a Belle y me caso con Xena, o me arriesgo a
que esos cabrones vengan a por lo que es mío.
Conozco las prioridades de mi vida.
La Bratva siempre estará de primero.
—Nuestro trato sigue en pie —digo claramente—. Tú cumple tu parte, yo
cumpliré la mía.
Giorgos se relaja.
—Eres un buen hombre, Nikolai.
—No, no lo soy —índico tajante—. Por eso tienes negocios conmigo.
Giorgos echa la cabeza hacia atrás y se ríe, pero yo me limito a hacerle
señas a Arslan hacia la entrada. Nada de esto me hace gracia.
21
BELLE

Vuelvo a estar atada a la silla del despacho de Nikolai. Pero las cuerdas
son suaves como la seda, susurran como una brisa sobre mi piel acalorada.
—Puedes tener lo que quieras —me susurra Nikolai al oído—. Hermosa
Belle, dilo y será tuyo.
Pronuncia mi nombre como una plegaria, como si fuera algo sagrado y
precioso. Sus labios pecaminosos se deslizan por mi garganta hasta
besarme la tierna piel de debajo de la oreja.
Cierro los ojos e intento contener el fuego que arde en mi interior.
Si no lo hago, arderemos los dos.
—No debería —susurro—. Estoy aquí para trabajar. Necesito... trabajar.
—Te pondré a trabajar —anuncia Nikolai.
Sonrío.
—No me refiero a eso.
Nikolai se arrodilla frente a mí, con una ceja oscura arqueada.
—Pero eso es lo que quieres.
Él separa mis piernas y me doy cuenta de que las ataduras han
desaparecido. También su despacho. En su lugar, ahora estamos en una
habitación oscura, y yo estoy sentada en el borde de una cama enorme.
Nikolai pone una mano firme en el centro de mi pecho y me empuja hacia el
suave colchón.
— ¿Qué vas a…?
Entonces sus manos están detrás de mis rodillas. Las levanta por encima de
los hombros y siento su cálido aliento entre mis muslos.
Estoy desnuda. No recuerdo cuándo me quité la ropa, y no me importa.
Tampoco recuerdo ni una sola razón por la que me negaría a esto. Por qué
rechazaría a este hombre.
Muero por él, la sangre en mis venas retumba su nombre, palpitando por él.
—Puedo hacerte olvidar —susurra, desliza un dedo por mi raja y tiemblo.
— ¿Hacerme olvidar qué?
Me separa con el dedo y, por el aire frío que me inunda, me doy cuenta de
que estoy húmeda y lista para él. Apenas me ha tocado y ya estoy al límite.
—Que soy el líder de una Bratva —gruñe en ruso—. Y que maté a un
hombre con mis propias manos.
Abro mis ojos de repente. Estoy sola y mirando el techo de la habitación del
hotel. Pero tengo las piernas abiertas y la mano dentro de las bragas.
Rápidamente, aparto la mano y me incorporo, intentando librarme del
sueño.
O… pesadilla. Porque era una pesadilla. ¿O no?
—Joder —gimo.
Oigo la voz profunda de Nikolai en mi cabeza. Pero eso es lo que quieres,
¿no? Que te folle.
Diría que no, pero me advirtió que no mintiera.
Retiro las mantas y me deslizo fuera de la cama. Me escuece el tobillo
cuando lo apoyo, pero ya estoy mucho mejor. El improvisado vendaje de
Nikolai me bajó la hinchazón, junto al antiinflamatorio que tomé cuando
llegué casa. Al hotel, me recuerdo firmemente, no es mi casa.
Pero eso fue hace horas. Estoy segura de que ya debería haberme tomado
otra dosis.
El salón está a oscuras cuando entro en la amplia cocina. Abro el frasco de
pastillas, me tomo dos más y las trago con agua del fregadero. Luego cojo
el móvil de la encimera y veo que hay un mensaje de Georgia.
GEORGIA: ¿Cuándo vuelves? La oficina es aburrida sin ti.
Lo ha enviado hace unos minutos. Siempre es una de las primeras personas
en la oficina, se levanta a las cinco y media de la mañana. Yo apenas estoy
consciente antes de las siete.
Tecleo una respuesta. Estoy colgada. Culpa a Roger. Espero que sólo sean
unos días más.
Es extraño imaginar volver a Oklahoma City ahora. De vuelta a mi
apartamento y mi oficina. Después de lo que ha pasado aquí, no puedo
imaginar que la vida vuelva a ser normal.
Pero por supuesto que lo será. Los hombres como Nikolai pierden el interés
rápidamente. Se olvidará de mí en cuanto me pierda de vista por un rato.
No sé si eso me alivia o me decepciona.
Georgia responde inmediatamente. Estoy segura de que estás lista para
volver a casa. Zhukova es lo peor.
BELLE: ¿Te refieres a la empresa o al CEO?
GEORGIA: ¡AMBOS!!!
Escribo un mensaje y lo borro. ¿Cómo le pregunto a Georgia qué demonios
está pasando en Zhukova Incorporated sin que salten las alarmas? Nikolai
dijo que no planeaba matarme, pero sé que es capaz de hacerlo. Me susurró
la verdad al oído.
Y luego tuviste un sueño erótico con él, sisea la voz de mi cabeza.
Finalmente, escribo un mensaje y pulso enviar.
BELLE: ¿Te pasó algo específico cuando trabajaste en la cuenta de
Zhukova?
Por lo que sé, Nikolai está vigilando mi teléfono. Puede que me esté
vigilando ahora mismo. Miro alrededor de la habitación y compruebo si hay
alguna luz roja en las esquinas.
¿Interesada en filmar una secuela? Incluso ahora, el recuerdo de su burlona
pregunta me acalora. Estaba atada en su despacho, con la amenaza de la
muerte acechándome, y aun así estuve a punto de decir que sí.
Cuando suena una notificación en mi teléfono, me sobresalto.
GEORGIA: Fueron insistentes y actuaron como si yo fuera una molestia.
No confiaban en mí para hacer mi trabajo. Patrañas patriarcales básicas.
¿Te refieres a eso?
—No —murmuro en voz alta, con los pulgares sobre el teclado—. No es
eso.
Pero no puedo preguntarle a Georgia si alguna vez Nikolai le ha metido
mano en su despacho o la ha atado a una silla y le ha susurrado sucias
promesas al oído. Así que dejo el teléfono boca abajo sobre la encimera y
dejo caer la cara entre los brazos.
—Hoy vas a ser un desastre.
Pego un salto y me doy la vuelta para ver a Elise de pie en la puerta de su
habitación. Tiene el edredón echado sobre los hombros y el pelo despeinado
por el sueño.
—Te has levantado temprano.
—Tarde, en realidad —dice—. Aún no me he acostado.
—Pero está saliendo el sol.
—Es lo bueno de no trabajar —señala encogiéndose de hombros—. Pero tú
si tienes que trabajar, y sé que anoche llegaste tarde. Te escuché.
Gracias a Dios que no salió de su habitación para hablar conmigo. No
habría sido capaz de explicarle el asunto de la informal bolsa de hielo
alrededor de mi tobillo.
—Cené con gente de la oficina —le digo, sorteando con cuidado toda la
verdad—. Luego noté que me había dejado el portátil en la oficina, y tuve
que ir a recogerlo. Fue todo un tema.
Elise entra en la cocina arrastrando los pies y saca una botella de agua de la
mini nevera. Me la pasa por la encimera.
—Deberías bebértela. Estás hecha una mierda.
Y esa es la forma que tiene Elise de reparar el daño entre nosotras. Muestra
un mínimo de cuidado por mi ser físico. Aunque podría haberme abrazado y
llorado en mi hombro.
—Un millón de gracias —zumbo. Quito la tapa y bebo un largo trago—.
¿Qué harás hoy?
—Dormir.
— ¿Eso es todo? —inquiero—. Nikolai te dio acceso a un chofer. Podrías
dar una vuelta por la ciudad. Visitar un museo o algo así.
Elise señala hacia la puerta. Sus zapatillas Vans negras están junto a la
puerta.
—El otro día rompí la suela.
— ¿Qué? ¿Cuándo?
—Ya estaban pegadas con cinta adhesiva —señala—. Pero el otro día,
subiendo las escaleras del vestíbulo al ático, se deshicieron. No estoy en
condiciones de hacer un recorrido a pie.
Me muerdo el labio inferior. Sé exactamente cuánto dinero hay en mi
cuenta bancaria: apenas suficiente para llevarnos de vuelta a casa.
Definitivamente, no lo suficiente para llevarnos a casa y comprarle un par
de zapatos nuevos.
Sobre todo, si me niego a volver a Zhukova Incorporated y me despiden.
Elise debe de ver la preocupación en mi rostro, porque agita una mano con
desdén.
—No pasa nada. Robaré una de estas batas de baño y la venderé por
Internet. ¿Las has sentido? Son como nubes.
Me río, pero las dos sabemos que no es una broma. Si Elise quiere un par de
zapatos nuevos, tendremos que rebajarnos a eso.
A menos que vuelva a Zhukova Incorporated, termine mi trabajo y
conserve mi empleo.
Al final, no es una elección difícil.
No puedo huir de esto. No a menos que quiera arrastrar a mi hermanita
conmigo.

C por los pasillos de Zhukova Incorporated siempre ha sido


incómodo, pero ahora es algo totalmente distinto.
Estudio cada rostro a mi paso: Bridget en la recepción, Arnold tecleando en
el oscuro encierro de su oficina, toda la gente escondida y mintiendo en
silencio por Nikolai día tras día.
¿Cuántos de ellos saben lo que está pasando aquí? ¿Forman parte de la
Bratva o son tan inconscientes como lo era yo cuando tropecé
accidentalmente con este nido de serpientes?
Intento bajar la cabeza y concentrarme en la tarea que tengo por delante,
pero entonces veo movimiento por el rabillo del ojo. Hay tres personas en la
sala de conferencias al final del pasillo donde estoy trabajando.
Una de ellas es Nikolai. Está de espaldas a mí, pero reconozco el corte
afilado de su traje de chaqueta, la ondulación sedosa de su pelo oscuro.
El otro es Giorgos Simatou.
Debería moverme, pero me quedo inmóvil. Hoy Giorgos lleva traje, y la
mayoría de sus tatuajes están ocultos bajo la sastrería. Parece casi
presentable. Si no supiera quién es, no me cuestionaría nada.
Aunque la mujer que está junto a Giorgos habría suscitado más de una
pregunta.
Es larga y delgada. Un jersey sin hombros le cuelga peligrosamente sobre el
pecho, revelando una cantidad de escote poco comercial. Y mira a Nikolai
con fulgor en sus ojos.
Alguien debería decirle a quién está mirando. Alguien debería decirle lo
que él ha hecho. Entonces tal vez ella no estaría haciendo ojos de ‘fóllame’
en su dirección.
Muy por debajo de todos los celos que bullen en mi interior hay una
vocecita que se pregunta por qué me preocupo tanto. Pero es obvio: ojalá no
deseara tanto a Nikolai, pero sé muy bien que los deseos rara vez se
cumplen.
Antes de que pueda recomponerme y seguir adelante, Giorgos me mira. Su
boca se tuerce en una sonrisa curiosa que me eriza la piel.
Un momento después, Nikolai también se vuelve.
Su expresión es ilegible cuando sus pálidos ojos grises se posan en mí. Y
me doy cuenta de que, una vez más, estoy al acecho, escuchando a
hurtadillas el tipo exacto de bestial mierda de la que se supone que debo
mantenerme alejada. Agacho la cabeza y prácticamente corro hacia la sala
de conferencias que está al final del pasillo.
Con el corazón acelerado y la adrenalina inundando mi sistema, escucho
una risa suave.
—Ya era hora de que aparecieras —dice una voz familiar.
Me alejo rápido de la puerta y veo a mi jefe sentado a la cabecera de la
mesa en el salón.
Lleva puesto una ridícula camisa de flores abotonada al frente y luce una
atroz insolación.
— ¿Roger? —Jadeo, frotando mis ojos por si estoy alucinando—. Pero
¿Qué... haces aquí?
—He venido a darte una sorpresa —contesta y extiende los brazos
moviendo los dedos como tentáculos—. Así que ¡sorpresa!
—Sorpresa —murmuro, demasiado aturdida para decir nada más. Luego
sacudo la cabeza—. ¿Te ha llamado Nikolai?
A Roger se le tuerce la cara de confusión.
— ¿El Sr. Zhukova? No, no me ha llamado. Nunca lo he visto, la verdad.
Pero, después de nuestra llamada de la otra noche, decidí que necesitabas
mi compañía.
— ¿Dejaste Aruba para venir a ayudarme?
Sonríe como un héroe que viene a reclamar su recompensa.
—Te eché a los tiburones dejándote sola a cargo de esto. Además, Aruba
me hizo desear tener compañía propia.
Y ahí está: tener a alguien con quien follar. No hace falta ser un genio para
descifrar eso.
Aun así, que Roger esté aquí es algo de protección extra, ¿no? Cuando te
ahogas, no rechazas un trozo de madera con la esperanza de encontrar un
bote. Tomas con agrado cualquier ayuda que puedas conseguir.
Roger, para bien o para mal, era ayuda.
—Vaya —digo, intentando esbozar una sonrisa—. Eso es estupendo. Estará
muy bien contar con tu experiencia. Yo... bueno, esto me supera.
Roger se acerca y pone una mano en mi hombro. Su pulgar roza
suavemente mi clavícula.
—Sabía que te alegrarías de verme.
Estoy a punto de apartarme cuando veo una sombra cerca de la puerta. Sin
mirar, sé que es Nikolai. Y sin pensarlo, doy un paso adelante y le echo los
brazos al cuello a Roger.
Huele a sudor y a moho, como si hubiera dejado la camisa demasiado
tiempo en la lavadora antes de secarla. Pero aguanto el abrazo, incluso
cuando él me rodea con sus brazos, sus manos bajando peligrosamente por
mi espalda.
Pero justo antes de que él llegue a la cintura de mis pantalones, yo
retrocedo.
—De acuerdo. Entonces, pongámonos a trabajar.
Roger se vuelve hacia la mesa. Yo me giro hacia la puerta justo a tiempo
para ver a Nikolai caminando a paso ligero por el pasillo.
22
BELLE

—Vaya, sí que te has metido en un lío —dice Roger al menos por quinta
vez—. Tienes suerte de que haya venido a ayudarte. Te habrías quedado
aquí para siempre.
—Ya me parece que llevo aquí una eternidad —murmuro.
La semana ha sido larga, pero yo me refiero concretamente al día de hoy.
Son más de las ocho y la oficina ya está vacía. Pero Roger no da muestras
de querer dar por terminada la jornada.
—Tenemos mucho terreno que recuperar —y señala la hamburguesa que
tengo delante—. Esto puede durar un rato.
Contengo un gemido. Ya le mandé un mensaje a Elise para avisarle de que
llegaría tarde otra vez. No le he dicho que Roger estaba aquí. Si le dijera
que trabajaba hasta tarde con Roger, sacaría la peor conclusión posible.
Ya me cuesta bastante no dejar que mi mente divague por ahí. Pero por
suerte, ha estado sin tocarme en todo el día desde nuestro abrazo.
—Lamento haberme atrasado tanto —le digo—. No sabía qué hacer con
todas las discrepancias.
He mencionado todos los errores en los libros de Zhukova Incorporated
varias veces hoy, y cada vez, Roger ha tenido la misma respuesta.
—No muchas empresas gestionan así sus obras benéficas, así que es
complicado. Debería haberte avisado.
Realmente no puedo decir si Roger cree lo que está diciendo o si está
tratando de encubrir a Nikolai. En este momento, no quiero preguntar; ya sé
demasiado. Por mucho que me disguste Roger, no quiero meterlo en esta
maraña. La inocencia es felicidad, ¿verdad?
—De hecho, debería haber venido contigo —dice, volviéndose hacia mí.
Me encojo de hombros.
—Está bien.
—No, no lo está —expresa y se acerca con su silla rodante hacia mí. Su
rodilla roza la mía y yo retrocedo. Pero él sigue, manteniendo el contacto—.
Te dije que podías manejar esta cuenta tú sola, sabiendo que no era cierto.
La verdad es que no me creí capaz de soportar sentarme en esta pequeña
habitación contigo día tras día.
Oh, no. Peligro. Bandera roja. Todas las alarmas de mi cuerpo se disparan,
pero intento acallar el ruido.
Respiro hondo y me río.
—Oye, no te preocupes. Si no tienes un compañero de trabajo molesto,
probablemente ese compañero seas tú, ¿verdad?
Roger se relame los labios resecos, negando con su cabeza.
—No es porque seas molesta, Belle.
Agarro mi hamburguesa y le doy un mordisco grande y asqueroso. El
kétchup me gotea por la barbilla mientras mastico, pero Roger no se
inmuta. Alarga la mano y me limpia con el dedo.
Luego se lo lame.
Me esfuerzo por no poner cara de asco.
—Es porque eres absolutamente deliciosa —. Él parece estar muy contento
con su dulce discurso, pero yo siento que voy a vomitar.
—Deberíamos trabajar —digo, con la boca llena mientras mastico—. Hay
mucho que hacer.
—Yo diría que los dos nos merecemos un descanso, ¿no crees?
¿Por qué me he puesto falda hoy? Debería haberme puesto pantalones. Una
parca o un traje espacial. Quiero al menos cinco capas más de material entre
mi piel y los dedos de Roger.
— ¡Cambiemos! —Ofrezco, poniéndome de pie para caminar alrededor de
la mesa—. Tómate tú un descanso y yo meteré los datos un rato. Descansa
un poco y...
Roger me agarra la mano y me aprieta la muñeca para que no pueda irme.
—Belle, no tienes que negarte a ti misma por más tiempo.
—Necesito este trabajo —susurro.
Lo digo tanto por mi propio bien como por el de Roger. Intento recordarme
a mí misma por qué sigo aquí, por qué aguanto esta mierda.
Los zapatos rotos de Elise. Nuestro piso demasiado caro. Los malditos
comestibles.
Tengo facturas que pagar y necesito este trabajo.
Roger asiente y me da unas palmaditas en el brazo con la otra mano.
—Lo sé. Por eso esto puede quedar entre nosotros. Nada cambiará.
Su mano se desliza por mi antebrazo y luego más arriba. Me roza la manga
de la camisa y luego pasa los dedos por mi hombro para acercarme más a
él. Intento resistirme, pero bajo su ropa poco ajustada, Roger es
sorprendentemente fuerte.
—Todo va a cambiar —protesto—. No podemos. No deberíamos.
Además, no quiero. Preferiría arrancarme el brazo a mordiscos.
—Los dos somos adultos —susurra Roger, inclinándose hacia mí. Puedo
oler la cebolla en su aliento—. Los romances en el trabajo suceden todo el
tiempo, Belle. Y he hecho un largo viaje para estar aquí.
—Por la empresa.
Sacude la cabeza.
—Por ti. Dejé Aruba para estar aquí contigo.
Entonces Roger se inclina hacia mí, cierra los ojos, frunce los labios secos.
Y por un momento horrible, no sé qué hacer.
No puedo permitirme perder este trabajo. Tal vez un beso lo apacigüe.
Quizá si me quedo quieta, se aburra y pase a atormentar a otra persona.
Resistirse sólo hace que me desee más.
Pero oigo la voz de Nikolai en el fondo de mi cabeza. Defiéndete, Belle. No
dejes que te pisotee. Defiéndete.
Rápidamente, golpeo el pecho de Roger con la palma de la mano. El aire
sale de sus pulmones y él retrocede medio paso. Frunce el ceño.
—No te preocupes —canturrea de nuevo como si estuviera aplacando a un
animal salvaje—. Nadie lo sabrá. Estamos solos.
Estamos solos. ¿Es una afirmación o una amenaza?
Funciona en ambos sentidos. Porque tiene razón: no hay nadie que me
salve. Nadie que me oiga gritar. Tengo que hacer esto bien o podría ser
peligroso.
—Pero yo lo sabría —gruño ferozmente—. Me conozco, Roger. No podría
seguir trabajando para ti si nuestra relación fuera más allá de compañeros
de trabajo. Más allá de jefe y empleado. Tendría que dejarlo. Pero ya te he
dicho que necesito este trabajo. Así que... no, no puedo.
Se merece una hamburguesa a medio comer en la cara y un batido en los
pantalones, pero le ofrezco mi amable explicación de todos modos. Durante
unos segundos, Roger se lo piensa.
Entonces su rostro se tuerce en una mueca horrible.
—Maldita provocadora.
Intento apartarme de él, pero me agarra la muñeca con más fuerza.
—Roger —digo— lo siento, pero...
—Lo siento, pero me lancé sobre ti y luego me arrepiento al último
momento —dice imitando feamente mi voz—. Te eché los brazos al cuello
y apreté mis tetas contra tu pecho, pero cuando intentas algo, yo me echo
atrás y me hago la mojigata...
— ¡Yo no soy una mojigata! —chasqueo—. Y te di un abrazo. No un baile
erótico.
—Con una falda así, apenas hay diferencia —y se burla.
Su mirada es hambrienta, como la de un salvaje depredador al acecho.
Tengo la sensación de que me está observando, decidiendo dónde le
gustaría morder primero.
—Mira, dejémoslo por hoy, ¿vale? Ya es tarde. Podemos volver mañana y
empezar de nuevo —expongo e intento apartarme, pero Roger niega con la
cabeza.
—No, no creo que sea buena idea. Creo que deberíamos arreglar esto ahora.
—Los dos necesitamos tiempo y espacio.
—Yo no necesito ninguna de las dos cosas —dice con voz ronca—. Estoy
listo.
Frunzo el ceño, intentando entender lo que quiere decir. Entonces miro
hacia abajo.
La parte delantera de sus pantalones está abierta y Roger sonríe.
—Además, por la mañana habrá demasiada gente aquí —continúa—. No
puede ser un secretito sucio si todo el mundo lo sabe. ¿Y dónde está la
diversión en eso?
—Roger, no —suplico, odiando la debilidad de mi voz—. No quieres hacer
esto.
Roger me hace girar hacia la mesa y me golpea la espalda contra el borde.
Grito, un dolor punzante me recorre la columna, pero él me ignora.
—Llevo queriendo hacer esto desde el momento en que entraste en mi
oficina con tu culito apretado —dice, separando mis muslos con su rodilla
—. Te burlas y flirteas, pero las zorras jóvenes como tú no saben lo que
quieren. Los hombres como yo tenemos que enseñárselos.
Intento arañarlo, pero Roger sujeta mis brazos a la mesa.
—Quédate quieta, Belle. Yo me ocuparé de ti.
Se encaja entre mis muslos para que no pueda patearlo y sujeta mis brazos
con una mano. Quedo extendida frente a él, servida como un cerdo en una
puta bandeja, y no puedo hacer nada.
—Por favor —grito, con ardientes lágrimas quemándome los ojos y
rodando por mis mejillas—. Por favor, no hagas esto. Por favor, no lo
hagas.
Roger tiene los ojos completamente negros. Se relame los labios.
—Probablemente ya estés mojada. Lo deseas. Sé que lo deseas.
Está delirando. En realidad, está loco.
Sus dedos encuentran los botones de mi blusa. Desabrocha uno, lo que me
hace estremecer. Se da cuenta y sonríe.
—No puedes evitarlo, putilla. Te gusta que te toque.
De repente me quedo sin palabras. Quiero gritar, pero no sale ningún
sonido. Suelta otro botón.
—No tienes que mentirme —me arrulla—. Sé la verdad. Sé lo que quieres.
Déjame dártelo.
Otro botón.
Otro.
¿Por qué carajo no puedo gritar?
Otro botón.
El aire frío corre sobre mi piel, pero lo siento de una manera lejana. Como
cuando pasas demasiado tiempo en la nieve y se te entumecen los dedos de
los pies. Sé que Roger me está tocando, pero no puedo sentirlo.
—Jodidamente perfecto —gruñe, con los ojos clavados en mis pechos—. Te
has puesto esta picardía de encaje para mí, ¿verdad?
Se inclina hacia mí y saca la lengua para humedecerse los labios.
Extrañamente, eso es lo que rompe mi hechizo. La visión de esa asquerosa
y repugnante lengua serpenteando. Es tan corpóreo, tan real y nauseabundo,
que mi cuerpo se mueve antes de que siquiera pueda procesar mis
intenciones.
El canto de mi mano se estrella contra su nariz.
Él se tambalea hacia atrás. Ahora que tengo espacio suficiente para patear,
levanto el pie y se lo meto en la entrepierna. Algo blando cede.
No me detengo a averiguar qué.
Lo rodeo y corro.
Siento las piernas como si fueran de goma. Cada paso es tembloroso y ya
oigo a Roger detrás de mí. Su grito resuena en el edificio vacío.
Veo el ascensor de frente, pero no hay tiempo. Él me alcanzará antes de que
se abran las puertas. Las escaleras tampoco me parecen una opción. Aún me
duele el tobillo desde la vez que me caí por las escaleras. Apenas puedo
soportar mi propio peso.
La oficina está vacía, no puedo escapar y Roger viene a por mí.
Sus pasos retumban por el pasillo. Me lanzo hacia la siguiente puerta que
atravieso. La abro de un tirón y encuentro un armario. Hay estanterías
llenas de papel, bolígrafos, cables de ordenador y cargadores. Pilas de
calculadoras y reglas. Sillas extra.
Me meto dentro y veo a Roger por la rendija justo cuando se cierra la
puerta. Tiro del picaporte y agarro la silla que tengo al lado. Deslizo la pata
metálica por el pomo curvado de la puerta, la giro fijándola en su sitio justo
cuando Roger sacude el pomo del otro lado.
— ¡Sal, maldita perra! —Ruge él, golpeando la puerta—. No puedes
esconderte por siempre.
Sujeto la silla con firmeza, rezando para que se equivoque.
Porque esconderme aquí es la única opción que me queda.
23
NIKOLAI

— ¿Cuándo es la boda? —me pregunta Florián, estirando su cinta métrica


por la parte exterior de mi pierna. Es un hombre mayor, con la cabeza calva
y la más reciente e interminable rotación de inmaculados trajes. Es mi sastre
desde hace años. Los primeros mil dólares que gané por mi cuenta fueron a
parar a su bolsillo a cambio de un traje a mi medida.
—Pronto —gruño.
Xena y Giorgos están impacientes por hacer oficiales los preparativos. Les
dije esta mañana que podían proceder. Yo no estoy planeando la puta boda,
solo apareceré cuando haga falta.
Aun así, boda concertada o no, no voy a aparecer con un traje de rebajas.
—Planeé tener tres meses más con esta pieza —suspira.
—Me aseguraré de que te compensen si es un trabajo urgente. Siempre lo
hago.
—Claro que sí, Sr. Zhukova —asiente amablemente.
Eso es lo que más me gusta de Florian. Nada de tonterías y muy poca
cháchara. Si sabe a qué me dedico, no lo hace evidente. Se limita a hacer su
trabajo y no hace preguntas. Algo de lo que me gustaría que fuera capaz
más gente.
Gente como Belle en particular.
Mi cuerpo se tensa como si me protegiera incluso de pensar en ella. Y en
cierto modo, necesito protegerme.
He pasado toda mi vida centrado en mi Bratva. En reconstruir el imperio
que le fue robado a mi abuelo. En desmantelar la mafia Battiato y controlar
cada centímetro de esta ciudad.
No hay mujer que merezca tirar todo eso por la borda.
De repente, Florian me aprieta los hombros.
—Relájese, Sr. Zhukova.
Dejo caer los hombros y giro la cabeza de un lado a otro.
— ¿Nervioso? —pregunta bruscamente.
—Apenas.
—Entonces, ¿la quiere de verdad?
— ¿A quién? —resoplo. No recuerdo la última vez que Florian tuvo tanto
que decir.
—A su prometida —contesta—. Pero ya que he tenido que recordárselo,
quizá esté pensando en otra persona.
—No estoy pensando en nadie.
Ahora es él quien resopla.
—He atendido a demasiados novios como para contarlos. Pero puedo decir
que cuando el hombre está distraído, es cuando hay alguien más.
¿Es eso lo que es Belle, alguien más? En todo caso, es Xena la que se siente
como la otra.
— ¿Por qué carajo te importa?
Estira la cinta por la espalda y luego por los brazos, murmurando números
en voz baja cada vez. Finalmente, mira por encima de mi hombro y me ve a
los ojos en el espejo.
—Porque si se echa atrás en la boda, puede que no me pague.
Sonrío.
—Siempre tienes en mente el resultado final, ¿verdad?
—Así es como llevo tanto tiempo en el negocio —dice—. ¿Esta otra mujer
va a ser un problema?
—Hasta ahora, no ha sido más que eso —murmuro casi para mí mismo.
Belle ni siquiera debería estar en mi radar. Debería haber sido un engranaje
más de mi maquinaria, hacer su parte y marcharse.
Pero las cosas fueron demasiado lejos. Un lío que tengo que arreglar.
Florian entrecierra los ojos.
— ¿Disculpe?
Suspiro.
—No, ella no será un problema. Se irá muy pronto.
Sobre todo, ahora que el puto Roger ha aparecido para ayudarla. El hombre
es tan crédulo como repulsivo. Verla envolverse en sus brazos, abrazándolo
como si fuera una especie de salvador... Como si ese lamentable saco de
mierda pudiera defenderla de mí. Como si ella necesitara defenderse de mí.
Debería haber apartado sus sucias manos de ella. Belle puede ser inocente,
pero Roger no. La mirada en sus ojos cuando la abrazaba me hizo enrojecer.
El hijo de puta tiene suerte de seguir respirando.
Florian se aparta de mí para anotar medidas en un papel. Agarro mi teléfono
mientras, aunque me dije cuando salí de la oficina que no comprobaría las
cámaras. Belle y Roger seguían en la sala de conferencias, encorvados
sobre un único portátil, sentados demasiado juntos.
Aun así, abro la aplicación y veo las imágenes de seguridad. Me desplazo
hasta la sala de conferencias No. 3 y hago clic en la transmisión en directo.
La sala está vacía. Por un momento, dejo que eso me calme.
Entonces me fijo en el bolso de Belle sobre la mesa, el portátil abierto y los
papeles esparcidos. La habitación está vacía, pero ella no se ha ido. Ella
está en algún lugar del edificio.
Rápidamente, reviso todos los canales, los pasillos y los despachos vacíos,
las oscuras salas de descanso y mi despacho.
Pero es la última cámara la que me muestra lo que estoy buscando.
La cámara del vestíbulo muestra el escritorio de Bridget y una parte del
pasillo principal. Y Roger está de pie justo en la parte superior de la
pantalla.
No, no está de pie. Está apoyado en una puerta, embistiendo todo su peso
contra ella una y otra vez.
Y parece cabreado.
Cambio a la cinta grabada y retrocedo cinco minutos. Lo suficiente para ver
a Belle correr por el pasillo y meterse en el armario, con Roger pisándole
los talones. La camisa de ella se ve abierta y su sujetador expuesto.
—Tengo que irme, Florian —gruño, bajando de la elevada plataforma.
—No he terminado, señor. Usted tiene que...
—Salir —finalizo por él, cambiando de nuevo a la emisión en directo
mientras salgo por la puerta. Roger todavía no está en el armario. Por su
bien, más le vale que nunca entre—. Traeré el traje de regreso.
—De una pieza, por favor —me ruega.
No me molesto en contestar. Él ha visto suficientes trajes estropeados como
para saber que es una promesa que no puedo cumplir.
Con las imágenes de seguridad parpadeando en la pantalla de mi teléfono,
salgo y echo a correr. Estoy a dos manzanas del edificio. Será más rápido
correr que conducir.
Y cuanto antes entre en Zhukova Incorporated, antes podré despedazar a
Roger.
— ¿Está todo bien, señor Zhukova? —pregunta el guardia de seguridad
cuando irrumpo en el edificio—. ¿Necesita ayuda?
Podría pedirle que viniera a ayudarme a deshacerme de Roger. Sería más
fácil así. Pero una parte de mí está deseando encargarme yo mismo de ese
bastardo.
—No he necesitado ayuda desde el día en que nací, Stan.
Las puertas del ascensor se cierran sobre su ceñudo rostro.
El trayecto es angustiosamente lento. Salto de un pie a otro, temblando con
la energía contenida. El servicio de mi móvil se corta en el ascensor, pero
hasta ahora Roger no ha conseguido entrar en el almacén.
El familiar pulso de adrenalina me recorre. Siempre es igual antes de una
pelea.
En cuanto se abren las puertas, me lanzo al caos.
— ¡Abre la puta puerta, zorra! —grita Roger tan alto que no ha oído el
ruido del ascensor al llegar. Desde luego, tampoco me ve llegar.
Lo que hace que el ruido sordo de su frente rebotando contra la puerta de
madera maciza sea aún más satisfactorio.
Le agarro la nuca con la mano, como si fuera un coco que quisiera partir. Y
joder, me gustaría hacer exactamente eso. Romperlo, derramar sus entrañas
hasta que no quede nada.
—Qué demonios— gime.
Antes de que pueda terminar, vuelvo a golpearle la cabeza contra la puerta.
Lo suelto y retrocedo, observando cómo se aleja de la puerta
tambaleándose, con la cara ensangrentada. Tiene los ojos vidriosos, sin
enfoque. Intenta golpearme con ambos brazos, pero falla estrepitosamente.
En otras circunstancias, me deleitaría haciendo picadillo a Roger. Le daría
una paliza sangrienta y luego más.
Pero no cuando Belle está atrapada en un armario, aterrorizada.
Roger tropieza contra la pared. Le doy otro puñetazo. Su cabeza se inclina
hacia un lado y cae de rodillas.
Tiene el labio partido y cae sangre por la barbilla.
— ¿Por qué? —balbucea.
No se merece una explicación.
—No hagas preguntas, hijo de puta —siseo, justo antes de clavarle la
rodilla en la barbilla.
Queda inconsciente antes de que su cuerpo caiga al suelo.
Paso por encima de él y me dirijo a la puerta, pero antes de alcanzar el
pomo, la puerta se abre de golpe. Belle se abalanza sobre mí con un punzón
de tamaño industrial sobre su cabeza.
—Aléjate de mí, pervertido...
Noto el momento en que la realidad la golpea. El momento en que me
reconoce, el momento en que se da cuenta de que Roger está incapacitado y
yo soy el que está al otro lado de la puerta. Se le abren los ojos de asombro
y horror, pero ya está acercando el punzón metálico a mi cara.
Y no puede detenerlo.
Me agacho y esquivo hacia la derecha, pero el pesado trozo de metal me
alcanza en el hombro. El dolor me recorre el brazo como un rayo.
Belle suelta el punzón, que cae sobre la pierna inerte de Roger, y ella se
tropieza hacia la pared. Se sujeta con las palmas de las manos y me mira
por encima del hombro.
Inmediatamente, aparece una imagen en mi mente. Belle contra mi pecho.
Su cabeza apoyada en mi cuello mientras la estoy penetrando. Mis
pantalones se tensan al instante, la adrenalina que sentí al detener a Roger
se canaliza en una emoción totalmente distinta.
— ¿Qué haces aquí? —me pregunta.
Sacudo la cabeza, despejando la visión.
—Creo que debería ser yo quien te pregunte eso. ¿Qué demonios ha
pasado?
Mira a Roger. Otra oleada de miedo la recorre. Me dan ganas de terminar lo
que empecé.
—Él... él se propasó —dice. Su cara se sonroja como si estuviera
avergonzada. Como si tuviera algo de lo que avergonzarse—. Yo intenté
rechazarlo, pero él me atacó.
Se agarra la camisa rota y se la cierra sobre el pecho.
La rabia me quema los ojos y me cuesta pensar con claridad. Aprieto la
mandíbula.
— ¿Te ha hecho daño?
—Yo me escapé. Corrí —murmura entre sus gruesos labios—. Hacia allí.
Había decidido intentar salir y luchar cuando por lo visto llegaste tú.
—Igual lo habrías conseguido. Esa cosa pesa mucho.
Mira hacia abajo, donde el punzón se apoya en su pierna, con una ligera
sonrisa en los labios.
—Espero que le deje un moratón enorme.
—Se merece algo peor por lo que ha intentado hacer. Me encargaré de que
lo reciba.
El recuerdo de lo mal que podrían haber salido las cosas le roba la sonrisa.
Le tiemblan las manos y veo que se da cuenta de todo. Se tropieza con la
pared, le tiemblan las piernas.
—Yo estoy aquí —le digo mientras extiendo la mano y la tomo del brazo
para estabilizarla—. Estás a salvo.
—Pero necesito este trabajo —dice entre sollozos—. Oh, joder. ¡Joder!
¿Qué he...? ¿Él se va a poner bien?
Belle se agacha como si fuera a atender a Roger, pero la vuelvo a levantar.
—Oye —protesta—. Necesito...
—Alejarte de ese cerdo violador —finalizo por ella—. Yo me encargaré de
Roger. Y luego me ocuparé de ti. Todo estará bien.
Veo en su cara que no me cree, pero está demasiado cansada para luchar.
Me deja llevarla por el pasillo hacia mi despacho. De camino, mando un
mensaje al mostrador de seguridad.
— ¿Qué va a pasar con él? —susurra.
—Stan lo recogerá —le digo, abro mi despacho y la hago pasar—. Es
trabajo de seguridad ocuparse de los intrusos.
—Pero tú lo contrataste.
—Y ahora está despedido. Ven, siéntate —le señalo y la empujo hacia el
sillón de cuero. Saco una botella de agua de la nevera y la pongo en su
mano—. Bebe.
Ella la toma y la bebe con manos temblorosas. Se limpia la boca y me mira.
Sus ojos color avellana brillan con lágrimas no derramadas.
— ¿Cómo supiste?
—Comprobé las cámaras de seguridad —explico—. No me fío de Roger.
Estaba comprobando si habías salido del edificio, sola e intacta. Lo vi a él
golpeando la puerta del armario del almacén. No hacía falta mucha lógica
para inferir qué estaba pasando.
Le tiembla el labio inferior.
—No sé qué habría pasado si no hubieras aparecido, Nikolai. Yo... estaba
tan asustada.
—Debería matarlo —digo y aprieto los puños a los lados, como
preparándome.
Sus ojos se abren de par en par.
— ¡No! No, ya todo es bastante malo. Nunca me dará una recomendación.
Me despedirá y me pondrá en la lista negra. ¿Crees que puede? ¿Ponerme
en la lista negra? ¿Eso existe?
El pánico aumenta en ella, y puedo ver cómo empieza a descontrolarse.
—Me ocuparé de todo, Belle. Ya te lo he dicho.
Ella sacude la cabeza.
— ¿Qué vas a hacer? Yo me voy de la ciudad. De inmediato. Ahora que vas
a despedir a Roger. Tengo que volver a casa, pero no tengo trabajo. Ni
dinero. Ni siquiera puedo comprarle un par de zapatos a mi hermana, pero
tú estás aquí en... ¿esmoquin?
Sus ojos me miran con apreciación antes de volver a enloquecer.
—Tengo que resolverlo yo misma, pero no sé...
Sin pensar más que brevemente en Xena Simatou, alargo mis brazos y tomo
la cara de Belle en mis manos. Se queda callada y sus ojos se centran en los
míos durante un fugaz segundo antes de que yo me incline hacia ella y la
bese.
Su cuerpo se afloja. La tensión se disipa. Puede que no sepa lo que está
pasando en su vida en este momento, pero su cuerpo sabe exactamente lo
que tiene que hacer.
Me devuelve el beso de inmediato. Con hambre. Desesperadamente.
Belle me pasa la lengua por el labio superior y luego me chupa el inferior.
Parece una mujer remilgada y tímida, pero en el fondo es un petardo que
pide fuego.
Y yo acabo de encender la cerilla.
Me agacho, la cojo en brazos, la llevo a mi escritorio y la siento en el borde.
Cuando le meto la mano en la cintura, rompe el beso y levanta las caderas
para que le baje la falda por las piernas.
En cuanto la quito, me rodea la cintura con las piernas y me acerca a ella.
Su cálido centro rechina contra la parte delantera de mis pantalones y yo
siseo. Belle sonríe y me desabrocha el esmoquin, bajándome los pantalones
y los calzoncillos por los muslos. Mi polla se libera.
Puedo intentar darle la vuelta que quiera. Aún no estoy casado con Xena
Simatou. Técnicamente, no es engaño hasta que estemos casados.
Pero estoy dejando que Belle acaricie mi palpitante miembro mientras
tengo por los tobillos los pantalones del esmoquin que pienso llevar en mi
boda con otra mujer.
Esto está jodido de la mejor manera posible.
Y no tengo planes de detenerlo.
—Ayer me tenías atada a una silla —susurra Belle. Sus manos acarician mi
grosor.
— ¿Quieres que te ate otra vez? Puedo hacerlo.
—Quizá me toque a mí hacer el nudo.
Deslizo las manos por sus suaves muslos y la empujo hacia atrás sobre el
escritorio.
—Creo que lo he dejado perfectamente claro: esta noche me ocupo yo de ti.
Ahora, cierra la boca y abre las piernas.
Belle escucha sin rechistar. Creo que es la primera vez.
Pero entonces deslizo un dedo por su abertura y la humedad que encuentro
me enloquece.
Me inclino y deslizo la lengua por el mismo recorrido que acabo de hacer
con el dedo, disfruto su sabor y de cómo tiembla. Belle enrosca sus dedos
en mi pelo, intentando sujetarme.
Pero no acepto órdenes de nadie.
Me retiro y la levanto del escritorio. Ella frunce el ceño.
—Pero yo pensé que...
Sacudo la cabeza y la hago girar por las caderas contra la mesa.
—Cállate y pon las manos sobre el escritorio.
Cuando agarro cada una de sus manos con las mías y las planto sobre la
superficie del escritorio, ella lanza un pequeño grito, que es más como un
delicioso gemido. Su espalda se arquea y yo casi gimo yo al verla. Rara vez
mis fantasías se hacen realidad tan rápido.
Le quito el resto de la camisa hecha jirones, deslizo las manos bajo el
sujetador y le acaricio los perfectos pechos. Me llenan las manos como si
estuvieran hechos para mí.
Belle empuja su culo hacia mí, acariciando la punta de mi polla. Sin
pedírmelo, su mano me rodea y coloca mi polla en su abertura.
Se la meto de un solo empujón.
Ahoga un gemido, un sonido tan embriagador que me deslizo fuera y lo
hago de nuevo.
Con cada embestida, aprieto sus pechos y atraigo su cuerpo contra el mío.
Pero pronto Belle lo hace sola. Responde a cada uno de mis movimientos
con los suyos propios, hasta que nuestros cuerpos se están golpeando tan
fuertes que resuenan.
—Dios mío —gime ella—. Esto es... te sientes como...
Llevo mi mano entre sus piernas y con mi dedo rozo su hinchado clítoris.
—Magia —escupe ella por fin.
Con mi mano libre sujeto su cadera, e inclino su cuerpo justo como quiero.
Cuando la penetro a continuación, sé que mi puntería ha sido perfecta.
—Más. Por Dios, más, por favor.
Empujo una y otra vez, golpeando su punto G mientras continúo
acariciando su clítoris con mi dedo. Siento el momento en que su cuerpo
cede y se rompe. Se aprieta a mí alrededor, latiendo al ritmo de su placer.
En cuanto termina, se queda sin fuerzas. Salgo de ella y la tumbo boca
arriba. Luego vuelvo a penetrarla.
El escritorio se sacude y ella gime con cada embestida. Me muevo cada vez
más deprisa. El poco autocontrol que me quedaba se desvanece a medida
que se acerca mi propio clímax.
Finalmente, la tensión se afloja y estallo dentro de ella.
Me muevo con movimientos lentos y perezosos hasta que quedo seco.
Cuando acabo, mi cuerpo está saciado de una forma que no conocía desde
que estuvimos en el baño del avión.
Salgo de ella y me doy cuenta de que no hay justificación para esto. No hay
forma de ocultar la verdad.
He engañado a mi futura esposa con Belle.
Y si me salgo con la mía, que siempre lo hago, lo volveré a hacer, joder.
24
NIKOLAI

— ¿Te la follaste en tu despacho? —Arslan ríe—. ¿Después de atarla a una


silla?
—La até a la silla hace dos noches. Me la follé anoche. Contra el escritorio.
Silba.
—Sólo tú puedes salirte con la tuya con ese tipo de preliminares
pervertidos. Si yo intentara algo así, las mujeres llamarían a la policía.
—En realidad, Belle ya llamó a la policía. Me denunció el primer día que
llegó aquí.
Arslan chasquea los dedos.
—Es cierto. Casi lo había olvidado. Por Dios, ella tiene que ser un polvo
increíble.
Incluso la posibilidad de que Arslan imagine el sexo con Belle me pone de
los nervios.
—Será mejor que te conformes con no enterarte nunca. A menos que
quieras que te castre.
—No necesito averiguarlo; ya lo sé —señala. Ve mi mirada asesina y
levanta las manos en señal de rendición, conteniendo una carcajada—. Lo
sé porque no te aguantarías todas las gilipolleces que te ha soltado si no
mereciera la pena. Por no mencionar el riesgo que ella supone para tu trato
con los griegos. Cualquier otra mujer ya la hubieras largado. Pero a ella la
mantienes cerca. Tiene que haber una razón.
Arslan no se equivoca. Parte de la razón por la que he mantenido a Belle
cerca es la curiosidad. Siempre me han gustado los mensajes
contradictorios, los resultados inesperados. Y esta menuda tía rogándome
que la follara a tres mil metros de altura fue ciertamente inesperada.
Pero queda la posibilidad de que existan otras razones.
—Bueno, ahora, la mantengo cerca porque su jefe la atacó. Ella necesita un
trabajo y dinero. No puedo echarla, así como así por la puerta.
— ¿Y por qué diablos no? —Pregunta Arslan—. Tú puedes hacer lo que
quieras.
Asiento con la cabeza.
—Tienes razón. Y ahora mismo quiero romperte los putos dientes con un
bate.
Arslan echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—No te atreverías.
—Pruébame.
Estoy bromeando. Aunque mi mejor amigo se está acercando demasiado a
una realidad incómoda: Estoy arriesgando mi Bratva por una mujer.
Después de haber jurado que eso es exactamente lo que no haría.
Y no estoy del todo seguro de por qué.
El conductor entra en el aparcamiento bajo Zhukova Incorporated.
En cuanto aparcamos, tres coches negros anónimos dan marcha atrás y nos
bloquean el paso. Hombres armados salen de cada uno.
—Cuidado —advierte Arslan, agarrando la pistola que lleva en la cintura.
Yo abro un compartimento de la puerta y saco mi propia arma.
—Tres coches, seis hombres —indica, con toda la jovialidad desaparecida
de su rostro—. Nos han bloqueado el paso porque... joder, debería haber
prestado más atención.
—Nadie sería tan estúpido como para sacarnos de aquí —digo—. Hay
cámaras por todas partes.
—Entonces, ¿quién es?
—Tengo mis sospechas —digo y agarro la manivela del coche, haciéndole
un gesto para que me siga—. Vamos.
Salgo del coche, pero la hilera de hombres furiosos que lo rodea no se
mueve. No esperaba menos.
— ¿Dónde está él? —gruño.
Arslan está tenso a mi lado, preparado para lanzarse delante de mí si hace
falta. No sería la primera vez.
Los hombres de traje se mueven ligeramente y la puerta del coche que
tienen detrás se abre. Entonces sale Giorgos Simatou, con una sonrisa de
oreja a oreja.
—Por el amor de Dios —sisea Arslan, relajándose poco—. No eres el puto
Papa, Giorgos.
Asiento con la cabeza.
—Este es todo un espectáculo innecesario. Y peligroso. Podría haberle
metido una bala entre ceja y ceja a cada uno de tus hombres antes de que te
mostraras.
—Eres más listo que eso —señala Giorgos—. O eso creía yo.
Arslan resopla.
—¿Qué mierda significa eso?
Giorgos me sonríe como si fuera un niño.
— ¿Quieres compartir tu indiscreción, Nikolai? ¿O debería hacerlo yo?
En un parpadeo, me abalanzo hacia delante y apunto con mi arma a la sien
del hombre.
Sus hombres se cierran alrededor, pero es demasiado tarde. Su jefe tendrá
un agujero en la cabeza antes de que puedan hacer nada.
Oigo reír a Arslan.
—Mataré a cada uno de vosotros, hijos de puta, antes de que podáis siquiera
desenfundar vuestras armas. Yo me lo pensaría dos veces antes de hacer un
movimiento contra mi jefe.
—Alto —dice Giorgos, tragando nervioso—. Quietos. Esto es entre Don
Zhukova y yo.
Sus hombres retroceden cautelosamente.
—Si vuelves a hablarme como a un niño —siseo—, lo único que habrá
entre tú y yo serán dos metros de tierra.
Arslan ríe por lo bajo, pero Giorgos Simatou no se ríe. Se limita a asentir
solemnemente.
—Te escucho, Nikolai. Te escucho. Pero fuiste en contra de nuestro trato.
Nada menos que el mismo día que nos sentamos juntos —explica. La
frustración es clara en su voz ahora, pero sigue intentando contenerse.
Todavía tengo el arma en la mano, después de todo—. Me has faltado al
respeto. Le faltaste el respeto a tu mujer.
—Aún no es mi mujer, Giorgos.
—Mi hermana no verá la diferencia. Xena es orgullosa. Tú lo sabes.
—No me digas lo que sé y lo que no sé —le advierto con frialdad.
—Bien. Entonces te diré lo que yo sé —afirma—. Si este acuerdo entre
nosotros no puede funcionar, entonces no tendré más remedio que aliarme
con otra persona.
—Vamos, Giorgos —llama Arslan—. Sé específico. Dilo en voz alta.
Muerdo una sonrisa. Arslan siempre ha tenido un detector de gilipolleces de
primera clase. Sabe tan bien como yo lo que dice Giorgos. Pero es
demasiado cobarde para decirlo él mismo.
Suspira.
—La mafia Battiato está interesada en una asociación. Puede que yo no
tenga otra opción.
Sólo el nombre ya me pone los pelos de punta. Malditos Battiatos.
— ¿También te están apuntando con una pistola? —argumento. Mi sangre
hierve.
—Prefiero una bala en la cabeza a la ira de mi hermana —expresa Giorgos
con una risita oscura—. A ella no le gustará que te hayas fijado en otra
mujer.
—Tú no sabes en qué he puesto los ojos.
—Sé que esa mujer con la que estuviste antes —Belle Dowan— fue vista
saliendo de Zhukova Incorporated ayer por la noche. No es difícil suponer
lo que estaban haciendo.
Ignoro que Giorgos volvió a vigilar mis movimientos incluso después de
advertirle que dejara de hacerlo. Más que nada porque yo también falté a mi
palabra.
Pero no puedo perdonar que me encadene como un animal a su hermana por
un negocio.
—Tu hermana fue la que introdujo los términos del matrimonio. Tú tienes
el poder de quitárselo. Pues hazlo —le digo—. Quiero trabajar contigo, no
con tu hermana.
— ¿Cómo sabré que nuestra unión es duradera sin un contrato matrimonial?
Me encojo de hombros.
—Podrías consolarte con el hecho de que no derramaré tus sesos sobre el
cemento por volver a espiarme. Es una misericordia que no tendría con la
mayoría de la gente.
Sacude la cabeza.
—No puedo. Esto significa demasiado para mi hermana. Y si el matrimonio
no significa nada para ti, ¿por qué no seguir adelante? ¿Es esta chica
realmente tan especial?
—Esto no tiene nada que ver con ella —suelto, lo bastante alto para que
Arslan también pueda oírme—. Esto no tiene que ver con ninguna mujer;
tiene que ver conmigo. No me interesa la monogamia. Ni con tu hermana ni
con nadie.
—Ya anuncié el compromiso.
—Pues cancela el anuncio —espeto tajante.
—Mi hermana no se tomaría bien la vergüenza. En realidad, no se lo
tomaría nada bien. Estaría en pie de guerra.
—Menos mal que eres el jefe entonces, ¿no?
Giorgos sonríe, pero no lo hace con humor.
—Eso parece.
—No conozco a muchos hombres que teman a sus hermanas —comento.
—Eso es porque no conoces a muchas mujeres griegas —señala. Giorgos se
pasa una mano por la cara y suspira—. Escucha, Nikolai, mátame si
quieres, pero voy a ser sincero contigo.
—Cuidado con lo que dices, Simatou —advierte Arslan—. Si te pasas de la
raya, te mataré yo mismo.
Hago un gesto a Arslan para que se aguante.
—Hoy no va a morir nadie. Tienes mi palabra. Otra misericordia que te
ofrezco.
—Recordaré la amabilidad —acepta Giorgos con una pequeña reverencia
—. No puedo renegociar este trato, y no puedo echarme atrás. No sin
derramar sangre. No sin retribución.
— ¿Retribución? ¿Por qué? —ladro—. No te debo una mierda. Este trato se
hace con la promesa de futuros beneficios. Yo no estoy en deuda contigo.
Giorgos niega con la cabeza.
—No conmigo. Pero sí con mi hermana. Independientemente de cómo te
sientas, ya estás casado. Hasta que la muerte los separe y todo eso. Pero es
más probable que la muerte los separe a ti y a tu pequeña Belle si...
Aprieto mi arma contra la sien de Giorgos una vez más.
—Cuidado con lo que dices.
Suelta un suspiro tembloroso.
—Espero que seas un hombre de palabra, Nikolai. Espero que no me mates
después de haber jurado que no lo harías. Pero lo hagas o no, demasiadas
cosas se han puesto en marcha. No estoy haciendo una amenaza. Sólo una
advertencia.
Me pica el dedo por apretar el gatillo. Tal vez matarlo ahora pondría fin a
todo el asunto.
O tal vez iniciaría una guerra y me vería luchando entre dos frentes.
Bajo el arma y retrocedo.
—Te daré mi propia advertencia: la próxima vez que me amenaces, te vuelo
los putos sesos.
Giorgos sigue temblando cuando Arslan y yo nos damos la vuelta y nos
alejamos.
25
BELLE

Cuando me presento a trabajar, ni siquiera estoy segura de tener trabajo.


Nikolai despidió a Roger después de que me atacó, y yo trabajo para Roger.
Bueno, trabajaba para Roger. Eso significa que ya no tengo nada que hacer
en Zhukova Incorporated. O en cualquier otro lugar, dado el caso.
Y cualquier posibilidad de que Nikolai me tomara en serio y me ofreciera
un nuevo trabajo probablemente se esfumó en el mismo momento en que
me folló en el escritorio de su despacho.
Pero no podía decirle nada de eso a Elise.
¿Cómo iba a decírselo? Lo siento, hermanita. Vuelve a ponerle cinta
adhesiva a los zapatos. Tu hermana mayor perdió su trabajo y arruinó la
oportunidad de conseguir otro.
Toda oportunidad.
Así que hice café, comí tostadas y me fui a trabajar como cualquier otro día.
Tal vez, si sigo el procedimiento y aguanto suficientes rechazos, siga
recibiendo mi sueldo al final de la semana.
Pero en cuanto entro en el vestíbulo de Zhukova Incorporated, Bridget se
levanta de detrás del mostrador.
—Disculpa —me llama, haciéndome señas para que vaya—. Hola.
Suena tan mocosa como parece, con voz entrecortada y breve. Seguro que
está encantada de poder echarme del edificio. Llamará a Stan o a
quienquiera que sea el agente de seguridad en turno para que me acompañe
afuera, saludando todo el tiempo como una princesa en un desfile.
— ¿Sí? —le contesto con una amplia sonrisa. Ni siquiera la perfecta,
modélica y coqueta Bridget podrá atravesar la fortaleza de negación que he
construido a mi alrededor.
—El señor Zhukova me ha pedido que te informe que abajo te espera un
coche —me anuncia. Su labio está curvado como si la noticia que está
dando fuera especialmente desagradable.
Pero no entiendo por qué. En todo caso, debería estar encantada de que
Nikolai me envíe de vuelta al aeropuerto. Seguro que ya tengo el próximo
vuelo a Oklahoma City.
— ¿Un coche?
Ella apenas resiste mi mirada.
—Así es. Un coche. De los que tienen cuatro ruedas.
— ¿Debo ir ya?
Me mira como si fuera estúpida.
—Sí. Debes ir ahora.
Dudo entre correr por el pasillo y atrincherarme en la sala de conferencias o
bajar a ver adónde planea enviarme Nikolai.
Me decido por lo segundo.
—De acuerdo. Gracias —murmuro.
—Espera —me dice Bridget de mala gana. Saca una maleta de detrás de su
escritorio—. Esto también es para ti.
Niego con la cabeza.
—Eso no es mío.
—No he dicho que sea tuyo —suelta—. Dije que es para ti. Nikolai lo
llamó... ‘un regalo’.
Bridget hace un gran esfuerzo para pronunciar las dos últimas palabras. La
mujer está loca por su jefe. Si no me odiara tanto, casi me sentiría mal por
ella.
Cojo la maleta. Parece pesada. No tengo ni idea de lo que hay dentro, pero
conociendo a Nikolai, podría ser un cuerpo. O una bomba.
En cualquier caso, la llevo conmigo hasta el ascensor y vuelvo a bajar las
escaleras hasta el vestíbulo principal.
Como dijo Bridget, hay un coche negro esperándome frente al edificio. A
través de los cristales tintados, veo a alguien moviéndose. Supongo que es
Nikolai.
Pero cuando la puerta se abre, se asoma mi hermana.
— ¿Elise? —exclamo, sin comprender lo que ocurre—. Estabas... Te he
dejado en el hotel hace media hora.
Ella se encoge de hombros.
—Dos minutos después de que te fueras, alguien llamó a la puerta.
Al mirarla, me doy cuenta de que no ha tenido tiempo ni de cepillarse el
pelo. Aún lleva puestos los pantalones y la camisa de dormir.
— ¿Qué está pasando? —susurro para mí.
— ¿Esto no es del trabajo? —Pregunta Elise, que de repente parece
nerviosa—. Pensé que era Nikolai otra vez. ¿No? O...
—No pasa nada —digo rápidamente—. Sabes, ayer me dijo que... que hoy
haría algo diferente. Pero no fue claro. Así que, sí, todo está bien.
La negación es mi amiga. La negación nos mantendrá a salvo.
Ahora mismo, también es mi única opción. Porque no puedo decirle a mi
hermana lo que pasó anoche. No puedo decirle que no tengo ni idea de lo
que vamos a hacer en los próximos minutos, y mucho menos en las
próximas semanas y meses.
Cruzaré ese puente cuando llegue a él. Por ahora, tomaré el camino que se
me ponga por delante.
—Vamos —digo, instándola a volver a entrar en el coche—. Será mejor que
nos vayamos.
— ¿Adónde?
Me encojo de hombros.
—Lo descubriremos juntas. Será... emocionante.
Si caer libre sin paracaídas puede llamarse emocionante.

— ¿Pero qué demonios es esto? —susurra Elise.


Está mirando por la ventanilla, asombrada por lo que tenemos delante: un
jet privado que se alza en una pista de aterrizaje privada. Unas escaleras
metálicas conducen al interior del avión y justo detrás de la puerta se ve a
una azafata elegantemente vestida.
Para ser justos, yo también estoy un poco asombrada.
— ¿Vamos a algún sitio? —me pregunta.
Quiero darle alguna explicación, pero no se me ocurre nada. Ni una sola
historia plausible. En lugar de eso, levanto un dedo.
—Dame un segundo.
Entonces salgo del coche y me dirijo hacia el avión. Quizá la azafata sepa
algo.
Pero antes de llegar a las escaleras, oigo que me llaman por mi nombre.
—Belle.
Me giro y veo a Nikolai avanzando hacia mí, rebosante de su soltura y
confianza habituales. Lleva un pantalón chino verde oscuro y una franela
blanca con bolsillo. De algún modo, le sienta mejor este atuendo informal
que el esmoquin que llevaba anoche. Le hace parecer tan... normal. Pero de
la mejor manera, la más inalcanzable.
Camina hacia mí. No muevo ni un músculo. Estoy segura de que está a
punto de despedirme, y no tengo interés alguno en caminar hacia mi propia
ejecución. Así que espero a que él venga.
—Esperaba una llamada del chófer diciendo que te resistías —dice con tono
de burla.
— ¿Me habría obligado a subir al coche si me hubiera negado?
Nikolai se encoge de hombros.
—Una vez que vieras a Elise en el asiento trasero, supongo que no habría
sido necesario.
—Lo cual me recuerda que —señalándolo con un dedo—. Deja de
secuestrar a mi hermana.
—Es difícil llamarlo secuestro cuando ella viene tan voluntariamente. Si te
preocupa que me la lleve, quizá deberías decirle quién soy. Lo que hago.
— ¿Es esto una trampa? ¿Intentas engañarme para que cuente tus secretos y
así poder matarme por hablar?
Sonríe satisfecho.
—Supongo que tendrás que esperar para averiguarlo.
La visión de su boca con la comisura hacia arriba, sus ojos brillando con
sucias promesas, es suficiente para sonrojarme. No me extraña que Nikolai
sea un criminal de talla mundial. Podría robarte la cartera y convencerte con
una sonrisa de que se la has dado voluntariamente.
Es peligroso.
—Probablemente no tenga que esperar mucho —digo, señalando el avión.
— ¿Por qué?
Levanto las cejas.
—Hm... porque me mandas a casa, ¿no? Quiero decir, despediste a Roger.
Y yo trabajaba para Roger, así que...
—Te dije que cuidaría de ti.
—Y lo hiciste —afirmo, aplaudiendo sarcásticamente—. Estuviste genial
anoche. Gracias por salvarme de Roger y, ya sabes, sí, gracias. Pero ahora...
Escucho la puerta del coche cerrarse detrás de mí. Me doy la vuelta cuando
Elise viene hacia nosotros. Por primera vez me doy cuenta de que lleva
unas zapatillas deportivas nuevas.
Frunzo el ceño.
— ¿De dónde las has sacado?
—Me las dejaste en la encimera, ¿no? —declara.
No. No, desde luego que no. ¿De dónde iba a sacar tiempo o dinero para
comprar unos tenis nuevos?
Estoy a punto de decir lo mismo cuando Elise se vuelve hacia Nikolai,
ofreciéndole una sonrisa sorprendentemente cálida.
— ¿Qué hacemos aquí?
De repente, el pánico se apodera de mi pecho. Debería haberle dicho la
verdad. Habría sido menos embarazoso explicarle todo esto en el coche y
no delante de Nikolai.
Nikolai abre la boca para decir algo, pero me abalanzo sobre él y lo
interrumpo.
—Bueno ya he terminado de trabajar aquí —suelto—. Terminé anoche. Así
que ya está.
Elise frunce el ceño.
—Dijiste que te quedaban unos días más de trabajo.
—Me equivoqué. Ya he terminado. Así que ahora vamos...
—A Islandia —me interrumpe Nikolai—. Deberíamos embarcar. En quince
minutos.
Me doy la vuelta, con la boca abierta.
— ¿Adónde?
—Te dije que te daría los detalles cuando llegáramos —dice.
— ¿Lo dijiste?
Puede que Roger me diera un buen golpe ayer sin que me diera cuenta. Una
conmoción cerebral explicaría por qué no entiendo nada de esta situación.
Él asiente.
—Dije que cuidaría de ti. Eso es lo que estoy haciendo. Tenemos trabajo
que hacer.
— ¿En Islandia? —argumenta Elise.
—Estoy construyendo un nuevo hotel allí —explica Nikolai—. Un hotel de
cinco estrellas. Tengo que supervisarlo todo.
Elise gira hacia mí.
—Pero, ¿y Roger?
—Roger es...
—Nada que importe —agrega Nikolai. Noto un tinte de furia en su voz—.
Él ya no es su jefe. Ahora lo soy yo.
Hago lo posible por no jadear y disimulo con una tos. Pero Elise se vuelve
hacia mí.
— ¿Qué pasa?
— ¿Por qué? —digo inocentemente.
Ella entrecierra los ojos.
— ¿Has perdido el trabajo?
—Tu hermana renunció —interviene otra vez Nikolai—. Yo le ofrecí un
trabajo. Ahora ella trabaja para mí.
Me doy cuenta de que Elise siente que algo va mal. Me mira a mí, a Nikolai
y viceversa, tratando de encontrarle sentido. Me gustaría unirme a ella en
ese esfuerzo.
¿Qué diablos está pasando?
—Sí —formo una media sonrisa—. Y ahora vamos a Islandia, así que... ve
a por tu maleta.
Elise duda un segundo antes de volver al coche. En cuanto se va, me giro
hacia Nikolai.
— ¿Qué demonios?
—De nada.
— ¿De nada? —Resoplo con frustración—. Nunca me ofreciste trabajo.
—Dije que cuidaría de ti.
—Creía que te referías sexualmente.
Me dedica una sonrisa diabólica.
— ¿Es eso todo lo que soy para ti? ¿Un juguete sexual?
Cierro los ojos angustiada.
—Nunca hablamos de esto.
—Necesitabas un trabajo. Ahora lo tienes. De nada.
— ¡Pero no lo quiero!
Se encoge de hombros.
—De acuerdo. Entonces anda al aeropuerto y compra dos billetes para
Oklahoma City.
El calor me recorre la espalda.
—No puedo.
—Oh, claro. Seguro que tu empresa te pagó el viaje, ¿no? ¿Crees que Roger
aún se sienta generoso después de que anoche le cayera tal puta hostia en tu
nombre?
Aprieto los dientes.
—Yo no te pedí que hicieras eso.
—No, pero sin mí, Roger habría logrado lo que quería de ti y
probablemente hoy seguirías en la misma situación —dice—. Pero en lugar
de sentirte ‘sexualmente cuidada’, estarías...
—Sé lo que planeaba hacerme —digo—. No necesito visualizarlo.
— ¿No? Porque no pareces especialmente agradecida por lo que te estoy
ofreciendo.
— ¿Y qué es lo que ofreces tú, Nikolai? No entiendo lo que está pasando.
Me agarra por los hombros y me acerca a él. Mi cabeza se inclina hacia
atrás y mis labios se separan. A pesar de todo, quiero besarle ahora mismo.
Si se inclinara para presionar sus labios contra los míos, le dejaría.
Algo muy grave pasa conmigo.
—Dijiste que necesitabas un trabajo —dice en voz baja—. Así que te doy
uno. Dijiste que tu hermana necesitaba zapatos. Le he dado unos.
— ¿Tú le diste los zapatos?
Él continúa hablando como si yo no hubiera dicho nada.
—Lo que está pasando es que yo te estoy dando lo que necesitas.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué no? —rebate Nikolai, como si fuera algo perfectamente normal
para él.
Oigo a Elise cerrar el maletero detrás de mí. No tengo mucho tiempo para
resolver esto. Me paso una mano por la cara.
—Por lo que sé, me llevas a Islandia para empujarme de un glaciar o algo
así.
—No puedo imaginar por qué haría eso.
—Porque conozco tus secretos —siseo—. Porque podría entregarte y...
— ¿Y qué? ¿Arruinarme?
Me encojo de hombros.
—Sí.
Se ríe entre dientes.
—No tienes tanto control como crees, hermosa Belle.
—Deja de llamarme así —suelto, aunque mi estómago revolotea.
—No me preocupa lo que puedas contarle a alguien. Y no me preocupan las
consecuencias.
—Entonces, ¿por qué grabaste ese... ese vídeo? —se me corta la voz. No
me atrevo a llamarlo ‘vídeo sexual’, aunque es exactamente lo que es.
Los ojos de Nikolai se oscurecen con algo terriblemente cercano al deseo.
Es extraño que me mire así. Sobre todo, porque estoy segura de que él
puede tener a la mujer que quiera.
—Está claro que si te preocupaba lo que yo pudiera decir si grabaste eso —
continúo—. Fue algo colateral, ¿no?
—Me gusta cubrir todas mis bases. Pero, ¿has pensado alguna vez,
lapochka, que ese vídeo era para mí?
Mi cuerpo tiembla. Nikolai se inclina hacia mí y su aliento mentolado me
baña la cara.
—Igual que hiciste en mi despacho: cede, Belle, —susurra—. Yo cuidaré de
ti. Yo me ocuparé de todo.
De repente, Elise está a mi lado, con una maleta nueva que nunca he visto.
— ¿Y bien? ¿Qué hacemos? —pregunta.
Miro a Nikolai. Él me mira fijamente, esperando a que me decida.
Pero no hay mucho donde elegir.
No tengo trabajo. No tengo dinero para volver a casa. Si me alejo de
Nikolai ahora, no estoy segura de cómo cuidaré de mí y de mi hermana.
Pero aquí está él, dispuesto a ayudarnos. Tal vez realmente me tire de un
glaciar. En este momento, es un riesgo que estoy dispuesta a correr.
—Subirnos a un avión —digo, rodeando los hombros de ella con mi brazo
—. Islandia, allá vamos.
Incluso Elise parece emocionada.

A de una hora de vuelo, Elise se ha encerrado en el dormitorio


privado de la parte trasera del avión y Nikolai y yo estamos solos en
nuestros asientos.
Soy una viajera nerviosa en las mejores circunstancias, pero hay algo en el
jet privado que me parece aún más peligroso. ¿Quién es el piloto? No lo he
visto. ¿Y dónde se ha metido la azafata? Necesito una copa. O doce.
—Estoy teniendo flashbacks —dice Nikolai de repente.
Tiene la cabeza apoyada en el asiento y los ojos cerrados, pero sigo
teniendo la sensación de que me está observando. No me sorprendería
descubrir que el hombre tiene ojos a los lados de la cabeza. ¿Cómo, si no,
parece saberlo y controlarlo todo?
— ¿Has llevado a muchas mujeres a Islandia antes?
Abre un ojo y me mira.
—No, pero es la segunda vez que me siento a tu lado en un avión. Y la
primera vez estabas igual de nerviosa.
Obligo a mi rodilla a dejar de rebotar y respiro hondo.
— ¿El piloto es certificado?
— ¿Crees que me subiría a un avión así con un aficionado?
—Probablemente no.
—Claro que no —suelta—. Tengo dinero suficiente para asegurarme lo
mejor. No me conformo con menos.
El nudo en mi pecho se alivia ligeramente, pero solo me sentiré mejor
cuando esté en tierra.
Excepto porque estaré en un país extranjero y no tengo ni idea de cuál va a
ser mi trabajo.
— ¿Cuáles van a ser mis responsabilidades una vez que aterricemos? —
pregunto—. Obviamente estoy entrenada como contador, pero estoy
dispuesta a...
—Más tarde.
Frunzo el ceño y miro a un lado de su cara. Vuelve a tener los ojos cerrados.
¿Cómo puede estar tan relajado todo el tiempo?
—No quiero hablar de ello más tarde. Quiero hablar de ello ahora.
—Y creo que tienes más que suficiente de qué preocuparte sin añadir
mierda que no importa a la lista.
—Mi trabajo me importa.
—Ni siquiera sabes cuál es tu trabajo.
— ¡Exactamente! Así que ilumíname. ¿Qué quieres?
Al instante, Nikolai se vuelve hacia mí. Su sonrisa es letal, y gimo con una
frustración que me cala hasta los huesos.
—No —le advierto—. No lo hagas.
—Tú lo has pedido.
—Sabes lo que quise decir.
— ¿Lo sé? —y se desliza de su asiento para arrodillarse en el suelo.
Por instinto, aprieto las rodillas con tanta fuerza que estoy segura de que me
saldrán moratones.
—Sí.
—No estoy seguro de saber —dice, deslizando las manos por mis piernas
—. Sé explícita. Dímelo.
El corazón me late con fuerza en el pecho y mi voz sale entrecortada e
irregular.
—Hablaba del trabajo. De lo que tú quieres que haga para...
—Relájate —sisea, presionando sus labios contra cada una de mis rodillas
—. Yo solo quiero que te relajes.
— ¿Cómo se supone que voy a relajarme cuando estás arrodillado frente a
mí de esa manera?
No quiero dejar mis pensamientos tan al descubierto, pero no puedo
evitarlo. El hombre cortocircuita mi cerebro como ningún otro.
Enarca una ceja.
—Si esto no ayuda, tengo una idea de algo que podría hacerlo.
—Tú eres mi jefe. ¿No se supone que yo debo ‘ayudarte’ a ti?
— ¿Eso es lo que quieres? —Gruñe de repente—. ¿Que sea como el puto
Roger? Porque puedo acorralarte en el baño si quieres. Obligarte a...
—No, eso no es lo que quiero.
—Entonces cállate y abre las piernas —ordena—. Pero hazlo porque
quieres, no porque alguien te obligue.
Su voz es gélida, pero sus manos son como marcas en mi piel. Siento el
recorrido que hace por mi cuerpo y me electrizo. Toda mi ansiedad por el
vuelo desaparece cuando Nikolai me separa las piernas y me sube la falda
por los muslos.
— ¿Ya estás mojada? —pide, y pasa la lengua por la piel sensible del
interior de los muslos.
Quiero mentir, pero de todos modos pronto sabrá la verdad. Porque ya sé
que voy a dejar que me haga lo que quiera.
—Sí —susurro.
—Te resististe a esto incluso mientras estabas aquí sentada mojándote por
mí —susurra asombrado contra mi piel—. ¿Por qué siempre te resistes a lo
que quieres?
—Porque nunca he podido tener lo que quiero.
Mi lista no es larga. Un padre que no esté muerto. Una madre que me cuide.
Una vida en la que no tenga que luchar por cada cosa.
No puedo tener nada de eso, así que no tiene sentido soñar con ello. Nikolai
es la primera vez que me permito disfrutar de algo que definitivamente no
durará.
—Puedes tener lo que quieras ahora mismo. Sólo tienes que pedírmelo.
Me separa aún más las piernas y sus dedos se clavan en la suave piel de mis
muslos. Todo mi cuerpo tiembla de deseo.
Entonces Nikolai se inclina hacia delante y me pasa la lengua por la
entrepierna. De repente, nada de esto es divertido. Mi deseo va en serio. Y
necesita ser satisfecho.
—Tócame —le ruego. Debería avergonzarme, pero no tengo fuerzas. No
cuando estoy dedicando tanta energía a no quemarme en el acto—.
Pruébame.
La azafata podría volver en cualquier momento. Elise podría decidir salir de
su habitación privada y unirse a nosotros. Podría pasar cualquier cosa.
Pero, Dios me ayude, necesito esto.
— ¿Qué decimos cuando queremos algo, hermosa Belle? —se burla
Nikolai.
Enrosco los dedos en su pelo oscuro y lo llevo hasta mi centro.
—Por favor.
Nikolai me aparta las bragas. Su aliento es cálido y cuando su lengua entra
en contacto directo con mi húmeda piel, siseo.
Desliza mis caderas hasta el borde del asiento y me abre. Me pellizca el
centro con los dientes y luego calma el dolor con la lengua.
Las pocas veces que salí con alguien dispuesto a chupármela, eché la
cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Sobre todo, para ocultar el hecho de que
me sentía como si me estuvieran haciendo un examen ginecológico.
Pero con Nikolai, no puedo apartar la mirada.
Pronto pasa la lengua por el clítoris y me conduce a un orgasmo que llega
demasiado rápido.
—Espera —jadeo, agarrándome a su pelo—. Espera, voy a...
—De eso se trata, Belle —susurra en mi coño—. Vente para mí. Déjame oír
cómo te corres.
Chupa con fuerza mi piel sensible y me desmorono. Mis piernas se aprietan
alrededor de su cabeza y me estrujo contra su pecaminosa boca,
persiguiendo el placer que me recorre.
Sólo cuando estoy rendida en mi asiento, Nikolai vuelve a poner la falda en
su sitio y se levanta. Con una sonrisa de suficiencia, se sienta de nuevo a mi
lado, se relame los labios y me guiña un ojo.
Gilipollas.
Un maravilloso y perfecto gilipollas.
26
NIKOLAI

—Oh, Dios mío, Nikolai —gime Belle, aferrándose a la barandilla—. Esto


es... está increíble aquí. Es tan... guay.
— ¿Supongo que te gusta la vista? —exclamo divertido.
Ella señala el extenso paisaje islandés como si eso fuera respuesta
suficiente.
—Es el lugar más mágico que he visto nunca. Y el aire es tan fresco. Es
increíble. Creo que puedo respirar mejor aquí.
Es la primera vez que veo a Belle así, tan libre y sin ataduras. Excluyendo
los momentos en los que le quité sus preocupaciones, por supuesto.
Una parte de mí está celosa de que un paisaje pueda provocar en ella la
misma respuesta que yo. Pero entonces recuerdo que fui yo quien la traje
aquí. Esto sigue siendo obra mía.
—Puedes darte un chapuzón en la laguna más tarde. Se supone que la sílice
es curativa.
— ¿Puedo nadar?
—Por supuesto. ¿Por qué no?
—Porque... —mira a su alrededor como si el otro zapato fuera a caerle
encima en cualquier momento—. Porque estoy trabajando, ¿no? No creo...
—No, yo estoy trabajando —digo—. Yo estoy aquí para asegurarme de que
el hotel y el complejo tengan una exitosa semana de apertura. Tu trabajo es
disfrutar y tomar notas.
Y demostrarle a Giorgos Simatou que no tiene control sobre mí. ¿Cree que
puede amenazarme para que haga lo que me pide? Pues piénsalo de nuevo,
imbécil. No sólo me follaré a quien quiera, sino que lo haré donde y cuando
yo quiera.
— ¿Puedo salir del complejo? —pregunta ella.
—No estás prisionera. Puedes ir adonde te plazca.
Ella frunce el ceño.
— ¿Quién no querría ir a explorar? Mira qué sitio.
Sigo su mirada y contemplo el campo de lava que tenemos delante. Sobre
los cráteres y los valles ha crecido una hierba de un verde vibrante, y por el
terreno corren bolsas de agua que desembocan en cerúleos estanques
esparcidos por toda la propiedad.
—Es precioso —suspira Belle—. Nunca he visto nada igual. E imagínate...
la lava creó todo esto. Es magnífico, ¿verdad?
—Debería hacer que escribieras el folleto —río entre dientes.
Ella resopla.
— ¿Doy la impresión de alguien que ha viajado mucho como para escribir
folletos? ¿Parezco mundana?
—No tanto.
—Correcto —dice chasqueando los dedos—. No he estado en ningún sitio.
—Fuiste a ese viaje a Washington, D.C. —dice Elise. Casi había olvidado
que estaba con nosotros. Vio películas sin parar durante todo el vuelo y no
durmió, así que ha ido arrastrándose lentamente desde que bajamos del
avión—. Al menos has estado en algún sitio.
Belle pone los ojos en blanco y me mira.
—Mi abuela paterna pagó el viaje y me llevó con ella. Tenía doce años y
me pasé todo el día en los pasillos del Congreso. Fue... educativo. Como
todas las buenas vacaciones.
A Elise no le hace gracia.
—Mi abuela nunca me llevó a ningún lado.
—Sí, pero Shari no te abandonó. Mi abuela me abandonó cuando murió mi
padre. No te pierdes de mucho.
— ¿Supongo que entonces son medio hermanas? —pregunto.
Belle asiente.
—Misma madre, distintos padres.
—Qué suerte tenemos —refunfuña Elise.
Me doy cuenta de que Belle quiere decir algo, quizá advertir a su hermana
de que se porte bien, pero se traga las palabras. En lugar de eso, respira
hondo y esboza una sonrisa.
—Vamos a explorar más. Quizá podamos...
—Estoy cansada —interrumpe Elise—. Mejor me voy a la habitación a
echar una siesta.
—Pero tenemos que vencer el jet lag. Deberías mantenerte despierta y...
Elise se marcha antes de que Belle pueda terminar.
En cuanto dobla la esquina, Belle cierra los ojos y suspira.
—Lo siento.
—No te disculpes conmigo. No me importa si ella se lo pasa bien o no.
Belle me estudia un momento y sonríe tímidamente.
— ¿Y yo?
—Y tú, ¿qué?
— ¿Si te importa si me lo paso bien?
Me acerco a ella, apoyándome contra la barandilla. Ella inclina la cabeza
hacia atrás para mirarme y, por un segundo, me planteo acompañarla a mi
suite y decirle que a la mierda el paisaje de Islandia, que lo único que
quiero explorar es el paisaje de su cuerpo.
A la mierda todo lo demás: quiero conocer cada espacio de su cuerpo, cada
ruido que hace cuando la toco.
Pero ya habrá tiempo para eso más adelante. Ahora mismo, sólo quedan
unas horas en el día.
Y tengo otros planes.
—Reúnete conmigo en el vestíbulo dentro de veinte minutos —digo—.
Tengo algo que enseñarte.

—M —vuelvo a llamarla—. Ya casi hemos llegado.


—Has dicho eso desde hace treinta minutos —resopla Belle—. Soy
demasiado torpe para esto. De pequeña era patosa, ¿sabes?
Resoplo.
— ¿Eras qué?
—Significa que mis pies apuntaban el uno hacia el otro. Cuando era
pequeña tropezaba mucho con ellos.
—Estás de coña.
Ella frunce el ceño.
—No tiene gracia. Tuve que llevar aparatos ortopédicos y plantillas durante
un tiempo. Ya me he enderezado, pero no soy la más coordinada.
Me echo hacia atrás y le ofrezco el brazo para evitar que se caiga de bruces
en un cráter.
—No te preocupes. Te cogeré si te caes.
—Sí, claro —murmura—. Aquí es donde probablemente planeas tirarme
por la borda.
—Sigue diciendo eso y puede que decida que tienes razón. Tirarte por un
glaciar sería mucho menos trabajo que arrastrar tu culo montaña arriba.
Ella reprime una sonrisa. Luego se quita, convirtiéndose en algo oscuro.
—Quizá eso sería lo más fácil para mí. En vez de andar arrastrándome
como lo he hecho.
—No hablas en serio.
— ¿Cómo lo sabes? —responde.
—Porque no siempre he sido poderoso —murmuro.
Belle duda antes de responder.
—Olvidé que habías dicho eso antes. A Elise. ¿Creciste pobre?
Hago una larga pausa antes de mi suspiro. Lo último que quiero hacer ahora
es sacar a relucir mi jodida infancia y mi familia. Esa mierda es
combustible sucio. Quema caliente, pero deja tras de sí una estela
desagradable.
—No importa —digo finalmente—. La cuestión es que la vida puede ser
como... bueno, como estos campos de lava. Como lo que dijiste antes. A
veces, la devastación es lo que hace falta para crear belleza.
Belle deja de caminar y me doy la vuelta para encontrarla mirándome
fijamente.
— ¿Qué pasa? —inquiero.
—Eso ha sido poético.
Sonrío.
— ¿Sorprendida?
—Completamente —admite—. Quizá tú también te parezcas a estos
campos de lava más de lo que quieres aparentar.
Le hago señas para que siga y continúo subiendo. Estamos cerca. Sólo
faltan unos metros para la gran revelación.
—Si estás buscando alguna cualidad redentora en mí, yo me detendría. Sólo
te decepcionarás.
—Oh, no sé —empieza a decir Belle, pero se le corta la voz y ladea la
cabeza—. ¿Qué es esto?
Sonrío y subo el último escalón. De repente, como una cortina que se
descorre para mostrar una obra maestra, el campo de lava cae y nos
encontramos al borde de un acantilado. Enfrente hay otro acantilado
cubierto de frondosos árboles con un abismo entre ellos. En el acantilado
opuesto, el agua se derrama por la ladera en al menos cincuenta riachuelos
diferentes, que se acumulan en un arroyo muy por debajo.
Belle jadea.
— ¿Qué es esto? —repite.
—Las cataratas Hvatvíslegur —digo—. Significa ‘impetuoso’.
—Mira. Estamos muy arriba —y se asoma por la ladera, retrocediendo un
paso, como nerviosa—. ¿De dónde viene el agua?
—De la nieve derretida y de la lluvia que corre por los campos de lava.
Todo escurre por la tierra y llega hasta aquí.
—Es increíble —respira, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creerlo.
— ¿Te gusta?
—Me encanta —susurra con sinceridad—. Gracias por traerme aquí.
—Por supuesto. He elegido un lugar precioso para que mueras.
Tarda un segundo, pero los ojos de Belle se abren de par en par,
horrorizada, al asimilar lo que he dicho.
—Eso... no tiene gracia.
—Es un poco chistoso —expreso sonriendo.
Pone los ojos en blanco y mira hacia la cascada.
— ¿Qué sigue ahora, Nikolai?
—Caminar de vuelta.
Ella niega con la cabeza.
—No. Quiero decir... ¿qué estoy haciendo aquí?
—Estás aquí porque dije que cuidaría de ti.
—Hay algo más —y se vuelve hacia mí—. Hay algo que no me estás
contando.
Vuelvo a reírme. Hoy lo estoy haciendo mucho. Qué raro.
—Hay un millón de cosas que no te estoy contando —señalo.
—Entonces dime una de ellas.
Ella piensa que quiere saber, pero no tiene ni idea. Los griegos y Xena
Simatou y la mafia Battiato y la tragedia de mi familia y así sucesivamente.
Es una complicada red, y Belle debería estar agradecida de no estar más
enmarañada en ella.
Probablemente debería dejarla escapar antes de que se enrede demasiado.
Pero no hay ninguna posibilidad de que haga eso.
—Tendríamos que grabar muchas más cintas de esas para que yo estuviera
dispuesto a contártelo todo, hermosa Belle.
Se sonroja y se aleja un paso de mí.
—Deja de llamarme...
Pero antes de que pueda pronunciar la palabra, su pie resbala. En un
instante, cae al suelo. Está resbaladizo, así que empieza a deslizarse cuesta
abajo...
Hacia el abismo.
Lucha por agarrarse al suelo lleno de baches, pero parece que no puede
conseguir un buen agarre.
— ¡Nikolai! —va gritando.
La forma en que pronuncia mi nombre me provoca algo. Un pánico que no
reconozco cobra vida y corro tras ella. No me preocupa mi propia
seguridad, ni si caeré al vacío con ella.
Sólo sé que no puedo quedarme de brazos cruzados y verla morir.
Me lanzo sobre la dura roca y extiendo un brazo. Mis dedos rozan una
correa de su cazadora. Me aferro a ella, con los nudillos blancos por el
esfuerzo, pero noto que la tela no cederá.
—Belle, escala y agárrate a mi mano —le digo, intentando mantener la voz
uniforme.
Está a un paso del precipicio. Si la suelto, se caerá. Sus ojos se ven tan
verdes como el musgo que crece sobre el pedregoso suelo.
Y están tan aterrorizados como nunca los he visto.
—Nikolai —gime ella—. No puedo.
—Sí puedes. Tienes que llegar hasta mí. Si yo avanzo, te dejaré caer —la
insto.
Y yo perdería el punto de apoyo que tengo ahora, con la bota encajada en
un estrecho espacio entre dos rocas.
—Puedes hacerlo —animo—. Vamos, Belle.
Ella respira hondo y levanta el brazo, agarrándose a mi codo. Poco a poco,
trepa por mi cuerpo, utilizándome como una cuerda humana. Y cuando ya
está bien cerca, la rodeo por la cintura con los brazos, la sujeto y la hago
rodar sobre mi cuerpo.
Aterriza sobre mis piernas, raspándome las rodillas contra la escarpada roca
de lava.
Pero me importa una mierda. No cayó. Eso es lo que importa.
Ahora que está a salvo, me alejo del saliente y me pongo de rodillas en
tierra firme. Belle está tumbada boca arriba cerca de mí, con los ojos fijos
en el cielo azul. Su pecho sube y baja rápidamente.
— ¡Santo lío de mierda!
—Debí haberte creído cuando dijiste que eras torpe —murmuro.
Resopla, con una mezcla de diversión y alivio.
—Y yo debí haberte creído cuando dijiste que no ibas a matarme.
En cualquier otro caso, me hubiera asegurado de recordarle a cualquiera
que igual podría matarlo en cualquier momento. Que soy impredecible,
poco fiable. Yo me alimento del miedo que eso inspira.
Pero algo en la forma en que Belle me está mirando ahora es mucho mejor
que eso.
Se parece mucho a la confianza.
27
BELLE

Nikolai me arrastra al sofá.


—Necesitas entrar en calor. Sigues temblando.
Me miro las manos. Tiene razón, me tiemblan los dedos. Apenas me he
dado cuenta, pero no me sorprende que lo haya hecho.
—Es la adrenalina —murmuro—. Las experiencias cercanas a la muerte le
hacen eso a una chica.
Otro escalofrío me recorre cuando me doy cuenta de lo que podría haber
pasado. Estaba medio colgando al borde de un precipicio del cual no habría
vuelto en absoluto. Al menos habría sido un lugar bonito para morir, ¿no?
Entonces pienso en Elise abandonada a su suerte en el mundo y vuelvo a
estremecerme.
—Necesitas un trago —dice tajante. Coge una botella de whisky y un vaso
del armario de licores cercano.
— ¿Sabes hacer chocolate caliente? —le pregunto.
Nikolai mira por encima del hombro, con una ceja levantada.
— ¿Eh?
—Por favor, dime que sabes lo que es un chocolate caliente —farfullo.
Dado lo diferentes que son nuestras vidas, no puedo suponer nada. Me
pregunto ociosamente si Nikolai sabe manejar una tostadora o una lavadora.
—Claro que sé. Sólo que no lo he tenido desde los seis años.
—Entonces te lo estás perdiendo.
Nikolai se ríe y me sirve un vaso de whisky alarmantemente grande antes
de volver a la despensa.
—Aquí solo hay de esa porquería en polvo. Si quieres chocolate caliente de
verdad, puedo pedirlo al servicio de habitaciones.
—Ese estará bien —le digo—. De hecho, es el único que he tomado.
Más bien es todo lo que he conocido. Nunca tuvimos nada extra en casa. Ni
refrescos, ni dulces, nada que no fueran patatas fritas y Top Ramen. El
dinero que nos sobraba iba a las drogas de mamá.
Algunas semanas, Elise y yo sólo teníamos dinero para la compra si
robábamos de su bolso. Pero una vez, cuando tenía once años, fui a una
fiesta de pijamas y tomé chocolate caliente con canela en rama. Me supo a
magia. Me bebí cuatro tazas y vomité toda la noche.
Valió la pena, tanto en aquel momento como en retrospectiva.
Nikolai cierra el armario y coge su teléfono.
—Entonces que sea. Llamaré al servicio de habitaciones.
Está siendo tan amable conmigo que no me atrevo a pedirle nada más, pero
me aclaro la garganta.
— ¿Tal vez unos sándwiches también? Elise no ha comido, y...
—Ya ella pidió al servicio de habitaciones, justo después de irnos —dice
acercándose el teléfono a la oreja.
— ¿Cómo lo sabes?
Toca el teléfono y no estoy segura de lo que quiere decir hasta que empieza
a hablar.
—Envíeme un par de sándwiches, a elección del chef, y un chocolate
caliente —ordena y luego cuelga, colocando el teléfono sobre la encimera
—. Recibí un mensaje de la recepción avisándome de que alguien hizo un
cargo a mi cuenta. Pidió un filete y macarrones con queso.
—No tiene para nada vergüenza a la hora de aceptar caridad, ¿verdad? —Y
sacudo la cabeza—. Lo siento. Hablaré con ella.
—No tiene por qué sentir vergüenza. Esto no es caridad —responde
Nikolai.
Me encojo de hombros.
—No tienes por qué mentirme. Te sientes mal por toda la mierda que me ha
pasado, así que me has traído aquí y...
Nikolai cruza la habitación y se detiene detrás del sofá donde estoy sentada.
Sus dedos se clavan en el acolchado blanco hasta que los nudillos se le
ponen blancos.
—No actúo por culpa. No estás aquí porque sienta que te debo algo.
Parece sincero, pero no me lo creo.
—Yo sólo...
— ¿Parezco un puto santo?
Aprieto los labios. Reconozco una trampa cuando la veo. No voy a
responder a eso.
También está el inconveniente de que, de pie junto a mí, con la luz de la
cocina dibujando su silueta, Nikolai podría pasar por cualquier santo, dios o
ángel que haya visto jamás. Es alto y ancho, con una piel dorada perfecta y
una mandíbula que hace que el mármol parezca algo blando.
He visto lo suficiente de su lado oscuro para saber que no es celestial, ni
mucho menos. Pero es algo que no es de este mundo.
—Estás aquí porque yo quiero que estés aquí —continúa, su voz es un
gruñido grave—. Eso es todo lo que debe preocuparte. Es la única verdad
que cuenta.
Suena bien. Ojalá pudiera tomármelo al pie de la letra. Pero sus palabras
rebotan en mí, incapaces de atravesar los muros que llevo años
construyendo.
—No creo que tú hagas nada simplemente porque quieres —le digo—.
Podrías... pero no lo haces. Tienes demasiadas responsabilidades. Todo
sirve para un propósito.
— ¿Y cómo sabes tú eso?
—Hace falta ser uno para conocer a otro —le digo encogiéndome de
hombros.
—Hm, supongo que no te equivocas.
—Te lo he dicho.
—Estás aquí porque yo te quiero aquí —dice, volviéndose para apoyarse en
el sofá—. Pero también estás aquí porque otra persona no te quiere aquí. Y
yo no acepto órdenes de nadie.
Parpadeo. Eso sí que es sorprendente. No me lo esperaba.
— ¿Quién no me quiere aquí?
Antes de que Nikolai pueda responder, llaman a la puerta. Se gira y
responde, aceptando nuestra comida de uno de sus empleados. Y aunque ya
les paga el sueldo, le da una propina tan grande que el hombre se inclina en
señal de agradecimiento.
Nikolai vuelve a entrar y coloca la comida en la mesa frente a nosotros. Me
da un sándwich tostado de tocineta y rúcula con queso burrata y miel, lo
cual sólo sé porque hay una nota manuscrita clavada en la bandeja.
Luego me sirve una taza de chocolate caliente de un termo de acero
inoxidable. El líquido sale de un espeso color marrón chocolate con leche.
No se parece en nada a la porquería aguada a la que estoy acostumbrada.
Tomo un sorbo y contengo un gemido.
—Santa mierda.
— ¿Está bueno? —pregunta riéndose.
—Muy bueno —digo, dando otro sorbo—. Me siento como si estuviera
bebiendo del río de chocolate de Willy Wonka.
Parpadea cuando mis palabras no le suenan.
—No me digas que nunca has visto esa película.
Nikolai se encoge de hombros.
—Pues no te lo diré.
—Eres un alienígena —murmuro—. Un puto extraterrestre.
Vuelve a encogerse de hombros.
—No tenía mucho tiempo para cosas así.
— ¿Demasiado ocupado jugando a la guerra?
—Demasiado ocupado sobreviviendo —me responde.
—Quizá tengamos más en común de lo que pensaba.
Nikolai le da un mordisco a su sándwich y me empuja el mío con el
meñique, animándome en silencio a comer. Le hago caso, agarro el
panecillo con las dos manos y le doy un mordisco. Como era de esperar,
está delicioso.
—Elise hizo que pareciera que ustedes dos no tuvieron precisamente una
familia sacada de un cuadro de Norman Rockwell —comenta.
Estoy impresionada. Una frase bastante diplomática para un hombre que no
suele andarse con rodeos.
—Por decir lo menos —asiento amargamente de acuerdo—. En lo más
mínimo —suspiro y me reclino en el sofá—. He intentado mejorar las cosas
para ella. Soy mucho mayor. Y al menos yo tenía alguna idea de lo que
podía ser un buen padre. Es decir, yo tuve...
Mi voz se apaga, las palabras se pierden por la emoción que me oprime la
garganta.
— ¿Tuviste qué? —pregunta Nikolai.
—A mi padre —consigo decir por fin, parpadeando—. Tuve a mi padre. Al
menos durante un tiempo.
— ¿Qué le pasó?
Cuando la mayoría de la gente nota que mi padre falleció, se deshacen en
disculpas. Por traerlo a colación, por mi tristeza, por la situación incómoda
que han provocado o que yo he provocado o ambas cosas. Pero Nikolai no
hace nada de eso. Me deja hablar de él, sin juzgarme ni compadecerme.
Hablar de él... es algo que no he hecho en años.
—Hubo un... accidente —empiezo titubeando—. Fue en Navidad y
estábamos en el centro comercial. No recuerdo qué hacíamos allí. No
íbamos muy a menudo porque no teníamos precisamente dinero. Pero me
topé con una casa de muñecas enorme —prosigo y sonrío sólo de pensarlo.
Lo tengo aún tan claro—. Estaba en el escaparate de una tienda. Tenía un
tejado empinado con ventanas abuhardilladas, un porche envolvente,
pequeñas mecedoras y personitas que podían vivir dentro. Era la casa más
bonita que había visto nunca. La deseaba tanto.
— ¿Y él te la compró?
Sacudo la cabeza.
—No. No teníamos dinero para eso, ni siquiera entonces. Pero él prometió
que Papá Noel la traería por Navidad. Me lo juró. ‘Te juro por Dios y por mi
vida, Bellie. Santa no te defraudará’. Y yo le creí. Aunque no creía en
Santa, aunque sabía que costaba demasiado dinero... yo le creí. Y entonces
murió.
Trago saliva. Nikolai espera paciente en silencio a que yo continúe o me
calle, lo que yo decida. Siento su franqueza como aloe en una quemadura de
sol. Calmando algo que me ha dolido durante mucho, mucho tiempo.
—Un accidente de coche. Fue de camino a casa. Un paso elevado helado —
evoco, cerrando mis ojos—. Todavía recuerdo cada detalle. Cómo giraba el
coche. Mi padre extendió el brazo frente a mí, como si quisiera sujetarme al
asiento. Pero yo llevaba puesto el cinturón de seguridad. Él no. Salió
despedido y voló por encima de la barandilla.
—Mierda —murmura Nikolai.
No añade nada más. Me parece bien. Llevo toda una vida recibiendo buenos
deseos que no cambian nada. Ninguna simpatía me devolverá a mi padre.
Asiento con la cabeza.
—Sí. Mi madre se vino abajo después de eso. Luego se volvió a casar, pero
el tipo era un puto desperdicio. La dejó embarazada y se largó. Mamá
empezó a drogarse justo después de tener a Elise. Yo era quien le cambiaba
pañales y le daba el biberón. Yo la cuidaba. Siempre lo he hecho.
—Eso es mucho.
—Alguien tenía que hacerlo.
Mi voz es venenosa. Probablemente porque, ahora mismo, no estoy
hablando con Nikolai, estoy hablando con mi madre. Con el padre de Elise.
A todas las personas que deberían haber cuidado de ella, pero no lo
hicieron.
—Amar a los niños es un sacrificio —continúo—. Eso es lo que mi padre
me enseñó. Por eso sé que iba a hacer lo que hiciera falta para conseguirme
esa casa de muñecas. Por eso trabajaba hasta tarde y se levantaba temprano
—afirmo y siento que las lágrimas me queman el fondo de los ojos, pero las
enjugo—. Así que yo me juré ser esa persona para Elise. Sacrificarlo todo
por ella, pasara lo que pasara.
—No todo, espero.
Los ojos de Nikolai brillan en la penumbra. Siento como si estuviera
desnuda y él viera cada parte de mí. Siento el repentino impulso de echarme
una manta a la cabeza y esconderme. Debería ser ilegal que un hombre te
mirara así. Es muy fuerte. Demasiado.
— ¿Cómo? —pregunto.
—No deberías sacrificarlo todo.
—Bueno, no quise decir... no todo —tartamudeo.
Nikolai parece no creérselo.
—Porque si lo sacrificas todo, entonces no queda nada de ti para ella. Y
creo que ella prefiere tenerte a ti que a cualquier mierda que puedas
comprarle.
—No todo se trata de cosas —argumento—. Eso no es lo que más importa.
—Pero tú estabas dispuesta a trabajar para una basura como Roger para
asegurarte de que ella tuviera zapatos.
Entrecierro los ojos.
—No es tan sencillo.
—Quizá lo sea, quizá no —dice—. Pero no deberías sacrificar lo que
quieres o necesitas por nadie. Ni por tu hermana, ni por tu jefe. Por nadie.
—Es fácil para ti decirlo.
Siento que Nikolai se vuelve hacia mí, pero lo ignoro. En lugar de eso, le
doy un mordisco al bocadillo y mastico despacio, esperando que de algún
modo él olvide que estoy aquí. Que siga adelante y no piense más en que yo
abrí mi bocaza.
Pero cuando lo miro, él sigue mirándome.
Suspiro.
—Tienes el mundo en tus manos, Nikolai. Quizá tú no sepas lo que es...
—No siempre fue así —me interrumpe.
Hay verdadera emoción en su voz. Frases enteras, capítulos, novelas
escritas entre líneas. Pero están escritas en un idioma que no entiendo.
—Entonces, ¿cómo era?
Baja su sándwich al plato, el cual aparta lentamente. Cada movimiento es
controlado, practicado, incluso ahora. Creo que nunca he visto a Nikolai
perder el control.
Se queda callado un buen rato. Luego dice:
—No era así.
Está claro que eso es todo lo que piensa decir. Regreso a mi propio
sándwich, pero cada bocado ahora es como serrín. Así que, tras unos
cuantos bocados más, aparto también el plato.
—Gracias por la cena —digo en voz baja.
Nikolai asiente sin mirarme. Sus ojos permanecen fijos en el fuego que
tenemos delante. Siento el calor que irradia, pero también siento el frescor
del resto de la habitación apretado contra mi espalda. Es extraño estar al
borde de dos realidades. Es como si me dieran a elegir: refugiarme en la fría
soledad que conozco o aventurarme más profundamente en el calor de lo
que sea que haya entre nosotros.
No es difícil decidir qué hacer.
—Gracias también por... por todo —añado—. Por traernos a ambas aquí.
Por llevarme de excursión.
— ¿Aunque casi te mueres? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Aunque casi me muero. Por cierto, gracias además por salvarme la vida.
—Dos veces.
Finjo poner mala cara.
—Creía que habías dicho que yo hubiera podido enfrentar a Roger.
—Con ese punzón, creo que podrías haberte enfrentado a cualquiera —
asevera—. Esa puta cosa se veía pesada.
Me acerco a él. No precisamente en forma sutil, y Nikolai lo nota todo. Sé
que lo vio.
—Y ya te agradecí por ayudarme con Roger.
— ¿Lo hiciste?
Asiento con la cabeza y me relamo los labios.
—Aja, aquella noche. En tu despacho.
Nikolai se vuelve hacia mí ahora. Su atención es aún más hirviente que el
fuego.
—Ah. Así que eso es lo que fue.
—Creo que es un intercambio justo por mi vida. ¿No crees?
Antes de que pueda terminar la pregunta, Nikolai me agarra del brazo y me
sube a su regazo. Mis rodillas se anclan a ambos lados de sus caderas
mientras me agarra por la cintura.
—Deja de hablar de sacrificarte.
Frunzo el ceño.
—No estaba...
—Nada debe ser un ‘intercambio justo’ para ti —gruñe—. Tú vales más
que cualquier cosa que te ofrezcan.
Parece enfadado, pero creo que está siendo... ¿dulce? ¿Es eso posible?
¿Nikolai Zhukova puede ser dulce?
— ¿Estás diciendo que no quieres...?
—Estoy diciendo que lo importante es lo que tú quieras —dice con la
fiereza suficiente para asustarme un poco—. Sólo deberíamos hacer esto si
tú quieres. No porque sientas que tienes que hacerlo. Entonces, ¿qué
quieres, lapochka?
El corazón me retumba en el pecho. Nunca un hombre había sonado tan
preocupado por mí. Tan gentil.
Y el hecho de que sea el mismo hombre que me ató a una silla en su
oficina, que nos grabó casi teniendo sexo en su oficina para chantajearme,
¿no es una locura?
La única manera en que puedo darle sentido a todo esto es que Nikolai
piensa que soy patética. Lo ha dejado claro desde el momento en que me
oyó hablar por teléfono con Roger aquella noche en la sala de conferencias.
No es afecto por mí sino un desprecio por la debilidad. Intenta enseñarme a
tomar lo que quiero, a luchar por mí misma. Probablemente para no tener
que salvar mi miserable vida otra vez.
La dinámica profesor/alumno es más embarazosa que caliente, pero a
horcajadas sobre él ahora mismo, sé lo que quiero.
—Bésame, por favor.
Nikolai me aprieta la cintura con las manos, me levanta la barbilla y me
besa. Sus labios son cálidos y suaves, y cada uno abarca más que el anterior.
A medida que el beso se hace más profundo, me agarra por las caderas y me
mece contra su creciente erección. Soy una marioneta, dejo que me mueva,
que nos lleve a los dos más alto con cada brazada.
— ¿Cómo puedes tener el control incluso cuando soy yo la que está encima
de ti? —susurro cuando el beso se rompe.
Me levanta y me baja los pantalones de un tirón. Me los quito de una patada
justo cuando vuelve a subirme a su regazo.
—Yo siempre tengo el control —dice, justo cuando me rodea la cadera con
una mano y clava la palma de la otra en mi centro. La fricción es
devastadora—. Acostúmbrate.
Bueno, puedo intentarlo.
Su mano se desliza dentro de mis bragas. Gimo cuando pasa un dedo por el
clítoris. Luego lo desliza dentro de mí y me masajea con el pulgar en su
lugar.
Todos sus movimientos son elegantes y conmovedores. Lo único que puedo
hacer es quedarme quieta y aguantar.
—No deberías pasar años sin que te toquen así —gruñe, introduciéndome
otro dedo—. Tu cuerpo está hecho para ser tocado. Eres hermosa cuando te
corres. ¿Lo sabes, hermosa Belle? Te ves tan hermosa cuando te deshaces
para mí.
Muerdo su hombro e intento subirme a la ola.
Pero Nikolai no está dispuesto a eso. Lo dice en serio: quiere verme
deshacerme a pedazos.
—Vente para mí, corderito —me ordena, follándome con los dedos
mientras me retuerzo en su regazo—. Déjate llevar. Quiérelo. Tómalo.
Córrete.
Finalmente, no puedo aguantar más. Inclino la cabeza hacia atrás y grito
mientras un fuerte orgasmo me recorre oleada tras oleada.
Rápida y despiadadamente. Y en cuanto pasa, agarro mi camisa y la levanto
por encima de la cabeza. Antes de que la tela caiga al suelo, me desabrocho
el sujetador.
— ¿Todavía no te agotas? —Pregunta Nikolai con sorna—. Hemos tenido
un gran día.
Introduzco la mano entre los dos y acaricio su miembro.
—Ni cerca.
Lo tomo con la mano y veo cómo se le dilatan los ojos. Sus pupilas
carcomen el gris del iris, pero su expresión sigue siendo la misma.
Asentada.
Sobre mí.
Intenta tocarme el pecho, pero me deslizo fuera de su regazo y me arrodillo
entre sus piernas. La sorpresa se dibuja en su rostro, pero desaparece al
instante.
Casi me río a carcajadas. El sereno e imperturbable Nikolai. Incluso ahora.
Aun así.
Pero, joder, quiero ser yo quien le haga perder el control.
Me inclino y me lo meto en la boca de un solo golpe. Me arden los ojos al
introducirlo cada vez más profundamente en mi garganta, pero resisto el
impulso de mi cuerpo de empujarlo de nuevo hacia fuera cuando lo oigo
sisear.
Eso es algo. Una respuesta. Pero quiero más.
Lo saco, deslizo la lengua por la parte inferior y rodeo la punta antes de
volver a cogerlo. Nikolai me coge la nuca y me sujeta suavemente. Sus
dedos se enroscan en mi pelo y dejo que empuje suavemente dentro de mi
boca.
—Joder —gime él, echando la cabeza hacia atrás en el sofá.
Al final aprieta los muslos y sé que podría hacerlo acabar así. Pero mi coño
vuelve a palpitar. Yo tengo necesidades también.
Y como dijo Nikolai, no debería sacrificar nada por nadie, ¿verdad?
Así que me lo saco de la boca, jadeando, y vuelvo a subirme a su regazo. Su
cuello está sonrojado y hay una nueva determinación en su rostro. Una
concentración que reconozco bien.
Me subo a su regazo y le pongo un pezón en los labios. Su boca cálida se
abre de inmediato y me succiona con avidez. Cuando me deslizo sobre su
erecta polla, me muerde ligeramente.
Le agarro la barbilla y él me deja que dirija su boca al otro pezón y luego a
mis labios. Lo beso con movimientos largos y suaves, al mismo ritmo que
cabalgo sobre él.
Noto cómo crece su frustración. En el modo en que me agarra las caderas,
intentando moverme más deprisa. La forma en que me apremia.
Pero lo mantengo deliberadamente despacio. Me obsesiono al juego de
emociones en su cincelado rostro.
— ¿Intentas volverme loco? —me pregunta apretando los dientes.
— ¿Estás enloqueciendo? —bromeo. Me levanto, resbalo y vuelvo a
subirme en él muy despacio. Me tiemblan las piernas por el esfuerzo que
me cuesta resistir mi propio clímax—. Si es así, demuéstramelo. Castígame.
Me agarra del pelo y me echa la cabeza hacia atrás. Mi espalda se arquea y
su boca se posa en mi pecho, su lengua recorre el pezón hasta hacerme
jadear.
—No podrás soportar mi castigo —dice cuando por fin se separa.
—Pruébame, chico rudo.
Gruñe, pero no se mueve. Así que me inclino y aprieto los labios contra su
oreja.
—Fóllame como si fuera en serio.
—Intentas excitarme.
—Ya te he excitado —me burlo, mirando su polla dura entre los dos—. Así
que, ¿por qué no dejas de sacrificarte en el altar de tu orgullo y me follas
como los dos sabemos que quieres?
— ¿Y cómo es eso?
Me inclino hacia él y paso la lengua por el borde de su oreja. Luego susurro
una palabra.
—Duro.
En un instante, Nikolai nos levanta a los dos del sofá y me arroja de nuevo
sobre la alfombra frente a la chimenea. Su mirada es salvaje. Depredadora.
Vuelve a penetrarme, llenándome de un solo empujón.
—Joder —balbuceo.
Parece que estoy recibiendo más de lo que esperaba.
Intento agarrarle la cadera para mantenerlo dentro de mí, pero Nikolai
agarra mi mano en el aire y la coloca en mi vientre.
—Tócate —me ordena.
Nunca lo he hecho con alguien mirando, pero ni siquiera lo dudo. Rodeo el
clítoris con mis dedos y gimo.
—Ya estoy tan cerca —susurro con voz tensa.
Mete las manos bajo mi espalda y me levanta en ángulo, enganchándome a
su cintura para poder penetrarme una y otra vez. Nuestros cuerpos chocan
violentamente. Soy incapaz de resistirme, de llegar a un acuerdo o de hacer
nada.
Lo único que puedo hacer es aguantar.
Pero la posición me permite observarle. Veo sus cejas fruncidas mientras
trabaja. Veo la mueca que muestra, luchando contra lo inevitable, alargando
este tortuoso placer todo lo posible.
Y finalmente, veo el momento en que él estalla.
El apretón más fuerte hasta ahora, y entonces su cara se relaja y el alivio lo
inunda. Cierra los ojos y siento cómo se retuerce dentro de mí. Liberándose.
Y eso es todo lo que necesito para volver a sentirme al límite.
—Nikolai —grito quedo. Aprieto su cintura con mis muslos y nos
mantengo juntos hasta que me fallan los músculos.
Entonces Nikolai me baja suavemente hasta el suelo y me besa desde el
vientre hasta el pecho. Cuando llega a mi boca, esboza una sexy sonrisa.
— ¿Te ha resultado lo bastante duro?
Lo único que puedo hacer es levantar la mano y mostrarle el dedo medio,
débilmente.
Se ríe y se mete mi dedo en la boca durante un segundo.
—Ya hemos jugado a ‘follarnos’, hermosa Belle, ¿y ahora qué?
Cierro los ojos y finjo dormir para no contestar. Porque, por un momento,
especulé que tenía el control. Pensé que sabía lo que estaba haciendo.
Pero ahora, me doy cuenta de la verdad.
No tengo ni puta idea...
Y me encanta.
28
NIKOLAI

Estoy solo en el comedor con un café y un plato de tostadas cuando entra


Belle.
Anoche durmió en su habitación. Yo no la invité a la mía y ella no me lo
pidió. Cuando me mira ahora, es casi como si se sorprendiera de verme
aquí.
—Buenos días — y le hago un gesto hacia la mesa—. ¿Tienes hambre?
—Esta mañana pedí desayuno y me lo comí en la cama. Me moría de
hambre. Lo siento.
—Ya sé lo que hiciste.
—Claro que lo sabes —resopla ella.
Está vestida para el día y lleva un cuaderno negro bajo el brazo. Es el
mismo que tenía aquella noche en la sala de conferencias de Zhukova
Incorporated.
—Es mi trabajo saber lo que pasa aquí. En la cocina me acaban de decir que
has pedido comida. Pero no sé lo que comiste.
— ¿Estás a dieta? —Sonríe mirando mi plato—. Porque yo no pedí tostadas
con mantequilla como tú, eso te lo puedo asegurar.
—Me gustan los desayunos ligeros.
—Y a mí me gustan los gofres con mantequilla de maní y sirope —y frunce
el ceño—. Pero no tenían mantequilla de maní en la cocina. En su lugar me
dieron chocolate para untar. ¿Sabías que no tienen mantequilla de maní?
—La mantequilla de maní es mayormente un manjar americano.
—Esta gente no sabe lo que se pierde —señala—. ¿Alguna vez has comido
mantequilla de maní en tus gofres?
—No. Porque soy adulto.
Ella se burla.
— ¿Qué pasa contigo y la vergüenza por la comida? Primero, me juzgaste
por querer chocolate caliente, luego me juzgaste por gustarme el chocolate
caliente en polvo, y ahora, esto. Puede que vengamos de circunstancias
similares, pero ahora eres un presumido.
—Tener buen gusto no me hace presumido —rebato. Entrecierro los ojos y
ella me devuelve la mirada.
Finalmente, sonríe.
—Cuando volvamos a Estados Unidos, te haré un gofre como Dios manda.
Con mantequilla de maní incluido. Nunca lo olvidarás.
Cuando volvamos a Estados Unidos. Tal vez sólo está hablando, diciendo
cosas sin pensarlas. Pero eso sonó mucho a que Belle tiene planes para
nosotros dos.
—Alguien tiene prisa por volver —observo.
Su sonrisa vacila.
—No especialmente. Yo... dejé las cosas un poco desordenadas. Pero
supongo que mi vida no ha sido precisamente ordenada desde hace unos
meses. Desde que llegó Elise.
— ¿Cuánto tiempo lleva viviendo contigo?
—Apenas unos meses —responde. Se presiona la frente como si le doliera
la cabeza—. Puede que no lo parezca, pero ella quería vivir conmigo.
— ¿Y a tu madre le pareció bien?
Belle hace un gesto de dolor.
—No. Ni un poquito.
—Me estoy imaginando una historia.
—Supongo que sí —se ríe—. Fue un poco a lo Misión Imposible.
—Me cuesta creer que seas capaz de algo así. Teniendo en cuenta las veces
que te he pillado espiándome e intentando robarme el coche, pero...
— ¡Eso fue todo bajo coacción! —argumenta—. No tuve tiempo de
planearlo.
—Entonces cuéntame la historia. Impresióname.
Ella pone los ojos en blanco.
—Bueno, ahora lo has convertido en algo tan grande pero tampoco lo fue.
Es que mi madre no quería que Elise tuviera contacto conmigo desde que
me fui a la universidad. A no ser, claro, cuando mi madre quería sacarme
dinero.
Sacudo la cabeza.
—Jodida sanguijuela.
—Justo en el clavo. Le gustaba contarme historias tristes sobre que Elise
necesitaba ropa o dinero para la comida, pero todo se iba en ella drogarse.
Yo conocía sus trucos, y le corté el rollo. Pero de vez en cuando encontraba
formas de conseguirle a Elise lo que necesitaba. Como aplicaciones para
compartir dinero, tarjetas regalo, y ese tipo de cosas. Pero no podía ser nada
que mi madre notara —ni ropa, ni dispositivos— o ella lo destruiría. Así
que, en general, sólo era dinero para que Elise pudiera comprar comida
caliente en el colegio y sus artículos de primera necesidad. Como el tipo de
cosas que podría conseguir en un albergue o en una clínica gratuita.
Desodorante, tampones, jabón para la ropa.
— ¿Tan mal estaban las cosas? ¿Tenías que enviarle dinero para tampones?
Belle asiente, pero me doy cuenta de que está avergonzada. No tengo ni
idea de por qué tiene que avergonzarse; ella no fue la que se negó a cuidar
de su propio hijo. En todo caso, dio un paso al frente e hizo lo que nadie
más haría.
Es admirable. Debería llevar la cabeza bien alta.
Pero antes de que pueda decir nada de eso, Belle continúa.
—Hace seis meses, mamá se fue de juerga. Una de las malas. Acababa de
salir de un tratamiento forzado y juró que volvería a estar limpia, pero
menos de una semana después, su proveedor estaba en casa. Esta vez, se
sintió atraído por Elise.
Mis manos se aprietan bajo la mesa.
— ¿Él intentó...?
—No —contesta rápidamente—. No, Elise salió antes de que pasara nada.
Yo ya le había advertido de él. Le dije que se perdiera de vista cuando él
estuviera cerca. El tipo es un asqueroso. A mí nunca me tocó ni nada,
pero... cuando yo era una niña, apenas de trece años, él ya empezaba a
indagar. Una noche, lo escuché ofrecerle a mi mamá un intercambio. Yo, a
cambio de algún producto.
Si el hombre estuviera frente a mí ahora, lo mataría sin pestañear. Sin
dudarlo. Arrancaría su inútil cabeza de sus inútiles hombros y me reiría de
su sangre.
—Un hombre así no merece respirar —gruño.
Los ojos de Belle se abren de par en par ante la furia de mi voz.
—Mi madre no le aceptó, que conste. Dijo que no, pero... yo no sabía si
siempre diría que no. En cuanto pude, salí de allí. Odié dejar a Elise, pero...
—Tú también eras una niña. No podías llevártela contigo.
—Lo sé —susurra—. Lo sé. Sólo que no sé si Elise lo entiende todavía.
Siempre me aseguré de que pudiera ponerse en contacto conmigo, y hace
unos meses, lo hizo. Llamó e hicimos un plan. Conduje hasta Omaha, ella
se escabulló por la ventana en medio de la noche, y nos fuimos.
— ¿Y tu madre no la está buscando?
—No tiene dinero para hacernos buscar —dice—. No tiene ni idea de dónde
vivo, y no llamará a la policía. No la escucharían de todos modos.
Tal vez podría conseguir un equipo de seguridad para Belle. O espiar a su
madre. Asegurarme de que está donde se supone que debe estar. Aunque no
sé por qué coño me importa.
Aun así, agarro el móvil para mandar un mensaje a Arslan, justo en el
momento en que la pantalla se ilumina con una llamada de él mismo.
—Disculpa —le digo a Belle. Me levanto y me dirijo al salón antes de
contestar—. Estaba a punto de mandarte un mensaje. ¿Acaso no es de
madrugada en Nueva York?
—Lo es —me contesta—, así que ¿por qué intentabas mandarme un
mensaje y despertarme? Al mismo tiempo, gracias por ser tan considerado.
Resoplo.
—Siempre estás de guardia.
—No es verdad —refunfuña—. De todas formas, llevo despierto toda la
noche porque Giorgos está tramando un lío grande.
— ¿Qué pasa?
—Anoche pasé por el restaurante griego donde le gusta que lo atiendan.
Sólo quería echar un vistazo y asegurarme de que todo seguía como
siempre, pero él no estaba. Lo rastreé y me di cuenta de que estaba al otro
lado de la ciudad, en Toxic Kate’s.
—El lugar de reunión de los Battiato —gruñí—. ¿Qué hacía allí?
—No pude entrar, nadie olvida nunca una cara tan atractiva, pero envié a
algunos de nuestros nuevos reclutas. Pensé que no los reconocerían. Dijeron
que Giorgos parecía muy amigo de todo el mundo.
Aprieto mi puño.
—Bastardo.
—Dijo que se asociaría con ellos si no te deshacías de Belle —me recuerda
Arslan.
—Dime que no estás defendiendo a ese hijo de puta.
—Por supuesto que no. Sólo te recuerdo que ya nos advirtió.
—Y yo también le advertí a él —respondo—. Quizá él necesita que le
recuerden lo que puede perder si se levanta contra mí.
Mis manos ya tienen ganas de venganza. Asociarse con los Battiatos es una
amenaza. Giorgos entiende eso.
Y nadie amenaza lo que he construido sin consecuencias.
— ¿Qué tienes en mente? —pregunta Arslan.
— ¿Qué no tengo en mente? —replico—. El bastardo merece su gorda
cabeza clavada en un pincho. ¿Quiere permitir que su hermana me ate las
pelotas? A ver cómo vive él sin las suyas.
Arslan silba.
—Brutal. Innecesariamente visual, pero brutal. ¿Planeas regresar entonces y
lidiar con ello?
Estoy a punto de decir que sí cuando escucho a Belle que distraídamente se
aclara la garganta desde la otra habitación.
Me giro para mirarla. Está inclinada sobre su cuaderno negro, con el lápiz
rayando frenéticamente la página. Desde aquí noto que no me está
prestando atención. Está totalmente concentrada en lo que hace. Absorta en
la tarea que tiene entre manos.
Lleva el pelo recogido tras la oreja y la lengua algo afuera por la comisura
de los labios. Está relajada.
Y yo también.
—No —digo, decidiendo de golpe—. Tú puedes hacerlo. Confío en ti.
Arslan casi se atraganta.
— ¿Vas a dejar que me encargue solo de esto?
— ¿No es lo que siempre me suplicas? Que te deje divertirte más.
Hay una breve pausa antes de escuchar a mi segundo al mando reír entre
dientes.
—Joder. Sí. Esto será divertido.
—Recuerda, le estás dando una advertencia —le señalo—. No hagas que
me arrepienta.
—Un golpe de advertencia. Sí, sí. Lo sé. Nada que un poco de fuego no
pueda solucionar.
—Pirómano —me río—. Si tienes que incinerar algo, que sea uno de sus
negocios.
— ¿Quieres paralizarlo financieramente? Eso parece más que un golpe de
advertencia.
—Es un recordatorio. En cuanto una de sus fuentes de ingresos se corte,
recordará lo mucho que me necesita. Y si es listo, Giorgos también
recordará lo poco que yo le necesito.
Cuelgo, confiado en que Arslan actuará dentro de límites razonables, y
vuelvo al comedor.
Belle está tan concentrada que ni siquiera se da cuenta de que le llego por
detrás.
— ¿Qué es eso? —inquiero.
Se sobresalta y tapa el cuaderno con los brazos.
—Nada.
—Muy discreta.
Me mira con los ojos entrecerrados e intenta cerrar la tapa
despreocupadamente.
—Me acabas de sorprender.
—Entonces no te importará que eche un vistazo —digo. Le arrebato el
cuaderno de la mano y lo mantengo sobre mi cabeza.
— ¡Eh! ¡Eso es mío!
—Técnicamente, esta es mi suite. Y es mi hotel. Yo diría que todo aquí es
mío.
—Solo porque algo esté bajo tu techo no significa que te pertenezca —sisea
ella—. ¡Yo no te pertenezco!
Nuestras miradas se cruzan y sé que está pensando lo mismo que yo: lo bien
que nos iría a los dos si ella fuera mía.
Mi polla se eriza al pensarlo, al recordar cómo me cabalgó anoche. La
forma en que me la follé en la alfombra a la luz del fuego. Estoy a punto de
tirar su cuaderno a un lado y extenderla sobre la mesa.
Pero entonces Belle aparta la mirada, con las mejillas sonrojadas. Y mi
sangre empieza a bombear hacia arriba de nuevo, ayudándome a pensar con
mi cerebro de arriba.
—Soy dueño de todo lo que quiero —repito con firmeza.
Abro el cuaderno de un tirón. Espero encontrar un boceto a medio terminar,
pero enseguida me doy cuenta de que Belle lleva tiempo trabajando en este
dibujo.
Es una casa. Una casa fantástica. Pequeña, estilo bungaló, con un porche
cubierto y ventanas abuhardilladas que se ramifica en una catedral gótica
con una torreta de estilo medieval. Hay una aguja de piedra cubierta de
enredaderas y delicadas flores. Podría ser fácilmente una tontería o una
caricatura, pero Belle lo ha dibujado todo con seriedad y detalle.
— ¿Dónde te enseñaron a hacer esto? —le pregunto.
—No me enseñaron. Yo aprendí sola. ¿Me lo devuelves ahora?
Niego con la cabeza y le doy la espalda.
— ¿Aprendiste tú sola a hacer esto?
—Es sólo un dibujo.
—Pero todo esto se te ocurrió a ti —inquiero—. Lo imaginaste y lo
plasmaste en un papel. Eso es talento. Un don.
— ¿Por qué suenas tan sorprendido?
—Porque eres una contable —resoplo.
Belle parece ofendida, pero no me disculpo. Se cruza de brazos.
—No siempre lo fui.
Se encoge de hombros y levanta la barbilla, dejando claro que no va a decir
nada más. Pero quiero saber más. Sobre Belle, sobre su vida.
—Te devolveré el libro si me cuentas la historia.
Tensa su mandíbula.
— ¿De verdad?
Asiento con la cabeza.
—De verdad.
Suspira, y me doy cuenta de que le está costando mucho contar esta
historia.
—Al principio estudié arquitectura. Siempre me han gustado las casas y el
diseño...
—La casa de muñecas, la que tu padre te prometió —infiero—. Las piezas
empiezan a encajar.
Me dedica una sonrisa triste.
—Sí, la casa de muñecas. Así que quise aprender eso para poder transmitir
a la gente esa sensación. Para que se sintieran seguros, protegidos y
queridos. Para que se sintieran cómodos. Pero... no funcionó.
— ¿Por qué no?
—No tenía el dinero —dice. Me esperaba una beca si estudiaba
contabilidad. Pero la de arquitectura... bueno, había un panel de profesores
que decidía qué nuevos solicitantes recibirían el dinero. Y yo no entré.
— ¿Te lo negaron?
Asiente, pero veo en su cara que hay algo más. Algo que no dice.
Así que cuando extiende la mano para coger el cuaderno, lo vuelvo a alejar.
—Quiero toda la historia, lapochka.
—Ya eso no importa —murmura—. Fue hace tanto tiempo. Un sueño
muerto.
Golpeo el cuaderno.
—No parece muerto.
—Pues lo está —espeta—. Uno de los profesores de la junta quería que me
acostara con él a cambio de la beca, y yo me negué. Así que se acabó antes
de empezar. No pasa nada.
Se me aprieta el pecho de rabia.
—Que mierda. No, no está nada bien.
Se pasa el pelo por detrás de la oreja, cohibida.
—Si lo está. Yo ya lo he superado.
—Bueno, yo no. ¿Quién era el hombre?
Sus ojos se abren de par en par.
—No te voy a decir su nombre.
— ¿Por qué no?
— ¡Porque lo matarás! —Suelta—. O… o… bueno, no lo sé. Pero seguro
no será nada bueno. Y ya no tiene sentido. Obtuve otro título, otro trabajo.
No pasa nada.
—Siempre hay tiempo para empezar de nuevo.
—Empezar de nuevo toma más que tiempo —dice ella—. Ahora tengo que
pensar en Elise. No puedo malgastar mi vida soñando despierta, fingiendo
que tengo una familia perfecta que vive en una casa perfecta. Tengo que
vivir en el mundo real. Y en el mundo real, necesito dinero. Así que, en el
mundo real, soy contable.
— ¿Por eso querías que tu papá te comprara esa casa de muñecas? ¿Para
fingir que allí vivíais todos?
Sus ojos color avellana están vidriosos ahora. Sin querer, me he metido en
un tema delicado.
Me tiende la mano.
—Dijiste que la devolverías.
—Tienes razón. Lo dije.
Da un paso adelante y coge el cuaderno. Pero justo antes de que pueda
cogerlo, se lo quito de un tirón y arranco su último dibujo.
— ¡Hey! —Grita—. Eso es mío.
—Ahora es mío.
—Dijiste que me lo devolverías.
Le tiendo el cuaderno.
—Dije que devolvería el cuaderno. Y lo devuelvo. Pero este dibujo es mío.
Belle se agita enfadada durante un segundo. Luego, con el ceño fruncido,
me arrebata el cuaderno y gira sobre sus talones.
— ¿A dónde vas?
—A ver si Elise quiere desayunar —dice—. Porque tengo
responsabilidades, ¿recuerdas? Personas a mi cargo. No puedo estar todo el
día jugando a las casitas contigo.
Refunfuña algo que no oigo mientras camina y luego cierra la puerta.
Doblo el boceto y lo meto en el bolsillo trasero. Tengo la polla dura y mis
manos tiemblan.
Pero justo cuando me giro para ir al despacho que hay junto al salón, oigo
gritar a Belle.
— ¡Nikolai!
El corazón me da un vuelco en la garganta. Cruzo corriendo la suite y abro
de golpe la puerta de la habitación de Elise para encontrarme a Belle de pie
junto a la cama vacía. Sus ojos se abren de par en par y el enfado se
convierte en terror.
—No está.
— ¿Has mirado en todas partes?
—La ducha, el armario, la cama, el balcón —enumera Belle y se muerde un
sollozo—. Se ha ido. Se llevó la llave de su habitación, su teléfono. Y sus
zapatos no están...
—Llamaré a recepción para ver si alguien la ha visto. No te preocupes.
Belle se queda en la habitación de Elise mientras yo salgo y llamo a
recepción. En menos de cinco minutos, tengo en mi buzón de correo
electrónico todas las grabaciones de seguridad del pasillo frente a nuestra
suite y del aparcamiento.
Cuando subo las imágenes a mi portátil, Belle está de pie sobre mi hombro.
—Esto va a llevar horas —se queja—. No debemos perder tiempo.
—Hay detección de movimiento —le digo—. Todo lo que tengo que hacer
es hacer clic en cada instancia de movimiento y...
En la pantalla, la puerta de la suite se abre y Elise sale al pasillo. El reloj
indica que son las seis de la mañana.
Belle inhala bruscamente.
—Se fue hace horas. ¿Y qué lleva en la mano?
Hago una mueca.
—Joder.
— ¿Qué? ¿Qué lleva? —pregunta Belle, inclinándose sobre mi hombro para
ver mejor. Huele a rosas y vainilla.
—Son las llaves de mi coche.
Cambio a las imágenes del aparcamiento. Me desplazo hasta la misma hora
y, en efecto, la vemos cruzar rápidamente el aparcamiento, abrir mi coche y
meterse dentro. Un minuto después, da marcha atrás y sale a toda velocidad
del garaje.
—Oh Dios, oh Dios, oh por Dios —expresa Belle, cada vez más enfadada.
Luego se le encoge la cara y se le llenan los ojos de lágrimas—. Dios mío.
Podría estar en cualquier parte. Podría estar a un lado de la carretera, en una
cuneta. Podría estar...
—Perfectamente bien —termino por ella—. Podría estar a salvo. Podría ser
solo una niña tonta que salió a dar una vuelta.
Belle me mira y me doy cuenta de que quiere creerme, pero le cuesta.
Lo comprendo. Elise ni siquiera es de mi sangre, y siento... algo. Belle la
quiere tanto que me cuesta no sentirme protector con ella.
Cierro el portátil y busco la mano de Belle.
—Ven. Vamos.
—Tengo miedo... —susurra ella.
Pero desliza su mano en la mía.
29
BELLE

— ¿Tu coche tiene dispositivo de seguimiento? —pregunto mirando el


teléfono que tengo en las manos y el pequeño punto rojo que parpadea en la
pantalla.
Asiente con la cabeza en el asiento del conductor del coche que le pedimos
prestado al director general del hotel, que casi se cae de la silla en su prisa
por entregarle las llaves a Nikolai.
—Se activa si digo que el auto ha sido robado. Ahora, sólo tenemos que
seguirlo.
—Bastante fácil, ya que no se está moviendo —señalo. Tan pronto como las
palabras salen de mi boca, mi estómago se contrae—. Mierda, el punto ya
no se mueve. ¿Y si...?
Me mira de reojo.
— ¿Siempre supones que va a pasar lo peor?
—Es una costumbre. Quiero decir, mira mi vida esta última semana.
—Explícate.
Lo dice con cero expectativas de que pueda rechazarle. Nikolai pide,
Nikolai recibe.
—Bueno —empiezo—, el hombre con el que me acosté en un avión resultó
ser el mayor cliente de mi empresa. También resultó ser una especie de jefe
de la mafia...
—Bratva.
Me giro hacia él.
— ¿Cómo?
—Es una Bratva —dice—. No una mafia.
Pongo los ojos en blanco.
—Vale, da igual. Luego mi jefe intentó violentarme y perdí mi trabajo. ¿Es
razón suficiente para suponer lo peor?
—Creo que te estás saltando algunos puntos importantes.
— ¿Cómo cuáles?
—Bueno, el baño del avión, para empezar. Luego mi oficina, el avión
privado que tomamos aquí, la sala de estar anoche...
—Eres repugnante —le digo, incluso mientras se me sonroja la cara.
Nunca le admitiré que esos fueron los momentos más destacados de esta
última semana. Porque no importa lo increíblemente bueno que sea este
hombre en la cama: mi vida ha sido un caos desde que él entró en ella.
Tengo que centrarme en Elise ahora mismo. Ella es mi prioridad. Siempre
será mi prioridad.
Vuelvo a mirar el teléfono y maldigo.
— ¡Joder, esa era la curva!
Nikolai pisa el freno de golpe, nos echa a los dos hacia delante y gira el
volante con fuerza hacia la izquierda. Los neumáticos chirrían y el coche
gime, pero Nikolai toma la curva. En cuanto los neumáticos se enderezan,
vuelve a sentarse como si nada hubiera pasado.
Respiro hondo.
— ¿Intentas matarnos?
— ¿Quieres que llegue hasta tu hermana lo antes posible o no?
Sé que tiene razón, así que me arrellano en mi asiento y miro fijamente el
teléfono. A medida que nos acercamos al punto rojo, se me revuelve el
estómago.
—Si está herida, nunca me lo perdonaré —digo en voz baja.
Espero que Nikolai me diga que deje de preocuparme tanto, pero, en lugar
de eso, se acerca y me rodea el muslo con la mano. Me consuela más que
cualquier palabra.
Lo cual, de por sí, es demasiado aterrador como para pensar en ello ahora
mismo.
La carretera sube en una pendiente pronunciada, no hay nada más que el
cielo visible delante de nosotros. Pero tan pronto como llegamos a la cima,
yendo cuesta abajo de nuevo, miro hacia abajo y veo la mancha negra del
coche de Nikolai más adelante.
A un lado de la carretera.
A medio paso dentro de una valla de madera.
—Sigue, sigue —jadeo, ya desabrochándome el cinturón—. Se estrelló.
Joder. ¿Qué vamos a…? ¿Llamo a alguien? ¿Y si está...? ¿Cuál es el
número 911 en Islandia?
Nikolai aparca y sale del coche sin decirme nada. Salgo tras él, con el
corazón en un puño.
Me vienen a la cabeza imágenes horripilantes. Elise herida o moribunda
o… algo peor. Me invade un miedo que nunca antes había sentido y, de
repente, no me atrevo a dar un paso más.
Si está... Dios, ni siquiera me atrevo a pronunciar esas palabras.
Me detengo en medio de la carretera, con los zapatos prácticamente
pegados al pavimento. Veo con horror cómo Nikolai se acerca a la puerta
del conductor y se inclina para mirar por la ventanilla.
— ¿Está bien? —grito con voz temblorosa.
Nikolai se levanta con una media sonrisa.
—Por desgracia, esta pequeña debacle no la ha cambiado. Justo acaba de
mostrarme el dedo.
Gracias a Dios, es lo primero que pienso. Elise está bien. Elise está a salvo.
Está bien.
Mi segundo pensamiento es, voy a matarla.
Camino hacia la zanja en la que se encuentra.
—Elise Margaret Rowan, saca tu culo de ese coche. Ahora mismo.
La puerta se abre lentamente y sale Elise. Tiene la audacia de parecer
aburrida.
—Relájate, Belle. No eres mi...
—Cállate —siseo—. No puedes decir nada ahora. No puedes replicarme.
No puedes decirme que no soy tu madre. Porque soy lo más cercano que
tienes a ella. Y todo lo que tienes que hacer es sentarte ahí y dejar que te
grite. Porque, porque...
Miro la pintura rayada y el arrugado capó e intento no imaginar cuánto
costará arreglar el coche. Más de lo que tengo. Más de lo que nunca tendré.
Pero ahora no puedo pensar en eso.
Elise hace un mohín y se cruza de brazos.
—Esto es una estupidez. Sólo quería pasear un poco. Pero ese coche es
rápido. Perdí el control cuesta abajo y...
Levanto una mano para detenerla.
—No quiero oír que casi chocas y mueres. ¡Podrías haber paseado con
nosotros!
— ¿Y ser la tercera rueda de tus citas? —se burla ella—. No, gracias.
Nikolai, como hombre inteligente que es, elige ese momento para
escabullirse de la discusión entre las mujeres Rowan y emprende camino
hacia una casa de granja de dos plantas situada al final de un largo camino.
Supongo que pertenece a los dueños de la propiedad que Elise acaba de
violentar.
—Estas no son ‘citas’. Estoy trabajando para Nikolai.
Espero que Elise esté más convencida de mi mentira que yo. Nikolai dijo
que estaba aquí para trabajar para él, para ayudarle con su hotel. Pero nada
de lo que he hecho hasta ahora se parece a trabajar. Sólo han sido unas
encantadoras vacaciones.
O al menos, lo eran. Hasta que Elise desapareció esta mañana.
Debería haber visto venir su fuga, honestamente. Siempre puedo contar con
la fría y dura realidad para darme una patada en el culo cada vez que
empiezo a pensar que las cosas podrían estar mejorando para mí.
—Hablando de lo cual, Nikolai se ha ocupado de nosotros esta última
semana, ¿y tú has decidido recompensarle estrellando su coche?
Por primera vez, Elise tiene la decencia de parecer culpable.
—Para empezar, no deberías conducir —continúo—. Ni siquiera tienes
permiso de conducir.
—Llevo años conduciendo. Si no, ¿cómo crees que iba a comprar a la
tienda? ¿Crees que mamá me llevaba hasta allí? Vamos, Belle, no seas
estúpida.
La confesión me pilla desprevenida, pero dudo.
Elise llena el silencio.
—Solía tirar de mi carretilla las diez manzanas de ida y vuelta, pero
conducir era más fácil. Cabía más en el maletero y no tenía que ir tan a
menudo.
Y así, sin más, mi enfado se disipa. La imagen de mi hermana menor
comprando comida y llevándola a casa en su pequeña carretilla roja es...
demasiado. Quiero llorar.
Le han quitado tantas cosas y ni siquiera nota lo que se pierde. Es normal
para ella.
Dios, eso está mal.
Deslizo una mano por la cara e intento mantener la compostura.
—No deberías haber robado el coche, Elise. Deberías habernos pedido para
pasear. Si no quieres venir con nosotros, Nikolai podría haberte buscado un
guía turístico.
—Así es —gruñe—. Olvidé que puedo pedirle a Nikolai lo que necesite. Él
es quien realmente cuida de mí. ¿Debería empezar a llamarle papá?
Elise podría haberme abofeteado. La miro fijamente, con una rabia que no
reconozco surgiendo dentro de mí. Antes de hacer algo de lo que
probablemente me arrepienta, me giro.
Respira. Respira, murmuro en voz baja una y otra vez hasta que cada
inhalación deja de parecerme que estoy aspirando ácido de batería.
Nikolai elige ese momento para volver por el camino.
—Bueno —dice cuando está lo bastante cerca para que le oigamos—, el
dueño está dispuesto a hacer un trato. Trabajas para él hasta pagarle el daño
de la valla y todo en paz.
— ¿Yo? —pregunta Elise, parpadeando.
—Seguro que no será ninguno de nosotros —le murmuro.
Me fulmina con la mirada.
—No voy a trabajar para un desconocido. Por mí, que llame a la policía. Ni
siquiera soy legal. ¿Qué me van a hacer?
— ¿Llevarte? —le sugiero, inclinándome hacia delante hasta quedar a
escasos centímetros de su cara—. Te identificarán como fugitiva. Te
llevarán de vuelta a Omaha. De vuelta con mamá. ¿Es eso lo que quieres?
Elise no aparta la mirada, pero puedo ver el destello de incertidumbre tras
sus ojos. El miedo que habita en ella, aunque se niegue a dejarlo salir.
Odio estar haciéndole esto. Pero necesito que vea, que realmente vea y
entienda, lo que está en juego exactamente.
—Debes de querer estar allá porque no quieres estar conmigo —continúo
encogiéndome de hombros—. Yo hago lo que puedo, pero a veces me lo
pones muy difícil, Elise. Quizá trabajar te haga bien. Quizá te haga darte
cuenta de que la vida no es un puto cuento de hadas. No es fácil. Tienes que
trabajar por ello.
— ¡Oh sí, porque mi vida ha sido un verdadero cuento de hadas! ¡Vete a la
mierda, Belle!
Nikolai resopla suavemente detrás de mí.
—Pájaros de una misma pluma —murmura.
Resisto el impulso de darme la vuelta y mostrarle el dedo. Quizá me
parezco más a Elise de lo que a veces estoy dispuesta a admitir.
En lugar de eso, lo miro por encima del hombro.
— ¿Cuándo empieza?
—Por la mañana —dice él—. Al amanecer.
—Genial. Entonces iremos al hotel ahora, pero volveremos mañana...
—No voy a ninguna parte contigo —argumenta Elise—. Prefiero quedarme
aquí y empezar de una vez a trabajar.
Lanzo el brazo hacia la granja.
— ¡Entonces vete! Nadie te lo va a impedir.
Se le enciende la nariz. Entonces, claramente enfadada, Elise gira sobre sus
talones y empieza a subir por el camino de entrada hacia la casa.
En cuanto ella está fuera de alcance para escuchar, me vuelvo hacia Nikolai.
— ¿Este tipo parecía buena gente? ¿Le conoces? ¿Y si es un asesino o…?
—Estaremos cerca —dice.
Asiento con la cabeza, momentáneamente aliviada. Luego empiezo a
sentirme culpable.
—Pero estás aquí para trabajar, no para hacer de niñera. Seguro que tienes
cosas que hacer. Probablemente tengas cosas que hacer. Yo no pretendía...
—Deja de disculparte, joder —espeta tajante.
Parpadeo, con la boca abierta y más palabras sin decir.
—Tú no has hecho esto —continúa—. Fue Elise. Y si necesitara estar en
otro sitio, lo estaría. No estoy aquí porque tú me obligues. Estoy aquí
porque quiero hacerlo. ¿Entendido?
El tono de voz es áspero y dentado, pero las palabras son tan
tranquilizadoras que no sé qué hacer con ellas.
Al final, me limito a asentir.
—Vale, está bien.
—Vale —responde—. Ahora, ¿quieres montar a caballo?
30
BELLE

Después de tres horas de cabalgata, por fin empiezo a relajarme. Nikolai


trota a mi lado como si llevara toda la vida haciendo esto. El hombre no
parece hacer ningún esfuerzo con nada: al volante de un deportivo, en un
avión privado, encima de un caballo. No es justo.
—Creo que por fin estás lista para galopar —dice.
Paso la mano por el cuello de la yegua.
—Pues, yo no lo creo. Ya me duelen mucho las piernas.
— ¿De qué?
— ¿De qué? ¡De montar a caballo durante tres horas! No todos somos
semidioses musculosos. Algunos de nosotros tenemos partes débiles, ¿de
acuerdo?
Realmente me duelen los muslos. Pero también hay algo en esta terapia a
caballo. Sentada encima de este enorme animal, es difícil imaginar que haya
algo que yo no pueda conquistar. Nada que no pueda lograr. No podré
deshacerme de esa sensación.
Sobre todo, porque sé lo que me espera cuando me baje.
—Aquí hay mucha tierra —dice Nikolai—. Somos libres de explorar.
La tierra se extiende en suaves declives y colinas, un anillo de glaciares a lo
largo del horizonte. Es verde, exuberante y hermoso. Romántico, dirían
algunos.
—Parece peligroso —musito en voz baja.
Él se ríe.
—No será como ayer. No hay acantilados.
Pero ese no es el tipo de peligro al que me refería.
Nikolai salta del caballo con facilidad y se acerca a mí. Me agarra el muslo
con una mano y me ofrece la otra para ayudarme a bajar.
En sus manos, corro más riesgo que nunca de fantasear. De olvidar cómo es
mi vida real.
Ese es el verdadero peligro.
—Gracias —murmuro.
En cuanto pongo los pies en el suelo, comienzo a andar. Como si pudiera
escapar de esta extraña sensación en mi pecho.
Nikolai me alcanza rápidamente.
— ¿Adónde vas?
—A explorar. Como dijiste.
— ¿Tienes alguna idea de adónde te diriges?
Me detengo y miro a mi alrededor. Por lo que veo, aparte de las pocas
edificaciones de la granja, no hay ningún otro punto de referencia. Sólo
naturaleza salvaje.
— ¿No es ese el objetivo de explorar? ¿Vagar sin un destino en mente?
—Si quieres caer por otro acantilado, claro.
—No estoy ciega, sabes.
—No, pero estás distraída —dice—. Y eso es casi lo mismo. Necesitas
relajarte.
— ¡Estoy relajada! —miento.
Nikolai se vuelve hacia mí y me tiende las manos. Viene hacia mí y no
tengo ni idea de lo que planea, así que me quedo paralizada. Entonces sus
manos se posan en mis hombros. Lentamente, me los baja de las orejas.
Al instante, siento que mi cuerpo se destensa. Una ligera presión en mi
interior se libera.
—Esto —dice— no es estar relajada. Estás tensa.
—Lo sé —suspiro—. Sigo pensando en Elise. En lo que ha pasado esta
mañana. Ella es mi responsabilidad, ¿sabes? Y… yo le estoy fallando.
Levanto la vista hacia Nikolai y luego la desvío, demasiado nerviosa para
ver cómo puede estar mirándome.
—Lo sé, es patético. Tú no fallas en nada. Probablemente te suene ridículo.
Pero...
—Entiendo la lealtad.
La voz de Nikolai es seria. Cuando levanto la vista, su expresión coincide.
Tiene las cejas fruncidas y la mandíbula apretada.
—Entiendo la importancia de cuidar de la familia. Sé la presión a la que
estás sometida.
Sus manos siguen sobre mis hombros y, de repente, quiero sentir el calor de
su cuerpo. Quiero rodearme con sus fuertes brazos. Su voz profunda en mi
oído.
Una lujuria pura y absoluta me atraviesa como un relámpago y me alejo de
él como si me hubiera sorprendido.
—Debemos irnos —tartamudeo—. ¿Sabes hacia dónde? ¿Tienes algo en
mente?
Nikolai sonríe. Estoy segura de que ha visto a través de mí. Pero, para
variar, es lo bastante benevolente como para dejarlo pasar.
—Sí, tengo algo en mente —dice—. Sígueme.
Me coge de la mano y me arrastra tras él. Caminamos por la parte trasera de
los establos y, por primera vez, me fijo en un camino de piedra. Se aleja del
establo y desaparece detrás de una colina. Aprieto mi mano y le sigo.
De repente, el camino se abre en una especie de patio con una piscina
circular en el centro. El agua es azul pálido y el vapor sale de la superficie.
Nikolai se vuelve hacia mí con una sonrisa. Se agarra la franela y de un
tirón, se la pasa por encima de la cabeza. Tengo que luchar para mantener la
lengua en la boca.
Joder, es guapísimo. Hombros anchos, cintura ceñida y unos abdominales
que provoca morder.
—Es una fuente termal natural —dice, desabrochándose ya los pantalones
—. No eres la única persona que queda dolorida después de montar. Un
remojón viene con el territorio.
—Pero tú no estás dolorido —digo tontamente.
—No. Pero tengo alguna rigidez.
Entonces se baja los pantalones y veo exactamente su rigidez.
Para mi sorpresa, Nikolai no hace alarde de su erección. Se deja los
calzoncillos puestos y se desliza en las aguas termales. Una vez instalado,
extiende los brazos a lo largo del borde y se echa hacia atrás.
—Se siente increíble. Deberías meterte.
Se ve increíble. Y estoy realmente adolorida. Pero si me meto en el agua, no
me hago responsable de lo que venga después.
—Hace un poco de frío para nadar —le señalo.
—Por eso es una fuente termal —se ríe Nikolai. Luego hace una pausa y
me observa—. ¿Te estoy poniendo nerviosa, Belle?
En lugar de admitir que sí, que estoy muy nerviosa, me quito la camiseta de
un tirón. La coloco sobre la pila, junto con la ropa de Nikolai y me quito los
vaqueros.
Siento sus ojos clavados en mí, observando cómo meto un dedo del pie en
el agua y luego me deslizo dentro. Pero cuando el agua tibia me envuelve,
me olvido de todo lo demás y suspiro.
—Genial, ¿verdad?
—Increíble —asiento en acuerdo—. Quisiera vivir aquí.
Está aislado, es tranquilo y cálido. Una parte de mí quiere sumergirse en el
momento, permitirse imaginar que mis problemas están a un millón de
kilómetros.
Pero no lo están. Mi problema está cerca. En algún lugar cercano,
probablemente frunciendo el ceño y maldiciendo mientras trabaja en una
valla rota o lo que sea.
Y así como así, siento que mis hombros se arrastran hacia mis orejas.
—Belle.
Miro a Nikolai y parpadeo.
— ¿Eh?
Él arquea una ceja divertido.
—Apaga el cerebro.
—Como si fuera tan fácil —digo.
—Claro que lo es —responde—. Respira hondo, inhala y exhala. Estamos
en una fuente termal en Islandia. Suelta los músculos. Libera tus
preocupaciones.
Hago lo que me dice, pero cuando termino, estoy aún más tensa. Gimo.
—Ahora estoy estresada porque no se me da bien relajarme.
—Deja de pensar.
Entrecierro los ojos.
—Deja de decir eso como si mis pensamientos fueran un interruptor. No
funcionan así.
—Lo hiciste antes.
—Sí, pero solo porque nosotros... —callo, reprimiendo las palabras.
Nikolai me observa con una intensidad salvaje.
— ¿Nosotros qué?
Tuvimos sexo salvaje en el baño de un avión, pienso. Pero no me atrevo a
decirlo.
En lugar de eso, sacudo la cabeza.
—Eres peligroso.
Si le sorprende mi cambio de tema, no lo demuestra.
— ¿Lo soy?
—Mucho —insisto—. No puedo enredarme en nada arriesgado. No cuando
tengo que pensar en Elise. Yo debería estar buscando un trabajo estable.
Planear cuál será mi próximo movimiento cuando volvamos a casa.
—Debería, no debería. No puedo, no quiero —expresa Nikolai y se encoge
de hombros—. Parece un exceso de análisis cuando lo que deberías estar
pensando es: ¿Qué me haría feliz?
Permanezco en silencio, parpadeando mientras él se acerca a mí. Su barbilla
se hunde en el agua como un depredador rodeando a su presa.
— ¿Qué quieres, Belle? —me dice en voz baja.
Sus dedos rozan mi tobillo bajo el agua, pero en lugar de apartarme, me
acerco más.
Como en todo lo demás, Nikolai se da cuenta.
—Tú sabes lo que quieres —dice—. Y yo sé lo que necesitas.
— ¿Y qué es eso? —pregunto yo en voz baja.
Sus dedos se enganchan bajo mis muslos y me separan las piernas. Un
segundo después, está entre ellas, con el pecho pegado al mío.
—Una distracción.
Cuando nuestros labios se juntan, siento como si hubiera estado bajo el
agua y él fuera mi primera bocanada de aire fresco en demasiado tiempo.
Me arden los pulmones y mi pecho se agita mientras le rodeo la cintura con
las piernas.
Nikolai me agarra por la nuca y me aprieta. Me separa los labios con la
lengua y la penetra.
Es fácil, natural. Besarle, saborearle. Es como si lo hubiera hecho siempre,
pero también como si fuera algo nuevo. Cada segundo es excitante. La
forma en que nuestros cuerpos se rozan bajo el agua, la forma en que sus
manos recorren mi columna vertebral y me agarran por la cintura.
Cuando Nikolai tira de mí contra él, meciendo mi dolorido centro contra su
polla, no puedo esperar ni un segundo más.
—Te necesito dentro de mí —jadeo, metiendo las manos en sus
calzoncillos.
Se los quita rápidamente y aparta mis bragas. De un solo empujón, me
penetra hasta la empuñadura. Apoyo la cabeza en las paredes de piedra de
la fuente termal, con la mente por fin en blanco.
¿Cómo puede importar nada más cuando esto siente tan bien?
—Por fin —murmura Nikolai, entrando y saliendo lentamente de mí—.
Ahora si comienzas a relajarte.
—Aparentemente, esto es lo que hace falta.
Me besa el cuello mientras empuja superficial y rápidamente.
—Un sacrificio que estoy dispuesto a hacer.
Agarro su cara y atraigo sus labios hacia los míos. Lo beso con todas mis
fuerzas y dejo que el agua se deshaga de mi estrés.
—Pero la sola relajación es un nivel bajo, ¿no crees? —indica Nikolai
mirándome con ojos seductores. Empieza a acariciarme el clítoris con el
pulgar—. Podemos hacerlo mejor.
— ¿Qué tienes en mente?
—Éxtasis —responde en un suspiro.
Oh, por el amor de Dios.
Enredo los dedos en el pelo de la base de su cuello. No puedo acercarme lo
suficiente, así que me conformo con impulsarme sobre él con más fuerza,
cabalgándole más deprisa. Muevo las caderas una y otra vez bajo el agua
hasta que ambos jadeamos.
Nikolai me presiona el pezón con la lengua y yo me arqueo en su boca
mientras caigo sobre su dureza una y otra vez. Es una sinfonía de caos y
placer, y no quiero que termine.
Pero acabará.
Está a punto de.
—Voy a correrme —jadeo, agarrándolo por la cabeza y estrechándolo
contra mi pecho.
—Hazlo —me ordena, pasando un dedo por mi clítoris.
Me corro. Con fuerza. Gimo y me estremezco cuando me recorre una
oleada tras otra, ordeñando a Nikolai hasta que siento que late a mi ritmo.
Me sujeta contra sí mientras se derrama dentro de mí.
Y mientras dura, no pienso. No me estreso.
Soy libre.
31
NIKOLAI

Esta mujer me hace cosas.


Incluso ahora, mientras caminamos por el desgastado sendero de tierra
hacia la granja, todavía humeante por el jacuzzi, siento la tentación de
tumbarla en el suelo y llenarla de nuevo. Hay lugares que aún no he
probado. Posiciones aún por probar.
Pero su mente está en otra parte. En su hermana descarriada, estoy seguro.
—Estará bien —le digo.
—Tiene catorce años.
Me encojo de hombros.
—Cuando yo tenía catorce, ya vivía solo.
Se vuelve hacia mí, con los ojos muy abiertos.
— ¿Vivías solo a los catorce?
—Fue mi elección.
No añado que solo fue así porque la otra opción era vivir con el inútil de mi
padre. Era más fácil cuidar de mí mismo que de mí y de su puto trasero
drogado al mismo tiempo.
Ella ventila entre dientes.
—Protegí a Elise de muchas cosas... quizá demasiadas. Y ahora, no sé si
esto fue una buena idea. ¿Hacerla trabajar para un granjero en otro país?
Suena como algo que haría una madrastra malvada en una novela gótica,
¿no?
—No sé mucho sobre madrastras malvadas —le digo—. ¿Pero de hermanas
mayores preocupadas que hacen lo que pueden? Tengo algo de experiencia
en eso.
— ¿Y cuál es tu opinión?
Sonrío.
—Bueno, yo la encuentro muy... flexible.
—Oh, Dios —gime—. Estás haciendo de esto un chiste sexual.
—Dime que pare y lo haré —le digo.
Sonríe, pero no dice nada. Los dos sabemos que le gusta.
Estamos a medio camino del largo sendero que lleva a la casa cuando una
figura salta del porche y empieza a correr hacia nosotros. Por un segundo,
no reconozco quién es. Una persona pequeña con vaqueros holgados y una
camisa de franela. Pero entonces veo el pelo rubio fresa ondeando en una
coleta detrás de ella.
— ¿Elise? —jadea Belle, sin duda pensando lo mismo que yo.
¿Qué demonios le ha hecho este granjero?
Elise sonríe al acercarse. Una sonrisa de verdad, no una sonrisa sarcástica
de adolescente. Y luego saluda con la mano.
— ¡Hola! —chirría con facilidad.
Belle la mira boquiabierta. Tengo que romper el silencio.
— ¿Qué ha pasado? —le pregunto.
—Los estaba esperando. Ya he terminado por hoy. Einar me ha dado esta
ropa— exclama, extiende los brazos y sonríe para sus adentros—. Son de su
esposa. Y son más fáciles para trabajar que lo que llevaba puesto.
— ¿Quién eres y qué has hecho con mi hermana? —dice finalmente Belle.
Ante eso, Elise pone los ojos en blanco.
—Ahí está —dice Belle—. Es bueno saber que sigue ahí en alguna parte.
—Dios, tú eres una vergüenza —dice Elise y luego pasa junto a nosotros en
dirección al coche, pero su expresión es divertida.
Belle la sigue.
— ¿Qué te mandó hacer Einar?
—Cuidar de los animales. Di de comer a las ovejas y ayudé a recoger los
huevos del gallinero.
—Creía que era un castigo. ¿Por qué pareces contenta? —pregunta Belle.
Elise se encoge de hombros.
—Fue divertido. Los animales eran monísimos. Y Einar dice que mañana
puedo montar a caballo. Por lo visto, su hija solía ayudar en la granja, pero
se mudó el año pasado. Ni siquiera está enfadado por la valla; sólo está
contento por la ayuda. ¿No es genial?
—Sí, genial —dice Belle. Pero cuando me mira, está boquiabierta.
Asiento con la cabeza. Todo sale bien si haces que pase.
Justo cuando subimos al coche, recibo un mensaje de Arslan. Una sola
palabra: Hecho.
Me he pasado el día follándome a una hermosa mujer en la campiña
islandesa mientras su hermana adolescente abandonaba por fin su actitud, y
todo ello mientras Arslan en Estados Unidos estaba impartiendo justicia
Bratva en mi nombre.
Siempre es un buen día para ser yo. Pero hoy, especialmente, no cambiaría
ni una puta cosa.
C , Belle está acurrucada en el sofá con una
manta alrededor. Tiene un libro abierto en el regazo, pero sé que no lo está
leyendo.
— ¿Dónde está Elise?
Al oír mi voz, Belle cierra el libro y me dedica una sonrisa fácil.
—Quería ducharse y acostarse pronto. ¿Te lo puedes creer? —exclama. Se
ríe y niega con la cabeza—. Normalmente, está despierta hasta el amanecer
y duerme todo el día. Pero un día de labores manuales y a las nueve ya está
en la cama.
—Parece que ponerla a trabajar fue una buena decisión.
—Sí, tu buena decisión —dice ella.
—El granjero es el que quería que trabajara fuera de la valla.
Belle baja la barbilla y me mira dudosa.
— ¿Y tú tratas de convencerme de que no pudiste convencerlo? Podrías
haberle pagado en el acto y en efectivo. O, más probablemente, haberle
intimidado para que te pidiera disculpas por poner su valla donde tú querías
aparcar el coche.
Me río.
— ¿Eso es lo que piensas de mí?
—Es lo que sé de ti —me corrige—. Pero aceptaste sus condiciones.
Querías que Elise trabajara. De algún modo, sabías lo que era mejor para
ella cuando yo no lo sabía.
Una nube se posa sobre su rostro, atenuando su sonrisa.
—Siempre es más fácil resolver un problema cuando estás fuera de él —
digo bruscamente—. No estoy implicado emocionalmente.
— ¿Porque es mi hermana o porque nunca te involucras emocionalmente?
—Aprendí pronto a tomar decisiones basadas en la lógica. Basándome en lo
que más me conviene —digo y me encojo de hombros—. Mis emociones
no me controlan. Sólo yo me controlo.
—Debe ser agradable —se burla Belle—. A mí todo me controla. Mis
emociones, las emociones de mi hermana, la necesidad de dinero y
seguridad... Joder, ahora mismo solo estoy despierta porque no puedo dejar
de pensar en una rosquilla.
— ¿Una rosquilla?
—O una magdalena —suspira—. Tal vez un pastel relleno de mermelada.
Oooh, o un helado. O un chocolate.
Tiene los ojos soñadores, enfocados a media distancia, como si contemplara
un espejismo de postres flotando ante sus ojos.
Resoplo.
—Azúcar. Quieres azúcar.
—Desesperadamente.
—Entonces llama al servicio de habitaciones.
—Lo intenté, pero la cocina cerró temprano esta noche.
— ¿Y?
Belle parpadea, sus ojos color avellana tienen esta noche un tono marrón
caramelo.
—Y… está cerrada. No hay nadie que haga o entregue comida. A menos
que quiera quitarme el pijama y buscar una panadería en otro sitio, eso es
todo lo que hay.
—Para ser honesto, estoy ofendido.
Su cara se arruga.
— ¿Qué? ¿Por qué?
—Después de todo lo que hemos pasado —digo negando con la cabeza—,
después de todo lo que has visto... ¿de verdad crees que una puerta cerrada
pueda detenerme?
Se muerde el labio con una sonrisa nerviosa. Me levanto y le ofrezco la
mano.
—Vamos.
Aunque nadie en el edificio —en el mundo, en realidad— tiene autoridad
para impedirme entrar en una cocina que me pertenece por derecho, Belle
insiste en susurrar como una ladrona mientras abro la puerta.
—Quizá aún podamos cargar todo lo que nos llevemos a la cuenta de la
suite por la mañana —dice bajo—. Llamaré y les diré lo que me he llevado.
O quizá tú puedas. O...
—Jesucristo, mujer. Entra y agarra lo que quieras.
Enciendo las luces. Belle se escabulle hacia los congeladores industriales
como un ratón pillado in fraganti. Un ratón con un tentador pijama de seda.
Los pantalones cortos le llegan hasta los muslos y no puedo dejar de mirar
su firme culo bajo la tela brillante.
Le dije a Belle que mis sentimientos no me controlan. Pero ahora eso
parece mentira.
Porque sólo puedo pensar en arrancarle esa seda y devorarla sobre la
encimera de la cocina.
— ¿Dónde estarán los cuencos? —Me pregunta, asomando la cabeza por
detrás de la puerta del congelador—. Los potes de helado de aquí son
enormes. Solo quiero un bol. Un bol pequeño. Y quizás una bolsa con las
coberturas. ¿Habrá trocitos de chocolate por algún lado?
Agarro un carrito metálico y lo meto hasta el congelador. Entonces empiezo
a cargarlo.
—Podemos coger un galón de vainilla y otro de chocolate. Pásame esa
crema batida. ¿Quieres sirope de chocolate o caramelo?
— ¡Nikolai! ¡Esto es demasiado!
—Que sean ambos, entonces —digo en respuesta a mi propia pregunta
mientras añado dos frascos de sirope casero al carrito. Luego vuelvo con el
carrito a la cocina y me dirijo a la despensa.
—Ya basta —sisea Belle—. ¡Nikolai, vamos!
—Recuerdo claramente una anhelante charla sobre rosquillas, pasteles y
chocolate.
—No, esto es suficiente. Ya estoy bien.
Me doy la vuelta tan rápido que Belle corre hacia mí. Le rodeo la cintura
con un brazo y la aprieto contra mi pecho. Jadea y me mira. Tiene las
pestañas largas y rizadas, y le golpean las mejillas con cada parpadeo.
—El maldito hotel es mío, Belle —le recuerdo—. Puedes tener lo que
quieras.
Mete el labio inferior en su boca.
— ¿Lo que yo quiera?
Asiento con la cabeza.
—Cualquier cosa.
Se lo piensa un buen rato, sus ojos memorizan mi cara. Me pregunto si
estará pensando lo mismo que yo. En lo bien que sabría, en lo bien que se
sentiría en mi polla ahora mismo.
Pero finalmente, sonríe.
—Quiero pasteles —dice.
Doy un paso atrás y le hago señas para que pase.
—Ve a por ellos entonces —le digo. Cuando pasa, le doy una nalgada,
incapaz de resistirme. Y aparte de una juguetona mirada de advertencia por
encima del hombro, a Belle no parece importarle.
No estoy acostumbrado a este rollo. Estoy acostumbrado a los gemidos de
las estrellas del porno y a las mujeres mejoradas con plástico que intentan
desesperadamente darme lo que creen que quiero.
¿Pero esto? ¿La cálida sonrisa de Belle, su genuina confianza? Se siente...
extrañamente bien. Tengo la sensación de que nadie ha cuidado de ella en
mucho tiempo.
Me gusta ser la persona que lo consigue.

D , Belle gime mientras muerde una rosquilla


rellena de crema.
—Esto está tan bueno que debería ser ilegal.
Tiene un poco de crema en el labio inferior. Alargo la mano y la quito con
el dedo antes de metérmela en la boca. Sus ojos se abren de par en par y sus
mejillas se ruborizan, pero rápidamente da otro mordisco y suelta otro
gemido.
—Si no dejas de hacer esos sonidos, me voy a poner celoso de un pastelito.
—Deberías estarlo —y se ríe—. Nunca, jamás me he sentido tan feliz. Tan
satisfecha. Esta rosquilla me está llenando en formas que yo nunca...
—Cuidado —la interrumpo—. Nunca he rechazado un desafío. No estoy
seguro de si estás preparada para que te acepte este.
Belle suelta un largo bostezo antes de volver a sonreír.
—Puede que tengas razón. Estoy agotada.
—Eso es porque yo, un hombre de verdad y no una rosquilla, te he follado
hasta la estupidez en las aguas termales —le recuerdo.
Su cara vuelve a sonrojarse y lo oculta tras otro bocado. Una vez que ha
tragado, se recuesta en el sofá con un suspiro de satisfacción.
—Gracias por los postres. No suelo ser tan golosa.
—Me cuesta creerlo. Te acabas de comer un helado y tres rosquillas.
— ¿Pensé que no necesitábamos llevar la cuenta, Sr. Propietario? No tenía
ni idea de que hacías inventario —señala con los ojos entrecerrados.
—Cuando alguien está inhalando dulces, es difícil no pararse y fijarse.
Belle se abalanza desde el sofá para darme una palmada en el brazo.
—Te diré que, la mayoría de los años, para mi cumpleaños de niña, ni
siquiera quería tarta. Normalmente pedía pollo frito o pasta Alfredo y
palitos de pan.
—Qué lujo —le digo—. Yo pensaba que el pan blanco con mantequilla y
azúcar era lo normal en los cumpleaños hasta que los niños del colegio me
informaron que era muy pobre.
A Belle se le cae la cara de vergüenza. Me abraza.
—Lo siento.
—No hace falta que te disculpes.
—Me alegro de que me lo hayas contado. Me gusta saber más de ti.
Esa es la maldita razón por la que no debería haber dicho nada. Es la razón
por la que normalmente no lo hago. La gente tiene miedo de Nikolai
Zhukova, Don de la Bratva Zhukova y CEO de Zhukova Incorporated.
¿Pero el pobrecito Niko que comía pan con azúcar en su cumpleaños y se
fue a vivir solo a los catorce años? Ese enano da pena. Y la lástima es lo
último que busco.
—Quiero saber qué te hizo ser quien eres hoy —continúa ella.
—Me convertí en lo que soy —digo secamente—. Mis experiencias me
fueron impuestas. Pero superé toda esa mierda.
— ¿Qué mierda? —pregunta ahora en voz baja.
—Busca la palabra ‘disfuncional’ en un diccionario y habrá una foto del
clan Zhukova al lado —contesto, encogiéndome de hombros.
—Las mafias... o Bratvas, quiero decir —se corrige—, ¿no suelen ser cosas
de familia? ¿Tu padre no estaba también en una Bratva?
—Brevemente —asiento—. Mi abuelo era Don, y mi padre habría tomado
el relevo. Pero la Bratva se perdió antes de que eso pudiera suceder.
— ¿Cómo se pierde algo así?
—Hay muchas maneras. En este caso, las cadenas de suministro fueron
destruidas, los escondites quemados y la mitad de los hombres asesinados,
junto con mi abuelo.
Belle jadea.
—Oh, lo siento, Nikolai. Eso es...
—La vida —termino—. Así es la vida en una Bratva. Pero mi padre no
pudo soportarlo. No se adaptó bien a ser pobre. Sobre todo, cuando mi
madre enfermó y él no pudo pagar el tratamiento.
Los ojos de Belle se clavan en los míos. Me gusta cómo se siente su
devoción. También me gusta la forma en que me recorre la piel con el dedo.
—Después murió mi madre y mi padre se zambulló de cabeza en una
botella —señalo y levanto la barbilla—. Tú sabes un par de cosas sobre eso.
Ella asiente con tristeza.
—Mi madre se vino abajo después de que mi padre muriera en el accidente
de coche.
—Yo no tuve un hermano mayor que me cuidara como tú has cuidado de
Elise —señalo—. Yo tuve que averiguar cómo cuidar de mí mismo para no
acabar como mi padre. Y eso es exactamente lo que hice.
—Lo dices como si fuera fácil. Pero te independizaste a los catorce años.
Y... ¿cómo salvaste la Bratva? Dijiste que la habían perdido.
—La lealtad es profunda en mi mundo. Había un montón de miembros
dispuestos a dar un paso adelante y ayudar a reconstruir. Sólo necesitaban
un líder.
— ¿Y te eligieron a ti?
Sacudo la cabeza.
—Yo me elegí. Nadie lucha por el honor de liderar una Bratva en ruinas, así
que yo di un paso al frente. Reconstruí el nombre Zhukova ladrillo a
ladrillo, bala a bala. Y lo hice yo solo.
—No todo el mundo puede hacerlo —murmura Belle—. No todos pueden
superar su pasado.
Aparta la mano, pero yo la vuelvo a coger. En cuanto nuestros dedos se
tocan, sus ojos se posan en los míos.
—No todo el mundo está hecho para ser un líder —le digo—. Pero hay algo
que decir sobre saber a quién seguir. Y tú me has seguido hasta aquí.
—Lo dices como si fuera algo bueno.
— ¿No lo es?
Su sonrisa es tentativa.
—Todavía estoy tratando de decidir.
—Yo no. Y por eso soy un buen líder.
— ¿Por qué?
Me llevo su mano a los labios y le doy un beso.
—Porque sé lo que a ti te conviene antes de que tú misma lo sepas.
32
BELLE

En cuanto abro los ojos, siento su ausencia.


Me siento y observo el edredón blanco de felpa que me envuelve. Es nuevo.
Nikolai debió de traérmelo después de que me durmiera. La nota que hay en
la mesita de cristal también es nueva.
Cojo el papel doblado. Espero que sea de Nikolai, pero entonces reconozco
la letra de Elise.
El corazón se me encoge de miedo. Se ha vuelto a escapar. Es su carta de
despedida. Sabía que su actitud de anoche era demasiado buena para ser
verdad. Era un truco. Una treta para que pudiera escabullirse mientras yo
estaba en un coma de azúcar con Nikolai.
—Respira —susurro.
Después de inhalar y exhalar profundamente varias veces, me calmo lo
suficiente como para leer lo que Elise ha escrito.
B,
Estabas básicamente inconsciente cuando nos fuimos (en serio, soltabas
babas), así que no te despertamos. Nikolai me llevará hoy a trabajar a la
granja. Dijo que me mandaría un coche esta tarde. ¡Hasta luego!
E.
Gracias a Dios. Ella está a salvo. Se han ocupado de ella.
Por un momento, me deleito en el hecho de que alguien más cuidó de Elise
esta mañana. Si no me sintiera tan relajada ahora mismo, me sentiría
culpable de lo tranquila que me siento.
Cuidar de mi hermana fue mi elección, y la repetiría una y mil veces. Pero
maldita sea si no es un trabajo duro.
Me froto la cara y me estremezco al notar una costra de baba.
—Oh, cielos —murmuro para mis adentros— esto no es lindo.
Me envuelvo los hombros con el edredón y me alejo del sofá para ir a mi
habitación. Pero en cuanto cruzo la puerta, me detengo en seco.
—Qué demonios... —Me acerco lentamente hacia la cama, parpadeando
como si el montón de material de arte que hay sobre el edredón fuera a
desaparecer—. Pero, ¿qué es...?
Entonces veo una segunda nota. Esta lleva mi nombre escrito en el anverso
con letra ancha y angulosa. Jesús, hasta su letra demuestra seguridad.
Niégalo todo lo que quieras, pero tienes talento. Tengo la prueba doblada
en mi cartera. Hoy tengo que trabajar todo el día. Relájate y disfruta del
material artístico.
N.Z.
Cuando termino de leer, se me dibuja una sonrisa de oreja a oreja que no
puedo borrar. Si Nikolai estuviera aquí para presenciarlo, sin duda entraría
en mi lista de momentos más embarazosos. Pero, por suerte, estoy sola.
Me dejo caer en la silla del escritorio, abro mi nuevo cuaderno de cuero y
agarro los lápices punta fina.

E absorta en mis bocetos que no oigo que llaman a la puerta. O tal


vez sí, pero mi cerebro está demasiado ocupado para preocuparse por ello o
averiguar qué significa el sonido. Un asunto mucho más apremiante es si
construir un balcón en el lado derecho de la casa que salga de la segunda
planta o añadir una habitación para huéspedes en la primera planta.
Entonces vuelven a llamar y me incorporo.
— ¡Ay! —gimo, llevándome una mano a la dolorida zona lumbar.
¿Cuánto tiempo hace que estoy sentada? Mi estómago gruñe. ¿O desde que
comí?
Miro el reloj de la cocina y casi se me salen los ojos de las órbitas.
— ¿Cómo es posible que ya sean casi las cuatro de la tarde? —exclamo a
nadie.
No me he duchado, ni he comido, ni me he cambiado. Me he pasado todo el
día sentada dibujando. He llenado tres páginas de mi cuaderno de bocetos
de margen a margen.
Por un lado, no puedo creer que haya desperdiciado un día entero. Por otro
lado, no recuerdo cuando fue la última vez que tuve un día para mí sola
para hacer lo que yo quisiera. La última vez que me perdí tanto en una
tarea, que el mundo a mi alrededor desapareció.
Incluso cuando Nikolai no está aquí, es capaz de ayudarme a desconectar el
cerebro.
Vuelve esa sonrisa bobalicona de antes. Al menos hasta que me cruzo con
mi reflejo en el espejo de la entrada.
— ¡Caramba! —exclamo y me paso rápidamente los dedos por el nido de
pájaros de la cabeza y me pellizco las mejillas para darme un poco de color.
Convencida de que la persona que llama al otro lado de la puerta no saldrá
corriendo gritando, por fin la abro.
Por suerte, no es Nikolai.
—Una entrega para usted, señorita Belle —anuncia una joven rubia, con un
polo con el logotipo del hotel y me tiende una pila de paquetes.
Frunzo el ceño.
— ¿Para mí? No he pedido nada.
—Es del señor Zhukova —explica la chica, y prácticamente me empuja los
paquetes a los brazos—. Prometí entregarlo exactamente a las cuatro. Para
que tuviera tiempo de prepararse.
— ¿Prepararme? —repito—. ¿Para qué?
En cuanto tengo las cajas en los brazos, saca una nota del bolsillo trasero y
me la entrega sin decir palabra.
—Por supuesto —murmuro—. Otra nota.
La chica hace una reverencia y cierra las puertas de la suite.
Vale. Por lo visto, todo el mundo tiene miedo de Nikolai, esté o no en el
mismo código postal. Coloco torpemente los grandes paquetes sobre el
mostrador y despliego la última nota.
Esta noche habrá una gran gala de inauguración para el personal del hotel
y los inversores. Esto es para ti y para Elise. Las veré allí.
La nota es corta y directa, al estilo típico de Nikolai. Pero algo en ella me
parece grandioso.
Me dirijo a la primera caja y levanto la tapa. Dentro hay un vestido de baile
delicadamente doblado en un precioso tono azul cerúleo. Quedará perfecto
con el pelo y el tono de piel de Elise. El escote es modesto, pero la falda es
lo bastante corta para que ella no se queje demasiado. En la esquina inferior
de la caja hay un par de zapatos de tacón.
Dejo la caja a un lado y abro la siguiente. Espero algo parecido: un bonito
vestido para una buena fiesta. Nunca me han gustado los vestidos de baile
ni jugar a las princesas. Incluso los trajes de etiqueta estuvieron fuera de mi
alcance hasta que terminé la universidad y conseguí mi primer trabajo de
adulta.
Pero cuando abro la tapa de la segunda caja, casi se me para el corazón.
Nunca había visto algo tan precioso en toda mi vida.
El corpiño es dorado con pequeñas piedras cosidas en un intrincado patrón,
intercaladas con bordados dorados que continúan hasta la falda granate.
Saco el vestido de la caja y me fijo en la cola que se une a la cintura. Añade
un escote alrededor de las caderas y fluye hasta bien pasado el vestido. Es
más bonito que cualquier vestido que haya visto jamás.
Un silbido rápido y agudo procedente de la puerta llama mi atención.
Elise está de pie, con los ojos muy abiertos.
— ¿Para quién es eso?
La miro y vuelvo a mirar el vestido.
—Para mí, creo.
Elise resopla.
— ¿Para tu coronación? ¿Nikolai y tú están a punto de convertirse en el rey
y la reina de Islandia?
—No creo que Islandia tenga monarquía.
Cierra la puerta de una patada con un zapato cubierto de barro y se limpia
las manos en la parte delantera de los vaqueros.
— ¿Para quién es el vestido azul?
—Para ti —le contesto—. Creo que esta noche hay una gala.
— ¿Una gala?
—Un baile —le explico—. Una fiesta. No lo sé. Nikolai envió esto y dijo
que nos encontraríamos allí.
Los últimos meses han sido una cadena continua de angustia adolescente y
sorna. Pero, de repente, la cara de mi hermana se divide en una amplia
sonrisa.
— ¿Vamos a una fiesta? —chilla.
No puedo evitar devolverle la sonrisa.
—Es la inauguración del hotel. No sé quién estará allí. Seguramente habrá
mucha gente mayor. Música aburrida. Conversación aburrida. Si no quieres
ir...
—Quiero ir —dice Elise y va hacia el vestido. Luego parece pensárselo
mejor, retirando las manos para mirarse las uñas sucias—. Debería
ducharme. Y... ¿puedes peinarme?
Si el corazón casi se me para al ver el vestido, prácticamente me estalla
cuando Elise me pide que la ayude a arreglarse.
— ¡Sí! —digo un poco demasiado entusiasmada. Lo intento de nuevo, un
poco más suave—. Por supuesto. Sí. Me encantaría.
Elise arquea una ceja y yo me encojo de hombros.
—Lo siento, pero me muero por hacerte una trenza francesa desde que estás
conmigo. Lo tenías muy corto la última vez que te vi.
Cuando éramos niñas y nos escondíamos en nuestra habitación para evitar a
mamá, me gustaba trenzar el pelo de Elise con dibujos intrincados. Pero un
año antes de irme, se lo cortó por encima de las orejas.
—Mamá hablaba de venderlo —dice en voz baja—. Alguien le dijo que
tenía un amigo que hacía pelucas. Podría haber conseguido trescientos
dólares por mi pelo.
Me tapo la boca con una mano.
—Estás de coña.
—No —dice ella—. Así que me lo corté yo misma en el colegio para que
ella no pudiera.
No tengo ni idea de por qué todavía puedo sorprenderme de lo lejos que
llegaría nuestra madre para conseguir algo de dinero extra. Me produce un
temor nauseabundo en la boca del estómago.
Pero me niego a dejar que nuestra madre arruine esta noche. Ya ha
arruinado bastante.
Sacudo la cabeza y le sonrío.
—Bueno, me encantaría peinarte esta noche. Ya lo tienes bastante largo. Ve
a ducharte y luego podemos empezar a arreglarnos.
Elise no puede contener la sonrisa. Se dirige a su habitación, pero se vuelve
otra vez.
—Por si te sirve de algo, Belle... creo que Nikolai es simpático.
No es exactamente un elogio efusivo, pero para los estándares de Elise, ella
básicamente erigió una estatua a Nikolai y nombró un día festivo nacional
en su honor.
Hay tanto que yo podría decir. Tanto que podría contar que sé de él, lo que
ha hecho, lo que aún podría hacer.
Pero frente a esto, que nos da a mi hermana y a mí algo por lo que estrechar
lazos, algo de lo que hablar, nada más de lo que Nikolai ha hecho parece
importar.
33
NIKOLAI

—Estamos muy contentos de tenerle aquí con nosotros, señor Zhukova —


dice Margrét—. No sabíamos si nos acompañaría, así que no hay nada
planeado, pero si quiere dar un discurso o...
—No —rechazo suavemente la idea de la directora del hotel—. No cambies
nada por mí. Solo quería una excusa para arreglarme.
Margrét sonríe y examina mi atuendo, apreciando claramente que lleve ropa
formal. Luego su cara se sonroja y se excusa para ir a por una bebida.
En otro universo, seguiría a Margrét hasta al bar y empezaría a sentar las
bases de lo que podría ser un agradable polvo en mitad de la fiesta.
Pero lo que dije era mentira. Lo que realmente quería era una excusa para
vestir a Belle. Dejar que ella y Elise usaran ropa bonita y vivieran el cuento
de hadas que sienten creer imposible.
Entonces me doy la vuelta justo cuando Belle y Elise entran en la fiesta... y
me doy cuenta de que mis motivaciones no son tan desinteresadas.
No debería sorprenderme. Nunca lo son.
Belle se ve tan bien como imaginé. Mejor, de hecho. Es una diosa en dorado
y granate. El vestido abraza sus curvas y la larga cola se desliza detrás de
ella como si fuera de la realeza. La gente tiene que apresurarse para
apartarse de su camino, pero sólo porque se quedan tan embelesados al
verla que dejan de caminar.
Me ve y sonríe nerviosa. Lleva el pelo recogido en un nudo suelto en la
base de la nuca y unos mechones ondulados le cuelgan por los hombros.
Cuando me acerco, tengo que luchar para no tocarla.
—Ambas lucen increíbles —digo con una pequeña reverencia.
Belle enrojece de placer, pero se vuelve hacia su hermana para juguetear
con las horquillas.
— ¿Verdad que sí? Está preciosa.
Elise aparta la mano de su hermana, pero también está contenta. Hoy lleva
la barbilla un poco más alta. Como debe ser. Su vestido azul contrasta con
su piel pálida y resalta los tonos rojos de su pelo. Está prácticamente
radiante.
Probablemente por eso el hijo adolescente del pastelero no puede dejar de
mirarla.
—Disculpen —dice Elise. Se da la vuelta y va directo hacia el joven. A él
se le salen los ojos de las órbitas cuando se da cuenta de que ella se dirige
hacia él.
—Dios mío —suspira Belle.
— ¿Qué?
—Mírala. Yendo a por lo que quiere. Sin vergüenza, sin dudas. Es... es
increíble. Admirable. Yo nunca podría.
—Tal vez deberías intentarlo. Podrías hacer que a los hombres también se
les salieran los ojos de la cabeza así. Si quisieras.
—Eso es. No estoy segura si eso es lo que quiero... bueno, no cualquier
hombre.
— ¿Tenías en mente a alguien en concreto?
Belle esboza una sonrisa pícara.
—Veamos cómo va la noche. Entonces podrás decirme si estoy más
atractiva con este vestido... o sin él.
Noto cómo mi polla se tensa contra la cremallera del esmoquin. Después de
todo, quizá un polvo a mitad de la fiesta no esté del todo descartado.
Me inclino y susurro en su oído:
—No me tientes, Belle, o te llevaré arriba ahora mismo y te follaré hasta
que todos en la fiesta te oigan gemir.
—No estarías tan tentado si me hubieras visto hace dos horas —dice, con
las mejillas coloradas—. El otro regalo que me dejaste hoy me tenía un
poco distraída. Ni siquiera me duché hasta que apareció el vestido.
—Supongo que encontraste los materiales de arte.
—Era difícil no verlos. Te habrás gastado una fortuna.
Agito una mano despreocupadamente.
—Lo hice con mucho gusto.
Eso es cierto. Me gusta hacer sonreír a Belle. Disfruto dándole cosas que le
parecen imposibles. Se siente como magia, de la manera más extraña. Hacer
surgir la esperanza de la nada.
Belle sacude la cabeza y mira alrededor de la habitación.
—Todo esto es increíble. Irreal.
El hotel está construido alrededor de algunas de las fuentes termales
geotérmicas naturales, como en la que Belle y yo nos sumergimos ayer. La
sala principal se diseñó teniendo en cuenta ese argumento de venta, con
ventanales que van del suelo al techo y que dan a las piscinas naturales y a
las imponentes formaciones de lava. El vapor ondea en el agua como nubes
y revela sutiles diseños grabados en los cristales intactos.
—Estar aquí es más que suficiente —continúa ella—. No hace falta que me
traigas nada más. Los últimos días aquí han sido... Han sido el mejor regalo
que he recibido nunca.
Tiene los ojos vidriosos por la emoción. Sé que lo dice en serio.
—Entonces, lo lamento.
—Lamentas ¿qué? —pregunta frunciendo el ceño.
Me meto la mano en el bolsillo y saco una caja negra, plana y rectangular.
—Haber malgastado mi dinero en otro regalo.
La preocupación desaparece de su rostro y es sustituida por una sonrisa,
medio irritada, medio divertida.
—Nikolai, eso no es gracioso.
Sonriendo, abro la caja y saco un collar de oro con un gran rubí engarzado
en el centro. Los colores combinan perfectamente con su vestido.
—No... No puedo aceptarlo —tartamudea.
—Menos mal que no tienes elección.
Rodeo y deslizo la cadena bajo su pelo castaño. Toca suavemente la joya
mientras cierro el broche.
—No sé ni qué decir —murmura.
—Entonces no digas nada. Vamos a bailar.
Sus ojos se iluminan.
—No hay música.
—No te preocupes. La habrá —digo, tomo su mano y la llevo al centro de
la pista.
En cuanto la rodeo con un brazo, veo que la orquesta se apresura a recoger
sus instrumentos. Unos instantes después, empiezan a tocar.
Belle se ríe.
— ¿Consigues todo lo que quieres en cuanto lo quieres?
—A veces incluso antes.
—Debe ser bonito.
Agarro con más fuerza, amoldando su cuerpo al mío.
—Te lo he dicho, Belle: todo lo que tienes que hacer es pedirlo. Lo que
quieras, te lo daré.
Belle me mira. Tengo la sensación de que ahora los dos queremos lo
mismo.
Su mano se aferra a mi brazo y sus labios se separan en una suave
exhalación. No importa dónde estemos, en medio de una gala, en la esquina
de un restaurante, en el baño de un avión, esta mujer me hace cosas.
Ahora mismo, nada más importa.
Pero justo antes de que pueda inclinarme y hacer realidad su deseo, un
destello rojo llama mi atención. Echo un vistazo y veo que he llamado la
atención de alguien.
Alguien que no debería estar aquí.
34
BELLE

Detener la intención de este beso duele más que cualquier otra cosa pasada.
Quizá sea porque hay mucha gente alrededor. En el avión, en su oficina, en
las aguas termales, siempre estábamos solos. Lo que hacíamos parecía un
secretito sucio, un oculto placer culpable. Sin testigos. Olvídate de él tan
pronto como suceda.
¿Pero aquí? ¿Ahora? Estamos en medio de una fiesta, rodeados de mi
hermana y los empleados de Nikolai y Dios sabe quién más.
No es que lo supiera por la forma en que me miraba hasta hace dos
segundos. Con ver la cara de Nikolai, podría pensarse que somos las únicas
dos personas en la habitación.
Lo que quieras, te lo daré. No tengo palabras para explicar lo que me ha
hecho esa frase.
Pero entonces Nikolai aparta la mirada. Sus ojos se oscurecen, se centran en
algo por encima de mi cabeza y se aparta de mí.
— ¿Nikolai? —pregunto confundida.
No me mira. Sus ojos permanecen fijos en lo que sea que esté mirando.
—Quédate aquí —me ordena—. Ya vuelvo.
Me giro y veo cómo Nikolai cruza la habitación y se dirige directamente
hacia otra mujer.
Pero no es una mujer cualquiera. La reconozco. El día que Roger me
sorprendió en Zhukova Incorporated, vi a Nikolai en una reunión con esta
mujer y Giorgos Simatou.
Hoy tiene un aspecto muy diferente. Su vestido es rojo fuego y su escote
llega hasta al pecho. Me sorprende que no se le vea el ombligo. Lleva el
pelo recogido en una coleta apretada y elegante, e incluso desde el otro lado
de la habitación puedo ver que lleva los labios pintados de rojo intenso.
Parece una modelo de Instagram, de esas que siempre publican desde jets
privados y playas de arena blanca.
Nikolai se detiene frente a ella y empieza a susurrar algo que no puedo oír.
Me siento sola en medio de la pista de baile, así que me dirijo al borde de la
sala con los demás.
Elise sigue de pie con el chico rubio al que se presentó cuando llegó, pero
me doy cuenta de que también me está mirando. De hecho, nos observa.
Sus ojos pasan de Nikolai a mí y viceversa.
— ¿Champán, señorita? —me pregunta un camarero con una bandeja de
copas de champán delante de mí, ocultando a Nikolai y a la mujer.
Cojo una, sobre todo porque parece que he perdido la voz de repente, y le
doy un sorbo mientras veo a mi acompañante hablar con otra mujer.
Pero cuando la mano de ella se posa en el bíceps de Nikolai y luego se
arrastra lentamente por su brazo... Casi tiro el vaso al otro lado de la
habitación.
Es mío, quiero gritar, mi pecho golpea todo el tiempo.
Pero Nikolai no es mío. La verdad es que no.
Hace una semana, lo odiaba. Iba a entregarlo a la policía por malversación.
Eso es ridículo ahora, considerando que mató a un hombre mientras
salíamos a cenar juntos, y considerando que sé todas las otras cosas terribles
que ha hecho, y me acosté con él de todos modos.
Si fuera a la policía, acabaría en una celda junto con él. Tal vez incluso en
camisa de fuerza.
La mujer de rojo se pone de puntillas y besa la mejilla de Nikolai. El
corazón brinca de tal modo que me produce náuseas. Espero a que la
empuje, a que retroceda.
Pero Nikolai se queda inmóvil.
La acepta.
Miro a Elise. Ella me mira fijamente, con los ojos muy abiertos. Está al otro
lado de la habitación, pero oigo su voz en mi cabeza. No puedes dejar que
un hombre te trate así.
Quiero decirle que no estamos saliendo. Nikolai no me ha prometido nada.
Pero entonces también evoco las palabras de él. Lo que quieras, te lo daré.
Pues no quiero esto, joder.
Agarro la cola del vestido con las manos y atravieso la habitación hacia
Nikolai y la mujer. Me quema por dentro un ardiente cóctel de emociones.
Rabia y vergüenza, asco y lujuria.
Pero, sobre todo, rectitud. Qué es eso que dicen de los niños... ¿que siempre
están mirando? Tengo que demostrarle a mi hermanita, y casi tan
importante: a mí misma, que soy digna de respeto. Que no seré tratada
como un pedazo de basura desechable. Que las mujeres merecen algo más
que ser el juguete de hombres poderosos.
Nikolai y la mujer no se fijan cuando me acerco, lo que hace que todo esto
me duela aún más. Está tan absorto el uno en el otro que ni siquiera se fijan
en mí. Tengo que aclararme la garganta para llamar su atención.
Sólo entonces mira. Pero como era de esperar, su expresión es neutral.
Tranquilo. Me pregunto qué es lo que realmente podría irritar a este
hombre. ¿Explosiones nucleares? ¿Cerdos en el cielo?
—Hola. Debería haber pensado en algo mejor que decir mientras venía
hacia aquí, pero no he tenido tiempo, así que me he quedado con la frase
inicial más penosa de la historia de los putos enfrentamientos antes de una
pelea de gatas.
La mujer me mira ahora. Su maquillaje está difuminado en un perfecto ojo
ahumado y sus pómulos son altos y afilados. Parece el tipo de mujer que
esperaría estar con Nikolai. Impecable, como él.
—Hola —contesta, arqueando una ceja como si un insecto acabara de
meterse en su zapato—. ¿Quién es usted?
—Belle Doman. ¿Quién es usted?
Algo parecido al reconocimiento parpadea en su rostro. Es como si hubiera
oído mi nombre antes. ¿Me ha mencionado Nikolai? Una estúpida
esperanza se enciende en mi pecho al pensarlo.
Estúpida, estúpida esperanza.
—Te dije que volvería, Belle —interrumpe Nikolai—. Te lo explicaré todo
después.
—No hay nada que explicar —interrumpe la mujer.
Nikolai aprieta la mandíbula.
—Te has presentado sin avisar, Xena. Eso merece una explicación.
Xena. Hasta su nombre suena interesante y único. Exótico. Más exótico que
Belle, al menos.
— ¿Nuestro compromiso no es suficiente explicación?
Siento como si alguien me hubiera echado un cubo de hielo por la espalda.
—Lo siento... ¿Qué dijo?
—Belle —llama Nikolai, en tono de advertencia—. Necesitas...
—Estamos prometidos —suelta Xena.
—Están... —repito, sacudiendo la cabeza—. ¿Desde cuándo?
—Llevamos bastante tiempo trabajando en ello —dice ella con una sonrisa
despiadada. Nota lo mucho que me duele. No lo disimulo muy bien—. Pero
se hizo oficial la semana pasada.
Se me nubla la vista. Por un momento, creo que voy a desmayarme.
He estado durmiendo con un hombre casado. O un hombre que pronto
estará casado, al menos. Nikolai se prometió con otra persona y luego pasó
una semana cogiéndome.
Supongo que después de todo yo si era el secretito sucio.
Tal vez Nikolai dice algo en ese momento. No estoy segura porque me pitan
los oídos. La sangre me corre por las venas y quiero llorar.
Pero no lloraré aquí. No delante de él. No delante de toda esta gente.
Tengo que salir de aquí.
Pero lo primero es lo primero...
Un camarero pasa con una bandeja de aperitivos. Exquisito momento.
Pequeñas galletas saladas cubiertas con un queso blanco suave y una
cucharada de algún tipo de mermelada. Sea lo que sea, parece pegajoso.
Perfecto para lo que tengo en mente.
Le arranco la bandeja de las manos al camarero y la estrello contra el pecho
de Nikolai.
El público jadea cuando la bandeja cae al suelo. No puedo levantar la vista
más allá de la mermelada roja que cubre la parte delantera del traje de
Nikolai. Si lo hago, veré sus ojos grises y entonces sí que lloraré.
Así que, sin decir nada más, me doy la vuelta y corro hacia la salida.
Por lo que a mí respecta, esta fiesta ha terminado.
35
NIKOLAI

Las puertas del ascensor ya se han cerrado, pero cuando pulso el botón,
vuelven a abrirse.
Y ahí está Belle.
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos rojos e hinchados. Está
llorando. En cuanto me ve, su columna se endereza.
—Aléjate de mí.
—Belle...
—Gritaré —me advierte—. Gritaré muy fuerte, lo juro.
Las puertas intentan cerrarse, pero las mantengo abiertas.
—Vale. Hazlo. Grita.
— ¿Estás sordo? Dije que...
—Gritarás, lo sé —asiento con la cabeza—. ¿Y qué crees que pasará?
Todos aquí trabajan para mí, Belle. ¿Crees que vendrán a salvarte?
El miedo en sus ojos se convierte en terror al darse cuenta de lo sola que
está.
— ¿Te estás replanteando tu decisión de venirte a Islandia conmigo? —le
pregunto.
—Me lo estoy replanteando todo. Fui... Fui una estúpida —susurra,
apretando los puños a los lados—. Sabía quién eras y lo que habías hecho,
pero vine contigo de todos modos. Debería haberlo sabido.
— ¿Y quién soy yo, Belle? —metiéndome en el ascensor.
Belle se aprieta contra la pared del fondo.
—Un criminal sucio y mentiroso.
—Soy un criminal. Lo reconozco.
—Y un mentiroso.
Sacudo la cabeza.
— ¿Cuándo te he mentido?
— ¡Estás prometido! —Grita—. Te pregunté en el avión si estabas casado o
prometido.
—Qué noble de tu parte preguntarlo cuando ya habíamos follado.
Se le tuerce la cara.
—No importa. Habrías mentido de todos modos. Me dijiste que estabas
soltero.
Me encojo de hombros.
—En aquel momento, lo estaba.
Se queda con la boca abierta.
—Así que en algún momento entre entonces y ahora, ¿encontraste tiempo
para comprometerte? ¡¿Qué demonios, Nikolai?!
—Lo estás convirtiendo en algo más importante de lo necesario. Planeé
contarte sobre Xena cuando fuera el momento adecuado.
—Xena —escupe—. Incluso suena como la clase de zorra moderna a la que
le parecería bien una relación abierta.
Resoplo.
—Créeme, no lo es en absoluto.
Me sorprende que Xena no esté a las puertas del ascensor ahora mismo,
exigiendo saber qué está pasando. Aunque seguro que aún tiene el subidón
de haber visto a Belle lanzarme al pecho una bandeja. Dada la escena que
causó, estoy seguro de que desearía haberlo hecho ella misma.
— ¿Entonces por qué me trajiste aquí y me compraste este vestido? ¿Por
qué me hiciste desfilar así delante de ella?
—Yo no te hice ‘desfilar’ delante de nadie.
Ahora mismo, una parte de mí piensa que una vida de celibato podría no ser
tan mala. Especialmente si significa no tener que lidiar nunca con este tipo
de drama exasperante.
Pero esa parte de mí existe al norte de mi ecuador. El hemisferio sur, debajo
del cinturón, no está muy de acuerdo con la idea del celibato.
Especialmente porque Belle aún lleva puesto su vestido...
Y la ira le sienta muy, muy bien.
— ¿Y por qué metiste a Elise en esto? —Su voz tiembla al mencionar a su
hermana—. Estabas empezando a caerle bien, por el amor de Dios. Era feliz
aquí, y ahora, todo... todo... ¡Lo has estropeado todo!
—Ni siquiera sabía que Xena iba a estar aquí. No tengo idea de por qué
vino.
—Vino a visitar a su prometido, imbécil.
Las puertas del ascensor se abren detrás de nosotros. Me giro y miro a dos
hombres que esperan para subir.
—Suban por las escaleras —les digo.
Dan un salto hacia atrás, con los ojos muy abiertos, y yo pulso el botón de
cierre de puertas y luego el de parada de emergencia. Suena una alarma
larga y aguda, pero la ignoro y me vuelvo hacia Belle.
—Me importa una mierda Xena Simatou. No significa nada para mí. Sólo
es...
—La hermana de Giorgos —jadea Belle. La veo atar cabos—. Está
emparentada con el otro mafioso, ¿no? ¿Así que esto es una especie de...
arreglo, o algo así?
Asiento con la cabeza.
—Más o menos. Giorgos y yo estamos trabajando juntos y...
— ¿Y te está ofreciendo a su hermana? —Arruga la nariz—. Eso es
enfermizo, Nikolai. ¿Está prostituyendo a su hermana para qué? ¿Por
dinero?
—Protección —digo—. Acceso. Y sí, dinero. Pero Xena es quien exigió el
matrimonio entre nosotros como parte del contrato. Yo no lo quise.
Belle resopla.
—Por supuesto que no. Si estás casado, no puedes llevar mujeres al azar a
viajes internacionales y follártelas en los baños de los aviones, ¿verdad?
Aunque quizá sí puedas. Porque tú estás prometido, y yo estoy aquí de
todos modos. Como una idiota.
—No te traje aquí en secreto —gruño—. Esto no es un asunto oculto.
Giorgos sabía dónde estaba.
Por eso envió a Xena aquí, estoy seguro. Hice una jugada audaz al traer a
Belle aquí en contra de sus deseos y luego quemar uno de sus edificios. Así
que envió a su hermana aquí a quemar mi vida, por así decirlo.
Hasta ahora, está haciendo un irritante buen trabajo.
Pero lo pagará todo más tarde.
Con intereses.
Los ojos de Belle se abren de par en par.
— ¿Así que sólo soy un juguete que estás colgando delante de tu futura
familia política?
—Nada de esto tiene que ver contigo. Si me escucharas...
— ¡Ya he escuchado demasiado! —Se enjuga las lágrimas que caen por sus
mejillas—. Te escuché cuando dijiste que cuidarías de mí. Te escuché
cuando dijiste que me darías lo que quisiera. ¿Crees que esto es lo que yo
quería?
—Nada tiene que cambiar. Este asunto con Xena...
— ¿Matrimonio, quieres decir? ¿A eso te refieres con ‘asunto’? Deberías
ser más específico.
—Este matrimonio con Xena es un negocio —afirmo—. Eso es todo. Me
importa una mierda.
Belle pone los ojos en blanco.
—Como si eso cambiara algo. Estás prometido a ella. Te vas a casar con
ella.
Me empuja para soltar la parada de emergencia del ascensor, pero le tomo
la muñeca.
— ¡Suéltame!
Intenta zafarse, pero no es rival para mi fuerza. La empujo contra la pared
del ascensor. Sus ojos se abren de par en par. Tan verdes. Como la
superficie de un estanque muy, muy profundo.
—No voy a hacerte daño —gruño suavemente.
—Es demasiado tarde para eso —Su voz se entrecorta, sutil pero
perceptible.
—Nada ha cambiado. Todo sigue exactamente igual.
—No para mí.
— ¿Por qué? ¿En qué es diferente? —inquiero—. Enviaré a Xena a
empacar, y podremos volver a...
— ¿A fingir que tenemos un futuro juntos? —Le tiembla el labio inferior.
Es una gran admisión. Belle quiere un futuro, juntos. O al menos hace diez
minutos.
Suspiro. En mi mundo, planear el futuro es una tontería. La gente muere o
te traiciona. Te quitan lo que quieren o mueren en el intento, y así es como
funciona el juego.
Belle quiere algo que no puedo darle: certeza.
—Nunca te he hecho ninguna promesa —le digo tajante.
El dolor cruza su rostro, rápido como un relámpago. Luego sonríe.
La forma en que su boca se transforma en una sonrisa mientras sus ojos
permanecen fríos y sin vida me resulta desagradable. Apenas la reconozco.
—Tienes razón. No lo hiciste —grazna—. Entonces no puedo enfadarme,
¿verdad?
—No hay nada por lo que enfadarse. Son negocios, nada más.
Belle respira hondo. Ahora parece más tranquila, pero solo en apariencia.
Puedo sentir la tormenta que se desata bajo su piel.
—Pero si tú y… cuando tú y Xena se casen, ¿vivirán juntos?
—Yo…
— ¿Ella sería tu acompañante en eventos y galas? ¿Ella iría de tu brazo en
público? ¿Xena sería la persona que, en todo sentido público, sería tu
esposa?
Ya no está preguntando. Me lo está explicando.
Aprieto los dientes.
—No entiendes cómo funciona esta vida. El matrimonio es una
herramienta. Esto hará a mi Bratva más fuerte.
— ¿Y eso importa?
—Es lo único que importa —respondo.
Durante tanto tiempo, durante tanto puto tiempo, eso ha sido verdad. Crecí
ahogado en la pobreza, viendo cómo mi padre reunía el dinero suficiente
para comprar la bebida más barata mientras el hambre rugía en mi
estómago, y me juré a mí mismo que le daría la vuelta a todo. Algún día, de
alguna manera, toda esa mierda cambiaría.
Y lo hice. Lo construí todo de la nada. He rehecho el mundo a mi imagen y
he matado a todo el que ha intentado detenerme.
He llegado tan lejos. Y ahora que estoy tan malditamente cerca de ser
entronizado en la cima, no puedo dejar que nada, ni nadie, me distraigan.
Ni siquiera ella.
—Entonces parece que tienes tus prioridades —dice Belle fríamente—. Y
yo tengo las mías.
— ¿Y cuáles son?
—Cuidar de mí misma y de mi hermana.
Resoplo.
—Oh, claro. Estabas haciendo un gran trabajo antes de que yo llegara.
Cuando vuelvas a tus ‘prioridades’, asegúrate de darle a Roger mis saludos.
Su cara se tuerce.
— ¿Roger? ¿Qué tiene que ver él con...?
—Oh, si no es él, será el próximo jefe depredador que te manosee mientras
trabajas en un empleo que odias para poder subsistir a duras penas. Qué
vida es la que estás protegiendo.
— ¡Algunos no tenemos elección! —grita, golpeándome el pecho con los
puños.
Me acerco más y la aprisiono más contra la pared del ascensor. Es un
relámpago cautivo, tembloroso y agitado por una emoción que ya no puede
contener.
Me acerco y rozo su oreja con mis labios. Se le corta la respiración, el
pecho se le encoge, las manos se le quedan quietas.
—Tienes elección, Belle.
Niega con la cabeza sin mirarme. Se le cae el pelo de su elegante nudo.
—No, no la tengo. Me la has quitado.
Empujo la pared y me alejo de ella.
—Quizá yo debería haber sabido que no estabas hecha para esta vida.
—Oh, ¿yo soy el problema ahora? —Se ríe como si se estuviera volviendo
loca.
—Sí, lo eres —La miro directo a los ojos—. No sobrevivirás en este
mundo. No perteneces a este mundo.
—Claramente no —gruñe, incluso mientras sus ojos brillan con lágrimas
frescas.
—Existo para liderar mi Bratva. Mi vida es este negocio. Y si no puedes ver
en qué me beneficia relacionarme con los griegos, a mi vida, a mi Bratva,
entonces no perderé el tiempo explicándotelo.
Su barbilla se tambalea antes de levantarla y cuadrar los hombros hacia mí.
—Tu vida es este negocio. Y yo ya no formo parte de tu vida. Así que
puedes hacer lo que quieras con cualquiera de las dos. No cuentes conmigo
para ello.
Nos miramos fijamente durante un momento. Cuando me acerco a Belle, se
estremece. Hasta que el zumbido de la alarma de emergencia se apaga y el
ascensor se pone en marcha.
Me mira fijamente hasta que las puertas se abren en nuestra planta. Cuando
se abren, sale lentamente, como si no estuviera segura de lo que viene a
continuación.
Pero ella ya no es mi problema. No me importa lo que ella haga.
No me importa nada.
36
BELLE

Estoy metiendo todo a ciegas en las maletas cuando llaman a la puerta.


Por un momento, no estoy segura de si debo contestar o no. ¿Es Nikolai?
¿Quiero que sea Nikolai?
—No —susurro, sacudiendo la cabeza—. No.
Esto entre nosotros tiene que acabar. Ni siquiera debería haber empezado.
Yo sabía quién era, pero me dejé enredar de todos modos. Y ahora, estoy a
medio mundo de distancia de casa sin idea de cómo o cuándo vamos a
volver.
Sin embargo, Nikolai no me dejaría abandonada aquí. ¿Lo haría?
—Sí, lo haría —resoplo para mis adentros. Tiro el vestido que me regaló a
un rincón. Es lo más bonito que me he puesto nunca. Tal vez lo más bonito
que he visto o veré nunca, y punto.
Pero no encaja en mi vida. No tengo dónde ponérmelo.
Al igual que Nikolai. Es guapísimo, pero no encajamos. No encajamos.
Es lo mejor.
Mientras voy a responder a quienquiera que esté aquí, rezo para que algún
día pueda decir eso y creerlo.
Abro la puerta de un tirón, dispuesta a fulminar a Nikolai con una mirada
gélida y a mantenerlo a distancia. Acercarse más es peligroso. Pero cuando
la puerta se abre, no está Nikolai al otro lado.
Es Xena.
Tiene los labios apretados.
—Belle Dowan.
Recuerda mi nombre. No sé si es buena señal o no.
—Sí. Esa soy yo.
—No estaba preguntando —Su voz no es exactamente fría, pero está lejos
de ser cálida—. ¿Puedo pasar?
Dudo y me agarro al borde de la puerta. Estar sola en una habitación con
una mujer vinculada a una mafia violenta, una mujer que seguro me odia a
muerte, ya que acabo de pasar la semana teniendo sexo salvaje con su
prometido durante las vacaciones, no es una buena idea.
Por otra parte, una puerta cerrada probablemente no la detendrá si quiere
matarme.
Lo único que puedo hacer es esperar que no quiera eso.
Doy un paso atrás y abro la puerta.
—Adelante.
Entra en la habitación y se acerca al mesón para posarse delicadamente en
el borde de uno de los taburetes, acomodándose el vestido para no
arrugarlo.
— ¿No vas a volver a la fiesta? —pregunta.
Me río entre dientes y miro mi conjunto de vaqueros rotos y camiseta.
—No. No voy a volver. He terminado
—Sí, lo has hecho —Va directa al grano. Nikolai puede decir lo que quiera,
pero esta mujer está a su altura.
Trago saliva.
—No sé a qué te refieres.
—Y no estoy aquí para joder —suelta—. Ya me has avergonzado delante de
todos los demás invitados. No me trates como si fuera estúpida.
Suspiro. Estoy harta de esta gente y de sus egos inflados.
—Escucha, Xena... No pasa nada entre Nikolai y yo. Vine aquí a trabajar
para él.
Me sorprende que un rayo no me fulmine en el acto por decir una mentira
tan escandalosa. Por la expresión de la cara de Xena, ella tampoco se lo
cree.
— ¿Ahora las prostitutas viajan por todo el mundo? —pregunta.
La ira me sube como lava. Estoy lista para defenderme... Antes de darme
cuenta de que no está muy lejos. La vergüenza sustituye a la rabia y agacho
la cabeza.
—Sé cómo se ve esto desde tu perspectiva. Si yo fuera tú, me odiaría, lo
admito. Pero... yo nunca quise que pasara nada de esto.
— ¿Esto? —Pregunta, señalando entre las dos—. ¿Nunca quisiste que me
enterara? O nunca quisiste...
—Nada de esto —me apresuro a decir—. No tenía ni idea de que existieras.
Bueno... yo sabía que existías. Un día te vi en la oficina de Zhukova
Incorporated. ¿Lo recuerdas?
Frunce el ceño.
—Lo recuerdo.
—Pero yo no sabía que Nikolai estaba prometido contigo.
Demasiadas palabras que decir y demasiadas emociones que procesar me
atascan la garganta. Me aclaro, intentando mantener la calma. Necesito
aplastar lo que sea que esté sintiendo y superar esto para poder salir de aquí.
—Nunca me propondría ser... ser la ‘otra mujer’. No soy una rompe
hogares, y lo siento si te lastimé.
—No lo has hecho.
Sacudo la cabeza.
— ¿Qué?
—No me has hecho daño.
Frunzo el ceño.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
Se arregla la falda y frunce los labios.
— ¿Cuánto sabes?
—Saber sobre... —y me doy cuenta de golpe—. Oh. De todo, creo. Tratos
matrimoniales, mafias, Bratva. Eso.
—Bien. Entonces puedo hablar claro —dice Xena como si fuera un alivio.
¿Cuántas mentiras tiene que decir esta gente para vivir como viven? No
puedo imaginarlo—. No puedes hacerme daño porque no estoy implicada
emocionalmente en nada con Nikolai.
Asiento con la cabeza.
—Eso es lo que él también dijo. Pero no me lo creo. El matrimonio es el
matrimonio. Si estás aquí para convencerme de que sea tu tercera o algo
así...
—No he terminado —Su voz es autoritaria, e instintivamente cierro la boca
—. No estoy involucrada emocionalmente con Nikolai, pero hemos llegado
a un acuerdo. Espero que se respete.
— ¿Y de qué acuerdo se trata?
—Nuestro matrimonio formaliza el acuerdo entre la mafia griega y la
Bratva de Nikolai. Y es exclusivo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—No, la verdad es que no. No puedo entender casarte con alguien que no
amas. ¿Por qué no solo... firman un contrato?
Ella niega con la cabeza.
—De este modo, nos hermanamos. Mi felicidad es la suya y la suya es la
mía. Piensa en nuestras vidas como... una garantía. Si el trato se viene
abajo, los dos caemos con él. Es un seguro.
—Es un alto precio a pagar por un seguro.
—Tal vez —asiente ella en acuerdo—. Pero crecí sabiendo que me usarían
para asegurar un futuro mejor para mi familia. He estado preparada para
esto durante mucho tiempo.
— ¿Cómo te preparas para algo así? —Arrugo la nariz y luego le lanzo una
sonrisa de disculpa—. No... Bueno, no intento juzgarte.
—Hace tiempo que decidí que, si mi matrimonio no sería de amor, al menos
sería de respeto. No dejaré que me tomen por tonta. Y lo que es peor, no me
quedaré sentada mientras mi marido se tira putas en nuestra casa mientras
yo me amargo y me harto. No lo haré.
—Eso... en realidad, tiene mucho sentido.
Xena me mira. Y por primera vez desde que la dejé entrar en la suite,
recuerdo que tiene la capacidad de matarme si quiere. Algo en sus ojos
despierta mis instintos de lucha o huida.
Entre esos dos, sin embargo, ni siquiera es una opción. Tomaré un vuelo,
por favor y gracias. Preferiblemente directo a casa, a Oklahoma City, sin
pasar por Go, sin cobrar doscientos dólares.
—Así que necesito saber que has terminado con Nikolai —termina ella—.
Para siempre.
Ahora no es el momento de dudar, pero dudo de todos modos. Quiero
asegurarme de que tengo claro a qué estoy renunciando.
Mientras pienso, se me saltan las lágrimas. Nunca me ha gustado soñar con
el futuro. Mi presente siempre ha sido demasiado caótico para empezar a
hacer planes. Pero por un momento... vi uno con Nikolai.
Al final, hago todo lo que puedo: Asiento con la cabeza.
—He terminado —le aseguro—. Para siempre.
—No es sólo por mi bien —añade Xena—. También lo hago por ti. Mi
hermano te matará si cree que estás interfiriendo en este trato.
Hace la amenaza tan a la ligera que al principio no me doy cuenta. Sin
embargo, a medida que lo asimilo, se me pone la carne de gallina.
— ¿Disculpa?
Xena asiente en señal de confirmación.
—Vendrá a por ti y a por toda tu familia. Ya lo ha hecho antes.
Se me aprieta el corazón. Pienso en Elise. ¿En qué demonios estaba
pensando? Involucrarme con Nikolai, traer a Elise a este mundo... que
estúpida. Tan imprudente.
Me pasé toda la vida culpando a mi madre por ponernos a mí y a Elise en
un entorno peligroso, pero luego me doy la vuelta y hago lo mismo.
Yo podría ser aún peor.
—Toma —Xena mete la mano en su pequeño bolso rojo y saca un pequeño
sobre. Me lo tiende—. Esto es para ti.
Lo miro fijamente, mis manos a mis costados.
— ¿Es dinero por silencio o algo así? Porque no quiero aceptarlo. Nikolai
me informó, pero no sé cómo funcionan estas cosas. No quiero que el FBI
llame a mi puerta porque...
—Son boletos de avión —Xena abre el sobre y me enseña lo que hay dentro
—. Para ti y tu hermana. Me imaginé que querrías volver a Oklahoma City
lo antes posible.
Se me debe de notar la sorpresa en la cara, porque Xena sonríe.
—No fue difícil encontrar dónde vivías —agrega.
Mentalmente añado ‘encontrar un nuevo apartamento’ a mi larga lista de
cosas de las que preocuparme en las próximas semanas y meses.
—Sin ataduras —continúa Xena, extendiendo más los billetes—. Te quiero
fuera de mi vida tanto como estoy segura de que tú quieres salir.
Ya estaba haciendo las maletas cuando Xena llamó a la puerta, aunque no
tenía ni idea de adónde iría ni de cómo llegaríamos. Esto es maná del cielo.
Elise y yo podemos coger un avión y todo esto terminará, le guste o no a
Nikolai.
Al final, no es una elección. Hazlo por ella. Hazlo por Elise.
Cojo los billetes.
—Gracias —murmuro.
—El avión sale en unas horas —dice Xena.
Veo la cara de Nikolai en mi mente. Su mandíbula cuadrada y sus ojos
grises. Su voz grave y áspera en mi oído. El aspecto de su bronceada y
tatuada piel contra la mía cuando yacíamos desnudos juntos, bañados por el
sudor del otro.
Xena se levanta y se alisa el vestido. Y luego, con una última mirada de
lástima hacia mí, se da la vuelta y se va.
Aturdida, vuelvo al dormitorio y termino de hacer la maleta. Elise sigue
abajo, pero iré a buscarla cuando hayamos hecho las maletas. Se lo
explicaré todo, o todo lo que pueda contarle sin ponerla en peligro, al
menos, de camino al aeropuerto.
Cojo la pila de material de arte que hay sobre la cama. Mis lápices y
bolígrafos, el cuaderno que empecé a rellenar esta misma mañana, cuando
me desperté sintiéndome segura y protegida.
Incluso ahora, sabiéndolo todo, una parte traidora de mí no está preparada
para que todo acabe. En el fondo, creía ingenuamente que podríamos
solucionarlo. Que no tendría que irme.
Pero esto es todo. No hay otra salida.
Dejo los cuadernos sobre la cama. No hay espacio para nada más.
Tengo que dejar ir a Nikolai Zhukova.
37
NIKOLAI
SEIS SEMANAS DESPUÉS

Arslan se deja caer en el taburete de al lado.


— ¿Otra vez de copas?
—Ya es por la tarde —le digo, señalando el reloj encima de la barra. La
aguja de las horas apenas pasa de las doce—. ¿Y desde cuándo te importan
esas cosas?
—No me importa. Me sorprende que estés aquí ahora, pero anoche no
viniste al bar.
— ¿De verdad te sorprende que no lo hiciera?
Arslan se encoge de hombros.
—Supongo que no. Pero esperaba que lo hicieras. El ambiente por aquí ha
sido... sombrío.
No se equivoca, pero en lugar de responder, bebo otro largo trago.
—Vamos, hombre —gime Arslan—. No me has contado nada desde que
regresaste. Me he mantenido callado para darte espacio.
Lanzo una carcajada.
—Sí, claro. Espacio. No conoces el significado de la maldita palabra.
Me ha estado molestando todos los días sobre lo que pasó en Islandia. Pero
nada de eso afecta a los planes oficiales de la Bratva, así que no había razón
para decir nada.
—Solo quiero saber qué pasó entre Belle y tú —suspira.
Escuchar su nombre no debería molestarme. Ella no es nada. Un parpadeo
en el radar. Entretenido mientras duró, pero tengo responsabilidades reales
con las que lidiar. Una Bratva que dirigir.
Pero, aun así, siento como si Arslan me hubiera echado agua fría por la
espalda.
—Por eso —dice, clavándome un dedo en la cara—. ¿Qué demonios ha
pasado para que tengas esa cara?
Le aparté la mano.
—Lo de no nosotros no funcionó.
—No me jodas —Le lanzo una mirada de advertencia y levanta las manos
—. Intento ser un amigo. Necesitas purgarte. Sacar a esta chica de tu
sistema.
—Ella no está en mi sistema —digo con brusquedad.
No soy de los que se sientan a charlar sobre sentimientos, pero incluso
puedo admitir que hay algo en la idea de contar la historia y acabar con ello.
Puede que contarlo todo en voz alta me haga comprender lo estúpido que
fui al liarme con la ingenua contable de mi empresa fantasma.
—Nos divertimos —refunfuño, sin embargo —. Tú eres el que siempre me
dice que tengo que relajarme más.
— ¡Lo necesitas! Necesitas unas buenas vacaciones, más que nadie que yo
haya conocido.
—Y supongo que eso es lo que tenía —digo—. Vacaciones.
— ¿Pero...? —insiste.
—Pero entonces apareció Xena —digo y hago una mueca.
De repente, Arslan agita los brazos alrededor del pecho con frenesí. Por un
segundo, creo que está teniendo un ataque.
— ¿Qué demonios ha sido eso? —le pregunto.
—Nombraste a la diabla. Intentaba bendecirme —explica—. Era la señal de
la cruz.
Arqueo una ceja.
—Parecías una Macarena borracha.
— ¿Hay una Macarena sobria? Nunca la he visto.
Sacudo la cabeza y dejo el vaso. El whisky ya no sabe tan relajante como
hace unos minutos.
—Como sea... Xena apareció y eso fue todo. Belle no sabía que estaba
prometido.
Arslan silba.
—Mierda. Eso te pasa por salir con una contable. Son conservadores. El
próximo nerd de los números que se apunte en un triángulo amoroso será el
primero.
—No estábamos saliendo. Sólo estábamos... follando.
Pone los ojos en blanco.
—Cierto. Tienes razón. Por eso llevas seis semanas al borde, porque esa
mujer no significó nada para ti.
—El sarcasmo no te sienta bien —murmuro.
—Entonces deja de mentirme y dime la verdad —contesta—. Ella te
importaba.
—Vete a la mierda. De todos modos, no se trata de ella. Se trata de la otra.
— ¿De quién?
—La Diabla —frunzo el ceño—. Xena.
Arslan se persigna de nuevo.
—Se trata del hecho de que pensara que tenía algo que decir sobre mi vida
—continúo—. Que apareciera sin anunciarse. Entró en mi hotel como si
fuera la dueña.
—Algún día lo será. Por así decirlo.
—No me lo recuerdes, joder.
Vuelve a encauzar la conversación.
— ¿Belle estaba cabreada?
Asiento con la cabeza.
—Lo bastante como para hacer las maletas y marcharse esa misma noche.
Supuse que hablaríamos por la mañana y que yo la ayudaría a volver a casa
con su hermana, pero se había ido.
— ¿De vuelta a Oklahoma?
—No tengo ni idea.
Arslan levanta las cejas.
— ¿No lo has comprobado? No es propio de ti.
—No es una amenaza —digo bruscamente—. Esté donde esté, no me
importa.
Hay una breve pausa antes de que Arslan resople.
—No te creo ni de coña.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que eres un importante hijo de puta, para empezar —señala y se
acerca a la barra. Coge dos vasos y nos sirve un chupito de tequila a cada
uno—. Y segundo, significa que ella te importa.
—No, no es así. Ella no importa.
Arslan levanta su vaso para brindar.
—Sí, ella te importa. Pero la magia del alcohol es que se puede beber hasta
que nada importe.
—Tenemos planes esta noche, ¿recuerdas? —digo, mientras tomo mi vaso
de chupito.
—Claro que me acuerdo —devolviendo el chupito, pero hace un gesto de
dolor y vuelve a coger la botella—. Una razón más para beber.

C A y yo entramos en el restaurante griego del centro, hemos


pasado de sobrios a borrachos y viceversa. El único motivo por el que él se
mantiene erguido es porque ha engullido café directamente de la cafetera
como un búfalo de agua.
— ¿Puedo traerles alguna bebida? —pregunta la camarera cuando
entramos.
Miro por encima de su hombro para contar el número de soldados griegos
que acechan en todos los sombríos rincones.
—Escocés —digo—. Doble.
Arslan pide lo mismo. En cuanto nos traen las bebidas, Giorgos nos divisa.
—Buena suerte —dice Arslan y me da una palmada en la espalda antes de
alejarse, balanceándose un poco más de lo normal.
—Menuda mano derecha eres.
Se ríe y entabla conversación con algunas mujeres que están en el bar.
Giorgos se acerca a mí con la mano extendida. Nos damos la mano, pero la
tensión se extiende entre nosotros. Hace semanas que no nos vemos. Sólo
me he reunido con él una vez después de volver de Islandia, y fue cortante y
directo.
—Llegó el gran día —comenta él.
—No. Eso es mañana —le digo—. Esta es la cena de ensayo.
Esboza una fina sonrisa.
—No hace falta que me lo recuerdes. Xena me tomaría de mis pelotas si yo
organizara su boda en este comedor.
—Demasiado tarde. Creo que ella ya las tomó.
A Giorgos se le borra la sonrisa. Cualquier breve momento de frivolidad
que pudiéramos haber disfrutado, acabo de matarlo. Que se vaya al carajo.
—Ambos acordamos este trato, Nikolai.
—Si sólo pudiera olvidarlo.
—Y aún tengo otras opciones —añade.
Me vuelvo hacia él, con una ceja arqueada.
—Hazlo y a ver qué pasa.
Pero Giorgos ya lo sabe. Le dejé claro en nuestra última reunión que, si se
asocia con la mafia de los Battiato, lo mataré antes de que pueda cosechar
los beneficios. Lo haré con mis propias manos, además.
¿Y si eso provoca una guerra con los Battiato? Que así sea. Ha sido un largo
tiempo de espera, de todos modos. He estado en un curso de colisión con
los hijos de puta que arruinaron a mi familia desde el día en que nací.
Su boca se tensa en una mueca.
—Entonces aquí estamos.
—Si, en efecto, aquí estamos.
Miro más allá de él hacia la habitación. No veo a Xena. Probablemente esté
esperando para hacer una gran entrada. Me sugirió que planeáramos un
discurso para cuando entráramos juntos, pero le dije que prefería
atragantarme. Tomó eso como un "no" y dijo que deberíamos llegar por
separado. Gracias a Dios.
Estoy a punto de alejarme de Giorgos e ir a buscar otra copa cuando suena
mi teléfono.
El nombre que aparece en la pantalla me pilla por sorpresa. Tengo que
leerlo dos veces. Pero las dos veces, claro como el agua, ahí está.
Elise Dowan
Respondo antes de pensar si es una buena o mala idea.
— ¿Nikolai? —susurra Elise en voz tan baja que apenas puedo oírla—. ¿Es
este número?
—Lo es si quieres hablar conmigo.
Ella suspira.
—No sabía a quién más llamar. He cogido tu número del teléfono de Belle.
Agarro el teléfono con tanta fuerza que oigo crujir la carcasa. Giorgos
permanece cerca, ese cabrón entrometido. Le doy la espalda para que no
pueda escuchar.
— ¿Dónde está ella? ¿Sabes que estás llamando?
Elise resopla.
—No. Estaría... bueno, no estaría bien que supiera que estamos hablando.
Se enfadaría.
—Entonces quizá no deberías haber llamado.
—Escúchame primero. Por favor —dice, y me doy cuenta de que a Elise le
cuesta mucho suplicar. La tensión en su voz es obvia.
—Te escucho. Pero no lo haré por mucho, así que date prisa.
—Está enferma —suelta Elise—. Desde que llegamos a casa, está cada vez
peor. No puede comer, está agotada. Se está poniendo mal.
Algo se agita en mi pecho. Algo que me niego a nombrar o reconocer.
—No puede culparme de todo lo que va mal en su vida —gruño.
—Pero esto no es porque la hayas engañado —suelta Elise.
—Yo...
Elise se ríe amargamente.
—Ahorra saliva. Lo he visto con mis propios ojos, ¿vale? Le rompiste el
corazón y te odio por ello.
Aprieto los dientes.
— ¿Entonces por qué has llamado?
—Porque eres la única persona en la que puedo pensar que puede ayudar.
—Agarra una guía telefónica y busca un médico. Me han dicho que los hay,
incluso en Oklahoma.
— ¡No quiere ir! Se lo he dicho, pero jura que está bien.
—Tal vez lo esté.
—Si pudieras verla, sabrías que no lo está —argumenta Elise—. Algo va
mal. No sé si se contagió algo en el extranjero. Tal vez en el avión. No sé si
es un virus o qué. Pero algo está mal y está empeorando. Esa es la única
razón por la que te llamé. Estoy desesperada.
Giorgos sigue mirándome con un brillo en los ojos que no me gusta. Una
idea me asalta de repente...
¿Podría él haber hecho esto?
Si los griegos hubieran asesinado a Belle, lo sabría. Pero si jugaron a largo
plazo, si la envenenaron poco a poco... me sorprendería, pero no me
escandalizaría. La gente ha llegado a extremos extraños para mantener un
trato en nuestro mundo. Tal vez Belle era un obstáculo con el que Giorgos
no se sentía cómodo viviendo.
— ¿Dijiste que no está comiendo?
—Apenas prueba bocado —suspira Elise. —Vomita todo el tiempo y está
muy pálida. Y no duerme bien. Creo que tiene pesadillas.
Joder. Podría ser cualquier cosa. El veneno es un juego de cobardes, y yo no
sé nada de él, con toda intención. Yo hago mi matanza cara a cara
Me paso una mano por el pelo. Estoy a un día de completar este trato. De
asegurar el futuro que me propuse asegurar cuando era un niño quebrado,
mirando el cadáver de mi madre.
Dejé que Belle me distrajera una vez. No puedo hacerlo de nuevo.
Pero si está siendo envenenada por mi culpa...
—Por favor, Nikolai —resuena la voz quebrada de Elise—. No sé qué más
hacer.
—Te llamo enseguida.
Cuelgo y abro el navegador mientras Arslan aparece a mi lado.
— ¿Qué pasa? —Pregunta—. Pareces más tenso de lo normal.
—Negocios.
Mira por encima del hombro.
— ¿Qué... adónde vas?
Le ignoro.
— ¿Puedo confiar en que manejes esta mierda aquí?
— ¿Manejes qué? —sisea. —No puedes llevar a un sustituto a tu maldita
boda, Niko.
—Seré rápido —le digo mientras veo un vuelo a Oklahoma que sale en las
próximas dos horas. Compro el billete a toda prisa—. Pero tengo que irme.
Arslan me agarra del brazo.
—Cálmate. ¿Quién era al teléfono? ¿Qué demonios está pasando? Necesito
más que esto. Necesito saber...
—Todo lo que necesitas saber es que te estoy encargando evitar que todo se
desmorone aquí mientras estoy fuera. Volveré. No la cagues.
Antes de que Arslan pueda decir algo más para detenerme, me doy la vuelta
y me voy.
38
BELLE

El olor húmedo y mohoso del trapo de bar me produce náuseas. Pero eso no
es exactamente lo único que lo hace en estos días.
Sigo diciéndole a Elise que estoy bien, pero no lo estoy. No lo he estado en
semanas.
Estar de pie ocho o más horas seguidas y servir bebidas a gente que apenas
puede mantenerse erguida en sus taburetes es agotador de una forma que
nunca habría imaginado. Pero es un trabajo con un sueldo fiable, aunque
mísero. Es mejor que nada. Aunque no por mucho.
Una voz arrastrada desde el final de la barra pide ‘otra más’, y yo obedezco.
Mi primera noche, intenté cortarle el paso a un hombre que había bebido al
menos el doble de lo que debía, pero mi jefe me informó de que no era
decisión mía.
—No somos responsables de esta gente. Si quieren beber hasta morir,
asegúrate de que primero paguen su cuenta —dijo Tony.
Encantador, ese Tony. Pero a diferencia de Roger, nunca se me ha
insinuado. No me preocupa que me arrincone en el armario de atrás.
Mi nivel de lo que es un buen jefe es tan bajo que Tony podría superarlo sin
siquiera intentarlo.
Cuando volví de Islandia, mi instinto fue tratar de recuperar mi antigua
vida. Tal vez podría borrar el último par de semanas, volver a la forma en
que las cosas eran antes.
Pero entonces oí la voz de Nikolai en mi cabeza.
Cuando vuelvas a tus ‘prioridades’, asegúrate de darle mis saludos a
Roger.
Tenía razón, de forma odiosa: no podía volver a trabajar para Roger.
Enredarme con un hombre comprometido y engañarme a mí misma
haciéndome creer que podía quererme ya era bastante patético. Al menos
tenía que encontrar un trabajo en el que el jefe no hubiera intentado
agredirme.
Así que me puse mis shorts vaqueros más juveniles y le aseguré a Tony que
podría aumentar el negocio, atraer más clientela masculina, bla-bla-bla.
Pero eso a él no le importaba. Tardé unos cuatro segundos, al empezar mi
primer turno, en darme cuenta del por qué.
Tony’s Watering Hole es para los borrachos que han sido expulsados de
todos los demás bares. Las personas que se sientan frente a mí no están
motivadas por los diminutos pantalones cortos o el coqueteo; están
motivadas por las bebidas sin fin y sin preguntas. Lo mejor que puedo decir
de Tony’s es que es tranquilo.
Por eso levanto la vista en cuanto suena el timbre de la puerta.
Y cuando veo la figura familiar bajo las luces de neón, se me para el
corazón.
—Hace tiempo que no nos veíamos —dice Roger, acercándose a la barra
con una sonrisa de gato Cheshire.
De repente, dieciocho centímetros de barra de madera maciza entre los
clientes y yo no son suficientes. Ni de lejos.
— ¿Qué haces aquí? —grazno.
—Tomar una copa. ¿Crees que podrías ayudarme con eso? Eso es lo que
haces ahora, ¿no?
Aprieto la mandíbula. Podría intentar echarle, pero Tony se cabrearía. A
menos que alguien esté destrozando el bar o se niegue a pagar, Tony no
echa a nadie. Es malo para el negocio, dice siempre.
— ¿Qué será? —le grité.
—Lo dejo a elección tuya —sonríe Roger con picardía—. Tú eres la
profesional. ¿Te han entrenado para esto? ¿Te enseñan a girar las botellas
sin derramarlas?
Le sirvo una cerveza plana y espumosa y la deslizo por la pegajosa
encimera de la barra.
—No.
Está tan ocupado mirándome que ni siquiera toca su bebida.
—Deberías haber hecho que tu nuevo jefe me llamara. Podría haberle dado
una recomendación. Brillante, por supuesto.
A Roger le encanta mi caída en desgracia. Quiero romperle un vaso en la
cabeza. La última vez que lo vi, estaba inconsciente en el piso de Zhukova
Incorporated.
Lo prefería así.
—O tal vez le habría dicho que eligiera a otro aspirante —sisea—. Alguien
que no se burle. Si vas a contratar a una chica por sus tetas, más vale que
esté dispuesta a sacarlas.
El hombre canoso del final de la barra pide otra ronda, pero no puedo
apartar los ojos de Roger. Darle la espalda es como darle la espalda a un
animal salvaje. Es impredecible. Tengo que concentrarme.
Ya sé cuál es el precio si no lo hago.
—Nunca me burlé de ti. Me acosaste repetidamente y tuve la amabilidad de
no darte la patada en la polla que te merecías. Pero no estoy seguro de que
incluso eso hubiera hecho llegar el mensaje a tu cabezota: No quiero
acostarme contigo.
Roger enrojece de ira. Una vena le bulle en la frente.
— ¿Por eso también te ha dejado tu nuevo novio?
El dolor me atraviesa al recordar a Nikolai. Lo único que me ha permitido
mantenerme en pie y seguir adelante en las últimas seis semanas ha sido no
pensar en él. He decidido llamarlo ‘evasión agresiva’. Ha sido fácil porque
Elise es la única otra persona que sabía de nosotros dos.
Supongo que me olvidé de Roger.
—No era mi novio.
Un aplauso perezoso llama mi atención desde el final de la barra.
—He pedido otra ronda —grita el hombre.
Roger resopla.
—Claro que no lo era. Seguro que tú también le estabas tomando el pelo.
Pero créeme: cualquiera que esté dispuesto a darle una paliza a otro hombre
en tu nombre espera sacar algo a cambio. Y el tipo Zhukova no es lo que
cualquiera llamaría generoso. Esperaba un pago.
Es difícil ocultar mi gesto de dolor. Sobre todo, porque Roger tiene razón,
más o menos.
Nikolai me follaba en su despacho mientras le esperaba su prometida.
Probablemente yo era su último placer antes del gran día y del ‘felices por
siempre’.
Ignoro el dolor de mi corazón y el incómodo remolino en mi estómago.
—Bebe tu cerveza y lárgate de aquí.
— ¿Y si no lo hago? —Pregunta Roger, con una estúpida sonrisa dibujada
en su estúpida cara—. Si has vuelto a la ciudad y trabajas aquí, eso significa
que Nikolai ya no debe de estar en el juego. Tu guardaespaldas está a medio
país de distancia. Seguro que ya se ha olvidado de ti.
Lágrimas de rabia me queman el fondo de los ojos. Llevo semanas al borde
del colapso. Siento que cada uno de mis pozos emocionales está a punto de
estallar en cualquier momento.
Pero no puedo llorar delante de Roger. No le daré esa satisfacción.
—No necesito que nadie me proteja —escupo—. Entonces o ahora. Puedo
ocuparme de ti yo misma.
Roger se ríe y se levanta. Planta las manos en la barra y acerca su cara
demasiado a la mía.
—Ya estás otra vez tomándome el pelo. Si quieres ocuparte de mí, Belle, no
tienes más que pedírmelo.
Alarga la mano hacia mi cintura, pero antes de que pueda apartarlo, aparece
una sombra sobre el hombro de Roger.
—No la toques, joder.
Por un fugaz segundo, creo que es Nikolai. De algún modo, contra todo
pronóstico, está aquí para salvarme. Aquí para protegerme como prometió.
Pero entonces me doy cuenta de que es el hombre del final de la barra.
Tiene un aspecto diferente estando de pie que desplomado en un taburete.
Es larguirucho pero alto, y Roger es tan cobarde que retrocede de
inmediato.
—Tranquilo, tío. Somos viejos amigos —tartamudea Roger.
—No me importa quién seas. Estás ralentizando el servicio. Lárgate, amigo.
¿Amenazan con agredirme? A quien le importa.
¿Pero ralentizar el flujo interminable de alcohol? Eso, amigos míos, es
imperdonable.
Roger parece intuir que no hay forma de volver a caerle en gracia al
borracho, así que se aleja de la barra. Una última mirada hacia mí y se
escabulle por la puerta principal, hacia la noche.
El hombre se deja caer en un nuevo taburete y golpea el mostrador.
—Ahora, por última puta vez: quiero otra ronda.
Le sirvo otro vaso y le ahorro la charla.
T , el bar cierra por fin. Cierro la puerta detrás de mí
y salgo a la noche.
La única parte agradable del trabajo es este momento. Cuando termina mi
turno y es demasiado tarde y demasiado temprano para que haya alguien
fuera. Las aceras están vacías, las farolas parpadean en un amarillo
inquietante y el mundo está en silencio. Bendita y felizmente tranquilo.
Cierro los ojos y respiro profundamente el aire fresco de la noche y...
Una mano me rodea la boca.
Abro los ojos, pero no veo a nadie. Quien me sujeta está detrás de mí.
Empiezo a agitarme, echando los codos hacia atrás e intentando patear las
piernas que tengo detrás.
Entonces le oigo reír.
—No deberías salir tan tarde —me sisea Roger al oído—. No es seguro
para las mujeres guapas andar por la calle.
Han pasado horas desde que lo vi. Casi el tiempo suficiente para olvidarme
de él. No puedo creer que haya esperado.
Quiero discutir con él. Suplicarle. Razonar. Gritar, si todo lo demás falla.
Pero su mano sudorosa me tapa la boca con tanta fuerza que ni siquiera
puedo separar los labios. Me duele la mandíbula.
Me agito, pero Roger me rodea el torso con un brazo y me inmoviliza un
brazo. Luego empieza a arrastrarme hacia el callejón.
Madre mía. Ya está. Voy a ser una de esas mujeres de las noticias. Alguien
quebrada y abandonada en un callejón oscuro o tirada en un contenedor.
Y Elise... ¿qué le pasará a Elise?
Me invade un pánico que nunca había sentido antes. Quiero luchar, y lo
intento, pero Dios, estoy tan cansada. Me duele el cuerpo y se me revuelve
el estómago.
Incluso en un buen día, una pelea con Roger sería desequilibrada. Y no he
tenido un buen día en al menos seis semanas.
Roger me hace girar y me estampa contra la pared de ladrillo. Me abalanzo
sobre él, pero me sujeta las muñecas a la pared y aprieta las caderas contra
las mías. Siento su dureza y casi vomito en la boca.
— ¿Crees que puedes avergonzarme y salirte con la tuya? —Gruñe
mientras busca a tientas la cintura de mis vaqueros—. No eres especial,
Belle. No estás tan buena como crees. Y voy a enseñarte todo para lo que
sirves.
Las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas. Estoy sollozando
demasiado fuerte como para poder decir algo útil.
Sé que no importaría de todos modos. Roger no puede razonar conmigo.
Entonces, de repente, Roger desaparece.
Es como si un agujero se abriera bajo sus pies y se lo tragara. Pero cuando
miro hacia abajo, sigue allí, aunque arrugado en un charco sangrante de
miseria.
Me limpio las lágrimas y alzo la vista para ver una nueva figura frente a mí.
Esta es alta. Y ancha.
Y muy, muy familiar.
—Nikolai —jadeo, sin creer lo que ven mis ojos.
Lleva un ladrillo en la mano derecha. Se encoge de hombros y lo deja caer
sobre las tripas de Roger.
—No es un punzón gigante, pero sirvió igual.
Roger gime a nuestros pies. Le miro a él, a Nikolai, a él, a Nikolai y luego a
mis propias manos temblorosas. Por fin consigo decir:
— ¿Qué haces aquí?
—Salvarte. De nuevo —dice—. Está resultando ser un trabajo a tiempo
completo.
Quiero tocarlo y asegurarme de que es real, pero me da miedo lo que pueda
pasar si vuelvo a poner mis manos encima de él. Podría no ser capaz de
purgarlo de mi sistema por segunda vez.
—Pero cómo... cuándo... no entiendo qué está pasando. ¿Por qué estás
aquí?
—Tengamos esta conversación en otro lugar. Mueve la barbilla hacia un
coche negro en el que no me había fijado antes. Ha aparcado entre las
lúgubres farolas, acechando en la sombra. No esperaba menos de él.
Sacudo la cabeza. Incluso desde aquí, su olor a cítricos y menta es
abrumador. En un coche cerrado, no sé si podré soportarlo.
—No. No, quedémonos aquí. Vamos... Deberías irte. Gracias, pero estoy
bien. Tienes que irte.
—Sí que tengo que irme —dice, mirando fijamente el cuerpo de Roger—.
Pero sólo porque, si ese hombre mueve un músculo, lo mataré. A menos
que quieras ser testigo de eso, deberíamos irnos de aquí.
—Puedes irte. Yo me quedo.
— ¿Estás con él?
— ¡Dios, no! Apareció esta noche. No lo he visto desde... —Desde que me
rompiste el corazón— No importa. Me quedaré aquí. Aquí es donde vivo.
Donde trabajo —le digo y señalo el descolorido cartel de Tony’s Watering
Hole que hay sobre la puerta—. No puedo ir contigo.
En el rostro de Nikolai se dibuja una emoción que no puedo leer y me doy
cuenta de que es la primera vez que me permito mirarlo. Sus ojos grises se
clavan en los míos, plateados a la luz de la luna, y su mandíbula trabaja.
Está preocupado.
¿Es por Roger?
¿O es por mí?
— ¿Por qué estás aquí? —vuelvo a preguntar, a pesar de mi instinto.
—Entra en el coche, Belle.
—No hasta que me digas por qué...
—Elise me llamó. Hace unas horas y me dijo que estabas enferma. Está
asustada.
Demasiados pensamientos se arremolinan en mi cerebro. Es difícil aferrarse
a alguno de ellos.
— ¿Elise te llamó? Ella te... ¿Hace unas horas? —Frunzo el ceño—. ¿Y ya
estás aquí?
Nikolai mira a Roger y luego retrocede como si le preocupara no poder
controlarse si lo tiene al alcance de la mano. Noto cómo la rabia se apodera
de él en oleadas.
Si Roger despierta, Nikolai lo matará de verdad.
Suspiro.
—Bien. Pero... tienes que irte. Puedes llevarme a casa, pero luego tienes
que irte.
—Yo hago lo que quiero, Belle —dice.
Cuando le miro, me pregunto si parezco tan destrozada como me siento.
—Por favor, Nikolai. Tienes que irte.
Me echa un vistazo. Parece una evaluación. Como si estuviera
comprobando los daños.
Luego empieza a caminar hacia su coche.
—Vamos.
Hay momentos en la vida en los que sabes que cometes un error que te
cambia la vida, pero lo haces de todos modos. Cuando no puedes hacer
nada más que tomar de la mano el momento y dejar que te lleve al borde del
precipicio.
Hasta ahora, cada uno de los míos ha sido con Nikolai.
Al deslizarme ahora en el asiento de copiloto de su coche, con su olor
envolviéndome, sé que lo estoy haciendo otra vez. Pero Dios, se siente tan
bien caer en esto.
Por un minuto, es casi como si estuviera volando.
39
NIKOLAI

Acompaño a Belle por las escaleras de metal oxidado hasta su apartamento.


—Bueno, aquí es —dice, vacilando ante la puerta—. Uh... gracias por...
—Si crees que te vas a librar de mí tan fácilmente, estás más enferma de lo
que yo pensaba.
Le arrebato la llave de la mano y abro yo mismo la puerta.
— ¡Hey! —protesta ella—. No puedes irrumpir así en mi casa.
—Demasiado tarde —le digo desde el umbral—. Entra.
Se le tuerce la cara de frustración, aunque eso no le quita lo hermosa que es.
Pero Elise tenía razón, algo no va bien. Belle tiene los pómulos más
afilados de lo normal y la clavícula le sobresale más que antes.
Entro en la pequeña cocina y abro un armario. Dentro hay una caja de
cereales azucarados de chocolate, barritas de proteínas y una bolsa medio
vacía de café. No es exactamente una gran despensa.
— ¿Has comido? Me muero de hambre.
—Entonces busca un restaurante. No puedes estar aquí.
Desde que salimos del auto, Belle se ha mantenido a metro y medio de mí
todo el tiempo. Como si temiera que la atrapara si se acerca demasiado a mi
propia gravedad.
Su miedo no está tan lejos. El deseo de sentir su cuerpo entre mis manos, de
examinarla de cerca con mis propios ojos, es fuerte.
Peligrosamente fuerte.
— ¿Por qué no? —le pregunto.
—Porque... porque... —tartamudea y mira hacia el pasillo. Luego vuelve a
centrarse en mí—. Porque Elise está dormida, para empezar. Volar a
Islandia y marcharnos como lo hicimos... Ha sufrido mucho. No quiero
confundirla.
—Elise es quién me pidió que viniera —le recuerdo—. Vuelve a intentarlo.
Aprieta tanto los labios que se le ponen blancos.
—Segundo, porque seguro que tu prometida se pregunta dónde estás.
—Casi seguro.
No es que yo lo sepa o me importe. Puse mi teléfono en ‘No molestar’.
Arslan es la única persona a la que he autorizado a saltarse la configuración
y ponerse en contacto conmigo, y sabe que es solo para emergencias.
—Entonces, deberías volver con ella —añade.
—No hasta que me asegure de que estás bien.
Sus cejas se fruncen.
— ¿Por qué te importa? No pertenezco a tu mundo, ¿verdad?
—No voy a sentarme y dejarte morir si puedo hacer algo para evitarlo.
—No me estoy muriendo —se queja—. Sólo vomito a veces. No es nada.
—Explícate.
Sus mejillas se sonrojan de vergüenza y se mete las manos en los bolsillos
traseros.
—Por las tardes, antes de ir a trabajar, tengo náuseas. Probablemente sea
ansiedad.
— ¿Ansiedad por qué?
—Oh, no lo sé —exclama—. Tal vez por el hecho de que perdí mi trabajo y
casi me violan y mi vida entera dio un vuelco en cuestión de semanas. Y
ahora trabajo en un bar de mala muerte para llegar a fin de mes. ¡Quizá
tenga algo que ver con eso! ¿Pero quién sabe? Sólo estoy adivinando.
Su sarcasmo es tan enérgico como siempre, pero hay un trasfondo de
desesperación que no solía estar ahí. Me preocupa.
—Entonces renuncia —le sugiero.
—No puedo dejarlo. Necesito el dinero. Sé que no estás familiarizado con
el concepto, pero ‘dinero’ es lo que la gente ‘normal’ utiliza para comprar
cosas como ‘comida’ y pagar el ‘alquiler’ y las ‘facturas’. Brutal, lo sé.
—Busca trabajo en otro sitio. Eres inteligente. Eres atractiva —argumento.
No me pasa desapercibida la forma en que sus ojos se iluminan ante el
casual cumplido—. Podrían contratarte en otro sitio.
—No puedes seguir haciendo esto, Nikolai. No puedes entrar en mi vida y
decirme cómo vivir. Perdiste ese privilegio.
—Oh, y qué privilegio era —exclamo y me llevo una mano al pecho, con la
voz empapada de una excesiva sinceridad fingida—. El honor de toda una
vida, seguramente.
Sus ojos se entrecierran hasta convertirse en rendijas.
—Vete.
—No hasta que averigüe qué te pasa.
—No me pasa nada.
Alargo la mano y se la paso por las clavículas.
—Entonces, ¿por qué puedo ver tus huesos atravesando tu piel?
Al instante, Belle se pone rígida. Recupera el aliento y mira lentamente
hacia abajo, donde mis dedos la tocan en la base de la garganta.
—Elise tiene miedo —añado en voz baja—. Me llamó porque no sabía qué
más hacer.
De repente, veo cómo se le escapa la fuerza. Belle se separa de mí y se
hunde en sí misma. El agotamiento se dibuja en cada línea de su rostro. Se
apoya en la encimera de la cocina y cruza los brazos sobre el pecho como si
eso fuera lo único que la mantiene de una pieza.
—Es sólo ansiedad —murmura—. Y agotamiento. Las últimas semanas han
sido... duras.
Luego me mira nerviosa y se muerde el labio inferior.
— ¿Cuáles son tus síntomas? —le pregunto.
Se encoge de hombros.
—Como te he dicho, me pongo mal. Sobre todo, por las tardes.
Normalmente antes de mi turno. Vomito una o a veces dos veces.
— ¿Estás comiendo?
—Barras de proteínas —dice, señalando el armario—. Cereales, cuando
puedo. Pero trabajo tanto que no tengo mucho tiempo. Cuando no trabajo,
duermo. Eso es probablemente lo que más le preocupa a Elise. Está sola
demasiado tiempo.
Sacudo la cabeza.
—No. Está preocupada por ti. Quiere que vayas al médico.
—En cuanto Tony decida contratarnos un seguro médico, me pondré en ello
—resopla.
—Por el amor de Dios, Belle, no deberías haber huido como lo hiciste. Te
habría dado un trabajo. Te dije después de lo que pasó con Roger la primera
vez que cuidaría de ti, pero decidiste huir y ponerte a ti y a Elise en peligro.
¿Por qué? ¿Porque estabas celosa de una mujer que ni siquiera me importa?
—No actúes como si me hubiera ido por nada —responde ella—. Y,
además, puede que ahí empezara nuestra pelea, pero me fui para proteger a
Elise.
—Deja de usar a tu hermana como excusa.
— ¡Deja de actuar como si estuviera loca! Ser parte de tu mundo no es
seguro para ella. No cuando Xena está en tu vida. No cuando estoy atrapada
en medio de algún trato contigo y los griegos. No es seguro.
—Huir así tampoco es seguro.
Los ojos de Belle se clavan en mi cara. De repente se abren de par en par, y
el cansancio de hace un momento desaparece con una nueva descarga de
adrenalina.
— ¿Qué significa eso? ¿Alguien viene a por mí?
—Por eso estoy aquí —le explico—. Estás enferma. Necesito saber por qué.
Lentamente, Belle asiente.
—Oh, por eso estás aquí. No es porque... Es sólo culpa. Te sientes culpable.
Como si tal vez tú fueras la razón de que esto esté sucediendo.
No es difícil ver las conclusiones que está sacando. Que ella no me importa.
Que sólo estoy aquí para asegurarme de que mis manos están limpias, para
que, si ella muere, no sea mi culpa.
Podría disuadirla fácilmente de esas opiniones. Lo único que tendría que
hacer es bajarme la cremallera y enseñarle la polla dolorosamente dura que
ha permanecido obstinadamente tiesa desde que la agarré por la cintura y la
levanté sobre el cuerpo inconsciente de Roger afuera de ese bar de mierda.
Pero es más fácil así. Es mejor si ella piensa que no me importa.
Porque no debería. No puedo.
—No he sentido culpa ni un puto día de mi vida —frunzo el ceño—. Pero si
los griegos te están jodiendo para intentar manipularme, eso es algo que
necesito saber.
Belle pone los ojos en blanco.
—No soy tu hija. Puedo arreglármelas sola.
De repente se me ocurre algo. Hija. Trago saliva.
— ¿Cuándo te vino la regla por última vez, Belle?
Abre la boca y luego la cierra sin decir palabra. Se aleja de mí.
—No lo sé. ¿Por qué demonios necesitas saberlo?
—Responde a la pregunta, Belle.
Veo cómo se le desvía la mirada mientras hace cuentas. Se le va el color de
la cara y sé que está pensando lo mismo que yo.
—Has estado vomitando —le digo—. Estás cansada. Emocional.
—Recién descubrí que era tu amante secreta y perdí mi trabajo —sisea—.
Por supuesto que he estado emocional.
Doy un paso adelante. Ella intenta retroceder, pero no tiene adónde ir. Tiene
la espalda pegada a la encimera, inmovilizada en una esquina.
Me detengo frente a ella, mirando hacia abajo.
—Belle —digo con voz suave, pero ella se estremece—. Estás embarazada.
—No estoy embarazada —escupe casi en un grito—. No lo estoy. Porque...
no puedo estarlo. No puedo estar embarazada, ¿vale? No lo estoy. Esto no
es lo que está pasando.
— ¿Con quién te acostaste la última vez?
Me fulminó con la mirada.
— ¿Con quién? ¿Con quién? —haciendo un gesto de estar pensando—.
¿Con quién coño crees, Nikolai?
Arqueo una ceja en respuesta, aunque tengo que juntar las manos a la
espalda para que no las vea temblar violentamente ante la idea de que otro
hombre le ponga un dedo encima.
— ¡Fue contigo! Fuiste la última persona —espeta. Cruza los brazos con
fuerza sobre el torso, casi como si pudiera ocultar la verdad con los brazos
—. Y debería haber tenido la regla hace un mes... pero me encontraba mal y
estresada, así que pensé que se me había saltado. Debe ser eso. Tal vez esto
no es nada.
—Necesitas ver a un doctor.
—Si quiero hacerlo, lo haré por mi cuenta.
La ignoro, la mente ya me da vueltas.
—Volverás conmigo y te conseguiré una cita con el mejor ginecólogo que
haya. Luego te instalaré en un buen sitio con un chef que se asegurará de
que no adelgaces más. Eso no puede ser bueno para el bebé.
— ¡Ni siquiera sabemos si hay un bebé!
—Y Elise vendrá también, obviamente. Las dos vendrán conmigo, y...
— ¡Yo no voy contigo a ningún lado! —grita Belle. Luego mira hacia el
pasillo, donde supongo que está la habitación de Elise, y se aclara la
garganta—. Me quedo aquí. No importa si estoy embarazada o no. No
quiero estar contigo. Prefiero criar a este bebé yo sola.
—Por suerte para el niño, no tienes elección en eso.
— ¡Por supuesto que sí! Este bebé es mío y...
—Este bebé es mío —gruño, acorralándola de nuevo contra la encimera.
Belle intenta alejarse de mí, pero no hay espacio. No tiene adónde ir—. Este
bebé es mío. Y mientras lo lleves dentro, tú también eres mía.
Muy tarde para hacerle creer que ella no me importa. Por otra parte, nunca
lo he hecho muy bien. Tibio no es una opción. Funciono caliente o frío.
Y cuando se trata de Belle, me quemo vivo.
40
BELLE

El cuerpo de Nikolai está apretado contra el mío. La extensión dura y plana


de sus abdominales y sus brazos como vigas de acero bien podrían ser una
jaula.
—Este bebé es mío —gruñe, sus ojos grises se encienden con una
posesividad que nunca antes había visto. —Y mientras lo lleves dentro, tú
también eres mía.
Y ahí está. El otro zapato.
Desde que apareció afuera del bar, lo he estado esperando. He estado
tratando de entender por qué él está aquí. ¿Qué ha cambiado desde Islandia?
¿Él terminará con Xena? Y si no, ¿me parece bien ser ‘la otra mujer’?
Las respuestas, respectivamente: nada, no y absolutamente no.
Así que volvamos a la pregunta original: ¿por qué diablos está aquí?
Y aquí hay una última respuesta. Está aquí por esto. Este probable ‘bebé’.
Aprieto los dientes y golpeo su pecho con los puños. Me escuecen las
manos por el contacto. También podría estar golpeando un muro de
hormigón por cómo se siente.
Pero tengo que hacer algo. Estoy harta de no hacer nada. Estoy harta de
dejar que el mundo se salga con la suya.
—Yo. No. Soy. Tuya. —grito, puntuando cada palabra con un puñetazo.
—Error, kiska —murmura—. Eres mía en todos los sentidos, en cualquier
lugar. En la tierra, en el agua, en el aire. En la cima de una montaña, eres
mía. Eres mía, Belle Dowan, y de nadie más.
Le vuelvo a dar un puñetazo porque, ¿qué demonios se supone que tengo
que decir a un pequeño discurso como ese, crecido, posesivo y que, de
alguna manera, derrite el corazón? Un puñetazo es la única respuesta lógica.
Pero, una vez más, no sirve de nada. Nikolai ni siquiera se inmuta, pero
algo en mi mano cruje desagradablemente.
— ¡Ay! —Sacudo la mano—. Mierda.
Nikolai agarra mi mano casi con ternura y me endereza el dedo con los
pulgares. Estoy tan sorprendida por la ternura que no me muevo. Me limito
a observarle, inspeccionando mi mano con sus ojos plateados.
— ¿Podrías hacer algún esfuerzo para mantenerte a salvo? —exclama—. Es
agotador hacerlo por ti.
Aparto la mano.
— ¿Quieres alejarte de mí?
Una vez más, intento apartarlo de mí, y una vez más, fallo estrepitosamente.
Mis mejillas se inflaman cuando Nikolai se inclina hacia mí. Sus labios
están a escasos centímetros de los míos.
—No. Parece que estás pegada a mí, atrapada conmigo.
—No quiero estar ‘pegada’ a ti. Por eso me fui. Te vas a casar con otra. Ve a
pegarte a Xena.
—No necesito estar pegado a ella. Ella no hace que casi la maten cada vez
que desvío la mirada un puto segundo —dice en tono sombrío—. Y aunque
lo hiciera, no me importaría.
El corazón me da un vuelco. Pero tan pronto como surge la esperanza, la
ahogo.
El bebé. Lo que le importa es el bebé y ya está. Le daría atención a
cualquier mujer que lleve su progenie Bratva. Soy como una yegua de cría,
nada más. Un medio para un fin.
—Ni siquiera sabes si estoy embarazada. Las mujeres se saltan períodos
todo el tiempo.
—Entonces chequeemos, vamos a por una respuesta definitiva.
— ¡No!
Arquea una ceja.
— ¿Por qué no?
No tengo una buena razón y él lo sabe. Vuelvo a empujarle el pecho y, por
fin, me deja un poco de espacio. Nikolai retrocede y por fin puedo respirar
hondo.
—Bien, llamaré a un médico —le digo—. Mañana por la mañana iré, o
cuando sea. Pero tienes que irte. No puedes estar aquí. O en cualquier lugar
cerca de mí. Duele demasiado.
Esas dos últimas palabras las tengo en la punta de la lengua, pero las
muerdo. No quiero que sepa lo mucho que me afecta. Incluso ahora. A
pesar de que debe ser cegadoramente obvio.
Recorrí medio mundo con él por capricho. Dejé que sus dedos hurgaran
dentro de mí en su oficina, cuando ni siquiera sabía nada de él. Está bien
establecido que Nikolai Zhukova apaga las partes racionales de mi cerebro.
Que es exactamente por lo cual necesito que él se mantenga alejado.
—No puedo protegerte bien desde lejos, Belle. Deja de hacer esto más
difícil.
— ¡La única razón por la que necesito protección es por ti, para empezar!
Así que deja de mostrar interés. Aléjate de mí y nadie me mirará dos veces.
Xena parecía pensar que Giorgos no me haría caso si yo desaparecía. Por
eso me dio los pasajes de avión. Pero ahora, Nikolai está aquí y lo arruina
todo. Xena me perdonó por casi arruinar su boda una vez. Pero ¿me
perdonará de nuevo?
Y si no es así, ¿qué está dispuesta a hacer ella para vengarse?
—La gente siempre te mirará dos veces, Belle.
De nuevo, mi corazón se aprieta, pero sé lo que realmente quiere decir.
—Sólo porque me enredé con la persona equivocada. Debo de llevar
tatuada la palabra ESTÚPIDA en la frente.
Su expresión es fría e ilegible, pero me mira como si pudiera leer cada uno
de mis pensamientos. Como si me entendiera, por dentro y por fuera. Y por
lo que sé, me entiende.
La química palpable entre nosotros siempre ha sido abrumadora, pero ahora
me siento realmente mareada. Nikolai volvió a mi vida como un tsunami y,
de repente, no sé qué hacer.
—Belle.
Dice mi nombre, pero suena lejano. Su rostro apuesto y frustrante se
arremolina en mi visión, en espiral, como un remolino. Alargo la mano
hacia él. Mi mano se aferra a su fuerte bíceps, mis uñas se clavan en su piel,
pero incluso así, la sensación es distante, etérea.
—Belle.
Incluso cuando aparecen puntos negros en los ángulos de mi visión, lucho
por mirarle. Su mano me acaricia la cara. Sus callosos pulgares me rozan
las mejillas tan suavemente que sé que tiene que ser un sueño. Se me
cierran los ojos y se me vuelven a abrir.
De repente, la niebla de mi cabeza se disipa. Se me pasa el mareo.
— ¿Qué? —Suelto en un chasquido, irritada—. Estoy bien.
Nikolai está arrodillado a mi lado. Un mechón de pelo oscuro le ha caído
sobre la frente. Nos hemos caído al suelo de algún modo, pero ahora estoy
acunada en sus brazos.
Durante un suspiro, disfruto de lo bien que me siento. En los valles de mi
cerebro resuenan palabras que nunca ha dicho ni dirá. Te tengo. Siempre te
sostendré.
Pero entonces las veo como lo que son: la fantasía de una tonta.
Me levanto y me alejo de él.
—Es que no he comido, desde hace mucho. Estoy bien.
Nikolai agarra una barra de proteínas del armario y me la pone en la mano.
—Come —me ordena.
Pongo los ojos en blanco, pero hasta yo sé que rebatirle esta vez es
estúpido. Obligo a mis manos a ser lo más firmes posible mientras abro el
envoltorio. El primer bocado sabe a tiza. El segundo sabe a ceniza. Ninguno
es fácil de tragar. Me observa todo el rato, sin apenas pestañear.
—Puedes dejar de escudriñarme. Estoy bien.
—No, no puedo. Y no, no lo estás.
Dejo caer la barra a medio comer sobre la encimera.
— ¿Y qué? ¿Vas a quedarte aquí? ¿Vigilarme? No lo creo. Tienes una vida
a la que volver. Una Bratva que dirigir, ¿recuerdas? No puedes quedarte
aquí y hacer de niñera. Esto no es Islandia. Ese viaje se acabó. Esto es la
vida real.
—Islandia era real, Belle.
Ladro una carcajada despiadada.
—Diablos no, no lo fue. Fue una gran mentira. ¿Y tú actúas como si
pudieras estar aquí conmigo? Eso también es mentira. No voy a caer en eso.
No puedes quedarte aquí. No eres bienvenido.
El mareo de hace un momento está volviendo. Mi pecho se agita y respiro
entrecortado. Me cuesta recuperar el aliento y no sé por qué.
—Solo... solo vete —suplico con voz ronca—. Lárgate.
Me responde poniéndome la palma de la mano sobre el corazón.
—Respira, Belle.
Intento apartarme de él, pero se niega a ceder.
—Relájate —dice—. Te va a dar un ataque de pánico. Respira.
Sigo sus indicaciones, inhalo y exhalo cuando me lo dice, mirándole
fijamente a sus hermosos grises ojos todo el tiempo. Y cuando por fin mi
acelerado corazón se ha calmado y no siento los pulmones como globos
hinchados en el pecho, es que retrocedo.
—Vale. Ahora, vete —digo.
—No.
Gimo.
— ¿Por qué no, Nikolai? Seguro tu mujer te dará muchos hijos. No tienes
que estar para este. Estaremos bien sin ti.
Flashes de cómo será mi vida inundan mi mente sin que me lo proponga.
Cuidar de Elise y de un bebé cuando apenas puedo cuidar de mí misma.
Cuidando cada centavo, cada bocado de comida.
Pero como apenas consigo evitar un ataque de pánico, ahora no puedo
provocar otro. Así que aparto los pensamientos lo mejor que puedo,
guardándolos para más tarde, cuando esté sola.
—Cualquiera que sea el extraño sentido de la responsabilidad que pareces
sentir, eres libre —le digo—. Te absuelvo. Regresa y olvídate de nosotros.
Yo estaré...
De repente, Nikolai se pone a mi lado. Me rodea con sus brazos, su cara
junto a la mía.
Y sé instintivamente, una verdad enfermiza pero innegable, que, si me
besara ahora, cedería. Si quisiera saciar el intenso dolor que siento desde
hace seis semanas, se lo permitiría.
Ojalá no fuera cierto. Pero hay cosas con las que no se puede razonar.
—No te atrevas a decir que estás jodidamente bien otra vez, Belle —gruñe
protectoramente—. No te atrevas.
—Déjame —protesto débilmente.
—Una y otra vez te niegas a actuar en tu propio beneficio —suspira—. No
puedo confiar en que hagas lo correcto. Así que, si tú no lo haces, lo haré
yo. Independientemente de lo que pienses.
Frunzo el ceño.
— ¿Qué significa eso?
Al instante de formular la pregunta, se abre la puerta de mi casa. Un
hombre adusto, de mediana edad y con bigote entra. Viste de negro y lleva
una jeringuilla en las manos.
—Nikolai —consigo decir antes de que el pánico me haga un nudo en la
garganta.
—Te dije que cuidaría de ti, Belle. Ahora mismo, esto es lo que hago.
El hombre entra en la cocina. Intento apartarme, pero Nikolai me sujeta con
fuerza. No tengo ninguna posibilidad.
El hombre levanta la jeringuilla. Quiero gritar, pero Nikolai atrapa mis
labios con los suyos.
Su beso es firme pero suave y, durante unos segundos, me sumerjo en la
familiaridad de su cuerpo contra el mío. Lo he echado de menos. Lo
necesitaba.
Entonces siento el pinchazo en el brazo.
— ¿Por qué? —murmuro en su boca abierta. Pero los ojos ya se me están
cerrando.
Siento una mano enorme y cálida en mi nuca.
Siento la gota de sangre que se derrama por el pliegue de mi codo.
Y luego no siento más nada.
41
BELLE

Tengo un frío glacial.


Escalofríos recorren mis miembros, un hormigueo que parece irradiar desde
mis huesos. Pero no puedo moverme. Cuando era pequeña, solía tener
parálisis del sueño como ésta. Me despertaba sin despertarme, y siempre
sabía cuándo me pasaba porque tenía mucho frío.
Así que sólo estoy durmiendo, eso es todo. Está bien. Eso le daría sentido al
sueño loco que tuve. De Roger apareciendo en lo de Tony, seguido por
Nikolai. De Nikolai llevándome a casa, la jeringa, un bebé.
Todo era un sueño.
En realidad, pensándolo bien: yo, ¿embarazada del bebé de Nikolai?
Tacha eso, todo era una pesadilla.
Como cuando era pequeña, empiezo a despertarme poco a poco. La
parálisis desaparece. Primero vuelve el sonido: aire que pasa, bocinas
lejanas, el crepitar del aire acondicionado.
Después, el movimiento. Muevo un dedo y toco el cuero frío de mi costado.
—Hola —me llama una voz masculina desde algún lugar frente a mí— ¿ya
reviviste?
Abro los ojos, parpadeando contra el diluvio de luz solar.
—Afirmativo, estás viva. Bienvenida de nuevo —dice el mismo hombre,
con una risita en el borde de su voz.
Cuando mi visión por fin se asienta, me doy cuenta de que estoy en el
asiento trasero de un coche. El hombre que me habla conduce. Estoy sola.
No hay rastro de Nikolai ni de la persona que me inyectó... ¿Qué demonios
me inyectaron? Intento preguntar, pero las palabras salen confusas.
—Todavía se te está pasando el efecto del sedante —explica el hombre al
ver mi confusión por el retrovisor—. Nikolai me dijo que te dijera que te
relajaras. Estás a salvo.
¡Para él es fácil decirlo! Intento gritar. En realidad, suena más como ‘Pa-
fa-de’.
Nos detenemos en un cruce y el hombre se vuelve para observarme. Por fin
le reconozco, de la noche en que me caí por las escaleras de Zhukova
Incorporated. Era el hombre con el que Nikolai hablaba en su despacho.
—Arslan —dice a modo de presentación, moviendo los dedos en un gesto
pícaro—. Considerando toda la mierda por la que has hecho pasar a mi jefe,
me sorprende que aún no nos conozcamos oficialmente.
Me aclaro la garganta y me paso la lengua por los labios antes de intentar
hablar de nuevo. Esta vez mis labios colaboran un poco más.
—¿Toda la mierda que yo le he hecho pasar? —ronco—. Más bien la
mierda que él...
Arslan sonríe.
—Llevas despierta dos minutos y ya estás discutiendo. No me extraña que
tuviera que drogarte.
—¡No necesitaba drogarme! Sólo necesitaba... dejarme en paz. ¿Qué
demonios está pasando? —espeto. Agarro el cinturón de seguridad que me
cruza el pecho, de repente ansiosa por liberarme de todo lo que me retiene.
—Yo que tú me lo dejaría puesto. El tráfico en la ciudad es una mierda, y
estoy intentando cumplir el horario. Sigues somnolienta.
—¿La ciudad?
Arslan sonríe.
—Bienvenida de nuevo a la Gran Manzana, nena.
Miro por la ventana. Edificios de acero apretándose contra la calle. Hordas
de gente correteando por las aceras. Veo la entrada de una estación de metro
y siento que se me oprime el pecho.
—¿Cómo he...? ¿Dónde está...? ¿Qué ha...? —intento, pero todas las
preguntas se desvanecen antes de que pueda terminarlas.
—Mierda —dice Arslan—, no soy bueno en esto. Malos modales, me han
dicho. Más de una vez. Pero, hm, veamos, empieza por lo básico... Estás
bien, ¿vale? Yo no voy a hacerte daño. Nadie lo hará. Estás aquí porque
Nikolai estaba preocupado.
Yo estoy aquí. En Nueva York. Estoy aquí. ¿Y dónde está...?
—Mi hermana —jadeo—. ¿Dónde está Elise?
—En otro coche. Ella también está bien. Pero Nikolai no quería que te viera
tan colocada. Quería darte la oportunidad de despertarte y calmarte.
La rabia me recorre.
—¿Quiere que me calme? ¿Después de secuestrarme? ¿Está delirando?
—¿Qué puedo decir? Él es un encanto.
Arslan se ríe, pero nada de esto tiene gracia.
—¿Qué planea hacer conmigo? ¿Encerrarme porque no fui al médico?
Me mira por el retrovisor mientras reanudamos la marcha.
—No deberías bromear con esas cosas.
Un pavor helado me recorre la espalda. La última vez que estuve aquí, tenía
cierto nivel de protección. Un jefe, compañeros de trabajo, etcétera. Si
desaparezco ahora, Tony ni siquiera me llamará al móvil para ver por qué
he perdido un turno. Me reemplazará en dos minutos y seguirá su camino.
Prácticamente puedo oírlo en mi cabeza ahora: Las camareras muertas son
malos para el negocio.
—¿De verdad me va a encerrar?
Arslan se encoge de hombros.
—No si cooperas. Pero él está realmente preocupado por ti.
Resoplo.
—Sí, claro. Si estuviera preocupado, no me habría drogado.
—Créeme, conozco a Nikolai. Drogarte es en realidad una buena señal. Es
mucho mejor que estar muerto, ¿no crees? Eso es lo que le pasa a la gente
que a él no le importa.
Tiemblo involuntariamente y de repente me doy cuenta del frío que tengo.
—¿Por qué hace tanto frío aquí?
—Oh —Arslan señala el aire acondicionado—. Tuviste una ligera subida de
temperatura cuando te bajaron del avión. Nikolai quería asegurarse de que
estarías fresca.
—Bueno, ahora me estoy congelando. Sube la calefacción. Por favor.
Arslan duda antes de manipular los controles del aire.
—Bien. Solo un poco. Pero como ya he dicho dos veces, Nikolai está
preocupado por ti. Está nervioso. No voy a arrojarme al fuego por ti ni por
nadie.
—¿Así que tú haces lo que él dice? ¿Sigues ciegamente sus órdenes?
Sonríe.
—¿Es esta una de esas preguntas del tipo: ‘Si Nikolai se arrojara por un
acantilado, ¿lo seguirías?’, no es así?
—Bueno, ¿y lo harías?
Arslan ni siquiera se lo piensa.
—Sí. Absolutamente.
—¿Hablas en serio?
—Mortalmente —dice.
—¿Pero por qué?
Esta vez, cuando sus ojos se cruzan con los míos en el espejo, desaparece
todo rastro de humor. Realmente habla muy en serio.
—Porque nunca he visto a Nikolai hacer algo sin una buena razón. Es la
única razón por la que me arriesgo a que toda la ira de la mafia griega caiga
sobre mí transportando a su amante secreta embarazada a su casa. Porque, a
pesar de todo, confío en él.
—Ojalá yo tuviera tu confianza —refunfuño—. Y aún no sabemos si estoy
embarazada.
—Eso es otra cosa —dice Arslan—. Lo conozco de toda la vida. Crecimos
juntos en el círculo íntimo del infierno y luchamos por la Bratva codo con
codo durante años. Nunca se equivoca.
Siento náuseas en el estómago. Cruzo los brazos alrededor de mi abdomen
como si eso fuera a hacer desaparecer todo esto.
Pero no me atrevo a desear no estar embarazada. Incluso mientras pienso en
lo difícil que será todo, siento un aleteo de emoción en el pecho. El yunque
que se cernía sobre mi cabeza cada día antes de empezar mi turno en Tony’s
ha desaparecido.
—Si quieres mi consejo... —empieza Arslan.
—No, no lo quiero.
Continúa de todos modos.
—Confía en él. Aunque aún no lo sientas, confía en él. Se lo ganará.
—Sí, no gracias. Seguiré odiándole.
Se ríe.
—Tú no lo odias.
—¿Cómo demonios puedes tú saberlo?
Vuelve a mirarme al espejo, con una ceja levantada.
—Porque a veces yo también tengo razón. Y sé cómo es el odio. ¿Esta cosa
entre tú y Nikolai? No es eso, cariño.
El brusco viaje en coche y la sesión de terapia gratis de Arslan me están
provocando náuseas, así que inclino la cabeza hacia atrás e intento
relajarme. Al final, intentaré luchar y salir de aquí con Elise.
Pero ahora mismo, no hay nada que hacer salvo esperar.
42
NIKOLAI

Veo por la ventanilla delantera cómo Belle sale del coche y corre hacia
Elise. Envuelve a su hermanita en un abrazo como si pensara que no
volvería a verla.
Como si yo fuera capaz de hacer daño a una niña inocente.
—¿Estás bien? —pregunta Belle, pasándole las manos por el pelo a Elise.
Puedo leer los labios de Belle, pero Elise está de espaldas a mí. Por la forma
en que saluda a su hermana, supongo que le está contando lo bonito que fue
el avión privado y que ya se ha instalado en una habitación de invitados tan
bonita que no tiene nada que envidiar a la suite de Islandia.
Aun así, Belle la atrae para darle otro largo y desesperado abrazo. Hunde la
cara en el pelo rubio fresa de su hermana como si fuera la última vez.
Después de otro minuto, me alejo de la ventana y me apoyo en el marco de
la puerta. Desde aquí oigo perfectamente a Belle.
—Lo siento mucho. Todo esto ha sido un desastre. No puedo creer que te
haya arrastrado a… lo que sea esto. Deberías estar en casa, no
deambulando...
—Me gusta viajar —dice Elise—. Además, viajar es una especie de
educación, ¿no?
Belle arquea una ceja.
—Eso suena a algo que diría Nikolai.
—Eso es porque lo hice.
Al oír mi voz, Belle vuelve la vista a la casa. Todo su cuerpo se pone rígido.
Paso un segundo admirando cada curva. Memorizándola, saboreándola.
Entonces su labio superior se curva en una mueca.
Sacudo la cabeza y digo en voz baja:
—No quieres tener esta conversación aquí.
—¡Claro que lo haré!
Levanto la barbilla hacia su hermana para recordárselo.
—¿Estás segura?
Belle se da cuenta. Oculta la rabia durante un segundo y luego vuelve con
fuerza. Vuelve a abrir la boca, pero antes de que pueda decir nada, la tomo
del brazo y la arrastro hacia la puerta principal.
—Oye —grita—. Suéltame.
La ignoro, paso al interior de la casa y la arrastro por el pasillo, mientras
intenta clavar los talones en el suelo de madera.
Giro hacia una puerta a la derecha. Percibo el momento en que su rabia se
convierte en pánico. Sus músculos se tensan y gime.
—No… no me encierres.
Abro la puerta y la empujo dentro antes de seguirla y cerrar la puerta tras
nosotros.
Belle mira a su alrededor, parpadeando.
—¿Me encerrarás en una biblioteca?
—Voy a hablar contigo en una biblioteca —corrijo—. Si la charla va mal,
volveremos a encerrarte.
Durante unos segundos, se queda hipnotizada por las estanterías del suelo al
techo que rodean la habitación. Todas están repletas de libros, miles de
ellos.
Cuando me mira, es como si volviera a la realidad. La fría y dura realidad.
El asombro desaparece de su rostro.
—Me has drogado.
—Me has cabreado.
Cruza los brazos sobre el pecho.
— ¿Eso es todo? ¿Yo te cabreo y tú me sedas?
—Si eso fuera cierto, te habría sedado desde el momento en que nos
conocimos.
Sus ojos color avellana ahora son verdes. Son prácticamente nucleares de
furia.
—No puedes controlar mi vida. No estoy en tu Bratva. No soy... no soy
Arslan.
Estoy tan sorprendido que suelto una carcajada.
—Gracias, joder. Serías un terrible segundo al mando.
—Vete a la mierda.
—¿De verdad te has ofendido?
Se cruza de brazos y se acerca a mí.
—No soy tan inútil como pareces creer.
—Discutible —replico—. Nos pasamos todo el tiempo peleándonos o
follando.
Se queda con la boca abierta. Veo cómo el rubor le sube por el pecho hasta
las mejillas.
—Eso no es cierto —susurra.
Recorto la distancia que nos separa de una sola zancada.
—Eso es lo que hacemos, Belle. Nos peleamos, follamos y lo volvemos a
hacer. A menudo al mismo tiempo.
—Sólo porque tú nunca dejas de discutir —suelta ella—. ¡Nunca!
—Y eso lo dice la mujer que ni siquiera quiere estar aquí, pero que sigue
discutiendo sobre su lugar imaginario en la jerarquía de la Bratva.
Belle enrojece.
—Sólo estoy aquí porque me drogaste y me secuestraste. Si estás cansado
de mí, envíame de vuelta a casa.
—¿Para qué te mueras de hambre? ¿O te desmayes y te caigas por las
escaleras? ¿O para que seas atacada en un callejón por tu antiguo jefe? —
Sacudo la cabeza—. No, princesa, creo que te mantendré aquí.
Belle me agarra de la camisa e intenta ponerme a su altura, pero no me
muevo. Resoplando, se pone de puntillas.
—No eres responsable de mí. Llevo toda la vida cuidando sola de mí
misma. Nunca he tenido a nadie que me cuidara.
—Ah, ahí está.
—¿Qué? —espeta dudosa.
—La razón por la que eres tan mala reconociendo cuando alguien cuida de
ti. Porque nadie lo ha hecho antes.
Tiene la mandíbula desencajada y los ojos entrecerrados.
—¿Es eso lo que estás haciendo?
Niego con la cabeza.
—No he conocido a nadie más testarudo en mi vida.
—¿En serio? ¿no te conoces a ti acaso?
No sonríe, pero hay diversión en sus ojos.
—Touché —acepto.
Su puño se abre lentamente. Su mano se apoya en mi pecho y suelta un
largo suspiro.
—Estoy cansada de luchar, Nikolai.
—Me alegra oírlo —susurro. Con un movimiento brusco, la cojo en brazos
y la aprieto contra las estanterías—. Entonces, ya es hora de follar.
Abre la boca para decir algo, pero atrapo sus labios con los míos. Al
instante, se ablanda en mis brazos. Tras un momento de forcejeo, me
devuelve el beso y arquea su cuerpo hacia mí.
Aún quedan restos de rabia. Me araña los hombros y me clava los talones
de los pies en la espalda. Es como hacer el amor con violencia.
Deslizo la boca por su mandíbula y bajo por su cuello. Noto el latido de su
pulso contra mis labios.
—Esto no significa que te perdone —jadea, rozándome el cuello con las
uñas.
Meto mi mano entre los dos para desabrocharle los vaqueros.
—Nunca me he disculpado —le recuerdo, deslizando la mano bajo el suave
tejido de sus bragas. Arqueo una ceja—. Y parece que no hace falta. Ya
estás empapada.
—Cállate —dice justo antes de agarrarme la cara con las dos manos y
volver a besarme.
Me mete la lengua en la boca y yo le meto un dedo en su raja. Se contrae y
luego se relaja mientras se adapta a mí. Cuando subo el pulgar y rodeo su
clítoris, aparta la boca y jadea.
—¿Ves lo bueno que puede ser? —susurro, añadiendo un segundo dedo a su
cálido calor—. Tú y yo…
—¿Y tú futura esposa?
Enrosco mis dedos dentro de ella. Es un milagro verla derretirse. Ver cómo
la mocosa testaruda y temeraria se entrega a mis manos.
—Olvídala —le digo—. Ella está terminada. Se acabó.
Belle abre los ojos de golpe.
—¿Qué quieres decir?
—Se acabó —repito—. La boda se cancela.
Belle estudia cada centímetro de mi cara, buscando la verdad. Pero es
exactamente lo que acabo de decirle.
Y después de un largo momento, ella lo reconoce.
Entonces me baja la cremallera y envuelve mi pene palpitante con su suave
mano.
—Fóllame —susurra.
No tiene que pedírmelo dos veces. Le arranco los vaqueros de las piernas y
me aprieto contra su abertura. Luego le agarro la mandíbula con una mano
para que me mire a mí y sólo a mí.
—Mírame cuando me entierre en ti, princesa. Quiero ver la expresión de tu
cara. Quiero que veas la mía.
Lo único que ella puede hacer es gemir y asentir.
La presiono, enterrándome en ella. Una pulgada, tres pulgadas, seis, ocho,
todo de mí.
—Buena chica —susurro, todavía manteniendo su cara apretada en mi
agarre—. Toma todo de mí como una buena chica.
Se muerde el labio, aunque sigue acatando mis órdenes y mantiene sus ojos
clavados en los míos. Sus piernas me rodean por la cintura hasta que se la
meto hasta el fondo.
Hay un momento que me gustaría que durara para siempre. Cuando estoy
completamente dentro de ella. Cuando sus ojos son de un verde fundido y
brillan de lujuria. Cuando cada célula de mí vibra con lo mucho que deseo a
esta exasperante mujer.
Ese instante queda suspendido en el aire, como una estrella fugaz.
Luego cae a tierra.
Empiezo a follármela, duro e implacable. Cada embestida arranca otro roto
gemido de sus dulces labios. Atrapo su pezón con la boca y lo muerdo. Ella
me araña los hombros. Nos arrancamos dolor y placer a partes iguales.
Las estanterías tiemblan con la fuerza de nuestra follada. Le agarro los
muslos con tanta fuerza que sé que no tardará en tener diez oscuros
moratones en la piel.
Me gusta saber que la he marcado. Me gusta saber que la he marcado como
mía.
—Voy a correrme —gime Belle. Se aprieta contra mi cuerpo mientras la
lleno, y necesito todas mis fuerzas para contener mi propia eyaculación.
Ella estalla como una presa. El sonido que sale de su boca es nuevo y
familiar al mismo tiempo. Joder, ¿ver a esta mujer correrse en mi polla no
será lo más sexy que alguna vez he experimentado?
Iría a la guerra por ella ahora mismo.
Mataría por ella ahora mismo.
Aprieto los dientes y me contengo, ignorando el fuego que ruge en mi
propio vientre. Aún no he terminado con ella. Ni mucho menos.
En cuanto su respiración frenética y agitada empieza a calmarse, salgo de
ella, la hago girar y le pongo las manos sobre la repisa. Ella obedece
instintivamente, empujando sus caderas hacia atrás para que la penetre de
nuevo. Está goteando.
—Estás tan apretada —gruño en su oído—. Podría correrme así.
Ella arquea la columna y esa cascada de pelo oscuro se derrama por su
espalda.
—Entonces hazlo.
—No hasta que tu vuelvas a hacerlo para mí.
Busco su clítoris con una mano. La otra mano permanece pegada a su
cadera para poder ensartarla en mi polla una y otra vez, y otra y otra. Yo
sudo, ella gotea, los dos jadeamos sin piedad. Pero sé lo que significa el
tono creciente de sus gemidos.
—Córrete para mí de nuevo —le ordeno—. Hazlo ahora.
Casi como si esperara mi permiso, se suelta. Si el primero fue repentino y
violento, éste es más suave, aunque más fuerte al final. Sigo penetrándola
mientras el orgasmo la consume desde los pies, que tiemblan, por sus
muslos, que también tiemblan, hasta los dedos de sus manos, que bailan
sobre la estantería como si la estuvieran electrocutando.
Está cayendo, cayendo, cayendo.
Y esta vez, yo me dejo caer con ella.
Nunca me había corrido tan fuerte en mi vida como en este momento.
Siento como si saliera de mi puta alma y me arrancara con furia. Arde a
medida que avanza.
Cuando por fin se va, estoy exhausto.
Lentamente, salgo de Belle y doy un paso atrás. Ella se gira con la misma
lentitud y me mira con recelo. Tiene una mano apoyada en la estantería,
como si fuera a caerse sin apoyo.
Lo veo escrito en su cara: lo necesitaba. Lo quería. Me echaba de menos.
Y ahora quiere que yo le diga lo mismo.
Podría hacerlo. Esas cuatro pequeñas palabras: Yo también te extrañé. Sería
tan sencillo. El polo opuesto de los antagónicos cabezazos que han sido la
base de nuestro ‘como se llame esto’ desde que nos conocimos.
Abro la boca para decirle exactamente eso.
Pero lo que sale es:
—Vístete.
Se le cae la cara de vergüenza.
—Nikolai...
—Tengo trabajo que hacer —digo, me doy la vuelta y me subo la
cremallera—. Arslan puede acompañarte a tu habitación y...
—¿Qué es esto? —exige ella—. Entre nosotros, ¿qué es esto? ¿Dónde
estamos?
—Estamos aquí mismo, joder, Belle. Vine y te busqué. Te traje a mi casa.
—¿Y si no estuviera embarazada?
Las preguntas subyacentes no son exactamente sutiles. Bien podría estar
gritándomelas en la cara. Sin este bebé, ¿todavía me querrías?
¿Seguiríamos aquí?
Por segunda vez en algunos minutos, la oportunidad de arreglar todo esto
está ahí para ser aprovechada. Hazlo, cabrón, gruñe una voz en mi cabeza.
No seas tan cobarde. Dile lo que ella significa para ti.
Pero por segunda vez en otros tantos minutos, no lo hago.
Su rostro se ilumina de dolor.
—Me debes una respuesta.
—No te debo una mierda.
—¡Me secuestraste!
—Y me rogaste que te cogiera. Ya has perdido la superioridad moral.
Ella inhala bruscamente.
—¿Es eso lo que es? ¿Estás probando que todo lo que has hecho está bien
porque yo... porque yo me siento atraída por ti? ¡¿Siquiera te oyes a ti
mismo?!
—No tengo nada que demostrarle a nadie. Y menos a ti.
Parpadea, con la boca en una línea firme y enfadada. Le doy la espalda.
—Vístete y ve a tu habitación —gruño por encima del hombro—. Tengo
trabajo que hacer.
—¿D coño estás, Zhukova? —grita Giorgos al teléfono.
Estoy en mi despacho con la puerta cerrada. He oído a Belle cerrar la puerta
de su habitación hace veinte minutos y no he vuelto a saber nada de ella.
—No estoy en la iglesia —respondo sombrío—. Eso es todo lo que
necesitas saber.
—Hemos estado buscándote desde que desapareciste anoche —dice—. No
puedes tratar a mi hermana como...
—Puedo hacer lo que quiera —digo con calma—. Por eso voy a cancelar la
boda.
Se hace el silencio al otro lado de la línea.
—No voy a entregar mi vida a tu hermana bajo ningún trato. La boda se
cancela.
Resopla.
—¿Es la zorra de antes? ¿Cómo es que se llamaba? A Xena no le gustará
esto.
—Esto no se trata de nadie más que de mí. No quiero casarme con tu
hermana. Nunca quise.
—¿Vas a echar abajo todo nuestro trato por una perra? —Giorgos se burla
—. Nunca pensé que fueras tan débil.
—Guarda tú insulto para cuando estés listo para morir —gruño—. Puedo
acabar contigo si quiero, Giorgos. Mi amenaza sigue en pie. Si te vuelves
contra mí, te mataré mucho antes de que tengas la oportunidad de cosechar
los beneficios.
—No soy yo quien debería preocuparte —suspira Giorgos—. Vigila tu
espalda, Nikolai. Estás avisado.
La línea se corta.
43
BELLE

Apago el despertador antes de que suene. Es de madrugada, pero llevo


horas despierta.
En casa, apenas podía mantener los ojos abiertos el tiempo suficiente para
conducir hasta casa y meterme en la cama después del turno en el bar.
Ahora, estoy alerta. Cada vez que recuerdo que estoy en casa de Nikolai, es
una descarga de adrenalina directa a mis venas.
Pero no estaré aquí por mucho más tiempo.
Salgo de la cama, meto el móvil y una muda de ropa en el bolso y atravieso
el pasillo hasta la habitación de Elise. La puerta no está cerrada. La abro de
un empujón y me adentro en la oscuridad.
—¿Belle?
Veo a Elise en la cama, con la cara iluminada por la pantalla del móvil. No
sé por qué me sorprende.
—¿Por qué sigues despierta?
—¿Por qué merodeas por mi habitación como un fantasma? —replica.
—Es bastante justo —suspiro—. Pero es porque tenemos que estar calladas.
Hace una pausa en la pantalla y se acerca para encender la lámpara. La
detengo antes de que lo haga.
—No. Nada de luces. Nadie puede saber que estamos despiertas.
—¿Belle? —susurra nerviosa—. ¿Qué pasa?
—Nos vamos.
—Pero... acabamos de llegar.
—No importa.
Rebusco en los cajones de su habitación y meto todo lo que puedo en el
bolso. Nikolai le ha comprado ropa nueva y quiero llevarme todo lo que
pueda. Sabe Dios de dónde vendrá mi próxima paga.
—Necesitamos salir de aquí —le digo.
—Pero... pero... —gimotea—. No te enfades, ¿vale? Pero fui yo quien
llamó a Nikolai. Le dije que viniera a buscarnos. Yo soy la razón por la que
estamos aquí.
—Lo sé.
Elise duda.
—¿Lo sabes?
Asiento con la cabeza.
—Si. Nikolai me lo dijo la noche que apareció. Dijo que temías por mí.
—Lo hice. Lo hago —dice.
—Y lo siento por eso. Debería haberme cuidado mejor. Sólo estaba...
—¿Con el corazón roto?
La miro por encima del hombro, enarcando una ceja.
—¿Me has visto llorando y comiéndome tarrinas enteras de helado?
Elise pone los ojos en blanco.
—Así es como llora la gente en las películas. Nosotros no hacemos eso. No
en nuestra familia. Simplemente... seguimos adelante.
Su tímida voz me rompe el corazón. Elise ha pasado por demasiadas cosas
en su corta vida. Ambas lo hemos hecho. Desde el primer día, hemos estado
de luto.
De luto por los padres que perdimos.
De luto por la madre que tuvimos.
Lamentando la protección que tanto necesitábamos y que nunca nos dieron.
Pero si depende de mí, Elise no tendrá que llorar por nada nunca más. Por
eso tengo que sacarla de aquí. Es por eso que lo que pasó con Nikolai en la
biblioteca no puede hacerme cambiar de opinión.
Al final del día, no importa lo que haya entre nosotros, nada significa más
para mí que proteger a mi hermana.
—Y ahora tenemos que seguir adelante —le digo, tratando de transmitir el
mayor significado de ferocidad con el menor número de palabras posible—.
Hago todo lo que puedo para mantenerte a salvo. Te pido que confíes en mí.
Elise se muerde el labio inferior.
—Sé que Nikolai nos ha dado... bueno, todo —lo admito—. Pero créeme:
hay más cosas que no sabes. Cosas que no puedo contarte.
Si Elise se niega a venir conmigo, no estoy seguro de lo que haré. A
diferencia de Nikolai, no tengo un médico Bratva y una jeringa llena de
sedante en mis maletas. No puedo noquearla.
Incluso si pudiera, es demasiado pesada para cargarla. Y si ella se pone a
patalear y a gritar, Nikolai estará sobre nosotros antes de que la puerta esté
siquiera abierta. Necesito que acepte venir conmigo, pero intento ocultar mi
desesperación.
Finalmente, Elise asiente.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? —digo aliviada.
—Sí —dice—. Eres mi hermana, B. Claro que confío en ti. Pero... tienes
que prometerme que irás al médico cuando volvamos. Yo te necesito.
Se me llenan los ojos de lágrimas. Asiento con la cabeza.
—Trato hecho. Lo haré. Definitivamente.
Elise se pone un par de zapatos y se guarda el teléfono y un pisapapeles de
cristal de la estantería.
—Podemos empeñarlo por algo de dinero —explica cuando la miro
interrogante.
Le hago un gesto con las dos manos.
—No quiero ni saber de dónde ni por qué se te ha ocurrido esa idea.
—¿Debo devolverlo?
Sacudo la cabeza.
—No, está bien. Él tiene más dinero que Dios. No echará de menos unas
chucherías de poco valor. Pero esta es la única vez que perdonaré un robo.
¿Me escuchas?
—Te escucho, mamá.
Hace unas semanas, me volvía loca que Elise me llamara sarcásticamente
‘mamá’. Pero ahora, lo veo como el cumplido que es. Es una pequeña
muestra de amor. Una que lleva años intentando brindarme sin éxito.
Lo acepto.
Le agarro la mano mientras salimos en silencio de la habitación de Elise y
entramos en el pasillo. Para mi sorpresa, me deja cogerla.
Por el camino, cogemos un plato de baratijas de aspecto antiguo, algo de
cristalería de un carrito de bar y un abrecartas dorado opulento de una mesa
del pasillo. Si encontramos pronto una casa de empeños, nos bastará para
alquilar un coche.
Estamos en el pasillo de atrás, en dirección a la parte trasera de la casa,
donde he visto una puerta que da al patio trasero, cuando oigo movimiento.
—Silencio —le susurro a Elise de puntillas, doblando una esquina hacia el
patio trasero.
Abro la puerta lo más silenciosamente que puedo y hago salir a Elise.
Luego dejo la puerta entreabierta para evitar el ruido al cerrarla. En cuanto
llegamos a la esquina de la casa, yo le agarro el brazo y tiro de ella para que
se detenga.
—Sígueme la corriente, ¿vale?
Ella asiente.
—Pase lo que pase —continúo—, no importa quién aparezca ni lo que diga,
tú quédate callada y sígueme la corriente.
—¿Tienes algo planeado o…?
—Prométeme que solo escucharás —interrumpo—. ¿Preparada?
Vuelve a asentir y nos movemos por el lateral de la casa hacia la calle
principal. Al parecer, si salimos por la entrada y seguimos andando, nos
encontraremos con Prospect Park. Eso es lo que me han dicho. Allí es
donde se reunirán con nosotros.
Nos pegamos al paisaje a lo largo de los lados del camino de entrada,
moviéndonos de árbol en árbol, haciendo todo lo posible para mezclarnos
en las sombras. Cuando cruzamos la calle y llegamos a la mediana
arbolada, me siento prudentemente optimista.
Entonces un coche se detiene a nuestro lado y las puertas se abren de golpe.
Un hombre con una cazadora negra y el pelo oscuro y ondulado sale del
asiento del copiloto mientras otro hombre se queda al volante. Señala con el
pulgar el asiento trasero.
—Sube.
Elise me agarra por detrás de la camisa e intenta apartarme.
—No pasa nada —la tranquilizo, aunque se supone que esto no tenía que
ocurrir así. Aún estamos demasiado cerca de la casa de Nikolai. Él podría
vernos.
Me vuelvo hacia el hombre.
—¿Quién eres?
—No importa quién soy yo —dice—. Lo que importa es quién eres tú.
Belle Dowan, ¿no?
Elise jadea detrás de mí.
—¿Cómo sabe quién eres? ¿Qué está pasando?
La ignoro y asiento con la cabeza.
—Sí, esa soy yo.
—Suban.
—No —digo, enderezando la columna. Intento mantener la voz firme y
fuerte. Elise necesita algo en lo que apoyarse. Tengo tantas, tantas ganas de
ser ese algo.
El pasajero sale y se acerca a la parte trasera del coche. Es, por una cabeza,
más alto que yo y me agarra el bolso.
—Suban, chicas. No hagan esto más difícil de lo que tiene que ser.
Elise respira agitadamente detrás de mí.
—¿Belle?
Quiero abrazarla, pero tengo que concentrarme. Esto no es exactamente
como pensaba, pero puedo improvisar. Pero si vamos a hacer esto
directamente frente a la casa de Nikolai, tenemos que movernos más rápido.
—No vamos a subirnos a su coche así sin más —digo, interpretando mi
papel además de recordar a estos hombres cuál es su trabajo—. Se supone
que los secuestradores no deben preguntar amablemente, y las cámaras
están mirando, así que tienen que leer bien sus líneas.
El hombre alto sonríe.
—Entonces te meteré dentro.
Me agarra del brazo y tira de mí hacia el coche. Elise grita y me agarra del
otro brazo. Meto la mano en la manga de su jersey. No puede huir. Tiene
que quedarse conmigo. Para que esto funcione, tiene que quedarse...
Un disparo resuena en la calle oscura.
El corazón se me sube a la garganta. Me doy la vuelta justo cuando el
hombre a mi lado cae al suelo...
Con un enorme agujero en el costado de su cabeza.
Antes de que pueda procesarlo, suena otro disparo. El conductor se
desploma, golpeándose la barbilla contra la parte superior de la puerta del
coche antes de desplomarse de nuevo en el asiento delantero. Tan muerto
como el primero.
—¡Dios mío! —grita Elise. Me agarra del brazo y me aparta.
Esta vez la acompaño. Estoy demasiado aturdida para discutir. Nada de esto
tenía que haber pasado.
—¿Quién ha sido? —susurro, mirando a mi alrededor.
Aunque ya lo sé.
Me vuelvo hacia la casa de Nikolai justo cuando él baja de la acera. Tiene la
pistola en alto y preparada. Cuando se asegura de que los dos únicos
hombres del coche están muertos y no hay nadie más cerca, la baja. Su
expresión es sorprendentemente neutral, teniendo en cuenta que acaba de
matar a dos personas.
—¿Estás bien? —pregunta—. ¿Te han hecho daño?
Elise corre a esconderse detrás de él.
—No, no estoy bien, joder. ¿Qué coño está pasando?
Mi hermana menor solloza. Apenas puedo moverme. Apenas puedo pensar.
Apenas puedo respirar.
Un segundo después, Arslan camina hacia la escena.
—Otra vez toca limpieza —refunfuña—. Mi favorito.
Su voz está cargada de sarcasmo, pero sorprendentemente carente de
conmoción y horror. Quizás porque no está ni conmocionado ni
horrorizado. Esto es normal para él. Para los dos.
—Tenemos que llamar a la policía, ¿no? —pregunta Elise. Me mira a mí y
luego a Nikolai—. Esos tipos. Están...
—Ya están muertos —termina Nikolai—. Iban a hacerte daño y yo se los
impedí. No creo que la policía pueda hacer nada.
Ella parpadea. Asiento con la cabeza. Hay demasiado que explicar.
Demasiadas cosas que no le he contado. Será más fácil si escucha a Nikolai.
—Síganme —gruñe.
Elise está pegada a Nikolai como pegamento. En su mente, él acaba de
salvarle la vida. Pero me quedo atrás, y Nikolai se da cuenta.
—Muévete rápido —ladra—. Tenemos que entrar antes de que nos vean.
Lo seguimos hasta la casa, subimos por el camino de entrada y entramos
por la puerta principal.
¿Cuánto tiempo nos estuvo observando? ¿Nos estuvo mirando todo el
tiempo que salimos a hurtadillas de su casa? Puede que incluso se riera
mientras nos escabullíamos entre el follaje. Me lo imagino, con la cara
iluminada por las pantallas de seguridad, riéndose mientras nos arrastramos
como idiotas al mejor estilo de la Pantera Rosa.
Todo esto era tan estúpido, ¿no?
Dentro, Nikolai me empuja hacia Elise.
—Llévala a la cama y reúnete conmigo aquí.
Empiezo a acompañar a Elise hacia su habitación, pero ella me sacude.
—No. Habla. Haz lo que tengas que hacer. Yo estoy bien.
Le aprieto el brazo.
—Lo que acabas de ver no está bien. Estás en shock.
—Tal vez. Pero estoy bien. Hablaremos por la mañana.
Anonadada, se arrastra por el pasillo y entra en su habitación. En cuanto
cierra la puerta, giro hacia Nikolai.
—Mataste a dos personas. ¡Delante de ella! ¿Qué coño te pasa?
—¿Qué te pasa a ti? —ruge, y se cierne sobre mí como un volcán atronador,
a punto de estallar—. Después de todo lo que hablamos, después de todo lo
que hice para traerte aquí y mantenerte a salvo, te das la vuelta y te lanzas a
la línea de fuego. ¿Por qué?
—¡Tú nos pusiste en la línea de fuego!
—Porque la mafia griega estaba a punto de convertirlas en rehenes para
chantajearme. O peor: iban a deshacerse de ustedes.
Sacudo la cabeza.
—No sabes quiénes eran. Ni lo que iban a hacer.
—Eso es lo que hacen con los problemas, Belle. Y tú eres un puto y enorme
problema. Sé lo que te digo.
Me pica la mano para pegarle, pero sé que no servirá de nada. Es de acero y
piedra de la cabeza a los pies, de la piel al alma.
—¡Entonces déjanos ir! Todo lo que haces es quejarte de los problemas que
doy. ¿Por qué te sometes a eso?
—No me someto a nada —sisea—. Tú me sometes a eso. Tú también te
sometes a eso. Y sometes a Elise.
—¡Intentaba ser libre!
Resopla.
—¿Libre? ¿De esta lujosa y segura mansión en la que te he atrapado? Sí,
estoy seguro de que todo el mundo será tan comprensivo con su difícil
situación.
—Una jaula, aunque sea dorada sigue siendo una jaula.
No hay duda: así sería la vida con Nikolai. Tendría una casa preciosa y todo
lo que pudiera desear: viajes maravillosos, vestidos preciosos, tiempo y
material para dibujar y diseñar.
Pero no tendría lo único que importa.
Y vivir tan cerca de Nikolai, pero no poder tener todo de él... sería el peor
tipo de prisión. Como encadenar a una mujer hambrienta fuera del alcance
de un delicioso buffet.
—¿Tengo que recordarte que la única razón por la que estás aquí es porque
te negaste a cuidar de ti misma? —suelta—. He volado a Oklahoma City.
Vine a tu casa para intentar ayudarte. Podría haber enviado a Arslan a
recogerte y arrastrarte hasta mí si eso hubiera querido.
—¿Qué hacemos entonces? —pregunto, ahogando un sollozo—. ¿Por qué
te molestas en traerme aquí o en venir a mi casa? Parece que los dos nos
sentimos desgraciados.
—Porque haría cualquier cosa para proteger a alguien a quien quiero.
No soy tonta. Es el bebé. Está hablando del bebé.
Se me estruja el corazón, pero el dolor no me deja sin aliento como
esperaba. Supongo que me estoy acostumbrando a la indiferencia de
Nikolai. Quizá algún día no me duela nada.
Pero ese día no es hoy.
—Te mentí —suelto—. Cuando me preguntaste con quién me había
acostado desde la última vez que te vi, mentí.
—¿En serio? —inquiere y su voz suena como una amenaza.
—Sí. He tenido mucho sexo. Mucho. Con clientes habituales del bar. Con
Roger. Y también con Tony.
Escalofríos recorren mi espina dorsal ante la idea de tocar a cualquiera de
esos cabrones sudorosos y empapados en alcohol. Aprieto las muelas para
que Nikolai no se dé cuenta.
—Genial. ¿Qué quieres decir?
—Es probable que el bebé ni siquiera sea tuyo. El padre podría ser
cualquiera. Ni siquiera sé de quién. Así que toda esta charla sobre la
responsabilidad y el cuidado de la gente a la que quieres... —agito la mano
desdeñosamente—. Puedes olvidarte de eso. Si solo me retienes aquí por el
amor que sientes por tu hijo, bueno, deberías saber que podrías estar
haciendo todo esto por el bebé de Tony. ¿Quién sabe?
—Nunca he dicho que estuviera haciendo esto por el bebé —escupe.
Frunzo el ceño.
—Sí, lo dijiste. Acabas de decir qué harías cualquier cosa para proteger...
—Para proteger a alguien a quien quiero, sí —termina él—. Pero no me
refería al bebé.
Abro la boca para responder, pero se me secan las palabras al darme cuenta.
Tengo miedo de moverme y perturbar el momento. Temo que se me escape
antes de que pueda agarrarlo.
—¿Qué? —balbuceo.
Nikolai no parpadea. Sus ojos son luminosos, irresistibles.
—No hablaba del bebé —repite él—. Hablaba de ti.
44
NIKOLAI

Tan pronto como las palabras salen de mi boca, sé que son ciertas. Han
estado hirviendo a fuego lento bajo la superficie durante días, semanas,
meses.
Si fuera otra persona, me reiría en mi propia cara. ¿Qué clase de idiota
autodestructivo arriesga décadas de duro trabajo por alguien tan
exasperante? Puedo tener a la mujer que quiera con un chasquido de mis
dedos. El mundo es mío, junto con cualquiera que esté en él.
Pero como siempre he sospechado, el amor es un virus. Una debilidad por
la que suplicas, incluso cuando te deja seco.
Y yo estoy absolutamente contagiado de él.
Belle parpadea, atónita. Desde que aparecí en la puerta del bar donde
trabajaba, ha sido toda pasión e indignación. Ahora, sin embargo, está
completamente en blanco.
Cuanto más se alarga el silencio, más ridículo me parece todo.
—¿Tú... me quieres? —tartamudea ella.
—Cancelé mi boda, ¿verdad?
Belle niega con la cabeza.
—Esa no era mi pregunta.
—Volé cientos de kilómetros en un instante para salvarte de un violador —
grito—. Perseguí a tu hermana cuando se escapó, dos veces. Ella estrelló mi
coche contra una hacienda de caballos y yo no dije nada.
—Las acciones hablan más que las palabras —dice Belle en voz baja.
—Y las mías han sido tan claras como el cristal desde el principio. Tú eres
la que decidió marcharse.
—¡Porque te ibas a casar!
—Y ahora no.
—¿Y qué? —parpadea Belle frenéticamente—. ¿Qué quieres de mí,
Nikolai? ¿Qué se supone que tengo que decir?
Vaya pregunta. Qué puta pregunta más imposible.
Pero no necesito saber su respuesta. La pregunta en sí es respuesta
suficiente. Así que me doy la vuelta, me alejo y dejo atrás el peor error que
he cometido nunca.
Me aseguro de no mirar atrás.
Aunque me mata no hacerlo.
45
NIKOLAI
HORAS MÁS TARDE

Es pasada la medianoche, pero me importa una mierda. Golpeo la puerta de


Giorgos Simatou tan fuerte como puedo.
—¡Abre, cabrón sin carácter! —grito—. Sé que estás despierto. Si estás
esperando a que tus hombres vuelvan con un premio, vas a tener que
esperar mucho.
Cuando se abre la puerta, un hombre al que no reconozco está de pie en el
umbral. Es joven, con una barba desigual y ojos grandes y tímidos. Un
lacayo en todos los sentidos de la palabra.
—Quiero ver a tu jefe —ladro—. Ahora mismo.
—Don Simatou no está disponible —dice. Su acento es marcadamente
griego.
Pateo con fuerza la base de la puerta. El hombre retrocede a trompicones y
yo paso junto a él hasta la entrada.
—¿Hola? —resuena mi voz en los altos techos y los suelos de mármol—.
Alguien te busca, Giorgos.
—Giorgos no está disponible —vuelve a decir el hombre mientras se
escabulle detrás de mí. Está sin aliento, buscando a tientas un arma en su
cadera.
Se la quito de las manos y lo inmovilizo contra la pared con un agresivo
golpe.
—Acabo de matar a dos de tus amigos por intervenir en mis asuntos. ¿De
verdad estás tan ansioso por convertirte en el tercero?
Oigo el chasquido de un arma detrás de mí. Me giro justo cuando un
segundo hombre me apunta con su arma al centro del pecho.
—No queremos problemas, Don Zhukova —entona el hombre.
En un movimiento rápido, alargo la mano y la giro para que el orificio del
arma apunte directo al cuello del hombre.
—Yo tampoco —siseo—. Por eso vas a traerme a tu jefe. Ahora mismo.
Al hombre se le salen los ojos de las órbitas. Ya está temblando, el cobarde.
Lamentable.
—El jefe no está disponible. Es tarde.
—No es demasiado tarde para que envíe a dos hombres a mi casa para
llevarse a mi mujer, ¿verdad?
Mi mujer. Las palabras se escapan sin querer. Belle no es mía. No como yo
quiero que sea. Pero Giorgos no lo sabe. Y vino por ella de todos modos.
—Giorgos no está aquí —dice el hombre una vez más, levantando las
manos en señal de rendición—. El jefe está fuera.
El primer hombre detrás de mí se mueve hacia su arma, pero yo giro
alrededor del soldado que tengo en la mano y apunto a su amigo con la que
tengo en la mano. Ambos se quedan inmóviles.
—Giorgos debería poner más énfasis en tus modales. Deberías usar siempre
su título frente a otras personas. También debería poner más énfasis en tu
entrenamiento. Es demasiado fácil matarte.
Ambos hombres tiemblan ahora. Comparten una mirada nerviosa. Es
patético, pero suficiente para decirme lo que necesito saber: realmente no
está aquí.
Dejo caer la pistola al suelo y la pateo hasta la entrada. Los dos hombres
respiran un poco más tranquilos.
—Dile a Giorgos que quiero hablar con él —gruño por encima del hombro.
Luego salgo a toda prisa. En cuanto vuelvo al coche, llamo a Arslan.
—Por favor, dime que no has matado a más gente —suplica cuando
contesta—. Acabo de deshacerme de los dos últimos. Y si a su Poderosa
Excelencia Bratva le parece bien, me gustaría dormir un poco.
—Nadie más está muerto. No por falta de intentos.
—Oh, tienes que estar bromeando. ¿Envió a más idiotas tras de ti?
—No. Yo vine hasta él.
Arslan sisea una sarta de maldiciones ininteligibles.
—Ahora sé que me estás jodiendo. ¿Entraste en casa de Giorgos en mitad
de la noche? ¿Después de matar a dos de sus hombres? ¿Eres suicida, o
qué?
—No. Homicida.
Exhala un suspiro.
—Podrías haberme llamado, Nikolai. Deberías haberme llamado.
—Te estoy llamando ahora.
Conozco a Arslan lo suficiente para saber que hay mucho más que quiere
decir. Pero él me conoce lo suficiente para saber que no estoy de humor
para oírlo.
—Más vale tarde que nunca. ¿En qué aventura insensata y desatinada
estamos ahora?
—¿No me estabas sermoneando sobre ser imprudente?
—No. Te estaba sermoneando sobre ser imprudente tú solo —aclara—.
Sabes que no me gusta que me dejen de lado.
En un día normal, podría reírme. ¿Esta noche? Ni de coña.
—Pues este es un encargo en solitario. Necesito saber dónde está El León.
Hay un largo rato de silencio al otro lado de la línea, pero sé que Arslan
sigue ahí. Le doy tiempo para procesarlo.
—Hablamos de un león de verdad, ¿no? —pregunta finalmente—. ¿Un
fugitivo del zoo o algo así?
—No me jodas, Arslan. Ahora no. Quiero saber dónde está. Tenemos que
hablar.
Suelta un silbido bajo.
—Quizás eres realmente un suicida.
—Es la última persona en la tierra que podría hacerme daño —me burlo.
—Eso no es lo que yo... —exhala un suspiro—. ¿Por qué te sometes a esto?
Precisamente esta noche.
—¿Tienes su ubicación o no?
—Sí, sí, claro que la tengo —dice—. ¿Seguro que la quieres?
—No preguntaría si no estuviera seguro.
—Sólo quiero asegurarme que tú...
—¿Sigo siendo el jefe? —Interrumpo—. La última vez que lo comprobé, lo
era. Mándame un mensaje con su ubicación.
Cuelgo y tiro el teléfono al asiento del copiloto. Me duelen los músculos de
la mandíbula de tanto apretarlos.
Un minuto después, mi teléfono vibra. La dirección corresponde a un centro
de reinserción social situado a veinte minutos. Tecleo la dirección en el
GPS, pero antes de soltar el teléfono, vuelve a vibrar.
ARSLAN: Yo también voy. Me mantendré alejado, pero estaré cerca si me
necesitas.
Me planteo decirle que no se acerque, pero ni me molesto. Arslan puede ser
un grano en el culo, pero es leal. Nunca lo culparé por eso.
No me tardo mucho en llegar. La casa de reposo es un viejo edificio de
apartamentos. Los ladrillos están descoloridos y los escalones delanteros se
están agrietando, pero comparado con donde crecí, es un puto palacio.
Es extraño que ahora yo pueda comprar el edificio en el que él vive.
Es una buena sensación. Se siente como la justicia.
El encargado nocturno se resiste a dejarme entrar.
—¿No puede esperar hasta la mañana? El horario de visitas ha terminado
—dice y comprueba el cartel de la pared como si el horario hubiera
cambiado mientras no miraba.
—Emergencia familiar. Necesito resolverlo esta noche. Lo haré con tu
ayuda o patearé todas las puertas hasta encontrarlo —digo con calma—. Tú
eliges.
El hombre nota que hablo en serio. Suspira.
—¿A quién buscas?
—A Ioakim —digo su nombre con dificultad. Ha pasado mucho tiempo.
—¿Ioakim? —repite él. Su ceja golpea su frente.
Hijo de puta. Arslan tiene mala información. No está aquí. Ha abandonado
el programa y ha vuelto a las calles. O puede que ya tuviera una sobredosis
y yo no lo supiera. La idea de que muera solo en algún hospital olvidado de
Dios debería entristecerme, pero no siento nada.
—Sí. Ioakim Zhukova.
El hombre hace una mueca como si oliera algo asqueroso. Pasa un pulgar
por encima de su hombro, señalando hacia una habitación detrás de él.
—Por extraño que parezca, está despierto. Le vi entrar en el salón de recreo
hace diez minutos.
Me doy la vuelta y me marcho sin molestarme siquiera en contestarle.
La sala de recreo es una habitación grande con el suelo de madera
desconchada y unas cuantas mesas de juego. Hay porterías de baloncesto
retráctiles en el techo, pero faltan los aros y las redes.
El espacio vacío hace que sea fácil ver a la figura vestida de oscuro que se
asoma por la ventana parcialmente abierta. Echa la cabeza hacia atrás y
exhala un largo chorro de humo de cigarrillo. Parece fantasmal contra el
cielo oscuro.
—Pensaba que la gente venía a este tipo de sitios a desintoxicarse —digo.
Se sobresalta al oír mi voz y se golpea la cabeza contra el marco de la
ventana. Cuando se da la vuelta, frunce el ceño. A la defensiva, receloso.
Como siempre.
Pero cuando me ve, se le dibuja una sonrisa en la cara.
—Nikky —entona.
Hacía mucho tiempo que no veía a mi padre cara a cara. Más de diez años.
Ha envejecido a doble velocidad en este intervalo. Su rostro, antaño
pletórico, está demacrado, surcado de arrugas profundas, cetrino por el
humo. Sus ojos, del mismo tono pálido que los míos, están hundidos y
encapuchados. Lo que le queda de pelo es fino y gris.
Parece un extraño.
En muchos sentidos, eso es exactamente lo que es.
—Nikolai —corrijo—. ¿Cómo te va?
—Mejor, ahora que mi muchacho está aquí para verme —dice, aplasta su
cigarrillo en el alféizar y lo lanza por la ventana—. Y yo estoy aquí para
dejar lo duro. Comparado con todo eso, los cigarrillos no son tan malos,
¿sabes?
—No. No lo sé.
Asiente rápidamente y se retuerce los dedos.
—Probablemente sea mejor así. ¿Te mantuviste limpio, entonces?
—No quería acabar siendo un cabrón como tú. Así que sí, me mantuve
limpio.
—Me parece justo —dice frunciendo los labios—. Me alegro de que estés
limpio.
—No lo estoy. Sólo sé cómo manejar el veneno que elijo.
Levanta las manos.
—De nuevo, me parece justo.
—¿No vas a defenderte? —respondo bruscamente—. Solías inventar todas
las excusas del mundo. Me dijiste que estaba en nuestro ADN.
—Ya no. También estoy dejando las excusas. Pruebo algo nuevo: asumir
mis errores.
Resoplo.
—Eso debe ocupar todo tu tiempo.
—La mayor parte —dice con una sonrisa sin gracia—. Mi terapeuta dice
que soy su paciente más reacio. Pero estoy trabajando en ello.
Mi abuelo se revolvería en su tumba si supiera que su hijo va a terapia. Es
lo bastante sorprendente como para que arquee una ceja. Ioakim se da
cuenta.
—Es obligatorio para mantener tu habitación aquí —explica, y hace un
gesto alrededor—. Es uno de los sitios más agradables en los que he estado,
así que estoy dispuesto a soportarlo.
Miro a mi alrededor, observando los daños causados por el agua en el techo
y la pintura desconchada de las paredes.
—Bueno, quizá sea uno de los peores, pero por eso me gusta. Me identifico
—se ríe.
Debí haberle preguntado más a Arslan sobre lo que me esperaba. Esperaba
llegar y encontrar a mi padre desplomado en un fumadero o tirado en una
cuneta en algún lugar.
Pero está de pie frente a mí, completamente vestido y hablando
coherentemente. Puedo contar con una mano el número de veces que esas
tres cosas han sucedido a la vez desde que mamá murió.
Es inquietante.
—¿Te has registrado tú solo o te ha enviado un juez a patadas y a gritos? —
pregunto.
—Me puse en una lista de espera hace un año. Tienen un programa de
becas. Si te seleccionan, tienes que mantenerte limpio por tu cuenta durante
tres meses antes de que te dejen entrar.
—¿Y lo hiciste?
—Apenas —admite—. Fue un maldito infierno. Una noche tuve tantos
temblores debajo de un puente que casi me tiro desde lo alto. Si hubiera
podido caminar, lo habría hecho.
—Es una pena —gruño—. Todos estaríamos mejor.
Se le enciende el rostro con dolor, pero se encoge de hombros.
—Me lo merezco.
—Te mereces cosas mucho peores.
—Ni siquiera merezco esta visita —asiente—. Creí que no volvería a verte.
Había renunciado a la idea.
—Tampoco es como si hubieras tratado de acercarte.
¿Qué coño estoy haciendo? Apenas sé por qué estoy aquí. Tal vez para
recordarme a mí mismo la clase de padre que no quiero ser.
No importa lo que diga Belle, nunca abandonaré a mi hijo como me
abandonó mi padre.
Le guste a ella o no.
Él sacude la cabeza.
—No. Pero te seguí el rollo. Lo que dicen los periódicos, al menos. Eres un
hombre de negocios.
—Igual que el abuelo —añado.
Sonríe y, por un segundo, vuelvo a tener diez años, mirando a mi padre
mientras se apoya en la puerta de la cocina con una cerveza en la mano.
Entonces me parecía tan grande. Ahora soy más alto que él.
—Me imaginaba que habías retomado el oficio familiar. No me sorprende.
—Después de que terminaste con nuestra familia, no quedó nada que
retomar. El abuelo murió, mamá murió y tú desapareciste —gruño—. Yo no
‘recogí’ nada. Barrí los pedazos destrozados que dejaste atrás y lo pegué
todo de nuevo. Uno a uno.
—Yo no estaba al mando cuando atacaron los Battiato —dice a la
defensiva.
—No. Pero si te negaste a seguir adelante después del hecho.
—Si me hubiera defendido, me habrían matado igual que a tu abuelo.
—Quizá hubiera sido mejor así. Al menos habrías muerto con honor en
lugar de pudrirte de dentro hacia afuera en este puto vertedero.
Su mandíbula se endurece y, por primera vez, veo por qué la gente solía
decir que nos parecíamos.
—No podía tirar mi vida por la borda —susurra—. Tenía que pensar en ti y
en tu madre.
Resoplo.
—Nunca pensaste en nosotros.
Se lanza hacia delante y me coge la mano.
—Solo he pensado en ustedes dos, Nikolai. Siempre. Es la única razón por
la que me quedé en la Bratva.
—¿Qué significa eso?
Sacude la cabeza.
—Yo no quería vivir esa vida. Era el sueño de mi padre, no el mío. Yo
quería salir y forjar mi propio camino, pero... conocí a tu madre.
—No me digas que ella quería que te quedaras. No se te ocurra culparla a
ella. No me mientas con esa mierda.
Mi madre murió antes de que yo tuviera la oportunidad de preguntarle sobre
sus primeros años, de cómo se formó nuestra familia. Luego mi padre se
fue. Así que para cuando tuve preguntas, no había nadie cerca para
responderlas.
—No —dice, colocando un dedo arrugado en el centro de mi pecho—. Se
quedó embarazada de ti. Y yo necesitaba la seguridad que la Bratva podía
ofrecer. Dinero, fiabilidad. No era el momento de independizarme.
—¿Así que te casaste con ella?
—No sólo porque estaba embarazada —insiste apresuradamente—. No fui
tan honorable como para casarme con ella sólo porque estaba embarazada.
No, me habría casado con ella de todos modos. La amaba. Lo supe desde el
momento en que nos conocimos. Nunca he amado a nadie como la amé a
ella. Ella era todo lo que necesitaba. Lo único que importaba. Cuando la
Bratva se derrumbó y nos arruinamos, no importó mientras la tuviera a ella.
Y mientras te tuviéramos a ti.
—Qué conmovedor —murmuro.
Pero todo eso es mentira. Si algo de eso fuera cierto, no se habría ido. Se
habría quedado.
Él me ignora y continúa.
—Pero entonces enfermó. Y yo no pude hacer nada para protegerla.
Esta parte la sé por experiencia. A mamá la diagnosticaron y murió seis
meses después. Fue rápido, despiadado y brutal, como todo en este mundo.
—Me destrozó —susurra con voz ronca—. Y sé que te decepcioné, pero...
en aquel momento, vi mi marcha como un beneficio para ti. ¿Qué podía
ofrecerte?
—Podrías haber reconstruido la Bratva —sugiero—. O intentarlo, al menos.
Podrías haber intentado restaurar el nombre de nuestra familia. Hacer algo
para que mamá se sintiera orgullosa. Podrías haber hecho cualquier cosa
menos lo que hiciste.
—Ese tipo de cosas no eran para mí —suspira—. Hubiera fracasado.
Probablemente atraído más atención Battiato a su puerta. No, en todo caso,
iba a ser una carga alrededor de tu cuello. Pensé que marcharme era lo
mejor.
Le ofrezco un dramático y lento aplauso.
—Eres tan abnegado. Abandonar a tu hijo preadolescente para poder ir a
pincharte día sí y día también para huir de tus problemas. Eres un puto
héroe. Deberían construir estatuas tuyas.
Se inclina hacia delante.
—¿Tienes un hijo, Nikolai? ¿Hijos?
—Eso no importa. Igual nunca los conocerás.
Hace una mueca como si ese hubiera sido el golpe más duro. Casi me siento
mal por él, pero sólo de la forma en que sientes lástima por un pájaro que
vuela hacia una ventana.
—Sé que nunca me perdonarás por lo que hice. O lo que no hice —añade
—. Pero perder a tu madre me destrozó. No teníamos dinero para
conseguirle los tratamientos que necesitaba, y ella siempre fue mejor
contigo que yo. Sabía cómo hablar contigo. Cuando se fue, no pude hacer
que funcionara. Y lo lamento.
No estoy seguro de lo que esperaba de él. Se está disculpando. A veces en
mi vida, eso es todo lo que quería de él. El reconocimiento de lo que hizo.
Remordimiento.
Pero ahora no es suficiente.
En realidad, nunca será suficiente.
Le hago señas para que se aleje y me vuelvo hacia la puerta.
—No lo sientas.
—¿Significa que me perdonas? —dice, alcanzándome, con salvaje
esperanza en los ojos.
—Joder, no —resoplo—. Significa que me niego a ser débil como tú.
46
BELLE

Me ama.
No puedo creerlo.
Anoche, en cuanto Nikolai salió enfadado de la habitación, volví dando
tumbos a mi cuarto y me metí en la cama. Me quedé mirando el techo,
viendo cómo las sombras se hacían más profundas y luego se desvanecían a
medida que la luz del día se colaba por las cortinas.
Ahora, ya es de día y sigo tumbada en la cama, mirando al techo.
—Debí haberle respondido —digo en voz alta. Tengo la voz áspera por la
falta de sueño y el desuso, pero la mente más clara que en semanas.
Nikolai quería que respondiera. Quería que le respondiera. Al menos, eso
creo. Eso es lo que la gente quiere cuando confiesa sus sentimientos, ¿no?
Te amo.
Yo también te amo.
Simple. Sin complicaciones. Pero las cosas entre Nikolai y yo nunca han
sido simples. Somos complicados en todos los sentidos de la palabra.
—Él me ama —hablo de nuevo.
Oírlo en voz alta no me ayuda a darle más sentido. Tumbarse en la cama y
dejar que el día se consuma tampoco ayuda. Necesito actuar. Tengo que
seguir adelante.
Debería levantarme e ir a hablar con Elise. Anoche había muchas cosas que
asimilar, y yo ya sabía que Nikolai dirigía la Bratva y que las mafias nos
perseguían. Así que Elise debe haber sido sorprendida por la violencia que
presenció.
Pero no puedo ir con ella. No ahora. Todo lo que creía saber se ha puesto
patas arriba, y no estoy en condiciones de ofrecer consuelo cuando ni
siquiera puedo consolarme a mí misma.
Además, es temprano. Espero que todavía esté durmiendo. Necesita
descansar.
Salgo de la cama y cojo el móvil de la mesilla. Hacer una llamada cuando
no sé si Nikolai tiene cámaras o micrófonos instalados en mi habitación es
un gran riesgo, pero no me quedan opciones.
Me meto en el oscuro vestidor y dejo la puerta entreabierta para que entre
un poco de luz de la habitación principal. Luego me acurruco entre un
perchero de ropa nueva para, con suerte, amortiguar mi voz.
—Soy yo —digo en voz baja cuando se abre la línea.
Se oye un suspiro.
—¿Estás sola?
—Sí, estoy sola.
—¿No sospecha nada?
Frunzo el ceño.
—No, no lo creo. Pero... los dos hombres que enviaste están muertos. No sé
qué habrás oído sobre lo que pasó, pero él los mató.
—Eso me pasa por no enviar a los mejores —dice Xena. No suena
especialmente molesta. Más como si hubiera extraviado las llaves de su
auto que enviado a dos de sus propios mafiosos a la muerte.
Después de semanas hablando con ella, no me sorprende demasiado. Por lo
que he podido averiguar, vivir en este mundo, un infierno lleno de Bratvas,
Mafias y muerte, desvía tus emociones hacia la apatía. Hay demasiada
mierda horrible sucediendo todo el tiempo como para alterarse por nada de
eso.
—¿Pero estás bien? —añade.
—No estoy herida.
No he estado bien desde Islandia. Xena lo sabe. Por eso siguió en contacto
conmigo incluso después de darme dos billetes de avión a Oklahoma City.
—No quiero que te pase nada malo —dijo la primera vez que llamó a mi
teléfono—. Si mi hermano cree que Nikolai sigue colgado por ti, no sé lo
que hará. Así que tienes que decirme si Nikolai te llama.
—¿No puedo ignorarlo? —le había preguntado entonces. A pesar de que
había tenido más que suficiente experiencia con el hombre, todavía era
ingenua. Estaba convencida de que era posible ignorar a Nikolai Zhukova.
—No —dijo Xena— no puedes. Si vuelve a acercarse, avísame. Yo me
encargaré.
Por eso, cuando Nikolai me secuestró y me llevó a Nueva York, Xena fue la
única persona a la que se lo conté. Le envié un mensaje tan pronto como
pude, y ella ideó un plan en menos de una hora.
—Me alegra mucho tener noticias tuyas —me dice ahora—. Esperaba que
llamaras, pero en realidad no esperaba tener noticias tuyas tan pronto.
Esperaba que Nikolai te vigilara más de cerca.
—Lo hace. O lo habría hecho, probablemente. Surgió algo.
—¿Qué? —pregunta Xena.
Me confesó su amor y me quedé muda y estupefacta.
—No estoy segura —miento—. Pero él está fuera de casa. Por eso te he
llamado. ¿Seguimos bien con todo?
—Por supuesto. Tuvimos un pequeño contratiempo, pero prometí que
cuidaría de ti.
Oigo el eco de Nikolai diciendo lo mismo. Ayer por la mañana, pensé que
era porque estaba embarazada. Que Nikolai sólo quería cuidarme porque
estaba embarazada de él. Probablemente tenía algo que ver con su linaje y
la creación de un heredero o lo que sea. Yo era un medio para un fin.
¿Pero ahora? Ahora, no sé lo que pienso.
Él me ama.
¿Cambia eso las cosas?
—¿Entonces el plan no ha cambiado? —pregunto.
—No —dice Xena—. Obviamente tendré que orquestar otra recogida para
ti, pero el plan es el mismo.
Nuevas identidades. Una nueva vida en Canadá. Dinero para empezar de
nuevo.
Cuando Xena sugirió la idea por primera vez, la descarté.
—No puedo mudarme a Canadá. Apenas he salido del Medio Oeste —
argumenté.
—Razón de más para irte —insistió Xena—. Será más difícil para él
seguirte la pista. Y créeme, tú quieres ser difícil de rastrear.
Entre lo poco que me habían contado Nikolai y Xena, me enteré de lo que
había hecho Giorgos para hacerse con el poder. Si pudo matar a sus propios
padres para convertirse en el jefe, ¿qué estaría dispuesto a hacerme a mí?
—¿Sigues ahí, Belle? —pregunta Xena—. Estoy arriesgando mi cuello por
ti. Necesito saber si vas a desistir.
—No voy a desistir.
Suspira. Incluso sin verme la cara, se da cuenta de que estoy indecisa.
—Ahora vives en su casa. No puedes dejar que te afecte. Él es un
manipulador.
Respiro hondo. ¿Es eso lo que fue la admisión de Nikolai anoche? ¿Una
manipulación para mantenerme cerca y cooperativa? Si es así, es un
verdadero genio del mal.
Peor aún, está funcionando.
—Lo sé. No dejaré que me manipule.
—Lo dices como si supieras que ya está pasando —murmura ella. Es difícil
no notar la amargura en su voz.
—Lamento lo de la boda —digo en voz baja—. Sé que quizá no importe,
pero yo no le pedí que la cancelara ni nada de eso. Le he estado pidiendo
que me dejé ir. Yo no le he buscado. No quiero estar aquí.
—Deja de arrastrarte —suelta Xena en un chasquido.
—Lo siento.
—Ya está bien de disculparte, ¿vale? —añade, esta vez con la voz un poco
más suave. Es una lección que ya hemos aprendido más de una vez—. Tú y
yo somos iguales. La gente no espera nada de nosotras. Intentarán
arrollarnos si se lo permitimos.
—Lo sé. Mierda, lo sé.
—Nadie va cuidar a la gente como nosotras excepto nosotras mismas,
¿verdad?
Eso es lo que Xena me ha dicho desde el principio. Nikolai quiere
protegerme, pero tengo que aprender a estar sola. Es la única forma en que
realmente seré libre. Y Xena está dispuesta a ayudarme a que eso suceda.
Ella sabe cómo es. Ha sido controlada por los hombres de su familia toda su
vida. Pero tiene el deseo de mejorar las cosas para sí misma.
Y ahora, finalmente, yo también.
Incluso si eso significa negar mis sentimientos por Nikolai.
Incluso si eso significa huir y empezar de nuevo.
Si puedo cuidar de Elise, todo valdrá la pena.
—Dijiste que Nikolai está fuera de casa, ¿verdad? —pregunta ahora.
—Eso creo. No lo he visto desde anoche. Se fue y no le oí volver. Pero aún
no he salido de mi habitación.
Deja escapar un pequeño suspiro de frustración. No soy tan buena en nada
de esto como ella.
—Vale. Bien, una vez que estés segura de que no está en casa, debes ir a su
despacho.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿No levantará eso aún más sospechas? Quiero que piense que
estoy contenta viviendo aquí, no intentando escapar.
—Ya no se trata solo de ti, Belle —espeta. Su voz chasquea como un látigo
y no puedo evitar estremecerme—. Ha cancelado la boda. El trato de mi
familia con él es una mierda a menos que consigamos que Nikolai y los de
la Bratva vuelvan a estar de nuestro lado. Para hacer eso, necesitamos
influencia.
Tardo un segundo en atar cabos.
—¿Quieres que lo espíe?
—Sólo busca en su oficina y trata de encontrar algo que pueda usar.
Gruño.
—No lo sé.
—Sólo estarás fisgoneando. Todo el mundo sabe fisgonear.
—No soy fisgona, y miento fatal. Ni siquiera sabré lo que estoy buscando.
—¿Necesitas un poco de motivación? —pregunta ella—. Serle útil a mi
hermano es una de las únicas cosas que se interponen entre tu hermana y tú
y una muerte segura.
Se me abren los ojos de par en par. Puede que Xena esté acostumbrada a
hablar de la muerte, pero yo nunca me acostumbraré a las casuales
amenazas que lanza.
—Pero tú dijiste que me ayudarías a escapar —replico.
—Y seguiré intentándolo —me asegura—. Pero no es que puedo hacer
mucho. Sería mucho más fácil si tú también pudieras ayudarte un poco.
Arrugo la frente.
—Me fui en cuanto supe que existías. Me alejé de él. He hecho lo que he
podido, pero cuando él decide drogarme y meterme en un avión, no puedo
hacer mucho, Xena.
—Lo sé, lo sé, cariño. Sólo digo... haz algo útil. Demuestra que estás de
nuestro lado. Tal vez entonces, si todo sale mal y mi hermano tiene la
oportunidad de matarte... elija perdonarte.
Ya no estoy segura de qué lado estoy. Nikolai puede ser un criminal, pero
los Simatous no son nada mejores. Sucede que Xena es quien se ofreció a
ayudarme a escapar.
Y realmente, si los Simatous no estuvieran en la ecuación, creo que las
cosas serían diferentes. Que Nikolai confesara su amor podría haber
cambiado las cosas. Tal vez sería capaz de quedarme aquí con él. Tal vez
podríamos vivir juntos. Él podría ayudarme a criar a nuestro hijo y cuidar
de Elise.
Tal vez... podríamos haber sido felices.
Tal vez, tal vez, tal vez. Todo un abanico de tal vez, cada uno tan inútil
como el anterior.
—Está bien. Lo haré —digo suavemente—. Pero no voy a arriesgarme a
que me pillen. La única razón por la que hago esto es para protegerme a mí
y a mi hermana. Si se pone peligroso, me largo.
Xena suelta un silbido bajo.
—¡Bravo! Ya era hora de que tuvieras un poco de agallas.
Su cumplido, por mordaz que sea, no debería importarme, pero sonrío de
todos modos.
—Fisgonea mientras él está fuera, reúne lo que puedas e intentaremos
vernos mañana.
—¿Mañana? —repito. La confianza que sentía un minuto antes se
desvanece—. ¿No crees que es arriesgado volver a intentarlo tan pronto?
—No. Esta vez enviaré a alguien más capaz de hacer bien el trabajo.
Una imagen de los dos hombres muertos aparece en mi mente.
Rápidamente intento alejarla. No quiero ser responsable de que nadie más
reciba un balazo en la cabeza.
—¿Quién?
—Yo misma —dice ella.
—¿Tú misma? Xena, ¿crees que es buena idea? Si Nikolai te pilla...
—No lo hará —interrumpe ella—. La vida entre todos estos hombres
inútiles me ha enseñado una lección importante: si quiero que algo se haga
bien, tengo que hacerlo yo misma.
Nos despedimos y colgamos. Me quedo sentada en el armario durante unos
largos suspiros, armándome de valor para hacer lo que acabo de prometer
que haría.
Luego, cuando ya no puedo esperar más, me levanto y me pongo manos a la
obra.
La casa está en silencio mientras avanzo por el pasillo. Me detengo frente a
la puerta de Nikolai. No oigo ningún movimiento desde dentro. Después de
un minuto con la oreja pegada a la puerta, me siento lo bastante segura
como para abrirla.
La habitación está a oscuras, pero puedo distinguir la ropa de cama
desarreglada y una elegante cómoda de madera apoyada en la pared del
fondo. También veo que la cama está vacía. Menos mal, pero no me habría
decepcionado ver a Nikolai durmiendo. Hace demasiado tiempo que no lo
veo sin el ceño fruncido.
Me planteo echar un vistazo a su habitación, pero en cuanto abro la puerta,
me invade de inmediato su aroma cítrico a menta. Estar en la puerta de su
habitación es como estar envuelta en sus brazos.
Cierro los ojos e inhalo. Cuando me vaya, echaré de menos este olor.
Se me llenan los ojos de lágrimas ridículas y salgo al pasillo antes de
cometer la estupidez de tirarme boca abajo en su colchón para respirarlo.
Después de comprobar que la biblioteca está vacía, y de sonrojarme al ver
las estanterías contra las que Nikolai me folló ayer con la huella de mi
mano aún marcada en el polvo, atravieso el pasillo hasta su despacho.
Al igual que su dormitorio, su despacho huele a él, pero lo disimula el
aroma a cuero y libros viejos. La habitación es muy parecida a su despacho
en Zhukova Incorporated. Hay un gran escritorio en el centro de la
habitación, estanterías a lo largo de la pared del fondo, un archivador y un
carrito de bar a un lado.
Al igual que su despacho en Zhukova, Inc., está muy ordenado. Casi espero
ver un cartel de ‘Sólo para fines de exposición; no tocar’ en alguna parte.
—No toques nada —murmuro para mis adentros. Intento pisar suavemente
la alfombra de felpa. Seguro que se da cuenta de las pisadas que dejo.
Empujo la puerta hasta casi cerrarla, dejando una pequeña rendija para
poder ocultarme en caso de que me descubran, y me pongo de puntillas
alrededor de su escritorio.
El cajón superior derecho tiene una cerradura en el centro, así que voy
primero a por él. Para mi sorpresa, se abre al tirar. Dentro hay una
grapadora, notas adhesivas en blanco y un fajo de rotuladores fluorescentes.
Parece el escritorio de cualquier persona normal. Como mi antiguo
escritorio, cuando era una contable cualquiera y no una camarera de mala
muerte.
El resto de los cajones son igual de mundanos. Una pila de papel de
impresora, algunas carpetas manilas vacías, un libro de sellos. Si no lo
supiera, miraría este escritorio y pensaría que Nikolai es realmente el CEO
que finge ser, en lugar del Don asesino que sé que es.
A los cinco minutos de búsqueda, es obvio que, dondequiera que esté el
rastro en papel de todos los pecados de Nikolai, no está aquí. Esta
habitación está dando un montón de nada.
Con un gemido, me tumbo en la silla de su escritorio y me giro. Y entonces
lo veo.
En la estantería del medio, justo delante de mí... hay dos cuadros
enmarcados.
Dibujos, en realidad. Bocetos.
De mi cuaderno de bocetos.
Me levanto despacio y me arrastro hacia las estanterías como si los dibujos
pudieran desaparecer si me muevo demasiado rápido.
El primero es el boceto que Nikolai me robó en la sala de conferencias de
Zhukova Incorporated. Un dibujo a lápiz a medio terminar que hice para
calmar los nervios. Aún puedo ver las arrugadas líneas en el papel donde
Nikolai lo dobló en cuatro y se lo metió en el bolsillo.
La idea de que lo guardara, más tarde lo sacara, lo desplegara, y lo metiera
en un marco... Trago un nudo en mi garganta.
El siguiente recuadro es el boceto en el que trabajé en Islandia. Una casa
fantástica que desafía las leyes de la física. Porque eso es lo que sentí al
estar con él en ese hotel. Caminar por el precioso paisaje, sumergirme en
aguas termales y colarme en la cocina para comer algo a medianoche me
parecía tan irreal. Tan alejado de mi vida normal.
Por primera vez desde que tengo memoria, estaba relajada. Era feliz.
Y Nikolai conservó esos dibujos.
—¿Qué significa eso? —susurro.
Sé lo que quiero que signifique. Que guardó una parte de mí con él incluso
antes de saber que estaba embarazada. Los enmarcó y los puso en su
despacho, donde los veía todos los días.
Tal vez no está tratando de manipularme. Tal vez él realmente me ama.
Tal vez Xena podría estar equivocada sobre él. Tal vez yo podría estar
equivocada sobre él.
Bajo todo su ceño fruncido, sus burlas, sus manchas de sangre y su
oscuridad, Nikolai Zhukova podría tener un corazón. Y tal vez, sólo tal vez,
yo me las arreglé para encontrar mi camino hacia él.
Se me dibuja una sonrisa en la comisura de los labios.
Justo cuando oigo la voz de Nikolai en el pasillo.
47
BELLE

No hay tiempo para salir de la habitación.


Nikolai está en el pasillo. Y cerca, por lo que parece. Me va a pillar aquí.
Así que la única opción es no parecer tan culpable como me siento.
Cierro el último cajón que he abierto, empujo su silla bajo su escritorio, y
enderezo la pila de papeles que hay en la esquina. Luego me dejo caer en el
sillón de cuero del rincón, cruzo las piernas y espero con lo que espero sea
una sonrisa convincente.
Cuando se abre la puerta, el corazón me late con fuerza.
Teniendo en cuenta el devastador corte de su mandíbula y la tirantez de sus
músculos cuando entra en la habitación, creo que mi corazón palpitaría a
pesar de todo.
Se fija en mí inmediatamente.
—¿Qué haces aquí?
—Esperándote —digo. Y la mentira me suena bien. Al menos, eso creo.
Él empuja la puerta para cerrarla. El pestillo encaja en su sitio. De repente,
la habitación parece claustrofóbicamente pequeña.
—¿Llevas mucho tiempo esperando? —dice. Y en lugar de sentarse en su
silla, detrás de su escritorio, se apoya en el borde del sofá más cercano a mí.
Su rodilla roza la mía. Me sobresalto ante el contacto y me maldigo en
silencio por ello.
—No hace mucho. He visto que tu habitación también estaba vacía.
Arquea una ceja.
—¿Por qué estabas en mi habitación?
—No estaba. Sólo... me asomé. Te estaba buscando.
¿Es mi imaginación o él parece divertido? Después de anoche, no estaba
segura de volver a ver su sonrisa.
—¿Dónde estabas? —añado. Me pregunto si mis mejillas están rojas. Las
siento arder. Estoy segura de que están rojas.
—Afuera.
¿Toda la noche? ¿Dónde durmió? Una parte de mí no quiere saberlo, pero
otra, mucho más celosa, quiere saberlo todo.
—¿Tiene algo que ver con los griegos? ¿Fuiste a ver a Giorgos?
Se echa hacia atrás y me observa. Sus ojos escudriñan mi cara y siento que
puede leer cada uno de mis pensamientos traidores.
—¿Cómo está Elise? —pregunta, ignorando mis preguntas.
He estado tan concentrada en cuidar de Elise a largo plazo que casi me
olvido de cuidarla a corto plazo. El hecho de que Nikolai esté pensando en
ella me toca la fibra sensible de una forma muy peligrosa.
—Ella está... en realidad, no lo sé. Todavía durmiendo, creo. Aún no he
hablado con ella.
Cruza los tobillos, relajándose hacia atrás.
—Espero no haberla traumatizado demasiado.
—Yo también lo espero. Pero se supone que los niños son resistentes, ¿no?
No estoy preocupada por Elise, para ser honesta. Ella es más fuerte que yo.
En realidad, espero ser resistente. Cada vez que cierro los ojos, veo cerebros
salpicados en la ventanilla del coche.
—Yo lo fui —dice—. Vi a mi abuelo matar a un hombre cuando tenía ocho
años. Y mírame ahora, sin cargas emocionales a la vista.
Se me deben estar saliendo los ojos de las órbitas, porque Nikolai se
explaya.
—Llevarme a una recolecta fue su idea de estrechar lazos, creo. Imagino
que no planeó que fuera mortal, pero tampoco me mimó después de que
sucediera. Se esperaba que yo estuviera bien con eso.
—¿Y lo estabas?
Se encoge de hombros.
—Era todo lo que sabía.
Exhalo un suspiro.
—Eso una locura, Nikolai.
—Así es la vida —dice—. Haces lo que haga falta para salir adelante, para
proteger a la gente que amas y para conseguir lo que deseas. Es brutal, pero
así es como...
—Amas. Así es como demuestras amor.
Nikolai me mira con la misma expresión de búsqueda que tenía después de
decirme que me amaba. La última vez, me quedé clavada en el suelo,
estupefacta.
Pero ahora me arrodillo ante él.
Sus ojos plateados se funden. Enrosca sus dedos en mi cabello mientras le
desabrocho los pantalones con dedos temblorosos. Mientras acaricio su
creciente erección y me la meto en la boca, las preguntas se agolpan en el
fondo de mi mente. ¿Esto es parte de mi tapadera? ¿Lo hago para distraerle
del hecho de que estaba husmeando en su despacho?
¿O hay otra razón?
La verdad me golpea la caja torácica.
Yo lo deseo.
Yo lo amo.
Nikolai gime de placer cuando le paso la lengua por la punta. Lo lamo y lo
chupo hasta que sus fuertes muslos se flexionan bajo mis dedos.
Me agarra del pelo y me hala suavemente. En cuanto me levanto, me agarra
por la cintura y se gira para sentarme en el borde de su escritorio.
—Quitemos estos —me dice, agarrando mis vaqueros y bajándolos de un
tirón. Luego tira del dobladillo de mi camisa—. Esto también,
Me quito la camisa por la cabeza y me desabrocho el sujetador antes de que
me lo pida. No hay tiempo que perder. Esto va muy rápido, pero no es un
camino del que pueda apartarme. Tampoco es un camino del que quiera
apartarme.
—Buena chica —murmura, y me recorre los pezones con los pulgares hasta
que los pone puntiagudos y doloridos.
Se inclina hacia delante y se lleva uno a la boca. Luego el otro. Luego, con
una lentitud dolorosa, me lame toda una línea hacia abajo por mi vientre.
Me separa las piernas.
—Ábrete para mí, Belle.
Todo mi cuerpo tiembla de necesidad y expectación. Apoyo las palmas de
las manos en su escritorio para intentar estabilizarme. Pero cuando Nikolai
hunde la cabeza entre mis piernas y su barba roza mi piel sensible, no hay
estabilización en el mundo que pueda prepararme.
Me saborea con largas y lujosas caricias. Cuando sus dientes rozan mi
clítoris, veo las estrellas.
—Nikolai —jadeo, con los muslos apretados alrededor de su cabeza—. Yo
no puedo… necesito… quiero…
—Lo sé, hermosa Belle. Lo sé —susurra y desliza un dedo dentro de mí,
acariciándome, provocando una explosión en mi interior.
Grito su nombre y me agito contra su boca hasta que me exprimo.
Cuando él se levanta, me acurruco contra su cálido cuerpo. Recorro con las
manos los duros planos de su pecho y acaricio la dura longitud de su polla.
Está tan duro, tan presente, tan jodidamente vital y real que me aferro a él
porque el mundo tiene más sentido cuando lo hago.
Esto empezó como una mentira.
Empezó como un accidente.
¿Y ahora? Ahora, no tengo ni la más remota idea de lo que es esto.
Él engancha mis piernas alrededor de su cintura y me desliza hasta el borde
del escritorio.
—¿Alguna vez vamos a follar en una cama? —musito delirante—. Aviones,
bibliotecas, suelo... Algún día estaría bien probar sobre un mullido y
agradable colchón.
Su boca está caliente contra mi cuello mientras me besa por encima del
pulso y se desliza por la clavícula. Cuando por fin se retira, sus labios están
hinchados y hermosos.
—Quizá algún día.
—¿Sí?
—Sí —asiente solemnemente—. Pero hoy no, no ahora.
Entonces se desliza dentro de mí de un solo empujón y, de repente, no
importa dónde estemos. Todo lo que importa es que es Nikolai.
Aquí.
Conmigo.
Cuando vuelve a empujar dentro de mí, me siento completamente llena. Mis
ojos se ponen en blanco y de mi boca salen ruidos que nunca había
escuchado antes.
—Te ajustas tan bien a mí, kotyonok —gruñe—. Como si estuvieras hecha
para mí.
Es tan fácil creerle. ¿Cómo podría esto ser tan bueno con alguien más? No
puedo alejarme de esto, de él. No cuando todo lo nuestro me parece tan
perfecto.
Me siento, le rodeo el cuello con los brazos y vuelvo a juntar nuestras
bocas. Nikolai pasa su lengua por la mía mientras me balanceo contra él.
Con unos pocos golpes, estoy jadeando contra su cuello.
—Así me gusta. Toma lo que necesites —dice, pasando su mano por mi
espalda—. Yo cuidaré de ti.
Me muevo sobre su miembro hasta que me vuelvo loca de necesidad,
jadeando.
—Estoy tan cerca —digo. Agarro su mandíbula y lo beso con fuerza. Luego
aprieto juntas nuestras frentes—. Vente conmigo. Córrete conmigo, por
favor.
Un ruido sordo recorre el pecho de Nikolai, clava los dedos en mis caderas
y me penetra. Mi placer aumenta, mi cuerpo se tensa y se prepara para la
hermosa explosión que se avecina.
Me penetra una y otra vez, con la respiración cada vez más agitada. Aprieto
mis dientes, luchando contra la necesidad de liberarme, esperando a que él
se una a mí.
—Nikolai —jadeo—. Ya no puedo...
Su polla vuelve a deslizarse hasta el fondo y me estrecha contra él. Siento
que su cuerpo se tensa.
—Córrete —ronronea.
Y lo hago. Oh, Dios, si lo hago.

—¿A dónde vamos?


Me muevo en el asiento del copiloto, preguntándome si podré alcanzar mi
teléfono y teclear un mensaje sin que Nikolai se dé cuenta. Probablemente
no. Él se da cuenta de todo.
—¿Por qué? ¿Nerviosa?
Me quedaría corta. Las últimas veinticuatro horas han sido un sueño febril
de placer. El tipo de fantasía que solía castigarme por inventar. Porque, ¿qué
sentido tiene pensar en algo que nunca podrás tener?
Excepto que lo tuve. Por un día.
Después de que Nikolai me hizo el amor en su escritorio, me llevó a su
ducha. Me lavó el pelo tiernamente y me envolvió en una esponjosa toalla
blanca tan grande como un edredón. Luego, mientras desayunaba, me
explicó lo que quería decirle a Elise.
—Es tu hermana. Debería saber la verdad —me dijo—. O, al menos, lo
básico. Le explicaré que tengo enemigos que podrían querer haceros daño,
por eso tuve que matar a esos hombres. Para protegerlas.
Cuando nos sentamos con ella para la peor conversación que jamás podría
imaginar, Nikolai fue amable y paciente. Respondió a sus preguntas, me dio
espacio para intervenir. Se sentía... fácil. La forma en que trabajábamos
juntos era casi natural, y no podía evitar imaginar cómo sería con nuestro
bebé. Cómo nos equilibraríamos mutuamente.
Entonces salió el sol esta mañana y me desperté con un mensaje de Xena.
XENA: A las 10 de esta mañana mientras él está en el trabajo. Confirma
y te daré lo que necesitas.
Desde el momento en que Nikolai apareció delante de Tony’s y me llevó a
casa, he estado planeando alejarme de él. He estado trabajando con su ex—
prometida para escapar y empezar una nueva vida.
Pero tal vez me equivoqué todo el tiempo.
Tal vez Nikolai es mi nueva vida.
Tal vez mi futuro está aquí.
Nikolai no deja de mirarme, sus ojos plateados brillan. Intento apartar todos
mis otros pensamientos y permanecer en este momento con él.
—No, no estoy nerviosa —le digo—. Es solo que se supone que deberías
estar trabajando ahora. Y no lo estás. Como siempre. Pero, ¿debería estar
nerviosa?
Sonríe enigmáticamente.
—¿Conmigo? Siempre.
Diez minutos después, entramos en el aparcamiento de un hospital. El
corazón me late con fuerza en el pecho.
—¿Nikolai?
Apaga el motor y se vuelve hacia mí.
—Tiene que verte un médico, Belle.
—La última vez que me sorprendiste, fuimos a Islandia. Esto es un poco
menos emocionante.
—Necesitamos saber qué está pasando, Belle. Si voy a hacer planes para
protegeros a ti, a Elise y al bebé, necesito saber si hay un bebé.
Me muerdo el labio. Podría luchar contra él y negarme a que me vea el
médico. Entonces podría escabullirme y reunirme con Xena.
Pero yo también quiero hablar con un médico. Quiero saber si la fantasía en
la que he vivido las últimas veinticuatro horas puede convertirse en vida
real.
Así que asiento.
—De acuerdo.
Sale del coche, se acerca a mi lado y abre la puerta de un tirón.
—Bien. Entonces vamos a ver a nuestro bebé.
Supongo que no debería sorprenderme de que Nikolai haya movido los
hilos, pero me sorprendo cuando ni siquiera nos detenemos en la sala de
espera.
Nada más entrar, una enfermera nos acompaña a la parte de atrás. Me toma
el peso y la tensión y nos conduce a la sala de ecografías. Las luces son
tenues y de las paredes cuelgan grandes pantallas.
—Túmbese en la camilla, el técnico vendrá enseguida —me dice la
enfermera.
Mi rodilla rebota nerviosa mientras esperamos. Nikolai extiende la mano
para estabilizarla.
—Todo irá bien —me tranquiliza—. Pase lo que pase.
Quiero preguntarle qué quiere decir. Si no estoy embarazada, ¿qué pasará
entre nosotros?
Pero ya estoy bastante nerviosa. Ya habrá tiempo para ese tipo de preguntas
nauseabundas más adelante.
El técnico de ultrasonido que entra es una mujer de mediana edad, con el
pelo castaño y una amplia sonrisa.
—¿Ustedes son papá y mamá? —pregunta.
—Mamá —repito en un suspiro—. Vaya. Qué raro suena.
—Sí, somos los padres —dice Nikolai secamente.
La mujer asiente.
—Entonces vamos a ver a su bebé, ¿vale?
Me subo la camiseta y ella me pasa una gelatina caliente por el vientre.
Cuando la varita se desliza sobre mi vientre y una imagen parpadea en las
dos pantallas de la pared, miro hacia otro lado a propósito.
Hay pocos momentos en la vida en los que sabes que los próximos
segundos cambiarán todo tu futuro. Este es uno de ellos.
Sólo quiero unos instantes más de feliz ignorancia. Un último aliento hasta
que ‘antes’ se convierta en ‘después’. La técnica hace girar la varita,
presionando y pinchando mientras teclea en su ordenador. Luego señala la
pantalla del techo.
—¿Ves eso de ahí? —dice señalando una bolita blanca en una esquina de la
pantalla—. Ese es tu bebé.
Todo mi cuerpo se destensa con un silbido que solo yo puedo oír.
—¿Es un bebé de verdad?
—Es un bebé de verdad —repite ella y se ríe.
—¿Y está bien? ¿Está todo normal?
—Si necesitas una máquina mejor para ver más, puedo comprarte una —
ofrece Nikolai.
Me río raudamente. Tengo la sensación de que compraría un hospital entero
si hiciera falta.
—Por lo que se puede ver hasta ahora, todo es normal —dice el técnico con
suavidad—. Es muy pronto, así que lo único que puedo decirte es cuánto
tiempo llevas de gestación y si el corazón del bebé late.
Vuelve a señalar la pantalla y golpea con la uña un pequeño parpadeo en el
centro del bulto.
—¿Ves eso de ahí? Es el latido de tu bebé. Agradable y constante.
Nos explica más detalles y medidas, y yo escucho y asiento con la cabeza,
pero en realidad no absorbo ni una palabra. Nikolai está acariciando mi pelo
distraídamente. Una sonrisa que parece no poder reprimir está dibujada en
su rostro.
Cuando la técnica apaga la máquina, me indica que vaya al baño para
asearme. En cuanto entro al baño y cierro la puerta, saco el móvil.
BELLE: Gracias por tu ayuda, pero hoy no es posible. No puedo ayudarte
más.
Luego guardo el teléfono e intento respirar.
48
NIKOLAI

Abro el cajón superior de mi escritorio y echo un vistazo a la foto de la


ecografía en blanco y negro.
Arslan tendría sin duda un chiste para esta situación, pero mirarla es el
pellizco en el brazo que necesito para demostrarme a mí mismo que todo
esto está ocurriendo de verdad.
Voy a ser padre. Un papá.
Después de la cita, quería llevarme a Belle a casa y celebrarlo follándomela
por primera vez en mi bonita y mullida cama, como ella me había pedido.
Pero he estado fuera de la oficina demasiado tiempo. Bridget tiene un
montón de mensajes pendientes para mí y mi bandeja de entrada está a
rebosar.
Estoy abriendo mi correo electrónico cuando Bridget llama.
—Sr. Zhukova, tengo dos personas en el vestíbulo que quieren hablar con
usted.
—Entonces tienes a dos personas decepcionadas. Diles que estoy ocupado.
—Sé que dijo que no quería tener reuniones hoy, pero...
—Diles que estoy ocupado.
—Espere —dice Bridget antes de que yo pueda colgar—. Sr. Zhukova, creo
que estas personas son detectives.
Mierda.
—¿Sabes por qué están aquí?
—No quieren hablar conmigo. Sólo quieren verlo a usted.
Sea lo que sea, no es bueno. Le mando un mensaje a Arslan.
Detectives aquí.
—Bien —le digo a ella—. Hazlos pasar.
Un minuto después, llaman a la puerta de mi despacho.
—Adelante.
El detective Andrews es más cercano a mi edad y tiene la cintura más
redonda. Entra con un detective más joven cuyo nombre he olvidado.
Asiente con la cabeza mientras se deja caer en la silla frente a mi escritorio.
—Nikolai.
—Detective Andrews —digo y me vuelvo hacia el otro hombre—. ¿Y usted
se llama?
—Howard —dice, moviendo sus hombros. No sé si le ofende que me haya
olvidado de él o no. En cualquier caso, no me importa.
—Detectives Andrews y Howard, ¿qué puedo hacer por ustedes hoy?
—Hemos estado intentando ponernos en contacto con usted desde ayer —
explica Andrews—. Le dejamos un mensaje a su secretaria y no nos
contestó.
—Ayer estuve fuera de la oficina. Acabo de volver hace una hora.
—¿Algún motivo en particular? —pregunta Andrews.
Cruzo las manos sobre el escritorio.
—Asuntos personales y una cita con el médico. ¿Alguna razón en particular
por la que estén aquí?
La mitad de los detectives de la ciudad están en mi nómina, pero no suelen
presentarse en mi despacho a menos que haya una buena razón. Esperaba
tener noticias de Andrews después de que Arslan incendiara una de las
propiedades griegas la semana pasada.
Pero teniendo en cuenta el momento de su llegada, supongo que esta visita
tiene algo que ver con los dos hombres a los que disparé frente a mi casa
hace dos noches.
Andrews inclina la cabeza hacia su colega más joven, y el detective Howard
se desplaza hacia delante.
—¿Ha hablado con Giorgos Simatou recientemente?
—Hablamos por teléfono hace unos días.
—¿Y esa fue la última vez que habló con él?
Frunzo el ceño y busco el teléfono del despacho.
—¿De qué se trata? ¿Llamo a Giorgos para que me confirme cuándo
hablamos?
—Eso sería bastante difícil —dice Howard.
—¿Y eso por qué?
Andrews suspira y hace una mueca con la boca. Es su mirada de ‘a mi
nivel’.
—Porque está muerto.
Mi mano cae sin vida sobre el escritorio.
—Es una puta broma.
—Me temo que no —contesta Andrews.
—¿Cuándo fue?
Recuerdo a los dos hombres que se negaban a dejarme ver a Giorgos. En
aquel momento, el hecho de que no se refirieran a Giorgos como su Don me
pareció extraño, pero no digno de mención.
Ahora tiene sentido, ya sabían que estaba muerto.
—Eso es lo que vinimos a preguntarle —dice Howard—. ¿Hay algo que
quiera decirnos?
Frunzo el ceño.
—¿Creen que yo tengo algo que ver con esto?
De acuerdo, si hubiera encontrado a Giorgos hace dos noches, no se sé qué
habría pasado. Él había ido a por Belle, o eso creía, y quizás yo lo habría
matado porque estaba de mal humor.
Pero el hecho importante sigue siendo: Yo no lo hice. Ni siquiera vi al
hombre.
—Escucha, Nikolai —suspira Andrews.
—Tenemos imágenes de vigilancia de ti en casa de Giorgos la noche que
murió. Tenemos una vista de su entrada principal. Derribaste su puerta.
—Ya estaba abierta cuando la pateé —corrijo—. Y estoy seguro de que las
imágenes de seguridad del interior están convenientemente perdidas.
¿Nadie vio lo que pasó en el vestíbulo?
—No había cámaras dentro.
Resoplo.
—Claro que las había. Pero quienquiera que esté orquestando esto fue lo
bastante listo como para deshacerse de ellas. ¿Cómo, si no, iban a
inculparme?
—¿Estás diciendo que tú no lo hiciste? —Pregunta Andrews.
—Tenemos testigos que declaran problemas entre tú y Giorgos —añade
Howard—. Hace poco cancelaste tu boda con su hermana, ¿no?
—Esa fue la última vez que hablé con él. Lo llamé el día que debía casarme
con Xena. Cuando fui a su casa hace dos noches, no estaba. Supongo que ya
estaba muerto.
—Qué oportuno —se burla el otro. Vuelvo la mirada hacia el joven
detective y su cara enrojece. Aun así, se encoge de hombros y añade—:
Todos sabemos que no eres tan honrado como aparentas.
Andrews le da una palmada en la espalda.
—El señor Zhukova es inocente hasta que se demuestre lo contrario.
—¿No lo somos todos? —digo y levanto las cejas sugestivamente—.
Apuesto a que usted también tiene esqueletos en el armario.
Andrews hace un gesto de dolor. Él sabe quién le paga realmente.
—Caballeros —les digo—, escuchen. Cancelé mi boda con la hermana de
Giorgos. Él estaba molesto por eso. Fui a hablar con él. No estaba. Hablé
con dos de sus hombres que, en retrospectiva, me parecieron sospechosos.
Deberías hablar con los empleados de Giorgos si quieres saber qué está
pasando. Y con el nuevo jefe, de paso.
—¿Quién es el nuevo jefe? —pregunta Andrews.
Me encojo de hombros.
—Si lo supiera, no me habría presentado en la puerta de un muerto
intentando hablar con él, ¿verdad?
Howard hace una mueca.
—¿Por qué deberíamos creerte?
—No deberían —les digo—. Pero pueden hablar con el encargado nocturno
de la Casa de Rehabilitación Freewald. Seguro que si tienen cámaras de
seguridad allá. Verán que estuve allí cuando supuestamente estuve veinte
minutos al otro lado de la ciudad matando a Giorgos.
Andrews garabatea en un bloc de notas que tiene en la mano.
—¿Esa es tu coartada?
—No, esa es la verdad. Además, conoces los rumores sobre los griegos,
¿no?
—¿Sobre qué Giorgos mató a sus padres? —pregunta Howard.
Andrews mira mal a su compañero. Intenta fingir ignorancia sobre la
mayoría de las organizaciones criminales de la ciudad. Mientras le paguen
los cheques, no quiere saber una mierda. Por lo visto, Howard no tiene los
mismos complejos.
Asiento con la cabeza.
—Se rumorea que los mató para reclamar el poder. Quizá la historia se
repite. Así que, si quieres mi opinión, te digo que rastrees a quien esté al
mando ahora. Apuesto a que encontrarás un rastro de sangre.
Después de eso, la entrevista terminó. Sé que no debo responder más
preguntas sin la presencia de mi abogado, así que Andrews y Howard se
escabullen tan rápido como llegaron.
En cuanto se van, tomo el teléfono.
Arslan contesta al segundo timbrazo.
—Los detectives han estado preguntando por ti —dice—. Nadie dice nada,
obviamente. ¿Algo que deba saber?
—Ve a mi casa. Ahora mismo —siseo—. Cuadra un equipo de seguridad
para que vigilen a Belle y a Elise.
Oigo un ruido mientras me pone en manos libres y empieza a teclear un
mensaje en el teléfono. Cumple mi orden antes de saber por qué.
—¿Qué coño está pasando, Nikolai?
—Giorgos ha muerto, y sospecho que los griegos están bajo un nuevo
liderazgo.
—¿Quién?
—Al diablo si lo sé —digo—. Pero seríamos estúpidos si no asumiéramos
que esto tiene algo que ver con nosotros. Su nuevo líder está tratando de
incriminarme. Lo que significa que hasta que tengamos todo esto resuelto,
no quiero a Belle fuera de nuestra vista.
Arslan maldice en voz baja.
—Estoy en ello. Yo mismo iré a tu casa ahora mismo.
—Nos vemos allí.
Cuelgo y cojo las llaves, pero antes de salir por la puerta vuelve a sonar el
teléfono.
—¿Qué? —contesto sin ver, suponiendo que es Arslan.
Pero en lugar del profundo gruñido de Arslan, me encuentro con la
chirriante voz de Xena Simatou.
—¿Así saludas a tu ex prometida?
—No, tienes razón. ¿Qué tal un ‘hasta nunca’?
—Siempre tan encantador, Nikolai.
—¿Por qué llamas? Acabo de saber que tu hermano ha muerto. ¿No
deberías estar de luto?
—Sabes tan bien como yo que no hay tiempo para lamentarse. No en la
vida que llevamos.
Suspiro.
—¿De qué se trata esto, Xena?
—Es una advertencia. Y no es que te lo merezcas —espeta ella—. Sabes, ya
tenía puesto mi vestido de novia cuando lo cancelaste. Estaba lista para
caminar hacia el altar. ¿No crees que podrías haberme avisado un poco
antes?
—Tú sabías que no quería casarme. No te hagas la sorprendida.
—Pero lo estoy. No es propio de ti dejarte llevar por tus emociones —dice.
Hace una pausa y añade—: ¿Vale ella la pena, todo esto?
Aprieto los dientes y mi visón se torna roja.
—No hables de ella. Nunca.
Ella se ríe entre dientes.
—Bien. Entonces seré breve: El segundo al mando de Giorgos se ha hecho
cargo. Están trabajando con la Mafia Battiato. Prepárate para la guerra.
Antes de que yo pueda decir algo más, Xena cuelga el teléfono.
49
BELLE

Han pasado horas, pero todavía me siento sobre la cresta de la ola por la
cita con el médico, hojeando las fotos de la ecografía que me enviaron por
correo electrónico. Nikolai se llevó las que imprimieron. No me
sorprendería que la primera ecografía de nuestro bebé acabara enmarcada
en su despacho junto a mis bocetos.
La idea me da un vértigo increíble. Estoy sonriendo cuando suena mi
teléfono.
Es un número desconocido, pero con asqueroso revoltijo en el estómago sé
que es Xena.
—¿Hola?
—Sal de casa ahora mismo —sisea Xena—. Coge a tu hermana y vete.
—¿Xena? ¿Recibiste mi mensaje? Te envié un mensaje diciendo que
cancelo el plan. Sé que te tomaste muchas molestias, pero...
—Él lo sabe.
Se hiela la sangre en mis venas.
—¿Qué?
—Nikolai sabe que has estado trabajando conmigo. Sabe que planeabas
desaparecer. Sabe lo que has hecho.
Inhalar es difícil. Mis pulmones parecen de piedra. No importa cuánto lo
intente, parece que no puedo recuperar el aliento.
—Pero... ¿cómo? Acabo de verle. Todo estaba bien. Todo estaba perfecto.
¿Qué pasó?
—No hay tiempo para explicaciones, Belle. Estoy tratando de ayudarte.
Tienes que salir de esa casa antes de que él vuelva.
Parpadeo una y otra vez, como si eso fuera a cambiar algo. Es como
despertarse de un buen sueño, intentando desesperadamente aferrarse a la
sensación cálida y difusa. No estoy dispuesta a renunciar a esta fantasía.
—¡Belle! —chasquea Xena chasquea—. Tienes que moverte. ¿Tienes idea
de lo que Nikolai le hace a la gente que se le enfrenta?
En mi mente veo a los hombres que vinieron a buscarme la otra noche. Uno
de ellos cae de lado sobre un charco de su propia sangre. Su amigo se
desploma en el coche después de una herida de bala en la cabeza.
Muerto. Muerto. Tan jodidamente muerto.
Ese podría ser yo.
Podría ser Elise.
Mi mano tiembla alrededor del teléfono.
—Bien ¿Qué hago?
—Coge a tu hermana y sal fuera —me dice—. Yo me ocuparé de todo lo
demás.
Xena cuelga. Me dirijo aturdida a la habitación de Elise y abro la puerta de
un empujón. Está sentada en el centro de la cama, con el portátil abierto
delante de ella.
—¿Nunca has oído hablar de llamar a la puerta? —refunfuña. Pero cuando
me ve, sus ojos se abren de par en par. Se desliza hasta el borde de la cama
y me coge de la mano—. Belle, ¿qué pasa?
—Tenemos que irnos.
Odio ver cómo la atraviesa el pánico. Odio haber traído este caos, trauma y
dolor a su vida.
Pero ahora mismo, lo único que puedo hacer para protegerla es sacarla de
esta casa.
—¿Esto es por lo que dijo Nikolai? ¿Sobre sus enemigos?
¿Cómo le explico que Nikolai podría ser el enemigo ahora? No puedo. No
hay tiempo. En lugar de eso, asiento con la cabeza.
—Sólo tenemos que irnos, ¿de acuerdo? Ahora mismo.
Se pone los zapatos y corremos por la casa hasta la puerta principal sin
pararnos a coger nada. Esta vez no hay misión encubierta, no hay que
escabullirse de árbol en árbol. Corremos tan rápido como podemos por el
camino de entrada en curva hacia la carretera.
Cuando llegamos al bordillo, un elegante coche negro se detiene delante de
nosotras.
Elise jadea e intenta echarme hacia atrás, pero la ventanilla del
acompañante se baja y Xena Simatou me mira desde el asiento del
conductor.
—Sube —me ordena, con un dejo de desesperación en la voz.
Empujo a Elise hacia el coche.
—Está bien. No pasa nada.
—Es la señora de Islandia —dice Elise y la mira dos veces mientras la
ayudo a subir al asiento trasero.
—Xena —explica ella con una sonrisa tensa—. Encantada de conocerte.
Nos alejamos del bordillo y echamos a andar calle abajo.
Todo va muy deprisa. Sólo han pasado unos minutos desde que Xena llamó
por primera vez, y ahora está aquí, y yo me voy de casa de Nikolai. Nada de
esto parece real.
—¿Cómo es que ya estás aquí? —le pregunto unas manzanas más adelante.
Xena dobla las esquinas a toda velocidad y conduce demasiado rápido por
calles residenciales. No paro de mirar por el retrovisor, esperando ver gente
siguiéndonos.
—Ya estaba cerca.
—¿Estabas?
Ella asiente.
—Sé en qué peligro te puse al pedirte que espiaras.
—¿Qué? —suelta Elise desde el asiento trasero.
Miro hacia atrás y le muestro una sonrisa comprensiva. Algún día te lo
explicaré todo.
Si es que vivimos tanto.
—No quería ponerte en una situación peligrosa —continúa Xena. Se acerca
y me aprieta la muñeca—. Las chicas tenemos que estar unidas, ¿no?
Sus dedos están fríos contra mi piel y me estremezco. Xena tiene la
costumbre de decir cosas así. ‘Las mujeres tenemos que ayudarnos, Belle’.
Y siempre me hacía sentir como si estuviéramos en una hermandad secreta.
Las Mujeres Disfuncionales de Nikolai Zhukova.
Pero en persona, sus palabras suenan vacías. La miro y su expresión es
plana. Sus ojos son oscuros y duros como canicas. A pesar del pánico que
parecía sentir por teléfono, ahora parece perfectamente tranquila. Lo que no
hace sino aumentar mi pánico.
Xena pisa el acelerador al girar y yo agarro el tirador de la puerta.
—Ponte el cinturón, Elise.
—Ya lo hice.
Vaya, es la primera vez. Miro hacia atrás. Al igual que yo, mi hermana
agarra el tirador de la puerta con las dos manos en blanco. Xena no parece
darse cuenta de nuestro miedo.
—¿Acaso nos están siguiendo? —le pregunto—. ¿Crees que podríamos ir
un poco más despacio?
—Lo siento —dice, sin parecer que en realidad lo siente—. Soy una
conductora un poco salvaje—. ¿Estás indispuesta?
—Un poco, la verdad —admito. Se me revuelve el estómago, pero eso no
es tan raro últimamente. Las náuseas matutinas se han convertido en un
asunto de todo el día. Aun así, esto se siente diferente.
—¿Mareas?
—No —dice Elise desde atrás. Su voz suena débil—. Esa soy yo. Tengo los
genes del mareo.
Xena me mira, pero yo mantengo la mirada al frente. Es como si intentara
ver mis pensamientos a través de mi cráneo. Y por alguna razón, de repente
no quiero que sepa lo que estoy pensando.
—Ha sido un día ajetreado —explico—. Vi a Nikolai hace una hora y todo
estaba bien. ¿Cuándo se enteró de...?
—En realidad yo los seguí esta mañana —suelta Xena de repente.
—¿En serio? —digo e intento mantener la voz uniforme y calmada, aunque
se me acelera el corazón.
—Pensé que te pasaba algo cuando fuiste al hospital.
—¿Al hospital? —pregunta Elise desde el asiento trasero—. Creía que ibais
a salir a desayunar.
No quería mentirle a Elise, pero no había motivo para hablarle del
embarazo hasta que supiera que estaba ocurriendo de verdad. Luego no
hubo tiempo de hablar de ello antes de que llamara Xena y saliéramos
corriendo.
No quiero que se entere así de que voy a tener un hijo.
—Nikolai tenía algo que hacer primero en el hospital —miento.
—Has ido al ala de obstetricia —añade Xena, muy tranquila.
—Xena, ahora no —le ruego en voz baja.
Ella me ignora. Elise se inclina hacia delante y pone la mano en el respaldo
de mi asiento.
—¿Belle?
Me vuelvo lentamente hacia ella.
—No es así como quería decírtelo. Iba a decírtelo. Lo juro. Solo quería
estar segura antes.
Sus ojos se abren de par en par. Está sorprendida, pero no sé si está
horrorizada o contenta hasta que chilla:
—¿Estás embarazada?
La noticia ha pasado del horror a la confusión, a la alegría y viceversa
tantas veces que ya no sé qué respuesta es la correcta. Me conformo con
asentir con un suspiro.
—Sí, así es.
—Oh, Dios mío. Voy a ser hermana mayor —dice—. O, no, espera, seré tía.
¡Tía! Vaya.
Me muerdo una sonrisa.
—Sí. Tía Elise. Vaya.
Cuando me vuelvo hacia Xena, ella tiene la mandíbula apretada.
—¿Nikolai es el padre? —pregunta.
El ambiente en el coche ha sido difícil de interpretar desde el momento en
que Xena nos recogió. Pero ahora es inequívocamente tenso. Algo va mal.
Algo que no entiendo del todo.
Pero sé lo suficiente como para mantener la boca cerrada.
Aunque no es que importe. Una no respuesta es respuesta suficiente, y Xena
lo sabe. Cada segundo que pasa, el coche avanza más y más deprisa.
Elise gime en el asiento de atrás mientras giramos de una curva a otra. Pero
le espera algo mucho peor que un malestar estomacal si no la saco de aquí.
—Xena, detén el auto —digo.
—No.
Se me acelera el corazón, pero respiro con calma.
—Yo me quedaré en el coche. Pero deja ir a Elise. Déjala salir.
Xena mira por el retrovisor.
—Es solo una niña —susurro—. Por favor. Sea lo que sea, vamos a
resolverlo. Las dos solas. No la metas a ella en esto.
Su expresión no cambia y ya no estoy segura de que me esté escuchando.
De repente, Xena frena en seco.
Todos nos sacudimos hacia delante y Elise suelta un grito.
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero las contengo. No quiero asustarla
más de lo que ya está.
Me giro en mi asiento y le dirijo una pequeña sonrisa.
—Vas a bajarte.
Se le arruga la frente.
—¿Qué? ¿Dónde estamos...?
—Vas a salir del coche. Vas a salir. Y vas a encontrar a Nikolai.
Él cuidará de ella. Sé que lo hará.
—Pero huimos por él. Por... bueno, no sé por qué. Pero yo creía que él era
peligroso.
Xena resopla suavemente y un escalofrío me recorre la espalda.
Fui tan estúpida. Tan jodidamente estúpida.
Debería haber llamado a Nikolai después de que Xena me llamara a mí.
Aunque fuera verdad y se hubiera enterado de que trabajaba con los
Simatous, yo podría haberle explicado las cosas. Tal vez él lo hubiera
entendido.
Pero entré en pánico y seguí mis peores instintos, y ahora estoy en un
problema que ni siquiera puedo imaginar.
—Me equivoqué —digo y agarro la mano de Elise. Xena se mueve
ligeramente. Sigo el movimiento y veo que sus dedos se ciernen sobre un
arma encajada entre su asiento y la consola central. Una amenaza silenciosa
—. Nikolai cuidará de ti. Pero tienes que salir de aquí ahora.
—No. No sin ti —dice Elise con firmeza.
—No tenemos tiempo para esto —gruñe Xena. Levanta la pistola y me
apunta al estómago—. Tu hermana mayor no irá a ninguna parte. Sal tú del
coche mientras puedas.
El rostro de Elise palidece. Abre y cierra la boca, pero no sale nada.
Una lágrima resbala por mi mejilla.
—Lo siento mucho, Elise.
Ella niega con la cabeza.
—Yo no voy a…
—¡Muévete! —retumba Xena. Ya la farsa de antes se ha acabado.
Elise se sobresalta. Le aprieto la mano por última vez. Aunque espero que
no sea la última vez. Sólo la última vez por un rato.
—Estaré bien. Vete. Hasta luego.
No sé si le estoy diciendo la verdad o no, y veo que Elise tampoco está
segura. Pero me escucha. Con lágrimas en los ojos, sale del coche con
piernas temblorosas y sube al bordillo.
En cuanto cierra la puerta, Xena pisa el acelerador.
—Conmovedor —se burla mientras el motor ruge—. No hay nada como la
unión entre hermanos.
—Estoy segura de que tú y Giorgos sois igual de cariñosos —le respondo
—. Las maquinaciones para matar gente deben unirlos mucho.
Xena resopla.
—Por favor. Yo hice los planes. Giorgos solo se limitó a seguirme.
Intento respirar entre el dolor de cabeza y el miedo.
—Esto es un plan, ¿no? ¿Ahora mismo? Probablemente Nikolai ni siquiera
sabe que trabajé contigo.
Xena se burla.
—Fue demasiado fácil incluso para decirlo. Confiabas tanto en mí. Ni
siquiera hiciste preguntas. Te dije que corrieras y dijiste: ‘¿Qué tan
rápido?’.
—Estúpida —murmuro—. Fui tan estúpida.
—Realmente lo fuiste. No tengo ni puta idea de lo que Nikolai vio en ti. Es
decir, él estuvo dispuesto a tirar nuestro trato e ir a la guerra... por ti. Eso
está más allá de la comprensión.
Hasta aquí lo de mujeres apoyando a mujeres.
—Entonces, ¿Giorgos sabe que estás aquí conmigo? —Pregunto—. ¿Lo
sabe Nikolai? Esto es algún tipo de plan con chantaje, estoy segura. ¿Habrá
rescate?
Mis pensamientos se vuelven inmediatamente hacia Elise. ¿Qué será de ella
sin mí? Probablemente será enviada de vuelta con nuestra madre, lo que me
rompe el corazón.
Pero no puedo pensar en nada de esto ahora. Sobrevivir es lo más
importante.
—Todos me subestiman —dice Xena finalmente—. Soy una mujer, ¿qué
podría saber yo sobre liderar una mafia? Las mujeres llevamos el mundo a
cuestas desde el principio de los tiempos, pero no se puede confiar en
nosotras para tomar decisiones importantes o, Dios no lo quiera, decirle a
un hombre lo que tiene que hacer. Nadie esperaba que la dulce, bonita y
dócil Xena tomara las decisiones.
—¿Y tu hermano?
—Él era la excepción —admite—. Pero sólo porque no tenía ni puta idea.
—¿Era? —pregunto, sin pasar por alto su uso del pasado.
—Mi hermano nunca quiso dirigir. Nunca supo cómo hacerlo. Podía
hinchar el pecho como el que más, pero cuando llegaban los momentos
realmente importantes, se rendía. Incluso antes de convertirse en Don, vino
a pedirme consejo. Juró que yo sería su segunda al mando.
—¿Y no lo fuiste?
Ella asiente.
—En secreto. Porque a diferencia de tantos hombres en este mundo, no
necesito el reconocimiento. Me ahorro los bustos de oro y las estatuas
imponentes. Estoy bien con arrastrarme entre bastidores y ejercer el poder
real.
Seguimos conduciendo demasiado rápido, pero las carreteras se ensanchan
y el tráfico se reduce. Ahora estamos saliendo de la ciudad. Quiero
preguntarle adónde vamos, pero sé que no me lo dirá. Una parte de mí ni
siquiera quiere saberlo.
—La sed de poder debe ser cosa de familia —digo yo—. Tu hermano mató
a tus padres para heredar la Bratva, ¿no?
—¿Giorgos? —ríe Xena—. Ese rumor siempre me mató. Oh, perdona el
mal juego de palabras. El hecho de que la gente piense que él tendría las
agallas para hacer algo así... fue desconcertante.
—Yo no diría que hacen falta agallas para matar a tus padres. Más bien un
trastorno mental diagnosticable —murmuro.
Xena me presta atención.
—Lo hice yo.
Prácticamente me trago la lengua del susto.
—¿Tú fuiste quién mató a tus padres?
—Y por Dios, hice que les doliera. Parecía que lo había hecho un enemigo
—dice—. Giorgos no pudo ni soportar la visión. Se quedó afuera y vigiló.
Yo lo hice todo. Maté a nuestros padres y le entregué a él la corona. Yo
arreglé los detalles del trato con Nikolai. Y fui yo quién disparó en el club
donde él y Arslan bebían después de enterarme de que fue visto bailando
contigo.
—¿Trataste de matarlo? —digo. Nikolai nunca me dijo eso.
—Él había sido advertido de lo que significaba para nuestro trato estar
contigo. Pero no pareció tomárselo en serio. Decidí subir la apuesta. Pero
claro, todo lo que él hizo fue irse a Islandia, los dos juntos —espeta y sus
fosas nasales se abrieron—. Él insistía en avergonzarme.
—¿Pero yo creía que no había sentimientos entre vosotros dos? Dijiste que
era un matrimonio arreglado.
—¡Eso no significa que vaya a dejar que me tomen por tonta! —grita—.
¿El hecho de que mi futuro marido prefiera estar en los brazos de una
pobretona contable en vez de en los míos? Es ridículo. Pero estoy segura de
que, si yo fuera una joven putita ingenua como tú, él estaría mucho más
interesado.
—No está conmigo porque soy joven o ingenua —escupo—. Es porque
estamos enamorados.
En cuanto las palabras salen de mi boca, me doy cuenta de lo desacertadas
que han sido. Lucho contra el impulso de taparme la boca con la mano.
Xena se vuelve hacia mí despacio, con los ojos entrecerrados.
—Entonces hice bien en moverme ahora en vez de esperar. Giorgos pensaba
que me estaba precipitando. Él quería volver a hablar con Nikolai. Para
razonar con el muy hijo de puta.
—Quizá él tenga razón —protesto débilmente—. Nikolai estaría dispuesto a
trabajar contigo, estoy seguro. Puedes idear un nuevo plan.
—¡Este es el nuevo plan! El primer plan fue casarme con Nikolai y luego
matarlo cuando se diera la oportunidad. Una caminata de luna de miel a los
acantilados, entonces ups, se resbaló. Qué trágico.
Mi corazón se estruja incómodo. Y yo iba a dejar que Nikolai se casara.
Durante semanas, me senté en casa, sintiéndome miserable y extrañándolo,
pero iba a dejar que se casara con otra.
Una mujer que planeaba matarlo.
La idea es suficiente para robarme el aliento. La muerte de Nikolai habría
sido insoportable entonces. Pero ahora... me mataría a mí también.
—¿Qué pensaba tu hermano de eso?
—No le pareció bien —suspira Xena como si estuviera aburrida—. Por eso
lo maté primero.
Ahora estamos en las afueras de la ciudad. Pronto no habrá nada más que
campo abierto a nuestro alrededor.
—Nunca llegarás a Nikolai —le digo—. Es más fuerte que tú. Es más listo
que tú.
Xena se encoge de hombros.
—Supongo que ya lo veremos. Desde luego no serías la primera en
subestimarme. Y Nikolai ni siquiera sabe que estoy a cargo ahora. Eso es
una ventaja. Una ventaja que probablemente me ayudará a acercarme a él.
Lo suficientemente cerca como para hacer lo que hay que hacer.
Los ojos de Xena están en el camino, perdida en su conspiración y
completamente inconsciente de que ha hecho exactamente lo que le han
hecho a ella toda su vida. Me ha subestimado.
Puede que yo no haya nacido y crecido en el estilo de vida de una Bratva.
Puede que yo no sea Xena, siempre lista con un plan y preparada para lo
que venga a la vuelta de la esquina.
Pero tengo algo que ella no tiene: un corazón.
Y pertenece a Nikolai Zhukova.
Xena pisa el acelerador y acelera hacia la siguiente curva, y yo no vacilo.
En un ágil movimiento, me desabrocho el cinturón de seguridad y me tiro
sobre la consola central.
Ella grita alarmada cuando yo choco contra su costado. Siento que el coche
se sacude y el volante da vueltas como enloquecido.
Es un caos de miembros enredados. Pero por primera vez desde que subí al
coche, estoy tranquila. Los latidos de mi corazón son fuertes y constantes.
Y es de él.
Es suyo.
Ha sido de él desde el momento en que nos conocimos.
50
NIKOLAI

Estoy a medio camino de casa cuando llama Arslan.


—No están allí, dice, sin aliento.
—¿Qué?
—Belle y Elise se han ido. Seguridad las muestra corriendo fuera de la casa
justo después de que me llamaste. Entraron en un coche deportivo negro.
Los hombres intentaron seguirlas, pero las perdieron. Se han ido.
Las posibilidades y las preguntas sin respuesta se me agolpan en la cabeza,
más rápido de lo que puedo ordenarlas.
—¿Cuál es el movimiento? —pregunta Arslan.
—Las buscamos. Cada lugar griego, su cuartel general. Cada centímetro
cuadrado de la ciudad donde haya pisado un griego o un Battiato. Xena dijo
que los griegos están trabajando con los italianos ahora, así que todo es
posible.
—Sobre eso —dice Arslan—. Ya tengo hombres buscando, pero yo también
me uniré. ¿Dónde vas a empezar tú? Avísame y nos vemos allí.
Aprieto el volante y hago lo que puedo para contener la rabia y pensar con
claridad. Belle enturbia mis sentidos, pero se merece lo mejor de mí. Ella y
Elise lo merecen.
—Reúnete conmigo en ese bar Battiato donde viste a Giorgos reunido con...
Antes de que pueda terminar las frases, me giro a la derecha y veo un
camión que se dirige a toda velocidad hacia mi coche. No hay tiempo para
pisar el acelerador, frenar o girar.
Sólo tengo tiempo de prepararme para el impacto.
El camión golpea la puerta del acompañante a toda velocidad, haciendo que
mi pequeño Ferrari gire como una puta peonza.
No sé cuántas vueltas da el vehículo, pero cuando abro los ojos, la carretera
ha desaparecido y lo único que veo es el cielo azul despejado.
Por un momento, pienso que podría estar muerto. Quizá sea la transición
hacia el cielo.
Pero entonces me doy cuenta de que, si el cielo y el infierno son verdad, es
casi seguro que yo me dirija hacia abajo. Además, todavía puedo oír la voz
apagada de Arslan rugiendo a través de mi altavoz.
—¡Nikolai! ¿Qué coño ha pasado? ¿Estás ahí? ¿Hola? ¡Nikolai!
Parpadeo un par de veces y me fijo en lo que me rodea. Mi coche ha
acabado encima de otro vehículo al borde de la carretera, con el capó
inclinado hacia el cielo. Todas las ventanillas están destrozadas y sale humo
de debajo del capó.
Pero estoy vivo y no estoy herido. No que yo sepa.
Me desabrocho el cinturón de seguridad con un gemido y busco el teléfono
que ha caído en el asiento trasero. Al girarme, siento un dolor agudo en el
cuello, pero es soportable.
—¡Nikolai! —grita Arslan—. ¿Dónde estás? ¿Qué coño ha pasado?
—Cálmate —digo y mi voz suena lejana, como si estuviera hablando bajo
el agua. Eso no puede ser una buena señal. Tal vez sea una conmoción
cerebral.
—Mierda. Sonó como si te hubiera atropellado un tren.
—Bastante cerca —ronco, tirando inútilmente de la manilla de la puerta—.
Tuve un accidente de coche. Uno muy feo. Alguien chocó contra mí.
—¿Fue un accidente? —pregunta.
—No lo sé. Ni siquiera he visto quién...
De repente, oigo el familiar ‘pum-pum-pum’ de disparos repiqueteando
contra la parte trasera de mi coche.
—Mierda —digo. Me abalanzo a por mí pistola en la guantera—. No fue un
accidente.
Le doy mi ubicación a Arslan y cuelgo el teléfono sin decir nada más.
Necesito estar totalmente presente si quiero salir con vida en los próximos
minutos.
Pateo la puerta con todas mis fuerzas. Me lleva dos intentos, pero el metal
finalmente se abre. Salgo y me agacho detrás de los vehículos en ruinas.
Más disparos violentos resuenan en el aire. No puedo ver quién dispara,
pero a juzgar por la frecuencia de los disparos, son al menos dos personas.
Tal vez tres. Tal vez más.
Introduzco la mano en el compartimento oculto bajo el asiento del
conductor y saco mi metralleta. Luego respiro hondo para estabilizarme y
giro para apuntar por encima del capó.
Hay cuatro hombres de negro que convergen hacia mí, pero puedo ver las
insignias en sus pechos. Tres de ellos son griegos, pero el cuarto lleva el
escudo de Battiato sobre el corazón.
Xena me lo advirtió. Prepárate para la guerra.
Apunto y disparo. Un hombre cae. Los otros tres encuentran cobertura.
Pero ellos tienen la ventaja y el impulso y yo estoy inmovilizado en esta
posición de mierda. Soy un jodido blanco fácil.
Estoy sopesando mis escasas opciones cuando oigo el familiar estruendo de
la moto de Arslan. Mi mejor amigo entra en escena desde la izquierda,
disparando desde ya al soldado Battiato agazapado tras los restos aplastados
del camión que me derribó.
Dos contra dos. Así está mejor.
Detiene la motocicleta cerca del bordillo y se lanza al vacío, arrastrándose
hacia los dos coches apilados frente a mí.
—Tienes suerte de que no te hayan volado de esa puta moto. Deberías estar
en un furgón blindado.
—Mira lo bien que te ha venido —dice, señalando el montón de chatarra
que solía ser mi vehículo favorito.
Nos turnamos para disparar por encima del capó, manteniendo a raya a los
dos hombres restantes. Pero después de unos minutos de intercambiar
disparos inútiles, empiezo a inquietarme.
—¿Por qué no avanzan? —gruño—. ¿Qué sentido tiene este ataque si no
van a entrar a matar?
—¿Son cobardes? —sugiere Arslan.
—Sí, pero no es eso. No tiene ningún sentido.
Casi tan pronto como las palabras salen de mi boca, oigo más disparos. Pero
esta vez, vienen de detrás de nosotros.
También oigo otra cosa: el húmedo sonido de una bala al chocar con la
carne.
Entonces Arslan gime.
Me doy la vuelta e inmediatamente veo a otro soldado Battiato avanzando a
pie por la acera, con una pistola en la mano. Disparo y le doy en el
estómago. Se zambulle detrás de un muro de hormigón y yo agarro la
manga de la camisa de Arslan.
—Levántate, Arslan —digo. Más una súplica, que una orden—. Vamos.
La única respuesta de Arslan es una tos sanguinolenta. Es todo lo que
necesito saber.
Si mi mejor amigo pudiera disparar por la boca con alguna estúpida
respuesta, lo haría. Tengo que sacarlo de aquí.
Muevo las piernas para colocarme sobre Arslan, y luego me muevo en un
pivote continuo, disparando cada vez que veo movimiento. Intento ignorar
el charco caliente y pegajoso que se acumula bajo mis pies. Las
desagradables y ásperas respiraciones que salen del pecho de Arslan.
Voy a sacarnos a los dos de aquí. Y luego encontraremos a Belle y a Elise.
Voy a ser padre, maldita sea.
—No te muevas —dice una voz detrás de mí.
Maldigo en voz baja.
—Suelta el arma, Nikolai.
Dejo la pistola sobre el capó y me doy la vuelta con las manos en alto.
Un soldado del Battiato está de pie detrás de mí, con su arma apuntándome
al pecho. Cuando nuestras miradas se cruzan, sonríe.
—Esperaba ser yo quien te capturara.
—No has capturado a nadie.
Inclina la cabeza hacia Arslan.
—Tu amigo ha caído y tú no tienes arma. A mí me pareces bastante
capturado.
—Demuestra lo que sabes.
Se resiste a dejar de mirarme.
—Esto ha sido más fácil de lo que pensaba. Supongo que debería haber
escuchado a los griegos. Dijeron que su Don les aseguró que no sería un
problema.
—Así es. Giorgos está muerto —digo—. ¿Quién está a cargo ahora?
Parece sorprendido.
—¿Quieres decir que no lo sabes?
—He estado un poco ocupado recibiendo disparos.
Entrecierra los ojos.
—Puedes agradecérselo a Xena Simatou.
Tardo un segundo en asimilar sus palabras. Pero cuando lo hacen, me
invade una rabia glacial.
—¿Xena?
—Mató a su hermano por el honor —confirma, asintiendo—. Y teniendo en
cuenta lo fácil que capturó a tu putita, diría que su reinado ha empezado con
buen pie.
—¿Dónde está ella? —grité.
—¿Xena?
—Belle —digo. Odio incluso decir su nombre en presencia de un pedazo de
mierda como este hombre. No merece oírlo.
Él sonríe ácidamente.
—La verás muy pronto. Creo que Xena tiene planes para vuestra reunión.
Ahí es donde debo llevarte.
Si este hombre cree que va a llevarme a una reunión con Xena con las
manos atadas a la espalda, es el tonto más tonto del planeta. No hay una
sola posibilidad de que salga de aquí sin pelear.
—Qué buen perro eres. Ni siquiera es tu jefa.
—No, pero ella así quería que la llamara en la cama —escupe—. ‘Jefa’ y
ella gimió mi nombre toda la puta noche.
Resoplo.
—¿Te sientes especial porque se abrió de piernas para ti? Seguro que se ríe
de lo fácil que fue ganarse tu lealtad. Xena ha hecho mucho más por mucho
menos, pero tú debías de estar realmente desesperado.
El cuello del hombre se pone rojo. Veo cómo le tiembla el dedo en el
gatillo.
—Se supone que tengo que llevarte ileso, pero... bueno, estoy seguro de que
ella entenderá si sales herido en el fragor de las cosas.
Levanta el arma. Justo cuando aprieta el gatillo, me lanzo a la derecha.
La bala pasa volando, llevándose un trozo de mi hombro. Me agacho y
ruedo, pero en cuanto puedo vuelvo a ponerme en pie, cargando hacia él. El
hombre agita su arma salvajemente para apuntar por segunda vez.
Le doy. Oigo el estallido de un disparo mientras mis brazos rodean la
cintura del hombre. Siento una ráfaga de calor en el estómago.
Y ambos caemos al suelo.
Continuará

L de Nikolai y Belle continuará en el Libro 2 del dúo de la


Bratva Zhukova, REINA IMPERFECTA.

También podría gustarte