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El político
Fue al grano. Me contó que era un influencer que se dedicaba a las finanzas
y que en los albores de la democracia había militado en política en un grupo de
jóvenes que conformaron una unión para producir una apertura universitaria
hacia perspectivas políticas de derecha, que tanto por entonces como ahora se les
llamaba “centro”, por eso de que en la política argentina el eje está corrido hacia
la izquierda, de modo tal que la derecha es, como decía, el centro, el centro pasa
por ser izquierda, y la auténtica izquierda está caída del mapa. Contó también
que en esos tiempos lejanos su nombre salía mucho en los diarios, pero que luego
de largar todo se dedicó a viajar, hacer dinero y leer. Que le gustaba hacer dinero,
pero que no quería explotar a nadie y por eso (“como liberal que soy”) no le
quería quitar la plusvalía a ningún obrero, sino que hacía trabajar al propio
dinero, su capital, multiplicándose por sí mismo. Inversiones bursátiles,
criptomonedas, títulos de deuda pública de países emergentes (“no me gusta eso
de subdesarrollados”), apuestas conservadoras y otras arriesgadas. Nunca ir a todo
o nada. Marchar sobre seguro, aunque en el mercado él pasara por ser un tipo
jugado y de ahí su prestigio entre un nicho selecto que se mueve mejor en las
sombras.
- Espero no haberlo cansado, Zonzini. Esto es para que sepa quién soy. Y
que va a cobrar por su trabajo. Va a cobrar bien. Ahora quiero que me escuche:
esto es lo que quiero.
No lo dije yo: lo dijo él. Me mostró en su celular una foto, me hizo leer de
la pantalla un nombre y un apellido. El encargo era concreto, las instrucciones
eran claras, estaba el sujeto soñado con integridad minuciosa y prefijado su
destino: yo debía construir la figura que lo impusiera a la realidad. Un desafío, no
parecía difícil, aunque fuera un desafío arduo, de esos que prometen emociones y
mucho trabajo. Me dio un plazo y me dijo una cifra que superaba lo que pensaba
pedir. Iba a darle la mano para acordar –porque el Manager no firma contratos-
cuando recogió la suya que me había extendido, y me dejo pagando:
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No fue la primera vez que recibí encargos vinculados a la política. En
realidad recibí bastantes. No quiero decir que recibí más de la farándula que de la
política, porque ¿cuál es el límite entre la farándula y la política? Pero no tomé
siempre todo lo que se me ofreció: el Manager es selectivo. Una vez me llamó un
empresario de la obra pública vial ligado a la política y en conflicto con la ley
penal. Lo mandó un abogado mediático que no quiso tomar su caso pero le hizo
esta oferta “en combo” al empresario: que lo defendiera otro abogado mediático y
que yo me ocupara del control de daños en los medios. Se empezaron a hablar de
cifras de siete dígitos en dólares, la codicia ganó al segundo abogado mediático,
que exigió triplicar esa cifra para tomar el caso. A mí de entrada no me interesó el
asunto ni el representado: hice mutis por el foro. El empresario cayó preso y el
segundo abogado mediático se quedó sin el caso. Hasta llegó a tentarme para que
operara en los medios contra el empresario, para apretarlo a que lo contratara
como defensor. Ni le contesté y lo tuve bloqueado un tiempo para que no pudiera
hacerme más propuestas indecorosas.
No les voy a contar cómo fue que hice invitar a Miguel a dos o tres
programas aburridos de temas de actualidad y económicos en unas FM que nadie
escucha, pero cuyos podcasts quedan subidos a la web para siempre. El Manager
no cuenta sus secretos de cocina. Lo hice invitar siempre junto con otro perejil
ante el cual se pudiera lucir. Una vez que tuve ese material para mostrar, hice
interesar en este sujeto a otros periodistas especializados en economía y finanzas,
pero de medios nacionales. Claro que, para disimular, lo metía en una bolsa junto
con otros aspirantes a economistas mediáticos. Pero hice una jugada de pinzas:
aprovechando que contaba con todos los recursos que pedía, me propuse fijarle
algún signo especial a su imagen física, anticipándome a que en algún momento
saltaría de las radios y los diarios a la televisión. Entonces, arreglé que se le
aproximaran, en el curso de algunos meses, varias chicas que so pretexto de ser
estudiantes de Económicas, lo entrevistaran y le coquetearan, pero con el
cometido de conseguir que modificara su peinado achatado con gel y raya al
costado, por otro diseñado por los más avanzados estilistas experimentales de
París y Milán. Creo que a esta altura saben que la obsesión por el peinado es una
característica del Sello del Manager. Conseguido esto, Miguel estuvo listo para
llegar a la pantalla. Acá vale decirles que, para ocultar mejor mi tarea, había
tomado con honorarios irrisorios la instalación de varios opinólogos mediocres
entre los cuales introducía a Miguel al momento de suministrar invitados a las
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productoras ávidas de contenidos y que siempre me preguntan si tengo a mano
gente para invitar. Con lo que me pagaba Rigodón, la cuenta estaba saldada con
creces. Y así llegó a los estudios de televisión: primero los de streaming, luego a
los canales de cable y de inmediato a los de aire.
Yo contaba con algo que era parte intrínseca del sujeto: Miguel tenía las
mismas ideas que Rigodón quería difundir y mi tarea era darle espacio para que
se explayara. Pero ¿cómo intervenir en las líneas de su discurso, las extrínsecas,
sin poder darme a conocer, sin participar directamente de su construcción
mediática? Él debía creer, todo el tiempo, que se estaba armando solo: no tenía
que notar los tirones de la tanza invisible que lo conducía. Le hice saber esto a
Rigodón –a través del contacto que me lo había presentado- y por la misma vía
me llegó otra cita en un bar de Puerto Madero.
- ¿Algo más?
- Usted me dijo que necesitaba que este sujeto creara una cofradía, un
espacio de pertenencia, y que tenía que hallar una palabra que definiera al amigo
y al enemigo. Me gustaría generar algo que fuera como “civilización o barbarie”.
- Que definamos a los que están con él con alguna palabra. Si la vida en la
sociedad es una jungla, como se dice en la calle, y él es el “humano”, la
civilización, entonces, los que no estén con él (la barbarie) tienen que ser… la
fauna. Y así confrontamos al hombre, lo civilizado, con los bárbaros salvajes de la
jungla, los que se comerían al hombre si este no se impusiera.
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- Por ahora, esto es todo lo que necesito. ¿Pero cómo consigo que Miguel
llegue a hacerlo?
- Déjemelo a mí. Usted esté atento a los contenidos que van a generar con
Miguel estos dos portales de noticias.
El mozo trajo una cuenta escandalosa (unos cincuenta dólares por dos
cortados con cuatro medialunas) que Rigodón pagó en efectivo antes de
escabullirse en un taxi, saludándome desde lejos con su brazo haciendo una L.
* * *
Tras unos días vi que uno de esos portales prometía un vivo por Instagram
entre Miguel y uno de esos economistas que vienen errando todos los pronósticos
económicos desde la convertibilidad hasta el presente, porque no hacen
periodismo sino que militan a sueldo para el establishment, imponiendo
ministros, debilitando gobiernos, haciendo lobby empresario. Y bueno: el
Manager a veces la troskea…
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un poco de mesura, pero otra lluvia de corazoncitos inundó la pantalla. Los
espectadores subieron a 231: el portal recogía en simultáneo en Twitter las
afirmaciones de los dos expertos, e hizo tendencia de esa hora al hashtag
#Miguelselabanca. Ya habían llegado a 451 cuando el Economista en Joda le tiró
otro estoque: “Soy honesto y además tengo los huevos así de grandes para
hacerme cargo de las afirmaciones que hice en veinticinco años de carrera. No sé
cuántos podrán decir lo mismo. No veo a ninguno por acá.” Los comentarios
reprobatorios al Economista en Joda no dejaban ver los rostros de los dos
panelistas, pero ante 722 espectadores, Miguel no se contuvo: “Detrás de una
pantallita somos todos gladiadores: ¿por qué no nos encontramos cara a cara en
un estudio, en vivo, y tenemos este mismo debate y vemos quién tiene los huevos
más grandes?” “Cuando quieras, donde quieras”, le dijo el Economista en Joda.
“Viejo pelotudo poné la fecha y te agarro con una mano atada atrás, forro.” Fue la
apoteosis de corazoncitos y aplausos a Miguel. Los 855 espectadores con que
concluyó bruscamente el vivo se multiplicaron, en sólo 24 horas, en 10.687
reproducciones, y en otras 24 horas más habían sobrepasado las 30.000 una vez
que algunos medios de buena audiencia comentaron el debate como un hecho
pintoresco.
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Twitter, Instagram y Facebook luego subidas al canal Youtube de Miguel. En
estas convocatorias se realizaban instalaciones artísticas con horcas, ataúdes,
bolsas de residuos simulando contener cuerpos humanos, guantes de goma
rellenos (pues proponían cortarle la mano a los ladrones), elefantes inflables,
jaulas encerrando siluetas con los nombres de diputados y ministros y varios
etcétera. Los asistentes eran rockeros que habían virado del punk al RAC (Rock
Against Communism), lúmpenes de barrios populares que cultivaban el Cosplay,
confundidos varios, desencantados a granel, inventores obsesos que reclamaban
patentes por genialidades no reconocidas, adolescentes en conflicto con la
autoridad parental y adultos mayores solos y solas que, cansados de martirizar a
los vecinos del consorcio, decidían salir a la arena pública gritando en una plaza
contra vacunas y tecnologías chinas. Una de esas reuniones fue amenizada por
una banda de rockeros de garaje que hacía covers de bandas europeas como
Batallón de Castigo y Hauptkampflinie. Un partido provincial vio la oportunidad
y lo invitó a dar una charla, y luego otro lo subió al escenario en un acto, y luego
otro le ofreció una precandidatura. Las giras se hicieron nacionales. Para más
fulgor, consiguió ponerse de novio con una cantante de música tropical, y el
romance generó todas las expectativas en las clases menesterosas: demostraba la
concreta existencia de la movilidad social ascendente, del príncipe de ojos
celestes que venía a rescatar a una cenicienta popular.
Rigodón dejó sobre la mesa un sobre con muchos billetes bien usados, sin
numeración corrida.
- Antes de gastarlos, fíjese que hay uno con su numeración subrayada con
fibrón: es la clave de acceso a una fracción de un Bitcoin. Atención de la casa.
- Gracias.
- Si lo he visto no me acuerdo.
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El capítulo termina acá en lo que tiene que ver con mi trabajo como
Manager. Pero me gusta contar lo que pasó después, porque uno trabaja para
imponer seres a la realidad y cobran vuelo propio. Los medios recogían cada una
de las declaraciones virulentas de Miguel, como si fuera una estrella de rock en
conflicto con la generación de sus padres. Atacó a un gobernador diciéndole que
era un parásito, y que no pararía hasta verlo “arrastrándose como chancho por el
lodo”; a una periodista que en una entrevista colectiva lo retrucó le recomendó
que se fuera “a lavar los platos con la lengua, que es lo único para lo que servís.”
Organizó una fogata con boletas de impuestos en una plaza, y pronosticó que “en
hogueras como esta quemaremos a los políticos chupasangre que esquilman a la
gente emprendedora.” En un almuerzo de Mirtha Legrand dijo que la aprobación
de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo “le va a costar al país un
nuevo hospital por año en abortos gratuitos y pastillas del día después” para
luego agregar, sin despeinarse, que “cada cual tiene derecho a hacer con su
cuerpo lo que se le canta el culo pero sin hacerle gastar guita al Estado.” Por
idénticos motivos propuso un mercado libre y desregulado de sangre, semen,
médula ósea y óvulos. “¿Acaso con el pelo ya no se hace lo mismo?”
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sentido común. Mejor que las virulentas sentencias cotidianas de Miguel. Luego,
propuestas económicas explicadas con la claridad de Rigodón, sin insultos, y
tomas de posición que contradecían cada una de las que iba adoptando Miguel:
de ese modo, las aguas internas del espacio político compartido se fueron
caldeando y, también, dividiendo. Los alfiles de cada uno se cruzaron, las redes
sociales se poblaron de guapos detrás de las pantallitas. Cada faltazo de Miguel a
una sesión del Congreso era aprovechada por Rigodón para explicar cómo
hubiera debido votarse en cada proyecto para mejor defender al liberalismo. Esto
lo hacía en intensos streamings en vivo, en los cuales aparecía acariciando a su
gato Alberdi sentado sobre la falda. En poco tiempo las posturas eran tan
irreconciliables que no se podía entender que pertenecieran a la misma alianza.
Súbitamente le estallaron los escándalos a Miguel: empleo de prebendas estatales,
violencia de género, reivindicación de los genocidas presos por delitos de lesa
humanidad, plagio de un libro entero, fondos de campaña de origen difuso. Cayó
en las encuestas vertiginosamente. Rigodón hizo leña del árbol caído. Tras ello, se
postuló como precandidato presidencial en el mismo espacio y exigió internas
abiertas, picando en punta en las encuestas. Mientras Miguel se defendía de
acusaciones y atajaba las defecciones de seguidores, Rigodón recogía a estos
desencantados y comenzaba a caminar el país, fotografiándose en las redes
sociales con exponentes la juventud de las oligarquías provinciales extraídos de
las universidades privadas confesionales y los campos de polo. No descuidó,
tampoco, las fotos debatiendo amablemente con oficialistas y opositores, desde el
peronismo hasta la extrema izquierda. Como un estadista.
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