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"La filosofía bien trabajada está vinculada sin duda a las ciencias. Tiene por supuesto éstas en el estado más
avanzado a que hayan llegado en la época correspondiente. Pero el espíritu de la filosofía tiene otro origen. La
filosofía brota antes de toda ciencia allí donde despiertan los hombres." Karl Jaspers
(nació en Oldemburgo, 1883 – murió en Basilea, 1969) Psiquiatra y filósofo existencialista
alemán. Aplicó su reflexión al drama humano y a sus problemas principales: la comunicación, el
sufrimiento, la culpabilidad o la muerte, y fue uno de los pensadores que conformaron el existencialismo
y la fenomenología. En el campo de la psicología se alineó junto a Wilhelm Dilthey, e impulsó la
aplicación de la fenomenología en psiquiatría, en la búsqueda de una explicación más subjetiva que
genética de los fenómenos psicológicos. En su opinión, las relaciones humanas deben ser concebidas
como formas de un "combate amoroso" que oscila sin cesar entre el amor y el odio, teoría que le
aproxima al psicoanálisis de Freud.
Estudiante de leyes (1901), Karl Jaspers resolvió finalmente graduarse en medicina tras un largo
viaje a Italia (1902). Durante los años de colegio había leído a Spinoza, de quien aprendió la prudencia
intelectual. En 1908 estudió las obras de Edmund Husserl, y empleó su fenomenología para la
descripción de las experiencias psicopáticas; aun cuando quedara desilusionado de Husserl en cuanto
filósofo (dijo que transformaba la filosofía en ciencia), Jaspers admiraba mucho su método, su rigor
intelectual.
El valor de la filosofía: ¿Qué sea la filosofía? y ¿cuál es su valor? es cosa discutida. De ella se
esperan revelaciones extraordinarias o bien se la deja indiferentemente a un lado como un pensar que
no tiene objeto. Se la mira con respeto, como el importante quehacer de unos hombres insólitos o bien
se la desprecia como el superfluo cavilar de unos soñadores. Se la tiene por una cosa que interesa a
todos y que por tanto debe ser en el fondo simple y comprensible, o bien se la tiene por tan difícil que
es una desesperación el ocuparse con ella. Lo que se presenta bajo el nombre de filosofía proporciona
en realidad ejemplos justificativos de tan opuestas apreciaciones.
Algunas notables concepciones de la Filosofía.
Primero. En materia de cosas filosóficas se tiene a casi todo el mundo por competente. Mientras que
se admite que en las ciencias son condición del entender el estudio, el adiestramiento y el método,
frente a la filosofía se pretende poder sin más intervenir en ella y hablar de ella. Pasan por preparación
suficiente la propia humanidad, el propio destino y la propia experiencia.
Hay que aceptar la exigencia de que la filosofía sea accesible a todo el mundo. Los prolijos caminos de
la filosofía que recorren los profesionales de ella sólo tienen realmente sentido si desembocan en el
hombre, el cual resulta caracterizado por la forma de su saber del ser y de sí mismo en el seno de éste.
Segundo. El pensar filosófico tiene que ser original en todo momento. Tiene que llevarlo a cabo cada
uno por sí mismo. Una maravillosa señal de que el hombre filosofa en cuanto tal originalmente son las
preguntas de los niños. No es nada raro oír de la boca infantil algo que por ser sencillo penetra
inmediatamente en las profundidades del filosofar. He aquí unos ejemplos.
Un niño manifiesta su admiración diciendo: "me empeño en pensar que soy otro y sigo siendo siempre
yo". Este niño toca en uno de los orígenes de toda certeza, la conciencia del ser en la conciencia del
yo. Se asombra ante el enigma del yo, este ser que no cabe concebir por medio de ningún otro. Con
su cuestión se detiene el niño ante este límite.
Otro niño oye la historia de la creación: Al principio creó Dios el cielo y la tierra..., y pregunta en el acto:
"¿Y que había antes del principio?" Este niño ha hecho la experiencia de la infinitud de la serie de las
preguntas posibles, de la imposibilidad de que haga alto el intelecto, al que no es dado obtener una
respuesta concluyente.
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Otra niña, que va de visita, sube una escalera. Le hacen ver cómo va cambiando todo, cómo pasa y
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desaparece, como si no lo hubiese habido. "Pero tiene que haber algo fijo... que ahora estoy aquí
subiendo la escalera de casa de la tía siempre será una cosa segura para mí." El pasmo y el espanto
ante el universal caducar y fenecer de las cosas se busca una desmañada salida.
Tercero. El filosofar original se presenta en los enfermos mentales lo mismo que en los niños. Pasa a
veces —raras— como si se rompiesen las cadenas y los velos generales y hablase una verdad
impresionante. Al comienzo de varias enfermedades mentales tienen lugar revelaciones metafísicas de
una índole estremecedora, aunque por su forma y lenguaje no pertenecen, en absoluto, al rango de
aquellas que dadas a conocer cobran una significación objetiva, fuera de casos como los del poeta
Hölderlin o del pintor Van Gogh. Pero quien las presencia no puede sustraerse a la impresión de que
se rompe un velo bajo el cual vivimos ordinariamente la vida. A más de una persona sana le es también
conocida la experiencia de revelaciones misteriosamente profundas tenidas al despertar del sueño,
pero que al despertarse del todo desaparecen, haciéndonos sentir que no somos más capaces de ellas.
Hay una verdad profunda en la frase que afirma que los niños y los locos dicen la verdad. Pero la
originalidad creadora a la que somos deudores de las grandes ideas filosóficas no está aquí, sino en
algunos individuos cuya independencia e imparcialidad los hace aparecer como unos pocos grandes
espíritus diseminados a lo largo de los milenios.
Cuarto. Como la filosofía es indispensable al hombre, está en todo tiempo ahí, públicamente, en los
refranes tradicionales, en apotegmas filosóficos corrientes, en convicciones dominantes, como por
ejemplo en el lenguaje de los espíritus ilustrados, de las ideas y creencias políticas, pero, ante todo,
desde el comienzo de la historia, en los mitos. No hay manera de escapar a la filosofía. La cuestión es
tan sólo si será consciente o no, si será buena o mala, confusa o clara. Quien rechaza la filosofía,
profesa también una filosofía, pero sin ser consciente de ella.
¿Qué es, pues, la filosofía? La palabra griega filósofo (philósophos) se formó en oposición a
sophós. Se trata del amante del conocimiento (del saber) a diferencia de aquel que estando en posesión
del conocimiento se llamaba sapiente o sabio. Este sentido de la palabra ha persistido hasta hoy: la
búsqueda de la verdad, no la posesión de ella, es la esencia de la filosofía. Filosofía quiere decir: ir de
camino. Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, y toda respuesta se convierte en una
nueva pregunta.
Hoy es posible, hablar de la filosofía. el sentido de la filosofía es:
1. Ver la realidad en su origen;
2. apresar la realidad conversando mentalmente conmigo mismo, en la actividad interior;
3. abrirnos a la vastedad de lo que nos circunvala;
4. osar la comunicación de hombre a hombre sirviéndose de todo espíritu de verdad en una lucha
amorosa;
5. mantener despierta con paciencia y sin cesar la razón, incluso ante lo más extraño y ante lo que
se rehúsa.
La filosofía es aquella concentración mediante la cual el hombre llega a ser él mismo, al hacerse
partícipe de la realidad.
Bien que la filosofía pueda mover a todo hombre, incluso al niño, bajo la forma de ideas tan
simples como eficaces, su elaboración consciente es una faena jamás acabada, que se repite en todo
tiempo y que se rehace constantemente como un todo presente —-se manifiesta en las obras de los
grandes filósofos y como un eco en los menores. La conciencia de esta tarea permanecerá despierta,
bajo la forma que sea, mientras los hombres sigan siendo hombres.
La filosofía debe, pues, justificarse. Pero esto es imposible. No puede justificarse con otra cosa
para la que sea necesaria como instrumento. Sólo puede volverse hacia las fuerzas que impulsan
realmente al filosofar en cada hombre. Puede saber qué promueve una causa del hombre en cuanto
tal tan desinteresada que prescinde de toda cuestión de utilidad y nocividad mundanal, y que se
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realizará mientras vivan hombres. Ni siquiera las potencias que le son hostiles pueden prescindir de
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pensar el sentido que les es propio, ni por ende producir cuerpos de ideas unidas por un fin que son un
sustitutivo de la filosofía, pero se hallan sometidos a las condiciones de un efecto buscado —como el
marxismo y el fascismo. Hasta estos cuerpos de ideas atestiguan la imposibilidad en que está el hombre
de esquivarse a la filosofía. Ésta se halla siempre ahí.
La filosofía no puede luchar, no puede probarse, pero puede comunicarse. No presenta
resistencia allí donde se la rechaza, ni se jacta allí donde se la escucha. Vive en la atmósfera de la
unanimidad que en el fondo de la humanidad puede unir a todos con todos.
En gran estilo, sistemáticamente desarrollada, hay filosofía desde hace dos mil quinientos años
en Occidente, en China y en la India. Una gran tradición nos dirige la palabra. La multiformidad del
filosofar, las contradicciones y las sentencias con pretensiones de verdad, pero mutuamente
excluyentes no pueden impedir que en el fondo opere una Unidad que nadie posee, pero en torno a la
cual giran en todo tiempo todos los esfuerzos serios: la filosofía una y eterna, la philosophia perennis.
A este fondo histórico de nuestro pensar nos encontramos remitidos, si queremos pensar
esencialmente y con la conciencia más clara posible.
Hannah Arendt (1906-1975) es una pensadora de cultura alemana y origen étnico judío. Estudió
latín, griego, teología y, con Jaspers y Heidegger, filosofía. Con la llegada al poder de Hitler tuvo que
exiliarse y pasó varios años en Francia; logró salir de Europa en el último momento y fue recibida en
los Estados Unidos, donde desarrollaría una intensiva actividad intelectual. En el plano personal, tuvo
una relación con el propio Heidegger, estuvo casada brevemente con Günther Stern y después, en el
exilio en París, encontró al que sería su compañero y marido para el resto de su vida, Heinrich Blücher,
un refugiado como ella, un ex comunista que ni siquiera se había sacado el bachillerato pero que resultó
un magnífico interlocutor para los temas políticos. No era de origen judío.
Hannah Arendt se interesa sobre todo por la teoría de la política, pero ya que sus escritos tratan
de qué es ser humano, cómo funciona la convivencia social y qué es característico de la vida intelectual,
en realidad se puede sacar de sus escritos una filosofía de la educación. Arendt no se preocupa por
mantenerse dentro de tal o cual campo disciplinar porque su meta es comprender el mundo valiéndose
de su propia mente. La palabra alemana que usa es Selbstdenken, el pensar por sí mismo, una
expresión tomada de Lessing. En lo propiamente filosófico, Arendt cita en particular el pensamiento de
Sócrates y Kant. Quiere mejorar el pensamiento más que enseñar tal o cual contenido. El punto de
partida de una reflexión suele ser algún dato histórico y el resultado se caracteriza por la imparcialidad.
Arendt escribe dentro de la tradición occidental, y nada parecerle serle ajeno: la filosofía, la
religión, la historia, la literatura, la etimología y en particular todo lo relacionado con la Antigüedad.
También reflexiona sobre las revoluciones americana y francesa, el antisemitismo, el imperialismo, el
nazismo y el comunismo soviético. Además, escribe una gran cantidad de artículos que comentan
hechos políticos de relevancia, como la creación del Estado de Israel, el juicio a Eichmann, el mayo del
68 o la política norteamericana durante la guerra del Vietnam. Elaborará una antropología en La
condición humana (1958).
Pensar por sí mismo: En los textos sobre Kant y en el primer volumen de La vida del espíritu
(1978) Arendt desarrolla sus ideas sobre lo que significa pensar. Estructura sus ideas en torno a las
que encuentra en Kant y se detiene en el pensar por sí mismo, el colocarse en el lugar del otro y el
estar de acuerdo con uno mismo.
Arendt considera fundamental, en el ejercicio de la facultad de pensar, la interrelación entre la
percepción y la facultad de crear esquemas o imágenes. Nuestras facultades mentales nos permiten
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crear imágenes y comprender lo que algo sea. Lo que inicia el proceso de pensamiento es la vida
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misma, la experiencia y la observación, y es fundamental adecuar lo que se dice con lo que se observa.
Arendt subraya la importancia de pensar por sí mismo para entender el mundo. La narración y la
valoración son pilares en este pensar por sí mismo.
En cuanto al ponerse en el lugar del otro, nos permite no caer en el egocentrismo. Arendt apunta
que Homero cantó tanto al héroe de los griegos como al de los troyanos, es decir, se mostró imparcial,
y este dato merece ser destacado y relacionado con el avance griego hacia la filosofía y la ciencia.
Arendt habla también de Sócrates y su búsqueda desinteresada de la verdad, y de los desestimados
sofistas, que a pesar de ser enemigos de Sócrates dejaron un valioso legado: la costumbre de dar
vueltas a un argumento para barajar diferentes puntos de vista. Arendt considera que estas posturas
son auténticas virtudes en política. Tanto Kant como Arendt se interesan por el pensamiento como
actividad pública, como la costumbre de dar cuenta de actos y argumentos, por ejemplo, en un contexto
político.
Turno ahora para la no aceptación de contradicciones en el propio pensamiento, que guarda
relación con la aceptación de informarse, valorar los hechos y sacar las conclusiones correctas, por
mucho que no nos agraden. Arendt se interesa por la facultad de juicio, y sostiene que se aprende a
usarla más con la práctica que mediante la enseñanza.
Arendt distingue entre el saber y el pensar. Su interés se centra en éste, que a su vez presupone
a aquél. Asimismo, se concentra en la comprensión. Cree que la vida es comprensión, y que para llegar
a ella es importante valorar. Considera que el negarse a valorar es un defecto importante, una cobardía.
En la vida diaria, todos tenemos que valorar lo que sucede a nuestro alrededor, así es posible valorar.
Además, si no fuéramos capaces de discernir el bien del mal, nuestro sistema jurídico sería impensable,
porque presupone dicha distinción.
Llegados a este punto, podemos sacar algunas conclusiones para la educación según el
pensamiento de Arendt. Arendt pone el énfasis en los conocimientos históricos, literarios, lingüísticos,
en una palabra, humanísticos; pero no como simple acumulación de datos, sino como generadores de
comprensión y valoración de lo que supone ser humano. Cita una y otra vez las palabras de William
Faulkner de que el pasado no está muerto y ni siquiera es pasado; también las de René Char: la cultura
nos es legada sin testamento previo. Lo histórico es la base de la condición humana.
Se puede encontrar una reflexión concreta sobre el modo de operar del pensamiento en la
propia obra de Arendt. Cuando, en 1961, Eichmann fue capturado en Argentina y llevado a Israel,
Arendt pidió a la revista New Yorker que la mandara a Jerusalén para dar cuenta del juicio al que sería
sometido. Eichmann en Jerusalén salió en 1963 con el subtítulo "La banalidad del mal", que generó no
poca controversia. En ese libro, Arendt viene a ser un ejemplo de alguien que se informa y que elabora
conceptos; que se coloca en el lugar del otro; y que no acepta la contradicción. Eichmann es un ejemplo
de lo contrario.
Quizá lo más interesante es lo que dice Arendt de Eichmann como persona. Lo tiene por un
hombre en todo mediocre. Un hombre no muy alto, pálido y sin rasgos distintivos, que habla con cierto
tonito y se expresa a través de clichés. No parece sentir las cosas profundamente, tampoco sabe
expresar su pensamiento de manera matizada, sino que recurre a frases hechas, aprendidas durante
su juventud o tomadas de los periódicos. No da la impresión de ser una persona con una verdadera
vida interior. Vive según reglas que no ha examinado, y parece que podría vivir igual sometido a otras,
pues las opiniones aceptadas en su sociedad funcionan como una pantalla entre su conciencia y la
realidad. No compara lo que se dice con lo que sucede. Si hubiera vivido en un Estado no criminal, es
posible que no hubiera tenido un comportamiento criminal. Eichmann cumplió las leyes según su propia
manera de ver porque consideraba que las palabras de Hitler tenían rango de ley, lo cual por otro lado
era cierto. Rechaza toda valoración propia de los hechos.
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Arendt concluye que Eichmann no sabe pensar y que se niega a valorar. No es tonto porque,
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evidentemente, sabe realizar las tareas diarias, pero no sabe verse a sí mismo desde fuera. El ejemplo
más impresionante es que el policía israelí que conduce el interrogatorio previo al juicio intenta
sonsacarle si se arrepiente, pero no da con indicio alguno en tal sentido. Todo lo contrario: Eichmann
considera que ha cumplido con las tareas que le han sido asignadas. Se jacta de los contactos que ha
tenido con oficiales importantes. Lo que le corroe es que considera que tenía méritos para ascensos
que no llegaron. O sea, que los propios oficiales nazis lo consideraron un mediocre. Todo esto lleva a
que Arendt considere que Eichmann, más que profundamente malvado, es un ser muy limitado que no
ha desarrollado su humanidad. No ha aprendido a ponerse en el lugar del otro. No entiende lo que
pueda pensar el policía israelí que le está escuchando, o quizá le da lo mismo. Padece una suerte de
autismo social. Eichmann no leía más que los periódicos y los documentos que tenía que leer en su
trabajo. Así que tampoco por la vía de la literatura llegó a ver el mundo desde otras perspectivas.
Lo real y lo verdadero. En las dictaduras, los consejeros del dictador no se atreven a contarle
los datos negativos. Así, el dictador puede resultar el último en enterarse de ciertas cosas. En los
estados totalitarios, la mentira está ligada a la violencia, porque la única manera de hacer coincidir la
mentira con la realidad es cambiar la realidad a través de la destrucción. Pero también existen mentiras
en los Estados democráticos.
Arendt descubre dos nuevas variantes de la mentira. A la primera la llama de relaciones
públicas. Los funcionarios del gobierno maquillan los datos no para confundir al enemigo sino para
quedar bien ante sus propios conciudadanos. Durante la guerra del Vietnam, esto se convirtió en una
rutina. Había personas que recogían datos verdaderos, pero no fueron escuchadas. Este tipo de
mentira equivale a un autoengaño.
El segundo tipo de mentira fue muy utilizado por los consejeros inteligentes del presidente de
los Estados Unidos que trabajaban con teorías o fórmulas. Trataron de ajustar la realidad a sus
esquemas previos mediante la manipulación de los datos.
El efecto del empleo de estos dos tipos de mentira fue doblemente negativo para los Estados
Unidos, subraya Arendt. Por un lado, los norteamericanos perdieron la fe en su propio gobierno; por
otro, los norvietnamitas tomaban buena nota del descenso del apoyo a la guerra entre la población de
su enemigo.
Para Arendt, el estudio debe centrarse en tratar de comprender lo que sucede en el mundo y,
sobre todo, entrenar la facultad de valorar lo que sucede. Rechaza la corriente de pensamiento que
dice que no se puede saber si algo es bueno o malo. Ella, como judía alemana, sabe perfectamente
que hay cosas buenas y cosas malas. Llama realismo a la actitud respetuosa con la realidad y rechaza
el uso de teorías que la deformen.
Frases Famosas de Arendt.
1. Los niños necesitan ser enseñados y exigirles esfuerzos y una buena conducta no significa ser
autoritario.
2. Los maestros y profesores necesitan buenos conocimientos para poder enseñar y para cumplir
su papel de líderes en la educación.
3. La escuela constituye una mini sociedad y, como la sociedad de los adultos, tiene sus límites y
sus reglas.
4. La cultura, y en especial las humanidades, son la base de la educación porque nos permiten
entender lo que es ser humano.
5. Para aprender a pensar, es importante aprender a informarse y a formar conceptos, a colocarse
en el lugar del otro y a valorar.
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Jean-Paul Charles Aymard Sartre nació el 21 de junio de 1905 en la ciudad de París, Francia,
siendo el hijo de un oficial de la Marina llamado Jean Baptiste Sartre y de Anne Marie Schweitzer. Sin
embargo, a los pocos meses de nacer su padre falleció a causa de una enfermedad contraída durante
sus viajes. Su madre, con la ayuda de los abuelos maternos de Jean-Paul, le educaría en un entorno
estimulante e intelectual. Su abuelo le inició además en el interés por las artes. En 1915, a la edad de
diez años, Sartre entró en el Lycée Henri IV de París para iniciar su educación. Sin embargo, su madre
conocería y contraería segundas nupcias con Joseph Mancy, haciendo que el joven Sartre tuviera que
trasladarse a La Rochelle. Sería en el Liceo de dicha localidad donde continuaría sus estudios hasta
1920, en que volvería a París y terminaría su educación en su instituto original.
Una vez terminados sus estudios secundarios, ingresaría durante 1924 en la École Normale
Supérieure de París para realizar sus estudios universitarios. Durante estos estudios conocería a
diferentes personas que en el futuro se convertirían en grandes autores, entre los que se encontraba
la que se volvería su compañera sentimental principal (establecerían durante toda su vida una relación
abierta controvertida para la época), Simone de Beauvoir. Se doctoró en filosofía en 1929, siendo el
primero de su promoción (seguido por De Beauvoir).
Sartre, prestigioso filósofo influenciado por grandes pensadores alemanes (Husser y Heidegger)
desarrolló la línea filosófica del existencialismo, marcando una huella en su generación.
La filosofía existencialista tuvo mayor impacto en la conferencia que ofreció en 1946,
“Existencialismo y humanismo”, por su optimista mirada hacia la libertad. Se convirtió en la inspiración
para muchos pensadores de su época. Dicha corriente se origina desde la mirada ateísta, por ello, que
la libertad juega un rol fundamental en el hombre, ya que, al no existir un ser superior, éste no puede
ser definido, es decir, no viene “preconcebido” (por un plan mayor) y es ahí donde el ser humano se
encuentra dotado de plena libertad, dado que, al no venir condicionado, se encuentra arrojado al
mundo. Sartre declara que, si hay o no un Dios da exactamente lo mismo, lo cierto es, que estamos en
el mundo y nada sabemos anterior a eso. De ahí la famosa frase “La existencia precede a la esencia”.
El hombre parte desde una nada para convertirse en un proyecto, un dirigirse hacia algo, ya que
para Sartre el hombre se constituye cuando muere, porque al poseer plena libertad éste puede cambiar
cada día de su vida, pero, solo deja de hacerlo cuando el individuo ha muerto, porque somos cuando
ya hemos dejado de existir.
La libertad entonces es lo que se antepone a cada acto y se considera de carácter individual,
ya que nacemos y morimos en plena soledad, por lo que, uno mismo puede decidir por sobre sus
propios actos, cosa, que ni siquiera la moral y la ética son factores decisivos en nuestras elecciones.
Dicho lo anterior, se puede reflexionar sobre el concepto de angustia en Sartre. El miedo, la
ansiedad, la culpabilidad y la conciencia, son elementos que permiten al hombre dar cuenta de su
estado de libertad, en tanto que, cada decisión y consecuencia al no estar definida por una esencia
(ser superior) residen en la absoluta responsabilidad del sujeto. Vale decir, que tiene directa relación
con la conciencia de ser libres. El sentimiento de angustia nace por el darse cuenta de que todo lo que
sucede es consecuencia de nuestras propias decisiones y nada ni nadie nos podrán ayudar. He aquí,
el sentimiento de” arrojado al mundo” y de soledad; angustia de no tener a quien culpar por todo lo que
decidas vivir. Por ello, el concepto de angustia parte por la responsabilidad, de estar plenamente
conscientes de nuestra propia existencia, que conlleva al hombre a ser libres para dirigir y juzgar el
transcurso o proyectos de sus vidas. Según él, “no tenemos excusas detrás de nosotros ni
justificaciones ente nosotros”. Se está “condenado a ser libres”.
La obra filosófica de Sartre se puede dividir en tres períodos. El primero, marcado por la
influencia de la fenomenología de Husserl. El segundo, marcado por la adopción de una postura atea
y la asimilación de los presupuestos del existencialismo, siguiendo en este último aspecto las
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