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lo cual NO tiene costo alguno. Por favor, no nos menciones en redes sociales,
ni comentes que leíste un libro en español que no fue sacado por una editorial,
cuídanos para que así puedas leer muchos libros más en español.
El diablo.
Juliette Brennan.
La descarada.
Nunca esperó su persistencia, ni la forma en que su cuerpo se calentaba cada vez que
el diablo se acercaba, lo que sólo la hacía luchar contra la atracción con más fuerza.
Tenía que vengarse y ahora había sangre en sus manos. Tenía sus secretos y pensaba
guardarlos. Que el mundo pensara que estaba loca, fuera de control. Así era más
fácil ocultar sus verdaderos pecados.
Una visita a Las Vegas envió todo en espiral al infierno. Había una razón por la que
Dante era considerado el Devious Kingpin.
Juliette
Puse los ojos en blanco; era más molesto que otra cosa. A la tierna
edad de trece años, me creía la chica más importante del mundo. Después
de todo, pronto iría al instituto.
—Espera aquí, Jules —me ordenó, deteniéndose frente a Tiffany's.
—¿Vas a comprar un regalo de Tiffany's para Wynter y para mí? —
chillé entusiasmada.
—Quédate aquí —me ordenó. En su típica actitud fraternal, me
ignoró y entró en la tienda. Curiosa y un poco entrometida, apreté la cara
contra el frío cristal, pero no pude ver nada aparte de los anchos hombros
de Killian.
El viento helado recorrió mis huesos. Los inviernos en Nueva York
eran gélidos. Me moría de ganas que Killian, papá y yo voláramos a
California.
Asintió.
—O algo así —confirmó.
Me quité la cinta y mis mechones caoba cayeron en cascada por mis
hombros. Me tendió la mano y dejé caer en ella mi cinta rosa intenso,
cuyo brillante color parecía ridículo en su gran palma.
—Gracias —murmuré, ofreciéndole una gran sonrisa—. Por
salvarme. Algún día quizá sea yo quien te salve a ti.
Quería devolverle el favor y papá me enseñó a no dejar nunca una
deuda sin saldar. Mientras se alejaba, la tristeza se apoderó de mi pecho
al darme cuenta que no tenía forma de saber si volvería a verle. Sólo
podía albergar esperanzas.
Capítulo 1
Dante
1
Muy Afortunado.
2
Muy jodido.
Mirando fijamente a mi hermano, levanté mi bebida y chocamos
nuestros vasos.
Juliette
Actuando por instinto, corrí hacia los dos hombres, que daban la
impresión de haber matado a muchos. No podía dejar que se acercaran a
Wynter. Si se acercaban a ella, nos matarían a todos.
Así que, con una confianza que no poseía y armada con el vestido
que dejaba ver más piel de la que me gustaba, corrí en su dirección. El
vestido azul noche se ajustaba perfectamente a mis curvas y pertenecía a
alguien con un trasero mucho más plano. A medida que me acercaba a
los demonios moreno y rubio, luché contra el impulso de tirar del
dobladillo.
Mantuve mis ojos en un punto ficticio, manteniendo sus
movimientos en mi visión periférica. En el momento en que su oscura
mirada rozó mi piel, un escalofrío recorrió mi espina dorsal y mi tacón se
enganchó en una grieta del mármol, lanzándome por los aires.
Dante
Juliette
Dante
Juliette
3
Se traduce a Bola de fuego. Es un licor de whisky canadiense infusionado con canela y un ligero toque picante.
—Bien —cedí, viendo la victoria brillar en sus ojos—. Mentí. Bailo,
pero no contigo.
—¿Qué oferta?
—Darme la noche de mi vida —dijo—. Hacer un trío. —Se me cayó
la cara de vergüenza. Esperaba que lo hubiera olvidado. No fue mi mejor
momento—. Apuesto a que tu padre aceptaría que me casara contigo
mañana si repitiera tu oferta.
Dante
Después de lo que parecía una vida entera de ser odiado y estar solo,
ella era la persona que necesitaba para llenar ese espacio vacío. La quería
tanto. Una vida con ella. Una amante. Una amiga. Quería que me
eligieran. Quería ser deseado. Quería que ella me quisiera. La chica que
me ofreció la cinta rosa. La chica de grandes ojos azules que prometió
salvarme. Nunca había soñado que volvería a encontrarme con ella, pero
me alegré que el destino me la trajera. Tal vez ella estaba destinada a ser
mía desde el principio, y yo estaba destinado a ser suyo.
Mis ojos recorrieron a los invitados a la boda de Basilio y Wynter.
Tantas afiliaciones del inframundo en un mismo lugar. Me sorprendió
que alguien no hubiera sacado un arma todavía. Casi esperaba que fuera
el padre de Basilio, el tío Gio. Basilio sentía por su padre lo mismo que
yo sentía por mi madre. Nada hablaba más de una infancia malsana que
nuestra mierda.
—¿Cómo es eso?
Davina se encogió de hombros.
—Sólo te ofrezco lo que he notado a lo largo de los años. Es toda
palabrería y coqueteo, pero intenta acorralarla y se resistirá con uñas y
dientes.
A pesar que me sorprendió que Davina, de entre todas las personas,
me ayudara, sentí que probablemente debía seguir ese consejo y
averiguar la mejor manera de atrapar a mi novia.
Capítulo 8
Juliette
El lugar era hermoso, Japón aún más. Las montañas nos rodeaban.
El suave rumor del río viajaba por el aire, mezclándose con el susurro de
las hojas y el aroma de los cerezos en flor. Si había un momento para
visitar Japón, era la primavera. Era tan colorida y vibrante que habría
sido una gran recepción.
Si tan sólo Dante DiLustro no estuviera aquí.
—¿Eh?
—Había un tipo allí con sus hombres, él me protegió. Se llamaba
Kian. Tiene una agencia de seguridad, creo que es bastante “exclusiva”,
si sabes a lo que me refiero. Puede rastrear a cualquiera y cualquier cosa.
La gente de ahí fuera lo conoce, tiene un historial muy bueno
manteniendo a la gente a salvo.
—Hmm.
Inclinó la cabeza, estudiándome.
—Por favor, dime que no estás pensando en ir a Afganistán.
Me burlé ligeramente.
—No.
—Mira, te daré su información de contacto. Sea lo que sea lo que
estés planeando, al menos él te mantendrá a salvo.
Y así fue como empezó mi relación con Kian.
Capítulo 9
Dante
*Brandon Dole.
El nombre que Nico había enviado no significaba nada. Y lo odiaba
simplemente porque estaba sentado a la mesa en un café romántico con
ella.
Miré con odio al otro lado de la calle, donde el cabrón sonreía y
charlaba con mi chica. Su mesa estaba justo en la ventana, dándoles una
vista de Central Park. Tan malditamente romántico que no podía
soportarlo. Quería sacar mi pistola, apuntar y acabar con él. Aquí y
ahora, en la calle atestada de turistas.
Mi ira latía a fuego lento. Los celos ardían. Algo inexplicablemente
oscuro se alzaba en mi pecho y se negaba a calmarse. No importaba la
negativa de Juliette. No importaba su terquedad. Ella era mía.
Mi teléfono zumbó. Otro mensaje de Nico.
Así que ideé un plan. Ella no sería capaz de escapar de mí una vez
que la atrapara.
Y nunca me vería venir.
Capítulo 10
Juliette
Brandon Dole.
Él era la única razón por la que había venido a Nueva York después
que Kian me diera su paradero, y no podía creer que el cabrón estuviera
en la ciudad de mi padre todo el tiempo. Kian era un enviado de Dios. La
mejor recomendación que había recibido nunca. El hecho que pudiera
contratarlo de incógnito funcionó a la perfección.
Después de un mediocre almuerzo tardío con Brandon -mi futura
víctima-, tomé un taxi y me fui a casa.
Supuestamente.
Brandon no tenía forma de saber que mi teléfono había sincronizado
su información, permitiéndome seguirle la pista desde ese momento.
Cuando me presenté en su edificio, estaba oscuro. Vivía en la parte de
mierda de la ciudad, la que nunca se veía en las postales.
Ya había comprobado las cámaras del bloque. No había ninguna,
aparte de las cámaras de tráfico. Mantuve la cara gacha y me pegué a las
sombras mientras avanzaba por el callejón y subía por la escalera de
incendios.
Clank. Clank.
Cada paso producía un ruido metálico, pero todas las ventanas de los
apartamentos por las que pasaba parecían vacías. Todos estaban
acostumbrados al ruido de la ciudad y no me dedicaron ni una sola
mirada. Me pareció bien.
4
Es un arma de electrochoque que al ser usada sobre el cuerpo de una persona o animal la incapacita
temporalmente
Reacia a sentarme en cualquiera de las superficies de esta pocilga,
opté por apoyarme en la pared para que no me viera hasta que estuviera
bien dentro de la sala.
Mi corazón retumbaba. No corría miedo por mis venas, pero no me
faltaba adrenalina. Podría haber estado mal, pero la idea de castigarle
había sido lo único que había pasado por mi mente durante mucho
tiempo.
Juliette
Un año después
¿Era ese mi Kian? ¿El tipo que rastreó a los cabrones que estaba
matando? No, no podía ser, sería demasiada casualidad. Sin embargo, ese
nombre no era exactamente uno que escucharas todos los días. Y es
amigo de los Ashford. El Kian con el que trabajé protegió a Autumn, la
amiga de Branka, como favor a los Ashford.
Tragué fuerte, decidida a largarme de aquí cuanto antes.
Me fui sin esperar su respuesta y me dirigí al bar. Una vez allí, tomé
asiento.
—Fireball —pedí—. Que sean dos. O tres. —Apenas tuve tiempo de
pestañear y me pusieron delante tres vasos de chupito. Me bebí el
primero y estaba a punto de beberme el segundo cuando una sensación
de calor recorrió mi espalda.
Giré la cabeza y mi mirada chocó con la de Dante. Mi corazón se
ralentizó, cada latido se aceleró mientras el calor lamía mi piel. Tenía
que ser el Fireball.
—¿Está ocupado?
—Ahora sí —bromeé, con el ánimo más apaciguado ahora que tenía
una infusión de licor en el cuerpo. En cualquier otro momento, tendría un
comentario sarcástico y una actitud aún más mordaz. Para mi sorpresa,
esta noche no estaba por ninguna parte—. ¿Dónde está la cumpleañera?
—le pregunté con curiosidad, mientras lo miraba por encima del hombro.
Emory debería estar por aquí. Después de todo, todo esto era en su
honor. Pero sólo vi a Priest de pie, con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—Se fue a alguna parte con Killian —respondió Dante.
Mis cejas se alzaron.
Dante
—Bueno, los dos estáis delirando, así que puede que tengas razón
—aceptó Priest.
Le di la espalda, ignorando sus comentarios sarcásticos.
Emory entró en la habitación justo a tiempo.
—Ah, cumpleañera.
5
Las Vegas Strip, también conocido como The Strip, es una sección de aproximadamente 6,4 km de la calle Las
Vegas Boulevard South en las localidades de Paradise y Winchester, Nevada, al sur de los límites de la ciudad de Las
Vegas. El Strip es una de las avenidas más filmadas y fotografiadas de los Estados Unidos, y probablemente junto con el
Hollywood Boulevard en Los Ángeles y la Quinta Avenida de Nueva York, sean las avenidas más famosas de los Estados
Unidos.
—De acuerdo —acepté. Mierda, ¿había hecho lo correcto? Quería
pedirle perdón, pero la deseaba aún más. Así que caminamos. Ayudaría a
despejar su cabeza. A mí también. Aunque temía que su beso me hubiera
emborrachado. Definitivamente había caído bajo su hechizo.
Me mantuve alerta, mirándola de vez en cuando. Mi mano alrededor
de su hombro y las suyas en torno a mi cintura, parecíamos dos amantes
dando un paseo. Pasamos por delante de algunos bares, pero por suerte
ella no mencionó nada.
Al cabo de unas manzanas, se detuvo delante de un edificio y gritó:
—Un autoservicio de capillas de boda. —Siempre había querido
acabar allí con ella, pero ahora ya no estaba tan seguro. La licencia de
matrimonio hacía un agujero en mi bolsillo. Debería arrastrarla fuera de
aquí. Este plan estaba tan mal, pero mis pies seguían quietos.
Dos años. Era para darnos una oportunidad. Pero en el fondo, sabía
que estaba yendo demasiado lejos.
Mis labios rozaron la suave piel de su cuello, luego recorrieron la
línea de su mandíbula y terminaron con un beso en su frente.
Tenía los ojos cerrados y una pequeña sonrisa curvaba sus labios.
Luego los abrió lentamente, brillando en su profundidad como estrellas
atrapadas en el azul del mar.
—¿Crees que necesitamos un auto? —preguntó en voz baja—.
Tengo muchas, muchas ganas de hacerlo.
A la mierda.
—No necesitamos auto.
Juliette
Una vez hecho esto, decidí darme una ducha. A lo mejor así se me
quitaba la resaca. Manteniendo la temperatura fría, incliné la cara hacia
la ducha y dejé que el agua cayera por mi cuerpo.
Cuando me enjaboné el cabello con el champú lila y terminé de
lavarme, salí de la ducha ya sintiéndome mejor. Me sequé y me envolví
en una toalla.
Dante
Juliette
Dante
Los ojos de Priest se desviaron hacia algo detrás de mí. Miré por
encima del hombro y vi a Juliette. Su expresión se ensombreció y me
dirigió una mirada sarcástica. Llevaba un minivestido rojo y unos
tacones altísimos. Apreté los dientes. ¿Intentaba que todos los putos
hombres de aquí a casa de Emory babearan por ella?
Algunos transeúntes ya la miraban abiertamente, sin intentar ocultar
el deseo que acechaba en sus ojos. Quería dispararles a todos y obligarla
a vestirse de monja.
—No lo hagas —advirtió Priest en voz baja y sus ojos se clavaron
en los míos de esa forma tan molesta y taciturna. Devolví la mirada a
Juliette. Era una vista mucho mejor. Golpeaba el pie con impaciencia.
—No tengo todo el día —espetó—. ¿Nos vamos o no?
—Espero que tengas muchos hijos que sean como su tía —murmuré
mientras me alejaba.
—Esperemos que sobrevivas para verlo —me gritó Priest.
Sus risitas me siguieron.
—No.
—¡Ahora!
Me soltó el brazo de un tirón.
—Dame una anulación —replicó.
—No.
Su obstinación acabaría volviéndome loco, si es que no lo estaba ya.
Y nada.
La mujer se negaba a reaccionar.
Le tendí la mano, una orden silenciosa, y sus ojos brillaron con esa
actitud desafiante que había llegado a conocer desde que la conocí. Bien,
pensé en silencio. Empezaba a preocuparme.
Los Ashford. Los Kings. Los Russos. Los Nikolaev. Y por supuesto,
los DiLustros y los Brennans.
Todos los que eran alguien estaban aquí.
—Ah, mi primo y su nueva novia —Emory se apresuró hacia
nosotros con una sonrisa tensa—. Gracias por venir.
Juliette le dedicó una sonrisa tensa.
—Feliz cumpleaños, Emory —Mi mujer le dio una bolsa de
regalo—. Ábrela cuando estés sola —sugirió.
Las mejillas de Emory se sonrojaron.
Liam suspiró.
—De acuerdo, dejaremos de lado la boda irlandesa, pero haremos la
boda como es debido. Mañana.
Juliette dejó escapar un suspiro frustrado, con los ojos brillantes de
fastidio.
—No es que fuera una boda de ensueño ni nada por el estilo. Los
dos nos emborrachamos y tuvimos una idea poco original de casarnos.
Un error. Nada más y nada menos.
Apreté los dientes mientras me llenaba de amarga diversión. Esa
mujer morena era todo en lo que había estado pensando y ella lo llamaba
un error. Exhalé un suspiro sardónico. La habían puesto en este mundo
para mí y sólo para mí, así que le demostraría lo perfectos que éramos.
Juliette
La noche de bodas.
Sobreviví a ella la noche anterior, pero no podía recordar mucho de
ella. Quizá había sido tan horrible como aquella noche de hacía tantos
años, pero no tenía forma de saberlo. Un escalofrío me recorría la
espalda cada vez que pensaba en ello. Mi respiración se entrecortaba y el
terror se extendía por mis venas. Algunos dirían que me sirvió de algo.
Me burlé y me mofé, haciéndome la dura, y ahora quería meterme en un
agujero y esconderme.
—¿Qué pasa? —preguntó Ivy en voz baja—. Estás caminando como
un zombi. Es la fiesta de Emory y actúas como si fuera un funeral.
La miré, pero sólo sentí una leve curiosidad por su parte. Ni siquiera
ella sabía de mis demonios. Ella no me conocía entonces. Wynter y yo
conocimos a Davina e Ivy en la universidad, pero Wynter tampoco tenía
ni idea de aquella noche.
Me zumbaban los oídos, el miedo empujaba adrenalina por mi
torrente sanguíneo y me dificultaba la respiración.
—Probablemente esté enojada porque Dante por fin la ha pillado —
intentó decir Wynter, aliviando la tensión con una broma. Se equivocaba.
Era mucho peor que eso. Había una razón por la que nunca pasaba de
cierto punto con un chico. Traía fantasmas y terror de vuelta con
venganza.
El viaje hasta la casa de Emory había sido tenso, pero eso palidecía
en comparación con la tensión que bailaba ahora en el aire. Giré la
cabeza para encontrarme con mi inesperado marido que manteniendo los
ojos de la carretera, con la mandíbula tensa. Su perfil era todo líneas
duras y expresiones oscuras.
El zumbido constante del motor hacía mis párpados cada vez más
pesados. Cuando estaba a punto de dormirme, me tiraron al suelo y me
aplastaron la cara contra las rodillas, al tiempo que se rompía un cristal.
Apreté los ojos mientras los cristales volaban a mi alrededor.
La voz de Dante era tensa.
—Agacha la cabeza.
Las balas salpicaron a nuestro alrededor y volví la cara hacia Dante.
—Te van a dar —grité.
Ignoró mi comentario y sacó su teléfono. Mi corazón latía con
fuerza y la adrenalina recorría mis venas. La persecución y los disparos
cobraban impulso y los tiros sonaban cada vez más cerca.
Dante pisó el freno, dejando que las luces de los autos perseguidores
nos adelantaran. De repente, los papeles se invirtieron: de perseguidos
pasamos a ser perseguidores. Tres todoterrenos estaban delante de
nosotros. Cambiando las marchas con pericia, Dante pisó el acelerador a
fondo y su Bugatti aceleró hacia quienquiera que nos había golpeado.
Sacó su pistola y apuntó a los neumáticos del primer auto.
Bang. Bang.
El primer todoterreno perdió el control del vehículo y chocó contra
el segundo todoterreno, luego se desvió hacia un lado. Dio una vuelta de
campana y el otro todoterreno acabó en la cuneta, a un lado de la
carretera. El tercer todoterreno estaba en mi lado y Dante no pudo hacer
un disparo limpio.
—Dame la pistola —siseé, tendiéndole la mano.
Sus ojos oscuros se clavaron en mí durante un segundo, pero me
pareció toda una vida. Contuve la respiración, preguntándome si
confiaría en mí lo suficiente como para darme el arma. Cuando me la
tendió, la cogí con firmeza mientras la señal de su confianza me bañaba
como miel caliente.
—Apunta a los neumáticos y dispara cuando yo te diga —me
ordenó.
Juliette
—No, gracias. El alcohol me metió en este puto lío. Así que no más
de esa mierda para mí.
Se hizo el silencio. Se cruzaron miradas.
No me creían. No importaba. No volvería a tocar el alcohol. Las
cosas podrían haber acabado mal aquella noche. Muy, muy mal.
Me levanté de la cama, rechinando las muelas y conteniendo mi
temperamento. La rabia recorría mis venas, exigiéndome que explotara.
Pero por una vez sería una “buena” hija y no montaría una escena. Quizá
mi padre por fin estaría orgulloso de mí.
Al pasar junto a todas las chicas de camino al baño, ignoré sus
miradas y su entusiasmo. Sus tacones chasquearon contra la madera,
siguiéndome hasta el baño y cerré rápidamente la puerta. Al menos me
ducharía sola.
—Deja que te ayudemos —protestó Wynter por el ojo de la
cerradura.
Cuando salí del baño, esperaba que mis damas de honor se hubieran
ido. No se habían ido. Estaban sentadas en la cama, en silencio, con los
ojos clavados en mí y sonrisas congeladas en sus rostros.
—Tenemos que estar listas en treinta minutos —anunció Wynter
con calma—. O el tío Liam se hará cargo.
No hubo respuesta.
Pasé junto a ellas y me dirigí hacia el vestido de novia que alguien
había elegido y que colgaba sobre la puerta, junto al espejo de pie.
—Sí, lo soy.
Su inglés era perfecto. Sin ningún acento.
—¿Cuál es tu nombre?
—Billie Swan.
Fruncí el ceño. Quizá me estaba tomando el cabello.
—Ese nombre no suena francés. Y cuando hablas inglés, no hay
acento.
Se encogió de hombros mientras se afanaba en arreglar el dobladillo
de mi vestido de novia. Con una aguja y un hilo en la mano, vi cómo sus
dedos se introducían con pericia en el material, desaparecían y volvían a
aparecer. Con cada puntada, la opresión de mi pecho se aflojaba.
—Mi madre era americana. Cuando murió, mon père6. —supuse que
eso significaba padre... mi francés era prácticamente inexistente—. Hizo
las maletas y nos trasladó a Francia.
Se levantó y me miró con ojos críticos, como buscando defectos.
Eran tantos que me pregunté si ella podría verlos. Luego sonrió.
—Estás lista y el vestido te queda perfecto.
Sus ojos marrones se encontraron con los míos, brillantes de
satisfacción.
—Je te souhaite tout le meilleur pour ton mariage. —Cuando la
miré sin comprender, añadió—. Mis mejores deseos para tu boda.
Suspiré. Necesitaría toda la buena suerte posible.
—Estás preciosa —me dijo Davina, juntando las manos. Me había
olvidado de mis amigas.
6
Mi padre en francés.
—Mira —la voz de mi prima interrumpió mi viaje por el carril de
los recuerdos.
Con las manos sobre los hombros, Wynter me hizo girar hacia el
espejo de cuerpo entero antes que pudiera protestar. Mis ojos se
encontraron con mi reflejo y un pequeño jadeo salió de mis labios. No
me reconocía. Me veía hermosa e inocente.
Pero no era ninguna de las dos cosas.
¡Mierda!
Mi mirada pasó de mi reflejo a la ventana. Cielo azul y despejado.
El sol brillaba. Incluso los pájaros piaban. La calma me envolvió. Lo
superaría. Había pasado por cosas peores y había sobrevivido.
Si tan sólo supiera si me creía a mí misma.
Dante
Branka se rio.
—Apenas has dicho “Sí, quiero” y ya estás de mal humor —
bromeó, con los ojos brillantes.
Jesús, al parecer Sasha era una mala influencia para su mujer. La
chica era reservada por lo que había oído y sin embargo aquí estaba
jodiendo conmigo. Debería haber hecho un trato mejor con su hermano,
Alessio, y haberle cedido Filadelfia, todos los negocios canadienses, así
como una cláusula para que se mantuviera alejado de nosotros, los
DiLustros. Eso al menos me daría un respiro de esta mierda.
Demasiado tarde.
—Bueno, gracias por venir —dije, cogiendo otra copa de la bandeja
mientras el camarero pasaba a nuestro lado.
No le contesté.
La química estaba ahí, no se podía negar, pero mi mujer no me lo
pondría fácil y cedería a ello. No sabía cómo lo sabía pero me jugaría la
vida en ello. Aquella mirada después de nuestro beso me perseguía, y
cada vez que pensaba en nuestra noche de bodas, esa imagen aparecía en
mi mente.
Mis manos se cerraron en puños y la frustración burbujeó en mi
interior.
Juliette
—¿Qué...?
—Si tú saltas, Juliette, yo también —dijo Dante, con la voz apagada
en mi nuca—. ¿Quieres volar, mi salvajilla? Volaremos juntos.
El pánico se apoderó de mí, pero, por extraño que pareciera, fue
rápidamente sustituido por un alivio tan fuerte que sentí lágrimas
ardiendo en mis ojos. Mi cuerpo empezó a temblar. Mis manos cubrieron
sus fuertes antebrazos, las uñas clavándose en su piel.
Entonces, para mi horror, aparecieron las lágrimas. Los sollozos
sacudieron mi cuerpo. La sal manchó mis labios, amoratados de
morderlos nerviosamente durante las últimas veinticuatro horas. Los
botones de su camisa me apretaban la piel de la espalda, su aliento
calentaba mi nuca.
—Vamos, Juliette. Vámonos a casa.
Negué con la cabeza, los sollozos sacudían mi cuerpo. Pero cuando
tiró de mí otro metro hacia atrás, lo dejé. Luego me agarró de las caderas
y tiró de mí para alejarme del borde. Volví a apoyar la cabeza en su
pecho, con su olor familiar llenándome los pulmones y el cansancio
calándome hasta los huesos.
—¿Qué haces aquí? —jadeé, con la voz ronca.
Cuando estuvimos a cierta distancia del borde, me dio la vuelta y me
puso cara a cara con él.
—Salvarte —me gruñó al oído. Mis ojos se clavaron en su hermoso
rostro lleno de furia. Tormentoso y oscuro—. Hice instalar un rastreador
en el auto cuando lo compré, por si alguien era tan estúpido como para
robarlo —dijo con sorna, pero bajo su tono había algo más. Algo
parecido a la preocupación—. ¿Cómo pudiste pensar en saltar? —La
acusación pareció un latigazo. Entonces su mirada se suavizó—. Joder,
Juliette. ¿Me odias tanto como para elegir la muerte antes que a mí?
El veneno rodaba por su lengua, pero también había una pizca de
dolor. Decepción. Su mirada se posó en mis labios, suaves y
hambrientos. Me apretó la nuca mientras su nariz rozaba la mía.
—No puedo acostarme contigo —espeté, con el cuerpo tembloroso
ante las imágenes que me venían a la mente.
—¿No puedes o no quieres? —preguntó.
La mente era algo tan peculiar. No podía recordar las noches
pasadas, pero aquella noche de hace mucho tiempo se deslizaba por ella
con facilidad. Algo tan oscuro y feo que no podía olvidar. Ojalá pudiera,
pero seguía arraigado en mis recuerdos.
—Las dos cosas —admití, mi voz me traicionó con un ligero
temblor.
Su expresión cambió, se volvió pensativa, sus ojos oscuros
penetraron en mi alma y desenterraron todos mis secretos. Todos mis
miedos. Todas mis pesadillas. Entonces, como si hubiera visto todas
aquellas horribles escenas de mi pasado, se puso rígido.
—¿Quién te lastimó? —Tres pequeñas palabras que lo cambiaron
todo.
Tragué fuerte, asustada de oírme admitirlo. Aún no se lo había dicho
en voz alta a nadie. Éramos cuatro, incluyéndome a mí, los que sabíamos
lo que había pasado aquella noche. Hoy sólo quedaba uno de esos otros
tres, porque yo había matado a los otros dos. Tardé años en darme cuenta
que sólo podía seguir adelante con sus muertes.
Cuando me hicieron daño, oí todos sus comentarios burlones. Sentí
todas sus bofetadas, el dolor, la humillación. Lo sentí todo. Mi voz no
fue lo único que perdí esa noche. Me perdí. Pero les hice gritar. No los
drogué como lo hicieron conmigo para hacerlos obedientes. Les hice
sentirlo. Todo. Cada maldita cortada.
Lo único que lamento es no haber podido matar al hijo del senador.
No pude atravesar los intrincados detalles de protección de su familia. Y
la jodida comadreja estaba escondida en la casa de su familia. Nunca la
abandonaba.
Dante acarició mi cara. Su tacto era cálido, pero no pude reprimir
una leve mueca de dolor. Odiaba que me tocaran. Sabía que me deseaba
y no confiaba en que no me tomara, lo quisiera o no. Por supuesto, si lo
hacía, más le valía aprender a dormir con un ojo abierto porque mi
misión sería acabar con él.
A la mierda la guerra. A la mierda todo.
Nadie volvería a hacerme sentir así. No volvería a ser una chica
indefensa.
—Lo prometo, nada de sexo —prometió en voz baja, pero con
convicción—. No hasta que estés preparada.
Antes que pudiera preguntarle qué quería decir con eso, me tomó en
brazos y me echó sobre su hombro. Sus manos, cálidas y posesivas, se
introdujeron bajo mi vestido. Me puse rígida, pero sus dedos se
detuvieron en el liguero y me lo bajaron por la pierna.
—Vamos a dejar esto para cuando estés lista —gruñó—. Ahora
vamos a casa. —Y luego, como si necesitara aclararlo, añadió—.
Chicago.
A casa. Chicago.
De repente, el mundo no parecía tan aterrador.
Capítulo 21
Dante
Por primera vez desde que había visto a Juliette meneando el culo
encima del bar de su padre, comprendí su temeridad. Lo vi en mi
hermano durante su adolescencia. Incluso en Emory. Era su forma de
sobrellevarlo.
No dijo mucho al respecto. No tenía que hacerlo. Todo lo que sabía
era que haría pagar al maldito Travis Xander. Y no sería una muerte
rápida.
Juliette
Dante
—DiLustro.
—Te fuiste sin decir nada. Aisling quería hablar con Juliette. —La
voz de mi padre era aguda en el teléfono.
Exhalando con dificultad, mantuve mi temperamento bajo control.
Por lo que a mí respecta, Aisling podía irse a la mierda. Tanto ella como
Liam Brennan. Había estado investigando a Travis Xander, y al parecer
asistió al instituto con Juliette. Debió de haberla agredido bajo la
vigilancia de su tía y la zorra tonta ni siquiera lo sabía.
Ninguna chica debería sufrir eso. Pero sufrirlo sola, me ponía
asesino.
Soltó un suspiro.
—No, nada más.
Terminé la llamada y el resto del trayecto hasta mi casa de Chicago
transcurrió en silencio. No me importaba, porque en mi mente pensaba
en todas las formas creativas de hacer sufrir a Travis Xander.
Eran casi las seis de la tarde cuando por fin llegamos a la entrada.
Un edificio de piedra rojiza de tres plantas con columnas blancas en el
porche delantero nos dio la bienvenida desde detrás de la valla que lo
rodeaba.
Hice clic en el mando del tablero y la verja de hierro forjado se
abrió, deslizándose lentamente hacia la izquierda.
—Bonita casa —dijo Juliette, sus primeras palabras en más de tres
horas—. ¿La has comprado tú o tu padre?
Levanté una ceja.
—¿Por qué iba a comprarme mi padre un sitio para vivir?
Puso los ojos en blanco.
—Bien, Sr. Importante. Lo entendemos —murmuró—. La
compraste con tu dinero sucio.
Me hizo gracia.
—¿Dinero sucio? —pregunté—. ¿No hicieron trampas tú y tus
amigas en mi casino hace sólo unos años?
Sabía por Basilio que las cuatro amigas querían fundar juntas una
escuela para delincuentes prometedores. La idea era interesante. De
hecho, me sorprendió que a nadie se le hubiera ocurrido antes. En
cualquier caso, la ayudaría, si me dejaba.
Se encogió de hombros.
—Obligada por las circunstancias.
Entré en el garaje, estacioné junto a un todoterreno Mercedes y salí.
Por supuesto, Juliette ya estaba agarrando el tirador de la puerta, pero yo
fui más rápido. Le abrí la puerta y la ayudé a salir.
—Bienvenida a casa.
El aire olía fresco. Como a nieve. Lo que significaba que el suelo
estaba demasiado frío para sus pies descalzos.
Sin previo aviso, la cogí en brazos y la llevé al otro lado del umbral
de nuestra casa.
—¿Qué haces? —chilló.
—Estás descalza y en Chicago los inviernos son fríos —razoné.
—Hmmm.
Me rodeó el cuello con los brazos y creo que no se dio cuenta que
sus dedos jugaban con el cabello de mi nuca.
Me dirigí directamente a las escaleras, su tensión evidente por la
forma en que me agarraba el cabello.
Abrí el grifo y tomé los artículos de aseo que habían traído para ella.
Me quedé mirando las cinco variaciones diferentes de burbujas de baño.
Todas parecían iguales, sólo que de distintos colores.
El sonido del agua al salpicar llenó el cuarto de baño y resonó en las
baldosas. Vertí un frasco en la bañera y vi cómo las burbujas la llenaban
mientras sostenía el recipiente vacío en la mano.
—Vaciaste todo eso en ella. —La voz de Juliette me llegó desde
atrás y la miré por encima del hombro. Estaba delante de mí con la bata
corta que había hecho que le pusieran en el armario. Sus piernas parecían
muy largas para lo pequeña que era.
—Sí.
Juliette
7
Mirón
Hacia delante y hacia atrás. Más rápido y más fuerte. Los músculos de su
cuello se tensaban mientras bombeaba.
Dante
¡La drogaron!
Mierda, Mierda, Mierda. En ese preciso momento me di cuenta de lo
mal que lo había hecho. Le pasé una droga para hacerla complaciente.
Para poder casarme con ella sin su permiso. Revelar la verdad estaba
fuera de la mesa ahora. Maldita sea, nunca había calculado tan mal. ¿Por
qué sentía que ya la había perdido?
Su respiración era agitada y los escalofríos recorrían su cuerpo. Sus
ojos se encontraron con los míos, con una angustia y un dolor tan
malditamente crudos que me robaron el aliento. La mujer feroz y
temeraria reducida a sentir tal dolor. No podía soportarlo.
Se encogió de hombros y la bata se deslizó por su delgado hombro.
Sonreí.
—Aprenderás una cosa sobre mí, Juliette. Siempre cumplo mi
palabra y siempre consigo lo que quiero.
No estaba seguro de si lo había notado o no, pero sabía que este
matrimonio no se disolvería. No cuando supiera cómo la había atrapado.
Y no cuando su hermano y su padre se enteraran. Yo era una persona
jodida con una moral jodida. Mi error de cálculo cuando la drogué podría
ser contraproducente. Me arrepentiría. Me arrastraría. Me pondría de
rodillas. Y todo me llevaría de vuelta a ella.
Porque sería un buen esposo. Sería un buen padre, eventualmente.
Mejor de lo que nuestros padres fueron para nosotros.
Capítulo 26
Juliette
Por ahora, simplemente volví a mi lado del armario y elegí ropa para
ponerme. Algo apropiado para este frío. Empecé con un sujetador y unas
bragas a juego de color rosa suave. Una vez puestas, busqué entre una
selección de vaqueros y luego un grueso jersey amarillo.
Vi una estantería con zapatos de mujer y me dirigí hacia allí,
observando que todos eran nuevos. Cogí un par de Uggs cuando se abrió
la puerta del baño.
Me miró con un brillo oscuro y triunfante en los ojos.
—¿Te quedan bien? —me preguntó.
Asentí y algo brilló en sus ojos. ¿Satisfacción tal vez? Emociones
que no podía precisar. A veces era difícil leerle.
—Los compré para ti —afirmó con naturalidad mientras se dirigía a
su lado del armario y empezaba a sacar su propia ropa. Vaqueros. Un
jersey gris claro. Botas de combate.
Entonces sus palabras se registraron.
—¿Cuándo los compraste? —le pregunté con cuidado.
Sus hombros se tensaron durante una fracción de segundo antes de
relajarse.
—La mañana después de nuestra primera boda.
Lo miré con desconfianza. De eso hacía sólo tres días. Era imposible
que toda esta mierda llegara en dos días.
—¿En serio?
Completamente vestido, se dio la vuelta y me tendió la mano.
—Vamos a darte el tour y luego vamos a comer algo.
La primera sala a la que me llevó era una biblioteca. Una enorme de
dos pisos de altura con estanterías que llegaban hasta arriba y estaban
completamente abastecidas. Había una escalera con ruedecitas que se
apoyaba en cada fila para poder alcanzar los libros de la parte superior.
—Vaya —murmuré mientras recorría la habitación con la mirada.
Yo ni siquiera era de las que leen. Mi literatura empezaba y terminaba
con romances. Algunos más dulces que otros, pero la mayoría sucios.
Claro que eso nunca se lo confesaría a Dante.
—Chinches.
Giré la cabeza para mirarlo.
—Espero que la tuya no tuviera chinches —siseé, sintiendo de
repente que se me erizaba la piel. Me rasqué el cuello, luego la espalda.
Mierda, de repente me picaba todo el cuerpo.
—Fue una falsa alarma —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Deja
de rascarte.
Lo fulminé con la mirada.
—Eres un imbécil.
Se rio mientras bajaba las escaleras. La mansión de Dante era más
grande de lo que pensaba. Tenía varias alas, aunque la mayoría estaban
sin usar.
Me costó todo lo que tenía no reírme. Dante se iba a llevar una gran
sorpresa.
Chicago era frío.
Y algo lúgubre. Para mi sorpresa, la ciudad permaneció abierta, sin
perder el ritmo, con la ventisca que arrasó anoche. Cuando expresé mi
sorpresa por el hecho que las tiendas estuvieran abiertas, la gente se
limitó a reírse. No era una ventisca hasta que los autos no podían circular
por las calles.
Acabamos almorzando en una de las pizzerías locales. Nada más
llegar nos lanzaron miradas curiosas.
Por la forma en que el encargado se abalanzó sobre nosotros, quedó
claro que Dante era conocido. Nos saludó personalmente, estrechó la
mano de Dante y luego inclinó ligeramente la cabeza hacia mí.
—La pareja casada —me dijo, cogiéndome la mano y besándome el
dorso. El gesto era tan anticuado que por un momento me quedé
mirándole, estupefacta—. Su mujer es impresionante, Señor DiLustro.
—Lo es —exclamó Dante, con sus ojos oscuros y brillantes
clavados en mí.
Cuando nos llevaron a la mesa, las miradas se convirtieron en
boquiabiertas. Miré hacia abajo varias veces para asegurarme que no
tenía un agujero en los pantalones o la cremallera abierta.
¿Por qué tenía la sensación que Dante era más de lo que parecía?
Capítulo 27
Dante
Orgullo.
Estaba claro por la expresión de Juliette que estaba sorprendida por
mis palabras y mi reacción. Nunca había intentado ser mansa. A menos
que intentara distraerte, pero eso no venía al caso. Era lo que me gustaba
de ella. Su fuerza. Después de saber lo que le había pasado, la admiraba
aún más.
—Dímelo.
—Azul. Concretamente, el azul del mar Jónico.
Frunció las cejas.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—Ese color parece tan específico —explicó—. ¿Por qué ese tono de
azul?
—Me recuerda a tus ojos —admití—. Y fue una de las mejores
vacaciones que mi hermano y yo tuvimos.
Esperé algún comentario, pero Juliette permaneció pensativamente
callada. A veces conseguía sorprenderme con sus reacciones. Nunca
sabía qué esperar de ella. Sin duda me mantendría alerta el resto de
nuestras vidas.
—¿Mi comida favorita? —preguntó tras unos minutos de tenso
silencio.
—El postre. Concretamente el parfait.
Ensanchó los ojos, pero rápidamente rectificó.
Juliette
Asintió.
—Tengo unos cuantos. Es un tema popular en la vida nocturna de
aquí.
Eché la cabeza hacia atrás y me reí.
—¿Necesitamos una contraseña para entrar?
Me sonrió.
—Si eso es lo que quieres.
Fue exactamente lo que pasó. Primero tomé un postre, luego una
ensalada, mientras Dante comía su hamburguesa favorita. Fue una cosa
más que aprendí sobre mi marido. Le encantaba comer hamburguesas.
Después de comer en el elegante bar, bajamos las escaleras.
—¿Una copa por la noche? —propuso Dante.
8
The Notebook (El diario de Noa, en España; Diario de una pasión, en Argentina, México, Chile y Venezuela; El
Cuaderno) es una película de 2004 basada en la novela homónima de Nicholas Sparks
Capítulo 29
Juliette
—¿Es extraño para ti, ahora que sabes que Liam no es tu padre
biológico?
—¿Cómo extraño?
Su cabeza se inclinó hacia un lado, sosteniendo mi mirada por un
momento antes de volver a la carretera.
—En realidad, no —dije en voz baja—- Nos crio a Killian y a mí.
Se aseguró que estuviéramos a salvo. Nos salvó de una casa en llamas.
—¿Pero?
No me sorprendió que intuyera que había algo más.
—Me pregunto quiénes eran —admití en voz baja—. No los
nombres. Ahora los sé. Pero sí quiénes eran.
Conocía la reputación de mi padre, la violencia. Sabía que a mi
madre le encantaba tocar el piano y cantar. Pero Liam no era quien para
revelar esa información.
—Puedo conseguirte esa información —me ofreció Dante.
Tiré de mi labio inferior entre los dientes, tratando de pensar en
cómo responder. Ya tenía toda la información sobre mis padres
biológicos. Había obtenido parte de ella mediante tortura y el resto lo
había averiguado por mi cuenta rebuscando entre las cosas de Liam.
—No. —Levantó una ceja, sorprendido por mi respuesta—. No,
gracias —añadí.
La curiosidad y algo más se reflejaron en sus rasgos cuando observé
su perfil lateral. Pero sin duda había diversión. No sabía si por mis
modales o por qué.
Asintió.
Tragué fuerte.
—¿No te preocupa?
Después de todo, los pecados de nuestros padres se convirtieron en
los nuestros. Sus enemigos se convirtieron en los nuestros. La gente que
se la tenía jurada a mi familia también podía ir por él. Una brizna de
miedo me llegó a los pulmones. No quería que le pasara nada, no por mi
culpa.
Captó mi mirada, estudiándome por un momento y luego se giró
hacia la carretera.
—Juliette, me importa una mierda quiénes sean o hayan sido tus
padres. Yo me casé contigo. Te he deseado desde el momento en que te
vi bailando encima de aquel bar en The Eastside vestida con esos
ridículos colores de la bandera irlandesa con tus amigas.
Mis ojos se ensancharon.
—¿Juliette?
Algo golpeó mi pecho. No podía distinguir si era miedo u otra cosa.
—¿Cuántas mujeres has tenido? —Exhalé, con la adrenalina
zumbándome en los oídos. Sus cejas se alzaron y tragué, apartando los
ojos. Su pulgar rozó mis labios y bajó por mi barbilla hasta seguir la vena
de la garganta.
Dante
Mierda.
Tendríamos que darnos prisa o me correría de verdad en mis boxers.
El colchón se hundió cuando ella se arrastró hasta la cama y se posó
entre mis piernas abiertas. Se acercó a las esposas, su cuerpo por encima
de mí y sus tetas flotando justo al lado de mi cara. No pude resistirme a
levantar la cabeza y lamerle el pezón derecho por encima de la fina tela.
Se estremeció y, antes que pudiera preguntarle si era de placer, un
pequeño gemido salió de sus labios. Era el paraíso. Era el puto infierno.
Clic.
—Estás esposado —anunció en voz baja y volvió a bajar por mi
cuerpo, a horcajadas sobre mis caderas—. ¿Y ahora qué?
Se quedó quieta, con los ojos clavados en mí. Tenía las mejillas
sonrojadas, pero también todo el cuerpo.
—No te mueras —exhaló, alejándose un poco—. Me… me gusta
que me comas el coño. Lo quiero todos los días.
¡Joder!
Juliette
Dante
Juliette dormía en mis brazos sin más ropa que su tanga y mi camisa
blanca de botones que había desenterrado de mi lado del armario.
Pasé mis manos por su espalda, disfrutando del tacto de su suave
piel contra mis ásperas palmas. Su respiración uniforme llenaba el
espacio y las grietas de mi pecho. Su olor permanecía en todas partes: en
nuestras sábanas, en mis manos, en mis pulmones.
Había algo de paz en aquel momento y temía que algo lo rompiera.
Seguramente mi traición. Debía confesarle lo que había hecho. Debería
admitirle mi plan retorcido con el que la había atrapado. Pero la maldita
confesión se negaba a salir de mis labios.
Un dolor hueco vibró en mi pecho. No podía arriesgarme a que me
odiara. No ahora. Ni nunca. Estábamos progresando y eso era lo que
importaba. Estábamos avanzando.
Un suave suspiro rozó mi pecho y bajé los ojos hacia mi esposa. Su
respiración acariciaba mi piel. Tenía la mejilla apoyada en mi pecho, la
boca ligeramente entreabierta y aquellas pestañas largas y oscuras que
proyectaban sombras sobre sus mejillas, convirtiéndose en un
espectáculo que no me cansaba de contemplar.
*Corta la seguridad.
Tomó diez segundos en responder.
*Seguridad desactivada.
No está mal para un anciano, pensé con ironía. Atravesé la verja y
crucé el extenso césped, pegado a las sombras. Entré en la casa por una
puerta lateral, que no estaba cerrada con llave. Desventajas de iHome y
de depender de la seguridad electrónica.
Había silencio, como era de esperar. La luz entraba en el vestíbulo
desde el salón, y yo la seguía, con mis botas de combate silenciosas
contra el mármol.
Me detuve en el arco de la puerta y mis labios se curvaron en una
sonrisa cruel. Vaya suerte, pensé con suficiencia.
—No tenías que recibirme —le dije—. ¿No tienes una esposa
embarazada a la que atender? ¿O ya han llegado los bebés?
Su expresión se llenó de diversión.
—Los bebés tardan nueve meses en cocinarse —respondió con
frialdad—. Aún nos quedan unos meses.
Me encogí de hombros. No había pensado mucho en tener hijos.
Tenía poco más de veinte años. Demasiado joven para pañales y leche.
—Da igual.
La boca de Konstantin se curvó en una sonrisa.
—No te preocupes, pronto aprenderás. He oído que te has casado.
Una boda autoservicio en Las Vegas. Felicidades.
Claro que se había enterado. El inframundo era como una columna
de cotilleos.
9
Club de la Milla de Altitud, llamado así porque solo valen los polvos llevados a cabo a partir de una
milla de altitud, o sea, 1.609 metros.
De vuelta al edificio, Konstantin abrió la puerta y me hizo un gesto
con la mano para que entrara.
—Sigo sin creerme que te casaras con uno de esos locos de los
Nikolaev —murmuré al pasar junto a él.
Se rio entre dientes.
—Te apuesto un millón de dólares a que tu esposa está más loca que
ellos.
Tragó fuerte.
—Estábamos en una fiesta. La vimos entrar sola y pensamos en
divertirnos, ¿sabes? Le echamos algo en la bebida y la llevamos arriba.
Parecía dispuesta. Sólo necesitaba algo para relajarse.
—Eso es todo —repetí con frialdad mientras el rojo se filtraba
lentamente en mi visión de nuevo—. Eso es todo.
—Sí, sí. Lo juro —gritó, temblando como una hoja.
Entonces me dejé llevar por la rabia. Me abalancé sobre el cabrón.
Lo golpeé, una y otra vez. Mis puños ardían con cada golpe. Golpeé
carne y hueso, incluso el suelo bajo nosotros en mi furia cegadora. Le di
puñetazos hasta que ya no pude respirar y sentí las costillas rotas. El
pecho me pesaba, mis nudillos rotos.
Jadeé cuando mis ojos se encontraron con la mirada vacía del puto
Travis Xander. No hacía falta tomarle el pulso. Estaba muerto. Me
pesaba el pecho, los oídos aún me zumbaban de adrenalina. Mi rabia se
sentía insatisfecha. Quería matar a más. A dos hombres más,
concretamente.
—¿Estás bien? —Konstantin me observaba con expresión cautelosa.
Como si yo fuera una bestia desquiciada lista para atacar sin ser
provocada. No estaba muy lejos. Me miraba con una intensidad
penetrante que me puso los dientes al borde.
Caí de culo y me senté en el suelo, rodeado de sangre. Bajé los ojos
y me encontré con la ropa empapada y los brazos cubiertos de sangre.
Me dolían los dedos y tenía los nudillos magullados, cubiertos de
carmesí.
Juliette
10
Es una aplicación de Apple para hacer videollamadas (audio + vídeo) o solo audio con otros usuarios de
dispositivos iOS o Mac
Lo anterior era personal para mí. Los de abajo eran personales tanto
para Killian como para mí.
Petar Soroko.
Raslan Rugoff.
Igor Bogomolov.
Yan Yablochkov.
Los cuatro fueron asesinados por Killian. Los siguientes eran míos.
Vlad Ketrov.
Nikola Chekov.
Jovanov Plotnick- no estaba muerto aún, pero lo estaría muy pronto.
Sofia Volkov sería la guinda del pastel.
Me quedé mirando los nombres rusos de la lista. Killian se encargó
de cuatro; yo estaba a punto de encargarme del tercero del asesinato de
nuestros padres. Entre los dos, habíamos matado a siete de sus asesinos.
No estaría satisfecha hasta que nos dieran todos los nombres para tachar.
—Hola —Wynter llamó de nuevo, interrumpiendo mis
pensamientos—. Tierra a Jules.
Intenté recordar su pregunta y luego la recordé.
—Está bien —respondí secamente.
Hace dos días, Dante tuvo que volar. Tuvo que ocuparse de una
emergencia en California. Para mi desgracia, lo echaba de menos.
Apenas habíamos empezado a trabajar en el aspecto físico de nuestra
relación y se marchó. Eso me agitó.
La parte impaciente de mí quería probar la teoría de hasta dónde
podíamos llegar antes que me entrara el pánico. Quería expurgar los
fantasmas que plagaban mi mente y me impedían tener relaciones
significativas con el sexo opuesto.
No es que fuera a tener ninguna en el futuro, aparte de Dante.
Mi marido.
Todavía parecía surrealista. Tal vez estaba soñando y me había
despertado. Sola.
—¿Jules? Despierta. —Era la voz de Ivy. Parpadeé y sacudí la
cabeza. Tenía que concentrarme en esta llamada o nunca saldríamos de
ella.
—Sí, estoy escuchando —dije, ligeramente agitada. En realidad no
lo hacía, pero no importaba.
—Voy a ser su peor puta pesadilla —le corté otro trozo de carne—.
Ahora empieza a hablar o me llevaré a tu bonito nieto. Lo rebanaré y lo
cortaré en dados delante de ti hasta que empieces a hablar. Sé que viven a
dos manzanas de aquí.
No necesitaba saber que nunca le haría daño a su familia. Yo no era
del mismo calibre que esos imbéciles.
Mi amenaza funcionó, aunque Jovanov me fulminó con la mirada,
pero no se atrevió a decir nada más.
—Fue una orden de Sofia Volkov —empezó, resollando—. Maten a
toda la familia y quemen la casa con los cadáveres dentro. —Me quedé
quieta, con una rabia que me quemaba las venas. No era la primera vez
que oía hablar de esa orden, pero siempre me golpeaba de la misma
manera. Pura furia y odio. —La-la mujer, unos hombres la violaron
mientras su marido miraba —tragó fuerte mientras mi estómago se
retorcía y la bilis subía por mi garganta—. Ella gritó y gritó. El marido
luchó, pero estaba atado y cada movimiento que hacía para salvarla le
valía otra paliza.
—¿Por qué quería ella la muerte de mi familia? —pregunté, con la
voz mortalmente calmada.
—Tu abuelo, del lado de tu padre -Cullen-, ayudó a secuestrar a la
hija de Sofia Volkov. —Y ahí estaba. El único detalle que desconocía—.
Los hombres de Sofia mataron a tu abuelo, pero eso no fue suficiente.
Ella quería extinguir toda la línea de sangre. Quemar la casa con todos
dentro era una forma de borrarlos a todos.
Imágenes pintaron mi mente y lo perdí. Grité y grité como una loca.
Entonces acuchillé la hoja sobre su muslo. Una y otra vez.
Jovanov temblaba de miedo, con los ojos muy abiertos y el cuerpo
tembloroso. El color empezó a desaparecer de su rostro. Se volvió tan
blanco como los fantasmas que perseguía. Quería hacérselo pagar.
Quería que sintiera el dolor que sintió mi padre al ver cómo violaban
a mi madre. Quería que sintiera el dolor que mi madre sintió cuando la
hirieron una y otra vez.
Dante
11
Mi luna en ruso.
Tatiana apareció por la puerta del extremo izquierdo, frotándose la
barriga y luciendo un largo vestido rosa con tirantes dorados. Parecía una
diosa griega embarazada, a punto de estallar en cualquier momento.
—Menos mal que me avisaste —respondió Tatiana, con la mano en
la cadera—. Estaba a punto de dejarme caer la ropa y desfilar desnuda
para la cena.
Illias se rio y la abrazó.
—¿Por qué haces esto otra vez? —pregunté, con las sienes
palpitándome con más fuerza.
—Bueno, pronto vendrá al mundo la realeza —anunció. Levanté las
cejas, sorprendido. No sabía que Tatiana conociera la realeza—. Tienen
que aprender esas cosas desde pequeños.
Parpadeé, mirándola sin comprender. Lentamente, arrastré los ojos
hacia su vientre y luego de nuevo a su rostro. Por lo que había oído, el
embarazo ponía a las mujeres hormonales y de mal humor, no locas. ¿No
es cierto?
—¿Qué pasa?
Me miró y tecleó en el móvil.
—Te he conseguido información sobre los dos nombres.
La sorpresa me invadió.
—¿Por qué te importa?
Se le escapó un suspiro socarrón.
—Lo creas o no, no tolero que los hombres toquen a las mujeres, a
las chicas -a cualquiera- sin su consentimiento. El anterior senador
encontró una muerte prematura por ello. Es decepcionante que su hijo no
aprendiera la lección.
Deslicé mi teléfono para abrirlo, mis ojos hojeando la información.
—¿Muertos? —murmuré.
—Escúpelo, Illias.
—Las muertes de ambos hombres tuvieron lugar el mismo día en
que tu esposa se encontró con ellos —soltó la bomba, la insinuación
clara en su voz—. Y no, no estoy acosando a tu esposa. Hice que uno de
mis hombres buscara una lista de las personas con las que estos hombres
habían estado en contacto en los últimos dos años. El nombre de tu
esposa era el único que era común con ambos hombres. Se encontró a
Brandon Dole en Nueva York. Esa misma noche, fue asesinado. Lo
mismo ocurrió con el otro.
Un recuerdo parpadeó en mi mente. Aquel día la vi a través de la
ventana de un café de Central Park almorzando con Brandon Dole. ¿Lo
mató ella esa misma noche?
Juliette
Se encogió de hombros.
—Tenía que encontrar a un hombre, pero resulta que está muerto,
así que decidí visitarte.
—¿Muerto? —dije—. Espero que no fuera un amigo cercano.
—No.
Cerré rápidamente la puerta y miré por encima del hombro. La
criada se marchó, volviendo a lo que estuviera haciendo, y yo volví a
centrarme en Killian.
—¿Quién ha muerto? —pregunté en voz baja.
—Nadie por quien debas preocuparte. —Su respuesta cortante hizo
que se me erizara el vello de la nuca. Mi sexto sentido me advirtió que
Killian probablemente iba tras las mismas personas que yo. Pero si lo
iluminaba, me encerraría y tiraría la llave. Era demasiado protector. Así
que lo dejé pasar.
—En California.
—¿Por qué?
Mis labios se fruncieron. No creía que Dante fuera a informarme de
sus asuntos, ¿verdad? Al leer la expresión de mi cara, Killian decidió
cambiar de tema.
—¿En serio?
—Mejor ellos que nosotros.
Jadeé. No de asombro, sino de alivio. Mejor ellos que nosotros. No
podía estar más de acuerdo.
—¿Quieres saber algo, Kill?
—Hmmm.
—¡Qué sexista!
—Si Dante se parece en algo a su primo, es muy posesivo y
obsesivo —me dijo—. Y digamos que si veo una sola lágrima en tus
ojos, voy a matar al cabrón.
Dios, tanta testosterona. Yo misma era capaz de matar a mi esposo.
Después de todo, ayer mismo maté a un hombre y, si se me permite
decirlo, lo hice bastante bien. Aunque no había necesidad de señalárselo
a mi hermano.
Se encogió de hombros.
—Es un caso especial.
—¿Por qué? —pregunté con curiosidad.
—Estás haciendo un montón de preguntas sobre él.
Gruñí.
—Porque no contestas a mis preguntas. Ahora dime. ¿Por qué Kian
es un caso especial? ¿Y a qué se dedica?
Mi hermano se rascó la barbilla con cansancio.
—Pasó por el entrenamiento de Operaciones Especiales de EE.UU.
pero en realidad es brasileño. Hermano del jefe del cártel brasileño.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Qué?
—Es el jefe...
Hice un gesto con la mano.
—Ya te he oído. Pero mierda. ¿Dónde entra en juego la agencia de
seguridad?
Jesucristo. ¿Había estado trabajando con el cártel brasileño sin
saberlo? No estaba segura de si debía estar impresionada o no.
Probablemente era mejor que no estuviera impresionada.
—Me imagino que le permite lavar dinero a través de él —dijo
Killian—. Y no creas que no voy a averiguar por qué te interesa tanto
alguien de quien te recomendaría que te mantuvieras alejada —añadió
con mordacidad—. No necesitas meterte con alguien como él, hermanita.
Dante
Juliette
Lo hice.
—Me cortaría la polla antes de hacerte daño. —No era exactamente
una declaración de amor, pero en mi libro, significaba más que cualquier
palabra sensiblera. Significaba el mundo. Dante mantuvo sus ojos en mí,
su mano continuamente recorriendo mi espalda—. Pero tienes que
enfrentarte a tus demonios.
Juliette
—No lo sabía.
Puse los ojos en blanco, ligeramente avergonzada. Nunca me gustó
señalarlo.
—Trabajé duro para superarla, pero sigue ahí. A veces es más difícil
leer unos libros que otros.
No dijo nada, se limitó a observarme con unos ojos que siempre
veían demasiado. No estaba segura de cómo me sentía al respecto.
—¿Arrepintiéndote de haberte casado con tu salvajilla? —bromeé,
pero había algo en esa idea que me hacía sentir incómoda. No me
gustaba.
—Quiero cada centímetro de ti, Juliette —su voz era profunda, su
mirada ardía con algo que no me atrevía a identificar—. Quiero
conocerte por dentro y por fuera: todo lo bueno, lo malo, lo feo, lo triste,
lo feliz. Lo quiero todo.
Dante
—Sigo sin entender por qué elegiste esto para nuestra diversión
diaria —murmuró. Resultaba que mi competitiva esposa odiaba no ser
mejor que yo en las cosas—. Ya te he dicho que ni siquiera soy una
buena esquiadora. Todo lo que sea nieve, hielo o agua se convierte en un
desastre cuando estoy cerca.
Suspiré.
—Confía en mí, Salvajilla. Si pude enseñar a Priest, puedo enseñarte
a ti. Mi hermano pequeño tiene dos pies izquierdos.
Abrió la boca para responder, pero en ese momento sonó su
teléfono. Lo sacó con impaciencia y frunció el ceño. No esperó y
contestó antes que volviera a sonar.
—¿Hola? —Estaba lo bastante cerca para oír que era la voz de un
hombre y su rostro se iluminó con una amplia sonrisa. Los celos me
recorrieron como un rayo, pero mantuve la compostura. Tendría que
rastrear esa llamada y averiguar qué cabrón podía ponerle semejante
sonrisa en la cara. Nadie tenía ese derecho. Era mi trabajo y sólo mi
trabajo.
—Sí, eso no será un problema en absoluto —ronroneó—. Tengo el
dinero.
Colgó y sus ojos brillaron con picardía. No podía apartar la mirada
de su brillo. Nunca la había visto así.
Sonrió.
—Ya verás.
Luego desvió la mirada hacia la puerta.
—¿Estamos listos para empezar esta “diversión” que has planeado
para hoy? —preguntó, levantando los dedos para hacer comillas.
Había un ligero toque de sarcasmo en su voz, pero preferí ignorarlo.
Bajaría la pendiente aunque tuviera que subirla a mis esquís para hacerlo.
Sacudí la cabeza.
Bajé la colina, llegué al lugar y me di la vuelta para ver a Juliette
bajando a toda velocidad.
—Qué coño... —siseé.
Iba demasiado rápido.
—Más despacio, Juliette —grité agitando las manos. Parecía estar
soñando despierta. La sonrisa de su cara era de pura felicidad, pero
enseguida se transformó en pánico. Intentó detenerse, haciendo una V
invertida. Lo único que consiguió fue enredar los pies y... ¡boom!
Rodó colina abajo y se estrelló contra mí.
—¡Joder! —gruñó al chocar contra mí. Respiraba con dificultad y
tenía los ojos muy abiertos, pero la adrenalina debía de seguir corriendo
por sus venas, porque se sacudió la nieve y anunció—. Casi lo consigo.
Hagámoslo otra vez.
Miré a mi alrededor, preguntándome si no estaría viendo algo bien.
Casi se había matado, no casi lo había hecho. Las miradas de los
transeúntes me dieron la razón.
—Por favor, Dante. —Incluso agitó los ojos—. Una vez más.
—No, Salvajilla. Te quiero viva, no muerta.
Exhaló un suspiro frustrado.
—Bien. Entonces, ¿qué puedo hacer con seguridad?
Observé a los niños de cinco años y su pequeña colina improvisada.
—Eso es un montículo —siseó—. Apenas me llega a las rodillas.
Juliette
Mis músculos protestaban a cada paso, pero por alguna tonta razón,
me negaba a admitirlo. Él ya estaba en lo alto de la escalera y debió de
notarlo u oír mi gruñido al dar el primer paso, porque se detuvo y se dio
la vuelta.
Me echó un vistazo y se acercó, tomándome en brazos con un
movimiento rápido. Al estilo nupcial.
Nunca había sentido ese deseo con nadie. Nunca me había sentido
tan segura.
Debería haberme alarmado, pero no lo hizo. Después de todo,
ningún otro hombre se había ofrecido a esposarse por mí.
Se bajó los pantalones de chándal por los firmes muslos,
quedándose sólo en bóxers negros. Tiré de mi labio inferior entre los
dientes y esperé con impaciencia a que se quitara los bóxers. Cuando se
los quitó, me estremecí de necesidad.
Santa. Jodida. Mierda.
Su polla estaba dura y gruesa, lista para mí.
La excitación me recorrió y mis muslos se apretaron con
anticipación.
—¿Aún te parece bien que me bañe contigo? —No pude responder,
mis ojos clavados en su enorme longitud—. Podría tomar las esposas. —
me ofreció.
Se me escapó una risa ahogada tratando de imaginarme ese
escenario. Su polla se movió como si a su pequeño miembro le gustara el
sonido de mi voz. Era la idea más ridícula.
—¿Sí?
Dante
—No hay vuelta atrás después de esto, Juliette —dije, mis palabras
con un tono grave.
La confusión cruzó su rostro.
—¿Qué...?
—Eres mi mujer y yo soy tu marido —gruñí—. Hasta que la muerte
nos separe. —Acaricié su pecho y pasé mi pulgar por su pezón. Bajé la
cabeza y le lamí el pezón. Un escalofrío la recorrió—. ¿Entendido?
Puede que estuviera aprovechándome de su deseo. Me daba igual.
Quería su compromiso. Ella quería esto tanto como yo. Tal vez ella no
me amaba tan obsesivamente como yo a ella, pero le importaba, eso lo
sabía con certeza.
—¿Entendido? —le pregunté.
—Sé buena y tócate —le ordené con voz ronca—. Primero los
pechos. Enséñame lo que te gusta.
Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo. Mis ojos recorrieron uno
y luego el otro, acariciando cada centímetro de ellos.
Vi los dedos de Juliette temblar cuando los llevó a sus pechos,
haciendo rodar los pezones entre sus dedos y pellizcándolos después. A
pesar de su rubor, no me quitó los ojos de encima. Gimió mi nombre y
eso era suficiente para hacerme correr en ese mismo instante.
Mi mirada pasó de sus pechos pesados y turgentes a su dulce coño
húmedo y reluciente.
—Ahora abre más las piernas y tócate el coño —le dije—,
Muéstrame cómo te excitas cuando piensas en mí.
—Sí —gimió.
Joder, la confesión podría hacer que me derramara. Estaba tan cerca.
—Dime qué estás pensando —gruñí.
Sacó la lengua y se la pasó por el labio inferior.
—Quiero que me folles con la lengua.
Mierda. A Juliette le gustaba hablar sucio. Tenía sentido que fuera la
chica de mis sueños.
—¿Quieres correrte en mi cara?
Ella gimió mientras sus dedos trabajaban más rápido, sus rodillas
todavía separadas mientras su excitación se deslizaba por el interior de su
muslo. Se me hizo la boca agua. Sus muslos temblaban por sus caricias,
su placer iba en aumento.
—Dime —gruñí.
—Sí —gimió—. Quiero correrme en tu cara.
—¿Quieres correrte?
Ella asintió ansiosamente, jadeando, con su melena extendida
alrededor de su cabeza como un abanico.
—Por favor, Dante.
Volví a bajar la cabeza y rocé suavemente su clítoris con los dientes
antes de chuparlo. Un gemido recorrió la habitación y sus caderas se
agitaron. Goteaba por sus muslos y yo lamía ansiosamente cada gota
como si estuviera hambriento. Y mientras tanto, la penetraba con los
dedos, ahogándome en la adrenalina que zumbaba en mis oídos y en sus
gemidos.
Su sabor era adictivo. Sabía que sería algo que haría el resto de
nuestras vidas. Entre sus gemidos y su sabor, no habría cura para mí. Ella
era mi salvación. Juliette se agolpaba contra mi cara, sus movimientos
frenéticos y desesperados, y sus gemidos suplicantes se hacían más
fuertes cuanto más la comía. Apreté el pulgar contra su clítoris y
enrosqué los dedos hasta que dieron en el clavo. Se arqueó sobre la cama
con un grito agudo, estremeciéndose.
Se corrió con tanta fuerza que su cuerpo tembló, y yo mantuve sus
caderas quietas para poder seguir follándola con la lengua. Ella era el
altar al que siempre debía rendir culto.
Pero Juliette no quería. Sus uñas se clavaron en mis muslos, sus ojos
se clavaron en mi polla que parecía responder bajo su mirada. El
prepucio brillaba en la punta y la forma en que se lamía los labios hacía
palpitar mi polla.
—Quiero hacerte sentir bien —susurró.
—Probemos otra...
—Dante, he dicho que no he terminado —siseó, cortándome. Joder,
era una descarada y eso me puso aún más duro.
—Gracias a Dios —dije con voz ronca—. Vamos a intercambiar las
posiciones, pero avísame si es demasiado. ¿De acuerdo?
Así de fácil.
—Joder, mujer —rugí.
Parpadeó, con una expresión confusa. Puse mi mano en su cara y la
ayudé a ponerse en pie.
—¿Estás bien?
—Eso ha sido... guau.
Dante
Sonrió alegremente.
—Prometo que esta vez no será nada malo.
Mi esposa parecía tan hermosa y feliz que el corazón se agitó en mi
pecho. Sí, esta mujer me convertía en un maldito pelele. Me pregunté si
se reiría en mi cara si me arrodillara y le propusiera matrimonio.
Quería ponerle un anillo en su dedo porque había dicho “sí” y no
porque la hubiera engañado. Pero eso significaría que tendría que
confesarle mis errores, y temía que eso nos hiciera retroceder dos pasos
en lugar de avanzar.
—Vamos —me instó, tirando de mí—. Estaremos fuera un rato.
—¿Necesitamos chaquetas? —Iba bien abrigada, pero las
temperaturas eran de un solo dígito. No podía faltar una chaqueta.
Agitó la mano.
—Estoy tan animada que estoy sudando. Si tu frágil cuerpo... —Se
interrumpió, con los ojos nublados recorriendo mi cuerpo. Se lamió los
labios y mi polla respondió al instante—. Toma una chaqueta si quieres
—ronroneó, sin aliento.
La diversión se encendió en mi pecho.
—Podríamos volver arriba.
Tragó, con las mejillas sonrojadas.
Había una regla que siempre seguía. Nunca salir de casa sin una 45.
Nunca se sabía dónde y cuándo atacaría el enemigo. No tenía intención
que me pillaran con los pantalones abajo, por así decirlo, sobre todo
ahora que tenía que proteger a mi mujer.
Me dirigí al armario cercano y metí la mano en un compartimento
secreto. Los tenía instalados por toda la casa y funcionaban sólo con mis
huellas dactilares. Había visto a Juliette manejar un arma cuando Sofia
nos atacó. Era obvio que podía manejar una, pero quería asegurarme que
podía manejar otras armas antes de darle acceso a todo.
Metí la pistola en la cinturilla de mis pantalones. Ella ladeó la
cabeza y yo enarqué una ceja, retándola a decir algo. Juliette nunca era
demasiado tímida para expresar su opinión.
—Quiero que también lean mis huellas dactilares —dijo por fin—.
O empezaré a romperlas todas.
No me cabía duda que lo decía en serio. Ya había roto la de nuestro
vestidor.
Pero era lo último que esperaba que dijera. Por la expresión de su
cara, tampoco estaba bromeando.
—Primero, nos aseguraremos que sepas manejar un arma con
seguridad.
Sonrió con complicidad, obviamente segura de sus habilidades de
tiro.
Juliette
Sacudí la cabeza.
—Ay.
En realidad no me dolió, pero por alguna razón me gustaba
hacérselo pasar mal. Casi como los preliminares. Tal vez eso fue lo que
los últimos dos años fueron para nosotros. Juegos preliminares.
Él escondía sus demonios y yo los míos, pero al final, tal vez
nuestros demonios nos habían unido de nuevo.
—Los asientos van hasta atrás —dije en voz baja.
Dante levantó la ceja sorprendido.
—¿Y cómo lo sabes?
Sonreí.
—Inspeccioné tu auto antes de dejar que John se lo llevara. Para
asegurarme que volvía en las mismas condiciones, menos los daños.
—No llevo esposas, Salvajilla —me dijo apretando los dientes. Pero
mientras pronunciaba esas palabras, sus manos se introdujeron bajo mi
jersey. Me pellizcó un pezón a través de la fina tela del sujetador y eché
la cabeza hacia atrás.
—¿Estás mojada para mí? —gruñó mientras mis caderas rodaban
hola contra su erección. La fricción era muy agradable, pero no lo
suficiente.
—Sí —admití, mordiéndole la garganta. Mis caderas se
balanceaban, mi trasero rozaba su polla y cada vez un gemido vibraba en
mi garganta—. Quiero... —¿Qué quiero?
—¿Quieres mi polla? —retumbó, y un agudo suspiro salió de mis
labios. Era exactamente lo que quería—. ¿Cómo quieres mi polla? ¿En tu
coño o en tu boca?
La lujuria se encendió en mis venas como olas rompiendo contra la
costa.
—En mi coño —rugí, apretando las caderas contra su pelvis. Estaba
duro y su longitud empujaba ansiosamente contra mi entrada. Pero
nuestras malditas ropas nos estorbaban.
Agarró mi cara con sus manos y me obligó a mirarlo a los ojos.
—¿Estás segura? No es exactamente el momento ni el lugar.
Mi necesidad de él creció hasta sentirse a punto de estallar.
—¿Quién lo dice?
Una simple palabra con tanta fuerza. Su tacto bajó hasta llegar a la
húmeda tela entre mis muslos y cada nervio de mi cuerpo tembló de
anticipación. Una necesidad desesperada me arañaba, ardiente y
exigente.
—Tócame ahí —exhalé. Lo deseaba tanto que temblaba. Pero él
también—. Por favor.
Llevé las manos a su cinturón y tanteé. Me dejó, mirándome con
tanta reverencia que pensé que estallaría en llamas. El sonido de la
cremallera hizo eco en el auto, anunciando el punto de no retorno. No es
que quisiera hacerlo.
Bajé la mirada y la sorpresa me invadió.
—¿Sin bóxers?
Joder, ¿por qué me parecía tan erótico?
—¿Te molesta?
Negué con la cabeza, con la mirada fija en su polla tan cerca de mi
entrada caliente. Ni siquiera había tocado mi coño y yo jadeaba.
Olvidando su petición anterior, sus dedos se enroscaron en el dobladillo
de mis bragas y se oyó un desgarro.
Estaba empapada, y el brillo de mi excitación se deslizaba por el
interior de mis muslos mientras él arrastraba el material por mi coño.
Delirante, miré hacia abajo entre nosotros, con su polla justo en mi
palpitante entrada. Mi corazón retumbó bajo la caja torácica y mi sangre
ardió al ver su dura polla en mis pliegues. Sus dedos buscaron mi clítoris,
rodeándolo. La presión aumentó y me estremecí.
Nos miraba con los párpados pesados, los dos concentrados en
nuestros cuerpos casi unidos.
—¿Estás segura? —La voz de Dante penetró la niebla lujuriosa.
Volví a girar las caderas, dejando que la punta de su polla se deslizara
dentro de mi entrada. La visión era erótica. Tan malditamente caliente
que podría llegar al orgasmo sólo con eso—. Juliette, mírame.
Dante
12
Marca de un bálsamo labial.
—Juguemos al billar esta noche —dijo de repente. Ladeé una ceja
ante el inesperado anuncio—. Necesito mejorar mis habilidades y tú eres
un experto. Tu hermano dice que has ganado todas las partidas menos
una. ¿Quién mejor que tú para enseñarme? —Mis labios formaron una
sonrisa. Tenía una memoria asombrosa y catalogaba todo lo que alguien
le contaba. Al menos eso parecía—. A menos que prefieras que busque
otro profesor...
No la dejé terminar.
—Soy el único que puede enseñarte algo —gruñí.
—Entonces juguemos —comentó—. No tenemos nada mejor que
hacer.
—Yo sí que tengo cosas mejores en mente —dije en voz baja—.
Creía que habías dicho que no te gustaba jugar al billar.
Se encogió de hombros.
—Corrijo, no me gusta jugar al billar con otros. Tú podrías ser una
excepción.
Se me escapó un suspiro divertido, imaginándome a Juliette leyendo
las reglas del billar.
—Entonces, ¿sí? —preguntó, con los ojos brillantes de esperanza.
Juliette
Asintió.
—O algo así —confirmó.
Me quité la cinta del cabello y mis mechones caoba cayeron en
cascada por mis hombros. Me tendió la mano y dejé caer en ella mi cinta
rosa intenso, cuyo color brillante parecía ridículo en su gran palma.
—Gracias —murmuré, ofreciéndole una gran sonrisa—. Por
salvarme. Algún día quizá sea yo quien te salve a ti.
Mientras se alejaba, la tristeza se apoderó de mi pecho al darme
cuenta que no tenía forma de saber si volvería a verle. Sólo podía
albergar esperanzas.
Mis ojos se abrieron, el recuerdo del chico y lo que hizo por mí aún
vívido en mi mente mientras miraba alrededor de la oscura habitación.
Hacía mucho que no pensaba en aquella noche. Nunca la había olvidado
del todo, pero no pensaba en ella -ni en aquel chico- tan a menudo como
al principio. Ocurrió cuando tenía trece años, de compras navideñas con
Killian durante mi visita a Nueva York. Tía Aisling nunca venía de visita
a la Costa Este, y aquella vez, Wynter se quedó con ella.
Me recordaba a...
—Vuelve a dormirte, Salvajilla —retumbó mi marido contra mi
cabeza, acurrucándome. El sueño se disipó en un recuerdo lejano en el
momento en que sus dientes rozaron mi cuello, mordisqueándome la piel,
antes de succionar con dureza.
Inhalé profundamente, dejando que su aroma penetrara en mis
pulmones. Me resultó tan familiar desde el momento en que lo conocí.
La memoria se agolpó en mi adormecido cerebro, pero en cuanto su dura
erección presionó contra mi culo, se acabó el juego.
Me invadió el placer. Calor y necesidad. Olvidado el recuerdo, dije
lo primero que se me ocurrió.
—Dante.
Un gruñido de satisfacción vibró en su pecho.
Sus dedos bajaron de mi clítoris y se deslizaron dentro de mí. Jadeé
y arqueé la espalda. Sus labios rozaron mi oreja y susurró:
—Me encanta mi nombre en tus labios. —Sus dedos entraban y
salían de mí, mientras sus dientes mordían el lóbulo de mi oreja—. Lo
gritarás, Salvajilla.
Asentí frenéticamente con la cabeza. Haría cualquier cosa. Con tal
que siguiera haciéndolo. Sus dedos bombeaban dentro y fuera de mí sin
piedad, arrancándome gemidos y quejidos de la garganta. Mi sedoso top
se deslizó por mi cuerpo, enrollándose alrededor de mi cintura.
La boca de Dante abandonó el lóbulo de mi oreja, luego viajó por mi
cuello, por mis pechos y mi estómago hasta meterse entre mis muslos.
Sus dedos envolvieron mi top y el pantalón del pijama, y luego los
arrastraron por mis piernas.
Sus ojos brillaban como cielos negros mientras miraba mi cuerpo
extendido, mis piernas abiertas.
—Mira ese coño reluciente —gruñó Dante—. ¿Tienes hambre de mi
boca o de mi polla?
—Ambas —gemí.
—¿Quieres mi polla?
—Sí, sí —gemí—. Por favor, Dante. Fóllame. Joder, te necesito
tanto.
Empujó la punta de su polla, chorreando presemen, dentro de mi
coño.
—Por favor. Por favor.
Dante
—¿Y ahora qué? —Mi tono se volvió áspero, mi corazón latía con
tanta fuerza que me magullaba—. ¿Eso es todo? ¿No vamos a hablarlo?
Me fulminó con la mirada y luego sonrió. Oscuramente.
—¿Hablar de qué? —siseó—. ¿De cómo me drogaste? —La vena de
su cuello latía, su mano sosteniendo el cuchillo temblaba ligeramente—.
¿Me metiste mano mientras estaba complaciente y bajo los efectos de la
droga? —dijo con desprecio—. Debiste darte cuenta que era la única
forma de llevarme a la cama, ¿eh? Eres igual que ellos.
Ellos. Ahí estaba mi confirmación. Secretos que guardaba cerca de
su corazón. La comparación con ellos se sintió como una bala en mi
corazón. La furia y la tensión acuchillaron mis entrañas. Ser apuñalado
dolía menos que esto.
—No te toque —grité. Apreté tanto la mandíbula que me dolían las
sienes—. Ni siquiera cuando intentaste manosearme y arrancarme la
ropa.
—Te amo, Salvajilla —le dije en voz baja. Puede que no fuera el
mejor momento para profesar mi amor, pero así era. Estaba exponiéndolo
todo—. Te he amado durante tanto maldito tiempo. Esperé a que entraras
en razón. Que nos dieras una oportunidad. Pero eres tan malditamente
terca.
Se burló.
—Perdóname por no caer de rodillas ante ti. Tienes pelotas. Me
drogaste. Te casaste conmigo sin mi consentimiento. Y ahora quieres que
lo pase por alto y finja que nunca ocurrió. ¿Es eso?
Sonaba peor cuando lo decía en voz alta, pero ella sabía que nunca
la había tocado. Estábamos destinados a terminar juntos. Ella lo sabía. En
el fondo, lo sabía.
—Estaba malditamente equivocado, sí —dije, dejando escapar una
risa amarga—. Pero había sido paciente durante malditos meses. Años.
—Así que decidiste que era hora de drogarme —señaló con calma.
Peligrosamente.
Juliette
—Es alquilado.
—Bueno, mándale la factura a Dante DiLustro —dije, con el
nombre de mi marido en los labios y un sabor amargo—. Siéntete libre
de aumentarla.
—Qué generoso de tu parte. —Se burlaba de mí, sin duda. No es
que necesitara el dinero.
—Volviendo a la pregunta original —dije, dando un pequeño paso
atrás. Nunca se es demasiado precavido con los capos de la droga.
Bueno, Kian era el hermano de un narcotraficante. Pero da igual, la
diferencia es poca. El punto era, sólo mira con el que me casé.
Ciertamente no era un Boy Scout—. ¿Por qué estás aquí por mí?
Me observó sin decir palabra y me encontré inquieta, con los dedos
apretando la tela de la camisa. La comunicación por correo electrónico o
mensaje de texto era más fácil de manejar, te permitía esconderte tras un
número desconocido y críptico. O quizá no, teniendo en cuenta que había
averiguado mi identidad.
—Tengo un nombre más para ti —declaró, y me puse rígida.
Esperaba que no lo supiera, pero de algún modo no sería un buen
criminal si no se molestara en rastrear a sus clientes.
Ladeó la cabeza.
—Probablemente —aceptó—. Quizá me salí del cártel —comentó
con indiferencia—. Quizá se lo pasé a alguien más joven. O quizá no me
he metido en eso como mi hermano.
Me burlé. —Correcto. —Sus ojos oscuros brillaron con algo, aunque
no pude leer la expresión. No es que me importara ahora—. Entonces, el
nombre —dije—. Será mejor que me lo des. Aunque la próxima vez, por
favor, no te molestes en entregarlo personalmente.
Tragué fuerte.
—¿Por qué?
No contestó, sólo me dio un sobre. Lo agarré.
—Reevalúa tus prioridades, Juliette.
Eso fue todo lo que dijo, y antes que pudiera pronunciar otra
palabra, me dejó plantada en medio de la calle. No subió a la camioneta
que yo había golpeado. En lugar de eso, se dirigió a la acera llena de
peatones.
Parpadeé y el hombre había desaparecido.
Cuando se puso el sol, por fin me dirigí a un hotel.
Dante
—Quizá lo sea.
—Si ella es tu salvación, estamos todos jodidos —señaló Basilio.
—No eres de ninguna ayuda. Por qué no te vas a la mierda y llamas
a otro para tu conferencia a tres bandas.
—En realidad es divertida —salió Priest en su defensa, haciéndome
sonreír. Juliette se había metido en su corazón—. Esconde su bondad y
sus convicciones bajo las espinas.
—Bueno, eso me suena —replicó Basilio secamente. Al fin y al
cabo, los DiLustros éramos expertos en eso—. Entonces me alegro de
tenerla en nuestra familia.
—Más te vale, primo, porque no se va a ir a ninguna parte.
Terminé la llamada y me quedé allí de pie durante varios minutos,
aturdido por el silencio y el vacío que quedaban. Siempre supe que
Juliette me convertiría en un pelele sin siquiera intentarlo.
Ding.
El ascensor se abrió y salí al pasillo.
Los nervios me atenazaron mientras me dirigía a la puerta de la
Suite Presidencial. Mi mano tembló cuando la levanté para llamar a la
puerta. Se congeló en el aire cuando oí un ruido suave. Contuve la
respiración, escuchando. Nada.
Apreté el oído contra la puerta y volví a oírlo. Un ruido sordo que
sonaba casi como... un sollozo.
Juliette
Él asintió.
—¿Por qué seguiríamos cruzándonos? Tenía que significar algo.
—El mundo es un pañuelo —afirmé, con la voz ligeramente
quebrada. Me había salvado. Aquel día le prometí que lo salvaría. No lo
había hecho.
—La cagué. Pero después de esperar dos años a que me vieras, a
que me vieras de verdad, empecé a perder la esperanza. —Su respiración
estaba cargada de pesar—. Tenía mi corazón puesto en ti desde que te
conocí como una mujer adulta. Sí, cometí un error y lo siento. Por
traicionar tu confianza. Por no hacer lo correcto. Por no esperar otros dos
años.
*Claro.
Estaba segura que vería mi entusiasmo a través del mensaje.
Guardé el teléfono, miré a mi marido a los ojos y lo fulminé con la
mirada.
—Tú, tu hermano y tus primos parecen una panda de viejas
chismosas.
Debí pillarle por sorpresa porque se quedó mudo un momento.
Luego se recompuso y contestó:
—No les dije. Estaba al teléfono con ellos y oyeron tu tono.
Conociéndote, supusieron que habías enloquecido.
—Yo no enloquezco. Ustedes, los DiLustros, sí. —Entrecerrando
los ojos, torcí el labio—. ¿Sabes qué es lo peor? —No le dejé responder,
sino que continué—. Las señales estuvieron ahí desde el principio. Sé
que puedo tolerar el alcohol. Sin embargo, dejé que me convencieras que
estaba tan borracha que me desmayé.
En todos mis años, mis amigas y yo bebimos cosas muy fuertes.
Nunca me había desmayado. ¡Jamás! Debería haberme dado cuenta que
algo no iba bien cuando no pude recordar ni una maldita cosa de la noche
en que Dante y yo nos casamos.
Nuestras miradas chocaron, acusación en la mía alta y clara.
—¿Estabas borracho? —solté—. ¿O me drogaste y luego me
arrastraste a la capilla del autoservicio?
No perdió el ritmo.
—No estaba tan borracho como tú, pero sí, estaba borracho.
—¿Dónde estaba todo el mundo? —pregunté con frialdad—.
Alguien debería haberte detenido. —Mi pregunta y mi acusación tácita
quedaron en el aire. El silencio se prolongó hasta la asfixia—. A no ser
que estuvieran de acuerdo desde el principio.
Tenía mis sospechas.
Dante
Se rio.
—Se me calienta el corazón al ver lo mucho que te preocupas por
mí. —Le enseñé el dedo medio, pero no pareció disuadirlo de buscar
respuestas—. Bien, ¿qué tan enojada está? —preguntó, dirigiendo una
mirada a mi esposa—. ¿Qué ha dañado?
—Le dio un golpe al Rover, pero fue un accidente. —Los labios de
Basilio se torcieron y su mirada indicaba claramente que no me creía. No
importaba. Juliette dijo que había sido un accidente y yo le creí. Nunca
se había molestado en ocultar la destrucción de mi propiedad.
—Es demasiado imprudente. Impulsiva, también —dijo Basilio por
enésima vez. Me cabreaba cada puta vez—. Esos atributos mezclados
con nuestros genes son una receta para el desastre. Me pregunto si no
deberías dejarla en paz.
Lo fulminé con la mirada.
—Cómo tú dejaste a Wynter. —Mi primo buscó a Wynter día y
noche, implacable y enloquecido.
Juliette
Y lo decía en serio. Esto era una calle de doble sentido, hijo de puta.
—Sí.
—¿Qué ves?
—¿Quién es esta puta loca? —gritó.
—Cuidado —advirtió Dante, con un tono tranquilo y peligroso—.
Estás hablando con mi esposa.
Su expresión se quebró. No me importó. Algo en la forma en que
Dante dijo “mi esposa” hizo que mi pecho se calentara de una forma
irracional.
—Céntrate en mí, zorra —le dije, sin dejar de agarrarle el cabello—.
¿Qué ves en su mano?
Sus ojos estudiaron frenéticamente las manos de Dante.
—¿Un anillo?
Juliette
—Lo siento mucho, pero tengo que robarle el taxi. —Le lancé una
mirada de disculpa—. Tengo que ir a un psiquiátrico o habrá un infierno
que pagar. —Luego sonreí dulcemente y añadí—. Eres más que
bienvenido a unirte.
La mirada que me dirigió fue clara. Prefería caminar hasta el fin del
mundo antes que compartir un taxi conmigo. Me encogí de hombros y
subí al taxi.
—Tinley Park State Mental Hospital —le dije al taxista. Su mirada
se desvió hacia el espejo retrovisor, probablemente dispuesto a decirme
que me bajara del auto.
—Está cerrado.
—No.
De acuerdo, Dante le pagaría al hombre cuando llegáramos al
manicomio. O Basilio.
En el peor de los casos, le pediría a Kian que me adelantara algo de
dinero.
Capítulo 53
Dante
Estudié al tipo que estaba junto a Kian. Los dos eran más o menos
de la misma altura, pero no se parecían en nada.
—Quizá trabaje para Kian —comenté—. Aunque me resulta
familiar.
Juliette
Dante
Ella asintió.
—Dame tu arma. —Me la empujó. junto con un nuevo cargador de
munición.
No lo dudé. Empujé a Juliette detrás de mí mientras la rodeábamos,
nuestros cuerpos creando una barrera que sólo podía esperar que fuera
suficiente para protegerla. Empezó el tiroteo y, aunque parecía que había
durado mucho, no podían haber sido más de cinco minutos.
Los cadáveres se amontonaban. La sangre empapaba el suelo y las
paredes. Los hombres empezaron a huir. Basilio estaba herido. Kian
tenía algunos moretones. La respiración de River era irregular, pero
mantenía la calma. Darius recibió un balazo en el hombro, su manga
izquierda estaba empapada en sangre. Debió darle su chaleco Kevlar a
Juliette. Se lo debía de por vida.
Con un movimiento fluido, Juliette interpuso su pequeño cuerpo
entre Basilio y yo y, antes que pudiera parpadear, se puso en
persecución.
—¡Juliette! —grité, yendo tras ella mientras el resto del equipo
arrastraba los pies, frenados por el cansancio y las heridas.
Mis pies retumbaban contra el suelo, más pasos detrás de mí. El aire
se llenó de maldiciones y gruñidos. No necesité girarme para saber que
eran Basilio, Kian y sus hombres, justo detrás de nosotros. Una pesada
puerta de acero frente a nosotros estaba entreabierta y Juliette la atravesó
de un empujón.
¿Por qué coño iba detrás de ellos?
La puerta se cerró tras ella y maldije. No me gustaba perderla de
vista. La empujé justo a tiempo para verla arremeter contra el último
hombre, el que se movía más despacio.
—Hijo de puta —siseó mientras lo tiraba al suelo. Jesús, lo había
golpeado como un defensa. Vi cómo sus dedos recorrían el cuerpo del
hombre, cada vez más abajo, hasta que se enredaron en el frío acero de la
pistola y ella se la arrancó de los pantalones.
Otros hombres la apuntaron con sus armas, pero antes que pudieran
moverse, sonaron las balas. De mi pistola. De la de Basilio. De todas las
nuestras. Los hombres cayeron al suelo. Pero Juliette no había apretado
el gatillo. Lo tenía apuntado contra la nuca del tipo, jadeando.
Dejé que los otros hombres vigilaran las posibles amenazas mientras
me dirigía hacia ella. Ella no apartaba la mirada del hombre en el suelo.
—Sólo yo.
Los ojos de Juliette se desviaron hacia Kian.
—Era suyo el nombre en el sobre.
Un asentimiento lacónico. Se giró hacia el padre de Ivy. Bang.
Otro disparo.
—Mentiroso. —Su voz era fría. Su expresión aún más fría. El odio
la consumía ahora. Creía que su amiga la había traicionado—. Maldito
mentiroso. Voy a acabar con tu línea, igual que querías acabar con los
Cullen.
—Juliette —hablé en voz baja.
Tomé su cara y la obligué a mirarme. Las lágrimas brillaban en su
mirada.
—No saques conclusiones precipitadas.
—Mi mujer perdió la vida por su culpa —declaró Murphy, toda la
lucha parecía haberle abandonado—. Tenía que proteger a mis hijos.
—¿Qué quieres decir? —Soltándose de mi agarre, se centró en el
viejo Murphy y se le echó en cara—. Tienes hijos. Son poderosos. Son
temidos y despiadados. Los reyes irlandeses. ¿Y tienes miedo de Sofia
Volkov?
—Querrás decir los capullos irlandeses —me pareció oír murmurar
a Basilio.
Lo ignoré, esperando la respuesta de Murphy. Pasó un segundo.
Pesado. Traidor.
—Tenía que proteger a mi familia. Igual que tu familia te protegió a
ti.
Me callé. Creía que el viejo Murphy sólo tenía una hija. Mirando a
Juliette, era obvio que tenía el mismo pensamiento.
—¿Quién es Liana? —Juliette le preguntó inquietantemente.
Cuando él no hizo ningún movimiento para responder, ella se le echó
encima—. ¿Quién. Es. Liana?
—Mi otra hija. —El tono de Murphy era resignado. Cansado. Sabía
que su camino había llegado a su fin—. Mi hija ilegítima.
Bueno, que me jodan. Malditos secretos a nuestro alrededor.
Juliette sacudió la cabeza, la ira cruzando su expresión.
—¿Lo sabe Ivy?
Tragó fuerte.
—No lo sabe.
Juliette
—Bien, está del lado tibio. —Me apartó del espejo y me llevó a la
ducha—. Si está demasiado caliente, avísame y la ajustaré.
Me metí bajo el chorro y sentí... nada.
Un fuerte suspiro llenó el cuarto de baño. Fue de Dante. Se quitó los
zapatos y luego la chaqueta estropeada. Aún vestido, entró en la ducha y
empezó a lavarme. Primero el cabello. Luego el cuerpo. Sus
movimientos eran metódicos. Me miraba fijamente para asegurarse que
no me volviera loca y me diera un ataque de pánico.
Pero no pasó. No me quedaba nada. Estaba vacía. Hueca.
Diez minutos después, estaba limpia. Me secó y me vistió con un
pijama como si fuera una niña.
—La pierna derecha —me indicó. Hice lo que me dijo, deslizando el
pie en el suave material—. Pierna izquierda —repetí el movimiento—.
Manos arriba.
Suspiré y las levanté para que pudiera deslizar una camiseta por mi
cuerpo. Luego me alcanzó un vaso de agua y dos pastillitas blancas.
Cuando busqué su mirada, dijo:
—Ibuprofeno.
Asentí, me las puse en la lengua y me bebí todo el vaso.
—De acuerdo, ahora a la cama.
No tuvo que decirlo dos veces. Me metí bajo las sábanas y él me
envolvió con ellas. Como solía hacer Liam cuando yo era pequeña.
Cuando era inocente.
Cerré los párpados con fuerza.
—No voy a dormir contigo —susurré, con la voz apenas por encima
de un susurro.
—Estaré en el sofá —afirmó con naturalidad. Como si dormir en el
sofá fuera lo más natural del mundo—. Duerme un poco. Yo voy a
ducharme.
No contesté. Me costaba demasiado esfuerzo. Mi cuerpo estaba
demasiado fatigado. Mi mente estaba demasiado nublada.
La negrura amenazaba con tragarme entera.
Por mi mente pasaron imágenes. Algunas que había vivido y otras
que mi imaginación había evocado. El matón del callejón. Dante
salvándome. La violación. Dante, allí de nuevo. Mis padres mientras
ardían. Papá mientras me salvaba.
Me desperté sobresaltada, con las sábanas pegadas a mi piel
sudorosa. Recuperando el aliento, abrí lentamente los ojos y encontré a
Dante durmiendo en el sofá. La luna espolvoreaba su resplandor sobre su
hermoso rostro, y me encontré deseando poder ver sus ojos oscuros
brillando como el cielo que actualmente gobernaba la noche. Tenía los
brazos cruzados sobre el pecho y los pies apoyados en la mesita, junto a
su pistola.
La culpa oprimió mi pecho, pero la ignoré. No estaba preparada
para perdonar y olvidar.
Me moví en la cama del hotel y me fijé en las cartas que Dante me
había dado. Esperaban sobre la mesita de noche, junto al sobre de Kian,
sin abrir. Era inútil abrir el sobre de Kian, pero aún estaba a tiempo de
abrir el de Dante.
Me acerqué y los agarré. Con movimientos suaves, desdoblé
lentamente la primera carta. Para mi sorpresa, estaba dirigida a mí.
Juliette Brennan.
La niña que dijo que un día me salvaría. Debería haber sido
gracioso, excepto que no lo fue. Ella no sabía que me estaba salvando
desde el momento en que me entregó esa ridícula cinta para el cabello.
En los días oscuros, me mantenía cuerdo. Ese color vibrante y
alegre. La guardaba en un lugar seguro y sólo la sacaba cuando
necesitaba un recordatorio.
Aún conservo tu cinta rosa, Juliette.
En cuanto te volví a ver -primero bailando en lo alto de la barra de
The Eastside y luego en mi casino- supe que eras la indicada para mí. Tu
boca. Tu sonrisa. Y tus ojos... son mi cielo y mi infierno. Mi felicidad y
mi tormento. Mi deseo y mi vacío.
Si tengo que mover el cielo y el infierno, Juliette, un día serás mía.
Y yo seré tuyo.
Me quedé mirando las letras, que brillaban bajo la luz de la luna
llena. Mis ojos parpadearon hacia el rostro dormido de Dante, y luego
volvieron a las palabras que abrían algo dentro de mí que no podía
distinguir del todo.
¿Era el perdón? Sacudí la cabeza. No, no podía serlo. ¿Era amor?
No lo sabía. Pero era fuerte y salvaje. Me consumía. Me aterrorizaba con
su intensidad. El chico que me salvó. Prometí salvarle a él también, y lo
único que había hecho era hacérselo pasar mal. Tal vez era hora de
empezar de nuevo, por el bien de los dos.
—La cama es lo bastante grande para los dos —tiré de él y sus ojos
me miraron con desconfianza. Tal vez pensó que lo mataría.
Probablemente acabaríamos matándonos el uno al otro, así que
probablemente tenía motivos para mirarme con recelo—. No te he
perdonado por drogarme. No he olvidado que le pediste la mano a mi
padre en vez de a mí. —Incliné la cabeza, pensativa—. Hubiera estado
bien salir juntos un tiempo. Pero nos ocuparemos de eso mañana. O
pasado mañana —volví a tirar de su brazo—. Por ahora, vamos a dormir
un poco.
Era lo menos que podía hacer.
Capítulo 57
Juliette
Olía bien, pero no tan bien como la lluvia y el bosque a los que me
había acostumbrado. Parpadeé contra la luz del sol que entraba por las
ventanas y, poco a poco, la habitación del hotel se fue enfocando.
—¿Pero qué...?
La habitación estaba llena de margaritas amarillas en todas las
superficies imaginables. Parecía como si el sol se hubiera colado en este
espacio y hubiera decidido brillar aquí. Inhalé profundamente y cerré los
ojos. Era mi aroma favorito hasta que me encontré con Dante. Ahora
añoraba el aroma verde y herbáceo que perduraba en su piel.
—¿Estamos listos para desayunar? —sonó una voz familiar.
Abrí los ojos de golpe y vi a Dante apoyado en la pared, con las
manos en los bolsillos, observándome con esa mirada brillante a la que
me había acostumbrado.
El chico que había guardado mi cinta rosa. El chico que me salvó.
Pero también el chico que te drogó, me advirtió mi mente.
Arrugué las cejas. No quería pensar en eso ahora. Quería disfrutar
del gesto.
—¿Tú hiciste todo esto? —pregunté en su lugar. Asintió con la
cabeza.
—Tu flor favorita.
—Acosador —murmuré, pero no pude evitar que se dibujara una
sonrisa en mi cara.
Él sonrió.
—Ya lo sabes. —Luego su expresión se volvió seria—. Es el primer
día. —Cuando alcé una ceja en señal de duda, continuó explicando—. Es
el primer día del resto de nuestras vidas. Te cortejaré. —No pude
contener una suave risita, y él puso los ojos en blanco—. Te invitaré a
cenar. Iremos despacio y te demostraré que encajamos. Tú y yo estamos
hechos el uno para el otro. Tú me perteneces y yo te pertenezco. Como
los cactus pertenecen al desierto. Como las flores pertenecen a la
primavera. Inevitable.
Apreté las rodillas contra el pecho y lo estudié. El silencio llenó el
espacio amarillo y puso en tensión mis terminaciones nerviosas. Sus
palabras resonaban en lo más profundo de mí. Cuando estaba con él, me
sentía en paz. Él era mi hogar. El anhelo y la pertenencia envolvían mi
corazón, mi alma y mi vida. Entonces, ¿por qué no dije nada?
—¿Tienes hambre? —volvió a preguntar y yo asentí. Tardó tres
minutos en hacer entrar en la habitación un carrito lleno de comida, junto
con zumo de naranja, zumo de arándanos y zumo de manzana.
Cuando el camarero se marchó, no pude evitar bromear:
—Ese surtido de bebidas es para niños. Deberíamos haber pedido
mimosas.
13
Es un maravilloso postre helado de origen francés, que se caracteriza por servirse frío y por su textura cremosa.
Suele combinarse con otros ingredientes.
Era algo que no estaba acostumbrada a ver en él. Siempre se
escondía detrás de su sonrisa y capas y capas de arrogancia. Ver esta
faceta suya me ponía de los nervios.
—¿Y ahora qué hacemos? —le pregunté, ya que se había quedado
callado.
Una sonrisa triste curvó sus labios.
—Dímelo tú, Salvajilla.
Y Dante mató a Travis. Por mí. Lo hizo sufrir. Lo torturó. Por mí.
—¿Quieres matarme, Juliette? —El tono de su voz indicaba que me
dejaría matarlo si eso significaba mi paz y bienestar. Excepto que no me
traería paz. Me dolería igual. No, tacha eso. Dolería aún más.
—No, no quiero matarte. —Se volvió demasiado importante para
mí. No sabía cuándo ni cómo, pero se metió tan profundamente en mi
cabeza y en mi alma, que sería imposible vivir sin él—. Ha habido
demasiados asesinatos. —Tragué, la confesión me sofocaba—. Maté al
padre de mi mejor amiga —susurré.
Dante exhaló un fuerte suspiro, con las cejas fruncidas sobre los
ojos.
—Y yo maté a mi madre.
Abrí la boca y la cerré, incapaz de encontrar palabras. Aunque, en
mi humilde opinión, ella parecía merecerlo.
—¿Es porque les hizo daño a ti y a Priest? —pregunté finalmente,
con el corazón encogido por los dos pequeños que había conocido en
aquellas cartas. Asintió—. ¿Por qué no ayudó tu padre?
Se quedó mirando por la ventana, con el rostro pétreo.
—Estaba ocupado dirigiendo el Sindicato y Chicago. Casi nunca
estaba, y cuando estaba, estaba ausente. Es la maldición DiLustro.
Obsesionarse con mujeres que no podemos tener.
Juliette
Un Mes Después
Petar Soroko
Raslan Rugoff
Igor Bogomolov
Yan Yablochkov
Vlad Ketrov
Nikola Chekov
Jovanov Plotnick
Edward Murphy
Sofia Volkov: aún no ha muerto, pero lo hará muy pronto. Un
nombre seguía siendo un enigma.
Dante cumplió su promesa.
Y era una promesa, no una amenaza. Había pasado más de un mes
desde que abandoné su mansión y vine a alojarme en el hotel. Un mes
desde que había matado al padre de mi mejor amiga.
Dante, Kian y su equipo evitaron que se difundiera la noticia, pero
yo sabía, en el fondo de mis entrañas, que Sofia Volkov probablemente
lo había visto todo. Y un día, ella lo usaría. Contra mí. Contra nuestra
familia.
Sabía que era algo que no se debía ocultar a Ivy. Sin embargo, lo
hice. Me llamó para decirme que su padre había muerto y lloró. Lloró y
yo no dije nada. Era la peor amiga. La peor puta persona de este planeta.
Llamaron a mi puerta, salté de la cama y corrí hacia ella.
Abrí la puerta de golpe y me encontré cara a cara con mi marido.
Él me ama y yo lo amo.
Esas palabras susurradas una y otra vez. Me ama. Las palabras de
las que nunca quise que se retractara. Las palabras que nunca reconocí.
Más importante aún, lo amaba. Tanto que me cegó.
Me dio el regalo.
Dante
Ella me ama.
Se me escapó una risa ahogada. Era la única que podía hacerme reír.
Enredé la mano en su larga melena y tiré de ella hacia atrás para poder
ver sus ojos. Su expresión. Nuestras caras estaban tan cerca que podía
ver sus pupilas dilatadas y el rubor calentando sus mejillas.
—¿Necesitas ir despacio? —gruñí—. Tenemos todo el tiempo del
mundo.
Bajo mis dedos, su cuerpo temblaba. Mi polla dura tensa contra la
cremallera de mis pantalones. Y mi corazón... Dios mío... latía
erráticamente en mi pecho. Necesitaba esto. La necesitaba a ella. Ese
órgano había estado latiendo en mi pecho sólo por ella desde que tenía
memoria.
Aparté los dedos, la puse boca arriba y alineé su coño con mi polla.
Me deslicé contra sus pliegues empapados, su calor tentándome. Sus
caderas se arquearon, hundiendo la punta en su coño codicioso.
Me sostuvo la mirada. Sin rastros de pánico. Sin fantasmas. Sólo
ella y yo.
Su asentimiento fue toda la seguridad que necesité. Me rodeó con
las manos, me clavó las uñas en la espalda y la penetré hasta el fondo. Mi
gemido. Su gemido. Nuestras almas torturadas.
—Joder, qué bien te sientes. —gruñí. Sus ojos seguían clavados en
mí, entrecerrados y llenos de lujuria—. ¿Lista?
—Por favor, sí —gimoteó, y me quedé sin palabras.
Porque los dos... éramos el uno para el otro. Los dos encajábamos
perfectamente.
Epílogo
Juliette
Valkarin24
Hada Anya
Hada Aerwyna
Hada Anjana
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