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HACIA UNA TIPOLOGIA Y UN ENFOQUE ALTERNA- TIVO DE LAS REVUELTAS Y REBELIONES

DEL PERU COLONIAL (SIGLO XVIII)* 

For Scarlett O'Phelan Godoy 

1. La tipologia 

El tema de las rebeliones y revueltas sociales que se produjeron en el Virreinato del Pern durante el
siglo XVIII, nos ha venido interesando desde hace ya algun tiempo. Nuestra preocupaciön inicial se
centrö en el estudio de los levantamientos que tuvieron como escenario el Obispado de Trujillo,
acerca de los cuäles (a excepciön del ensayo de Wal- demar Espinoza sobre Cajamarca)1 los
trabajos impresos hadan sölo escuetas referencias. Consecuentemente, la impresiön que en términos
globales se trasmitia, apuntaba a señalar que las sublevaciones se habían concentrado en el ärea
central y la regiön sur-andina del Virreinato. De ello podría equivocadamente deducirse, que la
regiön norte hafctfa permanecido al margen de la agitaciön social que había comprometido las otras
áreas del Virreinato. 
Fue por lo tanto interesante poder constatar que el Obispado de Trujillo (que comprende los
corregimientos de Sana, Piura, Trujillo, Cajamarca, Huamachuco, Chachapoyas, Cajamarquilla,
Luyaychi- llaosy Lamas)3 tambten estuvo en capaddad de generar su propia di- nämica de protesta
sodal, que eventualmente desembocö en revueltas locales. Sin embargo, estas no llegaron a
plasmarse en una «gran rebe- liön» con las caracteristicas que presentö el movimiento Tupacamari-
sta en el sur-andino. Efectivamente, si hay un punto claro de coind- denda entre los alzamientos que
estallaron en la regiön norte, es precisamente el que todos tuvieron connotaciones de revueltas, no
de re- beliones. Resulta por lo tanto pertinente puntualizar las diferencias que a nuestro entender
existieron entre lo que puede ser considerado como una revuelta, y lo que puede ser catalogado
como una rebeliön4. Creemos que no es aconsejable utilizar ^stas denominaciones indistin-
tamente, pues en t£rminos del anälisis su significado se refiere a dos fenömenos distintos, con
caracteristicas particulates. 
Una revuelta social se presenta normalmente como un alzamiento de breve duracfön,
espontäneo, local, restringiendose en t^rminos de espacio a una doctrina ο un pueblo especifico. Es
consistentemente motivada por un estimulo directo (el corregidor, pärroco, cacique, diezmero etc.) y
estä sujeta a un facil control por parte de las autorida- des espanolas. Su presencia es mäs del orden
cotidiano que del coyun- tural. 
For otro lado, una rebeliön es aquella que alcanza una mayor per- manencia temporal, teniendo
connotaciones regionales, estando en condiciones de propagarse a varias doctrinas, corregimientos e
inclu- sive provincias. Las rebeliones responden a un plan minimo de orga- nizacfön y
coordinaciön, que en muchas ocasiones esta materialmente sustentado por comunicados, edictos e
inclusive programas politicos. No son por lo tanto provocadas por un estimulo aislado, sino por una
coyuntura rebelde, donde convergen y se articulan mäs de una varia- ble. El ataque no involucra
entonces a una autoridad concreta, sino es mäs bien dirijido contra las instituciones y autoridades
oficiales en bloque. 
Las revueltas al ser alzamientos menores reflejaron desagregada- mente las contradicciones
generates existentes entre la poblacion co- lonial y las diferentes autoridades locales. Mientras que
en el caso de las rebeliones de mayor alcance, su estallido se produjo selectiva- mente en äreas
sensibles a una mayor acumulaciön de contradicciones por razones de la naturaleza de la poblaciön,
actividad economica principal, circuitos comerciales etc. La complejidad de las rebeliones radicarä
por lo tanto en atacar el sistema colonial en su conjunto y con ello enfrentar como un todo a las
diferentes instituciones que lo con- forman (Cabildo, Iglesia, Real Hacienda)
La investigaciön sobre el Obispado de Trujillo nos llevö a percatar- nos de que las revueltas
sociales podian descomponerse en cuatro ti- pos bäsicos, respondiendo 6sta clasificaciön al
estimulo directo que las provocaba5. Pudimos al mismo tiempo constar que en cada «tipo»
espedfico de revuelta, el comportamiento y mecanismos de protesta adoptados por los
insurrectos variaba de acuerdo a la autoridad contra la cuäl se producia el enfrentamiento
(corregidor, pärroco, cacique etc.). Utilizando como base la muestra de 30 revueltas que
habiamos logrado identificar para la region norte, las agrupamos en: (a) revuel- tas antifiscales,
(b) revueltas anticlericales, (c) revueltas contra la £lite indigena, (d) revueltas contra las
autoridades administrativas de los centros productivos coloniales (minas, obrajes, hadendas). A
esta da- sificadön inicial posteriormente le agregamos un quinto «tipo»: (e) re- vueltas por toma
de tierras. 
En anälisis comparativo entre la region norte por un lado y la regiön central y sur-andina por
otro, nos Uevo a descubrir que la tipologia planteada par a el norte tambiän tenia vigenda en las
otras regiones, con algunas variantes. Esta condenada resulta coherente en la me- dida que el
sistema colonial y las institudonesque lo sustentaban fueron präcticamente implementados en todo
el Virreinato, siendo las autoridades (civiles, edesiästicas, etnicas etc.) comunes a todo el terri-
torio. 
Sin embargo es preciso destacar que la tipologia de revueltas que aqui proponemos (luego de
haber ciasificado y sistematizado la infor- madön disponible), no tuvo necesariamente un caräcter
rigido. En la practica este esquema funciono con relative flexibilidad, combinän- dose en algunos
casos caracteristicas de mäs de uno de los tipos sena- lados, particularmente cuando la autoridad
atacada ejerda mäs de una actividad (tal es el caso de los clörigos- hacendados, corregidores-obra-
jeros, mineros-obrajeros, caciques-cobradores). No obstante, para fa- cilitar la exposidön y el
anälisis, consideramos que es conveniente el hacer referenda por separado a las caracteristicas
particulares que de- sarrollaron los diferentes tipos de revueltas. 

a) Las revueltas antifiscales 

Estuvieron dirigidas contra el aparato fiscal montado para drenar a varios niveles el excedente
producido en las colonias: tributo9 y nume- ration de tributarios, reparto de mercancias, y los
impuestos con que se gravaban las transacciones comerciales (alcabalas, sisas, nuevo im- puesto).
El bianco de las agresiones fue por lo general el corregidor (o en su defecto su cobrador ο el juez
revisitador), quienes estaban en- cargados de censar a la poblaciön tributaria y efectuar el cobro de
tri- butes y repartos. En el caso de las «revueltas de alcabalas», el ataque se centrö en el personal
administrative de las Aduanas. 
En las revueltas antifiscales, la conducta adoptada por los subleva- dos consistio en cercar la
casa del corregidor (o la Aduana), en destruir selectivamente cierta documentaciön (padrones y
registros) y en in- tentar saquear y quemar los simbolos representatives de la autoridad civil: Reales
Archivos, Cajas Reales; facilitandose la fuga de los presos de las Reales Cärceles. Paralelamente se
organizaba la persecution del corregidor (o del cobrador de alcabalas), quienes sino tenian 6xito en
huir, eran eventualmente heridos ο muertos. El ataque al corregidor era por lo general de indole
masivo. Hombres, mujeres y «muchachos de ambos sexos» partieipaban de la persecuciön y en mäs
de un caso encontramos que las mujeres eran las encargadas de cercar al corregi- dor, y los hombres
de darle muerte «con palos y piedras». Las referen- cias coinciden en seiialar que el cadaver del
corregidor quedaba desfi- gurado luego del enfrentamiento, lo cuäl es un indice de los niveles de
violencia que su antagönica presencia podia generar. 
Un caso que puede servir para ilustrar el perfil de las revueltas anti- fiscales, es el de la revuelta
de Huamachuco que tuvo lugar en 1756 contra el juez revisitador Don Simön de Lavalle y Cuadra.
El objetivo de la revuelta estuvo claramente dirijido contra el empadronamiento de tributarios que
se acababa de efectuar, extray&idole al juez revisi- tador «la revisita antigua y la numeracion tirada
del pueblo». 
El mismo Lavalle y Cuadra al efectuar posteriormente sus declara- ciones puntualizo que
«como a las doce y una de la noche, halländome en el recogimiento de mi posada, se me
introdujeron por las paredes y puertas de la calle el numero de 200 a 300 hombres y alzando la voz
entraron haciendo pedazos las puertas y ventanas . . ., pasaron a mi vivienda de donde sacaron la
revisita antigua y la numeracion tirada de 6ste pueblo . . ., y lo que es mäs haberle pegado fuego por
cuatro partes a la casa de mi morada»6. 
Pero la resistencia del campesinado no sölo se diö contra el empa- dronamiento de tributarios, que
tenia como finalidad registrar a la po- bladön indigena masculina entre los 18 y 50 anos que estaba
sujeta al pago del tributo. Tambien en algunas ocasiones los indios repelieron abiertamente el cobro
de los Reales Tributos, que se efectuaba dos ve- ces al ano: enjunio (tercio de San Juan) y en
Diciembre (tercio de Na- vidad)7. Asi encontramos que en 1787 en la localidad de Vischongo,
Vilcashuamän, «a toque de campana salieron mas de 200 indios y apredrearon al teniente visitador
Don Pedro Lisborna . . .,negandose a pagarle los tributos y rodearon los indios la casa del Sr. cura
Don Melchor Peralta, don de se habia resguardado el teniente visitador»8. En 1756 se legalizo en el
Virreinato del Peril el reparto de mercan- das, que era privilegio del corregidor realizar una vez
durante su pe- riodo de gobierno de cinco anos. El reparto ο repartimiento consistia en distribuir
entre la pobladön sujeta a un corregimiento una canasta de productos en que se incluian articulos
«de la tierra» (de manufac- tura local), e importaciones hispanoamericanas y europeas (textiles,
lenceria, tintes, yerba, mulas etc.)9. Las deudas contraidas por indios y mestizos como resultado del
reparto, eran normalmente canceladas en moneda, en especie ο en fuerza de trabajo. 
Hemos optado por incluir las revueltas que se sucitaron contra el re- parto de mercandas dentro
del tipo de revueltas antifiscales, porque hemos podido comprobar que paralelamente al cobro del
tributo, el corregidor aprovechaba para efectuar el cobro de su reparto. Es mäs, hubo numerosas
denuncias que aludieron al hecho de que habian co-rregidores que se apropiaban de las
contribuciones recibidas a razön del tributo, so pretexto de cancelar sus repartimientos10. 
En 1774 por ejemplo, el cacique de Vellile (Chumbivilcas) se que]6 ante su corregidor
interino, Don Gerönimo Sugasti, de la imposibili- dad de recolectar la deuda pendiente del reparto
en un plazo de dos anos. Haciendolo responsable por la deuda de su comunidad, el cor- regidor
ordeno el encarcelamiento del cacique. Este era un recurso muy utilizado por la autoridad civil en
caso de incumplimiento en la cancelad6n de tributes y repartos. De alii que en muchas revueltas an-
tifiscales se promoviera el asalto a las cäiceles y la subsecuente libera- ci0n de los presos locales.
Frente a los infructuosos esfuerzos por con- seguir poner en libertad al cacique «la india cacica
embriagö a la mayor parte de los yndios de su aillo, fue con ellos a la carcel, sacö de ella a su
marido y queriendo el corregidor con sus familiares oponerseles, a pa- los y pedradas los mataron a
todos, dejändolos tendidos en medio de la plaza»11. Tuvieron origenes similares las revueltas de
Paraysancos (Lucanas) en 1768, la de Celendin (Cajamarca) en 1773 y la de Santiago de Chuco
(Huamachuco) en 177412. 
En 1774, como resultado del programa econdmico aplicado por los Borbones, se comenzaron a
levantar Aduanas en el Virreinato del Peru. La intenci0n que con ello se persueguia era controlar
mäs rigu- rosamente las transacciones comerciales, asegurändose de esta ma- nera el efectivo cobro
de las alcabalas13. Es decir, al tributo y el reparto venia ahora a sumarse el incremento de alcabala
del 2 al 4% y el sistema de inspecciön montado en las Aduanas. Las protestas y revueltas sociales
respondieron como un resorte al nuevo esquema de impuestos. 
Al establecerse en 1774 las Aduanas de Arque y Tapacari, la ciudad de Cochabamba se
convulsionö14. Hemos recogido las quejas de los gremios de tocuyeros, sastres, zapateros, herreros
y jaboneros, quienes se resistian a que los gravaran con la alcabala15. Los productores de trigo y
maiz secundaron las protestas, no en vano Cochabamba era conocida como el «granero» del Alto
Perü. Sin embargo, este malestar no trascendiö los limites de la revuelta, ya que fue un brote de
subver- si6n aislado, contra las nuevas medidas econömicas adoptadas en el terreno fiscal. Por el
contrario, en 1780 las sublevaciones en cadena contra las Aduanas de La Paz, Arequipa y Cuzco se
puede decir que coexistieron temporalmente, llegando a generar una ola de intranqui- lidad social a
nivel regional, adquiriendo por lo tanto, visos de rebeΙίόη. 

b) Las revueltas anticlericales 

Fueron aquellas que estallaron contra los curas doctrineros. Sus rai- ces son complejas. En
algunos casos, estuvieron determinadas por conflictos previos, como resultado de los cuäles las
comunidades le- vantaban acusaciones contra sus curas de estarles expropiando tierras y aguas, y
apropiändose de la fuerza de trabajo comunal en forma gra- tuita16. En otros casos los curas
pärrocos eran denunciados por estar negociando con el cobro de obvenciones ο derechos
parroquiales (bautizos, matrimonios, defunciones etc.), solicitändose en mäs de una ocasiön la
destituciön del derigo. El ataque al clero fue general- mente menos frontal que en el caso de las
revueltas antifiscales. Esto puede explicarse en terminos de que mientras la presencia del corre-
gidor era temporal, consecuentemente este siempre era considerado como «de afuera». Siendo los
cl£rigos asignados a sus doctrinas por periodos mäs largos, esto les ofrecia mayores posibilidades
de integra- cion con las comunidades, dentro de las cuäles su presencia resultaba mäs familiar. Otra
posible explicadön para entender porqu^ los ata- ques contra el clero fueron menos violentos,
podemos encontrarla en el hecho de que las investiduras sacerdotales debieron ser un recurso
utilizado por el clero, para imponer respecto y guardar distancia. En 1734, por ejemplo, se produjo
un altercado entre el cacique de Hua- mantanga (Canta), Don Juan Ramön Ximenez Yupanqui, y su
pärroco por un problema de tierras. En el momento mäs älgido de la discusiön, «dicho Ramon le
dijo al padre cura, que si no fuera sacerdote, lo revolcara en su sangre, que se quitara los häbitos y
viera que de presto lo ejecutaba»17. En este caso el bloqueo ideologico que generaban las
vestiduras eclesiästicas, se puso claramente en evidencia. 
Los mecanismos de protesta utilizados en las revueltas anticlericales respondieron
fundamentalmente a desconcoer los preceptos de la doctrina cristiana. Los insurrectos optaron por
dejar de asistir a misa y confesarse, negändose al pago de obvenciones a riesgo de dejar a los ninos
sin recibir el bautizo y de incumplir con el Sacramento del ma- trimonio18. En 1771 los pobladores
indios y mestizos de Contumazä (Cajamarca) se declararon abiertamente contra su cura Fray
Manuel Ochoa, «dejando de asistir a la doctrina, a bautizarse y prefirieron vi- vir amancebados y
enterrados en los montes, antes que pagar tanto der echo parroquial injusto»19. Conducta similar
fue la que adoptaron los pobladores de Ρίόη (tambien en Cajamarca), quienes en 1797, en-
cabezados por el indio Ambrosio Gil, se amotinaron contra su cura Manuel Hurtado, «volviendo a
la idolatria, el vicio y la borrachera»20. Muchas veces estas manifestaciones de rechazo al clero y a
la doc- trina cristiana fueron tomadas como sintomas de «idolatria». Sin em- bargo como hemos
constatado, si bien los indios en mas de una oca- sion se resistieron a cumplir con los sacramentos
cristianos, no fue precisamente con el fin de dar senales de «paganismo». Esta actitud mas bien
derivö del desencanto que les produjo comprobar la inconsistencia que existia entre lo que los
clerigos les predicaban en la iglesia y los abusos a los que sometian a las comunidades en la practi-
ca. ta), al abierto rechazo a la doctrina cristiana se agrego la resistencia de la
En el caso de la revuelta anticlerical de 1736 en Atavillos Bajos (Can-

poblaciön indigena a seguir contribuyendo con el «camarico ο reco- chico». El camarico era un
indio que el cura seleccionaba de cada ayllu bajo su parroquia, asignändole la tarea de contribuir
con viveres, lena e indios pongos, a la manutenciön del clerigo21. Al negarle reconod- miento a su
cura, los indios de Atavillos Bajos irrumpieron en la casa del clörigo durante la revuelta, «y le
sacaron los indios pongos y mitas, que segun la costumbre de el Reyno y lo prevenido por la
ordenanza, estan designados para el servicio de los curas»22. 
En situaciones extremes se llego a pedir la destitutiön del cl6rigo. Tal es el caso de la revuelta
de 1761 que estallö en Simbal, Trujillo. La movilizaciön estuvo bajo el liderazgo de los «indios
forasteros y mix- tos» procedentes del pueblo de Otuzco, quienes amenazaron a los in- dios
originaiios «con llevarlos a la mita y castigarlos sino concurrian al tumulto contra su cura»23. A
pesar de ello la revuelta no prosperö, por carecer del apoyo de las autoridades indigenas locales.
Esto puede ex- plicate teniendo en cuenta que mientras los indios forasteros estaban afectados por
el pago en especies de las «primicias», los indios origina- iios se hallaban exonerados de esta
contribution24. Las diferencias entre los indios forasteros y los curas doctrineros deben haber sido
por lo tanto mäs pronunciadas. Ademäs, al verse particularmente afecta- dos los indios forasteros
por la reducida disponibilidad de tierras de cultivo, la presencia de clerigos-hacendados en calidad
de doctrine- ros, debio resultarles contraproducente25. 
Es por ello indispensable no perder de vista el proceso de «seculari- zation del clero», que se
acentuö durante el siglo XVIII. Como resul- tado del mismo se propiciö el acceso de un mayor
nümero de clerigos no-regulares a las doctrinas, es decir de aquellos que no estaban afilia- dos a
una orden religiosa. Muchos de estos clerigos seculares poseian en propiedad ο alquiler haciendas
y/u obrajes, cuya productividad dependia de la mano de obra que pudieran extraer de las comunida-
des26. 
Si tenemos en cuenta que las actividades lucrativas del corregidor y a resultaban antagonicas a
las comunidades, podemos inferir entonces el impacto que debio ocasionarles observar que el clero
se hallaba cada vez mas envuelto en transacciones similares, llegando al extremo de utilizar la
administration de los sacramentos como un recurso para te- ner acceso a las propiedades y el
trabajo campesino. 

c) Revueltas contra la elite indigena 

Bajo esta denomination hemos incluido los levantamientos que se suscitaron contra los
caciques (o curacas), quienes ademäs de pertene- cer a la elite ο nobleza indigena por tinea de
sucesiön, constituyeron la principal autoridad 6tnica local durante la £poca colonial. Las revuel- tas
que se desencadenaron contra la elite indigena son un reflejo de que a las comunidades no les pasö
inadvertido el femömeno de «asi- milacion» a la cultura occidental y el status-quo colonial, en que
se vie- ron inmersos sus senores etnicos27, En muchos casos esta conducta conciliadora por parte
de algunos caciques erosionö su presencia y au- toridad ante la poblariön indigena, provocando que
las comunidades cuestionaran su representatividad y legitimidad como dirigentes. 
Los caciques eran indiscutiblemente una pieza clave de la maquina- ria fiscal por su intervention en
la recoleccion de tributes y su respon- sabilidad de completar la cuota del reparto. Ademäs, en su
afän por gar an tiz arse la estabilidad en el cargo y los beneficios de prestigio y poder que el status
de cacique conllevaba, numerosos caciques opera- ron como aliados ο instrumentos del corregidor,
en detrimento de sus propias comunidades28. Resulta por lo tanto coherente que en mäs de una
ocasiön se les involucre en las protestas levantadas contra los cor- regidores, y se les ataque durante
las revueltas antifiscales. Las mani- festaciones de rechazo contra los caciques se dieron
fundamental- mente en terminos de que las comunidades bajo su control se negaron rendirles
obediencia y se abstuvieron de prestarles servicios persona- les, desconociendo de esta manera su
autoridad. Se cuestionaba su indoneidad ο su legitimidad para ocupar el cargo, achacändoles a ve-
ces ser «ajenos» a la comunidad y propiciändose movilizaciones para pedir su dimision ο en su
defecto que fueran despojados del cargo. El titulo de cacique por sus connotaciones sociales,
politicas y eco- nömicas, era muy cotizado y un indice de la importancia que tenia, lo encontramos
en los innumerables pleitos y abiertas rivalidades entre los contendores al cargo29. Ello explica la
presencia de complicadas genealogias a las que recurri0 la nobleza indigene del siglo XVIII, con el
fin de afianzar sus expectativas de acceso a un cacicazgo «por dere- cho de sangre»30. 
Luego de la legalizatiön del reparto de mercandas (en 1756), el co- rregidor intensificö su
interns de con tar con un cacique que «coopera- ra» en el cobro del repartimiento y que estuviera en
condiciones de responder econömicamente, ante cualquier desajuste en la cuota del mismo. Para
dicho eiecto los corregidores comenzaron a imponer sus candidates, nombrando caciques de su
confianza como cobradores. La estructura cacical entrö entonces en un estado de descomposicion,
agudizändose las rivalidades entre los aspirantes al cargo, creändose verdaderas facciones en apoyo
de los contendores, y precipitändose las revueltas. 
Las revueltas contra la elite indigena que hemos registrado, se pro- dujeron ο bien contra los
caciques identificados como agentes del co- rregidor, ο bien contra el nombramiento de un
candidate que no con- taba con el respaldo ni la aprobacion de la comunidad. Asi tenemos que en
1771 los indios del pueblo de la provincia de Churuguana (Pa- cajes), «persiguieron al cacique
nombrado por el corregidor inten- tando darle muerte, hasta solicitarlo en lo sagrado de la
Iglesia»31. El mismo ano en el pueblo de Morrope (Sana) los indios se sublevaron contra Don
Tomas Dominguez, justicia mayor de aquella provincia, «cuando pasö a dar posesiön del cacicazgo
de Jayanca, Morrope y Pa- cora a Don Eugenio Vitorio Temoche, por haberse desestimado . . . Ios
derechos que alegaba su contendor Don Lorenzo Cucusoli»32. 
El desmembramiento al que fueron sometidos algunos cacicazgos, tambien fue motivo de
agitaciön social. En 1751, por ejemplo, al caci- cazgo de Lambayeque se le desagregö Ferrenafe,
constituyendose en un cacicazgo autönomo y adjudicändose a Don Nicolas Fayzo Farro- chumbi.
Durante la ceremonia de posesion, llevada a cabo en la plaza «alzaron la voz los indios de este
pueblo [Ferrenafe], con comün alari- do, de que sölo se pudo percibir la palabra no conviene,
porque en el mismo instante dispararon mucho nümero de piedras tirändolas a su merced dho senor
corregidor y . . . ofre<d£ndoles que ya no se daria la posesion del cacicazgo, con lo que volvieron a
la plaza y pusieron fuego a la ramada, que por ser de paja ardiö.33» Posteriormente, al ser
lealizadas las indagaciones del caso, se descubriö que varios de los in- volucrados habian
coincidido en senalar que «Don Manuel Temoche, alcalde ordinario de Ferrenafe, los habia
insistido y mandado que tira- sen las piedras para no recibir al cacique»34. De acuerdo a la
evidencia, Don Manuel Temoche tenia influencia y mando sobre los indios de Ferrenafe, «los
indios le obedecen. . . y le dan tratamiento de cacique y a su mujer de cacica . . ,»3S. Sin embargo,
su candidatura habia sido desestimada, por ser hijo bastardo. 
En la medida que el cacique ganaba una ubicaciön mäs estable en el bloque de poder colonial,
sus intereses comenzaron a chocar cada vez mäs frecuentemente con los de las comunidades,
perdiendo paulati- namente el respaldo comunal. El proceso de descomposiciön del si- stema
cacical se acelerö debido a los abusos que cometieron los caci- ques a nivel de la actividad fiscal y
la sobreutilizaciön de la mano de obra comunal. La poblaciön indigena resistiö aün mäs estos
excesos cuando provenian de caciques interinamente puestos por el corregi- dor, que eran
identificados por las comunidades como «intrusos».36 Ante estas irregularidades muchas
comunidades se volcaron hacia el Cabildo Indigena (compuesto por alcaldes, alguaciles y regidores
in- dios), en busca de representantes alternativos al cacique37. 

d) Revueltas contra la administracion de los centros productivos coloniales 

Este tipo de enfrentamientos los hemos logrado ubicar sobretodo a nivel de los obrajes
(fäbricas textiles) y de las minas. Tanto los obrajes como las minas se situaron geogräficamente en
el espacio serrano del Virreinato, y estuvieron en manos de propietarios ο arrendatarios pri- vados
(incluyendo las ördenes religiosas para el caso de los obrajes)38. Emplearon una mano de obra
mixta: criollos, mestizos, indios, mula- tos, que ο bien se asentaban en el centra productivo (como
los indios yanaconas en el caso de los obrajes), ο bien se desplazaban temporal- mente desde los
poblados adyacentes al centra productivo, en calidad de jornaleros libres ο bajo el sistema de
mita39. 
Las revueltas que se generaron en los centres productivos estuvie- ron principalmente
motivadas por cambios en el funcionamiento de los mismos en cuanto a los metodos de producciön
y politica frente a sus operarios. Las referencias indican que hubo brotes de rebeldia que se
suscitaron como resultado de los conflictos existentes entre los mayordomos del centra en cuestion
y los operarios del mismo. Tam- bien la intenciön de disponer en forma arbitraria de la mano de
obra y emplearla en tareas ajenas a la naturaleza de su trabajo ocasiono serios enfrentamientos que
debieron ser duramente reprimidos. 
Es interesante constatar que en situaciones en que el obraje entraba «en crisis» debido a los
conflictos internos, emergian problemas pre- vios que habian quedado sin resolver y estaban
latentes en el malestar que se habia generado. Por ejemplo, la retenciön de salarios a la que se veia
expuesta la mano de obra, cuya implicita contraparte era el en- deudamiento «de por vida» de los
operarios, y los castigos corporales a que estos eran sometidos. En la revuelta que en 1756 agitö el
obraje de Carabamba (Huamachuco), el indio operario Agustin Flores de- daröque «(los
mayordomos) les propinaban duros castigos que a cada paso estän experimentando». Alios mäs
tarde(1794) al convulsionarse nuevamente el obraje de Carabamba, se incidiö en el hecho de que
«era mucho lo que a los indios se les debia»40. 
La conducta que adoptaban los rebeldes en este tipo de revueltas consistiö en negarse a seguir
trabajando, paralizando subsecuente- mente la producciön. Lo cual podria con cierta reserva
compararse con las huelgas de brazos caidos y quema de maquinarias del temprano periodo
industrial. En el caso concreto de las revueltas en los centros productivos coloniales, el abandono
del trabajo era complementado con violentos ataques al administrador y/o sus mayordomos y con el
saqueo e incendio de las instaiaciones del centro productivo en con- flicto. 
Cuando en 1777 el centro minero de Casapalca (Matucana) se νίό conmocionado, los trabaj
adores de la mina concurrieron a casa del minero chapetön Don Miguel Cubero con el fin de
matarlo, saqueando paralelamente sus propiedades41. El enfrentamiento se suscitö a con- secuencia
de que Cubero encareelo a uno de sus herreros, quien se ne- gaba a trabajar, argumentando que se le
debia su salario. Los operarios de la mina apoyaron las demandas del herrero, polarizändose con
Cu- bero. Tambien en la revuelta de 1794 que se produjo en los obrajes de Carabamba y Julcän
(Huamachuco), se subrayö que a los operarios no se les habia cancelado sus salarios. Sin embargo,
en esta oportunidad la base del conflicto radicö en haber cerrado el administrador el obraje con el
fin de trasladar a la mano de obra a las minas que poseia en Yan- gay. Las protestas no se hideron
esperar, argumentändose « . . . que era pensamiento desbaratador de Don Ignacio de Amoroto el
querer mudar los obrajes de Carabamba a Yangai, y que era mucho lo que a los indios se les devia,
que ellos antes moririan que venir a Yangai y que por rüngüncasodebian los indios trabajar en
minas . . ,»42. Elhe- cho de ser simultäneamente arrendatario de minas y obrajes, facilitaba el
intento de Amoroto de movilizar a la mano de obra. Un ingrediente con el que no contö fue que los
indios resistieran tan abiertamente el extranamiento. 
Al igual como las revueltas contra la elite indigena se ven ocasio- nalmente salpicadas con
elementos antifiscales, al atacarse conjunta- mente la dualidad cacique-corregidor; en las revueltas
contra los cen- tros productivos tambien podemos encontrar traspoladas algunas fa- cetas
intrinsecas a las revueltas antifiscales, como por ejemplo, los ni- veles de violencia. Ello se debe a
que hemos podido comprobar que hubo corregidores que paralelamente a su cargo como autoridad
civil, tenian en arrendamiento obrajes, lo cual les garantizaba el suministro de los textiles que
requerian para efectuar sus repartos. Esta dicotomia les abria dos frentes, como corregidores y
como administradores de obrajes. Las movilizaciones contra estos corregidores-obrajeros pre-
sentaron por lo tanto caracteristicas mixtas, la violenta muerte del corregidor por tin lado y el
saqueo de los productos almacenados con el posterior incendio de las instalaciones del obraje por
otro. Tal es el caso de la revuelta que en 1776 se produjo contra el corregidor de Huamalies, Don
Josef de la Cajiga, el cual junto con su primo Don Domingo resultaron muertos. La revuelta ha sido
por lo general atri- buida a problemas de reparto43, olvidändose que los Cajiga adminis- traban el
obraje de Quivilla. Consecuentemente, durante la revuelta «. . . pegaron fuego a las casas y oficinas
del obraje . . . peresieron diez y siete oficinas en las que se incluyen almacenes y despensas de ropa,
amies y muebles . . .»

e) Revueltas por toma de tierras 

El problema de la distribuci0n y propiedad de la tierra estuvo pre- sente como una constante
durante la colonia. La aludida «escasez de tierras» que parece haberse agudizado durante el siglo
XVIII, respon- dio a varios factores como el crecimiento demogräfico global, la expan- siön de las
haciendas a costa de las tierras comunales y el incremento de los cobros fiscales y eclesiästicos, lo
cual intensified la demanda de tierras por parte de las comunidades con el fin de hacer frente a las
exacciones45. Las revueltas por toma de tierras generalmente se pre- sentaron a dos niveles, por
enfrentamientos entre dos comunidades que litigaban por la posesiön de una misma parcela de
tierras ο por conflictos entre las comunidades por un lado y los propietarios de ha- ciendas por otro.
En el segundo caso, el eje del argumenta era el des- pojo de tierras del que habia sido objeto la
comunidad, por parte de una determinada hacienda. 
Dentro de los enfrentamientos que se suscitaron entre comunida- des, hemos registrado el que
ocurrio en 1771 en Lucanas, Ayacucho. En έΐ los indios del pueblo de Chipao expresaron «que
gozan de unas tierras nombradas Cosneq, en las que se hart introducido los indios del pueblo
vecino nombrado Sodongo. . . y a fuerza de armas y violericia se hart apoderado de ellas»46. Sin
embargo, parecen haber sido mäs frecuentes los conflictos que se produjeron entre comunidades y
ha- cendados por el control de determinadas tierras. La conducta adop- tada en estos casos por los
insurrectos consistiö en ocupar fisicamente las tierras, tomando asi posesiön de ellas. La toma de
tierras podia ser violenta «a fuerza de armas» ο estar mäs bien determinada por el tras- lado masivo
de gente y ganado, quienes se instalaban en el territorio en litigio. Asi tenemos que en 1744 Don
Luis Carrillo de Cördova, ha- cendado y marquez de Conchan, demandö amparo en la posesion de
los terrenos denominados Rapaz (Cajatambo), «invadidos por los in- digenes que se han
introducido violentamente a algunas de dhas can- chas y espelido los ganados propios de dhas
estancias, y que se evite este agravio»47. En otras oportunidades se denunciaron como tierras
«vacas» aquellas que en realidad pertenedan a las comunidades. En efecto, en 1799 Don Manuel de
Cäceres, cirujano, denunciö como va- cas ciertas tierras situadas en el valle de Nepena (Santa),
provocando la abierta oposiciön de los indios del comitn de Nepena, «a la posesiön que el
demandante trataba de tomar de las tierras de las Animas que pertenedan a dicho cornün»48.
Similar fue el «alboroto y resistencia» que hizo en 1793 el ayllu de Julcamarca (Angaraes), «a
tiempo de inti- marle Don Manuel Mavila un auto de orden del presbitero Don Luis Huaso, para
despojar a los indios de las tierras de Ayariquen y Gua- cracay, en Acobamba»49. Sin embargo es
importante subrayar que en muchos casos los pleitos por la posesiön de tierras quedäron a nivel de
juicios entre las partes interesadas y sölo en contadas ocasiones tras- cendieron al piano de la
revuelta social. 
De los tipos de revueltas que hemos expuesto, las revueltas antifis- cales fueron durante el
siglo XVIII num^ricamente mäs significati- vas50. Ello se puede explicar en la medida que el fisco
afectaba a traves del tribute a la poblacfön indigena, por medio del reparto a indios y mestizos, y
con las alcabalas a los pequenos, medianos y grandes pro- ductores y comerciantes, sea cuäl fuere
su grupo 6tnico de referenda. El aparato fiscal estaba por lo tan to en posibilidad de generar
mayores contradicciones, al ser su radio de acciön mäs extendido. Por otro lado, la poblaciön
colonial se sintiö mas obligada a cumplir con las con- tribuciones fiscales al estar el fisco
respaldado por una maquinaria re- presiva. 
Las revueltas contra el clero y los caciques no representatives, ocu- rrieron con menor
frecuencia. A pesar de ello, no debemos perder de vista que esta clasificaciön de revueltas lo que
pone en relieve, es que tanto el corregidor como los curas doctrineros y los caciques se dispu- taban
la mano de obra y el excedente campesino; de alii que 6stos tres centros de autoridad sean foco de
revueltas sociales durante la colo- nia. 

2. La cronologia 

De la tipologia que hemos expuesto se desprende que las revueltas sociales registraidas para el
siglo XVIII fueron numerosas y que involu- craron tanto el norte como el centra y el sur del
Virreinato peruano. El esquema cronologico con que convencionalmente se han identificado estas
sublevaciones coloniales, se ha basadoen una muestra de media docena de alzamientos que se
concentraron en las regiones central y sur, la mitad de los cuäles fueron abortados antes de estallar.
Esta cro- nologia fue inicialmente planteada por Francisco Loayza (1942), Car- los Daniel
Valcärcel (1946) y John Rowe (1954)". Este ültimo autor sin embargo, en un trabajo posterior
(1957)", citando a Vargas Ugarte, se refirio brevemente a las revueltas del decenio 1770-79, que
fueron el preludio de la gran rebeliön de 1780. Recientemente Karen Spalding (1978) ha retomado
este esquema cronolögico, ampliändolo hasta principios del sigloXIX53. 
El esquema cronolögico en cuestiön, cuya vigencia ha sido sölo re- cientemente reconsiderada,
tiene la particularidad de referirse a lo que de acuerdo a nuestra definiciön preliminar
catalogariamos como «re- beliones». La cronologia, que cubre de 1737 a 1780-83, es la siguiente: 

1. Azangaro. 1737. Conspiraciön encabezada por el cacique Anckis Cacma Condon. Se


menciona que 17provincias del sur-andino se hallaban implicadas, Fue delatada. 
2. Oruro. 1739. Conspirad0n a cargo del cirollo Juan V£lez de C6rdova, quien contaba con el
apoyo del cacique Joseph Pachamir. Fue delatada. 
3. Tarma. 1742. Rebeliön en la ceja de selva bajo el liderazgo de Juan Santos Atahualpa. Su
permanenda se prolonga hasta 1750. 
4. Lima. 1750. Conspiraciön planeada para tomar la dudad de Lima. Fue de- latada. 
5. Huarochiri. 1750. Tuvo conexiones con la fracasada conspiraciön de Lima. Estuvo dirigida
por el cadque Francisco Jimenez Inga. Se di<5 muerte al corregidor Don Domingo Orrantia y a
14 de sus acompanantes. 

[2da mitad del S. XVIII, luego de treinta anos:] 

6. Tinta-Cuzco. 1780- 83. La «gran rebeliön» encabezada por el cadque Jos£ Gabriel Tupac
Amaru, que.se expande al Bajo y Alto Peru. Reprimida en 1781. Los ültimos brotes de rebeldia
se dejan sentir en 1783 en Huarochiri. 
Una de las principales implicancias que tiene este esquema es la de presenter la rebeliön de
Tupac Amaru como un movimiento desarticu- lado y aislado, que irrumple violentamente en la
segunda mitad del si- glo XVIII, luego de treinta anos de una ausencia total de brotes de in-
tranquilidad social en el Virreinato. El otro agravante es que el es- quema no toma en cuenta las
revueltas menores que estallaron a lo largo de todo el siglo XVIII, y que deben necesariamente ser
incluidas dentro de la dinämica de la lucha social. La tercera limitacion del es- quema, es que pone
enfasis en tres rebeliones abortadas (las de Azän- garo, Oruro y Lima), lo cuäl nos reduce a un
anälisis meramente hipo- tetico de las reales dimensiones que dichas sublevaciones hubieran al-
canzado en caso de estallar. 
Pero las imprecisiones en torno a la rebeliön de Tupac Amaru, no se limitan al hecho de
presentarla como un movimiento desarticulado del contexto social en el que estuvo inmerso.
Tambi£n encontramos una cierta arbitrariedad con relaciön a la denominaciön que se ha utilizado
para referirse al mäs trascendente movimiento de masas que sacudiö el sur andino durante el siglo
XVDI. Indiscriminadamente 6ste ha sido calificado de insurrecciön, levantamiento, revuelta,
sublevaciön y re- beliön. Volviendo a las diferencias que hemos previamente estable- cido entre lo
que a nuestro entender constituye una «revuelta» y lo que definiriamos como una «rebeliön»,
consideramos que Jos6 Gabriel Tüpac Amaru encabezö una rebeliön de gran envergadura («la gran
rebeliön)»), la cuäl al articularse con la rebeliön que en el Alto Peril comandaba Julian Apaza
Tüpac Catari, se constituyö en un movi- miento de masas sin precedentes54. 
En las päginas siguientes quisiera demostrar porque la agitaciön so- cial que en 1780 se
apoderö del sur andino, merece ser catalogada como rebeliön. Para sustentar esta afirmaciön serä
necesario replan- tear algunas de las caracteristicas que se le han atribuido a la «gran re- beliön», y
que consideramos que al no ajustarse a la realidad de los he- chos, han contribuido a difundir una
imagen distorcionada del movi- miento. Nos refeiimos a los enfoques que han presentado la
rebeliön de Tüpac Amaru: 

a) como un movimiento desarticulado, b) orientado fundamentalmente contra el reparto de


mercana'as del corregidor, c) como una rebeliön indlgena, d) como una rebeliön uniforme. 

3. La rebeliön de Tupac Amaru: un enfoque alternativo 

a) Las revueltas menores y el ciclo preparatorio 

La rebeliön que encabezö el cacique Tüpac Amaru no fue un movi- miento aislado, sino que
estuvo situado dentro de un complejo de re- vueltas menores55. Al extraerse la gran rebeliön del
contexto de in- tranquilidad social que se apoderö del Virreinato entre los arios 70-79, se ha
distorcionado la perspectiva procesal del movimiento. Efectiva- mente, las revueltas menores que
insistentemente pero en forma des- articulada confluyeron en el Virreinato del Ferü durante el
«ciclo pre- paratorio» de los anos 70, consideramos que reflejaron que existian condiciones para
que se generara una rebeliön de mayor alcance. La rebeliön de 1780 £ue por lo tanto, la
culminariön de un ciclo de revuel- tas menores56. 
En 1976, en una Antologia sobre la rebeliön de Tüpac Amaru, pre- sentamos una cronologia
de las revueltas del siglo XVIII que antece- dieron a la gran rebeliön57. Estas revueltas y rebeliones
se produjeron a nivel global del Virreinato peruano, a nivel regional del sur andino y a nivel local
del Obispado del Cuzco. 

Esta evidencia demuestra que efectivamente desde 1770 existia un malestar social, que fue
atravezando por un proceso de maduraciön, para en 1780 ser canalizado por la rebeliön de Tüpac
Amaru. La evi- dencia presentada tambien indica que las revueltas del denominado «ciclo
preparatorio» estallaron con mäs frecuencia en el sur andino, que en las regiones central y norte del
Virreinato. 

b) La coyuntura y el ataque en bloque a las instituciones 


coloniales 

La cronologia que elaboramos en 1976 para las revueltas y rebelio- nes del siglo XVIII ha sido
en gran medida utilizada recientemente por Jürgen Gölte en su libro Repartos y Rebeliones61. Sin
embargo quisiera precisar que cuando presentamos dichos cuadros, en ningun mo- menta
planteamos que las revueltas en ellos comprendidas, hubieran sido necesaria ο ünicamente
motivadas contra los corregidores y sus repartos. Dichas revueltas mäs bien se ajustan a la tipologia
que he- mos expuesto en las primeras päginas del presente trabajo, las cuales se dirigieron no sölo
contra el corregidor, sino tambien contra el clero, caciques, administradores de centros productivos
etc. 
Debemos renonocerque existe una cierta unilateralidad en los estu- dios que tratan de explicar
el estallido de la gran rebeliön, enfatizando los abusos cometidos por el corregidor y su reparto de
mercancias62. Es por lo tanto importante no perder de vista que en una rebeliön de las dimensiones
de la de Tüpac Amaru, necesariamente tuvieron que conjugarse mäs de una variable. De lo
contrario no se explica la pre- sencia de una «coyuntura rebelde», capaz de propiciar la expansiön
del movimiento y hacer posible las alianzas que efectivamente surgie- ron. En este sentido se hace necesaria una critica de fuentes. Hemos

constatado que los anälisis que afirman que el reparto fue el factor de- terminante del estallido de la
gran rebeliön, estän por lo general basa- dos en los iriformes expresamente solicitados a los
Arzobispos y Obi- spos, con el fin de dilucidar «los inconvenientes que traen consigo los
repartos»63. Estos informes por lo tanto cumplian un propösito y de alii que las opiniones en ellos
vertidas sean sezgadas. 
Es un hecho que el clero tenia especial interes en que se decretara la abolicion del reparto. Con
ello habrian conseguido aminorar la influ- encia del corregidor como competidor local por el
excedente campesi- no, pudiendo asx realizar con mas facilidad los cobros eclesiasticos.

Esto no quiere decir que no admitamos la presiön econömica ejercida por el reparto. Lo que
intentamos subrayar es que el reparto fue una revindicaciön importante pero incluida dentro de un
programa mäs amplio. Inclusive nos atrevemos a afirmarque el reparto aisladamente habria sido
incapaz de provocar una rebeliön de tal envergadura. 
La coyuntura rebelde que activö el estallido de la gran rebeliön, estuvo determinada por la
implantaciön de las medidas fiscales que se hallaban incluidas dentro del paquete econömico de las
reformas bor- bönicas65. Con ello no9 referimos: 

- a la cieaciön de Aduanas en el circuito comerdal Cuzco-Potosi; - la subida de U alcabala del 4 al


6% y el nuevo esquema de alcabalas; - la ampliadön del tribute a cholos, zambos y mulatos,
quienes anteriormente 
habian estado excentos de £sta contribuciön; - la actualizaciön del cabezdn, para lo cuäl se
efectuaron revisitas a tierras y ha- 
ciendas; - el control sobre el impuesto de vajilla (marcar la plata labrada); - la
numeraciön de artesanos. 

El programa era indudablemente amplio, y lo que es mäs, envolvia de una u otra manera a los
diferentes sectores de la poblaciön colonial (fueran estos criollos, mestizos, indios, sambos y
mulatos), en su cali- dad de comerciantes, pequenos y medianos propietarios de tierras, ar- tesanos,
plateros etc.66. 
Sin embargo, si bien la rebeliön estallö ante un estimulo fiscal, du- rante el desenvolvimiento de
la misma, el ataque de las masas rebeldes derivö hacia las autoridades e instituciones coloniales en
su conjunto. En efecto, la gran rebeliön se iniriö dando muerte al corregidor de Tin- ta, Don Antonio
de Arriaga, y en el avance hacia el Collao las tropas rebeldes confiscaron las casa de los
corregidores de Velille, Lampa y Azängaro. Paralelamente se quemaron los obrajes de Pichuichuro
y Pomacanchis y se atacö a aquellos caciques que no apoyaban la causa rebelde, como es el caso de
los Choqueguanca de Lampa. Numerosas haciendas de espanoles y criollos tambien fueron
expropiadas y sus productos y ganados pasaron a pesesiön de las huestes rebeldes. 

Cuando la rebeliön llegö al Alto Peru, las tropas aymaras tomaron iglesias y atacaron abiertamente
al clero67. Tanto Tupac Amaru como Tupac Catari enfatizaron posteriormente que las masas
indigenas rea- lizaron estas incursiones de propia iniciativa, contraviniendo las 6r- denes de sus
dirigentes. 

c) La composiciön social de la rebeliön 

Al involucrar las reformas borbönicas a los diferentes sectores socia- les de la poblaci0n
colonial, constituyeron la ideal plataforma de lucha y de alianzas, en la cual los diversos grupos
£tnicos lograron identifi- car sus propios intereses68. Atraidos por un programa amplio en que se
les ofretia que «no habrian mäs Aduanas, ni alcabalas, ni repartos, ni tributos, ni mita de Potosx»,
tanto indios, mestizos, zambos y mula- tos como criollos e inclusive espanoles (casados con criollas
acaudala- das)69fueron captados para la causa rebelde. Decir que la rebeliön de Tüpac Amaru fue
una «rebelion indigena» es por lo tanto inexacto. 
Los juicios que se abrieron a 73 reos envueltos en la rebeliön demos- traron ser una fuente
valiosa para la identificaciön de los participantes. En base al lugar de origen, actividad econömica,
status civil, edad y el registro de la casta de los involucrados en el movimiento, se pudo con- statar
la composiciön social mixta de la dirigencia70. Comprobamos entonces que el impacto adverso de
las reformas borbönicas sobre la poblaciön colonial fue real. La numerosa presencia de chacareros
in- dios y mestizos (20), de artesanos (tejedores, sastres, tintoreros, her- reros, pelloneros,
frisaderos) (10), de mestizos arrieros (7), hacenda- dos criollos (3), mineros criollos (2), obrajeros
espanoles (2) es un claro indice de ello71. 
Sin embargo, el nivel de participaciön de los diferentes grupos etnicos dentro de la rebelion no
fue el mismo. Si bien el apoyo del sector indigene fue masivo, debe quedar claramente
establecido que su par- ticipation en la esfera de las decisiones fue muy limitada. En contraste,
los criollos y espanoles que se vieron envueltos en el movimiento tu- vieron una situaciön
privilegiada al asignärseles tareas adyacentes al enfrentamiento belico, colocandolos en cargos
estrat£gicos como es- cribanos, administradores, armeros. Su participation por lo tanto, a pesar de
ser numericamente menos significativa (10), se dio en la es- fera de las decisiones, sobretodo en
los albores de la rebelion72. Solo la elite indigena estuvo en posiciön de desempenar un papel
prominente en la rebeliön como lideres de las comunidades bajo su control. Jos£ Gabriel Tupac
Amaru era cacique de Tungasuca, Pampamarca y Sur- nama. Ocho caciques mäs, quienes le
brindaron su apoyo, se vieron procesados junto con el. Procedian de las parroquias del Cuzco y
de las provincias de Quispicanchis y Tinta73. Sin embargo, la participa- ciön de estos dos ültimos
sectores sociales (criollos y caciques), no fue la misma a lo largo de todo el movimiento. Esto se
debe a que el feno- meno de la rebeliön no fue uniforme, y parte de su complejidad justa- mente
radica en haber atravesado por dos fases, posibles de ser identi- ficadas. 
d) Las fases del movimiento 

Se puede efectivamente distinguir dos fases dentro del movimien- to. La primera, que
denominaremos fase cuzquena ο quechua, fue la que encabezö el cacique Tüpac Amaru, reclutando
para ello su diri- gencia de las provincias cuzquenas de Canas y Canchis, Quispican- chis, Paruro, y
Calca y Lares. Durante esta fase la rebelion partiendo de Tinta se expandiö hacia las provincias bajo
peruanas y la regiön del Collao74. La segunda fase, que se initiö luego de la prisiön del cacique
Jose Gabriel, tuvo dos rasgos distintivos. Por un lado, en ausencia del cacique de Tinta, la direcciön
del movimiento fue ejercida conjunta- mente por Diego Tüpac Amaru, Andres Mendigure, y
Miguel Bastidas. Por otro lado, fue durante esta etapa que se materializö el apoyo de las tropas
aymaras de Larecaja, Sicasica, Omasuyos y Pacajes, las cuales bajo la conducciön de Julian Apaza
Tupac Catari hicieron posi- ble el avance hacia el Alto Peru75. 
Indudablemente existieren coincidencias y contrastes entre las dos fases del movimiento. Con
relation a los puntos de coincidencia he- mos podido advertir que el factor parentesco fue de
primordial im- portancia para la organizacion y expansiön del movimiento, tanto en la fase
cuzquena como en la aymara76. No s61o Jose Gabriel Tupac Amaru, sino tambien Tupac Catari se
garantizaron contar con el apoyo de sus familiares mas cercanos, asignändoles cargos de confianza
den- tro del movimiento. Un segundo punto de coincidencia entre ambas fases lo encontramos en la
significative presencia de arrieros, «viajan- tes y trajinantes» vinculados a las rutas comerciales del
sur andino. Hemos logrado identificar un total de 13, nueve para la primera fase y cuatro para la
segunda. Tambien se vieron envueltos en ambas fases numerosos artesanos y chacareros quienes,
como ya hemos senalado, estaban siendo sometidos a registros y revisitas. Mientras veinte cha-
careros y diez artesanos participaron de la primera fase del movimien- to, hemos logrado identificar
la presencia de siete chacareros y cuatro artesanos en la segunda fase77. 
Los contrastes entre ambas fases se dieron principalmente a nivel de la composiciön social de
la dirigencia, de la factibilidad de la alianza con los sectores criollos y de los mecanismos de
aprovisionamiento. La primera fase tuvo elementos elitistas dentro de la estructura de su di-
rigencia. La presencia de un espanol, 9 Criollos y 8 caciques confirman este hecho. Es mäs, los 4
asesores de Tüpac Amaru encargados de re- dactar las proclamas y comunicados eran escribanos de
profesiön78. Durante la segunda fase por el contrario, la dirigencia estuvo funda- mentalmente en
manos de mestizos e indigenas. El juicio seguido a los 32 reos de la segunda fase quienes fueron
hechos prisioneros en el santuario de Las Penas (Omasuyos), no evidencia la presencia ni de
espanoles ni de caciques, y s61o aparece registrado un criollo, quien junto a un estudiante mestizo
hadan las veces de escribanos, pero sin serlo de profesiön79. 
En lo referente a los mecanismos de aprovisionamiento necesarios para la manutenciön de las
tropas rebeldes, Tüpac Amaru al formar parte de la £lite indigena estuvo en condiciones de solicitar
a los caci- ques vecinos que le proporcionaran viveres80. Las referencias indican que los caciques
«lo ayudaron con todo». Mientras tanto Tupac Catari, al ser un indio del cotntin, optö por promover
la elecriön de alcaldes de indios con el piop0sito de que consiguieran soldados y provisiones.
Ademüs, siendo su tio Nicolis Apaza proveedor de coca, estuvieron en condiciones de montar tin
comercio clandestino de coca y vino que les permitiö financiar el movimiento81. 
La contracdön que experimentaron los sectores criollos frente a la rebeliön se hace patente en
la ausencia de los mismos durante la se- gunda fase del movimiento. Tüpac Amaru al ser un cacique
acomo- dado estuvo en posiciön de relacionarse con los sectores criollos cuz- quenos, quienes lo
apoyaion en la etapa temprana del movimiento. Hubo cierta expectativa por parte de los sectores
criollos de ver como se desenvolvia el movimiento. Luego de los primeros reveses de la re- beliön,
el apoyo criollo se fue debilitando registrändose numerosas deserciones de criollos, quienes en un
principio habian respaldado a Tüpac Amaru82. En la segunda fase del movimiento se desarrollö un
sentimiento anti-hispänico e inclusive anti-criollo. Las tropas aymaras demostraron ser mäs
radicales que el ej6rdto quechua, frente a la po- blaciön «blanca». Ello puede explicar la ausencia
de criollos en su diri- gencia. El ataque al enemigo bianco no discriminö a los cterigos, siendo
varios edesiästicos muertos por las tropas altoperuanas83. 
i Porqu^ la gran rebeliön estallo en el stir andino? Consideramos que el sur andino fue la regiön
donde se acumularon las contradicdones coloniales. Sölo las provincias del sur andino estuvieron
sometidas a la mita de Potosi. Ademäs, concentrindose en esta regiön la poblaciön indigene
colonial, la masa de tributaries era la mäs alta del Virreinato. Si a 6sto le sumamos el reparto, las
presiones econömicas eran consi- derables. Al transferirse en 1776 el Alto Perü al Virreinato del
Rio de la Plata (Buenos Aires), hubo un debilitamiento de las tradidonales re- des comerciales que
unian el sur andino84. La creaciön de aduanas a partir de 1775 en adelante en el circuito Cuzco-
Potosi y el incremento de alcabalas al que se sumö el nuevo esquema de alcabalas, tenninö por
desestabilizar el sistema econömico regional. Dado el alcance de la disrrupciön econömica, una
rebeliön de las dimensiones descritas sölo habria podido prender en el sur andino peruano85.

M) John Lynch, Spanish Colonial Administration 1782-1810, New York 1969, p. 43.
Consültese tambi£n Guillermo Cispedes del Castillo, Lima Buenos Aires: Repercuciones
Economises y Politicas de la creaciön del Virreinato de La Plata, Sevilla 1947, y Magnus Mör-
ner, Perfil de la sociedad rural del Cuzco a fines de la colonia, Lima 1980. 
") OFhelan Godoy, Rebellions and Revolts . . ., p. 407 s. Unauthenticated 

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