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“Tenemos que renunciar a lo que tenemos antes de vernos obligados a renunciar”.

La catástrofe ya ha ocurrido; lo que pasa es que no lo notamos aún todos de manera masiva.

Primer paso: reconocimiento de la impotencia.

Pensar soluciones en contextos limitados. Cuando pasamos de escala, cuando perdemos la


proporción, caemos en el desastre. Ver el problema del medioambiente no en singular, como
abstracto, sino como los miles de problemas del medioambiente.

Tendemos a pensar en términos universales (religión del progreso: lo que es bueno para
nosotros, es bueno para todo el mundo; si no lo creen así, son herejes y tenemos que
civilizarlos).

“Corruptio optimi pessima”: la corrupción de lo mejor (no es lo malo) es lo peor.

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“Habitar” como hacer propio un espacio; dejar huella. Tanto los edificios modernos en el que
uno no construye su casa como el sistema de alquiler, en el que no siente el espacio como
suyo, sino como transicional, nos llevan a no habitar los espacios. Casas como garajes para el
cuerpo. Existencia fantasmagórica.

Todo ello nos lleva a pensar que vivir es meramente una cosa funcional (“máquinas de vivir” de
Le Corbusier). Que tu hogar sea solo una cosa que tú operas lleva a la pérdida de los sentidos.
Distanciamiento de la realidad física y corporal.

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“Trabajo sombra”. Por ejemplo, tiempo del transporte para ir y volver del trabajo, hora en la
que te das de alta como tu propio transportista. Por ejemplo, trabajo doméstico. Por ejemplo,
tu propio burócrata, tu propio cajero… Las horas que trabaja la gente están incrementándose
cada año. “Homo economicus”, nos administramos a nosotros mismos. (Si eres tu propio
empresario, ¿cómo vas a dejar de trabajar? Si tú eres responsable de ti mismo, ¿por qué te vas
a responsabilizar de los demás?

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