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LA BRATVA ZHUKOVA
LIBRO 1
NICOLE FOX
ÍNDICE
Mi lista de correo
Otras Obras de Nicole Fox
Tirano Imperfecto
1. Belle
2. Belle
3. Nikolai
4. Nikolai
5. Belle
6. Belle
7. Nikolai
8. Belle
9. Nikolai
10. Nikolai
11. Nikolai
12. Belle
13. Nikolai
14. Belle
15. Nikolai
16. Belle
17. Nikolai
18. Belle
19. Nikolai
20. Nikolai
21. Belle
22. Belle
23. Nikolai
24. Nikolai
25. Belle
26. Nikolai
27. Belle
28. Nikolai
29. Belle
30. Belle
31. Nikolai
32. Belle
33. Nikolai
34. Belle
35. Nikolai
36. Belle
37. Nikolai
38. Belle
39. Nikolai
40. Belle
41. Belle
42. Nikolai
43. Belle
44. Nikolai
45. Nikolai
46. Belle
47. Belle
48. Nikolai
49. Belle
50. Nikolai
Copyright © 2022 por Nicole Fox
Reservados todos los derechos.
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por escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.
MI LISTA DE CORREO
La Bratva Makarova
Altar Destruido
Cuna Destruida
Dúo Rasgado
Velo Rasgado
Encaje Rasgado
la Mafia Belluci
Ángel Depravado
Reina Depravada
Imperio Depravado
la Bratva Kovalyov
Jaula Dorada
Lágrimas doradas
la Bratva Solovev
Corona Destruída
Trono Destruído
la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo
La Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
TIRANO IMPERFECTO
LIBRO 1 DE LA BRATVA ZHUKOVA
Hace más de diez años que no tengo que preocuparme por el dinero, pero
las viejas costumbres no mueren.
Los hombres que me rodean meten billetes de cincuenta y de cien en los
tangas de las bailarinas. Estoy sentado con los brazos cruzados.
Tiran fajos de billetes sobre la mesa y anuncian borrachos: ‘La siguiente
ronda pago yo’ antes de caer desmayados. Yo sorbo agua de una botella que
he traído conmigo.
Me sorprende el despilfarro de todo aquello.
Arslan me diría que me relajara. Te has ganado esta vida. Disfrútala, es lo
que dice siempre.
Pero sé muy bien lo fácil que las cosas se desmoronan. Y al final del día,
prefiero ser yo que cualquiera de estos malditos borrachos que pululan
alrededor. Porque yo soy el que tiene el poder.
—Deberías probar el salmón —proclama Giorgos.
—Paso —digo, rodando mis ojos en blanco
— ¡Anímate, diviértete! —Cacarea Giorgos—. Aquí todos somos amigos,
Nikolai.
—Sabes tan bien como yo que nada está decidido hasta que esté decidido
—digo—. De todas formas, tengo que irme pronto.
Realmente no creo que Giorgos Simatou tenga las agallas o los motivos
para atentar contra mi vida, pero la mafia griega es notoriamente temeraria.
Es decir, Giorgos quiere que me case con su hermana. Así que no se puede
confiar en el juicio de este hombre.
—En realidad deberías comer —dice Xena, inclinándose sobre la mesa para
que pueda ver directamente dentro de su blusa. Con tetas como esas, podría
tener a cualquiera de los cachondos veinteañeros de la mafia de su hermano
a su entera disposición. Pero sus ojos han estado fijos en mí durante
demasiado tiempo—. ¿Tengo que alimentarte?
— ¿Parezco acaso un maldito animal de granja? —contesto, lo
suficientemente alto como para que la atención de toda la mesa gire hacia
nosotros.
—No. No, es que yo... estaba... —balbucea ella. Sus ojos abiertos de par en
par.
—A menos que seas tú la que cerrará el trato. Si no, no me importa —y me
vuelvo hacia Giorgos—. ¿Estamos aquí para hacer una alianza o qué?
—Estamos. Por eso lo estamos celebrando —dice Giorgos y levanta un
vaso de vino casi vacío—. Siempre celebramos un nuevo trato.
Sus hombres aplauden ruidosamente, brindando y bebiendo.
—Todos ustedes celebran por cualquier cosa —murmuro.
Giorgos se me queda mirando fijamente, con la tensión ondulando entre
nosotros, antes de echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada.
— ¡Porque hay mucho que celebrar, amigo mío!
— ¿Como el tibio salmón del club de striptease? —exclamo.
— ¡Como ser el puto Poseidón! —Grita a la sala—. Yo controlo el agua, los
puertos y los cargueros. Todo lo que entra o sale de esta ciudad pasa por mí.
Exagera, pero por muy poco. Su familia empezó con un barco de madera y
un sueño. Ahora, hay cargueros de tres campos de fútbol de largo con el
nombre de Simatou estampado en el costado. Ver mierda como esa, día tras
día, podría dar a cualquiera un complejo de Dios.
— ¿Estás seguro? —pregunto—. Pensé que era por tu hermana.
Xena entiende la puya de inmediato e inhala con fuerza, pero a Giorgos le
toma un segundo darse cuenta. Cuando lo hace, palmea a su hermana en la
espalda y sonríe.
—Mi hermana se abre de piernas por el bien de todos nosotros. Y ahora, lo
hará una última vez por ti. Con nuestro nuevo trato, Nikolai Zhukova será el
último en tener a la adorable Xena.
Xena golpea el brazo de su hermano.
—No soy una perra que le ofreces a un semental, hermano.
—Por supuesto que no —dice Giorgos todavía sonriendo—. Eres la
princesa de la mafia Simatou y nos has servido bien.
—Terminemos con esto de una vez —dice Xena, rodando sus ojos en
blanco.
—Por una vez, Xena y yo estamos de acuerdo en algo —señalo.
—Está impaciente —expresa Giorgos con un guiño—. ¿Tú también estás
impaciente, Nikolai?
Niego con la cabeza.
—Nunca he tenido necesidad de impaciencia. Obtengo lo que quiero en el
segundo que lo quiero.
Las cejas de Giorgos se levantan.
— ¿Eso significa que no quieres a mi hermana? Ella es hermosa, ¿no es así?
Estudio a Xena por un momento. Ella levanta la barbilla, haciendo todo lo
posible para mostrar sus delicados rasgos. Pero mirarla es como mirar una
estatua de mármol: puedo apreciar su belleza, pero hay una distancia
infranqueable entre nosotros.
No la deseo. No la seguiría al baño de un avión, por ejemplo, con la
esperanza de deshacerme del dolor en mis bolas causado por una simple
conversación.
Aparto los pensamientos sobre Belle. Arslan ya me ha enviado un mensaje
para decirme que se ha ocupado de nuestro pequeño problema. No necesito
volver a pensar en ella.
Especialmente no cuando estoy en medio de un trato.
—La belleza de tu hermana no tiene nada que ver con mi interés en esta
sociedad. Es tu control de los puertos, como mencionaste, lo que me
interesa.
—Un hombre de negocios hasta la médula —dice Giorgos, pareciendo
mucho más complacido que su hermana—. Ese es el tipo de enfoque que
hizo que Zhukova Incorporated triplicara sus márgenes de beneficio en tan
solo los dos últimos años. Tienes una verdadera historia de ‘la pobreza a la
riqueza’. Es inspirador.
Si sus intenciones aún no estaban lo suficientemente claras, la sonrisa que
se extiende por el rostro de Giorgos las deja muy claras.
— ¿Quieres hablar sobre de dónde vengo? —pregunto peligrosamente.
La expresión del griego palidece. Agita una mano.
—No, solo quise....
—Querías recordarme de dónde vengo, como si yo pudiera olvidar los
primeros años de mi vida —digo—. Como si el penoso ascenso que hice de
la pobreza a la prosperidad pudiera haberme debilitado de algún modo.
Sacude la cabeza.
—No, Nikolai, no era mi intención....
—No era tu intención enfadarme, pero es que poca gente lo pretende.
Porque los que lo hacen, no viven para volver a intentarlo.
Los hombres que nos rodean guardan un silencio inquietante, irradiando
una energía nerviosa de la que me alimento. El sabor del miedo nunca pasa
de moda.
—Si soy una inspiración, es por miedo. Por el respeto. Es la razón por la
que me vendes a tu hermana. Para que me interponga entre tú y la mafia
Battiato —agrego.
La sonrisa de Giorgos se desvanece.
—Y compartirás el control de mis puertos, mi hermano de armas. Cualquier
buen trato es mutuamente beneficioso. No permitiré que esto se haga pasar
por una especie de caridad hacia mí.
—Y a mí no me venden —interviene Xena. Yo le sonrío.
—Pues quítame el incentivo y a ver si sigo queriendo casarme contigo.
Se le pone la cara roja de vergüenza. Entonces me vuelvo hacia Giorgos.
—Puede que me conozcas mejor como el CEO de Zhukova Incorporated,
pero eso es solo mi máscara. Ante todo, soy el Don de la Bratva Zhukova.
Y mi camino al trono se pavimentó con los cuerpos destrozados de aquellos
que pensaron que podían intervenir. No me cuesta nada añadir algunos más.
Giorgos se pasa la lengua por los dientes unas cuantas veces antes de lograr
otra sonrisa.
—No olvide que somos aliados, Don Zhukova. No hay necesidad de
violencia.
—Entonces hagamos el puto trato antes de que cambie de opinión.
—Nuestras condiciones ya están fijadas —responde Giorgos—. Nos ofreces
protección mientras reclamamos más territorio, y yo te daré acceso a mis
puertos y barcos de carga. Olvídate de triplicar: tus beneficios se
multiplicarán por diez. Es un trato muy justo.
Xena le da un codazo a Giorgos y él se aclara la garganta.
—Y te casarás con mi hermana, por supuesto. Así se cerrará el acuerdo y....
—Entiendo cómo funciona un matrimonio simbólico —interrumpo.
Giorgos asiente.
—De acuerdo. Bien, ahora...
—No es simbólico —chilla Xena, inclinándose hacia delante—. Será un
matrimonio de verdad.
—Nadie dice que no será de verdad, hermana.
— ¡Acaban de hacerlo ustedes dos! —espeta ella.
—Espero que interrumpir reuniones importantes no sea una costumbre tuya
—digo hacia ella. Xena parece querer agregar algo, pero su hermano le da
un codazo.
—Legalmente, nuestro matrimonio será vinculante. Eso es lo que acordé y
eso es lo que tendrás. Mi palabra está dada —señalo.
El tono de mi voz basta para que Giorgos agache la cabeza.
—Nadie está sugiriendo que no lo sea. Xena sabe que eres un hombre
honesto. Tan honesto como puede serlo cualquiera de nosotros, bastardos
mafiosos —dice y se ríe.
Pero yo no me río.
—Sé que su palabra está dada, Don Zhukova —señala Xena en una
sorprendente muestra de sumisión—. Por eso me gustaría su palabra de que
será fiel en nuestro matrimonio.
Giorgos dirige su atención a su hermana.
—¿Quieres decir físicamente?
—Esto es entre mi futuro esposo y yo, hermano. Pero sí, me gustaría que
Don Zhukova me fuera fiel física y emocionalmente. El matrimonio es
sagrado. Me niego a profanarlo.
—Tonterías —resoplo—. Tú no crees que nada sea sagrado. Solo es por
celos. Al menos ten el valor de ser sincera al respecto.
Antes de que llegara este trato, nunca me había planteado casarme. Las
mujeres son una distracción en el mejor de los casos y un estorbo en el peor.
Quieren más de lo que un hombre como yo puede dar. El dinero y el estilo
de vida no son suficientes: quieren amor y atención. Devoción.
Pero esas cosas no son gratis. Vienen a expensas de todo lo demás. Y no
estoy dispuesto a tirar por la borda todo lo que me he ganado por ninguna
mujer.
Xena aprieta tanto la mandíbula que creo que se le van a partir los dientes.
—Las dos cosas no son mutuamente excluyentes. El matrimonio es
sagrado, por eso me pondría celosa si te acostaras con otra.
— ¿Así que quieres poner un lazo alrededor de mi polla?
—Más bien un anillo en tu dedo —dice con una sonrisa socarrona— ¿Estás
de acuerdo?
Considero mis opciones. Podría rechazar su oferta y obligarla a aceptar el
trato sin ese compromiso. Sería muy fácil. Un poco de presión, una
amenaza, y boom, ella cedería.
Pero...
—No haré el amor con ninguna otra mujer —le digo.
Ella sonríe, ajena a la distinción que he expresado. Nunca he hecho ni haré
el amor con ninguna mujer.
Pero follaré con quien me dé la gana.
Giorgos aplaude y vuelve a levantar la copa.
—Entonces Nikolai, parece que estamos juntos en el negocio. Y ahora,
tenemos una boda que planear.
Los oficiales Sweeney y Hedger están tensos, listos para saltar y arrancarme
de Nikolai a la primera señal de problemas. Todo lo que esperan es que
Nikolai dé la orden.
Pero yo ya sé que no lo hará.
Me mira fijamente a los ojos, hay una notable erección en sus pantalones.
Luego sonríe y mira a los policías.
—Disculpen las molestias, agentes, yo puedo ocuparme de ella desde aquí.
— ¿Está seguro? —Pregunta el agente Sweeney—. Si quiere presentar una
denuncia...
—No hay denuncia. Yo me encargo.
—Está bien, Sr. Zhukova —suspira Sweeney.
Los dos hombres se dan la vuelta y entran al ascensor. Justo cuando las
puertas se cierran, oigo al oficial Hedger resoplar:
—Él ‘se ocupará’ de ella.
Entonces Nikolai y yo nos quedamos solos.
En cuanto se cierran las puertas, lo empujo lejos de mí.
—Suéltame, psicópata.
—Fuiste tú la que se me tiró encima —comenta.
Se arregla los puños, que no hacía falta arreglar, y se arranca una pelusa
imaginaria del hombro, que no hacía falta arrancar. Todo es una actuación
para demostrar que tiene el control. A decir verdad, es difícil imaginar que
una sola de sus fibras esté fuera de lugar.
¿Yo, por otro lado? Me siento más que agotada.
—Porque era la única forma de evitar que esos dos policías, a los que
obviamente estás pagando, me sacaran de aquí.
—Si estuviera sobornando a esos agentes, tú lo sabrías.
— ¿Cómo?
—Estarías muerta —y me dedica una sonrisa letal.
Un escalofrío me recorre la espalda, pero hago todo lo posible por
mantenerme firme.
—Devuélveme a mi hermana y me iré.
— ¿Por qué crees que yo quiero que te vayas? —replica.
—Vaya, no sé, ¿quizá porque acabas de amenazarme de muerte?
Sueno mucho más valiente de lo que me siento. En mi cabeza, sin embargo,
soy muy consciente de lo oscuro y vacío que está el pasillo detrás de
Nikolai. No hay nadie más aquí. Estamos completamente solos.
—Yo no hago amenazas, corderito. Sólo promesas.
Esta vez no puedo ocultar el escalofrío que me recorre.
Nikolai se da cuenta y sonríe.
— ¿Qué te pasa, lapochka? ¿Tienes miedo?
—Lógico que así sea —digo—. Estás loco.
Él sacude la cabeza.
—No. Los locos no saben que lo están. Ellos creen que son perfectamente
normales. Pero yo sí sé que no soy normal.
—Qué reconfortante —murmuro mientras me acerco sigilosamente a las
salidas. Miro a un lado, fijándome en la señal que marca el hueco de la
escalera. Tal vez pueda correr y bajar las escaleras antes de que Nikolai
pueda detenerme.
Y quizá también aprenda por arte de magia artes marciales o cómo volar.
No, escapar no es una opción.
— ¿Sabes por qué lo sé? —Susurra, acercándose aún más—. Porque la
gente normal no tiene ‘secuaces’, como tú los llamas, capaces de secuestrar
a niñas de catorce años en su habitación de hotel, sobornar al recepcionista
y esconderlas en lugares donde nadie pueda encontrarlas.
Sé que Nikolai es culpable, pero oírle admitirlo tan abiertamente sigue
siendo un shock.
—Devuélvemela —suelto entre mis labios repentinamente entumecidos.
—Acepta mis condiciones para la auditoría y lo haré.
— ¿En serio? —Y sacudo la cabeza—. ¿Todavía se trata de tu maldita
auditoría? No se lo diré a nadie si eso es lo que te preocupa, ¿ok? Me iré y
no se lo diré a nadie. No tienes que preocuparte por eso.
—No lo estoy.
— ¿Entonces qué quieres?
Nikolai me estudia un momento. Mi cuerpo se calienta en cada lugar que
sus ojos tocan. Luego suelta un suspiro contenido y se aparta de mí.
—Vuelve cuando estés lista para hacer lo que te pido —dice por encima del
hombro.
Antes de que pueda pensar en lo que hago, me abalanzo hacia él y agarro su
brazo.
Lo primero que me sorprende es lo musculoso que es. Siento su antebrazo
como hierro en mi mano.
Segundo, me sorprende lo rápido que es. Antes de que pueda pestañear,
Nikolai gira y me aprisiona contra el mostrador de la recepcionista.
Jadeo tanto por el susto como por la forma en que el mostrador me golpea
la columna vertebral, pero el sonido se interrumpe cuando él me rodea la
garganta con la mano.
—Está viva porque yo quiero que esté viva, señorita Dowan —sisea—.
Estás aquí ahora mismo porque yo quiero que estés aquí. Y te deslizaste
sobre mi polla en el baño del avión porque yo quería que lo hicieras.
¿Entiendes?
Trago saliva. Mi garganta se sacude contra su áspera palma.
Se inclina hacia mí y su aliento me calienta la mejilla. Mis labios se separan
al inhalar.
Por un momento, creo que va a besarme.
Y por un momento... quiero que lo haga.
Entonces sus ojos vuelven a los míos y me doy cuenta de que estoy ante la
mirada de la maldad pura.
—Siempre tengo lo que quiero —afirma, pronunciando cada palabra con
nitidez—. Podrías ahorrarnos tiempo a los dos y seguirme la corriente.
Me quita la mano de la garganta, me acaricia la mejilla y me roza el labio
inferior con el pulgar. De violento a tierno en un abrir y cerrar de ojos.
Tiene razón, no es normal en absoluto.
Entonces, de repente, Nikolai me suelta y se aleja. Se convierte en una
silueta que se funde con las sombras en el oscuro pasillo y desaparece.
Me quedo sola en el vestíbulo, respirando agitadamente. La adrenalina y el
miedo se apoderan de mí, pero no tengo dónde poner esa energía.
Atacar a Nikolai no es una opción válida. Ahora lo entiendo. Es fuerte,
rápido y despiadado.
Pero no puedo irme.
No sin mi hermana.
Estoy entumecida, atrapada en un purgatorio que nunca imaginé. Elise sólo
ha vivido conmigo dos semanas y ya está en peligro.
¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a…?
Un destello plateado en el suelo llama mi atención.
Nikolai soltó todo cuando salté a sus brazos... y nunca lo recogió. Dejó un
juego de llaves. Llaves de auto, por lo que parece.
No puedo creer mi suerte. Más que nada porque nunca la he tenido. Pero
decido no pensar en ello. Tan rápido como puedo, pulso el botón de la
puerta del ascensor, me abalanzo para agarrar las llaves y salgo por la
puerta.
No pierdo de vista el pasillo por el que desapareció Nikolai hasta que se
cierran las puertas. Entonces pulso la ‘E’ de estacionamiento y rezo para
que mi buena suerte continúe.
Sería la primera vez.
El estacionamiento está poco iluminado y casi vacío. El resplandor
amarillento de las luces me hace sentir como si estuviera caminando por
una película aterradora. Sola en un páramo moribundo.
Levanto el elegante llavero negro y pulso el botón. Un seductor timbre
emana de un coche situado inmediatamente a mi izquierda. Es el que está
más cerca de la puerta, con una placa en negrita encima en la que se lee
‘SR. ZHUKOVA’.
—No me sorprende —murmuro con sarcasmo.
Salto al asiento delantero de cuero y cierro inmediatamente las puertas tras
de mí. El coche huele a él. Ese embriagador aroma a cuero, especias y lujo.
Me abstraigo de mi lujuriosa niebla mental y arranco el motor. No soy muy
aficionada a los cambios. Cuando el mecánico me pregunta qué tipo de
coche tengo, le digo ‘ecológico’.
Pero este coche ronronea debajo de mí.
Se siente como una bestia viva en la punta de mis dedos, estirándose y
gruñendo y calentándose para el camino. Incluso su maldito coche es sexy.
Su opulencia es muy molesta, pero está trabajando en mi favor. Porque, tal
y como sospechaba, el coche tiene más pantallas que una tienda Apple.
Toco la consola central y aparece un menú. Me desplazo hasta el GPS y
luego tanteo varios ajustes hasta que encuentro lo que busco: el historial de
ubicaciones.
Al instante, aparece una lista de direcciones y negocios con nombre. Hago
una foto de la pantalla con el teléfono. Iré a todas las direcciones de la lista
si hace falta. Lo que haga falta para encontrar a mi hermana.
Cojo la llave para apagar el coche y me detengo. Una pequeña sonrisa se
dibuja en mi cara.
—Es lo justo, ¿no? —Murmuro encogiéndome de hombros—. Él se llevó
algo mío, yo me llevo algo suyo.
Agarro la palanca, pero justo cuando voy a poner la marcha atrás, el motor
se para.
— ¿Qué demonios?
Entonces las puertas se abren.
— Pero ¿qué…? —y la puerta del conductor se abre. Grito justo cuando
Nikolai mete la mano en el coche y me saca de un tirón. Me pega al coche
con sus caderas.
— ¿Vas a algún sitio? —gruñe.
Adentro, incluso mientras me amenazaba, Nikolai parecía un hombre de
negocios. Una parte de mí sintió que estaba a salvo. Un hombre de negocios
no me mataría en su oficina, ¿verdad? Un hombre de negocios no
mancharía de sangre su camisa, ¿verdad?
Pero aquí fuera, en el aire oscuro y fresco, Nikolai parece un salvaje. Es
sombrío y fuerte.
No tengo ninguna posibilidad.
— ¿Cómo tú...? —intento.
Él sostiene frente a mí un segundo juego de llaves.
—Quería saber exactamente hasta dónde pensabas llevar esto. Hasta el
final, por lo visto.
Su rodilla se introduce entre mis piernas. Jadeo involuntariamente por la
fricción.
— ¡Suéltame!
Él chasquea con su lengua.
—Todavía no, corderito.
Su mano se desliza entre nosotros y me pongo rígida. Su tacto me calienta
adentro y afuera.
Debería luchar más. En algún lugar de mi cerebro, la parte racional grita
que despierte.
¡Dale un buen golpe en la polla, zorra! ¡Pelea! ¡Grita! ¡Corre!
Pero ya hay humedad entre mis muslos, y así de cerca, Nikolai huele
incluso mejor que el interior de su coche.
Entonces llega a mi bolsillo y saca mi teléfono. Me agarra de la muñeca y
coloca mi pulgar en el escáner de huellas dactilares, desbloqueándolo antes
de que pueda darme cuenta de lo que está pasando.
Niega con la cabeza mientras mira la pantalla, que sigue mostrando la foto
que acabo de tomar de su historial de ubicaciones.
— ¿Cuál era tu plan, Belle? ¿Ibas a rescatar a tu hermana tú sola?
—Lo dices como si fuera un mal plan.
Se ríe entre dientes.
—Es un plan idiota. No tendrías ninguna oportunidad.
—Me subestimas.
—Ah, ¿sí?
—Sí —asiento con la cabeza.
—Bien —y maniobra mi teléfono durante un segundo. Cuando levanta la
vista, está sonriendo—. Entonces demuéstrame que me equivoco. Dime que
memorizaste, aunque sea una de las direcciones de mi historial GPS.
Mierda. Eso habría sido inteligente. Él puede borrar una foto, pero no
borrar mi mente.
En realidad, considerando los recursos a su disposición, no me sorprendería
tanto que tuviera ese tipo de capacidades.
—No tuve tiempo suficiente —digo.
—Porque en lugar de sacar mi auto del estacionamiento y entonces mirar el
GPS, decidiste hacerlo aquí mismo, en el estacionamiento. A un paso de mi
despacho. En todo caso, te he sobrestimado, Belle.
La vergüenza me invade.
— ¡Lo siento, no soy una ladrona profesional como tú!
— ¿Eso es lo que crees que soy? ¿Un ladrón? —resopla él.
—Viendo cómo te llevaste a mi hermana, yo diría que como mínimo eres
un ladrón de personas. Y viendo que realmente quieres que cumpla con tu
fraudulenta auditoría de mierda, diría que también eres un ladrón común y
corriente de dinero.
Nikolai se me queda mirando un momento. Me doy cuenta de que quiere
decir algo. Algo que espera detrás de sus labios pecaminosos, deseando
salir y arruinar mi mundo para siempre.
Pero no lo hace. En lugar de eso, se inclina hacia delante, rozando su nariz
con la mía.
—Vete ahora y no vuelvas a tocar lo que me pertenece —susurra.
De repente, retrocede. Su pérdida me hace tambalear, pero él no vacila.
Nikolai pasa junto a mí y se sube al coche. Antes de que yo pueda decir
nada, él cierra la puerta de golpe.
— ¡No! ¡Espera! —grito, pero el gruñido del motor ahoga mis palabras.
Apenas puedo ver a Nikolai a través de los cristales tintados, pero no
necesito verlo para saber lo que viene a continuación. Va a dar marcha atrás
y marcharse, y cuando lo haga, no tendré forma de encontrar a mi hermana.
Sin él, no tengo nada.
Me lanzo hacia la puerta, golpeando la ventana con ambos puños.
— ¡Oye! ¡Espera!
La ventana se abre un poco. Veo sus ojos asomándose.
— ¿Sí?
—Lo haré.
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas. Pero incluso
cuando tengo un segundo para pensarlas, no puedo arrepentirme de lo que
ya he dicho. Es mi única opción.
La ventanilla baja otro poco.
— ¿Harás qué, exactamente? Quiero oírlo —y sus ojos recorren mi cuerpo
de arriba a abajo.
Me estremezco.
—La auditoría. Haré la auditoría para ti. Haré... lo que quieras —y trago
saliva—. Pero tienes que llevarme con mi hermana.
La ventana baja en su totalidad, dejando ver a Nikolai detrás del marco,
fresco sin esfuerzo, completamente en su elemento.
Entonces su barbilla se inclina un poco y todo en él cambia. Es como si se
hubiera quitado su máscara pública, revelando la oscuridad que hay debajo.
Retrocedo medio paso por puro instinto.
—Si me mientes para sólo llegar hasta tu hermana, te destruiré —advierte
—. Su voz es inquietantemente plana.
Sé que habla en serio.
—No soy una mentirosa —mirándole a los ojos
Me mira un segundo más y luego señala con la cabeza el asiento contiguo.
—Sube.
Antes de que pueda empezar a preguntarme hasta qué punto he metido la
pata, me apresuro hacia la puerta del acompañante y me meto dentro.
—Tu chica está muy concentrada en su trabajo —dice Arslan mientras entra
a mi oficina.
—Entonces la envidio.
Él se ríe y se deja caer en la silla de cuero.
—Si no te gustan mis visitas, entonces quítame la autorización. ¿Sabías que
Stan, el de seguridad, ya ni siquiera comprueba mi identificación?
Simplemente me deja subir.
—Probablemente también esté molesto contigo. Tal vez por el bien de
ambos, te prohibiré la entrada al edificio.
Arslan solo se ríe de nuevo. Él sabe que no lo haré. Más concretamente, no
puedo. Es mi mejor amigo y mi mano derecha, y ha sido ambas cosas desde
que tengo memoria.
Además, también es mi mayor grano en el culo. Aunque Belle le sigue de
cerca.
Se inclina hacia delante con impaciencia.
— ¿En que estas trabajando? Déjame ayudar.
—Debes estar aburrido.
—No ha habido nada que hacer desde que te portaste bien con los griegos.
—Deberías estar agradeciéndome —digo—. Menos gente que matar.
—Bueno, ¿y si me gustara matar?
—Entonces mueve el culo y descubre cómo acabar con la mafia Battiato.
—Como si fuera tan fácil —se burla él.
—Exacto —señalo—. Por eso necesito que vayas a hacer tu trabajo y me
dejes hacer el mío.
— ¿Qué estás haciendo ahora?
Cierro de un tirón el expediente de Belle.
—Estaba repasando la información que me diste ayer.
Y mirando a su escoria de ‘jefe’. Si Belle no va a defenderse, quizá sea hora
de que alguien lo haga por ella. Pero decido no mencionarle esa parte a
Arslan. Me echaría la bronca y no estoy de humor.
— ¿Estudiando sobre ella y deseando que hubiera incluido fotos a todo
color? —sonríe.
—No soy una maldita niña. Soy adulta —espeta Elise, pero su voz vacila y
se apaga. Luego se abalanza sobre el vaso vacío de Big Gulp y vomita.
Le doy una palmadita en la espalda.
—Mejor sácalo todo.
Nikolai no dice nada, pero baja las ventanillas. El aire fresco dispersa el
espeso olor a vómito, cosa que agradezco.
Cuando Elise termina, deja el vaso en el portavaso y sigue despotricando.
— ¡Yo estaba completamente bien! Zach me cuidaba y yo me divertía.
—Zach te llenó de alcohol y drogas.
—También planeaba llenarla de otra cosa —murmura Nikolai.
Elise no lo escucha, pero yo veo sus ojos grises en el retrovisor. Un
escalofrío me recorre al pensar en lo que podría haber pasado si él no me
hubiera ayudado a entrar en el club.
Y lo que podría haber pasado si él no hubiera visto a Elise. No solo a
Elise... sino también entre nosotros. Por un segundo, vuelvo a estar en la
pista de baile, con su cuerpo pegado al mío, la música sonando a nuestro
alrededor y ahogando al resto del mundo.
Me sentía felizmente libre. Y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con él,
por él.
—Yo puedo tomar mis propias decisiones —farfulla Elise, sacándome de
mis pensamientos. Su enfado se ha convertido en lágrimas—. Tú no eres mi
madre.
—Solo hace un par de días que te conozco y ya me lo has dejado
jodidamente claro, chaval —espeta Nikolai.
No ha dicho casi nada en todo el viaje, así que me sorprende oírle hablar.
También es agradable tener a alguien que me defienda. No solo de los
ataques verbales de mi hermana apenas adolescente, sino también en el
club.
Nunca me han atraído los —machos. Los hombres a los que les gusta
golpearse el pecho y enfrentarse a otros hombres para ver quién es el
dominante. ¿Pero ver a Nikolai derribar a ese pervertido con cadenas por
agarrarme? Que alguien me pase un abanico de papel y me deje
desmayarme.
El efecto tampoco se pierde cuando se enfrenta a mi hermanita en mi
nombre. Se me sonroja la cara y evito a propósito mirar por el retrovisor
para que no vea los evidentes pensamientos lujuriosos en mis ojos.
Elise parece confundida por un segundo al ver que hay alguien más en el
coche. Pero entonces ve a Nikolai y se inclina hacia delante, tensando el
cinturón de seguridad.
— ¿Qué ha sido eso, el puto Bruce Wayne?
—Cuidado con lo que dices —le advierto.
—Oh, lo entiendo —sisea ella—. ¿Te haces pasar por mi madre y ese
gilipolla multimillonario va a ser mi nuevo padre?
— ¡Pues ese gilipolla multimillonario es la razón por la que no te han
violado esta noche, Elise! —grito. Luego cierro los ojos y respiro hondo—.
Lo siento. No debería... Esta noche me has asustado.
Si Elise es consciente del peligro que corre, no lo demuestra. Me ignora y
se vuelve hacia Nikolai.
—Creía que eras su jefe.
—Cliente —la corrijo—. Yo trabajo para Roger.
—Vale, ¿por eso intentas tirarte a mi hermana? —resopla hacia Nikolai.
— ¡Elise! —jadeo.
— ¿Por qué crees si no que te ha ayudado, Belle? —y me mira como si
fuera estúpida, con los ojos inyectados en sangre y los párpados muy
abiertos—. Vino y me cargó como a una niña pequeña porque cree que tú...
Le cubro la boca con mi mano.
—No te atrevas a terminar esa frase.
Espero unos segundos antes de apartar la mano.
—Tirarás con él —dice rápidamente, entrecerrando los ojos en señal de
desafío.
Gimo y me tapo la cara con ambas manos, pero oigo una risita de Nikolai
desde el asiento delantero. Le pongo atención.
— ¿Qué demonios tiene esto de gracioso?
—He asustado a gente mucho más ruda que tu hermana con solo mirarles
de reojo, pero ella no se asusta en absoluto. Es impresionante.
—Es vergonzoso —corrijo, mirando a Elise, que vuelve a aferrarse al vaso
de Big Gulp como si estuviera lista para el segundo asalto. Me acerco a ella
y le retiro el pelo de la cara—. Es vergonzoso para las dos.
Elise no vomita, pero las náuseas la mantienen callada hasta que volvemos
al hotel, por suerte.
Nikolai aparca en la parte trasera del edificio.
—Hay una entrada trasera que podemos usar para no tener que llevarla a
través del vestíbulo.
—Estoy segura de que no se vería muy bien que metieras a una adolescente
borracha en tu negocio —digo.
Nikolai se encoge de hombros.
—Mi reputación ha ido a peores.
No estoy segura de lo que eso significa, y no creo que quiera preguntar.
Nikolai se baja y se acerca al asiento trasero. Y aunque Elise apenas puede
formar una frase, se acerca y cierra la puerta.
— ¡No!
—Elise —indico, agarrándola del brazo y desbloqueando la puerta—, va a
ayudarte a subir a la cama. Tienes que dormir la mona.
—Yo puedo andar —insiste.
Nikolai está en la puerta dispuesto a agarrarla, pero ella se agita como una
jodida borracha.
— ¡Bien! —le digo, prácticamente empujándola fuera del coche—. Prueba
a andar y verás que tan lejos llegas. Andando.
Elise sale a toda prisa del coche y Nikolai retrocede con elegancia, viendo
cómo se desarrolla nuestro drama familiar delante de él. Demasiado para
mantener un cierto nivel de profesionalidad delante de mi cliente.
Aunque creo que ese barco hace tiempo que zarpó.
Elise sigue agarrada a la puerta cuando salgo detrás de ella y le separo las
manos del coche.
—Vamos. Entra. Impresióname.
La entrada trasera del hotel está a solo tres metros, pero en cuanto Elise da
un paso, todo su cuerpo se inclina hacia un lado.
Me abalanzo sobre ella, pero Nikolai llega antes. La coge en brazos.
—Mejor deja lo de andar para la gente que no ha tomado decisiones
estúpidas esta noche.
Elise refunfuña algo ininteligible, pero no discute más.
Sigo a Nikolai por la puerta trasera hasta un ascensor de servicio. Nos lleva
al nivel inmediatamente inferior al pent-house, y luego cambiamos a otro
para subir a la última planta.
En cuanto se abren las puertas de nuestra suite, Elise araña a Nikolai.
—Bájame. Ya estamos dentro. Ya no avergonzaré a nadie.
—De alguna manera, lo dudo —gruñe Nikolai.
—Vamos, E —le digo lo más suavemente que puedo—. No querrás decir
nada de lo que te puedas arrepentir. Recuerda, Nikolai nos sacó de esa
asquerosa habitación de hotel en la que estábamos. Te gusta estar aquí.
Lo único que he aprendido realmente sobre la paternidad en los últimos dos
meses es que las órdenes no funcionan. Es mejor recordarle a Elise que no
quiere hacer algo.
No quieres suspender la clase de matemáticas a estas alturas del semestre.
No quieres esconderte en tu habitación todo el verano.
Pero al diablo sí sé lo que ella realmente quiere. Un hecho que se demuestra
cada día de nuestra vida juntas.
Nikolai me hace señas para que la deje.
—Puedo manejarlo.
Elise se lo toma como un desafío, con una sonrisa cruel en la boca.
—La única razón por la que estás aquí es porque tienes la polla pequeña.
Es el insulto más infantil que he oído nunca, pero me quedo con la boca
abierta ante la audacia de mi hermana. Pero Nikolai solo echa la cabeza
hacia atrás y se ríe.
Elise tampoco ha terminado.
—Nos has metido en este ático y has corrido por la ciudad como un
superhéroe ayudando a mi hermana porque tienes que compensar el hecho
de que eres malísimo en la cama.
Agarro a mi hermana por la camisa.
— ¡Basta, Elise! Eso es... —incorrecto, como puedo atestiguar—. Eso es
desagradable. No seas grosera.
—Dios, B, intentas parecer perfecta todo el tiempo —sisea—. Siempre
estás montando este espectáculo, actuando como si fueras mejor que yo.
Mejor que todos. Pero ambos venimos del mismo lugar. No te enfades
conmigo porque no finjo.
Nikolai suspira.
—Eres tú la que la ha cagado esta noche, niña. No la tomes con tu hermana.
— ¡No me llames niña! No soy un crío. He lidiado con más mierda de la
que tú puedas imaginar, niño rico.
La oscura ceja de Nikolai se arquea.
—El hecho de que creas que tienes el monopolio de los padres de mierda es
prueba más que suficiente de que eres una niña inmadura. Ahora, deja que
tu hermana te acueste.
Elise abre mucho los ojos. Siento que se avecina una crisis épica. Como si
esta noche no hubiera sido ya bastante mala.
—Vamos, Elise —le digo, tratando de empujarla hacia el dormitorio—.
Vamos a...
—No digas nada de mi madre. No conoces a mi familia —le grita a Nikolai
por encima del hombro. Luego me aparta las manos de un manotazo—.
Quítate, Belle. No eres mi...
Sé lo que va a decir. Lo he oído un millón de veces en los últimos dos
meses y ahora mismo estoy al límite.
— ¡Sé que no soy tu madre, Elise! —le grito en la cara. Está tan
sorprendida que retrocede un paso. Una parte enferma de mí disfruta con su
sorpresa—. Porque soy yo la que cuido de ti. Me aseguro de que te
alimentes y te vistas. Me preocupo de que recibas una educación y crezcas
para convertirte en un ser humano decente. Y nuestra madre no hace nada
de eso. Así que, si eres tan infeliz conmigo, ¿por qué no regresas y vives
con ella?
La descarga se siente increíble. Es como soltar un peso enorme que he
estado cargando durante ocho semanas.
Pero en el momento en que el peso desaparece, me doy cuenta de que no
sólo lo he soltado y dejado caer al suelo. Lo he colgado del cuello de mi
hermanita.
Elise se hunde. Le tiembla el labio inferior y, de repente, se me parte el
corazón.
Alargo la mano hacia ella.
—Mierda, Elise. Lo siento mucho. No debí...
En el momento en que una lágrima se desliza por su mejilla, Elise se da la
vuelta y entra en su habitación. Antes de que me plantee seguirla, cierra la
puerta con pestillo.
—Joder —gimo.
—Se estaba portando como una mocosa.
Miro a Nikolai.
—Bienvenido a la adolescencia.
—Ella no puede esperar que aceptes esa mierda —me dice—. En el trabajo,
es Roger...
—Y tú —añado.
—Eso es diferente y lo sabes —dice—. Roger te acosa en el trabajo. Luego
llegas a casa y ella te habla así. Tienes que defenderte, Belle.
Suspiro.
—Hay una diferencia entre defenderme y ser cruel. Yo... no debería haber
dicho esas cosas sobre nuestra madre.
— ¿Es verdad?
Dudo. Nikolai me rodea y me mira.
— ¿Es verdad todo lo que dijiste?
—Eso no significa que esté bien que lo diga —respondo—. Elise ha pasado
por muchas cosas con nuestra madre. No debería haberle hurgado así en las
heridas.
La luz que salía por debajo de su puerta ya está apagada. Quiero llamar a la
puerta y hablar de esto, pero tengo que trabajar según los plazos de Elise.
Lo que suele implicar al menos veinticuatro horas para hacer pucheros y
otras veinticuatro horas para volver a ser una mierda conmigo antes de que
esté dispuesta a hacer las paces.
El pulgar de Nikolai me roza la suave piel de detrás de la oreja.
— ¿Y tus propias heridas?
—Yo estoy bien —le digo, demasiado deprisa para resultar convincente.
Él arquea una ceja.
—Eres una mentirosa de mierda.
Sus palabras son tan ásperas como siempre, pero me toca como si yo fuera
algo frágil. Odio eso. Nunca he querido ser una víctima. Otra pobre alma
sufriendo en el ciclo de la paternidad tóxica y la drogadicción.
¿Pero la forma en que Nikolai me mira? Me dan ganas de caer en sus brazos
y esconderme. Quiero que me abrace y me diga que todo irá bien.
Lo cual no está nada bien.
No sólo porque volveré a casa en menos de una semana, a cientos de
kilómetros de Nikolai. Sino porque si la vida me ha enseñado algo, es que
nadie va a abrazarme y resolver mis problemas.
Tengo que resolverlos yo misma.
Así que hago lo imposible: me alejo de él y me dirijo a la cocina para beber
agua.
— ¿Tienes sed?
Niega con la cabeza, así que me sirvo un vaso y me lo bebo de un trago.
Cuando me giro, él está al otro lado de la isla con un móvil en la mano.
—Lo cogí del bolsillo de Elise cuando entrábamos.
— ¿Su móvil? —le pregunto, a pesar de que puedo ver la familiar pegatina
rosa que empieza a despegarse en la parte de atrás.
—Puedo hacer que le pongan un software de rastreo si te preocupa —me
ofrece—. Ella nunca sabrá que está ahí. Y de esa manera, sabrías dónde está
siempre. Aquí o en casa.
—Oh. Hm... Hm... —Tuerzo los labios, sopesando los pros y los contras—.
La verdad me simplificaría mucho la vida. Pero Elise nunca me lo
perdonaría si se enterara.
—No se enterará.
Sonrío.
—Siempre tan seguro de ti mismo.
—Tengo un buen historial.
Resoplo.
—Bueno, yo tengo un historial de mierda. Así que voy a seguir
construyendo la confianza por un largo período de tiempo de estar allí para
ella. Y con suerte, eso empezará a dar sus frutos más pronto que tarde.
Nikolai desliza el teléfono hacia el centro de la isla y camina hacia mí, se
acerca lentamente.
—Suena a trabajo duro —señala.
—Lo es. Muy duro.
Asiente con su cabeza.
—Apuesto a que te vendría bien un descanso de tanto trabajo. Tal vez una
distracción. Una forma de... desconectar tu cerebro.
Sus palabras son como una suave caricia, un trazo que envía directamente
sacudidas de alerta entre mis piernas. Aprieto los muslos.
—Todo el mundo necesita un descanso —continúa—. Yo podría darte uno.
O dos, o tres.
Recuerdo la promesa que me susurró al oído anoche. Y la forma en que me
tocó esta mañana.
“Te volveré loca, hermosa Belle”.
Un gemido se escapa de entre mis labios.
Nikolai me estrecha contra él y siento su dura longitud contra mi muslo. Me
froto contra él, y un gemido retumba en su pecho.
—Te habría follado en medio de aquella pista de baile —susurra. La barba
incipiente de su mejilla roza mi piel.
Deslizo la mano entre los dos y lo acaricio por la parte delantera de su
pantalón.
—Te habría dejado.
Se muerde el labio con la sonrisa más sexy que he visto nunca y se inclina
hacia delante. Dejo que se me cierren los ojos y aprieto la punta de los pies,
dispuesta a cerrar la brecha que nos separa...
Cuando una alarma corta el aire y rompe el momento.
13
NIKOLAI
Me caigo a pedazos.
Prácticamente puedo sentir el recuerdo de Elise apretada contra mi costado,
su pequeño cuerpo temblando. Es como si volviera a tener trece años.
— ¿Quién es ese hombre? —pregunta ella.
—Un amigo de mamá —digo entre dientes, esforzándome por parecer
normal—. Se irá pronto.
— ¿Y entonces saldremos de aquí?
Miro alrededor de la pequeña y oscura habitación. Olía a pies sudados y a
polvo. Una pequeña luz entraba por la rendija de la puerta. A veces, mamá
deslizaba una toalla delante para amortiguar nuestras voces y que sus
amigos no nos oyeran gritar. Pero hoy la había dejado al descubierto. Tenía
prisa.
—Sí, saldremos —digo—. Siempre lo hacemos. Sólo tenemos que esperar.
Esperar y quedarnos calladas. No suelen ser los puntos fuertes de una niña
de cuatro años, pero Elise hizo lo que pudo. Era muy pequeña para
enfrentar el castigo por hacer demasiado ruido, por interrumpir el ‘tiempo’
de mamá. Pero yo estuve sola en el armario noche tras noche antes de que
naciera Elise. Me sentaba sola en la oscuridad mientras mamá se pinchaba
con agujas, inhalaba pipas de cristal y bailaba al ritmo de música
demasiado alta hasta que la radio se apagaba.
Al menos Elise me tenía a mí para enseñarle lo que estaba bien y lo que
estaba mal.
Yo tuve que aprender las reglas por las malas.
Ahora, estaba atrapada de nuevo en la oscuridad, y ni siquiera tengo el
consuelo del pequeño cuerpo de Elise junto al mío. Las sombras presionan
por todos lados, consumiendo y oprimiendo.
—Estoy en un restaurante de Nueva York —susurro para mis adentros, con
la voz entrecortada por el pánico—. No estoy en el tráiler. No soy una niña
asustada. Soy adulta.
Los hechos dichos con calma son una defensa de mierda contra las
incontables horas que pasé sentada en un oscuro armario con las lágrimas
de mi hermana menor empapándome la camisa. Sucedía varias veces a la
semana cuando las cosas iban mal. Menos a menudo cuando mamá hacía
uno de sus intentos poco entusiastas de limpiarse.
Pero ninguno duraba mucho.
Nos encerraba antes de que su traficante apareciera, supongo que por miedo
a que le bajáramos su placer. O, más probablemente, para poder acostarse
con el tratante y compensar lo que no podía pagar en efectivo.
Elise lloraba y yo la hacía callar, recordándole el castigo por hacer
demasiado ruido.
Nada de comer. Nada de salir. Una gran paliza, si realmente arruinábamos
las cosas.
No hagas ruido. Pórtate bien. Ese entrenamiento arraigado es la única
razón por la que no grité con todas mis fuerzas cuando Nikolai cerró la
puerta de golpe. Es la razón por la que ahora estoy acurrucada en un suelo
sucio, intentando respirar a través del trauma reprimido que intenta
ahogarme.
—Estoy bien —murmuro—. Saldré de aquí. La puerta se abrirá. Me pondré
bien.
No sé si algo de esto es cierto. No sé por qué Nikolai me encerró aquí,
primero que todo. Lo único que sé es que estoy lejos de casa y que no hay
un alma en la tierra a la que le importe saber dónde yo estoy.
Un sollozo se aloja en mi garganta justo cuando oigo un golpe al otro lado
de la puerta. Un momento después, se abre.
Una luz intensa atraviesa el estrecho espacio y sólo puedo distinguir su
silueta. Pero es suficiente.
— ¡Gilipollas! —grito y me lanzo hacia la puerta, pero Nikolai acciona un
interruptor, cegándome aún más.
Tapo mis ojos con las manos, siseando como un vampiro rociado con agua
bendita.
—Te dije que esperaras en la mesa —dice él simplemente.
Tengo los ojos húmedos e intento convencerme de que es por la luz. Pero
yo sé la verdad: estoy aliviada.
Nikolai es quien me ha encerrado aquí y, sin embargo, me siento
extrañamente feliz de volver a verle. Agradecida por salir de la oscuridad.
Le empujo a él hacia el pasillo. Cuando estoy fuera, respiro profundamente
el aire fresco y el malestar se me pasa un poco. En su lugar fluye la ira.
—No me puedo creer que hayas hecho eso.
— ¿De verdad? —Dice, con una ceja levantada—. ¿No te lo puedes creer?
—Tienes razón, debería haberlo visto venir. Supongo que soy la idiota que
intenta ver lo mejor de la gente.
Él asiente.
—Ahí está tu error.
Lo fulmino con la mirada, deseando que su hermoso exterior se
corresponda con su asqueroso y retorcido interior. Debería lucir tan cruel y
despreciable como es en realidad.
Pero Nikolai se vuelve hacia la cocina, comprobando si nos observan, y
luce tan esculpido e impecable como siempre. Excepto...
— ¿Eso es sangre? —indago, alargando la mano hacia su cuello. Es una
pequeña mancha de color rojo óxido que no recuerdo haber visto antes.
Pero antes de poder tocarla, Nikolai se aparta.
—Es vino —aclara. Tira de su cuello, ajustándoselo para que la mancha sea
menos visible.
Entonces me fijo en sus nudillos. Están magullados y hay algo rojo seco en
los pliegues.
Sigue mi mirada hasta sus dedos y se mete la mano en el bolsillo.
—Vámonos.
—Diablos, no —siseo—. No voy a ninguna parte contigo.
—No montes una escena.
Jadeo.
— ¿Tú me estás diciendo a mí que no monte una escena? Acabas de
encerrarme en un armario en medio de nuestra...
Me detengo, tragándome la palabra. Pero Nikolai es demasiado observador
para no darse cuenta de que casi resbalo.
— ¿Nuestra qué?
—Nuestra cena —termino.
Se acerca y me mira por debajo de la nariz.
—Si esto fuera una cita, lo sabrías, Belle.
El estómago se revuelve nervioso, pero aplasto las mariposas antes de que
levanten el vuelo.
—No quiero salir contigo. No quiero hablar contigo. No quiero estar cerca
de ti.
—Eso no es lo que dijiste cuando mis dedos estaban dentro de ti.
Se me sonroja la cara, pero me cruzo de brazos.
—Vete a la mierda. Me marcho.
Avanzo por el pasillo, pero Nikolai me agarra del brazo.
—Sí, te vas. Pero antes pediré un coche.
— ¡Ya te dije que no voy a ningún lado contigo!
—Por eso te llamaré un chofer —suelta—. Sólo porque tú seas tan ingenua
como para huir de mí y ponerte en peligro volviendo sola a casa no
significa que yo vaya a quedarme de brazos cruzados.
—Ya soy mayorcita. Puedo arreglármelas sola.
—Claramente no —señala, haciéndome un gesto como si mi sola existencia
fuera la prueba de lo que está diciendo—. Hay gente mala ahí fuera.
¿Eres tú uno de ellos? Tengo la pregunta en la punta de la lengua, pero no
la formulo.
— ¿Por qué te importa? —Cuestiono en su lugar—. Parece que si yo
desapareciera sería una cosa menos de la que preocuparte.
—La policía llamaría a la puerta si uno de mis empleados no se presentara a
trabajar.
—Yo no soy tu empleada —digo, negando con un dedo hacia él.
Él arquea peligrosamente una oscura ceja.
—Peor aún. No puedo falsificar documentos que digan que has dimitido de
repente y te has unido al circo.
Frunzo el ceño.
—Suenas familiarizado con el proceso.
—Soy un hombre con muchos talentos —dice con una sonrisa que no acabo
de entender.
La mancha de su cuello adquiere de pronto un matiz más amenazador. Me
estremezco. Cuanto antes me aleje de él, mejor será.
—Está bien. Llama a un coche.
—Actúas como si tuvieras elección en el asunto —dice él, indicándome que
pase por la cocina—. Ya lo he hecho.
Caminamos por el comedor hacia la puerta principal cuando la camarera
nos detiene.
— ¿Pasó algo con su comida, Sr. Zhukova?
—Todo estaba perfecto —afirma Nikolai muy tranquilo. Mete la mano en la
cartera y saca un grueso fajo de billetes. La camarera no duda en
cogérselos. Realmente debe ser un habitual cliente—. Pero tenemos que
irnos pronto.
—Pero... pero... —insiste la camarera, negando con la cabeza—. El servicio
de degustación de vodka y caviar es muy costoso. ¿Está seguro...?
—Llévaselo a los Schneider —dice, señalando a la pareja de ancianos de la
esquina—. Yo invito. O tíralo todo, me importa un bledo.
La camarera mira a Nikolai como si fuera un regalo de Dios en la Tierra. Si
me dedicara siquiera una mirada de pasada, la desengañaría de esa idea.
Pero no le quita los ojos de encima mientras atravesamos el comedor,
decorado con todo lujo de detalles, y salimos por las puertas doradas de la
entrada.
Tal como dijo Nikolai, un coche negro sin matrícula espera en la acera. Me
abre la puerta trasera, me mete dentro y se inclina para hablar con el
conductor.
—Llévala directamente al hotel. A ningún otro sitio.
—No soy tu prisionera —argumento—. No puedes controlar dónde...
Antes de que pueda terminar, Nikolai cierra la puerta trasera y se aleja del
bordillo.
Lo miro a través del cristal tintado.
—Gilipollas.
Se queda como una estatua en la acera mientras el coche se aleja.
Estoy furiosa durante un rato. Pero cuando el conductor me deja en el hotel,
la adrenalina ya ha desaparecido y empiezo a sentir pánico.
Nikolai me encerró en un armario y luego reapareció con una mancha de
sangre en el cuello y moratones en los nudillos. ¿Se peleó? Lo vi en el club
la otra noche. No sería tan sorprendente. Pero entonces, ¿por qué
encerrarme para que no pudiera ver?
La respuesta obvia: porque habría sido testigo.
Un testigo de qué, no lo sé. Pero sé que no es bueno.
—No puedo quedarme aquí —susurro mientras atravieso las puertas del
vestíbulo—. Debemos irnos.
Ya he cruzado la mitad del vestíbulo y estoy decidida a recoger nuestras
cosas y salir de Nueva York con Elise esta misma noche... cuando recuerdo
que dejé el portátil en la sala de conferencias de Zhukova Incorporated.
—Mierda —siseo.
Si lo pierdo, el dinero para sustituirlo saldrá de mi sueldo. Roger ya lo dejó
claro antes de que me fuera de viaje, y no puedo permitírmelo.
Me quedo estática en el suelo de madera, la mente me da vueltas mientras
intento averiguar qué hacer a continuación.
— ¿Señorita? ¿Está todo bien?
Me giro y veo a la encargada sonriéndome por encima del mostrador.
—Sí, es sólo que... —explico, mientras me acerco—. ¿Podrías llamar un
coche por mí?
— ¿A cuenta del señor Zhukova? —pregunta en voz baja, casi como si
fuera un secreto.
Sonrío.
—Sí. Sería estupendo.
Si me voy a ir de la ciudad, también puedo exprimir a Nikolai hasta el
último centavo.
D Z I , me siento como si hubiera estado
dando tumbos durante el día más largo de la historia.
Me duelen los pies a pesar de mi supuestamente adecuado calzado, y el
estómago no para de rugirme. No terminé de cenar y tengo hambre. Quizá
aproveche el servicio de habitaciones ilimitado una vez más antes de que
Elise y yo nos larguemos de Dodge.
Entro en el vestíbulo y me giro hacia el mostrador de seguridad, pero la luz
está apagada y Stan no está sentado allí.
—Bien por mí —murmuro. No me importa subir yo sola.
Pero cuando me dirijo al ascensor y pulso el botón, no pasa nada. Ni
siquiera parece que el ascensor funcione. Que mierda.
—Necesita permiso para usar el ascensor a esta hora —dice una voz detrás
de mí.
Me giro y veo a un hombre de mediana edad apoyado en una escoba. A sus
pies hay un montón de polvo y basura.
—Stan no está en su puesto —le explico—. Pero tengo que subir y...
—Llame a alguien de su empresa para que le deje subir.
Le dedico una sonrisa paciente.
—No hay más nadie arriba.
—Lógico. Es tarde —dice. Sus ojos están rojos. Parece que también es
tarde para él.
—Lo sé. Olvidé mi portátil, así que tengo que subir y...
—Stan ya salió —me interrumpe—. El acceso está cerrado a menos que
alguien pueda dejarla subir.
—Pero no hay nadie.
Se encoge de hombros.
—Qué pena —señala. No podría sonar menos comprensivo, aunque lo
intentara.
— ¿Cómo sube usted? —pregunto—. Tiene que limpiar los demás pisos,
¿no?
Se palpa la cadera con una mano arrugada y callosa.
—Tengo llaves. Yo voy por las escaleras.
— ¿Dónde están las escaleras? Yo puedo ir por...
—Necesita las llaves.
Me quedo mirándole unos segundos, parpadeando despacio.
—Usted las tiene.
—Así es.
—Entonces... ¿podría abrirme la puerta?
Vuelve a negar con la cabeza.
—No estoy autorizado a dejar entrar a nadie en el edificio. La única razón
por la que usted entró es porque olvidé cerrar la puerta principal después de
mi descanso para fumar. Podría meterme en problemas por su mera
presencia aquí.
Suelto un pequeño suspiro.
—Escuche, señor, yo...
— ¿Señor? —y se ríe—. Qué bien.
—Escuche, señor —repito—. Mañana me voy en un vuelo muy temprano, y
me he dejado el portátil arriba. Si no lo recupero, tendré serios problemas.
¿Podría ayudarme, por favor?
Me mira de arriba abajo, pero no de forma insinuante. Más bien tengo la
sensación de que es un hombre con muy poco poder que de repente está
saboreando lo que se siente al tener todas las cartas.
Y le gusta.
—Lo siento —expresa, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza
—. No puedo hacerlo. No tiene suerte, señorita.
Aflojo.
—Sólo me tomará un minuto allí arriba. Subo corriendo y...
Se vuelve hacia la entrada.
—La acompaño hasta la salida, para cerrar detrás de usted. Buena suerte
con todo.
Durante medio segundo, me planteo seguirle y abandonar el edificio en
silencio.
Siempre he sido una seguidora de las reglas. Una ‘niña buena’. No contesto
mal ni causo problemas. No me quejo cuando equivocan mi pedido en un
restaurante. Cuando alguien me corta el paso en el tráfico, me freno para
dejarle más espacio.
Pero hoy ya estoy harta de que me empujen.
—Escucha —espeto, con toda la cortesía ausente en mi voz—, esta noche,
en mi regreso a casa fui obligada a acompañar a un CEO en un momento de
poder y me encerraron en un armario.
Los ojos del conserje se abren de par en par.
—Qué...
—La única razón por la que sigo en esta ciudad olvidada de Dios es porque
mi jefe me abandonó en el trabajo para irse a Aruba. Si él no hubiera hecho
eso, yo ya habría terminado. Estaría de vuelta en casa, sana y salva, de
vuelta a mi habitual rutina. Pero no, en vez de eso, estoy aquí, lidiando con
otro imbécil machista en otro momento de poder.
— ¡Eh! —ladra, teniendo la audacia de parecer ofendido—. ¡No puedes
hablarme eso!
—Esto es lo que va a pasar —digo, todavía con el subidón de mi bronca—.
Me vas a dar las llaves que cuelgan de tu cinturón y yo voy a subir a por mí
portátil. Si no, me aseguraré de informar a tu supervisor de que te estás
tomando descansos para fumar en mitad de tu turno.
Su cara está arrugada y enfadada.
—Tengo permitido un descanso para fumar cada hora.
—Para fumar cigarrillos ¿verdad? —afirmo—. Seguro que tu jefe no sabe
que enciendes porros en el trabajo.
Era una suposición basada en el leve aroma y sus ojos rojos, pero la forma
en que aprieta los labios me dice que he dado en el clavo.
—No tienes ninguna prueba de nada.
—Puedo olerlo desde aquí —chasqueo la lengua—. Pero dame las llaves y
esto quedará entre nosotros.
El hombre se me queda mirando un momento, sopesando sus opciones.
Al final, decide que no valgo la pena.
—Te abriré la puerta —refunfuña, caminando por un pasillo que va por
detrás de los ascensores—. Podrás acceder a los ascensores o a las escaleras
cuando bajes. Entra, haz lo que necesitas y sal. No quiero volver a verte
después de esto.
Desliza una llave plateada en una puerta de metal macizo con un cristal
rectangular dentro. En cuanto se abre, entro antes de que cambie de opinión.
—Gracias por su amabilidad —murmuro, ya subiendo las escaleras.
El conserje refunfuña algo detrás de mí.
Es un largo camino hasta el piso treinta y cinco, de lo que me doy cuenta a
los diez tramos. Mi pecho aprieta y mis piernas arden, así que me meto en
un piso cualquiera y tomo el ascensor hasta el trigésimo cuarto. Luego subo
un piso más por las escaleras para que el tintineo del ascensor no llame la
atención.
El escritorio vacío de Bridget en el vestíbulo de Zhukova Incorporated está
iluminado por un único panel fluorescente sobre su escritorio, pero el resto
del vestíbulo está a oscuras. No oigo ninguna voz ni veo ningún
movimiento. Aun así, pienso seguir el consejo del conserje: entrar, hacer lo
que necesito y salir.
El pasillo está iluminado por una de cada tres luces. La alternancia de luces
y sombras desprende un inquietante brillo, como de otro mundo. Me siento
como en el decorado de una película y no en la vida real.
Por eso, cuando oigo voces graves y airadas al final del pasillo, ni siquiera
me sorprendo.
La escena está preparada. Sólo faltaba la acción.
—Entra y sal —me digo en voz baja—. Entra y sal. No te quedes.
Pero mientras voy diciendo las palabras, paso de puntillas por la sala de
conferencias hacia las voces. Hacia la oficina de Nikolai.
Debe ser un deseo de morir. Un instinto de autodestrucción. Lo más
probable es que lo haya heredado de mi madre.
Cuanto más me acerco, más claras son las voces. Pero sigo sin entenderlas.
Porque están hablando ruso, me doy cuenta de repente.
En cuanto me doy cuenta, se activa el filtro adecuado en mí y me llegan
fragmentos.
—El hombre era un don nadie —dice una voz desconocida—. Me importa
un carajo él, pero casi me atrapan.
—Pero no lo hicieron.
Nikolai. Sé que es él. No importa el idioma, su voz es intensa y lacónica.
—Soy tu segundo. Deberías haberme advertido que esto venía. Podría
haberme preparado mejor.
—No sabía que iba a pasar —replica Nikolai.
— ¡Pura mierda! Tú lo sabes todo, cabrón arrogante.
Me sorprende que alguien pueda hablarle así a Nikolai y salirse con la suya,
pero de alguna manera, el hombre no hace que el insulto suene como un
insulto. Suena como cariñoso. Tengo la sensación de que Nikolai y este tipo
son cercanos.
—Tenía que demostrarle a Giorgos que no estoy bromeando —expresa
Nikolai—. Hice una amenaza, y tuve que cumplirla.
— ¿Aunque matar a ese imbécil arruinara tu cita?
De repente, siento como si el pasillo se cerrara sobre mí. ¿Nikolai mató a
alguien? ¿Esta noche? ¿Durante la cena?
Vi la mancha de sangre en su cuello y la sangre seca en sus nudillos. Una
prueba clara que decidí ignorar. ¿Porque era demasiado enredo? ¿Porque
tenía miedo? Todo lo anterior, quizá.
Pero ya no puedo ignorarlo.
—No era una cita, ladra Nikolai—. Estaba allí para reunir información.
Belle sabe demasiado.
Peligro. Peligro. Peligro.
La palabra titila en mi cabeza, como una señal de advertencia que me dice
que gire y corra.
—Tengo que salir de aquí —jadeo, intentando convencer a mis piernas.
Siento que mi cuerpo pierde el equilibrio. El pánico me constriñe los
pulmones y me siento como si estuviera corriendo en una pesadilla, con los
pies arrastrándose por arenas movedizas.
La sala de conferencias está ahí delante. Tengo que aguantar hasta que
pueda coger el portátil y salir de aquí. Lejos del hombre de negocios
asesino.
Joder, ¿cómo no me di cuenta antes? Secuestró a Elise. Me dijo que era
Dios en esta ciudad. ¿Por qué no escuché?
Dijo que sé demasiado. ¿Eso significa que planea callarme? ¿Hasta dónde
me seguirá? ¿Qué hará cuando nos atrape?
Me invade una nueva oleada de pánico y estiro una mano para apoyarme en
la pared.
Al hacerlo, golpeo un interruptor.
Las luces sobre mí parpadean.
Entonces, mi peor pesadilla, todo el pasillo se llena de zumbidos, los
fluorescentes se encienden a toda potencia y zumban como un enjambre de
abejas.
—Mierda.
19
NIKOLAI
Vuelvo a estar atada a la silla del despacho de Nikolai. Pero las cuerdas
son suaves como la seda, susurran como una brisa sobre mi piel acalorada.
—Puedes tener lo que quieras —me susurra Nikolai al oído—. Hermosa
Belle, dilo y será tuyo.
Pronuncia mi nombre como una plegaria, como si fuera algo sagrado y
precioso. Sus labios pecaminosos se deslizan por mi garganta hasta
besarme la tierna piel de debajo de la oreja.
Cierro los ojos e intento contener el fuego que arde en mi interior.
Si no lo hago, arderemos los dos.
—No debería —susurro—. Estoy aquí para trabajar. Necesito... trabajar.
—Te pondré a trabajar —anuncia Nikolai.
Sonrío.
—No me refiero a eso.
Nikolai se arrodilla frente a mí, con una ceja oscura arqueada.
—Pero eso es lo que quieres.
Él separa mis piernas y me doy cuenta de que las ataduras han
desaparecido. También su despacho. En su lugar, ahora estamos en una
habitación oscura, y yo estoy sentada en el borde de una cama enorme.
Nikolai pone una mano firme en el centro de mi pecho y me empuja hacia el
suave colchón.
— ¿Qué vas a…?
Entonces sus manos están detrás de mis rodillas. Las levanta por encima de
los hombros y siento su cálido aliento entre mis muslos.
Estoy desnuda. No recuerdo cuándo me quité la ropa, y no me importa.
Tampoco recuerdo ni una sola razón por la que me negaría a esto. Por qué
rechazaría a este hombre.
Muero por él, la sangre en mis venas retumba su nombre, palpitando por él.
—Puedo hacerte olvidar —susurra, desliza un dedo por mi raja y tiemblo.
— ¿Hacerme olvidar qué?
Me separa con el dedo y, por el aire frío que me inunda, me doy cuenta de
que estoy húmeda y lista para él. Apenas me ha tocado y ya estoy al límite.
—Que soy el líder de una Bratva —gruñe en ruso—. Y que maté a un
hombre con mis propias manos.
Abro mis ojos de repente. Estoy sola y mirando el techo de la habitación del
hotel. Pero tengo las piernas abiertas y la mano dentro de las bragas.
Rápidamente, aparto la mano y me incorporo, intentando librarme del
sueño.
O… pesadilla. Porque era una pesadilla. ¿O no?
—Joder —gimo.
Oigo la voz profunda de Nikolai en mi cabeza. Pero eso es lo que quieres,
¿no? Que te folle.
Diría que no, pero me advirtió que no mintiera.
Retiro las mantas y me deslizo fuera de la cama. Me escuece el tobillo
cuando lo apoyo, pero ya estoy mucho mejor. El improvisado vendaje de
Nikolai me bajó la hinchazón, junto al antiinflamatorio que tomé cuando
llegué casa. Al hotel, me recuerdo firmemente, no es mi casa.
Pero eso fue hace horas. Estoy segura de que ya debería haberme tomado
otra dosis.
El salón está a oscuras cuando entro en la amplia cocina. Abro el frasco de
pastillas, me tomo dos más y las trago con agua del fregadero. Luego cojo
el móvil de la encimera y veo que hay un mensaje de Georgia.
GEORGIA: ¿Cuándo vuelves? La oficina es aburrida sin ti.
Lo ha enviado hace unos minutos. Siempre es una de las primeras personas
en la oficina, se levanta a las cinco y media de la mañana. Yo apenas estoy
consciente antes de las siete.
Tecleo una respuesta. Estoy colgada. Culpa a Roger. Espero que sólo sean
unos días más.
Es extraño imaginar volver a Oklahoma City ahora. De vuelta a mi
apartamento y mi oficina. Después de lo que ha pasado aquí, no puedo
imaginar que la vida vuelva a ser normal.
Pero por supuesto que lo será. Los hombres como Nikolai pierden el interés
rápidamente. Se olvidará de mí en cuanto me pierda de vista por un rato.
No sé si eso me alivia o me decepciona.
Georgia responde inmediatamente. Estoy segura de que estás lista para
volver a casa. Zhukova es lo peor.
BELLE: ¿Te refieres a la empresa o al CEO?
GEORGIA: ¡AMBOS!!!
Escribo un mensaje y lo borro. ¿Cómo le pregunto a Georgia qué demonios
está pasando en Zhukova Incorporated sin que salten las alarmas? Nikolai
dijo que no planeaba matarme, pero sé que es capaz de hacerlo. Me susurró
la verdad al oído.
Y luego tuviste un sueño erótico con él, sisea la voz de mi cabeza.
Finalmente, escribo un mensaje y pulso enviar.
BELLE: ¿Te pasó algo específico cuando trabajaste en la cuenta de
Zhukova?
Por lo que sé, Nikolai está vigilando mi teléfono. Puede que me esté
vigilando ahora mismo. Miro alrededor de la habitación y compruebo si hay
alguna luz roja en las esquinas.
¿Interesada en filmar una secuela? Incluso ahora, el recuerdo de su burlona
pregunta me acalora. Estaba atada en su despacho, con la amenaza de la
muerte acechándome, y aun así estuve a punto de decir que sí.
Cuando suena una notificación en mi teléfono, me sobresalto.
GEORGIA: Fueron insistentes y actuaron como si yo fuera una molestia.
No confiaban en mí para hacer mi trabajo. Patrañas patriarcales básicas.
¿Te refieres a eso?
—No —murmuro en voz alta, con los pulgares sobre el teclado—. No es
eso.
Pero no puedo preguntarle a Georgia si alguna vez Nikolai le ha metido
mano en su despacho o la ha atado a una silla y le ha susurrado sucias
promesas al oído. Así que dejo el teléfono boca abajo sobre la encimera y
dejo caer la cara entre los brazos.
—Hoy vas a ser un desastre.
Pego un salto y me doy la vuelta para ver a Elise de pie en la puerta de su
habitación. Tiene el edredón echado sobre los hombros y el pelo despeinado
por el sueño.
—Te has levantado temprano.
—Tarde, en realidad —dice—. Aún no me he acostado.
—Pero está saliendo el sol.
—Es lo bueno de no trabajar —señala encogiéndose de hombros—. Pero tú
si tienes que trabajar, y sé que anoche llegaste tarde. Te escuché.
Gracias a Dios que no salió de su habitación para hablar conmigo. No
habría sido capaz de explicarle el asunto de la informal bolsa de hielo
alrededor de mi tobillo.
—Cené con gente de la oficina —le digo, sorteando con cuidado toda la
verdad—. Luego noté que me había dejado el portátil en la oficina, y tuve
que ir a recogerlo. Fue todo un tema.
Elise entra en la cocina arrastrando los pies y saca una botella de agua de la
mini nevera. Me la pasa por la encimera.
—Deberías bebértela. Estás hecha una mierda.
Y esa es la forma que tiene Elise de reparar el daño entre nosotras. Muestra
un mínimo de cuidado por mi ser físico. Aunque podría haberme abrazado y
llorado en mi hombro.
—Un millón de gracias —zumbo. Quito la tapa y bebo un largo trago—.
¿Qué harás hoy?
—Dormir.
— ¿Eso es todo? —inquiero—. Nikolai te dio acceso a un chofer. Podrías
dar una vuelta por la ciudad. Visitar un museo o algo así.
Elise señala hacia la puerta. Sus zapatillas Vans negras están junto a la
puerta.
—El otro día rompí la suela.
— ¿Qué? ¿Cuándo?
—Ya estaban pegadas con cinta adhesiva —señala—. Pero el otro día,
subiendo las escaleras del vestíbulo al ático, se deshicieron. No estoy en
condiciones de hacer un recorrido a pie.
Me muerdo el labio inferior. Sé exactamente cuánto dinero hay en mi
cuenta bancaria: apenas suficiente para llevarnos de vuelta a casa.
Definitivamente, no lo suficiente para llevarnos a casa y comprarle un par
de zapatos nuevos.
Sobre todo, si me niego a volver a Zhukova Incorporated y me despiden.
Elise debe de ver la preocupación en mi rostro, porque agita una mano con
desdén.
—No pasa nada. Robaré una de estas batas de baño y la venderé por
Internet. ¿Las has sentido? Son como nubes.
Me río, pero las dos sabemos que no es una broma. Si Elise quiere un par de
zapatos nuevos, tendremos que rebajarnos a eso.
A menos que vuelva a Zhukova Incorporated, termine mi trabajo y
conserve mi empleo.
Al final, no es una elección difícil.
No puedo huir de esto. No a menos que quiera arrastrar a mi hermanita
conmigo.
—Vaya, sí que te has metido en un lío —dice Roger al menos por quinta
vez—. Tienes suerte de que haya venido a ayudarte. Te habrías quedado
aquí para siempre.
—Ya me parece que llevo aquí una eternidad —murmuro.
La semana ha sido larga, pero yo me refiero concretamente al día de hoy.
Son más de las ocho y la oficina ya está vacía. Pero Roger no da muestras
de querer dar por terminada la jornada.
—Tenemos mucho terreno que recuperar —y señala la hamburguesa que
tengo delante—. Esto puede durar un rato.
Contengo un gemido. Ya le mandé un mensaje a Elise para avisarle de que
llegaría tarde otra vez. No le he dicho que Roger estaba aquí. Si le dijera
que trabajaba hasta tarde con Roger, sacaría la peor conclusión posible.
Ya me cuesta bastante no dejar que mi mente divague por ahí. Pero por
suerte, ha estado sin tocarme en todo el día desde nuestro abrazo.
—Lamento haberme atrasado tanto —le digo—. No sabía qué hacer con
todas las discrepancias.
He mencionado todos los errores en los libros de Zhukova Incorporated
varias veces hoy, y cada vez, Roger ha tenido la misma respuesta.
—No muchas empresas gestionan así sus obras benéficas, así que es
complicado. Debería haberte avisado.
Realmente no puedo decir si Roger cree lo que está diciendo o si está
tratando de encubrir a Nikolai. En este momento, no quiero preguntar; ya sé
demasiado. Por mucho que me disguste Roger, no quiero meterlo en esta
maraña. La inocencia es felicidad, ¿verdad?
—De hecho, debería haber venido contigo —dice, volviéndose hacia mí.
Me encojo de hombros.
—Está bien.
—No, no lo está —expresa y se acerca con su silla rodante hacia mí. Su
rodilla roza la mía y yo retrocedo. Pero él sigue, manteniendo el contacto—.
Te dije que podías manejar esta cuenta tú sola, sabiendo que no era cierto.
La verdad es que no me creí capaz de soportar sentarme en esta pequeña
habitación contigo día tras día.
Oh, no. Peligro. Bandera roja. Todas las alarmas de mi cuerpo se disparan,
pero intento acallar el ruido.
Respiro hondo y me río.
—Oye, no te preocupes. Si no tienes un compañero de trabajo molesto,
probablemente ese compañero seas tú, ¿verdad?
Roger se relame los labios resecos, negando con su cabeza.
—No es porque seas molesta, Belle.
Agarro mi hamburguesa y le doy un mordisco grande y asqueroso. El
kétchup me gotea por la barbilla mientras mastico, pero Roger no se
inmuta. Alarga la mano y me limpia con el dedo.
Luego se lo lame.
Me esfuerzo por no poner cara de asco.
—Es porque eres absolutamente deliciosa —. Él parece estar muy contento
con su dulce discurso, pero yo siento que voy a vomitar.
—Deberíamos trabajar —digo, con la boca llena mientras mastico—. Hay
mucho que hacer.
—Yo diría que los dos nos merecemos un descanso, ¿no crees?
¿Por qué me he puesto falda hoy? Debería haberme puesto pantalones. Una
parca o un traje espacial. Quiero al menos cinco capas más de material entre
mi piel y los dedos de Roger.
— ¡Cambiemos! —Ofrezco, poniéndome de pie para caminar alrededor de
la mesa—. Tómate tú un descanso y yo meteré los datos un rato. Descansa
un poco y...
Roger me agarra la mano y me aprieta la muñeca para que no pueda irme.
—Belle, no tienes que negarte a ti misma por más tiempo.
—Necesito este trabajo —susurro.
Lo digo tanto por mi propio bien como por el de Roger. Intento recordarme
a mí misma por qué sigo aquí, por qué aguanto esta mierda.
Los zapatos rotos de Elise. Nuestro piso demasiado caro. Los malditos
comestibles.
Tengo facturas que pagar y necesito este trabajo.
Roger asiente y me da unas palmaditas en el brazo con la otra mano.
—Lo sé. Por eso esto puede quedar entre nosotros. Nada cambiará.
Su mano se desliza por mi antebrazo y luego más arriba. Me roza la manga
de la camisa y luego pasa los dedos por mi hombro para acercarme más a
él. Intento resistirme, pero bajo su ropa poco ajustada, Roger es
sorprendentemente fuerte.
—Todo va a cambiar —protesto—. No podemos. No deberíamos.
Además, no quiero. Preferiría arrancarme el brazo a mordiscos.
—Los dos somos adultos —susurra Roger, inclinándose hacia mí. Puedo
oler la cebolla en su aliento—. Los romances en el trabajo suceden todo el
tiempo, Belle. Y he hecho un largo viaje para estar aquí.
—Por la empresa.
Sacude la cabeza.
—Por ti. Dejé Aruba para estar aquí contigo.
Entonces Roger se inclina hacia mí, cierra los ojos, frunce los labios secos.
Y por un momento horrible, no sé qué hacer.
No puedo permitirme perder este trabajo. Tal vez un beso lo apacigüe.
Quizá si me quedo quieta, se aburra y pase a atormentar a otra persona.
Resistirse sólo hace que me desee más.
Pero oigo la voz de Nikolai en el fondo de mi cabeza. Defiéndete, Belle. No
dejes que te pisotee. Defiéndete.
Rápidamente, golpeo el pecho de Roger con la palma de la mano. El aire
sale de sus pulmones y él retrocede medio paso. Frunce el ceño.
—No te preocupes —canturrea de nuevo como si estuviera aplacando a un
animal salvaje—. Nadie lo sabrá. Estamos solos.
Estamos solos. ¿Es una afirmación o una amenaza?
Funciona en ambos sentidos. Porque tiene razón: no hay nadie que me
salve. Nadie que me oiga gritar. Tengo que hacer esto bien o podría ser
peligroso.
—Pero yo lo sabría —gruño ferozmente—. Me conozco, Roger. No podría
seguir trabajando para ti si nuestra relación fuera más allá de compañeros
de trabajo. Más allá de jefe y empleado. Tendría que dejarlo. Pero ya te he
dicho que necesito este trabajo. Así que... no, no puedo.
Se merece una hamburguesa a medio comer en la cara y un batido en los
pantalones, pero le ofrezco mi amable explicación de todos modos. Durante
unos segundos, Roger se lo piensa.
Entonces su rostro se tuerce en una mueca horrible.
—Maldita provocadora.
Intento apartarme de él, pero me agarra la muñeca con más fuerza.
—Roger —digo— lo siento, pero...
—Lo siento, pero me lancé sobre ti y luego me arrepiento al último
momento —dice imitando feamente mi voz—. Te eché los brazos al cuello
y apreté mis tetas contra tu pecho, pero cuando intentas algo, yo me echo
atrás y me hago la mojigata...
— ¡Yo no soy una mojigata! —chasqueo—. Y te di un abrazo. No un baile
erótico.
—Con una falda así, apenas hay diferencia —y se burla.
Su mirada es hambrienta, como la de un salvaje depredador al acecho.
Tengo la sensación de que me está observando, decidiendo dónde le
gustaría morder primero.
—Mira, dejémoslo por hoy, ¿vale? Ya es tarde. Podemos volver mañana y
empezar de nuevo —expongo e intento apartarme, pero Roger niega con la
cabeza.
—No, no creo que sea buena idea. Creo que deberíamos arreglar esto ahora.
—Los dos necesitamos tiempo y espacio.
—Yo no necesito ninguna de las dos cosas —dice con voz ronca—. Estoy
listo.
Frunzo el ceño, intentando entender lo que quiere decir. Entonces miro
hacia abajo.
La parte delantera de sus pantalones está abierta y Roger sonríe.
—Además, por la mañana habrá demasiada gente aquí —continúa—. No
puede ser un secretito sucio si todo el mundo lo sabe. ¿Y dónde está la
diversión en eso?
—Roger, no —suplico, odiando la debilidad de mi voz—. No quieres hacer
esto.
Roger me hace girar hacia la mesa y me golpea la espalda contra el borde.
Grito, un dolor punzante me recorre la columna, pero él me ignora.
—Llevo queriendo hacer esto desde el momento en que entraste en mi
oficina con tu culito apretado —dice, separando mis muslos con su rodilla
—. Te burlas y flirteas, pero las zorras jóvenes como tú no saben lo que
quieren. Los hombres como yo tenemos que enseñárselos.
Intento arañarlo, pero Roger sujeta mis brazos a la mesa.
—Quédate quieta, Belle. Yo me ocuparé de ti.
Se encaja entre mis muslos para que no pueda patearlo y sujeta mis brazos
con una mano. Quedo extendida frente a él, servida como un cerdo en una
puta bandeja, y no puedo hacer nada.
—Por favor —grito, con ardientes lágrimas quemándome los ojos y
rodando por mis mejillas—. Por favor, no hagas esto. Por favor, no lo
hagas.
Roger tiene los ojos completamente negros. Se relame los labios.
—Probablemente ya estés mojada. Lo deseas. Sé que lo deseas.
Está delirando. En realidad, está loco.
Sus dedos encuentran los botones de mi blusa. Desabrocha uno, lo que me
hace estremecer. Se da cuenta y sonríe.
—No puedes evitarlo, putilla. Te gusta que te toque.
De repente me quedo sin palabras. Quiero gritar, pero no sale ningún
sonido. Suelta otro botón.
—No tienes que mentirme —me arrulla—. Sé la verdad. Sé lo que quieres.
Déjame dártelo.
Otro botón.
Otro.
¿Por qué carajo no puedo gritar?
Otro botón.
El aire frío corre sobre mi piel, pero lo siento de una manera lejana. Como
cuando pasas demasiado tiempo en la nieve y se te entumecen los dedos de
los pies. Sé que Roger me está tocando, pero no puedo sentirlo.
—Jodidamente perfecto —gruñe, con los ojos clavados en mis pechos—. Te
has puesto esta picardía de encaje para mí, ¿verdad?
Se inclina hacia mí y saca la lengua para humedecerse los labios.
Extrañamente, eso es lo que rompe mi hechizo. La visión de esa asquerosa
y repugnante lengua serpenteando. Es tan corpóreo, tan real y nauseabundo,
que mi cuerpo se mueve antes de que siquiera pueda procesar mis
intenciones.
El canto de mi mano se estrella contra su nariz.
Él se tambalea hacia atrás. Ahora que tengo espacio suficiente para patear,
levanto el pie y se lo meto en la entrepierna. Algo blando cede.
No me detengo a averiguar qué.
Lo rodeo y corro.
Siento las piernas como si fueran de goma. Cada paso es tembloroso y ya
oigo a Roger detrás de mí. Su grito resuena en el edificio vacío.
Veo el ascensor de frente, pero no hay tiempo. Él me alcanzará antes de que
se abran las puertas. Las escaleras tampoco me parecen una opción. Aún me
duele el tobillo desde la vez que me caí por las escaleras. Apenas puedo
soportar mi propio peso.
La oficina está vacía, no puedo escapar y Roger viene a por mí.
Sus pasos retumban por el pasillo. Me lanzo hacia la siguiente puerta que
atravieso. La abro de un tirón y encuentro un armario. Hay estanterías
llenas de papel, bolígrafos, cables de ordenador y cargadores. Pilas de
calculadoras y reglas. Sillas extra.
Me meto dentro y veo a Roger por la rendija justo cuando se cierra la
puerta. Tiro del picaporte y agarro la silla que tengo al lado. Deslizo la pata
metálica por el pomo curvado de la puerta, la giro fijándola en su sitio justo
cuando Roger sacude el pomo del otro lado.
— ¡Sal, maldita perra! —Ruge él, golpeando la puerta—. No puedes
esconderte por siempre.
Sujeto la silla con firmeza, rezando para que se equivoque.
Porque esconderme aquí es la única opción que me queda.
23
NIKOLAI
Detener la intención de este beso duele más que cualquier otra cosa pasada.
Quizá sea porque hay mucha gente alrededor. En el avión, en su oficina, en
las aguas termales, siempre estábamos solos. Lo que hacíamos parecía un
secretito sucio, un oculto placer culpable. Sin testigos. Olvídate de él tan
pronto como suceda.
¿Pero aquí? ¿Ahora? Estamos en medio de una fiesta, rodeados de mi
hermana y los empleados de Nikolai y Dios sabe quién más.
No es que lo supiera por la forma en que me miraba hasta hace dos
segundos. Con ver la cara de Nikolai, podría pensarse que somos las únicas
dos personas en la habitación.
Lo que quieras, te lo daré. No tengo palabras para explicar lo que me ha
hecho esa frase.
Pero entonces Nikolai aparta la mirada. Sus ojos se oscurecen, se centran en
algo por encima de mi cabeza y se aparta de mí.
— ¿Nikolai? —pregunto confundida.
No me mira. Sus ojos permanecen fijos en lo que sea que esté mirando.
—Quédate aquí —me ordena—. Ya vuelvo.
Me giro y veo cómo Nikolai cruza la habitación y se dirige directamente
hacia otra mujer.
Pero no es una mujer cualquiera. La reconozco. El día que Roger me
sorprendió en Zhukova Incorporated, vi a Nikolai en una reunión con esta
mujer y Giorgos Simatou.
Hoy tiene un aspecto muy diferente. Su vestido es rojo fuego y su escote
llega hasta al pecho. Me sorprende que no se le vea el ombligo. Lleva el
pelo recogido en una coleta apretada y elegante, e incluso desde el otro lado
de la habitación puedo ver que lleva los labios pintados de rojo intenso.
Parece una modelo de Instagram, de esas que siempre publican desde jets
privados y playas de arena blanca.
Nikolai se detiene frente a ella y empieza a susurrar algo que no puedo oír.
Me siento sola en medio de la pista de baile, así que me dirijo al borde de la
sala con los demás.
Elise sigue de pie con el chico rubio al que se presentó cuando llegó, pero
me doy cuenta de que también me está mirando. De hecho, nos observa.
Sus ojos pasan de Nikolai a mí y viceversa.
— ¿Champán, señorita? —me pregunta un camarero con una bandeja de
copas de champán delante de mí, ocultando a Nikolai y a la mujer.
Cojo una, sobre todo porque parece que he perdido la voz de repente, y le
doy un sorbo mientras veo a mi acompañante hablar con otra mujer.
Pero cuando la mano de ella se posa en el bíceps de Nikolai y luego se
arrastra lentamente por su brazo... Casi tiro el vaso al otro lado de la
habitación.
Es mío, quiero gritar, mi pecho golpea todo el tiempo.
Pero Nikolai no es mío. La verdad es que no.
Hace una semana, lo odiaba. Iba a entregarlo a la policía por malversación.
Eso es ridículo ahora, considerando que mató a un hombre mientras
salíamos a cenar juntos, y considerando que sé todas las otras cosas terribles
que ha hecho, y me acosté con él de todos modos.
Si fuera a la policía, acabaría en una celda junto con él. Tal vez incluso en
camisa de fuerza.
La mujer de rojo se pone de puntillas y besa la mejilla de Nikolai. El
corazón brinca de tal modo que me produce náuseas. Espero a que la
empuje, a que retroceda.
Pero Nikolai se queda inmóvil.
La acepta.
Miro a Elise. Ella me mira fijamente, con los ojos muy abiertos. Está al otro
lado de la habitación, pero oigo su voz en mi cabeza. No puedes dejar que
un hombre te trate así.
Quiero decirle que no estamos saliendo. Nikolai no me ha prometido nada.
Pero entonces también evoco las palabras de él. Lo que quieras, te lo daré.
Pues no quiero esto, joder.
Agarro la cola del vestido con las manos y atravieso la habitación hacia
Nikolai y la mujer. Me quema por dentro un ardiente cóctel de emociones.
Rabia y vergüenza, asco y lujuria.
Pero, sobre todo, rectitud. Qué es eso que dicen de los niños... ¿que siempre
están mirando? Tengo que demostrarle a mi hermanita, y casi tan
importante: a mí misma, que soy digna de respeto. Que no seré tratada
como un pedazo de basura desechable. Que las mujeres merecen algo más
que ser el juguete de hombres poderosos.
Nikolai y la mujer no se fijan cuando me acerco, lo que hace que todo esto
me duela aún más. Está tan absorto el uno en el otro que ni siquiera se fijan
en mí. Tengo que aclararme la garganta para llamar su atención.
Sólo entonces mira. Pero como era de esperar, su expresión es neutral.
Tranquilo. Me pregunto qué es lo que realmente podría irritar a este
hombre. ¿Explosiones nucleares? ¿Cerdos en el cielo?
—Hola. Debería haber pensado en algo mejor que decir mientras venía
hacia aquí, pero no he tenido tiempo, así que me he quedado con la frase
inicial más penosa de la historia de los putos enfrentamientos antes de una
pelea de gatas.
La mujer me mira ahora. Su maquillaje está difuminado en un perfecto ojo
ahumado y sus pómulos son altos y afilados. Parece el tipo de mujer que
esperaría estar con Nikolai. Impecable, como él.
—Hola —contesta, arqueando una ceja como si un insecto acabara de
meterse en su zapato—. ¿Quién es usted?
—Belle Doman. ¿Quién es usted?
Algo parecido al reconocimiento parpadea en su rostro. Es como si hubiera
oído mi nombre antes. ¿Me ha mencionado Nikolai? Una estúpida
esperanza se enciende en mi pecho al pensarlo.
Estúpida, estúpida esperanza.
—Te dije que volvería, Belle —interrumpe Nikolai—. Te lo explicaré todo
después.
—No hay nada que explicar —interrumpe la mujer.
Nikolai aprieta la mandíbula.
—Te has presentado sin avisar, Xena. Eso merece una explicación.
Xena. Hasta su nombre suena interesante y único. Exótico. Más exótico que
Belle, al menos.
— ¿Nuestro compromiso no es suficiente explicación?
Siento como si alguien me hubiera echado un cubo de hielo por la espalda.
—Lo siento... ¿Qué dijo?
—Belle —llama Nikolai, en tono de advertencia—. Necesitas...
—Estamos prometidos —suelta Xena.
—Están... —repito, sacudiendo la cabeza—. ¿Desde cuándo?
—Llevamos bastante tiempo trabajando en ello —dice ella con una sonrisa
despiadada. Nota lo mucho que me duele. No lo disimulo muy bien—. Pero
se hizo oficial la semana pasada.
Se me nubla la vista. Por un momento, creo que voy a desmayarme.
He estado durmiendo con un hombre casado. O un hombre que pronto
estará casado, al menos. Nikolai se prometió con otra persona y luego pasó
una semana cogiéndome.
Supongo que después de todo yo si era el secretito sucio.
Tal vez Nikolai dice algo en ese momento. No estoy segura porque me pitan
los oídos. La sangre me corre por las venas y quiero llorar.
Pero no lloraré aquí. No delante de él. No delante de toda esta gente.
Tengo que salir de aquí.
Pero lo primero es lo primero...
Un camarero pasa con una bandeja de aperitivos. Exquisito momento.
Pequeñas galletas saladas cubiertas con un queso blanco suave y una
cucharada de algún tipo de mermelada. Sea lo que sea, parece pegajoso.
Perfecto para lo que tengo en mente.
Le arranco la bandeja de las manos al camarero y la estrello contra el pecho
de Nikolai.
El público jadea cuando la bandeja cae al suelo. No puedo levantar la vista
más allá de la mermelada roja que cubre la parte delantera del traje de
Nikolai. Si lo hago, veré sus ojos grises y entonces sí que lloraré.
Así que, sin decir nada más, me doy la vuelta y corro hacia la salida.
Por lo que a mí respecta, esta fiesta ha terminado.
35
NIKOLAI
Las puertas del ascensor ya se han cerrado, pero cuando pulso el botón,
vuelven a abrirse.
Y ahí está Belle.
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos rojos e hinchados. Está
llorando. En cuanto me ve, su columna se endereza.
—Aléjate de mí.
—Belle...
—Gritaré —me advierte—. Gritaré muy fuerte, lo juro.
Las puertas intentan cerrarse, pero las mantengo abiertas.
—Vale. Hazlo. Grita.
— ¿Estás sordo? Dije que...
—Gritarás, lo sé —asiento con la cabeza—. ¿Y qué crees que pasará?
Todos aquí trabajan para mí, Belle. ¿Crees que vendrán a salvarte?
El miedo en sus ojos se convierte en terror al darse cuenta de lo sola que
está.
— ¿Te estás replanteando tu decisión de venirte a Islandia conmigo? —le
pregunto.
—Me lo estoy replanteando todo. Fui... Fui una estúpida —susurra,
apretando los puños a los lados—. Sabía quién eras y lo que habías hecho,
pero vine contigo de todos modos. Debería haberlo sabido.
— ¿Y quién soy yo, Belle? —metiéndome en el ascensor.
Belle se aprieta contra la pared del fondo.
—Un criminal sucio y mentiroso.
—Soy un criminal. Lo reconozco.
—Y un mentiroso.
Sacudo la cabeza.
— ¿Cuándo te he mentido?
— ¡Estás prometido! —Grita—. Te pregunté en el avión si estabas casado o
prometido.
—Qué noble de tu parte preguntarlo cuando ya habíamos follado.
Se le tuerce la cara.
—No importa. Habrías mentido de todos modos. Me dijiste que estabas
soltero.
Me encojo de hombros.
—En aquel momento, lo estaba.
Se queda con la boca abierta.
—Así que en algún momento entre entonces y ahora, ¿encontraste tiempo
para comprometerte? ¡¿Qué demonios, Nikolai?!
—Lo estás convirtiendo en algo más importante de lo necesario. Planeé
contarte sobre Xena cuando fuera el momento adecuado.
—Xena —escupe—. Incluso suena como la clase de zorra moderna a la que
le parecería bien una relación abierta.
Resoplo.
—Créeme, no lo es en absoluto.
Me sorprende que Xena no esté a las puertas del ascensor ahora mismo,
exigiendo saber qué está pasando. Aunque seguro que aún tiene el subidón
de haber visto a Belle lanzarme al pecho una bandeja. Dada la escena que
causó, estoy seguro de que desearía haberlo hecho ella misma.
— ¿Entonces por qué me trajiste aquí y me compraste este vestido? ¿Por
qué me hiciste desfilar así delante de ella?
—Yo no te hice ‘desfilar’ delante de nadie.
Ahora mismo, una parte de mí piensa que una vida de celibato podría no ser
tan mala. Especialmente si significa no tener que lidiar nunca con este tipo
de drama exasperante.
Pero esa parte de mí existe al norte de mi ecuador. El hemisferio sur, debajo
del cinturón, no está muy de acuerdo con la idea del celibato.
Especialmente porque Belle aún lleva puesto su vestido...
Y la ira le sienta muy, muy bien.
— ¿Y por qué metiste a Elise en esto? —Su voz tiembla al mencionar a su
hermana—. Estabas empezando a caerle bien, por el amor de Dios. Era feliz
aquí, y ahora, todo... todo... ¡Lo has estropeado todo!
—Ni siquiera sabía que Xena iba a estar aquí. No tengo idea de por qué
vino.
—Vino a visitar a su prometido, imbécil.
Las puertas del ascensor se abren detrás de nosotros. Me giro y miro a dos
hombres que esperan para subir.
—Suban por las escaleras —les digo.
Dan un salto hacia atrás, con los ojos muy abiertos, y yo pulso el botón de
cierre de puertas y luego el de parada de emergencia. Suena una alarma
larga y aguda, pero la ignoro y me vuelvo hacia Belle.
—Me importa una mierda Xena Simatou. No significa nada para mí. Sólo
es...
—La hermana de Giorgos —jadea Belle. La veo atar cabos—. Está
emparentada con el otro mafioso, ¿no? ¿Así que esto es una especie de...
arreglo, o algo así?
Asiento con la cabeza.
—Más o menos. Giorgos y yo estamos trabajando juntos y...
— ¿Y te está ofreciendo a su hermana? —Arruga la nariz—. Eso es
enfermizo, Nikolai. ¿Está prostituyendo a su hermana para qué? ¿Por
dinero?
—Protección —digo—. Acceso. Y sí, dinero. Pero Xena es quien exigió el
matrimonio entre nosotros como parte del contrato. Yo no lo quise.
Belle resopla.
—Por supuesto que no. Si estás casado, no puedes llevar mujeres al azar a
viajes internacionales y follártelas en los baños de los aviones, ¿verdad?
Aunque quizá sí puedas. Porque tú estás prometido, y yo estoy aquí de
todos modos. Como una idiota.
—No te traje aquí en secreto —gruño—. Esto no es un asunto oculto.
Giorgos sabía dónde estaba.
Por eso envió a Xena aquí, estoy seguro. Hice una jugada audaz al traer a
Belle aquí en contra de sus deseos y luego quemar uno de sus edificios. Así
que envió a su hermana aquí a quemar mi vida, por así decirlo.
Hasta ahora, está haciendo un irritante buen trabajo.
Pero lo pagará todo más tarde.
Con intereses.
Los ojos de Belle se abren de par en par.
— ¿Así que sólo soy un juguete que estás colgando delante de tu futura
familia política?
—Nada de esto tiene que ver contigo. Si me escucharas...
— ¡Ya he escuchado demasiado! —Se enjuga las lágrimas que caen por sus
mejillas—. Te escuché cuando dijiste que cuidarías de mí. Te escuché
cuando dijiste que me darías lo que quisiera. ¿Crees que esto es lo que yo
quería?
—Nada tiene que cambiar. Este asunto con Xena...
— ¿Matrimonio, quieres decir? ¿A eso te refieres con ‘asunto’? Deberías
ser más específico.
—Este matrimonio con Xena es un negocio —afirmo—. Eso es todo. Me
importa una mierda.
Belle pone los ojos en blanco.
—Como si eso cambiara algo. Estás prometido a ella. Te vas a casar con
ella.
Me empuja para soltar la parada de emergencia del ascensor, pero le tomo
la muñeca.
— ¡Suéltame!
Intenta zafarse, pero no es rival para mi fuerza. La empujo contra la pared
del ascensor. Sus ojos se abren de par en par. Tan verdes. Como la
superficie de un estanque muy, muy profundo.
—No voy a hacerte daño —gruño suavemente.
—Es demasiado tarde para eso —Su voz se entrecorta, sutil pero
perceptible.
—Nada ha cambiado. Todo sigue exactamente igual.
—No para mí.
— ¿Por qué? ¿En qué es diferente? —inquiero—. Enviaré a Xena a
empacar, y podremos volver a...
— ¿A fingir que tenemos un futuro juntos? —Le tiembla el labio inferior.
Es una gran admisión. Belle quiere un futuro, juntos. O al menos hace diez
minutos.
Suspiro. En mi mundo, planear el futuro es una tontería. La gente muere o
te traiciona. Te quitan lo que quieren o mueren en el intento, y así es como
funciona el juego.
Belle quiere algo que no puedo darle: certeza.
—Nunca te he hecho ninguna promesa —le digo tajante.
El dolor cruza su rostro, rápido como un relámpago. Luego sonríe.
La forma en que su boca se transforma en una sonrisa mientras sus ojos
permanecen fríos y sin vida me resulta desagradable. Apenas la reconozco.
—Tienes razón. No lo hiciste —grazna—. Entonces no puedo enfadarme,
¿verdad?
—No hay nada por lo que enfadarse. Son negocios, nada más.
Belle respira hondo. Ahora parece más tranquila, pero solo en apariencia.
Puedo sentir la tormenta que se desata bajo su piel.
—Pero si tú y… cuando tú y Xena se casen, ¿vivirán juntos?
—Yo…
— ¿Ella sería tu acompañante en eventos y galas? ¿Ella iría de tu brazo en
público? ¿Xena sería la persona que, en todo sentido público, sería tu
esposa?
Ya no está preguntando. Me lo está explicando.
Aprieto los dientes.
—No entiendes cómo funciona esta vida. El matrimonio es una
herramienta. Esto hará a mi Bratva más fuerte.
— ¿Y eso importa?
—Es lo único que importa —respondo.
Durante tanto tiempo, durante tanto puto tiempo, eso ha sido verdad. Crecí
ahogado en la pobreza, viendo cómo mi padre reunía el dinero suficiente
para comprar la bebida más barata mientras el hambre rugía en mi
estómago, y me juré a mí mismo que le daría la vuelta a todo. Algún día, de
alguna manera, toda esa mierda cambiaría.
Y lo hice. Lo construí todo de la nada. He rehecho el mundo a mi imagen y
he matado a todo el que ha intentado detenerme.
He llegado tan lejos. Y ahora que estoy tan malditamente cerca de ser
entronizado en la cima, no puedo dejar que nada, ni nadie, me distraigan.
Ni siquiera ella.
—Entonces parece que tienes tus prioridades —dice Belle fríamente—. Y
yo tengo las mías.
— ¿Y cuáles son?
—Cuidar de mí misma y de mi hermana.
Resoplo.
—Oh, claro. Estabas haciendo un gran trabajo antes de que yo llegara.
Cuando vuelvas a tus ‘prioridades’, asegúrate de darle a Roger mis saludos.
Su cara se tuerce.
— ¿Roger? ¿Qué tiene que ver él con...?
—Oh, si no es él, será el próximo jefe depredador que te manosee mientras
trabajas en un empleo que odias para poder subsistir a duras penas. Qué
vida es la que estás protegiendo.
— ¡Algunos no tenemos elección! —grita, golpeándome el pecho con los
puños.
Me acerco más y la aprisiono más contra la pared del ascensor. Es un
relámpago cautivo, tembloroso y agitado por una emoción que ya no puede
contener.
Me acerco y rozo su oreja con mis labios. Se le corta la respiración, el
pecho se le encoge, las manos se le quedan quietas.
—Tienes elección, Belle.
Niega con la cabeza sin mirarme. Se le cae el pelo de su elegante nudo.
—No, no la tengo. Me la has quitado.
Empujo la pared y me alejo de ella.
—Quizá yo debería haber sabido que no estabas hecha para esta vida.
—Oh, ¿yo soy el problema ahora? —Se ríe como si se estuviera volviendo
loca.
—Sí, lo eres —La miro directo a los ojos—. No sobrevivirás en este
mundo. No perteneces a este mundo.
—Claramente no —gruñe, incluso mientras sus ojos brillan con lágrimas
frescas.
—Existo para liderar mi Bratva. Mi vida es este negocio. Y si no puedes ver
en qué me beneficia relacionarme con los griegos, a mi vida, a mi Bratva,
entonces no perderé el tiempo explicándotelo.
Su barbilla se tambalea antes de levantarla y cuadrar los hombros hacia mí.
—Tu vida es este negocio. Y yo ya no formo parte de tu vida. Así que
puedes hacer lo que quieras con cualquiera de las dos. No cuentes conmigo
para ello.
Nos miramos fijamente durante un momento. Cuando me acerco a Belle, se
estremece. Hasta que el zumbido de la alarma de emergencia se apaga y el
ascensor se pone en marcha.
Me mira fijamente hasta que las puertas se abren en nuestra planta. Cuando
se abren, sale lentamente, como si no estuviera segura de lo que viene a
continuación.
Pero ella ya no es mi problema. No me importa lo que ella haga.
No me importa nada.
36
BELLE
El olor húmedo y mohoso del trapo de bar me produce náuseas. Pero eso no
es exactamente lo único que lo hace en estos días.
Sigo diciéndole a Elise que estoy bien, pero no lo estoy. No lo he estado en
semanas.
Estar de pie ocho o más horas seguidas y servir bebidas a gente que apenas
puede mantenerse erguida en sus taburetes es agotador de una forma que
nunca habría imaginado. Pero es un trabajo con un sueldo fiable, aunque
mísero. Es mejor que nada. Aunque no por mucho.
Una voz arrastrada desde el final de la barra pide ‘otra más’, y yo obedezco.
Mi primera noche, intenté cortarle el paso a un hombre que había bebido al
menos el doble de lo que debía, pero mi jefe me informó de que no era
decisión mía.
—No somos responsables de esta gente. Si quieren beber hasta morir,
asegúrate de que primero paguen su cuenta —dijo Tony.
Encantador, ese Tony. Pero a diferencia de Roger, nunca se me ha
insinuado. No me preocupa que me arrincone en el armario de atrás.
Mi nivel de lo que es un buen jefe es tan bajo que Tony podría superarlo sin
siquiera intentarlo.
Cuando volví de Islandia, mi instinto fue tratar de recuperar mi antigua
vida. Tal vez podría borrar el último par de semanas, volver a la forma en
que las cosas eran antes.
Pero entonces oí la voz de Nikolai en mi cabeza.
Cuando vuelvas a tus ‘prioridades’, asegúrate de darle mis saludos a
Roger.
Tenía razón, de forma odiosa: no podía volver a trabajar para Roger.
Enredarme con un hombre comprometido y engañarme a mí misma
haciéndome creer que podía quererme ya era bastante patético. Al menos
tenía que encontrar un trabajo en el que el jefe no hubiera intentado
agredirme.
Así que me puse mis shorts vaqueros más juveniles y le aseguré a Tony que
podría aumentar el negocio, atraer más clientela masculina, bla-bla-bla.
Pero eso a él no le importaba. Tardé unos cuatro segundos, al empezar mi
primer turno, en darme cuenta del por qué.
Tony’s Watering Hole es para los borrachos que han sido expulsados de
todos los demás bares. Las personas que se sientan frente a mí no están
motivadas por los diminutos pantalones cortos o el coqueteo; están
motivadas por las bebidas sin fin y sin preguntas. Lo mejor que puedo decir
de Tony’s es que es tranquilo.
Por eso levanto la vista en cuanto suena el timbre de la puerta.
Y cuando veo la figura familiar bajo las luces de neón, se me para el
corazón.
—Hace tiempo que no nos veíamos —dice Roger, acercándose a la barra
con una sonrisa de gato Cheshire.
De repente, dieciocho centímetros de barra de madera maciza entre los
clientes y yo no son suficientes. Ni de lejos.
— ¿Qué haces aquí? —grazno.
—Tomar una copa. ¿Crees que podrías ayudarme con eso? Eso es lo que
haces ahora, ¿no?
Aprieto la mandíbula. Podría intentar echarle, pero Tony se cabrearía. A
menos que alguien esté destrozando el bar o se niegue a pagar, Tony no
echa a nadie. Es malo para el negocio, dice siempre.
— ¿Qué será? —le grité.
—Lo dejo a elección tuya —sonríe Roger con picardía—. Tú eres la
profesional. ¿Te han entrenado para esto? ¿Te enseñan a girar las botellas
sin derramarlas?
Le sirvo una cerveza plana y espumosa y la deslizo por la pegajosa
encimera de la barra.
—No.
Está tan ocupado mirándome que ni siquiera toca su bebida.
—Deberías haber hecho que tu nuevo jefe me llamara. Podría haberle dado
una recomendación. Brillante, por supuesto.
A Roger le encanta mi caída en desgracia. Quiero romperle un vaso en la
cabeza. La última vez que lo vi, estaba inconsciente en el piso de Zhukova
Incorporated.
Lo prefería así.
—O tal vez le habría dicho que eligiera a otro aspirante —sisea—. Alguien
que no se burle. Si vas a contratar a una chica por sus tetas, más vale que
esté dispuesta a sacarlas.
El hombre canoso del final de la barra pide otra ronda, pero no puedo
apartar los ojos de Roger. Darle la espalda es como darle la espalda a un
animal salvaje. Es impredecible. Tengo que concentrarme.
Ya sé cuál es el precio si no lo hago.
—Nunca me burlé de ti. Me acosaste repetidamente y tuve la amabilidad de
no darte la patada en la polla que te merecías. Pero no estoy seguro de que
incluso eso hubiera hecho llegar el mensaje a tu cabezota: No quiero
acostarme contigo.
Roger enrojece de ira. Una vena le bulle en la frente.
— ¿Por eso también te ha dejado tu nuevo novio?
El dolor me atraviesa al recordar a Nikolai. Lo único que me ha permitido
mantenerme en pie y seguir adelante en las últimas seis semanas ha sido no
pensar en él. He decidido llamarlo ‘evasión agresiva’. Ha sido fácil porque
Elise es la única otra persona que sabía de nosotros dos.
Supongo que me olvidé de Roger.
—No era mi novio.
Un aplauso perezoso llama mi atención desde el final de la barra.
—He pedido otra ronda —grita el hombre.
Roger resopla.
—Claro que no lo era. Seguro que tú también le estabas tomando el pelo.
Pero créeme: cualquiera que esté dispuesto a darle una paliza a otro hombre
en tu nombre espera sacar algo a cambio. Y el tipo Zhukova no es lo que
cualquiera llamaría generoso. Esperaba un pago.
Es difícil ocultar mi gesto de dolor. Sobre todo, porque Roger tiene razón,
más o menos.
Nikolai me follaba en su despacho mientras le esperaba su prometida.
Probablemente yo era su último placer antes del gran día y del ‘felices por
siempre’.
Ignoro el dolor de mi corazón y el incómodo remolino en mi estómago.
—Bebe tu cerveza y lárgate de aquí.
— ¿Y si no lo hago? —Pregunta Roger, con una estúpida sonrisa dibujada
en su estúpida cara—. Si has vuelto a la ciudad y trabajas aquí, eso significa
que Nikolai ya no debe de estar en el juego. Tu guardaespaldas está a medio
país de distancia. Seguro que ya se ha olvidado de ti.
Lágrimas de rabia me queman el fondo de los ojos. Llevo semanas al borde
del colapso. Siento que cada uno de mis pozos emocionales está a punto de
estallar en cualquier momento.
Pero no puedo llorar delante de Roger. No le daré esa satisfacción.
—No necesito que nadie me proteja —escupo—. Entonces o ahora. Puedo
ocuparme de ti yo misma.
Roger se ríe y se levanta. Planta las manos en la barra y acerca su cara
demasiado a la mía.
—Ya estás otra vez tomándome el pelo. Si quieres ocuparte de mí, Belle, no
tienes más que pedírmelo.
Alarga la mano hacia mi cintura, pero antes de que pueda apartarlo, aparece
una sombra sobre el hombro de Roger.
—No la toques, joder.
Por un fugaz segundo, creo que es Nikolai. De algún modo, contra todo
pronóstico, está aquí para salvarme. Aquí para protegerme como prometió.
Pero entonces me doy cuenta de que es el hombre del final de la barra.
Tiene un aspecto diferente estando de pie que desplomado en un taburete.
Es larguirucho pero alto, y Roger es tan cobarde que retrocede de
inmediato.
—Tranquilo, tío. Somos viejos amigos —tartamudea Roger.
—No me importa quién seas. Estás ralentizando el servicio. Lárgate, amigo.
¿Amenazan con agredirme? A quien le importa.
¿Pero ralentizar el flujo interminable de alcohol? Eso, amigos míos, es
imperdonable.
Roger parece intuir que no hay forma de volver a caerle en gracia al
borracho, así que se aleja de la barra. Una última mirada hacia mí y se
escabulle por la puerta principal, hacia la noche.
El hombre se deja caer en un nuevo taburete y golpea el mostrador.
—Ahora, por última puta vez: quiero otra ronda.
Le sirvo otro vaso y le ahorro la charla.
T , el bar cierra por fin. Cierro la puerta detrás de mí
y salgo a la noche.
La única parte agradable del trabajo es este momento. Cuando termina mi
turno y es demasiado tarde y demasiado temprano para que haya alguien
fuera. Las aceras están vacías, las farolas parpadean en un amarillo
inquietante y el mundo está en silencio. Bendita y felizmente tranquilo.
Cierro los ojos y respiro profundamente el aire fresco de la noche y...
Una mano me rodea la boca.
Abro los ojos, pero no veo a nadie. Quien me sujeta está detrás de mí.
Empiezo a agitarme, echando los codos hacia atrás e intentando patear las
piernas que tengo detrás.
Entonces le oigo reír.
—No deberías salir tan tarde —me sisea Roger al oído—. No es seguro
para las mujeres guapas andar por la calle.
Han pasado horas desde que lo vi. Casi el tiempo suficiente para olvidarme
de él. No puedo creer que haya esperado.
Quiero discutir con él. Suplicarle. Razonar. Gritar, si todo lo demás falla.
Pero su mano sudorosa me tapa la boca con tanta fuerza que ni siquiera
puedo separar los labios. Me duele la mandíbula.
Me agito, pero Roger me rodea el torso con un brazo y me inmoviliza un
brazo. Luego empieza a arrastrarme hacia el callejón.
Madre mía. Ya está. Voy a ser una de esas mujeres de las noticias. Alguien
quebrada y abandonada en un callejón oscuro o tirada en un contenedor.
Y Elise... ¿qué le pasará a Elise?
Me invade un pánico que nunca había sentido antes. Quiero luchar, y lo
intento, pero Dios, estoy tan cansada. Me duele el cuerpo y se me revuelve
el estómago.
Incluso en un buen día, una pelea con Roger sería desequilibrada. Y no he
tenido un buen día en al menos seis semanas.
Roger me hace girar y me estampa contra la pared de ladrillo. Me abalanzo
sobre él, pero me sujeta las muñecas a la pared y aprieta las caderas contra
las mías. Siento su dureza y casi vomito en la boca.
— ¿Crees que puedes avergonzarme y salirte con la tuya? —Gruñe
mientras busca a tientas la cintura de mis vaqueros—. No eres especial,
Belle. No estás tan buena como crees. Y voy a enseñarte todo para lo que
sirves.
Las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas. Estoy sollozando
demasiado fuerte como para poder decir algo útil.
Sé que no importaría de todos modos. Roger no puede razonar conmigo.
Entonces, de repente, Roger desaparece.
Es como si un agujero se abriera bajo sus pies y se lo tragara. Pero cuando
miro hacia abajo, sigue allí, aunque arrugado en un charco sangrante de
miseria.
Me limpio las lágrimas y alzo la vista para ver una nueva figura frente a mí.
Esta es alta. Y ancha.
Y muy, muy familiar.
—Nikolai —jadeo, sin creer lo que ven mis ojos.
Lleva un ladrillo en la mano derecha. Se encoge de hombros y lo deja caer
sobre las tripas de Roger.
—No es un punzón gigante, pero sirvió igual.
Roger gime a nuestros pies. Le miro a él, a Nikolai, a él, a Nikolai y luego a
mis propias manos temblorosas. Por fin consigo decir:
— ¿Qué haces aquí?
—Salvarte. De nuevo —dice—. Está resultando ser un trabajo a tiempo
completo.
Quiero tocarlo y asegurarme de que es real, pero me da miedo lo que pueda
pasar si vuelvo a poner mis manos encima de él. Podría no ser capaz de
purgarlo de mi sistema por segunda vez.
—Pero cómo... cuándo... no entiendo qué está pasando. ¿Por qué estás
aquí?
—Tengamos esta conversación en otro lugar. Mueve la barbilla hacia un
coche negro en el que no me había fijado antes. Ha aparcado entre las
lúgubres farolas, acechando en la sombra. No esperaba menos de él.
Sacudo la cabeza. Incluso desde aquí, su olor a cítricos y menta es
abrumador. En un coche cerrado, no sé si podré soportarlo.
—No. No, quedémonos aquí. Vamos... Deberías irte. Gracias, pero estoy
bien. Tienes que irte.
—Sí que tengo que irme —dice, mirando fijamente el cuerpo de Roger—.
Pero sólo porque, si ese hombre mueve un músculo, lo mataré. A menos
que quieras ser testigo de eso, deberíamos irnos de aquí.
—Puedes irte. Yo me quedo.
— ¿Estás con él?
— ¡Dios, no! Apareció esta noche. No lo he visto desde... —Desde que me
rompiste el corazón— No importa. Me quedaré aquí. Aquí es donde vivo.
Donde trabajo —le digo y señalo el descolorido cartel de Tony’s Watering
Hole que hay sobre la puerta—. No puedo ir contigo.
En el rostro de Nikolai se dibuja una emoción que no puedo leer y me doy
cuenta de que es la primera vez que me permito mirarlo. Sus ojos grises se
clavan en los míos, plateados a la luz de la luna, y su mandíbula trabaja.
Está preocupado.
¿Es por Roger?
¿O es por mí?
— ¿Por qué estás aquí? —vuelvo a preguntar, a pesar de mi instinto.
—Entra en el coche, Belle.
—No hasta que me digas por qué...
—Elise me llamó. Hace unas horas y me dijo que estabas enferma. Está
asustada.
Demasiados pensamientos se arremolinan en mi cerebro. Es difícil aferrarse
a alguno de ellos.
— ¿Elise te llamó? Ella te... ¿Hace unas horas? —Frunzo el ceño—. ¿Y ya
estás aquí?
Nikolai mira a Roger y luego retrocede como si le preocupara no poder
controlarse si lo tiene al alcance de la mano. Noto cómo la rabia se apodera
de él en oleadas.
Si Roger despierta, Nikolai lo matará de verdad.
Suspiro.
—Bien. Pero... tienes que irte. Puedes llevarme a casa, pero luego tienes
que irte.
—Yo hago lo que quiero, Belle —dice.
Cuando le miro, me pregunto si parezco tan destrozada como me siento.
—Por favor, Nikolai. Tienes que irte.
Me echa un vistazo. Parece una evaluación. Como si estuviera
comprobando los daños.
Luego empieza a caminar hacia su coche.
—Vamos.
Hay momentos en la vida en los que sabes que cometes un error que te
cambia la vida, pero lo haces de todos modos. Cuando no puedes hacer
nada más que tomar de la mano el momento y dejar que te lleve al borde del
precipicio.
Hasta ahora, cada uno de los míos ha sido con Nikolai.
Al deslizarme ahora en el asiento de copiloto de su coche, con su olor
envolviéndome, sé que lo estoy haciendo otra vez. Pero Dios, se siente tan
bien caer en esto.
Por un minuto, es casi como si estuviera volando.
39
NIKOLAI
Veo por la ventanilla delantera cómo Belle sale del coche y corre hacia
Elise. Envuelve a su hermanita en un abrazo como si pensara que no
volvería a verla.
Como si yo fuera capaz de hacer daño a una niña inocente.
—¿Estás bien? —pregunta Belle, pasándole las manos por el pelo a Elise.
Puedo leer los labios de Belle, pero Elise está de espaldas a mí. Por la forma
en que saluda a su hermana, supongo que le está contando lo bonito que fue
el avión privado y que ya se ha instalado en una habitación de invitados tan
bonita que no tiene nada que envidiar a la suite de Islandia.
Aun así, Belle la atrae para darle otro largo y desesperado abrazo. Hunde la
cara en el pelo rubio fresa de su hermana como si fuera la última vez.
Después de otro minuto, me alejo de la ventana y me apoyo en el marco de
la puerta. Desde aquí oigo perfectamente a Belle.
—Lo siento mucho. Todo esto ha sido un desastre. No puedo creer que te
haya arrastrado a… lo que sea esto. Deberías estar en casa, no
deambulando...
—Me gusta viajar —dice Elise—. Además, viajar es una especie de
educación, ¿no?
Belle arquea una ceja.
—Eso suena a algo que diría Nikolai.
—Eso es porque lo hice.
Al oír mi voz, Belle vuelve la vista a la casa. Todo su cuerpo se pone rígido.
Paso un segundo admirando cada curva. Memorizándola, saboreándola.
Entonces su labio superior se curva en una mueca.
Sacudo la cabeza y digo en voz baja:
—No quieres tener esta conversación aquí.
—¡Claro que lo haré!
Levanto la barbilla hacia su hermana para recordárselo.
—¿Estás segura?
Belle se da cuenta. Oculta la rabia durante un segundo y luego vuelve con
fuerza. Vuelve a abrir la boca, pero antes de que pueda decir nada, la tomo
del brazo y la arrastro hacia la puerta principal.
—Oye —grita—. Suéltame.
La ignoro, paso al interior de la casa y la arrastro por el pasillo, mientras
intenta clavar los talones en el suelo de madera.
Giro hacia una puerta a la derecha. Percibo el momento en que su rabia se
convierte en pánico. Sus músculos se tensan y gime.
—No… no me encierres.
Abro la puerta y la empujo dentro antes de seguirla y cerrar la puerta tras
nosotros.
Belle mira a su alrededor, parpadeando.
—¿Me encerrarás en una biblioteca?
—Voy a hablar contigo en una biblioteca —corrijo—. Si la charla va mal,
volveremos a encerrarte.
Durante unos segundos, se queda hipnotizada por las estanterías del suelo al
techo que rodean la habitación. Todas están repletas de libros, miles de
ellos.
Cuando me mira, es como si volviera a la realidad. La fría y dura realidad.
El asombro desaparece de su rostro.
—Me has drogado.
—Me has cabreado.
Cruza los brazos sobre el pecho.
— ¿Eso es todo? ¿Yo te cabreo y tú me sedas?
—Si eso fuera cierto, te habría sedado desde el momento en que nos
conocimos.
Sus ojos color avellana ahora son verdes. Son prácticamente nucleares de
furia.
—No puedes controlar mi vida. No estoy en tu Bratva. No soy... no soy
Arslan.
Estoy tan sorprendido que suelto una carcajada.
—Gracias, joder. Serías un terrible segundo al mando.
—Vete a la mierda.
—¿De verdad te has ofendido?
Se cruza de brazos y se acerca a mí.
—No soy tan inútil como pareces creer.
—Discutible —replico—. Nos pasamos todo el tiempo peleándonos o
follando.
Se queda con la boca abierta. Veo cómo el rubor le sube por el pecho hasta
las mejillas.
—Eso no es cierto —susurra.
Recorto la distancia que nos separa de una sola zancada.
—Eso es lo que hacemos, Belle. Nos peleamos, follamos y lo volvemos a
hacer. A menudo al mismo tiempo.
—Sólo porque tú nunca dejas de discutir —suelta ella—. ¡Nunca!
—Y eso lo dice la mujer que ni siquiera quiere estar aquí, pero que sigue
discutiendo sobre su lugar imaginario en la jerarquía de la Bratva.
Belle enrojece.
—Sólo estoy aquí porque me drogaste y me secuestraste. Si estás cansado
de mí, envíame de vuelta a casa.
—¿Para qué te mueras de hambre? ¿O te desmayes y te caigas por las
escaleras? ¿O para que seas atacada en un callejón por tu antiguo jefe? —
Sacudo la cabeza—. No, princesa, creo que te mantendré aquí.
Belle me agarra de la camisa e intenta ponerme a su altura, pero no me
muevo. Resoplando, se pone de puntillas.
—No eres responsable de mí. Llevo toda la vida cuidando sola de mí
misma. Nunca he tenido a nadie que me cuidara.
—Ah, ahí está.
—¿Qué? —espeta dudosa.
—La razón por la que eres tan mala reconociendo cuando alguien cuida de
ti. Porque nadie lo ha hecho antes.
Tiene la mandíbula desencajada y los ojos entrecerrados.
—¿Es eso lo que estás haciendo?
Niego con la cabeza.
—No he conocido a nadie más testarudo en mi vida.
—¿En serio? ¿no te conoces a ti acaso?
No sonríe, pero hay diversión en sus ojos.
—Touché —acepto.
Su puño se abre lentamente. Su mano se apoya en mi pecho y suelta un
largo suspiro.
—Estoy cansada de luchar, Nikolai.
—Me alegra oírlo —susurro. Con un movimiento brusco, la cojo en brazos
y la aprieto contra las estanterías—. Entonces, ya es hora de follar.
Abre la boca para decir algo, pero atrapo sus labios con los míos. Al
instante, se ablanda en mis brazos. Tras un momento de forcejeo, me
devuelve el beso y arquea su cuerpo hacia mí.
Aún quedan restos de rabia. Me araña los hombros y me clava los talones
de los pies en la espalda. Es como hacer el amor con violencia.
Deslizo la boca por su mandíbula y bajo por su cuello. Noto el latido de su
pulso contra mis labios.
—Esto no significa que te perdone —jadea, rozándome el cuello con las
uñas.
Meto mi mano entre los dos para desabrocharle los vaqueros.
—Nunca me he disculpado —le recuerdo, deslizando la mano bajo el suave
tejido de sus bragas. Arqueo una ceja—. Y parece que no hace falta. Ya
estás empapada.
—Cállate —dice justo antes de agarrarme la cara con las dos manos y
volver a besarme.
Me mete la lengua en la boca y yo le meto un dedo en su raja. Se contrae y
luego se relaja mientras se adapta a mí. Cuando subo el pulgar y rodeo su
clítoris, aparta la boca y jadea.
—¿Ves lo bueno que puede ser? —susurro, añadiendo un segundo dedo a su
cálido calor—. Tú y yo…
—¿Y tú futura esposa?
Enrosco mis dedos dentro de ella. Es un milagro verla derretirse. Ver cómo
la mocosa testaruda y temeraria se entrega a mis manos.
—Olvídala —le digo—. Ella está terminada. Se acabó.
Belle abre los ojos de golpe.
—¿Qué quieres decir?
—Se acabó —repito—. La boda se cancela.
Belle estudia cada centímetro de mi cara, buscando la verdad. Pero es
exactamente lo que acabo de decirle.
Y después de un largo momento, ella lo reconoce.
Entonces me baja la cremallera y envuelve mi pene palpitante con su suave
mano.
—Fóllame —susurra.
No tiene que pedírmelo dos veces. Le arranco los vaqueros de las piernas y
me aprieto contra su abertura. Luego le agarro la mandíbula con una mano
para que me mire a mí y sólo a mí.
—Mírame cuando me entierre en ti, princesa. Quiero ver la expresión de tu
cara. Quiero que veas la mía.
Lo único que ella puede hacer es gemir y asentir.
La presiono, enterrándome en ella. Una pulgada, tres pulgadas, seis, ocho,
todo de mí.
—Buena chica —susurro, todavía manteniendo su cara apretada en mi
agarre—. Toma todo de mí como una buena chica.
Se muerde el labio, aunque sigue acatando mis órdenes y mantiene sus ojos
clavados en los míos. Sus piernas me rodean por la cintura hasta que se la
meto hasta el fondo.
Hay un momento que me gustaría que durara para siempre. Cuando estoy
completamente dentro de ella. Cuando sus ojos son de un verde fundido y
brillan de lujuria. Cuando cada célula de mí vibra con lo mucho que deseo a
esta exasperante mujer.
Ese instante queda suspendido en el aire, como una estrella fugaz.
Luego cae a tierra.
Empiezo a follármela, duro e implacable. Cada embestida arranca otro roto
gemido de sus dulces labios. Atrapo su pezón con la boca y lo muerdo. Ella
me araña los hombros. Nos arrancamos dolor y placer a partes iguales.
Las estanterías tiemblan con la fuerza de nuestra follada. Le agarro los
muslos con tanta fuerza que sé que no tardará en tener diez oscuros
moratones en la piel.
Me gusta saber que la he marcado. Me gusta saber que la he marcado como
mía.
—Voy a correrme —gime Belle. Se aprieta contra mi cuerpo mientras la
lleno, y necesito todas mis fuerzas para contener mi propia eyaculación.
Ella estalla como una presa. El sonido que sale de su boca es nuevo y
familiar al mismo tiempo. Joder, ¿ver a esta mujer correrse en mi polla no
será lo más sexy que alguna vez he experimentado?
Iría a la guerra por ella ahora mismo.
Mataría por ella ahora mismo.
Aprieto los dientes y me contengo, ignorando el fuego que ruge en mi
propio vientre. Aún no he terminado con ella. Ni mucho menos.
En cuanto su respiración frenética y agitada empieza a calmarse, salgo de
ella, la hago girar y le pongo las manos sobre la repisa. Ella obedece
instintivamente, empujando sus caderas hacia atrás para que la penetre de
nuevo. Está goteando.
—Estás tan apretada —gruño en su oído—. Podría correrme así.
Ella arquea la columna y esa cascada de pelo oscuro se derrama por su
espalda.
—Entonces hazlo.
—No hasta que tu vuelvas a hacerlo para mí.
Busco su clítoris con una mano. La otra mano permanece pegada a su
cadera para poder ensartarla en mi polla una y otra vez, y otra y otra. Yo
sudo, ella gotea, los dos jadeamos sin piedad. Pero sé lo que significa el
tono creciente de sus gemidos.
—Córrete para mí de nuevo —le ordeno—. Hazlo ahora.
Casi como si esperara mi permiso, se suelta. Si el primero fue repentino y
violento, éste es más suave, aunque más fuerte al final. Sigo penetrándola
mientras el orgasmo la consume desde los pies, que tiemblan, por sus
muslos, que también tiemblan, hasta los dedos de sus manos, que bailan
sobre la estantería como si la estuvieran electrocutando.
Está cayendo, cayendo, cayendo.
Y esta vez, yo me dejo caer con ella.
Nunca me había corrido tan fuerte en mi vida como en este momento.
Siento como si saliera de mi puta alma y me arrancara con furia. Arde a
medida que avanza.
Cuando por fin se va, estoy exhausto.
Lentamente, salgo de Belle y doy un paso atrás. Ella se gira con la misma
lentitud y me mira con recelo. Tiene una mano apoyada en la estantería,
como si fuera a caerse sin apoyo.
Lo veo escrito en su cara: lo necesitaba. Lo quería. Me echaba de menos.
Y ahora quiere que yo le diga lo mismo.
Podría hacerlo. Esas cuatro pequeñas palabras: Yo también te extrañé. Sería
tan sencillo. El polo opuesto de los antagónicos cabezazos que han sido la
base de nuestro ‘como se llame esto’ desde que nos conocimos.
Abro la boca para decirle exactamente eso.
Pero lo que sale es:
—Vístete.
Se le cae la cara de vergüenza.
—Nikolai...
—Tengo trabajo que hacer —digo, me doy la vuelta y me subo la
cremallera—. Arslan puede acompañarte a tu habitación y...
—¿Qué es esto? —exige ella—. Entre nosotros, ¿qué es esto? ¿Dónde
estamos?
—Estamos aquí mismo, joder, Belle. Vine y te busqué. Te traje a mi casa.
—¿Y si no estuviera embarazada?
Las preguntas subyacentes no son exactamente sutiles. Bien podría estar
gritándomelas en la cara. Sin este bebé, ¿todavía me querrías?
¿Seguiríamos aquí?
Por segunda vez en algunos minutos, la oportunidad de arreglar todo esto
está ahí para ser aprovechada. Hazlo, cabrón, gruñe una voz en mi cabeza.
No seas tan cobarde. Dile lo que ella significa para ti.
Pero por segunda vez en otros tantos minutos, no lo hago.
Su rostro se ilumina de dolor.
—Me debes una respuesta.
—No te debo una mierda.
—¡Me secuestraste!
—Y me rogaste que te cogiera. Ya has perdido la superioridad moral.
Ella inhala bruscamente.
—¿Es eso lo que es? ¿Estás probando que todo lo que has hecho está bien
porque yo... porque yo me siento atraída por ti? ¡¿Siquiera te oyes a ti
mismo?!
—No tengo nada que demostrarle a nadie. Y menos a ti.
Parpadea, con la boca en una línea firme y enfadada. Le doy la espalda.
—Vístete y ve a tu habitación —gruño por encima del hombro—. Tengo
trabajo que hacer.
—¿D coño estás, Zhukova? —grita Giorgos al teléfono.
Estoy en mi despacho con la puerta cerrada. He oído a Belle cerrar la puerta
de su habitación hace veinte minutos y no he vuelto a saber nada de ella.
—No estoy en la iglesia —respondo sombrío—. Eso es todo lo que
necesitas saber.
—Hemos estado buscándote desde que desapareciste anoche —dice—. No
puedes tratar a mi hermana como...
—Puedo hacer lo que quiera —digo con calma—. Por eso voy a cancelar la
boda.
Se hace el silencio al otro lado de la línea.
—No voy a entregar mi vida a tu hermana bajo ningún trato. La boda se
cancela.
Resopla.
—¿Es la zorra de antes? ¿Cómo es que se llamaba? A Xena no le gustará
esto.
—Esto no se trata de nadie más que de mí. No quiero casarme con tu
hermana. Nunca quise.
—¿Vas a echar abajo todo nuestro trato por una perra? —Giorgos se burla
—. Nunca pensé que fueras tan débil.
—Guarda tú insulto para cuando estés listo para morir —gruño—. Puedo
acabar contigo si quiero, Giorgos. Mi amenaza sigue en pie. Si te vuelves
contra mí, te mataré mucho antes de que tengas la oportunidad de cosechar
los beneficios.
—No soy yo quien debería preocuparte —suspira Giorgos—. Vigila tu
espalda, Nikolai. Estás avisado.
La línea se corta.
43
BELLE
Tan pronto como las palabras salen de mi boca, sé que son ciertas. Han
estado hirviendo a fuego lento bajo la superficie durante días, semanas,
meses.
Si fuera otra persona, me reiría en mi propia cara. ¿Qué clase de idiota
autodestructivo arriesga décadas de duro trabajo por alguien tan
exasperante? Puedo tener a la mujer que quiera con un chasquido de mis
dedos. El mundo es mío, junto con cualquiera que esté en él.
Pero como siempre he sospechado, el amor es un virus. Una debilidad por
la que suplicas, incluso cuando te deja seco.
Y yo estoy absolutamente contagiado de él.
Belle parpadea, atónita. Desde que aparecí en la puerta del bar donde
trabajaba, ha sido toda pasión e indignación. Ahora, sin embargo, está
completamente en blanco.
Cuanto más se alarga el silencio, más ridículo me parece todo.
—¿Tú... me quieres? —tartamudea ella.
—Cancelé mi boda, ¿verdad?
Belle niega con la cabeza.
—Esa no era mi pregunta.
—Volé cientos de kilómetros en un instante para salvarte de un violador —
grito—. Perseguí a tu hermana cuando se escapó, dos veces. Ella estrelló mi
coche contra una hacienda de caballos y yo no dije nada.
—Las acciones hablan más que las palabras —dice Belle en voz baja.
—Y las mías han sido tan claras como el cristal desde el principio. Tú eres
la que decidió marcharse.
—¡Porque te ibas a casar!
—Y ahora no.
—¿Y qué? —parpadea Belle frenéticamente—. ¿Qué quieres de mí,
Nikolai? ¿Qué se supone que tengo que decir?
Vaya pregunta. Qué puta pregunta más imposible.
Pero no necesito saber su respuesta. La pregunta en sí es respuesta
suficiente. Así que me doy la vuelta, me alejo y dejo atrás el peor error que
he cometido nunca.
Me aseguro de no mirar atrás.
Aunque me mata no hacerlo.
45
NIKOLAI
HORAS MÁS TARDE
Me ama.
No puedo creerlo.
Anoche, en cuanto Nikolai salió enfadado de la habitación, volví dando
tumbos a mi cuarto y me metí en la cama. Me quedé mirando el techo,
viendo cómo las sombras se hacían más profundas y luego se desvanecían a
medida que la luz del día se colaba por las cortinas.
Ahora, ya es de día y sigo tumbada en la cama, mirando al techo.
—Debí haberle respondido —digo en voz alta. Tengo la voz áspera por la
falta de sueño y el desuso, pero la mente más clara que en semanas.
Nikolai quería que respondiera. Quería que le respondiera. Al menos, eso
creo. Eso es lo que la gente quiere cuando confiesa sus sentimientos, ¿no?
Te amo.
Yo también te amo.
Simple. Sin complicaciones. Pero las cosas entre Nikolai y yo nunca han
sido simples. Somos complicados en todos los sentidos de la palabra.
—Él me ama —hablo de nuevo.
Oírlo en voz alta no me ayuda a darle más sentido. Tumbarse en la cama y
dejar que el día se consuma tampoco ayuda. Necesito actuar. Tengo que
seguir adelante.
Debería levantarme e ir a hablar con Elise. Anoche había muchas cosas que
asimilar, y yo ya sabía que Nikolai dirigía la Bratva y que las mafias nos
perseguían. Así que Elise debe haber sido sorprendida por la violencia que
presenció.
Pero no puedo ir con ella. No ahora. Todo lo que creía saber se ha puesto
patas arriba, y no estoy en condiciones de ofrecer consuelo cuando ni
siquiera puedo consolarme a mí misma.
Además, es temprano. Espero que todavía esté durmiendo. Necesita
descansar.
Salgo de la cama y cojo el móvil de la mesilla. Hacer una llamada cuando
no sé si Nikolai tiene cámaras o micrófonos instalados en mi habitación es
un gran riesgo, pero no me quedan opciones.
Me meto en el oscuro vestidor y dejo la puerta entreabierta para que entre
un poco de luz de la habitación principal. Luego me acurruco entre un
perchero de ropa nueva para, con suerte, amortiguar mi voz.
—Soy yo —digo en voz baja cuando se abre la línea.
Se oye un suspiro.
—¿Estás sola?
—Sí, estoy sola.
—¿No sospecha nada?
Frunzo el ceño.
—No, no lo creo. Pero... los dos hombres que enviaste están muertos. No sé
qué habrás oído sobre lo que pasó, pero él los mató.
—Eso me pasa por no enviar a los mejores —dice Xena. No suena
especialmente molesta. Más como si hubiera extraviado las llaves de su
auto que enviado a dos de sus propios mafiosos a la muerte.
Después de semanas hablando con ella, no me sorprende demasiado. Por lo
que he podido averiguar, vivir en este mundo, un infierno lleno de Bratvas,
Mafias y muerte, desvía tus emociones hacia la apatía. Hay demasiada
mierda horrible sucediendo todo el tiempo como para alterarse por nada de
eso.
—¿Pero estás bien? —añade.
—No estoy herida.
No he estado bien desde Islandia. Xena lo sabe. Por eso siguió en contacto
conmigo incluso después de darme dos billetes de avión a Oklahoma City.
—No quiero que te pase nada malo —dijo la primera vez que llamó a mi
teléfono—. Si mi hermano cree que Nikolai sigue colgado por ti, no sé lo
que hará. Así que tienes que decirme si Nikolai te llama.
—¿No puedo ignorarlo? —le había preguntado entonces. A pesar de que
había tenido más que suficiente experiencia con el hombre, todavía era
ingenua. Estaba convencida de que era posible ignorar a Nikolai Zhukova.
—No —dijo Xena— no puedes. Si vuelve a acercarse, avísame. Yo me
encargaré.
Por eso, cuando Nikolai me secuestró y me llevó a Nueva York, Xena fue la
única persona a la que se lo conté. Le envié un mensaje tan pronto como
pude, y ella ideó un plan en menos de una hora.
—Me alegra mucho tener noticias tuyas —me dice ahora—. Esperaba que
llamaras, pero en realidad no esperaba tener noticias tuyas tan pronto.
Esperaba que Nikolai te vigilara más de cerca.
—Lo hace. O lo habría hecho, probablemente. Surgió algo.
—¿Qué? —pregunta Xena.
Me confesó su amor y me quedé muda y estupefacta.
—No estoy segura —miento—. Pero él está fuera de casa. Por eso te he
llamado. ¿Seguimos bien con todo?
—Por supuesto. Tuvimos un pequeño contratiempo, pero prometí que
cuidaría de ti.
Oigo el eco de Nikolai diciendo lo mismo. Ayer por la mañana, pensé que
era porque estaba embarazada. Que Nikolai sólo quería cuidarme porque
estaba embarazada de él. Probablemente tenía algo que ver con su linaje y
la creación de un heredero o lo que sea. Yo era un medio para un fin.
¿Pero ahora? Ahora, no sé lo que pienso.
Él me ama.
¿Cambia eso las cosas?
—¿Entonces el plan no ha cambiado? —pregunto.
—No —dice Xena—. Obviamente tendré que orquestar otra recogida para
ti, pero el plan es el mismo.
Nuevas identidades. Una nueva vida en Canadá. Dinero para empezar de
nuevo.
Cuando Xena sugirió la idea por primera vez, la descarté.
—No puedo mudarme a Canadá. Apenas he salido del Medio Oeste —
argumenté.
—Razón de más para irte —insistió Xena—. Será más difícil para él
seguirte la pista. Y créeme, tú quieres ser difícil de rastrear.
Entre lo poco que me habían contado Nikolai y Xena, me enteré de lo que
había hecho Giorgos para hacerse con el poder. Si pudo matar a sus propios
padres para convertirse en el jefe, ¿qué estaría dispuesto a hacerme a mí?
—¿Sigues ahí, Belle? —pregunta Xena—. Estoy arriesgando mi cuello por
ti. Necesito saber si vas a desistir.
—No voy a desistir.
Suspira. Incluso sin verme la cara, se da cuenta de que estoy indecisa.
—Ahora vives en su casa. No puedes dejar que te afecte. Él es un
manipulador.
Respiro hondo. ¿Es eso lo que fue la admisión de Nikolai anoche? ¿Una
manipulación para mantenerme cerca y cooperativa? Si es así, es un
verdadero genio del mal.
Peor aún, está funcionando.
—Lo sé. No dejaré que me manipule.
—Lo dices como si supieras que ya está pasando —murmura ella. Es difícil
no notar la amargura en su voz.
—Lamento lo de la boda —digo en voz baja—. Sé que quizá no importe,
pero yo no le pedí que la cancelara ni nada de eso. Le he estado pidiendo
que me dejé ir. Yo no le he buscado. No quiero estar aquí.
—Deja de arrastrarte —suelta Xena en un chasquido.
—Lo siento.
—Ya está bien de disculparte, ¿vale? —añade, esta vez con la voz un poco
más suave. Es una lección que ya hemos aprendido más de una vez—. Tú y
yo somos iguales. La gente no espera nada de nosotras. Intentarán
arrollarnos si se lo permitimos.
—Lo sé. Mierda, lo sé.
—Nadie va cuidar a la gente como nosotras excepto nosotras mismas,
¿verdad?
Eso es lo que Xena me ha dicho desde el principio. Nikolai quiere
protegerme, pero tengo que aprender a estar sola. Es la única forma en que
realmente seré libre. Y Xena está dispuesta a ayudarme a que eso suceda.
Ella sabe cómo es. Ha sido controlada por los hombres de su familia toda su
vida. Pero tiene el deseo de mejorar las cosas para sí misma.
Y ahora, finalmente, yo también.
Incluso si eso significa negar mis sentimientos por Nikolai.
Incluso si eso significa huir y empezar de nuevo.
Si puedo cuidar de Elise, todo valdrá la pena.
—Dijiste que Nikolai está fuera de casa, ¿verdad? —pregunta ahora.
—Eso creo. No lo he visto desde anoche. Se fue y no le oí volver. Pero aún
no he salido de mi habitación.
Deja escapar un pequeño suspiro de frustración. No soy tan buena en nada
de esto como ella.
—Vale. Bien, una vez que estés segura de que no está en casa, debes ir a su
despacho.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿No levantará eso aún más sospechas? Quiero que piense que
estoy contenta viviendo aquí, no intentando escapar.
—Ya no se trata solo de ti, Belle —espeta. Su voz chasquea como un látigo
y no puedo evitar estremecerme—. Ha cancelado la boda. El trato de mi
familia con él es una mierda a menos que consigamos que Nikolai y los de
la Bratva vuelvan a estar de nuestro lado. Para hacer eso, necesitamos
influencia.
Tardo un segundo en atar cabos.
—¿Quieres que lo espíe?
—Sólo busca en su oficina y trata de encontrar algo que pueda usar.
Gruño.
—No lo sé.
—Sólo estarás fisgoneando. Todo el mundo sabe fisgonear.
—No soy fisgona, y miento fatal. Ni siquiera sabré lo que estoy buscando.
—¿Necesitas un poco de motivación? —pregunta ella—. Serle útil a mi
hermano es una de las únicas cosas que se interponen entre tu hermana y tú
y una muerte segura.
Se me abren los ojos de par en par. Puede que Xena esté acostumbrada a
hablar de la muerte, pero yo nunca me acostumbraré a las casuales
amenazas que lanza.
—Pero tú dijiste que me ayudarías a escapar —replico.
—Y seguiré intentándolo —me asegura—. Pero no es que puedo hacer
mucho. Sería mucho más fácil si tú también pudieras ayudarte un poco.
Arrugo la frente.
—Me fui en cuanto supe que existías. Me alejé de él. He hecho lo que he
podido, pero cuando él decide drogarme y meterme en un avión, no puedo
hacer mucho, Xena.
—Lo sé, lo sé, cariño. Sólo digo... haz algo útil. Demuestra que estás de
nuestro lado. Tal vez entonces, si todo sale mal y mi hermano tiene la
oportunidad de matarte... elija perdonarte.
Ya no estoy segura de qué lado estoy. Nikolai puede ser un criminal, pero
los Simatous no son nada mejores. Sucede que Xena es quien se ofreció a
ayudarme a escapar.
Y realmente, si los Simatous no estuvieran en la ecuación, creo que las
cosas serían diferentes. Que Nikolai confesara su amor podría haber
cambiado las cosas. Tal vez sería capaz de quedarme aquí con él. Tal vez
podríamos vivir juntos. Él podría ayudarme a criar a nuestro hijo y cuidar
de Elise.
Tal vez... podríamos haber sido felices.
Tal vez, tal vez, tal vez. Todo un abanico de tal vez, cada uno tan inútil
como el anterior.
—Está bien. Lo haré —digo suavemente—. Pero no voy a arriesgarme a
que me pillen. La única razón por la que hago esto es para protegerme a mí
y a mi hermana. Si se pone peligroso, me largo.
Xena suelta un silbido bajo.
—¡Bravo! Ya era hora de que tuvieras un poco de agallas.
Su cumplido, por mordaz que sea, no debería importarme, pero sonrío de
todos modos.
—Fisgonea mientras él está fuera, reúne lo que puedas e intentaremos
vernos mañana.
—¿Mañana? —repito. La confianza que sentía un minuto antes se
desvanece—. ¿No crees que es arriesgado volver a intentarlo tan pronto?
—No. Esta vez enviaré a alguien más capaz de hacer bien el trabajo.
Una imagen de los dos hombres muertos aparece en mi mente.
Rápidamente intento alejarla. No quiero ser responsable de que nadie más
reciba un balazo en la cabeza.
—¿Quién?
—Yo misma —dice ella.
—¿Tú misma? Xena, ¿crees que es buena idea? Si Nikolai te pilla...
—No lo hará —interrumpe ella—. La vida entre todos estos hombres
inútiles me ha enseñado una lección importante: si quiero que algo se haga
bien, tengo que hacerlo yo misma.
Nos despedimos y colgamos. Me quedo sentada en el armario durante unos
largos suspiros, armándome de valor para hacer lo que acabo de prometer
que haría.
Luego, cuando ya no puedo esperar más, me levanto y me pongo manos a la
obra.
La casa está en silencio mientras avanzo por el pasillo. Me detengo frente a
la puerta de Nikolai. No oigo ningún movimiento desde dentro. Después de
un minuto con la oreja pegada a la puerta, me siento lo bastante segura
como para abrirla.
La habitación está a oscuras, pero puedo distinguir la ropa de cama
desarreglada y una elegante cómoda de madera apoyada en la pared del
fondo. También veo que la cama está vacía. Menos mal, pero no me habría
decepcionado ver a Nikolai durmiendo. Hace demasiado tiempo que no lo
veo sin el ceño fruncido.
Me planteo echar un vistazo a su habitación, pero en cuanto abro la puerta,
me invade de inmediato su aroma cítrico a menta. Estar en la puerta de su
habitación es como estar envuelta en sus brazos.
Cierro los ojos e inhalo. Cuando me vaya, echaré de menos este olor.
Se me llenan los ojos de lágrimas ridículas y salgo al pasillo antes de
cometer la estupidez de tirarme boca abajo en su colchón para respirarlo.
Después de comprobar que la biblioteca está vacía, y de sonrojarme al ver
las estanterías contra las que Nikolai me folló ayer con la huella de mi
mano aún marcada en el polvo, atravieso el pasillo hasta su despacho.
Al igual que su dormitorio, su despacho huele a él, pero lo disimula el
aroma a cuero y libros viejos. La habitación es muy parecida a su despacho
en Zhukova Incorporated. Hay un gran escritorio en el centro de la
habitación, estanterías a lo largo de la pared del fondo, un archivador y un
carrito de bar a un lado.
Al igual que su despacho en Zhukova, Inc., está muy ordenado. Casi espero
ver un cartel de ‘Sólo para fines de exposición; no tocar’ en alguna parte.
—No toques nada —murmuro para mis adentros. Intento pisar suavemente
la alfombra de felpa. Seguro que se da cuenta de las pisadas que dejo.
Empujo la puerta hasta casi cerrarla, dejando una pequeña rendija para
poder ocultarme en caso de que me descubran, y me pongo de puntillas
alrededor de su escritorio.
El cajón superior derecho tiene una cerradura en el centro, así que voy
primero a por él. Para mi sorpresa, se abre al tirar. Dentro hay una
grapadora, notas adhesivas en blanco y un fajo de rotuladores fluorescentes.
Parece el escritorio de cualquier persona normal. Como mi antiguo
escritorio, cuando era una contable cualquiera y no una camarera de mala
muerte.
El resto de los cajones son igual de mundanos. Una pila de papel de
impresora, algunas carpetas manilas vacías, un libro de sellos. Si no lo
supiera, miraría este escritorio y pensaría que Nikolai es realmente el CEO
que finge ser, en lugar del Don asesino que sé que es.
A los cinco minutos de búsqueda, es obvio que, dondequiera que esté el
rastro en papel de todos los pecados de Nikolai, no está aquí. Esta
habitación está dando un montón de nada.
Con un gemido, me tumbo en la silla de su escritorio y me giro. Y entonces
lo veo.
En la estantería del medio, justo delante de mí... hay dos cuadros
enmarcados.
Dibujos, en realidad. Bocetos.
De mi cuaderno de bocetos.
Me levanto despacio y me arrastro hacia las estanterías como si los dibujos
pudieran desaparecer si me muevo demasiado rápido.
El primero es el boceto que Nikolai me robó en la sala de conferencias de
Zhukova Incorporated. Un dibujo a lápiz a medio terminar que hice para
calmar los nervios. Aún puedo ver las arrugadas líneas en el papel donde
Nikolai lo dobló en cuatro y se lo metió en el bolsillo.
La idea de que lo guardara, más tarde lo sacara, lo desplegara, y lo metiera
en un marco... Trago un nudo en mi garganta.
El siguiente recuadro es el boceto en el que trabajé en Islandia. Una casa
fantástica que desafía las leyes de la física. Porque eso es lo que sentí al
estar con él en ese hotel. Caminar por el precioso paisaje, sumergirme en
aguas termales y colarme en la cocina para comer algo a medianoche me
parecía tan irreal. Tan alejado de mi vida normal.
Por primera vez desde que tengo memoria, estaba relajada. Era feliz.
Y Nikolai conservó esos dibujos.
—¿Qué significa eso? —susurro.
Sé lo que quiero que signifique. Que guardó una parte de mí con él incluso
antes de saber que estaba embarazada. Los enmarcó y los puso en su
despacho, donde los veía todos los días.
Tal vez no está tratando de manipularme. Tal vez él realmente me ama.
Tal vez Xena podría estar equivocada sobre él. Tal vez yo podría estar
equivocada sobre él.
Bajo todo su ceño fruncido, sus burlas, sus manchas de sangre y su
oscuridad, Nikolai Zhukova podría tener un corazón. Y tal vez, sólo tal vez,
yo me las arreglé para encontrar mi camino hacia él.
Se me dibuja una sonrisa en la comisura de los labios.
Justo cuando oigo la voz de Nikolai en el pasillo.
47
BELLE
Han pasado horas, pero todavía me siento sobre la cresta de la ola por la
cita con el médico, hojeando las fotos de la ecografía que me enviaron por
correo electrónico. Nikolai se llevó las que imprimieron. No me
sorprendería que la primera ecografía de nuestro bebé acabara enmarcada
en su despacho junto a mis bocetos.
La idea me da un vértigo increíble. Estoy sonriendo cuando suena mi
teléfono.
Es un número desconocido, pero con asqueroso revoltijo en el estómago sé
que es Xena.
—¿Hola?
—Sal de casa ahora mismo —sisea Xena—. Coge a tu hermana y vete.
—¿Xena? ¿Recibiste mi mensaje? Te envié un mensaje diciendo que
cancelo el plan. Sé que te tomaste muchas molestias, pero...
—Él lo sabe.
Se hiela la sangre en mis venas.
—¿Qué?
—Nikolai sabe que has estado trabajando conmigo. Sabe que planeabas
desaparecer. Sabe lo que has hecho.
Inhalar es difícil. Mis pulmones parecen de piedra. No importa cuánto lo
intente, parece que no puedo recuperar el aliento.
—Pero... ¿cómo? Acabo de verle. Todo estaba bien. Todo estaba perfecto.
¿Qué pasó?
—No hay tiempo para explicaciones, Belle. Estoy tratando de ayudarte.
Tienes que salir de esa casa antes de que él vuelva.
Parpadeo una y otra vez, como si eso fuera a cambiar algo. Es como
despertarse de un buen sueño, intentando desesperadamente aferrarse a la
sensación cálida y difusa. No estoy dispuesta a renunciar a esta fantasía.
—¡Belle! —chasquea Xena chasquea—. Tienes que moverte. ¿Tienes idea
de lo que Nikolai le hace a la gente que se le enfrenta?
En mi mente veo a los hombres que vinieron a buscarme la otra noche. Uno
de ellos cae de lado sobre un charco de su propia sangre. Su amigo se
desploma en el coche después de una herida de bala en la cabeza.
Muerto. Muerto. Tan jodidamente muerto.
Ese podría ser yo.
Podría ser Elise.
Mi mano tiembla alrededor del teléfono.
—Bien ¿Qué hago?
—Coge a tu hermana y sal fuera —me dice—. Yo me ocuparé de todo lo
demás.
Xena cuelga. Me dirijo aturdida a la habitación de Elise y abro la puerta de
un empujón. Está sentada en el centro de la cama, con el portátil abierto
delante de ella.
—¿Nunca has oído hablar de llamar a la puerta? —refunfuña. Pero cuando
me ve, sus ojos se abren de par en par. Se desliza hasta el borde de la cama
y me coge de la mano—. Belle, ¿qué pasa?
—Tenemos que irnos.
Odio ver cómo la atraviesa el pánico. Odio haber traído este caos, trauma y
dolor a su vida.
Pero ahora mismo, lo único que puedo hacer para protegerla es sacarla de
esta casa.
—¿Esto es por lo que dijo Nikolai? ¿Sobre sus enemigos?
¿Cómo le explico que Nikolai podría ser el enemigo ahora? No puedo. No
hay tiempo. En lugar de eso, asiento con la cabeza.
—Sólo tenemos que irnos, ¿de acuerdo? Ahora mismo.
Se pone los zapatos y corremos por la casa hasta la puerta principal sin
pararnos a coger nada. Esta vez no hay misión encubierta, no hay que
escabullirse de árbol en árbol. Corremos tan rápido como podemos por el
camino de entrada en curva hacia la carretera.
Cuando llegamos al bordillo, un elegante coche negro se detiene delante de
nosotras.
Elise jadea e intenta echarme hacia atrás, pero la ventanilla del
acompañante se baja y Xena Simatou me mira desde el asiento del
conductor.
—Sube —me ordena, con un dejo de desesperación en la voz.
Empujo a Elise hacia el coche.
—Está bien. No pasa nada.
—Es la señora de Islandia —dice Elise y la mira dos veces mientras la
ayudo a subir al asiento trasero.
—Xena —explica ella con una sonrisa tensa—. Encantada de conocerte.
Nos alejamos del bordillo y echamos a andar calle abajo.
Todo va muy deprisa. Sólo han pasado unos minutos desde que Xena llamó
por primera vez, y ahora está aquí, y yo me voy de casa de Nikolai. Nada de
esto parece real.
—¿Cómo es que ya estás aquí? —le pregunto unas manzanas más adelante.
Xena dobla las esquinas a toda velocidad y conduce demasiado rápido por
calles residenciales. No paro de mirar por el retrovisor, esperando ver gente
siguiéndonos.
—Ya estaba cerca.
—¿Estabas?
Ella asiente.
—Sé en qué peligro te puse al pedirte que espiaras.
—¿Qué? —suelta Elise desde el asiento trasero.
Miro hacia atrás y le muestro una sonrisa comprensiva. Algún día te lo
explicaré todo.
Si es que vivimos tanto.
—No quería ponerte en una situación peligrosa —continúa Xena. Se acerca
y me aprieta la muñeca—. Las chicas tenemos que estar unidas, ¿no?
Sus dedos están fríos contra mi piel y me estremezco. Xena tiene la
costumbre de decir cosas así. ‘Las mujeres tenemos que ayudarnos, Belle’.
Y siempre me hacía sentir como si estuviéramos en una hermandad secreta.
Las Mujeres Disfuncionales de Nikolai Zhukova.
Pero en persona, sus palabras suenan vacías. La miro y su expresión es
plana. Sus ojos son oscuros y duros como canicas. A pesar del pánico que
parecía sentir por teléfono, ahora parece perfectamente tranquila. Lo que no
hace sino aumentar mi pánico.
Xena pisa el acelerador al girar y yo agarro el tirador de la puerta.
—Ponte el cinturón, Elise.
—Ya lo hice.
Vaya, es la primera vez. Miro hacia atrás. Al igual que yo, mi hermana
agarra el tirador de la puerta con las dos manos en blanco. Xena no parece
darse cuenta de nuestro miedo.
—¿Acaso nos están siguiendo? —le pregunto—. ¿Crees que podríamos ir
un poco más despacio?
—Lo siento —dice, sin parecer que en realidad lo siente—. Soy una
conductora un poco salvaje—. ¿Estás indispuesta?
—Un poco, la verdad —admito. Se me revuelve el estómago, pero eso no
es tan raro últimamente. Las náuseas matutinas se han convertido en un
asunto de todo el día. Aun así, esto se siente diferente.
—¿Mareas?
—No —dice Elise desde atrás. Su voz suena débil—. Esa soy yo. Tengo los
genes del mareo.
Xena me mira, pero yo mantengo la mirada al frente. Es como si intentara
ver mis pensamientos a través de mi cráneo. Y por alguna razón, de repente
no quiero que sepa lo que estoy pensando.
—Ha sido un día ajetreado —explico—. Vi a Nikolai hace una hora y todo
estaba bien. ¿Cuándo se enteró de...?
—En realidad yo los seguí esta mañana —suelta Xena de repente.
—¿En serio? —digo e intento mantener la voz uniforme y calmada, aunque
se me acelera el corazón.
—Pensé que te pasaba algo cuando fuiste al hospital.
—¿Al hospital? —pregunta Elise desde el asiento trasero—. Creía que ibais
a salir a desayunar.
No quería mentirle a Elise, pero no había motivo para hablarle del
embarazo hasta que supiera que estaba ocurriendo de verdad. Luego no
hubo tiempo de hablar de ello antes de que llamara Xena y saliéramos
corriendo.
No quiero que se entere así de que voy a tener un hijo.
—Nikolai tenía algo que hacer primero en el hospital —miento.
—Has ido al ala de obstetricia —añade Xena, muy tranquila.
—Xena, ahora no —le ruego en voz baja.
Ella me ignora. Elise se inclina hacia delante y pone la mano en el respaldo
de mi asiento.
—¿Belle?
Me vuelvo lentamente hacia ella.
—No es así como quería decírtelo. Iba a decírtelo. Lo juro. Solo quería
estar segura antes.
Sus ojos se abren de par en par. Está sorprendida, pero no sé si está
horrorizada o contenta hasta que chilla:
—¿Estás embarazada?
La noticia ha pasado del horror a la confusión, a la alegría y viceversa
tantas veces que ya no sé qué respuesta es la correcta. Me conformo con
asentir con un suspiro.
—Sí, así es.
—Oh, Dios mío. Voy a ser hermana mayor —dice—. O, no, espera, seré tía.
¡Tía! Vaya.
Me muerdo una sonrisa.
—Sí. Tía Elise. Vaya.
Cuando me vuelvo hacia Xena, ella tiene la mandíbula apretada.
—¿Nikolai es el padre? —pregunta.
El ambiente en el coche ha sido difícil de interpretar desde el momento en
que Xena nos recogió. Pero ahora es inequívocamente tenso. Algo va mal.
Algo que no entiendo del todo.
Pero sé lo suficiente como para mantener la boca cerrada.
Aunque no es que importe. Una no respuesta es respuesta suficiente, y Xena
lo sabe. Cada segundo que pasa, el coche avanza más y más deprisa.
Elise gime en el asiento de atrás mientras giramos de una curva a otra. Pero
le espera algo mucho peor que un malestar estomacal si no la saco de aquí.
—Xena, detén el auto —digo.
—No.
Se me acelera el corazón, pero respiro con calma.
—Yo me quedaré en el coche. Pero deja ir a Elise. Déjala salir.
Xena mira por el retrovisor.
—Es solo una niña —susurro—. Por favor. Sea lo que sea, vamos a
resolverlo. Las dos solas. No la metas a ella en esto.
Su expresión no cambia y ya no estoy segura de que me esté escuchando.
De repente, Xena frena en seco.
Todos nos sacudimos hacia delante y Elise suelta un grito.
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero las contengo. No quiero asustarla
más de lo que ya está.
Me giro en mi asiento y le dirijo una pequeña sonrisa.
—Vas a bajarte.
Se le arruga la frente.
—¿Qué? ¿Dónde estamos...?
—Vas a salir del coche. Vas a salir. Y vas a encontrar a Nikolai.
Él cuidará de ella. Sé que lo hará.
—Pero huimos por él. Por... bueno, no sé por qué. Pero yo creía que él era
peligroso.
Xena resopla suavemente y un escalofrío me recorre la espalda.
Fui tan estúpida. Tan jodidamente estúpida.
Debería haber llamado a Nikolai después de que Xena me llamara a mí.
Aunque fuera verdad y se hubiera enterado de que trabajaba con los
Simatous, yo podría haberle explicado las cosas. Tal vez él lo hubiera
entendido.
Pero entré en pánico y seguí mis peores instintos, y ahora estoy en un
problema que ni siquiera puedo imaginar.
—Me equivoqué —digo y agarro la mano de Elise. Xena se mueve
ligeramente. Sigo el movimiento y veo que sus dedos se ciernen sobre un
arma encajada entre su asiento y la consola central. Una amenaza silenciosa
—. Nikolai cuidará de ti. Pero tienes que salir de aquí ahora.
—No. No sin ti —dice Elise con firmeza.
—No tenemos tiempo para esto —gruñe Xena. Levanta la pistola y me
apunta al estómago—. Tu hermana mayor no irá a ninguna parte. Sal tú del
coche mientras puedas.
El rostro de Elise palidece. Abre y cierra la boca, pero no sale nada.
Una lágrima resbala por mi mejilla.
—Lo siento mucho, Elise.
Ella niega con la cabeza.
—Yo no voy a…
—¡Muévete! —retumba Xena. Ya la farsa de antes se ha acabado.
Elise se sobresalta. Le aprieto la mano por última vez. Aunque espero que
no sea la última vez. Sólo la última vez por un rato.
—Estaré bien. Vete. Hasta luego.
No sé si le estoy diciendo la verdad o no, y veo que Elise tampoco está
segura. Pero me escucha. Con lágrimas en los ojos, sale del coche con
piernas temblorosas y sube al bordillo.
En cuanto cierra la puerta, Xena pisa el acelerador.
—Conmovedor —se burla mientras el motor ruge—. No hay nada como la
unión entre hermanos.
—Estoy segura de que tú y Giorgos sois igual de cariñosos —le respondo
—. Las maquinaciones para matar gente deben unirlos mucho.
Xena resopla.
—Por favor. Yo hice los planes. Giorgos solo se limitó a seguirme.
Intento respirar entre el dolor de cabeza y el miedo.
—Esto es un plan, ¿no? ¿Ahora mismo? Probablemente Nikolai ni siquiera
sabe que trabajé contigo.
Xena se burla.
—Fue demasiado fácil incluso para decirlo. Confiabas tanto en mí. Ni
siquiera hiciste preguntas. Te dije que corrieras y dijiste: ‘¿Qué tan
rápido?’.
—Estúpida —murmuro—. Fui tan estúpida.
—Realmente lo fuiste. No tengo ni puta idea de lo que Nikolai vio en ti. Es
decir, él estuvo dispuesto a tirar nuestro trato e ir a la guerra... por ti. Eso
está más allá de la comprensión.
Hasta aquí lo de mujeres apoyando a mujeres.
—Entonces, ¿Giorgos sabe que estás aquí conmigo? —Pregunto—. ¿Lo
sabe Nikolai? Esto es algún tipo de plan con chantaje, estoy segura. ¿Habrá
rescate?
Mis pensamientos se vuelven inmediatamente hacia Elise. ¿Qué será de ella
sin mí? Probablemente será enviada de vuelta con nuestra madre, lo que me
rompe el corazón.
Pero no puedo pensar en nada de esto ahora. Sobrevivir es lo más
importante.
—Todos me subestiman —dice Xena finalmente—. Soy una mujer, ¿qué
podría saber yo sobre liderar una mafia? Las mujeres llevamos el mundo a
cuestas desde el principio de los tiempos, pero no se puede confiar en
nosotras para tomar decisiones importantes o, Dios no lo quiera, decirle a
un hombre lo que tiene que hacer. Nadie esperaba que la dulce, bonita y
dócil Xena tomara las decisiones.
—¿Y tu hermano?
—Él era la excepción —admite—. Pero sólo porque no tenía ni puta idea.
—¿Era? —pregunto, sin pasar por alto su uso del pasado.
—Mi hermano nunca quiso dirigir. Nunca supo cómo hacerlo. Podía
hinchar el pecho como el que más, pero cuando llegaban los momentos
realmente importantes, se rendía. Incluso antes de convertirse en Don, vino
a pedirme consejo. Juró que yo sería su segunda al mando.
—¿Y no lo fuiste?
Ella asiente.
—En secreto. Porque a diferencia de tantos hombres en este mundo, no
necesito el reconocimiento. Me ahorro los bustos de oro y las estatuas
imponentes. Estoy bien con arrastrarme entre bastidores y ejercer el poder
real.
Seguimos conduciendo demasiado rápido, pero las carreteras se ensanchan
y el tráfico se reduce. Ahora estamos saliendo de la ciudad. Quiero
preguntarle adónde vamos, pero sé que no me lo dirá. Una parte de mí ni
siquiera quiere saberlo.
—La sed de poder debe ser cosa de familia —digo yo—. Tu hermano mató
a tus padres para heredar la Bratva, ¿no?
—¿Giorgos? —ríe Xena—. Ese rumor siempre me mató. Oh, perdona el
mal juego de palabras. El hecho de que la gente piense que él tendría las
agallas para hacer algo así... fue desconcertante.
—Yo no diría que hacen falta agallas para matar a tus padres. Más bien un
trastorno mental diagnosticable —murmuro.
Xena me presta atención.
—Lo hice yo.
Prácticamente me trago la lengua del susto.
—¿Tú fuiste quién mató a tus padres?
—Y por Dios, hice que les doliera. Parecía que lo había hecho un enemigo
—dice—. Giorgos no pudo ni soportar la visión. Se quedó afuera y vigiló.
Yo lo hice todo. Maté a nuestros padres y le entregué a él la corona. Yo
arreglé los detalles del trato con Nikolai. Y fui yo quién disparó en el club
donde él y Arslan bebían después de enterarme de que fue visto bailando
contigo.
—¿Trataste de matarlo? —digo. Nikolai nunca me dijo eso.
—Él había sido advertido de lo que significaba para nuestro trato estar
contigo. Pero no pareció tomárselo en serio. Decidí subir la apuesta. Pero
claro, todo lo que él hizo fue irse a Islandia, los dos juntos —espeta y sus
fosas nasales se abrieron—. Él insistía en avergonzarme.
—¿Pero yo creía que no había sentimientos entre vosotros dos? Dijiste que
era un matrimonio arreglado.
—¡Eso no significa que vaya a dejar que me tomen por tonta! —grita—.
¿El hecho de que mi futuro marido prefiera estar en los brazos de una
pobretona contable en vez de en los míos? Es ridículo. Pero estoy segura de
que, si yo fuera una joven putita ingenua como tú, él estaría mucho más
interesado.
—No está conmigo porque soy joven o ingenua —escupo—. Es porque
estamos enamorados.
En cuanto las palabras salen de mi boca, me doy cuenta de lo desacertadas
que han sido. Lucho contra el impulso de taparme la boca con la mano.
Xena se vuelve hacia mí despacio, con los ojos entrecerrados.
—Entonces hice bien en moverme ahora en vez de esperar. Giorgos pensaba
que me estaba precipitando. Él quería volver a hablar con Nikolai. Para
razonar con el muy hijo de puta.
—Quizá él tenga razón —protesto débilmente—. Nikolai estaría dispuesto a
trabajar contigo, estoy seguro. Puedes idear un nuevo plan.
—¡Este es el nuevo plan! El primer plan fue casarme con Nikolai y luego
matarlo cuando se diera la oportunidad. Una caminata de luna de miel a los
acantilados, entonces ups, se resbaló. Qué trágico.
Mi corazón se estruja incómodo. Y yo iba a dejar que Nikolai se casara.
Durante semanas, me senté en casa, sintiéndome miserable y extrañándolo,
pero iba a dejar que se casara con otra.
Una mujer que planeaba matarlo.
La idea es suficiente para robarme el aliento. La muerte de Nikolai habría
sido insoportable entonces. Pero ahora... me mataría a mí también.
—¿Qué pensaba tu hermano de eso?
—No le pareció bien —suspira Xena como si estuviera aburrida—. Por eso
lo maté primero.
Ahora estamos en las afueras de la ciudad. Pronto no habrá nada más que
campo abierto a nuestro alrededor.
—Nunca llegarás a Nikolai —le digo—. Es más fuerte que tú. Es más listo
que tú.
Xena se encoge de hombros.
—Supongo que ya lo veremos. Desde luego no serías la primera en
subestimarme. Y Nikolai ni siquiera sabe que estoy a cargo ahora. Eso es
una ventaja. Una ventaja que probablemente me ayudará a acercarme a él.
Lo suficientemente cerca como para hacer lo que hay que hacer.
Los ojos de Xena están en el camino, perdida en su conspiración y
completamente inconsciente de que ha hecho exactamente lo que le han
hecho a ella toda su vida. Me ha subestimado.
Puede que yo no haya nacido y crecido en el estilo de vida de una Bratva.
Puede que yo no sea Xena, siempre lista con un plan y preparada para lo
que venga a la vuelta de la esquina.
Pero tengo algo que ella no tiene: un corazón.
Y pertenece a Nikolai Zhukova.
Xena pisa el acelerador y acelera hacia la siguiente curva, y yo no vacilo.
En un ágil movimiento, me desabrocho el cinturón de seguridad y me tiro
sobre la consola central.
Ella grita alarmada cuando yo choco contra su costado. Siento que el coche
se sacude y el volante da vueltas como enloquecido.
Es un caos de miembros enredados. Pero por primera vez desde que subí al
coche, estoy tranquila. Los latidos de mi corazón son fuertes y constantes.
Y es de él.
Es suyo.
Ha sido de él desde el momento en que nos conocimos.
50
NIKOLAI