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Cafetal

Óscar Baños Huerta

Nunca te quedes en el cerro cuando anochezca, decía la abuela cada día antes de que me
dirigiera a ayudarle a mi abuelo en el trabajo. La verdad es que yo no tenía miedo. Conocía
todos los caminos, los arroyos, las peñas. Sabía cómo cuidarme de los animales peligrosos y
la manera de evitarlos.

Dicen que tiene los pies al revés, sus huellas despistan a quien se atreve a seguirle el rastro.
En lo más oscuro del monte se escucha su largo grito que hace callar todos los sonidos.

Pude oír aquel alarido al caer la tarde algunas veces. Parecía lejano, así que no me dejé llevar
por el temor y me encaminé a la casa lo más tranquilamente que pude, tratando de
convencerme de que todo estaba bien y que aquello que merodeaba en la espesura era
únicamente un animal como los otros, quizá menos común, pero para nada como la gente
contaba.

El abuelo cayó enfermo, la temporada de lluvias había llegado y sus viejos huesos no le
permitían moverse del todo bien. Cada estación lluviosa yo notaba la forma en la que se
deterioraba, la humedad lo entumía, era como si alguien hubiera atado con lazos sus
extremidades impidiéndole caminar.

Apenas clareaba salía del jacal que compartía con los abuelos. Yo mismo había decidido vivir
con ellos pues no tenían compañía y la casa de mis padres estaba al menos a treinta minutos
de ahí.

Una tarde, ya casi a la hora en la que solía regresar escuché el grito del ser desconocido más
cerca. La imprudencia hizo que en vez de dirigirme al jacal en el que vivía fuera en dirección
del extraño sonido. Avancé por lo menos quince minutos antes de que volviera a escucharlo,
y todavía tuve que andar aproximadamente doscientos metros entre la vegetación para
contemplar al responsable.

En medio de un gran cafetal que no había visto antes, lo encontré. No era muy alto. Llevaba
un cayado como el que usan los pastores. Sólo usaba un taparrabos. Su cabello era del color
de las cerezas del café, que él no dejaba de comer. Cuando se percató de mi presencia su
mirada ámbar pareció traspasarme. No pude moverme y sin embargo, no tenía miedo.

Antes de alejarse lanzó un grito que silenció a toda la sierra y se fue rápidamente, como si no
hubiera obstáculos en su camino. No les conté nada a mis abuelos, temía que me impidieran
ir a esa parte del monte o peor todavía, que no me dejaran salir.

Cada mañana me dirigía hacía el cafetal y esperaba a que apareciera. Él llegó casi todos los
días y se alimentó con cerezas de café. Dejó de emitir aquella especie de aullido y antes de
alejarse comenzó a sonreírme.

Yo decidí acercarme y me llevé una sorpresa, ya que no sólo no escapó sino que su olor, que
yo esperaba que fuera como el de los animales ferales, era el del café recién tostado. Un
aroma penetrante igual que el que llenaba las casas cuando se guardaban los costales en el
tapanco.

Me contó algunos secretos del monte y de sus habitantes. Hablaba de manera pausada.
Durante días compartimos ese lugar y comimos cerezas de café. Me costó un poco
acostumbrarme a su sabor pero terminaron gustándome. Yo me sentía despierto, con la mente
clara. Podía percibir el canto de las aves con precisión y los olores de los animales que se
escondían en la espesura. El trabajo de la tierra no me representa esfuerzo alguno, hacía en
una jornada lo que antes me llevaba la semana entera.

Una tarde aquel ser me pidió que lo acompañara. Corrí tras él librando peñas y arroyos.
Cuando se detuvo, estábamos en la orilla de un voladero desde donde podía verse la sierra
interminable. Miré cómo se alejó dando saltos con aquellos pies maravillosos hasta perderse
muy abajo entre los árboles.

Me quedé solo cada tarde en el cafetal. Esperé su regreso sabiendo que no sucedería. En la
casa de los abuelos me sentía encerrado y buscaba cualquier pretexto para estar afuera y
perderme en la montaña. Sé que notaban algo distinto en mí. Me espiaban creyendo que no
me daba cuenta. Mencionaron que mi aspecto era distinto y también mi olor.
***

Salgo cuando el sol aún no aparece y regreso cuando ya se ha ido. Los huaraches comienzan
a molestarme y apenas me alejo de la casa me los quito y corro por el monte con la certeza
de que nadie podrá seguir mis huellas, que parecen acercarse cuando me alejo.
Semblanza
Óscar Baños Huerta nació en Pachuca. Fue becario de letras por parte del Fondo Estatal para
la Cultura y las Artes de Hidalgo en 2010.

Ganó el primer lugar en el 24 Certamen de Composición Poética “Orquídea de plata” en


2010. Fue columnista y articulista de la revista Chispas para Encender Ideas del Consejo
Nacional de Fomento Educativo.

Su libro Orígenes e historias obtuvo el Premio Internacional de Cuento Mito y Leyenda


“Andrés Henestrosa” en 2013.

El Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo publicó su libro de cuentos cortos A
ras de lona en 2015.

El Programa de Acciones Culturales Multilingües y Comunitarias (Pacmyc) aprobó el


recurso para la publicación de sus libros Los señores de la tierra, publicado en 2017; Palabras
viajeras, 2018, y el libro bilingüe náhuatl-castellano Bernardo y la abuela Venchulina en
2019.

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