Película: La historia sí se puede repetir (2023)-director:
Eduardo Ramírez
Perú, setiembre del año 1944. Misael regresa de estudiar de
su último año de secundaria. Era un chico de diecisiete años, esbelto, cabello marrón claro, ojos cafés que reside en un barrio histórico de Chorrillos donde muchos años atrás se refugiaban exiliados europeos y asiáticos. Sus padres se divorciaron cuando él tenía diez años y siempre solían discutir cuando hablaban acerca de él, por lo cual ahora vive con sus abuelos maternos. Le gusta leer sobre la historia de varios países y las guerras que pasaron para lograr obtener su soberanía. La política es su afición y no descarta estudiar Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú el próximo año cuando ya haya egresado del liceo Roosevelt. En su jardín lo esperaba su Pastor Alemán “Keiser”. Le acaricia la cabeza y este salta hasta su cintura logrando chocar su mejilla para darle un beso. Entra con el can a casa, se quita el saco y lo deja en el perchero de pie. Saluda a la abuela Rayda con un beso en la frente y se dirige a su cuarto para vestirse en su forma cotidiana. Su habitación quedaba en el segundo piso de la casa de sus abuelos. Era de color azul y el sol lo aclaraba, cosa que a él le encantaba cuando amanecía porque el diáfano que atravesaba las cortinas generaba esa luz que le hacía recordar el día que viajó con su madre a Punta Arenas, el sur de Chile, en aquellos días cuando el calor materno lo convertía en un niño mimado y sin necesidad de buscar amor de una mujer, cosa que hacía cuando intentaba salir con alguna chiquilla de su barrio. Tiene una radiola 66 Super Heretodyne que le regaló su padre producto del empeño de un inquilino moroso que vivía en su propiedad en el Estado de California. No solo había abordado en barco al Perú para dejarle una radiola a su hijo, sino que también le entregó vinilos de Frederic Chopin, Franz Liszt, Artur Schnabel, Richard Wagner y otros músicos occidentales con los que fue creciendo en esa habitación tan grande y sombría. En su estante de libros hay colecciones de novelas peruanas que narraban desde las etnias incaicas y el inicio de la república con el Partido Civil en el cual tenía mucha simpatía y amistad su abuelo por Augusto Bernardino Leguía hasta que este se alejó del partido y se volvió un dictador en su oncenio de 1919. Había dejado abierto un libro que leyó hasta la página 53 y trataba de la guerra del 41, materia que le interesaba demasiado porque cuando comenzó, su papá corrió a buscarlo y lo sacó rápidamente del liceo para llevárselo a los Estados Unidos. Se acostó en su cama y vio al techo blanco y pensaba en sus padres. Su mamá es asesora del Ministerio de Hacienda, por lo cual tiene una vida muy ocupada. Su padre tiene una empresa de bienes raíces y vive en New York porque no le gusta el panorama limeño debido a una mala experiencia en los negocios. Hasta hace siete años atrás, ellos tres vivían en una casa grande que estaba al frente del mar. En ese hogar tienen guardados sus mejores recuerdos. Jugaban fútbol en una cancha con los vecinos, hacían almuerzos y cenas grupales; todo era risa, diversión y felicidad hasta que ambos no pudieron aguantar más lo que ya no sentían en reciprocidad. Eso que sienten los enamorados o novios se esfumó por ideas opuestas que no concordaban desde antes que nazca su único hijo. En diciembre de 1936 Álvaro y Susana, padres de Misael, decidieron dar por terminado la convivencia y reiniciar la vida que llevaban antes de conocerse. El padre apoyó la idea de su, todavía esposa, y su hijo se mudó en la casa de sus suegros. ¿Qué estarán haciendo ahora?, se preguntaba nuevamente Misael mientras miraba el techo iluminado y sonaban pocos pájaros que quedaban en el árbol del jardín. Se vistió como suele vestirse para ir rumbo a la sala. Bajando las escaleras escuchó a su abuelo hablar. Estaba leyendo una carta que recibió desde los Estados Unidos, específicamente del Ejército americano. Se llamaba Bill y tiene sesenta y dos años. Nació en el seno de una familia de origen francés. Se apellida Francis y sus padres llegaron a los Estados Unidos después de la Guerra Civil ya que su papá Gerard vio un futuro en la tabacalera por lo cual en 1967 invierte en ese negocio. Sus padres fallecen tras un trágico accidente de avión que se estrelló en un edificio de Chicago cuando regresaban de un parque de diversiones. Entonces, el abuelo Bill quedó huérfano de padre y madre junto a su hermano Jack, siete años menor que él. Ambos vivieron con sus abuelos hasta que cada uno consiguió mujer y se mudaron. Bill era aficionado a las guerras y nacionalista por inculcación de su padre que le contaba historias de soldados batallando por ser el mejor ganador mientras que Jack se dedicaba desde niño a interesarse por la biología como su madre Anaís. Los dos eran estudiosos y se querían mucho pero un día el hermano mayor recibió una carta desde Francia. Era 28 de julio de 1914. Un día bueno para el Perú por el aniversario de la Independencia, pero malo para el resto del mundo: habían matado al archiduque Francisco Fernando y su esposa un mes atrás, lo que detonó la primera guerra mundial. Bill se encontraba anonadado frente a su esposa e hija. No sabía cómo informarles que tenía que partir al día siguiente. Jack fue a visitarlo porque también recibió la carta y su hermano mayor le indicó que se irá mañana a Finistére, un departamento litoral francés. El hermano menor le exigió que no vaya porque puede morir y dejar a su esposa e hija solas. Sin embargo, Bill hizo oídos sordos y al día siguiente besó a su esposa en los labios prometiéndole que todo va a estar bien y que su país de origen lo llama para un bien común. A su hija, la madre de Misael, le mintió expresándole que iba de viaje a un lugar donde hay muchos animales bonitos y muchos juegos y que pronto iría con ella para divertirse en familia y conocer nuevos amigos. El 29 de julio de 1914 abordó el primer barco que salía de Massachusetts, lugar donde vivió luego de que fallecieran sus abuelos y donde conoció a su esposa y nació su hija. Eran las siete de la mañana y el leve frío acompañado de fuertes vientos lo hizo meditar y reflexionar sobre la vida.
Ahora el abuelo Bill estaba ahí, sentado en su silla
mecedora de ébano. Sostenía la carta y la leía en voz alta. Usaba unos lentes con sujetador para que no lo extravíe en algún rincón de la casa. Estaba acompañado de una pipa que dejó en el escritorio para concentrarse fielmente en esa hoja con información que parece muy importante. Misael agudizó sus oídos y lo escuchó decir que un pequeño austriaco que fingía ser alemán llegó demasiado lejos y las Fuerzas Armadas estadounidenses necesitan reclutar a jóvenes con ganas de defender a su país y que Bill quizás podría tener un descendiente interesado en continuar con el honor americano. El presidente demócrata Franklin Roosevelt, mediante su secretario del Departamento de Guerra de los Estados Unidos, Henry Lewis Stimson, mandó a convocar en todos los países donde se encuentran americanos para animarse a batallar contra el imperio nacionalsocialista. Su idea fue tan buena que, en Canadá, cincuenta mil americanos salieron de su zona de confort para recuperar la paz en el mundo, en Argentina quince mil y un aproximado de medio millón de valientes en el resto de la tierra. Bill pensaba en quién mandar. Ya no era joven. Estaba jubilado y se le cayó una lágrima en el mantel de su escritorio. Sollozando, expresó aislado en su oficina casera, que le gustaría participar en la guerra. Se resignó y se dijo a sí mismo que ya había defendido a su país de origen hace treinta años atrás y que ahora solo podrá hacerlo a la distancia rezando por la victoria estadounidense y la soberanía francesa. Misael entró a ver a su abuelo y le preguntó qué pasaba. El abuelo se negó a dar declaraciones y su nieto le mencionó que le escuchó decir sobre un reclutamiento de jóvenes para ir a luchar contra los nazis. El anciano se mantuvo firme en su escritorio y dejó la carta encima de un portafolio negro. Giró hacia su descendiente y lo vio fijamente. Era un joven alto de metro ochentaicinco, con músculos de tanto ejercitarse temprano antes de ir a la escuela, piel suave y tersa y su mirada le hacía recordar a él cuando se enteró de la noticia de que tenía que ir a defender a Francia. Esa mirada lo hizo sentir esperanzado en tener un nieto que mantenga en alto el honor del apellido Francis. Se paró y abandonó su silla mecedora. Tomó la mano derecha del joven y formó un puño. Luego la giró hacia la derecha y abrió el pulgar apuntando hacia arriba y el índice hacia al frente. Le preguntó si conocía a qué cosa se parece lo que formó en su mano. El nieto respondió que se parece a una pistola. El abuelo sonrió y regresó al escritorio para coger su pipa y fumó. Exhaló una bocanada de humo de tabaco y volteó para contemplar de nuevo a Misael. Este no sabía cómo reaccionar. Todo le parecía tan raro y misterioso a la vez. Pero algo sintió él en aquel momento en que su mano hacía el ademán de una pistola. Sintió poder, energía, vitalidad. La Segunda Guerra Mundial había iniciado hace varios años y estaba informado de todo, aunque su abuela Rayda le decía que se centre en sus estudios y no en el derramamiento de sangre de gente inocente. Entonces, pensó inmediatamente en que su abuelo y el supuesto reclutamiento para combatir a los nazis no es un sueño escrito en una hoja de papel, sino que podría ser una realidad para él. Le iba a hablar al abuelo Bill, pero en aquel preciso momento la abuela los llama para pasar a la sala y almorzar juntos como todas las tardes de siempre. Había cocinado pescado con arroz y ensalada de tomate y cebolla. Para beber era un refresco de fresa que tanto le encanta al joven. Los tres se sentaron juntos en la mesa. Los abuelos comenzaron a degustar el pescado, pero Misael parece que su mente está en otro lado. Ambos lo miran con soslayo y él no les devuelve la mirada. Estaba en su mundo imaginándose cómo se siente vestir el uniforme de cabo y llevar armas en la espalda y un casco para cubrir la cabeza. Pensaba en las granadas, el gas amarillo, la tierra que vuela con cada explosión, las trincheras donde los soldados permanecen agachados hasta escuchar la orden del capitán, los alambres que segregan los campos de batalla, los aviones que eran derrumbados y otros que eran kamikazes, la sangre mezclada con las balas, los botiquines y muchas cosas más que cabían en su mente de un chico creativo y fanático de los conflictos bélicos. La abuela Rayda miró seriamente a su esposo y le preguntó qué le había dicho a su nieto. Bill seguía contento mientras masticaba un pedazo de pescado y arroz. Su esposa le repitió la pregunta y el abuelo tomó uso de razón y vio a su mujer con gesto de curiosidad y desconfianza. El le dijo que no pasa nada y se llevó otro trozo de pescado a la boca. Keiser, el Pastor Alemán empieza a ladrar porque nota que hay presencia de alguien afuera de la casa. El abuelo sale a ver quién es. Es su hermano Jack que no veía hace diez años por una pelea fraternal sobre herencia. Bill lo invitó a pasar. Saludó a Rayda con un beso en la mejilla y esta le preguntó si ya había almorzado. Él respondió que sí y explicó el motivo de su visita. Expresó que recibió una carta enviada desde los Estados Unidos con el fin de reclutar gente joven descendientes de americanos que puedan sumarse a la batalla contra los antisemitas. Bill indicó que también recibió esa carta en la mañana. La abuela no sabía que esa carta que llegó a casa, que era para su esposo, se trataba de tal tema que le parecía tenebroso y macabro. Los hermanos dialogaron y recordaron cuando eran jóvenes y el mayor fue a Francia para luchar en la guerra y la ganó cuando Alemania firmó el Tratado de Versalles cinco años después de la muerte del archiduque que motivó el inicio de la Primera Guerra Mundial. La carta contenía información no solamente del reclutamiento como Misael escuchó en las escaleras a su abuelo, sino que también menciona beneficios que traería a futuro como una pensión vitalicia, seguro familiar en caso el combatiente muera, cursos especializados en guerra de las Fuerzas Armadas estadounidenses, ingreso a la NASA, y otras bonificaciones más. El nieto escuchó atentamente cuando debatían esto su abuelo y su tío abuelo y se paró a saludarlo cuando dio por concluido su momento de imaginación. El viejo Jack le dijo que no se acordaba del joven y que ha crecido demasiado. De pronto Bill los invita a pasar a una sala más pequeña de la casa y le pide a su mujer que les lleve una taza de té a los tres. Aquella área de la casa estaba dentro de las escaleras que conducían al primer piso. Era como una habitación de limpieza donde suelen guardarse escobas, detergentes, etc. Pero el abuelo lo usaba como un escondite o un espacio de meditación en el cual la luz no lo podía distraer de sus pensamientos. La primera vez que su nieto ingresó ahí tenía solo doce años y era muy curioso ya que no le cabía en su conformidad haber explorado los tres pisos del hogar, incluso el sótano donde solo había objetos antiguos, pero de igual modo le encantaba explorar y jugar con ellos. Ahora los tres se encuentran en aquel espacio oscuro, quizás uno de los pocos espacios tétricos porque la luz del sol limeño es muy fuerte en setiembre por la primavera. Se sentó cada uno en sofá. Luego de tanto pensarlo y darle vueltas al asunto, Bill le ofreció algo que dejaría pasmado a Misael. Le propuso irse juntos a los Estados Unidos para luego embarcarse en rumbo a Europa. Como el abuelo ya era jubilado, su nieto iría solo al campo de batalla y él lo ayudaría desde la distancia a través de misivas y comunicados directos con los superiores. Igual que hace 30 años, Jack encaró a su hermano mayor, pero esto no le afectó a Bill que tenía que cumplir el sueño de que su único nieto le rinda homenaje de esa manera. Ambos serían recordados por toda la vida como valientes luchadores por la patria y el bien del mundo ante las atrocidades que se estaban cometiendo en Europa por Hitler y Stalin. Su hermano le puso muchas trabas para no llevarse al chico, comenzando por la minoría de edad que tenía su sobrino-nieto, la poca vida que tiene, su inocencia, entre otras cosas más que Bill volvió a hacer oídos sordos.
No solo el viejo Jack se opuso a la idea, sino también la
abuela Rayda que lloraba abrazando a su único nieto. En fin, Bill ya había arreglado con el Ejército de los Estados Unidos e iba a partir en avión junto con su nieto la próxima semana. Había momentos en que en el patio Misael miraba al cielo celeste y pensaba en sus padres mientras acariciaba a Keiser. Se preguntaba cuándo los volverá a ver. Tan impredecible fue el ladrido del Pastor Alemán que la abuela abrió la puerta de la casa que conduce a la calle y estaba su hija y su exyerno. Los abrazó y besó. Si bien la visita era imprevista para el abuelo y el joven, para Rayda no lo era porque ella notificó mediante cartas a los padres de Misael que necesitaban hablar de algo muy urgente. El nieto siguió los pasos del perro que lo guiaban a la sala y vio a esos dos señores que eran sus padres. Lloró, los abrazó y descansó su cabeza en el pecho de cada uno de ellos. Bill, por momentos, se arrepentía de la idea de que su nieto se convierta en un guerrero sabiendo que puede morir y destrozarle el corazón a su hija como casi lo hace la primera vez cuando fue a Francia en 1914. Sin embargo, no había vuelta atrás. Le contó a su hija y exyerno sobre la idea y ellos aceptaron no solo por el motivo de la guerra que ya había tomado mucho revuelo en occidente sino porque en ese momento Misael afirmó con tono optimista participar como soldado para salvar a las poblaciones afectadas y frenar el imperio nazi. El lunes en la mañana del 18 de setiembre del 1944 Bill salió junto con su nieto en rumbo al aeropuerto. El día estaba frío como hace treinta años. Pasaron por migraciones y abordaron el avión. Duró cuatro horas el vuelo y su nieto, cerca de la ventana para ver las nubes, leía el Diario El Comercio. Llegaron a la base naval del Ejército estadounidense. Bill saludó a viejos compañeros y socios que se encontraban allí. Preparó a su nieto una semana en un campo de entrenamiento junto con otros jóvenes que tenían su misma edad. Misael tenía tanta ilusión de ganar igual que su abuelo. El lunes 25 despegó en un avión Boeing 747 con una tropa de cuatrocientos hombres entre cabos, tenientes, comandantes y generales. El primer destino fue Paris donde conoció a una chica llamada Madeleine Truel. Era escritora y activista en contra de las dictaduras. Era coja porque un camión nazi la había atropellado. Lo curioso era que vivía en Lima hasta que sus padres murieron repentinamente y volvió a Francia junto a sus hermanos. Tenía cuarenta años y sentía mucha pena y rabia por aquellos niños que eran llevados al gueto para luego ser exterminados en la cámara de gas de Auschwitz y otros campos de concentración. Un mes atrás fue capturada por la Gestapo (policía nazi) y obligada a declarar sobre una supuesta falsificación de documentos, sin embargo, no tuvieron éxito y la dejaron libre. Se hizo muy amiga de Misael a pesar de gran diferencia de edad. Ella lo veía como un niño jugando a la guerra pero que en el fondo quería salvar a la humanidad. Ya en el campo de batalla el joven disparaba tan bien que no se le dificultaba eliminar al escuadrón enemigo. Su abuelo le mandaba cartas cada tres días para saber cómo andaba en las trincheras y el cuartel. Se acordaba tanto cuando él era joven y guerrero. Madeleine se dedicaba a falsificar documentos para rescatar niños y adultos que estaban encerrados en los guetos. Es una heroína, pero el 2 de mayo de 1945 soldados nazis la acorralaron en una habitación donde ella dormía en Berlín. Ese mismo día Misael iba a visitarla para conversar un rato y al llegar la encuentra con soldados apuntándole en la cabeza. El joven los ve y piensa si en alistar su pistola y matar a los tres o irse. La señora le dijo que corra y eso fue lo que hizo. Al día siguiente la llevaron al campo de concentración Sachsenhausen muriendo al día siguiente de tifus. Él nunca olvidará esa mirada de ella con ojos tristes gritándole que se retire.
Al fin, el imperio nazi cae ante las garras de los
soviéticos y los americanos. El malévolo Hitler se suicida en su búnker y la paz regresa al mundo. El abuelo Bill recibió con los brazos abiertos a su nieto en Estados Unidos y luego volvieron a casa para reencontrarse con toda la familia. Misael se enorgullece de sí mismo y ve felices a sus padres, los abraza y les da un beso. Obtuvo una medalla de reconocimiento por parte del Ejército americano. Ingresa directamente a la universidad a estudiar Derecho y se convierte en un abogado de profesión. Fin.