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EP{LOGO: DESDE LA EDAD DEL BRONCE E| perfodo de Amarna de Egipto, momento en que lo dejamos, corres- ponde a la tiltima fase de la Edad del Bronce en el Mediterrdneo oriental. No deberiamos entrar en sutilezas sobre la frecuencia relativa del bronce con respecto al hierro en esta época: ahora el término Edad del Bronce ha pasa- do a referirse sin inconvenientes al periodo de los primeros estados consoli- dados. En ellos entrevemos rasgos inconfundibles de nosotros mismos y de nuestras sociedades. En cuanto tales, constituyen un punto de referencia im- portante para evaluar el progreso humano. {Cémo se las ha arreglado la hu- manidad, cémo nos las hemos compuesto, desde entonces? La civilizacion encierra una paradoja. Es el resultado de una conducta que, cuando la tenemos delante nuestro, puede inspirar repugnancia, pero cuando la observamos de lejos, la disculpamos porque damos por bueno el producto final. Esta ambivalencia de valores se pone de manifiesto cuando estudiamos a los «grandes gobernantes» y los «grandes periodos» del pasado. En los tiltimos afios, la disciplina de la egiptologia ha asistido a la publica- cién de no menos de tres libros sobre la vida y la época del faraén por anto- nomasia del Imperio Nuevo: Ramsés II «el Grande». Todos son obras serias y uno es un estudio magnifico sobre la sociedad del momento escrito por uno de los maestros indiscutibles de las fuentes originales.’ Todos, aunque en gra- do distinto, la reconocen como una era gloriosa, cuyos triunfos deberiamos admirar y, de vez en cuando, saltar de alborozo cuando vencen los egipcios. Los autores se suscriben a una filosofia concreta de la historia: los «grandes» reyes son beneficiosos y esa grandeza es un compendio del respeto interna- cional ganado gracias al valor militar, y la riqueza y la estabilidad disfrutadas en la propia nacién, conmemorados en obras publicas las cuales dan una for- ma duradera al sentimiento de logro que se respira en general en el pais. Con opiniones de este tipo nos ponemos de parte del vencedor y reforzamos esta 404 EL ANTIGUO EGIPTO filosofia. Ramsés II es grande porque, cuando leemos sobre él, miramos el mundo con sus mismos ojos y nos agrada lo que vemos: victorias y éxito. En este caso, nuestra filosofia desciende en linea directa de la de los mismos an- tiguos. Tal era la forma en que ellos también lo veian. La imagen de sabio conferida a un gobernante poderoso, que imparte jus- ticia con severidad pero se muestra benevolente con quienes le respetan, es un ideal ensalzado por los hombres desde la antigiiedad hasta el presente, por més que sus enemigos habrian juzgado a sus propios lideres con los mismos pardmetros. En efecto, el cardcter unilateral de este ideal le impide ser una fi- losofia del progreso general y benevolente. Quienquiera que se propusiese es- cribir este tipo de historia sobre los paises 0 los pueblos atacados por Ram- sés IL, veria los «triunfos» de éste desde un punto de vista diametralmente opuesto. De hecho, existe un estudio asi acerca de Nubia? Fl autor, W. Y. Adams. adopta conscientemente la filosofia de escribir desde la perspectiva de los nu- bios. La sociedad nubia anterior a las conquistas egipcias es un «ideal pasto- Til», los egipcios pasan a ser los aniquiladores y Ramsés II deviene el «faraon megalémano». El problema que origina este planteamiento de la historia de Nubia aflora mas tarde. Al final, los nubios aprendieron la leccién y se con- virtieron a su vez en imperialistas, conquistaron Egipto y gobernaron durante un tiempo como Ia dinastia XXV. Posteriormente, los sucesores de estos fa- raones sudaneses, a quienes los historiadores Ilaman los reyes de Meroe, de- bieron extender su dominio sobre muchos de los sencillos pueblos pastores de Jas vastas planicies del Sudan. Tal vez en un futuro, un arquedlogo especiali- zado en dichos pueblos escribird su historia, en la cual los reyes meroiticos se- ran los atacantes cubiertos de vanagloria. Uno de los tépicos de la historia es que el oprimido sigue los pasos del opresor. Sin embargo, y mientras va asintiendo con la cabeza, el lector puede pen- sar también, respondiendo a un criterio légico, que la civilizacién sélo se ha desarrollado durante el reinado de los «grandes» monarcas. Presidir una so- ciedad donde prosperaron los artistas y los pensadores es un papel que, con la larga perspectiva de Ia historia, pesa mds que las victimas que tuvieron que pa- gar la cuenta. El hecho de estar escribiendo y de que el lector me lea, en vez de encontrarnos ambos recolectando cereales silvestres, sdlo es posible por- que, en €pocas pretéritas, los reinos y los imperios crearon oasis de ocio para las personas con talento y los eruditos. Sin la voluntad de coaccionar a los ve- cinos, el hombre viviria en una perpetua Edad de Piedra. No lo podemos negar. Sin embargo, paraddjicamente, el desarrollo de aquellas posturas, instituciones y tradiciones que frenan ¢l poder absoluto y prescriben una moralidad universal en la direccién de los asuntos, con lo cual minan el concepto antiguo, c6modo y paternalista de! gobernante ideal, es lo que ofrece el principal alegato a favor de la existencia del progreso en la his- toria de la civilizacién. Pero, mientras que el gran lider y sus admiradores sa- EP{LOGO 405 ben cuidar bien de sf mismos, las fuerzas de la oposicién racional necesitan ser avivadas. La civilizacion comenzé con buen pie y Egipto es un ejemplo excelente de sus primeros frutos. Aparte de los hipnoticos logros artisticos y de una moda- lidad abierta y extrafiamente sugestiva de especulacién intelectual (a la cual consideramos religién), el Estado faradnico, en su apogeo, habia desarrollado (como vemos en retrospectiva) un sistema de gobierno con cierta racionali- dad, el cual, mediante una enérgica intervencién institucional en la economia agricola, mantuvo la estabilidad de la oferta cerealistica y del precio del gra- no y, con ello, tanto la estructura econdmica global como el bienestar eco- némico general del pais. También tenia, y lo utilizé mucho, el poder de dirigir a la mano de obra en proyectos ptiblicos de construccién, a cambio de Io cual ofrecia un salario base en forma de una racién de grano que se hallaba en ni- vel de subsistencia y por encima de éste. Consintié ademas en la multiplica- cién de los «funcionarios» a tiempo parcial, lo cual fue una manera de repar- tir las ventajas del rango y los ingresos suplementarios. Brind6 oportunidades a quienes tenjan talento. Permitié que floreciese un reducido sector econémi- co privado, Por ser la respuesta a los problemas de crear y mantener unido un «Estado» la podemos llamar, para mayor comodidad, la «solucién egipcia». De muchas maneras, su aparato era rudimentario y giraba en torno a una ideo- logia poderosa y peculiar del lugar y la época, la cual ahora resulta sospecho- sa: todo se hacia para mayor gloria de los reyes y los dioses. Tampoco fue una evolucién tunica. Tuvo homélogos en otras partes de! mundo: Mesopotamia, el valle del Indo, China y la América precolombina. Pero, a pesar de los ele- mentos toscos y exdticos, en la forma general podemos reconocer al precur- sor de un tipo corriente de moderno Estado proveedor. Fue una solucién a la cuestion de cual habia de ser la relacién entre el Estado y el pueblo que toda- via, con un aspecto diferente, goza de amplia aceptacién. A pesar de todo, no existe una linea racional, directa y continuada de evo- lucion. En Egipto, durante el Imperio Nuevo, el proceso evolutivo en esta di- reccién se habia estancado. En aquel periodo, el Estado egipcio estaba es- tructurado con menor rigidez y, posteriormente, avanz6 hasta terminar siendo parte de un mundo mediterrdneo caracterizado por la combinaci6n cadtica y embriagadora de poder estatal y reafirmacién individual cuyo producto mo- derno es Occidente. La solucién egipcia parece ser una tendencia que se desa- rrolla al maximo en el curso de la evolucin de una sociedad, luego se refrena y cae en un mundo mas complejo de concesiones reciprocas entre el Estado y los individuos. La ldgica esta de parte del Estado proveedor. En términos ma- teriales, éste puede llegar més Icjos si las personas se identifican con los obje- tivos gubernamentales 0, al menos, los aceptan pasivamente. Pero la reafir- maci6n individual sdlo concede victorias pasajeras a una légica en esta escala. EI progreso ha hecho que. comparado con la antigitedad o incluso el pa- sado més reciente, el mundo moderno resulte, en muchos aspectos, irrecono- 406 EL ANTIGUO EGIPTO cible. Aun asi, gran parte de los avances en los conocimientos y la tecnologia se han revelado como amorales. Se empobrecen casi tantas vidas como las que se mejoran. El ser capaces de reconocer al instante a los «grandes» gobernan- tes de antafio es, en si, un claro indicio de lo poco que han cambiado algunas de las cosas mas esenciales. Refleja un panorama del mundo actual Ileno de indicaciones de que el poder de esta imagen atavica no ha sufrido menoscabo, de que contintan la virilidad de los simbolos y la ideologia, los dogmas, los ri- tuales y el recurso a unas tradiciones extrafias; el espectro entero de aquellos mecanismos con los cuales se ha manipulado en conjunto a la gente desde la Edad del Bronce. Si nos atrevemos a admitir que hay que calibrar el progreso de la civiliza- cidn a partir del desarrollo de aquellos factores que frenan o humanizan la praxis del poder, la cual inicié el proceso, qué nos diferencia de nuestros an- tepasados? Deberiamos desconfiar de la religion. Las principales religiones actuales de Occidente y de algunas zonas de Oriente tienen sus raices en el an- tiguo Oriente Medio, reflejan sus limitaciones, y las éticas personales no son nada extraordinario. Con su actitud intolerante y sus ansias de unirse a las fuerzas de formaci6n del Estado, introdujeron un nuevo motivo de disgustos humanos al crear una versién celestial del «gran dirigente». Lo que realmente nos diferencia del pasado es el poder escoger Ja natura- leza de nuestros mitos y comprender, aunque sea defectuosamente, el papel que éstos desempefian en nuestra mentalidad. Con respecto a los dos polos de nuestra vida —las estrategias intuitivas personales para sobrevivir y la direc- n que nos imponen las ideologias y los instrumentos de nuestros estados y comunidades—, no nos hemos movido un dpice desde que por primera vez aparecié la sociedad compleja. Todavia vivimos a la sombra de la Edad del Bronce. Las sociedades de un pasado remoto, como la del antiguo Egipto, lo exponen de forma escueta. En ellas podemos ver el esqueleto de la existencia humana tal y como ha sido desde entonces. Lo que nos coloca en un lugar dis- tinto es el desarrollo del mito racional y el conjunto de conocimientos ateso- rados. Y el mas importante de estos tiltimos es la actitud objetiva, asi como la naturaleza y el rol del propio mito. Disponemos de la capacidad para conver- tirnos en objeto de estudio cientifico y considerarnos, a nosotros y a nuestras sociedades, los productos de un mundo anterior, aislando y viéndolos por lo que realmente son a los elementos que perduran del mito original e irracional, las ideologfas disgregadoras, unilaterales y atavicas por las cuales atin se nos invita a votar. El «gran gobernante», con todo su despliegue de accesorios visuales, fue un instrumento necesario para poner en marcha el proceso de la civilizaci6n. Ahora le hemos quitado la mascara y le podemos situar en el contexto que le corresponde. A medida que vayamos entendiendo el pro- ceso y nos fijemos como meta unos mitos humanitarios y racionales, le nece- sitaremos menos. El verdadero estudio del hombre es una materia sub- versiva.

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