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Violencia de género en el Ambito doméstico: una propuesta de andlisis teérico feminista urante aproximadamente un siglo, los soci6logos y Jos antrop6logos sociales han explorado Ia existencia de Ia violencia hacia las mujeres como una des- viacign de la norma social. Por esta 18260, la violencia que ocurre én el smbito doméstico, frecuentemente analizada con las herramientas propias del funcionalismo, Ja habia considerado como un fenémeno producto de cambios estructurales que tienden 1 alterr la relaci6n de cooperacién qve existe en una unidad doméstica. Los hombres ‘© mujeres que cometen actos violentos, por lo tanto, son generalmente considerados desviados.o enfermos. Esta visiin, en cierto sentido roméntica, supone que la familia estéaislada de los mecanismos de fuerzas de poder eri la sociedad, pero también olvida, como plantea Tzquierdo (2003), que «las relaciones familiares pueden llegar a ser dafinas, y el amor no es el inico vinculo que une @ los miembros de la familia, el rencor, el resentimien- ‘o, también son moneda comin» y estén presentes tanto en hombres como mujeres. La vida social en todas Jas formas que conocemos de la especie humans no est inmune a lo que dengminamos violencia, el uso agresivo de la fuerza fisica de indivi- duos o grupos contra otros. La propia nocién de «otro», muestra que le diferencia es cconstitutiva de ta vida social y «siendo base de la vida social es fuente permanente de tensi6n y conflicto» (Velho, 1996). Esta tensiGn y conflicto puede incrementarse por la cercania espacial y afectiva existente entre los sujetos, par lo que podemos tomar como hipétesis que las relaciones familiares y er6tico-afectivas representan vn caso particular del fenémeno de tensi6n y conflicto en las relaciones humanss. ‘Sin embargo, investigar Ia violencia en el entorno doméstico y dar cuenta de ella es un problema complejo y complicado. Como la cultura’occidental tiende a ocultar- Ja y negarla, antropdlogos y soci6logos frecuentemente han tenido una relacién ambi- valente ante el fendmeno, Segtin Olivia Harris (1994: 41): Ja violencia tambo a un problems para Ia antopolop. El peroda elsico de I anropo: Togfa socal con sus poadigmas dwkbemianos, la paz colonial anfical dento de la que se “desorollo, en ner la violencia oracionatzal [| debate contnda, sn embargo, acerca de hast dnde es posible dar eventa de aspectos de la vida en una exbica (voir) ‘comunidad que son impactantes, posiblementeaborecibies, par la sensibliad accidental (al ‘como puede sere uso de Ia fuera fsica el canibalismo) sin eforzar un discursoracsta que funciona precisamente al imputar al cio aspects reprimidos del Yo. O, por otra parte, censu- rando tales materiales, para perpetuar una Visign de las comunidades estudidas como si estu- eran fuera del mundo real. En la tradici6n occidental predomina tna tendencia a crear una imagen unitaria y sesgada del «otro» ya que éste generalmente es «observado» desde un lugar de poder de nominacién que busca continuidades, permanencias y esencias. La mirada objeti- vizante tiende @ invisibilizar las discontinuidades y contradicciones de los sujetos. Las consecuencias de esta mirada pueden ejemplificarse en la antropologia con la idea del «buen salvaje» y exético personaje de tierras lejanas y, mas recientemente, en algunos trabajos sobre Jas mujeres.con la idea de.que las mujeres son esencialmente «sujetos sensibles» portadores en su esencia de una cualidad especial de preocupacién y cui- dado hacia los otros. Podemos decir que la filosofia occidental ha construido un discurso sobre el ser humano que Jo dicotomiza entre bueno/malo, de tal manera que en cualquiera de los polos se es , nos dice Seyla Benhabib (1997: 290-298): tricay simbélica, asf como la intespretacion de ta diferencia través dela cual el Yo se desarrolla como una identidad corporeizada, una manera de ser en el cuerpo y de vivir en el cuerpo. EI Yo se convierte en una, Jdentidad en tanto se apropia de la comunidad humana, un modo especifico de experimentar su identidad corporal social sfquica y simb6licamente, Por fo tanto el sistema sexo-género es Ja malla a través de la cual las sociedades y culturas reproducen individuos corporeizados. Ider lad y subjetividad En Jas sociedades de tradicién judeo cristianas 1a subjetividad se construye a tra- vés de marcadores corporales que separan de manera tajante al sujeto masculino del femenino. Como plantea Rubin (1975) «la divisin sexual del trabajo puede conside- rarse como un tabi en contra de la igualdad entre hombres y mujeres que divide a los sexos en dos categorias mutuamente excluyentes creando asi el género {...] Lejos de ser la expresién de una diferencia natural, a identidad exclusiva de género es la supresion de las semejanzas naturales». Esta supresién de las semejanzas se mianifiesta tanto en el Ambito privado de socia- lizacién (familia) como en el piblico creando las redes de continuidad que dan senti- do de seguridad y pertenencia a los sujetos sexundos. Las identidades de género son construidas por un proceso psiquico, y por procesos complejos que incluyen Ia socia- Tizacién temprana, la manera en que esa socializacién es normada y reafirmada por los rmandatos culturales que asignan roles espectficos, excluyentesy jerarquizados a hom- bres y mujeres; y finalmente, por los compromisos individuales de'los sujetos a lo Jargo de su biograffa, sintetizados en el conocimiento acumulado de su experiencia, En su desglose sobre la constitucién de identidades de género Emilce Dio Bleichmar (1975) postula una feminidad primaria para todos los seres humanos. Para, clla en la constitucién de su identidad, los nifios y nifias seguirén caminos diferentes, marcados primordialmente por Jos hechos culturales manifestados y actuados por los padres primero y por el entorno social mas tarde; y donde la valoracién y jerarquiza- cin cultural de la feminidad y la masculinidad marcaré el destino diferencial entre ambos. La ferninidad y 1a masculinidad en tanto patrimonio dé un discurso cultural marca a nifios y nifas de una manera diferenciada, otorgando el poder a los nifios. Segtin Dio Bleichmar, la consecuencia de este hecho sers Ja autodevaluacién de las mujeres y un proceso identitario dificil de resolver ya que la sexualidad femenina es un valor con- tradictorio en esta sociedad, donde la sexualidad de Ia mujer es negada, controlada y canalizada hacia Ia maternidad y el cumplimiento del rol de esposs. ‘Sin embergo, para Judith Butler (20018: 150-151) el proceso identitario es dificil tanto para hombres como para mujeres. El conflicto edipico asume que se ha alcanaado ya el deseo heterosexual, que se ha fmpuesto ya distineidn enre 1o heterosexual y lo homosexval (una distncién a fin de events innece- ‘savia) en este sentido, la probibicién eel incesto presupone la prohibicién de a homosexualiad, puesto que asue la heterosexualidad del deso9[..] Consideremos que, al menos en parte, el _éner0 se adquiere mediante erepudio de los vinealos homosexusles; lana se converte en nifia al someterse a la prohibicién que excluye a la madre como abjeto de deseo instal als objeto excuido como parte del yo, més concretamente como identifiacién melaneética Dice Butler que (2001a: 150): si ln asumcin de Ia ferinidad y la asunci6n de la masculinidad se producen mediante fa con- secucidn de una heterosexualidad siempre precaria, podrfamos pensar que la fuerza de ese ogre exige el abantiono de los vinculos homoserusles 0, de manera quizé aun ms tajante, una prevenciGn' dela posiifidad del vineulo bomosexual, un repodio de la posibilidad, el cual convierte ala homosexualidad en pasién no vivible y pésdida no Vorable, La heterosexuslidad ‘© produce no slo poniendo en prictica Ia prohibicién del incest, sino imponiendo pre ‘mente Ia prohibicién de Ia homosexualidad, 1. Coa en gia En cualquier caso, hombres y mujeres enfrentamos la necesidad de construimos como sujetos dentro de espesas mallas de poder discursivo; nuestras subjetividades son constituidas dentro de contextos culturales especificos: y nuestras acciones estén enmarcadas en un contexto social que asigna roles y espacios diferenciados a mujeres y hombres (Burin et al., 1987). Para algunas autoras la normativizacién que asigna el espacio privado a Jas muje- res y el piblico a los hombres hace que las miyeres vivan el cumplimiento de su rol de manera contradictoria y con carga excesiva de tensiGn, generando Jo que han iden- tificado como el «malestar de las mujetes», el cual esté especificamente relacionado con la contradicciGn del rol que cumplen. Este «malestar» es interpretado en los espa- ‘cios de salud como enfermedades 'y medicalizado. Podriamos decir que, de forma paraleli, también propicia una carga excesiva sobre los hombres al emarcarlos» como Jos responsables tnicos del sustento familiar, lo que Izquierdo (1998) denomina -«ganadores de pan». Por esta raz6n el desempleo es un factor de estrés més fuerte para Jos hombres que para las mujeres. El género en tant clegori andlfea nos pemitecomprenderefmo la dvisign de a actividad y experiencia humana en dos «tipos» de experiencia construye una divi- sién artificial del mundo entre lo masculino y lo femenino en todaslas culturas. Todos Jos elementos significativos del mundo social, natural y espiritual estén lingtifstica- mente diferenciados segtin el género, y Ia mitologia de un buen nimero de culturas descansa sobre los simbolos de género. Esto es asf porque el principio dualista ha marcado el pensamiento en todo el ‘mundo, El antropélogo Alfredo Lépez Austin plantea que «uno de los pares de opo- sicién més importante en las concepciones dualistas es el par femenino/masculino, hembraimacho; este par de oposicién es, ala vez, uno de los simbolds més polivalen- ts y extendidos en todo el mundo». El trabajo te6rico y de investigacién alrededor de las identidades de género contir- ‘ma que Ia construccién y las diferencias de género son un proceso psicolégico, una funcién social y un principio universal de la vida cultural que se manifiesta en la psi quis individual, en el orden institucional y-en las ideologfas de una sociedad dada. Sin embargo, estas diferencias no son fijas, son felacionales y no ti¢nen ninguna «cuali- dad» permanente, por lo que se requiere analizar la manera on que estas diferencias se convierten en oposiciones, eémo se estructura Ia jerarquia entre ellas y finalmente cémo funcionan en diferentes contextos sociales e histéricos (De Lauretis, 1999): Las concepciones cultural de masculino y femenino éa cuanto eategoris compleinentarias y,al mismo tempo, mutuamente excluyentes dentro de las que estén colocados todos los eres inumanos, constituyen un sistema de género dentro de cada cultur un sistema de sentido sim- bélico‘que asocia el sexo a contenidos cultorales segin valores jerarqufts sociales. Incluso Si asume significados divesos en las diversas culturas, un sistema sexolgénero esié siempre fatimamente unido afactres sociales y politicos en cualquier tipo de sociedad, ua -12/ 2085 se ease Precisamente este acercamiento a la comprensién de la subjetividad actualmente tambien es referente para Jo que algunos autores denominan la sociologfa de la mascu- linidad, un rea que ha ido en aumento en las wtimas dos décadas, Stephen Whitehead y Frank Barret (2001) plantean que en las titimas dos décadas, la investigacién sobre los hombres y las masculinidades ha emergido como una de las Areas de més creci- miento en la Sociologia. Para estos autores, bajo el «paternazgo» feminista se ha rea- lizado un némero significativo de trabajos que muestran que las masculinidades no solamente no son fijas sino que cambian con el tiempo, espacio’y durante las vidas de Jos hombres. Algunos de los primeros trabajos sobre. masculinidad identificaron un énfasis, excesivo en la fuerza, el control y la violencia como parte central de la constitucién de Ja masculinidad (Kaufman, 1989), argumentando que puesto que la socializacién del hombre apunta a los aspectos de control y fuerza, la violencia seria la respuesta légi- ca para garantizar el mandato de control, Sin embargo, las y los investigadores:que actualmente estudian las masculinidades planteani que, mientras-el imaginario ‘de las mujeres y del ferinismo sobre los hombres es de, sujetos investidos de poder, en la realidad de sus vidas, éstos se viven como sujetos sin poder. Los discursos culturales que otorgan poder al varén blanco y heterosexual distan ‘mucho de la experiencia de la mayorfa de los hombres; de la misma manera que el dis- curso que define a ia mujer sin poder dista mucho de la experiencia conereta de las ‘mujeres. Lo que ha rarcado a los hombres como sujetos investidos de poder y a las mujeres desprovistas de éste, ha sido una mirada esencialista, binaria y autoexcluyen- te que supone una relacién directa entre discursos normativos y la subjetividad de los sujetos, Cuanto més se exploran Jas dimensiones sociales ¢ hist6ricas de la masculinidad y Ja feminidad, més se revelan éstas como heterogéncas y contradictorias, Por lo tanto es necesario reconocer que aun cuando tenga caracteristicas opresivas, el ejercicio de poder de'los hombres no esté-exento de ambigiedad ni de resistencias. Para algunas autoras que encuentran contraproductivo caracterizar Ia sexualidad masculina como depredadora, «la experiencia y préctica de la sexualidad masculina es frecuentemente frdgil y esté en contradiccién con las ideologias dominantes» (Segal, 2001). Para Lynne Segal la masculinidad es definida a través de.uma serie de relaciones jerdrquicas que inoluyen el rechazo y 1a supresi6n de Ja feminidad y del deseo homosexual, asf como autoridad y control sobre (algimas veces vista como protecci6n) de los «débiles» e* cinferiores». Por esta razén podemos decir que quiz4 en Io que es necesario poner énfasis es que en Ia construccién de las identidades femenina y masculina podemos identificer los elementos sociales que asignan diferentes recursos para la resoluci6n de conflictos 0 diferencias en una relacién afectiva; y, en tanto reconocemos que el poder es un regu- Iador de las relaciones, podemos suponer que para resolver las diferencias o manejar el conflicto en una relaciéa afectivo-amorosa, una familia o una unidad doméstica, la violencia seré el recurso més utilizado por la efectividad que esta tiene en las socit ‘des modemmas para «terminar» un conflict. om Tens 2065 +e 805 Este acercamiento, por lo tanto, presupone que Jos miecanismos & través delos cua- les se garantiza Ia reproduccién de Ia violencia son los mismos que reproducen cl lugar de subordinacién de las mujeres para mantener tn orden social sexista que pro- duce malestar y suftimiento tanto a hombres como a mujeres. La violencia como forma cultural de relacién entre desiguales y como crisis de representacion Uno de fos principales aportes del andlisis feminista es qué’ha mostrado que la.vi lencia hacia las mujeres ¢s perpetrada principalmente por hombres porque se ejerce dentro del contexto de una sociedad en la cual ellos pueden desplegar su poder sobre Jas mujeres y los menores de una forma sexualizada. Este poder sexualizado funciona ten todos Jos &mbitos de] imaginario y Ja préctica social, destal manera que se utiliza ‘como arma de guerra e instrumeato de humiltacién contra-pafses'enteros al'violar @ sus mujeres; como mecanismo de control de las mujeres en el espacio publico; y.como ‘mecanismo de control sobre mujeres y menores en el espacio doméstico. En términos ‘generales podemos decir que la violencia hacia las mujeres en el espacio doméstico es ‘una manifestacién del poder sexualizado en las sociedades de tradicién judeo-cristia. na, Por esta ra26n, investigadoras como Carol-Ann Hooper (1992: 53) plantean que el abuso sexual 2 menores es un locus de control social informal de los hombres sobre Jas mujeres. Como mujeres j6venes que son victimizadas, como parejas de hombres abusivos y como ‘madres y principales cuidadoras de menores abusados sexualmente, el abuso sexual a meno- 10s opera para rectringr la autonomfa de las mujeres y el control de sus propias vidas (1 En fas primeras etapas, e] comportamiento de las jévenes que habfan sido abusadas sexualmente fue el que estuvo bajo més vigileneia, aunque frecuentemente en nombre de su futuro como madres, Hoy son las madres de los menores abusados sexualmente cuyos comportamientos es Ja preccupacién principal de las instituciones de protecci6n al menor. Desde Ja teoria femninista se’platitea que’ pesar del volumen de escritos ¢ investi- gacién sobre violencia, el concepto mismo de violencia atin esté poco teorizado en las_ Ciencias sociales por lo que algunas de las muchas preguntas que nos tendrfamos que hacer para abordar este tema incluyen, la pregunta sobre si In violencia entra en la construccién cultural de Ia persona de manera distinta pata hombres que para muje- res, y de ser asi, cémo se da este proceso; sila violencia entre los sexos es instrumen- tal para convertir las diferencias de género en jerarqufas; si tendrfamos que considerax la violencia como una caracteristica universal de las relaciones hombre/mujer 0 debe- rfamos explorar las formas culturales especificas que tompa la violencia; y, si Ia sexua- lidad masculina es en si misma algo que es inherentemente violenta (Moore, 1994). Para aproximamos a la discusién de estas preguntas necesitamos, si queremos ‘mantener Ia agencia del sujeto, dar cuenta de la maneia en que éstos reproducen y actian» discursos dominantes, asf como de las instancias de no-reproducci6n, resis- tencia y cambio. Esto requiere, por supuesto, una teorfa del sujetoy una teorfa que nos permita construir las ligas entre representacién, poder, conocimiento y sujeto. Para autoras como Moore, «sin esa teorfa del sujeto no podrfamos responder adecuadamen- te a las preguntas relacionadas con las interrelacién de la diferencia de género, la jerar- gufa de género, violencia y sexualidad» (Moore: 1994: 139). Conceptos claves para la comprensién de Ia violencia de género en el Ambito doméstico Asf, debemos considérar a la violencia de género en el &mbito doméstico como el resultado de un desequilibrio de poder entre individuos en el contexto de familiar (Heise, 1994; Corsi, 1994). Desde esta perspectiva los hechos violentos al interior de la familia no estén corporeizados en los sujetos hombre y mujer, sino en los sujetos investidos de poder y autoridad para mantener un orden que garantice fa-jerarquta eit un contexto de convivencia, Desde esta perspectiva se conceptualiza la violencia como 1un efecto de poder que mantiene un orden social capitalista y sexista en las socieda- des modernas de tridicin judeo-cristina."Un orden marcado por Ia divisiGn sexual del trabajo y la distinci6n simbélica y estructural de la experiencia humana en una esfera privada e intima y, una esfera publica donde la regulacién de les relaciones se deposi- ta en el Estado y sus instituciones, so] La distincién simbélica y estructural de las esferas privada e fntima separada de la publica hace que los actos violentos sean «regulados» al interior de las familias y las unidades domésticas por el poder cultural y contextualmente asignado a los sujetos sobre la base de la posicién que ocupan en tanto género y generacién en el entorno doméstico. Por lo tanto, el término violencia domiéstica se debe concebir como una herramienta conceptual que identifica ciertos hechos violentos que ocurren en un entomo de convivencia cotidiana; y, una herramienta que intenta acotar los hechos violentos experimentados por las mujeres en la relacién de pareja. ‘Sin embargo, si aceptamos el término violencia doméstica como concepto que identifica los hechos violentos ociirridos en el espacio doméstico de convivencia, tene- ‘mos que reconocer y explicar cémo y por qué, siendo una violencia principalmente dirigida hacia las mujeres, ésta puede también afectar a varones, ancianos y minusvé lidos. Explicar y dar cuenta de por qué, también, en este contexto se encuentra de ‘manera significativa a mujeres ejerciendo violencia contra otras mujeres. Desde la inirada critica feminista podemos mantener como hipétesis, que el dispo- sitivo de la violencia doméstica en las sociedades de tradici6n judeo-cristiana: 1. propicia le estabilizacién del sistema sexo-género a través de actos violentos y autoagresién en el espacio privado e intimo de la experiencia humana, 2. regula Ja construcci6n de identidades de género autoexcluyentes y jerarquizadas a través de las instituciones de la feminidad y 1a masculinidad en un sistema sexista, 3081 3. valida la subordinacién de las mujeres y lo femenino en el exosistema a través de las tecnologfas de poder institucional jurfdico y médico que individualizan los actos violentos como caracteristicas que «emanan» de la naturaleza del individuo; y, 4, propicia la reproduccién de un orden social que jerarquiza a los seres humanos y sus comportamientos entre hombres y mujeres, dando por descontado que el com- portamiento y la identidad individual estén determinados por la biologia. Esto es asf porque de manera consistente, consciente 0 incgnscientemente, se cons- truye a las mujeres que se encuentran dentro de una situaci6h de violencia doméstica como victimas que, precisamente por esa clasificacién, se convierten en sujetos infan- tilizados que requieren de la intervencién del poder del Estago para «protegerlas» del podgr de sus parejas erdtico-afectivas; 0 del poder de los profésionales de la salud para «cufarlas» de,las enfermedades que esta relaci6n les produce. Pero también e3 asi porque en el imaginario social y en muchos émbitos del que- hacer cientifico se’sigue considerando que ‘las mujeres'son diferentes i os hioriibres y que sus respnestas a la violencia esté determinadas por la biologia; que los comporta- mientos violentos que ocurren en el espacio doméstico son resultado de las caracteris- ticas individuales de los sujetos y que su relacién con la estrfctura social e institucio- nal del sistema es, cuando menos, tangencial. Reconocer que el poder circula en el Ambito de lo doméstico y que los actos vio- Jentos se reproducirdn en el tiempo y de manera intergeneracional mientras no existan modificaciones sustanciales al orden de género, es un aporte y un reto que el feminis- mo presenta ante la sociedad, el espacio académico, y por supuesto, los espacios de elaboracién de politica piblica. Por esta razén, tanto los andlisis como las propuestas de intervenci6n requieren ser examinados desde un punto de vista.te6rico feminista y desde la efectividad de sus propuestas. En este sentido, «validar» un punto de vista forma parte de la disputa de poder en los dmbitos académicos, feministas y de parti- cipacién politica. En esta disputa lo que se encuentra de forma recurrente es la nega- cidn o invisibilizacién de los aportes elaborados desde la prictica y teorizacién femi- nistas porque éstos, de manera recurrente, plantean los limites presentes en el estudio del fenémeno con indicadores meramente cuantitativos y en la elaboraciGn de politi- cas piblicas que centran su interés exclusivamente en el 4mbito juridico legal. Plantearse una reflexién de las implicaciones précticas del aridlisis feminista es la tarea que se nos presenta como'reto para el siglo xx. Bibliografia BENHABIB, S. (1997): «The Generalized and the Concrete Other», en CaroL C: GOULD (ed) (1997): Gender. Key Concepts in Critical Theory, New Jersey, Humanities Press, 3 Bonin, M. (1987): Estudios sobre la subjetividad femenina, Buenos Aires, Paidés. AA en ARNT 11127205 556 186523811 Bumier, J. (2001 a): Mecanismos Psiquicos del Poder. 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