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LOS FILETEADOS

Quisimos seleccionar para esta


colección un poco de poesía, ilusiones,
aventuras, realidades mentirosas como
los sueños y sueños de ésos que
suelen ser verdaderos, el oriente, la
calle, el pasado, el más allá, noches,
crónicas, canciones... En fin, todo lo
que hoy vive aquí aunque no haya
nacido aquí, lo que gusta a la gente
por su lengua, por su sonido, por su
forma de estar escrito (y las más de
las veces de no estar escrito, sino de
pasar de boca en boca), por lo que los
textos dicen y por lo que no dicen.

Eso sí, en tamaño para la cartera de


la dama y el bolsillo del caballero. ¿Y
cómo es eso? Es un libro fileteado
dondexconvive el dragón con el
camioncito y extraños pájaros azules
con los bamboleos del colectivo.

Hace mucho comenzaron los filetes a


rodar por las calles de Buenos Aires,
en los carros de verduleros y
lecheros, después en camiones que
recorrían todos los caminos y en la
parte de atrás llevaban frases con
letras llenas de rulos. Después fueron
los colectivos, por dentro y por fuera,
hasta que un día les prohibieron los

Slletes. Como en los antojos de los


cuentos de hadas, no le gustaban al
rey de turno.

Rueda más, caballo menos, los


libros pueden viajar más lejos que
cualquier vehículo, y llevar de aquí
para allá a muchísima gente. Y
entonces le dijimos a Martiniano Arce:

“Déle maestro, ¿nos filetea unos


libros?”, porque nos pareció justito.

MOLESTAMOS SU ATENCIÓN

A toda la linda gente cordobesa


que actúa, titiritea y canta
por donde va pudiendo.

A la memoria de Cacho y Shuto.

Viva el Canguro empezó a nacer en


el año 70. Personajes como Mufadrilo
O la pulga Amapola se pasearon por
la pantalla del Canal Universitario de
Córdoba durante dos años en un
programa que se llamó Pipirrulines.
Silvina Reinaudi construyó el yacaré,
tamaño mano, en aquella época.
Alberto Cebreiro abonó con su mejor
mufa la que estaba en los libretos.

Años después otros dos titiriteros de


buena cepa, Clara Leiberman y Chacho

Saubidet, empezaron a tocarme el


hombro para hacer una obra de teatro
de muñecos para públicos masivos. Y

allí se añadió un plástico, Lolo


Amengual.

La obra tomó forma y durante


meses viajé a Buenos Aires, desde
Córdoba, para ver cómo se tallaban
los muñecos, cómo iban cobrando
presencia. Todo se hacía a mano. Lolo
manejaba el espacio con aparatos
extraños y lograba que el pueblo se
abriera y cerrara como un abanico.
Chacho y Clara se perdían en tallados
y texturas, se habían convertido en
Canguros, en pingúinos, en flamencos.

Cuando en 1974 la obra fue ofrecida


a un teatro oficial, el sueño empezó a
desgranarse. Tras muchas vueltas y
Un primer sí, no fue aceptada. Los
canguros se habían convertido en
realidad y cualquier ficción que los
nombrara empezaba a dar ojeriza. Y
se vino el golpe militar de 1976 con su
oscura historia. Después, cada tanto,
me picaba la curiosidad sobre esta
obra que dormía en un cajón mientras
los muñecos lo hacen aún en una

casa de la calle Chacabuco. Quizás


fue un proyecto demasiado grande.

Empujada desde distintos costados,


desempolvé el texto, y con el amén

logrado en varias rondas de consultas


(gracias, Silvina Reinaudi) me decidí a
publicarla. El envión final me lo dio
esta carta que me afirmó en la
necesidad de retomar hilos
aparentemente cortados, temas
soslayados, de crear nuevos espacios
para prácticas estimulantes y
creativas. Gracias, Lilia Lardone:
“Puede resultar una burrada o una
antigúedad total ¿pero no se podría
proponer Viva el Canguro para teatro
leído o radioteatro? Con toda la
parafernalia electrónica existente en
muchas casas de familia, sugerir
como desafío inventar los ruidos (más
de un jovencito se prendería) y leer el
texto en grupo, familiar o comunitario.
La obra está tan bien armada que no
son necesarias ni la escenografía ni
las caracterizaciones para reírse e

interesarse. El texto marca claramente


la personalidad de cada bicho y no
hace falta nada más que ganas de

«meterse» en alguno para que tenga


vida. El tema da para todas las

edades, como para compartir en un


fin de semana por los vecinos. Tal vez
es loco y sesentista, pero si a mí me
invitaran a hacer algo así, agarro viajé

en seguida.”
Laura Devetach

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