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De pozos en el desierto a manantiales de agua viva.

Domingo, 15 de marzo de 2020


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Juan 4, 1-41
El encuentro con Jesús invita a la samaritana y, nos invita a nosotros,
a descubrir el manantial de agua viva que fluye en nuestras
entrañas en lugar de seguir siendo buscadores de “pozos en el desierto”
El evangelio de este domingo nos presenta una catequesis larga y preciosa
del evangelio de Juan, en la que todos los detalles son significativos. Nos
acercamos a la experiencia que nos narra, dejando que “resuene” en
nosotros y reavive nuestras propias experiencias.
1. Experiencia de una mujer, experiencia de vida rutinaria, de
insatisfacción y búsqueda
Nos encontramos en primer lugar con la experiencia de esta mujer, la
samaritana. Su vida está ocupada, enredada en tareas rutinarias, muchas
de ellas pesadas y repetitivas, como sacar el agua necesaria para la vida de
la familia “todos los días”, bajo el sol, trabajosamente… Experiencia que ella
vive como algo “cerrado”, determinado, no elegido… Cuando lo que desea
es poder dejarlo, salir de ello… Por eso, tras las primeras palabras de Jesús
lo que expresa es un deseo de librarse de esta tarea: “No tener que volver
aquí…”
¿No es esta de alguna forma nuestra experiencia? ¿Cuántos de nosotros no
hemos experimentado y sentido alguna vez en nuestra vida que son esas
tareas rutinarias, esos trabajos que no podemos dejar, los que nos impiden
vivir plenamente, incluso nuestra fe? Lo que menos puede esperar ella y
nosotros, es que en medio de esa rutina, nuestra vida pueda dar un giro y
ser otra, por encima de las tareas y circunstancias.
Además, podemos descubrir en el texto que, su situación es para ella una
experiencia de insatisfacción y búsqueda. Insatisfacción de esa agua
que ella cada día acude a sacar y que no sacia su sed más que unas
horas. Insatisfacción más honda, que reconoce guiada por las palabras de
Jesús: “no tengo marido”. No tengo un proyecto de vida compartido con un
hombre, con otra u otras personas, en el matrimonio y en otros ámbitos de
relación y convivencia, aunque reconoce, por las palabras de Jesús, que “ha
tenido cinco baales”,  cinco “señores” o realidades que han acaparado su
vida y no le han llevado a la salvación ni a la felicidad…
Sin casi darse cuenta, a ella como a nosotros, Jesús le empieza a hablar
de “otra agua” y a mostrarle el camino hacia esa fuente que está en su
corazón y ella empieza a dar el paso. Pero, como muchas veces nos pasa a
nosotros, rápido retrocede y le devuelve una pregunta menos personal,
desvía el dialogo intimo al dilema de su pueblo… se parapeta y defiende en
el grupo, tras las etiquetas, “vosotros los judíos”, “nosotros los
samaritanos”… No sea que lo descubierto la desestabilice demasiado…
¡Qué bien representa la samaritana a las mujeres y los hombres de hoy!
También en nosotros aflora esta insatisfacción profunda, en nuestra oración,
en esos momentos de compartir hondo… Cuando nos preguntamos, y yo
¿para quién trabajo?  ¿Quiénes son o han sido mis baales? ¿Quién es el
dueño de mi corazón?
Buscamos, sí, como ella, pero con horizontes muy estrechos y definidos.
Porque nos da miedo y pensamos ¿no será mejor este presente que
controlo que ese “agua viva” y ese “espíritu” desconocido de los que me
hablas?
2. La experiencia de encuentro con Jesús, un encuentro en la
entraña de la propia vida, que abre al deseo y a la promesa.
Jesús espera a la samaritana, como nos espera a nosotros, allí donde está
la trama de nuestra vida. Inicia siempre el encuentro pidiéndonos de
aquello que ya hemos recibido, de lo que tenemos… Junto a Sicar o al lado
de nuestros propios pozos… No hace falta recorrer un camino distinto, no se
le pide a ella, ni a nosotros, ir a ningún “templo” ni lugar sagrado, la propia
vida con las circunstancias en las que la vivimos es el lugar en que Jesús se
hace presente. A veces le escuchamos y otras ni siquiera le vemos.
Allí nos pide, como a la samaritana, que entremos dentro de nosotros
mismos, que bajemos a nuestro propio centro, a nuestra realidad honda,
que estemos atentos a nuestra propia verdad y a la realidad de los demás…
No se realiza el encuentro con Jesús en la superficie de nuestra vida, en lo
banal o impersonal, en las apariencias o falsas imágenes que tantas veces
alimentamos. Es estando a solas con nosotros mismos, bajando a nuestro
centro… allí donde la propia vida adquiere consistencia, donde abrimos la
puerta a las preguntas últimas, con ellas se “cuela” Jesús.
Jesús le dice a la samaritana y a nosotros: “Si me conocieras…”  Si
supieras desear lo que de verdad importa, si abrieras tu mirada y tu
corazón a mí…  Centra en su persona las expectativas de la mujer y de su
pueblo, también las nuestras: “Si fueras capaz de salir de tus enredos y
descubrir en el fondo de tu vida que yo te espero ahí… en lo cotidiano, en lo
doloroso y pesado… si no intentases escaparte…”.
“Tú me pedirías…” No que te ayude a llenar tu pequeño cántaro, no
librarte de tus pesadas tareas… me pedirías algo mucho mayor, que está en
otra clave: “El agua viva”, la que trasciende esta vida y llega a la eterna…
Jesús va despertando nuestra sed mayor, va dirigiendo nuestra mirada y
nuestro deseo… Algo así como si nos dijera, “No mires el cubo ni el pozo,
mírame a mí”.
El encuentro con Jesús invita a la samaritana y, nos invita a nosotros,
a descubrir el manantial de agua viva que fluye en nuestras
entrañas en lugar de seguir siendo buscadores de “pozos en el desierto”
Nos invita a dejar nuestros cántaros, como lo hace ella, porque ya sacar
agua del pozo no es lo que nos preocupa, ya no estamos pendientes del
pozo, sino del manantial. Ese manantial que nos da el “agua viva” que el
Espíritu hace brotar en nuestras entrañas, que transforma nuestra realidad
y hace crecer nuestra fe, nos hace libres y felices.
Junto al pozo de nuestra vida hoy se nos regala el poder elegir entre seguir
cargando con nuestros cántaros y repartiendo el agua sacada del pozo con
esfuerzo, o entrar en la apasionante misión de repartir el agua del
manantial que brota en nuestras entrañas.
“Me ha dicho todo lo que he hecho” El saber que solo Dios nos conoce y
nos ama así, totalmente, sin condicionar su amor a nuestra pobre realidad,
nos da fuerza para anunciarle a los demás, para invitarlos a vivir la misma
aventura, a recorrer el camino hacia el manantial que, en cada uno,
alimenta el Espíritu.
Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp.

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