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Per are een A ete
daque vive postradaen una silla de ruedas. A pesar
er ied aan es Rea
ogra lenar de alegria y frescura la vida de la gente
Mente
Johanna Spyri, nacié en Hirzel, Suiza, el 12 de junio
Poe eens zuto
Gere erie smote teres
Skee eee eC ny
Pero Ment Rc eat ease)
CareerOne CMe nun)
tarde a su personaje Heidi. Casada y con un hijo,
Se cew temas em)
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Preeongeton sat amen or cat)
Peete Vice dari eee ee aa
eee y seat ewan een nce
iter ye
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feoneeeaHEIDI
JOHANNA SPYRI
ANDRES JULIAN
INDICE
PALANIAS PRELIMINARES
[AXCINSO ALA MONTANA
JIN TA. CAMANA DEL ABUELO
{IN 10s PASTIZALES, CON LAS CABRAS
1 VISIIAA LA ABUELA DE PEDRO
5 DOs VISITAS SORPRESIVAS
6 TINA NUEVA VIDA
7 [LAMA DE LLAVES PASA UN DIA TERRIBLE
BORO DIA ESPANTOSO
9) AL SENIOR SESEMANN LE CUENTAN
COSAS ESCALOFRIANTES,
10 LLEGA MADAME SESEMANN,
11 ENFERMA DE NOSTALGIA
12 FANTASMAS EN CASA
13. NUEVAMENTE EN LA CABANIA
14 CUANDO REPICAN LAS CAMPANAS
2B
3
48
37
67
7
n
101
109
119
123
134
147Querido lector:
Enesta carta que Heidi leva para tno pretendo enseniarte
nada sobre su lugar 0 fecha de nacimiento, ni cosas asi en que
los grandes acostumnbran ocupar a primera pagina de sus libros.
Porque si te digo que Heidi es hija de la imaginacion de una
escritora suiza, ti pensaras que habla de cosas desconocidas
‘ incomprensibles para ti, Osi te cuento que nacié en el siglo
XIK, sospechards que es una de esas cosas pasadas de moda
de que suelen hablar las personas mayores.
Y en ambos casos te equivocarias.
Por eso prefero,simplernente, desearte feliz viaje por estas,
paginas, en compa de una nia que se ha ganado la amistad
de millones de lectores en el mundo entero,
{Cul sera el secreto de Heid para no envejecer y darse a
entender a nifios de tan lejanas tierras y tan distntas razas?
Simplemente, hablar el lenguaje de la gracia y a ternura,
{ue es universal, Porque un anciano de larga barba, capaz de
abandonar sus labores més urgentes para labrar una banquita
infantil en ristica madera significa abuelo, en todosos idiomas
del mundo.
Y el sentimiento que lleva a Heidi a compartir, ya sea su
racion de queso con un pastorclo dela montafia, ou tiempo
‘on una invalida en la mansién sefirial, se llama amistad, en
todos los dccionarios.
Por estas razones no quiero ocupar esta pagina en nada
parecido a una tarea, y prefiero invtarte a subir con Heidi al
aire puro de su montafia; a vvircon ella la aventura de viajar @
la gran ciudad, ya reqresar sobre todo eso! rearesar, porque
‘esta es una historia del retorno a lo propio, ala tierra natal y
«ila gente que se ama, porque nos pertenece.
Pero sin olvidar que Heidi ~enamorada de la vida al aire
Hine, dela florecillas sitvestes y los pajaros del campo-,llorabe
te emocion ante las paginas de un libro que le mostraba su
propio mundo de la infancia, recuperado milagrosamente en
Dpalabras e imagenes.
sla magia de la lectura.
Del libro, que te permite llevar un mundo en el bolsllo
jal esa imagen obre en ti, y al cerrar este libro seas capaz
‘le abit tus ojos ala naturaleza que te rodea y a os seres con
{quienes la compartes.
A, prigina a pagina irs descubriendo que ~aungue la
jonconttaste en una libeeriay te pareci6 un objeto de papel-
filo dle “hacerse libro” no es mas que un truco de Heidi, su
|wcreto para no envejecer, pero estas paginas son en realidad
Un ala want, viva, tierna, entretenida, cuya amistad -si es
JiNcer te acompanaré en la hermosa aventura de crecer,
Y ul me dlespido, pues Heidi te espera a la vuelta de
|W pins, como tus amigos a a vuelta del camino. Adiés, y
Wien vine te desea
Floridor Perez1
Ascenso a la montafia
Mayenfeld es una pequefiay linda ciudad suiza,
al pie de una cadena montafiosa. Desde la ciudad,
un sendero asciende suavemente hacia las alturas.
Una soleada mafiana de verano, una joven mu-
jer subia por el sendero. Llevaba de la mano a una
nitiita de unos cinco afios y cargaba un bulto de
ropa. La nifia iba muerta de calor, arropada como
si fuera invierno.
Cuando después de una hora llegaron a la pe-
quefia aldea de Dérfli, los aldeanos ~que conocfan
1 la mujer, porque habia nacido alli~ comenzaton
a Ilamarla desde sus casas. Pero ella no les contes-
taba, Al pasar frente a la tiltima casa del pueblo,
una voz la detuv
~iDora, espérame! Si vas a subir, te acompafiaré
a la montafia,
La niiita se solté de la mano de Dora y se sent
en dl suelo.~zBistds cansada, Heidi? —le pregunté Dora.
=No. Pero tengo mucho calor.
Desde la casa habia salido una mujer gorda, de as-
pecto simpético, que empez6 a conversar con Dora.
~zAdénde llevas a la nifia? Supongo ~agregé— que
es la hija de cu difunta hermana
=Si -repuso Dora-. La llevo donde su abuelo.
Ahora tendri que vivir con él.
—;Con al viejo de los Alpes? Te has vuelto los
El viejo te dard un solo grito cuando se lo digas.
su abuclo ~dijo Dora~. Ahora le toca cuidarla
a dl, porque a mi me han oftecido un buen trabajo.
-Fl podrfa hacerlo si fuera un abuelo como to-
dos —comenté Isabel-. Pero ti le conoces. No sabri
cuidar a una nifiita y ésta no soportard vivir en la
montafia. {Qué trabajo te han ofrecido?
—Un empleo en Alemania, donde una buena fi-
milia de Frankfure. Ya el verano pasado quisieron
emplearme y yo no acepté, Pero este afio, cuando
me lo ofrecicron de nuevo, dije que si.
—jNo me gustaria estar en el pellejo de esta nifital
~exclamé Isabel-. Nadie sabe por qué el viejo tiene
tan mal carécter ni por qué hace afios que no va a la
iglesia. Las pocas veces que baja de la montafia, la
0
gente le arranca, jEisa barba y esas cejas tan espesas
le dan un aspecto terrible!
“Lo siento, Ahora tendré que cuidar a su nieta. Y
sia ésta le pasa algo, ser su culpa, no la mia.
=No me explico por qué vive alld arriba tan solo.
Dicen muchas cosas de él -murmuré Isabel, Pero
supongo que tu hermana te habré contado lo que
realmente le sucedid, zno es cierto?
(. Pero prefiero no contarlo, porque si el viejo
lo supiera se enfurecerfa conmigo.
Isabel, sin embargo, no estaba dispnesta a quedarse
con la curiosidad. Ella vivia en Dérfli solo desde que
se habfa casado, asi es que sabfa muy poco acerca de
sus nuevos vecinos. ;Por qué aquel viejo vivia como
un ermitai, y por qué los aldcanos bajaban la vor,
cuando hablaban de él? Dora debia aclarérselo. Ella
te del viejo y habfa vivido en Dérfli hasta
jo atrds
Al menos —dijo Isabel tomando de un brazo a
Dora~aclirame qué hay de cierto en lo que se mur-
mura del viejo de los Alpes. ;Siempre él ha estado
contra todos? ;Por qué todos le temen?
La verdad... es que no lo sé. Yo le conozco hace
poco tiempo; él debe tener setenta afios y yo tengoveintiséis. De todos modos... si no cuentas lo que
te digo, podria hablarte algo de él. El abuelo y mi
madre llegaron aqui desde Domleschg.
~Por favor, Dora~protesté Isabel-. Puedo ser muy
discreta cuando hay que serlo. Habla. No repetiré
nada de lo que me cuentes.
Bien, pero... {Tienes que cumplir tu promesa!
Dora buscé con la mirada a Heidi para saber si
podria ofr lo que iba a decir, pero la nifia no estaba
alli, Miré entonces hacia el sendero: tampoco ca-
minaba por él.
—jEsté alll -grité de pronto Isabel, y sefialé con
el dedo-. Mirala: va subiendo la montafia junto a
Pedro y sus cabras. Sigémosla con la vista mientras
tii contintias la historia del viejo.
De acuerdo dijo Dora-. Aunque Heidi solo
tiene cinco afios, no hay que preocuparse de ela. Se
las arregla muy bien sola. Por suerte, pues el abuelo
no tiene més que su cabaiia y un par de cabras.
—Antes vivirla mejor, supongo -comenté Isabel.
~Yalo creo, Fue duefio de una de las mejores gran-
jas de Domleschg. Era el mayor de dos hermanos.
Su hermano era una gran persona, pero al viejo no
le gustaba trabajar. Ast es que entre las farras, el
12
juego y a bebida despilfarré todo su pattimonio,
y también ef de su hermano. Finalmente, los dos
desaparecieron, Del viejo solo se supo que se habia
alistado en el ejército y que estaba en Italia. Pasaron,
doce o quince aos antes de que volviera a haber
noticias acerca de él.
Dora parecia desahogarse mientras hablaba,
Vamos —la animé Isabel-; sigue, sigue.
—Un dia aparecié en Domleschg. Traia a un peque-
fio hijo y pidid a sus familiares que se lo cuidaran,
Pero nadie quiso hacerlo,
=Dios mio -exclamé Isabel.
1u furia fue tanta, que juré no volver a pisar
Domleschg, Se vino a Darfli, donde se establecié
con su hijo, que se llamaba Tobias. Los aldeanos
supusieron que la mujer del viejo habia muerto. Y
o éste tenia algunos ahorros, puso a Tobias como
iz de carpintero. El muchacho era bueno y
conquistéa todos. No asi el viejo, del que se murmu-
raba que habia desertado del ejército para evitar ser
castigado, Habia dado muertea un hombre en una
rifia, gentiendes? Pese a todo, nosotros le aceptamos
como parte de la familia. Su abuela y mi bisabuela
ran hermanas; por eso le llamamos tio. Y como en.
13Dérfli casi todos estabamos emparentados, los demas
también empezaron allamarle tio. Y cuando subié a
la montafia y se quedé a vivir en ella, le bautizaron
como el viejo de los Alpes
= qué pas6 con Tobfas? —pregunté ansiosamente
Isabel.
Por favor, no me apures tanto ~pidié Dora:
Cuando Tobias llegé a ser carpintero, se cas6 con mi
hermana Adelaida. Ambos fueron muy felices, Peto
por poco tiempo: Tobias murié dos afios después,
aplastado por una viga cuando estaba construyendo
tuna casa. Adelaida suftié tanto, que se enfermé y
murié pocas semanas después. Tantas desgeacias
—continué Dora~ terminaron por hacer creer a
todos que Dios habfa castigado al viejo por la mala
vida que habia llevado. Se lo decian en su misma
cara; y el cura le aconsejé que hiciera penitencia
y se reconciliara con Dios. Esto enfurecié més al
viejo. No le dirigia la palabra a nadie y los aldeanos
empezaron a evitarle. Hasta que un dia supimos
que se habja ido a vivir a la montafia y que nunca
bajaba al pueblo. Y alli sigue, dejado de la mano de
Dios y de los hombres. Mi madre y yo nos hicimos
cargo entonces de la hijita de mi hermana Adelaida,
u
Heidi, de apenas un afio. Y cuando el aio pasado
‘murié mami, busqué trabajo en la ciudad y me llevé
a Heidi a Pfiffesdorf para pedirle a la vieja Ursula
que la cuidara, Pasé todo el invierno cosiendo, pues
siempre hay gente que necesita que le arreglen la
ropa. Hasta que a comienzos del verano me contrat
ca familia de Frankfurt de que ya te hablé. Quieren
{que me vaya pasado mafiana con ellos. No puedo
perder ese buen empleo.
~:Y no te preocupa dejar a esta nifia con el viejo?
le teproché Isabel.
Dora se enojé:
~;Qué quieres que haga? Durante afios he hecho
por ella todo lo que he podido. Es muy pequefia
para que la leve a Frankfurt. Bueno... ya vamos a
llegar a la casa del viejo. :Adonde vas ti, Isabel?
Donde la madre de Pedro. Bien, te dejo. Adiés,
Dora, y que tengas suerte.
Dora la vio ditigirse hacia una pequefia cabaiia
«que estaba en bastante mal estado, Si resistia el fuerte
viento montafés, era tinicamente porque la protegia
una cavidad de la montafa, junto al sendero.
En la cabafia vivia Pedro, el cabrero. El muchacho
tenia once aftos. Cada mafana bajaba a Dérfli y
15subia con las cabras para que pastaran en los pasti-
zales de la montafia, Al atardecer bajaba con ellas,
brincando con la misma agilidad de los animales. En
Ja aldea chiflaba para que los duefios de las cabras
Jas fueran a recoger. Pero casi siempre eran sus hijos
quienes lo hacian, por lo que Pedro tenia ocasién de
estar con otros nifios y nifias de su edad. Durante
cl resto del dia, Pedro no tenfa més compafia que
las cabras. Dejaba muy temprano la cabafia donde
vivia con su madre y su abuela ciega-, después de
haber bebido un tazén de leche y comido un pedazo
de pan, y regresaba al anochecer tan cansado, que
solo queria comer y acostarse.
El padre de Pedro habia sido pastor como él, y
habia muerto afios atris. A Brigida, su madre, todos
la conocian como “la madre del cabrero”, y a su
abuela la lamaban Grannie.
Cuando hubo partido Isabel, Dora subié un poco
mis para tratar de ver adénde iban los nifios con las
cabras, No se divisaban.
Pedro se habja apartado del sendero. Buscaba
siempre donde hubiera mejores pastos. Heidi le
habia seguido casi gateando, muerta de calor por
el exceso de ropa. Pero no se quejaba; envidiaba a
16
Pedro, que brincaba descalzo y con pantalén corto,
ya las cabras, que saltaban agilmente por entre los
arbustos y las piedras,
De pronto Heidi se detuvo y se sacé las botas y
los calcetines. Después se quité el pafiuelo de la
cabeza y el elegante vestido que Dora le habfa hecho
ponerse sobre el de diario, para que no lo llevase en
la mano. Hizo un montoncito con las ropas y corri6
adonde iba Pedro con las cabras.
El nifio no se habia dado cuenta de lo que hizo
Heidi y le sonrié alegremente. La nifia se sentia
ahora libre como el viento, y comenz6 a hacerle
varias preguntas. Pedro tuvo que contestarle cudntas
cabras tenia, adénde las levaba y qué haria al llegar
al pueblo.
En ese momento les divisé Dora:
~Dénde te habias metido, Heidi? -grité— :Y
«qué has hecho con tus vestidos y tu pafiuelo? :Y cus
botas nuevas? :Dénde las has dejado?
Alli ~contest6 Heidi
Dora miré hacia donde le indicaba la ni
montoncito de ropa se vela apenas,
~iMocosa estipidal le grité enojada~. Por qué
thas desvestido?
. El
”Tenia mucho calor. we fm oN
i 4
—;Pero es que no piensas lo que haces? ;Quién va Mi ye
aira buscar esa ropa? Yo me demorarfa media hora
en ir y venir, Pedro, tréela ti. ;Y aptirate!
—Yo no puedo. Se me ha hecho tarde.
El pastorcito permanecia inmévil, con las manos
en los boksillos.
Mis tarde se te hard si no te mueves dijo Dora-~
‘Toma; es para ti -y le pasé una moneda.
Pedro salié disparado y regresé con la ropa.
Ahora me la subirés hasta la cabafia del viejo
~ordené Dora.
Los tres reiniciaron el ascenso por el empinado
sendero. Demoraron casi una hora en llegar ala alta
meseta en que el viejo de los Alpes tenia su cabaiia,
La casita estaba expuesta a todos los vientos, pero
recibfa sol durante todo el dia y tenia una hermosa
vista del valle, Tras ella se alzaban tres viejos abetos,
as alld de los cuales el terreno subfa bruscamente
hasta la cumbre de la montafia. Alrededor de la
cabafia la hierba crecia alta
En la parte de la casa que miraba hacia el valle, el
viejo de los Alpes habia hecho un banco de madera.
Y alli le encontraron, fumando tranquilamente su
ispipa. Heidi fue la primera en llegar ante el viejo.
Cortié a encontratle y le tendié los brazos:
—Hola, abuelo. Llegamos.
—; Qué? ~gruié el anciano-. ;Qué es esto? =y mird
fijamente a Heidi mientras le tomaba una mano.
Ella le miraba también fijamente, atraida por el
raro aspecto del viejo, con sus enormes cejas y su
larga barba.
—Buenos dias, tfo -saludé Dora, que llegaba en
‘ese momento-. Es su nieta, la hija de Tobias. No
la va a reconocer, porque no la ha visto desde que
tenia un afio.
= para qué la has trafdo? —pregunt6 el viejo,
disgustado-. ;Y wi, vere con las cabrast le gritd a
Pedro-. Ya es muy tarde. ;Y no olvides las mias!
Pedro desapareci6, asustado porla mirada del viejo.
“Ha venido a quedarse con usted, tio —dijo Dora,
sin rodeos~. Durante cuatro afios he hecho por
ella todo lo que he podido. Ahora le toca a usted.
—Conquea mi, ahora—refunfué el viejo, mirindo-
la con furia-. -¥ qué haré cuando se ponga a llorar
yallamarte a gritos?
“Ese es problema suyo —respondié Dora. A mi
nadie me dijo qué debia hacer con ella cuando me la
dejaron. Y tengo ya bastante con cuidar de mi y de
2»
mama. Ahora debo irmea trabajar fuera, y usted es el
pariente més cercano de la nifia. Si no quiere que se
quede con usted, entréguesela a quien desee. Agregar’
ins cargos de conciencia a los que ya tiene.
EL viejo se levanté bruscamente. Dora, asustada,
retrocedié.
Vere! ;Vete y no vuelvas! ~grité el viejo, alzando
un brazo,
Adiés, pues -dijo répidamente Dora~. Heidi,
adiés
Y partié a la carrera, Cuando leg6 a Ia aldea,
todos querian saber e6mo le habia ido con el viejo.
{Qué paso con Heidi? -le preguntaban.
quedé arriba —replicaba Dora-. Sis arriba,
con el viejo de los Alpes...
Las mujeres exclamaban:
{Como te atreviste a dejarla alli, Dora? jA esa
pobre nifiita indefensa, en manos de ese viejo!
Pero Dora no querfa pensar en lo que habia hecho.
Habia prometido a la madre de Heidi, agonizante,
cuidar de a nifia. ¥ si ahora trabajaba, podria hacerse
cargo de ella mas adelante, Se consolé pensando
esto Giltimo y se alej6 lo més rpido que pudo de
quienes le hacfan reproches.2
En la cabafia del abuelo
Cuando Dora partié, el abuelo se senté nue-
mnenie en ef banco, fumando en silencio. Heidi,
re tanto, recorria los alrededores de la cabaita.
Hnconu vacio el corral de las cabras. Lo rode, y
estuvo un rato oyendo el silbido del viento entre
lis ramas cle los aberos. Apenas el viento amaind,
Heidi regres6 dondeel abuelo, que atin continuaba
ado, y se puso a observarle.
Quéoira cosa quieres hacer? —pregunté el anciano,
Hinurar en tu casa —contest6 ka nifia,
Harlo, entonces ~dijo el abuelo, y se levants~
mos, Agarra tu ropa y entremos.
Pero si ya no la voy a necesitar,
Hi) viejo la miré fijamente. Los negros ojos de
Heidi brillaban, excitados. “No es nada de tonta”,
no, y pregunté:JOHAN SPAR
—ZNo la vas a necesitar?
=No. Quiero correr livianita, como las cabras.
~Entiendo, Podris hacerlo ~dijo el abuelo~. Pero
de todos modos guardaremos tus ropas en el armario,
Lanifia tomé sus cosas y entré con el viejo en una
gran habitacién, que ocupaba toda la cabaiia. Solo
habia una mesa, una silla y un catre. En uno de los
muros se abria una chimenea, dentro de la cual col-
¢gaba una enorme olla. En otra de las paredes estaba el
armario donde el abuelo guardaba sus pertenencias.
Heidi vio alli camisas, calcetines y paftuelos; yen otro
compartimento, vasos, platos y tazas. Mas arriba, habia
tun gran trozo de pan y unos pedazos de queso y de
carne ahumada. Heidi se metié dentro del enorme
armario y guardé su ropa lo mds oculta que pudo.
~:Dénde voy a dormir yo, abuclo? ~pregunté
entonces.
—Verds... donde quieras.
‘A Heidi le encanté la respuesta. Mir6 en torno
suyo y vio una escalera apoyada en una de las pa-
redes. Trepé por ella y se encontré en una buhar-
dilla ena de heno fresco; una ventanita redonda
permitia ver todo el valle.
Ven, abuelo -grité-. Aqui dormixé. Qué sitio
tan lindo!
“Si, Lo conoxo.
-Haré mi cama -dijo la nifia—. Pero necesito una
sibana.
—Espera—contesté el abuelo, y sacé del armario
un corte de tela que subié a la buhardilla. Heidi ya
habia preparado con heno una especie de colchén,
orientado en forma que cuando estuviera acostada
pudiera mirar por la ventana redonda.
No esté mal —comenté el viejo-. Pero tienes que
ponerle més paja a tu colchén.
‘1 mismo lo hizo; y luego, ayudado por Heidi,
cubrieron el heno con la tela.
Falta algo, abuelo.
~ {Qué cosa?
Una frazada.
= si no la tengo?
No me importa -dijo Hei
con paja
Peto el abuelo ya habia bajado la escalera. Hurgé
‘en su camastro, sacé un enorme saco de lino y subié
con él hasta el pajar.
Puedo taparme
25renga stn
=fTe gust
la cama~. Mira como quedé.
Es una estupenda frazada ~dijo Heidi, feliz
Ojala ya fuera de noche para acostarme.
~Antes deberiamos comer algo, ;no crees?
Solo entonces Heidi se dio cuenta de que tenia
hambre; durante el dia no habia tomado més que
tuna taza de leche y comido un pedazo de pan.
Si, si—repuso, hambrienta.
Bien, ya que estamos de acuerdo, veremos qué
podemos comer
Ambos bajaron del pajar. El abuelo cambié la gran
olla de la chimenea por una pequefia, y avivé el fuego
hasta que aparecieton varias llamitas. Cuando la olla
cempeaé a humear, osté algunas rebanadas de queso.
Heidi, que habia observado todo con gran entusiasmo,
cortié entonces hacia el armario, de donde extrajo el
pan, dos cuchillos y dos placos, y puso la mesa.
—Asi me gusta dijo el abuelo-. Pero falta algo.
Heidi pensé un instante y volvié a
=El jarro y los vasos ~dijo, pont
mesa.
“Bien, bien ~comenté el anciano-. Pero dénde
te sentaris?
~pregunté, mientras lo extendia sobre
%
Habja solo una silla, asi es que Heidi trajo un
banquito y se senté en él
Es muy bajo para ti... Espera.
El abuelo se levanté de su silla y la puso delance
del banquito; en seguida colocé sobre la silla la leche
y el plato con el pan y el queso tostado.
—Ahora s{~dijo-. Ya tienes una mesa donde comer.
Y se senté sobre una punta de la gran mesa
Heidi bebié su leche de un largo sorbo.
—zEsté buena? ~pregunté el abuelo.
=Riquisima ~dijo Heidi
—Te echaré un poco més.
El anciano volvié a llenar el jarro. La nifia mez-
claba cada bocado de pan o de queso con un sorbo
de leche. Parecta feliz.
Cuando terminaron de comer, el abuclo fue
al corral, lo barrié y eché paja fresca para que las
cabras durmieran sobre ella. Después corté algunos
palos redondos, hizo cuatro agujeros en un trozo de
madera, y armé un banquito bastante alto, Heidi le
observaba trabajar asombrada.
=: Qué erees que es esto? —pregunté el viejo
-jUn banquito para mil -grité Heidi, entu-
siasmada,Jovianna sa
“Esta nifiaes buena observadora’, se dijo el viejo.
Y se dedicé por el resto de la tarde a hacer algunos
arreglos en la cabafia, Heidi le seguia sin perder
delle
‘Cuando oscurecia empez6 a silbar el viento entre
los abetos. Siguiendo el compés de los silbidos, Heidi
bailaba y saltaba, mientras el abuelo la observaba.
De pronto se oyd un chiflido y aparecié Pedro con
su rebafio de cabras. La nifia corrié a recibir a sus
amigos de esa mafiana. Dos de las cabras empezaron
a lamer las manos del abuelo, porque éste, como
todas las tardes, les tenia en ellas un poco de sal.
Pedro continué su camino con el resto del rebafio.
—;fistas son las nuestras, abuelo? -pregunté Heidi,
acariciando a las dos cabras que se habjan queda-
do-. Una es blanca y la otra negra, zno? ,Dénde
duermen? ;En el corral?
Sus preguntas eran tan répidas, que no daba tiempo
a que el abuelo las respondiera. Cuando las eabras
hubieron lamido toda la sal, el anciano ordené:
—Tiae tu jarro y un pedazo de pan.
El viejo ordefié la cabra blanca.
—Bebe esta leche y cémete el pan —dijo luego, pa-
sindole am.bas cosas a Heidi-. Y después te pone:
28
una camisa de dormir. Yo debo dedicarme ahora a
las cabras. Buenas noches.
—Buenas noches, abuelo.
Pero cuando el anciano se alejaba con los anima-
les, la nifia corrié a preguntarle cémo se llamaban.
~"Margarita’, la blancas y la negra, “Morena” —re-
puso el viejo.
Buenas noches, “Margarita”; que duermas bien,
“Morena” ~dijo Heidi a las cabras.
Sentada en el banco adosado ala cabafia,y luchando
con el fuerte viento que se habia levantado, la nifia
engullé la leche y el pan. Luego subié a acostarse. A
Jos pocos minutos dormia profundamente.
El abuclo se levantaba antes de la salida del sol,
asi es que también fue a acostarse. El viento conti-
nuaba soplando fortisimo. La cabafia se estremecta
y crujfa entera. De repente se desganchaba alguna
rama de los abetos.
“Heidi debe estar asustada”, pensé el abuelo al
cabo de un rato. Subié hasta el pajar y miré ala nifia,
Esta dormia como un tronco y tenia una expresion
feliz. El abuelo estuvo contemphindola hasta que la
luna, que entraba por la ventanita, fue cubierta por
tuna nube. Regresé entonces a su cama,
23
En los pastizales,
con las cabras
Un agudo silbido desperté a Heidi. Abrié los ojos,
y el sol que entraba por la ventanita la deslumbré.
En un comicnzo no supo dénde se hallaba. Pero la
fuerte vor del abuelo le recordé que se habia venido
a vivir a la montafa. Feliz de haberse librado de la
vieja Ursula, que la obligaba a estar donde ella la
viera, pues estaba sorda como rapia, Heidi salté de
la cama, llena de excitacién ante el nuevo dia que
le aguardaba. Se vistié tan ripido como pudo y
se acereé adonde estaba Pedro con su rebafio, a la
espera de que el abuelo le trajera a “Margarita” y a
“Morena’. La nifia saludé a todos.
—Quieres acompafiar a Pedro? —pregunté el
abuelo, acercindose con sus dos cabras~. Subiré a
los pastizales, ~Al ver que la nifia asentia, agregé—:
Pero antes deberés lavarte.
3Heidi fue hasta el cubo de agua que el anciano le
sefialaba y se lavé las manos y la cara. Enere tanto,
el viejo llamé a Pedro desde la cabasia:
Ven, capitin de las cabras, y wae tu morral.
Pedro se asombré al ver que el anciano le echaba
en el morral un enorme pedazo de queso y otro de
pan, muchisimo més grandes de los que él levaba.
~V en este jarrito le dards leche a la hora de comer.
Heidi no sabe, como ut, beber directamente de las
ccabras. Pasaré cl dia contigo. Deberis cuidarla para
que no se pierda ni se acerque al precipicio.
Heidi aparecié, Tafa la cara roja de tanto frocérsela,
=En la noche, cuando vuelvas—dijo el abuelo, son-
riendo-, tendris que meterte en el cubo. Traerés los
pies inmundos de tanto seguir a las cabras. Vamos,
ya pueden partir.
Era una hermosa mafiana. El fuerte viento noctur-
no habia limpiado cl cielo de nubes; el sol doraba
los verdes prados y las flores que surgian aqut y
allé, Heidi corsfa alegremente ance la vista de tantas
flores. Se olvidé de las cabras y de Pedro, y cortaba
flores que iba poniendo en su delancal, Las levaria
a su dormitorio y las esparciria sobre el heno para
que parccicra un prado.
32
A Pedro leera dificil vigilar a Heidi y alas cabras,
que también corrfan hacia todas partes. Agicaba su
cayado y chiflaba para que no se dispersaran los
animales.
—jHeidit -grité de pronto, asustado~. ;Dénde
estds?
Aqui, aqui ~respondié una voz, alo lejos.
Heidi se hallaba sentada en medio de un prado
cubierto de flores y gozaba con sus olores.
—Ven aqui -pidié Pedro-. Tu abuelo me encargé
que no te dejara acercar a la quebrada,
~Dinde esté la quebrada? —pregunté Heidi, sin
moverse.
—Nos queda mucho para llegar a ella, asi es que
aptirate.
Heidi corrié hacia Pedro con el delantal lleno de
flores.
=Te sobran flores por hoy ~observé el cabrero
mientras reiniciaban el ascenso~. Si sigues cortando
flores, no te quedaré ninguna para mafiana.
Heidi, comprendiendo que Pedro tenia razén,
continué subiendo junto a él. Las cabras avanzaban
ahora més répido, porque olfan la cercanta de los
pastos que les gustaban,
3Casi siempre Pedro pasaba el dia al pie de un
picacho. En uno de sus costados estaba el preci-
picio del que habia hablado el viejo de los Alpes.
Alllegat al picacho, Pedro puso su morral en una
hendidura entre dos piedras; no queria que una
réfaga de viento se lo hiciera rodar montaiia abajo.
Después se tendié a descansar de la subida. Heidi
dejé sus flores junto al morral y se senté a mirar
clvvalle, que brillaba al sol. Lo cerraba una enorme
montafia cubierta de nieve, con dos picachos ro-
cosos iguales. El silencio era impresionante. Una
débil brisa movia las flores de hermosos colores
amarillos y azules.
Pedro se quedé dormido. Heidi segufa sentada;
Iiraba los picachos con tanta intensidad, que de
pronto le parccié que le sonreian como viejos co-
nocidos. Un fuerte ruido la sacé de su ensofiacién.
Sobre su cabeza planeaba un enorme péjaro, graz-
nando ésperamente.
—Pedro, Pedro! -llamé asustada.
El cabrero desperté
~Es un haledn ~dijo.
EI pajato volaba cada ver més alto, Finalmente
desaparecié tras los picachos.
M4
~zAdénde ha ido? ~pregunté Heidi. Nunca habia
visto un pdjaro tan grande.
~A su nido —repuso Pedro.
Qué alto esta! 2¥ por qué mete tanta bulla?
Porque tiene que hacerlo ~explicé parcamente
el muchacho,
—Subamos hasta donde vive.
No. [Estas loca! Ni las cabras pueden llegar alli.
Y acuérdate que cu abuelo me pidié que te cuidara.
Las cabras, entre tanto, ramoneaban por aqui
y por allé el pasto nuevo; algunas jugaban dén-
dose topones. Heidi corrié hasta ellas y empez6 a
hablarle a cada una. Habia observado que todas
eran distintas.
‘Algo més tarde, Pedro dispuso en el suelo la co-
mida para ambos. Ordené a “Margaita” y puso el
jarro junto al queso y al pan, Llamé a Heidi. Pero
como ésta continuara jugando con las cabras, volvi6
a llamarla hasta que la nifia oyé el eco de su voz y
acud
—Basta de juegos dijo el cabrero-. A comer, ahora.
‘Festa es mi leche?
1. ¥ los pedazos grandes de pan y queso. Y otro
jarro de leche més. Después beberé yo.
35Jovian sa
‘Cuando Heidi tomé su leche comié solo un pedacito
de pan; el resto se lo pasé a Pedro, junto con el queso.
~Toma. Ya he comido mucho.
A Pedro jamds le habia sobrado comida para dar.
Miré vacilante a Heidi, como si ésta bromeara.
Finalmente la nifia le puso en las piernas el pan y el
queso. Pedro se lo agradecié ¢ inicié su comilona.
=;Cémo se llama cada una? ~pregunté Heidi, que
seguia observando a las cabras.
Pedro se las fue nombrando, mientras se las mos-
waba con el dedo, Heidi ofa atentamente, Cada una
de las cabras tenia algo que permitia distinguirla de
las dems. “Turca’ tenia enormes euernos y siempre
intentaba topetear a las otras, por lo que todas se
alejaban de ella. La tinica que no le temia era “Perdiz”,
un animalito de cuernos pequefios y afilados. Pero
a Heidi le atrajo especialmente “Copo de Nieve",
una cabrita que balaba quejumbrosamente. Antes
habia intentado consolarla, ahora la abrazé:
Qué tienes “Copo de Nieve”? ~pregunté tier-
namente-. ;Por qué lloras?
La cabra se apreté contra ella y dejé de balar.
Llama a su madre -dijo Pedro, que atin segufa
comiendo-. La sacaron del rebafo y la vendieron,
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-Z¥ su abuela? ;Dénde esta?
-No tiene abuela.
abrazando al animal.
No llores ms; yo vendré todos los dias a consolaste.
“Copo de Nieve * froté su cabeza contra la falda
dela nifia,
Heidi continué haciendo descubrimientos. “Mo-
rena” y “Margarita” se vefan més independientes. Y
cuiando Pedro silb6 a las cabras, ambas encabezaron
al rebafio que trepé en busca de los arbustos que
les agradaban,
“Turea”, como siempre, se daba importancia; pero
“Margarita” y “Morena’, sin hacerle caso, ramonea-
ban felices las hojas de un enorme arbusto,
Las cabras del abuelo son las mis bonitas ~dijo
~Sirepuso Pedro. El viejo de los Alpes las lim-
pia, les da sal y les tiene un lindo corral.
De pronto Pedro se levanté y salié corriendo.
Heidi le siguié para saber qué ocurria. “Perdiz!
estaba al borde del precipicio, lista para desba-
rrancarse. EI muchacho intent6 agarrarla, peroresbal6, alcanzando a cogerla solo por una de sus
patas. “Perdiz” se encabrit6, tratando de escapat,
—jHeidi ~grité Pedro. Heidi, aytidame!
Le era imposible levantarse sin soltar la pata de la
cabra. Heidi offecié entonces un pufiado de pasto
a “Perdiz”.
Come, tontita ~dijo~. No preferiris caerte.
“Perdi2” se volvié y empex6 a comer el pasto que
le tendia Heidi. Pedro pudo levantarse y agarrat a
la cabra por el collar, Entre ambos la condujeron
hasta el rebafio. Pedro tomé entonces su cayado y
empez6 a darle golpes.
—iNo! No le pegues! ~rogé Heidi-. Pobrecita.
Mira cémo esté de asustada,
Ella seo busod —dijo Pedro, levantando el cayado.
Pero la nifia se interpuso:
—jNo! jLe harés dafio!
“La dejaré en paz si mafiana me das nuevamente
una parte de tu queso ~dijo Pedro, pensando que
se lo merecia por el susto que habia pasado.
~Te daré mi porcién entera ~prometié Heidi-.
Mafiana y todos los dias. ¥ parte de mi pan. Pero
siempre que no le pegues a “Perdi2”, ni a “Copo de
Nieve”, nia ninguna.
38Jonna seem
De acuerdo -dijo el cabrero.
Atardecia. Heidi gozaba viendo cbmo el sol deste-
llaba en los altos picachos. De pronto se levanté,
gritando:
~Pedro, mira! jIncendio! La montafiaesté ardien-
do. jMira, las rocas también se estén quemando!
Eso pasa todas las tardes ~
Dos visitas sorpresivas
"Terminaba ya el segundo invierno y Heidi espe-
taba con ansia que aparecieran las primeras flores
primaverales. Muy luego podria subir a los pasti-
zales, que era lo que més le gustaba. Tenia ya siete
afios y su abuelo le habia ensefiado muchas cosas.
Sabfa pastorear las cabras, y “Margarita” y “Morena”
balaban de gusto cuando ofan su voz.
Durante ese invierno, el maestro de la escuela de
Dérfi habia enviado dos mensajes con Pedro. Pe-
dia al viejo de los Alpes que mandara a la escuela a
Heidi. Pero ambas veces el anciano contesté que si
cl maestro queria hablarle, tendria que subir hasta
su cabafia.
‘Cuando empezé el deshiclo en las laderas, aso-
maron las primeras campanillas. Las ramas de los
Arboles, ya sin nieve, se mecian suavemente. Heidi
pasaba el dia entre la cabafia, los abetos y el corral.Jonas som
Una matiana, al salir de la cabafia, se encontré
con un hombre de edad, vestido pulcramente de
negro.
=No te asustes —dijo el hombre, al ver la cara de
ella, Me encantan los nifios. Tii debes ser Heid
2No esti tu abuelo?
-Esté dentro, tallando unas cucharas —repuso
Heidi, y le hizo entrar.
Era el cura de Darfli, que habia sido vecino del
vigjo.
“Buenos dias, amigo ~saludé, acercindosele
El abuelo se puso en pie, molesto.
Buenos dias, sefior cura. Si no le importan los
asientos incémodos, tome éste ~y le pas6 una silla,
—Cuanto tiempo sin verle ~dijo el cura.
~Igual cosa digo.
He venido para hablarle de algo. Debe suponer
de qué se trata
Scfialé a Heidi, que le observaba desde la puerta.
Anda a darles un poco de agua a las cabras—dijo
elabuelo- y as acompafas hasta que vaya a buscarte,
La nifia hizo lo que se le ordenaba.
Esa criatura deberia estar en la escuela ~opiné
al sacerdote~ desde el invierno pasado. El maestro
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se lo mandé a decir varias veces, pero usted no le
hizo caso. ;Qué piensa hacer con ella?
=No quicro que vaya a la escuela.
El cura le quedé mirando interrogativamente.
=a qué va a ser de ella? ~preguntd.
Se criaré con las cabras y los péjaros. Ellos no le
ensefiarin nada malo, Aprenderd a ser feliz.
~Bs posible que no aprenda nada malo con tales
compafieros, Pero no le ensefiaran a leer nia escribir.
Le digo esto con toda buena voluntad, para que lo
medite, La nifia no podré pasar otro invierno aqui,
sin instruccién escolar; el préximo deberd ir a la
escuela,
—No-repuso obstinadamente dl viejo-. No lo hari.
—zAsi es que ningiin argumento le convencera?
Usted ha vivido bastante; me extrafia que no tenga
sentido comin.
~Lo tengo ~